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Lecciones de Derecho
Constitucional. 1ª ed.,
agosto 2023
ARANZADI
LECCIÓN 12.ª
SUMARIO: 1. LA SINGULARIDAD DEL CONFLICTO COMO PROCESO. 2. EL DESLINDE ENTRE CONFLICTO Y RECURSO Y LOS CONFLICTOS DE
COMPETENCIA LEGISLATIVA. 3. CONFLICTOS POSITIVOS DE COMPETENCIA ENTRE EL ESTADO Y LAS COMUNIDADES AUTÓNOMAS O DE ÉSTAS
ENTRE SÍ. 3.1. Sujetos. 3.2. El objeto del conflicto y el vicio de incompetencia. 3.3. Procedimiento. 3.4. La sentencia de conflicto. 4. CONFLICTOS
NEGATIVOS A INSTANCIAS DE PERSONAS INTERESADAS O DEL GOBIERNO. 5. LA TRANSFORMACIÓN PROCESAL DEL CONFLICTO EN RECURSO.
6. LA COMPETENCIA DIFERENCIADA ENTRE LAS JURISDICCIONES CONSTITUCIONAL Y CONTENCIOSO-ADMINISTRATIVA. 7. LOS CONFLICTOS
DE ATRIBUCIONES ENTRE ÓRGANOS CONSTITUCIONALES. 8. LOS CONFLICTOS EN DEFENSA DE LA AUTONOMÍA LOCAL. 8.1. Introducción. 8.2.
Sujetos. 8.3. Objeto. 8.4. Procedimiento. 8.5. Parámetro de control. 9. LA IMPUGNACIÓN DE DISPOSICIONES AUTONÓMICAS DEL TÍTULO V DE LA
LOTC. BIBLIOGRAFÍA.
Tribunal de conflictos y vías extrajudiciales: inexistencia de un monopolio. La solución de conflictos constitucionales por un “Tribunal de
conflictos de Estado” fue en Alemania anterior, –surge el siglo XIX y existe en el Imperio–, al control de constitucionalidad de las normas que
aparece más tarde en el período de entreguerras. Actualmente, mientras la jurisdicción constitucional se identifica por el monopolio en la
declaración de inconstitucionalidad de la ley por el Tribunal Constitucional, el Tribunal Constitucional no posee un idéntico monopolio en la
solución de todas las controversias competenciales. La respuesta a un conflicto puede no estar en una sentencia si la controversia no reclama una
interpretación constitucional. Deben existir vías extrajudiciales, fundadas en la negociación y la cooperación entre entes territoriales, alcanzando
compromisos en órganos bilaterales o multilaterales, como son las comisiones bilaterales y sectoriales, y, sobre todo, una interconexión de
políticas en un Senado de representación territorial como cámara de integración. Una labor de la segunda Cámara que en España se satisface
con deficiencias. Por último, también la jurisdicción contencioso-administrativa debe resolver algunos conflictos administrativos sin relevancia
constitucional al revisar los actos administrativos y los reglamentos. La solución de conflictos de competencia territorial abarca esta
multiplicidad de vías.
El conflicto como controversia. La expresión “conflicto” tiene varias acepciones. Es una controversia entre entes territoriales u órganos
constitucionales sobre sus respectivas competencias o atribuciones. Al producirse entre sujetos públicos, creados por la Constitución, no puede
ser un enfrentamiento total o absoluto. Está compuesto de tres ingredientes. Unos intereses contrapuestos, ligados a competencias, de los
sujetos que generan la disputa. Primero, los intereses globales de todo el ordenamiento consagrados en la Constitución. Y, segundo, unos límites,
entre los que están el reconocimiento del Derecho como instrumento para la solución de controversias, y el sometimiento a unas vías de solución
que abocan a buscar un compromiso o acatar una sentencia. Un conflicto constitucional no puede estar desprovisto de límites.
El conflicto como relación jurídica. El conflicto es también una forma habitual de relación jurídica entre entes territoriales, con carácter
subsidiario respecto de las relaciones de competencia y de colaboración o cooperación. El conflicto enriquece cualquier distribución de
competencias, perfeccionado el funcionamiento de las normas tras adquirirse nuevas experiencias jurídicas. Pero al tiempo las dificulta o
complica. La solución arbitral de controversias es consustancial a cualquier Estado federal o descentralizado y es una función principal que
define la jurisdicción constitucional junto al control de las leyes. No puede existir un Estado cuasi federal como el nuestro sin un Tribunal
Constitucional como árbitro de los conflictos. El TC debe ser el juez natural de las competencias de los demás poderes públicos tanto de los
órganos constitucionales como de las entidades territoriales en las que el Estado se organiza en tres escalones según el artículo 137 CE.
El conflicto como proceso. En cuanto acción, el conflicto no es un amparo, una queja dirigida a reparar derechos fundamentales, se trata de un
proceso constitucional muy distinto. Tampoco es una impugnación de disposiciones generales, un recurso que permita efectuar un control de la
constitucionalidad de las leyes. Ahora bien, existen algunas semejanzas entre la solución de conflictos y el control normativo, pues la discusión
competencial reclama como presupuesto la impugnación de una disposición o acto, no obstante, existen significativas diferencias. Conviene pues
distinguir los tres procesos constitucionales de amparo, conflicto y control normativo. A menudo, no podrán trasplantarse soluciones procedentes
de uno de esos ámbitos al otro sin provocar el riesgo del rechazo del trasplante, pero en otras ocasiones sí.
La naturaleza constitucional del conflicto. Los elementos que dan naturaleza constitucional al conflicto son: unos sujetos, un objeto, una
interpretación y una pretensión igualmente constitucionales. Los conflictos constitucionales surgen entre órganos constitucionales o entes
públicos dotados de competencias por la Constitución. Respecto del objeto, es necesaria la existencia de una norma constitucional atributiva de
competencia. Pero la nuestra es una Constitución abierta que diseña un amplio “bloque de la constitucionalidad” (artículos 28.1, 62 y 63.1 LOTC)
y este rasgo no hace sencillo identificar las reglas infraconstitucionales que lo integran. El objeto principal del proceso es la determinación de la
competencia controvertida mediante una interpretación constitucional. Debe finalmente exigirse al actor, que delimita el objeto del proceso, la
presencia en la demanda de una pretensión y una causa de pedir de carácter constitucional.
La dimensión concreta, abstracta del conflicto y relativamente atemporal. Como consecuencia de ser el conflicto una controversia entre sujetos,
si la discusión competencial deja de estar viva, el objeto del proceso desaparece. Este carácter concreto aproxima el conflicto a la cuestión y al
amparo y lo aleja de la naturaleza abstracta del recurso directo. Es menester un interés procesal plasmado en la discusión de una disposición o
acto. El conflicto no se puede promover en abstracto, invocando el interés objetivo en la defensa del ordenamiento. El conflicto es concreto
también desde otra perspectiva relacionada con el carácter normalmente muy técnico o especializado de las regulaciones enjuiciadas. Pero posee
igualmente otra dimensión abstracta que se refleja en los efectos de las sentencias y que le concede la norma constitucional atributiva de
competencia utilizada como parámetro del juicio. En efecto, el pronunciamiento sobre la titularidad de la competencia y la exégesis de dicha
regla alcanza una eficacia que vincula erga omnes. La interpretación queda adherida a la norma atributiva de competencia. El conflicto posee
asimismo una dimensión atemporal que le aproxima a la cuestión. Pues, sin negar los plazos legalmente previstos, no existe realmente un plazo
perentorio, pues, para continuar la discusión, basta con singularizar e impugnar actos posteriores en ejercicio de la misma competencia. Esto
permite un constante debate competencial. Una solución muy congruente, ya que las competencias son irrenunciables e indisponibles hasta para
sus propios titulares.
El deslinde formal entre recursos competenciales o conflictos. La diferenciación entre recurso por motivos competenciales y conflicto depende
del rango de la norma enjuiciada según la LOTC. El asunto es susceptible de diversas interpretaciones. Sin embargo, la jurisprudencia
constitucional, tras algunas iniciales vacilaciones (SSTC 25/1981 y 32/1981), pronto decantó con claridad (STC 49/1984) un criterio de deslinde,
estrictamente formal, basado en el rango infralegal de la norma discutida. Debe atenderse al rango de la norma controvertida y no a la pretensión
que se deduzca. En el recurso se enjuician la constitucionalidad de las leyes y disposiciones con rango de ley (artículo 27.2 LOTC), y, en el
conflicto, las disposiciones y actos jerárquicamente inferiores a aquéllas (artículo 61.1 LOTC). Un criterio discutible, pero muy claro de deslinde.
Los conflictos de competencia legislativa. Se ha producido pues una fusión entre recurso de inconstitucionalidad y conflicto. De 1980 a 1998 hubo
419 recursos de inconstitucionalidad por motivos competenciales entre el Estado y las CCAA sobre un total de 530, es decir, un 79%. Los
conflictos han acabado casi por devorar a los recursos. Son verdaderas controversias competenciales que sólo se diferencian de los conflictos en
el rango de la disposición enjuiciada, pero no en la labor jurisdiccional. Suelen llamarse doctrinalmente “conflictos de competencia legislativa”
(López Guerra, García Roca). En estos recursos sobre controversias competenciales se trasladan soluciones procesales extraídas en los
conflictos. Así en las SSTC 43/1996 y 40/1998 se aplicó al recurso la idea que no desaparece el objeto del pleito por la derogación de la norma
impugnada si subsiste la controversia competencial. Con frecuencia, se acumulan ambas acciones cuando se trata de una única controversia en la
misma materia frente a disposiciones de diverso rango. No obstante, quizás debió preverse en la LOTC una vía de conflictos de competencia
frente a leyes, tal y como existe en Alemania, y estaba en el artículo 121.c] de nuestra Constitución de 1931. La Ley del Tribunal de Garantías
Constitucionales, con mayor corrección, regulaba en el título destinado a los conflictos unas “cuestiones de competencia legislativa”.
3. CONFLICTOS POSITIVOS DE COMPETENCIA ENTRE EL ESTADO Y LAS COMUNIDADES AUTÓNOMAS O DE ÉSTAS ENTRE SÍ
3.1. SUJETOS
Sujetos y tipos de conflictos. Según los sujetos, los conflictos pueden producirse entre el Estado y las Comunidades Autónomas o de éstas entre sí.
Difieren según estén legitimados activa y pasivamente: a) Estado/ Comunidades Autónomas, b) Comunidades Autónomas/ Estado, c) o
Comunidades Autónomas/ Comunidades Autónomas. Estos últimos son bastante excepcionales. En cambio, los conflictos positivos entre el Estado
y las CCAA han sido muy frecuentes, pero su número ha descendido mucho en los últimos años.
Las cifras de los conflictos competenciales. En efecto, ha habido un elevado índice de conflictividad que nos aleja del sólido federalismo
cooperativo alemán para acercarnos al confuso regionalismo italiano, de clara influencia en la regulación legal del procedimiento de los
conflictos. Hemos tenido un Estado autonómico muy judicializado y de acusada construcción jurisprudencial. Dado el perverso caldo de cultivo de
conflictos que entraña la indeterminación o vaguedad de las numerosas reglas constitucionales y estatutarias de distribución de competencias
(han llegado a singularizarse alrededor de 275 títulos), y la frecuente presencia de normas interpuestas e infraconstitucionales.
Los conflictos en que las CCAA han sido actores frente al Estado han sido superiores en número. Se explica porque el conflicto ha sido una vía de
las CCAA para participar en la delimitación y el ejercicio de las competencias ante la inexistencia de un verdadero Senado territorial en el cual
pactar las políticas territoriales. Pero, su elevado número durante los primeros años ha ido decreciendo desde 1990 hasta estabilizarse en una
cuantía anual razonable, luego decreciente y hoy pequeña; las CCAA impugnan menos. Las razones de esta disminución de la conflictividad son
variadas: el desarrollo de los sistemas de cooperación, el hecho de que prácticamente todos los títulos competenciales han recibido ya una
interpretación constitucional, y el excesivo tiempo invertido en la solución de los conflictos que hace poco atractiva esta ruta. No ha sido extraño
a veces hasta diez años, y con frecuencia cinco o seis, para dictar una sentencia de conflicto. Aunque las dilaciones no fueran imputables a la
inactividad del Tribunal sino a la sobrecarga de asuntos que el recurso de amparo provocaba. Unos plazos que amenazaban con hacer
desaparecer la utilidad del proceso, pero que ha aliviado mucho la reforma del amparo en 2007 hasta normalizarse en los últimos tiempos.
El período 1982-1988, tras los Acuerdos Autonómicos de 1981 y la aprobación en 1982-1983 de los Estatutos de Autonomía, la fase emergente del
Estado autonómico, albergó una conflictividad extrema tanto a instancias del Estado como de las Comunidades Autónomas. El Estado, en cambio,
después de esas fechas ha planteado un escaso número de conflictos positivos. Son precisamente las tres nacionalidades históricas con lenguas
propias, las que han instado la inmensa mayoría de los conflictos. Este dato refleja una asimetría jurídica. No es insólito que sea el Estado, más
que las CCAA, quien acuda como actor a la jurisdicción contencioso-administrativa con preferencia sobre el conflicto constitucional cuando el
objeto administrativo del litigio lo permite.
Los conflictos positivos entre Comunidades Autónomas han sido raros, si bien afectan a controversias no exentas de cierta relevancia política
para las entidades afectadas. Entre otros, ha habido tres entre Navarra y el País Vasco (ATC 55/1981, STC 94/1985 y ATC 726/1986, cadenas del
escudo de Navarra), uno entre Cantabria y el País Vasco (STC 101/1995, Villaverde de Trucíos), uno entre Castilla y León y Cantabria (STC
132/1996, carretera de Reinosa a Potes), y otro entre Asturias y Galicia (STC 195/2001, el caso del Puerto de Ribadeo).
Conflictos positivos y negativos. Conforme a la disposición o acto impugnado o la omisión de los mismos, los conflictos pueden ser positivos o
negativos. De los conflictos positivos ya se ha hablado. Los conflictos negativos entre el Estado y las Comunidades Autónomas pueden ser
promovidos por las personas interesadas o por el Gobierno y derivan de la omisión del ejercicio de las competencias propias. Son raras piezas de
museo prácticamente inexistentes de las que me ocuparé más adelante.
Sujetos de los conflictos positivos y asimetrías procesales. Los conflictos positivos se producen entre el Estado y las CCAA o de éstas entre sí.
Ambos pueden ser sujetos activos o actores y sujetos pasivos o demandados. Por el contrario, en los conflictos de competencia legislativa, una
Comunidad Autónoma no puede impugnar las leyes aprobadas por otra, dado el taxativo tenor del artículo 32.2 LOTC, mientras sí puede trabar
un conflicto frente a una disposición o acto de la misma Comunidad Autónoma según el artículo 63.1. La situación, esta asimetría procesal, no es
lógica. Han surgido litigios reales en torno a leyes entre CCAA que no han podido acceder a la justicia constitucional (v.gr. el caso de la
denominación de origen vinos de la Tierra de Castilla donde se aprobó esta denominación en Castilla La Mancha por una ley, lo que inducía a
confusión respecto de los vinos de Castilla y León).
La sistemática de la LOTC. Los artículos 60 y 61 de la LOTC entrañan un régimen jurídico común para todos los conflictos regulados en el
Capítulo II, ya sean conflictos positivos (Sección primera) o conflictos negativos (Sección segunda). Tras este zaguán, la regulación que el artículo
62 de la LOTC hace de los conflictos positivos a instancias del Gobierno dista de ser simétrica a los supuestos en que el actor es una Comunidad
Autónoma (artículo 63). A continuación, en cambio, los artículos 64 a 67 son comunes a todos los conflictos positivos independientemente de
quien fuera el actor.
Los privilegios procesales del Gobierno. El Gobierno de la Nación cuando es actor recibe un tratamiento procesal muy diferente al de las CCAA.
El requerimiento previo de incompetencia al ente demandado (artículo 62 LOTC) es potestativo y puede optar por formalizar directamente la
demanda de conflicto. En cambio, si el actor es una Comunidad Autónoma, el requerimiento es un trámite de obligado cumplimiento (artículo
63.1). En segundo lugar, la invocación por el Gobierno del artículo 161.2 CE produce la suspensión automática de la disposición o acto frente al
que se trabó el conflicto. Mientras si el actor es una Comunidad Autónoma puede pedir la suspensión, invocando perjuicios de difícil reparación,
pero es el TC quien decide (artículo 64.3). La primera suspensión es un privilegio gubernamental, un instrumento de control con fundamento en
la propia Constitución (artículo 161.2 CE). La segunda es una medida cautelar. No obstante, la atinada evolución jurisprudencial en la
interpretación del artículo 65.2 permite hoy, a instancias de la Comunidad Autónoma afectada, pedir el levantamiento de la suspensión antes
incluso de concluir el plazo de cinco meses, suavizando el rigor de la medida.
Disposiciones y actos impugnables. Los actos impugnables en un conflicto de competencia son una “disposición, resolución o acto” que no
respete “el orden constitucional de competencias” (artículos 62 y 63.1 LOTC). El término “resolución” puede considerarse incluido dentro de las
diversas clases de actos administrativos y supone un acto definitivo o resolutorio. Es un uso tautológico. La norma incluye pues tanto a las
“disposiciones generales” con rango inferior a ley, los reglamentos (SSTC 49/1984, 5/1987 y 45/1991), como a los “actos administrativos”, ya sean
singulares o generales según el número de sus destinatarios. La suma de ambos términos hace impugnable prácticamente cualquier actuación
administrativa que no respete el orden de competencias e incluso actuaciones de hecho.
Antiformalismo en la exégesis. La jurisprudencia ha alargado además mucho la noción de “acto” a los efectos de promover un conflicto
constitucional siguiendo un lógico antiformalismo. Se han admitido meros “actos de trámite” si son potencialmente lesivos de competencias como
pueden ser: actas de la inspección de trabajo; o directrices internas como son las “circulares e instrucciones” en cuanto suponen y preparan un
ejercicio competencial; o un “comunicado de colaboración”, que no llegaba a calificarse de tratado o convenio, entre una Comunidad Autónoma y
un Reino extranjero; o un “escrito”, probablemente un “oficio”, de un Director General a su homónimo en una Administración autonómica. Esta
jurisprudencia ha sido bien resumida, diciendo que lo importante no es tanto la naturaleza o la forma del acto como la real existencia de una
disputa competencial (STC 101/1995).
Un acto de una autoridad. La Ley Orgánica reclama un acto emanado de la autoridad de otra Comunidad Autónoma o del Estado (artículo 61.1 en
relación con el artículo 63.1 LOTC). Habitualmente, es un acto de una Administración o de un Gobierno. Pero puede ser también un acto
parlamentario (el caso del refrendo del nombramiento del Lehendakari del País Vasco, SSTC 5 y 8/1987), o de un órgano auxiliar.
Actuaciones de hecho. Cabe formalizar un conflicto frente a actuaciones de hecho o materiales de las que puede deducirse claramente un
ejercicio de competencia. La jurisprudencia es confusa, pero las decisiones no suelen ser restrictivas. En el caso de la distribución de una partida
de mejillones en mal estado con grave riesgo para la salud pública (STC 33/1982), el Gobernador Civil envió a los Alcaldes y Fuerzas de
Seguridad una comunicación por medio de un telegrama que fue impugnada en un conflicto. En el caso de Villaverde de Trucíos (STC
101/1995), se analizaron diversas actuaciones de hecho (análisis de aguas potables, realización de obras, policía de carreteras) de una
Comunidad Autónoma en el territorio de otra. A la realización de obras se le denominó “acto” con lo que parece seguirse una acepción tan amplia
que incluye a los hechos. Es una solución adecuada. No estamos, en definitiva, ante un procedimiento de control normativo. A mi parecer, debería
bastar con la exigencia de un comportamiento significativo: un inequívoco ejercicio de la competencia.
El doble objeto del conflicto. Todo conflicto tiene una doble dimensión (STC 110/1983). La decisión del Tribunal no versa únicamente sobre un
acto o disposición (objeto inmediato) sino también sobre un aspecto de la distribución de competencias (objeto mediato). La decisión tiene una
eficacia que trasciende el acto o disposición enjuiciados. Una evidente dimensión de control abstracto. Ambos objetos se encuentran en conexión.
Es preciso recurrir una disposición o acto singulares y ello constituye un presupuesto del conflicto, pero, por otro lado, el Tribunal no puede
pronunciarse sobre una disposición o acto más que cuando afecte al orden constitucional de competencias. Los efectos de esta conexión en el
proceso son ricos. Permite v.gr. acudir a la técnica de la desaparición sobrevenida del objeto si no existe una verdadera controversia
competencial.
¿Vindicatio potestatis o vicio de incompetencia territorial? Se ha exigido para promover un conflicto positivo que la Administración actora
reivindique una competencia usurpada por la Administración demandada (artículos 62 y 63 LOTC). Este requisito se designa por la
jurisprudencia como vindicatio potestatis y es un presupuesto del conflicto. Sin reivindicación competencial –suele decirse– no hay conflicto, pues
es un cauce reparador de transgresiones competenciales y no preventivo, al tiempo que sólo indirectamente es un proceso impugnatorio. Es
precisa una efectiva invasión de competencias y una correlativa reivindicación por parte de la Administración supuestamente invadida.
Esta descripción jurisprudencial del vicio de incompetencia en tomo a la vieja idea procesal de la vindicatio potestatis no puede considerarse
precisa. Es obsoleta, por su elementalidad a la hora de explicar las posibles irregularidades. Un instrumento tosco que, sin embargo, no ha
impedido la solución de conflictos más complejos, ya que el TC ha flexibilizado el excesivo rigor de la tesis efectuando numerosas excepciones con
la finalidad de poder enjuiciar controversias competenciales. Ha dicho que la oportuna vindicatio potestatis existe, aunque la Comunidad
Autónoma actora no pudiera pretender todavía su efectivo ejercicio por estar sujeto al previo traspaso de servicios (STC 124/1989). Sobre todo,
se han enjuiciado conflictos (SSTC 11/1984, 1/1986, 104/1988, 87/1997) en los cuales no se producía realmente una “invasión” en sentido
estricto, esto es, la acción de entrar sin la cobertura que otorga un título competencial en el ámbito de la competencia de otra Administración,
sino distintas variantes de lesiones competenciales. Supuestos de invasión por “desbordamiento” en el ejercicio de las competencias propias, o
por “menoscabo”. Unos tipos que ya eran frecuentes en la jurisprudencia de la Corte Costituzionale italiana de visible influencia. La tesis de la
vindicatio potestatis no es la única interpretación posible de la ordenación dispuesta en los artículos 62 y 63 de la LOTC, unos preceptos que se
refieren a una disposición o acto que “no respeta el orden de competencias” y esto no es lo mismo que reivindicar una competencia propia que fue
despojada. He razonado en varios estudios que debería hablarse de “vicio de incompetencia territorial”.
Rechazo de conflictos hipotéticos: ¿sospechas o amenazas? Muy unido a este problema se encuentra en la jurisprudencia constitucional la
exigencia de una “lesión real y efectiva” de la titularidad de la competencia y la subsiguiente negativa del Tribunal a la admisión de “conflictos
preventivos, virtuales o hipotéticos” en los que la lesión no ha llegado todavía a producirse, al afirmarse que no es misión del Tribunal llevar a
cabo declaraciones interpretativas o pronunciarse sobre meras “sospechas” (SSTC 67/1983, 97/1983, 95/1984, 116/1984, 165/1994). Pero la
tesis no se aplica de forma tajante y se ve de nuevo sometida a matizaciones. No siempre resultará sencillo dilucidar cuándo nos encontramos
ante una mera “sospecha” de invasión (STC 116/1984), que debe hacer el conflicto inadmisible por la falta de uno de sus presupuestos, o ante una
verdadera y grave “amenaza” de lesión constitucional que debe llevar a la solución del fondo de la controversia (STC 67/1983). En suma, la
jurisprudencia exige una lesión real y efectiva de la competencia y, en consecuencia, se niega la posibilidad de conflictos preventivos o
cautelares. Pero no faltan excepciones en las que se recuerda esa doctrina, y luego el TC se adentra de forma muy cabal a resolver el fondo de la
controversia. La caracterización va por un lado y el juicio por otro y ambas cosas deberían acompasarse.
La insuficiencia de rango. Se discute si el rango de una norma puede constituir la causa de pedir en un conflicto de competencias, en particular, la
insuficiencia de rango de las normas básicas. Como regla general, no resulta admisible la interposición de un conflicto que tenga como pretensión
principal la declaración de inconstitucionalidad de una norma por su supuesta insuficiencia de rango (STC 32/1983). De no haber una discusión
competencial, es improcedente llevar a la vía del conflicto una pretensión acerca del rango de la norma, aunque eventualmente ello pudiera
provocar su nulidad y sea evidente que el ente competente para dictarla debe respetar el principio de legalidad y las “exigencias formales
establecidas en el ordenamiento” (STC 249/1988). Estos extremos son ajenos al objeto del conflicto, como también lo es la conexión entre el
rango de la norma y que la competencia ejercida por el Estado “se ejercite por uno u otro órgano concreto” (STC 7/1985). Excepcionalmente, sin
embargo, el rango de algunas de las normas incluidas en una disposición puede configurar un problema indisolublemente unido a la titularidad
de la competencia impugnada en un conflicto (SSTC 32/1983 y 42/1983). En esos casos, puede debatirse en un conflicto el rango de la norma al
hilo del enjuiciamiento de la concreta competencia controvertida. Así ocurre si se establece una normativa básica mediante un precepto
reglamentario que adolece para ejercer esta tarea de insuficiencia de rango. Pero, en esta excepción a la regla, lo que en realidad se está
discutiendo es la naturaleza básica de las normas estatales y si deben revestir la forma de Ley o han sido inadecuadamente formuladas en forma
reglamentaria (vid STC 87/1985). Un problema competencial de procedimiento.
La calificación expresa de las normas básicas. Respecto del problema que supone la calificación expresa de las normas básicas como tales, sin
obligar a inferirlo, se ha admitido la posibilidad de que configure un objeto de conflicto. Pero suele resolverse señalando que “no tiene que
realizarse necesariamente de manera expresa, siendo suficiente que se pueda inferir con naturalidad y sin dificultad su carácter de básica” (STC
66/1998). Otras veces se dice que “el instrumento para establecerlas con posterioridad a la Constitución, es la Ley, pues sólo a través de este
instrumento normativo se alcanzará, con las garantías inherentes al procedimiento legislativo, una determinación cierta y estable de los ámbitos
respectivos” (STC 118/1998). Pero me temo que hay muchas más excepciones a esta doctrina, que decisiones que sigan la regla hasta el punto de
no saber a qué atenerse y movernos en la inseguridad jurídica más absoluta. El control debería ser más estricto.
La obsolescencia de la vindicatio potestatis. La figura del conflicto se ha ido, en suma, dilatando en su objeto respecto del estrecho corsé
originario merced a las experiencias constitucionales adquiridas. La inicial singularización del vicio en torno a la vindicatio potestatis, y a sus
correlatos que son la invasión y la lesión de la competencia, no ayuda a caracterizar las cosas. Insistiré que podría quizás ser sustituida por la
idea más sencilla y técnicamente más correcta de “vicio de incompetencia territorial” y por su presupuesto que es la interdicción de cualquier
“interferencia” competencial indebida. La categoría de la vindicatio potestatis procede del Derecho procesal clásico, fue usada por la Corte
Costituzionale, y traída a España, pero es muy criticada doctrinalmente aquí y allí desde hace tiempo. Al menos, el término “invasión” tiene en
Italia un apoyo en las normas de la Ley que aquí no posee en los conflictos entre entes. En efecto, ni la Constitución ni la LOTC (artículos 62, 63.1,
71.1 y 68.1) emplean una u otra de esas expresiones sino se refieren a “no respetar el orden constitucional de competencias”. Una cláusula que
abre la puerta a un entendimiento más amplio, un fenómeno que denomino “conflictos de interferencia”. La vindicatio potestatis dista de ser una
doctrina adecuada a la realidad del fenómeno jurídico, porque no ofrece respuesta a la pluralidad de vicios posible. Nada autoriza a restringir los
vicios donde la Ley no lo hace. La propia jurisprudencia admite esto, puesto que, en numerosas ocasiones, al desbordar los hechos el elemental
criterio de la vindicatio, ha reconocido excepciones. A menudo, no utiliza ya esta terminología especialmente en los últimos años. Pero continúa
sin atreverse a abrogarla. Quizá bastaría con dejar de hablar de vindicatio potestatis y culminar sin temores una transición silenciosa.
La incompetencia territorial. El vicio de incompetencia territorial debería pues ser construido con mayor profundidad por la doctrina. Me decanto
por un entendimiento amplio, alejado de formalismos enervantes. El vicio de incompetencia puede ser material y formal o de procedimiento,
puesto que ni la Constitución ni la Ley establecen limitaciones, y la lógica con la que debe interpretarse este asunto debe ser garantista y no
rigorista. Deberían admitirse como objeto de discusión no sólo discrepancias sobre el alcance de regulaciones sustantivas sino también, por
ejemplo, reproches sobre el rango formal de las disposiciones básicas que resultan indisociables del debate competencial (v.gr. STC 203/1993); o
casos en que la intersección de competencias distintas, de titularidad estatal y autonómica, exigen de la iniciativa de la Comunidad Autónoma o
de alguna participación en el procedimiento estatal (v. gr. SSTC 158/1992, 330/1993 y 175/1995 sobre convocatoria y adjudicación de plazas,
becas y ayudas).
Grados de consumación de la lesión competencial. Puede asimismo haber diferentes grados de consumación de la lesión competencial –según ha
señalado Luis López Guerra–, pues a veces la lesión no ha llegado a producirse en el momento de formalizarse la demanda, y no existen razones
para que deba reclamarse como requisito procesal. Otra diferencia con la regulación del amparo. Debería caber la impugnación y el debate
competencial al menos respecto de los siguiente supuestos: a) disciplinas sustantivas, una disposición general que introduzca en el ordenamiento
una nueva regulación, pretendidamente viciada de incompetencia, pero aún no aplicada y donde no hay todavía lesión; b) normas atributivas de
competencia a órganos internos y todavía no ejercidas al tiempo de impugnarlas; c) actos administrativos singulares, realmente lesivos de
competencias; d) actuaciones materiales. Son supuestos de hecho todos ellos que de hecho ya han sido enjuiciados en conflictos.
Conflictos preventivos versus conflictos imaginarios. Si no es menester que llegue a producirse una efectiva lesión competencial, para la
admisión de la demanda, me parece que deberíamos plantearnos si no podrían admitirse algunos conflictos preventivos frente a lo que dice la
jurisprudencia. Podría bastar con la grave amenaza de lesión de la competencia, pues por qué esperar a que la lesión se produzca. El
ordenamiento debe tutelar el interés general en preservar las reglas competenciales antes de que se distorsionen. Bastaría con diferenciar entre
“conflictos virtuales”, controversias reales y plenamente enjuiciables, frente a los meros “conflictos imaginarios” o “disensos”, todavía internos al
fuero de una o de ambas partes y que carecen de exterioridad jurídica. Un conflicto puede ser virtual en dos sentidos muy distintos: porque tiene
virtualidad para producir efectos inminentes (en la STC 132/1996, era real la inminente construcción de una carretera de Reinosa a Potes, se
trataba sólo de un proyecto, pero hubiera sido absurdo esperar al efectivo inicio de las obras, perpetrando serios daños económicos), o como
sinónimo de imaginario o hipotético. Sólo deberían lógicamente inadmitirse los últimos.
Si la controversia competencial intersubjetiva está viva es irrelevante la modificación de la norma. Se inserta en este entendimiento una
consolidada jurisprudencia sobre la incidencia en el conflicto de la legislación sobrevenida. Tanto en la STC 182/1988 como en la STC 248/1988
se afirmó que la función de preservar los ámbitos respectivos de competencia, poniendo fin a “una disputa todavía viva”, no puede quedar
automáticamente enervada por la modificación o derogación dé las disposiciones cuya adopción dio origen al litigio.
El verdadero objeto del conflicto es la competencia y no el acto. Cuanto se lleva diciendo, permite concluir que lo esencial en los conflictos
positivos de competencias, conforme a la jurisprudencia constitucional, no es tanto la naturaleza o la forma del acto, sino la existencia o no de una
disputa competencial (SSTC 143/1985, 137/1989, 220/1992…). Puede matizarse así la tesis jurisprudencial del doble objeto.
Una definición de conflicto constitucional de competencia. Podemos definir el conflicto constitucional, como una controversia entre entes
territoriales, de rango constitucional por los sujetos, contenido y la pretensión que se deduce y, en la que se discute, con carácter general, la
interpretación y determinación de la respectiva esfera de competencia territorial, todo ello en torno a la constitucionalidad de una disposición o
acto o una actuación de hecho que prepara el ejercicio competencial.
3.3. PROCEDIMIENTO
El requerimiento previo abre una fase de conciliación. Es potestativo para el Gobierno de la Nación bien formalizar directamente la demanda
ante el Tribunal Constitucional, o intentar la avenencia con la Comunidad demandada presentando un requerimiento previo (artículo 62 LOTC).
Por el contrario, cuando el ejecutivo de una Comunidad Autónoma considere que una disposición o acto emanado del Estado u otra Comunidad
Autónoma no respeta el orden de competencias, siempre que afecte a su propio ámbito, requerirá a ésta o aquél para que sea derogada la
disposición o anulado el acto controvertido (artículo 63.1). El requerimiento es aquí un presupuesto del conflicto: un trámite anterior al proceso
constitucional que inicia una fase de conciliación entre los sujetos y trata de poner fin de forma transaccional a la controversia para evitar la
formalización del litigio. El conflicto debe ser subsidiario a la colaboración. Las razones y motivos de oportunidad que las partes pueden ponderar
en esta fase son mucho más amplias que las que pueden llevarse al objeto del proceso. Pese a ello, este trámite previo tiene consecuencias que
incide en la posterior relación procesal tanto en la concatenación de los plazos para formalizar la demanda como en la imprescindible
coincidencia sustancial entre el escrito de requerimiento y la posterior demanda. La fundamentación del requerimiento del Gobierno reside en su
poder de vigilancia en cuanto órgano general del Estado a fin de subsanar las deficiencias en su caso advertidas en la ejecución de la legislación
del Estado por las Comunidades Autónomas (STC 76/1983, caso LOAPA).
Plazos. El actor posee un plazo de dos meses para requerir de incompetencia a la otra Administración. Se computa desde el día de la publicación
o la comunicación de la disposición o acto que se considera viciado de incompetencia o con motivo de un acto de aplicación de los mismos. El
requerimiento debe dirigirse directamente al Gobierno de la Nación o al ejecutivo autonómico correspondiente dando inmediata cuenta al
Gobierno en este segundo caso. El órgano requerido posee un plazo de un mes desde la recepción del escrito dentro del cual puede bien atender
el requerimiento, si lo estima fundado, comunicándolo al requirente y al Gobierno, si éste no actuara en tal condición, o rechazarlo. Transcurrido
el plazo sin respuesta, se produce su desestimación presunta por el silencio de la Administración requerida. La demanda debe plantearse dentro
del mes siguiente a la notificación del rechazo del requerimiento, o del transcurso del plazo para que fuera atendido sin haberse recibido
contestación alguna. En suma, tenemos tres plazos concatenados: dos meses para requerir de incompetencia, un mes para contestar, y otro para
demandar.
Requisitos del escrito de requerimiento. En el escrito deben especificarse con claridad los preceptos controvertidos, así como las disposiciones
del bloque de la constitucionalidad de las que el vicio resulte. No basta con una argumentación genérica, confiando en su desarrollo en el
posterior escrito de planteamiento del conflicto, es preciso especificar de forma clara y expresa esas disposiciones legales o constitucionales
(ATC 55/1981). Sobre los preceptos de la disposición supuestamente viciados de incompetencia y no mencionados en el escrito de requerimiento,
no podrá entenderse planteado conflicto en la demanda (STC 104/1989). Estas exigencias responden a la finalidad de apurar las posibilidades de
resolución convencional o negociada de las diferencias (STC 104/1989). Más flexible es esa exigencia en relación con los motivos de
incompetencia alegados en el escrito de planteamiento del conflicto que deben coincidir sólo “en sustancia” con los recogidos en el requerimiento
(STC 116/1984).
Comunicación al Gobierno del requerimiento. La comunicación al Gobierno tanto del requerimiento de incompetencia practicado por una
Comunidad a otra como de los hipotéticos requerimientos atendidos, es un trámite de obligado cumplimiento (artículos 63.2 y 63.4 LOTC), cuya
satisfacción no queda a la voluntad de la Administración autonómica afectada (ATC 55/1981). La finalidad se encuentra en permitir que el
Gobierno comparezca en el proceso constitucional, si lo estima procedente, dada su condición de órgano general del Estado.
La demanda. Debe promoverse por el ente actor dentro del mes siguiente a la notificación del rechazo del requerimiento, o del transcurso del
plazo para que fuera atendido sin haberse recibido contestación alguna. Es preciso adjuntar a la demanda un certificado del cumplimiento
infructuoso de ese trámite. Pero el Gobierno de la Nación puede también formalizar la demanda directamente ante el Tribunal Constitucional. El
acuerdo gubernamental de promover el conflicto puede tomarse a la vez que el de requerir previamente de incompetencia, y con un alcance
subsidiario, o tras resultar fallido el intento.
El lugar de presentación de la demanda y para comparecer en el proceso es la sede del propio Tribunal. Excepcionalmente, puede presentarse en
el Juzgado de Guardia, aplicando supletoriamente la Ley Orgánica del Poder Judicial y la Ley de Enjuiciamiento Civil (artículo 80 LOTC). Se ha
rechazado en vía de recurso la presentación en las Oficinas del Delegado del Gobierno en las Comunidades Autónomas (AATC 277 y 297/1992).
Cabe ahora una presentación telemática en el registro electrónico.
Entre los requisitos de la demanda, deben exponerse los antecedentes de hecho y los fundamentos jurídicos en los que se apoya, así como la
pretensión que se formula. La demanda debe ir acompañada de la suficiente argumentación, pormenorizada y detallada, respecto de cada uno de
los concretos preceptos discutidos (STC 118/1996 en un recurso de inconstitucionalidad). En la STC 118/1998, se recordó que es una carga del
recurrente y una diligencia procesal exigible aportar una argumentación que fundamente la supuesta invasión competencial. En la STC
233/1999, se sostuvo que “no corresponde a este Tribunal reconstruir de oficio las demandas”. Los preceptos impugnados deben fijarse con rigor
en el suplico (STC 195/1998), mas ciertos errores permiten matizar este rigor en la delimitación del objeto (STC 103 /1999). Es menester
acreditar el contenido del requerimiento previo, a efectos de poder comprobar su sustancial coincidencia con los de la demanda, y no pueden
incluirse en ella preceptos no mencionados allí (STC 128/1999).
La pretensión debe apoyarse en una regla de distribución competencial. El demandante puede pedir que se declare su titularidad de la
competencia controvertida o, de forma más matizada, que se declare que el modo en que ejerce sus competencias la otra Administración invade o
aminora su ámbito competencial. También que se acuerde la anulación de la disposición, resolución o acto discutido, o bien que se declare su
inaplicación directa o, excepcionalmente, directa y supletoria en un concreto ámbito territorial. Y que se disponga lo procedente sobre las
situaciones de hecho y de Derecho creadas por la norma controvertida. Y, en su caso, puede instarse también la suspensión. El Gobierno puede
invocar en la demanda el artículo 161.2 de la Constitución, solicitando la suspensión automática de la disposición o acto recurrido (artículos 62 y
64.2 LOTC). Cabe pedir la acumulación con otros procesos de objetos conexos (artículo 83).
Trámite de inadmisión. La Ley Orgánica no lo prevé expresamente, pero cabe dictar un Auto de inadmisión del conflicto bien por la falta de los
requisitos procesales necesarios para su admisión a trámite, bien si el Tribunal aprecia de oficio o a instancia de parte su falta de jurisdicción
para conocer del asunto como ordena el artículo 4.2 de la LOTC. Uno y otro supuesto son raros en la práctica. Pero es una mejor solución procesal
que dictar una Sentencia de falta de jurisdicción a los siete años de formalizarse la demanda como se hizo en la STC 195/2001 (el caso del
Puerto de Ribadeo).
Efectos de la providencia de admisión y prejudicialidad. Admitida la demanda, se publica un edicto en el BOE y en el diario oficial autonómico
correspondiente, con el texto de la providencia de admisión, para general conocimiento. La resolución se notifica a los interesados, dándoles
cuenta, en su caso, de la suspensión acordada de la disposición o a acto controvertido (artículo 64.4 de la LOTC). De dicha providencia se da
noticia también mediante oficio al Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Autónoma correspondiente y, en su caso, al Presidente del
Tribunal Supremo, si quien defiende la disposición recurrida es el Gobierno, con el fin de que se cumpla lo dispuesto en el artículo 61.2 de la
LOTC. Esta prejudicialidad constitucional es muy importante y deben extraerse consecuencias de la misma como veremos.
Triple pronunciamiento. El artículo 66 LOTC establece que la sentencia que ponga fin al proceso efectuará tres pronunciamientos: a) declarar la
titularidad de la competencia controvertida; b) acordar, en su caso, la anulación de la disposición o acto viciado de incompetencia; y c) si fuera
menester, disponer lo procedente respecto de las situaciones de hecho o de Derecho creadas al amparo de la misma. Es frecuente que los tres
pronunciamientos coincidan en la sentencia, pero no es inevitable. El Tribunal goza de un margen de maniobra para adecuar la parte dispositiva
a los hechos. Da pie el propio precepto, puesto que afirma de manera imperativa que la Sentencia “declarará” la titularidad de la competencia
controvertida, y, en cambio, sólo “en su caso” acordará la nulidad del acto o disposición, “pudiendo” disponer lo procedente sobre dichas
situaciones de hecho y de Derecho. Sólo el primer pronunciamiento es pues indefectible. Complementariamente, el artículo 61.3 LOTC sostiene
que la decisión del Tribunal Constitucional vinculará a todos los poderes públicos y tendrá plenos efectos frente a todos; y el artículo 164.1 CE
prescribe el valor de cosa juzgada de las sentencias constitucionales.
La declaración sobre la titularidad de la competencia. La declaración general sobre la titularidad de la competencia tiene una eficacia que
trasciende la concreta disposición o acto discutidos. Este pronunciamiento principal pacifica el conflicto pro futuro al resolver las diferencias de
opinión de las partes sobre sus interpretaciones jurídicas. El alcance del fallo se proyecta sobre las ulteriores ocasiones en que la competencia
pueda ejercitarse y permite la declaración de desaparición sobrevenida del objeto en otros procesos pendientes sobre idéntico tema. Una eficacia
erga omnes, típica de los conflictos, que el Tribunal funda en el intenso efecto de vinculación a los poderes públicos y plenos efectos frente a
todos que prescribe el artículo 61.3 (STC 110/1983). Igualmente vincula a los órganos judiciales ante los que pueda encontrarse un asunto sub
iudice dada la prejudicialidad constitucional.
La nulidad de la disposición o acto. Es sólo un pronunciamiento eventual. No todo vicio de incompetencia territorial conlleva la nulidad. Según el
Tribunal Constitucional caben distintos grados de invalidez o de ineficacia de la norma: la “inaplicación directa pero no supletoria” (STC
53/1988), la inaplicación directa y supletoria” (STC 147/1991), la “nulidad” o invalidez (STC 61/1997), la “nulidad diferida” o prospectiva (STC
195/1998), y hasta pronunciamientos sobre la titularidad de las competencias que no afecten a la validez o eficacia de la norma (STC 80/1985).
Medidas de reparación. El TC debe dictar medidas correctoras o de restablecimiento de todo resultado dañino provocado por la disposición
anulada. Puede mantener la validez de las situaciones de hecho o de Derecho creadas en su día al amparo de una norma en apariencia dictada
dentro de competencia. En ocasiones, estas medidas llevan incluso a determinar, modular o excluir, los efectos demasiado tajantes de una
declaración de nulidad.
1.– A instancias del Gobierno o de los interesados. La LOTC prevé dos tipos de conflictos negativos con sujetos y procedimientos distintos. Ambos
han tenido escasa relevancia práctica. A instancias del interesado, una persona física o jurídica que se encuentra ante una doble declinatoria de
ambas Administraciones que se niegan a resolver su pretensión (artículos 68 a 70 LOTC). También cuando el Gobierno de la nación requiera al
ejecutivo de una Comunidad Autónoma para que ejercite sus competencias constitucionales y estatutarias y vea desatendido su requerimiento
(artículos 71 a 72). La reducida experiencia jurisprudencial afecta sólo a la primera vía.
Escasa frecuencia. En efecto, no ha habido un sólo litigio admitido y enjuiciado a instancias del Gobierno de la Nación frente a la inactividad o
dejación de las competencias autonómicas por parte de sus respectivos ejecutivos (artículo 71.1 LOTC), aunque se ha dudado sobre su
interposición en varias ocasiones. Únicamente se han planteado una docena de conflictos negativos a instancias de los interesados, personas
físicas o jurídicas, que han desembocado siempre en decisiones judiciales de inadmisión (AATC 142/1989, 322/1989, 357/1990…), o de falta de
jurisdicción o inexistencia de objeto de conflicto (SSTC 156/1990, 37/1992…), o de inadmisión ante la falta de los requisitos jurisprudencialmente
exigibles (STC 300/1993 a instancias del Ayuntamiento de Nerja), para tener por bien planteado el conflicto.
Inexistencia de conflictos a instancias CCAA. Una injustificable omisión del legislador –que llevo denunciado décadas– radica en la inexistencia de
conflictos negativos a instancias de las Comunidades Autónomas y fundados en la inactividad del Estado. Existe en la LOTC una desigualdad de
armas en los procesos, respecto de la situación activa del Gobierno de la Nación, desprovista de justificación alguna. Esta discriminación procesal
de las CCAA responde a una vieja lógica centralista fundada en la exclusiva atribución de la defensa del interés general al Estado. La imprevisión
legal puede producir situaciones de indefensión. A lo largo de los años 1985 y 1986, la Junta de Galicia promovió distintos conflictos contra la
omisión indebida de la aprobación por el Gobierno de varios decretos de traspasos. En las SSTC 155, 178, 179, 193 y 201/1990 el Tribunal
sostuvo que estas controversias no tenían encaje en el conflicto positivo diseñado en la Ley. El Grupo Parlamentario de Convergencia y Unión
presentó una proposición de ley de modificación de los artículos 71 y 72 LOTC en 2002, en la que se defendía la tesis que aquí se sostiene, pero
fue rechazada en trámite de toma en consideración, pese a recibir el apoyo de varios Grupos.
2.– ¿Las personas interesadas como sujetos de un conflicto constitucional? El primer tipo de conflicto negativo es a instancias de una persona
física o jurídica que recibe una doble declinatoria de competencia por parte de las Administraciones implicadas (artículo 68). Los interesados
presentan una simple solicitud de planteamiento (artículo 69.1) y es el propio Tribunal Constitucional quien, en su caso, declara posteriormente
planteado el conflicto por Auto (artículo 69.2), una vez constata que existen los requisitos procesales y la materia constitucional suficiente. Algo
que no suele ocurrir. Es el único conflicto en que así ocurre y deben extraerse consecuencias. Así es discutible que sea realmente una
controversia constitucional, algo que, por definición, sólo pueden producirse entre sujetos constitucionales de acuerdo con la historia del dogma
en Europa y la teoría de la jurisdicción constitucional, y con mayor razón a la vista de los pequeños asuntos que se han suscitado. Puede pensarse
que son el Estado y las CCAA los titulares de las competencias en conflicto y, de hecho, comparecen en el proceso como partes (artículo 69.2).
Tales datos me hacen pensar que los interesados no son los verdaderos “sujetos sustanciales” del conflicto negativo, simplemente ejercitan una
mera denuncia de la inactividad competencial y por eso luego el propio TC declara planteado el conflicto. Los verdaderos sujetos continúan
lógicamente siendo el Estado y las Comunidades Autónomas al igual que en los positivos. Discrepan de esta tesis doctrinal algunos autores y el
TC no ha entrado en la polémica.
Objeto: una diferente interpretación de las normas. Respecto del objeto, de acuerdo con una consolidada jurisprudencia (AATC 142/1989,
322/1989, 357/1990 y SSTC 156/1990, 37/1992…), para tener por planteado uno de estos conflictos es menester que concurran dos
presupuestos: haber obtenido sendas resoluciones declinatorias de competencia por parte de ambas Administraciones implicadas y, sobre todo,
que dicha negativa se funde en una diferente interpretación de las normas que integran el bloque de la constitucionalidad (artículo 69.2 LOTC).
La presencia de cuestiones fácticas o, incluso, debates jurídicos pero cuya solución no reclame de una interpretación constitucional de las reglas
competenciales no puede solventarse en este cauce (SSTC 156/1990 y 37/1992). Son necesarias dos interpretaciones contrapuestas sobre la
esfera de competencia respectiva, y derivadas de las normas que integren el bloque de la constitucionalidad. No basta con discrepancias sobre
decretos de transferencias (ATC 142/1989) o convenios. Aplicando esta doctrina, el Tribunal Constitucional ha inadmitido o declarado su falta de
jurisdicción para conocer del pleito en todas las solicitudes que se le han presentado. La relevancia de estos inexistentes conflictos negativos a mi
entender deriva de su importancia para comprender cuál sea la materia de un conflicto constitucional, algo que carece de sentido jurídico sea
distinto en los conflictos positivos.
La exigencia de agotar la vía administrativa. Por otro lado, el interesado debe agotar la vía administrativa ante ambos entes territoriales en
conflicto antes de presentar su solicitud de planteamiento. Una vez dictada sentencia se reabren por su duración ordinaria todos los plazos
administrativos agotados.
3.– A instancias del Gobierno. En el segundo tipo de conflicto negativo, el que promueve el Gobierno, éste debe requerir al ejecutivo autonómico
para que ejercite sus competencias (artículos 71 a 72 LOTC). Se entiende rechazado el requerimiento por escrito expreso o tácitamente por el
silencio del requerido transcurrido un mes. El Gobierno tiene otro plazo de la misma duración para plantear el conflicto. Si el Tribunal
Constitucional dictara Sentencia estimando el requerimiento procedente, debe establecer un plazo para que la Comunidad Autónoma ejercite la
atribución requerida.
Objeto: una diferente interpretación de las normas. También aquí el objeto del conflicto negativo se funda en una divergente interpretación de las
normas delimitadoras de competencia entre el Gobierno y una Comunidad Autónoma, y no caben controversias sobre cuestiones materiales. El
requisito se ha exigido de forma estricta. En el ATC 252/2014, el Gobierno de la nación formalizó una demanda de conflicto frente a determinadas
actuaciones de la Generalidad de Cataluña vinculadas al fondo estatal de sostenibilidad local que –estimaba– resultaban precisas conforme a un
decreto-ley del Estado. La Generalidad objetaba que no podía ejercer las funciones que se le requerían, la concesión de ayudas, porque las
mismas ya habían sido concedidas por el Estado sin que hubieran sido anuladas. La controversia se centraba pues en la interpretación de una
sentencia (STC 150/2012) respecto de unos expedientes administrativos que debieron ser transferidos, y el TC inadmitió el conflicto negativo.
Un plazo para ejercer la competencia. Esta herramienta que puede incluirse en la sentencia, requerir al demandado para que ejercite la
competencia declinada, me parece interesante y está sólo prevista en la LOTC para este proceso, a diferencia de lo que ocurre en otros modelos
de Derecho comparado en distintos procedimientos donde no es extraño prever una dead line para que el órgano que ha actuado o, dejado de
actuar, indebidamente emane una norma.
Un expediente de transformación procesal. El artículo 67 LOTC impone la tramitación del conflicto en la forma prevista para el recurso de
inconstitucionalidad, si la competencia controvertida hubiera sido atribuida por una norma con rango de ley. En este supuesto, sin que deje de ser
materialmente un conflicto, se convierte formalmente en un recurso de inconstitucionalidad en el que se enjuicia al tiempo la disposición o acto
frente al que se promovió el conflicto y la norma legal habilitante. El TC lo ha descrito como un “expediente de transformación procesal” (STC
80/1988).
La conexión entre la disposición recurrida y la ley. Este instrumento procesal se aplica para dar respuesta al problema de la constitucionalidad de
una ley por un vicio de incompetencia cuando el problema ha “surgido como tema previo al enjuiciamiento de la disposición que de modo
inmediato da lugar al conflicto” (STC 39/1982). Es siempre menester que la determinación de la competencia controvertida en la disposición o
acto objeto de conflicto venga a ser inseparable de la apreciación de la inadecuación o adecuación competencial de la ley (STC 45/1991). En
definitiva, el artículo 67 de la LOTC obliga a enjuiciar la constitucionalidad de una ley cuando constituya “uno de los presupuestos de la
competencia controvertida” (STC 8/1987).
Una vía indirecta de control de constitucionalidad por motivos competenciales. Puede considerarse como una vía incidental o indirecta de control
de constitucionalidad, dada la naturaleza del fenómeno jurídico que realmente acontece. La afirmación se apoya en las afirmaciones recogidas en
la STC 39/1982 y en autos posteriores que diferenciaron entre el incidente de constitucionalidad dispuesto en el artículo 55.2 LOTC y el del
artículo 67; se sostuvo que el artículo 55.2 no contempla una verdadera transformación del amparo en recurso directo y abstracto sino un enlace
secuencial entre dos procesos constitucionales sobre objetos distintos; a diferencia del artículo 67 que obliga a un pronunciamiento sobre la
constitucionalidad de la ley, necesariamente previo al enjuiciamiento de la disposición, pero en un único proceso (obsérvese que se dijo antes de
la reforma del citado artículo 55.2 en 2007). Es lógico concluir que el artículo 67 LOTC acaba por ser un cauce de control concreto e indirecto de
leyes inconstitucionales. Siempre que no se disocien ambas facetas. Esta caracterización se reconoció expresamente por vez primera en la STC
39/1982. Pero es no menos cierto que deben decantarse limites que impidan abusos. Por eso la jurisprudencia constitucional ha mantenido que no
puede pensarse en el mecanismo del artículo 67 como si se tratase de un recurso de inconstitucionalidad encubierto y, en consecuencia, no caben
pretensiones autónomas o independientes del objeto del conflicto.
La personación de las Cámaras. La regulación procesal permite personarse en el proceso a las correspondientes Cámaras legislativas, para que
asuman la defensa de la ley, salvaguardar el principio de contradicción (SSTC 39/1982, 49/1984 y 5/1987), y depurar el ordenamiento de leyes
viciadas de incompetencia en un mismo proceso que el conflicto. Es una diferencia con los conflictos positivos y muy probablemente sea la razón
de ser del artículo 67.
Confusión de jurisdicciones y declinatorias de jurisdicción. Estimo necesario establecer pautas de colaboración entre las dos jurisdicciones
afectadas por la intersección entre el conflicto constitucional y el recurso contencioso-administrativo a la hora de resolver muy variadas
controversias competenciales. Deberían impedirse los solapamientos con adecuadas previsiones en las leyes procesales que regulan ambas
jurisdicciones. En efecto, actualmente, un recurso contencioso-administrativo puede dar cauce a una controversia competencial entre
Administraciones y la misma controversia puede tener como cauce procesal un conflicto. La insuficiente regulación legal en las leyes de ambas
jurisdicciones ha producido una confusión que ha ocasionado distintas declinatorias de jurisdicción. No es una buena situación procesal y debería
regularse mejor.
El debate doctrinal: las tesis de la alternatividad, la exclusividad y la competencia diferenciada. Para solventar este solapamiento de
jurisdicciones, la doctrina científica ha propuesto diversas soluciones, afrontando un interesante debate doctrinal que fue intenso durante unos
años y realmente no ha culminado, pues no se ha resuelto el problema. Inicialmente, se sostuvo la tesis de la plena “alternatividad” de ambas
jurisdicciones (Eduardo García de Enterría y Tomás Ramón Fernández), con fundamento en el artículo 153. c] CE que atribuye el control de la
actividad de las CCAA a la jurisdicción contencioso-administrativa, lo que permite un uso indiferenciado o alternativo de ambas acciones y como
consecuencia genera un solapamiento de jurisdicciones. Ésta es la situación en la que aún estamos. Posteriormente, se defendió la tesis de la
“exclusividad” de la justicia constitucional en la solución de los conflictos (Francisco Rubio) al anclar el problema en el artículo 161.c] CE referido
a los conflictos de competencia ante el TC. Ambos preceptos constitucionales, los arts. 153.c c] y 161.c c], no parecen mirarse, manteniendo una
perspectiva hierática y opuesta. En tercer lugar, diversos autores –entre los que me encuentro– han sugerido distinguir las competencias de
ambas jurisdicciones tanto en las normas legales como en la jurisprudencia. Pero esta tesis no ha prosperado pese a que ha dado lugar a algunas
resoluciones tanto del TC como del TS. La tesis de la plena alternatividad parece que se mantiene en la jurisprudencia con algunas excepciones.
Sin embargo, sigo pensando que carece de justificación, puesto que la regla general en Derecho procesal no puede ser una concurrencia de
jurisdicciones sobre un mismo objeto por la confusión que genera.
¿La competencia diferenciada entre la jurisdicción constitucional y la administrativa? En efecto, conforme a la jurisprudencia del Tribunal
Constitucional (STC 195/2001) y de la Sala Tercera del Tribunal Supremo (entre otras, las SSTS 14 de octubre de 2000, recurso 3449/1992; 10 de
noviembre de 2000, recurso 1234/1995), me parece que cabría articular un principio de “competencia diferenciada” en las leyes procesales. Una
posición más operativa. Se trataría de establecer unas competencias judiciales diferenciadas en vez de concurrentes sobre la misma materia para
impedir dilaciones o indefensiones. No existe constitucionalmente un monopolio del Tribunal Constitucional en la solución de los conflictos entre
entes territoriales sino un control dual. Pero tampoco –estimo– debería haber interferencias no deseadas entre los órganos judiciales. Ante la
laguna constitucional y legal, tanto en la LOTC como en la ley de la jurisdicción contencioso-administrativa, es fundamental que ambos altos
Tribunales acierten al sentar criterios de diferenciación de sus respectivas competencias judiciales. Especialmente el Tribunal Constitucional
quien puede delimitar negativamente la competencia de la jurisdicción ordinaria al fijar la suya propia (artículo 4 de la LOTC). No obstante, la
Sala Tercera del Tribunal Supremo parece haberle tomado la delantera, entre otras, en las sentencias citadas.
Pautas para singularizar conflictos administrativos. Siguiendo los pronunciamientos del propio Tribunal Supremo, entre los estándares que
permitirían la intervención de los órganos judiciales contencioso-administrativos para resolver “conflictos administrativos” o sin relevancia
constitucional pueden señalarse los siguientes: a) la discusión de un ejercicio concreto sin que se deduzca una pretensión sobre la fijación
general de la competencia que ya ha sido normalmente precisada por la jurisprudencia constitucional, son unos “conflictos de verificación” o
aplicación de estándares ya fijados (una discrepancia fáctica sobre la actividad social de una cooperativa a efectos de su inscripción en el Caso
ATINA, STC 88/1989); b) el recurso contencioso, además de admitir la referencia al parámetro constitucional permite argumentos de legalidad,
por contrapartida, efectuar ex novo interpretaciones constitucionales corresponde únicamente al conflicto constitucional; c) no hay conflicto
constitucional cuando el juicio no consiste en una controversia competencial sino en la recta valoración de la actuación controvertida (Caso
armas largas, ATC 886/1988, la negativa del Delegado de Gobierno a autorizar el uso de estas armas por la policía autonómica; y STC 195/2001,
Caso Puerto de Ribadeo), es decir, se discute la calificación de la regularidad de una actuación administrativa o un problema fáctico; d)
tampoco hay conflicto constitucional cuando el juicio depende de una disposición que no integra el bloque de la constitucionalidad, como ocurre
con los decretos de transferencias o los cada vez más importantes convenios y acuerdos de cooperación, al igual que se ha dicho en los conflictos
negativos.
Preferencia de la jurisdicción constitucional. La relativa indeterminación de estos criterios hace que se necesario recordar la preferencia de la
jurisdicción constitucional, que se deduce tanto del artículo 161.1.c] CE, norma más específica frente a la cláusula general en materia de control
de la actuación administrativa del artículo 153.c], como de la prejudicialidad del conflicto constitucional que el artículo 61.2 de la LOTC
establece. Por consiguiente, en caso de duda del órgano enjuiciador, el Tribunal Constitucional debería afirmar su jurisdicción y los órganos de la
jurisdicción contenciosa declinar la suya. Del mismo modo, la ley alemana de la jurisdicción contencioso-administrativa establece que si un
tribunal de este orden estima que el conflicto tiene naturaleza constitucional debe trasladar al Tribunal Constitucional el asunto, declinando su
jurisdicción.
1.– Imprevisión constitucional y su introducción en la LOTC. La Constitución no incluyó los conflictos entre órganos constitucionales como
competencia del TC. Fueron introducidos un año después en la LOTC (artículo 59.1.c] y Capítulo II del Título IV, artículos 73 a 75). Pese a
producirse entonces un debate constituyente que evidenció los recelos de algunos Grupos a su inclusión, fundados en un viejo prejuicio: por qué
razón un tribunal va a resolver los conflictos con el Parlamento; al cabo, es el mismo argumento que funda el rechazo al control de la ley; un
residuo de la –desaparecida– soberanía del Parlamento frente a la soberanía de la Constitución. Sin embargo, ya hemos visto que ciertas
controversias políticas pueden ser enjuiciadas en algunos de sus ingredientes jurídicos por una jurisdicción constitucional y desde un parámetro
estable y normativo.
Estrecho círculo de sujetos. La regulación legal es manifiestamente mejorable por la cicatería con que se regulan los sujetos legitimados;
evidencia la falta de experiencia en el funcionamiento de la organización constitucional a finales de los años setenta. La primera sentencia fue la
STC 45/1986, el caso de la modificación de la elección del Consejo General del Poder Judicial, que despejó algunas dudas que la
interpretación de este proceso suscitaba. Al hilo de la misma, surgieron comentarios doctrinales que sistematizaron el conflicto, mostraron sus
carencias, y aportaron algunas reflexiones comparadas y de teoría de la justicia constitucional (García Roca, Gómez Montoro). Sin embargo, la
regulación legal permanece inalterada y no se han ampliado los sujetos.
¿Un inútil combate? Sostuve a los mediados de los ochenta que se trataba de un tratado de un inútil combate, porque la naturaleza muy política
de las controversias entre órganos constitucionales, supremos y de dirección política, hacía previsible que fuera escasamente esperable su
judicialización, pues la mayoría parlamentaria presente en todos ellos tendería a resolverlas mediante la negociación. También porque la
disciplina legal de los sujetos (artículo 59.3 LOTC) responde a un entendimiento muy elemental y antiguo de la separación de poderes, centrado
en el vértice de los tres poderes clásicos, lejano a la sofisticación de la moderna organización constitucional y a la existencia de nuevos órganos
dotados de atribuciones por la Constitución o por normas que en ella obtienen habilitación. Era y sigue siendo un conflicto residual.
Escasas demandas. En efecto, tras la referida STC 45/1986 hubo que esperar casi quince años hasta el segundo asunto, la STC 234/2000, el caso
de la declaración de urgencia en el Senado de la ley de interrupción del embarazo. Sin embargo, en la IX Legislatura, en un contexto político
muy específico, estando el Gobierno del PP en funciones y con muy débiles apoyos parlamentarios se dictaron tres sentencias más en conflictos
frente al Gobierno a instancias de Grupos parlamentarios. La STC 34/2018 sobre el abuso del veto gubernamental a las proposiciones de ley
por razones presupuestarias. La STC 44/2018 también sobre el abuso del veto presupuestario por su escasa conexión directa sobre ingresos y
gastos. Finalmente, la STC 124/2018 sobre la viabilidad del control parlamentario del Gobierno en funciones y la negativa a la
comparecencia del Ministro de Defensa. El Gobierno se negaba a someterse al control de una Cámara de la que decía no contaba con su
confianza, pero el TC rechazó esta tesis y declaró el sometimiento del Gobierno en funciones al control parlamentario. Obsérvese que la mayoría
parlamentaria no lideraba el Congreso suficientemente en esa época. Cinco sentencias en cuatro décadas es un dato que muestra que la estrecha
regulación del cauce procesal permite acceder pocas controversias.
El amparo parlamentario como conflicto encubierto. Se ha producido entre nosotros una suerte de “conflicto entre poderes encubierto”, el
recurso de amparo parlamentario frente a los órganos de dirección de las Cámaras, Mesa y Presidencia, liderados por la mayoría, a instancias de
las minorías tanto parlamentarios como Grupos. Entraña una combinación de tres elementos: a) el amparo contra decisiones parlamentarias sin
rango de ley ex artículo 42 LOTC; b) el derecho fundamental de los cargos públicos representativos a ejercer el cargo (artículo 23.2 CE); c) el
entendimiento de que este derecho garantiza el uso de las herramientas que integran el estatuto de los parlamentarios y afectan al núcleo de la
función representativa. Ha habido un buen número de recursos parlamentarios que, en otros ordenamientos como Alemania e Italia, se tramitan
como conflictos entre poderes.
2.– Sujetos legitimados: una lista cerrada de órganos constitucionales. Es muy reducido el círculo de sujetos legitimados por la Ley. El artículo
59.1.c] LOTC contempla una enumeración cerrada o taxativa de sujetos legitimados: Gobierno, Congreso de los Diputados, Senado y Consejo
General del Poder Judicial. Cualquiera de estos cuatro “órganos constitucionales” está activa y pasivamente legitimado, y pueden mantener un
conflicto entre ellos. Son esos y solo esos sujetos: es un conflicto entre órganos constitucionales y no entre poderes. No existe una cláusula
abierta como en Alemania o Italia que permita determinar los sujetos mediante decisiones jurisprudenciales ligadas a la titularidad de una
atribución o competencia que conceda a un poder público la Constitución o las leyes orgánicas. Este entendimiento del conflicto ligado
exclusivamente a los órganos constitucionales que están en el vértice de los tres poderes clásicos –ejecutivo, legislativo y judicial– restringe
mucho las controversias posibles; y carece de sentido desde la perspectiva de las garantías constitucionales, pues lo importante debería ser
preservar la división horizontal de poderes. Existen otros órganos y sujetos que podrían suscitar un conflicto entre poderes, sobre todo, las
minorías parlamentarias como fracciones de órganos. Acertadamente, no tiene legitimación el propio Tribunal Constitucional, que es un órgano
constitucional, pues nadie debe ser juez y parte. También esta excluida la Corona como jefatura del Estado, dada la irresponsabilidad regia en el
ejercicio de sus funciones. Finalmente, tampoco se contemplan las Cortes Generales, en sesión conjunta y para el ejercicio de las funciones
referidas con la Corona, previsión que hasta ahora ha producido un escaso uso, pero uno nunca sabe cuál puede ser la vida futura de una norma.
La decisión de plantear el conflicto por parte de cada una de las Cámaras corresponde al Pleno y quedan excluidos órganos internos como son las
Comisiones, la Mesa o la Presidencia. Otro tanto semejante ocurre con los demás órganos legitimados ya que la Ley específica que la decisión de
impugnar corresponde “al acuerdo de los respectivos Plenos”(artículo 73.1).
Exclusión de los órganos auxiliares o de relevancia constitucional. Tampoco acceden a las puertas del conflicto órganos de relevancia
constitucional como pueden ser el Consejo de Estado, o el Defensor del Pueblo.
El papel del Consejo General del Poder Judicial no representa a Jueces y Magistrados. En la STC 45/1986, el TC interpretó que el Consejo no
defiende las competencias de los órganos judiciales que integran el Poder Judicial; nada autoriza –se dijo– a sostener que ostenta la
representación procesal de Jueces y Magistrados. El órgano de gobierno del Poder Judicial no es representativo de los jueces. De manera que los
órganos judiciales tampoco acceden a este conflicto a través del Consejo, pese a que es evidente que pueden sostener controversias v.gr. con
Comisiones parlamentarias de investigación sobre el alcance de sus respectivas facultades y, en general, con las Cámaras, v.gr. las autorizaciones
para procesar a los parlamentarios. Existen casos de conflictos entre poderes con órganos judiciales ante la Corte Constitucional en Italia.
El confuso lugar del Tribunal de Cuentas: una solicitud a las Cámaras. La posición de este órgano ha suscitado algunas dudas. Según el artículo 8
de su Ley Orgánica 2/1982, de 12 de mayo, los conflictos que se susciten sobre las competencias o atribuciones del Tribunal de Cuentas serán
resueltos por el TC. Parecía darse legitimación a este órgano, pese a que no es un órgano constitucional sino un órgano auxiliar de las Cortes
Generales en el ejercicio de la función de control presupuestario. El precepto legal era difícilmente comprensible. Años después, la Ley 7/1988,
de 5 de abril, de Funcionamiento del Tribunal de Cuentas aclaró que no se trataba de un nuevo procedimiento ni de una nueva legitimación y que
los conflictos que afectaran a este órgano debían tramitarse a través de las Cortes Generales. El artículo 3. p] de dicha Ley atribuye al Pleno
proponer a las Cortes Generales el planteamiento de los conflictos que afecten a las atribuciones del Tribunal de Cuentas. Parece ser una mera
solicitud a las Cortes para que, en su caso, el Congreso o el Senado decidan libremente plantear o no el conflicto.
La exclusión de minorías parlamentarias o fracciones de órganos. Al ocuparme del artículo 23.2 CE y del amparo parlamentario del artículo 42
LOTC, he puesto de manifiesto que aquel instrumento, híbrido de amparo y conflicto encubierto, no protege frente al silencio o las irregulares en
las respuestas de los gobiernos, nacional o autonómicos, a los parlamentos tras las solicitudes de información formuladas a instancias de
parlamentarios. La garantía del amparo de derecho, pues, no se proyecta fuera de la Cámara y deviene en la práctica inútil. En consecuencia y
por diversas razones, no creo fuera ocioso conceder legitimación a las minorías parlamentarias o fracciones de órganos para un conflicto entre
órganos. No obstante, la jurisdicción contencioso-administrativa está revisando las respuestas gubernamentales y contribuyendo a solventar el
problema, según una línea de jurisprudencia confirmada por el Tribunal Supremo a raíz de solicitudes de información no contestadas al Gobierno
de la Comunidad de Valencia ligadas al caso de la trama Gürtel.
3.– Objeto del conflicto. No menos restrictivo es el objeto. El artículo 73.1 LOTC establece que si el Pleno de uno de esos órganos constitucionales
legitimados estimare que otro de dichos órganos “adopta decisiones asumiendo atribuciones que la Constitución o las leyes orgánicas confieren
al primero”, se lo hará saber dentro del mes siguiente a que llegue a su conocimiento “la decisión de la que se infiera la indebida asunción de
atribuciones” y solicitará que la revoque. En definitiva, el objeto del conflicto de atribuciones se construye por la Ley sobre dos pivotes: una
“decisión” de un órgano constitucional, que genera una “invasión” o indebida asunción de atribuciones de otro órgano. Veámoslo por separado.
Decisiones: actos y disposiciones generales. En primer lugar, la expresión “decisión” dista de ser muy precisa entre las fuentes del Derecho. Con
mayor concreción, nos da una pista el artículo 75.1 LOTC al decir que la sentencia determinará a qué órgano corresponden las atribuciones
constitucionales controvertidas y declarará nulos los “actos” ejecutados con invasión de atribuciones. Puede pues pensarse que una decisión es
un acto. Pero también cabe inferir, con mayor lógica procesal, que es un concepto más amplio y engloba actos, resoluciones y disposiciones
generales sin rango de ley, es decir, reglamentos, como ocurre en los conflictos positivos. No olvidemos que lo relevante en un proceso de
conflicto debe ser siempre, más que la forma o el acto impugnado, la lesión o interferencia en las competencias ajenas.
¿Conflictos sub specie legis? Los términos legales “acto” y “decisión” parecen excluir la impugnación de las leyes, entre otras razones, por la
ausencia de legitimación pasiva de las Cortes Generales, y no sólo por los mismos perfiles del término “decisión”, usado en el artículo 73.1 LOTC
y que acabamos de exponer. La experiencia de la STC 45/1986 así lo corrobora, pues muestra la impugnación por los actores de actos de trámite
de una ley, en concreto, una enmienda. Si bien no han faltaron dudas por parte de algunos autores quienes aducían que al no acceder estos
órganos constitucionales, salvo el Gobierno, al recurso o a la cuestión para impugnar las leyes podría ocasionarse una indefensión en casos de
despojos de sus competencias. La experiencia de las sentencias recaídas en 2018, dos de ellas en conflictos igualmente trabados frente a actos de
trámite en el procedimiento legislativo, el veto del Gobierno por razones presupuestarias, me parece que corrobora la tesis que se ha defendido:
la exclusión de conflictos entre órganos constitucionales contra leyes. Si bien la STC 45/1986 eludió dictar un pronunciamiento definitivo sobre el
problema.
¿Omisiones? Igualmente, se ha discutido si cabe trabar un conflicto frente a una omisión indebida de un órgano constitucional. La Ley no regula
una variante de conflicto negativo de este tipo de conflictos. Además, el artículo 73.1 se refiere a un “indebida asunción de atribuciones” y no es
fácil pensar en una invasión como consecuencia de una omisión, pues invadir es entrar en funciones ajenas por la fuerza o sin derecho. La idea
del despojo de la competencia propia como consecuencia de la invasión de otro órgano me inclina a pensar que la Ley no contempla ni permite
conflictos por omisiones. Quizás el TC pudiera flexibilizar este entendimiento si el caso llegara, pese a no existir un claro anclaje legal. Así parece
haber ocurrido en la STC 124/2018 respecto de la negativa del Gobierno en funciones a someterse a iniciativas de control del Congreso de los
Diputados.
¿Una invasión o indebida asunción de atribuciones? La primera sentencia en esta vía, la STC 45/1986, afirmó que, a diferencia de en otros
conflictos territoriales, en los que se han admitido invasiones por simple menoscabo y no por la invasión de competencias ajenas, en los conflictos
entre órganos constitucionales “el legislador no ha admitido otro supuesto que el de la estricta usurpación de atribuciones”. La respuesta parece
a primera vista correcta: adecuada a la ley procesal. Pero el razonamiento que llevó a este pronunciamiento no es acertado, porque se razonó
sobre el interés preservado en este proceso, la división de poderes, para concluir que el único vicio residenciable era el deparado por una
invasión de atribuciones. Este argumento es circular o inexistente. Por el contrario, ya he razonado al hablar de lo conflictos positivos de
competencias y la vindicatio potestatis que ocurre justamente a revés: hay un lógico interés constitucional en garantizar las reglas de la división
de poderes, ya sean horizontales o verticales y cualquiera que sea el tipo de lesión o interferencia indebida que se produzca, alejando
formalismos enervantes en el enjuiciamiento. Retengamos, en todo caso, que en los conflictos entre órganos el Tribunal sostuvo en 1986 que era
procesalmente exigible una invasión de competencias. Pero la tesis inicial no se ha mantenido en los casos posteriores, que han flexibilizado
mucho este entendimiento al igual que ha ocurrido en los conflictos positivos. En efecto, la STC 234/2000 y la STC 34/2018 han matizado la
primera doctrina, muy tajante, para admitir supuestos de interferencias que no eran verdaderas invasiones. En la segunda, la Mesa del Congreso
rechazó por abusiva la invocación por el Gobierno de artículo 134.6 CE: el veto presupuestario a la tramitación de las leyes que supongan
incremento de gasto o disminución de ingreso. Es patente que la Mesa no invadió al Gobierno ni le despojó de su competencia, pero rechazó un
entendimiento desproporcionado del privilegio gubernamental, pues la conexión con estos extremos era muy indirecta y remota. El TC avaló el
proceder de la Mesa. En la primera, la Mesa del Senado rechazó tramitar como urgente un proyecto de ley a instancias del Gobierno (artículo
90.3 CE) por presentarse de forma sobrevenida una vez ya iniciada la tramitación parlamentaria.
4.– Procedimiento.
Requerimiento previo y demanda. Es semejante a los conflictos positivos. Hay una fase previa a la presentación de la demanda de conflicto en la
cual debe presentarse un requerimiento de incompetencia al órgano que dictó la decisión invasora de atribuciones. Según el artículo 73 LOTC,
debe hacerse en el plazo de un mes desde que llegue tal decisión a conocimiento del órgano requirente. El requerimiento debe hacerse en un
escrito en el que se identifique la decisión controvertida, los preceptos constitucionales y legales supuestamente infringidos y las razones que
avalen la pretensión. Si el órgano requerido contestara que actuó en el ejercicio de sus competencias, o no diere respuesta en el plazo del mes
siguiente a la notificación del requerimiento, el órgano recurrente tendrá un mes para plantear el conflicto. La demanda deberá igualmente
identificar los preceptos que se consideran vulnerados y argumentar las razones por las cuales se estima han sido invadidas sus atribuciones,
reivindicando la titularidad de las competencias despojadas. Debe entenderse que ha de producirse, como en todos los conflictos, una sustancial
coincidencia entre el contenido del requerimiento previo y la demanda, si bien esta homogeneidad debe enjuiciarse sin formalismos. El TC dará
traslado de la demanda al órgano demandado y requerido y le concederá un plazo de un mes para formular alegaciones, emplazando también al
resto de los órganos legitimados en estos conflictos, por si estimaran oportuno comparecer. Asimismo, el Tribunal puede solicitar las
informaciones y aclaraciones que juzgue necesarias para dictar su pronunciamiento.
Sentencia. Su contenido permite un triple pronunciamiento. Primero, determinará a qué órgano corresponden las atribuciones constitucionales
controvertidas, segundo, declarará nulos los actos invasores, y, finalmente, resolverá lo que proceda sobre las situaciones jurídicas creadas al
amparo de los mismos (artículo 75.2 LOTC).
Ausencia de suspensión. No existe una previsión legal sobre la suspensión de la decisión frente a la que se traba el conflicto. A diferencia de lo
que ocurre en los conflictos territoriales. Así lo han confirmado distintos pronunciamientos (AATC 462/1985 y 565/1985). El primero de esos
autos concluyó que los poderes de suspensión del TC están tasados, y no son implícitos a su jurisdicción, y que la sentencia puede en su caso
dictar medidas de reparación. Pero se hace difícil de comprender, como en cualquier jurisdicción, las razones por las cuales se mantiene la
inexistencia de medidas cautelares en un proceso competencial y se espera a que la lesión de la competencia se produzca. Las medidas de
reparación dictadas en la sentencia pueden ser tardías y no impedir la desaparición del objeto del proceso. Tiendo pues a creer que esa
jurisprudencia de los ochenta no es convincente y debería modificarse desde una comprensión holística de la jurisdicción constitucional.
8.1. INTRODUCCIÓN
El temor hacia lo nuevo: la configuración constitucional de la autonomía local. La hipertrofia del recurso de amparo distorsionó mucho tiempo la
jurisdicción constitucional, impidió un funcionamiento equilibrado de la misma y fue causa de no pocas impaciencias y confusiones. Un Tribunal
Constitucional, agobiado por pesadas labores de inadmisión de millares de pequeños amparos, concentraba en esa tutela subjetiva la mayor parte
de sus esfuerzos, actuando como guardián de la recta actuación de los demás órganos judiciales en la garantía de los derechos en todo el
ordenamiento jurídico. Una labor –lamentablemente– imposible. Esta anómala situación, en que la parte devoraba al todo, obstaculizaba el
desempeño de otras funciones verdaderamente conectadas con la interpretación de la Constitución. También, la salvaguardia de la división
territorial del poder, incluida la autonomía local. Debe recordarse que el Título VIII de la Constitución comienza con un zaguán en que se
enuncian unos principios generales, allí el artículo 137 consagra un “Estado de tres términos” integrado por distintos entes territoriales y niveles
de gobierno con autonomía para la gestión de sus respectivos intereses. Por eso rechazar esta nueva competencia del TC, como se hizo, es hoy
difícil de entender. Recordemos que el municipalismo nace históricamente con el constitucionalismo liberal y, que, en algunos países federales,
las cartas municipales fueron incluso anteriores a las Constituciones de los Estados. En definitiva, la ley no puede disponer arbitrariamente del
interés local que la Constitución preserva ni de las competencias ligadas al mismo, si la autonomía local se reconoce como una verdadera
autonomía política según se desprende del principio democrático representativo que emana de la elección de los Gobiernos locales. Pensemos en
controversias tan importantes como la que analizó la STC 109/1998 sobre el llamado Plan Único de la Generalidad de Cataluña que centralizaba
indebidamente en la Comunidad Autónoma toda la inversión de los recursos de las Diputaciones Provinciales. O el absurdo de que fuera el
Defensor del Pueblo quien recurriera –en vez de los mismos afectados– la Ley de Presupuestos de 1999 para defender la suficiencia financiera de
los Ayuntamientos e impedir su indefensión. Son ejemplos de verdaderas controversias constitucionales que evidenciaban la necesidad de
introducir una nueva acción en defensa de la autonomía de Municipios y Provincias. No se trataba de arbitrismo, de seguir con fórmulas
cabalísticas los dictados del sistema de partidos, ni de satisfacer sin razón jurídica alguna las presiones del Municipalismo, –como algunos
dijeron–, sino de dar cabida en la teoría de la justicia constitucional a los nuevos problemas: garantizar la configuración constitucional de la
autonomía local a instancias de sus propios titulares. El conflicto local de 1999 simboliza un punto de inflexión en la comprensión e interpretación
de la autonomía local que no puede quedar ya en las exclusivas manos de la ley. Los entes territoriales titulares de una autonomía constitucional
deben tener la facultad procesal de defenderla. Es harto verosímil el riesgo de un legislador, estatal o autonómico, poco escrupuloso con la esfera
de poder local y escasamente predispuesto a compartir sus finanzas y competencias con una pluralidad de Gobiernos locales dotados de
direcciones políticas potencialmente contrapuestas.
Un Capítulo dentro del Título IV de la LOTC. La Ley Orgánica 7/1999, de 21 de abril, añadió un nuevo Capítulo IV en el Título IV de la LOTC. Un
nuevo conflicto dentro de los conflictos constitucionales: el conflicto en defensa de la autonomía local. Este proceso permite a los entes locales,
Municipios y Provincias –y también las Islas y los Territorios Históricos– impugnar normas del Estado o de las CCAA con rango de ley que
“lesionen la autonomía local constitucionalmente garantizada” (artículo 75 bis.1 LOTC).
Un conflicto local y no un amparo local. El legislador orgánico creo un “conflicto local” en vez del “amparo local” que las entidades locales y la
Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP) habían venido manejado como eslogan de sus aspiraciones bajo la influencia alemana.
Era manifiestamente improcedente un amparo, porque la autonomía local no es un derecho fundamental. Las relaciones y controversias entre
entes territoriales son competenciales y las controversias se solucionan en procesos de conflicto. No obstante, la regulación legal vino precedida
de un largo debate doctrinal y de la participación del Consejo de Estado, y aun así es manifiestamente mejorable según ha confirmado la
experiencia en su uso.
Un conflicto por obstáculos y en dos fases. La solución no era nada sencilla dada la imposibilidad de crear un recurso de inconstitucionalidad
frente a leyes estatales y autonómicas a instancias de Municipios y Provincias, sin reformar la Constitución, que contempla expresamente los
sujetos legitimados en un enunciado cerrado (artículo 162.1.a]). El legislador decidió asumir, por tanto, un planteamiento de mera ingeniería
constitucional. Es otro ejemplo claro de las numerosas distorsiones que genera la imposibilidad material de acudir a la reforma constitucional en
nuestro ordenamiento jurídico como fuente del Derecho. Una constitución rígida no puede funcionar sin reformas constitucionales periódicas. El
resultado final de la regulación legal fue un “conflicto por obstáculos”, donde es preciso sobrepasar numerosos requisitos de procedimiento de
difícil consecución, y por ello las decisiones de inadmisión han sido frecuentes; obsesionada como estaba la iniciativa legislativa gubernamental
por no sobrecargar al TC con numerosos asuntos ante la existencia de más de ocho millares de Municipios y potenciales recurrentes. Un dato que
llevó a construir una legitimación selectiva. Por otro lado, la imposibilidad de configurar un recurso directo contra leyes, un conflicto de
competencia legislativa, sin reformar la Constitución, produjo un diseño de un “conflicto en dos fases”. Un conflicto inicial que se transforma en
cuestión interna de inconstitucionalidad si es preciso declarar la inconstitucionalidad de la ley. Todo demasiado complejo.
Escasos asuntos. Se han dictado únicamente 12 sentencias, pero centradas en cuestiones sobre requisitos procesales, y 26 autos de inadmisión
hasta 2020. El caso más importante ha sido la impugnación por nada menos que 2393 Municipios de la Ley de racionalización y sostenibilidad de
la Administración local de 2013 (STC 107/2017), un supuesto que ilustra que pueden existir controversias relevantes.
8.2. SUJETOS
Legitimación colectiva y selectiva. Para impedir un exceso de demandas, la Ley diseña una legitimación por cocientes que obliga a que los
Municipios y Provincias alcancen amplios acuerdos de voluntades para impugnar las leyes estatales o autonómicas. Puede también ser
excepcionalmente El artículo 75 ter. 1 LOTC dispone que están legitimados para plantear uno de estos conflictos:
• un número de Municipios que supongan al menos un séptimo de los existentes en el ámbito territorial de aplicación de la disposición con rango
de ley, y representen como mínimo un sexto de la población oficial del ámbito territorial correspondiente;
• un número de Provincias que supongan al menos la mitad de las existentes en el ámbito territorial de aplicación de la disposición con rango de
ley, y representen como mínimo la mitad de la población oficial.
De forma complementaria, se agregaron dos Disposiciones Adicionales a la LOTC que completan esta regulación general con la finalidad de
acomodarla a las peculiaridades de las Islas en Canarias y Baleares y a los Territorios Históricos del País Vasco:
• (DA 3.ª): las referencias a las Provincias se entenderán realizadas a las Islas en las Comunidades Autónomas de las Islas Baleares y Canarias.
Además, estarán también legitimados frente a leyes y disposiciones normativas con rango de Ley de la Comunidad Autónoma de Canarias, tres
Cabildos, y de la Comunidad Autónoma de las Islas Baleares, dos Consejos Insulares, aun cuando en ambos casos no se alcance el porcentaje de
población exigido en dicho precepto. En suma, Cabildos en Canarias y Consejo Insulares en Baleares se incluyen en el conflicto local.
• (DA 5.ª.3): se concede legitimación en defensa de la autonomía foral, constitucional y estatutariamente garantizada, a los Territorios Históricos
de la Comunidad Autónoma del País Vasco mediante acuerdos adoptados por las Diputaciones Forales y las Juntas Generales. El conflicto se abre
pues a la defensa de la autonomía foral de los Territorios Históricos de Álava, Vizcaya y Guipúzcoa.
Cocientes sobre número de entes y población. La opción de la Ley por una legitimación colectiva, y selectiva o en interés de Constitución, no
meramente una tutela subjetiva, custodia la dimensión objetiva del conflicto. Se disciplinan unos cocientes elevado de número de entes y
población tanto para Municipios como Provincias elevados, y están dirigidos a favorecer la intervención de las entidades dotadas de mayor
población, así como a agregar las voluntades de numerosos de esos entes.
Acuerdo por mayoría absoluta del Pleno de la Corporación. Para iniciar la tramitación de los conflictos en defensa de la autonomía local es
necesario que el acuerdo de impugnar sea adoptado por el órgano plenario de las Corporaciones locales con el voto favorable de la mayoría
absoluta de sus miembros (artículo 75 ter apartado 2.º). La exigencia de mayoría absoluta vuelve a ser un requisito que atiende a impedir la
presentación de demandas precipitadas o escasamente fundadas. La STC 152/2016 rechazó la legitimación de un Municipio que no acreditaba
esta mayoría mediante un certificado del Secretario del Ayuntamiento, pero las exigencias de la jurisprudencia en el acuerdo no descienden a los
concretos preceptos impugnados ni a la exposición de razones pormenorizadas de la impugnación para impedir excesivos formalismos. Tampoco
es preciso señalar el número exacto de Concejales ni es obligado esperar a que la Ley impugnada sea aprobada para mostrar la voluntad de
“iniciar la tramitación” del conflicto (STC 95/2014) Ha habido pues cierta lógica flexibilidad a la hora de revisar la voluntad de recurrir de los
Municipios.
Leyes de destinatario único. En alguna ocasión puede no ser evidente determinar si el recurrente es el destinatario único de una ley, pero
frecuentemente se cumplen entonces, subsidiariamente, los cocientes de población y número de Municipios afectados, al ser aquél uno de los
principalmente afectados, y se satisface la legitimación. En la STC 95/2014, el caso del Ayuntamiento de Covaleda (Soria) impugnó la Ley
castellano-leonesa por la que se declaraba el parque natural de Laguna Negra y Círculos Glaciares de Urbión, al parecer, otros dos términos
municipales venían afectados, pero se cumplían con creces los dos cocientes señalados. Quien no es destinatario único puede satisfacer los
cocientes selectivos.
Problemas en el cómputo de los cocientes. El tiempo transcurrido ha permitido a la jurisprudencia constitucional precisar algunos extremos. El
cómputo de los cocientes ha suscitado bastantes problemas. En teoría, parecen preferibles al riesgo de fuerte litigiosidad que habría creado una
legitimación individual en manos de más de ocho mil Municipios. Pero algunos ajustes legales en los cocientes para rebajar estos altos
porcentajes podrían ser necesarios o el conflicto local deviene en la realidad imposible. Así el rechazo de la legitimación de algunos de los
Municipios en un colectivo tan amplio puede ocasionar problemas procesales posteriores y generar inadmisiones. En la STC 152/2016, se planteó
un conflicto local por el Municipio de Abrucena y otros 111 más, referido a la gestión de la parte andaluza de la cuenca del Guadalquivir y a la
forma de prestación del servicio de abastecimiento de agua. El TC calculó que la legitimación exigía el planteamiento por, al menos, 110
municipios, que constituyen la séptima parte de los 770 municipios con que cuenta Andalucía, debiendo su población ascender al menos a
1.383.821 habitantes, la sexta parte de los 8.302.922 de habitantes de la Comunidad Autónoma. Dos de los Municipios promotores no satisfacían
las exigencias de procedibilidad; a pesar de ello, los actores suponían un séptimo de los Municipios del ámbito territorial de la Ley impugnada, y
más de un sexto de la población de Andalucía, pero pudo no haber sido así.
La asistencia de asociaciones de entidades locales. El mismo artículo 75 ter, apartado 4.º, prevé que las asociaciones de entidades locales podrán
asistir a los entes locales legitimados a fin de facilitarles el cumplimiento de los requisitos de procedimiento. La consecución de estos elevados
cocientes de entes locales, y de numerosos acuerdos de voluntades en un período breve de tiempo, tres meses (artículo 75 quater), parece muy
difícil de alcanzar sin la asistencia técnica de la Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP) o de asociaciones análogas de ámbito
autonómico en la iniciativa.
8.3. OBJETO
Normas con rango de ley. Únicamente normas con rango de ley, ya sea del Estado o de las CCAA (artículo 75 bis), pueden ser objeto de
impugnación en un conflicto local. Quedan pues excluidos los actos y reglamentos con rango inferior que, como ya sabemos, revisa la jurisdicción
contencioso-administrativa. No obstante, la STC 95/2014 permitió aclarar que aunque no se impugnara en dicha jurisdicción una disposición
general o acto aplicativo de la ley, un reglamento en desarrollo de la misma, no se entiende consentida la ley controvertida y nada impide su
impugnación en un conflicto local.
¿Un conflicto local de competencia legislativa? Un conflicto en dos fases para anular las leyes. Quizás puede objetarse –por novedosa– la
disciplina de un “conflicto de competencia legislativa” y no trabado frente a disposiciones y actos de rango inferior a ley. Estamos muy
condicionados por el criterio formal de diferenciación entre “recurso” y “conflicto”, basado en el rango de la norma, que han decantado la LOTC
y, fundamentalmente, el Tribunal Constitucional en los conflictos positivos. Pero no es el único criterio concebible ni desde la Constitución ni
desde la teoría de la justicia constitucional o el Derecho comprado. Ya se ha defendido la conveniencia de introducir unos conflictos de
competencia legislativa entre el Estado y las CCAA o de éstas entre sí en la LOTC. Bien es verdad que el artículo 162.1. a] CE no menciona a
Municipios y Provincias como sujetos legitimados para impugnar las leyes. No parece que la reforma de la LOTC hubiera podido añadir más
sujetos a los legitimados para el recurso. Pero el apartado 2.º de ese precepto permite a la Ley Orgánica determinar las personas y órganos
legitimados en los demás casos, y el artículo 161.2 CE igualmente le permite atribuir otras “materias” al TC. No obstante, las dudas sobre la
constitucionalidad de la reforma, llevaron al Gobierno a diseñar un instrumento indirecto, y a que el Dictamen del Consejo de Estado, de 18 de
junio de 1998, afirmaba con prudencia que “no habría de considerarse vedado un conflicto directo respecto de leyes… siempre y cuando su fin
inmediato no sea, formalmente, alcanzar un pronunciamiento sobre su constitucionalidad o inconstitucionalidad”. Extrañamente, este órgano
consultivo sugirió, motu proprio, un diseño procesal articulado en dos fases o procedimientos: un conflicto contra leyes, limitados sus efectos a
declarar la titularidad de la competencia controvertida; seguido del planteamiento de una cuestión interna de constitucionalidad, si el Pleno
decide plantearse la inconstitucionalidad de la ley tras la resolución del conflicto que hubiere declarado la vulneración de la autonomía local.
Todo demasiado complicado.
8.4. PROCEDIMIENTO
Complejidad. La complejidad del procedimiento es, en definitiva, una de las características de la regulación de los conflictos locales. Tanto en la
legitimación selectiva o por cocientes, como en la existencia de una fase previa ante un órgano consultivo, como en la ordenación de dos fases:
conflicto y cuestión interna.
Fase previa al conflicto ante los órganos consultivos y plazos concatenados. La Ley dispone una fase previa a la formalización de la demanda
(artículo 75 ter apartado 3.º LOTC). Es menester, la intervención del Consejo de Estado o del órgano consultivo correspondiente de cada
Comunidad Autónoma allí donde exista, quien debe dictar un dictamen, preceptivo pero no vinculante, sobre la viabilidad del conflicto. Debe
solicitarse el dictamen en el plazo de tres meses desde la publicación de la ley; y dentro del mes siguiente a su recepción, podrá plantearse la
demanda de conflicto ante el TC (artículo 75 quinque). Esta fase previa, tiene inspiración en la fase de requerimientos previos en los conflictos
positivos y busca preservar dos bienes. Primero, ofrecer una opción a la legítima solución en el seno de cada Comunidad Autónoma de la disputa
entre el Gobierno autonómico y los Gobiernos locales allí ubicados. Segundo, obtener las ventajas que toda subsidiariedad comporta: dar opción a
una pronta solución del litigio y asegurarse de que lleguen asuntos verdaderamente fundados al Tribunal Constitucional, al residenciar una
primera instancia sobre el litigio, aunque sea de carácter meramente consultivo y preventivo. La jurisprudencia ha establecido que el contenido
de la demanda de conflicto debe coincidir con el de esta solicitud de dictamen, y, en consecuencia, se excluyen del objeto del conflicto lo que no
fue objeto de la solicitud de dictamen (SSTC 152/2016). Puede que este rigor sea excesivo en asuntos muy complejos.
Trámite de admisión. Después de la fase previa y una vez presentada la demanda, existe un trámite de admisión del conflicto local. Sirve para no
acumular durante años un stock de asuntos desprovistos de viabilidad. En efecto, según el artículo 75 quinque LOTC, el Tribunal puede, por Auto
motivado, inadmitir la demanda por la falta de legitimación u otros requisitos procesales, y también “cuando estuviere notoriamente infundada la
controversia suscitada”. Un juicio liminar de inadmisión por falta de contenido que el Tribunal había ya probado en los conflictos negativos, y
también en las cuestiones de inconstitucionalidad a raíz de la evolución en la exégesis jurisprudencial del artículo 37.1 LOTC. La inadmisión ha
sido utilizada con profusión en este proceso.
Comparecencia de las Cámaras. Admitida la demanda, pueden comparecer y formular alegaciones los órganos legislativo y ejecutivo de la
Comunidad Autónoma afectada y, en todo caso, los del Estado (artículo 75 quinque 2).
Una o dos sentencias. La sentencia declarará si existe vulneración o no de la autonomía local constitucionalmente garantizada, determinando la
titularidad de la competencia controvertida, y resolviendo lo que proceda sobre las situaciones de hecho o de Derecho creadas al amparo de la
norma. Pero, en su caso, la declaración de inconstitucionalidad de la ley dependerá de que el Pleno decida plantearse una cuestión de
inconstitucionalidad tras la resolución del conflicto (artículo 75 quinque 5 y 6).
No abarca la ley de bases de régimen local. Es cierto que el TC también ha afirmado la conexión entre la “garantía constitucional de la autonomía
local” y la competencia que ostenta el Estado sobre “las bases del régimen jurídico de las Administraciones públicas” (artículo 149.1.18 CE); de
tal forma que debe ser el legislador estatal, con carácter general y para todo tipo de materias y competencias sectoriales, quien fije unos
principios o bases relativos a los aspectos institucionales y a las competencias locales, con cobertura en el artículo 149.1.18 CE, siendo esa la
doctrina que ha inspirado el sistema que articula la Ley reguladora de las bases del régimen local (STC 240/2006).
Sin embargo, el Tribunal se ha limitado a decir que sus pronunciamientos (STC 11/1999, entre otras), no permiten extraer conclusiones
definitivas sobre el valor de la Ley de las Bases del Régimen Local como canon de enjuiciamiento, y que, en todo caso, no son trasladables al
conflicto en defensa de la autonomía local; y que ello es así “porque los imperativos constitucionales derivados del artículo 137 CE, por un lado, y
del 149.1.18 CE, por otro, no son coextensos” (de nuevo, STC 240/2006). No se puede –se dice– revisar una ley estatal por su adecuación a otra
ley estatal.
El razonamiento de la jurisprudencia es sorprendente, por su acusado formalismo, y viene fundado en razones poco convincentes. No es
razonable proclamar que el parámetro de control de la autonomía local no es coincidente en vía de recurso o cuestión y en vía de conflicto local, y
que es precisamente menor cuando la defensa de esa autonomía se produce a instancia de sus titulares. Por qué se puede revisar tras un recurso
o una cuestión la adecuación de una ley estatal a la ley de bases de régimen local y concluir con una declaración de inconstitucionalidad mediata,
pero no tras un conflicto local. Es un sinsentido lógico. Una muestra de un formalismo enervante, poco sensible a los principios constitucionales
que informan la autonomía local que no se garantiza en este proceso de manera real y efectiva. El TC debería actualizar su doctrina sobre el
parámetro de control y modificar su jurisprudencia.
Una configuración constitucional mínima: la obsolescencia de la tesis de la garantía institucional. Se ha decantado pues por el TC por un
contenido mínimo del conflicto local. La tesis es obsoleta. La idea de garantía institucional procede del período de entreguerras, y se aplicó más
tarde en Alemania a la autonomía local como un corolario. Pero hoy dificulta la aplicación de los principios de subsidiariedad y proporcionalidad,
como modernos instrumentos de una interpretación constitucional, a la hora de revisar las leyes que interfieran o delimiten la esfera de las
competencias que identifican el interés y la autonomía local. Parece que las mismas reticencias de los titulares de la jurisdicción local frente a
esta nueva competencia llevaron al Tribunal a construir una interpretación restrictiva del alcance del parámetro de control del proceso y de la
garantía constitucional de la autonomía local.
¿Un bloque de la constitucionalidad local? No ha querido pues el TC manejar la idea de un “bloque de la constitucionalidad local” que ha sido
defendida por varios autores. Al igual que ha hecho con las CCAA en virtud de la previsión expresa del artículo 28.1 LOTC. No se advierten
fácilmente las razones para esta distinción. Aquel mandato legal simplemente explicita, con pedagogía constitucional la realidad del
funcionamiento de una Constitución abierta que se prolonga más allá de la Constitución en los Estatutos de Autonomía de las CCAA, y en las leyes
dictadas para delimitar competencias y especificar los mandatos constitucionales y estatutarios. Ese artículo no innova lo que la misma
Constitución organiza, tan sólo lo recuerda. Tampoco lo hace el artículo 62 LOTC que, al regular los conflictos positivos, manda respetar el orden
de competencias establecido en la Constitución, los Estatutos de Autonomía y “las Leyes correspondientes”. En buena lógica y por analogía,
respecto de la autonomía local el bloque de la constitucionalidad o parámetro de control debería está formado también por la Constitución, los
Estatutos y las leyes que delimiten o atribuyan competencias, en particular, la ley de bases de régimen local que juega un papel configurador de
esta autonomía.
La Ley de Bases de Régimen Local. Bien es verdad que la Constitución no contempla una habilitación expresa a la función que cumple la ley
básica de régimen local, lo que puede pensarse restringe su papel en el enjuiciamiento, pero a la misma conclusión debería entonces haberse
llegado en los procesos de recurso y cuestión y no se ha hecho. Algunos Estatutos de Autonomía sí habilitan a sus respectivas leyes de autonomía
local para cumplir esta función.
Una interpretación conforme a la Carta Europea de la Autonomía Local (CEAL). El lugar de la la CEAL en nuestro ordenamiento jurídico es un
asunto no bien resuelto. Estimo que la Constitución, los Estatutos de Autonomía, la Ley de bases de régimen local, y la legislación sectorial
atributiva de competencias a los entes locales deben ser interpretados conforme a la CEAL. Un tratado que se acerca –sin llegar a estar dentro– al
parámetro de control o bloque de la constitucionalidad local. Son de utilidad los criterios hermenéuticos que allí se recogen. En especial, la
interesante definición de autonomía local (artículo 3). La discusión no puede resolverse aduciendo que la eventual contradicción de un tratado
internacional con la ley no es un problema de constitucionalidad (STC 142/1993). Esto es cierto, pero no es toda la verdad. Basta con poner en
conexión los principios recogidos en la CEAL con la apertura y elasticidad de las normas constitucionales, y ésta es una operación hermenéutica a
la que obligan los compromisos internacionales suscritos en el Consejo de Europa. Sorprende, por eso, la escasa atención prestada a la Carta en
la jurisprudencia constitucional. Baste una muestra: la citada STC 109/1998, sobre el régimen de competencias de las Diputaciones Provinciales
de Cataluña, el caso del Plan Único, fue dictada sin una mención a la CEAL, pese a que es notoria la relevancia de los criterios interpretativos
recogidos en el artículo 9 sobre los recursos financieros de las entidades locales.
Naturaleza jurídica. Las impugnaciones del Título V LOTC no son conflictos constitucionales sino una impugnación de disposiciones autonómicas
de rango reglamentario por parte del Gobierno de la nación. Por eso se ubican en un título propio y fuera del Título IV que se ocupa de los
conflictos constitucionales. Si bien se asemejan a los conflictos positivos entre el Estado y las CCAA, ya en que en ambos procesos se enjuician
normas de las CCAA de rango inferior a la ley, por eso tradicionalmente, se estudian junto a los conflictos. No obstante, estas acciones deben
estar fundadas en motivos de inconstitucionalidad distintos a los competenciales, según una muy consolidada jurisprudencia, y tampoco cabe
aducir razones de estricta ilegalidad.
Una acción innominada. Curiosamente, estas impugnaciones carecen de un nomen iuris o denominación específica, lo que denota su carácter
residual. Solemos referirnos a ellas con fórmulas descriptivas como es la habitual referencia al título de la LOTC donde se regulan, que poco a
nada indican. Mas preciso me parece “impugnación de disposiciones autonómicas”, porque efectivamente se recurren disposiciones de las CCAA
y ese carácter permite identificar la naturaleza el proceso, que sea motivos de inconstitucionalidad y no de legalidad va de suyo en un acceso a la
jurisdicción constitucional.
Doble desarrollo legal: Del artículo 161.2 CE, en definitiva, han emanado dos cosas distintas: un proceso autónomo y unas facultades de
suspensión en otros procesos.
Sujetos. El artículo 161.2 CE: el privilegio gubernamental de la suspensión de las disposiciones autonómicas. El proceso que nos ocupa no es
simétrico, porque los Gobiernos de las CCAA no pueden impugnar a su vez disposiciones del Estado ante el TC. El Gobierno de España es siempre
sujeto activo y los órganos autonómicos, sujetos pasivos. Una asimetría procesal que se explica en el receloso contexto del inicio de la edificación
del Estado autonómico.
Objeto. El artículo 76 LOTC identifica el objeto refiriéndose a las “disposiciones normativas sin fuerza de ley y resoluciones emanadas de
cualquier órgano” de las CCAA.
Vicio de inconstitucionalidad por motivos no competenciales. Desde el principio, el TC ha interpretado que las impugnaciones del Título V deben
estar fundados en motivos de inconstitucionalidad, y no de mera legalidad, a la vez que distintos a los competenciales (SSTC 54/1982, 16/1984,
64/1990, 66/1991…).
Solapamientos con los recursos contencioso-administrativo. Se diferencian de los recursos contencioso-administrativos en que no pueden tener
por objeto cuestiones de legalidad, a diferencia de éstos que pueden aunar discusiones de legalidad y de constitucionalidad. El Gobierno de la
Nación suele preferir en ciertos casos acudir a las impugnaciones del Título V, para asegurarse de la suspensión autonómica de la disposición
autonómica que recurre; y, últimamente, para recurrir resoluciones de los Parlamentos autonómicos que, por definición, no pueden ser revisadas
por la jurisdicción contenciosa.
Acumulación de conflicto e impugnaciones del Título V en una demanda. No ha sido extraño que el Gobierno planteara en una única demanda
frente a una disposición autonómica a la vez un conflicto positivo de competencias, aduciendo motivos de incompetencia, y, subsidiariamente, una
impugnación del Título V LOTC, referida a otro tipo de vicios de inconstitucionalidad.
Una vida lánguida durante décadas. En efecto, durante varias décadas, fue un proceso escasamente frecuentado y reducido a pequeños litigios.
Hubo ocho casos de 1980 a 1988 y luego no hubo ninguno durante unos años. Uno de los asuntos más conocidos, pero anecdótico, fue el caso de
los cangrejos de río en Castilla y León (STC 66/1991), un supuesto donde se importaron unos cangrejos no autóctonos que acabaron por hacer
desaparecer a los locales, alterando el ecosistema.
Su vuelta a nacer con el proceso secesionista en Cataluña. Las vicisitudes provocadas por el camino unilateral y al margen del Derecho hacia la
secesión en Cataluña y el nuevo incidente de ejecución de sentencia (artículo 92 LOTC), creado en la reforma de 2015, han dado una nueva vida a
estas impugnaciones con la finalidad de recurrir distintas resoluciones del Parlamento de Cataluña relacionadas con el incumplimiento de las
sentencias constitucionales. Ha habido una larga lista de sentencias que siguen esta vía procesal y derivan de ese problema: SSTC 138/2015,
147/2015, 259/2015, 120/2017, 121/2017, 122/2017,136/2018,19/2019, 98/2019, etc. Una aplicación prácticamente imposible de imaginar al
tiempo de aprobarse la LOTC, en tiempos de consenso constitucional. Es un buen ejemplo de cómo la vida de las normas, y también de los
procesos, no puede ser fácilmente pronosticada.
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14 SEP 2023
Lecciones de Derecho Constitucional. 1ª ed., agosto 2023
PARTE PRIMERA CONSTITUCIÓN, FUENTES DEL DERECHO Y JURISDICCIÓN CONSTITUCIONAL
LECCIÓN 13.ª EL RECURSO DE AMPARO
LECCIÓN 13.ª
EL RECURSO DE AMPARO1
SUMARIO: 1. NATURALEZA JURÍDICA Y CARACTERÍSTICAS GENERALES. 2. TIPOS DE AMPAROS, ACTOS IMPUGNABLES Y PLAZOS. 3.
LEGITIMACIÓN Y PARTES. 4. OBJETO: LOS DERECHOS PROTEGIDOS. 5. REQUISITOS DEL RECURSO Y DE LA DEMANDA, ADMISIÓN A TRÁMITE Y
ESPECIAL TRASCENDENCIA CONSTITUCIONAL. 6. MEDIDAS CAUTELARES Y PROCEDIMIENTO. 7. LA SENTENCIA: CONTENIDO Y EFECTOS. 8.
RECURSOS DE AMPARO PARLAMENTARIOS. 9. RECURSOS DE AMPARO ELECTORALES. 10. EL AMPARO EUROPEO O ACCESO DIRECTO ANTE EL
TEDH. BIBLIOGRAFÍA.
Naturaleza jurídica. El recurso de amparo es una acción que abre las puertas de un proceso constitucional a una persona física o jurídica, para
garantizar algunos derechos fundamentales, reparando sus violaciones y restableciendo al recurrente en la integridad de su derecho. Al tiempo,
permite al TC dar una interpretación constitucional de los derechos fundamentales, con carácter general, pero en torno a supuestos de hecho y
casos concretos que elevan los justiciables. Desde 2007, sólo se enjuician las demandas con trascendencia constitucional. Esta reforma procesal
reforzó la dimensión objetiva del amparo junto a la tutela subjetiva de cada justiciable que instan las demandas.
Objeto restringido. Por mandato constitucional, se protegen en esta vía extraordinaria únicamente los derechos reconocidos en el artículo 14 CE
y en la Sección Primera del Capítulo II del Título I de la Constitución, más la objeción de conciencia del artículo 30.2 CE, en otras palabras, los
derechos recogidos en los artículos 14 a 30 CE.
Excepcionalidad del amparo constitucional. Previamente al amparo constitucional, el ordenamiento jurídico dispone de un conjunto de recursos y
amparos judiciales donde hacer valer los derechos fundamentales por sus titulares e impetrar su protección, ya sea de forma independiente o
junto a otras cuestiones de legalidad. La falta de acceso de los justiciables a la jurisdicción constitucional, por la objetivación del amparo, no
debería generar indefensiones materiales, si el sistema de recursos previstos en todo el ordenamiento jurídico funciona adecuadamente, y los
órganos judiciales se comprometen en la protección de los derechos con sensibilidad constitucional y convencional.
¿Completitud y necesidad de la garantía? No todos los derechos de nuestra declaración en el Título I de la Constitución acceden al amparo
constitucional. Un rasgo específico de nuestro sistema. No es una solución tan frecuente en Derecho comparado, pero también ocurre así en
Polonia. Es una característica a la que nos acostumbramos en los primeros años de desarrollo constitucional y dimos por natural, pero que, de
tiempo en tiempo, se ha ido haciendo menos evidente. En efecto, estimo que el listado de los derechos que acceden a este recurso debería
actualizarse con algunos otros derechos que pueden ya protegerse perfectamente en el amparo constitucional, porque se encuentran muy
garantizados por las leyes, los reglamentos y los órganos judiciales tras cuatro décadas de desarrollo constitucional. La misma gradualidad y
realismo en la protección de los derechos que quisieron sensatamente nuestros constituyentes aconsejaría ahora incorporar a esta posición
reforzada algunos derechos en condiciones de ser tutelados en sede constitucional como pueden ser los derechos al goce pacífico de los bienes
(artículo 1 Protocolo 1 al CEDH), a la salud (artículo 43 CE) o a la Seguridad Social (artículo 41 CE).
Amparo constitucional y amparo europeo o acceso directo al TEDH. Desde otra perspectiva complementaria, deberían asimismo coincidir los
derechos que se protegen por el TC en amparo y los que acuden al TEDH en el acceso directo europeo, para evitar un inconveniente acceso per
saltum a esta jurisdicción europea, ya que restringe la subsidiariedad propia de una protección internacional y obstaculiza el derecho al recurso
efectivo ante una instancia nacional. Sería preciso para ello asegurarse de la simetría entre la declaración constitucional y la convencional, pues
existen aporías cuando menos respecto de la vida privada y familiar, el derecho al matrimonio y el derecho al goce pacífico de los bienes,
derechos que acuden al Tribunal de Estrasburgo sin pasar antes por el Tribunal de Doménico Scarlatti en Madrid.
El recurso de amparo no es definitorio de la jurisdicción constitucional europea. Conviene traer a colación que no todas las jurisdicciones
constitucionales europeas poseen un recurso de amparo constitucional. No existe en Italia ni en Francia donde la cuestión de
inconstitucionalidad a instancia de las partes cumple una función análoga al menos en la primera. El modelo español emana de la
Verfassungsbeschwerde o queja constitucional en Alemania. Si bien muchos países del este europeo, después de la caída del muro de Berlín, han
introducido esta garantía con el asesoramiento de la Comisión de Venecia del Consejo de Europa. Pero el recurso de amparo no estaba en el
origen o creación de la jurisdicción constitucional en la Europa del periodo de entreguerras ni es indefectible o definitorio de la misma, y no
apareció hasta después de la II Guerra Mundial. Por otra parte, amparo constitucional y amparo judicial cumplen funciones análogas, y también
el amparo europeo, y de todo ello hay que extraer consecuencias.
Régimen constitucional y legal. La Constitución atribuye la competencia al TC en el artículo 161.1. b], y regula en líneas generales la legitimación
en el artículo 162.1. b]. Estas normas constitucionales se desarrollan y especifican con mayor detalle en el Título III de la LOTC (artículos 41 a 58)
y se han interpretado por numerosa jurisprudencia. Ya sabemos que esta regulación constitucional y legal de nuestro amparo constitucional tiene
visible influencia alemana. También de esa experiencia comparada han venido algunos de sus problemas: el progresivo desbordamiento del
número de las demandas individuales, abiertas a millones de potenciales justiciables, y las reformas legales sobrevenidas y pensadas para frenar
la sobrecarga de recursos.
El mandato constitucional: complementariedad entre los amparos judicial y constitucional. El artículo 53.2 CE establece que cualquier ciudadano
podrá recabar la tutela de las libertades y derechos reconocidos en esos preceptos ante los tribunales ordinarios por un procedimiento basado en
los principios de preferencia y sumariedad, y, “en su caso”, a través del recurso de amparo ante el Tribunal Constitucional. En consecuencia,
cualesquiera procesos judiciales pueden pues ser usados por los justiciables para tutelar sus derechos fundamentales, junto a cuestiones de
legalidad; también los procesos específicos o amparos judiciales que están encaminados a garantizar derechos fundamentales y, finalmente, el
amparo ante el Tribunal Constitucional. Existe una relación de complementariedad entre todos estos recursos y amparos, pues cumplen los
mismos fines: la tutela de los derechos fundamentales. La restricción de la protección en el amparo constitucional a los asuntos con
trascendencia constitucional debe compensarse con el buen funcionamiento del resto del sistema de recursos en la tutela de los derechos
subjetivos.
Cualquier persona y no cualquier ciudadano. Pese al tenor literal del artículo 53.2 CE, que es técnicamente incorrecto, debe entenderse que
pueden plantear un recurso de amparo no sólo los “ciudadanos”, los nacionales españoles, como allí se dice, sino cualesquiera “personas” físicas
o jurídicas que sean titulares de un derecho o invoquen un interés legítimo, según precisa con mejor tenor la propia Constitución en su artículo
162.1. b] al regular la legitimación y el artículo 46.1 de la Ley Orgánica.
¿Subsidiariedad o excepcionalidad? El inciso “en su caso” del artículo 53.2 CE fue interpretado desde el principio en el sentido de que el acceso al
amparo constitucional era subsidiario, es decir, en defecto de otros mecanismos y tras haber agotado sin éxito la vía judicial. Pero, tras la reforma
de la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional (LOTC) en 2007 y, ante el desbordamiento del número de demandas, pasó a ser un recurso
extraordinario, ya no está garantizado el acceso individual a la jurisdicción constitucional de manera subsidiaria, y pueden ser inadmitidas las
demandas si carecen de trascendencia constitucional. La LOTC modificó la relación entre estas acciones para objetivar el amparo constitucional
y hacerlo excepcional. El amparo constitucional tiene hoy una dimensión objetiva antes que subjetiva, no ligada al interés exclusivo del
recurrente. No se trata ya de inadmitir conforme a ciertos motivos tasados sino de admitir y seleccionar lo realmente importante y con interés
constitucional.
El agotamiento de la vía previa. Carácter final. En todo caso, el pronunciamiento del Tribunal Constitucional debe ser final, una vez agotados
todos los recursos utilizables (artículo 44.1. a] LOTC), y ningún órgano judicial del ordenamiento español puede pronunciarse posteriormente.
Este carácter final preserva la autoridad del TC como intérprete supremo de la Constitución (artículo 1.1 LOTC) y el valor de sus precedentes. Así
en Estados Unidos suele decirse: no es que la Corte Suprema “sea final porque es infalible, pero es infalible porque es final”. Si bien la
superioridad y carácter final del TC se ha visto corregida y transformada por la posterior intervención en la tutela de derechos del TEDH y del
TJUE, a su vez, intérpretes supremos de otros ordenamientos a los que España pertenece, respectivamente, la Unión Europea y el Consejo de
Europa donde se aloja el sistema del Convenio Europeo. Por eso abordaremos, al final de la lección, el amparo europeo o acceso directo ante el
TEDH con el fin de evidenciar su intersección con el amparo constitucional.
La invocación temprana del derecho fundamental. De forma complementaria, es preciso haber invocado el derecho fundamental que se lleva al
amparo constitucional “tan pronto como” hubo ocasión para ello (artículo 44.1.c] LOTC) y desde que se tuvo noticia de la violación por cualquier
medio. Esta colaboración de los justiciables permite satisfacer el principio de subsidiariedad y dar pronta ocasión a los órganos judiciales de
reparar la lesión del derecho fundamental sin necesidad de esperar al amparo constitucional. En modo alguno degrada tales derechos a la
condición de derechos rogados, como se ha dicho apresuradamente, sino que impide prácticas dilatorias y obstruccionistas en el buen
funcionamiento de la justicia, como v.gr. puede ser ocultar cualquier irregularidad en la composición de la Sala sentenciadora, en vez de
denunciarla para que pueda ser subsanada, con la finalidad de traerla a colación al acabar el proceso judicial, si la sentencia final no fuera
favorable a la parte.
Una pretensión constitucional y concreta. En el recurso de amparo constitucional, no pueden hacerse valer otras pretensiones que las dirigidas a
restablecer o preservar los derechos fundamentales (artículo 41.3 LOTC). La demanda de amparo no es una última instancia o recurso con el cual
prolongar el debate de legalidad mantenido ante los distintos órdenes de la jurisdicción ordinaria sino un acceso a otra jurisdicción distinta: la
constitucional. Pero esta diversa naturaleza no siempre se percibe con claridad por la defensas de los recurrentes en muchas demandas de
amparo que tienden a confundir ambas cosas y a llevar al juicio de amparo discusiones de estricta legalidad, consciente o inconscientemente,
invocando como un simple apósito la tutela judicial efectiva o alguna garantía constitucional en el proceso, Una forma de prolongar
artificialmente el debate ya cerrado ante la jurisdicción ordinaria en una sentencia firme tras varias instancias. Estas demandas que realmente
suscitan cuestiones de legalidad vienen abocadas a la inadmisión. Del mismo modo, el recurso de amparo solo puede pretender reparar lesiones
concretas y efectivas de derechos fundamentales, y no es un cauce adecuado para efectuar juicios abstractos de inconstitucionalidad de normas
generales.
Frente a violaciones causadas por poderes públicos y privados. Los sujetos pasivos que pueden vulnerar los derechos protegidos y ocasionar la
lesión de la que trae origen el amparo pueden ser tanto poderes públicos como privados. Los derechos fundamentales son prohibiciones de
interferencias arbitrarias y delimitan un ámbito en la esfera propia de la competencia de los individuos y los grupos. Pero son también mandatos
de protección a los poderes públicos de los cuales surgen obligaciones positivas de asegurar de forma efectiva el contenido de los derechos frente
a cualesquiera violaciones, según ha explicado el TEDH. Por consiguiente, necesariamente operan, en las relaciones inter privatos, y los poderes
públicos deben asegurarse de ello. También los ciudadanos están sujetos a la Constitución con mayor intensidad que al resto del ordenamiento
jurídico (artículo 9.1 CE). Las normas reconocedoras de derechos son normas objetivas, dotadas de un acusado interés general, que limitan el
alcance de la autonomía negocial o privada. Es manifiesto que muchas de las lesiones de derechos más frecuentes no proceden ya de las
Administraciones públicas y sí de los particulares, en concreto, los poderes privados.
Con el mismo sentido, la Ley Orgánica afirma que el amparo protege frente a las violaciones de los derechos originadas por “disposiciones, actos
jurídicos, omisiones o simple vía de hecho de los poderes públicos del Estado, las Comunidades Autónomas y demás entes públicos de carácter
territorial, corporativo o institucional, así como de sus funcionarios y agentes” (artículo 41.2 LOTC). La garantía es omnicomprensiva y abarca
todos los sujetos que sean poderes públicos –gobiernos, administraciones, funcionarios e incluso los parlamentos– y todos sus actos y hechos con
excepción de las leyes. Pero incluye también lo que la doctrina científica ha dado en llamar “poderes privados”, (Giorgio Lombardi) entidades
como son empresas, medios de comunicación, iglesias, o partidos políticos que no están en relación de igualdad con las personas ordinarias sino
en una situación acusada de poder o supremacía.
Dritwirkung o eficacia horizontal de los derechos fundamentales. Es así muy relevante el poder privado sobre los trabajadores que emana de la
relación laboral, pero el contrato no permite prácticas de feudalismo industrial que excluyan los derechos. También son notorias las agresiones a
los derechos de la personalidad que pueden proceder de ciertos ejercicios irrestrictos de la libertad de información. Para ello la jurisprudencia
constitucional acude a la técnica de la Drittwikung mediata, de origen alemán y construida allí por el Tribunal Central de Trabajo en el seno de las
relaciones laborales, según la cual se reconoce la eficacia horizontal o entre privados de los derechos fundamentales. Con la finalidad de enjuiciar
en amparo estas lesiones, se imputa la violación del derecho, mediante una ficción, bien a la ley que generó la lesión o subsidiariamente al órgano
judicial que no la reparó. Debería avanzarse hacia el reconocimiento de la eficacia directa o inmediata de los derechos sin este artificio, pero, de
un lado, en muchas ocasiones es imprescindible la mediación del legislador y, de otro, cierta contención puede ser prudente pues la vinculación a
la Constitución de los poderes públicos es positiva y más intensa que la vinculación negativa de los ciudadanos. Acaso una reforma silente de la
jurisprudencia se ha producido, pues el Tribunal Constitucional tiende desde hace tiempo a enjuiciar estos amparos contra poderes privados sin
hacerse mayores preguntas teóricas.
Tribunal de amparo o el monocultivo del amparo. El Tribunal Constitucional controla la constitucionalidad de las leyes, resuelve los conflictos
constitucionales y enjuicia las demandas de amparos que presenten las víctimas, pero la hipertrofia de los recursos de amparo ha devorado
prácticamente la jurisdicción constitucional y suponen todos los años bastante más del 90% de las demandas presentadas. El Tribunal
Constitucional es un Tribunal de amparo y eso le otorga una legitimidad difusa o capilar en sus relaciones con los justiciables, al llevar los
derechos fundamentales a cualquier parte del ordenamiento jurídico. Pero no olvidemos que el control de la leyes es la función principal e
indefectible, la razón de ser, de la jurisdicción constitucional. Las cosas no pueden entenderse en Derecho sólo a la luz de datos estadísticos.
Amparos frente actos parlamentarios, judiciales, del ejecutivo o mixtos, y sus respectivos plazos. La LOTC regula de forma separada: amparos
parlamentarios, judiciales y frente al ejecutivo. Cuando se recurre a la vez un acto del ejecutivo y las posteriores resoluciones judiciales que lo
confirman incurren en nuevas lesiones de derechos, estamos ante un amparo mixto. Existen tres tipos de recursos de amparo según el poder
público del cual emana la disposición, resolución o acto recurrido:
• el artículo 42 LOTC permite impugnar las “decisiones o actos sin valor de ley”, emanados del Congreso o del Senado o de cualquiera de sus
órganos o de las Asambleas legislativas de las Comunidades Autónomas, en el plazo de tres meses desde que con arreglo a las normas internas de
las Cámaras sean firmes;
• el artículo 43 LOTC hace lo mismo respecto de las “disposiciones, actos jurídicos, omisiones o simple vía de hecho” del Gobierno o de sus
autoridades o funcionarios, o de los órganos colegiados ejecutivos de las Comunidades Autónomas; es preciso haber agotado la vía judicial
procedente y debe interponerse el recurso en el plazo de veinte días hábiles desde la notificación de la última resolución judicial recaída;
• el artículo 44 LOTC autoriza a recurrir las violaciones que tuvieran su origen inmediato y directo en un “acto u omisión” de un órgano judicial,
es preciso haber agotado todos los medios de impugnación previstos, que la violación del derecho fundamental se haya denunciado formalmente
en el proceso previo “tan pronto como, una vez conocida, hubiere lugar para ello”; el plazo es de treinta días hábiles a partir de la resolución que
agota la vía judicial previa.
En la reforma de la LOTC en 2007, se modificaron estos plazos con mala técnica legislativa, pues carece de sentido procesal alguno que los
amparos del artículo 44 LOTC tengan un plazo de treinta días, tras la ampliación efectuada, y los del artículo 43 mantengan el viejo plazo de
veinte días, siendo una misma la razón de decidir en ambos supuestos. Esta asimetría en los plazos no es lógica sino parece que fue fruto de un
error del legislador.
21.– Amparos frente a decisiones parlamentarias firmes y sin rango de ley. Pueden impugnarse resoluciones y actos del Congreso y del Senado o
de los diecisiete Parlamentos autonómicos. Su impugnación demanda que estos actos sin valor de ley sean firmes conforme a los Reglamentos
parlamentarios, y, en el caso de acuerdos o resoluciones de la Mesa, los Reglamentos parlamentarios suelen reclamar la presentación de una
solicitud de reconsideración para adquirir firmeza. Pero, propiamente, no existe una vía parlamentaria previa: la solicitud de reconsideración no
es realmente un recurso en sentido estricto. Se estima que este recurso de amparo es directo ante el Tribunal Constitucional y no subsidiario
como el resto. Es el único supuesto en que así ocurre, una vez derogado el amparo frente a la denegación de la objeción de conciencia (artículo 45
LOTC) en 1984. Más adelante, abordaré el estudio separado de este tipo de amparos que encierran una muy específica controversia
constitucional y han construido un derecho fundamental muy original y típico de la jurisdicción constitucional española. Simplemente adelantaré
que en nuestro ordenamiento no cabe un recurso de amparo contra leyes ni aunque se trate de leyes autoaplicativas o de leyes singulares o de
destinatario único.
22.– Amparos frente actos del ejecutivo. Por “disposiciones, actos jurídicos, omisiones o simple vía de hecho” (artículo 43 LOTC) debe entenderse
cualquier reglamento o acto administrativo o actuación fáctica o las omisiones indebidas de las mismas. Por mencionar algunos ejemplos de este
tipo de recursos y visualizar los supuestos, cabe pensar en un recurso frente a una sanción administrativa que viole el principio de legalidad o las
garantías de procedimiento; o la resolución de un recurso de acceso a la función pública que transgreda los principios de mérito y capacidad y por
ende el artículo 23.2 CE o siente una arbitrariedad en los requisitos del propio baremo; o cualquier reglamento que regule una materia violando
derechos fundamentales; o un reglamento administrativo discriminatorio, etc.
23.– Amparo frente actos judiciales. Puede también trabarse el amparo frente a un acto u omisión judicial, una resolución judicial firme, o la
omisión de las mismas como v.gr. puede ocurrir cuando se denuncien unas dilaciones indebidas. Debe agotarse la vía judicial mediante los
recursos razonablemente exigibles. La presentación de recursos extemporáneos o manifiestamente improcedentes puede llevar a que se estime
prolongada artificialmente la vía judicial e incumplido el plazo para la presentación del amparo constitucional. También es menester invocar el
derecho fundamental supuestamente lesionado tan pronto como hubo ocasión para ello. Según el artículo 44 LOTC, debe asimismo poderse
imputar la lesión, “con origen inmediato y directo”, a un órgano judicial, pero con frecuencia la irregularidad emana realmente de la ley que el
órgano judicial simplemente aplica, y la sentencia de amparo acaba estimando que el órgano judicial violó el derecho fundamental, o le pide al
mismo que haga una interpretación correctora –si no manipuladora– de los defectos de la ley integrándola con la Constitución. No son extrañas
las demandas que carecen de los requisitos procesales, porque no se agotó en la forma debida la vía previa, o no se invocó el derecho
fundamental cuando hubo ocasión, y el recurrente descubre tardíamente sus derechos fundamentales y pretende hacerlos valer en el amparo de
forma intempestiva. Por ofrecer algunos ejemplos frecuentes de estos amparos: sentencias desprovistas de una suficiente motivación, o que
resultan incongruentes respecto de la pretensión de la parte y alteran los términos del debate procesal, o donde la práctica de la prueba incurrió
en irregularidades lesivas de derechos fundamentales, o donde no hubo una verdadera prueba de cargo que permitiera desvirtuar la presunción
de inocencia, o donde la duración del proceso fue excesiva para los estándares habituales por la pasividad del órgano judicial o las deficiencias
estructurales del sistema, etc.
24.– Amparos electorales. Fuera de la LOTC y dentro de la LOREG se encuentran dos tipos de amparos lectorales con características muy
específicas y de los que más adelante me ocuparé. Han servido para constitucionalizar buena parte de los conflictos electorales al hilo de la
protección del derecho de sufragio como derecho fundamental. Un resultado que el constituyente no imaginó ni pretendió, pero que ha producido
positivos efectos.
25.– Actos impugnables: actos de los poderes públicos. El artículo 41.2 LOTC precisa que el recurso de amparo constitucional protege frente a
violaciones de derechos originadas por “disposiciones, actos jurídicos, omisiones o simple vía de hecho” “de los poderes públicos del Estado, las
CCAA y demás entes públicos de carácter territorial, corporativo e institucional, así como de sus funcionarios y agentes”. La suma de ambas
cláusulas hace impugnable prácticamente cualquier actuación de todos los poderes públicos, potencialmente lesiva de derechos fundamentales,
pues la noción “poderes públicos” debe entenderse en un sentido amplio mediante una interpretación extensiva. Así p. ej. la STC 35/1983
entendió impugnable el acto presuntamente denegatorio de una solicitud de rectificación por parte de TVE, una sociedad con naturaleza de entre
privado, una entidad que acaso podía no haber sido considerada como un ente público desde una consideración más formalista, que el Tribunal
Constitucional rechazó. Se razonó que la noción de “poderes públicos” que utiliza la Constitución (artículos 9, 27, 39 a 41, 44 a 51, 53 entre otros)
es un concepto genérico que incluye todos aquellos entes y órganos que ejercen un poder de imperio, procedente del Estado, y que lo público
establece una conexión con la idea de “servicio público” que hace posible su prestación en una especial relación de dependencia con los poderes
públicos, aunque sea mediante fórmulas empresariales de Derecho privado.
Actos de poderes privados. Ya se ha razonado sobre el enjuiciamiento en amparo de los actos de poderes privados que vulneren derechos
fundamentales. Pese al tenor muy restrictivo del artículo 41.2 LOTC, que menciona únicamente a los poderes públicos, la jurisprudencia
constitucional ha flexibilizado o relativizado esta exigencia, aplicando la teoría de la Dritwirkung o eficacia mediata de los derechos
fundamentales e imputando la lesión, mediante una finta argumental, a la ley o a la sentencia que no reparó la violación.
Disposiciones generales: ¿un juicio concreto o abstracto? Del tenor literal de los artículos 41.2 y 43 LOTC, se desprende con claridad que un
reglamento o disposición general puede ser impugnado en un recurso de amparo, a diferencia de lo que ocurre con las normas con rango de ley.
La controversia se ha centrado en determinar si cabe un control directo, general y abstracto de la norma reglamentaria por la vulneración de
derechos fundamentales; o, por el contrario, el enjuiciamiento reclama la existencia de una lesión concreta, real y efectiva de los derechos del
recurrente sin revisar la norma en abstracto sino ligada a su aplicación. La cuestión está también ligada al carácter del sujeto legitimado que
permite limitar el control directo de textos y hace inviable una impugnación abstracta a instancias de un particular (ATC 40/1982). La STC
141/1985 –que invoca la STC 31/1984– razonó que el recurso de amparo no tiene por objeto dilucidar la constitucionalidad o la legalidad de las
normas reglamentarias, una labor que corresponde a la jurisdicción contencioso-administrativa. El artículo 43 LOTC permite el recurso de
amparo –se dice– cuando existan violaciones que estén originadas por disposiciones del Gobierno, pero sólo cuando a ellas se anude la violación
de un derecho fundamental. Pese a estas rotundas afirmaciones de principio, la sentencia revisó luego en abstracto la constitucionalidad del
régimen disciplinario del cuerpo superior de policía a instancias de una central sindical. De manera que el asunto es algo más complejo.
3. LEGITIMACIÓN Y PARTES
Legitimación: la persona directamente afectada y que haya sido parte en la vía previa. La legitimación procesal entraña la titularidad de la acción
y permite su ejercicio para acceder al proceso. Están legitimados para interponer el recurso de amparo constitucional (artículo 46 LOTC): a) la
“persona directamente afectada” cuando se trata de un amparo frente a un acto parlamentario; y b) quienes hayan sido “parte en el proceso
judicial” correspondiente cuando es un amparo frente a un acto del ejecutivo o del poder judicial. En uno y otro caso, siempre que se invoque un
“interés legítimo”. La diferencia procede de que, en los recursos frente a actos parlamentarios, no existe vía judicial previa y se acude
directamente al amparo constitucional por la persona afectada, ya sea un parlamentario o un Grupo. Está pues legitimada la persona titular del
derecho fundamental o quien invoque un interés legítimo, es decir, quien se encuentre directamente afectado por la lesión en cuanto víctima
potencial o indirecta como v.gr. ocurre con los familiares y causahabientes del desaparecido titular de un derecho. Puede haber una legitimación
procesal sin titularidad del derecho, y bastar con un interés legítimo.
Personas físicas o jurídicas. Intereses colectivos. Insistiré en que, según reconoce expresamente el artículo 162.b] CE, está legitimada para
interponer un recurso de amparo “toda persona natural o jurídica” que invoque un “interés legítimo”. Se ha reconocido la legitimación a personas
jurídicas de Derecho público (v.gr. la STC 173/2002 reconoce como recurrente a la Generalidad de Cataluña en defensa de su derecho al proceso
debido y la prohibición de indefensión) e incluso a entidades desprovistas de personalidad jurídica como son los Grupos parlamentarios. También
a entidades representativas de intereses colectivos o difusos como pueden ser sindicatos, colegios profesionales o asociaciones.
Una devaluada legitimación institucional. En ambos supuestos y junto a esta legitimación individual existe otra legitimación institucional, de
forma complementaria, que prevén la Constitución y la LOTC y está en manos del Defensor del Pueblo y del Ministerio Fiscal. Pero rara vez suele
ejercerse. La previsión legal ha dado muy poco juego, previsiblemente, por tres razones. Primero, porque es difícil acantonar un espacio natural
para ella, de no tratarse de un interés colectivo o difuso. Segundo, porque cualquier persona, incluso sin medios económicos suficientes, puede
acudir por sí misma al amparo constitucional sin necesidad de pedir el apoyo de estas instituciones, y reclamar su derecho al beneficio de justicia
gratuita; ambas cosas son bienes sustitutivos que pueden usarse en lugar del otro instrumento. Tercero, porque los breves plazos del amparo
constitucional juegan también para esta instituciones que reciben quejas de particulares o conocen de sus pretensiones y necesitan tiempo para
analizar una demanda y decidir presentarla, tampoco se sabe muy bien siguiendo qué criterios. Si el recurso lo plantea una de estas instituciones,
la Sala lo comunicará a los posibles agraviados que fueran conocidos y ordenará su publicación en el BOE a los efectos de que comparezcan otros
posibles interesados.
Un interés legítimo. La Ley Orgánica (artículo 46) especifica el mandato constitucional (artículo 162.1.b CE) que impone que puede interponer el
recurso de amparo toda persona natural o jurídica que invoque un “interés legítimo”, es decir, conforme a Derecho. Pero la cláusula
constitucional es más amplia. Este concepto debe comprenderse como la capacidad para ser parte en un proceso al tener un interés, individual o
colectivo, y hallarse en una situación de ventaja o utilidad jurídica distinta y más cualificada respecto de la que poseen otras personas. El interés
legítimo se identifica con la obtención de un beneficio o la desaparición de un perjuicio. Adviértase que el desarrollo legal limita o restringe
indebidamente la legitimación procesal, centrándola en la persona directamente afectada y que haya sido parte en la vía previa. La Ley Orgánica
debe pues integrarse y completarse conforme al mandato constitucional como aquí se ha hecho.
Partes: actor, demandado, coadyuvante del demandado, Ministerio Fiscal, Abogado del Estado. Una vez abiertas las puertas del proceso con el
ejercicio de la legitimación y tras la admisión de la demanda de amparo, son partes en el proceso constitucional el actor, demandante o
recurrente, es decir, quien presenta el amparo, también la Administración demandada, ya sea ejecutiva o parlamentaria, o el órgano judicial cuya
decisión se recurre. Puede actuarse procesalmente asimismo en la condición de coadyuvante del demandado (artículo 47 LOTC), cualquier
persona favorecida por el acto recurrido y que ostente un interés legítimo, así p. ej. el candidato que obtuvo plaza en un concurso de acceso a la
función pública que comparece defendiendo sus intereses y la posición de la Administración demandada frente a la impugnación del acuerdo de
adjudicación de la plaza. La demanda del actor centra el proceso con sus alegaciones y con su pretensión y causa de pedir. Comparece
igualmente el Ministerio Fiscal quien asume un papel –algo desdibujado– “en defensa de la legalidad, de los derechos de los ciudadanos y del
interés público tutelado por la ley” (apartado 2.º del mismo precepto). En la práctica y según mi propia experiencia, el Ministerio público asume
un rol secundario y sus alegaciones suelen ser sucintas, con frecuencia por forma, y no suelen aportar mucho al debate procesal; probablemente
porque se solapan con las intervenciones del demandante o de demandado, salvo en cuestiones con mayor interés general o carga política.
Igualmente puede personarse el Abogado del Estado, si estuviere interesada la Administración pública (artículo 52.1 LOTC). Conforme al artículo
51.2 LOTC, el órgano judicial o autoridad de la que dimane la decisión emplazará a quienes fueron parte el procedimiento antecedente y remitirá
las actuaciones.
Los derechos de los artículos 14 a 30 CE: derechos fundamentales en sentido estricto. Insistiremos en que son susceptibles de recurso de amparo
no todos los derechos del Título I sino sólo aquéllos que el artículo 53.2 CE prescribe, que son los reconocidos en los siguientes preceptos
constitucionales: el artículo 14 y la Sección primera del Capítulo II (artículo 15 a 29), más la objeción de conciencia prevista en el artículo 30 CE.
Constituyen lo que habitualmente llamamos derechos fundamentales en sentido estricto o de núcleo duro. Por más que no deje de ser paradójico
reconducir la fundamentalidad de un derecho, no a su conexión directa con la dignidad humana y el libre desarrollo de la personalidad, sino a sus
mecanismos de protección. Algo que se asemeja a la imagen de quien pone un carro delante de los bueyes. En definitiva, se protegen con este
recurso derechos como son: la tutela judicial efectiva y el proceso debido en sus distintos ingredientes (los derechos más transitados en amparo);
los derechos al honor, la intimidad y la imagen; las libertades en la comunicación; la participación en asuntos públicos; los derechos en la
educación; las libertades sindical y de huelga, y el derecho de petición. No todos estos derechos poseen las mismas estadísticas judiciales ni son
invocados en demandas de amparo con la misma frecuencia. Pero la importancia de un derecho y una garantía no deriva del número de las
sentencias que se ocupan del mismo. La relevancia de los derechos fundamentales para la dignidad humana y el libre desarrollo de la
personalidad no pueden comprenderse desde una perspectiva estadística o economicista, derivada del número de las infracciones e
incumplimientos.
Exclusiones: principios rectores y derechos constitucionales. Quedan, por tanto, fuera del amparo constitucional todos los “principios rectores de
la política social y económica” recogidos en el Capítulo III del Título I de la Constitución, así llamados según la terminología constitucional –ya
muy discutible–, esto es, los “derechos sociales, económicos y culturales” de acuerdo con una denominación más moderna, universalista y
precisa. La diferencia tiene que ver con la vieja controversia sobre su condición de verdaderos derechos subjetivos y su fundamentalidad, ya que
son en su mayor parte derechos de prestación, y, en especial, porque albergan las limitaciones derivadas de las disponibilidades presupuestarias:
el límite de lo financieramente posible. Pero también se excluyen los derechos constitucionales o derechos fundamentales en sentido amplio
reconocidos en la Sección Segunda del mismo Capítulo II (artículos 30 a 38 CE) donde se reconocen derechos tan relevantes y clásicos desde el
primer constitucionalismo liberal como son la propiedad, que sí accede en amparo ante el TEDH, o la libertad de empresa.
Gradación de los derechos y la necesidad de la actualización del elenco. Esta gradación de los derechos u ordenación en grados sucesivos para su
protección que el artículo 53 CE realiza respondía a imperativos de realismo en la constituyente. Pero la misma filosofía realista de la Ley
Fundamental debería abrir la puerta a su progresiva inclusión en el objeto del recurso según se produzcan en la realidad social las condiciones
materiales suficientes para su protección. Por lo demás, la sistemática y ubicación de los derechos en el Título I dista de ser perfecta y existen
derechos con escasa relevancia dentro de la Sección Primera como es el derecho de petición (artículo 29 CE), y otros sustanciales están en la
Sección Segunda como son los mencionados derechos a la propiedad privada y a la libertad de empresa, o incluso en el Capítulo III, según ocurre
con los derechos a la salud y a la Seguridad Social. Finalmente, no son simétricas en su objeto la declaración de derechos del Título I con el
Convenio Europeo de Derechos Humanos y con la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión. En definitiva, me parece que el artículo 53 CE
puede haber envejecido y demandar algunos ajustes para su actualización mediante una reforma constitucional. Estimo también que deberían
incorporarse con rango constitucional ambas declaraciones de derechos por su condición materialmente constitucional, al igual que ocurre en
otros países europeos, y para facilitar las crecientes intersecciones entre los controles de constitucionalidad y convencionalidad.
Ampliación mediante una interpretación sistemática y por carambola. Algunos derechos y preceptos constitucionales se han reconducido al
amparo constitucional mediante una interpretación sistemática, de manera indirecta y por carambola (par ricochet), ampliando el objeto del
recurso. Así, pronto, el TC llevó la libertad de partidos político y sus manifestaciones (artículo 6 CE) al derecho de asociación (artículo 22 CE), y la
prohibición de mandato imperativo de los representantes (artículo 67.2 CE) al derecho a acceder y permanecer en los cargos públicos
representativos (artículo 23.2 CE). También se ha reconducido la exigencia de motivación de las resoluciones judiciales (120.3) y la potestad de
ejecutar lo juzgado (artículo 117.3), en cuanto ingredientes de cualquier jurisdicción desde una perspectiva heurística, a los contenidos del
derecho a la tutela judicial efectiva (artículo 24.1 CE).
Infracciones del Convenio Europeo. Las eventuales lesiones de la Declaración Universal de Derechos Humanos, los dos grandes Pactos
Internacionales que de ella derivan, o, en especial, el Convenio Europeo de Derechos Humanos, entre otros, no convierten en parámetro de
control de la constitucionalidad y objeto del amparo a esta declaraciones internacionales de derechos. Sin perjuicio de que esta argumentación se
antoje algo formalista y necesitada de mayores matizaciones, porque el valor informativo de nuestros derechos constitucionales que poseen estos
tratados y acuerdos internacionales según el artículo 10.2 CE, la cláusula constitucional de apertura al Derecho Internacional de los derechos
humanos, lleva a que deban ponerse en conexión sus mandatos con los contenidos de los derechos reconocidos en la Constitución, mediante una
obligada interpretación conforme y secundum Conventionem.
El abuso del recurso de amparo. Existe una tendencia en la realidad de las cosas a transformar, en muchas demandas, cualquier cuestión de
legalidad en un debate con apariencia de controversia sobre derechos fundamentales. Se provoca así un debate artificial o forzado en sede de
justicia constitucional con el fin de intentar una instancia más que revise la decisión judicial ya adoptada en el proceso ordinario y que ha
devenido firme en sentencia. Sin embargo, el recurso de amparo constitucional no es una instancia judicial que pueda reabrir el debate de
legalidad en vez de un proceso distinto y excepcional o extraordinario con un objeto circunscrito al análisis de las lesiones de algunos derechos
fundamentales. Tiene un objeto independiente aunque esté conectado con el objeto del proceso judicial previo, pero no hasta el punto de que no
quepa relativamente disociarlos. Este abuso del recurso en demandas notoriamente mal fundadas se comprende a veces por la voluntad de
alcanzar diversos objetivos ilícitos y no previstos entre los fines naturales o regulares de las normas que regulan el amparo constitucional v.gr.
dilatar el pago de una cantidad, o retrasar el lanzamiento y desahucio de una vivienda, o dificultar la readmisión de un trabajador indebidamente
despedido, etc. Esta situación, en la realidad de las cosas, está en el origen de la reforma del amparo sobrevenida en 2007 para objetivar el
amparo en torno a la noción de trascendencia constitucional, y restringir el acceso a la jurisdicción constitucional de demandas de protección de
derechos fundamentales artificiales o forzadas, e incluso abusivas, que impedían el normal funcionamiento de la jurisdicción.
Admisión a trámite por providencia. La demanda de amparo debe ser objeto de una decisión de admisión a trámite según prescribe el artículo
50.1 LOTC. Una Sección, por unanimidad de sus miembros, acordará mediante providencia la admisión, en todo o en parte, del recurso cuando se
cumplan los requisitos procesales dispuestos en la Ley (artículos 41 a 46, 49 y 50.1 LOTC), y el contenido del recurso “justifique una decisión
sobre el fondo por parte del Tribunal Constitucional en razón de su especial trascendencia constitucional” (letra b). Es una carga procesal del
recurrente justificar la especial trascendencia del recurso en la demanda (artículo 49.1 LOTC).
Subsanación. Cuando en la demanda concurran uno o varios defectos de naturaleza subsanable, se pondrá de manifiesto al interesado, con el
apercibimiento de que, de no subsanarse el defecto, se acordará la inadmisión del recurso.
Providencias de inadmisión. Pero también puede una Sección, por unanimidad, acordar la inadmisión de la demanda por la falta de los requisitos
procesales o de trascendencia constitucional. La inadmisión tiende a ser la regla general en un 95% de los casos y la admisión es excepcional. La
providencia debe eso sí indicar el requisito incumplido (artículo 50.3 LOTC). En el Caso Arribas Antón contra España, sentencia de 20 de
enero de 2015, un supuesto donde el recurrente no asumió la carga de motivar la trascendencia constitucional, el TEDH desestimó la demanda de
acceso directo y consideró que no viola el Convenio Europeo de Derechos Humanos que una jurisdicción superior rechace motivadamente un
recurso, citando las disposiciones legales previstas, si el recurso no tiene una trascendencia especial o carece de visos de prosperar. El fin
pretendido por la reforma procesal de 2007 es pues legítimo para facilitar el mejor funcionamiento del TC y evitar una saturación excesiva. La
medida no es desproporcionada ni contraria al derecho de acceso, pues ya ha habido instancias judiciales previas. Pero el respeto al principio de
seguridad jurídica exige que el TC defina el contenido y alcance del criterio de la especial trascendencia constitucional, y “explicite su aplicación
en los asuntos declarados admisibles” con el fin de garantizar una buena administración de justicia. Hasta aquí el TEDH.
Notificación y recurso de súplica. Las providencias de inadmisión se notifican al demandante y al Ministerio Fiscal y pueden ser recurridas en
súplica en el plazo de tres días. El recurso se resuelve por auto que no será susceptible de impugnación alguna. Pero la súplica no es frecuente y,
menos aún, que el TC revoque su decisión de inadmisión. Un recurso poco transitado. Una excepción es el ATC 126/2018 sobre la falta de
ofrecimiento a los denunciados del derecho a la última palabra en el acto del juicio oral.
Inadmisión por Auto de Sala. Cuando la inadmisión obtenga la mayoría de la Sección, pero no la unanimidad, se trasladará la decisión a la Sala
(apartado 2.º del artículo 50). Si bien no existe una análoga obligación legal de unanimidad en la decisión para la Sala y existen ejemplos muy
discutibles de Autos de inadmisión de recursos por simple mayoría. Puede consultarse p. ej. el ATC 196/ 2016 el Caso del derecho al voto de los
discapaces, asunto que luego llevaría nada menos que a una reforma de la LOREG en aplicación del Convenio de Nueva York de 2009 y en
sentido contrario a la inadmisión. Es una situación que –estimo– es procesalmente muy poco aconsejable, porque, de dudar la Sala sobre la
admisión, lo más razonable y prudente debe ser siempre tramitar el proceso y esperar a resolverlo en un enjuiciamiento por sentencia tras oír
convenientemente a las partes, recibir las actuaciones y formarse una convicción lo más completa y sosegada posible del asunto. La duda y el
debate son el corazón del pensamiento jurídico y un Tribunal no puede equivocarse, inadmitiendo con dudas. Es precisa una corrección.
El tránsito de la inadmisión a la admisión. Inicialmente, la LOTC permitía la inadmisión de las demandas de amparo por providencia, entre otras
razones, porque “la demanda carezca de contenido que justifique una decisión sobre el fondo de la misma por parte del TC” (artículo 50.1. b]
LOTC), pero también por deducirse respecto de derechos o libertades no susceptibles de amparo constitucional, o por haberse ya desestimado un
supuesto sustancialmente igual. Después de la reforma operada por la Ley Orgánica 6/2007, el anterior sistema de “inadmisión” pasó a ser un
modelo de “admisión”. Antes se rechazaban las demandas que no tuvieran suficiente contenido constitucional, la crónica de una muerte
anunciada, ahora se admiten sólo las que tienen trascendencia. Parece lo mismo, pero no es igual. Se ha producido una inversión del juicio de
admisibilidad. Las consecuencias de esta transformación del trámite parecen reforzar la discrecionalidad de la decisión del TC por la libertad de
interpretación que le concede la elástica cláusula de la trascendencia constitucional. El modelo favorece la selección de pocas, pero importantes
demandas.
Requisitos procesales. El recurso de amparo debe satisfacer algunos requisitos procesales dispuestos en los artículos 41 a 46 más 49 de la LOTC.
Son esencialmente los siguientes:
• y haber denunciado o invocado formalmente el derecho fundamental en el proceso judicial tan pronto como hubo oportunidad para ello una vez
conocida la violación.
a] Requisitos de la demanda y documentación a aportar. Existe una muy útil Guía para la presentación de las demandas de amparo realizada por
el propio TC
https://www.tribunalconstitucional.es/NotasDePrensaDocumentos/NP_2023_025/Gu%C3%ADa%20para%20la%20presentación%20de%20las%20demandas%20d
La demanda debe exponer con claridad y concisión los hechos en los que se funde, citar los preceptos constitucionales que se estimen infringidos,
fijar con precisión en la pretensión el amparo que se solicita, los motivos o razones, e indicar las medidas de reparación que se solicita se adopten
y, en su caso, las medidas provisionales o cautelares que se piden (artículos 49 y 81 LOTC). A la demanda debe acompañarse la documentación
que la Ley reclama: el documento que acredite la representación del solicitante de amparo o poder para pleitos, copia de las resoluciones
judiciales y administrativas recaídas, y tantas copias de la demanda y de estos documentos como partes en el proceso previo y una para el
Ministerio Fiscal. Si se incumplen estos requisitos formales, el Tribunal por medio de sus Secretarías debe ponerlo en conocimiento del
interesado en el plazo de diez días para que se subsane el defecto. De no procederse a la subsanación, puede acordarse la inadmisión. La
demanda delimita el objeto del proceso y no puede alterarse posteriormente en trámite de alegaciones ni por el demandante ni por las otras
partes. Debe redactarse en castellano, según han interpretado varias resoluciones del TC, si bien las actuaciones judiciales previas a la
formalización de la demanda pueden presentarse en cualquiera de las lenguas oficiales de las CCAA.
Representación y defensa. La demanda debe presentarse confiriendo representación a un Procurador y bajo la dirección de un Abogado, en
ambos casos, de cualquier colegio de España (artículo 81 LOTC). Las personas licenciadas o graduadas en Derecho, aunque no ejerzan como
Abogados, pueden comparecer y defenderse por sí mismas; otra cosa distintas es que esta práctica sea aconsejable, pues nadie se defiende bien a
si mismo. La representación puede otorgarse por poder notarial o mediante comparecencia ante un secretario de justicia del Tribunal
Constitucional. Postulación y defensa son exigencias subsanables.
Presentación electrónica, cumplimentación de un formulario y extensión máxima de la demanda. Tradicionalmente, podía hacerse en la sede del
Tribunal Constitucional dentro del plazo legalmente establecido. Los recursos de amparo igualmente podían presentarse, hasta las 15 horas del
día siguiente al vencimiento del plazo, en el registro del TC o en la oficina o servicios de registro central de los tribunales civiles de cualquier
localidad (artículo 85.2 LOTC). Cabe hoy la presentación por el Procurador ante un registro telemático según ilustra el sitio web del TC y detalla
el Acuerdo del Pleno, de 15 de septiembre de 2016, de creación del registro electrónico. Pero, desde el Acuerdo de 15 de marzo de 2023, por el
que se regula la presentación de los recursos de amparo a través de su sede electrónica, se introdujo una importante reforma. Las demandas de
amparo deben presentarse desde la entrada en vigor de dicho Acuerdo a través de esta sede electrónica. La presentación exigirá la
cumplimentación de un formulario en el que consta: la identificación de los recurrentes y los profesionales que los representen, una exposición
concisa de las vulneraciones constitucionales denunciadas, una justificación de la especial trascendencia constitucional del recurso, y el modo de
agotamiento de la vía judicial previa. Al formulario debe adjuntarse el resto de la documentación exigida. El formulario no sustituye a la
demanda. La demanda debe redactarse con una extensión máxima de 50.000 caracteres.
Es oportuna la exigencia de un formulario y garantiza el derecho a la defensa de los justiciables. Estos dos últimos extremos han resultado
controvertidos. Si bien conviene advertir que se insertan en la línea de otros órganos jurisdiccionales de referencia como v.gr. es la application
form que aparece en la web del TEDH. Es una medida razonable frente al vicio muy extendido del fárrago por la abogacía española en las
demandas de amparo. Mi experiencia como atento lector de estas demandas, en cuanto Letrado del TC que fui, me permitió corroborar la
dispersión, desorden y desmesurada extensión de muchas demandas de amparo que obstaculizan su enjuiciamiento con rigor y aminora el
derecho a la tutela judicial efectiva de los recurrentes. La concisión obliga a la precisión de la lesión constitucional y de su argumentación en la
demanda, y reclama un serio esfuerzo de reflexión. Es la prueba del nueve del fundamento de la causa de pedir. La exposición de motivos del
Acuerdo justifica el nuevo sistema, aduciendo que el 53% de los escritos de demanda no justifican suficientemente la trascendencia
constitucional, y el 73% de los recursos fueron inadmitidos por defectos de procedimiento. Se trata ahora tanto de facilitar el cumplimiento de los
requisitos legales por los recurrentes como de agilizar los trámites de admisión. La reforma estimo que es sensata, pese a las críticas que ha
recibido.
Argumentación de la lesión y de la trascendencia constitucional. Es una carga procesal del actor acreditar en la demanda no sólo la transgresión
del derecho fundamental que se invoca sino también la trascendencia constitucional del asunto. Dos cosas paralelas, pero que pueden
diferenciarse conceptualmente.
b] Haber sido parte en la vía judicial previa y agotamiento de los recursos. Es una consecuencia del principio de subsidiariedad que informa el
amparo constitucional y lleva no sólo a que el pronunciamiento del TC sea el último, sino que, sobre todo, permite conceder ocasión a los órganos
judiciales ocasión de reparar la lesión del derechos fundamental lo antes posible por razones de economía procesal y sin esperar al amparo.
Según reiterada jurisprudencia constitucional, deben interponerse sólo los recursos “razonablemente exigibles”, esto es, no es preciso crear
recursos inexistentes o interponer forzadamente recursos de dudosa viabilidad. La duda razonable sobre la procedencia de un recurso puede
eximir al actor de su planteamiento. En sentido contrario, la interposición de recursos manifiestamente improcedentes lleva a entender que se ha
prolongado artificialmente la vía judicial previa y permite al TC inadmitir el recurso de amparo por devenir extemporáneo.
Recursos prematuros y resoluciones interlocutorias. Por otra parte, como regla general, debe esperarse a interponer el amparo a cuando haya
finalizado la tramitación del proceso, porque la lesión puede ser reparada dentro del mismo, y, de no actuarse de este modo, el recurso de amparo
es prematuro y puede ser inadmitido. No obstante, una excepción es que cabe excepcionalmente impugnar resoluciones interlocutorias que
puedan producir en sí mismas una lesión del derecho y sin necesidad de esperar a que finalice el proceso (ha habido una evolución en la
jurisprudencia que puede leerse en las STC 147/1994 y 130/2018).
El incidente de nulidad de actuaciones. La necesidad de agotar la vía judicial previa incluye cualquier remedio jurisdiccional, incluido el llamado
incidente de nulidad de actuaciones para preservar la subsidiariedad del recurso de amparo e impedir que el acceso se produzca per saltum (v.gr.
ATC 200/2010 y STC 216/2013). También el incidente de recusación del Juez o Magistrado cuando pretenda invocarse el derecho al Juez
imparcial. Respecto de la siempre controvertida nulidad de actuaciones, se estima un instrumento adecuado para agotar la vía judicial previa y
denunciar ante el mismo órgano judicial la lesión del derecho fundamental que se le imputa, bien por infracciones del procedimiento bien por
razones sustantivas, y siempre que no haya podido ser denunciada antes de recaer la resolución judicial que pone fin al proceso (artículo 241
LOPJ con sucesivas modificaciones). Pero no pueden interponerse simultáneamente el recurso de amparo y este incidente de nulidad. No
obstante, si fuera procedente la solicitud del incidente y no se interpusiera, cabe la inadmisión del recurso de amparo por no agotar la vía previa,
y, en sentido contrario, si no es procedente y se interpone, se dilata artificialmente la vía judicial previa y se puede también inadmitir el amparo.
Me temo que todo es –a mi juicio– demasiado confuso para los justiciables, y, con realismo, este incidente no sé si se justifica suficientemente,
porque se consiguen escasos resultados en la mayor parte de los casos. Pues no es de esperar que el mismo órgano judicial que lesionó el derecho
lo repare inmediatamente y, con mayor razón, si la infracción fue por motivos sustantivos y a menudo abiertos a diferentes exégesis.
c] La invocación previa del derecho violado. El recurrente debe invocar formalmente el derecho fundamental que estima violado en la vía judicial
previa tan pronto como tuvo ocasión, una vez conocida la vulneración, con la finalidad de conceder a los órganos judiciales la oportunidad de
reparar la lesión (artículo 44.1. c] LOTC). Baste con que el actor tenga noticia por cualquier medio de la irregularidad para que deba denunciarla
e invocar su derecho fundamental en el proceso. Por contrapartida, no es preciso que la exigencia de invocación formal lleve a la cita del precepto
constitucional que se estime infringido, o a su identificación exacta o adecuada, es suficiente que se denuncie la irregularidad o interferencia que
luego pretende llevarse al amparo constitucional. El juicio sobre el cumplimiento de este requisito exige cierto antiformalismo.
d] Plazos de los amparos. Según se ha expuesto, el plazo para interponer el recurso depende del tipo de amparo. Son tres meses en los amparos
frente actos parlamentarios. Veinte días hábiles en los amparos frente a actos del ejecutivo. Treinta días hábiles en amparos frente a resoluciones
judiciales. El plazo se computa (dies a quo) desde la notificación de la resolución judicial que puso fin a la vía previa o desde que se tuvo
conocimiento de la misma. Se ha discutido cuál es el plazo de los amparos mixtos, donde se imputan lesiones a la Administración y a los órganos
judiciales. El TC resolvió que debe ser el plazo de treinta días del artículo 44.2 LOTC al ser el plazo más favorable. Según se verá después, los
amparos electorales que la LOREG introduce son muy breves, al venir insertos en un procedimiento electoral, dos días naturales el recurso de
amparo de proclamación de candidaturas, o discutirse la legitimidad del mismo, tres días naturales en el amparo de proclamación de electos. Los
días deben ser hábiles –salvo en los amparos electorales– según el calendario de Madrid al estar allí la sede del TC. Son inhábiles los sábados y el
mes de agosto. Si el último día del plazo es inhábil se prorroga el plazo hasta el día siguiente hábil.
La especial trascendencia constitucional: objetivar el amparo. No basta con invocar en la demanda la lesión de un derecho fundamental, hace
falta algo más: acreditar en la demanda que el recurso posee trascendencia constitucional según impone el artículo 49 LOTC. Se trata de una
carga procesal del recurrente y el TC ha dicho que es un requisito insubsanable y no puede reconstruir de oficio la demanda cuando esta carga se
incumple. La cláusula legal “especial trascendencia constitucional” fue criticada, al tiempo de aprobarse la Ley Orgánica 6/2007, de 24 de mayo,
de modificación de la LOTC que introdujo esta cláusula, pues algunos autores censuraban su imprecisión y ambigüedad. Pero esta crítica no era
ni es justa. Se trata de un concepto jurídico indeterminado que sólo puede ser precisado caso a caso en un juicio sucesivo sobre concretos
supuestos de hecho. Viene ayudado el Tribunal en su decisión por una interpretación finalista: qué asuntos tienen una importancia constitucional,
objetiva y general, antes que individual y subjetiva. Hemos llamado a este fenómeno “objetivar” el amparo constitucional. No podría haberse
alcanzado esta finalidad de otra manera en una Ley que mediante una cláusula general. El propio artículo 50.1. b] LOTC nos da además varias
indicaciones normativas para interpretar este concepto: “apreciar la importancia para la interpretación de la Constitución, para su aplicación o
para su general eficacia y para la determinación del contenido y alcance de los derechos fundamentales”. Son pues tres las pautas legales que
orientan al TC en este juicio: el contenido de los derechos, su aplicación y su adecuada interpretación.
Supuestos en que concurre la especial trascendencia constitucional. Tras tomarse un tiempo de reflexión, el TC finalmente dictó la muy
importante STC 155/2009 en la que precisa una lista de supuestos en los que concurre esta especial trascendencia constitucional. Por más que,
primero, pueden existir otros supuestos no expresamente enumerados en ella, ya que se trata de un enunciado ejemplificativo y no cerrado o
taxativo y, segundo, es evidente que el Tribunal conserva un amplio margen de decisión para enjuiciar la trascendencia de cada recurso según las
circunstancias del caso y el contexto.
En síntesis, los supuestos de trascendencia enunciados en dicha sentencia son los siguientes, y se sintetizan con un descriptor:
• una cuestión nueva: cuando el recurso plantee un problema o una faceta de un derecho fundamental sobre el que no haya doctrina del TC;
• cambios de doctrina constitucional: dar ocasión para aclarar o cambiar la doctrina del TC acerca de un derecho como consecuencia de un
proceso de reflexión interna o de cambios normativos sobrevenidos o el surgimiento de nuevas realidades sociales;
o la doctrina derivada de los tratados internacionales: un tipo del supuesto anterior es un cambio en la doctrina de los órganos encargada de la
interpretación de los tratados y acuerdos internacionales a los que se refiere el artículo 10 CE;
• violaciones derivadas de las leyes: cuando la vulneración del derecho derive de una ley o de otras disposiciones generales;
• violaciones derivadas de una reiterada jurisprudencia legal: si la vulneración del derecho fundamental trae causa de una reiterada
jurisprudencia de la ley y el TC considera necesario proclamar otra interpretación conforme a la Constitución;
• incumplimiento de la jurisprudencia constitucional o contradicciones: cuando la doctrina constitucional sobre el derecho fundamental que se
alega está siendo incumplida de modo general y reiterado por los órganos judiciales o se dicten resoluciones contradictorias;
• incumplimiento del deber de acatamiento: cuando un órgano judicial incurra en una negativa manifiesta del deber de acatamiento de la
doctrina del TC, infringiendo el mandato del artículo 5 LOPJ;
• general repercusión social, política o económica: cuando el asunto trascienda del caso concreto porque plantee una cuestión jurídica de
relevante repercusión social o económica o tenga unas consecuencias políticas generales;
o en particular, determinados amparos parlamentarios y electorales: un tipo del supuesto anterior podría ocurrir, aunque no exclusiva ni
necesariamente, con determinados amparos parlamentarios y electorales.
¿Es un writ of certioriari? Este modelo de admisión fundado en la trascendencia constitucional del recurso no es tan libre o discrecional como la
técnica del writ of certioriari que usa la Corte Suprema de los Estados Unidos, quien puede libremente seleccionarse los asuntos que quepa
resolver en función de una agenda semanal de juicios, limitada por el número posible de vistas orales cada mañana. Conceptualmente, por el
contrario, el TC viene obligado a admitir los asuntos que tengan trascendencia sin fundar su decisión en el número. Pero, en la realidad, ambas
cosas pueden acabar por parecerse mucho en los resultados finales del juicio de admisión. Es un sistema, de nuevo, semejante al introducido por
el Tribunal Constitucional Federal alemán de donde emana la inspiración de la reforma legal. Con la diferencia, de que, en Alemania, deben
admitirse también los asuntos que entrañen un “grave daño” irreparable para la parte. Un segundo supuesto que finalmente el legislador no
introdujo en la Ley Orgánica para impedir que fuera una gatera por la que volvieran a entrar de rondón en la jurisdicción constitucional un
número elevado de demandas, pese a que estaba entre casi todas las propuestas doctrinales de reforma. Es difícil saber si la exclusión de este
motivo fue prudente en exceso o adecuada. No menos sencillo es dilucidar si, en la práctica, el TC admite las demandas donde advierte un serio
daño a la parte y es discutible la trascendencia.
Medidas cautelares e incidente de suspensión. Al tiempo de presentarse la demanda, puede pedirse la suspensión de la resolución recurrida en
amparo como medida cautelar. Si el TC admite el recurso, se tramita una pieza separada o incidente de suspensión que se resuelve por Auto de
forma motivada. La Ley Orgánica establece, como regla general, que la interposición del recurso no suspenderá los efectos del acto o sentencia
impugnados (artículo 56.1 LOTC). Pero también dice que el Tribunal puede suspender la resolución judicial o administrativa impugnada. Debe
ponderarse el llamado periculum in mora, es decir, el riesgo de que el transcurso del tiempo haga perder al amparo su finalidad, ocasionando un
perjuicio al actor de carácter real, irreparable y concreto. El Tribunal puede entonces disponer la suspensión, como medida cautelar, si no
ocasiona un perturbación a los intereses constitucionalmente protegidos ni a los derechos de otra persona. Pero también puede usar el Tribunal,
y lo ha hecho en contadas ocasiones, un segundo criterio, el fumus boni iuris, o apariencia del buen derecho, y hacer un juicio liminar sobre la
viabilidad de la pretensión. Sin embargo, este segundo criterio es de uso arriesgado, no se contempla expresamente en el artículo 56 LOTC, y no
se usa sino muy excepcionalmente y cada vez menos. La suspensión de las sentencias penales condenatorias, que acarrean penas privativas de
libertad, suele ser extraña en la jurisprudencia constitucional. Tampoco se suspenden las resoluciones donde sea posible una restitución íntegra
en caso de otorgarse el amparo como ocurre con las sentencias con un contenido económico o patrimonial.
Procedimiento: admisión, requerimiento de las actuaciones, personación de las partes, turno de alegaciones. Admitida la demanda de amparo
(artículo 51 LOTC), la Sala requerirá las actuaciones al órgano o autoridad de que dimane la decisión o al órgano judicial que conoció del
procedimiento precedente (artículo 51.1 LOTC). El órgano judicial debe acusar inmediato recibo, enviar las actuaciones en el plazo de diez días, y
emplazar a quienes fueron parte en el proceso previo para que puedan comparecer en el proceso constitucional. Recibidas las actuaciones y
personadas las partes, se abre un trámite de alegaciones del recurrente, el demandado, el Ministerio Fiscal y quien haya sido parte en la vía
previa.
¿Un segundo turno de alegaciones? El Tribunal puede, en cualquier momento anterior a la decisión, comunicar a los comparecidos la existencia
de “otros motivos distintos de los alegados” con relevancia para acordar la estimación o desestimación de la pretensión (artículo 84 LOTC). Este
segundo turno de alegaciones es raro y se produce bien si el Tribunal entiende oportuno oír a las partes sobre la incidencia en el proceso de una
legislación o jurisprudencia sobrevenida, bien si estima que el pleito debe centrarse en la lesión de otro derecho distinto al invocado.
¿Vista oral? La Sala puede acordar la celebración de vista oral (artículo 85.3 LOTC) y las partes pueden solicitarlo, pero no suele disponerse de
oficio ni accederse normalmente a esta pretensión, porque el procedimiento es escrito. Se han celebrado, no obstante, unas pocas vistas orales.
Sentencias de Sala. Avocación al Pleno o reenvío. Sentencias deferidas a las Secciones. Las Salas impulsan el proceso y deciden por sentencia
sobre el fondo del asunto según un turno establecido por el Pleno a propuesta de su Presidente. Si bien el Pleno puede recabar o avocar para sí la
decisión en función de su relevancia (artículo 10.1. n] LOTC). A la vez, la propia Sala puede reenviar el asunto al Pleno si considera necesario
apartarse de la doctrina precedente sentada por el Tribunal (artículo 13). Del mismo modo, tras las alegaciones, la Sala puede deferir la
resolución del recurso a una de sus Secciones cuando baste con la aplicación de doctrina consolidada (artículo 52.2). Pero no suele hacerse.
Acumulación. La Ley Orgánica (artículo 83) permite con carácter general al Tribunal disponer, en cualquier momento y a instancia de parte o de
oficio, la acumulación de procesos “con objetos conexos”. Si bien es una decisión discrecional del TC. A menudo, las Salas deciden no acumular,
tramitarse separadamente y en paralelo un número de recursos de amparo semejantes, y dictar una sentencia cuya doctrina se aplique en las
demás con la finalidad de que las diferencias en los hechos y situaciones, de asuntos en apariencia semejantes pero disímiles, no enturbien o
compliquen el razonamiento. Puede ocurrir así p. ej. con largas sagas de asuntos sobre alguna reforma legal sobrevenida que introduzca una
novedad en la regulación más o menos discutible.
Prueba. La práctica de la prueba no es habitual en los procesos constitucionales, por la misma naturaleza de la jurisdicción constitucional ligada
al control de las normas, y tampoco en los recursos de amparo. Pero la Ley Orgánica (artículo 89.1) contiene previsiones y el Tribunal puede, de
oficio o a instancia de parte, disponer su práctica si se estima necesaria. Adviértase que, normalmente, la prueba ya ha sido practicada en el
proceso a quo y consta en las actuaciones que el TC dispone. Este dato y el –impreciso– mandato de la Ley de resolver sobre la violación del
derecho “con independencia de los hechos que dieron lugar al proceso” (artículo 44.1. b] LOTC) llevan a que la realización de la prueba sea muy
excepcional. Otra cosa distinta es que la Sala pueda revisar la prueba practicada en el proceso judicial previo, con ciertas limitaciones y para
cerciorarse de que se ha respetado el derecho fundamental invocado v.gr. una prueba de cargo que desvirtúe suficientemente la presunción de
inocencia, o una prueba practicada con las debidas garantías, o la inmediación o contradicción de las partes en la revisión de la prueba en la
segunda instancia penal.
Gratuidad del procedimiento. El procedimiento ante el TC es gratuito con la finalidad de impedir que la inexistencia de medios financieros
suficientes sea un obstáculo para la protección de los derechos fundamentales. Si bien el Tribunal puede imponer las costas derivadas de la
tramitación del proceso a quienes hayan actuado con mala fe o temeridad. No suele, sin embargo, hacerlo, para no incrementar el trabajo de las
Secretarías de justicia y no arriesgar su autoridad en casos de impagos. La gratuidad no abarca los honorarios de Abogado y Procurador, cuya
intervención es obligada, pero los recurrentes sin medios, y también los demandados, pueden invocar el derecho a la asistencia jurídica gratuita
ante el propio TC, quien remite la solicitud a los correspondientes colegios tras tramitar un incidente sobre la sostenibilidad de la pretensión, si la
insuficiencia económica no estaba ya reconocida en el proceso judicial. La cuestión viene regulada por un Acuerdo del TC de 18 de junio de 1996.
¿Anonimato o identidad de las partes? Según un Acuerdo del TC, de 23 de julio de 2015, en ciertos casos, el Tribunal puede no divulgar en sus
resoluciones la identidad de las partes, sustituyéndola por sus iniciales y omitiendo cualquier dato que permita su identificación. El anonimato se
preserva de oficio si se trata de menores o personas que requieran una especial tutela o víctimas de delitos de cuya difusión se deriven perjuicios.
También puede realizarse la protección de datos a instancia de las partes.
Estimatorias o desestimatorias. La sentencia que resuelve el recurso debe otorgar el amparo o denegarlo, en otras palabras, resultar estimatoria
o desestimatoria de la pretensión. Debe limitarse a concretar si se han violado derechos fundamentales del demandante y a restablecerle en la
integridad de estos derechos. Debe asimismo abstenerse de cualquier otra consideración –o reproche– sobre la actuación de los órganos
jurisdiccionales (artículo 54 LOTC). Una razonable autolimitación del TC que la Ley impone y se desprende de los principios de colaboración y
corrección entre órganos jurisdiccionales.
Contenido de la sentencia. Tres son los pronunciamientos posibles de una sentencia estimatoria (artículo 55 LOTC):
• el fundamental invocado;
• y el dictado de medidas de restablecimiento del recurrente en la integridad de su derecho (la llamada restitutio in integrum).
La Sala puede recorrer estos tres pronunciamientos según las circunstancias del caso, siendo únicamente indefectible el reconocimiento del
derecho vulnerado. Puede así caber una sentencia meramente declarativa que no conlleve una declaración de nulidad, o donde no sea preciso
adoptar medidas de reparación, y baste con el reconocimiento del derecho como medida de reparación del daño. Del mismo modo, deben
modularse los efectos del reconocimiento. Las medidas de restablecimiento del derecho que en su caso se dicten en la sentencia deben estar
ligadas a la naturaleza del derecho lesionado y a la concreta violación producida, de suerte que las concretas circunstancias del caso determinen
el alcance del pronunciamiento sobre la nulidad. Así v.gr. si la prueba de alcoholemia practicada ante la policía no se estima válida al no haber
sido ratificada por la policía en el juicio oral y sometida a contradicción puede ser anulada la sentencia condenatoria y retrotraerse el proceso
hasta el momento de dicho juicio. En otras ocasiones, la prueba practicada sin las debidas garantías e ilícitamente obtenida puede comportar la
imposibilidad de volver a juzgar al recurrente.
Los motivos de inadmisión devienen causas de desestimación. Una reiterada jurisprudencia constitucional explica que los motivos de inadmisión
de las demanda de amparo, si son advertidos al dictar sentencia, devienen causas de desestimación de la pretensión, y pueden volver a ser
comprobados de oficio o a instancia de parte.
Suspensión del plazo para dictar sentencia y planteamiento de la cuestión interna de inconstitucionalidad. Como vimos al estudiar la cuestión de
inconstitucionalidad, si el recurso de amparo hubiere de ser estimado, porque la ley aplicada en el caso lesiona derechos fundamentales, la Sala
suspenderá el plazo para dictar sentencia, y elevará una cuestión de inconstitucionalidad al Pleno para que se pronuncie sobre la
constitucionalidad de la ley (artículo 55.2 LOTC).
Publicación de las sentencias. Además de notificarse personalmente a las partes, por mandato del artículo 86.2 LOTC, también las sentencias de
amparo se publican en el BOE dentro de los treinta días siguientes al fallo, y el Tribunal puede ordenar lo mismo respecto de algunos autos de
singular relevancia. Algunos autores han extraído consecuencias de esta en su día muy novedosa publicación formal de las sentencias, de cara a
resaltar su eficacia abstracta y general y su naturaleza como fuente del Derecho.
Cosa juzgada formal e inexistencia de recursos. No cabe recurso alguno frente a una sentencia de amparo y adquiere la eficacia de cosa juzgada
formal. Tampoco se prevé un incidente de nulidad de actuaciones. Las sentencias y otras resoluciones del TC no pueden ser enjuiciadas por
ningún órgano jurisdiccional del Estado (artículo 4.2 LOTC). Pero puede solicitarse la aclaración de la sentencia (artículo 93 LOTC) en caso de
que existan conceptos oscuros, o errores materiales, o se pida la rectificación de alguna contradicción manifiesta que se evidencie del propio
texto de la sentencia sin necesidad de interpretaciones. No es frecuente.
¿Consecuencias de las sentencias estimatorias del TEDH? Otra cosa es que se puede presentar posteriormente un acceso directo o amparo
europeo ante el TEDH en el plazo de cuatro meses tras la entrada en vigor del Protocolo 15 al CEDH (eran seis meses antes) desde la notificación
de la sentencia de amparo. Una protección internacional que se dispensa por otro ordenamiento jurídico. Por otra parte, el artículo 5 bis de la
LOPJ, en la reforma operada en 2015, establece que se podrá interponer recurso de revisión ante el Tribunal Supremo contra una resolución
judicial firme, con arreglo a las normas procesales de cada orden jurisdiccional, cuando el TEDH haya declarado que dicha resolución ha sido
dictada en violación de alguno de los derechos reconocidos en el Convenio Europeo, siempre que la violación entrañe efectos que persistan y no
puedan cesar de ningún otro modo. Sin embargo, la LOPJ y la LOTC no contemplan previsiones respecto de la posibilidad de invocar en un
recurso de revisión, o mejor en un reexamen ante el propio TC, la posibilidad de anular su decisión por análogas razones. Pero debería preverse.
Vinculación. La sentencia de amparo no sólo posee una eficacia de cosa juzgada material, sino que la doctrina en ella establecida vincula a todos
los poderes públicos de forma abstracta y general y no sólo a las partes procesales. Los poderes públicos están obligados al cumplimiento de lo
que el TC resuelva (artículo 87.1 LOTC) en todo tipo de procesos. Recuérdese que la LOPJ (artículo 5.1) establece que la Constitución es la norma
suprema del ordenamiento jurídico, y vincula a todos los Jueces y Tribunales, quienes interpretarán y aplicarán las leyes y los reglamentos según
conforme a la interpretación de la misma que resulte de las resoluciones dictadas por el Tribunal Constitucional “en todo tipo de procesos”. Un
recordatorio de esta vinculación que la Ley explicita pero que es inmanente a los efectos de las sentencias constitucionales.
Decisiones o actos parlamentarios firmes y sin valor de ley. Plazo. El artículo 42 LOTC permite impugnar las “decisiones o actos sin valor de ley”,
emanados del Congreso o del Senado o de cualquiera de sus órganos, y de las Asambleas legislativas de las Comunidades Autónomas. El recurso
debe interponerse en el plazo de tres meses desde que con arreglo a las normas internas de las Cámaras sean firmes. El plazo se computa desde
la notificación. Pueden pues impugnarse resoluciones y actos del Congreso y del Senado o de los diecisiete Parlamentos autonómicos. En alguna
ocasión, se ha permitido la impugnación de omisiones (STC 242/1993, sobre la ausencia de respuesta al ejercicio del derecho de petición) e
incluso de vías de hecho. Unos pronunciamientos que parecen corroborar que la cláusula “decisiones y actos” sin valor de ley es
omnicomprensiva, y puede incluir hasta resoluciones interlocutorias o actos de trámite como puede ser la inadmisión de una enmienda, o vicios
de procedimiento, siempre y cuando tengan consecuencias definitivas y no se traten de meros informes o dictámenes de carácter consultivo y no
decisorio (v.gr. STC 7/1992, sobre la decisión del Presidente de privar del cargo a un parlamentario, en ejecución de sentencia y pendiente de la
actuación de la Junta Electoral). No obstante, recordemos que buena parte de la actividad parlamentaria es libre o discrecional y no puede
controlarse jurisdiccionalmente su oportunidad en la aprobación, más allá del respeto de la regularidad del procedimiento, así ocurre con la toma
en consideración de una proposición de ley (v.gr. ATC 659/1987). No sería bueno que el amparo constitucional impidiera el debate parlamentario.
Órganos de las Cámaras. Todos los “órganos” de las Cámaras son susceptibles de control, y, en consecuencia, no lo son los actos de los
parlamentarios o de los Grupos que no son órganos de las Cámaras. Suelen impugnarse acuerdos de la Mesa o resoluciones del Presidente. En
cambio, no pueden impugnarse por la vía del artículo 42 LOTC las respuestas del Gobierno a las solicitudes parlamentarias de información,
porque son actos del ejecutivo, y debe acudirse frente a ellas al contencioso-administrativo. El Tribunal Supremo ha iniciado en los últimos años
una interesante vía de control judicial de las mismas, rechazando obstáculos indebidos en las contestaciones, que refuerza el control del TC.
También debe seguirse la vía del artículo 43 LOTC si se impugna una decisión del Parlamento como administración (STC 12/1997), pues este
procedimiento se reserva a actos típicamente parlamentarios de las Cámaras y vinculados a sus funciones representativas.
Firmeza. Amparo directo. Su impugnación demanda que estos actos sin valor de ley sean firmes conforme a los Reglamentos parlamentarios. En
el caso de acuerdos o resoluciones de la Mesa, los Reglamentos parlamentarios suelen reclamar la presentación de una solicitud de
reconsideración para agotar las instancias internas y adquirir firmeza (STC 161/1988). Pero, propiamente, no existe una vía parlamentaria previa
y sólo debe interponerse cuando esté expresamente prevista. Esta solicitud de reconsideración no es realmente un recurso y no sólo en la
denominación sino también por sus requisitos y por la actividad material de una Mesa que no es un órgano jurisdiccional ni asimilable. Se estima
que este amparo es directo ante el Tribunal Constitucional y no subsidiario como el resto. Es el único supuesto en que así ocurre, una vez
derogado en 1984 el amparo frente a la denegación de la objeción de conciencia (artículo 45 LOTC).
Motivación de los actos parlamentarios. En la práctica, muchas decisiones de la Mesa como órgano de dirección simplemente son tomadas por
unanimidad o por mayoría de votos, haciéndose constar este extremo, y suele aprovecharse la respuesta a esta solicitud de reconsideración para
motivar algo más la resolución parlamentaria que se va a recurrir en amparo, y el TC ha admitido esta práctica (vid STC 41/1995). La naturaleza
de un acto parlamentario por su acusada politicidad, al estar ubicada en las relaciones entre mayoría y minorías, es muy distinta a la
imparcialidad propia de una resolución judicial o administrativa y carece de las garantías que son inherentes a las mismas. No obstante, los actos
parlamentarios que restringen derechos o interfieren en los mismos deben venir sucintamente motivados.
Decisiones y actos parlamentarios sin rango de ley. Debe tratarse de una decisión o acto parlamentario sin rango de ley, normalmente, una
resolución o norma interpretativa del Presidente de la Cámara o una resolución o acuerdo de la Mesa. Se excluyen del objeto del amparo las leyes
formales y otras normas parlamentarias con rango de ley que deben impugnarse mediante un recurso de inconstitucionalidad (véase el artículo
27.2 LOTC). No existe en España un amparo directo frente a leyes –llegó a estarlo en la regulación del proyecto de la LOTC, pero fue suprimido–,
sin perjuicio de que pueda impugnarse un acto aplicativo de las mismas con la finalidad de llegar a tocar así indirectamente la ley y pedir en la
demanda a la Sala que eleve la cuestión de inconstitucionalidad al Pleno, para que revise si la ley aplicada lesiona derechos fundamentales
(artículo 55.2 LOTC). Obsérvese que el artículo 42 LOTC dice “valor de ley”, pero debería decir, con mayor precisión, rango de ley. Se excluyen en
todo caso de estos amparos al tener este rango los Reglamentos y los Estatutos de personal de las Cámaras (artículo 72.1 CE).
Leyes singulares. Tampoco pueden recurrirse en amparo las leyes autoaplicativas o las leyes singulares, que afectan a un colectivo reducido de
destinatarios, carecen de la generalidad inherente a las leyes y encubren realmente un acto administrativo singular. Debe en su caso buscarse
igualmente un acto de aplicación de las mismas para impugnarlas. Quizás estas leyes atípicas y singulares o autoaplicativas deberían poder
impugnarse en amparo, haciendo que una reforma de la LOTC lo permitiera, con la finalidad de impedir situaciones de indefensión de los
justiciables.
Reglamentos parlamentarios menores. Son muy frecuentes en España los llamados Reglamentos parlamentarios menores, una potestad
normativa de los órganos de dirección que está jerárquicamente sometida a los Reglamentos parlamentarios de las Cámaras. Hasta el punto de
que buena parte del Reglamento del Congreso de los Diputados puede estimarse decodificado. Suelen ser normas interpretativas y supletorias
del Reglamento que se aprueban por resoluciones del Presidente, con el acuerdo de las Mesas y Junta de Portavoces, o de la Mesa. También
Normas de las Mesas de las Cámaras en las que se aprueban disposiciones sobre la tramitación u otros asuntos. Ha habido un cambio en los
requisitos exigidos por la jurisprudencia constitucional a la hora de su impugnación. Primero, se impidió que fueren directamente recurridos en
amparo, reconduciendo las pretensiones a los procedimientos de declaración de inconstitucionalidad (AATC 183/1984, 244/1986) y se exigió que,
en su caso, se singularizara un acto de aplicación de los mismos, para recurrirlo en amparo. Más tarde y con buen criterio, se corrigió esta
doctrina (la STC 44/1995 tras algunas vacilaciones previas) y se admitió que esos Reglamentos menores puedan ser recurridos directamente en
amparo, pues son inferiores en rango a la Reglamentos de las Cámaras que sí poseen rango de ley (artículo 27.2 LOTC). Sobre todo, con la
finalidad de impedir indefensiones o arbitrariedades cometidas por las mayorías.
Derechos amparables: derecho al ejercicio del cargo de parlamentario. El núcleo de la función representativa. El derecho fundamental
normalmente invocado en estos amparos parlamentarios –y prácticamente el único– es el recogido en el artículo 23.2 CE que protege un triple
objeto según la jurisprudencia constitucional: a) acceder a los cargos públicos representativos, un parlamentario entre ellos; b) permanecer en el
cargo sin ceses indebidos que no dependan exclusivamente de las resoluciones judiciales o de la voluntad de los electores; y c) ejercer las
facultades y atribuciones inherentes al cargo: el llamado ius in officium en la jurisprudencia constitucional. La combinación entre el recurso de
amparo del artículo 42 LOTC y los amplios contornos del derecho fundamental del artículo 23.2 CE ha acabado por proteger el estatuto de los
parlamentarios, y permite delimitar las facultades que lo integran, revisando numerosas normas de los Reglamentos y sus aplicaciones. Pero
debe matizarse que el asunto sólo es protegible en amparo y revisable por el TC cuando la interferencia afecte al “núcleo de la función
representativa”, ya sea en el ejercicio de las funciones legislativa, de control, presupuestaria o cualquiera otra (SSSTC 38/1989 y 185/1999). El
TC ha intensificado el uso de esta cláusula para sentar un razonable dique. ¿Qué quiere decir el núcleo de la función representativa? La cláusula
es imprecisa, pero se refiere a aquellas interferencias e irregularidades con relevancia suficiente como para afectar al contenido esencial del
derecho fundamental, al menoscabar la construcción de la representación política, que es el bien protegido por este derecho y con el que debe
estar en conexión todos sus contenidos. No basta pues con denunciar alguna ilegalidad o irregularidad parlamentarias desprovista de mayor
alcance.
¿Otros derechos amparables? En principio y dado que estamos ante un amparo pueden invocarse todos los derechos que menciona el artículo
53.2 CE, pero es harto improbable que una decisión o acto parlamentario sin rango de ley, por su misma naturaleza y proyección interna referida
a la corporación que son los parlamentarios, puede interferir en muchos de esos derechos, pues no parece haber muchas intersecciones. Pero ha
habido algunas pocas excepciones: la tutela judicial en un suplicatorio (artículo 24 CE), el principio de legalidad del derecho sancionador
(artículo 25.1 CE) en sanciones parlamentarias, y el derecho de petición (artículo 29 CE).
¿Actos internos? Ha sido tradicional en Derecho Parlamentario la doctrina de los internal proceedings o interna corporis acta que se usaba para
reconocer una inmunidad absoluta de las decisiones internas de las Cámaras frente a los controles jurisdiccionales. Sin embargo, la Constitución
no acoge ni expresa ni tácitamente esta doctrina preconstitucional, que puede considerarse superada por la jurisprudencia constitucional. El
cambio fue progresivo. El TC fue, durante los primeros años, muy reacio a controlar los actos parlamentarios, limitando su capacidad de revisión
e inadmitiendo diversos asuntos (v.gr. ATC 183/1984). Pero, desde 1988, este límite fue poco a poco superándose (STC 118/1988), dando
prevalencia la jurisprudencia constitucional a la garantía de los derechos fundamentales en las relaciones entre mayoría y minorías
parlamentarias. No obstante, cualquier irregularidad interna no justifica su revisión en amparo, debe trascender el ámbito de la Cámara, para
adquirir eficacia externa al afectar al “núcleo de la función representativa” y acabar por violar el derecho fundamental del artículo 23.2 CE. A mi
entender, nada justifica que un parlamento sea un hortus conclusus, un jardín cerrado donde no rijan los principios del Estado de Derecho. Unos
selva donde precisamente los encargados de garantizar los derechos de todos, puedan violar libremente los derechos de las minorías. El impacto
de esta jurisprudencia garantista ha sido muy positivo en la vida de las Cámaras, tras desecharse viejos recelos, y ha transformado el Derecho
Parlamentario, racionalizándolo e impidiendo diversos abusos de las mayoría.
¿Amparo parlamentario o controversia entre fracciones de órganos constitucionales? Cabe pensar que las pretensiones que se enjuician en
España como amparos parlamentarios constituyen materialmente controversias sobre la respectiva esfera de atribuciones de los parlamentarios
y los Grupos parlamentarios. En Italia, estos asuntos se resuelven como conflictos entre poderes y en Alemania como conflictos constitucionales.
Son unos procesos de conflicto de atribuciones entre órganos que en España no pueden promover las minorías parlamentarias o las fracciones de
órganos constitucionales por la restringida legitimación que contempla el artículo 59 LOTC. El cauce procesal en que se sustancia la queja, el
amparo de derechos, ha contribuido ciertamente a considerar como derechos fundamentales las facultades de los parlamentarios, pero dista de
ser la única razón.
Legitimación: la persona directamente afectada. Está legitimada para interponer este recurso de amparo parlamentario (artículo 46 LOTC) la
“persona directamente afectada”, también puede hacerlo quien invoque un “interés legítimo”. Así ocurre con los Grupos parlamentarios en los
que un Diputado, Senador o parlamentario autonómico se integra y donde los representantes ejercen de manera conjunta sus derechos y
atribuciones parlamentarias. El TC, sin negar la titularidad individual del derecho fundamental por los parlamentarios uti singuli o uti sociu,
individualmente o asociado a otros parlamentarios en un Grupo, ha reconocido la legitimidad para presentar estos amparos de los representantes
de los Grupos parlamentarios. Es harto razonable dado que la mayor parte de las facultades de los parlamentarios son de ejercicio colectivo y que
los Grupos organizan la vida de las Cámaras.
Trascendencia constitucional. El TC ha reconocido que los amparos parlamentarios suelen tener unas repercusiones políticas generales que
justifica normalmente que el asunto trascienda del caso concreto. No en balde se garantizan en esta vía instrumentos que utilizan los
parlamentarios en las funciones legislativa, de control y representativa, y que les permiten construir las relaciones de representación política y
mantener informada a la opinión pública sobre la acción de gobierno. Pero ello no exime a la demanda de la carga de justificar la trascendencia
constitucional de concreto asunto.
Contenido de la sentencia. Además de reconocer el derecho transgredido, normalmente el derecho al ejercicio del cargo público representativo
(artículo 23.2 CE), y en particular, alguna facultad o atribución parlamentaria que forme parte del Estatuto de los parlamentarios puede anularse
el acto o decisión impugnado, y tomar medidas para restablecer el derecho violado siempre y cuando sea posible. Sólo el primer pronunciamiento
es indefectible. A veces no se dicta la declaración de nulidad si resulta desproporcionado o excesivo.
Eficacia de la sentencia y dilaciones. Con frecuencia los amparos parlamentarios han sido resueltos por el TC una vez que ya había concluido la
Legislatura en virtud del retraso en dictar sentencias constitucionales, de manera que los efectos directos de la sentencia para los derechos
subjetivos del recurrente venían muy menguados, pues no podía ya restablecerse realmente al actor en la integridad de su derecho v.gr. permitir
la comparecencia del Ministro que se negó a someterse a control, o pasar a formar parte un miembro de un Grupo de una Comisión
parlamentaria. No faltó quien consideró estas sentencias como un brindis al sol: un ejercicio inútil de la jurisdicción. Sin embargo, no puede
olvidarse la importancia de los efectos indirectos que han tenido estas sentencias, erigiendo unos estándares constitucionales en una consolidada
jurisprudencia, lo que ha llevado a reforzar una cultura parlamentaria de respeto a las minorías, y ha tenido impacto en la modificación de
algunas normas de los Reglamentos parlamentarios y, sobre todo, en mejores prácticas de los órganos de dirección. Con frecuencia, la verdadera
restitución se produce en la Legislatura siguiente y deriva de la creación de un precedente y un estándar o doctrina constitucional. No obstante,
la puesta al día del TC después de la reforma del 2007, debería llevar a hacer un esfuerzo y pronunciar estas sentencias dentro de la Legislatura
en que la demanda se presentó.
Algunas muestras. Son muchos menos, lógicamente, los amparos parlamentarios que los previstos en los artículo 43 y 44 LOTC. Pero existe una
abundante jurisprudencia sobre muy diversos asuntos que afectan a muchas de las facultades que integran el Estatuto de los parlamentarios,
mencionaré sólo algunas. El derecho a la información y a la documentación de los parlamentarios. El derecho a la interrogación: preguntas e
interpelaciones. El derecho a una tramitación regular de los asuntos (ius ut procedatur). El juramento o promesa de acatamiento de la
Constitución. Sanciones por incumplimiento del deber de asistencia. Retribuciones de Diputados y Grupos. Suspensión y cese en el cargo. Acceso
a materias clasificadas. Senadores de designación autonómica. Proporcionalidad en la designación de los representantes de los Grupos en las
Comisiones, etc. Así como algunas herramientas de democracia participativa como son la iniciativa legislativa popular y municipal.
91.– Regulación legal: dos amparos extra ordinem. Los amparos electorales no están regulados dentro de la LOTC sino en la Ley de Régimen
Electoral General. Son, en este sentido, unos recursos extra ordinem: ubicados fuera de la reserva de la Ley Orgánica y regulados por la Ley
electoral de forma muy sucinta. Si bien son materialmente unos recursos frente a decisiones de las Juntas Electorales y, en cuanto son
Administraciones electorales independiente, cabe entenderlos como variantes de los amparos frente al ejecutivo previstos en el artículo 43 LOTC.
Vienen especificados por la brevedad de los plazos y la urgencia en su tramitación. Un procedimiento electoral es como un viaje en tren en que se
sabe cuándo se sale y cuándo debe llegar puntualmente a su destino, el día de la elección, respetando unos plazos preclusivos. Este es el contexto
urgente en el que estos recursos electorales se insertan. La regulación de la Ley electoral realmente no crea ex novo estos amparos, que
igualmente existirían por el cauce habitual del amparo, sino que se justifica en introducir unos plazos muy breves para su tramitación.
Su naturaleza como amparos. No obstante, el TC ha insistido en que no dejan de tener la naturaleza de recursos de amparo, pues la previsión de
la Ley electoral “no ha alterado ni podía alterar la naturaleza de un recurso que no es disponible por el legislador” (STC 71/1986) y debe
invocarse la lesión de un derecho fundamental amparable. También deben aplicarse en ellos las normas generales que regulan el amparo salvo
cuando existan otras normas especiales más específicas en virtud de la acusada urgencia. Igualmente se ha dicho que no entrañan un
procedimiento para la unificación de doctrina en la interpretación de la legalidad electoral (STC 105/1991). O que no tienen por objeto la
selección de la norma legal aplicable (STC 1 /1993). O que la oposición de una de las candidaturas al reconocimiento del derecho fundamental
ajeno de otra de las candidaturas “entrañaría una desnaturalización de la garantía misma” (STC 82/1987), una especie de “contraamparo” o
“contratutela”. Pero, en otras ocasiones, se ha ido más allá de estas afirmaciones de principio y se han revisado en la práctica bastantes defectos
e irregularidades por su directa conexión con el derecho fundamental al sufragio pasivo del artículo 23.2 CE.
El artículo 49 LOREG en 1985. Desde su texto inicial, el artículo 49 de la LOREG en 1985 regula un recurso contencioso electoral contra la
denegación de la proclamación de una candidatura o un candidato, y, en su apartado 3.º, prevé que tras la sentencia que resuelva este recurso
cabe un amparo constitucional que debe solicitarse ante el TC en el plazo de dos días y resolverse en los tres días siguientes. Un amparo exprés o
muy rápido por su misma inclusión en un procedimiento electoral en curso que no puede detenerse.
El artículo 114 LOREG en 1991. La reforma operada en la LOREG por la Ley Orgánica 8/1991, de 13 de marzo, de modificación de la LOREG,
mejoró la regulación del procedimiento electoral tras la experiencia adquirida en varios conflictos electorales. Se introdujo una doble instancia
en el seno de la Administración electoral, dando un papel primordial a la Junta Electoral Central (artículo 108.3 LOREG), permitiéndose después,
según el tipo de elección, bien el acceso a los Tribunales Superiores de Justicia bien al Tribunal Supremo. Por último y en lo que aquí interesa, se
previó una ulterior vía específica de amparo electoral contra las proclamaciones de electos (artículo 114.2 LOREG). Un amparo que debe
solicitarse en el plazo de tres días y resolverse en los quince días siguientes. Es un amparo igualmente célere para no mantener demasiado
tiempo la controversia sobre la regularidad y legitimidad de la elección y el escrutinio ya realizados. Un coste que apenas podría soportar una
democracia representativa.
Acuerdo del Pleno de 2000. En desarrollo de ambos mandatos de la Ley Electoral, debe leerse el Acuerdo del Pleno del TC, de 20 de enero de
2000, (que deroga los anteriores de 1986 y 1991, el primero de los cuales se aprobó inmediatamente después de la LOREG), por el que se
aprueban normas de tramitación de ambos recursos de amparo electorales. Sustancialmente, dada la urgencia y preferencia del proceso, en los
amparos del artículo 49 LOREG, se agiliza el sistema de presentación de la demanda ante el juzgado o tribunal a quo que debe remitirla
“inmediatamente” al TC “por medio que asegure su recepción en el plazo máximo de un día”, acompañándola de las actuaciones. También se
disciplina la tramitación brevísima, casi a la carrera, de un procedimiento para dictar sentencia con prontitud. Igualmente se ordena un
procedimiento rápido en los supuestos del artículo 114.2 LOREG.
92.– Tipos de amparos electorales y actos impugnables: acuerdos de proclamación de candidaturas o de electos. A la vista de lo expuesto,
conviene distinguir entre amparos de proclamación de candidaturas y candidatos (artículo 49.3 LOREG) y amparos de proclamación de electos
(artículo 114.2 LOREG). El primero tiene por objeto los acuerdos de las Juntas Electorales en las que se proclaman las candidaturas o se excluyen
a algunos candidatos, y, por ende, las sentencias de los órganos contencioso-electorales que los revisan en la medida que pueden añadir otras
irregularidades o interferencias en el derecho de sufragio pasivo. Este tipo de amparos se producen en el momento inicial del procedimiento
electoral. El segundo versa sobre el acto de proclamación de electos, tras la celebración de la elección y el escrutinio, y los posteriores recursos y
sentencias contencioso-electorales. Supone la revisión del procedimiento electoral en su conjunto en la medida en que las irregularidades
denunciadas determinen el resultado. En ambos casos, las decisiones de las Juntas Electorales afectan al derecho de sufragio pasivo (artículo
23.2 CE) o derecho a presentarse como candidato y concurrir a unas elecciones.
¿Amparos electorales ordinarios? Por último, la existencia de estos dos recursos de amparo contra actos electorales muy específicos, las
proclamaciones de candidatos y de electos, que influyen decisivamente en el resultado de la elección y por eso se privilegian con su tramitación
urgente y preferente, no impide o excluye que pudieran plantearse recursos de amparo ordinarios frente a otros actos en materia electoral. Pero
no ha sido nada frecuente ni es probable que ocurran. Recordaré –quizás sea el único ejemplo– la STC 80/2002 un recurso de amparo presentado
por un candidato del PSOE, tras unos recursos contencioso-administrativos de protección de los derechos fundamentales, interpuestos contra el
Acuerdo de la Junta Electoral Central por el que se ordenó la publicación del resultado de las elecciones generales del 2000, y contra los
Acuerdos de la correspondiente Junta Electoral Provincial y la Junta Electoral Central que desestimaron una pretendida corrección de errores en
el escrutinio general de las elecciones al Congreso en la provincia de Asturias. Todo tenía que ver con unos problemas en la transcripción o
volcado progresivo de los resultados –según los porcentajes de votación– en soporte informático. Estos resultados provisionales se usaron para el
reparto definitivo de los Diputados. Se aducía que problemas informáticos impidieron la impugnación en su momento al no “ser fáciles de
advertir”, y se pretendía que llevaron a la pérdida por el recurrente de un escaño en Asturias al realizarse la impugnación de forma
extemporánea. El TC desestimó la demanda aduciendo la falta de celo o diligencia de los interesados y la imposibilidad de mantener
permanentemente abiertos los resultados electorales. Obsérvese el cauce seguido en la vía judicial previa, probablemente también por un
problema de plazos. Un caso raro.
Derecho al sufragio pasivo de los ciudadanos. Es evidente que no se trata de cualquier tipo de elecciones sino sólo de aquéllas en las que se ejerce
el sufragio universal como ciudadano, es decir, todas las elecciones que la LOREG regula ya sea de manera directa o general y supletoria, y ya se
ejerza el sufragio activo de forma directa o indirecta: Congreso de los Diputados, Senado, elecciones locales en Municipios respecto del
Concejales y Alcaldes, elecciones al Parlamento Europeo, Asambleas de las CCAA, Diputaciones Provinciales y Diputaciones Forales, Cabildos
insulares o Consejos Insulares. No se aplican estos amparos electorales a las elecciones que se realizan entre funcionarios o en colegios
profesionales o cámaras de comercio en la medida en que no existe en ellas sufragio universal, al no votarse como ciudadanos sino como
funcionarios, empresarios o profesionales y no resultar de aplicación el artículo 23.2 CE, según la jurisprudencia constitucional que se ha
expuesto al estudiar este derecho fundamental. Por otro lado, no hay formalmente un acuerdo de proclamación de electos de las Juntas
Electorales en las elecciones indirectas, pero no por ello menos representativas, a alcalde ni a Diputados Provinciales. Si bien el artículo 109
LOREG extiende a las elecciones y la proclamación de los alcaldes el recurso contencioso electoral. Así como el TC ha enjuiciado asuntos sobre
Diputaciones Provinciales entendiendo que debe aplicarse el procedimiento y los plazos del artículo 114.2 LOREG.
La previsión de plazos más breves en el articulo 49, apartados 3 y 4, LOREG. Estos recursos vienen regulados en el artículo 49, apartados 3.º y
4.º, LOREG donde se dice que la resolución judicial, del correspondiente Juzgado contencioso-administrativo, que resuelva el recurso
contencioso-electoral contra los acuerdos de proclamación de candidaturas y candidatos de las Juntas Electorales tiene carácter firme e
inapelable, sin perjuicio del procedimiento de amparo ante el TC. Insistiré en que el amparo debe solicitarse en dos días y el TC debe resolverlo
en los tres días siguientes. Este breve plazo se computa a partir de la notificación de la resolución judicial. Debe quedar claro que no puede
impugnarse cualquier acuerdo de las Juntas Electorales sino tan sólo las decisiones de no proclamación que impidan a un candidato o a toda una
candidatura concurrir a las elecciones. También la proclamación de una candidatura o candidato que no debió ser proclamado.
Distintas Juntas Electorales. Según la modalidad de elección, posee competencia para dictar los acuerdos de proclamación de candidaturas
distintas Juntas Electorales según la modalidad de elección: Provinciales para las elecciones generales (artículo 169.1 LOREG), de Zona en las
elecciones municipales (artículo 187.1), la Junta Electoral Central en las elecciones al Parlamento Europeo (artículo 220).
Su aplicación a las candidaturas que vengan a suceder a partidos políticos disueltos (artículo 44.4 LOREG). Debe advertirse que el artículo 44.4
LOREG prescribe que los partidos políticos, federaciones o coaliciones de partidos, y agrupaciones de electores no podrán presentar
candidaturas que vengan a continuar o suceder la actividad de un partido político declarado judicialmente ilegal y disuelto o suspendido. El
artículo 49.5 LOREG afirma que el recurso de amparo antes descrito se aplica también en este supuesto específico de no proclamación de
candidaturas, añadiendo un régimen singular según el cual que el recurso contencioso-electoral se interpondrá ante la Sala especial del Tribunal
Supremo regulada en el artículo 61 LOPJ.
Amparo electorales mixtos. La jurisprudencia admite que además de los problemas sobre proclamación de candidatos pueden alegarse en la
demanda otras irregularidades acaecidas en las decisiones judiciales que las revisan, derechos del artículo 24 CE normalmente, y entonces el
amparo deviene mixto.
Especificidades de procedimiento. Conforme al Acuerdo del Pleno del TC antes citado, la demanda de este amparo puede presentarse, además de
ante el Registro General del TC, en la sede del Juzgado o Tribunal cuya resolución agote la vía judicial; el órgano judicial debía remitirlo “por
medio que asegure su recepción” en el plazo máximo de un día; en muchas ocasiones se ha hecho, en la práctica, inmediatamente por fax o por
correo electrónico, y cualquier otro medio telemático parece lógico y viable. Todas estas previsiones deben entenderse corregidas por el Acuerdo
que obliga ahora a la presentación electrónica. Es preciso acompañar a la demanda las actuaciones judiciales y ante la Administración electoral.
Al mismo tiempo, el órgano judicial a quo debe dar traslado de la demanda a las partes personadas, con excepción del demandante, para que se
personen ante el TC en el plazo de dos días y formulen alegaciones. El mismo día del recibimiento del recurso el TC da vista del mismo al
Ministerio Fiscal para que formule alegaciones en el plazo de un día. El TC resuelve sin más tramites el amparo en el plazo de tres días.
Peculiaridades de la sentencia. La sentencia constitucional puede dictar varios pronunciamientos además de los comunes a cualquier sentencia
de amparo:
• retrotraer el procedimiento y pedir a la Junta Electoral que permita subsanar alguna irregularidad de la candidatura;
• retrotraer al órgano judicial para que repare la lesión del proceso debido que cometió v.gr. por haber inadmitido indebidamente el recurso.
Un enjuiciamiento acelerado compensado por la sencillez de los casos. La celeridad de este procedimiento lleva, en la práctica, a que las
Secretarías de justicia y un equipo de Letrados del TC, expertos en materia electoral, estén casi de guardia permanente, bajo la supervisión de los
Magistrados, y que nada más recibirse la demanda comiencen a prepararse los borradores de sentencia sin perjuicio de que se completen o
modifiquen a la vista de las alegaciones de las partes. No obstante, el número de recursos no suele ser inasumible y podrían dictar sentencias
ambas Salas si fuera menester, si bien lo habitual es que se fije una única Sala, alternándose la Primera y la Segunda. Ayuda también la relativa
sencillez de los asuntos que se resuelven en materia de proclamación de candidaturas y la consecuente brevedad de las sentencias. La
jurisprudencia que en estos procesos se emana debe comprenderse desde esta perspectiva, la solución de pequeños casos concretos, y no debe
esperarse normalmente una elaborada doctrina.
Algunas muestras. Se han revisado p. ej. problemas conexos a estos asuntos. La denominación, siglas y símbolos de los partidos políticos o
agrupaciones de electores que deben figurar en el escrito de presentación de una candidatura, así p. ej. litigios relacionados con la denominación
“verdes” o el uso del girasol, asegurando que es un símbolo que no puede ser monopolizado por nadie. Se ha afirmado que no es posible presentar
una candidatura por un partido político que no sea la que está oficialmente inscrita en el registro de partidos. Se ha impedido revisar
irregularidades internas a los partidos en estos procesos de cognición limitada. Se ha dicho que una misma corriente ideológica puede tener
expresión en varios partidos. O que no se puede revisar el orden en que los candidatos aparecen en la lista. Sobre todo, se ha mantenido que son
irregularidades de la candidaturas perfectamente subsanables: la ausencia de suplentes, la rectificación del nombramiento de un Administrador
electoral que era incompatible por ser al tiempo candidato, la aportación del certificado de inscripción en el censo, etc. Una interpretación
favorable al derecho fundamental se ha impuesto por el TC, permitiendo subsanar defectos y errores y debiendo concederse ocasión para ello por
las Juntas Electorales en trámite de subsanación de las candidaturas provisionalmente proclamadas y antes de la proclamación definitiva
(artículo 47.2 LOREG).
La vía judicial previa contencioso electoral. El segundo amparo electoral versa sobre la proclamación de candidatos electos por una Junta
Electoral tras la celebración de las elecciones y el escrutinio (artículo 114.2 LOREG). Tras esta proclamación se puede interponer un recurso
contencioso electoral que resuelve el tribunal competente (artículo 112 LOREG): la Sala de lo contencioso del Tribunal Supremo en las elecciones
generales o al Parlamento Europeo (artículo 122 LOREG); y, en el supuesto de elecciones autonómicas o locales, la Sala correspondiente del
Tribunal Superior de Justicia de cada Comunidad.
Los amparos del artículo 114.2 LOREG. Contra dicha sentencia, puede acudirse en amparo ante el TC. Debe solicitarse en el plazo de tres días y
resolverse en los quince siguientes (artículo 114.2 LOREG). De nuevo, no puede discutirse cualquier extremo sino únicamente las irregularidades
invalidantes de la elección o que afecten al resultado electoral y sean determinantes del mismo: el número y nombre de los candidatos
proclamados electos. No existe una lesión del derecho de sufragio pasivo si la irregularidad no afecta al resultado por su escasa relevancia.
El Caso de las elecciones en Murcia como origen de la modificación de la LOREG. La modificación legislativa de la LOREG (Ley Orgánica 8/1991,
de 13 de marzo), para introducir esta vía procesal, tuvo origen en la sentencia de un amparo ordinario en el caso de las elecciones generales
en Murcia (STC 24/1990) cuando aún no existía esta vía. El TC impuso una interpretación de la legalidad electoral configuradora de los derechos
fundamentales secundum Constitutionem y, teniendo en cuenta el principio de conservación de los actos válidamente emanados, se anuló la
declaración de nulidad de la elección en toda la circunscripción y se convocó una nueva elección solamente en las pocas Mesas en las que había
habido irregularidades. La decisión fue cabal y justa, pero la LOREG no preveía entonces la declaración de nulidad parcial, que el TC creó ex novo
y el asunto provocó una viva polémica. Poco después se reformó la LOREG para introducir un cauce procesal que regulara estos amparos, y se
incluyó la nulidad parcial de la elección en la LOREG. Es un buen ejemplo de diálogo entre el intérprete supremo de la Constitución y el legislador
para mejorar las garantías electorales, perfeccionando el sistema a la vista de las experiencias adquiridas en concretos conflictos.
Especificidades del amparo de proclamación de electos. Existen tres días desde la notificación de la Sentencia previa para la interposición del
recurso. Este mismo plazo juega para la personación y alegaciones de quienes hubiesen sido partes en el procedimiento judicial previo. Cinco
días para la presentación de alegaciones por parte del Ministerio Fiscal. Diez días más tiene el TC para la resolución del recurso de amparo con la
finalidad de no sobrepasar el plazo de quince días siguientes a la presentación de la demanda que señala el artículo 114.2 LOREG. Si la demanda
se presentara en el órgano judicial a quo que agotó la vía previa, debe remitirla al TC con el conjunto de las actuaciones y un informe de la Junta
Electoral en el que se consigne cuanto estime procedente como fundamento del acuerdo impugnado.
Peculiaridades de la sentencia. La sentencia debe ponderar en la parte dispositiva o fallo sendos principios; el principio de primacía de la verdad
material en el proceso electoral, junto a la seguridad jurídica y el principio de conservación de los actos válidamente emanados. Anular todo el
procedimiento electoral en vez de sólo alguna de sus fases donde se cometieron irregularidades no sería lógico.
Desde esta perspectiva, además de los comunes a cualquier sentencia de amparo, y en claro paralelismo con lo dispuesto para el contencioso
electoral (artículo 113 LOREG) la sentencia del amparo de proclamación de electos puede dictar varios pronunciamientos en su parte dispositiva
en función del tipo de irregularidad invalidante que se identifique y de la sanción y reparaciones que merezca:
• confirmar el acuerdo de proclamación de electos y la validez de la elección, es decir, confirmar el resultado electoral revisado;
• declarar la nulidad del acuerdo de proclamación de uno o varios electos por advertir irregularidades invalidantes, para que se proclame a quien
corresponda;
• declarar la nulidad del acuerdo de proclamación pero también del escrutinio general ante la Junta Electoral y retrotraer las actuaciones a ese
momento para volver a realizarlo conforme a ciertas indicaciones;
• ordenar la repetición de la elección sólo en las Mesas afectadas por irregularidades sin necesidad de efectuar una nueva convocatoria y
limitándose al acto de la votación.
Algunas muestras de la jurisprudencia. El artículo 23.2 CE garantiza no sólo la igualdad, pues es un derecho con una acusada mediación legal, y
permite revisar el cumplimiento escrupuloso de las reglas de elección. Pero, únicamente afecta a este derecho, no cualquier irregularidad de
procedimiento, sino el mantenimiento de la debida correlación entre la voluntad del cuerpo electoral y la proclamación de candidatos. En
ocasiones, pues el TC se contiene y estima que no procede a través de un recurso de amparo de derechos resolver cuál sea la interpretación
correcta de la Ley electoral. Pero sí lo hace cuando afecta claramente al resultado así p. ej. ha interpretado cuestiones muy concretas como son el
sentido legal del segundo sobre donde se guardan las actas (artículo 108 y ss LOREG), que debe ser usado por las Juntas Electorales para
subsanar irregularidades en la documentación. O se han enjuiciado errores materiales en la transcripción de las actas en uno de los sobres. O se
ha diferenciado entre “nueva convocatoria”, refiriéndose al procedimiento electoral íntegro, y “nueva elección”, lo que abona el tenor actual del
artículo 113 LOREG. O se ha interpretado el sentido del mandato del artículo 105.4 LOREG de que no se compute las actas en que haya más
votantes que electores. O incluso qué papeletas deben considerarse votos nulos por venir rayadas, una cuestión sobre la que luego se dictó una
instrucción de la Junta Electoral Central, pidiendo que las Juntas anularan las papeletas de cualquier manera rayadas.
Legitimación. Únicamente los sujetos electorales directamente afectados pueden plantear estos amparos, según lo dispuesto en la LOREG,
cualquier candidato, excluido o proclamado, o los representantes de las candidaturas (artículo 49.1 y 110 LOREG). Se supone en estos sujetos
protagonistas del proceso electoral una singular especialización, lo que permite pedir su colaboración y una singular diligencia en unos
procedimientos rápidos, pero no siempre ocurre así con las agrupaciones de vecinos, a diferencia de los partidos políticos que tienen una
organización estable.
Plazos en días naturales. Todos los plazos se computan en días naturales, pues el articulo 119 LOREG establece que los plazos previstos en la Ley
electoral son siempre improrrogables y se entienden referidos en días naturales. Un mandato coincidente con el artículo 4 del Acuerdo del TC
sobre estos asuntos que traslada la previsión a estos procesos constitucionales urgentes.
Admisión a trámite. No está prevista en la regulación legal una fase de inadmisión, pero nada impide que se produzca, y, de hecho, el TC ha
avanzado con buena lógica en declarar algunas demandas inadmisibles si se incumplen los requisitos procesales sin esperar a desestimarlas en
sentencia por este motivo.
Trascendencia constitucional. La LOREG o la LOTC no excepcionan a los recurso de amparo electorales de la carga de demostrar la
trascendencia constitucional del asunto. Si bien la ya reseñada STC 155/2009, que interpretó esta cláusula legal señalando algunos supuestos en
los que concurre, advirtió en que en los amparos electorales normalmente existen unas consecuencias políticas generales que justifican su
admisión.
El control judicial impuesto por el artículo 70.2 CE y las consecuencias del sufragio como derecho fundamental. La Constitución prevé el “control
judicial” de la validez de las actas electorales de los miembros de ambas Cámaras “en los términos que establezca la ley electoral” (artículo 70.2
CE). Sigue el acertado precedente del Real Decreto-Ley 20/1977, de 18 de marzo, sobre normas electorales, aprobado durante la transición, y
cuya aplicación ya había sido experimentada. Supone un gran cambio respecto del modelo que estuvo presente en nuestras Constituciones
históricas. Una posición muy acertada en un Estado de Derecho. Un maestro como fue Costantino Mortati sostuvo que la reclamación judicial
frente al acto de proclamación de electos resulta obligada una vez que el sufragio es un derecho fundamental en cuanto garantía judicial del
mismo. Es pues una actividad materialmente jurisdiccional y no parlamentaria. En el mismo sentido, la doctrina clásica francesa (Leon Duguit,
Maurice Hauriou) criticó el sistema de verificación parlamentaria de las actas y los abusos a los que conducía, por ser imposible que una
Asamblea pueda desempeñar de manera objetiva e independiente una función materialmente jurisdiccional. No se puede poner al lobo a guardar
las ovejas.
La expansiva evolución de la jurisprudencia constitucional. El TC ha mantenido que pese a que el artículo 70.2 CE atribuye la validez de las actas
al control judicial, es decir, a los órganos del Poder Judicial, ni este precepto constitucional ni ningún otro excluye la revisión que pueda realizarse
en vía de amparo para otorgar efectividad a los derechos fundamentales (STC 27/1990). La verdad es que la Constitución ni abiertamente la
LOTC le da al TC una competencia como juez de las elecciones, y pocos hubieron imaginado el actual escenario en 1978. Sin embargo, la relación
entre procedimiento electoral y derecho de sufragio pasivo, más su correlación con el activo, hace que sea muy difícil diferenciar, con un criterio
sustantivo, entre meras irregularidades de procedimiento electoral y las irregularidades invalidantes de la elección que afectan al núcleo del
acceso a los cargos públicos representativos. La frontera dista de ser precisa y el criterio es cuantitativo. El TC parece venir obligado a buscar la
verdad material y asegurarse de la adecuación entre los votos expresados por los electores y los escaños obtenidos. De alguna manera, el
Tribunal de derechos ha acabado por ser también, en muchas ocasiones, un último Tribunal de las elecciones. Es un proceso análogo al que
también ha ocurrido con el TEDH. Puede oponerse reparos teóricos a esta extensión, pero es un hecho que incrementa las garantías electorales y
se asegura de la formación democrática de la voluntad de los órganos del Estado. De manera, que creo debe apoyarse esta extensión.
Interacciones entre el ordenamiento nacional y el sistema del Convenio. El Tribunal Constitucional es el intérprete supremo de la Constitución
(artículo 1.1 LOTC), pero una vez producida la ratificación del Convenio Europeo de Derechos Humanos (CEDH), tras sus sentencias cabe
plantear un “acceso directo” –un amparo europeo– ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH). Así ocurre desde 1998 cuando
desapareció el filtro de la Comisión al entrar en vigor el Protocolo 11. De manera que los derechos recogidos en la Constitución vienen sometidos
a su interpretación conforme al sistema del Convenio Europeo y la jurisprudencia que emana constantemente del Tribunal Estrasburgo tal y
como explicita el artículo 10.2 CE que impone una apertura amistosa al Derecho internacional de los derechos humanos. El ordenamiento jurídico
nacional se integra así en el ordenamiento del Consejo de Europa. Por consiguiente, el Tribunal Constitucional es supremo en sus exégesis dentro
de nuestro ordenamiento, pero está vinculado a la doctrina del TEDH, que sí es final, y puede pronunciarse sobre las sentencias constitucionales,
declararlas contrarias al Convenio e imponer medidas de restablecimiento de los derechos, y crear estándares convencionales e interpretaciones
que deben ser cumplidas lealmente. El Convenio establece la obligación de respetar los derechos que reconoce (artículo 1 CEDH), así como la
fuerza obligatoria y ejecución de las sentencias definitivas e impone a los Estados partes el compromiso de acatarlas (artículo 46 CEDH). En
particular, el Tribunal Constitucional debe incorporar este acervo doctrinal europeo en sus sentencias, pasando a formar parte de la doctrina
constitucional, y asegurarse de que los órganos judiciales lo conozcan e implementen en sus decisiones.
Demandas individuales: legitimación (artículo 34 CEDH). El Tribunal podrá conocer de una demanda presentada por cualquier persona física,
organización no gubernamental o grupo de particulares que se considera “víctima” de una violación de uno de los derechos reconocidos en el
Convenio. Todos ellos pueden presentar una demanda ante el TEDH y los Estados parte no pueden poner traba alguna al ejercicio de este derecho
(artículo 34 CEDH). La jurisprudencia europea ha rechazado que puedan hacerlo, en cambio, un ente territorial (un Municipio o una Comunidad
Autónoma) o un órgano del Estado. En circunstancias excepcionales y en casos en que se aleguen situaciones graves o extremas, puede abrirse la
legitimación activa a ONGs que representen a las víctimas p. ej. ante el tratamiento médico inadecuado proporcionado a un preso durante su
estancia en prisión que derivó en su fallecimiento. El estatuto de víctima supone la persona directamente afectada por la lesión del derecho, pero
la jurisprudencia ha admitido demandas de víctimas potenciales, o victimas indirectas como los familiares. Existe la posibilidad de una
intervención adhesiva de terceros que presenten observaciones (artículo 36 CEDH) o amicus curiae. Una interesante herramienta que no
contempla la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional español, pero ya se ha incorporado a la Corte Constitucional italiana. Es bueno abrir los
procesos convencionales y constitucionales a la sociedad civil en materia de derechos fundamentales.
Requisitos de la demanda. Lenguas oficiales. La demanda debe acompañarse de toda la documentación e información necesaria para enjuiciar el
caso. El sitio web del TEDH da una muy sencilla y detallada información sobre cómo plantear la demanda y ofrece incluso un formulario en su
web (application form). Las quejas deben explicar claramente los hechos y los fundamentos. La demanda se puede enviar en cualquiera de las
lenguas oficiales de los Estados parte del Convenio. Pero, en las fases posteriores a la admisión, los escritos deben estar redactados en inglés o
francés como lenguas oficiales del Tribunal. Igualmente, el recurrente puede decidir estar representado o no por un representante, no
necesariamente un Abogado, pero no viene obligado. Normalmente, un Abogado actúa en defensa del recurrente incluso en trámite de admisión,
pero sólo es preceptivo tras ser admitida la demanda.
Plazo del acceso directo. Inicialmente el plazo para interponer una demanda era de seis meses, pero tras la entrada en vigor del Protocolo 15 es
un plazo de cuatro meses (artículo 35 CEDH). Debe estimarse un tiempo suficiente para redactar una demanda, más aún, si lo comparamos con la
brevedad de los plazos para interponer un amparo constitucional. El plazo se computa desde la notificación de la última resolución judicial.
Agotamiento de los recursos internos. Juega un principio de subsidiariedad y no puede acudirse al TEDH hasta después de haber agotado las vías
de recurso nacionales incluyendo los altos tribunales nacionales cuando sea procesalmente posible. Esto significa que deben formularse
sustancialmente las mismas quejas en el acceso directo que ante los órganos judiciales de los Estados.
Condiciones de admisibilidad de la demanda e inadmisión. Pero el Tribunal puede inadmitir la demanda cuando se da alguno de los siguientes
motivos de inadmisión:
• si es anónima;
• si es esencialmente la misma que otra ya examinada por el Tribunal, o ya ha sido sometida a otra instancia internacional, y no contiene hechos
nuevos;
• si el demandante no ha sufrido un perjuicio grave, a menos que el respeto de los derechos exija un examen de fondo de la demanda.
Manifiestamente mal fundada: la objetivación del acceso directo. La mala fundamentación es el motivo de inadmisión más usado. La cláusula
tiene un sentido y finalidad análogos a la especial transcendencia constitucional del recurso de amparo que ya hemos analizado. Permite al
Tribunal Europeo inadmitir la mayor parte de los casos (más del 90%) en la práctica, tras producirse la interpretación evolutiva y expansiva que
ha impulsado el Protocolo 14. “Mal fundada” se está interpretando como insuficientemente fundada, o con nulas o escasas probabilidades de
prosperar la estimación del recurso, con la finalidad de facilitar la inadmisión y aliviar la fuerte sobrecarga de asuntos de la jurisdicción europea.
El TEDH avanza en la objetivación del amparo europeo, pasados unos primeros momentos de prudencia, siguiendo una evolución semejante al
amparo en las jurisdicciones constitucionales alemana y española.
Medidas cautelares. El Convenio Europeo de 1950 no prevé expresamente la facultad del Tribunal de dictar medidas cautelares. Durante mucho
tiempo se dictaron meras recomendaciones o acuerdos de caballeros. Pero el Tribunal, en una lenta jurisprudencia y en una evolución de
décadas, introdujo medidas cautelares vinculantes que pasaron a formar parte del artículo 37 de su Reglamento o reglas de procedimiento. El
recurrente debe dar la información necesaria, y especificar las razones en las que se funda su temor o los riesgos de que pueda desaparecer su
derecho y hacerse inviable la reparación, si no se dictara una medida cautelar. El Tribunal puede resolver la admisión de la demanda con
urgencia y anticipadamente al tiempo de dictar una medida cautelar. En litigios sobre extradición o expulsiones de extranjeros, las medidas
suspensivas se dictan con celeridad y se han revelado prontas y eficaces.
Acuerdo amistoso. (artículos 39 y 37 CEH). En cualquier fase del procedimiento, el TEDH puede ponerse a disposición de las partes para
conseguir un acuerdo amistoso sobre el asunto mediante un procedimiento confidencial. En la práctica, la Secretaría del Tribunal suele hacer
propuestas de arreglos amistosos tras recibir la demanda y pedir el intercambio de observaciones entre las partes. Si se alcanza el acuerdo, se
archiva la demanda mediante una decisión sucintamente motivada que se transmite al Comité de Ministros. Un número no desdeñable de
demandas se archivan mediante esta razonable técnica. Es curioso que, en cambio, el arreglo amistoso no existe en nuestra jurisdicción
constitucional, y tampoco hemos reflexionado acerca de si su promoción tendría un efecto beneficioso.
Asimetrías en ambas declaraciones de derechos y accesos per saltum. Los derechos reconocidos en el Título I de la Constitución no son
exactamente los mismos que los positivados en el Convenio y sus Protocolos que no reconocen expresamente los derechos sociales. Además de
esta exclusión, pueden acceder al amparo europeo algunos derechos que no son susceptibles de defenderse en el amparo constitucional (los
reconocidos en los artículos 14 a 29 más el artículo 30.2 CE), así ocurre con el muy importante –y amplísimo en sus contenidos– derecho a la vida
privada y familiar (artículo 8 CEDH), el derecho al matrimonio (artículo 12 CEDH), o el derecho al goce pacífico de los bienes como variante
ampliada del derecho de propiedad (artículo 1 Protocolo 1) que incluso permite la defensa de beneficios y pensiones. He defendido en varios
estudios la conveniencia de que ambas declaraciones de derechos, la constitucional y la europea, se aproximen mediante reformas
constitucionales y legales. Entre otras razones, para evitar que demandas individuales puedan acceder per saltum a Estrasburgo sin haber sido
previamente enjuiciadas por el Tribunal Constitucional. Pero un segundo problema lleva tiempo emergiendo, no son extrañas decisiones de
inadmisión de demandas por el Tribunal Constitucional, casi siempre por autos que albergan votos particulares, que luego son admitidas e
incluso estimadas por el TEDH. Esta situación debería llevar a un mayor celo en la admisión de los amparos constitucionales, evitando dictar
decisiones de inadmisión si la unanimidad de los Magistrados no existe.
Diálogo entre tribunales de derechos. La secuencia de amparos o recursos judiciales, amparo constitucional y amparo europeo configura un buen
sistema de garantías multinivel y permite el diálogo y la colaboración de distintos intérpretes en la construcción y la garantía efectiva de los
derechos de las personas y grupos.
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LECCIÓN 14.ª
SUMARIO: 1. UNA TEORÍA CONSTITUCIONALMENTE ADECUADA. 2. CLASIFICACIÓN. CONCEPTO Y DEFINICIÓN. 3. INTERPRETACIÓN Y LÍMITES.
4. LA EFICACIA HORIZONTAL DE LOS DERECHOS FRENTE A LOS PARTICULARES Y PODERES PRIVADOS. 5. APERTURA SUPRANACIONAL Y
PLURALISMO DE CONSTITUCIONES: EL CEDH Y LA CDFUE. BIBLIOGRAFÍA.
Características de la declaración constitucional: amplia, moderna, garantista y abierta. La Constitución recoge una amplia declaración de
derechos en un extenso Título I (artículos 10 a 55), dividido en cinco Capítulos. Los constituyentes pensaron en algún momento en reenviar a las
declaraciones internacionales, pero se optó cabalmente por redactar, con amplio consenso, un texto detallado, entre otras razones, para
asegurarse de una garantía eficaz de los derechos, así como para erigir un símbolo de la huida de la dictadura. Los derechos fundamentales
poseen una inescindible conexión con la democracia que es un lecho en el que se asientan los derechos según gusta decir el TEDH. Es también
una declaración que era moderna en el tiempo de su aprobación, perfectamente homologable a los estándares de cualquier otra declaración
internacional o constitucional de su época. De hecho, estuvo muy influida por el Convenio Europeo de Derechos Humanos, la Declaración
Universal, los dos grandes Pactos de Naciones Unidas y diversas Constituciones europeas de la segunda posguerra. Pero qué duda cabe de que
podría actualizarse, casi medio siglo después, mediante una reforma constitucional y adaptarse a las nuevas realidades del siglo XXI,
especialmente respecto de los principios rectores o derechos sociales. Es además un texto garantista que no alberga injustificables restricciones
a los derechos. Pero posee un carácter cerrado frente al numerus apertus que es típico de algunas Constituciones americanas. Curiosamente,
esta afirmación ya no es cierta, pues los derechos constitucionales continúan creciendo constantemente mediante su apertura, en virtud del
artículo 10.2 CE, a una interpretación conforme con los derechos europeos recogidos en el Convenio Europeo de Derechos Humanos y la Carta de
Derechos Fundamentales de la Unión Europea, y a la abundante jurisprudencia que de ellos emana, que reconoce con frecuencia contenidos
nuevos de derechos viejos o nuevos derechos –o exégesis de los mismos– que se suman a los derechos reconocidos en la Constitución. Tenemos
una declaración de derechos en este sentido abierta a las nuevas realidades.
¿Parte dogmática y orgánica? Los manuales de Derecho Constitucional solían distinguir entre la parte dogmática y la orgánica de una
Constitución: Bill of rights and frame of government. Sin embargo, esta distinción tradicional tiene hoy un valor simplemente propedéutico,
porque ambas partes no pueden percibirse como compartimentos estancos y separados. Los derechos fundamentales se expanden
transversalmente como principios y normas objetivas que inspiran la regulación de la parte orgánica tanto en los órganos como en las fuentes del
Derecho. Todas las normas constitucionales en sus distintos tipos integran un sistema. Así no puede comprenderse la administración de justicia
separada de las garantías constitucionales en los procesos que el artículo 24 CE recoge: la tutela judicial ha impulsado la transformación de la
organización judicial de manera garantista. Del mismo modo, el abuso en la aprobación de leyes singulares no puede ignorar la prohibición
constitucional de indefensión y la igualdad en la ley (artículos 24 y 14 CE). La fuerza expansiva de los derechos fundamentales acaba
impregnando todas las normas jurídicas. Los derechos crecen y se expanden como buena masa de pan.
Una teoría de los derechos constitucionalmente adecuada: las cláusulas generales. No hay una única teoría de los derechos en la Constitución.
Nuestra Constitución formal no responde a esta lógica doctrinal o teorética, porque integra diversas matrices ideológicas o filosóficas buscando
un consenso o compromiso. Pero sí se recogen tres importantes cláusulas generales en los artículos 10.1, 10.2 y 53 que deben orientarnos para
comprender y explicar las características de la declaración constitucional: fundamento axiológico, apertura amistosa al Derecho Internacional
sobre los derechos, y gradación de los derechos en tres niveles.
a) Primero, el artículo 10.1 CE reconoce la dignidad humana y el libre desarrollo de la personalidad como fundamento del orden político y de la
paz social y, por ende, de los derechos fundamentales. Un fundamento tan amplio concede a los derechos no sólo una dimensión individual sino
otra colectiva o comunitaria que refuerza su relevancia y el interés general en su protección. Los derechos fundamentales son inherentes a las
personas y emanan de su dignidad humana o, lo que es prácticamente lo mismo, del libre desarrollo de la personalidad; la primera noción tiene
un cariz más iusnaturalista y la segunda más positivista, pero son a estos efectos equivalentes. Los derechos fundamentales se califican como
inviolables, es decir, que no se deben violar ni por los poderes públicos ni por los privados. De esta cláusula emanan obligaciones positivas de
protección según ha desarrollado el TEDH. Al tiempo, los derechos especifican los valores constitucionales enunciados en el artículo 1.1 CE –
libertad, igualdad, justicia y pluralismo– lo que igualmente les concede una dimensión objetiva, axiológica y un acusado interés general.
El artículo 10.1 CE establece que el respeto a la ley y a los derechos de los demás es igualmente fundamento de los derechos: de una parte, no
cabe un ejercicio abusivo e insolidario de los derechos, desprovisto de límites y que redunde en la lesión indebida de los derechos de terceros; y,
de otra, el respeto a la ley es inherente a la misma idea de derechos fundamentales y no cabe un ejercicio anárquico al margen de las leyes. Si
bien surge una tensión entre el contenido esencial de los derechos, que es previo a la ley y se funda en la Constitución y en la cultura del
constitucionalismo, y la regulación legal de los mismos que viene limitada por ese contenido esencial.
b) Segundo, el artículo 10.2 CE recoge una cláusula constitucional de apertura amistosa al Derecho Internacional de los derechos humanos, al
establecer que las normas relativas a los derechos fundamentales se interpretarán de conformidad con la Declaración Universal de Derechos
Humanos y los tratados y acuerdos internacionales ratificados por España. El precepto trae origen del artículo 16 de la Constitución portuguesa y
ha sido recibido desde España en numerosas constituciones iberoamericanas. Entraña una apertura “amistosa” –como gusta decir a la doctrina
alemana– y un reenvío a las normas del Derecho Internacional de los derechos humanos. Se traduce en una obligación de interpretar los derechos
constitucionales de conformidad con esas normas internacionales, haciendo una interpretación constitucional secundum Conventionem. La
apertura, elasticidad o indeterminación de las normas constitucionales y legales deben cerrarse por el intérprete de acuerdo con las normas
internacionales, y no sólo con esas declaraciones, tratados y acuerdos sino también con la jurisprudencia y doctrina que emana de los tribunales
que las interpretan, ambas cosas no pueden disociarse.
Según la jurisprudencia del Tribunal Constitucional, el artículo 10.2 entraña un canon hermenéutico o criterio interpretativo y no un canon de
validez de las normas nacionales. Pues –afirma– ni los tratados internacionales, ni el Derecho de la Unión Europea, incluida la Carta de Derechos
Fundamentales, ni el Convenio Europeo de Derechos Humanos del Consejo de Europa tienen rango constitucional y por ello no permiten un
control de constitucionalidad de las leyes. Pero la afirmación tiene bastante de formalista o retórica, puesto que una vez impuesta una
interpretación de los derechos conforme a las normas internacionales debe reconducirse la exégesis de las normas constitucionales al contenido
de los tratados internacionales en esta materia mediante una interpretación sistemática. El artículo 10.2 CE concede pues un intenso valor
normativo a las normas internacionales sobre derechos y la jurisprudencia que de ellos emana. Mucho mayor que el que se desprende de una
interpretación literal. La estrecha vinculación a la jurisprudencia del TEDH ilustra bien lo que se dice. Los derechos positivados y reconocidos en
esas dos declaraciones son también derechos fundamentales de los españoles y no sólo los derechos constitucionales. Desde el punto de vista de
la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión, la situación es aún más evidente por la intensa primacía del Derecho de la Unión.
c) Gradación de los derechos en tres niveles. El Título I debe comenzar a leerse por el final, a partir del artículo 53 CE que dispone una gradación
de los derechos en tres niveles sucesivos y descendentes en su grado de protección. Es un precepto endiablado en la complejidad de su
enunciado, bastante extraño en Derecho comparado (se contempla en Polonia) y que, sin embargo, refleja acertadamente la acertada
comprensión realista de los derechos propia de nuestra asamblea constituyente. Es ya una tradición del Derecho Constitucional español. Se
distinguen tres regímenes jurídicos de los derechos en función de su ubicación en diversas partes del Título I. Pese a que esa ubicación dista de
ser indiscutible y podría hoy ser revisada en su idoneidad y pasar progresivamente algunos derechos sociales, u otros tutelados por el TEDH, a la
parte más protegida.
El régimen general se enuncia en el apartado 1.º según el cual los derechos del Capítulo II (artículos 14 a 38) vinculan a todos los poderes
públicos, obligan al legislador al respeto de su contenido esencial, y sólo por ley pueden regularse, siguiendo un intenso principio de legalidad y
reserva de ley. Una triada de garantías que identifica a los derechos fundamentales y conviene retener: contenido esencial, vinculación y reserva
de ley.
Existe un régimen reforzado de garantías en el apartado 2.º para los derechos recogidos en tres lugares: el artículo 14, la Sección primera del
Capítulo 2.º, y la objeción de conciencia ex artículo 30.2 CE (en síntesis, los artículos 14 a 29 más el 30.2). Son los derechos fundamentales de
núcleo duro o en sentido estricto. Si bien esta consideración comienza a ser revisada, porque la fundamentalidad de un derecho no deriva de los
remedios para su protección sino de su esencialidad, es decir, de su conexión con la dignidad humana, aunque es cierto que está muy conectada a
sus garantías. Tales derechos vienen protegidos ante los órganos judiciales por un procedimiento específico basado en los principios de
preferencia y sumariedad (amparo judicial), diverso a los recursos judiciales ordinarios, y complementario de los mismos, y “en su caso” a través
del recurso de amparo ante el Tribunal Constitucional (amparo constitucional). El amparo constitucional fue primero subsidiario y es ahora,
desde 2007, un remedio excepcional en interés de Constitución para los asuntos que tengan trascendencia constitucional. Este régimen
reforzado de algunos derechos se traduce pues en dos garantías judiciales: amparo judicial y amparo constitucional. El resto de los derechos se
tutelan por los órganos judiciales a través de los procedimientos ordinarios y no acceden al amparo constitucional, lo cual no quiere decir que no
estén suficientemente protegidos por los órganos judiciales mediante las vías procesales ordinarias.
Se contempla finalmente un régimen debilitado en el apartado 3.º para los llamados principios rectores de la política social y económica
recogidos en el Capítulo III (artículos 39 a 52), los derechos sociales y que en la terminología del derecho internacional suelen llamarse derechos
económicos, sociales y culturales (DESC), reconociendo su triple objeto. La Constitución determina que informarán la legislación positiva, la
práctica judicial y la actuación de los poderes públicos, pero sólo podrán ser alegados ante la jurisdicción ordinaria de acuerdo con lo que
dispongan las leyes que los desarrollan. Este régimen debilitado concede a los “principios rectores” un valor informativo de la actuación de todos
los poderes públicos, si bien se limita su invocación judicial a su concreta configuración legal. No se les califica en el enunciado general como
derechos, pero a veces sí se hace en el articulado, de forma contradictoria. Los principios rectores reclaman la mediación o interposición de la ley
y no pueden ser aplicados directamente desde la Constitución por los órganos judiciales. La protección de los derechos sociales, por las
limitaciones presupuestarias al ser en su mayor parte derechos de prestación, depende de un principio de sostenibilidad financiera, una
justificación que hace que la Constitución los tutele con menor intensidad. Si bien este deslinde es complejo y la tendencia doctrinal moderna es
hacia una normalización de los derechos sociales en su tratamiento con el resto de los derechos fundamentales mediante unas herramientas
comunes. También v.gr. la protección del derecho de propiedad privada es muy costosa –ha dicho Cass Sunstein–, pese a ser un derecho de
libertad, e igualmente los derechos electorales o la tutela judicial son derechos de prestación que reclaman fuertes inversiones.
Teorías sobre los derechos fundamentales. Comprender antes de interpretar. Ya se ha dicho que la Constitución es fruto de un compromiso entre
distintas matrices ideológicas. Pero las normas constitucionales no nacen en el vacío sino que parten de un universo de categorías y conceptos
que utilizan y en el que se ubican. Es útil por eso conocer algunas de las teorías doctrinales más habituales, para que el intérprete pueda
“comprender” la esencia de los derechos, la realidad que los circunda, y el contexto en el que se engastan antes de “interpretar” las concretas
normas constitucionales y legales y determinar su alcance. Comprender las cosas debe ser una labor previa para interpretar las normas. Estas
diversas doctrinas pueden resultar complementarias en muchos casos antes que incompatibles.
a) Teoría liberal: subjetiva e individualista. Arranca de la teoría de los derechos públicos subjetivos de Georg Jellinek a finales del siglo XIX y se
construyó en paralelo a la teoría de la personalidad jurídica estatal. Se conciben como derechos subjetivos de los individuos frente al Estado y al
tiempo normas que distribuyen competencias entre los individuos y el Estado y crean un dominio de libertad del individuo en la sociedad frente al
Estado. Los derechos de libertad responden a esta lógica: buscar la abstención del Estado que no debe inmiscuirse en la esfera del individuo
(status libertatis); así ocurre v.gr. con el derecho a la integridad física y moral (artículo 15 CE), o con la libertad de cátedra (artículo 20.1.c), o con
la libertad de creación de centros docentes y el derecho de los padres a que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo
con sus propias convicciones (artículo 27 apartados 6 y 3 CE).
Pero esta posición individualista, siendo en buena medida válida todavía para el constitucionalismo liberal-democrático ya que se funda en la
confianza en el individuo y en su autodeterminación, posee déficits a la hora de explicar algunas cosas. Primero, porque los derechos no sólo
pertenecen a los individuos sino también a los grupos o formaciones sociales que aquéllos crean y en las que se integran. Segundo, porque deben
existir límites a los derechos individuales derivados de los derechos de otros y de los bienes constitucionalmente protegidos, conformando un
sistema armónico, sin que la expansión de unos derechos impida la vigencia de otros. Sin embargo, resulta difícil decantar límites desde una
posición estrictamente individualista y desentendida del resto. Pero esta posición de partida es cierta: los derechos fundamentales son derechos
subjetivos de las personas, de titularidad individual, garantizan un interés o bien jurídicamente protegido, y crean una situación jurídica activa.
Mas la terminología derechos “públicos” subjetivos fue criticada, y ha dejado de usarse, sobre todo, porque los derechos no sólo entrañan status o
posiciones frente al Estado como creía Jellinek, pues rigen también frente a los poderes privados. Esta tesis debe actualizarse.
b) Teoría axiológica: los derechos como sistema de valores. La Constitución propugna unos valores superiores del ordenamiento jurídico que
están expresamente reconocidos en el artículo 1.1 CE, si bien existen valores constitucionales positivados en otros preceptos como ocurre en
artículo 10.1 CE. Los valores son conceptos de difícil inteligencia e históricamente cambiantes, y vienen sometidos a transformaciones culturales;
la propia Constitución los especifica mediante el reconocimiento de derechos. La libertad de expresión responde al valor libertad. La igualdad
ante la ley o la de los hijos con independencia de su filiación responde al valor igualdad. La libertad de asociación y la libertad religiosa son
evidentemente libertades, pero sirven asimismo para preservar el pluralismo social que entraña la existencia de grupos intermedios (como nos
enseñó Tocqueville en la democracia en América) y las iglesias y minorías religiosas. En este mismo sentido, la más moderna Carta de Derechos
Fundamentales de la Unión clasifica acertadamente los derechos en capítulos identificándolos por un valor. Los derechos fundamentales son
valores objetivos socialmente aceptados por una comunidad.
Este fundamento precisamente es el que les da una gran fuerza y explica su fuerza expansiva. La tesis otorga un carácter objetivo y no
meramente individual a los derechos fundamentales y, por ende, permite hallar un fundamento racional para su limitación o restricción cuando
un entendimiento excesivo e individual de un derecho lleva a transgredir valores o bienes socialmente aceptados. Así p.ej. no puede entenderse el
derecho de los padres a elegir la educación de los hijos hasta el punto de impedir su socialización y educarlos en sectas, alejados de otros niños,
donde p.ej. se practiquen prácticas sexuales a temprana edad, o se dificulte su integración en la sociedad. Igualmente, la libertad de expresión no
permite denigrar la dignidad de la mujeres, o realizar afirmaciones xenofóbicas respecto de los emigrantes que propaguen el discurso del odio
entre grupos.
La teoría de los valores otorga pues una dimensión objetiva y general a los derechos individuales y permite hallar un fundamento objetivo de sus
limitaciones. Empero el riesgo que genera esta tesis es abrir la puerta a una peligrosa jurisprudencia de valores en manos de los intérpretes. Las
Constituciones pueden seleccionar los valores de una comunidad, así p. ej. no fue el pluralismo un valor en el primer período liberal. También el
legislador puede concretar valores y decantar límites, ya que posee una legitimidad democrática para ello en virtud de la teoría de la
representación. Pero es harto más problemático cuando son los jueces quienes decantan valores no explícitos en normas. No obstante, los
tribunales constitucionales cuando ponderan derechos fundamentales en colisión acaban a menudo haciendo ponderaciones de valores, y esto es
consustancial a una interpretación constitucional e inevitable, pero deben autolimitarse siempre que sea posible.
c) Teoría institucional o funcionalista. Ha sido elaborada principalmente por Peter Häberle. Los derechos existen en el seno de una institución y
adquieren la dimensión de una función social, comparten su dimensión individual y subjetiva con otra institucional, general y objetiva que los
refuerza. La libertad de información no sólo responde el interés subjetivo de cada informador sino que posee una dimensión institucional y
cumple una función social: crear opinión pública libre, transmitiendo información veraz a los ciudadanos a través de los medios de comunicación.
Donde no hay información libre la democracia no existe, y, por ello, cuando se lesiona el derecho de un concreto informador, se lesiona a la vez el
derecho de todos los ciudadanos a recibir información, y el pluralismo externo de los medios y, al cabo, la misma democracia representativa que
requiere la formación de una opinión pública. La propiedad privada supone el derecho al goce pacífico de los bienes, pero es también un
precipitado jurídico de un cierto modelo de regulación y de organización social, de origen liberal, que garantiza la existencia de una economía de
mercado y la iniciativa privada por más que vengan sometidos a razonables limitaciones derivadas del interés social.
d) Teoría social: derecho sociales y prestaciones. Además de los derechos de libertad típicos del Estado liberal, el constitucionalismo protege
derechos propios del Estado social como son los derechos a la salud, a la Seguridad Social, a la cultura (todo Estado social es un Estado de
cultura) o al medio ambiente. Frente a los derechos de libertad, que básicamente reclaman la abstención del Estado, los derechos sociales son
derechos de prestación y su ejercicio requiere de una colaboración activa por parte del Estado con frecuencia mediante servicios públicos. Son
derechos o principios de más difícil garantía jurisdiccional, por su acusada dependencia de las disponibilidades presupuestarias y su
sostenibilidad financiera, y algunos no han llegado a configurarse plenamente como verdaderos derechos subjetivos en vez de como aspiraciones
y principios que informan la actividad de los poderes públicos y en particular del legislador. La progresividad de los derechos sociales viene
condicionada por su sostenibilidad financiera y por la consolidación presupuestaria.
e) Teoría democrática. Hay derechos que desarrollan el principio democrático, las exigencias de la soberanía popular y la representación política.
La democracia representativa puede entenderse como un conjunto de reglas de procedimiento que los derechos democráticos de los ciudadanos
articulan. Así ocurre, entre otros, con el derecho de sufragio en sus dos vertientes, activa y pasiva, y el derecho de asociación política.
1.5.– ¿Cuál es el fundamento de los derechos fundamentales? Existen al menos tres visiones. Para los distintos iusnaturalismos, los derechos
humanos son anteriores a la constitución y no proceden de ella sino que derivan de la misma naturaleza o “condición humana” (como sostuvo
Hannah Arendt, la humanidad es una condición de las persona y no una naturaleza), de la dignidad de la persona, o del contrato social. Así para
las tesis liberales y contractualistas, la salida del estado de naturaleza se funda en un pacto o contrato, creador del Estado, que incorpora el
respeto a un conjunto de derechos de quienes lo suscriben y pueden recuperar sus prerrogativas si el Estado no las garantiza.
En cambio, para el positivismo jurídico, los derechos humanos existen como derechos fundamentales únicamente en la medida en que sean
positivados y reconocidos por las normas de una constitución, no basta con su génesis cultural sin el reconocimiento.
Mas existen también posiciones mixtas propias de un positivismo flexible. La distinción entre positivismo y iusnaturalismo se ve muy amortiguada
(Norberto Bobbio, Gustavo Zagrebelsky) en el constitucionalismo moderno, porque los logros metodológicos del positivismo en la teoría del
conocimiento son ya irrenunciables, pero las Constituciones actuales reconocen valores a los que hay que dotar de contenidos y eficacia jurídicas
mediante las interpretaciones constitucionales. Desde esta posición, que asumo, puede sostenerse que los derechos fundamentales expresan un
orden de valores, socialmente aceptados, que lógicamente son anteriores a la Constitución, pues están ligados a la dignidad de la persona y al
libre desarrollo de la personalidad, pero deben venir positivados y garantizados por normas constitucionales y otras normas jurídicas que de ellas
emanan, o no serían verdaderos derechos subjetivos de las personas sino simples buenos deseos o afirmaciones morales o incluso retóricas. Esta
doble condición, fundamento cultural o axiológico y positivación en normas, es necesaria para el reconocimiento de los derechos fundamentales,
explica porque los derechos varían en su especificación en cada ordenamiento jurídico, y justifica que deban interpretarse de una manera
antiformalista y material, atenta a la realidad social y a la cultura, porque nacen de la segunda y se engastan en la primera. La realidad social es
una condición material de ejercicio de los derechos, de su misma efectividad, y está en tensión con las normas reconocedoras de derechos.
1.6.– La doble dimensión subjetiva y objetiva de los derechos. Desde la STC 25/1981, el Caso de la primera ley antiterrorista, el TC ha venido
reiterando una doctrina, que tiene origen en una conocida jurisprudencia del Tribunal Constitucional Federal Alemán y en elaboraciones
doctrinales, según la cual los derechos fundamentales poseen una doble faz o dimensión. Son derechos subjetivos de las personas o de los grupos,
y, al mismo tiempo, son elementos esenciales y constitutivos del ordenamiento jurídico de una comunidad.
Esta dimensión objetiva deriva de que los derechos están contenidos en normas de reconocimiento, especifican un orden constitucional y un
sistema de valores que se encuentra entre las decisiones políticas básicas de un poder constituyente, y son fundamento del orden político y de la
paz social, como dice el artículo 10.1 CE. De suerte que mantienen la cohesión social, la integración política y la unidad de una nación. Los
ciudadanos se integran en una comunidad a través del ejercicio de sus derechos. En definitiva, los derechos no son solo pretensiones jurídicas
individuales o derechos subjetivos, informan todo el ordenamiento jurídico y vinculan a los poderes públicos a su desarrollo y, en este sentido, son
también normas atributivas de competencias. De esta dimensión objetiva se deduce el interés público en su tutela. El Estado debe
responsabilizarse de la garantía y realización efectiva de los derechos fundamentales, lo que resulta evidente en los derechos sociales de
prestación a través de servicios públicos, pero es no menos cierto en los demás derechos donde igualmente le incumben obligaciones positivas de
respeto y protección o aseguramiento.
2.1.– Clasificación. Los derechos fundamentales pueden clasificarse conforme a diversos criterios y entre ellos: el contenido, las generaciones, la
actividad del Estado, y el texto de la Constitución.
a) Por su contenido. Una clasificación histórica con gran tradición por su impacto arranca de la obra de Georg Jellinek, y ha sido completada por
la doctrina alemana posterior al maestro de Heidelberg, de manera que conserva vigencia explicativa. Se diferencian en ella diversas posiciones
o estatutos de las personas.
• Status subiectionis: responde a la condición de súbdito, quien es un sujeto pasivo de deberes y obligaciones, sometido al poder del Estado, y que
no es realmente titular de derechos. Es propio del Antiguo Régimen y el Estado absoluto por más que, en su Constitución histórica, los súbditos
gozaban de algunos derechos si bien se incumplían frecuentemente, como evidenció Madame de Stäel.
• El constitucionalismo liberal reaccionó frente a esta situación, reconociendo a los ciudadanos un status libertatis: un ámbito de derechos de
libertad inmune a la acción del poder público. Entraña un salto cualitativo en la situación e incluye derechos muy ligados a la autonomía privada o
personal como son la libertad de expresión, la inviolabilidad del domicilio, la libertad personal, el secreto de la correspondencia y de las
comunicaciones, y un largo etcétera.
• Status civitatis: existen asimismo unos derechos civiles que el ciudadano puede reclamar del Estado y no están basados en su mera abstención
sino que requieren de su colaboración p.ej. las garantías procesales o el proceso debido. No obstante, los derechos civiles son una categoría cada
vez más difusa.
• Status activae civitatis: acoge unos derechos de participación política propios del status de la ciudadanía y van más allá de la condición de
persona. El ciudadano, a diferencia del burgués o propietario, es alguien que vive en la ciudad o comunidad política, está ligado moralmente al
Estado y participa activamente en la vida pública (Rudolf Smend). Incluye derechos como el sufragio activo y pasivo y el derecho de reunión y
manifestación.
• Status socialis o positivus socialis: una categoría que Jellinek no usó en el siglo XIX y que se incluyó posteriormente para recoger los derechos
sociales típicos del Estado de bienestar o de procura asistencial. Se desarrollaron sobre todo en Europa tras la II Guerra Mundial y son parte de la
identidad europea. Pero aparecieron antes durante el período de entreguerras: primero en la Constitución de Querétaro (1917), un símbolo en
Iberoamérica tras la revolución y que reconoce derechos de los trabajadores, la propiedad comunal y la función social de la propiedad; y luego en
la Constitución de Weimar (1919) que recoge derechos asistenciales como es la salud; y, finalmente, en la decisiva experiencia del Reino Unido
después de la II Guerra Mundial, siguiendo las recomendaciones de los informes de Lord Beveridge en los años cuarenta, lo que llevó a la
creación de la Seguridad Social pese a no tener un reconocimiento constitucional, una institución que fue incorporada después en España y en
varios países europeos.
Conforme a esta vieja clasificación muy extendida, y actualizándola, si observamos el objeto y contenido de los derechos podemos distinguir:
• derechos de libertad,
• derechos civiles,
• derechos sociales,
• creo razonable añadir derechos de igualdad, porque la igualdad es un valor central del constitucionalismo, se especifica en distintos derechos,
en normas y principios, con una estructura distinta, pero que no pueden llegar a desconectarse en su esencial identidad. Existe una igualdad ante
la ley o en la ley, en su aplicación judicial, una igualdad real o material y de resultados, de los españoles, de los extranjeros, en el matrimonio, de
los hijos, en el acceso a los cargos públicos representativos y el ejercicio de esos cargos, en el acceso a la función pública.
b) ¿Generaciones de derechos? Una clasificación de moda, que usan bastantes autores (parece haber sido creada en los setenta por el
internacionalista Karel Vasák), consagra una tendencia –que no comparto– a clasificar los derechos por generaciones. Se atiende al momento
histórico en que aparecieron, identificando fases sucesivas que incorporan distintos grupos de derechos dotados de una diversa naturaleza. El
momento y la naturaleza de los derechos irían de la mano. Una primera generación de derechos civiles y políticos. Otra segunda de derechos
sociales. La tercera –que es la más problemática– está vinculada a la solidaridad, incluye derechos muy heterogéneos como son los derechos
medioambientales, culturales, los de los consumidores y aquéllos que reconocen intereses difusos. Algunos hablan de una cuarta generación,
referida a la bioética y a problemas como son la manipulación genética o a las nuevas tecnologías. Pero esta la clasificación creo que sirve de
poco. Pues si bien es cierto que los derechos sociales aparecieron más tarde, los diversos derechos se entremezclan en la realidad y no pueden
guardarse en cajitas estancas. Además nadie es el titular de la facultad de hacer grupos o generaciones, y no se sabe muy bien por qué número y
generación andamos ya. Pero, sobre todo, porque en el cada vez más importante Derecho Internacional de los derechos humanos no aparecieron
en ese mismo orden sino contemporáneamente: en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y el Pacto de Derechos Económicos,
Sociales y Culturales, ambos de 1966, y previamente en la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 de la que traen origen los Pactos
e incluye derechos civiles, políticos y sociales. No me parece una clasificación muy científica sino descriptiva.
c) Por la actividad del Estado: derechos de libertad y prestación. Esta clasificación, esencial por sus efectos, atiende al tipo de colaboración y
actividad que se demanda de los poderes públicos. Los derechos de libertad reclaman la abstención del Estado, delimitan una esfera negativa de
la actividad estatal, propia de la sociedad, y crean una división de poderes entre la sociedad y los poderes públicos. Se contraponen a los
derechos de prestación que exigen una colaboración positiva del Estado para facilitar su ejercicio por los titulares, así ocurre con la salud o la
educación o la seguridad social, todos ellos derechos sociales, pero también con la tutela judicial y los derechos electorales, que no lo son. Sin
embargo, es una distinción simplemente por prevalencia, observando el rasgo principal, porque a la inicial naturaleza de libertad de un derecho
pueden superponerse dimensiones prestacionales. Las dimensiones de libertad y prestacionales se entremezclan. El derecho a la educación es un
derecho de libertad, y por eso garantiza el derecho de los padres a elegir la educación de sus hijos, pero es sobre todo un servicio público que
presta el Estado. El derecho a la vida es por su naturaleza un derecho de libertad, pero el TEDH ha creado un doctrina de las obligaciones
positivas que impone a los Estado un mandato de protección de la vida de las personas frente a agentes públicos y privados, transformando la
naturaleza del derecho.
d) Según el texto de la Constitución. Debe volverse a recordar la importante clasificación que efectúa el artículo 53 CE al diferenciar, según la
ubicación de las normas que los reconocen, entre derechos fundamentales en sentido estricto (apartado 1.º, artículos 14 a 29 más el 30.2),
derechos constitucionales o derechos fundamentales en sentido amplio (apartado 2.º, Capítulo III), y “principios rectores de la política social y
económica” (apartado 3.º, Capítulo III) referidos a los derechos económicos, sociales y culturales. Es una clasificación esencial en nuestro
ordenamiento, pero que no tiene validez universal y no es frecuente en Derecho comparado.
A la vez puede no ser una clasificación inmutable y convendría no considerarlos como vasos incomunicables, puesto que mediante la reforma de
la Constitución algunos de los derechos del Capítulo II que han evolucionado hacia una más intensa protección podrían pasar a la Sección 1.ª y
recibir una protección reforzada; probablemente los que acceden per saltum al amparo europeo, pero no al amparo constitucional (propiedad, y
vida privada y familiar), o se encuentran plenamente normalizados y tutelados por los tribunales como son los derechos a la salud y la Seguridad
Social.
2.2.– Concepto y definición. De acuerdo con cuanto precede podemos definir los derechos fundamentales de acuerdo con los siguientes
ingredientes. Son verdaderos derechos subjetivos de las personas o de los ciudadanos, pero también en ocasiones de los grupos sociales en que
se integran. Tienen una doble dimensión subjetiva y objetiva, pues expresan valores, se insertan en instituciones sociales y son fundamento del
ordenamiento jurídico. Sus contenidos vinculan positivamente a todos los poderes públicos, quienes vienen obligados a respetarlos,
desarrollarlos y garantizaros; y de forma negativa a los poderes privados, quienes no pueden transgredir los derechos, alcanzando una eficacia
horizontal o inter privatos, según se desprende del mandato del artículo 9.1 CE. Se presume que resultan normalmente de aplicación directa
desde la Constitución, si bien la invocación y eficacia de algunos derechos con estructura de principios pueden requerir de la mediación de la ley
y la interposición del legislador. Viven en permanente tensión entre su naturaleza constitucional e internacional, supralegal, y la intervención del
legislador de los derechos: la ley permite cohonestar la existencia de distintos derechos y bienes constitucionalmente protegidos, regular las
condiciones de ejercicio de los derechos, así como establecer ciertos límites o limitaciones que no traspasen su contenido esencial.
2.3.-El contenido esencial de los derechos y su determinación. Según el artículo 53.1 CE, la regulación del ejercicio de los derechos
fundamentales por ley deberá respetar su contenido esencial. El contenido esencial es un rasgo definitorio de la fundamentalidad de los derechos
y del mismo concepto y no sólo de su garantía que es un momento ulterior. Si los derechos fundamentales vinculan a todos los poderes públicos, y
también al legislador, no hay duda de que deben tener un contenido propio y preexistente a la ley. ¿Por qué se llama esencial? Podría acaso
colegirse que existe otro contenido accidental y en las manos de la ley, que podría ampliar o reducir este ámbito no esencial y de configuración
legal al menos en algunos derechos. Muchos creen que el calificativo es algo redundante y la cláusula tiene un valor sobre todo pedagógico:
obliga al legislador a respetar el contenido de los derechos. Incluso algún autor ha sostenido que la cláusula nada añade a la teoría de los límites,
pues en todo caso es preciso justificar los límites a los derechos; una posición que se antoja crítica en exceso.
Sigamos una interpretación histórica y comparada. El precepto trae origen en el artículo 19 de la Ley Fundamental de Bonn. Se parte allí en 1949
de una profunda desconfianza hacia el legislador de los derechos tras la brutal experiencia del nacionalsocialismo; de manera que esta cláusula
se inserta en la búsqueda de mecanismos de garantía frente a la ley. En la República de Weimar, los derechos fundamentales eran meras
directrices para el legislador, requerían de la interposición de la ley y valían lo mismo que ésta. Pero si los derechos fundamentales los reconoce
la Constitución, que tiene mayor jerarquía que la ley, tales derechos no pueden agotarse en un desarrollo legislativo incondicionado. La idea del
contenido esencial permite pues superar la identidad entre derechos fundamentales y ley. Los derechos fundamentales emanan de la
Constitución y no de la ley –o de ciertos tratados internacionales judicializados– y las restricciones legales e interferencias deben ser revisadas.
¿Cómo determinar el contenido esencial de los derechos? Existen varias posiciones doctrinales que sugieren diversas técnicas que pueden
acabar resultando complementarias según quién sea el sujeto que practique el juicio: el legislador, el juzgador, la doctrina científica.
a) Una posición absoluta lleva a buscar en abstracto y a priori y de forma general la esencia o núcleo duro de un derecho. Así p.ej. cabe
determinar el contenido de la libertad de empresa mediante una contraposición y construcción histórica que arranque de la situación anterior al
liberalismo en el Antiguo Régimen donde este derecho no existía; o construir qué ideologías son antidemocráticas e inconstitucionales y no
pueden venir amparadas por la libertad de asociación en partidos; o plantearse qué es la libertad de información antes de contraponerla a los
derechos de la personalidad. Esta aproximación conlleva un juicio impreciso sobre la naturaleza de las cosas, por eso los críticos de esta posición
han resaltado que esto es hacer filosofía y no ciencia jurídica (Ernest Forsthoff). Este tipo de aproximaciones pueden hacerse, y en especial por la
doctrina científica, pero son siempre difíciles y poco adecuadas normalmente para un control de constitucionalidad en sede jurisdiccional por el
intérprete supremo y menos aún por un órgano judicial de instancia.
b) La posición relativa es más próxima a la lógica formal y jurídica. Se trata de encontrar un equilibrio entre el contenido de un derecho y sus
límites internos y externos. Es un evidente límite interno y estructural de la libertad de expresión, que no permite quemar autobuses públicos en
algaradas y manifestaciones, porque expresarse no es hacer daño a las cosas, transgrediendo el interés general y generando altos costes
innecesarios. La inviolabilidad del domicilio no permite organizar una industria en una vivienda sin necesidad de mayores autorizaciones. Un
razonable límite externo a la libertad de expresión lleva a concluir que no permite traspasar el derecho al honor o a la intimidad del aludido, si no
existe una razón bastante para ello. Este tipo de juicios que siguen una posición relativa y son los habituales en la jurisprudencia, redundan en la
ponderación de derechos en conflicto siguiendo los principios de razonabilidad o proporcionalidad. Entrañan juicios concretos sobre colisiones
de derechos. Son más sencillos y seguros que una determinación abstracta y general sobre el alcance del derecho. Esta matizada posición no
define en abstracto todo el contenido del derecho, sino que determina si una facultad concreta viene incluida o no en el ámbito del mismo; puede
así concluirse que como regla general la libertad de expresión no incluye el derecho a insultar. Pero ambas aproximaciones pueden hacerse, a
veces sucesivamente: comenzar por una determinación general antes de ponderar para orientar al intérprete. Puede así pensarse que no es
razonable creer que las libertades de expresión e información amparen la difusión de pornografía en los colegios o en prime time en las
televisiones; o que es proporcional que se recargue un interés de demora a quien no paga a tiempo su impuesto de la renta, para no dañar
seriamente a la Hacienda Pública con los retrasos de millones de contribuyentes. Pero estas aproximaciones relativas también suscitan ciertos
problemas e indeterminaciones y no siempre será sencillo precisar si v.gr. dar información sexual en los colegios es un tipo necesario de
educación de los menores o no y precisar a qué edad puede hacerse. Por eso la interpretación constitucional de los derechos es un case-law y sin
la ayuda de una jurisprudencia que cree sucesivos precedentes no puede precisarse el alcance de un derecho y la cuestión no deja de ser un
debate abierto.
c) Teoría de la necesidad del límite. Es una variante de la anterior. El contenido esencial de un derecho es relativo y el interrogante en un juicio
sobre restricciones legales está en encontrar la justificación de la limitación: debe ofrecerse una razón inaplazable (state compulsory interest),
como dice la Corte Suprema de los Estados Unidos, ligada a la “necesidad de la medida en una sociedad democrática” en la palabras del TEDH.
Quien restringe un derecho debe justificarlo y explicitar las razones ligadas al interés general o a la vigencia de otros derechos. El juzgador
puede invertir la carga de la prueba y pedir al autor de la restricción que la justifique debidamente, si las razones no son evidentes. Así p.ej. por
qué solo se autoriza la emisión de un número reducido de canales de televisión de ámbito nacional que usen en el espectro público radioeléctrico,
interfiriendo en las libertades de empresa e información.
Concluiré sosteniendo que los métodos absoluto y relativo no son contrapuestos sino complementarios y su elección dependerá de quién sea el
sujeto que afronte la determinación del contenido esencial del derecho mediante una interpretación constitucional (el legislador, el tribunal
constitucional, el órgano judicial o la doctrina científica), así como de la entidad o complejidad del juicio y problema que se afronte.
La posición del Tribunal Constitucional. Desde la STC 11/1981, al analizar la normativa reguladora del derecho de huelga, el intérprete
supremo de la Constitución ha sostenido que el contenido esencial puede entenderse en dos sentidos complementarios entre sí. Primero, buscar
la naturaleza jurídica o modo de concebir cada derecho: un tipo abstracto del derecho que prexiste a la ley e incluso al nomen iuris y permite a los
especialistas identificarlo en la regulación positiva. Se traduce en encontrar las facultades necesarias para que el derecho sea reconocible. Puede
v.gr. sostenerse que sin acción reivindicatoria no existe el derecho de propiedad. El segundo camino radica en indagar los intereses jurídicos
protegidos como núcleo del derecho subjetivo: aquella parte del derecho que, si se limita o excluye, lo hace impracticable o dificulta en exceso su
ejercicio. Así el derecho de huelga conlleva la cesación del trabajo y no autoriza los despidos por este motivo. Ambos caminos, facultades e
intereses, son complementarios para determinar el contenido esencial.
Para determinar las facultades e intereses jurídicos protegidos por un derecho fundamental, habrá que interpretar las normas constitucionales e
internacionales que reconocen el derecho, y hacer una interpretación sistemática de esas normas con los desarrollos legales en el resto del
ordenamiento jurídico. Normalmente bastará. Si no bastare para concluir el juicio, entonces convendrá situar el derecho y las normas en la
cultura y la historia del Estado constitucional, y acudir a la construcción histórica de la categoría, o al Derecho comparado de nuestro entorno, o
preguntarse mediante juicios lógicos que facultades e intereses deben acompañar al derecho. Habitualmente, el Tribunal Constitucional se
contenta con una aproximación relativa, y se interroga si el límite legal del derecho está justificado, es razonable y proporcionado.
2.4.– Reserva de ley y principio de legalidad. Conforme al artículo 53.1 CE, sólo por ley puede regularse “el ejercicio” de los derechos. De nuevo
es otro rasgo definitorio de la fundamentalidad de los derechos que se una al contenido esencial. Se trata de una ley formal o parlamentaria. No
un decreto-ley o cualquier otro tipo de norma con rango o fuerza de ley, porque las mismas razones políticas –la relevancia de la cuestión en la
democracia– que llevan a reservar a los representantes del pueblo la aprobación de los tributos –no puede haber impuesto sin representación– o
de los delitos y las penas, están presentes respecto de los derechos por su misma fundamentalidad, carácter esencial e indefectible. Esta
conclusión lógica se corrobora con la lectura del artículo 86.1 CE que excluye del ámbito de los decretos leyes, formulando una reserva negativa,
“afectar” a los derechos, deberes y libertades de los ciudadanos regulados en el Título I.
Debe bastar con una ley ordinaria, pero para ciertos derechos, los derechos fundamentales en sentido estricto (artículos 15 a 29 CE), debe
tratarse de una ley orgánica, pues el artículo 81.1 CE reserva a las leyes orgánicas el “desarrollo” de los derechos fundamentales y libertades
públicas. La previsión incluye cualquier regulación o desarrollo directo y global del derecho: su régimen general. Pero también desarrollos
parciales, cuestiones que afecten a los sujetos, condiciones u objetos. Puede incluso haber leyes mixtas, en parte ordinarias y en parte orgánicas,
porque algunas cuestiones afecten en parte a derechos fundamentales, pero no toda la regulación legal y se discipline la cuestión unitariamente
por su conexión temática; así ocurre p.ej. con la ley de la televisión privada.
En ciertas cuestiones y respetando la regulación estatal, puede haber también una regulación en las leyes de las Comunidades Autónomas en
aquellos derechos ligados al ejercicio de sus competencias territoriales como ocurre en educación, sanidad o medio ambiente. En efecto, las leyes
básicas en materia de educación pueden ser además desarrolladas por leyes de las Comunidades Autónomas. Éstas no están excluidas de la
regulación de los derechos y sus limitaciones sin necesidad de mayores razones.
No caben, en cambio, leyes singulares. No lo prohíbe expresamente, como debió haber hecho, el artículo 53.1 CE, pero está en la naturaleza
intrínseca del problema, y sí lo hace el artículo 19 de la Ley Fundamental de Bonn. El Tribunal Constitucional ha reconocido esta exclusión desde
la STC 166/1986, el caso RUMASA II,
más hay relevante jurisprudencia posterior. Los derechos fundamentales por su misma naturaleza están, como regla general, reservados a las
leyes generales. Las leyes singulares pueden redundar en violaciones de derechos fundamentales como son la igualdad, piénsese en tributos
singulares para cierta empresas o personas desprovistos de justificación; o la prohibición de indefensión y expropiaciones singulares por ley que
impiden el acceso del expropiado a la jurisdicción
contencioso-administrativa.
La intervención del reglamento dentro de esta reserva de ley para regular los derechos demanda tres condiciones: una habilitación legal expresa,
el carácter complementario de la regulación de suerte que no sea independiente de la disciplina legal, que no se vacíe el contenido de la reserva
mediante esta colaboración normativa.
Principio de legalidad de los derechos. La cuestión de la regulación legal de los derechos no se agota con la reserva de ley, existe un intenso
principio de legalidad. La intervenciones o interferencias en los derechos fundamentales deben ser estrictas, previas y ciertas, como es propio de
allí donde juega un principio de legalidad. No sólo se exige un principio de legalidad formal, existen también exigencias materiales. La
jurisprudencia del TEDH impide la existencia de leyes vagas e imprevisibles como ejemplos de malas técnicas legislativas, cuando no de
injustificables arbitrariedades más o menos enmascaradas. Las leyes que limiten o regulen los derechos deben ser previsibles y ciertas. Estas dos
notas, previsibilidad y certeza, permiten comprender el alcance del principio de legalidad en esta materia. Así existen razones de peso –la
relevancia de la función, la continuidad del servicio público, o ser los jueces un poder del Estado– que permiten excluir a los jueces del ejercicio
del derecho de huelga, pero la prohibición debe en su caso ser expresa y venir recogida en una norma legal, no pudiendo llegarse a la exclusión
del derecho mediante juicios de valor e inferencias lógicas. Las exclusiones o restricciones de los derechos y con mayor razón las prohibiciones
demandan una previsión legal. Del mismo modo, caben restricciones al secreto de las comunicaciones pero deben estar prevista en las leyes con
previsibilidad y certeza.
2.5.– ¿Derechos fundamentales de configuración legal? Según el Tribunal Constitucional, ciertos derechos fundamentales son de configuración
legal, sustancialmente quiere decirse que tienen un contenido esencial que les da la Constitución y otro adicional, que puede ser más o menos
amplio, y depende de la regulación que la ley haga de ellos siempre y cuando no afecte al núcleo del derecho.
Esta herramienta –es más una noción que una verdadera categoría– se aplica por la jurisprudencia constitucional a derechos como son la tutela
judicial efectiva (artículo 24.1 CE), el acceso en condiciones de igualdad a los cargos y funciones públicas (artículo 23.2 CE), la libertad sindical
(artículo 28 CE), o los derechos de los extranjeros (artículo 13 CE). Pero el Tribunal no ha definido con precisión este concepto equívoco y
tampoco existe una verdadera construcción doctrinal del mismo que devenga comúnmente aceptada. Me he mostrado crítico con la noción por su
misma imprecisión. Se usa por la jurisprudencia con un sentido distinto para cada uno de esos ámbitos, lo que permite dudar de que se trate de
una verdadera categoría. Respecto de la tutela judicial efectiva, hace referencia a las condiciones materiales o cauces que hacen posible el
ejercicio del derecho: los distintos procesos en los que se sustancian este derecho de prestación. De forma controvertida, se ha usado para los
extranjeros al afirmar que los derechos reconocidos en el artículo 13.1 CE sigue siendo derechos constitucionales, pero son todos ellos en cuanto
a su contenido derechos de configuración legal en virtud de la propia previsión constitucional que establece que los extranjeros gozarán de las
libertades “en los términos que establezcan los tratados y la ley”; después se matizó esta discutible afirmación aseverando que esto no significa
que las leyes atribuyan los derechos sino que “fijarán los términos”, agregando que el legislador puede establecer condicionamientos adicionales
a su ejercicio. Por lo que respecta al artículo 23.2 CE, el acceso y ejercicio de los cargos públicos representativos, la cláusula que analizamos se
ha transformado en una regla hermenéutica, puesto que dice ese artículo que sus derechos se ejercen “con los requisitos que señalen las leyes”.
El Tribunal Constitucional ha entendido que la creación de una facultad o potestad en los Reglamentos de la Cámaras que se atribuye a los
parlamentarios pasa a integrar el contenido del derecho fundamental, integrándose en el estatuto de los parlamentarios. Al analizar el derecho al
ejercicio de los cargos públicos representativos, se planteará críticamente esta categoría de derechos de configuración legal, pues es de muy
difícil deslinde con la ordinaria regulación legal del contenido de los derechos.
La expresión estimo que es engañosa porque todos los derechos fundamentales son en parte de configuración legal en cuanto pueden ser
regulados por el legislador, pero ningún derecho fundamental puede ser totalmente de configuración legal. En la Francia del siglo XIX y la
República de Weimar en los años veinte y treinta del siglo XX, los derechos valían lo mismo que la ley, pero ya no es así.
La expresión corre el riesgo de sembrar una desconstitucionalización de los derechos o, más probablemente, a abocar a que el Tribunal
Constitucional desfallezca en la búsqueda del contenido del derecho limitándose a identificarlo en la concreta regulación legal como de hecho ha
ocurrido frecuentemente con los derechos del artículo 23.2 CE. El Tribunal Constitucional lee los Reglamentos parlamentarios, pero no hace un
esfuerzo hermenéutico en conectar las facultades de los parlamentarios con la construcción de la relación representativa y el contenido esencial
del derecho. Esta equívoca herramienta añade poco y sólo su entendimiento como las condiciones materiales que hacen posible ejercer el
derecho me parece plausible v.gr. los procesos en la tutela judicial.
3. INTERPRETACIÓN Y LÍMITES
3.1.– Interpretación. Los derechos fundamentales tienen una naturaleza muy específica y se reconocen en normas con una textura muy abierta, lo
que obliga a interpretarlos no sólo usando los criterios habituales de la interpretación de las normas jurídicas, en general, que son de génesis
doctrinal, pero vienen recogidos en el artículo 3 del Código Civil: gramatical o literal, histórico, teleológico o finalista, sociológico o realista,
evolutiva. Sobre todo, manejando otros criterios no menos específicos y propios de una interpretación constitucional, que no se encuentra
codificados ni en la constitución ni en las leyes, y que han ido creando la jurisprudencia de los tribunales constitucionales y de los dos tribunales
europeos. Mostraré algunos de estos criterios o principios.
a) Favor libertatis o principio pro homine: optimizar el derecho. Frecuentemente debe buscarse la interpretación más favorable a la vigencia y
efectividad de un derecho o libertad. Es un principio que se deduce de la misma naturaleza objetiva e institucional de los derechos y del
subsiguiente interés general en su protección. Si hay una exégesis que favorece la vigencia de la prohibición de tortura, que es un derecho
absoluto, o de la libertad de expresión debe optarse por ella frente a otras más restrictivas o formalistas. Esto es muy lógico: favorecer la libertad
y el sistema de garantías. Pero este principio ampliador del contenido de un derecho no siempre puede operar, existen excepciones y no es fácil
seleccionar su ámbito de aplicación. En los casos de colisiones de derechos que llevan a la necesidad de ponderaciones, favorecer una libertad de
forma automática o mecánica puede suponer invadir y lesionar otra de la titularidad de un sujeto distinto. Favorecer indiscriminadamente la
libertad de empresa puede preterir algunos derechos de los trabajadores. No siempre las libertades de expresión e información deben prevalecer
sobre los derechos de la personalidad de los aludidos ni cabe un discurso del odio ni afirmaciones xenofóbicas que violen la dignidad humana.
En otras ocasiones, favorecer una libertad sin límites ni mayores ponderaciones puede transgredir otros bienes e intereses constitucionalmente
protegidos. Así permitir presentar una candidatura a unas elecciones autonómicas en una lengua no oficial de una Comunidad Autónoma (el Caso
del bable, SSTC 27/1996 y 48/2000) que se negaba a subsanar la irregularidad, invocando la necesidad de favorecer el derecho de participación
política y desechando supuestos formalismos, dista de ser un pronunciamiento garantista, como podría parecer a primera vista, pues invade la
indefectible decisión de un parlamento territorial sobre la oficialidad de una lengua o dialecto, e interfiere las reglas del procedimiento electoral
con una decisión que no debe tomar un órgano judicial sino los órganos representativos de una comunidad.
Por último, en los derechos fundamentales relacionales, no sustantivos, como es la tutela judicial efectiva, que tienen contenidos estrechamente
relacionados con normas legales, la mera aplicación del favor libertatis sin ulteriores matizaciones puede producir una cierta anarquía procesal y
llegar a impedir la buena organización de los procesos. De este modo, no necesariamente debe optarse por una determinación de la cuantía del
pleito que favorezca el acceso al recurso de casación, lo que haría en la práctica inoperante cualquier limitación legal por razón de la cuantía.
Puede bastar con que la cuantificación realizada por el órgano juzgador, con arreglos a criterios técnicos, se encuentre suficientemente motivada
y fundada en Derecho.
En suma, favorecer la libertad, es razonable en derechos sustantivos, siempre que no colisione el entendimiento que se maximiza u optimiza con
otros derechos o bienes igualmente protegidos. El problema de este criterio es seleccionar su ámbito de aplicación.
b) Interpretación realista y protección efectiva: antiformalismo. Los derechos fundamentales en la medida en que reflejan valores y son normas
culturales, deben interpretarse de una manera material y antiformalista, atenta a su vigencia en la realidad social y a su verdadera protección
más que a las formas. El TEDH sostiene que le incumbe preservar derechos reales y efectivos y no garantías ilusorias, lo mismo cabe predicar de
una interpretación constitucional. Debe buscarse la efectividad del derecho, descendiendo a la realidad, y no sólo la validez de la norma. No basta
con reconocer el derecho a la defensa gratuita para quien no tiene suficientes medios, el ejercicio de este derecho debe ser efectivo y no retórico.
Esta lógica material y realista es decisiva a la hora de interpretar los derechos mucho más que en otros sectores del ordenamiento. Debe optarse
por la exégesis del derecho que haga su contenido más eficaz. No pagar en tiempo no es lo mismo que no acreditar que se ha pagado, porque lo
segundo es un defecto que puede ser subsanado, aportando una documentación válida, mientras lo primero no. La tutela judicial debe ser
efectiva. Actuar en un pleito sin Abogado ni procurador no es lo mismo que presentar una demanda o escrito sin la firma del Abogado que
encabeza el escrito, porque este defecto de escasa entidad puede ser subsanado mientras no puede serlo la ausencia de nombramiento de
Letrado en tiempo. El acceso a un registro no se puede hacer depender de una fronda o maraña de requisitos administrativos ininteligibles y de
imposible cumplimiento.
c) Interpretación evolutiva y sociológica. Afirma el TEDH que el Convenio Europeo es un instrumento vivo de forma que los derechos deben ser
interpretados de acuerdo con las condiciones de vida actuales. La imagen de la Constitución como un árbol vivo en permanente transformación
se usa en los países anglosajones y ha recurrido a ella nuestro Tribunal Constitucional. Los contextos sociales y culturales, y las herramientas
tecnológicas están en constante evolución y esto obliga al intérprete a ajustar el entendimiento del derecho a las condiciones presentes y no a las
originarias o anteriores en el tiempo que han devenido obsoletas. Una comprensión material de la familia y del matrimonio, como relaciones
afectivas en la que caben distintas fórmulas, o de los derechos de los homosexuales viene impuesta por la modificación de los marcos culturales y
científicos en las sociedades abiertas. Con la rebaja del umbral del dolor en las sociedades modernas, puede concebirse como un trato inhumano
y degradante lo que podía no serlo hace décadas. La prohibición del trabajo de la mujer en la mina, una típica medida social y proteccionista de la
legislación laboral en el siglo XIX, puede devenir paternalista y excluir a la mujer del mercado de trabajo actualmente, y la media debe ser
revisada para permitir que sea una libre elección de la mujeres. Las Constituciones y los derechos, como los árboles y sus ramas, son cuerpos
vivos en permanente evolución y no una fotografía fija e inamovible. Una interpretación originaria es imposible o innecesaria en la mayor parte de
los casos: si una constitución no se reforma periódicamente o alberga una cláusula de vigencia limitada, esta técnica carece de sentido, porque no
podemos leer los derechos del siglo XXI a la luz de pautas culturales muy antiguas y obsoletas, en definitiva, propias de otras épocas.
d) Apertura al Derecho Internacional de los derechos humanos. Ya sabemos que el artículo 10.2 CE obliga a interpretar los derechos
constitucionales de conformidad con las declaraciones y tratados internacionales en materia de derechos ratificados por España. Esta doble
interpretación conforme de los derechos, en armonía con la Constitución y de acuerdo con las normas de Derecho internacional y de la Unión y
del Consejo de Europa, es un criterio muy importante e indefectible que debe ser seguido en todo caso por el intérprete.
e) El equilibrio entre los intereses generales y privados. Un criterio habitualmente seguido por el TEDH y que suele incorporarse al uso del
nuclear principio de proporcionalidad, un principio que aúna varios criterios internos obligando una aproximación casi de orfebrería (a brick-by-
brick approach), es el justo equilibrio entre los intereses públicos y privados. Cualquier medida social o medioambiental puede responder
claramente al interés general, pero su adopción no puede conllevar un sacrificio excesivo de los no menos legítimos intereses privados, si no se
produce algún tipo de compensación (una indemnización o compensación, la expropiación retribuida de una finca cuyo uso se ha restringido por
razones ambientales…) al daño generado a un particular. Es menester una ponderación equilibrada entre los intereses públicos y privados en
juego y no basta con la mera invocación del interés general.
f) Principio de proporcionalidad. Es el principio más habitual de la interpretación constitucional en nuestros días y, especialmente, respecto de
los derechos fundamentales. Su uso ha sufrido una constante expansión y resulta muy recomendable, pues produce consecuencias más
predecibles que el empleo de cualquier otro principio. Se ha convertido en el principio estrella. Se usa por el Tribunal Constitucional Federal
Alemán, constantemente por el TEDH y de manera muy estructurada, asimismo el Tribunal de Justicia, y también por nuestro Tribunal
Constitucional, pero de manera más informal e imprecisa. Se incorpora por la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea (artículo
52.1) que reconoce este principio y dice que cualquier limitación del ejercicio de los derechos deberá ser establecida por la ley, respetar el
contenido esencial y –agrega– sólo se podrán introducir limitaciones, respetando el principio de proporcionalidad, cuando sean necesarias y
respondan efectivamente a objetivos de interés general o a la necesidad de protección de los derechos y libertades de los demás. Un precepto
muy adecuado. Lentamente, la proporcionalidad ha ido sustituyendo el manejo del tradicional principio de razonabilidad –de génesis italiana y
aún frecuente en Iberoamérica– que es aún mucho más impreciso y menos exigente como ha revelado su confusa aplicación a las garantías
constitucionales en los procesos por el Tribunal Constitucional.
Un uso estructurado del test de proporcionalidad se descompone en el manejo de tres subprincipios (son sólo dos en el juicio del TEDH) de forma
sucesiva o escalonada, si bien deben añadirse algunos requisitos previos.
• Debe primero constatarse la existencia de una interferencia en el ámbito del derecho: en este momento, no es preciso demostrar todavía la
presencia de una lesión. Basta con que exista una verdadera interferencia que no sea un bagatela.
• A continuación, la interferencia debe estar prevista en la ley, y de forma estricta, es decir, previsible y cierta. En definitiva, es menester calidad
de ley. En este mismo escalón, puede detenerse el juicio si estas garantías formales y materiales no se cumplen.
• El primero de los subprincipios es el de idoneidad: la medida en la que se funda la restricción del derecho o el objetivo que persigue deben
responder a un fin legítimo, es decir, constitucional. Es el legislador democrático quien debe seleccionar los fines, pero no todos son
constitucionales ni convencionales. No pueden valer medidas encaminadas a discriminar a las mujeres, o por razón de religión, ideología,
orientación sexual o cualquier otro fin y criterio en sí mismo discriminatorio.
• El segundo subprincipio es el de necesidad de la medida, consiste en asegurarse de que no existe cualquier otra medida equivalente, a los
efectos de conseguir el mismo fin y que sin embargo infrinja un menor sacrificio a los intereses de los afectados.
• El tercero es un juicio de proporcionalidad en sentido estricto que conlleva que la restricción o daño ocasionado sea proporcionada al fin que la
medida pretende.
• Los dos últimos subprincipios el TEDH los unifica en el juicio sobre la necesidad de la medida en una sociedad democrática.
• Si alguno de los escalones y subprincipios revelara una conclusión discutible o fácil de refutar puede ser razonable descender un peldaño más
para centrar el juicio de proporcionalidad en la conclusión más indiscutible o evidente, siguiendo una aproximación pragmática.
g) Criterios específicos de cada derecho. Junto a estos principios generales o transversales, la jurisprudencia constitucional y la convencional ha
ido creando criterios específicos de cada derecho, como v.gr. es la imparcialidad objetiva o subjetiva, o la apariencia de imparcialidad en materia
de juez imparcial; o la interdicción del discurso del odio al hablar de la libertad de expresión.
3.2.– Límites. Debe superarse cierta tendencia al absolutismo o exclusividad en el entendimiento de los derechos. Los derechos forman un
sistema y son relativos, los derechos de uno acaban donde comienzan los derechos de otros. Existen pues un conjunto de límites al ejercicio de los
derechos. Primero, existen límites internos o estructurales que permiten identificar el contenido interno del derecho antes de ponderar sus
colisiones con otros derechos. Se trata de precisar el ámbito normativo del derecho y resolver qué contenidos y facultades quedan dentro del
objeto protegido, o, por el contrario, están fuera del mismo y no pueden impetrar la protección que el derecho dispensa. No es menester ponderar
la colisión de derechos si el supuesto de hecho se ve excluido por una limitación estructural. Así la libertad de información debe ser veraz –como
manda el artículo 20.1. d] CE– y reclama el ejercicio de una cierta diligencia por el informador a la hora de comprobar los hechos antes de
divulgarlos y, sensu contrario, no ampara informaciones mendaces. La libertad de expresión no permite fomentar el discurso del odio (hate
speech) entre comunidades ni verter afirmaciones xenofóbicas, son cuestiones excluidas del ámbito del derecho.
En segundo lugar, existen límites externos tanto expresos como implícitos o tácitos. Conforme al artículo 20.4 CE, las libertades de expresión e
información tienen sus límites en los derechos al honor, a la intimidad y a la propia imagen y la protección de la infancia. Se trata de unos límites
expresos de esas libertades que la propia Constitución señala y marcan la frontera natural de aquellas libertades. También dentro del Convenio
Europeo de Derechos Humanos, los artículos 8 a 11, referidos respectivamente a las libertades de pensamiento, conciencia y religión, asociación
y reunión y de expresión prescriben en sus apartados 2.º todos ellos una serie de límites. Estas libertades no pueden ser objeto de más
restricciones que las que, previstas por la ley, constituyan medidas necesarias en una sociedad democrática, para la seguridad pública, la
protección del orden, de la salud o de la moral públicas, o la protección de los derechos o las libertades de los demás. Pero, normalmente, las
declaraciones de derechos no agotan los límites, pues son implícitos e inmanentes, y su vigencia reclama de una interpretación, con la finalidad
de salvaguardar otros derechos o bienes protegidos.
Violaciones de los derechos por poderes públicos o privados. En tiempos del liberalismo, los derechos se invocaban desde la sociedad frente a la
persona jurídica estatal en cuanto eran derechos de libertad y abstención, y esto es lo que explica la teoría de los status y de los derechos públicos
subjetivos de Jellinek. Los derechos eran realmente sólo un límite a la actuación de los poderes públicos. La situación en el actual
constitucionalismo democrático y social es muy distinta y la eficacia de los derechos ha ido mucho más allá de ese valor impeditivo –sin perderlo–
e informan o inspiran todo el ordenamiento jurídico, pues como la Constitución dice (artículo 10.1 CE) son el fundamento del orden político y de
la paz social. No existen huertos cerrados, ámbitos personales o territoriales exentos de derechos fundamentales en un Estado de Derecho, ni
siquiera el parlamento como antaño acaecía, invocando la vieja teoría de los interna corporis acta y un desacertado y obsoleto entendimiento
absoluto de la división de poderes. Por eso, el nuclear artículo 161.1. b] CE no distingue entre poderes públicos y privados a la hora de prescribir
un recurso de amparo frente a las violaciones de derechos, y se muestra indiferente hacia el origen de la violación o el sujeto pasivo.
La vigencia de los derechos en un Estado social frente a los particulares y los poderes privados. Desde otra perspectiva complementaria, la
consagración del Estado social en el artículo 1.1 CE dista de ser un enunciado constitucional inútil o retórico y otorga necesariamente una
dimensión horizontal o transversal a los derechos fundamentales. Su vigencia dentro de la sociedad no puede negarse o los derechos sociales
carecerían en su mayor parte de eficacia jurídica y garantías. Una Constitución normativa no puede introducir reconocimientos de derechos
desprovistos de valor normativo y eficacia jurídica. Las Constituciones no son ejercicios literarios ni de retórica política. ¿Frente a quien cabría
ejercer el derecho de huelga si no es frente al empresario? Los derechos fundamentales deben valer también frente a los particulares,
proyectando su valor normativo de manera horizontal. Todavía más intensamente, frente a los que se ha llamado por la doctrina “poderes
privados” (Giorgio Lombardi): asociaciones, sociedades o entidades de relevancia social como son las grandes empresas, los medios de
comunicación, los partidos o las iglesias frente a las cuales las relaciones económicas, laborales o sociales no pueden en la realidad producirse en
pie de igualdad por parte de los ciudadanos, y el intérprete de los derechos debe preservar el equilibrio y la vigencia real y efectiva de estas
garantías constitucionales.
El principio de constitucionalidad. Mas restrictivo parece ser el artículo 53.1 CE cuando dispone que los derechos vinculan a todos los poderes
públicos. Pero no debe leerse, sensu contrario, como una prohibición o enunciado limitativo. Las prohibiciones no se infieren mediante juicios
lógicos sino que deben ser expresas. Que los derechos fundamentales vinculen con especial y intensidad a los poderes públicos, que vienen
positivamente obligados a desarrollarlos y asegurarlos, no quiere decir que no vinculen también a los particulares y que éstos no puedan violarlos
ante el silencio constitucional. Con rotundidad, la Constitución resuelve este aparente problema en otro lugar al consagrar con carácter general
el muy decisivo principio de constitucionalidad (artículo 9.1 CE) y establecer que los ciudadanos y los poderes públicos están sujetos a la
Constitución y al resto del ordenamiento jurídico. La sujeción a las normas constitucionales, también a las reconocedoras de derechos, esa
intensa sujeción que supone la vinculación a los derechos fundamentales, se predica respecto de ambos sujetos pasivos, por más que la
intensidad de esta vinculación pueda ser diferente en uno y otro caso. En suma, los derechos fundamentales son también eficaces frente a otros
ciudadanos y, en especial, frente a los poderes privados que por su poder pueden estar tentados de violarlos.
El alcance del amparo constitucional desde una interpretación integrada. Por consiguiente, es necesaria una perspectiva más amplia que la que
se deriva de recordar que la regulación en la Ley Orgánica del recurso de amparo constitucional parece circunscribir la protección que ofrece a
las transgresiones derivadas sólo de los poderes públicos (artículo 41.2 LOTC). La eficacia de los derechos fundamentales debe resolverse a
partir de las mismas normas constitucionales que los reconocen y no de los remedios judiciales que las leyes prescriben, aunque se trate nada
menos que de la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional. No pueden ponerse los remedios por delante de los derechos: el carro antes de los
bueyes. Desde esta óptica y haciendo una exégesis sistemática que arranque de los propios preceptos constitucionales, y no de las leyes
procesales, no puede negarse en un Estado social la eficacia de los derechos fundamentales en la sociedad y su proyección en todo el
ordenamiento jurídico cuyas regulaciones informan por mandato constitucional. Es precisa un interpretación real y efectiva de los derechos. La
Constitución no establece zonas exentas validez de los derechos fundamentales. Las normas que los reconocen no poseen una vigencia personal o
territorialmente limitada ni en lo que afecta a sus contenidos ni a sus sujetos pasivos. Los derechos fundamentales pueden ser violados por los
poderes públicos, cualesquiera administraciones y órganos, por simple vía de hecho o mediante leyes, reglamentos y actos administrativos, pero
también por particulares o poderes privados. Los derechos proyectan su eficacia a las relaciones contractuales o de cualquier otro tipo entre
privados. Otra cosa es que la vigencia y eficacia de los derechos en las relaciones privadas pueda verse sometida a algunas razonables
restricciones o modulaciones; de este modo el poder de dirección y organización empresarial puede limitar algunos de los derechos de los
trabajadores, pero sin llegar a excluirlos justificando prácticas de feudalismo industria.
La asunción por la jurisprudencia constitucional de la doctrina alemana de la Dritwirkung, la eficacia mediata e indirecta, o la elusión del
problema. Los órganos judiciales de los ordenes civil y laboral revisan con frecuencia invocaciones de derechos fundamentales en las relaciones
entre particulares. Para sortear el obstáculo procesal que el artículo 41.2 LOTC parece crear en el amparo constitucional, al atribuir el origen de
la violación a “las disposiciones, actos jurídicos, omisiones o simple vía de hecho de los poderes públicos del Estado, las Comunidades Autónomas
y demás entes públicos de carácter territorial, corporativo o institucional, así como de sus funcionarios o agentes”, el Tribunal Constitucional
sigue la doctrina alemana de la “Drittwirkung”, largamente aplicada allí y aquí, y sostiene la llamada eficacia mediata e indirecta de los derechos
fundamentales entre particulares. Con arreglo a esta tesis, que ya se ha expuesto pero conviene reiterar, se imputa formalmente y de forma
indirecta la lesión del derecho fundamental violado bien a la ley de cuya regulación emana la interferencia, bien al órgano judicial cuya resolución
previa al amparo no reparó la violación del derecho. Una construcción algo artificiosa que puede no sea ya indispensable, pues no se advierte
bien qué valor atiende. No obstante, la posición del Tribunal Constitucional es bastante ambigua. No parecen haberse encontrado obstáculos
para enjuiciar recursos de amparo constitucional frente a particulares, siempre y cuando se impugne una resolución judicial. Efectivamente, en
ocasiones se acude a la teoría de la eficacia indirecta, pero con más frecuencia se obvia recientemente afrontar el problema, lo que podría llevar a
pensar que se asume tácita o implícitamente la posición de la eficacia directa que, por otra parte, es la que han defendido buena parte de la
doctrina científica (entre otras, SSTC 18/1984, un acto de una caja de ahorros, y SSTC 47/1985 y 177/1988, en despidos). La STC 39/2016, un
caso de uso en una empresa de una cámara de video grabación, insistió –sin afrontar mayores obstáculos procesales– en que el empresario no
queda apoderado para llevar a cabo, so pretexto de las facultades de vigilancia y control, intromisiones ilegítimas en la intimidad de sus
empleados; el poder de organización empresarial se encuentra limitado por los derechos fundamentales del trabajador; subrayando la posición
preeminente de los mismos en nuestro ordenamiento, que lleva a que las modulaciones dimanantes del contrato de trabajo deban ser las
estrictamente imprescindibles conforme al principio de proporcionalidad. Una jurisprudencia semejante se ha dictado respecto del
funcionamiento interno de las asociaciones privadas.
Las tesis negacionistas. Un sector minoritario de la doctrina entiende, sin embargo, que puede rechazarse la eficacia de los derechos
fundamentales entre particulares con fundamento en posiciones liberales, desreguladoras y una supuesta idea de Constitución “abierta”, cuando
menos si no hay algún tipo de intervención o acción estatal como punto de conexión con los hechos que garantice la vinculación con los derechos.
Si esta conexión no existe, sostienen que es más coherente defender que los derechos fundamentales no rigen entre privados. Todo ello con
fundamento en la autonomía privada y una libertad parece que irredenta e irrestricta. Esta posición se matiza, no obstante, al admitir que el
legislador puede extender la aplicación de los derechos a esas relaciones cuando estén en juego valores fundamentales. De manera que las
diferencias entre detractores y valedores de la eficacia horizontal podrían en la práctica aproximarse. Esta posición me parece una tesis aún más
artificial que la llamada Dritwirkung. Nada autoriza a pensar como en tiempos de Jellinek. En el contexto de una Constitución democrática
asentada en un Estado social y un Estado de Derecho, los derechos fundamentales ya no integran simplemente un estatuto frente a los poderes
públicos. ¿Dónde está escrita en la Constitución esa relevante exclusión? Si los derechos fundamentales expresan valores objetivos y
compartidos, pautas de un orden público constitucional y son el fundamento de la paz social, lo lógico es maximizar su eficacia y no admitir
reservas no escritas.
Pluralidad de declaraciones de derechos. Las largas declaraciones de derechos contenidas en el CEDH y la CDFUE completan la no menos larga
declaración de la Constitución, que en su artículo 10.2 manda que sus derechos sean interpretados de conformidad con los tratados y
declaraciones ratificados por España. Una apertura de los derechos constitucionales a los derechos supranacionales contenido en el sistema del
Convenio Europeo dentro del Consejo de Europa y en la Unión Europea. Mediante estos textos y la jurisprudencia que de ellos emana y
construyen el TEDH y el TJUE, respectivamente, la Constitución nacional se actualiza permanentemente por el Derecho Internacional de los
derechos humanos sobre todo desde esos dos ordenamientos, pero también por diversos tratados internacionales. Las tres declaraciones y
jurisprudencias interactúan constantemente mediante un diálogo judicial y tienen un carácter materialmente constitucional por la supremacía de
sus contenidos y la práctica identidad de los derechos reconocidos.
¿Pluralismo de constituciones o constitucionalismo en red? Relaciones entre ordenamientos jurídicos. Los autores más modernos (Neil
MacCormick, Rafael Bustos) comprenden este pluralismo de declaraciones de derechos desde la idea de un constitucionalismo en red: un
pluralismo constitucional o de constituciones, es decir, de normas materialmente constitucionales, aunque no tengan las tres la supremacía
formal que es propia de una Constitución nacional. En efecto, sólo la Constitución interna posee supremacía formal y la máxima jerarquía,
mientras el CEDH es un tratado en el seno del Consejo de Europa, y la CDFUE tiene el mismo rango que los tratados originarios de la Unión. Si
bien la primacía del Derecho de la Unión y el efecto útil permite desplazar las normas de los Estados que se opongan a ese Derecho, aunque se
trate de normas constitucionales. Compadecer supremacía constitucional y primacía del Derecho de la Unión no es sencillo. Para comprender el
fenómeno con realismo, la cuestión no debe seguir viéndose desde la perspectiva de las fuentes del Derecho internas al ordenamiento español.
No debemos sólo preocuparnos por su posición interna en jerarquía –la del Convenio varía en cada Estado parte– sino desde la lógica de tres
ordenamientos jurídicos cuya validez no depende el uno del otro sino de sus propias normas. Son relaciones entre ordenamientos jurídicos cada
uno con su constitución material y no simples relaciones entre fuentes del Derecho español. El TEDH gusta referirse al Convenio como
“instrumento constitucional del orden público europeo”, es lógico porque los derechos son materialmente una parte de una constitución, y las
decisiones del TEDH son jurídicamente vinculantes en España, por más que en ocasiones reclamen de decisiones internas para su ejecución, y es
perfectamente posible revisar la convencionalidad de una norma constitucional. Más claro es aún respecto del Derecho de la Unión por su
intensa primacía. La vieja jurisprudencia del Tribunal Constitucional que, desde los años ochenta, contempla las normas de la Unión como
Derecho infraconstitucional debería revisarse, porque curiosas normas infraconstitucionales son aquellas que permiten desplazar las normas
constitucionales en caso de contradicción. La construcción es incoherente.
La necesidad de una interpretación conforme a la Constitución y secundum conventionem. El intérprete de los derechos debe pues acomodar
mediante una interpretación conforme estas tres declaraciones y jurisprudencias que integran un triángulo de jurisdicciones en concurrencia:
constitucional, de la Unión y del sistema del Convenio (Andreas Woβkhule). En un trabajo judicial en red, nadie tiene realmente la última palabra,
a veces es además más importante decir la primera y abrir un debate. Es un permanente debate abierto sometido a constantes matizaciones e
interacciones recíprocas, pero el TEDH suele ser final en sus pronunciamientos sobre derechos y sus decisiones tienen una eficacia de cosa
interpretada en los ordenamientos de los Estados miembros.
El Convenio Europeo de Derechos Humanos o Convenio de Roma. Es un tratado aprobado en 1950 y ratificado por España en 1979. Actualmente
47 Estados forman parte del Consejo de Europa y aceptan obligatoriamente la jurisdicción del TEDH con sede en Estrasburgo. Cada Estado
nombra un Magistrado y el tribunal funciona en Secciones, Salas y Grandes Salas, y dicta sus sentencias en inglés y francés como lenguas
oficiales. Se trata de un sistema colectivo e internacional de protección efectiva de los derechos, pero sirve también a los efectos de alcanzar una
unión más estrecha de los Estados. No obstante, suele definirse como un tratado sui generis, porque tiene cuerpo de tratado internacional, pero
alma de constitución, ya que se ocupa de una materia constitucional; y el TEDH realiza una labor análoga a la interpretación constitucional de un
intérprete supremo de los derechos, pero con algunas diferencias como la que entraña la deferencia y autocontención frente a ciertas decisiones
nacionales en cuestiones sensibles que permite la técnica del margen de apreciación nacional; finalmente, las normas del sistema del Convenio
han sido recibidas en la Unión mediante la CDFUE que es su heredera. El Convenio tiene pues una triple naturaleza. Este tratado se ha
modificado en varias ocasiones y se complementa con una quincena de protocolos. La reforma más importante deriva del Protocolo 11 que, tras
su entrada en vigor en 1998, abrió el acceso directo de los justiciables al Tribunal sin el filtro o mediación de la Comisión como hasta entonces
ocurría, una vez agotados conforme al principio de subsidiariedad los recursos judiciales internos. Existe un amparo directo europeo o direct
access de las víctimas antes el Tribunal quien puede inadmitir la demanda por varios motivos desde el Protocolo 14. Por ahora, no se ha adherido
todavía la Unión al CEDH, como sería muy deseable para abandonar un sistema binario de integración a través de derechos que puede albergar
contradicciones, ante las reticencias y obstáculos formalistas decantados por el Tribunal de Justicia. Medio siglo de jurisprudencia del TEDH, con
muchos cientos de sentencias cada año –un océano de jurisprudencia– entre millares de demandas de tantos Estados han creado un nuevo
Derecho común (ius commune) europeo en materia de derechos, que posee un doble efecto, primero armonizador de las garantías mediante la
fijación de estándares convencionales compartidos, al tiempo que garantista al remediar las violaciones de derechos. Cumple asimismo una
función de integración europea a través de derechos fundamentales.
Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea o Carta de Niza. En 1999 el Consejo Europeo recogió en una Carta los derechos
fundamentales vigentes en la Unión. Se proclamó en Niza en el año 2000 como una declaración interinstitucional del Parlamento Europeo, el
Consejo y la Comisión. Finalmente, el Tratado de Lisboa de 2009 le dio la misma validez jurídica que los tratados de la Unión. Recoge un elenco
de derechos civiles, políticos, sociales y económicos de los ciudadanos y residentes en la Unión. Cada capítulo de derechos se encabeza con el
nombre de un valor: dignidad, libertad, igualdad, solidaridad, ciudadanía, y justicia. La Carta, respetando las competencias de los Estados y el
principio de subsidiariedad, reafirma el respeto a un conjunto de derechos que emanan de una triple matriz: el sistema del Convenio, las
tradiciones constitucionales comunes, y el propio Derecho de la Unión. Las disposiciones generales de la Carta prescriben que cuando alguno de
los derechos se corresponda con un derecho del Convenio su significado y ámbito de aplicación será el mismo. Hasta la Carta los derechos se
concebían por el Tribunal de Justicia como principios generales del Derecho de la Unión. La Carta otorga visibilidad y refuerza la validez y
eficacia de los derechos y está siendo de tiempo en tiempo cada vez más aplicada por el Tribunal de Justicia. Es actualmente la declaración más
moderna y actualizada y las otras dos declaraciones más viejas tienden a leerse a la luz de la más moderna como ha ocurrido con el derecho al
matrimonio entre personas del mismo sexo. Se aplica a las instituciones europeas y a los países de la Unión cuando aplican la legislación
comunitaria, pero su eficacia inspiradora u orientadora es de hecho mucho más amplia.
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449-78.
LECCIÓN 15.ª
SUMARIO: 1. TITULARIDAD, LEGITIMACIÓN Y CONDICIONES DE EJERCICIO. CAPACIDAD JURÍDICA Y CAPACIDAD DE OBRAR. 2. PERSONAS
FÍSICAS Y JURÍDICAS. PERSONAS JURÍDICAS DE DERECHO PÚBLICO. 3. MAYORÍA DE EDAD Y MENORES. 4. PERSONAS CON DISCAPACIDAD. 5.
VULNERABILIDAD, GRUPOS DISCRETOS Y MANDATOS DE PROTECCIÓN. 6. NACIONALIDAD. 7. LOS DERECHOS FUNDAMENTALES DE LOS
EXTRANJEROS Y DE LOS CIUDADANOS DE LA UNIÓN. 8. EL DERECHO DE ASILO Y SU PROGRESIVA COMUNITARIZACIÓN. BIBLIOGRAFÍA.
Capítulo I del Título I. El Título I de la Constitución, tras el decisivo zaguán que entraña el artículo 10, recoge un Capítulo I que reza “De los
españoles y los extranjeros” y que contiene tres preceptos relativos, respectivamente, a la nacionalidad (artículo 11), la mayoría de edad (artículo
12), y los extranjeros (artículo 13). Por su conexión temática, pero de manera algo forzada, se reconoce allí mismo el derecho de asilo (artículo
13.4 CE). La nacionalidad es objeto de una regulación más detallada en el Código Civil, por una tradición preconstitucional, pese a ser una
materia constitucional en sus epígrafes generales. Estas tres regulaciones afectan, de manera fragmentaria e incompleta, a la titularidad de los
derechos (nacionales y extranjeros), y a algunas condiciones de ejercicio de los mismos, en concreto, la capacidad de obrar (mayoría de edad). Es
preciso un tratamiento global y sistemático de estos asuntos, además de abordar los tres problemas.
Titularidad de los derechos: personas y ciudadanos. “Titular” quiere decir sujeto activo de un derecho: alguien que puede ejercer libremente las
facultades y contenidos protegidos por el ámbito del derecho. Los derechos no son deberes y permiten una autodeterminación de los individuos.
Mas las normas de la Constitución, como las de otras leyes fundamentales, no son muy precisas al otorgar la titularidad de los derechos que
reconoce, por eso una interpretación literal no siempre bastará para identificar el sujeto. La labor suele ser más compleja. A veces los derechos se
atribuyen en esas normas a “todos”, otras veces a “todos los españoles”, o a “todas las personas”, o a “los ciudadanos”, o se usa el impersonal
“se”; y parecen ser más diferencias de estilo, para evitar reiteraciones, que precisiones jurídicas. Desde la Revolución francesa y la Declaración
de Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, se admite generalizadamente que existen dos centros de imputación de derechos
fundamentales: las personas y los ciudadanos. Los derechos emanan de la dignidad humana o del libre desarrollo de la personalidad y
corresponden a las personas como regla general, y de ahí su universalidad, los derechos fundamentales no se detienen en las fronteras. Pero un
conjunto reducido, los derechos políticos y singularmente el sufragio, suelen atribuirse únicamente a los ciudadanos, es decir, a los nacionales,
mayores de edad y miembros de una comunidad política. No obstante, fue el constitucionalismo liberal en los siglos XVIII y XIX quien identificó
nacional y ciudadano hasta confundirlos; debajo del Estado constitucional está el Estado nacional. Pero en la Grecia y Roma clásicas, ciudadano
era quien participaba activamente en una comunidad política y la palabra tenía otro sentido. Algo semejante está volviendo a ocurrir en el
constitucionalismo democrático contemporáneo, que tiende a reconocer algunos derechos políticos a los extranjeros que trabajan y residen en un
país del cual no son nacionales, así ocurre con el sufragio en elecciones locales. La cuestión está evolucionando en este sentido, pero este doble
status en la titularidad de los derechos se mantiene. Deberemos pues interrogarnos sobre nacionalidad y extranjería, como cuestiones ligadas a
la titularidad de los derechos. La misma idea de ciudadanía se ha ido progresivamente ligando a la participación en una comunidad política y no
sólo a la nacionalidad como veremos en otras lecciones.
Legitimación procesal. La legitimación supone la capacidad de ejercer una acción, un remedio procesal o recurso para garantizar un derecho
fundamental. El titular de un derecho goza de un conjunto de herramientas procesales de tutela. Titularidad de un derecho y legitimación para
ejercer las acciones suelen coincidir en Derecho Constitucional. Pero a veces tienen legitimación activa quienes no son titulares del derecho, pero
están ligados a esas situaciones activas al poseer un interés legítimo o conforme a derecho. Así p.ej. los familiares, herederos o causahabientes
del titular, o quienes poseen un interés difuso. También cabe una legitimación institucional (v.gr. el Ministerio Fiscal o el Defensor del Pueblo)
para defender derechos de otros. Por consiguiente, titularidad de derechos y legitimación en las acciones, amparo constitucional incluido, suelen
ir unidas, pero pueden no hacerlo. Son conceptos distintos.
Condiciones de ejercicio. Capacidad jurídica y capacidad de obrar. Tradicionalmente, se ha considerado que la capacidad jurídica es la aptitud
para ser titular de un derecho subjetivo y deriva de la personalidad. La capacidad jurídica iusfundamental corresponde a toda persona. Si bien
para ejercer un derecho se exige no sólo capacidad jurídica sino un conjunto de condiciones que denominamos capacidad de obrar y determinan
la capacidad real del sujeto para auto determinarse. A veces la situación de una persona –un niño o menor– le impide desarrollase plenamente y
actuar por sí mismo, y obliga a determinar su capacidad progresiva para ejercer sus derechos, o incluso permite que los ejerzan por sustitución
sus padres o tutores. Junto a estas condiciones generales para ejercer un derecho, pueden existir también condiciones especiales de un derecho
concreto, así p.ej. el ejercicio del sufragio demanda la inscripción en el censo. Titularidad de un derecho y condiciones de ejercicio son conceptos
distintos.
Personas físicas y jurídicas. Existen dos tipos de personas: las físicas o naturales, es decir, los individuos, y las personas jurídicas, ficticias o
morales. Estas últimas no son más que formaciones sociales que crean las personas físicas asociándose y a las que el ordenamiento otorga
personalidad jurídica: sociedades, fundaciones, iglesias, partidos, empresas… Los derechos corresponden pues a las personas, a los seres
humanos o individuos, pero en su doble dimensión uti singuli o uti sociu: como individuos o asociados. Este es el sentido del artículo 9.2 CE
cuando se refiere a la libertad y la igualdad del individuo y de los grupos en que se integran. Las personas jurídicas son una prolongación de las
personas físicas que las crean y actúan por ellas, pero acaban frecuentemente por tener una naturaleza distinta. No es lo mismo, a efectos de la
titularidad de algunos derechos y de su alcance, la libertad de empresa de una gran corporación o sociedad anónima transnacional que la de un
pequeño negocio familiar heredado de generación en generación, con un grado de conexión con la personas mucho más directo y estrecho. Las
personas físicas son las titulares naturales de los derechos fundamentales, al estar vinculados a la dignidad humana y el libre desarrollo de la
personalidad, y, en definitiva, al ser atribuciones eminentemente personales.
La titularidad por las personas jurídicas según la naturaleza del derecho. Atribuciones expresas. La cuestión es más compleja para las personas
jurídicas, pues rara vez nuestras normas constitucionales resuelven expresamente este problema. Tampoco existe una cláusula general sobre la
titularidad de los derechos fundamentales por las personas jurídicas que oriente la labor del intérprete. Otras constituciones de nuestro entorno
cultural sí lo hacen. El buen artículo 19.3 de la Ley Fundamental de Bonn establece que los derechos fundamentales rigen también para las
personas jurídicas “en la medida en que según su naturaleza le sean aplicables”; algo semejante sostiene el artículo 12 de la Constitución
portuguesa. Este mandato y principio, aunque no se explicite en nuestra Constitución, está en la naturaleza de las cosas, en la lógica del
fenómeno jurídico, y la misma respuesta debe alcanzarse en nuestro país. A tal conclusión ha llegado la STC 23/1989 y también la doctrina
científica. El Tribunal Constitucional ha sostenido que la cuestión de la titularidad de los derechos de las personas jurídicas debe ser resuelta
derecho a derecho y no de forma global (STC 19/1983). De hecho, la propia Constitución alberga atribuciones expresas de algunos derechos a las
personas jurídicas: la libertad religiosa se proclama de los individuos o comunidades (artículo 16.3 CE); la libertad de creación de centros
docentes se dice que corresponde a las personas físicas y jurídicas (artículo 27.10 CE); la autonomía universitaria es un derecho de las
Universidades y, en concreto, de la llamada “comunidad universitaria” (artículo 27.10 CE); y la libertad sindical (artículo 28.1) se regula también
como un derecho de los propios sindicatos. Esta tendencia y extensión puede continuarse donde existan razones bastantes. No faltan
declaraciones como la Convención Americana de Derechos Humanos (artículo 1.2, “a los efectos de esta Convención persona es el ser humano”),
que no reconocen expresamente los derechos convencionales a las personas jurídicas, pero no ocurre así con el Convenio Europeo de Derechos
Humanos. No obstante, una opinión consultiva de la Corte Interamericana (OC-22/16), sin negar la existencia del precepto, acabó por reconocer
los derechos indefectibles de algunas personas jurídicas en ciertos derechos o para ciertos colectivos como claramente ocurre con las
comunidades indígenas; una rectificación judicial del precepto convencional por vía interpretativa. La corrección ilustra bien que la tendencia de
la Constitución alemana y de nuestra jurisprudencia constitucional es la correcta: los valores que los derechos fundamentales especifican y
protegen pueden estar también ligados a personas jurídicas y no sólo a intereses individuales. Pero no todas las personas jurídicas están igual y
directamente vinculadas a la dignidad humana y, en función del titular, el contenido del derecho puede ser de geometría variable.
Tres círculos de derechos según su naturaleza y precedentes. Reflexionado sobre la naturaleza del derecho, tres situaciones jurídicas son
posibles. Hay un grupo de derechos que razonablemente deben quedar excluidos de la titularidad de las personas jurídicas por la misma
naturaleza de su objeto: así los derechos a la vida y a la integridad física y psíquica que son propios de la condición humana, y también la
prohibición de tortura y de tratos inhumanos y degradantes, igualmente ligada a dicha integridad personal, o el derecho a la salud. Un segundo
grupo de derechos, por el contrario, deben claramente corresponder a las personas jurídicas por la naturaleza y especificidades de su objeto: la
libertad religiosa corresponde también a las iglesias, la libertad sindical no sólo pertenece a quienes crean un sindicato sino a estas asociaciones
de trabajadores, y los contenidos organizativos de la libertad de empresa se ejercen directamente por estas personas jurídicas. Los problemas se
suscitan en un círculo intermedio bastante amplio de derechos donde es la jurisprudencia constitucional –o europea– la que debe identificar los
sujetos y construir precedentes que aclaren el problema, derecho a derecho. Mencionemos algunos casos si bien no abundan en ellos los
razonamientos a la hora de efectuar el reconocimiento. La inviolabilidad del domicilio no se circunscribe a las personas físicas corresponde
también a las personas jurídicas (STC 137/1985 que precisamente invoca la lógica del artículo 19 de la Ley Fundamental de Bonn), pese a las
dudas iniciales de algunos autores; el problema se reconduce a identificar el domicilio de una sociedad entre sus diversos locales. El derecho al
honor, pese a ser un derecho de la personalidad, puede ser en ocasiones de la titularidad de las personas jurídicas (STC 139/1995, Caso
LOPESAN, y STC 183/1995, Caso venta de droga en una discoteca, en ambos casos se aplica a sociedades mercantiles). Las razones para este
reconocimiento, no obstante, son discutibles. Respecto de la libertad de expresión, se ha reconocido el derecho de una empresa a expresar y
difundir ideas, pensamientos y opiniones; se trataba de una empresa editora que trató de enviar por correo unas revistas con supuesto carácter
pornográfico, y la administración impidió la distribución y el acceso al servicio sin suficiente motivación (STC 52/1995). La libertad de asociación
incluye el derecho de organización y de autorregulación en sus estatutos de las sociedades y, subsiguientemente, el derecho a decidir sus órganos
internos sobre la permanencia de los socios (STC 218/1988, Caso del Círculo de la Línea de la Concepción sobre expulsión de sus miembros).
También existen numerosos precedentes sobre la aplicación del derecho a la tutela judicial efectiva y la igualdad en la aplicación judicial de la ley.
Personas jurídicas de derecho público: regla general y excepciones. Derechos excluidos e incluidos. Los derechos fundamentales son, por tanto,
de las personas, tanto de los seres humanos como de las formaciones sociales que creen, pero no de la persona jurídica estatal. Los derechos
fundamentales se construyeron precisamente como derechos subjetivos que se ejercen frente al Estado como sujeto pasivo. Carece de sentido
lógico que una administración, un ente territorial o un órgano de la persona jurídica estatal, reclame un derecho frente otro entre u órgano de la
misma persona jurídica, faltaría la alteridad. Las relaciones entre administraciones son de competencia y colaboración o conflicto, pero no de
titularidad de derechos fundamentales. Las personas jurídicas de Derecho público (Municipios, CCAA…) no están en la misma situación que las
de Derecho privado y no son normalmente titulares de derechos fundamentales. Sin embargo, esta regla general y presunción puede verse
sometida a razonables excepciones para algunos derechos, como son la tutela judicial o la igualdad ante la ley, pero no para todos. Este
reconocimiento debe hacerse de forma restrictiva. En la STC 197/1988, el caso de la exposición “Valencia la mar de bé” organizada por el
Ayuntamiento de Valencia en campaña electoral, el TC reconoció que la doctrina construida sobre la tutela judicial efectiva para las personas
privadas se podía con matices aplicar a las personas jurídicas de Derecho público, pero no automática e íntegramente. La jurisprudencia que
después ha desarrollado esta garantía es muy confusa y tiende a circunscribir el derecho a la prohibición de indefensión, al acceso a los
tribunales y a la posición de las partes en los procedimientos. Igualmente, la STC 214/1991 (Caso Degrelle) rechazó que las instituciones
públicas tuvieran derecho al honor. Se argumentó que este derecho tiene en nuestra Constitución un significado personalista y está referido a
personas individualmente consideradas, lo cual hace inadecuado hablar del honor de las instituciones públicas o de clases determinadas del
Estado, respecto de las cuales, y sin negar que en algunos casos puedan ser titulares del derecho al honor; y así lo ha reconocido el TEDH, por
ejemplo, con respecto al “Poder Judicial” (Caso Barfod contra Dinamarca, STEDH 22 de febrero de 1989), es más correcto emplear los
términos de dignidad, prestigio y autoridad moral. Unos valores que merecen la protección penal que les dispense el legislador, pero en su
ponderación frente a la libertad de expresión debe asignárseles un nivel más débil de protección que el derecho al honor de las personas físicas
(SSTC 107/1988, 51/1989 y 121/1989).
Mayoría y minoría de edad. El niño o menor de edad es titular de todos los derechos fundamentales, y presenta una capacidad progresiva para
ejercerlos, es decir, tiene una capacidad de obrar que va aumentando a medida que lo hace su madurez personal. Al alcanzar la mayoría de edad,
la persona adquiere plena capacidad de obrar en todos los sectores del ordenamiento jurídico en virtud de la “unificación” de la mayoría de edad
que supone el artículo 12 de la Constitución: “los españoles son mayores de edad a los dieciocho años”. Este precepto tiene su reflejo en el
artículo 240 párrafo 1.º del Código Civil, y en el artículo 19 del Código Penal, que establece que los menores de dieciocho años no serán
responsables criminalmente con arreglo a dicho Código, si bien podrán ser responsables con arreglo a lo dispuesto en la ley que regule la
responsabilidad penal del menor. La importante Convención de Derechos del Niño, de 20 de noviembre de 1989, (artículo 40.3) reclama el
establecimiento de una edad mínima que exima de la responsabilidad penal y recomienda un tratamiento específico de los menores. De manera
que, antes de alcanzar la mayoría de edad, cabe restringir en ocasiones el ejercicio de derechos fundamentales por parte del menor ante su falta
de capacidad de obrar, pero una vez alcanzada dicha edad, no cabrán restricciones por este motivo.
La titularidad de derechos por los menores. La mayoría de edad es una condición de ejercicio de algunos derechos. Los menores son titulares de
derechos, pero su capacidad de obrar puede estar limitada. La madurez que se requiere para el ejercicio de derechos fundamentales no es
siempre la misma, depende de la naturaleza del derecho de que se trate. En algunos casos, como en el de los derechos políticos, se exige
capacidad de obrar plena, es decir, haber alcanzado la edad de 18 años (artículo 23 CE y artículo 2.1 de Ley Orgánica de Régimen Electoral
General); aunque existe un debate en nuestro entorno cultural sobre la posibilidad de que sea rebajada para promover la participación política de
los jóvenes. También se exige dicha mayoría para contraer matrimonio, aunque se acepta también que lo hagan los menores emancipados
(artículo 46 del Código Civil).
Pero en muchos otros derechos, no se exige la mayoría de edad para su ejercicio, y la cuestión es determinar cuándo un menor cuenta con
capacidad de discernimiento o madurez suficiente para realizarlo. A veces es la misma ley la que presume la edad a la que un menor tiene tal
madurez, por ejemplo, los mayores de 16 para prestar válidamente su consentimiento a una intervención quirúrgica (artículo 9.4 de la Ley
41/2002, de 14 de noviembre, básica reguladora de la autonomía del paciente y de derechos y obligaciones en materia de información y
documentación clínica). La Ley Orgánica 3/2018, de 5 de diciembre, de protección de datos Personales y garantía de los derechos digitales, en su
artículo 7, permite prestar su consentimiento al menor que sea mayor de 14 años.
No obstante, otras veces y ante la ausencia de regulación, habrá que atenderse al caso concreto y, en caso de conflicto o desacuerdo con los
padres, será el juez quien valore si un menor cuenta con suficiente madurez para ejercer un concreto derecho fundamental. Es el escenario de un
complejo triángulo que demanda decantar precedentes judiciales que resuelvan los inevitables conflictos. Piénsese, por ejemplo, en el que puede
plantearse entre la libertad religiosa del menor y la de sus padres cuando aquéllos se niegan a acomodar su comportamiento a determinadas
reglas o creencias de los padres; o entre la intimidad o el secreto de comunicaciones del menor y el deber de protección de los padres o tutores,
que puede llevarlos a controlar las conversaciones que sus hijos mantengan en teléfonos móviles. La STC 154/2002 reconoce al menor la
titularidad del derecho a la libertad religiosa sin perjuicio del deber de los padres de guiar al niño, debiendo los órganos judiciales velar porque el
ejercicio de esas potestades se haga en interés del menor (STC 141/2000).
La intervención de los padres y la autonomía del menor. Esta comprensión del estatuto constitucional del menor, si bien no aparece
expresamente plasmada en la Constitución, se recoge en la jurisprudencia constitucional, y está presente en las leyes. El Código Civil (artículo
162) expresa esta idea, sensu contrario, al prescribir que los padres ostentan la representación legal de los menores no emancipados, pero de
esta regla se exceptúan los actos relativos a los derechos de la personalidad que “el hijo, de acuerdo con su madurez, pueda ejercitar por sí
mismo”; agregándose que, no obstante, los padres intervendrán en estos casos en virtud de sus deberes de cuidado y asistencia. Aunque este
precepto legal se refiere únicamente a los derechos de la personalidad, la razón de decidir es la misma para todos los derechos fundamentales.
De manera que el menor podrá ejercer sus derechos fundamentales sin intervención de sus representantes cuando cuente con madurez para ello,
y esto debe entenderse en clave progresiva o gradual: a medida que aumenta la madurez y autonomía del menor, disminuye el deber de los
padres de suplir o complementar su capacidad.
Ley de protección del menor. El interés superior del menor. Debe traerse a colación la Ley Orgánica 1/1996, de 15 de enero, de Protección
Jurídica del Menor, que afirma (artículo 2) que el niño tiene derecho a que su interés superior sea valorado como primordial en todas las
decisiones que le conciernan y tanto por el legislador como por los tribunales. Según la Ley, las limitaciones a la capacidad de obrar se
interpretarán de forma restrictiva. La Ley demanda que para precisar el “interés superior del menor” –un concepto jurídico indeterminado que
debe rellenarse de contenido caso a caso– se tengan en cuenta los siguientes criterios: la protección del derecho a la vida del menor y la
satisfacción de sus necesidades materiales y afectivas; la estimación de sus opiniones; su derecho a participar progresivamente en función de su
edad, madurez y evolución personal; la conveniencia de que su vida tenga lugar en un entorno familiar adecuado; la preservación de su identidad
cultural, garantizando el desarrollo armónico de su personalidad. Toda medida dictada en el interés superior del menor deberá ser adoptada
respetando las debidas garantías del proceso y en particular: sus derechos a ser informado y oído; la intervención de profesionales expertos, y de
sus progenitores o representantes legales o de un defensor judicial; y la existencia de recursos que permitan revisar la decisión adoptada.
Convención de Derechos del Niño. Sobre todo, esta comprensión de los derechos del menor se deriva de una interpretación de la Constitución
conforme a la citada Convención sobre Derechos del Niño, firmada en Nueva York en 1998. En efecto, la Convención refuerza el estatuto
constitucional e internacional del menor, reconociéndole expresamente la titularidad de derechos y una capacidad progresiva para ejercerlos. La
norma ha contribuido a la notable transformación de la comprensión del menor que ha tenido lugar en las últimas décadas: los niños son
personas. Están dotados de autonomía y dignidad, pese a no haber alcanzado aún su pleno desarrollo. Son sujetos de derechos y no sólo objetos
de protección. Esta nueva comprensión del menor ha irradiado a todos los sectores del ordenamiento. En el ámbito civil, por ejemplo, la familia se
ha democratizado y no está sometida jerarquícamente al pater familias tal y como era el viejo modelo de la sociedad patriarcal. La legislación civil
sobre tutela, adopción y protección de la infancia y la adolescencia se han ido adaptando a esta nueva comprensión.
Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea. La Carta en su artículo 24 establece también los derechos del menor y determina que
tienen derecho a la protección y a los cuidados necesarios para su bienestar; afirma que podrán expresar su opinión libremente y que será tenida
en cuenta en relación con los asuntos que les afecten en función de su edad y de su madurez. Se agrega que en todos los actos relativos a los
menores llevados a cabo por autoridades públicas o instituciones privadas, el interés superior del menor constituirá una consideración
primordial. En la realidad, el paso a dar es no contentarse con una invocación retórica del interés superior del menor por Administraciones y
órganos judiciales sino transformarlo en un verdadero criterio de decisión en las ponderaciones.
El mandato constitucional de promoción de las personas con discapacidad. El artículo 49 CE manda a los poderes públicos realizar políticas de
rehabilitación e integración de los “disminuidos” a los que prestarán atención especializada y ampararán especialmente en el disfrute de sus
derechos. Este mandato de promoción de un grupo vulnerables es encomiable y fue moderno en su día, pero la denominación de este grupo como
“disminuidos” es ofensiva para los mismos y debería dejar de usarse y sustituirse por la terminología “personas con discapacidad”. En este
sentido, se han discutido propuestas de reforma constitucional del precepto que, sin duda, deberían aprobarse.
La Convención de Nueva York y la nueva dimensión social de la discapacidad: un cambio de paradigma. La Convención de Nueva York, de
Naciones Unidas, de 13 de octubre de 2006, supuso un importante cambio de paradigma y perspectiva en este ámbito. Su objetivo es “asegurar el
goce pleno y en condiciones de igualdad de todos los derechos humanos y libertades fundamentales por todas las personas con discapacidad”
(artículo 1). Para ello, proclama, por una parte, el principio de igualdad ante la ley y la prohibición de discriminación por motivos de discapacidad.
Y, por otra, consagra la relevante premisa de que “las personas con discapacidad tienen capacidad jurídica en igualdad de condiciones con las
demás en todos los aspectos de la vida” (artículo 12.2) y afirma que los Estados están obligados a adoptar “las medidas pertinentes para
proporcionar acceso a las personas con discapacidad al apoyo que puedan necesitar en el ejercicio de su capacidad jurídica”. La incorporación de
este cambio de paradigma en el ordenamiento jurídico español se ha realizado en varios momentos legales.
La definición social de la discapacidad y la prohibición de discriminación. El prejuicio discriminatorio que quiere suprimirse consiste en
contemplar a una persona únicamente desde su discapacidad, produciendo una exclusión o limitación total de sus capacidades y derechos. Una
visión reduccionista de una persona con discapacidad como simplemente un incapaz: un salto paternalista en el razonamiento. Por el contrario,
es preciso que la legislación contemple respuestas más flexibles y hechas a la medida de cada caso individual, como la confección a la medida del
traje de un sastre; contemplando y ponderando una gama de situaciones diversas, y creando ajustes razonables para las personas con
discapacidad. La negativa de los poderes públicos o de los empresarios a crear esos ajustes razonables, si no es una carga excesiva, puede
constituir una discriminación por discapacidad. Los derechos no desaparecen con el deterioro cognitivo. Frente al clásico “modelo individual” y
clínico de discapacidad, se ha abierto camino una “definición social” de la discapacidad que pone el acento en la dimensión socializadora.
La modificación de la Ley electoral: el reconocimiento del derecho de sufragio a las personas con discapacidad. Un paso importante fue la Ley
Orgánica 2/2018, de 5 de diciembre, de modificación de la Ley Orgánica 5/1985, de 19 de junio, del Régimen Electoral General para garantizar el
derecho de sufragio de todas las personas con discapacidad, que cumplió con la obligación convencional de garantizar a las personas con
discapacidad los derechos políticos en igualdad de condiciones con el resto (artículo 29 de la Convención), reconociendo los derechos de sufragio
activo y pasivo a todos los integrantes del colectivo, con independencia del grado o modalidad de discapacidad. Un cambio revolucionario en la
tradicional aproximación de la legislación electoral que la Convención de Nueva York exigía, como aclaró un Informe del Comité sobre los
derechos de las personas con discapacidad dirigido a España en 2011 que advertía que cualquier restricción de este derecho por motivo de
discapacidad sería considerada un acto discriminatorio. La cuestión es, sin embargo, más compleja. No falta quien ha escrito que este
entendimiento tan generoso podía haber tenido algún límite legal en los casos de graves discapacidades intelectuales en los cuales el voto no
pueda ser el fruto de una decisión libre y consciente de la voluntad y de un discernimiento de la realidad. Pero las normas de Naciones Unidas no
parecen dejar un espacio a este entendimiento más matizado. Las primeras elecciones generales celebradas tras la reforma de la Ley no
arrojaron problemas o incidencias, pese a los temores esbozados inicialmente por la Junta Electoral Central. Pero resta la duda jurídica sobre el
libre ejercicio de derechos fundamentales cuando no sea posible una autodeterminación racional, sobre todo, ante el riesgo de manipulaciones
del sufragio bien por las asociaciones que se ocupan de estas personas o por sus propios familiares. La solución no es tan sencilla.
La reforma civil y procesal para el apoyo a las personas con discapacidad en el ejercicio de su capacidad jurídica. Pero sin duda el gran hito en
cuanto a la adecuación de nuestro ordenamiento a los mandatos de la Convención ha sido la aprobación de la Ley 8/2021, de 2 de junio, por la que
se reforma la legislación civil y procesal para el apoyo a las personas con discapacidad en el ejercicio de su capacidad jurídica. La ley comporta un
cambio trascendental en el tratamiento jurídico de la discapacidad, transitando de un sistema que pivotaba en torno a la incapacitación y la
modificación de la capacidad de obrar y, por ende, a la sustitución en la toma de decisiones que afectaban a las personas con discapacidad, a otro
basado en el reconocimiento pleno de capacidad de estas personas y en la obligación del Estado de proporcionar apoyo a la persona que lo
precise. Un apoyo que puede adoptar formas muy diversas, desde el acompañamiento amistoso, a la ayuda técnica, el asesoramiento, etc. Solo
excepcionalmente, y cuando el apoyo no pueda darse de otro modo, este se podrá concretar en la representación en la toma de decisiones. La Ley
adopta la terminología empleada en el ordenamiento internacional, evitando el uso de la categoría “capacidad de obrar” y en parte
sustituyéndolo por el de “capacidad jurídica”, que tradicionalmente se había utilizado en nuestro ordenamiento en otro sentido como capacidad
abstracta de ser titular de derechos, que deriva de la personalidad misma.
El principio de no discriminación en la CDFUE y en la jurisprudencia del TEDH. La prohibición de discriminación por motivos de discapacidad ya
había sido reconocida previamente en el ámbito de la Unión Europea (artículo 21 de la CDFUE del año 2000, entre otras normas de la Unión, así
como en la jurisprudencia del TJUE); igualmente, el artículo 26 se refiere a la integración de las personas con discapacidad, reconociendo el
derecho a beneficiarse de medidas para su integración social y profesional y a su participación en la vida de una comunidad. Asimismo, la Unión
Europea ha integrado la Convención de Nueva York en su acervo mediante la Decisión 2010/48 del Consejo. Igualmente, el TEDH se ha referido al
consenso europeo sobre la necesidad de proteger a este colectivo de un trato discriminatorio (Caso Glor contra Suiza, de 30 de abril de 2009).
La tradicional incapacidad electoral indebidamente ligada a la incapacidad civil: la exigencia judicial de motivación. Tradicionalmente, la
privación a los declarados incapaces de la facultad de administrar su patrimonio en virtud de resoluciones judiciales conllevaba automáticamente
la privación del sufragio activo sin necesidad de mayores razones. Sin embargo, la doctrina científica criticó esta jurisprudencia por su ausencia
de garantías, puso de manifiesto que debía excluirse toda inercia y automatismo en estos juicios y que el juzgador debía ponderar adecuadamente
si una cosa, la incapacidad civil, conllevaba la otra, la incapacidad electoral, según el grado de discernimiento que restara al declarado incapaz.
Que no pueda administrarse un patrimonio no es lo mismo que la persona con discapacidad no pueda discernir entre opciones electorales, pero es
verdad que a partir de un cierto nivel elevado de incapacidad intelectual ni siquiera será sencillo diferenciar ambas cosas. Las asociaciones de
padres de discapaces fueron especialmente sensibles en este asunto defendiendo el derecho al sufragio de sus hijos por estimar que contribuía a
su bienestar e integración social. Los órganos judiciales fueron incorporando progresivamente esta obligación de motivación. Pero, como hemos
visto, el legislador ha optado desde 2018 por conceder el derecho de sufragio a este colectivo, de manera que ya no existe el modelo de
ponderación judicial.
Estado social y mandatos de protección: igualdad real (artículo 9.2 CE). Nuestros derechos fundamentales se ejercen en un Estado social
(artículo 1.1 CE). Una noción que dista de ser un concepto inútil (como sostuvo provocadoramente Massimo Severo Giannini), ya que constituye
el obligado contexto en el que deben interpretarse los derechos. Así el artículo 9.2 CE obliga a los poderes públicos a remover los obstáculos que
impidan o dificulten la libertad y la igualdad real de los individuos y de los grupos. Una norma con una intensa eficacia transformadora.
Vulnerabilidad e interseccionalidad y discriminaciones múltiples. De este mandato constitucional, se derivan unas obligaciones positivas y
deberes de protección de los individuos y de los grupos vulnerables: personas que padecen de una imposibilidad o dificultad agravada para el
ejercicio de sus derechos fundamentales, que les genera vínculos de dependencia y una mayor susceptibilidad frente a las lesiones de derechos o
discriminaciones. Existen situaciones individuales de fragilidad, y desamparo (v.gr. los menores, las personas con discapacidad, los ancianos, los
analfabetos o escasamente educados, los pobres…) y existen también situaciones colectivas de vulnerabilidad v.gr. los inmigrantes y con más
razón si son irregulares o sin papeles. La vulnerabilidad es a veces consecuencia de varios factores, cuya interacción es cualitativamente superior
a la mera suma de estos ingredientes. Es la llamada “interseccionalidad” o discriminación múltiple p.ej. un menor que además es extranjero y
llega a la península sin sus padres y difícilmente puede ejercer sus derechos. Existen también grupos sociales “discretos”, es decir, separados y
distintos, casi insulares, que resultan invisibles a los ojos de la sociedad (niños inmigrantes no acompañados, mujeres gitanas o subsaharianas o
indígenas o pertenecientes a ciertos grupos étnicos…), que tienen serias dificultades (medios materiales, conocimiento del idioma y de la
cultura…) para ejercer sus derechos. Los jueces y tribunales deben proteger especialmente a estas personas y favorecer el ejercicio de sus
derechos en sus exégesis, ubicándolos en una posición en que puedan hacerlo y removiendo para ello los obstáculos que sean necesarios. El
concepto constitucional de vulnerabilidad, que debe deducirse de los artículos 1.1 y 9.2 CE, demanda al intérprete de los derechos asegurarse de
que las condiciones de ejercicio de los individuos y grupos vulnerables sean reales y efectivas en la realidad de las cosas, no contentándose con
una supuesta –e inexistente– igualdad de oportunidades. Ni la cláusula del Estado social ni la de igualdad real son a estos efectos dos conceptos
inútiles, pues configuran mandatos de protección al legislador y al juzgador. Hay asimismo normas internacionales y de la Unión en este mismo
sentido.
6. NACIONALIDAD
Sucinta regulación constitucional y renvío a la ley. La nacionalidad es un vínculo que liga a una persona con el Estado y con una nación o
comunidad política. El artículo 11.1 CE renvía a la ley para regular la adquisición, conservación y pérdida de la nacionalidad a la par que
establece una reserva de ley en la materia. La ley personal aplicable a una persona física se determina por su nacionalidad, sin perjuicio de lo
dispuesto en los derechos civiles forales y especiales que se determinan por la vecindad. Ciudadanía y nacionalidad tienden a solaparse e incluso
a confundirse, pese a ser conceptos distintos. La nacionalidad es requisito para ser considerado ciudadano y miembro del pueblo que ostenta el
poder constituyente y se transforma en cuerpo electoral. No obstante, esta vieja identidad o ecuación de igualdad está evolucionado en favor de
la posición de los extranjeros residentes en España y de los derechos de los ciudadanos de la Unión. La propia Constitución en su artículo 13.2,
tras la reforma constitucional de 1992 por imperativo del Derecho de la Unión, permite conceder el derecho de sufragio en las elecciones
municipales a quienes no sean españoles mediante la suscripción de un tratado y atendiendo al principio de reciprocidad. A pesar de ello, los
extranjeros tienen un estatuto constitucional distinto de los nacionales como titulares de derechos. No obstante, el Código Civil (artículo 27)
dispone que “los extranjeros gozan en España de los mismos derechos que los españoles salvo lo dispuesto en las leyes especiales y los Tratados”.
Legislación aplicable. Los artículos 17 a 26 del Código Civil (Libro I, Título II, De los españoles y extranjeros, modificados en parte en 2002),
regulan con detalle la nacionalidad por debajo de esas muy sucintas previsiones constitucionales. Esencialmente, son españoles los nacidos de
padre o madre español. Los nacidos en España de padres extranjeros, si al menos uno de ellos hubiera nacido en España. Los nacidos en España
de padres extranjeros, si ambos carecieran de nacionalidad, o si la legislación de los mismos no atribuye al hijo una nacionalidad. Los nacidos en
España cuya filiación no resulte determinada. El extranjero menor adoptado por un español. También se puede adquirir la nacionalidad por carta
de naturaleza otorgada por Decreto cuando concurran circunstancias excepcionales, así como por residencia durante unos periodos de tiempo
que dependen de las circunstancias. Igualmente, existen previsiones de Derecho internacional.
Indemnidad de la nacionalidad de origen. El apartado 2.º del mismo artículo 11 CE impide privar de su nacionalidad a un español de origen,
fijando una garantía constitucional de indemnidad. La previsión se justifica por la directa conexión entre la nacionalidad y el libre desarrollo de la
personalidad y la dignidad humana frente a las situaciones de apatridia. La norma constitucional vino a dar respuesta a ciertos abusos acaecidos
durante la Dictadura con miembros de la oposición democrática. Por el contrario, los españoles que no sean de origen pueden perder la
nacionalidad cuando utilicen aquélla a la que hubieran renunciado, y cuando entren al servicio de armas o ejerzan un cargo político en un Estado
extranjero (artículo 25 Código Civil). No existen en España diferencias en derechos electorales entre nacionales de origen y de adopción como
ocurren en algunos otros países.
Convenios de doble nacionalidad. El apartado 3.º del artículo 11 CE habilita al Estado para concertar tratados de doble nacionalidad con los
países iberoamericanos y con aquellos que “hayan tenido una particular vinculación con España”; al tiempo, se afirma que en estos países podrán
naturalizarse los españoles sin perder su nacionalidad de origen, aun cuando no reconozcan a sus ciudadanos un derecho recíproco. Una
previsión constitucional de una doble nacionalidad como vínculo jurídico. Esta cláusula muy abierta o generosa ha permitido aprobar o mantener
un buen número de tratados con bastantes países iberoamericanos con los que formamos una comunidad histórica y cultural. La dúctil regulación
española permite adquirir nuestra nacionalidad a los nacionales de esos Estados sin perder la de origen. Se han suscrito numerosos tratados de
este tipo con países iberoamericanos, y también con Andorra, Filipinas, Guinea Ecuatorial y Portugal. Muchos de estos convenios de doble
nacionalidad se hicieron hace décadas.
Las ambiguas previsiones constitucionales en tres reglas. El artículo 13 CE establece que los extranjeros gozarán en España de los derechos que
garantiza el Título I de la Constitución “en los términos que establezcan los tratados y las leyes” (apartado 1.º). Pero luego se añade que sólo los
españoles serán titulares de los derechos reconocidos en al artículo 23 CE, salvo lo que, atendiendo a criterios de reciprocidad, pueda
establecerse por tratado o ley para el derecho de sufragio activo y pasivo en las elecciones municipales (apartado 2.º tras la reforma
constitucional operada el 27 de agosto de 1992 que añadió el sufragio pasivo).
Como punto de partida del razonamiento, son extranjeros quienes carecen de la nacionalidad española, algo que la Constitución da por supuesto.
Los nacionales de los Estados miembros de la Unión se rigen por el Derecho comunitario o por la Ley de extranjería en los aspectos que les
puedan ser más favorables; tienen pues una situación intermedia: la propia de la ciudadanía y la integración europea.
La primera regla constitucional es general y consiste en que los extranjeros son normalmente sujetos y titulares de los derechos fundamentales
reconocidos en España, pero “en los términos que establezcan los tratados y las leyes”. Una cláusula que ha suscitado serios problemas de
interpretación pues abre una permanente tensión normativa entre la Constitución y las leyes, y que la jurisprudencia constitucional y la Ley de
extranjería han aclarado finalmente tras una fase de confusión, estableciendo que no se trata de un reenvío en blanco que vacíe el mandato
constitucional ni el contenido esencial de los derechos, permitiendo cualesquiera restricciones legales. Tempranamente, la STC 99/1985 ya
sostuvo que el apartado 1.º del artículo 13 CE no significa que los extranjeros gocen sólo de los derechos que establezcan los tratados y las leyes,
sino que el disfrute por los extranjeros podrá “atemperarse en cuanto a su contenido”, si bien no ha dejado de haber vacilaciones y confusiones.
No se trata pues de una desconstitucionalización de los derechos de los extranjeros ni de un reenvío en blanco a los tratados y las leyes como
pudo pensarse por algunos en los primeros momentos del desarrollo constitucional.
Como segunda regla constitucional, se excepcionan los derechos políticos previstos en artículo 23 CE que se atribuyen de forma restrictiva a los
ciudadanos comprendidos como los nacionales, algo que dista de ser evidente en nuestros días.
La tercera regla fija una excepción a esta exclusión de derechos políticos de los extranjeros. Los tratados –y así se hizo en el Tratado de
Maastricht para los ciudadanos de otros Estados miembros de la Unión Europea– o las leyes pueden reconocer a los extranjeros el sufragio activo
y pasivo, pero sólo en las elecciones municipales siempre y cuando se respete la reciprocidad en el reconocimiento. Esta cláusula constitucional
abre la puerta a un nuevo entendimiento de la ciudadanía y el sufragio como categorías no ligadas de forma exclusiva a la nacionalidad sino antes
bien a la participación política en una comunidad, que curiosamente era la comprensión clásica y originaria de la ciudadanía antes del
advenimiento del Estado liberal. Por lo demás, la exigencia de reciprocidad, como un requisito indefectible, quizás no sea tan evidente o
necesaria, porque España puede tener interés v.gr. en reconocer el sufragio de millares de chinos residentes en nuestro país, y puede no sea tan
evidente respecto de un pequeño colectivo de españoles en China donde existe un régimen político excluyente y muy diverso a la democracia
representativa fundada en elecciones.
Primeros vaivenes legislativos y la necesidad de una comprensión constitucional del fenómeno jurídico. Para corroborar estas variaciones
legislativas, que revelan las diversas comprensiones sobre el alcance de los derechos de los extranjeros, basta observar la secuencia que
componen las siguientes Leyes Orgánicas: 7/1985, de 1 de julio, sobre derechos y libertades de los extranjeros en España; 4/2000, de 11 de
enero, sobre derechos y libertades de los extranjeros y su integración social; 8/2000, de 22 de diciembre, de reforma de la Ley Orgánica 4/2000; y
14/2003, de 20 de noviembre, igualmente de modificación de la 4/2000, así como de otras leyes. Es precisa una comprensión constitucional
previa del asunto ante este batiburrillo legal. La Constitución no se desactiva en su valor normativo para los extranjeros. Por el contrario, los
derechos fundamentales son un elemento de integración en cualquier comunidad nacional –como teorizó Rudolf Smend–, también para los
extranjeros. Los derechos fundamentales son asimismo un límite de orden público al multiculturalismo, expresan unos valores europeos y unas
ciertas exigencias de adaptación e integración (Dieter Grimm). No cabe justificar ni tolerar ciertas prácticas al amparo de viejas tradiciones
culturales como pueden ser las ablaciones de clítoris a las niñas, o la negativa a su escolarización en educación física, o el castigo corporal a las
mujeres, o la negativa de un sij a conducir una moto con casco en vez de sólo con turbante. La extranjería y la inmigración obligan a relativizar o
“atemperar” el contenido de algunos de nuestros derechos fundamentales (STC 99/1985), y acomodarlos o modularlos a su titularidad por los
extranjeros tras una adecuada ponderación, v.gr. permitir el uso del velo en las universidades u otros símbolos religiosos. Pero esto no supone
excluir su vigencia ni derogar los derechos fundamentales para algunos colectivos que invoquen su identidad de grupo o cultural. La frontera es
muy delicada.
La regulación legal y el ejercicio de los derechos en condiciones de igualdad con los españoles. Hubo pues sucesivos cambios legales en las leyes
de extranjería hasta consolidarse desde hace menos de dos décadas un entendimiento más garantista y propio de un Estado constitucional. Rige
la Ley Orgánica 4/2000, de 11 de enero, sobre derechos y libertades de los extranjeros en España y su integración social, que fue reformada
profundamente por la Ley Orgánica 8/2000, y, sobre todo, por otras leyes orgánicas posteriores, tras sobrevenir las SSTC 236/2007, 259/2007 y
260 a 265/2007, que estimaron en buena parte los recursos de inconstitucionalidad interpuestos contra la mencionada Ley Orgánica 8/2000. La
Ley de extranjería dispone actualmente (artículo 3), como criterio interpretativo general, que los extranjeros ejercitan los derechos que les
reconoce esa Ley “en condiciones de igualdad con los españoles”. Una afirmación muy importante que especifica en un sentido garantista el
ambiguo artículo 13.1 CE, fruto de un compromiso constituyente, e incluso el artículo 14 CE que todavía dice que “los españoles” son iguales ante
la ley. La Ley de extranjería fortalece la posición constitucional de los extranjeros en condiciones de igualdad con los españoles. No podría ya
maximizarse –sería inconstitucional– una comprensión de los derechos de los extranjeros fundada en una muy libre configuración legal, como
quizás permitía concluir la STC 107/1984, siguiendo una interpretación literal del artículo 13.1 CE que ya ha sido sobrepasada. Pero todavía la
STC 115/1987 declaró inconstitucionales varios preceptos de la Ley de extranjería por someter a autorización gubernativa los derechos de
reunión y manifestación de los extranjeros, y permitir la suspensión de su derecho de asociación. Las cosas han ido cambiando lentamente. El
Título I de la actual Ley de extranjería ofrece algunos criterios de interpretación de los derechos y libertades de los extranjeros y revisa algunos
de esos derechos para los extranjeros que se encuentren en territorio español comenzando por el derecho a obtener una documentación. En
general, los derechos v.gr. de reunión y manifestación, de asociación, de educación, sindicación y huelga y un largo etcétera se reconocen en las
mismas condiciones que los españoles. Pero existen numerosas leyes sobre concretos derechos que contemplan previsiones a veces más
restrictivas. Se reconoce el derecho al trabajo y a la Seguridad Social para los extranjeros residentes que reúnan los requisitos previstos en la Ley
de extranjería, es decir, visado o autorización de residencia y permiso de trabajo.
La teoría jurisprudencial de los tres círculos. El Tribunal Constitucional desde la STC 107/1984 ha construido la siguiente doctrina que describe
mediante la imagen de tres círculos. Primero, los extranjeros sólo vienen excluidos por la Constitución de los derechos de participación política y
del acceso a las funciones y cargos públicos por expreso mandato del artículo 13.1 CE en conexión con el artículo 23 CE, sin perjuicio de las
extensiones que ya hemos visto pueden hacerse. Segundo, hay luego un amplio conjunto de derechos que la Constitución califica de “inviolables”
y que no corresponden a los “ciudadanos”, como centro abstracto y general de imputación de derechos fundamentales, sino a todas las
“personas” aunque sean extranjeras, ya que emanan de su dignidad humana y del libre desarrollo de la personalidad por mandato del artículo
10.1 CE, y no de la nacionalidad o de los tratados o de las leyes por muy extranjeros que sean. Así ocurre con el derecho a la vida y a la integridad
física y moral (frente a viejas práctica de otro siglos que v.gr. permitían el saqueo y despojo de las propiedades y las vidas de los náufragos
extranjeros), la libertad religiosa e ideológica y de conciencia, la libertad personal, los derechos de la personalidad, el derecho al proceso debido,
las libertades de la comunicación, la vida privada y familiar, y un largo etcétera. Existe, no obstante, un tercer círculo de derechos donde los
tratados y las leyes pueden establecer modulaciones y atemperar los contenidos por razones ligadas a la extranjería o a la situación irregular del
extranjero. Cabe establecer “condicionamientos adicionales al ejercicio” previstos en estas normas y que respeten las prescripciones
constitucionales (STC 115/1987). No es tanto un problema de titularidad de derechos como de contenido, el alcance de las restricciones
dependerá del grado de conexión con la dignidad humana. Pero no es nada sencillo establecer restricciones y aquí surgen los problemas
hermenéuticos, de manera que esa teoría de los tres círculos no acaba de resolver sobradamente las cosas. Puede tenerse en cuenta la situación
de regularidad, visado o autorización de residencia para condicionar el ejercicio de algunos derechos; así no es lo mismo cruzar la frontera de
forma legal que por cualquier medio fraudulento o incluso violento. Las libertades de residencia y circulación, o los derechos de asistencia
sanitaria en cuanto derechos de prestación p.ej. pueden tener una más intensa configuración legal. Pero la situación irregular de un extranjero en
el territorio nacional no comporta sin mayores razones la exclusión de sus derechos fundamentales como se desprende de que correspondan a
toda persona. La cuestión queda en las manos de los precedentes judiciales y los desarrollos legales. A título de ejemplo la STC 95/2003 (que
alberga varios votos particulares) enjuició un recurso de inconstitucionalidad, promovido por el Defensor del Pueblo respecto de la ley que
regulaba la asistencia jurídica gratuita y circunscribía dicho beneficio a los extranjeros que “residan legalmente en España”, y declaró su
inconstitucionalidad por estimar que no respetaba el contenido esencial del derecho. Creo que también a las restricciones de derechos a los
extranjeros debe pasarse un juicio de proporcionalidad. Asimismo, la sentencia declara inconstitucional el requisito que establecía la Ley de
extranjería que reclamaba encontrarse en una situación administrativa regular para ejercer los derechos de reunión y manifestación, de
asociación y de libre sindicación, así como el acceso a la educación no obligatoria de los menores de edad.
¿Derecho de entrada? Estancia y autorización de residencia. No existe un derecho de los extranjeros de entrada en el territorio español con rango
de derecho fundamental (así lo han reconocido el Tribunal Constitucional y el TEDH) ni tampoco de residencia, del mismo modo caben
expulsiones y procedimientos de internamientos. Los flujos de inmigración en las fronteras pueden ser controlados por los Estados. El extranjero
que pretenda entrar en España debe hacerlo por los puestos habilitados al efecto, hallarse provisto de pasaporte o documento habilitado a tal
efecto que acredite su identidad, incluso un visado, y justificar sus condiciones de estancia y medios de vida o la forma de obtenerlos (artículo 25
Ley Orgánica). Con mayor razón, cuando la entrada en España supone la entrada en todo el territorio de la Unión y de ahí se derivan importantes
consecuencias. Tampoco pueden entrar en España quienes fueron expulsados mientras dure la prohibición de entrada. La Ley Orgánica 4/2000
distingue diversas situaciones de permanencia legal en el territorio español (artículos 29 y ss): a) la estancia por un período no superior a 90 días
que puede ser prorrogado, sin perjuicio de lo dispuesto específicamente a efectos de estudios, práctica y voluntariado; b) la autorización de
residencia para períodos superiores al mencionado. Los residentes pueden ser de residencia temporal, por un período superior a 90 días y hasta
cinco años o de larga duración. Para ser residente, es preciso carecer de antecedentes penales; si no comporta autorización de trabajo, deben
acreditarse los medios de subsistencia; cabe también por razones humanitarias y para mujeres extranjeras víctimas de violencia de género. La
residencia de larga duración autoriza a residir y trabajar indefinidamente en las mismas condiciones que los españoles; tienen derecho a ellas
quienes hayan tenido residencia temporal durante cinco años de forma continuada. Existen regímenes legales específicos para estudiantes,
apátridas, indocumentados y refugiados, y menores no acompañados. Cabe también la concesión de autorizaciones de residencia por razones de
arraigo y reagrupación familiar, teniendo en cuenta los vínculos familiares con residentes en España, de acuerdo con una consolidada
jurisprudencia del TEDH y las previsiones legales; existe un derecho a la vida familiar de los extranjeros (Pablo Santolaya).
Permiso de trabajo. Los extranjeros mayores de dieciséis años precisarán para ejercer cualquier actividad lucrativa, laboral o profesional de la
correspondiente autorización administrativa previa para residir y trabajar (artículos 36 y ss de la Ley Orgánica). La autorización de trabajo se
concede juntamente con la de residencia y su eficacia se condicionará al alta del trabajador en la Seguridad Social. Para la concesión de estos
permisos se tiene en cuenta la situación nacional de empleo y las previsiones que apruebe el Ministerio de Trabajo. Es importante subrayar que la
carencia de la autorización de residencia y trabajo, sin perjuicio de la responsabilidad que correspondan al empresario, no invalidarán el contrato
de trabajo respecto de los derechos del trabajador extranjero; se acoge así una jurisprudencia de varios altos tribunales entre otros de la Sala de
lo Social del Tribunal Supremo.
Expulsiones. La salida del territorio nacional de los extranjeros puede realizarse libremente, excepto en los casos previstos en el Código Penal, y
será obligatoria en los supuestos de expulsión por orden judicial, o de expulsión o devolución acordada por resolución administrativa, así como
por la denegación administrativa de las solicitudes de permanencia. La expulsión puede acordarse cuando los extranjeros realicen infracciones
tipificadas como muy graves o algunas tipificadas como graves, ponderando el principio de proporcionalidad, que permite aplicar la sanción de
multa en lugar de la de expulsión, previa la tramitación de un expediente administrativo y mediante resolución motivada. En ningún caso pueden
imponerse conjuntamente ambas sanciones. Entre las causas legales de expulsión se encuentran las siguientes: participar en actividades
contrarias a la seguridad nacional, promover la inmigración clandestina, la contratación de trabajadores extranjeros sin haber obtenido
autorización, transportar de manera clandestina extranjeros sin documentación, así como encontrase irregularmente en territorio español y
trabajar sin autorización de trabajo y residencia. (artículos 53 y 54 de la Ley Orgánica). También es causa de expulsión que el extranjero haya
sido condenado por una conducta dolosa dentro o fuera de España a una pena privativa de libertad superior a un año, salvo que sus antecedente
penales hubieran sido cancelados.
Una situación intermedia: la ciudadanía de la Unión. Hay que ser consciente que desde 1992, con la primera redacción del Tratado de la Unión
Europea en el tratado de Maastricht, todo ciudadano de un Estado miembro es a su vez ciudadano de la UE. Se crea así un status intermedio
entre “ciudadano español” y “extranjero” constituido por “extranjeros” que son “ciudadanos” de la UE. Una posición en el que se es titular de los
derechos vinculados a la ciudadanía reconocidos por el Derecho de la UE con el alcance que éste establezca. El punto de partida de este status es
sin duda la plena vigencia de una estricta prohibición de discriminación por razón de nacionalidad entre ciudadanos de la Unión. Pero es también
relevante que, en cuanto ciudadanos de la Unión, les son aplicables los derechos reconocidos en el Titulo V de la Carta que une al tradicional y
primigenio derecho a la libre circulación y residencia en todo el territorio de la UE (artículo 45) otros derechos: a) el derecho de sufragio (activo y
pasivo) en las elecciones al Parlamento Europeo y en las elecciones municipales (artículos 39 y 40); b) derechos vinculados al buen gobierno en la
UE como el derecho a una buena administración y de acceso a los documentos (artículos 41 y 42); c) instrumentos específicos de protección como
el Defensor del Pueblo europeo o la protección diplomática y consular en el extranjero (artículos 44 y 46); y d) derechos de participación directa
como el derecho de petición o el derecho a proponer iniciativas legislativas (artículo 44 y artículos 11.4 TUE y 24 TFUE). Sin embargo, como
ocurre siempre respecto a los derechos en el ámbito de aplicación del Derecho de la UE, los Estados miembros podrán conferir mayor protección
a los ciudadanos de la Unión que la dispensada por la propia UE siempre que no afecte a la unidad en la aplicación e interpretación del Derecho
de la Unión. Ello significa, en el caso español, que la legislación de extranjería les será aplicable a los ciudadanos europeos en la medida en que
confiera una situación más favorable y no contradiga la normativa europea aplicable.
El sucinto reconocimiento constitucional y la relevancia de las normas internacionales y de la Unión Europea. El mismo artículo 13 CE que se
ocupa de los derechos de los extranjeros dedica después su apartado 4.º al asilo, determinando que “La ley establecerá los términos en que los
ciudadanos de otros países y los apátridas podrán gozar del derecho de asilo en España”. Un reconocimiento del derecho muy lacónico y
temeroso con una estructura normativa que parece ser la de una garantía institucional, pues nada se añade al nomen iuris de la institución, pese
a que su regulación constituye una antigua tradición del constitucionalismo. Sin embargo, se trata de un verdadero derecho fundamental como
con mejor técnica reconoce el artículo 18 de la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea, o el artículo 16 A de la Ley Fundamental
de Bonn entre otros países de nuestro entorno. Por más que deban establecerse requisitos que impidan los abusos o su empleo con fines
estrictamente migratorios. Debe tenerse muy presente para preservar la imagen de la institución y el contenido esencial del derecho a la hora de
su desarrollo legal la importante Convención sobre el Estatuto de los Refugiados, hecha en Ginebra el 28 de julio de 1951, y su Protocolo de
Nueva York, de 31 de enero de 1967; de manera que la libertad de configuración normativa del legislador no es tan amplia.
Pronto se crearon una serie de importantes normas de la Unión Europea, ya derogadas, entre las que destacaba, por afectar al núcleo de todo el
sistema de asilo, la Directiva 2204/83/CE, del Consejo, de 29 de abril, por la que se establecen unas normas mínimas; también la Directiva
2005/85/CE, del Consejo, de 1 de diciembre, y la Directiva 2003/86/CE, del Consejo, de 22 de diciembre, sobre el derecho de reagrupación
familiar de los refugiados. Los Estados pueden mantener disposiciones más favorables, pero el asilo es una política y un derecho fundamental
fuertemente comunitarizado y las normas europeas han ido creciendo en intensidad.
La regulación de la Unión Europea: la comunitarización del asilo. En efecto, la creación de un espacio de seguridad, libertad y justicia en el
territorio de la Unión ha llevado a la progresiva asunción de competencias por parte de la Unión en esta materia. Efectivamente, la desaparición
de las fronteras internas provoca que, una vez dentro del territorio europeo, los solicitantes de asilo puedan moverse libremente y elegir (forum
shopping) el Estado de tramitación de las peticiones de asilo que consideren más conveniente para sus intereses. Por ello era necesario
establecer reglas de atribución de competencias en la tramitación de las solicitudes lo que, a su vez, provocó la necesidad de la fijación de
parámetros compartidos en los motivos por los que dichas solicitudes eran o no aceptadas. Además, dada la situación de vulnerabilidad en la que,
en principio, se encuentran los solicitantes de asilo, era necesario establecer también reglas de garantía de unas condiciones mínimas de vida
para dichos solicitantes. La complejidad de la regulación de la política de asilo de la UE se muestra en la evolución de su régimen jurídico. Nace
de un Convenio firmado entre los Estados miembros en 1990 (Dublín I) posteriormente sustituido por un Reglamento en 2003 (Dublín II) que a su
vez sería sustituido por el vigente Reglamento (UE) 604/2013 (Dublín III). Lo que en un primer momento era un mero mecanismo de atribución de
la competencia para la tramitación de solicitudes de asilo se ha convertido en un complejo sistema compuesto por el propio Reglamento y tres
Directivas (2011/95/UE; 2013/32/UE y 2013/33/UE) además de otras normas complementarias. A esta evolución no fue ajena la presión de los
propios tribunales europeos en defensa de los derechos y de las condiciones de vida de los solicitantes de asilo a través de una rica jurisprudencia
entre la que destacan la condena del TEDH a los Estados por violación de los derechos de un solicitante de asilo en M.S.S contra Bélgica y
Reino Unido, de 21 de enero de 2011, o la reinterpretación de los criterios de asignación de la competencia para garantizar los derechos de los
solicitantes de asilo por el Tribunal de Justicia de la UE en N.S. v Secretary of State (C-411/10) de 21 de diciembre de 2011.
El sistema de Dublín. El modelo resultante no fija ya un único criterio para determinar el Estado competente (hasta 2013 el Estado de ingreso en
la Unión) sino que incluye varios principios (vínculos familiares, anterior residencia en un Estado y forma de entrada) y, sobre todo reconoce
muchas más garantías para los solicitantes de asilo: derecho a la información, a entrevistas personales, especial protección para menores,
familiares y personas dependientes, asistencia jurídica gratuita, prohibición de internamiento automático, así como normas específicas para las
solicitudes de menores no acompañados.
Desarrollo legal y realidad social. Hubo una primera regulación legal en 1984, que se vio sobrepasada por la cantidad y las características de las
solicitudes de asilo en el contexto de la Unión Europea, pero la Ley vigente es la Ley 12/2009, reguladora del derecho de asilo y de la protección
subsidiaria, que diferencia pues entre estas dos categorías la protección internacional dispensada por el derecho de asilo y la protección
subsidiaria. La protección subsidiaria se dispensa a personas que sin reunir los requisitos para ser reconocidas como refugiados y obtener el asilo
necesiten una protección por venir sometidas al riesgo de daños graves. Se discute si esta Ley de 2009 se adecúa a la política iniciada por la
Unión Europea en los últimos años, porque la realidad de la migración ha cambiado, y frente a un modesto número de solicitudes que solía recibir
España, se registraron unas 118.000 en 2019. España es uno de los grandes receptores de solicitudes en Europa junto a Alemania y Francia, si
bien el sistema de Dublín ha incrementado el papel de Grecia. No obstante, y pese al atasco de la Oficina de Asilo, pensada en otro contexto, el
número de asilos que efectivamente se conceden no es elevado.
Definición del término refugiado y requisitos subjetivos, objetivos y formales: temores de persecución. La Convención de Ginebra de 1951
describe de forma clásica al refugiado como una persona que tiene “fundados temores” de ser perseguida por motivos de raza, religión,
nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social u opiniones políticas, que se encuentra fuera del país de su nacionalidad, y no puede o no
desea acogerse a la protección de tal país a causa de esos temores. También el apátrida que careciendo de nacionalidad y hallándose fuera del
país de su residencia habitual no quiera regresar a él por los mismos motivos. El artículo 3 de la Ley 12/2009 añade a esas causas de persecución
el género u orientación sexual. El derecho de asilo es una protección que se dispensa a los nacionales no comunitarios y a los apátridas: un
elemento o requisito subjetivo. Es esencial un ingrediente objetivo: la existencia de actos de persecución o fundados temores de los mismos, de
carácter grave por su misma naturaleza o el carácter reiterado de los mismos, y que puedan constituir una violación de derechos fundamentales.
Entre los “actos de persecución” que la Ley enumera a título ejemplificativo: actos de violencia física o psíquica o sexual, medidas normativas en
sí mismas discriminatorias o que se apliquen de manera discriminatoria, procesamientos o penas desproporcionadas, denegación de tutela
judicial efectiva, penas por la negativa a realizar el servicio militar, y actos de naturaleza sexual que afecten a adultos o niños. Pero puede haber
otros supuestos como evidencia la rica experiencia en conflictos. La Ley describe –de acuerdo con la jurisprudencia de varios tribunales– los
motivos de persecución y recoge unos conceptos amplios de raza, así como de persecución religiosa, de nacionalidad o grupo étnico o cultural, y
de opiniones políticas, con la finalidad garantista de dispensar la protección del asilo. Los agentes de persecución pueden ser tanto las
autoridades del Estado como agentes no estatales. Para el ejercicio de la solicitud, los solicitantes tendrán derecho a asistencia sanitaria y
jurídica gratuita, a ser informado del procedimiento en una lengua que puedan comprender, a su audiencia en una entrevista, a la suspensión de
cualquier procedimiento de expulsión o devolución en caso de recurso –una medida cautelar en la que ha insistido el TEDH y que preserva–, y a
que su solicitud se comunique al ACNUR (Agencia de la ONU para los refugiados) cuyo trabajo es muy relevante posee una auctoritas por la
información y experiencia que posee, de hecho, la Ley de asilo formaliza su intervención en el procedimiento de solicitud. La tramitación tendrá
carácter confidencial. Satisfechos estos requisitos, la concesión del asilo se estima reglada y obligada. La Ley explicita que únicamente puede
negarse a las personas que constituyan un peligro para la seguridad del Estado o que hayan sido objeto de una condena firme por delito grave y
constituyan una amenaza para la comunidad. La Oficina de Asilo y Refugio, dependiente del Ministerio de Interior, tramita las solicitudes y las
eleva al estudio de una Comisión Interministerial de Asilo y Refugio que formula una propuesta al Ministro del Interior quien tiene competencia
para dictar una resolución y la obligación de resolver expresamente. Cabe un recurso en vía contencioso-administrativa.
Efectos de la concesión. La concesión del derecho de asilo o de la protección subsidiaria implica el reconocimiento de los derechos concedidos en
la Convención de Ginebra sobre el Estatuto de los Refugiados y en la normativa de la Unión Europea, y en todo caso (artículo 36 de la Ley): la
protección contra la devolución, el acceso a la información sobre derechos y obligaciones en una lengua comprensible, la autorización de
residencia y trabajo permanente, la expedición de documentos de identidad y viaje, el acceso a diversos servicios públicos (educación, sanidad,
vivienda, asistencia social…), la libertad de circulación y el acceso a programas de integración. También el mantenimiento de la unidad familiar
de las personas beneficiadas.
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Tribunal Constitucional, CEPC, Madrid, 2004.
(1) Agradezco las aportaciones a esta lección de Rafael Bustos Gisbert y Lucía Alonso Sanz.
14 SEP 2023
Lecciones de Derecho Constitucional. 1ª ed., agosto 2023
PARTE SEGUNDA LOS DERECHOS FUNDAMENTALES
LECCIÓN 16.ª IGUALDAD
LECCIÓN 16.ª
IGUALDAD1
SUMARIO: 1. LA TRIPLE DIMENSIÓN DE LA IGUALDAD: VALOR, PRINCIPIO Y DERECHO. PLURALIDAD DE NORMAS. 2. IGUALDAD EN LA LEY.
PROHIBICIÓN DE DISCRIMINACIÓN Y EQUIPARACIÓN. 3. IGUALDAD REAL O DE RESULTADOS. EL PRINCIPIO DE COMPENSACIÓN. ACCIONES
POSITIVAS. 4. LA IGUALDAD EN LA LEY COMO LÍMITE DEL LEGISLADOR. 5. IGUALDAD EN LA APLICACIÓN JUDICIAL Y LA DOCTRINA DEL
PRECEDENTE. 6. IGUALDAD DE GÉNERO Y PERSPECTIVA DE GÉNERO. BIBLIOGRAFÍA.
Pluralidad de normas de igualdad. Franςois Luchaire escribió “la igualdad ya no es un ídolo revolucionario, sino un rompecabezas”. La afirmación
deriva de que la igualdad no se consagra en una única norma sino en un conjunto de reglas y principios diversos cuya aplicación puede llevar a
resultados contradictorios. No siempre es sencillo resolver que regla conviene seleccionar. Al tiempo, se ha consolidado como una norma de
cierre y exégesis de todo el ordenamiento. Son muchas las variantes de igualdad que la Constitución contempla en sus artículos: 1.1., 9.2, 14,
23.2, 32, 39.2, 139.1 y 149.1.1. Pese a que hay otros preceptos constitucionales donde la igualdad no se menciona expresamente y pueden
reconducirse igualmente a la lógica de los derechos de igualdad como ocurre con la interdicción de la arbitrariedad (artículo 9.3 CE). También la
Carta de Derechos Fundamentales de la Unión, Capítulo III (Igualdad), contiene hasta siete normas de igualdad: no discriminación, diversidad
cultural, entre hombres y mujeres, menores, mayores, integración de “personas discapacitadas”. Hay una protección asimismo dentro del
sistema del Convenio Europeo (artículo 14 CEDH y Protocolo 12).
Las diferencias deben justificarse, la igualdad se presume. Isaiah Berlin nos enseñó que “la igualdad no necesita justificación, sólo la desigualdad
la requiere”. Quien crea grupos y establece diferencias debe justificarlas. La sociología ha mostrado que crear grupos sociales entraña siempre el
riego de generar desigualdades (Nicolas Luhmann). Por el contrario, la igualdad de trato se presume y no necesita justificación. La igualdad es
uno de los fundamentos del Estado constitucional: los ciudadanos abandonaron el estado de naturaleza para construir mediante un contrato
social una comunidad política estatal donde sean libres e iguales. Una bellísima ficción que justifica racionalmente la existencia estatal.
La triple dimensión de la igualdad como valor, principio y derecho. En nuestro ordenamiento la igualdad es tres cosas. En primer lugar, un valor
superior del ordenamiento jurídico que informa la actuación de los poderes del Estado y constituye un fundamento del orden político y jurídico
(artículo 1.1 CE). Nadie discute este juicio axiológico o estimativo en el siglo XXI: la igualdad no tiene enemigos declarados, si bien suscita
constantes problemas y conflictos.
La igualdad de los ciudadanos ante la ley (artículo 14 CE) es un principio liberal. Se alcanzó con las revoluciones del siglo XVIII y XIX y el
posterior constitucionalismo que de ellas surgió: Estados Unidos, Francia, y la España ilustrada de Cádiz cuyas ideas navegaron a Iberoamérica.
En la situación previa, el Antiguo Régimen del absolutismo se caracterizaba por la consagración de la desigualdad dentro de una constitución
histórica: una pluralidad de leyes personales, o privadas o por razones territoriales, los llamados fueros. El liberalismo propugnó, en cambio,
unos solos códigos para toda la nación y la universalidad y generalidad de la ley; como consecuencia de su voluntad de abolir una organización
social fundada en estamentos cerrados. La igualdad ante la ley es un postulado del constitucionalismo, también la confianza en su racionalidad.
Posterior en el tiempo (primer tercio y mediados del siglo XX), es la idea de igualdad sustancial o real (artículo 9.2 CE) que implica que los
ciudadanos no deben ser sólo iguales ante la ley sino en la realidad social. Reclama una igualdad de posibilidades u oportunidades, así como de
resultados. Conforme al artículo 9.2 CE, los poderes públicos deben promover las condiciones para que la libertad y la igualdad del individuo y de
los grupos en que se integra sean reales y efectivas; supone para ellos un programa de actuaciones. No es una igualdad de trato normativo, tratar
igual a los iguales, sino que reclama tratar de forma distinta a los que no son iguales en la realidad, y avanzar dictando medidas hasta que lo sean.
Incorpora un mandato promocional para todos los poderes públicos: una obligación positiva de compensación respecto de los rezagados y de
remover obstáculos fácticos o normativos. Mas esta igualdad del artículo 9.2 CE no entraña un verdadero derecho subjetivo, plenamente
accionable ante los tribunales por sus titulares. Es un principio jurídico que debe ser rellenado de eficacia por los poderes públicos –el legislador,
los órganos judiciales, las administraciones– al ritmo que sea posible avanzar.
En el contexto del artículo 14 CE, la igualdad es, en cambio, un verdadero derecho subjetivo. El precepto alberga dos normas relativamente
independientes, pero que no pueden disociarse totalmente: la igualdad de trato normativo y la prohibición de discriminación. La primera entraña
un mandato: que las normas traten igualmente situaciones iguales. La segunda establece una prohibición de establecer diferencias odiosas y
socialmente injustificables.
La igualdad como derecho reactivo. La igualdad ante la ley del artículo 14 permite generar una reacción defensiva de sus titulares frente
agresiones normativas y violaciones del derecho subjetivo. Entraña una situación jurídica activa susceptible de tutela judicial y de recurso de
amparo ordinario, así como de un recurso de amparo constitucional (artículo 53.2 CE), y también tiene acceso directo al TEDH. Es una igualdad
que nace directamente de la Constitución y no de la ley, aunque la ley puede reforzar la prohibición de discriminación como v.gr. hace el Estatuto
de los Trabajadores (artículo 4.1.c]) con distintos instrumentos.
Un derecho relacional. Algunos autores sostuvieron que la igualdad no es un verdadero derecho subjetivo, porque carece de un objeto propio y
puede proyectarse sobre cualquier relación jurídica. Ciertamente, la igualdad no tiene en sí misma un objeto como ocurre con el derecho a la vida
o la libertad de expresión. Necesariamente demanda un término de comparación y establecer una relación con otro; se es igual necesariamente
respecto de alguien o algo. La igualdad reclama alteridad. Es un derecho relacional antes que sustantivo. La igualdad únicamente tiene sentido
en una concreta relación jurídica. Exagerando la perspectiva, pudo llegar a entenderse la igualdad como un mero efecto reflejo del derecho
objetivo; Jellinek decía que la ley es soberana y sostenía que la igualdad no podía configurar jamás una pretensión en ausencia de ley o en
desacuerdo con ella. Pero la tesis es obsoleta, porque por encima de la ley está la constitución que proclama la igualdad. La ley ya no es soberana.
Sin embargo, es verdad que la igualdad tiene un carácter relacional y establecer una pretensión de discriminación demanda fijar términos de
comparación homogéneos.
Una cláusula de cierre del ordenamiento jurídico. Tiene también la igualdad un acusado carácter expansivo y transversal. Se proyecta sobre toda
clase de normas en un ordenamiento jurídico (filiación, cónyuges, pensiones, retribuciones, perspectiva de género, impuestos, acceso a la función
pública, en el ejercicio de los derechos por los españoles con independencia de su residencia…). La igualdad de trato normativo es un modo de
entender el ordenamiento jurídico y de interpretarlo; obliga tanto a escribir las normas como a aplicarlas impidiendo desigualdades de trato
injustificables en cualquier materia. Supone un modo de ser la ley y un modo de aplicarla. Por eso sólo la desigualdad requiere justificación en un
Estado de Derecho. Puede por ello calificarse a la igualdad como una norma de cierre del ordenamiento jurídico (Costantino Mortati). No es por
eso casual que, por su importancia, encabece el Capítulo II.
El juicio de igualdad y los hechos. A la par, la igualdad introduce los hechos en el juicio de constitucionalidad y los lleva a la jurisdicción
constitucional, que ya no puede ser simplemente un control de normas abstractas y generales, como pensó Kelsen al diseñar la justicia
constitucional. La igualdad se apoya en argumentos e ingredientes fácticos que impone cualquier debate sobre un término de comparación. ¿Son
iguales peones y limpiadoras en un convenio colectivo a efectos de su calificación laboral y de sus retribuciones?
La paradoja de la igualdad. ¿Qué tipo de igualdad conviene elegir? La respuesta no es sencilla. Cuánto más igualdad de trato normativo creemos
puede que acabemos por dañar la igualdad real entre los destinatarios de la medida. Un mismo impuesto local independientemente de la renta o
de las manifestaciones de riqueza puede ser un impuesto injusto. Por otro lado, mucha igualdad real puede acabar por transgredir la igualdad
ante la ley. Así unas muy amplias cuotas reservadas para minorías o personas con discapacidad en el acceso a la función pública podrían acabar
por dañar los principios de mérito y capacidad del resto; y un impuesto selectivo únicamente para un grupo de grandes empresas podría lesionar
la igualdad tributaria si está desprovisto de proporcionalidad. La cuestión puede expresarse y visualizarse mediante una imagen: la paradoja de
Robert Alexy. Un padre entrega a su hija y a su hijo el mismo regalo, elige el mismo objeto y con el mismo coste. Cumple pues con la igualdad del
artículo 14 CE, pero probablemente no con la igualdad del artículo 9.2 CE, pues el mismo regalo acaso no proporcione la misma felicidad a
ambos. Entonces decide entregar regalos distintos a cada uno de ello, porque los conoce bien, procurando gastar cantidades parecidas. Puede
que acierte en su arriesgada decisión, o puede que genere una desigualdad y consiga irritar a ambos o que al menos a uno de ellos se sienta
agraviado. Esta dificultad en la selección de la norma es la que hace de la igualdad un rompecabezas. Si hasta un buen padre puede equivocarse
en la opción, cómo no habría de hacerlo un poder público. La igualdad del artículo 14 sin la compensación y equilibrio que el artículo 9.2 le ofrece
puede ser formalista y carecer de realismo y eficacia en un Estado social. Pero ciertas diferencias de trato basadas exclusivamente en la lógica
del artículo 9.2 pueden acabar por lesionar la igualdad del artículo 14. Es menester un equilibrio que no pierda de vista la dimensión unitaria del
valor igualdad.
2.1.– La igualdad como concepto unitario. En efecto, pese a los distintos tipos y normas de igualdad que existen, la igualdad entraña un único
valor y es un concepto jurídico global, aunque se descomponga en distintas variantes, juicios y clases de normas más específicas: igualdad de
trato normativo, igualdad real, igualdad en la ley, igualdad en la aplicación de la ley… Es menester mantener esta perspectiva para no incurrir en
disfunciones o contradicciones. El riesgo de las normas de igualdad es crear demasiadas subdivisiones que nos impidan mantener un concepto
unitario.
Una misma ley para toda la nación: la generalidad de la ley. Leyes descentralizadas y leyes singulares. La igualdad de trato normativo o ante la
ley es un logro irrenunciable del Estado constitucional, fruto del primer liberalismo. Supone la desaparición de las leyes personales por razón de
estamentos o territorios. Fue una reacción frente a los privilegios que entrañaban una pluralidad de leyes; ese es el origen revolucionario de la
igualdad, especialmente, en Francia, porque la continuidad del ordenamiento fue mayor en Estados Unidos. La misma ley se aplica a todos los
ciudadanos, independientemente de su lugar de nacimiento o de su condición social. El concepto liberal y democrático de ley, fundado en la
abstracción y la generalidad, parte de una equiparación entre igualdad y legalidad. Ese alcance está en el origen de la generalidad de la ley. Pero
esta situación se ha transformado notablemente, primero, en virtud de la descentralización de los ordenamientos en entes territoriales mediante
las distintas variantes de federalismo. El principio de competencia permite que existan leyes diversas en cada Comunidad Autónoma e incluso
normas diferentes en cada Municipio. La descentralización, la autonomía territorial de entes, conlleva una pluralidad de leyes y de
ordenamientos infraestatales e inevitablemente, junto al pluralismo, genera ciertas dosis de desigualdad. Pero, además, la ley ya no puede ser
siempre general en un Estado social. Existen “leyes medidas”, encaminadas a resolver un problema concreto más que a introducir una regulación
general, así como “leyes singulares” para un colectivo reducido de destinatarios en función de diversas circunstancias; por más que estas
segundas deban verse con prudencia y hasta recelo por el riesgo de que lesionen derechos fundamentales.
Situaciones de hecho sustancialmente iguales demandan normas iguales. El juicio de igualdad. ¿A qué obliga la igualdad ante la ley o de trato
normativo? Obliga a que situaciones de hecho sustancialmente iguales reciban normas iguales. Formulada la tesis como una prohibición, impide
tratar desigualmente a los iguales. Se veda favorecer a un colectivo de personas y discriminar a otro siendo esencialmente iguales. Es un juicio
fáctico: si las situaciones son iguales, el legislador debe tratarlas igualmente. Si los médicos de urgencias y los médicos de atención primaria
hacen la misma jornada continuada en la sanidad pública durante todo el día, ambos colectivos deben recibir un plus de manutención y no unos sí
y otros no. Los supuestos de hecho son iguales cuando sustancialmente lo son todos y cada uno de sus elementos. Pero no es precisa una absoluta
identidad. Igual no es idéntico. Puede haber pequeñas diferencias fácticas que resulten irrelevantes a los efectos del juicio de igualdad y de la
norma que se pretende aprobar. Precisamente ahí reside el problema, precisar que elementos fácticos o normativos alteran la situación de
igualdad. Dos ingenieros al servicio del Estado con la misma titulación deberían recibir la misma retribución, pero ¿basta su pertenencia a
ministerios distintos para presumir que realizan funciones distintas y pueden recibir diferentes retribuciones?
No existe un derecho a que las normas traten igualmente situaciones desiguales. Ante situaciones de hecho distintas, la ley puede diferenciarlas,
pero puede también equipararlas, en particular, si cree que la lógica realista del artículo 9.2 CE puede operar o requiere remover obstáculos. Es
una opción del legislador tras un juicio de valor. El legislador debe pues analizar las situaciones, y, si son iguales, debe tratarlas igualmente, pero
si son desiguales, puede optar por tratarlas desigualmente o por equipararlas, si existe una razón objetiva para ello. Puede así equiparar a
Notarios y Corredores de Comercio en un único cuerpo, que era funcionarios distintos desde antaño, si entiende que ambos realizan una función
semejante, dar fe pública, pero podría perfectamente haberlos mantenido diferenciados; estamos ante un juicio de oportunidad y de
razonabilidad.
a]Cláusula general de igualdad y prohibición de discriminación: ¿una o dos reglas? En el artículo 14 CE, se encuentra también una cláusula
prohibitoria de discriminación además de la igualdad de los españoles ante la ley. Muchos autores creen que la igualdad de trato normativo y la
prohibición de discriminación son cosas distintas; entre otras razones, se fundan en una pluralidad de normas de Naciones Unidas de la Unión
Europea y de convenios internacionales, especialmente de la Organización Internacional de Trabajo, que articulan con detalle la prohibición de
discriminación en materia laboral y fundan un juicio bastante autónomo. La verdad es que el Derecho antidiscriminatorio ha crecido muchísimo
en Europa y ha sido objeto de regulación en diversa leyes y directivas. Pero otros creen que, son cuestiones difícilmente separables, porque
cuando la ley no trata igual a una persona que a otra, sin justificación racional alguna, lo está agraviando o discriminando. Sin embargo, de este
debate no parecen extraerse grandes consecuencias prácticas. La moderna Carta de Derechos Fundamentales de la Unión parece abonar el
primer entendimiento porque dedica a la igualdad el Capítulo III y regula ambas cosas en preceptos distintos: la igualdad ante la ley en el artículo
20 y la prohibición de discriminación en el artículo 21; y a la par contempla previsiones de igualdad real y acción positiva entre hombres y
mujeres en el artículo 23. También el Convenio Europeo de Derechos Humanos (artículo 12) formula autónomamente una prohibición de
discriminación.
b] Preferencias subjetivas, odiosas o sospechosas. Justificación reforzada. Inversión de la carga de la prueba de la diferenciación. El artículo 14
CE establece una prohibición de establecer diferencias odiosas y socialmente injustificables: “los españoles son iguales ante la ley sin que pueda
prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, opinión, religión o cualquier otras condición o circunstancia personal o
social”. La Constitución menciona unos criterios personales y advierte del riesgo de su uso para sentar diferencias, en cuanto conllevan el riesgo
de que creen preferencias “desnudas”, subjetivas y odiosas, es decir, desprovistas de una justificación objetiva, de una “diferencia razonable” y
por ello constitutivas de discriminación. Junto a los criterios expresamente mencionados, una cláusula general abre allí la puerta a otras
circunstancias personales análogas y no aludidas como pueden ser la edad, o la preferencia sexual, o la minoría nacional, o la condición genética,
o la discapacidad. Pero realmente no se prohíbe al legislador ni a otros poderes públicos y privados sentar distinciones fundadas en esos criterios
sino hacerlo de manera desprovista de una justificación constitucionalmente aceptable. Son criterios sospechosos de diferenciación cuyo empleo
demanda una justificación reforzada. Ahora bien, una empresa ideológica o una iglesia podrían tener en cuenta la opinión o la religión, o una ley
de función pública impedir el acceso de los ciudadanos a ciertas funciones después de una edad muy elevada. La igualdad no impide la
diferenciación sino consagrar diferencias de trato injustificadas. Por eso quien crea la diferencia debe justificarla, y es legítimo, en un control de
constitucionalidad de una norma, que quien la enjuicia invierta la carga de la prueba y pida a su autor que la justifique, porque puede ser una
prueba diabólica indagar las razones de la diferenciación v.gr. determinar la cuantía de la deuda tributaria para establecer un impuesto a grandes
empresas.
c] Pautas para un juicio de discriminación. El juicio de proporcionalidad. El juicio de discriminación puede reconducirse a un juicio de
proporcionalidad. Es menester indagar el criterio y el fundamento de la diferencia de trato normativo. El criterio es la condición de la que arranca
la diferenciación (la edad p.ej.). El fundamento es la razón de la diferencia y debe fundarse en criterios objetivos (se presume la falta de madurez
del menor para conducir un coche hasta cierta edad). Tanto el criterio como el fundamento deben ser constitucionalmente legítimos y adecuados
o conformes con las obligaciones internacionales ratificadas por España. No basta pues con una simple decisión del legislador democrático que
pugne con los valores constitucionales y convencionales. Estas dos pautas, criterio y fundamento, se reconducen al juicio sobre la legitimidad del
fin al que la ley atiende, siendo es preciso preguntarse por su constitucionalidad y convencionalidad.
Previamente, debe precisarse a menudo el colectivo de destinatarios de la norma. La Constitución no exige la generalidad de la ley, pero las leyes
que no afectan a la generalidad de los ciudadanos sino a un colectivo reducido deben justificar su excepcionalidad mediante razones objetivas
para impedir indefensiones y la violación de la igualdad. El juzgador debe ponderar las razones de la excepcionalidad.
Admitido el fin, debe resolverse si la interferencia que la ley adopta es una medida necesaria en una sociedad democrática, o si, por el contrario,
el mismo fin puede alcanzarse mediante otra medida equivalente que inflija un sacrificio menor a los afectados. Finalmente, habrá de verse un
juicio de proporcionalidad en sentido estricto, y determinar si la medida guarda una relación lógica o proporción. Así podría ser justo adelantar la
edad de jubilación de los funcionarios para liberar empleos y crear trabajos para los más jóvenes, reclamando una solidaridad social, pero esto no
da respuesta a si no puede alcanzarse ese fin mediante otras medidas equivalentes y menos dañinas para quien tiene desde hace mucho tiempo
una expectativa de jubilación a una edad predeterminada en las leyes. No menos controvertido es si el adelanto de la edad de jubilación puede ser
automático, o, por el contrario demanda razonables cautelas de transitoriedad en su aplicación, para no generar un daño irreparable y
desproporcionado a los afectados. En suma, la medida debe ser congruente con el fin, necesaria y no infligir un sacrificio desproporcionado. La
utilización de estas pautas es algo imprecisa pero no puede sostenerse que haga el juicio impredecible; porque la aplicación de cualquier otro
principio lo es aún más.
Discriminaciones directas e indirectas. A partir de las revueltas de las personas afrodescendientes en Estados Unidos en los años sesenta del
pasado siglo, reivindicando los derechos civiles, los órganos judiciales de ese país elaboraron varias categorías de Derecho antidiscriminatorio
que hoy se recogen el ordenamiento español. Entre ellas, destacan las variantes conceptuales de la discriminación, denominadas allí disparate
treatment y disparate impact. Estos conceptos han sido recibidos en Europa y denominados discriminación directa y discriminación indirecta (o
de impacto). Si inicialmente se referían a la discriminación de las personas afrodescendientes, hoy se aplican a otros motivos y, particularmente,
a la discriminación por sexo o género. La discriminación directa es la prevista en una norma o medida que contiene expresamente un trato
diferenciado y menos favorable para una persona o ciertos colectivos respecto de otras en situación análoga y carente de justificación, por
ejemplo, una norma que prohibiera a las mujeres pilotar aviones o trabajar en las minas.
La discriminación indirecta, en cambio, no está enunciada de manera expresa en la norma o medida, que aplica un criterio o práctica
aparentemente neutro, pero se produce como consecuencia necesaria de la aplicación de la misma a una persona o grupo sin que exista una
justificación razonable. El caso inicial más conocido es la Sentencia del Tribunal Supremo de Estados Unidos Griggs v. Duke Power Company,
de 8 de marzo de 1971. En ella, el Tribunal afirmó la existencia de este tipo de discriminación en una convocatoria de empleo en la que se exigía
la superación de diversas pruebas y test de inteligencia para acceder a puestos que, en realidad, no lo requerían. Aunque redactada en términos
neutrales, la convocatoria producía un impacto adverso en las personas afrodescendientes que, en esos años, en su mayoría, no habían podido
acceder a una formación académica suficiente y tenían muchas menos posibilidades de superar las pruebas.
Actualmente, estos conceptos son utilizados también en la jurisprudencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea (Caso Bilka, de 13 de
mayo de 1986, entre otras) y del Tribunal Constitucional español. Entre otros pronunciamientos, por ejemplo, en la STC 253/2004, que reconoce
la discriminación que sufren los trabajadores a tiempo parcial en el cómputo del tiempo trabajado para conseguir una pensión. Este sistema de
cómputo afecta indirectamente a las mujeres, que constituyen la mayor parte de las personas que trabajan a tiempo parcial.
La reparación de la discriminación: la parificación o equiparación. ¿Qué sanción debe merecer la inconstitucionalidad por discriminación? La
cuestión se advierte bien en casos de discriminación por razón de género que utilizaremos como banco de prueba para el razonamiento. La
jurisprudencia ha fluctuado. Si la lesión procedía de limitaciones o prohibiciones a la mujer de realizar actividades permitidas a los varones ha
solido ser una jurisprudencia “equiparadora”. La reparación consiste en extender a la mujer lo que se prevé para el hombre, equiparando a la
mujer en su situación jurídica a la del varón. Son casos en los que la diferencia de trato normativo crea una discriminación por razón de género,
desprovista de justificación, y la reparación de la lesión se hace parificando o igualando a la mujer agraviada con el varón. La equiparación
impone el mismo trato normativo a ambos términos de comparación. Veamos algunos casos, siguiendo un método clínico, porque los derechos
fundamentales son un case-law y el juicio de igualdad es extremadamente casuístico. Expondré una jurisprudencia constitucional clásica sobre
mujeres, emanada en los años ochenta y primeros de los noventa, siguiendo una perspectiva unitaria muy garantista del intérprete supremo.
Despidos por embarazo. Los despidos de mujeres trabajadoras por estar embarazadas se estiman nulos al constituir una discriminación y pese a
que se enmascaren alegando otra causa –retórica o falsa– de despido (SSTC 166/1988 y 173/1984). El Tribunal Constitucional invierte la carga de
la prueba y pide al empleador que pruebe que no se despidió a la mujer por estar embarazada. Más tarde se dirá que la reparación de la
discriminación conlleva la imposibilidad del despido durante el embarazo.
Cabeza de familia. Se considera discriminatoria la ley, preconstitucional, que reservaba la titularidad de la posición de cabeza de familia al padre
(STC 241/1988). La equiparación exige la nulidad de la norma.
Igual remuneración por igual trabajo. Peones y limpiadoras. Si unas limpiadoras de un hospital público no tienen igual salario que los varones,
calificados como peones, pero que, sin embargo, realizaban el mismo trabajo o prestación, es preciso interpretar que es inconstitucional calificar
trabajos sustancialmente iguales de manera desigual con el fin de alcanzar retribuciones superiores para el hombre que para la mujer (STC
145/1991). A igual trabajo, igual remuneración con independencia del género. La equiparación como medida de reparación de la discriminación,
parifica la retribución.
Las mujeres en la Academia del Aire. Las mujeres veían rechazado el acceso a las pruebas de acceso para el ingreso en la Academia del Aire de la
Fuerzas Armadas, porque pervivía una vieja discriminación, preconstitucional, no rectificada tras un largo lapso de tiempo tras la entrada en
vigor de la Constitución. La patente situación de discriminación de la mujer respecto del hombre en el acceso al ejército lleva a calificar como
inconstitucionales los actos que mantengan esta diferencia (STC 216/1991). Era una discriminación por razón de género basada en la omisión de
la norma y se impuso su modificación para equiparar las situaciones de hombre y mujer.
La mujer en la mina. Normas paternalistas y falsamente protectoras. La STC 229/1992. Se ampara a la recurrente en su pretensión de ocupar una
plaza como minera en una empresa pública. El rechazo venía fundado en un decreto de 1957 que prohibía a las mujeres ciertos trabajos siguiendo
una finalidad tuitiva. Lo que fue una norma protectora de las mujeres en su día se había convertido en una norma paternalista que, con el cambio
de los contextos culturales, se había descolgado del ordenamiento constitucional. La reparación de la discriminación conlleva la nulidad de la
prohibición de entrada en la mina.
Descanso nocturno mínimo para mujeres. Igualmente, la STC 38/1986 estimó que era inconstitucional un precepto de un decreto de 1927 que
establecía a favor de las mujeres la obligación de un descanso nocturno mínimo –salvo en clínicas y sanatorios– por entender que era una
valoración proteccionista del trabajo de la mujer, que ya no tenía vigencia en la sociedad actual y no contribuía a la promoción de las mujeres.
2.3.– Otras normas constitucionales de igualdad: los derechos de igualdad. Junto a la genérica igualdad ante la ley del artículo 14 CE, existen
otras normas de igualdad en la Constitución. Suelen reconducirse a la igualdad de trato normativo, pero pueden albergar alguna dimensión
prestacional o de igualdad real.
El artículo 23.2 CE garantiza la igualdad en el acceso a los cargos y funciones públicas con los requisitos que señalen las leyes. Hay aquí dos
derechos con ámbitos distintos. Respecto de los cargos públicos representativos, es un tipo de igualdad reforzada, normalmente formal o ante la
ley –pero que puede llegar a ser real– e incorpora siempre un juicio de regularidad o legalidad respecto de los requisitos para el acceso y la
permanencia, pero también respecto del ejercicio del cargo y las condiciones que establezcan las leyes electorales o los Reglamentos
parlamentarios. En relación con la función pública y los principios de mérito y capacidad el alcance de este juicio de igualdad es más restringido y
se ciñe al acceso.
El artículo 32 CE señala que el hombre y la mujer tienen derecho a contraer matrimonio con plena igualdad jurídica. El Protocolo n.º 7 al
Convenio Europeo de Derechos Humanos se refiere a la igualdad de los esposos (artículo 5), además de reconocer en el propio Convenio el
derecho al matrimonio (artículo 12); se establece la igualdad de derechos y deberes de carácter civil entre ambos tanto entre ellos como en sus
relaciones con sus hijos, y tanto durante el matrimonio como en caso de disolución del mismo, si bien ello no impide que los estados adopten
medidas necesarias en interés de los hijos. La Carta de Derechos Fundamentales de la Unión (artículo 9) reconoce el derecho a contraer
matrimonio con un pronombre reflexivo que no identifica los sujetos, y al tiempo el derecho a fundar una familia. El Código Civil dedica al
matrimonio los artículos 42 y ss.
Dentro de este mismo ámbito propios del derecho a la vida privada y familiar, se encuentra el reconocimiento de que los hijos y las madres son
iguales ante la ley con independencia de su filiación (artículo 39.2 CE): “los poderes públicos aseguran, asimismo, la protección integral de los
hijos, iguales estos ante la ley con independencia de su filiación, y de las madres, cualquiera que sea s estado civil”. Un cambio sustancial que la
Constitución introdujo frente a la larga tradición del Derecho Canónico y del Derecho Civil que establecían un largo elenco de hijos ilegítimos:
sacrílegos, nefarios, adulterinos…. Es un mandato de protección de los hijos por los poderes públicos y de tratamiento igualitario por las leyes. A
la vez, el artículo 39.3 CE establece el deber de asistencia de los padres a los hijos habidos dentro o fuera del matrimonio.
Complejo es el entendimiento de dos preceptos ligados a la vigencia de los derechos en Estado autonómico. El artículo 139.1 establece que “todos
los españoles tienen los mismos derechos y obligaciones en cualquier parte del territorio del Estado”. Y el artículo 149.1.1 CE manda al Estado
que regula las condiciones básicas que garanticen la igualdad de todos los españoles en el ejercicio de los derechos y el cumplimiento de los
deberes constitucionales. Junto a la garantía de un estatuto de igualdad de los españoles en todos los territorios de las CCAA, se predetermina al
Estado como garante de este equilibrio en derechos y deberes y de una cierta uniformidad de las condiciones de vida.
Una igualdad real, dinámica y promocional. Una norma de fines. El artículo 9.2 CE señala un horizonte para los poderes públicos en su actuación:
“corresponde a los poderes públicos promover las condiciones para que la libertad y la igualdad del individuo de los grupos en que se integra
sean reales y efectivas; remover los obstáculos que impidan o dificulten su plenitud y facilitar la participación de todos los ciudadanos en la vida
política, económica, social y cultural”. Una igualdad dinámica y promocional que contempla tres tipos de acciones: promover la libertad y la
igualdad real y efectiva, remover obstáculos, y facilitar la participación de los ciudadanos. Se supera desde esta perspectiva –pero no se
abandona sino que se complementa– la aproximación formal que la igualdad ante la ley había tenido en el Estado liberal, dándole un contenido
sustantivo y real, que es esencial en un Estado que se proclama social, es decir, preocupado por el bienestar y la procura social de sus miembros.
Afirmar con indiferencia la igualdad ante la ley de quienes eran en realidad desiguales, sin mayores preocupaciones, era perpetuar o consagrar
esas desigualdades. Esta norma de principios completa el artículo 14 CE, que tiende a petrificar o congelar las situaciones sociales existentes, y
fija a los poderes públicos unos objetivos más dinámicos e inherentes a un Estado social, entre ellos, compensar a los grupos marginados o
desfavorecidos. Es pues también una norma de fines o de dirección política de Estado.
Principio de compensación. Aprobar medidas que favorezcan a los marginados o preteridos, aquéllos que no son libre ni iguales al resto de los
miembros de una comunidad, para que salgan de su desigualdad real obliga a utilizar un principio de compensación y no de mera equiparación o
parificación como antes se ha analizado. Compensar es impulsar en opuesto sentido al de la marcha o tendencia histórica de las cosas para
igualar de forma real y efectiva a unos con otros. Esta acción reclama conceder ayudas o beneficios a los preteridos en resarcimiento del daño
que se les ha ocasionado o de la situación de desventaja de la que arrancan. Estas acciones positivas y promocionales son a menudo más
discutibles que las equiparadoras. Pero es indiscutible que el artículo 9.2 CE exige –con acierto– medidas diferenciadoras a fin de igualar a los
grupos desfavorecidos en sus condiciones sociales con los ubicados en mejor posición. Existe un amplio elenco de medidas compensadoras que
responde a esta lógica y pueden acordar los poderes públicos, así p.ej. puede reservarse una cuota electoral femenina, o afirmarse un principio de
paridad efectiva entre hombres y mujeres en las candidaturas electorales, o garantizar la presencia de un número de mujeres en los tribunales de
acceso a la función pública, o prever una reserva de plazas en un concurso para los personas con discapacidad, o conceder incentivos o
bonificaciones fiscales o ayudas a las empresas que contraten personas con discapacidad.
Acción positiva. Cabe clasificar este conjunto de herramientas heteróclitas y distinguir dos tipos de medidas de compensación: las llamadas
“acción positiva” y “discriminación inversa”. Las primeras favorecen a un determinado grupo, pero no perjudican a otro, así puede ocurrir con
subvenciones y desgravaciones fiscales. Son menos controvertidas. Se consideran acciones positivas las diferencias de trato orientadas a
prevenir, eliminar y compensar cualquier forma de discriminación o desventaja, y deben ser razonables y proporcionadas. Proceden de la
doctrina de las affirmative actions y tanto el derecho estadounidense como el de la Unión ofrecen numerosos ejemplos de tutela
antidiscriminatoria.
Discriminación inversa. Su constitucionalidad y oportunidad. En cambio, otras medidas conceden una reserva, preferencia o ventaja de un grupo
sobre otro y de algún modo lo discriminan, por más que la diferenciación tenga una justificación razonable, para remover la situación de
desigualdad o desventaja del grupo ahora favorecido, así p.ej. la reserva de plazas o cuotas electorales para mujeres. Las medidas de
“discriminación inversa” (reversed discrimination) sólo se han establecido para supuestos muy particulares, básicamente la discriminación
racial, la de género y la discapacidad física o psíquica, tres tipos de discriminaciones socialmente muy inaceptables, y normalmente se aplican a
situaciones de escasez de puestos. No son una obligación que la Constitución imponga a los poderes públicos sino una opción o libre decisión de
dirección política. Suele pensarse que deben usarse subsidiariamente o en defecto de acciones positivas para evitar el perjuicio que puedan
causar a los discriminados. Algunos razonan que en la medida en que causan un perjuicio a quien no se favorece deberían ser medidas
transitorias y no estables o permanentes, es decir, constituir medidas excepcionales, para no crear grupos de personas asistidos
permanentemente. Las medidas de discriminación positiva son constitucionalmente legítimas en nuestro país; así se reconoció en la STC
269/1994 sobre reserva de plazas para personas con discapacidad en el acceso a la función pública: la reserva de plazas a un colectivo con graves
problemas no sólo no vulnera el artículo 14 CE sino que satisface el mandato del artículo 9.2 CE, y la obligación de realizar una política de
integración de los disminuidos que proclama el artículo 49 CE. La cuestión más debatida es si resultan políticamente oportunas.
Su anclaje en el Derecho de la Unión. La Carta de Derechos Fundamentales de la Unión prevé en su artículo 23 que la igualdad entre hombres y
mujeres no impide el mantenimiento o la adopción de medidas que ofrezcan ventajas concretas en favor del sexo menos representado; también el
artículo 26, alude a la integración de las personas con discapacidad y establece que la Unión reconoce y respeta el derecho de estas personas a
beneficiarse de medidas que garanticen su autonomía, su integración social y profesional y su participación en la vida de la comunidad. Ambas
normas vienen a otorgar un anclaje a estas medidas en el derecho de la Unión, y arrancan de la experiencia adquirida en el conocido Caso
Kalanke, resuelto por la sentencia del Tribunal de Justicia de 17 de octubre de 1995. Una ley del Land de Bremen concedía preferencia en el
acceso a las funciones públicas a las mujeres frente a los hombres en aquellos casos donde tuvieran la misma capacitación mientras las mujeres
estuvieran infrarrepresentadas en ese sector laboral. El Sr. Kalanke no obtuvo una plaza en aplicación de esa regla en provecho de una
subordinada. El Tribunal Supremo Federal, Sala de lo Social, consideró la ley compatible con la Constitución alemana. Pero más tarde el Tribunal
de Justicia de forma apodíctica consideró que la preferencia absoluta de la mujer que la ley establecía transgredía una directiva de la Unión y la
decisión ocasionó un fuerte debate.
Plus para guardería. La STC 128/1987 es el precedente más notorio de uso de estas segundas medidas, el caso del plus para guardería. Se
entendió que no era discriminatorio que el INSALUD otorgará una prestación para guardería únicamente a las mujeres con hijos menores, frente
a un varón que se sentía agraviado, puesto que la voluntad de la norma era terminar con la situación de inferioridad en la que se había colocado a
la población femenina y ayudar a incorporar a la mujer al mercado de trabajo.
Plus de transporte nocturno y medidas paternalistas o falsamente protectoras. Pero no siempre es sencillo distinguir entre una acción positiva y
una norma paternalista o falsamente protectora. La STC 28/1992 rechazó el mantenimiento de un plus de transporte nocturno solo para las
mujeres, en cuanto suponía un obstáculo para el acceso real de la mujer al trabajo en igualdad de condiciones que los varones; y suponía
sometida a la mujer a unos riesgos en el transporte que no amenazan al varón.
Ley de igualdad efectiva. Abanico de medidas, transversalidad y políticas públicas. La Ley Orgánica 3/2007 de 22 de marzo, para la igualdad
efectiva de hombres y mujeres atiende a la consecución de igualdad sustancial entre ambos sexos prácticamente en la totalidad del ordenamiento
jurídico. Para ello utiliza distintas técnicas como son el recurso a acciones positivas y a medidas de discriminación positiva a favor de la mujer,
pero también la formalización de políticas públicas. La Ley arranca de la insuficiencia de la igualdad formal y afirma que la igualdad real entre
sexos es una tarea pendiente que reclama acciones promocionales y medidas antidiscriminatorias. Demanda la creación de un plan estratégico de
igualdad de oportunidades. Exige atender al principio de presencia equilibrada en los nombramientos y designaciones de los cargos públicos.
Introduce en la Ley diversas políticas públicas y la necesidad de efectuar acciones positivas. Y se refiere al acoso sexual, a la discriminación por
embarazo, y a la promoción profesional y condiciones de trabajo estableciendo algunos principios. Así como a la acción administrativa para la
integración del principio de igualdad en la educación, en la salud, en el derecho al trabajo, y en la conciliación de la vida familiar y laboral, y en el
empleo público. En sus disposiciones adicionales modifica: la LOREG; la LOPJ, entre otros extremos, para llevar el principio de compensación
equilibrada a la elección de los Vocales del Consejo; la Ley de Enjuiciamiento Civil y la Ley General de Sanidad. En suma, una Ley muy ambiciosa
y transversal, con un amplísimo objeto, que modifica numerosas leyes, y cuya finalidad –la cultura política y los valores constitucionales a los que
responde– no puede ser reprochada, pero que por su misma ambición y horizontalidad es muy difícil medir el impacto efectivo que puede haber
tenido en la realidad. Es también curiosa la tendencia a juridificar y formalizar las políticas públicas, porque el objeto de las leyes es introducir
normas y regulaciones en el ordenamiento jurídico. Parece sentar un programa futuro de actuaciones y políticas al modo de una Constitución
programática, pero sin serlo ni alcanzar su vinculación a todos los poderes públicos como una Constitución de la igualdad.
Ley 15/2022, de 12 de julio, integral para la igualdad de trato y la no discriminación. No menos transversal y omnicomprensiva o con
pretensiones de exhaustividad es esta Ley, que viene a transponer diversas directivas de la Unión Europea de Derecho antidiscriminatorio, y que
desarrolla con carácter general el derecho de toda persona a la igualdad de trato y no discriminación, ampliando los contornos del artículo 14 CE
y los motivos prohibidos de discriminación (edad, enfermedad, orientación sexual, “discapacidad”, estado serológico o predisposición genética,
lengua, situación socioeconómica…). Se aplica al sector público y a las personas físicas o jurídicas que se encuentren en territorio español. Es una
ley pedagógica o profesoral que contiene definiciones de las diversas variantes de discriminación: directa e indirecta, por asociación o por error,
múltiple e interseccional, acoso discriminatorio, inducción u orden de acosar, segregación escolar, acción positiva, represalia, acción de
intolerancia. Se pide que se tengan en cuenta como criterios interpretativos las decisiones de los órganos jurisdiccionales internacionales y las
recomendaciones de los organismos internacionales. Se detalla la aplicación del principio de no discriminación en todos los sectores: en el
empleo por cuenta ajena y en la negociación colectiva; en el trabajo por cuenta propia; en las organizaciones políticas, sindicales, empresariales y
profesionales; en la educación; en la atención sanitaria; en la prestación de los servicios sociales; en la oferta al público de bienes y servicios; en
los ámbitos de la seguridad ciudadana y la administración de justicia; en el acceso a la vivienda; en los establecimientos y espacios abiertos al
público; en los medios de comunicación, internet y las redes sociales; en la inteligencia artificial y en las actividades culturales y deportivas. Es
difícil saber que añade esta técnica desglosadora y pedagógica a la aplicación directa y caso a caso del principio constitucional, europeo e
internacional. La Ley efectivamente parece tener voluntad de especificar el juego de este principio constitucional, Europeo e internacional.
También posee voluntad de incorporar garantías variadas y medidas de reparación del daño y de protección como puede ser la atribución de
responsabilidad patrimonial y la tutela judicial; previendo la legitimación colectiva o difusa de las asociaciones y organizaciones que tengan entre
sus fines la defensa de los derechos humanos; o disponiendo reglas sobre la inversión de la carga de la prueba –que ya habían sido creadas
jurisprudencialmente– cuando el interesado aporte indicios fundados de discriminación; o imponiendo la actuación administrativa y del
Ministerio Fiscal contra la discriminación como una obligación positiva. Asimismo se crea una Autoridad Independiente para la igualdad de trato
y no discriminación que puede iniciar investigaciones, ejercer acciones y emitir informes, fijando un deber de colaboración de todos los órganos y
administraciones públicas. Por otra parte, se tipifica un elenco de infracciones y sanciones que pueden imponer las diversas Administraciones
públicas. Finalmente, se adoptan medidas de información y apoyo a las víctimas.
Cuotas electorales. Principio de composición equilibrada. La importante STC 12/2008 declaró la constitucionalidad de la reforma de la Ley
Orgánica de Régimen Electoral General (artículo 44 bis), producida por la mencionada Ley de igualdad efectiva de hombres y mujeres. La medida
comporta la introducción del principio de composición equilibrada de mujeres y hombres de forma que en el conjunto de la lista los candidatos de
cada uno de los sexos supongan como mínimo el cuarenta por ciento; debiendo mantenerse esta misma proporción en cada tramos de cinco
puestos. La LOREG, en cuanto ley básica, permite asimismo que las leyes de las CCAA favorezcan una mayor presencia de mujeres en las
candidaturas de las Asambleas territoriales con distintas técnicas como puede ser el efecto cremallera, situando en una secuencia continuada y
sucesiva hombre y mujer. Los recurrentes y el órgano judicial que planteó la cuestión de constitucionalidad alegaban que se lesionaba el principio
de igualdad, el derecho a participar en asuntos públicos, el derecho de asociación en partidos, la libertad ideológica y la unidad del cuerpo
electoral y el pueblo soberano. El TC rechazó las impugnaciones. La igualdad real o sustancial (artículo 9.2 CE) no sólo facilita la participación
sino que es un elemento definidor de la ciudadanía. El principio de compensación equilibrada condiciona la formación de listas, pero no establece
en puridad un trato diferenciado debido al sexo, pues las proporciones se establecen por igual para uno y otro sexo. El mandato legal supone
servirse de los partidos políticos como instrumento para hacer efectiva la participación política (artículos 6 y 9.2 CE) de forma coherente con el
principio democrático. La libertad de confeccionar candidaturas no es absoluta. El fin que pretende la medida es legítimo, es razonable el
régimen instrumentado –la composición equilibrada– y también las numerosas cautelas que la ley contempla. La limitación en la libertad de
partidos es proporcionada. Tampoco se rompe la libertad ideológica, pues la Ley no impide la existencia de partidos contrarios a la igualdad
efectiva entre los sexos –la nuestra no es una democracia militante– sino simplemente limita la confección de las listas. El derecho de sufragio
pasivo no comporta un derecho a ser presentado como candidato y se trata de un derecho de configuración legal. Tampoco se fragmenta el
cuerpo electoral ni se crean vínculos específicos entre electores y elegibles en función del sexo; por lo demás el cuerpo electoral está sometido a
la Constitución y al resto del ordenamiento jurídico. La reforma se estimó constitucional.
Ley de dependencia y vulnerabilidad. La Ley 39/2006, de 14 de diciembre, de promoción de la autonomía personal y atención a las personas en
situación de dependencia afirma en su exposición de motivos que el reto es atender a aquellas personas en situación de especial “vulnerabilidad”,
porque requieren apoyo para desarrollar las actividades esenciales de la vida diaria. Se definen pues la situación de “dependencia”, su cobertura
y desafíos. Se advierte que el envejecimiento de la población, del colectivo con edad superior a los ochenta años, se ha duplicado en sólo veinte
años; y se reconoce que la atención a este colectivo ha estado prácticamente en las manos de las familias y, en especial, de las mujeres. La Ley
reconoce el derecho subjetivo a la promoción de la autonomía personal y a la atención de las personas en situación de dependencia. Se instaura
una acción coordinada de esta prestación básica por parte de la Administración General del Estado y las de las CCAA, de conformidad con sus
disponibilidades presupuestarias, para conceder ayudas y subvenciones a los cuidadores no profesionales. La Ley pretendía
bienintencionadamente proporcionar un marco estable y equitativo para todas las personas en situación de dependencia dentro de un sistema
nacional de atención a la dependencia. Pero el impacto de la Gran Recesión tras 2007 en los recortes en la financiación de la dependencia ha sido
muy fuerte y hay actualmente sensibles diferencias en la percepción de las prestaciones entre las diferentes CCAA. El ejemplo ilustra que debería
ser imprescindible acompañar una buena y detallada memoria económica a las leyes que reconozcan prestaciones sociales.
La libertad de configuración normativa del legislador. En el artículo 14 CE hay tres cosas conceptualmente distintas pero inseparables: la
igualdad de trato normativo entre iguales; la prohibición de discriminación; y, en lo que ahora atañe, la igualdad en la ley como límite al
legislador. La igualdad del artículo 14 CE no sólo es un derecho subjetivo sino un límite a la actuación de todos los poderes públicos tanto el
legislador como los órganos encargados de la aplicación de las normas (STC 49/1982). Una consideración inherente al Estado de Derecho como
contexto que se funda en el imperio de la ley: un cierto entendimiento de las fuentes del derecho y de la ley. Juega especialmente respecto del
legislador por su intensa libertad de configuración normativa. La igualdad de trato normativo se proyecta dentro de la ley: en su estructura lógica
interna. La ley no puede tratar arbitrariamente a sus destinatarios de manera desprovista de justificación. El legislador democrático es muy libre
y en su decisiones en la selección de los fines y alternativas, y a la hora de elegir las regulaciones. No obstante, el legislador ya no es soberano y
no puede hacer cualquier cosa; viene limitado por las normas constitucionales y, en especial, los derechos fundamentales, la igualdad entre ellos.
Es ésta una novedad relativamente reciente en el derecho constitucional que lleva al abandono de la soberanía del parlamento. Una tendencia
que se fortalece con el control de constitucionalidad de las leyes. Los derechos fundamentales en general, y, en particular, la igualdad en la ley
limitan la labor del legislador y de alguna manera la racionalizan u objetivan.
Y el control de constitucionalidad. ¿Qué es esta igualdad que limita al propio legislador en su libertad de configuración normativa a los efectos de
un control de constitucionalidad de las leyes? Decir que la ley debe tratar igual a los iguales no es decir mucho, ya que no siempre sabremos
quiénes son iguales ni tampoco si las medidas discutidas lo son. La igualdad genera un margen de incerteza normativa o vaguedad. Sobre este
complejo escenario se proyectan bastantes enfoques filosóficos y doctrinales, distintos en sus matices, pero en buena medida coincidentes,
veamos sucintamente algunos de ellos para ubicar al intérprete en una comprensión constitucionalmente adecuada.
a] La igualdad expresa criterios materiales de justicia (Erich Kaufmann). Afirmación que lleva a plantearse la injusticia de la ley, y que corre el
riego de desembocar el control de constitucionalidad normativo en una confrontación fundada en los valores y argumentos del iusnaturalismo
clásico.
b] La igualdad prohíbe leyes ad personam (Carl Schmitt). Las leyes deben ser abstractas y generales en la fijación de sus destinatarios. Esta
aproximación garantiza su objetividad frente al intento de redactar las leyes a la vista de concretas personas o colectivos a los que simplemente
pretende beneficiarse.
c] La igualdad conlleva un juicio de proporcionalidad y la interdicción de la arbitrariedad (Gerhard Leibholz). La prohibición de arbitrariedad
obliga a revisar los fines, mientras el principio de proporcionalidad atiende a la necesidad de la medida y a su proporción misma. Si bien,
modernamente, el juicio de proporcionalidad integra como un subprincipio el juicio sobre la legitimidad del fin y ambas cosas se funden.
d] La igualdad obliga al juzgador a revisar la supuesta igualdad de los supuestos de hecho (Livio Paladin).
Los tribunales constitucionales tienden a hacer una revisión o juicio de constitucionalidad de mínimos desde esta perspectiva, por prudencia o
self-restraint, mostrando un acendrado respeto o deferencia hacia la presunción de constitucionalidad de la ley aprobada por el legislador
democrático. Pero, en definitiva, la búsqueda de la razón de la ley, la salvaguardia de los imperativos de racionalidad que la igualdad impone, dan
al Tribunal Constitucional la función de revisar la estructura igualitaria y racional de las leyes y de alguna manera su razón de ser. La igualdad en
la ley, entendida como límite a la actuación del legislador, refuerza el control de constitucionalidad y lleva la lógica del artículo 14 CE al
parámetro de control. No son así extraños en derecho comparado casos en los que v.gr. se revisa la ley desde la lógica de la igualdad en el tributo
y la estructura del impuesto, supuestos de impuestos selectivos.
¿Es un juicio de igualdad o afecta a otros derechos y principios? Otra virtualidad de la comprensión de la igualdad como límite para la actuación
de los poderes públicos es su proyección sobre la aplicación de la ley por los órganos judiciales. Pero la construcción jurisprudencial vigente es
problemática. Es una fórmula que trata de impedir pronunciamientos judicial arbitrarios o selectivos, carentes de una justificación racional y
objetiva. En un Estado de Derecho, una aplicación igualitaria de las leyes reclama que se aplique a todos por igual (según nos enseñó el ilustrado
Jean Louis de Lolme): a todos los justiciables con independencia de sus condiciones personales. Pero cuando un órgano judicial, unipersonal o
colegiado dicta una sentencia injusta, parcial, o técnicamente incorrecta en realidad no está violando necesaria y directamente la igualdad.
Puede violar realmente el derecho de los justiciables a la motivación de las resoluciones judiciales (artículo 24.1 CE), o el derecho a un Tribunal
independiente e imparcial (artículo 24.2 CE), o incluso los principios de legalidad y seguridad jurídica. Si la sentencia dictada en un delito de
terrorismo condena a un indígena mapuche en Chile, vertiendo el juzgador afirmaciones racistas contra esta etnia, podría ciertamente violarse el
principio de discriminación o la imparcialidad subjetiva del juzgador. Pero esta situación de discriminación personal no es frecuente. No suele ser
el caso. Cuando un juzgador no aplica sus precedentes en casos semejantes, en realidad lo que ocurre habitualmente no es una violación de la
igualdad sino un fenómeno distinto: o no maneja bien sus propios precedentes, o comete un error, o no ha estudiado el caso con suficiencia.
No hay igualdad en la ilegalidad. El TC ha sostenido reiteradamente que no existe un imposible derecho a la igualdad en la ilegalidad, de manera
que a quien se aplique la ley no puede considerar violado este principio por el hecho de que no se aplique a otros que asimismo han incumplido
(STC 21/1992). Del mismo modo, la posible impunidad de unos no conlleva la impunidad de otros que han participado en los mismos hechos (STC
17/1984).
Principio de igualdad e independencia judicial. Revocación de precedentes. Que la homogeneidad en la interpretación sea un objetivo que
alcanzar en un Estado de Derecho, para alcanzar seguridad jurídica, es cosa fuera de toda duda (afirma la STC 144/1988), pero “la consecución
de este objetivo ha de lograse sin mengua de la independencia judicial” que es también un componente del Estado de Derecho. Por eso las
diferencias en la interpretación de las normas entre tribunales, o incluso los cambios en las exégesis de las normas legales o reglamentarias por
un mismo órgano judicial no pueden considerarse en sí mismas lesivas del derecho a la igualdad (STC 161/1989).
Requisitos jurisprudenciales para la invocación de la igualdad en la aplicación judicial: un idéntico órgano y un término de comparación. El
intérprete supremo exige dos requisitos para enjuiciar una violación de la igualdad en la aplicación judicial de la ley: a) la igualdad de las
situaciones de hecho, y b) que se aporte un término de comparación dictado previamente por el mismo órgano judicial (SSTC 168/1989,
134/1991). Cada órgano judicial sólo puede ser comparado consigo mismo: es menester la identidad del órgano con el fin de no violar la
independencia judicial. Además, debe aportarse un término de comparación que enjuicie los mismos hechos y el derecho aplicado, una igualdad
de supuestos, y que acredite un cambio de criterio inmotivado. Una resolución previa y contradictoria. Claro está que el Tribunal Constitucional
no puede seleccionar cuál sea la interpretación correcta de la ley que deba ser elegida, porque la igualdad no instrumenta un recurso de casación
o de unificación de doctrina. El TC debe limitarse a constatar la violación de la igualdad. Al tiempo, el TC ha interpretado la identidad del órgano
con gran rigor, sentando el criterio que las secciones de un tribunal, meros órganos internos o divisiones de trabajo, son a estos efectos órganos
jurisdiccionales diferentes (STC 183/1991). Es, sin embargo, evidente que un órgano judicial puede apartarse de sus propios precedentes, del
término de comparación que se ofrezca, justificando de forma motivada el cambio de criterio, o distinguiendo los hechos, o su valoración, o la
norma que debe ser aplicada (STC 30/1987). Pero el cambio de criterio judicial debe venir motivado y resultar aplicable a la generalidad de los
casos semejantes. Con esta jurisprudencia exigente no pueden ser frecuentes las lesiones del principio que nos ocupa.
Stare decisis y precedente: incertidumbre jurisprudencial y seguridad jurídica o proceso equitativo. La jurisprudencia del TC sobre la igualdad en
la aplicación judicial de la ley, la exigencia de esos dos requisitos, igualdad de los supuestos y aportación de un termino de comparación de un
mismo órganos judicial, parece realmente conectar con la doctrina del precedente y la aplicación del principio stare decisis (estar a lo resuelto)
de acuerdo con su misma lógica en la construcción argumental y no con una verdadera igualdad. ¿En qué precepto constitucional pueden
colgarse las violaciones de este principio y variante de igualdad que la Constitución no prevé expresamente? Probablemente en el principio de
seguridad jurídica (artículo 9.3 CE), que no accede al recurso de amparo constitucional porque no es un derecho fundamental, y quizás ello
explique la algo artificiosa construcción del TC que reconduce el argumento al artículo 14 CE, que sí es susceptible de invocación por los
justiciables en un recurso de amparo. En este sentido, la STEDH Iordan Iordanov y otros contra Bulgaria, de 2 de julio de 2009, entre otras,
ha reconducido la desigualdad en la aplicación de la ley a la violación del principio de seguridad jurídica por la incertidumbre que genera en la
aplicación de los preceptos legales, estimando violado el derecho a un proceso equitativo (artículo 6.1 CEDH). Divergencias profundas y
persistentes –afirma– en la jurisprudencia de un tribunal, si las leyes no prevén mecanismos para suprimirlas y remediar esta situación o no son
efectivos, unificando la jurisprudencia, generan una incertidumbre jurisprudencial que priva al proceso justo y equitativo de una de sus garantías
esenciales.
¿Género o sexo? Aunque en las principales declaraciones internacionales de derechos y en las constituciones (artículo 14 CE) se utiliza la
expresión “igualdad y no discriminación por razón de sexo”, los estudios más recientes en las ciencias sociales –no sólo jurídicas– utilizan la
expresión “género” en lugar de “sexo” al ser más comprensiva de la realidad del fenómeno. En la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer de Pekín,
celebrada en 1995, se consolidó la utilización del término género en los distintos estudios, políticas públicas y movimientos para la igualdad entre
hombres y mujeres. También en España ha ocurrido así en el ámbito legislativo y doctrinal. El término “sexo” denota la diferenciación biológica y
orgánica entre hombres y mujeres, mientras que la expresión “género” se refiere a una realidad más amplia, a la construcción simbólica de un
conjunto de atributos sociales y culturales asignados a una persona a partir del sexo al que pertenece. Convierte la diferencia sexual en
diferencia cultural. En efecto, las diferencias sociales entre hombres y mujeres han sido aprendidas y asumidas generación tras generación, pero
cambian con el paso del tiempo y presentan variaciones culturales. El concepto de género hace comprender estas diferencias que a menudo se
observan como naturales y son, en realidad, características construidas socialmente y que nada tienen que ver con el sexo sino con el género. Es
interesante la STC 67/2022 en la que el Tribunal Constitucional se detiene a explicar, por primera vez, la diferencia entre sexo y género.
La perspectiva de género: un paso adelante en la igualdad real. De esta forma, se han consolidado en el ordenamiento jurídico expresiones como
son igualdad de género y perspectiva de género– Esta última es la traducción al español de la expresión inglesa “gender mainstreaming” que
aparece en el ámbito de las instituciones internacionales para referirse a una técnica o metodología con la que hacer frente a las desigualdades
entre mujeres y hombres constitutivas de discriminación de las mujeres. Se ha puesto de manifiesto que el concepto de perspectiva de género es
difícil de definir y se presta a confusión. La Plataforma de Acción de Beijing insistió en la necesidad de “tener en cuenta el impacto de género
antes de que las decisiones políticas sean adoptadas”. Se trata de que los procesos políticos de toma de decisiones tengan en cuenta las
diferentes consecuencias que esas decisiones públicas tienen en los hombres y en las mujeres. Unas diferencias debidas a las relaciones
desiguales de poder establecidas entre los géneros desde hace miles de años y a la situación subordinada de las mujeres en la mayor parte de las
sociedades, organizadas por un sistema de patriarcado. La adopción de la estrategia de la perspectiva de género supone un paso más en la
consecución de la igualdad real. Si antes se trataba de establecer políticas públicas sectoriales para conseguir la igualdad material o de hecho de
mujeres y hombres –medidas de acción positiva–, se trata ahora de seguir una estrategia más global que implica a todas las políticas públicas
para comprobar cuál es su incidencia real en las relaciones entre hombres y mujeres, es decir, si tienden realmente a la consecución de la
igualdad de hecho y en qué grado (Carmona Cuenca). Así p.ej. la STEDH A y B. Contra Georgia, de 10 de febrero de 2022, incorpora la
perspectiva de género a la hora de analizar casos de violencia doméstica e impone a los Estados obligaciones positivas de llevar a cabo una
investigación efectiva.
La metodología de indicadores segregados. El Informe del Consejo de Europa “Gender Mainstreaming. Conceptual framework, methodology and
presentation of good practices” de 2004, expone cuál es el objetivo de esta técnica: llevar los conceptos de igualdad de género a los principales
ámbitos de la sociedad –política, economía, educación, salud, justicia, cultura, transporte–, para conseguir la igualdad de derechos entre mujeres
y hombres. Para ello es importante comprender la realidad de las relaciones de género. Un instrumento muy útil a estos efectos son las
estadísticas e indicadores segregados por sexo o género. Estos datos permitirán conocer los efectos reales de cualquier medida legislativa o
política que se pretenda implantar. Ello deberá ir acompañado de mecanismos de supervisión y evaluación de cada una de estas medidas.
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© 2023 [Editorial Aranzadi S.A.U. / Javier García Roca] © Portada: Editorial Aranzadi S.A.U.
14 SEP 2023
Lecciones de
Derecho
Constitucional.
1ª ed., agosto
2023
ARANZADI
LECCIÓN 17.ª
DEBERES CONSTITUCIONALES3
Deberes constitucionales: una intensa sujeción. En efecto, dentro del Título I, Capítulo
II, Sección 2, que reza “De los derechos y deberes de los ciudadanos”, se reconocen no
sólo derechos sino también algunos deberes y obligaciones jurídicas. Estas situaciones
pasivas de sujeción son la antítesis de los derechos subjetivos que crean unas
situaciones jurídicas activas, los deberes comportan unas obligaciones y restricciones de
los derechos en beneficio del interés general de una comunidad. El artículo 30,
apartados 1 y 2, CE establece que los españoles tienen el derecho y el deber de defender
a España y afirma que la ley fijará las obligaciones militares de los españoles; al tiempo
que reenvía a la ley para regular los deberes de los ciudadanos en casos de catástrofes y
calamidades públicas (apartado 4), unas cuestiones ligadas a la protección civil.
Asimismo, el artículo 31 establece el deber de todos de contribuir al sostenimiento de los
gastos públicos de acuerdo con su capacidad económica. En otros países como Italia y
numerosas Repúblicas Iberoamericanas, el sufragio se configura como un deber cívico,
pero no es así –acertadamente– en España donde tiene la estructura de un derecho
subjetivo. Los deberes constitucionales en sentido estricto son pues pocos en España
dada la fuerte situación de vinculación o sujeción de que de ellos se deriva: los deberes
de defensa, tributario, de protección civil y en situaciones de emergencia.
La “recepción constitucional del deber de contribuir configura un mandato que vincula tanto a
los poderes públicos como a los ciudadanos e incide en la naturaleza misma de la relación
tributaria. Para los ciudadanos este deber constitucional implica, más allá del genérico
sometimiento a la Constitución y al resto del ordenamiento jurídico que el artículo 9.1 CE
impone, una situación de sujeción y de colaboración con la Administración en orden al
sostenimiento de los gastos públicos, cuyo indiscutible y esencial interés público justifica la
imposición de limitaciones legales al ejercicio de los derechos individuales. Para los poderes
públicos, este deber constitucional comporta también exigencias y potestades específicas en
orden a la efectividad de su cumplimiento por los contribuyentes”.
La fuerte sujeción de los poderes públicos. Los deberes constitucionales inciden también
en la situación constitucional de los poderes públicos, ya que vienen obligados a hacer
posibles estas conductas y obligaciones, así como a garantizar su cumplimiento. No se
trata de meras normas de fines o principios, cuyo tempo de ejecución pueda ser medido
con amplia discrecionalidad por el parlamento. El legislador, el Gobierno y las
Administraciones públicas deben desarrollar y hacer efectivos los deberes
constitucionales con inmediatez, porque la vida del Estado es imposible sin la defensa o
los ingresos tributarios. Son funciones centrales e indefectibles del Estado y de ahí la
intensa sujeción del legislador al que la Constitución impulsa a desarrollar estos
deberes, así como de las Administraciones públicas que deben hacerlos efectivos. La
omisión de estos deberes incurriría en inconstitucionalidad por omisión y se podría
hacer vales mediante diversas técnicas. Así en el artículo 31.1 CE tiene su fundamento la
actividad inspectora de la Hacienda pública y el deber del Estado de luchar contra el
fraude fiscal.
¿Derecho y deber de defensa? El artículo 30.1 CE determina que “los españoles tienen el
derecho y el deber de defender a España”. ¿Estamos ante un derecho o un deber o es
ambas cosas a la vez como parece desprenderse del tenor literal del precepto? ¿Puede
realmente una misma situación jurídica configurar un derecho y un deber al tiempo, o
esto es un sinsentido lógico en la teoría de las relaciones jurídicas? Albergo serias dudas
sobre la adecuación de la afirmación constitucional, porque pienso que bien un sujeto
tiene un derecho subjetivo, que puede o no ser libremente ejercido, o, por el contrario,
viene sometido a una obligación de hacer, un comportamiento que la Constitución y la
ley le imponen. Históricamente la consagración de la defensa como un derecho tuvo
sentido, porque durante el Antiguo Régimen la oficialidad y el mando de los ejércitos del
Rey quedaba reservado a la aristocracia, e incluso se habilitaban pruebas de sangre
para el acceso, pero con el advenimiento del constitucionalismo liberal, el servicio de
armas se configuró como un derecho de todos los ciudadanos varones que integraban la
nación en clara reacción frente a la situación previa propia de una sociedad estamental.
El liberalismo transformó los ejércitos regios en ejércitos nacionales. El primer
constitucionalismo puso pues fin a estos obstáculos y discriminaciones, haciendo un
derecho de todos los ciudadanos participar en la defensa de la nación con independencia
de su sangre, condición o nacimiento.
Apertura a las mujeres de las Fuerzas Armadas. También, desde otra perspectiva más
reciente, puede considerarse la defensa como un derecho de los ciudadanos, con
independencia de su género, con el fin de permitir el acceso a los ejércitos de las
mujeres en condiciones de igualdad. Ambas son manifestaciones de la igualdad de los
ciudadanos ante la ley y de la prohibición de discriminación por razón de nacimiento y
género. En esta línea, el legislador ha ido abriendo a las mujeres las Fuerzas Armadas
(véase el Real Decreto-ley 1/1988, de 22 de febrero, por el que se regula la
incorporación de la mujer a las Fuerzas Armadas), siguiendo además el impulso del
Tribunal Constitucional desde primeros de los años noventa (STC 216/1991, caso del
acceso de la mujer a la Academia General del Aire).
Los deberes de acudir a filas y prestación del servicio militar. Este deber constitucional
comporta dos obligaciones militares: la prestación del servicio militar, y la de acudir a
filas en una situación de guerra o enfrentamiento bélico, pero la obligatoriedad del
servicio militar desapareció por ley, y ya solo subsiste la última. La Ley Orgánica de
Defensa Nacional (artículo 22.1) dispone que el Gobierno establecerá los criterios para
preparar y disponer de los recursos humanos y materiales no propiamente militares,
para satisfacer las necesidades de la defensa en situaciones de grave amenaza o crisis,
teniendo en cuenta para su aplicación mecanismos de coordinación con los diferentes
poderes públicos.
A la espera de un ejército europeo. Un reto cada vez más urgente sigue siendo la
creación de un modelo más integrado de la política de defensa en el seno de la Unión
Europea, ligado no sólo a la seguridad sino a una política exterior común. Sin unas
fuerzas armadas operativas difícilmente podrá mantenerse una política exterior de la
Unión.
¿La objeción de conciencia al servicio militar como derecho fundamental? Los Votos
particulares a las mencionadas SSTC 160 y 161/1987, así como buena parte de los
autores que se han ocupado de la objeción de conciencia defienden su consideración
como un derecho fundamental (Cámara, Oliver Araujo, Escobar…). Recordaron, entre
otras razones morales, que la STC 15/1982, amparándose en la doctrina y en el Derecho
comparado, estableció que: “la objeción de conciencia… constituye una especificación
de la libertad de conciencia, la cual supone no sólo el derecho a formar libremente la
propia conciencia sino también a obrar de modo conforme a los imperativos de la
misma”. Se trajo a colación que son bastantes las Constituciones europeas que conciben
la objeción como un derecho fundamental, y que asimismo la Asamblea Consultiva del
Consejo de Europa había puesto en conexión en 1967 la objeción de conciencia con los
derechos fundamentales y en particular con el artículo 9 CEDH. En suma, concluyeron
que el derecho a la objeción de conciencia debía contemplarse como un derecho
constitucionalmente reconocido (artículo 30 en relación con el 53.2 C.E.) que participa
de la naturaleza de derecho fundamental, per se, es decir, con categoría autónoma,
relacionado con el derecho de libertad ideológica (artículo 16.1 CE). Tanto la abundante
jurisprudencia del TEDH sobre objeción de conciencia como el art. 10.2 CDFUE y la
jurisprudencia del TJUE, afirman el carácter de derecho fundamental de la objeción de
conciencia, sin reducirla al único supuesto del servicio militar. Obviamente, ello no
implica que la objeción de conciencia no tenga límites establecidos por las leyes, ni que
la eficacia del entero Derecho objetivo quede sometida a la interpretación de la
conciencia de cada destinatario del Derecho.
Interdicción de carácter confiscatorio. El último inciso del artículo 31.1 CE prohíbe que
los tributos tengan carácter confiscatorio, esto es, que se prive al contribuyente de sus
bienes para aplicarlos al fisco. Es acaso un límite manifiesto, hasta el punto de que llego
a proponerse en el Senado su eliminación por parecer reiterativo. Pero supone una clara
pedagogía constitucional: un recordatorio a los poderes públicos frente al exceso y una
habilitación al control de constitucionalidad mediante la proporcionalidad. La cuestión
está ligada a las reglas y principios que regulan el derecho de propiedad y la herencia
según el artículo 33 CE, y al artículo 1 del Protocolo 1 al Convenio Europeo de Derechos
Humanos que garantiza el derecho al goce pacífico de los bienes, habiendo dado el
TEDH un amplio y garantista entendimiento a la noción de “bienes” que incluye los
tributos. La garantía protege tanto frente un único impuesto desproporcionado y
selectivo –v.gr. con tipos elevadísimos– como frente a la concurrencia de varios
impuestos sobre una misma magnitud. Es esencialmente un límite a la configuración
normativa del tributo por el legislador, y es susceptible de un control de
constitucionalidad. El TC ha entendido que la prohibición de confiscación obliga a no
agotar toda la riqueza imponible, si bien es gris la frontera entre un sistema muy
progresivo y otro confiscatorio. La STC 150/1990 admitió que el alcance del principio de
no confiscación en materia fiscal no es doctrinalmente claro, pero asimismo afirmó que
no supone la privación imperativa, al menos parcial y sin compensación, tanto de
propiedades como de derechos patrimoniales o rentas, porque este tipo de privación es
la esencia de la potestad tributaria y del deber de contribuir a los gastos públicos. Tiene
que ver con el principio de capacidad contributiva y sería confiscatorio un tributo que no
se fundara en el mismo. Es asimismo un límite al principio de progresividad del sistema
tributario. Entraña además –se dijo– la exigencia de no agotar la riqueza imponible. Pero
un recargo autonómico a un impuesto estatal p.ej. no tiene necesariamente tal
naturaleza.
Principios que informan el gasto público: equidad, eficiencia y control. El apartado 2 del
mismo artículo 31 CE afirma que “el gasto público realizará una asignación equitativa de
los recursos públicos y su programación y ejecución responderán a los criterios de
eficiencia y economía”. Fue muy novedoso que en 1978 la Constitución atendiera en el
mismo artículo a las dos partes complementarias de la actividad financiera que integran
los Presupuestos Generales del Estado, los ingresos públicos y el gasto. Pues no suelen
regularlo las Constituciones. Fue fruto de una enmienda en el Senado del Sr. Fuentes
Quintana, un reconocido experto en materia financiera. Sin embargo, no ha habido una
ordenación jurídica del gasto paralela a la de los ingresos y no se ha avanzado mucho.
Las dos exigencias y principios inspiradores que se recogen entrañan, primero, una
distribución del gasto con arreglo a equidad, y, además, la atención a la eficiencia como
correlación entre los objetivos y los resultados. Son ciertamente criterios imprecisos,
pero están ligados a la exigencia de control del gasto, que la Constitución impone al
regular el control externo, la actividad de fiscalización de las cuentas y de la gestión
económica que debe rendirse al Tribunal de Cuentas (artículo 136 CE) y el informe anual
que este órgano debe remitir a la Cortes. Un órgano sobre cuyo eficacia, funciones y
ordenación habría que hacer mejoras y ajustes; y otro tanto con los órganos externos de
control introducidos por las CCAA. Ambas exigencias vienen muy reforzadas con la
consagración del principio de estabilidad y consolidación presupuestaria, el equilibrio
de déficit y deuda, que se consagra en el artículo 135 CE y en las densas normas del
Derecho de la Unión, en particular, el Tratado de Estabilidad Financiera.
Alcance de la reserva de ley tributaria. Esta misma temprana STC 6/1983 interpretó que
la reserva de la ley tributaria incluye tanto la creación ex novo de tributos como
determinados elementos esenciales del tributo como son la determinación del hecho
imponible, los sujetos pasivos, la base imponible y liquidable y los tipos de gravámenes.
En estos ámbitos vedados no pueden entrar el decreto-ley ni reglamentos
independientes. Sobre los contenidos de la reserva de ley tributaria debe verse el
complejo artículo 8 de la Ley General Tributaria (Ley 58/2003, de 17 de diciembre). Pero
la exégesis jurisprudencial de esta reserva no ha sido la consagración de la primavera
sino la ceremonia de la confusión.
BIBLIOGRAFÍA
LECCIÓN 18.ª
2. DERECHO A LA VIDA
2.2.– Titularidad del derecho por todas las personas físicas y la protección del concebido
pero no nacido. El derecho se atribuye en el artículo 15 CE a “todos”, y, si bien en el
Informe de la ponencia se hablaba de “las personas”, se volvió a la primera expresión en
el Pleno. La diferencia responde al debate constituyente sobre partidarios y defensores
de la descriminalización del aborto. También la Ley Fundamental de Bonn (artículo 2.2)
atribuye el derecho a “todos”. Mientras el Convenio Europeo de Derechos Humanos
(artículo 2) lo reconoce a “toda persona”. De la expresión constitucional “todos” algunos
desprenden un mandato de protección del nasciturus e incluso un derecho subjetivo.
Pero no es evidente. Ciertamente, el sujeto constitucional “todos” parece ser más
omnicomprensivo que “las personas” y permite una protección del concebido, pero no
nacido, por más que no pueda ser una protección absoluta ni de la misma intensidad que
la de las personas. Pero que un bien constitucionalmente protegido, la esperanza de
vida, merezca protección no quiere decir que se posea la titularidad de un derecho
fundamental por quien aún no ha nacido con forma humana y se ha desprendido del
cuerpo materno. Una interpretación sistemática debe llevar además a advertir que en
otras ocasiones las normas constitucionales atribuyen derechos a “todos” p.ej. “todos
tienen derecho a la educación” (artículo 27.1 CE) y no deja de implicar una referencia a
todas las personas. La expresión se usa realmente para efectuar un reconocimiento no
sólo a los españoles. Los derechos fundamentales corresponden necesariamente a las
personas y el hecho del nacimiento determina la personalidad. Titulares del derecho a la
vida son las personas físicas, españoles o extranjeros sin distinción. No podemos
trasladar concepciones típicas de Derecho Civil, el causahabiente que sucede en sus
derechos y relaciones privadas a una persona, a la titularidad de derechos
constitucionales, porque esta noción comporta un escenario distinto. La cuestión de la
titularidad del derecho nos lleva a varios problemas clásicos del constitucionalismo,
dotados de una dimensión religiosa y a veces más cargados de emotividad que de
razones, sobre el alcance de la protección que impone el derecho. ¿La vida es un
derecho de las personas o es un deber que puede imponerse a las mismas contra su
voluntad incluso mediante la protección penal? ¿Cuál es el comienzo y el final de la vida?
¿Cabe un derecho a la eutanasia y a la interrupción del embarazo?
2.4.– ¿La protección penal de la vida frente al propio sujeto? ¿Es la vida un derecho
fundamental o un deber constitucional? Afrontemos primero el problema desde la propia
Constitución antes de acudir a la Ley Orgánica 3/2021, de 24 marzo, de regulación de la
eutanasia aunque las cosas se entremezclan. Vengo razonando en estas lecciones que no
pueden producirse ambas situaciones, derecho subjetivo y deber constitucional, al
tiempo y en una misma persona conforme a la lógica y dogmática jurídicas. El artículo 15
CE y otros textos internacionales lo califican como un derecho. Pero siguiendo una
antigua tradición e inercia preconstitucional, de origen religioso o filosófico, el Código
Penal (CP) tipificaba todavía diversas conductas relacionadas con la vigencia de la vida
como un deber. No se penaba el suicidio, pero sí la inducción al mismo. El artículo 143
CP, después de tratar el homicidio, establecía que sería penado quien indujera al suicidio
de otro, y quien cooperase al suicidio de una persona, y, con mayor pena, si la
cooperación llegara hasta el punto de ejecutar la muerte. Incluso se establecía la
tipificación de quien cooperase activamente a la muerte de alguien, por petición expresa
de éste, y aunque la víctima sufriera una enfermedad grave que conduzca
necesariamente a su muerte, o produzca graves padecimientos difíciles de soportar.
¿Tenía justificación constitucional esta tipificación penal? ¿Castigar criminalmente a
quien ayuda a morir a quien desea libremente no vivir y se ve sometido a un trato
inhumano y degradante? ¿Qué autoridad moral tiene el Estado para imponer la vida a su
titular violando sus propias convicciones éticas? El constitucionalismo democrático debe
tratar a los seres humanos como adultos sin falsos paternalismos, como se ha hecho con
otros derechos, y confiar en los individuos y permitir su autodeterminación en libertad.
En este sentido, la Corte Constitucional italiana, en sentencia de 25 de septiembre de
2019, aceptó el suicidio asistido médicamente, afirmando que no es delito y que no se
puede castigar a quien ayuda al suicidio en determinadas condiciones, cuando el
paciente mantiene la vida con tratamientos de apoyo vital y está afectado por una
patología irreversible, fuente de sufrimientos físicos y psicológicos que el titular de la
vida considera intolerables, siendo capaza de adoptar decisiones libres y en plena
conciencia. En consecuencia se anuló el correspondiente tipo del Código Penal. El
suicidio medicamente asistido no es lo mismo que la eutanasia.
La jurisprudencia del TEDH. El preámbulo de la Ley Orgánica cita el Caso Gross versus
Suiza, de 14 de mayo de 2013, donde el Tribunal Europeo consideró que no era
aceptable que un país que haya despenalizado la eutanasia no un tenga un régimen legal
específico. En definitiva, la Ley introduce “un nuevo derecho individual como es la
eutanasia” que implica la actuación que produce la muerte de una persona de forma
directa e intencionada, a petición informada, expresa y reiterada en el tiempo por el
titular del derecho, en un contexto de sufrimiento debido a una enfermedad o
padecimiento incurable, que no puede ser mitigado por otros medios, y que la persona
afectada considera como “inaceptable”. Debe también traerse a colación el Caso
Mortier contra Bélgica, de 4 de octubre de 2022, en la que el TEDH rechazó que fuera
contraria al Convenio la ley belga sobre la eutanasia y se establecieron ciertas garantías.
La eutanasia sólo es posible si el solicitante es mayor de edad, está consciente y su
petición se realiza de forma voluntaria, cuidadosa y reiterada. Es precisa además una
situación médica desesperada o un sufrimiento constante, insoportable e incurable.
Debe informarse a otro médico independiente del paciente y del primer médico y dejar
transcurrir un período de tiempo. El Tribunal Constitucional español manejo esta
sentencia europea y nuestra Ley Orgánica satisface estos estándares convencionales.
Sujetos y ámbito de aplicación. La Ley se aplica a todas las personas, físicas o jurídicas,
públicas o privadas que se encuentre en territorio español.
Derecho a solicitar la ayuda para morir. Se exige que exista una decisión autónoma y
fundada en el conocimiento del proceso médico, después de haber sido informado
adecuadamente, de forma comprensible y personalizada por un equipo sanitario
responsable.
Requisitos para percibir la prestación. Para poder recibir la prestación de ayuda para
morir es preciso cumplir algunos requisitos. Tener nacionalidad española o residencia
legal o certificado de empadronamiento. Disponer por escrito la información sobre su
proceso médico y las diferentes alternativas, incluido el acceso a cuidados paliativos
integrales, y otros extremos que aseguren de una decisión individual, madura y sin
intromisiones o influencias indebidas. Haber formulado dos solicitudes por escrito o
medio en que quede constancia, con una separación de quince días, período que el
médico responsable puede abreviar si se produjera la pérdida de capacidad del
solicitante. Sufrir una enfermedad grave e incurable o un “padecimiento grave, crónico
e imposibilitante”. Prestar un consentimiento informado. La solicitud debe presentarse
por escrito, fechado y firmado, si bien se habilitan alternativas en caso de que por la
situación del enfermo no fuera posible; y puede ser revocada en cualquier momento. La
firma debe realizarse en presencia de un profesional sanitario.
Realización de la prestación. La Ley exige que la ayuda a morir se realice con el máximo
cuidado y profesionalidad por los sanitarios, y prescribirá una sustancia que el propio
paciente se administrará. La prestación debe estar incluida en la cartera común de
servicios del Sistema Nacional de Salud, será de financiación pública y se realizará en
centros públicos o concertados, asegurándose de la intimidad y confidencialidad de la
prestación.
A modo de conclusión. A la vista de cuanto precede, puede concluirse que la Ley está
repleta de cautelas y configura un procedimiento razonable para adoptar la seria
decisión de poner fin a una vida por quien padece una grave enfermedad letal o un
padecimiento insufrible, y la situación le resulta inaceptable e indigna. Una decisión que
–estimo– no corresponde tomar al Estado sin violar el libre desarrollo de la personalidad.
Una política del Consejo de Europa. Ha sido decisivo el impulso derivado del contexto de
la integración europea. La interdicción de la pena de muerte ha sido una de las políticas
básicas del Consejo de Europa y el Protocolo n.º 6 al Convenio Europeo de Derechos
Humanos, aprobado en 1983, proclamó la abolición de la pena de muerte, prohibiendo
que nadie pudiera ser condenado ni ejecutado; no obstante, se permitía que los Estados
mantuvieran en su legislación esta pena en tiempo de guerra “o de peligro inminente de
guerra”. Más adelante, se dio un paso definitivo con el protocolo 13, aprobado en 2002,
que abolió la pena de muerte en todas las circunstancias, sin excepción alguna ni
posibilidad de reservas. Diversas sentencias garantistas del TEDH coadyuvaron a
asentar previamente esta interdicción p.ej. impidiendo la extradición de los nacionales
de algún país europeo a países donde estuvieran sometidos al riesgo de que pudiera
imponérseles la pena de muerte o se vieran sometidos a la espera en un corredor de la
muerte, por estimarse un mal trato prohibido por el Convenio (Caso Soering contra el
Reino Unido, de 7 de julio de 1989). Varias resoluciones y recomendaciones de la
Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa en el año 1995 impulsaron igualmente el
proceso de abolición.
Los malos tratos prohibidos pueden ser infligidos por medidas adoptadas con la
intención o voluntad subjetiva de humillar o envilecer a alguien, las penas corporales o
inhumanas, pero también se protegen situaciones que objetivamente humillen o
provoquen una sensación de envilecimiento a una persona, aunque no exista en
apariencia ese ánimo ni sean adoptadas con esa finalidad. Este extremo ha quedado
claro en la jurisprudencia (SSTC 91/2000, 120/1990, 57/1994).
El Código Penal (Título VI) habla ahora de “la tortura y otros delitos contra la integridad
moral” y diferencia en tipos distintos entre los atentados a la integridad moral (artículo
175) y la lesión de la integridad física o la salud (artículo 177), pero protege ambas
dimensiones. Es también relevante precisar que se puede violar la integridad personal
por una lesión o un daño, pero también por un grave riesgo o peligro inminente que se
advierte con claridad (puede leerse la STC 5/2002 sobre el riesgo de un preso enfermo
de SIDA). No debe necesariamente esperarse a que la violación se consagre para pedir
la protección, sería absurdo, pues impediría garantizar el bien constitucionalmente
protegido. El TEDH suele decir que las amenazas de torturas “se suman” a las torturas o
son en sí mismas torturas o malos tratos; y otro tanto se ha dicho con los malos tratos
como los castigos corporales. El TC ha interpretado que el derecho a que no se dañe o
perjudique la salud personal, queda comprendido en el derecho a la integridad personal
del artículo 15 CE, si bien no todo supuesto de riesgo o daño para la salud implica una
vulneración del derecho fundamental a la integridad física y moral tan sólo aquél que
genere un peligro grave y cierto para la misma (STC 119/2001).
Del mismo modo, la conducta empresarial que ponga en peligro la vida o la integridad
física de los trabajadores podría vulnerar estos derechos. En consecuencia, los
particulares en general, y, en particular, poderes privados como las empresas pueden
violar este derecho en las relaciones laborales.
¿Dos o tres dimensiones de la integridad? Algunos autores han intentado distinguir una
tercera dimensión de la integridad, la moral, como un bien jurídico intermedio entre el
cuerpo y la psique y distinto a la integridad física y psicológica. De hecho, el artículo 5.1
de la Convención Americana de Derechos Humanos de 1966 afirma que “toda persona
tiene derecho a la integridad física, psíquica y moral”. Sin embargo, el artículo 6 CDFUE
del 2000 consagra acertadamente sólo la “integridad física y psíquica”. En efecto, me
parece harto difícil precisar jurídicamente la diferencia entre la integridad moral y la
psicológica y, sobre todo, un único término puede dispensar una protección
constitucional que las englobe. Así el TC parece comprender la dimensión psíquica
indistintamente de la moral (STC 71/2004), al referirse al daño psíquico o emocional
ocasionado a una menor o el peligro para su integridad, sin mayores distingos, y ésta me
parece la interpretación más correcta y realista. Puede llamarse integridad moral como
hace la Constitución o psicológica como dice el Convenio Europeo queriendo indicar lo
mismo de cara a impetrar la protección constitucional.
Anclaje constitucional. El artículo 16.1 CE. Garantiza “la libertad ideológica, religiosa y
de culto de los individuos y de las comunidades sin más limitación, en sus
manifestaciones, que las necesarias para el mantenimiento del orden público protegido
por la ley”. Son varias las libertades que este precepto constitucional reconoce: una
libertad religiosa que engloba la de culto como manifestación externa de la misma, pero
no se agota en ella, otra libertad ideológica, y una más amplia libertad de conciencia que
las engloba.
4.1.– Libertad ideológica. Son cosas distintas la libertad ideológica y la religiosa, aunque
el artículo 16.1 CE las contempla conjuntamente. Religión e ideología pueden
distinguirse conceptualmente. Toda religión supone una concepción sobrenatural o
trascendente de la vida futura, tiende a ser contemplativa y a poseer un ingrediente
fundado en la fe. Mientras las ideologías son concepciones o convicciones
prevalentemente racionales de la vida terrena –pueden agotarse cómodamente en la
finitud–, respecto de las personas y la sociedad, aunque a veces incluyan elementos
míticos o simbólicos no estrictamente racionales. El constituyente quiso reconocer
también una cosmovisión distinta a la religiosa como manifestación de la libertad de
pensamiento. Ambas cosas pueden ser complementarias o contrapuestas y las dos son
manifestaciones de la libertad de pensamiento.
En los países protestantes, la libertad religiosa tuvo su origen en las luchas religiosas
posteriores a la Reforma, al desaparecer el monopolio de la Iglesia Católica. Sin
embargo, algunos Príncipes pretendieron decidir sobre la iglesia a la que debían
pertenecer sus súbditos y quien no se sometía era considerado hereje. Tarde o temprano
estos intentos fracasaron y surgió una cierta tolerancia fáctica. Se comenzó por
reconocer tras la Paz de Westfalia un derecho al culto doméstico para aquellos creyentes
que pertenecían a religiones distintas. La libertad de culto fue un antecedente de la
libertad religiosa. Sin embargo, no fue hasta cien años más tarde, a finales del XVIII,
cuando se generalizó la libertad de conciencia en las Constituciones de los Estados.
También se ha sostenido que los Acuerdos con la Santa Sede de 1979 en los que se
reconoce a la Iglesia Católica su jurisdicción permiten el reconocimiento legal de la
eficacia en el orden civil de las resoluciones dictadas sobre la nulidad del matrimonio
canónico por los tribunales eclesiásticos, pero la cooperación del Estado con la Iglesia
no implica un automatismo en ese reconocimiento (STC 66/1982), y los órganos
judiciales pueden ponderarse diversas circunstancias.
En el Caso del descanso laboral semanal no coincidente con el día festivo religioso
(STC 19/1985), la demandante, que pertenecía a una iglesia adventista, alegó que su
religión le impedía trabajar el sábado y dejo de asistir al trabajo, siendo despedida. El TC
reconoció que una de las partes no puede imponer a la otra una modificación unilateral
del contrato por motivos religiosos. El descanso dominical no sólo es un mandato
religioso es una regla general según el Estatuto de los Trabajadores que puede ser
variada por la voluntad de las partes, pero que no queda a la disponibilidad de una de
ellas.
Protección penal. El Código Penal (artículos 522 a 526) regula unos delitos contra la
libertad de conciencia, los sentimientos religiosos y el respeto a los difuntos. Se tipifican
conductas como son: impedir por la fuerza o intimidación practicar un acto religioso, o
interrumpir esas ceremonias; actos de profanación en ofensa de los sentimientos
religiosos; violar los sepulcros o sepulturas; y ofender los sentimientos religiosos de
palabra, escrito o mediante cualquier tipo de documento al hacer escarnio de sus
dogmas (artículo 525.1). Algunos problemas ha habido respecto del delito de ofensas a
los sentimientos religiosos. Recordemos el caso de una revista francesa que publicó una
caricatura de Mahoma y otros ejemplos. Parece que este tipo penal debe interpretarse
restrictivamente, o cuando menos de forma estricta, al pugnar con las libertades de
expresión e ideológica. No en balde, el mismo Voltaire del “Tratado sobre la tolerancia”
religiosa escribió también “La doncella de Orleans” en 1730 donde se hace burla de
unos de los mitos más arraigados de la nación francesa: una doncella, Juana de Arco.
Vida privada. No obstante, la idea de intimidad en sentido amplio o vida privada abarca
desde el principio los tres derechos y se comprende bien desde la lógica del pensamiento
liberal que concebía este ámbito privado como una esfera de autonomía del individuo,
reservada frente al Estado, donde los poderes públicos no deben intervenir. Esta filosofía
sigue siendo válida. Benjamín Constant distinguía en 1819 entre la libertad de los
antiguos y la de los modernos: los primeros la entendían como la participación en los
asuntos públicos, los segundos como un apacible disfrute de la vida privada. La conexión
material entre los tres derechos hace que no siempre sea sencillo deslindar su
respectivo ámbito normativo y son frecuentes las lesiones de varios de ellos al tiempo o
lesiones múltiples de derechos.
5.4. Protección civil y penal. La Ley Orgánica de protección civil del derecho al honor, la
intimidad y la propia imagen establece una vía para la garantía ante la jurisdicción civil
de estos derechos: un procedimiento preferente y sumario. Pero la ley no sólo contiene
el establecimiento de un procedimiento preferente, es un verdadero desarrollo de los
tres derechos fundamentales, pues v.gr. identifica las principales intromisiones o
injerencias ilegítimas, y así se reconoce en la exposición de motivos.
El honor de personas jurídicas. La STC 139/1995 (Caso Lopesán) afirmó que si bien en
el artículo 18.1 CE no existe una referencia general a las personas jurídicas, ciertos
derechos sólo pueden ser ejercidos de forma colectiva y es lógico que las organizaciones
que las personas físicas crean, puedan ser titulares de los mismos derechos que éstas, si
la naturaleza del derecho no lo impide; y, aunque el honor tiene un significado
personalista, el derecho a la propia estima o al buen nombre no es patrimonio exclusivo
de los individuos. Se trataba de un caso sobre el honor profesional de una empresa
mercantil a la que una revista acusó de sobornar a la Guardia Civil. Esta línea de
jurisprudencia se confirmó poco después en la STC 183/1995, referida a una fotografía
en la que se asociaba a una discoteca al mundo de las drogas.
Las agresiones por poderes públicos y privados. A la vista de los contenidos protegidos,
las agresiones, interferencias y violaciones al derecho a la intimidad frecuentemente
procederán de sujetos o poderes privados como son los medios de comunicación social, o
las empresas en las relaciones laborales, pero también caben en poderes públicos como
son establecimientos penitenciarios, escuelas y universidades, las administraciones con
los datos sus funcionarios, y los centros sanitarios con los pacientes ya sean públicos o
privados. La intimidad es un límite externo de las libertades de expresión e información,
como explicita el artículo 20.4 CE, que acaban donde comienza la vida privada.
Intromisiones. Son muy variadas, la Ley Orgánica 1/1982 (artículo 7) enumera algunas:
el emplazamiento y la utilización de aparatos de escucha o filmación; la captación y
publicación en fotografías y películas de imágenes de personas en lugares o momentos
de su vida privada. Pero no puede estimarse un enunciado cerrado. La Ley, una de las
primeras en el desarrollo constitucional, intentó delimitar todos los supuestos, pero es
una tarea imposible que corresponde a la jurisprudencia, ya que los derechos son un
case-law que la jurisprudencia delimita sobre supuestos de hecho.
El honor de los políticos. Diversas sentencias del TEDH y del TC suelen dar prevalencia a
las libertades de expresión e información de ciudadanos y periodistas frente al honor de
los políticos o cargos públicos representativos si las críticas políticas, afirmaciones y
juicios de valor, incluso excesos o abusos, tienen un punto de conexión con hechos de
relevancia pública que el público tiene derecho a conocer (v.gr. STC 110/2000, caso del
Senador rompenidos; y STEDH, Caso Lopes Gomes da Silva contra Portugal, de 28
de septiembre de 2000).
El debilitamiento o degradación y la objetivación del derecho al honor. Los derechos
fundamentales reflejan valores sociales mutables, ya no existe ese honor calderoniano
tan español según el cual un hombre podía perder su hacienda o su vida para recuperar
su honor mancillado. Ha perdido su sentido subjetivo para objetivarse y devenir
reputación, tal como lo llaman el artículo 12 de la Declaración Universal de Derechos
Humanos y el artículo 10 del Convenio Europeo de Derechos Humanos (González Pérez).
5.9.– Una doble garantía jurisdiccional como alternativa. ¿Preferencia penal o civil?
Existe una doble vía específica de tutela de estos tres derechos fundamentales. La
protección civil se dispensa conforme a la Ley Orgánica 1/1982, que establece la
tramitación de un procedimiento preferente y sumario; y también según lo dispuesto en
la Ley 1/2000, de 7 de enero, de Enjuiciamiento Civil (artículo 249.1.2) en el ámbito del
juicio ordinario, estableciendo la intervención del Ministerio Fiscal en los procesos de
tutela de derechos fundamentales. La protección penal se encuentra en los tipos penales
de injurias y calumnias y otros delitos recogidos en los Título X y XI, del Libro II del
Código Penal. ¿Cuándo debe acudirse a una vía o a otra? ¿Cuándo existe un ilícito civil o
penal? Son cuestiones de difícil deslinde material. Los tipos de injurias y calumnias son
tradicionales en nuestro ordenamiento jurídico. Al tiempo de aprobarse la Ley Orgánica
de 1982, el legislador era consciente de su existencia y del solapamiento entre ilícitos
civiles y penales, por eso su preámbulo afirma que la protección penal tendrá aplicación
preferente “por ser, sin duda, de más fuerte efectividad”. Pero la Ley se equivocaba. La
doctrina científica fue desde el principio muy crítica con el mito de la mayor protección
penal (Santiago Muñoz Machado) y se esforzó en deshinchar esta tesis y considerar
preferente la vía civil. Entre otras razones, porque la relativización actual del honor no
hace socialmente aceptable graves penas privativas de la libertad personal por el
ejercicio –por indebido o excesivo que resulte– de la libertad de expresión e información.
En el mismo sentido, se encuentra una consolidada jurisprudencia del TEDH. Desde la
STC 136/1990 (el caso de El Lute camina o revienta) la segunda tesis parece haber
sido aceptada. El actor, un muy conocido delincuente y quincallero cuya historia fue el
objeto de una no menos conocida película, presentó una querella penal por considerar
minusvalorado su honor, pero el Tribunal Constitucional rechazó el planteamiento y
desestimó el recurso dado que se prefirió elegir la vía penal de querella por injurias
frente a los autores de la película en vez de utilizar las posibilidades que ofrece la Ley
Orgánica 1/1982. En suma, parece más fácil obtener la protección civil que la penal.
Excepcionalmente, si el asunto tiene trascendencia constitucional puede acudirse al
recurso de amparo constitucional una vez agotada la vía previa en la jurisdicción
ordinaria.
La progresiva construcción del dogma. Mi casa es mi castillo. Edward Coke formuló esta
conocida frase, “a man’s home is his castle”, a finales del siglo XVI. El jurista inglés se
refería a la potestad del señor de la casa de no dejar entrar a los hombres del Rey sin una
causa legalmente justificada. Desde entonces, se garantiza la vida reservada que la casa
conlleva. Es pues uno de los primeros derechos fundamentales. Pero la protección del
domicilio por el Derecho es más antigua y son numerosos los precedentes. El Derecho
Romano protegía la residencia efectiva, la morada o vivienda de un individuo;
inicialmente se ligó a un espacio físico, pero, más adelante, a un animus o voluntad de
residencia permanente o definitiva; junto a estos dos ingredientes, se añadirá la
protección otorgada por el derecho de propiedad. Sin embargo, el Derecho
Constitucional va a trascender esta construcción privatista, ligada a la propiedad, para
tutelar un ámbito de la persona relacionado con su vida privada y familiar que permite el
libre desarrollo de su personalidad. La evolución fue lenta. Con brillantez la
Constitución de Cádiz de 1812 (artículo 306) decía que “no podrá ser allanada la casa de
ningún español sino en los casos que determine la ley, para el buen orden y seguridad
del Estado”. Parecidos textos tuvieron las Constituciones de 1837 y 1845. Se protegía la
casa, no se reconocía la garantía a los extranjeros, y realmente se tutelaba la libertad
personal frente a detenciones arbitrarias. La Constitución progresista de 1869 (artículo
5) extenderá la protección a los extranjeros y reforzará las garantías. Un esquema que
mantendrá la Constitución de 1876. Finalmente, la actual garantía se incorpora con la
Constitución de la II República en 1931 (artículo 31) que incluye la necesidad de una
autorización judicial. Será la Ley de Orden Público de 1933, al desarrollar este artículo,
la que señalará las excepciones tasadas que consagra el reconocimiento constitucional
actual. El artículo 15 del Fuero de los Españoles de 1945 establecía que nadie podía
entrar en el domicilio de un español ni efectuar registros sin su consentimiento o un
mandato judicial en los casos y formas que señalen las leyes. Pero la Ley de Orden
Público de 1959 restringía durante la dictadura este supuesto derecho.
6.2.– El objeto del derecho o bien jurídico protegido. Sólo comprendiendo rectamente el
fundamento u objeto del derecho fundamental y diferenciándolo de otros, obtendremos
pautas que permitan deducir sus sujetos y contenidos e identificar qué lugares merecen
la protección constitucional que el domicilio dispensa. No estamos ante un derecho de
propiedad (artículo 33 CE), ligado a aspectos patrimoniales, sino propio de la vida
privada. Puede gozar del derecho quien vive en un domicilio con otro título como puede
ser un inquilino merced a un contrato de arrendamiento, o incluso una persona que lo
posee en precario y por cesión del titular de la casa. Menos aún es una garantía de la
libertad personal como fue antaño, en buena parte del siglo XIX. El artículo 17 CE ofrece
suficientes garantías específicas frente a las detenciones arbitrarias, y la evolución del
Derecho Constitucional ha desgajado el ámbito de estos dos derechos. Tampoco atañe a
la libertad de residencia (artículo 19 CE), que supone un momento previo en el ejercicio
de los derechos: la facultad de circular libremente por el territorio nacional y elegir una
residencia. Es una libertad dinámica mientras la que nos ocupa es estática y entraña un
momento ulterior: un ánimo de –relativa– permanencia en un espacio para desarrollar
una vida privada y con frecuencia familiar.
Un espacio de vida privada antes que de intimidad. Es delicado resolver si tiene que ver
con el derecho a la intimidad (artículo 18.1 CE) o con la vida privada (artículo 8 CEDH).
Prácticamente, todos los derechos de esta lección están relacionados con la vida
privada. Un bien con muchas manifestaciones que tutelan diversos derechos enlazados
en un tronco común. Es el fundamento de la protección que la Constitución dispensa en
el artículo 18.2 CE: un espacio físico en que se vive privadamente. Así la STC 22/1984
definió certeramente el domicilio como “un espacio en el cual el individuo vive sin estar
sujeto necesariamente a los usos y convenciones sociales y ejerce su libertad más
íntima… no sólo es objeto de protección el espacio físico en sí mismo sino lo que hay en
él de emanación de la persona y la esfera privada”. La STC 199/1987 agregó a la
definición del derecho la impenetrabilidad: un lugar donde no se puede entrar sin la
voluntad del titular. Algún autor se confunde y partiendo de que la Constitución no
reconoce un derecho a la vida privada –como sí hace el Convenio Europeo de Derechos
Humanos–, liga el objeto de la inviolabilidad domiciliaria a la protección de la intimidad.
Pero no es así. La garantía es absoluta y formal: una garantía de intangibilidad. No es
menester hacer una ponderación de los intereses en juego para desvelar la
inviolabilidad. Puede que la vivienda que un individuo austero y solitario tome como
domicilio no albergue realmente objetos u aspectos íntimos y no deja por ello de seguir
mereciendo la protección, pues sigue siendo privado o reservado.
Extranjeros. Estamos ante un derecho fundamental del ámbito de la vida privada que
corresponde a los individuos y no a los ciudadanos o nacionales en cuanto sujetos de
derechos políticos. Es un derecho que deriva de la posición del ser humano.
Es una noción más amplia que la de domicilio civil. El artículo 40 del Código Civil afirma
que, para el ejercicio de los derechos y el cumplimiento de las obligaciones civiles, el
domicilio de las personas naturales es el lugar de su residencia habitual; sin embargo, el
derecho fundamental tutela todos los espacios que son instrumentales respecto de la
vida privada: segundas viviendas, despachos, jardines, etc.
También es más amplio que el domicilio fiscal (artículo 48 de la Ley General Tributaria):
un punto de conexión donde se origina el deber de tributar; para las personas físicas, el
lugar donde tengan su residencia habitual, no obstante, para las personas físicas que
desarrollen principalmente actividades económicas, el lugar donde esté efectivamente
centralizada la gestión administrativa y la dirección de las actividades desarrolladas; si
no pudiera establecerse dicho lugar, prevalecerá aquel donde radique el mayor valor del
inmovilizado.
Tampoco se confunde con la idea penal de morada (artículos 202 y 203 del Código Penal)
como vivienda, aunque se aproxima más a ella.
6.5.– Análisis de las excepciones. Las excepciones que permiten la entrada y registro del
domicilio están previstas y tasadas en el artículo 18.3 CE y ni siquiera las leyes que las
desarrollen pueden desvirtuar ese alcance y a diferencia de lo que hemos visto acontecía
en otros periodos históricos.
Consentimiento del titular. Puede ser prestado de manera expresa, o tácita mediante
actos, palabras o comportamientos que no manifiesten una oposición. La Ley de
Enjuiciamiento Criminal (artículo 551) precisa que “se entenderá que presta su
consentimiento aquel que, requerido por quien hubiere de efectuar la entrada y el
registro para que los permita, ejecuta por su parte los actos necesarios que de él
dependan para que puedan tener efecto, sin invocar la inviolabilidad que reconoce al
domicilio” la Constitución del Estado. Asimismo, se afirma que “al practicar los registros
deberán evitarse las inspecciones inútiles, procurando no perjudicar ni importunar al
interesado más de lo necesario, y se adoptarán todo género de precauciones para no
comprometer su reputación, respetando sus secretos si no interesaren a la instrucción”
(artículo 552).
Autorización judicial y registros domiciliarios. Debe ser una resolución judicial previa a
la entrada o registro como corresponde a una autorización. Exime de la comisión del
delito de allanamiento de morada que ofrece una protección penal al derecho
fundamental. El juez competente es normalmente el juez de instrucción (artículo 87
LOPJ) salvo cuando corresponde al juez contencioso-administrativo. La resolución
judicial debe dictarse de forma motivada y su alcance fijarse de forma proporcionada a
los hechos que se investigan. La STC 50/1995 afirma que la autorización judicial no
puede entenderse como una autorización en blanco y exige que el órgano judicial
pondere las circunstancias del caso. No obstante, el Tribunal Supremo ha admitido
resoluciones sucintamente motivadas que manejan formularios o resoluciones judiciales
estereotipadas si existe una motivación suficiente. El registro (artículos 552 y ss
LECrim) debe hacerse en presencia del interesado, de su representante o de dos
testigos, así como del secretario de justicia (ahora llamados Letrados de la
administración de justicia) quien debe levantar acta de la diligencia y de sus resultados.
Numerosa jurisprudencia del Tribunal Supremo se ocupa del papel de dicho Letrado y
de los requisitos del acta.
6.6.– Suspensión del derecho. Según el artículo 55.1 CE, en relación con el artículo 116,
el derecho que nos ocupa puede ser suspendido cuando se declare un estado de
excepción o de sitio ante una grave alarma o amenaza siguiendo el adecuado control
parlamentario. Igualmente, conforme al apartado 2º del artículo 55 CE en supuestos de
suspensión individual y con el adecuado control judicial de derechos, para personas
determinadas en relación con investigaciones correspondientes a la actuación de bandas
armadas y elementos terroristas
Objeto o bien jurídico protegido. Está ligado a la vida privada y al libre desarrollo de la
personalidad que exige que una persona pueda mantener sus conversaciones dentro de
un ámbito reservado, sean o no íntimas. Una manifestación más de la libertad de
comunicarse. No es un derecho de propiedad, como se discutió en el mundo anglosajón,
sino un derecho de la personalidad. El mismo hecho de que el transporte de la
correspondencia mediante servicios postales o la telefonía hayan venido siendo servicios
públicos que se ejercían en régimen de monopolio revela la importancia de esta garantía
y derecho fundamental para la cohesión de una comunidad. Pero esta idea ha sido
superada, porque empresas privadas de mensajería y telecomunicaciones realizan
también actualmente estos servicios.
El objeto de este derecho fue bien acotado en la decisiva STC 114/1984, que
confirmaron las SSTC 49/1996 y 54/1996. El bien jurídico constitucionalmente protegido
mediante la imposición del secreto es la libertad de comunicarse. Este derecho puede
conculcarse mediante la interceptación de la comunicación, la aprehensión física del
soporte del mensaje o la captación de la misma, tomándolo por medios ilícitos, o por el
conocimiento antijurídico del mensaje.
En el caso que enjuicia la STC 114/1984, que sienta esta doctrina, un redactor de
mantuvo una conversación telefónica con su periódico con un cargo ministerial, y fue
grabada por el receptor sin advertirle de tal extremo; luego éste envió la conversación
grabada a la dirección de la empresa periodística, que despidió el redactor por
infracción del deber de lealtad y buena fe con la empresa; el despido fue declarado
procedente y el TC denegó el amparo.
Prueba ilícitamente obtenida. La STC 114/1984 citó e hizo suya la doctrina de la Corte
Suprema de Estados Unidos sobre la regla de exclusión de la prueba ilícitamente
obtenida: no puede admitirse el material probatorio obtenido en violación de la IV
enmienda, que protege a las personas de pesquisas y aprensiones arbitrarias, lo que
tiende a garantizar los derechos fundamentales mediante un efecto disuasorio de la
violación misma y no sólo como un derecho de la parte agraviada.
Tutela civil y penal. El Código Penal contempla diversos tipos. Así se castiga el
descubrimiento y revelación de secretos (artículo 197) cuando para descubrir secretos o
vulnerar la intimidad de otros, alguien se apodere de cartas o mensajes de correo
electrónico, o intercepte las telecomunicaciones mediante el empleo de artificios
técnicos de escucha o grabación de sonidos, y su divulgación o revelación. Se castiga
con pena superior si es un funcionario o autoridad, y también está tipificado si el que
revela secretos tiene conocimiento de los mismos por razón de su oficio o sus relaciones
laborales. Asimismo puede obtenerse una protección civil por la vía de la Ley Orgánica
1/1982, de 5 de mayo, de protección civil del derecho al honor, a la intimidad y a la
propia imagen.
Suspensión. Esta garantía del artículo 18.3 CE se puede suspender cuando se declare un
estado de excepción o sitio (artículos 55.1 y 116 CE), y de forma individual y con
autorización judicial y control parlamentario para personas investigadas en relación con
la actuación de bandas armadas o grupos terroristas (artículo 55.2 CE).
Reconocimiento constitucional. La Constitución (artículo 18.4 CE) establece que “la ley
limitará el uso de la informática para garantizar el honor, la intimidad personal y familiar
de los ciudadanos y el pleno ejercicio de los derechos”. Fue un precepto constitucional
pionero en Derecho comparado y se hacía eco de trabajos en el Consejo de Europa. En
1978 el constituyente era ya consciente de que las nuevas tecnologías de recolección y
acumulación de datos podían constituir una amenaza para varios derechos
fundamentales de la personalidad. Internet y la sociedad digital se han convertido hoy
en una realidad omnipresente y buena parte de la actividad económica, educativa y
profesional se desarrolla en la red. Se reconoce en este precepto lo que en Alemania
según el Tribunal Constitucional Federal y en la doctrina española (Pablo Lucas Murillo
de la Cueva) se ha llamado el derecho a la “autodeterminación informativa”, y, más
frecuentemente, el derecho a la “protección de datos personales”, denominación que ha
acabado por imponerse.
Objeto del derecho o bien jurídico protegido: un poder de control de los datos
personales. El TC ha dicho que la Constitución ha incorporado una nueva garantía como
forma de respuesta a una nueva amenaza contra los derechos de la persona. Es un
“instituto de garantía de otros derechos”, fundamentalmente el honor o la intimidad,
pero también es un derecho fundamental en sí mismo que protege a las personas frente
un uso ilegítimo del tratamiento mecanizado de datos (SSTC 292/2000 y 94/1998). Toda
la información que las Administraciones recogen y archivan ha de ser necesaria para el
ejercicio de las potestades que les atribuye la ley y ha de ser adecuada para las legítimas
finalidades previstas. Los datos que conservan las Administraciones son utilizados por
sus distintas autoridades y organismos en el desempeño de sus funciones. Las facultades
precisas para conocer la existencia de los fines y responsables de esos ficheros
automatizados donde obran datos personales de un ciudadano son absolutamente
necesarias para que los intereses protegidos por el artículo 18 CE resulten real y
efectivamente protegidos (STC 254/1993, véase también la STC 94/1998). Con mayor
precisión contribuye a definir el derecho la STC 292/2000, cuando afirma que persigue
garantizar a la persona “el poder de control sobre sus datos personales, sobre su uso y
destino, con el propósito de impedir su tráfico ilícito y lesivo para la dignidad y derecho
del afectado, y que no se reduce sólo a los datos íntimos de la persona, sino a cualquier
tipo de dato personal, sea o no íntimo”. El objeto del derecho no es pues sólo la intimidad
sino la protección de los datos de carácter personal, su función es distinta.
Obsérvese que una interpretación literal del artículo 18.4 CE podría hacer pensar que se
reconoce simplemente una garantía institucional y mandato al legislador, más que un
verdadero derecho subjetivo, pero el TC acertadamente y haciendo una interpretación
constructiva y finalista ha definido los perfiles de un auténtico derecho fundamental a la
protección de datos personales sobre la idea de un poder de control sobre los mismos.
Un derecho autónomo dentro del conjunto de los derechos de la personalidad y la vida
privada que proclama el artículo 18 CE que erige una garantía real y efectiva.
Delimitación positiva y negativa del régimen legal. La Ley de Protección de datos regula
el mantenimiento por particulares y poderes públicos de ficheros de datos que admitan
su tratamiento automatizado o informatizado. Se exceptúan los tratamientos a los que
no sea directamente aplicable el Reglamento (UE) 2016/679, y ciertos ficheros públicos
que tienen regulaciones singulares y específicas como ocurre con la ley electoral, los
registros civiles y de penados, y las instituciones penitenciarias, o los datos de personas
fallecidas y materias clasificadas (artículo 3 de la Ley).
Datos personales y ficheros. La Ley establece una serie de requisitos y garantías que
deben satisfacer los ficheros automatizados de datos personales. Se estiman datos
personales cualquier información concerniente a personas físicas ya vengan
identificadas o resulten identificables; hablamos no sólo del nombre, apellidos y
domicilio de una persona sino de cualquier información numérica, alfabética, gráfica,
fotográfica, acústica o de cualquier otro tipo; y una persona deviene identificable cuando
esto puede hacerse sin plazos o actividades desproporcionadas. La Ley se circunscribe a
los datos de carácter personal registrados en soporte físico que los haga susceptible de
un tratamiento posterior en los sectores público y privado.
Con mayor relevancia si cabe, debe mencionarse el singular estatuto del cual gozan los
ciudadanos miembros de la Unión Europea como consecuencia de las libertades de
circulación y residencia reconocidas en el Tratado de Funcionamiento, así como de la
libertad de establecimiento.
Uniones de hecho. ¿Existe un derecho a contraer una unión de hecho more uxorio o,
mejor dicho, una “análoga relación afectiva” –como las leyes llaman a esta situación– no
necesariamente análoga al matrimonio? La STC 184/1990 lo ha negado aduciendo que
en la Constitución el matrimonio y la convivencia extramatrimonial “no son realidades
equivalentes”. El matrimonio –se dijo– es una institución garantizada por la
Constitución, pero no ocurre lo mismo con la unión de hecho more uxorio que ni es una
institución garantizada ni hay “un derecho expreso” a su establecimiento. La
Constitución no reconoce un pretendido derecho a formar una unión de hecho que, por
imperativo del artículo 14 CE, sea acreedora del mismo tratamiento que al dispensado
por el legislador al a quien ejercitando el derecho al matrimonio “formalice así la
relación que, en cuanto institución social, la Constitución garantiza” (STC 184/1990,
entre otras). La jurisprudencia debería ser revisada.
Vida privada versus vida familiar como objetos. Vida privada es un concepto más amplio
que “privacy” y abarca en la amplísima jurisprudencia una gran cantidad de objetos que
incluyen: la integridad física y psicológica de una persona; algunos aspectos de la
identidad física y social de un individuo; cuestiones referidas con la identificación del
género, el nombre, la orientación o la vida sexuales; las relaciones con otras personas; la
autonomía personal del individuo, etc. Puede diferenciarse de la vida familiar, pese a que
ambas cosas están muy unidas y la diferencia es difusa y no siempre las distingue
adecuadamente el TEDH. La vida familiar incluye: el derecho a vivir juntos; a desarrollar
unas relaciones familiares; o a disfrutar de la compañía de los miembros de una familia.
Son terrenos donde nos es raro reconocer a los Estados un margen de apreciación
nacional y con mayor razón donde no hay un consenso europeo.
• La protección del menor y sus relaciones familiares con la madre y el padre naturales,
o con otros familiares como los abuelos.
Lo más razonable en Derecho sería introducir este derecho a la vida privada y familiar
en el Título I de la Constitución mediante una reforma constitucional y mantener la
simetría o paralelismo entre la Constitución y el CEDH y la CDFUE. La situación actual
no tiene sentido y se ha convertido en una laguna constitucional.
BIBLIOGRAFÍA
(1) Agradezco las aportaciones a esta lección de Rafael Bustos Gisbert, Carmen Montesinos Padilla y Lara
Redondo Saceda.
14 SEP 2023
Lecciones de Derecho Constitucional. 1ª ed., agosto 2023
PARTE SEGUNDA LOS DERECHOS FUNDAMENTALES
LECCIÓN 19.ª LIBERTAD Y SEGURIDAD PERSONALES
LECCIÓN 19.ª
• allí mismo añade una prohibición: “nadie podrá ser privado de su libertad sino con la
observancia de lo establecido en este artículo y en los casos y formas previstos en las
leyes”;
• y el apartado 4.º hace dos renvíos a las leyes, respectivamente, para determinar el
plazo máximo de la prisión provisional, y para regular un procedimiento de habeas
corpus que produzca la inmediata puesta a disposición judicial de toda persona detenida
ilegalmente.
Objeto del derecho. La finalidad del artículo 17 CE está en reconocer la libertad personal
y en establecer garantías frente a las amenazas o supuestos más típicos de privación de
esa libertad: la detención preventiva y la prisión provisional; asimismo, se reconocen
unos derechos de los detenidos y una garantía judicial. Es un precepto con una evidente
inspiración garantista al servicio de una libertad muy básica que las leyes de desarrollo
constitucional deben completar, en particular, la Ley de Enjuiciamiento Criminal.
Un principio cultural ilustrado: la tranquilidad sobre la propia seguridad. Son muy
conocidas las reflexiones de Montesquieu en “El Espíritu de las leyes” que ofrecen una
justificación cultural a este derecho. La libertad política no consiste en hacer lo que uno
quiera, en una sociedad en que hay leyes, la libertad es el derecho de hacer todo lo que
las leyes permiten. La libertad en su relación con la constitución se basa en una cierta
distribución de los tres poderes, pero, en su relación con el ciudadano, consiste en la
opinión y “tranquilidad de espíritu” que cada uno tiene de su propia seguridad, decía
este autor clásico. Puede ocurrir que la constitución sea libre y que el ciudadano no lo
sea. Así pues, la libertad del ciudadano depende principalmente de que las leyes
criminales sean buenas. Pero las leyes criminales no se perfeccionaron de repente sino
mediante conocimientos adquiridos en diversos países sobre las reglas más seguras a
observar en los juicios. La libertad triunfa cuando las leyes criminales dimanan de la
naturaleza particular del delito. Entonces la arbitrariedad desaparece, porque la pena
no es un capricho del legislador, sino que resulta de la naturaleza de las cosas, y no es el
hombre quien violenta al hombre. Desde esta perspectiva, la libertad y seguridad
personales, según todas las tesis contractualistas, es uno de los primeros derechos que
el Estado debe garantizar una vez que el hombre sale del estado de naturaleza. Sin esta
libertad, los demás derechos devienen en la práctica de ejercicio imposible. Esta
“libertad hace a los hombres sencillamente hombres” (STC 147/2000).
Sujetos activos y pasivos. Son titulares del derecho o sujetos activos todas las personas
físicas, ya sean nacionales o extranjeros (SSTC 107/1984, 115/1987), quedan
lógicamente excluidas, por la naturaleza del derecho y su contenido, las personas
jurídicas. Son sujetos pasivos u obligados especialmente los poderes públicos, pero
también pueden serlo los poderes privados o particulares, ya que el Estado posee una
obligación positiva de protección y deviene responsable de garantizar esta libertad.
Una garantía formal: la reserva de ley orgánica. El artículo 17.1 CE establece que las
personas pueden ser privadas de su libertad, con la observancia de lo establecido en ese
artículo y “en los casos y en la forma previstos en las leyes”. Con carácter abstracto y
general, las privaciones de la libertad deben regularse por una ley orgánica, de acuerdo
con los prescrito en el artículo 81.1 CE, estamos ante una garantía formal, la reserva de
ley orgánica, de innegable relevancia. Debe ser una ley previa, estricta o taxativa y
cierta, desprovista de vaguedades o indeterminaciones en las limitaciones. Además, la
privación de libertad debe ser una última ratio, una medida necesaria y proporcionada
que no pueda ser sustituida por otra menos dañina. No obstante, no estamos ante un
“derecho de configuración legal” (STC 47/2000), la libertad del legislador no es
omnímoda y las restricciones al contenido esencial del derecho deben ser
proporcionadas y tener una duración limitada.
Una garantía material. Toda concreta privación de libertad debe estar motivada, y la
falta de motivación o su insuficiencia o inadecuación entraña una lesión de este derecho
fundamental (entre otras muchas, la STC 128/1995). Se impone una garantía material de
motivación reforzada de las restricciones. La decisión de la privación de libertad debe
ser decidida por un órgano judicial, y fundarse en una previsión legislativa que disponga
en qué casos y de qué forma procede la privación legítima de libertad.
Regulación constitucional y legal. Conforme al apartado 2.º del mismo artículo 17 CE, la
detención preventiva no podrá durar “más del tiempo estrictamente necesario para la
realización de las averiguaciones tendentes al esclarecimiento de los hechos”, y, en todo
caso, en el plazo máximo de setenta y dos horas, el detenido deberá ser puesto en
libertad a disposición de la autoridad judicial. La libertad y seguridad personales no
configura un derecho absoluto y existen ciertas restricciones lógicas, una de las más
importantes privaciones de libertad es la detención policial, adoptada de manera
preventiva o cautelar y todavía no ordenada por un Juez. También el Ministerio Fiscal
puede ordenar la detención preventiva; incluso cualquier persona puede detener al que
intentare cometer un delito en el momento de cometerlo, y otros supuestos previstos en
la Ley de Enjuiciamiento Criminal (artículo 490). Es una detención que termina
necesariamente bien con la libertad bien con la puesta a disposición de la autoridad
judicial. La Ley de Enjuiciamiento Criminal establece que la autoridad o agente de
policía tiene la obligación de detener a cualquiera que intente cometer un delito, al
delincuente in fraganti, al que estuviere procesado por delito que tenga señalada una
pena superior a la de prisión correccional, o al procesado por delito con pena inferior, si
sus antecedentes o las circunstancias del caso hicieran presumir que no comparecerá
cuando fuera llamado por la autoridad judicial (artículo 492 LECrim). Se afirma que la
policía tomará nota de los datos personales que sean bastantes para la identificación de
la persona del procesado o del delincuente, y que la detención deberá practicarse de la
forma “que menos perjudique al detenido o preso en su persona, reputación o
patrimonio” (artículo 520.1), y que los detenidos, a ser posible, deberán estar separados
unos de otros. La finalidad de esta detención policial está –según impone la
Constitución– en realizar las averiguaciones tendentes al esclarecimiento de los hechos
que se crean punibles penalmente. No obstante, la duración máxima de esta detención
preventiva no puede ser mayor al tiempo estrictamente necesario e indispensable para
esa finalidad, y, en todo caso, no puede exceder del plazo máximo de setenta y dos horas
que actúa como un límite temporal y absoluto tras ese otro límite relativo.
Derechos del detenido: a ser informado con claridad de la acusación. El articulo 17.3
afirma que “toda persona detenida debe ser informada de forma inmediata, y de modo
que le sea comprensible, de sus derechos y de las razones de la detención, no pudiendo
ser obligado a declarar. Se garantiza la asistencia de abogado al detenido en las
diligencias policiales y judiciales, en los términos que la ley establezca”. Es esencial el
derecho del detenido a ser informado de sus derechos y de las razones de la detención,
de manera comprensible y de forma inmediata (artículo 520.2 LECrim). Es una garantía
que es conocida en Derecho comparado como “Miranda warning” o “Miranda rights”
según una jurisprudencia clásica de la Corte Suprema de Estados Unidos desde 1966
(Miranda v. Arizona), pero que tiene origen doctrinal en su construcción. El TEDH ha
interpretado que esta “inmediatez” no supone que la información se preste
obligatoriamente en el “momento de la detención” (Caso Conka contra Bélgica, de 5
de febrero de 2002); se dijo que el artículo 5.2 CEDH contiene una salvaguardia
elemental según la cual una persona arrestada debe conocer la razón por la cual fue
privada de su libertad y se le debe comunicar en un lenguaje de su comprensión, simple
y sin tecnicismos los fundamentos de hecho y de Derecho que originan su arresto. La
cuestión viene desarrollada en la Directiva 2012/13/UE, de 22 de mayo que permite
acceder a las actuaciones para impugnar la legalidad de la detención y la privación de la
libertad.
Derecho a no declarar. Entre estos derechos del detenido, está el derecho a guardar
silencio, no declarando si no se quiere, a no contestar a alguna de las preguntas, o a
manifestar que sólo declarará ante el Juez, así como a no declarar contra sí mismo o a no
confesarse culpable (artículo 520.2.a] y b] LECrim). Es un derecho a no
autoincriminarse, tiene fundamento en la presunción constitucional de inocencia y en el
derecho de defensa. En consecuencia, con la única base de la no declaración del
detenido, que constituye un derecho, no puede dictarse una sentencia condenatoria o
producirse consecuencias negativas, pero sí pueden inferirse indicios o juicios lógicos de
este hecho cierto junto a otros elementos que pueden ponderarse motivadamente en la
prueba.
3. HABEAS CORPUS
Resolución. Practicadas estas actuaciones, el Juez debe dictar una resolución en la que
dicte bien el archivo de las actuaciones, o la puesta en libertad del detenido ilegalmente,
o que continúe la detención pero bajo otras condiciones (en establecimiento distinto o
bajo la custodia de personas distintas), o que sea inmediatamente puesta a disposición
judicial. El Juez puede deducir testimonio de culpa para la persecución y castigo de los
particulares o las autoridades que hayan cometido delito durante la detención. No cabe
recurso alguno tras esta resolución. Pero después de la denegación del habeas corpus,
se entiende agotada la vía judicial previa, y puede acudirse en recurso de amparo ante el
Tribunal Constitucional, quien ha entendido que no es necesario interponer un recurso
de queja (STC 98/1986) ni un incidente de nulidad de actuaciones contra la decisión de
inadmitir el procedimiento, mas, si se hiciera, no determinará la extemporaneidad del
recurso. Son frecuentes las sentencias estimatorias frente a resoluciones judiciales de
inadmisión.
4. PRISIÓN PROVISIONAL
La identidad del ius puniendi del Estado y las especificidades: penas y sanciones
administrativas. Bien es verdad que la amplia cláusula “según la legislación vigente” que
usa el artículo 25.1 CE puede inducir a error, pero el precepto constitucional reclama
claramente la tipificación penal por ley, ya que se inserta en su comprensión en una
cultura jurídica y una jurisprudencia muy consolidada; sólo en materia de potestad
sancionadora de la administración –el mismo artículo cubre ambos ámbitos– el principio
de legalidad se debilita. Existe, no obstante, una identidad material del principio de
legalidad penal y el Derecho administrativo sancionador como manifestaciones del ius
puniendi del Estado, pero puede haber especificidades en cada uno de estos ámbitos.
• que “no será castigada ninguna acción ni omisión que no esté prevista como delito por
ley anterior a su perpetración” (artículo 1.1);
• que “las medidas de seguridad sólo podrán aplicarse cuando concurran los
presupuestos establecidos previamente por la Ley” (artículo 1.2);
• que “no será castigado ningún delito con pena que no se halle prevista por ley anterior
a su perpetración”; y carecerán, igualmente, de efecto retroactivo las leyes que
establezcan medidas de seguridad; no obstante, tendrán efecto retroactivo aquellas
leyes penales que favorezcan al reo, y, en caso de duda sobre la determinación de la Ley
más favorable, será oído el reo (artículo 2);
• que “no podrá ejecutarse pena ni medida de seguridad sino en virtud de sentencia
firme dictada por el Juez o Tribunal competente, de acuerdo con las leyes procesales”
(artículo 3);
• que “las leyes penales no se aplicarán a casos distintos de los comprendidos
expresamente en ellas” (artículo 4);
• que “a los efectos de determinar la ley penal aplicable en el tiempo, los delitos se
consideran cometidos en el momento en que el sujeto ejecuta la acción u omite el acto
que estaba obligado a realizar” (artículo 7).
Doble virtualidad del principio de legalidad. Entre otras, dos sentencias clásicas de
1987, las SSTC 42/1987 y 2/1987, respectivamente, los Casos del Casino de Mallorca
y la Prisión de Basauri, interpretaron que el principio de legalidad comprende una
doble garantía: material, la predeterminación normativa de conductas ilícitas e
infracciones; y formal, referida al rango legal de la norma tipificadora.
Ne bis in ídem: la construcción cultural del principio. “Ne bis in idem” quiere decir que
“no debe incidirse dos veces en el mismo asunto”. Una prohibición de perseguir o
sancionar dos veces a una persona por los mismos hechos. Puede existir una doble
sanción con dos penas, con una pena y una sanción administrativa, o con dos sanciones
administrativas. Es un principio informador del Derecho Penal, pero se aplica también al
Derecho sancionador dada la sustancial unidad del ius puniendi, si bien esta extensión
suscita problemas como veremos. En definitiva, se prohíbe castigar dos veces “por lo
mismo”, el problema está en saber qué es lo mismo. El principio arranca del mundo
antiguo en Grecia y el Derecho Romano, y luego en la Ilustración y el primer liberalismo
francés en la Constitución de 1791. Se encuentra reconocido en numerosas
constituciones contemporáneas de forma expresa o implícita como en el artículo 25 CE.
Asimismo, está positivado en varios instrumentos internaciones o supranacionales: el
artículo 50 CDFUE, el artículo 4 P7 del CEDH, y el artículo 14.7 PIDCP. Suele
considerarse además un principio del Derecho consuetudinario internacional el
principio de “agotamiento del procedimiento” (Erledigungsprinzip). Pero no es un
derecho absoluto, tiene límites razonables. La doble persecución por unos mismos
hechos conlleva costes duplicados, y una carga psicológica interminable para el sujeto:
un proceso inacabable o jamás cerrado. Estas razones están en el origen de la garantía
que se consagra en la quinta enmienda de la Constitución estadounidense (double
jeopardy), introducida para frenar abusos judiciales.
Una nueva jurisprudencia más matizada y el desarrollo legal. En los años 2000, el TC
asumió una interpretación más flexible y matizada, rectificando su jurisprudencia, y
considerando que el principio no excluye que hechos que ya han sido objeto de una
sanción administrativa puedan ser perseguidos en vía penal (STC 2/2003). La nueva
jurisprudencia constitucional sigue la influencia de un giro en la jurisprudencia del
Tribunal Europeo en la STEDH W.F. contra Austria, de 30 de mayo de 2002. Un
entendimiento más restrictivo. En esta línea van hoy las dos jurisprudencias
supranacionales europeas tanto la del TEDH como la del TJUE. También las leyes, el
artículo 31 de la Ley de Régimen Jurídico del Sector Público (Ley 40/2015, de 1 de
octubre) demanda para la aplicación de la prohibición la triple identidad de hecho,
sujeto y fundamento; recogiendo el estándar que hemos visto establece la jurisprudencia
constitucional. Por lo demás, siempre se admitió la concurrencia de sanción penal y
sanciones administrativas disciplinarias en casos de relaciones de sujeción especial
(STC 94/1986) donde las restricciones v.gr. para funcionarios o presos pueden ser más
amplias. En bastantes ocasiones, la dualidad sancionadora se antoja bastante lógica o
razonable p.ej. la condena penal a un ingeniero responsable técnico de una
construcción, y la sanción administrativa a una constructora en ambos casos derivadas
de la muerte de un trabajador (STS, Sala Tercera de 12 de julio de 2001).
Unos mismos hechos no una misma infracción o calificación legal. El ne bis in idem viene
ligado a unos mismos hechos y no a las calificaciones legales. La STEDH Sergey
Zolotukhin contra Rusia, de 10 de febrero de 2009, advierte que este principio puede
ser incorporado con una variedad de formas. La Convención Americana de Derechos
Humanos se refiere a los “mismos hechos”. La diferencia entre los mismos hechos y una
misma infracción ha sido citada por el Tribunal de Justicia de la Unión y por la Corte
Interamericana –sostiene el TEDH– como un elemento en favor de una aproximación
estricta, basada en identificar los actos materiales, rechazando como irrelevante las
calificaciones legales o las infracciones, porque esa aproximación favorece al que los
cometió. El TEDH concluye relacionando la garantía con la realización de los mismos
hechos.
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la jurisprudencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos” en Revista Española
De Derecho Europeo, n.º 69, 2019, pp. 9-26. MARTÍN LORENZO, María: “El
principio non bis in idem” en GARCÍA ROCA, Javier, SANTOLAYA, Pablo y PÉREZ
MONEO, Miguel: La Europa de los derechos. El Convenio Europeo de Derechos
Humanos, CEPC, Madrid, 4.ª edición 2023. RUIZ ROBREDO, Agustín: El derecho
fundamental a la legalidad punitiva, Tirant lo Blanch, Valencia, 2003. TURTURRO
PÉREZ DE LOS COBOS, Sara: “Libertad personal versus prisión provisional: un
derecho minusvalorado por razones anacrónicas” en Revista de las Cortes
Generales, n.º 111, 2021, pp. 313-344. VV. AA: El principio de legalidad. Actas de las
V Jornadas de la Asociación de Letrados del Tribunal Constitucional, con ponencias
de Susana HUERTA TOCILDO, y VALENCIA MARTÍN, Germán, CEPC, Madrid, 2000.
LECCIÓN 20.ª
Estamos pues ante un derecho subjetivo de cada hombre, como toda libertad tiene un
sustrato individual. Una naturaleza que permanecerá en la evolución del
constitucionalismo democrático y que ha inspirado su configuración normativa. Pero la
libertad de comunicación, además de ser un derecho subjetivo de cada individuo, tiene
un sustrato o dimensión objetiva e institucional, pues sirve a la tutela de un interés
público y general: formar una opinión pública libre. Un ingrediente indefectible de una
sociedad abierta y tolerante (una “open minded society” en las bellas palabras del
TEDH), que se replantea racionalmente sus fundamentos constantemente y admite la
crítica, aunque resulte chocante, así como la expresión de ideas molestas para las
percepciones de la mayoría de una comunidad. El TC ha dicho que la libertad de
expresión constituye uno de los fundamentos esenciales de una sociedad democrática
que comprende incluso aquellas informaciones que puedan inquietar al Estado o a una
parte de la población, “pues así resulta del pluralismo, la tolerancia y el espíritu de
apertura sin los cuales no existe una sociedad democrática” (STC 62/1982).
Precisamente esta dimensión objetiva o institucional, legitima intervenciones de los
poderes públicos, y en especial medidas legislativas, tendentes a la salvaguarda del
pluralismo y a preservar la robustez de la opinión pública. Así, por ejemplo, medidas
regulatorias de los medios de comunicación o, más recientemente, de las redes sociales,
pero también otras como el sostenimiento de medios de comunicación públicos.
Ámbito objetivo. Son contenidos de esta amplia libertad de comunicación, entre otros, la
libre expresión de ideas y opiniones, la libertad de difundir información y el derecho a
recibirla, y la libertad de crear medios de comunicación en los distintos soportes. El
desarrollo de las tecnologías ha abierto mucho las posibilidades de comunicación en
varios instrumentos: la televisión por cable, por satélite, por ondas hertzianas de
transmisión terrestre, o digital; distintas variantes de emisiones de radio –ondas medias,
corta y larga y frecuencia modulada–; etc. Cada vez más, es una comunicación a través
de Internet y de las redes sociales en un espacio digital, lo que crea problemas
específicos e incluso ha generado algunas responsabilidades de los buscadores –
garantizar el derecho al olvido– y de las compañías que ofrecen esos servicios de redes –
excluir la difusión de unos contenidos mínimos–. Se abre un amplio espacio de derechos
digitales todavía no bien tutelados ni positivados como verdaderos derechos. Tal es la
importancia de este nuevo medio, que hoy día ya se reconoce el derecho de acceso a
Internet con una vertiente claramente prestacional.
Con posterioridad al caso Violeta Friedman, el legislador introdujo una protección penal
frente al racismo, que más tarde el intérprete supremo de la Constitución revisó,
produciendo una polémica en relación con el holocausto judío, al afirmar que “negar” el
holocausto no es lo mismo que “justificarlo” o hacer apología del mismo, pues mientras
la segunda conducta debe ser concebida como un inadmisible discurso del odio, que
puede tipificarse penalmente, no ocurre así con la primera. La STC 235/2007 revisó la
condena penal de un dueño de una librería de Barcelona que vendía material que negaba
la persecución y genocidio judío durante la II Guerra Mundial. El TC razonó que el
artículo 20.1 CE no garantiza el derecho a expresar un determinado entendimiento de la
historia y recordó que la nuestra no es una democracia militante. Desde estos
argumentos, declaró inconstitucional un inciso del artículo 607.2 del Código Penal que
permitió condenar al recurrente como autor de un delito de genocidio continuado por
negar el holocausto. Se entendió que el uso del Derecho penal en este caso era un factor
disuasorio de la libertad de expresión. El artículo 20.1 CE –se dice– ofrece un amplio
margen para la difusión de ideas y la formación de la memoria histórica colectiva.
Diversos Votos particulares manejaron otros argumentos, señalando que la
interpretación era formalista, y denunciaron que trivializaba un crimen terrible,
generando humillación en los afectados, o difuminaba la frontera entre la apología del
genocidio y el negacionismo.
Más tarde, el TEDH dictó la Sentencia Stern Taulats y Roura Capellera contra
España, el 13 de marzo de 2018, por la que se entendía que la condena penal violó el
artículo 10 CEDH referido a la libertad de comunicación, afirmando que los hechos
objetos de condena no podían considerarse discurso del odio. El Tribunal Europeo
aseveró que no estaba convencido de que las conductas enjuiciadas constituyeran una
incitación al odio o la violencia. Un acto de este tipo –dijo– debe ser interpretado como
expresión de una opinión de insatisfacción y protesta, y una cierta dosis de provocación
crítica debe ser permitida en una sociedad abierta. No se sobrepasó pues –concluye– la
libertad de expresión y crítica política para situarse en el ámbito del discurso del odio.
Otro tanto hizo un Juzgado Central de Instrucción en 2007 frente a una portada de la
conocida revista satírica “El Jueves” en la que se veía una caricatura de los entonces
Príncipes de Asturias en actitud íntima, una práctica sexual explícita, al comentar la
ayuda o subvención por hijo que pensaba conceder el Gobierno. Se invocó el artículo
491.2 del Código Penal referido al delito de calumnias o injurias contra los miembros de
la Familia Real, que tipifica con pena de multa el uso de su imagen “de cualquier forma
que pueda dañar el prestigio de la Corona”. El Juez entendió que la caricatura se
extralimitaba en el uso de la libertad de expresión. Pero debe subrayarse que el
secuestro se produjo con posterioridad a la publicación y no fue una medida previa a la
difusión del contenido.
Recientemente, el Tribunal Supremo ha extendido la garantía del secuestro de
publicaciones, reconociendo la correspondiente reserva de jurisdicción, a las decisiones
de bloqueo de páginas web en las que estuviera en juego la libertad de expresión (STS
(Sala de lo Contencioso-Administrativo, de 3 de octubre de 2022).
En síntesis, puede pensarse que del artículo 20.1 CE surge un derecho subjetivo a crear
medios de comunicación y también de televisión. Pero es un derecho instrumental y
accesorio respecto de las libertades primarias y principales de expresión e información,
una distinción que no puede producir una total separación, lo que no deja de producir
complicaciones. El objeto de las libertades de expresión e información no es idéntico al
objeto del otorgamiento de las concesiones, por eso las libertades primarias son
difícilmente limitables y, en cambio, la disciplina de los medios permite sensibles
condicionamientos y requiere una disciplina legal. Estamos ante un derecho de
estructura compleja siendo en parte un derecho de configuración legal que requiere la
interposición del legislador. Pero las ideas de servicio público o ahora de servicio de
interés general no son unas etiquetas que permitan cualesquiera restricciones al
legislador y su constitucionalidad puede ser revisada desde esta perspectiva.
Ausencia de desarrollo legal. Sin embargo, pese al mandato constitucional, no existe una
regulación legal del secreto profesional de los periodistas los cuales, no obstante,
podrán invocar la eficacia directa de los derechos fundamentales. También existen
códigos deontológicos de los periodistas que establecen algunas pautas. La STEDH de
27 de marzo de 1996, Caso Goodwin contra Reino Unido, ampara a un periodista que
fue multado por no desvelar la identidad de su confidente tras haber publicado ciertas
informaciones sobre la situación financiera de una empresa que habían sido obtenidas a
partir de informes confidenciales internos, si bien se advierte que el secreto no es un
derecho absoluto y puede ceder por razones de interés público de especial gravedad.
6. DERECHO DE RECTIFICACIÓN
Ejercicio del derecho: el escrito de rectificación. Toda persona natural o jurídica tiene
derecho a rectificar la información difundida por cualquier medio de comunicación
social sobre hechos que le aludan, que considere inexactos y cuya divulgación pueda
causarle perjuicio. Así se define el derecho por la Ley Orgánica 2/1984, de 26 de marzo
reguladora del derecho de rectificación (artículo 1). Pueden ejercitar el derecho la
persona aludida o su representante, y sus herederos o sus representantes si aquél
hubiere fallecido. El ejercicio de este derecho apenas reclama formalidades. Basta con
remitir un escrito de rectificación al director del medio de comunicación dentro de un
plazo de siete días naturales desde la publicación. Su extensión no debe exceder la de la
información que se desea rectificar, pero puede justificarse la necesidad de una mayor
extensión. La rectificación debe limitarse a los hechos que se desea rectificar y su
publicación será gratuita. El medio de comunicación debe publicar íntegramente la
rectificación dentro de los tres días siguientes a su recepción, con una relevancia
semejante a la información inicial y sin añadir comentarios ni apostillas. Pero la Ley
permite que excepcionalmente se difunda en el número siguiente de la publicación, y si
se trata de un medio de radiodifusión que no permita la rectificación en un tiempo tan
breve, que se haga en un espacio de relevancia y audiencia semejantes.
¿Libertad literaria y artística versus libertad científica y técnica? Por otro lado, pueden
distinguirse estos dos sectores de la actividad creativa que entrañan dominios distintos
de la libertad de expresión con especificidades propias. La libertad literaria, la
literatura, ha estado muy estrechamente ligada a la libertad de imprenta como origen de
las libertades de expresión e información p.ej. en las obras de John Milton o Voltaire. La
creación artística debe, por su parte, merecer una protección amplia que englobe
manifestaciones u objetos muy variados como son la pintura, el cine, la música, la
escultura, la arquitectura, etc. Las libertades científica y técnica tienen, por el contrario,
una dimensión más práctica o aplicativa. Mas, probablemente, este enfoque no permita
avanzar en la comprensión del fenómeno, pues lo relevante es la amplitud de una
protección constitucional omnicomprensiva del proceso creativo de las personas a
través de todos estos objetos u otros análogos. No obstante, se ha hablado de una
protección reforzada del debate científico en alguna ocasión. Así lo sostuvo la STC
43/2004, un caso sobre un documental acerca de la Guerra Civil, donde se dijo que la
libertad científica –aquí el debate histórico– disfruta en la Constitución de “una
protección acrecida respecto de las que opera para las libertades de expresión e
información”; entre otras razones, primero, porque respecto del pasado no pueden
esgrimirse derechos fundamentales de los fallecidos con la misma intensidad con la que
se opone la dignidad de los vivos; y, segundo, porque debe hacerse posible la
investigación histórica, debiendo prevalecer sobre el derecho al honor de las personas.
Límites y colisiones con otros derechos. No obstante, esta libertad de creación puede
verse razonablemente limitada por el ejercicio de otros derechos de terceras personas
como son el derecho al honor, la intimidad, la imagen e incluso otros derechos. Una
ponderación judicial constitucionalmente adecuada puede resolver los conflictos. Pero
no siempre será sencillo. El TEDH, en el Caso Wingrove contra el Reino Unido, de 25
de noviembre de 1996, enjuició la prohibición de difusión de un vídeo “Visiones del
éxtasis” que representaba a Santa Teresa de Ávila, escasamente vestida y con aspecto
desaliñado, sin apenas conciencia, junto a un cáliz y, en una segunda escena, junto a una
segunda mujer que representaba su psique y a la que besaba. Un comité británico del
Ministerio del Interior prohibió la clasificación y difusión del corto. El TEDH rechazó la
demanda de amparo del director, por mayoría de votos, razonando que la blasfemia
estaba prohibida por la ley británica, y que la interferencia perseguía una finalidad
legítima, la protección de los sentimientos religiosos; respecto de la necesidad de la
medida en una sociedad democrática, se dijo que las leyes británicas no prohíben las
visiones hostiles de la religión cristiana, pero que este video exploraba una visión erótica
e incluso pornográfica que podía percibirse como un insulto a las creencias religiosas.
Sin embargo, la sentencia alberga varios votos disidentes y concurrentes; uno de ellos se
plantea incluso la tipificación penal de la blasfemia o que sólo se proteja a algunas
religiones; y otro recuerda que la libertad de expresión ampara manifestaciones
chocantes o molestas para la mayoría de una comunidad. Puede verse también el Caso
Instituto Otto Preminger contra Austria, de 20 de septiembre de 1994, sobre una
película que narraba una tragedia satírica ubicada en el cielo –con referencias a la sífilis
como castigo divino– cuya visión fue igualmente prohibida por constituir un ataque a la
religión católica y para asegurar la paz social en el Tirol. El TEDH aceptó la existencia
de un margen de apreciación nacional.
BIBLIOGRAFÍA
(1) Agradezco las aportaciones a esta lección de Rafael Bustos Gisbert, Vicente Navarro Marchante y Germán
Teruel Lozano.
14 SEP 2023
Lecciones de Derecho Constitucional. 1ª ed., agosto 2023
PARTE SEGUNDA LOS DERECHOS FUNDAMENTALES
LECCIÓN 21.ª LIBERTADES DE REUNIÓN Y ASOCIACIÓN. LOS PARTIDOS POLÍTICOS
LECCIÓN 21.ª
Derechos políticos. También otros derechos fundamentales están relacionados con los
que nos ocupan en cuanto pueden comprenderse como derechos políticos, si sirven a esa
finalidad, así las libertades de expresión e información y, en menor medida, el derecho
de petición que será estudiado en otra lección. El derecho de reunión y manifestación es
un derecho instrumental de otros derechos, singularmente, la libertad de expresión y el
derecho de participación política. Igualmente debe precisarse que las libertades de
reunión y de asociación pueden ejercerse con fines distintos a los políticos, para
cualesquiera otras actividades donde se desarrolla la personalidad de un conjunto de
individuos y se satisfacen sus intereses privados o difusos y generales. La dimensión
política de estas dos libertades que nos ocupan no es la única, pero sí la más importante
por su incidencia en la vida de un Estado democrático.
2. EL DERECHO DE REUNIÓN
Sujetos. El artículo 21.1 CE establece que “se reconoce el derecho de reunión pacífica y
sin armas. El ejercicio de este derecho no necesita autorización previa”. La oración
impersonal con ausencia de sujeto obliga a pensar que no se limitan los sujetos. También
la naturaleza de esta libertad, ligada a las personas y a la condición humana que es
social, solidaria y fundada en la cooperación. Ambas razones determinan que sean
titulares del derecho las personas físicas, ya sean españoles o extranjeros, y las personas
jurídicas. La Ley Orgánica 9/1983, de 15 de julio, reguladora del derecho de reunión en
su artículo 4 reconoce expresamente a las personas como posibles organizadoras o
promotoras de manifestaciones y reuniones, a la vez exige que se hallen en pleno
ejercicio de sus derechos civiles, y hace a los organizadores responsables del buen
orden. De forma complementaria, la Ley Orgánica 4/2000 sobre derechos y libertades de
los extranjeros en la redacción dada por la Ley Orgánica 9/2009, de 11 de diciembre, en
su artículo 7.1 reconoce la titularidad del derecho a los extranjeros “en las mismas
condiciones que los españoles”.
Invalidez de las restricciones a los extranjeros. Así algunos intentos de restringir los
derechos de asociación y reunión para los extranjeros en la ley de extranjería no fueron
avalados por la jurisprudencia constitucional al no considerarse medidas necesarias en
una sociedad democrática. Los extranjeros pueden reunirse y asociarse. La STC
115/1987 declaró inconstitucional la exigencia legal de que los extranjeros solicitasen
autorización para todo tipo de reuniones. Más tarde, la STC 236/2007 declaró
inconstitucional otra restricción, la exclusión de los derecho de reunión y asociación
para quienes carecieran de permiso de estancia y residencia y se hallaran en una
situación irregular o ilegal. El TC puso en conexión el derecho de reunión con la
dignidad humana y con la indefectible libertad de expresión y entendió que el legislador
puede establecer condicionamientos adicionales o modulaciones ex artículo 13 CE, pero
no excluir o negar el derecho.
La diferencia con los derechos colectivos. Pero, en nuestros días, no puede confundirse
con los llamados “derechos colectivos” como son los derechos de los pueblos indígenas
en Iberoamérica: el derecho de propiedad comunal de las tierras ancestrales, el derecho
de consulta, o la justicia consuetudinaria. Porque estos otros derechos son de titularidad
colectiva y corresponden a las comunidades y pueblos indígenas y no pueden
considerarse de titularidad individual. Aquí surgen algunos problemas, entre otros, los
derivados de colisiones entre las voluntades individuales y las comunitarias. Sobre todo,
se fundan en unos paradigmas culturales en su origen muy diversos al fundamento
individualista del constitucionalismo y es por ello preciso modular a la vez los valores del
constitucionalismo y de las culturas indígenas para acomodarlos y hacerlos compatibles.
Concepto y elementos de una reunión. Una definición tradicional consiste en decir que la
reunión es una manifestación colectiva de la libertad de expresión ejercitada a través de
una asociación transitoria. Un derecho intermedio entre la libertad de expresión y el
derecho de asociación. Pero es técnicamente mucho más acertada la definición que
aporta la Ley Orgánica 9/1983, de 15 de julio, reguladora del derecho de reunión, en su
artículo 1.2: “se entiende por reunión la concurrencia concertada y temporal de más de
veinte personas con finalidad determinada”. Una descripción legal lacónica y precisa.
Esta definición fue interpretada en una sentencia de referencia, la STC 85/1988, el Caso
Asociación Asturiana de Defensa de la Vida (ADEVIDA). Una asociación
antiabortista realizó una “cuestación” con unas mesas petitorias en Oviedo y el
Delegado del Gobierno rechazó la autorización, aduciendo que esta institución no venía
reconocida por el derecho de reunión según el desarrollo legal de la Ley Orgánica
9/1983. El asunto permitió al TC interpretar los elementos que integran la definición de
reunión al diferenciarla de una cuestación:
Toda reunión o manifestación tiene por objeto una finalidad. Pero debe ser una finalidad
lícita –afirmó el TC– según está implícito o inmanente en la misma idea de ordenamiento
jurídico. No en balde, el artículo 21 CE en sus dos apartados exige primero que la
reunión sea pacífica y sin armas, y que las manifestaciones se realicen sin alteraciones
del orden público con peligro para personas o bienes. No obstante, otro tipo de fines
ilícitos deben considerarse igualmente prohibidos: son asociaciones ilícitas las así
tipificadas por las leyes penales. El artículo 513 del Código Penal establece que son
punibles las reuniones o manifestaciones ilícitas y tienen tal consideración las que se
celebren con el fin de cometer algún delito, y aquéllas en las que concurran personas
con armas, artefactos explosivos u objetos contundentes. Es precisa una interpretación
estricta o restrictiva de la ilicitud o ilegitimidad de las finalidades que puedan llevar a
prohibir reuniones y manifestaciones. Así deben aceptarse reuniones o manifestaciones
con fines que puedan considerarse molestos o chocantes para la mayorías social, pero
que no generen problemas de orden público democrático.
Pero el fin de la reunión no es el único contenido esencial del derecho, pues dichos fines
pueden ser realizados también mediante el derecho de asociación.
El Fuero de los Españoles (artículo 16) de 1945, aprobado durante la Dictadura del
General Franco, reconocía nominalmente que los españoles podían reunirse y asociarse
libremente de acuerdo con lo establecido por las leyes. Pero fue un reconocimiento
semántico o falseado. Desde el primer momento, una Orden de 1939 introdujo la
necesidad de autorización previa y se preveían sanciones penales en la Ley de Orden
Público y en el Código Penal.
Pero, junto a esta delimitación positiva, cabe asimismo una delimitación negativa, ya el
artículo 7 de la Ley de 1880 seguía esta técnica. La propia Ley Orgánica reguladora
(artículo 2) excluye de su ámbito de aplicación una serie de reuniones que pueden
realizarse sin sujeción a la misma y que celebren: las personas físicas en sus propios
domicilios; en locales públicos o privados por razones familiares o de amistad; los
partidos políticos, los sindicatos, organizaciones empresariales, asociaciones,
comunidades de propietarios y otras entidades legalmente constituidas y en lugares
cerrados; los profesionales con sus clientes en lugares cerrados para los fines propios de
su profesión; en unidades, buques y recintos militares que se regirán por su legislación
específica.
Acosos sanitarios a centros. Una cuestión me parece que distinta a los escraches, pues
no se realiza en domicilios privados, pero que posee algunas similitudes, son los acosos
sanitarios. Se trata de insultos, amenazas, coacciones, intimidaciones u hostigamientos
en centros sanitarios donde las mujeres interrumpen voluntariamente sus embarazos,
obstaculizando el ejercicio del derecho de la mujer a interrumpir libremente la gestación
en las primeras catorce semanas. La Ley Orgánica 4/2022, de 12 de abril, modificó el
Código Penal para penalizar este acoso.
Protección penal frente a las obstrucciones al ejercicio del derecho de reunión. Este
derecho goza de una protección penal y está tipificado como delito (artículos 514.4 y 540
del Código Penal) impedir el ejercicio legítimo de este derecho, o perturbar gravemente
el desarrollo de una reunión o manifestación lícita, también la autoridad o funcionario
público que prohíba una reunión pacífica o la disuelva fuera de los casos expresamente
permitidos por las Ley.
Reuniones pacíficas y sin armas. La Constitución exige que las reuniones sean pacíficas
y sin armas. Una cláusula tradicional. Supone un grave indicio de alteraciones del orden
público y del carácter violento de la manifestación. Debe entenderse por “armas”
cualquier objeto susceptible de producir un daño físico, ya se ha dicho que el artículo
513 del Código Penal habla de “objetos contundentes”. Quien usa la fuerza o la violencia
no se está manifestando ni ejerciendo su libertad de reunión y manifestación: su acción
cae extramuros del objeto del derecho.
En el mismo sentido garantista, existe una clara y reiterada jurisprudencia del TEDH, en
particular respecto de Turquía, que indica que no puede usarse diversas formas de
violencia (uso de tanques, gas mostaza, armas o violencia desproporcionada) para
disolver manifestaciones pacíficas. El uso de la fuerza en estos casos debe ser siempre
proporcionado a la amenaza. Recordemos la mencionada experiencia de los
concentrados en la Puerta del Sol el 15 M de 2011 donde no fueron desalojados por la
fuerza, pese a la resolución de la Junta Electoral Central que declaraba ilegal la
concentración. Pero ha habido otras ocasiones en que no se ha seguido el mismo
prudente criterio.
3. EL DERECHO DE ASOCIACIÓN
Por estas mismas razones, los Estados y los movimientos totalitarios pretenden dominar
la sociedad e interferir en la vida de sus asociaciones de cualquier tipo, no
contentándose con ocupar el Estado.
Sin llegar a esos extremos, pero igualmente por recelo o desconfianza hacia esta
libertad, las Constituciones del XIX impusieron serias restricciones constitucionales a
las asociaciones. Aunque el derecho se reconoció formalmente en las Constituciones de
1869 (artículo 17) y 1876 (artículo 13), se veía sometido a controles políticos por la
autoridad gubernativa, que se reservaba facultades de suspensión y disolución.
No todos los contenidos de la actual Ley Orgánica tienen rango de ley orgánica
(Disposición Final Primera) en cuanto desarrollo directo del derecho fundamental. Pero
entre los que tienen rango de ley ordinaria algunos son también de aplicación directa en
todo el Estado bien por considerarse condiciones básicas que garanticen la igualdad en
el ejercicio de los derechos por todos los españoles (artículo 149.1.1 CE), o legislación
procesal (artículo 149.1.6 CE), o Hacienda General (artículo 149.1, 14 CE), y los
restantes preceptos se aplican a las asociaciones de ámbito estatal. Salvo los preceptos
con rango orgánico que se aplican directamente, la ley tiene carácter supletorio. La Ley
Orgánica fue revisada en su constitucionalidad por la STC 133/2006.
En efecto, el TC pronto dejó claro, en una de sus primera sentencias (STC 3/1981), que
las previsiones del artículo 22 CE se aplican a estas formas específicas de asociación al
admitir un recurso de amparo constitucional por el PCE Marxista Leninista respecto
de la negativa a inscribir en el registro a este partido político. El artículo 22 CE –se dijo–
no excluye a las asociaciones que tengan finalidad política.
La Ley Orgánica se aplica a todas las asociaciones que no tengan ánimo de lucro y no
estén sometidas a un régimen asociativo específico. Junto a esta delimitación positiva, el
artículo 1 de la Ley Orgánica hace también una delimitación negativa según la cual se
excluyen de su ámbito de aplicación además de esa asociaciones de relevancia
constitucional ya mencionadas que regulan leyes especiales, otras que se mencionan en
el apartado 4 del artículo 1: las comunidades de bienes y propietarios, las entidades que
se rijan por las disposiciones relativas al contrato de sociedad, cooperativas y
mutualidades, así como las uniones temporales de empresas y las agrupaciones de
interés económico.
La jurisprudencia del TC ha asumido esa dimensión negativa sin perjuicio de que haya
habido matizaciones respecto de las corporaciones de Derecho público. También lo ha
hecho el TEDH pese a algunas dudas iniciales en materia sindical respecto de los
llamados acuerdos de sindicación obligatoria o closed shop. El Estatuto de Centros
Escolares de 1980 imponía que en cada centro hubiere una única asociación de padres y
madres de alumnos a través de la cual se ejerciera la participación en los órganos
colegiados. La Ley no imponía a los padres el deber de asociarse, pero condicionaba el
ejercicio de los derechos educativos de los padres según el artículo 27 CE a la
pertenencia a dicha asociación. El TC declaró esta inconstitucional esta imposición legal
(STC 5/1981), reconociendo que el derecho de asociación incluye una faceta negativa: el
derecho a no asociarse. Se apoyó en sentencias de los tribunales constitucionales
alemán e italiano. Los padres pueden ser elegidos en los órganos colegiados de centro
sin necesidad de cauces asociativos.
La única excepción fue, hasta 2010, las Cámaras de Comercio, que poseen una
naturaleza mixta entre lo público y lo privado pues eran corporaciones de Derecho
público con base asociativa, y se imponía la adscripción forzosa para poder cumplir sus
fines públicos, siempre y cuando no se limitara la pertenencia de sus miembros a otras
asociaciones (STC 113/1994, Cámaras de Propiedad Urbana; STC 179/1994, Cámaras de
Comercio I; STC 107/1996, Cámaras de Comercio II). Las Cámaras, al ser corporaciones
de Derecho público, eran creadas por ley y no por pacto asociativo. La Ley 4/2014, de 1
de abril, Básica de las Cámaras Oficiales de Comercio, Industria, Servicios y Navegación
estableció una nueva regulación, pero mantiene la adscripción universal de todas las
empresas a las Cámaras. Siguen ejerciendo funciones públicas y colaboran con las
Administraciones públicas, pueden jugar como ventanillas obligatorias, y se mantiene la
adscripción, pero ya no se desprende obligación económica alguna, el llamado recurso
cameral. Existen leyes de desarrollo de las CCAA.
La incorporación constitucional de los partidos políticos. La actitud del Estado hacia los
partidos políticos ha pasado por distintas fases según describió Hans Triepel de forma
clásica. Primero, una fase de antagonismo, típica del recién nacido Estado liberal,
porque entre la nación y los individuos no podía haber grupo intermedios, herencias de
los antiguos gremios y corporaciones de la sociedad estamental de la que se salía. Una
segunda etapa de ignorancia o tolerancia de hecho, sobrevenida en el tiempo dado lo
inevitable de las asociaciones políticas. Después, su legalización en normas de rango
legal. Finalmente, una fase de incorporación constitucional en la que la recepción de los
partidos políticos en la Constitución se vincula al cumplimiento de unas funciones
constitucionales, y se reconoce en las leyes su financiación pública.
Los partidos como sujetos electorales. Los partidos actúan en la sociedad civil reducen
la complejidad social, agrupan opiniones e intereses, seleccionan problemas y
determinan fines de la acción del Estado u orientación política, y los plasman en
programas políticos que presentan a las elecciones regularmente y, en su caso, pasan a
ser programas de gobierno. De esta manera, contribuyen a la participación política de
los ciudadanos en los asuntos públicos a través de representantes (artículo 23.2 CE) y a
la formación de la voluntad popular –que no existe previamente como en la
representación jurídica o de Derecho privado sino que se construye por los
representantes– y la de los órganos del Estado. Los partidos presentan candidaturas a
los procesos electorales, adoptan un papel decisivo en los mismos, y movilizan al
electorado en campañas electorales para que exprese su voto. La presentación de
candidaturas por parte de un partido político marca una diferencia fundamental
respecto de otras asociaciones o formaciones sociales. Es un requisito esencial, que
caracteriza e identifica a un partido frente a otras asociaciones políticas, su
participación en las campañas electorales. Podría por eso quizás pensarse en que
desaparecieran del amplio elenco de partidos inscritos en el Registro los que no
concurran reiteradamente a las elecciones. Los partidos, por definición, luchan por
alcanzar el poder o, cuando menos, incidir en su ejercicio.
Régimen jurídico de los partidos políticos. Viene recogido en la Ley Orgánica 6/2002, de
27 de junio, de Partidos Políticos, que desarrolla el artículo 6 CE, un precepto que,
además de recoger sus funciones, establece que su “creación y el ejercicio de la
actividad de los partidos políticos son libres dentro del respeto de la Constitución y la
ley. Su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos”.
La inscripción en el registro. Los partidos nacen con el mero acuerdo fundacional entre
sus promotores, pero la Ley establece que adquieren personalidad jurídica tras la
inscripción en el Registro de Partidos Políticos del Ministerio del Interior. Algunos
autores han escrito que este registro, creado en la transición a la democracia, acaso
debería depender de la Junta Electoral Central para asegurarnos de su independencia,
pero, a la vista de sus restringidas funciones y que no ha habido grandes conflictos en la
práctica, no parece una reforma urgente. Para inscribir un partido, sus promotores
deben presentar el acta fundacional que contiene, entre otros documentos, los estatutos
por los que ha de regirse el mismo. La inscripción debe realizarse por el Registro en los
veinte días siguientes a la presentación de la documentación, mas el plazo puede
suspenderse si se inicia un procedimiento de examen de los requisitos de la inscripción.
Salvo en el caso de que se produzca la suspensión, se entenderá inscrito el partido al
transcurrir dicho plazo sin recibir respuesta. Desde el momento de la inscripción, se
producen diversos efectos como son la adquisición de la personalidad jurídica, la
publicidad de la constitución y de los estatutos, y otros efectos para terceros y los
afiliados. Esta publicidad es muy relevante para unas asociaciones que ejercen
funciones de naturaleza pública particularmente en las elecciones.
Derechos individuales y deberes de los afiliados. Los estatutos de los partidos políticos,
dice la Ley, “podrán establecer diferentes modalidades de afiliación en función del nivel
de vinculación al partido político. Los afiliados de una misma modalidad tendrán iguales
derechos y deberes”. Sin embargo, a la hora de detallar los derechos de los militantes
(artículo 8.4), simplemente se refiere: al derecho a participar en las actividades del
partido y a ejercer el voto; a ser electores y elegibles para los cargos del partido; a ser
informados acerca de la composición y decisiones de los órganos directivos, así como
sobre las actividades y situación económica del partido; a impugnar los acuerdos; a
disponer de las garantías de un procedimiento sancionador justo y, en su caso, a un
recurso interno frente a las sanciones impuestas. Estas previsiones legales no parecen
suficientes. No se hace v.gr. referencia a la libertad de expresión –reforzada por la
libertad ideológica– en el seno de las organizaciones partidarias ni a la legitimidad de los
debates internos en el seno del partido a la hora de tomar decisiones con procedimientos
deliberativos y participativos. Tampoco se regula un eventual derecho a la formación
política en el seno del partido que es esencial para preparar ciudadanos a la altura de
asumir funciones como representantes. Es preocupante, porque disociar la capacidad
para ser representante, y en particular parlamentario, de la capacitación y
especialización, y ligarla simplemente a la lealtad o disciplina de partido y la militancia,
no encaja con la justificación del parlamentarismo, y me parece un desatino y el origen
de muchos males de nuestra democracia de partidos. Dada la obstinación de la
jurisprudencia constitucional en otorgar protección únicamente a los derechos
legalmente configurados, abdicando de una interpretación constitucional, debe
remarcarse la relevancia de estas carencias legales. Por otro lado, tanto el derecho a
afiliarse, que supone la capacidad de influir políticamente, como el de permanecer en el
partido, o la igualdad de oportunidades merecen una regulación mayor.
El alcance del control judicial de los derechos de los afiliados. Por el contrario, la
sentencia de la Sala de lo Civil del Tribunal Supremo, 412/2020 de 7 de julio, anuló el
acuerdo de expulsión de unos militantes de un partido, titulares de cargos públicos
representativos, por votar en un parlamento foral en sentido contrario a las
instrucciones del partido, ponderando su libertad de expresión y el derecho de los
cargos públicos representativos a un mandato libre y no vinculado, y al estimar la
sanción de expulsión como desproporcionada. Esta sentencia muy correcta, está atenta
a preservar la democracia interna en el debate partidario desde un entendimiento real y
efectivo de los derechos políticos que es el único conforme con el Convenio Europeo de
Derechos Humanos. Parece abrir la puerta a un control más intenso de los derechos de
los afiliados: no sólo un control de mínimos sobre la regularidad del procedimiento, que
puede entenderse como una restricción indebida en la tutela de los derechos
fundamentales y del mandato constitucional de democracia interna, en provecho de una
capacidad absoluta de autoorganización, desprovista de límites. Los derechos de
participación política deben recibir una interpretación real y efectiva y el control judicial
de estos derechos políticos no puede ser mínimo.
Financiación privada. La financiación privada puede adoptar diversas formas que la Ley
Orgánica de financiación enumera: a) las cuotas y aportaciones de sus afiliados; b) los
rendimientos de las actividades propias del partido y de la gestión de su propio
patrimonio y los beneficios procedentes de sus actividades o servicios; c) las donaciones,
herencias o legados que reciban; y d) los préstamos o créditos.
Cuotas y aportaciones. Los partidos políticos pueden recibir, de acuerdo con sus
estatutos, cuotas y aportaciones de sus afiliados sin límite alguno. Ambas tienen una
bonificación tributaria a fin de promover la afiliación. Se considerarán “aportaciones”
las efectuadas por personas que tengan la condición de altos cargos y cedan una parte
de sus retribuciones. No obstante, el nivel de afiliación es muy bajo y las cuotas no
representan un gran porcentaje de la financiación.
Financiación electoral privada. Las personas físicas y jurídicas pueden donar ciertas
cantidades a un partido que concurra a las elecciones, con algunas limitaciones. Las
donaciones no pueden ser anónimas. Pero la parte más relevante son los créditos
financieros, ya que solo se adelanta el 30% de las subvenciones electorales.
Límites a los gastos electorales. De un lado, se restringen las actividades a las que
pueden destinarse dinero. Por otro, se limitan las cantidades que se pueden dedicar a la
realización de actos de campaña electoral. En efecto, la LOREG fija una cifra de dinero
máxima que se calcula en función de una cantidad por habitante en cada circunscripción
electoral, y varía según el tipo de proceso electoral.
El control de la financiación pública. Se prevé que los partidos políticos que reciban
financiación pública tendrán que informar sobre sus actividades y campañas electorales.
Asimismo se establece la necesidad de establecer mecanismos de auditoría interna y
fiscalización. Además, en 2012, se ha incorporado a la Ley Orgánica de Financiación un
listado de infracciones, otorgándose al Tribunal de Cuentas la potestad para imponer
sanciones.
Controles internos y externos. Los partidos deben contar con un control interno que
garantice una adecuada intervención y contabilidad de los gastos. El informe de esta
auditoría debe presentarse al Tribunal de Cuentas. De manera, que se erige al partido
en el primer responsable del cumplimiento de las normas sobre financiación. El control
externo corresponde posteriormente al Tribunal de Cuentas, sin perjuicio de la
fiscalización tanto por la Administración electoral como por los órganos de control
externo de las Comunidades Autónomas.
Debilidad del control externo. Dentro de los doscientos días posteriores a las elecciones,
el Tribunal de Cuentas entrega un informe sobre la contabilidad presentada. En el caso
de que se hubieran apreciado irregularidades, puede iniciarse un procedimiento
sancionador y proponer la no concesión o la reducción de la subvención. Desde 2015, si
se constata que se han superado los límites legales, puede imponerse también una
sanción. Si se adviertan indicios de conductas delictivas, se comunica al Ministerio
Fiscal. Pero Miguel Pérez Moneo remarca la falta de un control eficaz de las cuentas de
los partidos tanto por las insuficiencias que padecen los órganos de control como por las
deficiencias normativas. Una cuestión clave, porque de ella depende en buena medida la
corrupción política.
(1) Agradezco las aportaciones a esta lección de Miguel Pérez Moneo Agapito.
© 2023 [Editorial Aranzadi S.A.U. / Javier García Roca] © Portada: Editorial Aranzadi S.A.U.
14 SEP 2023
Lecciones de
Derecho
Constitucional.
1ª ed., agosto
2023
ARANZADI
LECCIÓN 22.ª
Tipos de referendos. El instrumento acaso más importante, pero muy controvertido, son
los referendos, que vuelven a estar de moda en la cultura del constitucionalismo, pese a
que su uso arroja muchas dudas y su puesta en marcha depende de la cultura política de
cada país. La Constitución contempla cuatro variantes: de reforma constitucional
(artículos 167 y 168 CE); de aprobación y de reforma de los Estatutos de Autonomía
(artículos 151, 152 y DT 4.ª), y consultivo sobre decisiones políticas de especial
trascendencia política (artículo 92 CE). Los tres primeros son objeto de exposición,
respectivamente, al hablar de la reforma de la Constitución y de los Estatutos de
Autonomía, y nos ocuparemos ahora del último.
Tercero, ¿qué quiere decir consultivo? Un lectura literal indica, a primera vista, que se
desechan los efectos jurídicamente vinculantes, ya que el referéndum se califica como
consultivo. Se deja pues un amplio margen a los órganos constitucionales para valorar la
manera de implementar la decisión adoptada por el pueblo en el referendo. Ahora bien,
la afirmación no puede exagerarse y si el pueblo en el ejercicio de su soberanía (artículo
1.2 CE) adoptara una decisión, debe producirse una leal vinculación política y una
obligación de cumplimiento por parte de los poderes públicos que deban ejecutar y
especificar esa decisión, y no podría abrogarse o incumplirse en trámite de ejecución.
Entre uno y otro linde, mucho me temo que queda en ocasiones un amplio espacio.
La naturaleza jurídica del sufragio activo como derecho fundamental de los ciudadanos y
no como deber constitucional o función del cuerpo electoral. En Derecho comparado y
en la doctrina científica se ha discutido mucho tiempo si el sufragio debe considerarse
un derecho fundamental, un deber constitucional o una función del cuerpo electoral. La
respuesta a esta alternativa con tres opciones depende de las concretas normas de cada
país y en España es un derecho. Pero el debate tiene gran calado teórico. En Europa,
tiende a considerarse mayoritariamente un derecho subjetivo con rango fundamental,
salvo en algunos países como Italia, y fue también un deber en España bajo las Leyes
Fundamentales de la Dictadura. El CEDH (artículo 3 del Protocolo 1) y la CDFUE
(artículos 39 y 40) reconocen el sufragio como un derecho.
Más problemática aún me parece la consideración del sufragio como una función del
cuerpo electoral, una tesis hoy obsoleta. La Constitución española no reconoce el cuerpo
electoral, sino que atribuye el sufragio como derecho individual a cada ciudadano y este
entendimiento refuerza a cada sujeto frente a restricciones indebidas. Las tesis
organicistas estuvieron ligadas antaño al sufragio censitario y a la restricción del
sufragio, beneficiando a quienes más contribuían al bienestar de la nación por su
capacidad o patrimonio. Esta tesis casa mal con el sufragio universal y puede ser
peligrosa. En el debate provocado por la STEDH sobre el Caso Hirst (n.º 2) contra el
Reino Unido, de 6 de octubre de 2005, y la larga saga de sentencias posteriores, sobre
el reconocimiento del derecho de sufragio activo a los presos sin exclusiones
automáticas, y la incomprensible oposición al cumplimiento de este muy razonable
estándar convencional por el Reino Unido, el Primer Ministro Sr. Cameron decía
“ponerse enfermo” por la imposición de ese reconocimiento. Probablemente subyace en
el conflicto una consideración clasista sobre los presos por parte de una vieja sociedad
establecida, que desdeña el derecho a la integración social que modernamente la pena
cumple para los presos. La medida, la exclusión del sufragio, no es necesaria en una
sociedad democrática y viola el derecho fundamental del preso.
Las campañas institucionales no pueden promover la participación frente a la
abstención. Por otra parte, que los poderes públicos puedan fomentar la participación en
las elecciones y la lucha contra la abstención (STC 208/1989), no quiere decir que sea
una medida necesaria imponer el sufragio como un deber, basta con la propaganda
institucional. Así, en la mencionada STC 208/1989 se admitió la propaganda a favor de la
participación en las elecciones a los órganos de representación de una empresa,
actuación que reprochaba un sindicato (la CNT) que propugnaba la abstención. Sin
embargo, la Junta Electoral Central en su Instrucción 2/2011, de 24 de marzo, interpretó
el artículo 50 LOREG afirmando que los poderes públicos no puede realizarse una
campaña de fomento de la participación de los electores en la votación. Pues los poderes
públicos deben garantizar un marco de neutralidad en el que el ciudadano puede decidir,
con absoluta libertad, los términos de su participación, incluyendo la “abstención
política”, aunque pueden informar adecuadamente sobre la votación para impedir la
llamada “abstención técnica”.
Los ciudadanos como titulares. Los titulares de estos derechos de participación son los
ciudadanos, es decir, quienes ostentan la nacionalidad española y tienen mayoría de
edad política. El status de la ciudadanía es tradicionalmente distinto en el
constitucionalismo liberal al de la persona (véase el artículo 6 de la Déclaration des
droits de l’homme et citoyen de 1789). Un estatuto que se encuentra actualmente en una
profunda transformación democrática, aún no finalizada, para hacer progresivamente
coincidir la ciudadanía con quien participa en los asuntos públicos de una comunidad
política, incluyendo a los extranjeros residentes, y los ciudadanos de Estados miembros
de la Unión Europea. Esta idea de ciudadanía ya estaba en el mundo antiguo, en
romanos y griegos, y en algunos clásicos del constitucionalismo como Rudolf Smend que
contraponían la idea de ciudadano frente al propietario o el burgués.
Normas de Derecho Internacional y del constitucionalismo europeo. Son preceptos
análogos el artículo 33.2 de la Ley Fundamental de Bonn, el artículo 97 párrafo 3.º de la
Constitución italiana y el artículo 48 de la Constitución portuguesa. El artículo 23 CE es
pues un precepto que se inserta en las tradiciones constitucionales europeas, y que
recibe la influencia de disposiciones internacionales como son el artículo 25 del Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos y el artículo 21 de la Declaración Universal
de Derechos Humanos, y normas europeas como son el artículo 3 Protocolo 1 del
Convenio Europeo de Derechos Humanos y el artículo 39 y ss Carta de Derechos
Fundamentales de la Unión Europea. Hay una interconexión entre estos preceptos y sus
respectivas jurisprudencias.
¿De qué igualdad habla el artículo 23? Ya sabemos que la igualdad es un rompecabezas,
pues engloba un conjunto de reglas y principios de compleja selección y cuya aplicación
puede producir resultados contrapuestos. Toda igualdad recibe su sentido mediante una
posible desigualdad. La igualdad del artículo 23.2 no es superflua respecto de la
genérica igualdad del artículo 14 CE, como llegó apresuradamente a decirse al principio
por algún autor, sino una regla muy específica, y por eso se aplica cuando no esté en
juego ninguno de los supuestos de discriminación expresamente vedados en dicho
artículo 14 CE. Es un tipo de igualdad que se proyecta sobre un objeto reducido,
empleos y cargos públicos, que combina exigencias de legalidad y regularidad en el
acceso con las típicas de toda igualdad: leyes generales y abstractas, desprovistas de
toda discriminación personal, y aplicadas de forma igual a todos sus destinatarios.
Según la jurisprudencia constitucional, es una igualdad normativa o en la ley, que se
proyecta también en fase de su aplicación por las administraciones y tribunales. Me
parece que muy excepcionalmente podría ser una igualdad real o material, algo que no
creo pueda descartarse sin mayores razones, pero es una posición que no acoge todavía
la jurisprudencia constitucional española. Para los cargos públicos representativos, el
combinado igualdad más representación más ius in officium lleva a efectuar un juicio de
regularidad de sus atribuciones y derechos funcionales, revisando la interpositio
legislatoris que se efectúa en los Reglamentos parlamentarios o en las leyes electorales.
Configura una regla de procedimiento democrático entre mayoría y minorías.
Derecho reaccional. Los derechos de acceso a los cargos y funciones públicas son
verdaderos derechos subjetivos de los ciudadanos y, como tales, son derechos
reaccionales y permiten impugnar ante la jurisdicción ordinaria y la constitucional una
norma que quiebre la igualdad (STC 50/1986). La atribución a los ciudadanos de este
derecho permite corregir los actos del poder que hayan impedido o menoscabado el
acceso en condiciones igualitarias y de conformidad con lo dispuesto en las leyes,
abriendo vías a favor de aquél para quien antes se cerraron de modo irregular (STC
82/1987). Cuando se trata de cargos funcionariales es un derecho puramente reaccional,
pero respecto de los cargos públicos representativos permite discutir, además de la
igualdad, otro tipo de inadecuaciones (STC 24/1990 y ATC 191/1991).
Triple dimensión: acceso, permanencia, ejercicio. Desde los años ochenta, el “acceso” al
cargo conlleva el derecho a “permanecer”, sin ser cesado salvo por causas justificables y
legalmente previstas, con la finalidad de preservar la voluntad popular expresada en
elecciones, y también a ejercer las facultades del mismo sin perturbaciones ilegítimas:
un verdadero ius in officium (SSTC 5/1983, 32/1985, 44/1995…). El derecho alberga, por
tanto, una triple dimensión, que sólo se comprende desde una perspectiva realista con la
finalidad de permitir al parlamentario construir la relación de representación política. El
Tribunal no se ha contentado –acertadamente aquí– con una interpretación literal.
Regularidad de la elección y ius in officium. Existe una rica jurisprudencia que arranca
de los parlamentarios en Cortes Generales o en Asambleas territoriales, como
paradigma, pero se ha aplicado también a cargos locales sobre todo por los órganos de
la jurisdicción contencioso-administrativa, en ella el TC ha protegido un doble espacio
sobre el que se proyecta el derecho. Primero, la igualdad en el acceso mediante
elecciones, que ha acabado erigiéndose en una revisión de la regularidad de la elección.
Segundo, el ejercicio del cargo público representativo, garantizando el estatuto de los
parlamentarios.
Decisiones parlamentarias firmes, sin valor de ley y que afecten al “núcleo de la función
representativa”. Esta revisión externa y judicializada de las decisiones parlamentarias a
instancias de los parlamentarios y los Grupos es, no obstante, limitada, primero, sólo
pueden impugnarse en amparo (artículo 42 LOTC) decisiones y actos sin valor de ley.
Debe asimismo esperarse a que estas decisiones y actos sean firmes, pues suelen caber
“solicitudes de reconsideración” en los Reglamentos parlamentarios. Tampoco pueden
enjuiciarse cualesquiera irregularidades de procedimiento sino solamente aquellas que
afecten al “núcleo de la función representativa” (SSTC 38/1999, 107/2001, 40/2003,
11/2017). Una ambigua cláusula con la que la jurisprudencia parece referirse al
contenido esencial del derecho a la hora de ejercer las diversas funciones
parlamentarias.
Derechos y deberes que integran el estatuto de los parlamentarios amparable. Entre los
numerosos extremos que la jurisprudencia constitucional ha enjuiciado están los
siguientes: el juramento o promesa de la Constitución; con matices y restricciones, las
remuneraciones de Diputados y Grupos y su suficiencia; el deber de asistencia a los
órganos de deliberación; el derecho a la información y a la documentación; el ius ut
procedatur o derecho a una tramitación regular de los asuntos con arreglo a los
procedimientos reglamentariamente previstos; el derecho de enmienda; el derecho a la
interrogación (preguntas e interpelaciones); la proporcionalidad de los Grupos en las
Comisiones parlamentarias, etc.
Entendimiento formal de las funciones públicas. Son varias las restricciones del derecho
fundamental. Primero, el TC ha optado por un entendimiento formal de lo que debe
entenderse por funciones públicas. Se protegen los puestos de carácter funcionarial en
Administraciones públicas en sentido estricto, y se excluyen los de carácter laboral o los
que se desempeñen bajo cualquier otra forma contractual. No obstante, abarca el
personal estatutario de los órganos constitucionales, de las CCAA y de los entes locales,
y no sólo de la Administración General del Estado.
Titulares del derecho. Segundo, conforme establece el artículo 13 CE, son sujetos sólo
los españoles. Los nacionales de los Estados miembros de la Unión pueden acceder en
igualdad de condiciones que los españoles al empleo público como funcionarios, salvo
los que impliquen participación en el ejercicio del poder público o en funciones referidas
a la salvaguardia de los intereses generales del Estado y las Administraciones públicas,
según el artículo 57 del Estatuto Básico del Empleado Público y la jurisprudencia del
Tribunal de Justicia. Pero sus desigualdades se garantizan por la genérica igualdad del
artículo 14 CE.
5. EL DERECHO DE PETICIÓN
Relevancia histórica. Se ha dicho que el derecho de petición es una figura jurídica que
goza de un pasado glorioso y vive un presente anodino. Un derecho elemental que puede
considerarse en parte una reminiscencia histórica. Cabe pues preguntarse por el sentido
actual en una democracia representativa de una institución que –decía Maurice
Hauriou– ya se reconocía a los súbditos en las monarquías absolutas y las tiranías
asiáticas cuando no existían derechos fundamentales. Un derecho que ha sido usado
para muchas cosas y para ninguna. La Constitución de 1837 formuló de forma precisa el
derecho y tuvo un desarrollo en el Reglamento parlamentario del Congreso de 1838. No
obstante, durante el Estatuto Real de 1834, se utilizó el derecho de petición al Gobierno
para erigir en España los orígenes del control del Gobierno y del parlamentarismo
liberal. Todavía hoy uno de sus aspectos más significativos es la prohibición de que se
deriven perjuicios para el peticionario que emana nada menos que del Bill of Rights de
1689. Pero que los absolutismos usaran el derecho de petición no quiere decir que no
pueda incorporarse al Estado democrático y ser actualizado; tiene una potencialidad
más amplia de lo que pudiera parecer. La crítica es excesiva.
Naturaleza jurídica. Se trata de una queja o solicitud presentada por escrito y dirigida a
un poder público, inicialmente al ejecutivo pero ya no sólo, sobre asuntos que afectan a
intereses individuales o colectivos. Un vehículo o pretensión formal para solicitar una
intervención de un poder público, que carece de un carácter vinculante y simplemente
obliga a la autoridad a acusar recibo y darle curso. No existe un derecho a obtener lo que
se pide, en ejercicio de un derecho subjetivo, sino solamente a que se considere la
petición.
Eficacia residual. Desde sus orígenes se ha destacado por diversos autores que el
derecho de petición puede tener una eficacia residual o en defecto de otros instrumentos
más precisos. Como muestra, la STC 254/1993 puso en conexión este derecho con el
derecho a la autodeterminación informativa o a la protección de datos (artículo 18.4 CE)
y puede comprenderse como una sentencia de recomendación legislativa ante una
manifiesta inconstitucionalidad por omisión del legislador. En 1990, el recurrente había
pedido al Gobernador Civil que le diera información acerca de sus datos de carácter
personal que obraban en ficheros automatizados de la Administración del Estado, y se le
indicaran la finalidad de los mismos. Recibió el silencio por respuesta y agotada la vía
jurisdiccional ordinaria, acudió en amparo ante el TC. Su petición se fundaba en el
Convenio para la protección de personas con respecto al tratamiento automatizado de
datos de carácter personal de 1981, ratificado por España en 1984. Las sentencias
contenciosas entendieron que dicho Convenio no era de aplicación directa, pero el TC
estimó que en virtud del artículo 10.2 CE los textos internacionales despliegan ciertos
efectos sobre los derechos fundamentales, y, si bien el artículo 18.4 CE reclama una
configuración legal del uso de la informática para garantizar el honor y la intimidad
personal, esta ley aun no se había aprobado muchos años después de la Constitución,
incumpliendo el mandato de interpositio legislatoris para otorgar eficacia al derecho. El
contenido mínimo que el ciudadano debe encontrar constitucionalmente garantizado, a
luz de dicho Convenio, es conocer la existencia de los datos personales que le
conciernen y obran en ficheros de las Administraciones públicas. Al desconocerse esta
facultad, la Administración hizo impracticable el derecho a la protección de datos.
Conviene recordar que estos hechos impulsaron la aprobación de la Ley Orgánica
5/1992, de 29 de octubre, de regulación del tratamiento automatizado de datos de
carácter personal, que fue la primera ordenación de la materia.
Con buena técnica legislativa se pone fin así a una vieja polémica doctrinal, anterior a la
Constitución, según la cual el derecho de petición se entendía como un género dentro
del cual se incluían distintas especies previstas en el Derecho positivo: la iniciativa
legislativa popular, los recursos administrativos y jurisdiccionales y otros instrumentos
que ofrecen sensibles diferencias desde el punto de vista sustantivo y procedimental.
Esta polémica preconstitucional tenía que ver con la naturaleza de diversos mecanismos
contemplados en la Ley de Régimen Jurídico de la Administración del Estado de 1957
(artículo 39) y la Ley de Procedimiento Administrativo de 1958 (artículo 70) por los que
se podía dirigir instancias a las autoridades administrativas que estaban obligadas a
resolverlas, y con las quejas de los funcionarios y del público por el mal funcionamiento
de los servicios. Pero incluso entonces la posición más extendida propugnaba distinguir
entre instancias, solicitudes y reclamaciones, dotadas de una normativa específica, y
peticiones. Este razonable entendimiento restrictivo del derecho de petición ha acabado
por imponerse y la Ley Orgánica lo recoge. En este sentido, ya la STC 7/1981 sostuvo
que los actos de formación del expediente encaminado a la interposición del recurso
extraordinario de revisión no se encuentran entre los supuestos del derecho de petición.
BIBLIOGRAFÍA
(1) Agradezco las aportaciones a esta lección de Miguel Pérez Moneo Agapito.
14 SEP 2023
Lecciones de Derecho Constitucional. 1ª ed., agosto 2023
PARTE SEGUNDA LOS DERECHOS FUNDAMENTALES
LECCIÓN 23.ª TUTELA JUDICIAL EFECTIVA Y GARANTÍAS CONSTITUCIONALES EN
LOS PROCESOS
LECCIÓN 23.ª
• a un proceso público;
• a un proceso con todas las garantías del que se deducen el principio acusatorio y el
Juez independiente e imparcial;
• y a la presunción de inocencia.
Las relaciones entre ambos apartados del artículo 24 CE: una categoría de derechos en
los procesos. El proceso penal ha sido el paradigma y el espacio donde se construyeron
la mayor parte de estas garantías. En este escenario, la prohibición de indefensión se
remite con facilidad a la presunción de inocencia, y a los derechos al empleo de los
medios de prueba y al Juez imparcial. Sin embargo, en los procesos civiles la conexión no
es tan manifiesta. Mientras, en el proceso penal, el artículo 24.1 CE es una antesala o
zaguán del apartado 2.º y el genérico derecho de defensa encuentra allí su concreción,
en los demás procesos, la situación es más compleja. En efecto, la mayoría de estos
derechos fundamentales surgieron como garantías penales y se han ido trasladando a
otros procesos con diversos matices. El Tribunal Constitucional –y previamente el TEDH
al que el nuestro sigue– ha hecho un esfuerzo por singularizar el contenido propio de
cada uno de estos derechos interrelacionados. Pero, muchas veces, para apreciar la
lesión de un derecho del apartado 2.º hay que tener en cuenta el apartado 1.º. Así p.ej. el
derecho al empleo de los medios de prueba pertinentes trata de impedir una situación
material de indefensión, y, en este sentido, la libertad de aportar pruebas sólo se
transgrede si se produce realmente una indefensión. Acaso por eso no falta en la
doctrina, quien ha sostenido (González Pérez) una concepción tan amplia de la tutela
judicial efectiva que comprendería el conjunto de los derechos del artículo 24 CE. No
obstante, aunque todos estos derechos emanan de un trono común han ido adquiriendo
perfiles y objetos propios e incluso medios de garantía específicos de alguno de ellos; así
p.ej. la recusación es un instrumento de las partes al servicio de la garantía del Juez
imparcial.
Titularidad. “Todas las personas” proclama el artículo 24.1 CE, una afirmación que debe
comprenderse en relación con el objeto del derecho, y colegir que son todas las personas
con capacidad para ser parte en un proceso, es decir, los justiciables, ya sean personas
físicas o jurídicas, nacionales o extranjeros. La tutela judicial es un derecho que incluso
se puede reconocer a las personas jurídicas de Derecho público.
Los plurales contenidos del derecho. Estamos ante un derecho de intensa configuración
legal pero es sobre todo un derecho que se ha construido jurisprudencialmente. Ha sido
el Tribunal Constitucional quien ha ido delimitando sus distintos contenidos caso a caso
y en torno a concretos problemas. Una interpretación tópica que tiene en cuenta los
tratados internacionales y la jurisprudencia de otros tribunales. Entre los contenidos de
este derecho que se descompone e integra en varios derechos, se encuentra primero el
derecho a acceder a la justicia, que impide resoluciones judiciales o preceptos legales
que impidan u obstaculicen el acceso sin fundamento suficiente y de manera
desproporcionada. El derecho a obtener una resolución judicial fundada en Derecho, es
decir, debidamente motivada y basada en un precepto legal, adecuada al sistema de
fuentes del Derecho; todo ello constituye una garantía frente a la arbitrariedad de las
decisiones. El derecho al recurso legalmente previsto, los justiciables pueden interponer
recursos judiciales y agotar las instancias legalmente previstas, y el órgano judicial que
priva a la parte indebidamente de un recurso lesiona la tutela; en materia penal, es un
derecho más intenso y que abarca necesariamente la doble instancia, pues cualquier
sentencia condenatoria y privativa de libertad debe ser revisada por un tribunal superior
según impone el artículo 14.5 PIDCP. Finalmente, el derecho a que se ejecute lo
judicialmente resuelto, pues normalmente toda jurisdicción, desde una perspectiva
holística o integral, conlleva juzgar y ejecutar lo juzgado; si una buena sentencia no se
aplica, la tutela no sería efectiva.
Derecho al recurso legal. La tutela judicial efectiva incluye también el derecho a que la
resolución judicial sea revisada mediante un recurso legalmente previsto. Un recurso es
una impugnación de una resolución judicial, un auto o una sentencia, ante el mismo juez
o un órgano judicial superior. Supone, en realidad, un derecho al sistema legal de
recursos como una garantía de una más probable corrección de la decisión judicial.
Unos pronunciamientos judiciales no sólo motivados sino cuyo razonamiento y
fundamentación legal sean revisados por un órgano judicial superior. Pero no es un
derecho absoluto a la doble instancia judicial sino únicamente cuando la ley lo prevé,
entonces el recurso se integra en la tutela judicial dentro de los términos previstos en la
ley. No es un derecho absoluto sino un derecho con una acusada configuración legal. Así
p.ej. si los Diputados están aforados ante la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo, lo
que es un privilegio objetivo al servicio de una mejor protección del funcionamiento de la
Cámara, deviene prácticamente imposible recibir una segunda instancia, pero el
privilegio puede compensar la omisión, y de este modo lo entienden de forma cabal el
Tribunal Constitucional y el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (pero no el Comité
de Derechos Humanos de Naciones Unidas). De hecho, el artículo 2 del Protocolo 7 al
Convenio Europeo de Derechos Humanos exceptúa expresamente esta garantía cuando
el acusado hay sido juzgado en primera instancia por el más alto órgano jurisdiccional.
Debe en todo caso subrayarse que las interpretaciones judiciales rigoristas, arbitrarias o
desproporcionadas lesionan el derecho al recurso cuando cierran indebidamente su
acceso al mismo. Este estándar ha producido una controversia en la jurisprudencia
constitucional que alberga dos líneas en paralelo: una primera que tiende a revisar con
detalle la decisión judicial que cierra el paso al recurso p. ej. por no acceder a la cuantía
legalmente prevista, pudiendo comprobarse con detalle la determinación de la misma; y
otra segunda, mucho más razonable que se contenta con asegurarse de que no hubo una
arbitrariedad y la decisión judicial estuvo motivada.
El mito de la tutela judicial efectiva. Un mito es una atribución a una cosa de unas
cualidades que no posee realmente, una explicación impostada –artificial o fingida– de la
realidad. La idea de tutela judicial efectiva ha sido comprendida a veces de forma
abusiva entre algunos Letrados como un derecho a la estimación de las propias tesis, o
como un pretendido e inexistente derecho fundamental a discutir el reconocimiento
judicial de sus derechos a la otra parte, los llamado “contra amparos”, o como un falso
derecho a una cierta anarquía procesal en la que no existirían ni plazos ni requisitos ni
trámites ni la obligación de colaborar con la justicia, o más moderadamente desde la
percepción de que cualquier controversia legal tiene dimensión constitucional. Unos
manifiestos excesos que, sin embargo, recorren muchas de las demandas de amparo
constitucional. Nada de esto encuentra apoyo en la jurisprudencia constitucional y sí en
la decisiones de inadmisión de ese recurso. Pero algunas líneas iniciales de
jurisprudencia, muy flexibles, pueden haber favorecido la construcción de este mito.
La creciente influencia del Derecho Europeo en los derechos en los procesos (1): las
regresiones en el Estado de Derecho y la defensa de la independencia judicial. La
presencia en Europa, desde 2010, de movimientos populistas que atacan el Estado de
Derecho, suprimiendo el control de los contrapesos constitucionales a las instituciones
electivas, en especial el Poder Judicial, ha puesto sobre la mesa la necesidad de defender
el derecho del ciudadano a la existencia de jueces independientes del ejecutivo. Las
instituciones europeas han actuado desde entonces con firmeza en defensa de dicho
derecho, incluido en el artículo 24 CE, y expresamente formulado en los artículos 6
CEDH y 47 CDFUE. En tal sentido, se ha dictado, especialmente en la última década,
una importante jurisprudencia tanto del TEDH como del TJUE tendente a garantizar el
derecho a un juez independiente establecido por la ley.
La creciente influencia del Derecho Europeo en los derechos en los procesos (2): la
confianza mutua en el espacio europeo de libertad, seguridad y justicia. Asimismo, la
creación de un espacio de libre circulación de personas y mercancías ha conducido
inevitablemente a que dentro de la UE se creara también un espacio de seguridad y
justicia. Ello implica la proliferación desde los primeros años del segundo milenio de
normas con fuertes implicaciones procesales. Efectivamente, la creación de dicho
espacio requería el reconocimiento mutuo de resoluciones judiciales, lo que sólo era
posible sobre la base de la confianza en el funcionamiento de los poderes judiciales de
los Estados miembros de acuerdo con los estándares compartidos sobre el respeto de los
derechos fundamentales de naturaleza procesal. Por ello, específicamente en el ámbito
penal y siguiendo la estela de la regulación de la Orden de Detención Europea (hoy
contenida en la Decisión Marco 2002/584/AI) se han aprobado un conjunto de normas de
naturaleza procesal que tienen una incidencia directa en el alcance de los derechos
derivados de la tutela judicial efectiva. Entre tales normas, sin ánimo de exhaustividad,
conviene citar las Directivas: 2010/64, sobre interpretación y traducción en los procesos
penales; 2012/13, sobre el derecho a la información en procesos penales; 2012/29 sobre
normas mínimas de derechos, apoyo y protección de las víctimas de delito; 2013/48,
sobre derecho de asistencia letrada en procesos penales; 2016/34, sobre reforzamiento
del derecho a la presunción de inocencia y a estar presente en juicio; y 2016/80 sobre
garantías procesos de los menores acusados en procesos penales. Esta legislación
europea ha provocado importantes reformas legislativas en España y, sobre todo, su
aplicación, directa o a través de las normas de trasposición, provoca que sea de
aplicación el artículo 47 CDFUE incluso con preferencia al artículo 24 CE.
Interdicción del Juez excepcional: avocaciones, jueces ex post facto, jueces ad hoc.
Quedan prohibidos los jueces excepcionales ya que suponen una excepción a la regla
general y quiebran la igualdad ante la ley de los justiciables. Así ocurría con las
avocaciones no determinadas por la ley. Como acontecía con las avocaciones a la Curia
regia de las que Voltaire hablaba en el siglo XVIII en su Tratado sobre la tolerancia,
invocando la razón de París frente a los odios de las provincias en las guerras religiosas.
También, los jueces ex post facto, nombrados con posterioridad a los hechos que deben
venir prohibidos. La garantía surgió en los procesos penales, pero se aplica en todos los
procesos. El Tribunal Constitucional pronto trasladó la garantía al proceso civil en el
Caso de la Naviera Aznar (STC 101/1984) que pretendía atribuir el conocimiento de
una complicada quiebra a un juez experto en la materia, pero después de los hechos, y el
Tribunal anuló el nombramiento. Igualmente se prohíben los jueces ad hoc nombrados
sólo para un asunto. Las tres prohibiciones se entremezclan.
Interdicción del Juez especial: la jurisdicción militar. No caben jueces ubicados fuera de
la jurisdicción ordinaria y no integrados en ella. Se prohíben las jurisdicciones
especiales como ocurría en la Dictadura con los tribunales de orden público. La
atribución indebida de un asunto a la jurisdicción militar debiendo conocer del mismo la
jurisdicción ordinaria lesiona el derecho al juez ordinario predeterminado por la ley. El
artículo 117.5 CE consagra el principio de unidad jurisdiccional y circunscribe la
jurisdicción militar “al ámbito estrictamente castrense y en los supuestos del estado de
sitio”. El derecho fundamental permite revisar la corrección de estas atribuciones de
competencia y jurisdicción. Sin embargo, no ocurre lo mismo con los problemas de
competencia dentro de los distintos órdenes de la jurisdicción ordinaria, las llamadas
cuestiones de jurisdicción y competencia. A veces no es sencillo saber si de un asunto
debe conocer v.gr. la jurisdicción social o la contencioso administrativa, o distintos
jueces de un mismo orden jurisdiccional según cómo se trabe la competencia. Resta
entre los problemas de estricta legalidad procesal –y no de constitucionalidad– la
determinación del juez competente dentro de la jurisdicción ordinaria mediante una
interpretación razonada de las reglas de competencia y la cuestión no afecta al juez
ordinario predeterminado por la ley.
Juez imparcial. La Ley Orgánica del Poder judicial atiende a preservar la imparcialidad
del juzgador, que forma parte del derecho a un proceso con todas las garantía del cual se
deduce el derecho a un juez imparcial. El Tribunal Constitucional ha explicado a veces
conjuntamente ambos derechos y otras los ha distinguido, siendo más correcto su
diferenciación. Un juez no puede estar contaminado por un juicio previo sobre los
hechos o por un prejuicio sobre la persona del justiciable o acerca del objeto del proceso.
La garantía atiende a la especial sensibilidad del juzgador hacia el litigio o conflicto y el
justiciable. La contaminación puede ser tanto objetiva como subjetiva. La subjetiva está
basada en motivos o causas personales y v.gr. permite la recusación u obliga a la
abstención del juzgador por amistad o enemistad manifiestas. Es harto difícil de probar
en la mayor parte de los casos. Si un juez es muy machista difícilmente verterá
estereotipos machistas en sus razonamientos, aunque su decisión venga muy
contaminada por sus prejuicios ideológicos, pero puede en ocasiones hacerlo. En
cambio, la contaminación objetiva reside en haber tenido previamente conocimiento del
pleito antes de enjuiciarlo y posee distintas variantes. Reclama garantías que excluyan
cualquier duda legítima sobre la parcialidad del juez. Es mucho más sencilla de probar y
la mayor parte de las tachas de parcialidad se reconducen a ella. Así p.ej. la STC
145/1988 impidió la acumulación en un mismo juez de funciones instructoras y
juzgadoras por estimarse inconstitucional al violar esta garantía. Se sigue la doctrina del
TEDH en los Casos Piersack y De Cubber contra Bélgica, respectivamente, de 1 de
octubre de 1982 y 26 de octubre de 1984.
Su conexión con el principio in dubio pro reo. Durante el Antiguo Régimen, el in dubio
pro reo era un principio por el cual se reclamaba del juez cierta benignidad o
misericordia entes que rigor. La Partidas decían que, en la duda, “más santa cosa es
absolver”.
Objeto o ámbito normativo. ¿Frente a quién puede esgrimirse esta presunción? Respecto
de los sujetos pasivos y el ámbito objetivo del derecho, la presunción se aplica en los
procesos penales, que son su ámbito natural de desenvolvimiento, y en el derecho
administrativo sancionador (STC 13/1982). En otras palabras, allí donde existe una
imputación de culpabilidad basada en la conducta de una persona. Pese a algunas
posiciones doctrinales más generosas o ampliadoras, el Tribunal Constitucional ha
mantenido (desde la STC 36/1985 y con mayor claridad la STC 30/1992 que excluye el
ámbito laboral) una posición estricta o restrictiva sobre su extensión fuera de los
procesos penales y sancionadores. Se ha entendido que no juega normalmente en los
procesos civiles, salvo algunas medidas en filiación, ni tampoco en la jurisdicción
laboral. Son improcedentes estos traslados de la garantía. Si no hay sanción, ejercicio
del ius puniendi del Estado, no es posible hablar de culpa o inocencia, sostuvo el
intérprete supremo de la Constitución. Si bien, en otros casos, no se ha cerrado
totalmente al ámbito probatorio civil en supuestos excepcionales y tras ponderar las
circunstancias del asunto (STC 52/1989). Siguiendo esta doctrina, la Sala de lo Civil del
Tribunal Supremo ha entendido que no cabe la aplicación de la presunción de inocencia
en este terreno –en la culpa extracontractual–, pero ha afirmado que como es natural
debe admitirse la prueba en contrario y poder desplegarse una actividad probatoria.
Algo parecido ha ocurrido con la jurisdicción laboral en particular cuando se refiere al
ejercicio empresarial de facultades disciplinarias y no ha existido una actividad
probatoria suficiente.
La posición amplia del TEDH: la extensión de la presunción de inocencia más allá del
ámbito puramente procesal. Por el contrario, el TEDH ha desarrollado una protección
más amplia del derecho a la presunción de inocencia más allá del estricto ámbito del
proceso judicial. En concreto desde el Caso Allenet de Ribemont contra Francia, de
10 de febrero de 1995, considera que existe violación de la presunción de inocencia si
una autoridad pública afirma la culpabilidad de un sospechoso antes de que se haya
emitido una sentencia de condena. No ha llegado tan lejos, sin embargo, cuando quienes
cuestionan la inocencia antes de la resolución penal son sujetos privados y, en particular,
los medios de comunicación. En estos casos, conocidos como juicios paralelos o
mediáticos, los límites a la libertad de expresión se canalizan a través de la garantía de
la independencia e imparcialidad de los tribunales y no tanto mediante la aplicación de
la presunción de inocencia. Pese a todo, el deber de los medios de respetar la presunción
de inocencia aparece como uno de los criterios a tener en cuenta a la hora de evaluar si
existe una violación del derecho al juez independiente e imparcial tal y como se
sistematizan tales criterios en el Caso Bedat contra Suiza, de 29 de marzo de 2016.
Contenido del derecho: presunción salvo prueba en contra (I). Es primero una
presunción iuris tantum, o salvo prueba en contra es decir, que puede desvirtuarse
mediante la práctica de la prueba. Se presume la inocencia de los acusados mientras no
se demuestre la culpabilidad. Debe insistirse en que la prueba de los hechos
corresponde a la acusación y no a la defensa conforme a la lógica del principio
acusatorio. Se exime al acusado de demostrar su inocencia. Nadie puede verse obligado
a demostrar su inocencia lo que configuraría una prueba diabólica. La garantía excluye
la presunción inversa de culpabilidad que es propia de los viejos procesos
inquisitoriales.
Con las debidas garantías (III). La prueba de cargo debe practicarse con las debidas
garantías sin incurrir en la violación de derechos fundamentales, y permitiendo la
contradicción y defensa en el juicio oral: la vista o plenario. Sólo la prueba legalmente
practicada desvirtúa la presunción de inocencia. El influjo de la presunción en el
régimen jurídico de la prueba, que no sólo debe ser de cargo sino legalmente practicada,
ha sido decisivo. Las pruebas obtenidas en violación de derechos fundamentales deben
estimarse nulas y no pueden ser usadas en el proceso.
Garantías. El artículo 5 LOPJ establece que en todos los casos en que procede el recurso
de casación será motivo bastante para fundarlo la infracción de precepto constitucional.
La violación de la presunción constitucional de inocencia puede esgrimirse en los
recursos de apelación, casación y en el amparo constitucional. Ya hemos visto el impacto
que la jurisprudencia del TEDH, al amparo del principio de contradicción, ha tenido en
la configuración de la doble instancia penal para permitir la revisión de la sentencia
condenatoria y de la pena por un órgano judicial superior.
Prueba por indicios. No sólo la prueba directa de los hechos relevantes para la condena
puede considerarse como prueba de cargo, también los prueba por indicios puede serlo.
Consiste en mostrar unos hechos indiciarios, debidamente acreditados, de los que
pueden inferirse otros conforme a las reglas lógicas del entendimiento humano. Pero
debe satisfacer ciertas garantías establecidas por la jurisprudencia constitucional: hacer
constar los indicios como tales, también los hechos inferidos, y explicitar el engarce
lógico entre los hechos ciertos o indicios y los inferidos. La prueba por indicios refuerza
las exigencias de motivación en la valoración de la prueba.
Un mayor rigor en materia penal. Pero, en los procesos penales y de acuerdo con el
TEDH (desde el Caso Neumeister contra Austria, de 27 de junio de 1968), debe
exigirse un mayor rigor y el celo de la autoridad judicial en obtener la rapidez del
procedimiento, entre otras razones, para evitar que la duración de la prisión provisional
exceda también de un plazo razonable (STC 8/1990).
Criterios de delimitación. Dichos criterios objetivos que han creado las jurisprudencias
europea y constitucional son los que a continuación se recogen. Primero, la naturaleza y
circunstancias del litigio, singularmente su complejidad. Segundo, la conducta procesal
de la parte y de los órganos judiciales. Tercero, la duración normal de los procesos
análogos. Y, cuarto, el interés que la parte arriesga en el litigio, en otras palabras, las
consecuencias que del mismo se siguen. No es así lo mismo, a la hora de dilucidar las
dilaciones, la complejidad técnica de un caso sencillo sobre arrendamientos urbanos que
una quiebra de una gran empresa en un proceso concursal, ya que entraña una mayor
dificultad para formarse una convicción. Tampoco lo es que el justiciable colabore
lealmente en la administración de justicia a que intente constantemente dilatar u
obstaculizar la marcha del proceso, dificultando que avance. Del mismo modo, merece
un serio reproche la actitud negligente de un órgano judicial con largos periodos de
inactividad en el proceso desprovistos de justificación. La reanudación de la actividad
judicial una vez que se ha producido la admisión a trámite de la demanda de amparo
carece de un efecto reparador o sanatorio, porque el daño ya ha sido hecho. Deben, en
definitiva, ponderarse las circunstancias específicas de cada caso para enjuiciar el
carácter indebido de las dilaciones. Es asimismo preciso tener en cuenta la duración de
los diversos procesos e instancias iniciados, acumulando su duración en el cómputo de
las dilaciones, para adquirir una consideración conjunta sobre la razonabilidad del
tiempo transcurrido. La duración del proceso constitucional debe sumarse a la del
proceso ordinario de cara a su revisión por el TEDH.
BIBLIOGRAFÍA
LECCIÓN 24.ª
DERECHOS EN LA EDUCACIÓN1
Primer concordato con la Santa Sede. Cuatro décadas después, el Concordato entre la
Iglesia Católica y el Estado de 1851 (artículo 2) obligaba a que “la instrucción en las
universidades, colegios y seminarios y escuelas públicas y privadas de toda clase” fuera
conforme con la doctrina de “la misma religión católica”. Una imposición de la doctrina
católica en las escuelas públicas.
La Ley Moyano. En 1857 una Ley de Bases autorizó al Gobierno a redactar una ley de
instrucción pública que mejorara la situación educativa dada la alta tasa de
analfabetismo. Se aprobó ese año la llamada “Ley Moyano”, que toma el nombre del
ministro Claudio Moyano, un político liberal que consiguió reformar la enseñanza
española. Se organizaron tres niveles de enseñanza: primaria, obligatoria y gratuita
para quienes no pudieran pagarla de los 6 a los 9 años; enseñanza media en institutos de
bachillerato y escuelas normales de magisterio en cada capital de provincia, o en
escuelas privadas en los colegios religiosos; finalmente, la enseñanza superior en las
universidades. En sus líneas generales, los rasgos generales de la Ley Moyano
pervivieron, más de un siglo, hasta la “Ley Villar Palasí” en 1970.
Segundo Concordato con la Santa Sede. En 1953 se aprobó un nuevo Concordato ente el
Estado español y la Santa Sede que sustituyó al de 1853, que la II República consideró
derogado. Se mantuvo la confesionalidad del Estado, la financiación pública de la
Iglesia, y la libertad de creación de universidades. Su artículo XXVI afirmaba
rotundamente: “En todos los centros docentes de cualquier orden y grado, sean
estatales o no estatales, la enseñanza se ajustará a los principios del Dogma y de la
Moral de la Iglesia Católica. Los Ordinarios ejercerán libremente su misión de vigilancia
sobre dichos centros docentes en lo que concierne a la pureza de la Fe, las buenas
costumbres y la educación religiosa. Los Ordinarios podrán exigir que no sean
permitidos o que sean retirados los libros, publicaciones y material de enseñanza
contrarios al Dogma y a la Moral católica”. Asimismo, se garantizaba la enseñanza de la
religión católica como materia en todos los centros docentes.
• el derecho de los padres a que sus hijos reciban la enseñanza religiosa y moral que
esté de acuerdo con sus convicciones.
• fue derogada por la Ley Orgánica 8/1985, de 3 de julio, reguladora del derecho a la
educación (LODE) con el PSOE;
• fue sustituida por la Ley Orgánica 2/2006, de 3 de mayo, de Educación (LOE) con el
PSOE, que perdura con sucesivas modificaciones;
• otra vez con el PP, se aprobó la Ley Orgánica 8/2013, de 9 de diciembre, para la mejora
de la calidad educativa (LOMCE), llamada “Ley Wert”;
Así mismo, podríamos completar este sistema educativo con la enseñanza superior que,
al igual que ocurre en los niveles básicos, ha sido modificada en varias ocasiones:
• Ley Orgánica 4/2007, de 12 de abril, por la que se modifica la Ley Orgánica 6/2001, de
21 de diciembre, de Universidades bajo el gobierno del PSOE;
• Ley Orgánica 2/2023, de 22 de marzo, del Sistema Universitario, nueva reforma del
sistema por el PSOE.
Neutralidad ideológica y religiosa. Todos los centros públicos deben desarrollar sus
actividades desde el respeto a los principios constitucionales, garantizando su
neutralidad ideológica y el respeto a las opciones religiosas y morales de los padres y los
niños (artículo 27.3 CE y artículo 18 LODE).
3. EL DERECHO A LA EDUCACIÓN
Titulares o sujetos activos. La Constitución (artículo 27) atribuye este derecho a “todos”.
Son pues titulares del derecho tanto los españoles como los extranjeros. La Convención
de Naciones Unidas relativa a la lucha contra las discriminaciones en la esfera de la
enseñanza de 1960 prohíbe una serie de discriminaciones entre las que se encuentra el
origen nacional y pide a los Estados que se comprometan a conceder a los extranjeros
residentes en su territorio el acceso a la enseñanza en las mismas condiciones que los
nacionales. En el mismo sentido, la Ley Orgánica 4/2000, de 11 de enero, sobre derechos
y libertades de los extranjeros (artículo 9), disipa las dudas y consolida este
entendimiento.
Objeto del derecho: las enseñanzas regladas. El derecho a la educación tiene como
objeto el acceso a las enseñanzas regladas, aquéllas que componen el sistema educativo
garantizado por los poderes públicos mediante una “programación general de la
enseñanza” (artículo 27.5 CE). Las enseñanzas que ofrece el sistema educativo (artículo
3 LOE) son: la educación infantil, la educación primaria, la educación secundaria
obligatoria, el bachillerato, y la enseñanza universitaria. También la formación
profesional, y las enseñanzas de idiomas, artísticas y deportivas, que tienen un régimen
especial, y la educación de personas adultas y la educación a distancia. Pero los
contenidos del derecho a la educación, como derecho de prestación que obliga a los
poderes públicos a promover la educación y la cultura, pueden ser más amplios y
abarcar otras prestaciones, actividades educativas, asistenciales y de fomento. Sin
embargo, en este segundo terreno la libertad de configuración normativa del legislador
es más intensa y el contenido esencial y prestacional del derecho más reducido.
Requisitos mínimos de los centros. La LODE (artículos 14 y 18) establece que todos los
centros docentes deberán reunir unos requisitos mínimos para impartir las enseñanzas
con suficiente calidad, que el Gobierno debe regular reglamentariamente: la titulación
académica del profesorado, la relación entre el número de alumnos y profesores, las
características de las instalaciones docentes y deportivas, y el número de puestos
escolares.
Autonomía de los centros. Pero los centros tendrán autonomía para establecer materias
optativas, adaptar los programas y los métodos de enseñanza al medio en que estén
insertos y organizar actividades culturales y extraescolares. Es un antiguo debate el
grado de autonomía y de maniobra en la organización de las enseñanzas que los centros
docentes deben poseer. Algunas CCAA parecen apostar por un entendimiento en favor
de la autonomía de los centros.
Becas y ayudas al estudio. La Constitución dispone que los poderes públicos ayudarán a
los centros docentes que reúnan los requisitos que la ley establezca (artículo 27.9 CE).
La LOE (artículo 83) agrega que, para garantizar la igualdad en el ejercicio del derecho
a la educación, los estudiantes con condiciones socioeconómicas desfavorables tendrán
derecho a obtener becas y ayudas de estudio, y que en la enseñanza postobligatoria se
tendrá en cuenta el rendimiento escolar de los alumnos. Esta variable –el rendimiento–
ha sido objeto de discusión, pero atiende a un criterio objetivo como es el mérito y la
capacidad y el esfuerzo individual en el sistema educativo si bien puede ser modulada
desde la perspectiva de la igualdad real y la compensación. Tanto con cargo a los
presupuestos generales del Estado como a los de las CCAA debe preverse un sistema de
becas y ayudas al estudio. Pero las normas estatales deben ser básicas y de mínimos y
permitir que las actividades de ejecución queden en manos de las CCAA.
Los centros privados concertados. Por otro lado, el poder de organización de los titulares
de centros privados no excluye que los poderes públicos puedan establecer razonables
condicionamientos o requisitos legales para la percepción de financiación pública,
subvenciones o ayudas por los centros concertados. Es una de las claves del pacto
educativo sobre la existencia de una doble red de centros públicos y privados. Pero no
existe un derecho fundamental incondicionado y ex Costitutione a la subvención de las
escuelas privadas (STC 77/1985). El artículo 27.9 CE establece que los poderes públicos
ayudarán a los centros docentes que reúnan los requisitos que la ley establezca, pero no
precisa las modalidades de estas ayudas ni constitucionaliza el modelo de concierto. En
este contexto, la LOE (artículo 116) regula el régimen jurídico de los centros
concertados en sus aspectos básicos.
Vinculación positiva y negativa de los profesores. Existe una vinculación negativa que
impide traspasar los límites constitucionales a los particulares y los poderes privados en
el ejercido de su libertad de enseñanza, ya que están sometidos “a la Constitución y al
resto del ordenamiento jurídico” por mandato del artículo 9.1 CE, en este caso, al
conjunto de las leyes educativas y los principios y fines que se recogen en ellas. Sí
pueden desde luego los profesores de centros privados desarrollar el ideario educativo.
Una garantía que viene ligada al derecho de los padres a que sus hijos reciban una
educación de acuerdo con sus convicciones, pero deben evidenciar con capacidad crítica
la existencia de distintas opciones o posiciones. Si los profesores son funcionarios o
empleados de centros públicos, la vinculación es entonces positiva y más intensa y
deben promover activamente los valores constitucionales. Existe un deber de lealtad a la
Constitución en la enseñanza para unos y otros profesores que se deduce implícitamente
de un conjunto de normas constitucionales y supranacionales. Desde esta perspectiva, la
Constitución como un orden de valores, que no excluye las críticas y matizaciones a las
que lleven las libertades académica e ideológica, pueden ser peligrosos los intentos de
diferenciar entre “enseñanza” de “valores” y “educación” en “conocimientos” como
algunos autores han intentado. Enseñanza y educación, valores y conocimiento, no
deben disociarse plenamente, de manera muy forzada, pues una cosa lleva con
frecuencia a la otra (Fernández Miranda). Es preciso mantener un lógico equilibrio que
permita un pleno desarrollo de la personalidad como objeto de la educación, la
consecución de una formación plena de los alumnos y su derecho a la educación en
libertad, desde el respeto a los principios democráticos que las normas constitucionales
y de la Unión Europea imponen.
La neutralidad ideológica de cada docente. Los centros estatales deben respetar una
neutralidad ideológica que impone a los docentes una “obligación de renuncia a
cualquier forma de adoctrinamiento ideológico”, por respeto a las convicciones de los
propios alumnos y del derecho de los padres a que reciban una formación de acuerdo
con sus convicciones; el TC interpretó –de forma cabal– que esta neutralidad es una
característica necesaria de cada uno de los puestos docentes del centro y no el
hipotético resultado de la casual coincidencia “de profesores de distinta orientación
ideológica cuyas enseñanzas se neutralicen recíprocamente” (STC 5/1981). Puede
decirse que no es un precipitado de la concurrencia de diversos sujetos en el mercado de
las ideas sino una manera objetiva de organizar la docencia. No han faltado autores –
minoritarios– que critican con activismo este muy razonable estándar constitucional y
europeo al pensar que tal pretendida asepsia ideológica en la enseñanza relativiza los
conceptos y es imposible de alcanzar en la práctica. Sin embargo, la tesis es excesiva y la
crítica inadecuada, pues no existe otra alternativa constitucionalmente posible. El
hipotético remedio –abolir la neutralidad– sería mucho peor que la enfermedad. Por el
contrario, los docentes deben exponer un marco general de las ideas u opiniones en
conflicto en los diversos asuntos de acuerdo con criterios objetivos, desde la perspectiva
científica y metodológica, y suficientemente compartidos por los expertos. Pueden
mostrar de forma matizada sus opiniones y formular críticas, pero sólo después de
exponer con respeto las decisiones constitucionales y legales. También el TEDH, en una
consolidada jurisprudencia, ha reconocido que la enseñanza excluye el adoctrinamiento
ideológico y debe preservar el pluralismo propio de las sociedades democráticas y
abiertas de mente. Nadie puede ser totalmente neutral, pero constituye el oficio de
docentes y científicos intentarlo como tendencia. La imparcialidad de los docentes
reclama un serio esfuerzo de objetividad y de distanciamiento del objeto, ponderando las
circunstancias de cada caso y huyendo del subjetivismo a la hora de exponer los
conocimientos. Invocar el pluralismo, los valores religiosos o de otro tipo, o pretextar la
subjetividad del conocimiento, para desechar de plano la exposición objetiva de las
decisiones constitucionales y legales, aprobadas por las mayorías democráticas, es
practicar un adoctrinamiento inadmisible en una sociedad democrática avanzada y no
contribuye a una verdadera educación en libertad. Adoctrinar no es educar.
Derechos de los padres y madres. La Constitución establece que “los poderes públicos
garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación
religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones” (artículo 27.3 CE).
Desarrollando la Constitución, la LODE (artículo 4) reconoce un elenco de diversos
derechos de los padres y madres en relación con la educación de sus hijos: a que reciban
una educación de calidad; a escoger centro docente tanto público como privado; a que
reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus convicciones; a estar
informados sobre su progreso en el aprendizaje e integración; a participar en el proceso
de enseñanza y aprendizaje y en la organización del centro educativo; y a ser oídos en
aquellas decisiones que afecten a sus hijos. También les garantiza esta Ley la libertad de
asociación en el ámbito educativo, pudiendo crear asociaciones de padres de alumnos en
los centros docentes. Conviene recordar aquí que desde el pensamiento liberal clásico
(John Stuart Mill en “Sobre la libertad”) ya se defendió la libertad de los padres de hacer
educar a sus hijos donde quisieran.
El derecho a una formación religiosa y moral de acuerdo con las convicciones de los
padres según la Constitución y los Acuerdos con la Iglesia Católica. Este derecho de
libertad reconocido en la Constitución deriva de la libertad de enseñanza y tiene los
límites propios de un derecho de libertad, es pues distinto del derecho a elegir centro
docente que enuncia el artículo 13.3 Pacto Internacional de Derechos Económicos,
Sociales y Culturales, aunque es evidente que tal elección es una forma de elegir una
formación religiosa y moral (STC 5/1981). Sin embargo, el Acuerdo con la Santa Sede,
de 3 de enero de 1979, sobre enseñanza y asuntos culturales va más allá del
reconocimiento constitucional del derecho a recibir una formación religiosa y moral,
pues establece que los planes educativos de los distintos niveles educativos incluirán la
enseñanza de la religión católica en todos los centros de educación “en condiciones
equiparables a las de las demás disciplinas fundamentales” (artículo II). Se añade, no
obstante, que por respeto a la libertad de conciencia, dicha enseñanza no tendrá
carácter obligatorio para los alumnos, siempre y cuando se garantice el derecho a
recibirla; y, se prevé, que las autoridades académicas adoptarán las medidas oportunas
para que el hecho de recibir o no enseñanza religiosa no suponga discriminación alguna;
pero también se dice que esta enseñanza religiosa será impartida por las personas que,
para cada año escolar, sean designadas por la autoridad académica entre aquellas que el
Ordinario diocesano proponga para ejercer esta enseñanza (artículo III). Obsérvese, no
obstante, que son cosas distintas el derecho de los padres a que sus hijos reciban una
determinada formación religiosa y moral y la obligación de incluir la enseñanza sólo de
la religión católica en todos los centros docentes de manera equiparable a las demás
asignaturas fundamentales, aunque sea con carácter optativo. Pues el derecho que la
Constitución reconoce puede garantizarse por diversas vías. La más que posible
discriminación de otras confesiones religiosas minoritarias que no recibían una igualdad
de tratamiento normativo trató de subsanarse mediante los respectivos Acuerdos de
Cooperación entre el Estado y las Entidades Religiosas Evangélicas, la Federación de
Comunidades Israelitas y la Comisión Islámica, aprobados por las Leyes 24, 25 y
26/1992, de 10 de noviembre, pese a que ya se reclamaba la cooperación con ellas una
década antes por la Ley Orgánica 7/1980, de 5 de julio, de Libertad Religiosa. Sin
embargo, los términos legales de la prestación de este servicio para estas otras
confesiones en los centros públicos y privados concertados son restrictivos y debe
tenerse en cuenta la existencia de un número suficiente de alumnos, y ser solicitada por
los órganos del centro, si no pugna con su ideario, de manera que la efectividad de la
prestación parece en la práctica ser restringida.
Sin embargo, los bien razonados Votos Particulares discutieron este entendimiento. La
educación segregada –afirman– niega el papel de la escuela como espacio de
socialización, contribuye a perpetrar estereotipos sexistas, carece de una justificación
suficiente, se mantiene alejada de la igualdad real que la Constitución promueve,
sostiene la tradicional segregación de las mujeres, y da por supuestas diferencias
cognitivas y biológicas que desconocen los avances en la neurociencia. Sólo la educación
mixta proporciona los cimientos de una convivencia entre iguales. Debe quedar claro
que la segregación no podría imponerse en los centros públicos. La discriminación se
enjuicia por la mayoría fuera del contexto y del nuevo Derecho antidiscriminatorio, pues
la discriminación ha tenido tradicionalmente “cara de niña”, orillando que el sexo es un
criterio sospechoso de diferenciación, y perpetuando la falacia “iguales pero
separados”. La educación diferenciada se funda en estereotipos y prejuicios ideológicos,
responde a una forma de vida tradicional rechazada por el constitucionalismo y la
literatura feminista, y no en criterios científicos que no quedan suficientemente
acreditados. La Ley retrocede en el tiempo. Un Voto concurrente complementa estas
razones afirmando que no puede concluirse, como parece “sugerir” la sentencia, que
exista una obligación constitucional de conceder acceso al sistema de conciertos a estas
escuelas diferenciadas, pues existen diversas opciones del legislador. La subvención no
nace de la Constitución sino de la Ley.
8. LA AUTONOMÍA UNIVERSITARIA
BIBLIOGRAFÍA
(1) Agradezco las aportaciones a esta lección de Covadonga Ferrer Martín de Vidales y Tamara Álvarez Robles.
14 SEP 2023
Lecciones de Derecho Constitucional. 1ª ed., agosto 2023
PARTE SEGUNDA LOS DERECHOS FUNDAMENTALES
LECCIÓN 25.ª LIBERTADES ECONÓMICAS Y DERECHOS LABORALES
LECCIÓN 25.ª
1. EL DERECHO DE PROPIEDAD
Titulares del derecho. Son todas las personas físicas y jurídicas, pero para las
extranjeras puede haber algunas especificidades, restricciones, limitaciones o
condiciones de ejercicio, en virtud de la garantía de otros bienes constitucionales que
pueden preservarse, así ocurre con ciertas previsiones normativas sobre las inversiones
extranjeras en España, o sobre su instalación en zonas de acceso restringido por razones
ligadas a la defensa nacional.
Función social, delimitación legal del derecho y uso privado. La idea de función social
contribuye a delimitar este derecho junto a su utilidad individual. Estamos ante una
cláusula general que puede dar lugar a distintas exégesis y se conecta con la existencia
de una reserva de ley y la libertad de configuración normativa del legislador. Numerosas
normas constitucionales habilitan intervenciones legales que pueden establecer
restricciones del derecho de propiedad privada para satisfacer su función social y
salvaguardar diversos principios, intereses públicos y bienes constitucionales: la
protección de la familia y por ende de la vivienda familiar (artículo 39.1 CE); una
distribución regional de la renta más equitativa (artículo 40 CE) que puede afectar a la
propiedad rústica o urbana; la calidad del medio ambiente (artículo 45 CE) que es un
límite creciente e indefectible en un desarrollo económico sostenible; el derecho a
disfrutar de una vivienda digna (artículo 47 CE) que permite a los poderes públicos
regular las condiciones de utilización del suelo; la subordinación de la riqueza del país al
interés general (artículo 128.1 CE); la modernización y desarrollo de todos los sectores
económicos y, en particular, la agricultura, la ganadería, la pesca, la artesanía para
equiparar el nivel de vida de los españoles y también las zonas de agricultura de
montaña (artículo 130 CE), etc. Pero esta función social no permite vaciar totalmente de
contenido el uso individual y privado de los bienes. Existe una rica jurisprudencia del
TEDH que obliga a conciliar y ponderar adecuadamente los intereses públicos y
privados en juego sin que baste con la invocación de los primeros para producir –sin más
razones– la ablación o vaciamiento del derecho. Es menester un equilibrio entre ambos
tipos de intereses, los individuos o las personas jurídicas no tienen por qué arrostrar a
sus exclusivas espaldas todos los costes del Estado social si no hay una justificación
proporcionada.
Limitar y expropiar. Además, la función social del derecho de propiedad, que delimita
interna y externamente el goce privado de los bienes (apartado 2.º del artículo 33 CE),
no puede confundirse con la expropiación de los bienes (apartado 3.º) que debe resultar
indemnizable. Si bien a veces la intensidad de la primera debería llevar a la segunda:
restringir fuertemente el derecho y el uso privado de un bien puede asemejarse a una
privación expropiatoria de hecho. No obstante, a priori, delimitar en las leyes el
contenido del derecho de propiedad no es expropiar.
Reserva de ley flexible. Decretos leyes y leyes singulares. El artículo 33.3 CE permite
delimitar el contenido de la propiedad y su función social “de acuerdo con las leyes”, una
cláusula menos estricta o exigente que una llamada a la ley formal, por eso se ha
hablado de una reserva de ley flexible. Puede satisfacerse mediante leyes estatales o de
las CCAA, si actúan dentro de su competencia. Recordemos que las segundas tienen
competencias sobre reforma agraria o sobre la dehesa extremeña que ejercieron en los
primeros años del desarrollo constitucional y sobre otras materias o secciones de
materias relacionadas. No obstante, el artículo 149.1.8 CE reserva al Estado ciertos
ámbitos de la legislación civil, y el artículo 149.1.18 CE atribuye la competencia para la
legislación sobre expropiación forzosa al Estado. Pero es no menos cierto que las CCAA
poseen competencias en materias como son la ordenación del territorio, urbanismo,
vivienda, montes, desarrollo agrario y concentración parcelaria, caza y pesca, etc. No se
requiere que sean leyes orgánicas, pues no estamos dentro de la Sección primera del
Capítulo primero del Título primero conforme prescribe el artículo 53.1 CE. Tampoco se
excluye totalmente el recurso al decreto ley, de acuerdo con la generosa doctrina
sentada en la STC 111/1983 sobre la expropiación del holding de empresas de Rumasa
y esta fuente del Derecho. Del mismo modo, las leyes pueden habilitar o remitir a los
reglamentos siempre que el reenvío no vacíe la reserva, pero está vedada la
deslegalización y los reenvíos en blanco. En ocasiones recientes, la jurisprudencia
constitucional ha sido más restrictiva sobre las leyes singulares o de destinatario único,
en especial, expropiaciones ope legis, o expropiaciones legislativas singulares, porque
aminoran las garantías de procedimiento y el derecho a la tutela judicial y a la defensa
de los expropiados, así p.ej. la STC 48/2005 declaró inconstitucional una ley del
Parlamento de Canarias que declaró de utilidad pública algunos edificios colindantes
con la sede de este parlamento para facilitar su ampliación sin seguir el procedimiento
expropiatorio.
Derechos del expropiado. El Tribunal Constitucional ha entendido que son tres las
garantías de la propiedad privada frente al poder expropiatorio de los poderes públicos:
a) un fin de utilidad pública o interés social, la llamada causa expropiandi, b) el derecho
del expropiado a la correspondiente indemnización; y c) la realización de la expropiación
de conformidad con lo dispuesto en las leyes (STC 166/1986). La jurisprudencia
constitucional ha interpretado que estas garantías del artículo 33.3 CE abarcan la
privación de los bienes y derechos individuales, es decir, de cualquier derecho subjetivo
e incluso interés legítimo de contenido patrimonial (STC 227/1987). La concepción
constitucional de la causa expropiandi incluye tanto las expropiaciones forzosas en que
el fin predetermina el destino de los bienes y derechos, como aquellas otras en que el fin
admite varios posibles destinos. Las indemnizaciones no vienen consideradas como de
previo pago por la Constitución y, en consecuencia, las leyes pueden exigirlo o relegar el
pago a la última fase del procedimiento expropiatorio como ocurre con las
expropiaciones urgentes. Pero, en ambos casos, la indemnización debe corresponder al
valor económico del bien o derecho expropiado, si bien el legislador puede fijar distintas
modalidades de valoración, siempre que no se revelen desprovistas de base razonable.
El procedimiento legal debe impedir expropiaciones discriminatorias o arbitrarias.
¿Una libertad con una predominante dimensión objetiva? La temprana STC 83/1984
afirmó que en el artículo 38 CE predomina el carácter de garantía institucional. Un juicio
que se calificó de “patente”, pese a no venir acompañado de muchas razones y que no
ser ni mucho menos una afirmación indiscutible. Se añadió que se reconoce un derecho
a iniciar y sostener en libertad una actividad empresarial, mientras que el ejercicio de
las diferentes actividades está disciplinado por normas de muy diverso orden. Esta
reglamentación no se consideró como una regulación del ejercicio de un derecho
constitucionalmente reconocido en el artículo 38 CE a los efectos de las garantías del
contenido esencial y la reserva de ley dispuestas en el artículo 53 CE. Se dejó en las
manos de la ley y la potestad reglamentaria la fijación de los requisitos para la apertura
de las oficinas de farmacia. Una línea que parece seguir la STC 227/1993, pero que es
difícil de compartir desde la comprensión inherente a una moderna y plena
normalización de los derechos de propiedad o libertades económicas.
El objeto y contenido del derecho. La libertad de empresa tiene por objeto el intercambio
de bienes y servicios en el mercado. La mucho más adecuada STC 225/1993 reconoció
expresamente una vertiente individual de la libertad de empresa al decir que el artículo
38 CE supone “el reconocimiento a los particulares de una libertad de decisión”. Esta
libertad existe no sólo para crear empresas y actuar en el mercado “sino también para
establecer los propios objetivos de la empresa y dirigir y planificar su actividad en
atención a sus recursos y a las condiciones del propio mercado”. Además, este derecho
impide que el legislador establezca “limitaciones irracionales, desproporcionadas o
arbitrarias que puedan impedir o menoscabar gravemente” el ejercicio de la actividad
empresarial. Toda una exigencia de respeto al principio de proporcionalidad. En suma,
deben considerarse contenido esencial del derecho: crear empresas, actuar en el
mercado, establecer objetivos empresariales y planificar la actividad desde un poder de
dirección empresarial, y reaccionar –en una situación jurídica activa– frente a
interferencias del legislador y otros poderes públicos discriminatorias, irrazonables o
desproporcionadas. Existe además una libertad de circulación de bienes y empresas
(artículo 139.2 CE) que ninguna autoridad puede obstaculizar directamente en el
mercado nacional o en el mercado europeo donde el TJUE ha hecho una jurisprudencia
muy realista y efectiva frente a las distorsiones del mercado. Incluye, por último, entre
sus contenidos, la defensa de la competencia.
Un derecho limitado. El menguado alcance del principio de proporcionalidad en la
jurisprudencia del TC. La libertad de empresa es un derecho sometido a numerosas
limitaciones: caben autorizaciones administrativas en el acceso a la actividad
económica, densas regulaciones de las misma y controles posteriores en el ejercicio.
Pero no pueden ser arbitrarias. El debate posterior se ha centrado pues en el alcance del
principio de proporcionalidad como límite al legislador en relación con el ejercicio de
concretas actividades económicas. La jurisprudencia del Tribunal Constitucional no ha
sido muy exigente (v.gr. las STC 109/2003 sobre la autorización de oficinas de
farmacia, y STC 53/2014 sobre grandes establecimientos comerciales) salvo
cuando se han creado obstáculos o barreras a la libertad de circulación. Sus decisiones
han mantenido que debe limitarse a revisar si las regulaciones públicas que limiten el
acceso a una actividad empresarial son constitucionalmente adecuadas, pero sin
fiscalizar la oportunidad de una concreta opción del legislador y sus legítimas opciones
políticas. Es un mero juicio de razonabilidad, menos estricto, que el de proporcionalidad.
Un planteamiento probablemente insuficiente.
Sectores intervenidos. Por otro lado, hay actividades económicas (v.gr. la banca y el
crédito, la actividad de seguro…) que, dada su trascendencia social o económica,
merecen una regulación más intensa o intervenida y llevan a que el Estado se asegure de
su recto funcionamiento. Según el sector del mercado en que las empresas actúen,
puede haber relevantes diferencias en las regulaciones y en el grado de la intervención
pública –que han sido admitidas por el Derecho de la Unión– y un diverso alcance del
contenido de la libertad de empresa que, por consiguiente, se modula en función del tipo
de actividad y el régimen jurídico o configuración legal.
3. LIBERTAD SINDICAL
Tutela específica de la libertad sindical. La LOLS (artículo 12 y ss) considera nulos los
preceptos de los reglamentos, pactos, cláusulas de los convenios colectivos y decisiones
unilaterales del empresario que contengan cualquier tipo de discriminación en el
empleo o las condiciones de trabajo por razón de la adhesión o no a un sindicato, a sus
acuerdos o su acción sindical. Cualquier trabajador o sindicato que considere lesionado
alguno de los contenidos de su libertad sindical puede solicitar la tutela del derecho ante
la jurisdicción a través del proceso de protección jurisdiccional de los derechos
fundamentales. La Ley 36/2011, de 10 de octubre, Reguladora de la Jurisdicción Social
(arts. 177 y ss) contiene una ordenación específica de un procedimiento de amparo
judicial previo al amparo constitucional. Existen también sanciones administrativas por
conductas que limiten el acceso al centro de trabajo para desarrollar actividad sindical,
así como una tutela penal (artículo 315 del Código Penal) cuando las conductas
antisindicales se adentren en un tipo delictivo, para aquéllos que impidieran la libertad
sindical mediante engaño o abuso de una situación de necesidad, y las penas se
incrementan si la conducta se llevó a cabo mediante coacciones.
4. DERECHO DE HUELGA
Huelgas abusivas. Por otra parte, el artículo 7.2 RDLRT considera “actos ilícitos o
abusivos” ciertas modalidades de huelga como son: las rotatorias, las efectuadas por los
trabajadores que presten servicios en sectores estratégicos con la finalidad de
interrumpir el proceso productivo, las de celo o reglamento, y cualquier “alteración
colectiva en el régimen de trabajo” distinta a la huelga fundada en el cese de la
prestación del servicio. La jurisprudencia constitucional ha considerado como sinónimos
las huelgas ilícitas o abusivas, contraponiéndolas a las ilegales. Son modalidades de
abuso del derecho de huelga que atienden a la forma de realizarse la huelga y a los
especiales daños que producen, y no a sus finalidades como ocurre con las huelgas
ilícitas. Recordemos que la huelga de los controladores aéreos, sin previo aviso y en un
período de vacaciones navideñas, motivó en 2010 nada menos que la primera
declaración del estado de alarma y su sometimiento al control del Ministerio de Defensa
(Real Decreto 1673/2010, de 4 de diciembre). La “huelgas intermitentes” no están
dentro de las expresamente prohibidas en ese artículo y, en consecuencia, puede
presumirse su validez, pero el empresario puede probar el abuso del derecho y la
existencia de los elementos fácticos de la huelga abusiva (STC 72/1982).
Ejercicio abusivo del derecho: límites al ejercicio. La huelga implica asimismo el derecho
de requerir a otros la adhesión a la huelga y a participar en acciones conjuntas dentro
del marco legal. Pero esto no conlleva la legitimidad de cualquier conducta
desproporcionada, abusiva e irrazonable. Así no ampara acciones delictivas contra
personas y bienes, ni conductas intimidatorias mediante coacciones al resto de los
trabajadores o que traten de impedir el acceso a la fábrica o centro de trabajo; unas
acciones que no vienen protegidas por el contenido del derecho de huelga y pueden dar
lugar a expedientes sancionadores o incluso a delitos. Pero la conflictividad en este
espacio es grande y es difícil medir el grado de abuso que inherente al uso normal de
cualquier cosa durante un conflicto.
Prohibición de ocupación de locales. El artículo 7.1 RDLRT añade que la huelga deberá
producirse sin que los trabajadores ocupen el centro de trabajo o cualquiera de sus
dependencias. La STC 11/1981 entendió que esta prohibición legal no está sólo fundada
en el derecho de propiedad y debe compatibilizarse con el derecho de reunión mediante
una interpretación restrictiva.
Sujetos: los trabajadores por cuenta ajena, los extranjeros y los funcionarios. Son
titulares del derecho de huelga los “trabajadores” según reza el artículo 28.2 CE. Debe
entenderse que se refiere a los trabajadores por cuenta ajena o que prestan un trabajo
de manera retribuida. No puede pues extenderse esta medida de presión a otras
categorías como son los trabajadores autónomos, o pequeños empresarios y
profesionales. Sí son sujetos del derecho los trabajadores extranjeros en las mismas
condiciones que los españoles conforme a la ley de extranjería tras haber anulado el TC
las restricciones legales anteriores por considerarse inconstitucionales. Se ha debatido
sobre el derecho de huelga de los funcionarios públicos. La cuestión no es evidente
porque la Constitución se refiere a los trabajadores. Pero parece natural, una tendencia
lógica, que los funcionarios puedan defender sus intereses y derechos profesionales con
este instrumento de presión, y diversas leyes se aplican a la vez a las relaciones
laborales y a las de carácter administrativo o estatutario, entre ellas, las normas
encaminadas a mantener los servicios esenciales de una comunidad. La STC 11/1981
recordó que el derecho de huelga de los funcionarios no está regulado ni prohibido por
el RDLRT. Pero de hecho se ha aplicado a los funcionarios por la similitud de las
situaciones. El Real Decreto 5/2015, de 30 de octubre, por el que se aprueba el texto
refundido de la Ley del Estatuto Básico del Empleado Público (artículo 15) incluye el
ejercicio de la huelga, con la garantía del mantenimiento de los servicios esenciales de la
comunidad, entre los derechos individuales que se ejercen de forma colectiva. Algunos
funcionarios no pueden ejercer el derecho de huelga como son los miembros de las
Fuerzas Armadas, la Guardia Civil y la Policía Nacional, y no viene expresamente
prohibida para Jueces y Magistrados –a diferencia de su afiliación sindical en el artículo
127.1 CE–, produciéndose una polémica sobre la que ya nos hemos pronunciado al
hablar del Poder Judicial.
Huelga e interdicción del cierre patronal y del despido de los trabajadores. El cierre
patronal (lock-out) no puede considerarse lícito en todos los casos en que vacía de
contenido el derecho a hacer huelga o se constituye en una barrera que lo impide. No es
contrario a nuestra Constitución y puede servir como poder de policía para asegurar la
integridad de personas y de bienes, con la voluntad de reabrir el establecimiento una vez
desaparecido el riesgo, pero no puede usarse con una finalidad impeditiva de derecho de
huelga (STC 11/1981). En este sentido, el artículo 12 RDLRT, cuya constitucionalidad el
TC revisó, sólo permite el cierre del centro de trabajo en caso de huelga cuando
concurra un notorio peligro de violencia o daños graves, se produzca una ocupación
ilegal del centro de trabajo, o el volumen de inasistencia impida la producción. Unos
supuestos de graves trastornos que deben ponerse en conocimiento de la autoridad
laboral. Se advierte bien en este tema que el derecho de huelga conlleva un derecho a
limitar transitoriamente la libertad del empresario y unos sacrificios mutuos (STC
11/1981). No puede olvidarse la perturbación en la producción que la huelga produce y
que desencadena una desorganización de la empresa por un buen tiempo posterior al fin
de la huelga. Del mismo modo, el ejercicio de la huelga no justifica el despido del
trabajador ni aunque sean miembros del Comité de huelga.
El trabajo como factor de inclusión social. Debe entenderse normalmente por “trabajo”
un empleo asalariado u ocupación en una relación jurídica de intercambio en una
organización productiva de titularidad ajena, no obstante, existe también un trabajo
autónomo o por cuenta propia. Durante mucho tiempo, el trabajo ha sido un factor de
cohesión social, muy ligado al libre desarrollo de la personalidad, y, por el contrario, la
falta de trabajo o de un trabajo en condiciones dignas un motivo de exclusión, fracaso y
frustración. Es difícil saber si sigue realmente siéndolo en una sociedad digital con
nodos en red, nuevas formas de trabajo telemático, un elevado desempleo, trabajos
precarios, un amplio progreso tecnológico que aminora las necesidades de mano de obra
y a la vez crea otros empleos y nuevas formas de contratación. El trabajo asalariado
puede haber perdido su centralidad. La sociedad digital quizás tenga otros factores de
cohesión. Pero sigue siendo cierto que la ausencia de trabajo produce una exclusión
social e impide el libre desarrollo de la personalidad, y que el trabajo contribuye al
bienestar general de las personas.
Edad mínima. La legislación establece una edad laboral mínima para permitir que se
completen los ciclos educativos y finalizar el proceso de maduración de los niños. Es otro
contenido del derecho al trabajo: la exclusión de los menores. No puede autorizarse el
trabajo de los menores en un Estado social, a diferencia de las prácticas abusivas que
ocurrieron durante la primera industrialización en el siglo XIX, y se mantienen hoy en
algunos países subdesarrollados a veces para empresas extranjeras. El artículo 32
CDFUE prohíbe el trabajo infantil y liga la prohibición con la edad en que concluye la
escolaridad obligatoria, y también prohíbe el trabajo de los jóvenes en condiciones que
puedan ser perjudiciales para su desarrollo y su educación. El TEDH ha dictado incluso
algunas sentencias en las que aplica la prohibición de esclavitud y trabajo forzado
(artículo 3 CEDH) a algunas de estas modalidades de trabajo para niños o emigrantes
sin papeles –a veces se aúnan ambas condiciones– y en penosas condiciones de
salubridad.
Edad máxima y derecho a la jubilación. También se establece por la ley una edad máxima
que lleva a la jubilación forzosa y viene constitucional e internacionalmente justificada
(SSTC 22/1981 y 108/1986). El derecho al trabajo posee razonables límites y no puede
pretender ejercerse indefinidamente. La jubilación en unas condiciones dignas de
quienes satisfagan ciertas condiciones previstas en las leyes no es sólo una obligación
sino, sobre todo, una razonable expectativa de todos los trabajadores, ligada al libre
desarrollo de la personalidad, que integra asimismo el contenido protegido del derecho
al trabajo en un Estado social. No obstante la situación respecto de la jubilación forzosa
es distinta en la función pública, donde se admite sin problemas, que en el ámbito
laboral donde se puede establecer por ley o en los convenios colectivos.
Conciliación con la vida familiar. De nuevo, la moderna y garantista CDFUE (artículo 33)
especifica que se garantiza la posibilidad de conciliar la vida profesional y la vida
familiar, y es relevante que a tal fin se especifica que toda persona tiene derecho a un
permiso pagado por maternidad y a un permiso parental.
Desarrollo legal. No obstante, el desarrollo del artículo 37 CE puede hacerse por ley
ordinaria, pues la negociación colectiva no es uno de los derechos fundamentales
comprendidos en el ámbito del artículo 81.1 CE. Durante la transición se aprobó el Real
Decreto Ley 17/1977 de 4 de marzo, de Relaciones de Trabajo ya mencionado y centrado
sobre todo en la huelga y la adopción de medidas de conflicto colectivo. Pero la
regulación está, sobre todo, en el Real Decreto-Legislativo 2/2015, de 23 de octubre, por
el que se aprueba el texto refundido de la ley del Estatuto de los Trabajadores.
Ámbito de aplicación. Corresponde decidirlo a las partes, pero están sujetas a límites
legales y no gozan de una libertad absoluta, pues la ley puede garantizar el derecho a la
negociación colectiva, incluida la determinación del ámbito de aplicación del convenio
colectivo (STC 136/1987). Pero igualmente ha dicho el Tribunal Constitucional que
puede haber discriminaciones vedadas por el artículo 14 CE y por el artículo 17.1 del
Estatuto de los Trabajadores, si v.gr. se excluye de un convenio a un colectivo de
trabajadores, o una modalidad de contrato, o trabajadores precarios que carecen de
poder de negociar.
Eficacia jurídica de los convenios colectivos. Los convenios colectivos tienen atribuidos,
por mandato constitucional y legal, un contenido normativo por el que se imponen a las
relaciones individuales de trabajo, y no reclaman una aceptación individual de lo
pactado que quebraría el sistema de negociación colectiva configurado por la
Constitución: la quiebra de su fuerza vinculante y carácter normativo. En ellos mismos
se prevé la forma para su actualización, modificación o denuncia contando siempre con
la representación legítima de las partes (STC 105/1992). No en balde son objeto de
publicación en los diarios oficiales. No obstante, el convenio debe someterse a las leyes
previas o sobrevenidas y las previsiones del artículo 37.1 CE no pueden impedir la
eficacia de las leyes posteriores que pueden alterar los convenios, por más que puedan
dar lugar a pedir la rescisión del convenio (STC 210/1990).
Cierre patronal defensivo. Según el Tribunal Constitucional (de nuevo la STC 11/19981),
el constituyente ha incluido el cierre patronal –con serias limitaciones– entre las
medidas generales de conflicto colectivo del artículo 37.2 CE. La decisión de cierre
empresarial afecta no sólo al personal conflictivo sino también al pacífico, cuyos
derechos resultan gravemente afectados, algo que no ocurre con el derecho de huelga;
por otro lado, en el cierre no hay reivindicación sino defensa. De este modo, ya se ha
explicado que el cierre no puede ser ofensivo y ser empleado para obstaculizar o vaciar
el derecho de huelga. Debe ser una medida que asegure la integridad de las personas y
los bienes y estar movida por una decidida voluntad de reapertura del centro una vez
desaparecido el riesgo. El Tribunal Constitucional estimó pues constitucional la
regulación legal prevista en el RDLRT (artículo 12) que liga el cierre a una serie de
graves circunstancias que enumera. Es un cierre causal en cuanto viene fundado en
causas o previsiones legales y esta circunstancia deviene un serio límite del cierre
empresarial.
BIBLIOGRAFÍA
(1) Agradezco las aportaciones a esta lección de Joaquín García Murcia e Ignacio García Vitoria.
14 SEP 2023
Lecciones de Derecho Constitucional. 1ª ed., agosto 2023
PARTE SEGUNDA LOS DERECHOS FUNDAMENTALES
LECCIÓN 26.ª DERECHOS SOCIALES Y PRINCIPIOS RECTORES
LECCIÓN 26.ª
• derecho a la salud, y protección del ocio, la educación física y el deporte (artículo 43);
• bienestar de las personas ancianas, que la Constitución llama “tercera edad” usando
un eufemismo (artículo 50);
Principios constitucionales que informan el modelo (I). Vienen todos ellos recogidos en
el artículo 41 CE. No existe un modelo cerrado de Seguridad Social en la Constitución
sino un conjunto de límites infranqueables pero abiertos. La opción del constituyente fue
correcta dado el dinamismo del sistema y para permitir su evolución normativa. Esta
flexibilidad constitucional, fundada en unas normas de principio de mínimos, ha sido
reforzada por el Tribunal Constitucional que ha operado con prudencia en los conflictos.
Cuestiones como pueden ser la crisis fiscal, los elevados costes económicos del sistema,
el porcentaje de contribución de trabajadores y empresas, el impacto del envejecimiento
de la población y un largo etcétera de cosas no pueden ser resueltas para siempre por la
Constitución. Fue mejor optar con prudencia por un Derecho dúctil y por principios.
Éste es un rasgo común a los principios rectores.
Suficiencia (III). También se predica la suficiencia de las prestaciones para afrontar las
necesidades. Sentado un mínimo vital ineludible, la cuantía de las prestaciones puede
variar, si bien ya he expuesto que restricciones bruscas, desproporcionadas y adoptadas
sin la cautela de normas transitorias pueden ser inconstitucionales.
Sujetos: ¿los trabajadores o los ciudadanos? La Constitución (artículo 41) atribuye este
derecho a todos los ciudadanos y no a los trabajadores. Se ha dicho que se produjo una
“deslaboralización” que permite extender los sujetos. Pero lógicamente el derecho
ciudadano viene condicionado al cumplimiento de ciertos requisitos y caben fórmulas de
protección diferenciadas.
Desarrollo legal. El reenvío a la ley que la Constitución realiza se satisface por diversas
leyes, entre otras: la Ley 33/2011, de 4 de octubre, General de Salud Pública; la Ley
14/1986, de 25 de abril, General de Sanidad; la Ley 16/2003, de 23 de mayo, de cohesión
y calidad del Sistema Nacional de Salud; la Ley Orgánica 3/1986, de 14 de abril, de
medidas especiales en materia de sanidad pública.
Un derecho fundamental entre los principios rectores. Es éste un buen ejemplo del
reconocimiento de un derecho fundamental dentro del Capítulo de los principios
rectores. No sólo por la literalidad del término que usa la Constitución “derecho” sino
sobre todo por la muy directa afectación de la salud al libre desarrollo de la personalidad
y la dignidad humana; la salud es una condición de ejercicio de los demás derechos. Es
evidente la existencia de un contenido esencial que no depende de la ley: un mínimo
vital. En efecto, el artículo 43.1 CE impone prestaciones cuando la salud venga
seriamente afectada por más que exista una configuración legal; y, como todo derecho
fundamental, tiene una fuerza expansiva. Es cierto que las concretas prestaciones, la
cartera de servicios que el Sistema Nacional de Salud concede, quedan en las manos de
leyes y reglamentos, y pueden variar en el tiempo, modificándose la inclusión en el
sistema de ciertos tratamientos médicos o enfermedades, o el uso de nuevas
tecnológicas muy sofisticadas, ponderando sus costes y su efectividad. Pero la tendencia
es expansiva y suelen añadirse nuevas prestaciones. Tampoco es descartable, en vez de
deseable, que los órganos jurisdiccionales puedan revisar conforme al principio de
proporcionalidad el rechazo por las leyes de ciertas prestaciones esenciales que
atiendan enfermedades importantes, ligadas a la subsistencia de la vida y a serias
injerencias en la salud.
Una competencia compartida y una igualdad básica. Este principio rector se ejerce
respecto de competencias tanto del Estado como de las CCAA. El artículo 149.1.16 CE
diseña una competencia compartida sobre la sanidad como materia. Atribuye
íntegramente la sanidad exterior al Estado, y, respecto de la sanidad interior, concede al
Estado la aprobación de las bases y la coordinación general de la sanidad, y una sección
de materia: la legislación sobre productos farmacéuticos. Cierta desigualdad territorial
en la determinación de los contenidos del derecho en las diversas CCAA parece
inevitable, dadas sus competencias de desarrollo normativo y de ejecución, pero no
deberían ser muy grandes para no afectar a la igualdad en el ejercicio de los derechos de
todos los españoles (artículo 149.1.1 CE). Por otro lado, las diferencias normativas entre
las CCAA pueden mejorar las prestaciones mínimas determinadas por el legislador
estatal con carácter básico, v.gr. los medicamentos, pero no empeorarlas (STC 98/2004).
Existen, no obstante, diversas fórmulas de prestación de los servicios en las leyes
autonómicas. Bien es verdad que fuera del contenido mínimo exigido por la
Constitución, los reglamentos en ocasiones han reducido sensiblemente el número de
medicamentos de financiación pública. No parece poder revisarse estas opciones de
dirección política y presupuestaria si resultan suficientemente justificadas y son
proporcionadas, algo que no siempre ocurre.
5. EL DERECHO A LA VIVIENDA
Esperar y ver. En suma, es una Ley ambiciosa en sus objetivos, que previsiblemente sea
revisada en su constitucionalidad por el Tribunal Constitucional tanto en lo que atañe a
las restricciones de derechos e intereses privados en beneficio de los intereses públicos
como en lo referido a la invocación de los títulos competenciales del Estado que acaso en
algunos extremos podrían desbordarse. Previsiblemente, lleve a desarrollos diversos en
las CCAA según sus direcciones políticas propias y potencialmente contrapuestas, en
ejercicio de sus competencias plenas en materia de vivienda. La colaboración entre
entes territoriales será importante en el futuro. Pero habrá que esperar un tiempo para
reconocer cuáles son las políticas públicas más eficientes para garantizar el derecho a la
vivienda, y, en este sentido, ensayar diversas experiencias en las CCAA puede resultar
muy útil y no sería disfuncional. En suma, no puede negarse que es urgente la
intervención de los poderes públicos, también el Estado, para dar una dimensión
prestacional al derecho a la vivienda antes de que se convierta en una entelequia o un
enunciado constitucional vacío.
6. EL DERECHO A LA CULTURA
BIBLIOGRAFÍA
(1) Agradezco las aportaciones a esta lección formuladas por Joaquín García Murcia y Raúl Canosa Usera.
© 2023 [Editorial Aranzadi S.A.U. / Javier García Roca] © Portada: Editorial Aranzadi S.A.U.
14 SEP 2023
Lecciones de
Derecho
Constitucional. 1ª
ed., agosto 2023
ARANZADI
LECCIÓN 27.ª
Las declaraciones liberales de derechos. Las primeras declaraciones de derechos durante el liberalismo se
preocuparon de hacer un elenco de derechos inviolables, civiles y políticos, atribuidos al hombre y al
ciudadano. Parecía bastar con su reconocimiento con publicidad y su declaración de forma solemne: con su
positivación en declaraciones. No en balde se hicieron en momentos revolucionarios y constituyentes como
fueron la Independencia de las antiguas colonias del Reino Unido en los Estados Unidos, o la Revolución
francesa con su mítica Declaración de Derechos del Hombre de 1789, o la no menos ejemplar obra de las
Cortes de Cádiz desde 1810 que, en medio de una situación de guerra civil e invasión napoleónica,
proyectaron la extinción del Antiguo Régimen y sentaron las bases de un constitucionalismo liberal en una
Constitución y unos decretos que costó décadas construir. Estas declaraciones constitucionales liberales, o
reconocimientos aislados de derechos en constituciones como la de Cádiz, pretendían divulgar las conquistas
revolucionarias. Tenían una función transformadora de las sociedades, al tiempo que establecían una defensa
frente el riesgo de involuciones. Sus contenidos alcanzaron un gran valor político y simbólico, no sólo jurídico,
y este valor ejemplar e inspirador permanece en nuestros días. Sin embargo, existía la ingenua creencia de
que bastaba con la proclamación de los derechos para alcanzar su validez y eficacia. Georg Jellinek y Jeremy
Boutmy polemizaron de forma clásica sobre la influencia de la declaración del buen pueblo de Virginia en la
posterior declaración revolucionaria francesa. Mas lo relevante es que ambas declaraciones en los dos
hemisferios procedían de una cultura común e ilustrada de ideas liberales que fueron el origen del
constitucionalismo. Con el tiempo, todas las constituciones incorporaron declaraciones generales o derechos
aislados y dispersos en ellas, erigiendo una parte dogmática junto a un esquema de gobierno y división de
poderes. Mas de un siglo después, en la Constitución de Querétaro en 1917 en Méjico, tras una revolución, y
en la Constitución de la República de Weimar de 1919, que puso fin a la monarquía y al Imperio, aparecieron
los primeros derechos sociales y su comprensión como una orientación para la legislación y las normas de
fines. Pero la preocupación originaria del constitucionalismo e incluso de las primeras evoluciones posteriores
no fue dotar a los derechos fundamentales de un sistema de garantías que asegurase su eficacia. Esta
atención sobrevino mucho más tarde, según se cayó en la cuenta de que el simple reconocimiento de
derechos, sin prever garantías específicas e instrumentos para la remoción de obstáculos fácticos en la
realidad social, así como insuficiencias jurídicas o comprensiones inadecuadas, no permitían que los derechos
fundamentales llegaran a tener eficacia y plena vigencia en la realidad social y pudieran ser disfrutados por
las personas y los grupos sociales.
La vuelta a la doctrina del precedente en las altas cortes. Paradójicamente, la experiencia actual de
protección de derechos fundamentales por tribunales constitucionales, cortes supremas y tribunales
internacionales o supranacionales nos ha hecho volver la mirada a un método de reconocimiento de derechos,
caso a caso y no sólo mediante tratados internacionales y declaraciones generales. Ambas formas de
reconocimiento de derechos conviven. Vivimos en un sistema de precedentes jurisprudenciales de altas
cortes, porque los derechos son inevitablemente un case-law, ya que se reconocen en disposiciones escritas
muy abiertas y escuetas que no suelen contemplar supuestos de hecho sino principios que deben maximizarse
o reglas muy abiertas y generales en manos de una interpretación constitucional o convencional que no aclara
realmente las normas sino que las construye como ha explicado Böckenförde. Declaraciones constitucionales
e internacionales de derechos y precedentes jurisprudenciales son los tres medios de reconocimiento de
derechos.
Garantías jurisdiccionales. El tipo más perfeccionado de estas garantías constitucionales son las garantías
jurisdiccionales. Pero distan de ser las únicas ni necesariamente son las más poderosas o eficaces, una
perspectiva muy extendida y errónea. El mantenimiento de unas amplias partidas presupuestarias para cubrir
las prestaciones sanitarias o educativas y otros derechos sociales y servicios públicos esenciales es una
medida más eficaz que una protección individual mediante cientos de sentencias aisladas, porque los
derechos sociales adquieren condiciones reales de ejercicio en la medida de lo presupuestariamente posible,
afectan a millones de personas y están en las manos de leyes y reglamentos. Los derechos no se protegen sólo
mediante órganos jurisdiccionales sino sobre todo mediante una cultura jurídica y política –la cultura de los
derechos– que debe informar la actividad de todos los órganos del Estado: desde la elaboración de los
presupuestos a la acción de gobierno y la dirección política o a la actuación de funcionarios y
administraciones. No obstante, la existencia de una jurisdicción constitucional es un mecanismo central e
indefectible para interpretar los derechos fundamentales y fortalecer el Estado de Derecho y una de sus
razones de ser. Un tribunal constitucional especializado en derechos lidera las garantías constitucionales. Se
impiden así las violaciones de derechos por las leyes mediante un control jurisdiccional, se hacen exégesis
constitucionales que crean estándares interpretativos y se dictan medidas de reparación. No menos esencial
es la garantía de los derechos por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos y el Tribunal de Justicia. Pero es
todavía más necesario un Poder Judicial difuso, independiente y organizado con eficiencia, autoridad y
suficiencia de medios. Una democracia constitucional y un Estado de derecho demandan que jueces y
tribunales custodien los derechos subjetivos de los individuos y los grupos como primera línea de defensa:
tienen la responsabilidad primaria de su tutela. Los distintos órdenes judiciales protegen y reparan los
derechos fundamentales cuando son lesionados por la actividad administrativa, malas prácticas, o normas
reglamentarias, pero también por contratos de derecho privado o convenios y otras manifestaciones de la
autonomía colectiva o actuaciones fruto del poder de dirección empresarial, porque los derechos juegan
también horizontalmente en las relaciones entre particulares. Los órdenes jurisdiccionales civil, penal,
contencioso administrativo, militar y penal son garantías muy relevantes para la protección de los derechos
en esos espacios a través de los diversos procesos o mediante procedimientos específicos y sumarios de tutela
de los derechos.
La justificación cultural de los derechos y la integración funcional. Por último, pero no en importancia,
ciertamente los derechos fundamentales vienen positivados en normas de las constituciones o de los tratados
internacionales: en “normas reconocedoras de derechos”. Son disposiciones dotadas de supremacía material
sobre las leyes debido a la relevancia de sus contenidos. Pero normalmente existe un largo proceso previo de
fundamentación cultural –de ahí su supremacía material– que lleva a su generalizada aceptación social antes
de ser consagrados en normas de especial rango. No es extraño pues que los derechos fundamentales
satisfagan una labor de integración funcional de un comunidad según nos enseñó Rudolf Smend. La tolerancia
y la libertad religiosa son la consecuencia de las lecciones extraídas tras muchas guerras de religión. La
libertad de expresión e información fueron unas conquistas sociales y lo mismo ocurre con los derechos de
huelga y sindicación de los trabajadores, consecuencia del movimiento obrero. La legalidad penal y la
prohibición de tortura son principios elaborados en el pensamiento ilustrado. El matrimonio igualitario u
homosexual es la consecuencia de los cambios de paradigmas culturales y científicos sobre la percepción de
la homosexualidad, que ya no puede comprenderse como algo infamante –el “pecado nefando” en tiempos de
la Inquisición–, sino como un rasgo sexual y afectivo propio de algunas personas y muy ligado al libre
desarrollo de su personalidad, protegiéndoles de intromisiones en la libertad de conciencia. El mundo de los
derechos fundamentales se funda en la confianza en los individuos y en su autodeterminación y no en los
dogmas públicos o privados ya sean religiosos o de otro tipo. Los derechos tienen un basamento cultural y son
“fundamento del orden político y de la paz social” como recoge el artículo 10.1 CE. Ésta me parece que es la
principal garantía de los derechos fundamentales en una sociedad abierta: la común opinión de su necesidad
como normas culturales que dan cohesión a una comunidad política. Son unas decisiones políticas básicas
sobre la democracia como forma de vida. En definitiva, no todas las garantías de los derechos son represivas
en vez de positivas y en particular es esencial la cultura o el lenguaje de los derechos que es propia de un
Estado de derecho.
2. GARANTÍAS NORMATIVAS
Rigidez y jerarquía constitucionales. Es una remarcable garantía normativa la idea de rigidez constitucional.
El sometimiento de la modificación de las normas constitucionales a unos procedimientos específicos de
reforma constitucional, ordinario y agravado (artículos 167 y 168 CE), con trámites distintos a los previstos
para la aprobación de las leyes y de más difícil consecución. Si una ley ordinaria pudiera derogar las normas
constitucionales que reconocen y positivan los derechos fundamentales, o alterar su contenido esencial, su
eficacia devendría imposible en la práctica. Tal y como ocurría antaño donde se comprendían los derechos
como meras garantías institucionales y la configuración de la institución quedaba casi en las completas manos
de las leyes sin otras limitaciones que la remota imagen de una institución. Los derechos valían lo mismo que
las leyes en el período de entreguerras. Una mayoría parlamentaria poco respetuosa con los derechos
fundamentales –populista o autoritaria– podría vaciar de contenido los derechos fundamentales. La principal
garantía es pues una garantía normativa: una constitución formal que reconoce los derechos mediante
normas constitucionales dotadas de rigidez y una especial jerarquía superior a la de las leyes, que impone sus
mandatos al legislador y al resto de las autoridades estatales. Los mandatos constitucionales sobre principios
y derechos vinculan a todos los poderes públicos y privados y los derechos devienen así inviolables e
indisponibles. La rigidez y mayor jerarquía de las normas reconocedoras de derechos fortalecen su
inviolabilidad.
Reserva de ley y principio de legalidad. Pero no menos importante es una específica y reforzada reserva de ley
para la regulación de los derechos fundamentales de la que se deriva un férreo principio de legalidad en la
regulación de los derechos fundamentales. Las restricciones e interferencias en los derechos deben venir
previstas en leyes parlamentarias que satisfagan las notas de previsibilidad y certeza, según razona
habitualmente el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Un principio de legalidad formal y material. En
definitiva, es precisa la “calidad de ley”: unas leyes previas, estrictas y ciertas donde las restricciones y
limitaciones de los derechos satisfagan las exigencias propias de la taxatividad. Vienen de este modo
proscritas las “leyes vagas”, ambiguas e imprecisas, para regular los derechos o limitar su ámbito normativo.
No hay una reserva única y general de ley en nuestra Constitución, pero existen varias reservas de ley
positivas y negativas y un férreo principio de legalidad de los derechos. Primero, el mandato general de
regulación por ley del ejercicio de los derechos del Capítulo II del Titulo I, respetado su contenido esencial
(artículo 53.1 CE). Segundo, la reserva específica de ley orgánica para el desarrollo de algunos derechos
fundamentales en sentido estricto (artículo 81.1 CE): los comprendidos en los artículos 14 a 29 más el 30.2
CE. Finalmente, existen dos reservas negativas o materias vedadas, respectivamente, a los decretos leyes
(artículo 86.1 CE), que no pueden afectar a los derechos en sentido estricto del Título I –pese al muy laxo o
permisivo entendimiento de esta clausula que ha mantenido la jurisprudencia constitucional– y a los decretos
legislativos (artículo 83), que no pueden dictar normas con carácter retroactivo ni modificar las leyes de
bases.
Contenido esencial, vinculación del legislador y control de constitucionalidad. Los derechos fundamentales
poseen un contenido esencial indisponible por el legislador y al que se encuentra positiva e intensamente
vinculado. Según la jurisprudencia constitucional (por todas, la STC 11/1981) este contenido se determina
mediante dos criterios complementarios: la “recognoscibilidad” o conjunto de ideas o convicciones
generalizadas sobre las características que identifican la imagen del derecho; y asimismo una serie de
intereses jurídicamente protegidos que integran las facultades protegidas por el derecho. Este contenido
esencial no puede ser traspasado por las leyes que regulen o restrinjan derechos fundamentales, y tal
indisponibilidad es una garantía normativa de relevancia central de cara a un posterior control de
constitucionalidad de las interferencias en el ámbito normativo del derecho.
Aplicación directa. Los derechos fundamentales se aplican directamente desde la Constitución y, aunque
pueden ser objeto de regulación legal, no quedan en las manos de las leyes la libre decisión sobre su
aplicación en el tiempo. Existe una tensión normativa entre Constitución y ley. Los derechos fundamentales
contenido en el Capítulo II del Título I son de aplicación directa e inmediata (STC 21/1981) y no meros
principios programáticos o simples reflejos de las leyes. Esto supone que, si el desarrollo legal se difiere de
forma prolongada e indebida, los ciudadanos pueden ejercer sus derechos directamente sin que la inactividad
o pasividad del legislador comporte la ineficacia de los derechos constitucionalmente reconocidos. Existen
numerosos ejemplos que revelan la importancia de esta garantía. En materia de televisión, la larga pasividad
del legislador en regular las nuevas modalidades televisivas en diversos soportes llevó a que el Tribunal
Constitucional (STC 88/1995, Caso televisión local de Alcalá de Guadaira) reconociera la imposibilidad de
imponer sanciones gubernamentales a unas empresas emisoras de televisión local al no solicitar unas
imposibles autorizaciones que no venían previstas en unas inexistentes leyes. Poco tiempo después, el
Parlamento reguló las diversas modalidades televisivas, rompiendo el monopolio estatal. La aplicación directa
de las libertades de expresión e información por cualquier soporte o medio (artículo 20.1. a] CE) por unas
empresas y la iniciativa privada provocó la actividad del legislador, al que el Tribunal Constitucional impidió
seguir imponiendo sanciones en ausencia de leyes de desarrollo.
Prohibición de derogación: límites materiales a las reformas constitucionales. La prohibición de derogar los
derechos fundamentales es otra garantía nada despreciable. La Ley Fundamental de Alemania establece
expresamente en su artículo 79 que la reforma constitucional no puede afectar a los principios enunciados en
los artículos 1 y 20, y en ese primer artículo se protege la dignidad humana y la vinculación de los poderes
públicos a los derechos fundamentales. Es un límite constitucional, expreso y absoluto, a la reforma
constitucional, una cláusula de intangibilidad. Con la misma lógica protectora pero con un tenor menos
explícito, el artículo 10.1 CE afirma que los “derechos inviolables” inherentes a la dignidad de las personas, el
libre desarrollo de la personalidad y el respeto a los derechos son “fundamento del orden político y de la paz
social”. Una frase feliz que creo debe entenderse del mismo modo. Los derechos de los individuos no pueden
violarse, es decir, no se pueden infringir o quebrantar. Pero además “fundan”, es decir, construyen desde
bases racionales todo el ordenamiento jurídico y promueven la integración social, cumpliendo una función
legitimadora. Los fundamentos de las cosas, sus basamentos, no pueden derogarse sin daños irreparables. No
han faltado así estudiosos que razonan que los principios del artículo 10.1 CE son un límite inmanente e
implícito a las reformas constitucionales que intenten destruir los derechos proclamados en la Constitución y
su inviolabilidad; y lamentablemente no están faltado ejemplos en Europa en los actuales tiempos de
populismo.
La suspensión de los derechos como garantía constitucional. Finalmente, que la propia Constitución (artículo
55 en relación con el artículo 116 CE) prevea la posibilidad de la suspensión individual de los derechos por
motivos excepcionales ligados al terrorismo, así como la suspensión durante la vigencia de los estados de
excepción y de sitio, o intensas restricciones durante el estado de alarma, debe percibirse igualmente como
una garantía constitucional. Tenemos una Constitución tan segura de su fortaleza y vigencia normativa que
permite la posibilidad excepcional de la suspensión o intensas restricciones de los derechos (véanse las
polémicas y escasamente fundadas SSTC 148 y 183/2021) en situaciones de graves emergencia, cumpliendo
ciertos procedimientos, garantías y controles parlamentarios y jurisdiccionales. Una suspensión de derechos
que es una manifestación más de las garantías constitucionales.
Artículo 53 CE: procedimiento preferente y amparo constitucional. Este precepto constitucional es el único
del Capítulo Cuarto del Título I, que reza “De las garantías de las libertades y derechos fundamentales”. Es
nuclear en la ordenación de nuestro sistema de derechos y contiene dos reglas. Primero, cualquier ciudadano
puede recabar la tutela de los derechos reconocidos en el artículo 14 y la Sección Primera del Capítulo II del
Título Primero ante los tribunales ordinarios por un procedimiento especial basado en los principios de
preferencia y sumariedad y, en su caso, a través del recurso de amparo ante el Tribunal Constitucional, un
recurso aplicable también a la objeción de conciencia (apartado 2.º). Segundo, respecto de los principios
rectores reconocidos en el Capítulo III sólo podrán ser alegados ante la jurisdicción ordinaria de acuerdo con
lo que dispongan las leyes que lo desarrollen (apartado 3.º). No me ocupare ahora de esta segunda regla que
ha sido ya estudiada al tiempo de los derechos sociales.
Delimitación negativa del epígrafe: remisión a otras lecciones respecto de los amparos constitucional y
europeo y las garantías de los principios rectores. Tampoco se expondrá ahora el recurso de amparo
constitucional ni el acceso directo de las víctimas ante el TEDH, que son dos garantías jurisdiccionales de los
derechos, porque son objeto de estudio al explicar el Tribunal Constitucional. Me parece decisivo mantener la
unidad de tratamiento sistemático de los procesos constitucionales para poner de manifiesto sus intensas
conexiones y contribuir a la formación del jurista desde un rico Derecho Procesal Constitucional, elaborado
durante tres cuartos de siglo en Europa, y que ha erigido la justicia constitucional.
El procedimiento preferente y sumario previsto en artículo 53 CE: derechos protegidos y rasgos procesales.
El artículo 53.2 CE reclama un procedimiento específico para la defensa de los derechos fundamentales
basado en los principios de preferencia y sumariedad. La especialidad no radica en el órgano jurisdiccional
competente sino en sus rasgos procesales: la estricta delimitación de unos derechos fundamentales que
pueden ser objeto de discusión, y los principios que lo orientan. Son solo los derechos reconocidos en la
Sección 1.ª del Capítulo II del Título I más el principio de igualdad ante la ley (artículo 14), en definitiva, los
derechos reconocidos en los artículos 14 a 29. No incluye pues los derechos contemplados en la Sección 2.ª,
incluida la objeción de conciencia al servicio militar del artículo 30.2 CE, que curiosamente sí es susceptible
de tutelarse mediante recurso de amparo e incluso fue un tiempo un amparo directo.
Tutela preferente y sumaria. El principio de preferencia implica que estos procedimientos disfrutan de
prioridad en su tramitación y resolución respecto de los demás procedimientos con independencia del orden
cronológico de entrada de los asuntos. Según el Tribunal Constitucional, la preferencia debe entenderse como
una prioridad absoluta por parte de las normas que regulan la competencia funcional o el despacho de los
asuntos (STC 81/1992). El carácter sumario supone que el proceso tiene limitado su objeto de conocimiento y
enjuiciamiento a la defensa de los derechos fundamentales. Por último, el Tribunal Constitucional ha
advertido que “sumario” debe entenderse también como equivalente a rápido (STC 81/1992), al cabo
preferente, y obliga a poner fin lo antes posible a la violación en el proceso y restituir al titular en el ejercicio
de su derecho fundamental.
El procedimiento preferente en la jurisdicción social. Se recogió, por primera vez, en el Texto articulado de la
Ley de Procedimiento Laboral de 1990, y posteriormente en el Texto refundido de la Ley de Procedimiento
Laboral de 1995, aunque de manera insuficiente pues sólo contemplaba un proceso especial de tutela de la
libertad sindical. Mediante la Ley 13/2009, de 3 de noviembre, se modificó la restrictiva denominación del
procedimiento pasando a denominarse “tutela de los derechos fundamentales y libertades públicas en el
Orden Social”. Una terminología más coherente con el ámbito material del procedimiento según la
jurisprudencia. Pero no ha sido hasta la aprobación de la Ley 36/2011, de 10 de octubre, reguladora de la
Jurisdicción Social (LRJS), cuando se ha producido una modificación sustantiva de esta modalidad procesal en
sus artículos 177 a 184. Se distinguen tres bloques de derechos: la libertad sindical y el derecho de huelga;
otros derechos fundamentales y libertades públicas; y una mención específica a la prohibición del tratamiento
discriminatorio y del acoso. Como requisito común, se exige que la vulneración se haya producido “en el
ámbito de las relaciones jurídicas atribuidas al conocimiento del Orden jurisdiccional social, o en conexión
directa con las mismas” (artículo 177.1 LRJS), lo que permite incluir también las lesiones que proceden de
terceros, aunque siempre con una conexión con la relación laboral. Por otra parte, se mantiene la
obligatoriedad –contemplada anteriormente en la Ley de Procedimiento Laboral– de ejercer la tutela a través
de la modalidad procesal a la que corresponda el comportamiento empresarial impugnado (despido,
modificación sustancial de las condiciones de trabajo…), que prevalece sobre la tutela de los derechos
fundamentales. Una circunstancia que supone que la mayoría de las vulneraciones de derechos
fundamentales no se sustancien mediante este cauce procesal sino a través de esas otras modalidades,
especificadas en el artículo 184 LRJS. Tampoco se aprecia una especial celeridad en los trámites y brevedad
en los plazos.
a) El derecho de reunión encuentra un procedimiento de tutela en el artículo 122 de la LJCA para casos de
prohibición o de propuesta de modificación de reuniones o manifestaciones que no sean aceptadas por los
promotores v.gr. las modificaciones del itinerario. Cualesquiera otras cuestiones relativas al derecho de
reunión deben tramitarse a través del procedimiento general de la LJCA. El plazo para interponer el recurso
es muy breve: 48 horas. Es lógico si se quiere que la resolución judicial se produzca antes de la inmediata
fecha prevista para la celebración de la reunión o manifestación. El órgano jurisdiccional convocará una
audiencia en el plazo de cuatro días y resolverá. Es un procedimiento preferente verdaderamente rápido,
pues de no ser así, la intervención judicial carecería de sentido.
b) El derecho de rectificación se regula en la Ley Orgánica 2/1984, de 26 de marzo, reguladora del Derecho de
rectificación. Permite al actor rectificar la información difundida, por cualquier medio de comunicación social,
de hechos que le aludan y considere inexactos y cuya divulgación pueda causarle perjuicio. A través de este
procedimiento, se protegen los derechos al derecho al honor, a la intimidad y a la propia imagen (artículo 18.1
CE). Se exige que el interesado remita el escrito de rectificación al director del medio de comunicación dentro
de los siete días siguientes a la publicación o difusión de la información. El director debe publicar la
información dentro de los tres días siguientes a la recepción del escrito. Si dicha publicación o difusión no se
produce, entonces el interesado podrá ejercer la acción de rectificación ante el Juez de Primera instancia
dentro de los siete días hábiles siguientes. El proceso se tramita conforme a las reglas del juicio verbal y se
dicta sentencia el mismo día o al día siguiente del juicio. Al parecer, el ejercicio de escritos de rectificación
antes diarios de ámbito nacional no es frecuente, porque la rectificación a menudo sólo incrementa una
publicidad no deseada por el aludido, y salvo casos de graves imputaciones, puede ser más inteligente
esperar que pase el tiempo de la noticia tan breve como la espuma de una ola.
c) El Habeas corpus viene regulado en la Ley Orgánica 6/1984, de 24, de mayo, reguladora del procedimiento
de Habeas Copus, en desarrollo del artículo 17.4 CE, para el enjuiciamiento de los casos de detenciones
ilegales. Es un procedimiento verdaderamente sumario para conseguir la inmediata puesta a disposición
judicial y el restablecimiento del derecho a la libertad personal cuando se haya vulnerado como consecuencia
de una detención ilegal. Se inicia de oficio o a solicitud del interesado frente a detenciones que se reputen
ilegales desde el inicio o cuya ilicitud sobrevenga posteriormente. Una vez trasladada la solicitud al
Ministerio Fiscal, el Juez resolverá mediante auto sobre la incoación del procedimiento. Si se abre, se
requerirá la presencia de la persona detenida en una comparecencia verbal y, tras oír a las partes y practicar
la prueba en su caso, el Juez dictará resolución dentro de las 24 horas siguientes y se pronunciará sobre la
situación personal del privado de libertad.
d) Los procedimientos electorales para la protección del derecho de sufragio (artículo23 CE) cuentan con un
régimen de recursos judiciales contra las resoluciones de los órganos de la Administración electoral en las
distintas fases del procedimiento electoral, previstos en de la Ley Orgánica 5/1985, de 19 de junio, del
Régimen Electoral General que son: a) recurso de rectificación del censo electoral que se interpone ante el
Juez de Primera instancia (artículos 39 y 40); b) recurso contra la proclamación de candidatos que se
interpone ante el Juzgado contencioso-administrativo (artículo 49); y c) recurso contra la proclamación de
electos que se presenta ante la Sala de lo Contencioso-administrativo del Tribunal Supremo o de los
Tribunales Superiores de Justicia (artículos 109 a 117 LOREG). En todos los casos, los plazos son muy breves
y en se computan en días naturales, dado que el procedimiento electoral es muy rápido y con plazos
preclusivos.
e) La nulidad de actuaciones está prevista en el artículo 241 LOPJ conforme ha quedado redactado tras la Ley
Orgánica 6/2007, de 24 de mayo, de modificación de la LOTC. Se contempla la posibilidad de declarar
excepcionalmente y a instancia de parte la nulidad de aquellas actuaciones procesales en las que se hubiere
vulnerado un derecho fundamental de los referidos en el artículo 53.2 CE, siempre que no haya podido
denunciarse antes de recaer resolución que ponga fin al proceso y dicha resolución no sea susceptible de
recurso ordinario ni extraordinario.
Origen comparado. El Defensor del Pueblo, que crea el artículo 54 CE reenviando a la ley orgánica la mayor
parte de su regulación, es una institución nueva en la tradición jurídica española, si bien solemos referirnos al
Justicia de Aragón como antecedente histórico. Deriva realmente del Ombudsman escandinavo y es
concretamente de origen sueco donde fue creado en la Constitución de 1809. Pero existe también en
Finlandia y Noruega y luego se generalizó a muchos países europeos e iberoamericanos. Si bien tiene perfiles
propios en nuestro ordenamiento al venir centrado en la tutela de derechos. Sin embargo, el Ombudsman
apareció en Suecia como un mandatario del Parlamento con funciones, más amplias, de supervisión de la
justicia y la administración, asegurándose del respeto a las leyes parlamentarias en general. Debía recoger
quejas de los ciudadanos, publicar un informe anual y suplir al Parlamento durante los largos periodos entre
una y otra sesión parlamentaria, y podía acusar a los funcionarios ante los tribunales, pero con el tiempo
fueron prevaleciendo sus funciones persuasivas como mediador. El modelo español es distinto y tiene un
objeto más restringido.
Órgano auxiliar de relevancia constitucional. Puede definirse su posición en la división de poderes como un
“órgano auxiliar”, con “relevancia constitucional”, de las Cortes Generales, quienes designan al titular del
órgano y de las que la institución depende –orgánicamente– en su presupuesto y funcionarios. No obstante,
tiene plena autonomía en el ejercicio de su función de control-fiscalización o de supervisión e inspección de
las Administraciones públicas tal y como corresponde a estos órganos auxiliares de los órganos
constitucionales, para garantizar los derechos fundamentales, debiendo informar a las Cortes de su actividad.
La institución tiene un fuerte carácter unipersonal muy centrado en la figura de la persona titular del órgano
que no es muy común en nuestras instituciones.
Mediador o institución de persuasión. El Defensor del Pueblo no tiene facultades coercitivas ni sancionadoras
ni siquiera decisorias, ya sean normativas o ejecutivas. Sus decisiones carecen de fuerza vinculante. Es pues
una magistratura de persuasión o de disuasión, dotada de auctoritas más que potestas, y cumple sus
funciones de informe y recomendación bien intentando convencer –normalmente con sigilo– a las autoridades
afectadas por las quejas, bien manejando la publicidad y la transparencia para dar a conocer hechos o
irregularidades a la opinión pública y solicitar la actuación de las Cámaras por medio de la Comisión Mixta.
Dos posibilidades contrapuestas y sobre las que su leal saber y entender le puede obligar a elegir. Tras la
aprobación de la Constitución, distintos autores defendieron que no debía darse al Defensor unas facultades
contenciosas ni una actividad muy legalista sino más bien de carácter persuasivo y el diseño de la Ley
Orgánica responde a esta lógica.
Comisión Mixta Congreso-Senado. La LODP prevé la creación de una Comisión mixta o bicameral encargada
de relacionarse con el Defensor del Pueblo y de informar a los respectivos Plenos en cuantas ocasiones sea
necesario. Se reunirá cuando lo acuerden conjuntamente los Presidentes del Congreso y del Senado, y
también para proponer un candidato al Pleno. Esta Comisión Mixta sustituyó a las dos Comisiones
parlamentarias unicamerales que se encargaban antes de las relaciones. Con posterioridad al debate en
Comisión, puede haber una discusión en Pleno.
Organización. El Defensor cuenta con dos Adjuntos con un orden de precedencia, y ambos los nombra
libremente el propio Defensor del Pueblo, pero deben contar con la conformidad previa de la Comisión Mixta
Congreso-Senado. Los dos ejercen las competencias que les delegue el Defensor, y, entre otras, tienen la
facultad de sustituirle por su orden de precedencia en los casos de imposibilidad temporal y cese. De manera
que de no procederse a la nueva designación en tiempo del Defensor –algo que ha ocurrido varias veces–
desempeña sus funciones provisionalmente el Primer Adjunto. El Defensor puede designar libremente los
asesores necesarios para el ejercicio de su funciones conforme a los límites presupuestarios de su partida
dentro de los Presupuestos de las Cortes Generales. El personal a su servicio tiene el régimen jurídico del
personal al servicio de las Cortes Generales.
Función de control y de defensa de los derechos fundamentales. La actividad del Defensor del Pueblo es
auxiliar de la función de control parlamentario que ejercen las Cámaras. Desde esta perspectiva fiscalizadora,
debe verificar el cumplimiento de los derechos fundamentales del Título I, también los principios rectores del
Capítulo III, por todas las Administraciones públicas incluidas las de las CCAA. La LODP (artículo 9.1) amplía
su función y añade que debe tutelar igualmente los principios constitucionales en el funcionamiento de la
Administración (artículo 103 CE), en especial, su sometimiento a la ley y al Derecho. Me parece que sólo
puede realizarse esta segunda labor en la medida en que estos principios se entremezclen con los derechos
del Título I, y no como pretensión autónoma, con el fin de no alterar el diseño constitucional de la institución y
su función principal y definitoria.
Tramitación de las quejas: acusado antiformalismo. La LODP intenta facilitar el acceso de los peticionarios.
Las quejas deben presentarse mediante un simple escrito firmado por los interesados con indicación del
nombre, el apellido y el domicilio en el plazo de un año desde que se tuvo conocimiento de los hechos. Las
actuaciones son gratuitas y no requieren de la asistencia de Abogado y Procurador. La institución viene
obligada a hacer acuse de recibo de las quejas y registrarlas. Es posible asimismo remitir quejas desde
cualquier centro de detención o de custodia de las personas sin que puedan ser objeto de censura. Una vez
registradas, deben ser tramitadas o rechazadas mediante un escrito motivado que se dirigirá al interesado, al
que puede informase de otras vías más oportunas para ejercitar su acción. No es posible tramitar quejas
sobre las que esté pendiente una resolución judicial. Si la queja es admitida, se promueve una investigación –
que la Ley califica de “sumaria e informal”– sobre los hechos, para su esclarecimiento. Debe darse cuenta del
contenido de la queja al organismo afectado, para que remita un informe escrito en el plazo de quince días, un
plazo que puede ser ampliado. Pero, si no se contestara por el funcionario o sus superiores, el Defensor hará
pública la situación en su informe anual o en los especiales a las Cortes Generales. Hay pues una obligación
de colaboración o auxilio de todos los poderes públicos, de forma preferente y urgente, en estas
investigaciones. Cabe asimismo la personación del Defensor, sus Adjuntos o agentes en cualquier centro de la
Administración para comprobar los hechos y realizar las entrevistas pertinentes. Cuando la queja afecte a la
conducta de personas al servicio de la Administración, podrá darse cuenta al inmediato superior del
funcionario. La obstaculización a las investigaciones o inspecciones puede ser constitutiva de delito (artículo
502.2 Código Penal). Únicamente el Consejo de Ministros puede declarar reservada alguna documentación y
rechazar su envío, si se trata de documentos clasificados como reservados.
Facultades. El Defensor puede investigar los hechos denunciados en las quejas, y personarse en cualquier
oficina administrativa para hacer indagaciones in situ o realizar entrevistas a los funcionarios y autoridades
afectados por las quejas. Pero no puede adoptar acuerdos ni imponer sanciones ni medidas de reparación.
Depende para todo ello del posterior ejercicio de la función de control por parte de las Cortes Generales, a las
que auxilia, o de la libre actuación responsable de las Administraciones implicadas, las cuales deben solventar
sus negligencias, irregularidades o insuficiencias de acuerdo con las recomendaciones recibidas. Sus
investigaciones pues finalizan con advertencias y recomendaciones a las Administraciones afectadas donde
pueden hacerse sugerencias a las mismas o directamente a las Cortes Generales. No es –insistiré– una
institución con facultades decisorias sino una magistratura de persuasión.
Residualidad del mecanismo. Desde la comprensión que entraña este contexto debilitado de competencias, la
queja al Defensor del Pueblo parece tener un carácter subsidiario o residual, en defecto de otras mecanismos
más activos o eficientes, como pueden ser la presentación de recursos administrativos y demandas judiciales.
Con mayor razón, cuando los justiciables que no tengan medios económicos suficientes puedes instar la
concesión del beneficio de justicia gratuita en cualquier proceso. No obstante, el Defensor y esta garantía
institucional pueden tener un espacio natural de actuación en la defensa de intereses difusos o colectivos de
diversos grupos vulnerables, que tienen serias dificultades para hacer valer por sí mismos sus derechos, como
pueden ser presos, detenidos en comisarías policiales o internados en centros para enajenados, ancianos,
menores extranjeros no acompañados, o inmigrantes sin papeles y en situación irregular, y otras minorías
más o menos invisibles para la opinión pública. Tras la publicación del informe anual del Defensor del Pueblo
o de uno específico, debe haber un debate parlamentario y una sesión de control parlamentario donde sí
pueden adoptarse acuerdos por la Comisión Mixta y las Cámara. La publicidad de estos informes y de los
posteriores acuerdos parlamentarios puede mandar un claro mensaje a la opinión pública, e incluso dar lugar
una responsabilidad política de las autoridades públicas afectadas por las revelaciones que producen las
quejas.
Resoluciones y recomendaciones. Concluida la investigación o inspección y si lo juzga oportuno, el Defensor
puede dirigir recomendaciones a las autoridades y funcionarios de las Administraciones públicas, incluso
realizar recomendaciones sobre modificaciones normativas o la adopción de nuevas medidas, o recordatorios
sobre el incumplimiento de las obligaciones legales. En todos estos casos, debe contestarse por escrito. Si las
recomendaciones se ignoran, puede elevarse al Ministro o máxima autoridad para exponerle los antecedentes
y la recomendación. Quizás el dato de que todo ello pueda ser contenido del informe público que se envía a las
Cortes Generales pueda impulsar las actuaciones o poner en marcha los propios mecanismos internos de
control de las Administraciones públicas.
Informe anual e informes especiales. El Defensor debe dar cuenta anualmente a las Cortes Generales de la
gestión realizada en un informe donde se haga constar el número y tipo de quejas presentadas, las rechazadas
y sus causas, y las que fueron investigadas, especificando las recomendaciones realizadas a las
Administraciones públicas. El informe anual y los específicos y extraordinarios, cuando la gravedad o
urgencia del asunto lo aconsejen, serán públicos y un resumen del mismo será expuesto oralmente ante los
Plenos de ambas Cámaras, pudiendo intervenir los Grupos Parlamentarios para fijar su postura.
Legitimación para el recurso de amparo y del recurso de inconstitucionalidad. El artículo 162.1 CE concede
legitimación al Defensor del Pueblo para interponer el recurso de inconstitucionalidad. La concesión de la
titularidad de una acción en los procesos constitucionales, y en particular en el recurso de
inconstitucionalidad, es siempre una decisión de oportunidad. ¿Pero por qué se legitima al Ministerio Fiscal
para el recurso de amparo y no para el recurso de inconstitucionalidad como ocurre con el Defensor? ¿Dónde
está la razón de decidir? Mucho más lógica tiene conceder legitimación al Defensor del Pueblo, igualmente en
el artículo 162.1 CE, para tutelar derechos de terceros que acudan a él mediante el recurso de amparo. En los
primeros años de desarrollo constitucional, algunos pensaron que prever esta legitimación institucional al
servicio de los intereses generales podía cumplir un relevante papel garantista en la tutela de derechos. Pero
no ha sido así. Se ha ejercido pocas veces, con escasa relevancia y a menudo han existido dudas sobre la
oportunidad del ejercicio de la acción. Por otro lado, el Tribunal Constitucional ha decidido que la
legitimación del Defensor para el recurso de inconstitucionalidad no viene restringida ni por la Constitución
ni la LOTC y, en consecuencia –haciendo una discutible interpretación literal y no finalista– nada impide que
pueda impugnar cualquier ley p.ej. la reforma de un Estatuto de Autonomía por razones competenciales o
leyes autonómicas (STC 31/2010 sobre el Estatuto de Cataluña y previamente la STC 150/1990 sobre una ley
madrileña de un fondo de solidaridad municipal) y no ligadas a los derechos fundamentales de los que se
ocupa. Esta disociación entre legitimación y facultades no es sencilla de comprender. A veces, algunos
particulares o profesores de Derecho han solicitado al Defensor que interponga un recurso de
inconstitucionalidad, pero es un decisión discrecional de la institución. Igualmente, la legitimación para el
recurso de amparo ha dado muy poco juego por varias razones de diferente tenor. Es difícil delimitar su
espacio natural, de no tratarse de un interés colectivo o difuso. Además, cualquier persona puede acudir por
sí misma al amparo constitucional y reclamar su derecho al beneficio de justicia gratuita. Finalmente, los
breves plazos para interponer un amparo juegan también para esta instituciones cuando reciben quejas de
particulares y necesitan un tiempo que no tienen para sentar un criterio sobre la oportunidad de presentar
una demanda y luego redactarla; y el tiempo huye como la sombra… No parece sea mucha la eficacia de la
garantía que esta legitimación institucional aporta, pero no puede descartarse que el caso llegue antes o
después.
Los Defensores del pueblo de las CCAA: proliferación, supresión y austeridad. En los diversos Estatutos de
Autonomía o en leyes aprobadas por las CCAA se han creado otras instituciones análogas al Defensor del
Pueblo, comisionados parlamentarios de las Asambleas legislativas territoriales, con la misma finalidad
garantista de los derechos. La Ley 36/1985, de 6 de noviembre, regula las relaciones entre la Institución del
Defensor del Pueblo y las figuras similares en las distintas CCAA, en ella se establecen unos principios que
facilitan un ejercicio adecuado de las funciones de estas instituciones. En lo que afecta al régimen de
colaboración y coordinación de estas instituciones, se prevé, primero, que la supervisión de la actividad de los
órganos de la Administración de cada Comunidad Autónoma y de los entes locales en el ejercicio de
competencias delegadas se realizará por el Defensor del Pueblo y el Defensor autonómico en régimen de
cooperación y ya sea de oficio o a instancia de parte. A tal efecto se concertarán acuerdo sobre los ámbitos de
actuación, los supuestos de actuación y las facultades, así como los procedimientos de comunicación.
Segundo, en la supervisión de la actividad de los órganos de la Administración del Estado en el territorio de
cada Comunidad Autónoma, el Defensor podrá recabar la colaboración del Comisionado autonómico para la
mejor eficacia de sus gestiones, quien además recibirá las quejas; a su vez el Defensor del Pueblo podrá
informar de sus gestiones a dicho Comisionado. El llamado Informe CORA, Informe de la Comisión para la
reforma de las Administraciones publicas, dado a conocer en junio de 2023, sugirió la supresión de estas
instituciones por sus costes. Pero no me parece una pretensión razonable. Pueden eso sí compartir sede,
funcionarios y medios con los parlamentos autonómicos de quienes dependen y actuar con gran austeridad en
su presupuesto, pero un defensor del pueblo autonómico puede abrir un interesante debate en un parlamento
territorial sobre un problema en la garantía de derechos en una Comunidad Autónoma que difícilmente
ocuparía el tiempo de las Cortes Generales. Pueden ser instituciones útiles y bastaría con que sean austeras.
5.1.– La suspensión como garantía constitucional y no como dictadura comisoria: sus dos modalidades. La
Constitución contempla en el artículo 55 CE dos modalidades de Derecho de excepción, una suspensión
individual de derechos para casos de terrorismo, y unos estados de emergencia para hacer frente a graves
amenazas a la seguridad y en las que se alteran las reglas normales de funcionamiento del Estado, de manera
provisional y transitoria, durante el tiempo en que permanezca la excepción o la emergencia. Son dos
mecanismos de defensa de la Constitución y del Estado, dos garantías constitucionales, y deben contemplarse
desde esta perspectiva, y no sólo desde la lógica de la suspensión o restricción de algunos derechos que
conllevan.
5.2.– La emergencia constitucional: estados de alarma, excepción y sitio. Pedro Cruz Villalón sostuvo que el
imperio de la ley y el Estado de Derecho se extienden a las situaciones de emergencia para salvaguardar la
seguridad del Estado. Se trata de impedir que los poderes públicos actúen con la más absoluta
discrecionalidad, desprovistos de controles parlamentarios y jurisdiccionales cuando se produce una de estas
situaciones. En un Estado constitucional, la emergencia no permite una “dictadura comisoria” como en el
viejo Derecho Romano: habilitar a un dictador durante la situación excepcional. Tampoco se pueden dictar
cualesquiera decisiones sobre el estado de excepción por el soberano (Carl Schmitt decía que soberano es
quien decide sobre el estado de excepción) mediante simples decisiones de hecho. Menos aún acudir a la
doctrina del “estado de necesidad”, un período durante el cual las autoridades publicas puedan hacer
cualquier cosa, aprobando mas tarde las cámaras una “bill of indemnity”: una ley de indemnidad que subsane
las irregularidades cometidas por el ejecutivo durante la situación excepcional. No son estos los modelos de
emergencia propios de un Estado con garantías constitucionales. La Constitución contempla una
excepcionalidad que viene constitucional y legalmente regulada y está sometida a unos requisitos y
procedimientos conforme a los cuales pueden aprobarse medidas excepcionales y transitorias que igualmente
vienen sometidas a controles parlamentarios y judiciales posteriores. Precisamente por eso la suspensión
constitucional de derechos es una garantía democrática. No es extraño pues que la Constitución prohíba la
disolución del Congreso mientras este declarado alguno de los estados de emergencia y reconozca asimismo
la responsabilidad del Gobierno y de sus agentes durante estos períodos (artículo 166 apartados 5.º y 4.º CE).
El artículo 55 CE intentó poner fin a un estado de las cosas, repleto de malas prácticas en nuestra historia
constitucional, pues frente a las garantías constitucionalmente previstas jugaron un papel importante simples
vías de hecho o la frecuente alteración de las previsiones constitucionales, asumiendo la autoridades públicas
facultades indebidas; todo ello en un contexto con un singular protagonismo del ejército en el mantenimiento
del orden público y una no menos indebida extensión de la jurisdicción militar.
Diferenciación de los tipos de estados de emergencia (alarma, excepción y sitio) según los supuestos. Los
artículos 55.1 y 116 CE distinguieron tres distintos niveles de emergencia en función de los supuestos de
hecho: los estados de alarma, excepción y sitio. Una lectura adecuada de la Constitución, la más natural y
descontaminada de la jurisprudencia, lleva a pensar que estos estados se diferencian según la naturaleza de
la crisis o supuestos de hecho habilitantes y, sólo después y como consecuencia, por las facultades que se
conceden al Gobierno y al Parlamento para afrontarlas. Éste es el orden lógico de las cosas en Derecho. Bien
es verdad que el artículo 116 CE, en su laconismo, no identifica los supuestos de hechos que permiten
declarar uno de estos tres estados y se limita a prever normas de procedimiento y garantías. Fue la Ley
Orgánica 4/1981, aprobada muy poco después de la Constitución, la Legislatura siguiente y por las mismos
parlamentarios en buena medida, la que especificó cuándo correspondía declarar cada uno de estos tipos.
Pero la relación entre la Constitución y la Ley Orgánica que ella misma habilita (artículo 116.1 CE) para
regular estos estados, competencias y limitaciones es muy estrecha y puede pensarse que cumple una función
constitucional. Es difícil razonar que el Tribunal Constitucional pueda adentrarse en alterar esta relación
normativa y la libertad de configuración normativa del legislador como ha hecho. El estado de alarma –dice la
Ley– puede declararse cuando se produzca alguna de las siguientes graves alteraciones de la normalidad en
todo o en parte del territorio nacional: catástrofes o calamidades como terremotos, inundaciones, incendios o
accidentes, “crisis sanitarias tales como epidemias y situaciones de contaminación graves”, paralización de
servicios esenciales para la comunidad y situaciones de desabastecimiento de productos de primera
necesidad (artículo 4 LOEAES). El estado de excepción, cuando el libre ejercicio de los derechos, el normal
funcionamiento de las instituciones democráticas, el de los servicios públicos esenciales para la comunidad “o
cualquier otro aspecto del orden público” resulten tan gravemente alterados que el ejercicio de las potestades
ordinarias fuere insuficiente para restablecerlo (artículo 13 LOEAES). El estado de sitio cuando se produzca o
amenace una insurrección o acto de fuerza contra la soberanía o independencia de España, su integridad
territorial o el ordenamiento constitucional “que no pueda resolverse por otros medios” (artículo 32
LOEAES). Las diferencias parecen nítidas. Primero, catástrofes naturales, crisis sanitarias o paralización de
servicios esenciales que habilitan un estado de alarma “despolitizado”. Segundo, alteraciones del orden
público democrático. Tercero, amenazas que reclaman la defensa de la Constitución y el Estado. Son niveles
de emergencia de menos a más intensidad y peligro para la seguridad del Estado. Pero es manifiesto que la
tipología legal puede difuminarse algo en la realidad ante posibles situaciones intermedias y la diferenciación
debe hacerse por prevalencia.
La declaración del estado de alarma y la adopción de medidas restrictivas de derechos. La declaración del
estado de alarma se acuerda por el Gobierno, aunque puede producirse a instancias del Presidente de una
Comunidad Autónoma, y realizarse en todo el territorio nacional o sólo para una Comunidad Autónomas; así
ocurrió con la Comunidad de Madrid durante el Coronavirus entre la primera y la segunda alarma de ámbito
nacional, al no acomodarse a las decisiones mayoritarias del Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de
Salud. El decreto de declaración debe determinar el ámbito territorial, la duración, que no podrá exceder de
quince días, y los efectos. El Gobierno debe dar automáticamente cuenta al Congreso de los Diputados,
“reunido inmediatamente al efecto” manda el artículo 116.2 CE, así como de los decretos que dicte durante la
alarma y suministrar la información que le sea requerida, sometiéndose al control parlamentario. Sin la
autorización parlamentaria, no podrá ser prorrogado dicho plazo. Una vez que el Congreso autoriza el decreto
gubernamental, que debe ser algo inmediato, la declaración de alarma pasa a ser una decisión del Congreso
con rango de ley que sólo puede ser revisada por el Tribunal Constitucional y no por la jurisdicción
contencioso-administrativa. El ATC 7/2012, un caso durante una huelga de controladores aéreos en
período de vacaciones, señaló que el acuerdo parlamentario de declaración de la alarma no puede ser
recurrido en amparo constitucional, porque tiene rango de ley. La declaración es pues un acto complejo fruto
de la voluntad inicial del Gobierno y de la autorización, aprobación y control por el Congreso de manera que
es una medida perfectamente democrática y no una decisión autoritaria del ejecutivo. El Congreso puede
rechazar o modificar –y lo hizo durante el coronavirus– las medidas del acuerdo gubernamental o añadir
otras. La autoridad competente durante la alarma es el Gobierno o algunos de sus Ministros, o, por delegación
el Presidente de una Comunidad Autónoma cuando afecte exclusivamente a su territorio. Todas las
autoridades administrativas, funcionarios y cuerpos de seguridad quedan bajo las ordenes de la autoridad
competente, pudiendo imponérseles servicios extraordinarios. El incumplimiento o la resistencia a las
ordenes de la autoridad durante la alarma será sancionado con arreglo a lo dispuesto en las leyes (artículo
10.1 LOEAES), pero la declaración de alarma puede no prever las infracciones y sanciones y surgen entonces
problemas con el principio de legalidad del Derecho sancionador. La Ley Orgánica (artículo 11) dispone que la
declaración de alarma puede acordar las medidas siguientes: limitar la circulación o permanencia de
personas o vehículos o condicionarlo al cumplimiento de ciertos requisitos; practicar requisas temporales de
ciertos bienes e imponer prestaciones temporales; intervenir industrias o locales de cualquier naturaleza con
la excepción de domicilios privados; limitar el uso de artículos de primera necesidad; impartir órdenes para el
abastecimiento de los mercados. La experiencia del coronavirus ha permitido advertir que las medidas
adoptadas conforme al estado de alarma pueden ser complementarias –o alternativas– a las adoptadas
siguiendo la legislación sanitaria.
La delegación en las CCAA como autoridades competentes durante el estado de alarma. La STC 183/2021, al
analizar la segunda declaración de alarma nacional durante el Coronavirus, declaró igualmente la
inconstitucionalidad de los preceptos que designaban a los Presidentes de las CCAA como autoridades
competentes delegadas y les atribuían potestades de restricción de las libertades de circulación y reunión en
espacios públicos, privados y de culto, como de flexibilización de las. Se razonó que actuando de esta manera
las potestades del Congreso de los Diputados para determinar las condiciones y efectos del estado de alarma
y su función de control quedaron vaciadas, puesto que tales Presidentes podían decidir sin estar sujetos al
control político del Congreso. En coherencia con lo anterior, la rendición de cuentas ante el Congreso de los
Diputados del Presidente del Gobierno y del Ministro de Sanidad –se dijo– quedó asimismo desdibujada en
virtud de la delegación conferida a los Presidentes autonómicos. La doctrina es muy discutible porque las
autoridades de las CCAA quedaron sometidas al control de sus Asambleas territoriales, lo que en nada
impedía ni vaciaba además el control de las Cortes Generales en la aplicación de normas estatales. Por otro
lado, el desarrollo constitucional que la Ley Orgánica 4/1981 entraña, no podía siquiera imaginar el nivel de
competencias actual de las CCAA en materias como la sanidad y otras, porque ni siquiera estaban aprobados
la inmensa mayoría de los Estatutos de Autonomía. La LOEAES ignora el Estado autonómico por una simple
razón de fechas y son perfectamente comprensible sus carencias, lo que no lo es el que el Tribunal
Constitucional interpretara el estado de alarma como si supusiera la derogación del Título VIII de la
Constitución y de los Estatutos de Autonomía que integran el bloque de la constitucionalidad. Un resultado
constitucionalmente inadmisible.
Declaración del estado de excepción y limitada duración temporal. El Gobierno, en los supuestos previstos en
el artículo 116.3 CE, puede solicitar del Congreso de los Diputados la declaración del estado de excepción. Es
pues desde un primer momento una decisión parlamentaria y no del Gobierno, a diferencia de la alarma. La
solicitud gubernamental debe precisar los efectos del estado de excepción, con mención expresa de los
derechos que se pide se suspendan conforme a lo previsto en el artículo 55.1 CE, también las medidas a
adoptar, el ámbito territorial de la excepción y la duración, que no podrá exceder de treinta días, así como la
cuantía máxima de las sanciones que la autoridad gubernativa pueda imponer. De nuevo, el Congreso puede
introducir modificaciones en la solicitud o normas nuevas porque es una declaración propia del Congreso y no
una ratificación. No obstante, el Gobierno debe aprobar un decreto una vez obtenida la autorización que
desarrolle la declaración. Si persistieren las circunstancias, podrá pedirse una prórroga que no excederá de
treinta días. Conviene insistir en este rasgo: el plazo máximo del estado de excepción es de treinta días
prorrogable por otros treinta. Una limitación temporal relevante que no posee el estado de alarma y que
hubiere hecho imposible la larga duración de las medidas de confinamiento adoptadas durante el Coronavirus
que fue sometido a seis prórrogas, para asegurarse del confinamiento, dado el grave riesgo de contagio por la
pandemia.
La suspensión de derechos durante el estado de excepción. Respecto de sus efectos, el estado de excepción
permite suspender diversos derechos conforme a lo dispuesto en el artículo 55.1 CE. Pero la regulación de la
Ley Orgánica no está exenta de algunas garantías y los controles judiciales no desaparecen. Primero, cabe
suspender la libertad y seguridad personal (artículo 17 CE) en lo que afecta al plazo máximo de la detención
preventiva antes de pasar a disposición judicial, que pasa a ser de diez días en vez en vez del plazo ordinario
de setenta y dos horas; si bien en las primeras veinticuatro horas la detención se debe comunicar al juez quien
puede pedir información sobre la situación (artículo 16 Ley Orgánica 4/1981). A mi entender, juega en todo
caso el límite genérico e inderogable que impone el artículo 17.2 CE y la detención preventiva no puede durar
más que el “el tiempo estrictamente necesario para la realización de las averiguaciones” y el juez debe
controlar este extremo. En este mismo sentido, el mencionado precepto legal demanda que “existan fundadas
sospechas de que la persona vaya a provocar alteraciones del orden público”. También conservan los
detenidos sus derechos durante ese período, salvo la asistencia de abogado de su libre elección. Segundo, la
inviolabilidad del domicilio y el secreto de las comunicaciones (artículo 18, apartados 2 y 3 CE), pudiendo
entonces la autoridad gubernativa imponer inspecciones y registros domiciliarios si se consideran necesarios
para mantener el orden público; pero deben estar presentes el titular o encargado de la casa o algún familiar
o vecino, dándose cuenta del acta levantada al juez inmediatamente. La suspensión del artículo 18.3 CE
permite intervenir toda clase de comunicaciones, si resulta necesaria para esclarecer los hechos y mantener
el orden público, igualmente debe ser comunicada por escrito al juez competente. Tercero, cuando se
suspenda el artículo 19 CE, puede prohibirse la libertad de circulación de personas y vehículos, o delimitar
zonas de seguridad o condiciones de permanencia, o pedir a ciertas personas que comuniquen con antelación
sus desplazamientos fuera de su residencia habitual; pero estas medidas demandan fundados motivos de
peligrosidad (artículo 20 Ley Orgánica 4/1981). Cuarto, puede someterse a autorización previa los derechos
de reunión y manifestación (artículo 21 CE) y permitirse su disolución salvo si se trata de reuniones de
partidos y sindicatos. Quinto, igualmente pueden prohibirse las huelgas y la adopción de medidas de conflicto
colectivo, si la declaración lo autoriza. Se prevén asimismo habilitaciones legales restrictivas de derechos de
los extranjeros tales como comparecencias o restricción de permisos y otra serie de medidas para la
protección de edificios e instalaciones, incluida la suspensión de un cargo pasando el tanto de culpa a la
autoridad competente. A mi juicio, la gravedad e intensidad de estas suspensiones de derechos no puede
compararse con las restricciones o limitaciones que el estado de alarma permite imponer, por intensas que
sean, muchas de estas suspensiones son lisa y llanamente prohibiciones en el ejercicio de los derechos o
excepciones al régimen general de garantías donde los controles quedan muy debilitados. Pero, sobre todo, la
urdimbre sobre la que se teje este sistema supone un grave problema de orden público que afecta al normal
funcionamiento de las instituciones democráticas de un Estado y a la seguridad públicas y no a catástrofes
naturales o epidemias; la actuación de las autoridades gubernativas no pueda ser la misma. Las SSTC 148 y
183/2021 enturbian la distinción entre dos regímenes jurídicos y lógicas muy distintas y por más que puede
haber situaciones de hecho con intersecciones entre ambos tipo de emergencias y entonces debe buscarse na
distinción por prevalencia en el supuesto de hecho habilitante.
Declaración del estado de sitio y requisitos. No existe en nuestra Constitución un llamado “estado de guerra”
y no puede confundirse la declaración de guerra o un conflicto armado, que parece responder a una amenaza
externa, con un estado de emergencia. La declaración del estado de sitio como tipo de emergencia más grave
reclama una “una insurrección o acto de fuerza contra la soberanía o independencia de España, su integridad
territorial o el ordenamiento constitucional que no pueda resolverse por otros medios” (artículo 32.1
LOEAES). Obsérvese que se contemplan diversos graves supuestos de atentados contra la defensa de la
Constitución. Es pues un instrumento excepcional al que sólo puede acudirse en defecto de otros medios
ordinarios o menos extremos. Entraña una grave amenaza a la seguridad del Estado y la defensa de la
Constitución. El Gobierno propone al Congreso de los Diputados la declaración del estado de sitio quien
puede aprobarlo por mayoría absoluta (artículo 166.4 CE). La declaración debe precisar el ámbito territorial,
la duración y las condiciones o efectos. Además de las limitaciones a los derechos previstas en los estados de
alarma y excepción, pueden suspenderse temporalmente las garantías jurídicas del detenido que el artículo
17.3 CE enuncia. El Gobierno asume todas las facultades extraordinarias en virtud de su facultad de dirección
de la política militar y la defensa; y, como rasgo más distintivo, se designa una autoridad militar que asumirá
las medidas que deban adoptarse y podrá publicar bandos con las medidas necesarias; las autoridades civiles
continúan ejerciendo las facultades que no hayan sido conferidas a las autoridades militares y deben dar
cuenta a la misma de las informaciones que reciban. El Congreso podrá determinar los delitos que quedan
bajo el enjuiciamiento de la jurisdicción militar.
¿La declaración del estado de sitio y la intervención coercitiva en los órganos de las CCAA (artículo 155 CE)
son alternativas o acumulativas? Existe una amplia discrecionalidad, según la situación de hecho, por parte
del Gobierno a la hora de bien solicitar del Senado la intervención coercitiva de los órganos de las CCAA
(artículo 155 CE), la llamada coacción federal, o bien instar al Congreso a declarar el estado de sitio u otro
estado de emergencia. Ambas herramientas se asemejan en su excepcionalidad. Pero difieren en que la
intervención coercitiva es un control extraordinario sobre los órganos de las CCCA, que limita o suspende su
autogobierno en virtud de un incumplimiento de las obligaciones que le impongan la Constitución y las leyes o
de un grave incumplimiento al interés general de España, mientras el estado de sitio u otras situaciones de
emergencia implican una fuerte restricción o una excepcional suspensión de algunos derechos fundamentales
de los ciudadanos de esa Comunidad Autónoma. Uno es un control sobre los órganos de los entes territoriales,
incluidos autoridades y funcionarios, y otra una limitación de los derechos fundamentales de las personas.
Son distintos los destinatarios de las medidas y los afectados. Ambas técnicas son clausulas muy abiertas,
pero puede haber coincidencias totales o parciales en los supuestos de hecho habilitantes. Es una decisión del
Gobierno y de las Cámaras, el Senado o el Congreso según la herramienta, optar por una u otra vía y
descargar la responsabilidad de las medidas y los sacrificios en las autoridades públicas o los ciudadanos. En
mi estudio sobre el artículo 155 CE concluía que ambos mecanismo podrían acumularse si el caso llegara, y
podrían fusionarse como hacía el artículo 48 de la Constitución de Weimar. Pero no hay previsiones al
respecto en nuestras normas constitucionales y legales; tampoco una prohibición. No obstante, el estado de
sitio parece pensado para una emergencia de mayor entidad y un más grave atentado a la seguridad del
Estado y la defensa de la Constitución.
¿Un deber constitucional de solidaridad durante la emergencia? El artículo 30.4 CE establece que “mediante
ley podrán regularse los deberes de los ciudadanos en los casos de graves riesgo, catástrofe o calamidad
pública”. Me pregunto si no debería construirse en las leyes, especificando las previsiones constitucionales,
un deber constitucional de solidaridad de los ciudadanos en estas situaciones de catástrofes y emergencia; al
igual que existe un deber de defensa o tributario con rango constitucional que permite a la ley restringir
derechos fundamentales e impone al legislador su desarrollo y le permite imponer sanciones en casos de
incumplimiento. No es casual la cercanía en su ubicación del artículo 30.4 CE con el deber de defensa
(artículo 30), el deber tributario (artículo 31) y con la función social de la propiedad (artículo 30.3). Desde la
perspectiva de los valores constitucional, toda emergencia no es un momento de libertad –como algunos
parecen creer– sino un momento en que los ciudadanos deben mantener su cohesión y voluntad de
integración en una comunidad política desde una acusada solidaridad y colaboración, satisfaciendo ciertos
deberes y limitaciones, frente a una grave amenaza. Es patente la conexión de este mandato constitucional
con las obligaciones que pueden imponerse a los ciudadanos en la protección civil, limitando sus libertades,
una materia que tiene relación con la seguridad y la defensa. Pero es posible que pudiera construirse en la
jurisprudencia constitucional un más amplio deber constitucional de solidaridad en las situaciones de
emergencia.
5.3.– La suspensión individual de derechos fundamentales por terrorismo y sus garantías. El artículo 55.2,
párrafo 1.º, CE establece que “una ley orgánica podrá determinar la forma y los casos en que, de forma
individual y con la necesaria intervención judicial y el adecuado control parlamentario, los derechos
reconocidos en los artículos 17, apartado 2, y 18, apartados 2 y 3, pueden ser suspendidos para personas
determinadas en relación con investigaciones correspondientes a la actuación de bandas armadas o
elementos terroristas”. El supuesto de hecho habilitante es pues una situación individual, y no general como
ocurre con los estados de emergencia. Se produce cuando una persona determinada, o un grupo de ellas, se
encuentran siendo investigadas por su relación con bandas armadas o terroristas. Esta norma de Derecho
excepcional, inusual en Derecho comparado al aprobarse, se explica porque, al tiempo de redactarse la
Constitución y un largo período posterior, España se encontró en una gravísima situación de inseguridad
dados los constantes atentados del grupo terrorista ETA. Durante casi cincuenta años, hubo más de 3500
atentados, unas 7000 víctimas y alrededor de 850 muertos, y existen todavía encarcelados unos centenares de
presos de ETA por los gravísimos delitos cometidos. Son cifras terribles que no pueden olvidar los españoles
para no volver a incurrir en los mismos errores ni en conflictos semejantes que merecen pertenecer a la
historia de la infamia que narró Borges. Las ideologías no justifican la violencia para conseguir cualesquiera
objetivos, porque dejan entonces de ser legítimas ideologías para transformarse en inadmisible violencia. El
fundamento del constitucionalismo es el respeto a la dignidad humana. El terrorismo causó injustificables
sufrimientos a millares de personas, generando un inadmisible discurso del odio en el País Vasco y un
enfrentamiento entre comunidades, hasta que se consiguió que finalmente la banda armada extinguiera su
funcionamiento y, más tarde, el Gobierno Vasco iniciara una política de reconciliación y satisfacción moral de
las víctimas. Pese a este terrible contexto, los constituyentes rodearon la suspensión individual de derechos
por motivos de terrorismo de un conjunto de garantías. Primero, la habilitación a una Ley Orgánica para su
regulación. Segundo, la conexión directa de la medida de suspensión con determinadas investigaciones y con
personas relacionadas con el terrorismo. No es pues una habilitación a la suspensión generalizada de
derechos sino que responde a una finalidad muy concreta: existe un fin legítimo y es una medida
estrictamente delimitada y necesaria en una sociedad democrática para luchar contra esta gravísima forma
de delincuencia. Tercero, se imponen dos relevantes controles: la previa autorización judicial y un adecuado
control parlamentario. Cuarto, el párrafo 2.º del artículo 53.2 CE, establece una garantía muy específica, la
utilización injustificada o abusiva de estas facultades producirá una responsabilidad penal como consecuencia
de la violación de los derechos fundamentales afectados. Finalmente, pero no en importancia únicamente
pueden suspenderse algunos derechos fundamentales muy ligados a la eficacia de las investigaciones
policiales y judiciales en estas causas por terrorismo: el tiempo máximo de la detención preventiva para
realizar averiguaciones tendentes al esclarecimiento de los hechos antes de ser puestos los detenidos a
disposición judicial; la inviolabilidad del domicilio; y el secreto de las comunicaciones. La restricción del
objeto atiende a la necesidad de la medida.
El desarrollo legislativo del artículo 55.2 CE y la intervención del Tribunal Constitucional: de las leyes
especiales a la legislación ordinaria. Muy pronto se aprobó la Ley Orgánica 11/1980 de 1 de diciembre, que
fue derogada por la y de Ley Orgánica 9/1984, de 26 de diciembre, contra la actuación de bandas armadas y
elementos terroristas y de desarrollo del artículo 55.2 CE, de nuevo derogada por la Ley Orgánica 3/1988, de
25 de mayo, de reforma del Código Penal. En la STC 199/1987 (Caso Legislación Antiterrorista II), el Tribunal
Constitucional declaró inconstitucionales varios preceptos de la Ley Orgánica 9/1984 y decantó algunos
importantes criterios interpretativos de carácter garantista. La suspensión individual de ciertos derechos –se
dijo– no es un instrumento extraordinario de protección de la seguridad del Estado sino que tiene una
finalidad muy precisa. No puede pues hacerse una interpretación expansiva del término “banda armada”, sino
por el contrario debe ser una exégesis restrictiva tras ponerlo en conexión con elementos o actividades
“terroristas”. La caracterización de un grupo como terrorista demanda una organización con unas dosis de
estabilidad y permanencia, un carácter armado y la entidad suficiente para producir terror en una sociedad
democrática. Pero, frente al sistema de un desarrollo legal especifico del precepto constitucional en leyes
especiales que se siguió en los primeros años, se optó finalmente por introducir la regulación de esta materia
en la legislación ordinaria. Primero en la Ley Orgánica 4/1988, de 25 de mayo, que modificó la Ley de
Enjuiciamiento Criminal (LECrim) en materia de suspensión individual de derechos, completada por la Ley
13/2015, de 5 de octubre, de modificación de la LECrim para reforzar las garantías procesales. El régimen
jurídico vigente establece algunas excepciones respecto del régimen general. Así la suspensión automática
del procesado –firme el auto de procesamiento o dictada la prisión provisional– que ostente una función o
cargo público mientras dure la situación de prisión. Sobre todo, la prolongación del plazo constitucional de 72
horas para ser puesto el detenido a disposición judicial por un plazo de hasta otras 48 horas tras dictarse una
resolución judicial motivada. Asimismo, la posibilidad de que el juez decrete la incomunicación del detenido,
para permitir la efectividad de las investigaciones sobre la banda terrorista, sin perjuicio de respetarse el
ejercicio del derecho de defensa al nombrarle un Abogado designado de oficio y no de su confianza. La
posibilidad de la inmediata detención de las personas sospechosas de estos delitos por los agentes de policía
en sus domicilios o lugar donde se ocultasen dando cuenta al juez competente. La interceptación de las
comunicaciones del detenido por cualquier medio y la autorización del uso de dispositivos electrónicos de
vigilancia, escucha y grabación, así como de el empleo de herramientas digitales que permitan la vigilancia
remota de ordenadores y dispositivos electrónicos.
BIBLIOGRAFÍA
LECCIÓN 28.ª
LA CORONA1
La Corona como símbolo político de la unidad y permanencia del Estado. El Rey es el Jefe del Estado pero
también es “símbolo de su unidad y permanencia” (artículo 56.1 CE). La Corona es un ejemplo del paso del
pensamiento mítico, expresado en símbolos, al pensamiento político, formulado en razones. Antes que las
cosas fueran resueltas racionalmente lo fueron míticamente, así las piedras preciosas de la joya que es la
corona tenían un significado simbólico sobre las supuestas virtudes del monarca (García Pelayo, Cassirer). La
idea de Corona es un precedente de la idea de Estado. Los antiguos títulos del monarca reflejan el proceso de
unidad, y de construcción estatal, de los viejos reinos que configuraron España como refleja el artículo 56.2
CE al permitirle al Rey su utilización. Este origen mítico es relevante, porque la integración simbólica de los
ciudadanos en torno la Corona es todavía importante. Pero también porque la institución se resiste a una
formalización jurídica plena, concebida como símbolo, no es fácil tratar a la Corona como a los demás órganos
constitucionales. Hugo Preuss expresaba ese carácter simbólico con claridad al decir que, cuando se ovaciona
al Rey, no se pretende realmente honrar a una persona, sino que es un acto de autoconciencia de un pueblo
políticamente unido. Una integración simbólica personal.
El concepto de Monarquía parlamentaria como contexto. El precepto que primero debe leerse en cualquier
constitución es la atribución de la soberanía. En España, “La soberanía nacional reside en el pueblo español
del que emanan los poderes del Estado (artículo 1.2 CE), también la Corona. Más tarde se afirma que “La
forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria” (artículo 1.3 CE). Este concepto es esencial
para comprender las funciones del Rey antes de interpretar los preceptos constitucionales. Se trata de la
última fase de una lenta evolución histórica europea hacia la limitación del poder real. Las monarquías fueron
primero absolutas, configuradas por el principio monárquico, según el cual el Rey era el Estado y el titular de
la soberanía. Después, devinieron monarquías limitadas con el desarrollo de la soberanía compartida entre el
monarca y el parlamento. Fueron más tarde monarquías constitucionales bajo las constituciones liberales del
XIX, conservando el Rey un resto de fuertes poderes. Finalmente, las actuales monarquías parlamentarias
suponen una situación donde los poderes del Rey son simbólicos antes que políticos, alcanzan una relevancia
jurídica menor y el Gobierno no depende de la confianza del Rey. Walter Bagehot lo expresaba diciendo que el
Rey conserva el derecho a impulsar, a advertir y a ser consultado y que debe ser la persona mejor informada.
Tiene una gran auctoritas, a cambio de una pequeña potestas. Es más una magistratura de persuasión e
influjo que un órgano con competencias decisorias. Por eso la confidencialidad más absoluta en las relaciones
y conversaciones con el Rey es un uso constitucional al servicio de esta labor que debe deducirse del principio
de inviolabilidad regia. En un Rey que reina pero no gobierna, sus funciones de mantenimiento de la unidad y
permanencia del Estado son las principales. En toda constitución monárquica, existen “efficient parts y
dignified parts”, según Ivor Jennings exponía, y la intervención del Rey solemniza y formaliza cualquier acto.
Una interpretación sistemática de las facultades del Rey en nuestra Constitución permite concluir que sus
poderes son tasados, expresos y esencialmente simbólicos, y la mayoría de sus actuaciones son actos debidos
y exentos de una responsabilidad política que habitualmente corresponde al sujeto que toma la decisión. De
hecho, Hans Kelsen afirmó que la Jefatura del Estado no es un órgano lógicamente necesario, pues la mayor
parte de sus funciones podrían ser asumidas por el Presidente del Gobierno o del Parlamento. Un
razonamiento que abre la puerta a una cierta accidentalidad en las formas de gobierno.
La monarquía como forma política de Estado. Así se expresa el artículo 1.3 CE. Mas la idea dista de ser clara.
La calificación de la monarquía como forma de Estado fue discutida en la constituyente, y tiene orígenes
preconstitucionales, ligados a la elaboración de la teoría de las formas políticas y al debate durante las Leyes
Fundamentales de la Dictadura. La cláusula trata de subrayar la permanencia de la institución en el Estado y
en nuestra Constitución histórica, para protegerla, en contra de la mayoría de la doctrina que suele calificar
el dilema entre Monarquía y República como un problema de forma de gobierno, reservando las formas de
Estado para la descentralización en entes territoriales. Mas la calificación no parece tener consecuencias
jurídicas, pues quien gobierna son las sucesivas mayorías parlamentarias tras elecciones democráticas, y al
monarca le corresponden funciones de moderación, arbitraje e integración. No existe un principio
monárquico contrapuesto al democrático. Quizás la consecuencia principal se encuentre en el artículo 168.1
CE, que si bien no impide reformar la Constitución en este extremo, pues no existen cláusulas expresas de
intangibilidad entre nosotros, somete la reforma de todo el Título I, dedicado a la Corona, al llamado
procedimiento de reforma agravada que establece requisitos de más difícil consecución. Esta acusada
protección constitucional responde a las peculiaridades de la transición donde el Rey fue conditor rei publicae
o promotor de la democracia, y se acordó mantener a la Monarquía al margen del debate constituyente. Si
bien se produjo una importante discusión testimonial en el Pleno del Congreso en favor de la República al hilo
del debate de este artículo 1.3 CE. La controversia jurídica debe pues reconducirse a la de la legitimidad.
Legitimidad. La Monarquía es hereditaria, suele decirse que el Rey es el hijo de su padre, y por definición no
tiene una legitimidad representativa directa. Max Weber distinguía varios tipos de legitimidad y de
fundamentación del poder: racional, histórica y carismática. La legitimidad racional descansa en la legalidad,
pero no puede hoy ser otra que la democrática, con la que se confunde, y es la única indefectible en una
democracia constitucional. No tuvimos un referendo sobre la Corona, pero sí lo hubo en la Ley para la
Reforma Política, y luego en la aprobación de la Constitución, de manera que debe concluirse que tiene la
misma legitimidad democrática que el resto de los órganos constitucionales que tampoco fueron objeto de
una aprobación separada. Además, el artículo 57.1 CE establece que la Corona de España es hereditaria en
los sucesores de Don Juan Carlos I de Borbón “legítimo heredero de la dinastía histórica". Esta mención del
titular intuitu personae no es atípica en España, pues tiene precedentes en las Constituciones de 1812 y 1876,
y tuvo lugar tras la renuncia de su padre, Don Juan, a sus derechos históricos en la Casa de Borbón, y trata de
zanjar la polémica preconstitucional sobre si se trataba de una monarquía restaurada o instaurada, uniendo
ambas cosas. No obstante, los teóricos de la monarquía británica (Walter Bagehot, Ivor Jennings, y Harold
Lasky) han subrayado que la legitimidad de la Corona depende de las virtudes personales de cada monarca,
mucho más que en cualquier otro órgano constitucional, y tiende por ello a ser una legitimidad carismática,
como es lógico ante un fenómeno de integración simbólica personal.
La Corona como órgano constitucional. Santi Romano construyó la idea de “órganos constitucionales” con el
afán de desposeer al monarca de la soberanía, precisamente al atribuirla al conjunto de esos órganos, iguales
entre sí y dotados de dirección política; su afán era abrir la puerta al Derecho Constitucional a entrar a
regular y limitar los poderes regios. Desde este contexto, el artículo 56.1 CE establece que el Rey “ejerce las
funciones que le atribuyen expresamente la Constitución y las leyes”. Las potestades regias son pues tasadas
y vienen previstas en normas atributivas de competencias. No existe un poder residual o reserva regia de
poder ni siquiera unos poderes implícitos, puesto que cualquier interpretación extensiva de las facultades de
un órgano redunda en la minoración e invasión de las de otro. El Rey arbitra y modera el funcionamiento
regular de las instituciones, asume la más alta representación del Estado español en las relaciones
internacionales y especialmente con las naciones de su comunidad histórica (artículo 56.1 CE) tanto Europeas
como Iberoamericanas, dada la doble y rica vocación continental de España fruto de nuestra historia.
Es menester realizar dos reflexiones previas. Nos ocuparemos de asuntos en apariencia nimios, en cuanto
poco frecuentes, pero no por ello menos trascendentes, ya que pueden generar seria inestabilidad política al
afectar a la Jefatura del Estado, como evidencia nuestra historia, y porque demandan la actuación de las
Cortes Generales en sesión conjunta para ejercer las competencias no legislativas que en el Título II se le
atribuyen (artículo 74.1 CE). Algo que no es habitual en nuestro sistema parlamentario. Pero, en todas estas
cuestiones, no puede prevalecer la tradición histórica sobre la racionalidad propia del Derecho Constitucional
y la cultura del constitucionalismo. De manera que el argumento histórico sólo esporádicamente alcanzará
valor jurídico. Es, sin embargo, evidente la influencia de nuestras Constituciones del XIX sobre el actual Título
II y especialmente la de 1876.
Principios que informan el orden sucesorio en la Constitución. El artículo 57.1 CE establece –con un tenor
confuso– que “la sucesión en el trono seguirá el orden regular de primogenitura y representación, siendo
preferida la línea anterior a las posteriores; en la misma línea, el grado más próximo al más remoto; en el
mismo grado, el varón a la mujer, y en el mismo sexo, la persona de más edad a la de menos”. Quiere decirse
que juegan tres principios: primogenitura, preferencia del varón y derecho de representación.
Origen del orden y evolución histórica. Tal orden regular de sucesión hereditaria engarza con nuestro
Derecho histórico, ya que recoge una cláusula que arranca de las Partidas en Castilla y León a mediados del
siglo XIII, confirmada por el Ordenamiento de Alcalá en 1348, así como de la costumbre de la Corona de
Aragón y del Fuero General de Navarra, según ha recopilado con detalle el Informe del Consejo de Estado
sobre la reforma de la Constitución de 16 de febrero de 2006. La sucesión se rigió por estas previsiones hasta
el advenimiento de la Casa de Borbón. Se modificaron entonces algunas cosas y un Auto acordado de 1713
estableció un régimen llamado “semi-sálico”, extraño en España, por el cual las mujeres descendientes de
Felipe V ni heredaban ni transmitían derechos, y sólo en defecto de todo sucesor, se defería la sucesión a favor
de la hija mayor. La regulación se completó con una Pragmática Sanción en 1776 denominada de
matrimonios. En 1789 se presentó y aprobó por las Cortes otra Pragmática Sanción por la que se pedía la
derogación de dicho Auto acordado y el restablecimiento de la Ley de Partidas. El Rey la aprobó, pero se
reservó su promulgación y publicación para el momento oportuno; de hecho no se insertó en la Novísima
Recopilación de 1805, pero fue tenida como vigente durante la Guerra de Independencia y en los dos
testamentos de Fernando VII. En suma, las Constituciones del siglo XIX no enumeraron los requisitos para ser
Rey, pero reconocían expresamente la capacidad de las mujeres, y establecieron el mismo orden de sucesión
que las Partidas.
Los títulos nobiliarios. En un contexto diferente, la sucesión de los títulos nobiliarios, pero que sigue el orden
regio por tradición, la Ley 33/2006, de 30 de octubre, introdujo la igualdad de hombres y mujeres, sentando
su igual derecho a suceder y negando los efectos jurídicos de las previsiones de las reales cartas de concesión
del título que excluyeran a la mujer o prefirieran al varón. La reforma legal tuvo lugar tras una controversia
suscitada en unas jurisprudencias de la Sala Civil del Tribunal Supremo y del Tribunal Constitucional que
comenzaron en los años ochenta (SSTC 27/1982 y 126/1997).
Extinguidas todas las líneas llamadas en Derecho, las Cortes Generales proveerán a la sucesión en la Corona
“en la forma en que más convenga a los intereses de España” (artículo 57.3 CE). La previsión constitucional
es muy elástica, y permitiría llamar incluso a otra dinastía, en defecto de todo sucesor y agotada la eficacia del
artículo 57.1 CE que llama a los herederos de Don Juan Carlos; como ya ocurrió en el pasado con Amadeo de
la Casa de Saboya siguiendo las previsiones del Auto acordado de 1713. O incluso la introducción de una
República, pero esta modificación requería una reforma constitucional que siguiera el procedimiento
agravado del artículo 168 CE. La Constitución no establece la forma de la decisión ni la mayoría, requisitos
que parecen depender de las circunstancias y las opciones, salvo la necesidad de que se adopte por las Cortes
en sesión conjunta. Existe en el Ministerio de Justicia un Registro Civil de la Familia Real en el que se
inscriben a estos fines los nacimientos, matrimonios y defunciones y otros incidentes –podría entenderse
ampliamente hasta incluir el divorcio–, pero en el que lógicamente no están inscritos todos los familiares del
Rey sino sólo quienes tienen opciones sucesorias.
Las abdicaciones y renuncias y cualesquiera dudas de hecho o de Derecho que ocurran en el orden sucesorio
se resolverán por una ley orgánica (artículo 57.5 CE). Sorprende se reclame una ley, recordemos que Jean-
Jacques Rousseau decía que la ley puede hacer cualquier cosa, pero no nombrar un Rey o revocarlo, porque
eso no es una ley. Pero la Constitución no acoge un concepto material de ley sino formal y ésta es una muestra
más. La regla parece fundarse en la necesidad de mayoría absoluta del Congreso de los Diputados que se
reclama de las leyes orgánicas (artículo 81.1 CE); de hecho, fue fruto de una enmienda que demandaba el
consenso en esta materia.
A la par se concede a la Cámaras, por el procedimiento legislativo especial propio de las leyes orgánicas, la
capacidad de interpretar y resolver cualesquiera dudas en el orden sucesorio. Se ha discutido si se trata de
una ley orgánica que fije un régimen general, o más bien de específicas leyes que resuelvan situaciones muy
singulares según parece más apropiado a la naturaleza del problema.
La Ley Orgánica 3/2014, de 18 de junio, hizo efectiva la abdicación del Rey Don Juan Carlos I. El Rey
comunicó previamente al Presidente del Gobierno y a los Presidentes de ambas Cámaras su “voluntad de
abdicar”. Con una calculada y ambigua fórmula –no se dice que se acepte la abdicación– la Ley Orgánica
afirma que la abdicación “será efectiva” y “desplegará sus efectos” desde su entrada en vigor.
2.4. REGENCIA
Cuando el Rey fuere menor de edad, el padre o la madre del Rey y, en su defecto, el pariente de mayor edad
más próximo a suceder a la Corona entrará a ejercer inmediatamente la Regencia mientras dure la minoría de
edad (artículo 59.1 CE). Se dispone una Regencia legítima o familiar. Sólo si no hubiere ninguna persona a
quien corresponda la Regencia, las Cortes Generales procederán a nombrar una Regencia parlamentaria
compuesta por un número impar de una, tres o cinco personas (artículo 59.5 CE); algo que ya se produjo
durante la Guerra de Independencia. Para ejercer la Regencia es preciso ser español y mayor de edad
(artículo 59.4 CE). Unos requisitos que deben aplicarse a ambas modalidades de Regencia, por la misma
naturaleza de la exigencia, y puesto que la Constitución no distingue. La Regencia se ejercerá por mandato
constitucional y en nombre del Rey (artículo 59.5 CE).
“Si el Rey se inhabilitare para el ejercicio de su autoridad y la imposibilidad fuere reconocida por las Cortes
Generales”, entrará a ejercer inmediatamente la Regencia el Príncipe heredero, si fuera mayor de edad, y si
no lo fuere, se procederá de acuerdo con lo previsto con carácter general para la Regencia (artículo 59.2 CE).
Se ha discutido por la doctrina qué debe entenderse por inhabilitación. Claramente incluye los supuestos de
incapacidad física por enfermedad o psicológica y tanto absoluta como temporal. Si bien, en la incapacidad
provisional, es razonable interpretar que la merma de capacidad debe ser de cierta gravedad y duración,
hasta el punto de impedir realmente el ejercicio de las funciones regias, antes de poner en marcha este
mecanismo constitucional; es algo que hasta ahora nunca ha ocurrido en más de tres décadas ante
situaciones de enfermedad. También se ha debatido si podría entenderse como una inhabilitación política
(Manuel Aragón), derivada de la carencia de aptitud o entendimiento del Monarca para desempeñar tan alto
cargo de acuerdo con las exigencias constitucionales y las normales relaciones de corrección con los demás
órganos supremos. En contra, podría argüirse que la persona del Rey es inviolable y no está sujeta a
responsabilidad (artículo 56.3 CE). A favor, que la posibilidad de una inhabilitación política operaría como una
hipotética sanción ante el incumplimiento de los actos regios de carácter debido y es una interpretación
plausible. Parece en todo caso que no puede impedirse que las Cortes Generales puedan pronunciarse en
supuestos de graves crisis y conflictos políticos, dada su centralidad en un sistema parlamentario, y con el fin
de resolver cualquier impasse. La irresponsabilidad regia no puede llevarse tan lejos y es menester, como
siempre en Derecho, impedir el exceso. Subrayemos que la Constitución anuda la inhabilitación con la
Regencia como una fase más dentro de las previsiones sucesorias.
2.6. TUTORÍA
Será tutor del Rey menor la persona que en su testamento hubiere nombrado el Rey difunto, que debe ser
mayor de edad y español de nacimiento; si no lo hubiere nombrado, será tutor el padre o la madre, mientras
permanezcan viudos; en su defecto, lo nombrarán las Cortes Generales; pero no podrán acumularse los
cargos de Regente y tutor sino en el padre, madre o ascendientes directos del Rey (artículo 60.5 CE). Procede
pues primero una tutoría testamentaria, en su defecto, familiar y, si tampoco la hubiere, parlamentaria. Se ha
debatido si el testamento del Rey necesita el refrendo del Presidente del Gobierno en la parte que atañe al
nombramiento de tutor, pues no se incluye entre los actos reales libres de refrendo en el artículo 64.1 CE.
Pero puede razonablemente pensarse que la tutoría es una institución de Derecho privado –a diferencia de la
Regencia– encaminada a la educación y administración del patrimonio de los hijos de cualquier familia,
también la regia, y que está desprovista de finalidades públicas cuando menos directas; así un testamento es
una típica expresión privada y personalísima de voluntad No pueden acumularse los cargos de Regente y
tutor salvo en la Regencia familiar (artículo 60.1 CE); y el ejercicio de la tutela es incompatible con todo cargo
o representación política (artículo 60.2 CE).
Consorte. La Reina consorte o el consorte de la Reina no podrán asumir “funciones constitucionales”, salvo lo
dispuesto para la Regencia (artículo 58 CE). Debe interpretarse en sentido estricto o restrictivo de manera
que no se impida el ejercicio de funciones representativas y simbólicas.
Príncipe heredero. Respecto del Príncipe heredero, la Constitución proclama que tendrá la dignidad de
Príncipe –o Princesa– de Asturias, desde su nacimiento o desde el hecho que origine el llamamiento, además
de otros títulos tradicionalmente vinculados al sucesor (artículo 57.2 CE). Un Real Decreto regula el régimen
de títulos, tratamientos y honores de los miembros de la Familia Real. El Príncipe, al alcanzar la mayoría de
edad, deberá prestar juramento de guardar y hacer guardar la Constitución (artículo 67.2 CE).
Ha existido un pequeño debate acerca de si el estatuto del Príncipe de Asturias y otros extremos sobre la
Corona deberían ser regulados por ley. Con carácter general, la Constitución no reenvía a la ley para regular
la Corona, como en cambio hace con los demás órganos constitucionales. Un ingrediente sobre el que debe
reflexionarse. El constituyente optó por establecer directamente en sus normas un régimen jurídico detallado
de la misma, aunque no sea exhaustivo, para asegurarse de los correspondientes equilibrios y acuerdos, sin
prever una ley de desarrollo. Asimismo, ya se ha expuesto que el artículo 57.5 CE no habilita a una genérica
ley orgánica sino que simplemente establece una reserva para un específico tipo de ley orgánica con un
contenido expreso y muy reducido. Estimo pues razonable que el legislador futuro no invada el lugar del
poder constituyente tanto como que el titular de la Corona, como órgano constitucional que es, tenga cierta
autonomía interna y organizativa respecto de los miembros de la misma. La flexibilidad se acomoda a la
naturaleza de unas funciones simbólicas y representativas. No todo debe estar previsto en las leyes ni
siempre es mejor y más eficaz regular detalladamente ciertas cosas. En este sentido, nada impide p.ej. que el
Rey, haciendo uso de su autonomía como Jefe del Estado y de su función como poder moderador, pueda
designar Comisiones Regias, integradas por expertos independientes y políticos de prestigio, que emanen
informes sobre el funcionamiento de alguna cuestión de relevancia en la vida del Estado, en la medida que no
pueden tener potestades decisorias formales sino de asesoramiento de la Corona e influencia en las
instituciones del Estado que ostentan las competencias afectadas. No hacen falta previsiones legales.
En el pasado, el matrimonio de los Reyes era una cuestión esencial, pues permitía crear uniones personales o
uniones reales –con algunas instituciones en común– entre reinos, como primeras formas políticas; así surgió
la unión entre Castilla y Aragón con los Reyes Católicos en el XV. Un mecanismo para ampliar los territorios y
dominios de las casas reales y establecer alianzas internacionales. Hoy ya no es así y la cuestión ha perdido
trascendencia para el Derecho público. No obstante, la Constitución prescribe que las personas que tengan
derecho a la sucesión en el trono y contraigan matrimonio contra “la expresa prohibición del Rey y de las
Cortes Generales” quedarán excluidas de la sucesión por sí y sus descendientes (artículo 57.4 CE). No se
reclama una aprobación expresa, sino que dichas personas no pueden casarse y pretender mantener el ius ad
officio, el derecho a acceder al trono, si se produjera la doble prohibición de los dos sujetos mencionados. Esta
coincidencia asegura la razonabilidad de la medida. Algunos han defendido que se trata de una prohibición
trasnochada e incluso materialmente inconstitucional por violar el derecho fundamental al matrimonio. No lo
creemos así, porque este excepcional ius ad officio del sucesor es de configuración legal y puede haber
intereses públicos, prevalentes sobre los privados, y conexos con la Jefatura del Estado y la familia Real.
Evidentemente, el sucesor que no desee acatar la prohibición puede siempre renunciar a sus derechos
sucesorios. Pero, como toda prohibición, y más cuando afecta a un derecho fundamental ligado a la dignidad
de una persona, debe interpretarse restrictivamente. Desde luego la ley fundamental no impone la carga –
atávica y discriminatoria– de casarse con noble o miembro de una familia regia y estimamos carecería de
justificación introducir una prohibición fundada en esta razón. Es asimismo preciso olvidarse del viejo
“matrimonio morganático”, un matrimonio privado de un Príncipe con persona “de inferior linaje” donde cada
uno de ellos conservaba su condición anterior y los derechos de sucesión venían limitados o excluidos. Una
reliquia histórica constitucionalmente inadmisible.
Sentido histórico. Es una institución al servicio de la Corona que depende directamente del Rey. Tuvo mucha
relevancia en la evolución histórica de la Corona hacia su limitación. La lista civil en el Derecho inglés
evidenció el tránsito de la Monarquía absoluta a la Monarquía constitucional, superando la confusión entre el
patrimonio real y el patrimonio y la Hacienda pública del Estado. El discurso preliminar a la Constitución de
Cádiz de 1812 argumentaba que la confusión entre la manutención del Rey, su familia y su casa y las rentas
del Estado eran causa de numerosos problemas en la inversión de los caudales públicos.
Partida anual en los Presupuestos. Conforme al artículo 65.1 CE, el Rey recibe una cantidad global para el
sostenimiento de su familia y su Casa y la distribuye libremente. La dotación no es una asignación personal
sino una financiación de un órgano constitucional: la Jefatura del Estado. Esta cantidad no se fija a priori al
comienzo de cada reinado sino anualmente como una partida dentro de los Presupuestos Generales del
Estado. Una fórmula que permite no sólo su actualización, como la de cualquier otro órgano constitucional,
sino que posibilita un control parlamentario dentro de la función presupuestaria y hace hoy posible el
principio de transparencia. No obstante, las Cámaras han mostrado cierta deferencia o autorrestricción, a
diferencia de otros países de nuestro entorno, lo que puede resultar discutible. Un debate se produjo al hilo
de la discusión parlamentaria de la Ley 19/2013, de 9 de diciembre, de transparencia, acceso a la información
pública y buen gobierno, en relación con la aplicación a la Casa Real –al igual que a todos los órganos
constitucionales– de la misma y las correlativas obligaciones de información en el uso de los fondos públicos.
Dicha cuantía se ha ido incrementando progresivamente año tras año hasta la actual crisis financiera, pero no
parece excesiva en términos relativos respecto de las percibidas por otros órganos constitucionales o de
relevancia constitucional (182 millones de pesetas en 1980, 218 en 1981, 409 en 1985, 7’78 millones de euros
en 2005 pero fueron 10’13 para el Consejo de Estado, y unos 8 millones y medio de euros en 2022…) o en
relación con las recibidas por las Presidencias de la República de nuestro entorno.
Miembros civiles y militares: nombramiento. Asimismo, el Rey “nombra y releva libremente” a los miembros
civiles y militares de su Casa (artículo 67.2 CE). Desde su creación en 1975, media docena de reglamentos
han regulado la Casa del Rey, su reestructuración y el estatuto de sus miembros. Se ha debatido si existe una
potestad reglamentaria, organizativa e interna, de la Corona, como tienen los demás órganos
constitucionales, e independiente de la del Gobierno, pero no ha acabado por decantarse por razones de
prudencia. Estos cargos de designación regia son nombrados libremente por el Rey mediante Reales
Decretos, los artículos 56.3 y 65.2 CE no exigen expresamente su refrendo, pero con buen tino se ha optado
en la práctica porque sean refrendados, para asegurarse de la obtención del placet del Gobierno, con quien
dichos miembros tendrán que mantener relaciones regulares y asegurarse de su apoyo y coordinación. Una
situación que demuestra que no son meros actos internos, sino que la actuación de estos servidores regios es
susceptible de adentrarse en delicadas cuestiones que afectan a la dirección política. El Real Decreto
434/1988, de 6 de mayo, sobre reestructuración de la Casa del Rey, modificado en varias ocasiones, establece
que la Casa Real debe servir de apoyo en cuantas actividades se deriven de las funciones del Jefe del Estado;
esta actividad administrativa incluye tanto actuaciones domésticas como otras externas basadas en
relaciones con organismos oficiales.
El artículo 132.3 CE establece que por ley se regularán el Patrimonio del Estado y el Patrimonio Nacional. La
Constitución diferencia estos dos regímenes jurídicos de las cosas públicas, además del dominio público que
se consagra en el mismo precepto (artículo 132 CE). El mandato constitucional se satisfizo por la Ley 23/1982,
de 18 de junio, reguladora del Patrimonio Nacional que vino desarrollada por un reglamento. Tienen la
calificación de bienes del Patrimonio Nacional los afectados al uso y servicio del Rey y de su familia en
atención a sus funciones de alta representación, así como los antiguos derechos y cargas derivadas de las
fundaciones y reales patronatos. En cuanto sea posible con dicha afectación, estos bienes pueden ser también
usados con fines culturales, científicos y docentes. Una fórmula que permite que sean realmente un
patrimonio de toda la Nación y no sólo regio, solventando un problema histórico. Se identifican mediante una
lista de un conjunto de bienes que la Ley enumera y que incluyen todos los antiguos palacios reales, edificios y
terrenos anexos; una segunda lista enumera los tradicionales reales patronatos de monasterios y conventos.
Estos bienes son inalienables, imprescriptibles e inembargables, gozan de exenciones fiscales como los
bienes de dominio público y se les aplica la legislación de patrimonio histórico. Además de su uso público, su
régimen público se completa asignando su gestión a un Consejo de Administración del Patrimonio Nacional
que depende del Gobierno y no de la Corona.
Actos regios: debidos y discrecionales. Es tradicional en la Monarquía inglesa dividir las funciones del Rey en
relación con cada uno de los tres poderes clásicos, pero se trata de un contexto distinto dada la ausencia allí
de personalidad jurídica estatal, y tal deslinde complicaría más que simplificaría las cosas en nuestro
ordenamiento. Es, en cambio, necesario distinguir esencialmente dos tipos de actos regios: actos
discrecionales, libre y exentos de refreno; y actos debidos, sometidos a un refrendo traslativo de la
responsabilidad.
Refrendo traslativo de responsabilidad e inviolabilidad regia. Los actos debidos son una inmensa mayoría, en
ellos el sujeto que refrenda el acto real es el verdadero titular de la decisión y la intervención regia es formal y
ad solemnitatem. A tal conclusión se llega mediante una interpretación sistemática de varios preceptos.
Primero, la Monarquía parlamentaria como contexto hermenéutico (artículo 1.3 CE) donde debe ubicarse el
intérprete. Se trata de la última fase de las Monarquías constitucionales, según antes se ha descrito y cuyos
rasgos reiteramos ahora: el Rey posee poderes simbólicos, existe una irresponsabilidad regia, ausencia de
poder residual, y ostenta potestades regladas y con escasa relevancia política. Una Magistratura de influencia
y persuasión con funciones simbólicas y de representación y dotada del uso de un poder moderador. El Rey
ejerce únicamente las funciones que le atribuyen expresamente la Constitución y las leyes (artículo 56 CE).
Los artículos 56.1, 62 y 63 CE son preceptos atributivos de facultades al Rey, mas no cabe una lectura literal
de los mismos que llevaría a consecuencias constitucionalmente inapropiadas sino otra fundada en la lógica
del refrendo. Los actos del rey serán refrendados por el Presidente del Gobierno, y, en su caso, por los
Ministros competentes, y también por el Presidente del Congreso de los Diputados pero sólo en tres
supuestos: la propuesta de candidato a Presidente del Gobierno y su posterior nombramiento, y la disolución
automática de las Cámaras cuando no sea posible nombrar un Presidente en el plazo de dos meses (artículo
64.1 en relación con el artículo 99 CE). De los actos del Rey serán responsables las personas que los
refrenden (artículo 64.2 CE). Esta traslación de la responsabilidad regia que produce el refrendo debe leerse
conjuntamente con la afirmación del artículo 56.3 CE: “La persona del Rey es inviolable y no está sujeta a
responsabilidad” al tiempo que ordena que sus actos sean siempre refrendados.
¿The King can do no wrong? La expresión “inviolable” procede del constitucionalismo histórico
(Constituciones de 1812 y 1876) y la afirmación de su ausencia de responsabilidad recoge el tradicional
brocardo inglés “the King can do no wrong” –ligado a “the King cannot act alone”– que a su vez refleja el viejo
aforismo en latín “Rex non potest peccare” como origen de la inmunidad de quien fue soberano y cuyo poder
se pensaba que tenía un origen divino. Evidentemente, está en la condición humana la falibilidad, errar es
humano y más en política, por ello la ficción jurídica de que el Rey no se equivoca, unida a la afirmación de
que no tiene la capacidad de ser responsable, debe inevitablemente anudarse a que no decide. Es otro sujeto
constitucional quien toma realmente las decisiones y asume las responsabilidades. Escaparse de este trabado
esquema lógico de ideas sería altamente peligroso para la estabilidad del sistema constitucional y para la
misma existencia de la Monarquía. Así lo evidencia nuestra experiencia histórica en el caso de la expedición
bélica en el llamado desastre de Annual en Marruecos donde la participación de Alfonso XIII en la
intervención y en la designación del General Silvestre dio lugar a la creación de una comisión parlamentaria
de investigación de los hechos, luego al golpe de Estado del General Primo de Rivera y a la primera dictadura,
y, más tarde, estuvo en el origen del posterior advenimiento de la II República en un contexto de imputación
de responsabilidades políticas al monarca por ambos errores. Debe aprenderse de las lecciones de la historia
y hacer una interpretación sistemática de las facultades del Rey, ligadas al refrendo.
Inviolabilidad regia y protección penal. Al servicio de esta inviolabilidad, el Código Penal establece una
protección reforzada castigando una serie de delitos contra la Corona (Título XXI, Capítulo II, artículos 485 a
491). El TEDH ha revisado críticamente la necesidad de la medida en el delito de calumnias o injurias al Rey
cuando impide la libertad de expresión y de crítica política de los cargos representativos (STEDH Caso Otegi
Mondragón contra España, de 15 de marzo de 2011).
¿Irresponsabilidad penal absoluta? La necesidad de una interpretación constitucional evolutiva o mutativa del
artículo 56.3 CE. Si bien la inviolabilidad del Rey abarca su irresponsabilidad política, es más compleja su
irresponsabilidad jurídica y, en particular, criminal. ¿Cabe la impunidad de un Monarca asesino, o, en general,
delincuente y penalmente responsable, como se ha planteado un penalista clásico como es Enrique
Gimbernat? ¿Llega hasta allí en un Estado de Derecho la idea de que el Rey no puede actuar de forma injusta
o equivocada? El supuesto parece harto improbable, pero, en línea de principios, no puede excluirse el
sometimiento del Rey al la ley y al Derecho, aprendiendo del enfrentamiento entre el Juez Coke con Jacobo I
de Inglaterra quien sostuvo lo contrario por escrito en el siglo XVII, defendiendo su ausencia de sometimiento
a la ley, claro está que en tiempos del absolutismo. Con mayor razón, en una Monarquía parlamentaria que
emana del pueblo y no puede ubicarse al margen del Estado de Derecho que carece de impunidades y
agujeros negros. Así lo ilustra la jurisprudencia del TEDH sobre los crímenes de Estado y la antijuridicidad
material en los casos de los asesinatos en el muro de Berlín cuando se le invocó la retroactividad de la ley
penal. Pero es verdad que la Constitución no estableció previsiones claras y expresas, y que tampoco prevé
para el Rey un precepto como el artículo 102 CE que permite arbitrar un mecanismo para la responsabilidad
criminal del Presidente y los demás miembros del Gobierno, estableciendo un aforamiento ante la Sala de lo
Penal del TS, y permitiendo una acusación parlamentaria en ciertos delitos. Podemos pensar que estamos
ante una laguna constitucional e intentar integrarla, poniendo al día la Constitución a la luz de las condiciones
de vida actuales. Cabe a priori defender la irresponsabilidad jurídica plena del Rey como algunos han hecho,
pero me parece anacrónico, excesivo y susceptible de abusos. Es precisa una interpretación constitucional
evolutiva y “mutativa” del artículo 56.3 CE. La inviolabilidad regia, como irresponsabilidad jurídica,
evidentemente no se extiende a los miembros de la familia Real cuando actúen mediante conductas y actos
personales y no por delegación de funciones regias de representación y simbólicas. Cabe una criminalidad de
los familiares del Rey o de los miembros de la familia Real según ilustra la condena penal en el caso del Sr.
Urdangarín, yerno del Rey, e incluso del propio Rey emérito –manteniendo la presunción de inocencia– como
ilustran los sucesos que llevaron al Rey Juan Carlos I a abandonar España en agosto de 2020 tras divulgarse la
existencia de cuentas secretas en el extranjero.
Naturaleza y forma del refrendo. El refrendo tiene la naturaleza de un acto complejo fruto del acuerdo de las
voluntades de dos sujetos: de un lado, la voluntad de quien propone la decisión refrenda el acto y asume la
responsabilidad, y, de otro, la del Rey que formaliza la decisión adoptada. La traslación de responsabilidad
cubre el contenido de la decisión, así como cualesquiera irregularidades formales o de procedimiento. El
refrendo puede tener tres formas: a) expreso, es el supuesto ordinario y se realiza mediante la contrafirma en
el acto o disposición escrita del titular del refrendo; b) tácito y simbólico, se reserva para los actos orales
donde basta con la presencia de un Ministro en cualquier intervención oficial del Rey (viajes oficiales,
relaciones con embajadores, mensajes o discursos); y c) incluso presunto, ya que existe una presunción
general de refrendo por parte del Presidente o los Ministros, sin perjuicio, de que deba más tarde
formalizarse.
Sujetos tasados del refrendo. Los sujetos o titulares del refrendo son el Presidente del Gobierno, los
Ministros, y el Presidente del Congreso. El Tribunal Constitucional ha interpretado que son únicamente
titulares los sujetos expresamente mencionados en el artículo 64.1 CE como norma atributiva de
competencia; se impide incluso un doble refrendo, cerrando la posibilidad de una interpretación extensiva,
pues –se dijo– no pueden normas inferiores a la Constitución sugerir otros titulares de la potestad de refrendo
(SSTC 5 y 8/1987). Son los casos del Presidente del País Vasco donde se declaró inconstitucional el
mandato de la ley vasca de gobierno que sumaba el refrendo del Presidente del Parlamento Vasco al del
Presidente del Gobierno de la Nación en el nombramiento del Presidente autonómico. En ambos casos, el
legislador confunde la dignidad de estas figuras, a la que alude, con el ejercicio de funciones regias sometidas
a refrendo, que es el verdadero punto de conexión de la inviolabilidad.
Actos libres o discrecionales. El Rey distribuye libremente la cantidad global que recibe de los Presupuestos
Generales del Estado para el sostenimiento de su familia y la Casa Real; y también nombra y releva
libremente a los miembros civiles y militares de su Casa (artículo 65 CE). Sin embargo, debe recordarse
cuanto se ha dicho sobre el habitual refrendo en la práctica de estos nombramientos.
Funciones del Rey (artículos 56.1 y 63 y 62 CE). El Rey es símbolo de la unidad y permanencia del Estado.
Arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones. Asume la más alta representación del Estado
español en las relaciones internacionales, especialmente con las naciones de su comunidad histórica.
También respecto de la política exterior: acredita a los embajadores y otros representantes diplomáticos y
recibe la acreditación de los representantes extranjeros; manifiesta el consentimiento del Estado para
obligarse internacionalmente por medio de tratados; y declara la guerra y hace la paz previa autorización de
las Cortes Generales. Son funciones representativas, de moderación y de participación en las relaciones
internacionales, las tres resultan material y teleológicamente identificables, aunque incluyan actos distintos.
Potestades o facultades regias (artículo 62 CE). Junto a estas funciones, el artículo 62 CE enumera una
decena de potestades de muy variada naturaleza, que se adentran en diversas actividades propias del
Gobierno y del Parlamento, conexas con la acción de gobierno o con la función legislativa, y que el Rey debe
ejercer de acuerdo con la Constitución y las leyes:
• sancionar y promulgar las leyes. Convocar y disolver las Cortes y convocar elecciones. Convocar referendos;
• proponer un candidato a Presidente del Gobierno y nombrarlo y poner fin a sus funciones. Nombrar y
separar a los Ministros a propuesta del Presidente;
• presidir el Consejo de Ministros a tal efecto cuando lo estime oportuno pero a propuesta del Presidente;
Enunciado cerrado. Estas facultades muy variadas no parecen tener en común más que su relevancia y su
conexión con el Gobierno y el Parlamento. Están recogidas en un enunciado cerrado o tasado, que no debe
comprenderse como meramente ejemplificativo, y deben ser interpretadas desde la lógica de los actos
debidos y el refrendo traslativo de responsabilidad. Algunas de las más importantes han planteado problemas
y discusiones específicos que ameritan un analisis por separado que haremos más adelante.
La justicia se administra en nombre del Rey. Respecto del Poder Judicial, la Constitución asevera que la
justicia emana del pueblo y “se administra en nombre del Rey” (artículo 117.1 CE). La afirmación tiene un
alcance básicamente solemne y tradicional. En las monarquías absolutas, el Rey impartía justicia, todavía la
Constitución liberal de Cádiz decía que el Rey nombraba a todos los jueces, mientras la Constitución de 1876
ya empleaba la misma frase que la actual. Pero la aseveración queda oscurecida por la relevancia del resto del
precepto donde se asegura que jueces y magistrados deben ser independientes e integran el Poder Judicial.
Los jueces son hoy nombrados por Orden del Consejo General del Poder Judicial y los Magistrados por Real
Decreto refrendado por el Ministerio de Justicia (artículo 316 LOPJ); y prestan juramento al acceder a la
carrera judicial de guardar la Constitución y “lealtad a la Corona” pero sobre todo de administrar recta e
imparcial justicia (artículo 318). La cláusula que analizamos parece una manifestación más de la función de
símbolo de la unidad del Estado que la Corona cumple y solemniza o dignifica la función judicial, pero en
realidad los jueces imparten justicia en nombre del Estado en cuanto configuran un poder del mismo. El Rey
ya no administra justicia.
¿Qué significa arbitrar y moderar el funcionamiento regular de las instituciones (artículo 56.1 CE)? La idea
del poder neutro en Benjamín Constant arranca de la creencia de que todo poder debe ser visto con temor y
debe resultar limitado, y de que la neutralidad se introduce por la fuerza de las cosas en el Estado
constitucional; como Montesquieu nos enseñó, el poder debe detener al poder, y es lógico que sea la Jefatura
del Estado quien modere los conflictos entre los demás poderes. Estas ideas parecen estar bajo el precepto.
Un poder neutro, al margen de los partidos, con funciones moderadoras de las instituciones, que no se puede
ejercer por la fuerza del Derecho sino mediante la persuasión y de la influencia. Consiste en escuchar,
informarse, instar, sugerir, advertir, o aconsejar; unas actividades muy sutiles. Por eso es una autoridad que
Walter Bagehot decía se ejerce de forma velada como “una prerrogativa secreta” y no resiste la luz del día;
con el mismo sentido, Luis Sánchez Agesta hablaba entre nosotros –no sin cierto exceso– de una “magia de la
Corona”. No ha sido extraño en nuestra experiencia que Presidentes de CCAA o de órganos constitucionales –
el TC o el CGPJ– solicitaran el arbitraje real en ciertos casos. Pero lo que un Rey políticamente irresponsable
probablemente sólo puede hacer –a diferencia de un Presidente de una República elegido por el pueblo y
políticamente responsable– es una mediación secreta entre las partes, que no resiste la luz del día, y carece
de responsabilidad y rendición de cuentas porque precisamente no tiene transparencia.
Pilotar una crisis. Después de cada renovación del Congreso de los Diputados, el Rey propone un candidato a
la Presidencia del Gobierno, a través de la Presidente de la Cámara, previa consulta con representantes
designados por los grupos políticos con representación parlamentaria; y, si no obtuviere la confianza por
mayoría absoluta, someterá la misma propuesta transcurrida cuarenta y ocho horas después, y se entenderá
otorgada por mayoría simple; y, si tampoco se obtuviese la confianza, el Rey realizará sucesivas propuestas
durante un plazo de dos meses (artículos 62.d] y 99 CE). Pilotar una crisis de gobierno y una investidura
puede no ser sencillo, si el resultado electoral no es claro y son precisas coaliciones de gobierno o
parlamentarias, o el partido político vencedor de las elecciones no tiene un líder claro. Así un Parlamento
“colgado” o bloqueado por minorías negativas, imposibilitado de erigir una mayoría; o bien un partido o
coalición ciertamente triunfadora pero desunida. Es a priori una facultad relevante del Jefe del Estado. Pero el
Presidente del Congreso han asumido progresivamente la responsabilidad en la práctica y tiende a actuar de
hecho en contacto con el Presidente del Gobierno.
La selección de los representantes en las conversaciones con el Rey. “Grupos políticos con representación
parlamentaria” no es lo mismo que “grupos parlamentarios”, si así fuera, la selección de sus representantes,
de cara a las consultas previas con el Rey, no suscitaría problema alguno y bastaría con obtener una
certificación de lo grupos inscritos en la Cámara. Sin embargo, han existido pequeños conflictos. En 1979, el
Presidente del Congreso Landelino Lavilla incluyó en las consultas a Herri Batasuna (HB), quien rechazó este
trámite, lo que se entendió como un desaire. En 1986, el Presidente del Congreso Felix Pons excluyó al Partido
Democrático Popular como opción diferenciada de la UCD por no haber concurrido de forma separada a las
elecciones, y también a HB a la vista del precedente anterior y de su relación con la violencia terrorista.
Lentamente, se ha ido entendiendo que el refrendo del Presidente del Congreso no es sólo de legalidad sino
de oportunidad política y que le autoriza a seleccionar la lista de representantes con los que el Rey debe
realizar consultas previas, y a pilotar la investidura aconsejando al Rey. No obstante, en la realidad de las
cosas la lista incluye todos los grupos políticos con representación parlamentaria. Un uso o convención
constitucional que limita la discrecionalidad regia. Igualmente, en el Reino Unido se ha desarrollado la
convención de que el Rey o la Reina no deben arbitrar un resultado electoral “no concluyente” y que
corresponde a los políticos sacar las cosas adelante.
No cabe el veto regio ni un control de constitucionalidad obstativo. Corresponde al Rey sancionar las leyes y
promulgarlas en el plazo de quince días, ordenando su inmediata publicación, una vez aprobadas por las
Cortes Generales (artículos 62. a] y 91 CE). La sanción regia fue en el siglo XIX (artículos 142 a 153 de la
Constitución de 1812) una participación del monarca en la función legislativa, que tenía una eficacia obstativa
e impedía volver a tratar el asunto en la misma Legislatura. Pero es un acto debido en una Monarquía
parlamentaria, refrendado por el Presidente del Gobierno, y no permite un control de constitucionalidad ni
material ni formal o de procedimiento. Es de nuevo un trámite solemne y formal. Consiste en añadir sendos
párrafos tradicionales –con origen en la Constitución de Cádiz– al principio y final de las leyes para dar a
conocer la autenticidad del texto (promulgar) y estampar la firma. Tuvo una importancia en el pasado que
ahora ya no tiene. Sólo el Tribunal Constitucional tiene jurisdicción para revisar la constitucionalidad de las
leyes, es único en su orden, delimita el ámbito de su jurisdicción y nadie le pueden promover cuestiones de
jurisdicción o competencia invadiendo sus funciones (artículo 161.1 a] CE y artículos 1.1 y 4.2 LOTC). La
revisión de las leyes en su constitucionalidad es por definición una función materialmente jurisdiccional,
propia de la competencia de un tribunal y no de un árbitro político. Por otro lado, el plazo de quince días
puede quizás –si bien se discute– ser recorrido por el Rey cuando el texto legislativo se le presente a la firma
por el Presidente del Gobierno, pero tendría poco sentido por el escaso margen de maniobra, pues no existe
un trámite en los Reglamentos parlamentarios que permita la reconsideración o relectura de una ley ya
aprobada, una vez concluso el procedimiento legislativo. No hay base constitucional alguna para un veto regio
como, en cambio, suele existir en la Presidencia de las Repúblicas por diferentes motivos. Nada en la
Constitución autoriza a pensar que el Rey pueda negar la sanción de una ley aprobada por las Cortes
Generales que ostentan la representación del pueblo español (artículo 66.1 CE), y las encargadas de construir
el principio democrático. No ha habido precedentes de intentos regios de este control en nuestra experiencia
constitucional. Pero, pese a la falta de anclaje constitucional, no han faltado algunas propuestas mediáticas en
sentido contrario en casos sensibles ante un sector de la opinión pública. En un contexto comparado, el Rey
Balduino de Bélgica logró que se designara temporalmente a un Regente para no verse obligado a sancionar
una ley que regulaba el aborto y luego se reintegró al cargo, Si bien parece un claro e inadmisible fraude a la
Constitución, rodeando el espíritu y finalidad de sus mandatos. En nuestra historia, Nicolás Salmerón,
Presidente de la I República y estudioso de la filosofía ética de Krause, renunció al cargo tras negarse a firmar
unas penas de muerte de unos militares que habían colaborado con los federales cantonalistas.
El Rey es el Jefe del Estado y está en la cadena militar de mando pero no gobierna las Fuerzas Armadas. Ha
sido la cuestión más debatida en los primeros años del desarrollo constitucional, no obstante, parece haberse
definitivamente aclarado. Corresponde al Rey el mando supremo de las Fuerzas armadas (artículo 62.h] CE).
Mas, a la par, la Constitución establece que el Gobierno dirige la Administración militar y la defensa del
Estado (artículo 97 CE). Ambos preceptos constitucionales no parecen mirarse. Su lectura sorprendería a un
jurista persa desconocedor del espíritu de una Monarquía parlamentaria. ¿Estamos ante un mando efectivo a
cargo del Rey? ¿Una excepción a la regla? No es así, las Fuerzas Armadas constituyen una parte de la
Administración del Estado sobre la que debe ejercer plena disponibilidad la potestad de dirección política del
Gobierno en uso de sus competencias normativas, ejecutivas y de selección de fines u orientación política. No
se trata de un mando regio autónomo ni siquiera compartido con el Gobierno y fundado en lo que fue, en otros
siglos, un ejército real antes que del Estado. Estas tesis inadecuadas –fuera del camino de las normas
constitucionales– trataron de resurgir tras el golpe de Estado del 23 F. Algunos militares teorizaron que los
ejércitos constituían un estamento –y no una Administración– ubicado al margen de las facultades
gubernamentales y dependiente directamente del Rey. Nada en la Constitución apoya esta tesis. Algún jurista
importante sostuvo que el Rey conservaba una reserva última de poder, apoyándose en que la Sala de lo Penal
del TS reprochó en 1983 a algunos militares golpistas su desobediencia a las órdenes directas y sin refrendo
del Rey y que tal desobediencia estuvo en la base misma de las condenas penales; pero las normas
constitucionales deben primero interpretarse en sí mismas y de forma sistemática. La vieja tesis de la reserva
de poder, como toda cláusula residual, supone necesariamente un resto de soberanía, al menos compartida,
que claramente no existe en España. La función moderadora del Rey no le permite sustituir las competencias
del Gobierno en materia de defensa. No obstante, debe recordarse, primero, que el Rey en cuanto Jefe del
Estado tiene “el empleo militar” de Capitán General de las Fuerzas Armadas, según la Ley 39/2007, de 18 de
noviembre, de la carrera militar, y se encuentra por ello en la cadena militar de mando como mando supremo;
y, segundo, que de acuerdo con la Ley Orgánica 5/2005, de 17 de noviembre, de la Defensa Nacional, puede
participar y presidir el Consejo Nacional de Defensa, a los efectos de ser informado, cuando se lo pida el
Presidente del Gobierno. Ninguno de estos extremos desapodera al Presidente del Gobierno, al Ministro de
Defensa y al Gobierno en si mismo de sus competencias constitucionales y legales para dirigir la defensa y
responder de sus aciertos y errores.
El Rey firma el indulto, pero no ejerce una gracia quien indulta es el Gobierno. “El Rey ejerce el derecho de
gracia con arreglo a la ley, que no podrá autorizar indultos generales” (artículo 62.1] CE). De nuevo, el Rey se
limita a solemnizar –como veremos– la decisión adoptada por el Gobierno de perdonar la pena y no participa
activamente en la misma.
Prohibición de indultos generales. Se excluyen los indultos generales, y se admiten los particulares y las
amnistías, que no suponen el perdón de la pena sino algo más: del delito y todos sus efectos. La distinción
entre indultos generales y particulares puede ser resbaladiza en la práctica y más en manos de una mayoría
gubernamental. ¿En qué criterios se funda? El ex juez Liaño fue indultado en el 2000 junto a 1.442 indultos
más en una especie de indulto por avalancha. Parece sensato razonar que lo que distingue a un indulto
particular del general no sea sólo el número de beneficiarios sino las circunstancias que se toman en cuenta, y
no debería bastar con individualizar los decretos en que se funde una única decisión sorteando la prohibición
constitucional.
El indulto es una institución controvertida. En sí mismo el indulto es una institución jurídica discutible. Se
trata de una modalidad histórica del “derecho de gracia”. El nombre es obsoleto, porque una “gracia” es un
don o favor, una concesión gratuita que se hace sin un merecimiento particular, sin embargo, esto es
imposible en un Estado de Derecho. Este derecho de gracia era típico de las monarquías absolutas y tenía
sentido en un marco donde el Rey impartía justicia y podía conceder libremente su perdón por cualquier
motivo. Nada de esto es ya posible sin vaciar de contenido las resoluciones judiciales y las leyes. De hecho, el
liberalismo de la Ilustración y el primer constitucionalismo consideraron el indulto innecesario y lo abolieron.
Jeremy Bentham pensaba que, si la pena es necesaria, no se debe perdonar y, si no es necesaria, no se debe
pronunciar. Más tarde se advirtieron diversas razones ligadas a la equidad, la humanidad y a la interdicción
de la injusticia que pueden justificar el uso excepcional del indulto, y llevaron a levantar la prohibición:
excesivo rigor de las penas en situaciones concretas, errores judiciales, dilaciones indebidas, función
socializadora de la pena… Pero estas justificaciones no pueden estimarse como una carta blanca en favor del
Gobierno para dejar libremente sin efecto las sentencias. El indulto, el perdón de la pena, no puede ser libre
en un Estado de Derecho sino limitado.
La obsoleta regulación legal del indulto plantea problemas de constitucionalidad. La posición del indulto es
manifiestamente mejorable. La preconstitucional ley vigente, nada menos que de 1870 (Ley de 18 de junio de
1870 por las que se establecen reglas para el ejercicio de la gracia de indulto, modificada por la Ley 1/1988,
de 14 de enero), debería ser modificada cuanto antes para evitar el riesgo de politizar la justicia, impidiendo
el pleno cumplimiento de las resoluciones judiciales en virtud de motivos ignotos que aprecia libremente el
Gobierno. Una nueva ley es necesaria. Una decisión política del Gobierno no debería poder abrogar una
sentencia firme, de no estar provista de de una motivación convincente, para no violar la división de poderes,
la seguridad jurídica y el derecho a la tutela judicial efectiva en su vertiente de derecho a la ejecución de lo
judicialmente resuelto. Menos censurable sería quizás si pudiera hacerlo el Jefe del Estado por su condición
neutral y posición por encima de los tres poderes, incluido el Poder Judicial, pero no creo fuera oportuno
acometer tal reforma en una Monarquía parlamentaria para no someter al Rey a críticas y responsabilidades.
En todo caso, la práctica del indulto en estas décadas ha sido fuente de algunos abusos gubernamentales y
conflictos: en el 2009, doscientos jueces mostraron su desacuerdo con el indulto a cuatro Mossos de Escuadra
que había sido condenados por tortura.
Contenido de la regulación legal. Nuestra decimonónica Ley prescribe: que pueden ser indultados los reos de
toda clase de delitos; que el indulto puede ser total o parcial y que consiste en la remisión de todas las penas
impuestas o de parte de las que aún no hubiere cumplido el delincuente; que pueden solicitar el indulto los
penados, sus parientes y cualquier otra persona en su nombre, así como el Tribunal sentenciador, el TS, o el
Fiscal de cualquiera de ellos; y que debe formarse el oportuno expediente en el Ministerio de Justicia. Pero
creemos que la regulación es insuficiente y que la Ley no configura un procedimiento constitucionalmente
adecuado. En efecto, si bien se solicitan informes al Tribunal sentenciador, al director del establecimiento
penitenciario donde se halle el penado, y al Ministerio Fiscal, la Ley no se asegura de imponer suficientes
requisitos y garantías a la decisión del Ministerio de Justicia que acuerda el indulto y lo eleva al Gobierno para
su aprobación por Real Decreto. De hecho, no se impone una exigencia de motivación y fundamentación en
Derecho ni se fijan unas causas o supuestos legales que justifiquen el indulto.
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LECCIÓN 29.ª
Soberanía popular, participación y representación políticas. La soberanía nacional reside en pueblo español
del que emanan todos los poderes del Estado (artículo 1.2 CE). La titularidad de la soberanía es el primero
artículo que hay que leer para comprender los derechos políticos y electorales como reglas de procedimiento
democrático. Pero la soberanía popular pocas veces se ejerce directamente mediante manifestaciones
colectivas de expresión de la voluntad general, sino que normalmente se articula a través de elecciones que
crean una relación de representación política, o de formas de participación ciudadana como son los
referendos. Este es el sentido de la Constitución cuando afirma que los ciudadanos tienen el derecho a
participar en los asuntos públicos, directamente o por medio de representantes, libremente elegidos en
elecciones periódicas por sufragio universal (artículo 23.1 CE). También del apartado 2, indisolublemente
unido al primero, cuando establece que los ciudadanos tienen derecho a acceder a los cargos públicos
representativos en condiciones de igualdad y con los requisitos que señalen las leyes. El sufragio es un
derecho fundamental con una acusada configuración legal: los procedimientos electorales y los referendos
son condiciones que hacen posible la representación y la participación política. No obstante, nuestra
Constitución –como ya hemos visto– es férreamente representativa, fundada en elecciones, por las
circunstancias propias de la transición a la democracia, alberga escasas instituciones de democracia
participativa, y las ordena de manera recelosa.
Importancia de la ley electoral. En este contexto, el significado de la ley electoral es esencial, se ha dicho que
tanto como eran las reglas de sucesión en las Monarquías absolutas; sin duda, es la ley más importante en las
democracias representativas en cuanto regula el sistema de acceso al poder, al transformar los votos
ciudadanos en escaños y representación, esto es, en cuotas de poder político.
Fuentes: Constitución y LOREG. La regulación del sistema electoral española está repartida entre la
Constitución, que determina ingredientes centrales del modelo, y la Ley Orgánica de Régimen Electoral
General, Ley Orgánica 5/1985, de 19 de junio (desde ahora, LOREG) que lo desarrolla. Esta distinción de
rango es importante, porque mantenemos un constante debate sobre su reforma y los elementos que están en
normas constitucionales son rígidos y sólo se pueden cambiar mediante la reforma constitucional. Es, en
cambio, tarea más sencilla modificar la LOREG; al menos en teoría, porque los sistemas electorales tienden a
perpetuarse. No obstante, se ha reformado nada menos que en una veintena de ocasiones. Pero esta
perspectiva numérica es falsa, pues únicamente se ha modificado en cuestiones de procedimiento electoral y
no en las reglas en que la elección en sustancia se funda, el sistema electoral, cuyo diseño procede de la
transición a la democracia a finales de los años setenta y luego del pacto constituyente. La LOREG es un buen
ejemplo de un diálogo permanente entre TC, tribunales contencioso-electorales y legislador. La experiencia
en conflictos electorales ha ido revelando la necesidad de modificaciones de procedimiento que han dado
lugar a sucesivas reformas legislativas para introducir mejoras y ajustes. Corresponde a toda Constitución
determinar los rasgos del derecho de sufragio y las condiciones de su ejercicio, pero la nuestra optó por
precisar además muchos rasgos del sistema electoral del Congreso y del Senado, para protegerlos. Tenemos
pues un sistema electoral ampliamente constitucionalizado, una opción muy discutible pero comprensible en
una transición a la democracia para preservar cierta estabilidad democrática. Al cabo la parte del modelo
electoral que debe estar en la Constitución o en la ley es una cuestión no de derecho sino de política
constitucional.
Sistema electoral. Conviene distinguir, a efectos expositivos y analíticos, entre “sistema” y “procedimiento”
electorales (Pablo Santolaya). El sistema electoral está compuesto por aquellos elementos de las normas
electorales que tienen una incidencia en la correlación entre votos y escaños, o entre el número de sufragios
que una candidatura recibe y la composición de una Cámara. Mientras el procedimiento electoral se refiera al
conjunto de reglas administrativas y judiciales que organizan y hacen posible la campaña electoral, la
votación, el escrutinio y en definitiva la elección de los órganos representativos. Más adelante veremos su
relevancia garantista como dispensador de legitimidad democrática y algunas nociones de procedimiento.
Elementos. Para poder avanzar es necesario comprender previamente los elementos de cualquier sistema
electoral, y evitar el extendido mito de tomar sólo uno de ellos, una parte, por el todo:
• el número de representantes, cuanto mayor sea el colegio que elegir en una Cámara más posible es la
proporcionalidad;
• la circunscripción electoral o marco territorial en que la elección se produce, que puede ser nacional
(Holanda o Israel), regional (Alemania) o local (España), aprovechando circunscripciones administrativas
preexistentes lo que parece más práctico. Pero asimismo pueden crearse circunscripciones artificiales a los
específicos efectos electorales (las constituencies del Reino Unido); esta segunda opción obliga a revisar las
circunscripciones a menudo, manteniendo actualizada su adecuación y homogeneidad en el número de
electores, para evitar abusos y distorsiones que suelen llamarse Gerrymandering; la primera opción obliga a
tener en cuenta que el mismo sistema electoral funciona de manera muy diferente según el tamaño de la
circunscripción;
• la fórmula electoral o regla matemática de conversión de los sufragios en escaños. Existe una variada gama
(D’ Hondt, Hare, Sainte-Lagué, Droop…) y producen resultados distintos al aplicarlas a una misma
circunscripción, pero su peso real en el reparto de los escaños depende mucho del tamaño de las
circunscripciones;
• las barreras electorales o cláusulas de exclusión de las candidaturas que no alcancen un número mínimo de
votos; una técnica y perspectiva de origen alemán que intenta excluir fuerzas políticas radicales o evitar la
fragmentación en la representación o dificultar el acceso de minorías étnicas (p.ej. en Turquía con los
kurdos); producen siempre la sospecha de alterar la representatividad de los electores, sobre todo, si superan
un umbral razonable (el Consejo de Europa sugiere mantenerse entre un 3% –5%);
• la forma de expresión del sufragio en candidaturas o listas, que pueden ser uninominales, o plurinominales;
a su vez las segundas pueden consistir en listas cerradas y bloqueadas, es decir, inmodificables; o cerradas
pero no bloqueadas, donde el elector puede ejercer alguna modalidad de voto preferencial y seleccionar a
quien elige o, en negativo, preterir a quien desdeña; e incluso candidaturas abiertas, lo que permite al elector
formar su candidatura eligiendo candidatos de entre varias.
Características de los sistemas electorales. Se han escrito ríos de tinta sobre supuestas leyes comunes a todos
los sistemas electorales y que se repetirían en cualquier circunstancia. Pocas son indiscutibles y por eso
únicamente señalaremos tres. Primero, ningún modelo electoral es neutro, absolutamente técnico y aséptico.
La mediación de la ley electoral nunca es perfecta y no puede contentar una diversidad de intereses
contrapuestos, como evidencia la imagen de una manta que necesariamente se queda corta en los pies o por
la cabeza. Reducir millones de votos a unos cientos de escaños es siempre algo complejo. Todo sistema
electoral simplifica la realidad social y elige qué fines pretende satisfacer en la disyuntiva entre favorecer la
gobernabilidad y la estabilidad o la representatividad, el pluralismo y la proporcionalidad. Segundo –
siguiendo a Rae y Santolaya–, casi todo sistema electoral actúa como el legendario y malvado alguacil de
Nottingham que, enfrentado a Robin Hood, roba a los pobres para dárselo a los ricos; los partidos más
pequeños resultan normalmente perjudicados en provecho de los grandes que devienen sobrerrepresentados.
Tercero, cualquier sistema electoral tiende a perpetuarse, pues es previsible que los partidos que obtiene
representación conforme a una ley no se arriesguen a cambiarla; sólo los preteridos, los excluidos, o quienes
esperan mejorar en sus posiciones tienen un poderoso interés en modificar la ley electoral y asimismo algunos
académicos preocupados por oficio por la excelencia. Pero, de tiempo en tiempo, algunas leyes electorales
cambian. Claro que pueden cambiar no sólo para realizar una proporcionalidad más exigente sino para
incrementar aún más –perversamente– el dominio de la mayoría de forma desproporcionada; como ocurrió en
la Italia del Presidente Berlusconi en 2005 con una reforma electoral apodada “la cerdada” –Il Porcellum– que
estuvo vigente hasta 2015 y fue declarada en parte inconstitucional.
2. DERECHO AL SUFRAGIO
Características. Los derechos políticos y democráticos son el lecho donde se asientan las elecciones. Libertad
de expresión e información, libertad de asociación en partidos, y elecciones libres y regulares van de la mano
como ha insistido la jurisprudencia del TEDH. Nuestra Constitución (artículo 68.1) –y la Ley electoral–
identifica las características del derecho al sufragio como “universal, libre, igual, directo y secreto en los
términos que establezca la ley”. El sufragio es pues un derecho fundamental de configuración legal y depende
de la ordenación de los procedimientos electorales. Tiene dos modalidades estrechamente unidas: sufragio
activo, que concede el derecho a votar en elecciones; y sufragio pasivo, que supone el derecho a presentarse
como candidato. De ambas modalidades son titulares los ciudadanos y no las personas. El sufragio es
universal porque se atribuye a todos los ciudadanos por igual. Éste es el corazón de la democracia. Se
abandonaron hace tiempo las formas de sufragio censitario o capacitario, ligadas a la propiedad o a la
capacidad, propias del liberalismo y de la idea de soberanía nacional, que falseaban la elección. El sufragio es
libre, es decir no coaccionado y recibe una protección penal frente a las interferencias e intentos de
manipulaciones. El sufragio es igual y obedece al principio de “una persona un voto” frente a prácticas
pasadas que concedían el voto plural p.ej. a los miembros de las universidades. Todos los hombres sin
distinciones somos iguales en ciudadanía. Sin embargo, es una igualdad formal y de ejercicio del voto, pero no
real o de peso, y el voto de algunos electores, p.ej. en pequeñas circunscripciones, puede tener un valor o
influencia en el resultado electoral mayor que el de otros. El sufragio es directo y esto significa que el elector
debe depositar personalmente su voto y no cabe el voto por representación, si bien se permite el voto por
correo para los ausentes el día de la elección y existen modalidades específicas para el voto de las personas
con discapacidad. El sufragio, finalmente, es secreto, lo que constituye una garantía al servicio de la libertad
de voto frente a viejas prácticas autoritarias e intimidatorias, pero es en muchos países una garantía
renunciable, pues el elector puede libremente desvelar su sentido.
Una Ley Orgánica dual o bifronte. La LOREG se aplica directamente a cuatro tipos de elecciones reguladas
por el Estado (artículo 1): Congreso de los Diputados, Senado, entidades locales, y Parlamento Europeo. Pero,
demás, buena parte se aplica subsidiariamente a las elecciones a las Asambleas de las CCAA, es decir, en
defecto de lo previsto en las leyes autonómicas y de acuerdo con lo establecido en la Disposición Adicional
Primera de la LOREG. La Constitución (artículo 81.1), como ya sabemos, establece una reserva de ley
orgánica que, entre otros extremos, abarca regular “el régimen electoral general”. El TC ha interpretado
(entre otras, STC 38/1983, caso Ley de elecciones locales) que esta reserva constitucional incluye lo que es
común y válido para todo tipo de elecciones de las instituciones representativas, comprendiendo todo lo que
es primario y nuclear en el régimen electoral, además de las mencionadas elecciones de la competencia
estatal. De manera que existe una reserva constitucional específica a un tipo de ley orgánica para regular el
régimen electoral general.
Aplicación directa en las elecciones reguladas por el Estado. No es problemática la aplicación directa de la
Ley electoral en las cuatro elecciones indicadas, permite regular con exhaustividad toda la materia ayudada
con el complemento normativo que suponen los reglamentos dictados en desarrollo de ley, que son
frecuentes, pues las leyes no deben ser reglamentistas y tampoco las electorales. Con excepción lógicamente
de las elecciones al Parlamento Europeo donde las leyes de cada Estado miembro deben desarrollar y
respetar el Derecho de la Unión.
Aplicación supletoria en las elecciones autonómicas. Pero la aplicación de la LOREG en las elecciones de las
asambleas autonómicas es algo más compleja. De un lado, debe aplicarse, en primer lugar, la ley de cada
Comunidad que regule la elección del Parlamento autonómico o Asamblea territorial. Todas las CCAA han
aprobado sus leyes electorales; con la excepción de Cataluña, donde se aplica todavía la ley electoral estatal,
a la que se remitía el primer Estatuto de Autonomía, en ausencia de una ley propia dada la falta de un
consenso en la Cámara autonómica en el ejercicio de su autogobierno: una situación curiosa o contradictoria
en quizás la Comunidad con más deseos de autogobierno. En lo no previsto en las leyes autonómicas, se aplica
la LOREG supletoriamente.
Aplicación directa en las elecciones autonómicas. No obstante, de acuerdo con dicha D.A. 1.ª.2 de la LOREG,
algunos preceptos del Título I –disposiciones comunes– que expresamente se enumeran allí se aplican a todo
tipo de elecciones, y, en consecuencia, las CCAA sólo pueden regular las cuestiones que no vengan allí
mencionadas. Esto ocurre con las normas que afectan al derecho de sufragio activo y pasivo, la
Administración electoral, el censo electoral, los requisitos para convocar elecciones y presentar candidaturas,
la propaganda y actos de campaña electoral, el sistema de recursos y contencioso electoral, los delitos
electorales y un largo etcétera. Ciertamente, cabe preguntarse si no son excesivos tantos extremos en la
comprensión de lo básico y común. Por consiguiente, la LOREG se aplica en parte como básica en las
elecciones de los parlamentos autonómicos, así como supletoriamente.
¿Varios sistemas electorales? Cada uno de estos cuatro tipos de elecciones de la competencia estatal tiene un
sistema electoral, si bien las similitudes son evidentes, y otro tanto ocurre con las elecciones a las Asambleas
territoriales que siguen bastante de cerca el modelo del Congreso de los Diputados, sin haber hecho excesivos
experimentos.
Explicaremos el sistema electoral del Congreso primero diferenciando entre los elementos que están en
normas constitucionales y los que se regulan en reglas legales, para unir todos los ingredientes después y
recapitular.
1.– Las decisiones políticas de la Constitución. La Constitución regula en su artículo 68 con bastante detalle la
elección de la Cámara baja, fijando los elementos esenciales del sistema:
• establece que la circunscripción electoral es la provincia, más las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla
(representadas por 1 Diputado); una determinación decisiva, porque existen 50 Provincias que son muy
desiguales en población y por consiguiente en número de electores. Provincias muy grandes como Madrid o
Barcelona e incluso Sevilla, medianas como Málaga, o muchas pequeñas como casi todas las castellanas y
ubicadas en la meseta. Nulo recorrido queda al legislador en este punto;
• impone que la ley electoral asigne una representación mínima inicial a cada Provincia y que distribuya el
resto en cada elección en proporción a la población; esta atribución a todas las Provincias por igual de un
mínimo es un factor añadido de desigualdad en el valor del voto;
• decide que la elección se verifique atendiendo a “criterios de representación proporcional”, pero no dice
cuáles sean ni selecciona una regla electoral o de distribución de escaños; el margen de desarrollo legal es
amplio, pero viene muy limitado por el tamaño de la circunscripción provincial; es la Ley electoral la que
singulariza la llamada regla D’Hondt;
La filosofía de la transición que hereda la Constitución. El sistema electoral del Congreso adoptado en la
Constitución procede del acordado en la transición a la democracia y que fue recogido en el Real Decreto-ley
20/1977, de 18 de marzo, sobre normas electorales, dictado a su vez con fundamento en la previa Ley para la
Reforma Política de 4 de enero de 1977 (cuya Disposición Transitoria Primera sienta las bases del modelo)
para regular las primeras elecciones y cuyas normas han acabado por quedarse definitivamente.
Prácticamente, los mismos buenos juristas de la transición –y mejores patriotas y demócratas– diseñaron esas
normas electorales y poco después las constitucionales. En dicho Decreto-ley se establece un razonable y
detallado procedimiento y Administración electorales, que se ha consolidado, así como los rasgos centrales
del sistema electoral del Congreso: la Provincia como circunscripción, listas bloqueadas y cerradas, una
barrera legal de 3% en cada circunscripción, y la regla D’Hondt. Los autores de este modelo trataron de
asegurarse de la estabilidad gubernamental, y de impedir un resultado electoral y un sistema de partidos muy
fragmentado. Aplicaron para ello “dispositivos correctores para evitar fragmentaciones inconvenientes”
(según el testimonio auténtico de la citada D.T.1.ª), ante la multiplicidad de pequeños partidos existentes y
favoreciendo a las fuerzas mayoritarias, concediendo para ello un gran poder a las pequeñas provincias, una
circunscripción que igualmente la Ley para la Reforma Política se preocupó de seleccionar. España llevaba
demasiadas décadas sin la existencia legal de partidos políticos, y se diseño un sistema que se llamaría
proporcional, pero era mayoritario. La afirmación de la proporcionalidad se restringe pues con cuñas
mayoritarias o dispositivos correctores como son: circunscripciones provinciales pequeñas,
“sobrerreprentadas” con un mínimo común de Diputados, y la regla D´Hondt que actúa de manera
mayoritaria. El sistema del citado Decreto-ley se aplicó también a las elecciones de 1979, por previsión
expresa de la Disposición Octava 3.ª de la Constitución, y, de hecho, a las de 1982 hasta que se aprobó la
LOREG, que fue su heredera en 1985. Ha transcurrido ya casi medio siglo del diseño de este modelo.
El desarrollo legal en 1985. La LOREG acabó de cerrar los rasgos abiertos en ese diseño constitucional
heredado de la transición; la sustitución del Real Decreto ley 20/1977 que dice en su exposición de motivos
hacer fue sólo formal.
Veamos el desarrollo legal (artículos. 162 y ss LOREG):
• un número mínimo de 2 Diputados por Provincia; de manera que 102 Diputados (50 Provincias X 2
Diputados = 100 Diputados + 2 de Ceuta y Melilla= 102) se eligen con independencia de su población; sólo
quedan 248 escaños para repartir entre las provincias en proporción a su población; el Decreto de
convocatoria debe especificar en cada ocasión el número de Diputados a elegir en cada circunscripción de
acuerdo con los criterios dispuestos en el artículo 162 LOREG;
• listas cerradas y bloqueadas donde el elector no puede alterar el orden de la candidatura ni introducir
nombres, es decir, no puede expresar sus preferencias y se limita a ratificar la selección de los candidatos
hecha internamente por cada partido o a elegir otra papeleta y partido; no existe una modalidad de voto
preferencial;
• la regla D’Hondt como fórmula electoral y una barrera legal del 3%. La propia LOREG en su artículo 163
explica su funcionamiento y ofrece un ejemplo práctico que reproduciremos textualmente pues permite
visualizar el cómputo.
o La atribución de los escaños en función de los resultados del escrutinio se realiza conforme a las siguientes
reglas:
a) No se tienen en cuenta aquellas candidaturas que no hubieran obtenido, al menos, el 3 por 100 de los
votos válidos emitidos en la circunscripción.
b) Se ordenan de mayor a menor, en una columna, las cifras de votos obtenidos por las restantes
candidaturas.
c) Se divide el número de votos obtenidos por cada candidatura por 1, 2, 3, etcétera, hasta un número igual
al de escaños correspondientes a la circunscripción, formándose un cuadro similar al que aparece en el
ejemplo práctico. Los escaños se atribuyen a las candidaturas que obtengan los cocientes mayores en el
cuadro, atendiendo a un orden decreciente.
Ejemplo práctico: 480.000 votos válidos emitidos en una circunscripción que elija ocho Diputados. Votación
repartida entre seis candidaturas:
DIVISIÓN 1 2 3 4 5 6 7 8
Por consiguiente: la candidatura A obtiene cuatro escaños. La candidatura B dos escaños y las candidaturas
C y D un escaño cada una.
e) Los escaños correspondientes a cada candidatura se adjudican a los candidatos incluidos en ella, por el
orden de colocación en que aparezcan.
Una revisión crítica del sistema de acuerdo con la experiencia:
• Un número bajo de Diputados: 350. Si se reformara y subiera a 400, el resultado sería un poco más
proporcional según ha estudiado el Informe del Consejo de Estado sobre las propuestas de modificación del
Régimen Electoral General de 24 de febrero de 2009.
• Un número mínimo bastante elevado de 2 Diputados por Provincia. Si se bajara a 1 alcanzaríamos de nuevo
un resultado algo más proporcional, igualmente según el mencionado Informe, al distribuirse
proporcionalmente 298 escaños en vez de los actuales.
• La suma de las dos reformas anteriores más la sustitución de la regla D’Hondt por alguna otra fórmula
electoral de las antes mencionadas como alternativas, probablemente la Hare, produciría resultados más
proporcionales de nuevo según demuestran las simulaciones efectuadas en dicho Informe.
• Tres sistemas electorales. Realmente no hay un sistema electoral del Congreso sino tres. El sistema
funciona muy proporcionalmente en Provincias muy grandes como Madrid (36 Diputados) y Barcelona (31
Diputados). Sin proporcionalidad alguna en las Provincias que hemos llamado pequeñas. Y hay algunas
provincias medias o grandes como Valencia (15 Diputados), Sevilla (12 Diputados), y Málaga y Murcia (11
Diputados) con resultados intermedios y bastante proporcionales.
• Barrera legal del 3%. Prácticamente no es operativa salvo en las dos muy grandes circunscripciones de
Madrid y Barcelona donde algunas candidaturas han sido excluidas del reparto por este motivo, en las demás,
no llega a poder aplicarse.
• Regla D´Hondt. Como consecuencia de todo esto, la fórmula electoral ofrece siempre los mismos efectos.
Primero, claras primas de sobrerrepresentación al primer y segundo partidos (sumadas ambas entrañan
aproximadamente entre 8 y 15 puntos porcentuales) y más acentuada a favor del vencedor (alrededor de
entre 10 y 4 pero ha subido a veces por encima). Segundo, primas de infrarrepresentación al tercero y cuarto
partido de ámbito nacional, quienes pagan un premio a la mayoría. Tercero, muestran una representación
bastante ajustada o tendencia al equilibro para los partidos regionalistas o nacionalistas que no resultan ni
beneficiados ni perjudicados con primas en las circunscripciones en las que concurren. Se aporta una tabla al
final de este epígrafe que corrobora estas afirmaciones, para no interrumpir el hilo de la argumentación.
• Desigualdad real en el peso del sufragio. Las estadísticas del mencionado Informe del Consejo de Estado
muestran que hay claras diferencias representativas entre circunscripciones provinciales. Algunas están
sobrerrepresentadas (las pequeñas) y otras infrarrepresentadas (las muy grandes). El coeficiente de
representación fruto de dividir el porcentaje de población por el porcentaje de escaños, revela grandes
diferencias. En 2019, votar en Soria –o en Teruel o en Ávila– donde un escaño se consigue con 26.000 votos, es
votar con más poder (3’9% veces) que votar en Madrid, donde se requieren 102.200 votos.
• Listas cerradas y bloqueadas. Es harto discutible que el elector no puede alterar el orden de la candidatura,
es decir, que no pueda expresar sus preferencias, y elegir personas amén de partidos, y deba contentarse con
ratificar la selección de los candidatos hecha internamente por cada partido. Esta pasividad del elector ha
dado un gran poder a quienes seleccionan los candidatos en cada partido. Mas grave es si se cae en la cuenta
de que esta “selectividad” interna se hace sin prácticamente controles externos ni límites legales ni suficiente
participación de los asociados y simpatizantes. La selección de los candidatos no debería seguir estando fuera
del régimen legal de la elección (Miguel Pérez Moneo). Se discute desde hace tiempo la posibilidad de
desbloquear las listas para que los electores puedan elegir personas y no sólo partidos. Porque la suma de una
escasamente democrática selección interna de los candidatos y la ausencia de voto preferente de los electores
entraña el riesgo de convertir en convidados de piedra a los ciudadanos y en organizaciones oligárquicas a los
partidos. Pero romper el círculo vicioso es problemático. La tendencia a técnicas de voto preferencial parece
crecer en Europa. Pero la experiencia en el Perú revela: que sólo ejercen sus preferencias un porcentaje
pequeño de electores –el voto preferencial es opcional–, entre un 20% y un 30%, y este bajo número
determina el orden de la lista frente al 70% o 80% de electores silentes; y que propicia errores materiales y
otros efectos perturbadores. De manera que su hipotética introducción, para agitar la preocupación de los
partidos por las concretas personas que seleccionan como candidatos, debería partir de establecer un mínimo
porcentaje de votos preferentes para poder ser tenidos en cuenta. Por otro lado, la experiencia de varios
países (singularmente Italia) revela que provoca luchas intestinas dentro de los partidos entre las distintas
corrientes internas. Pero la cuestión es más compleja y depende del contexto, porque en Perú el
presidencialismo exacerba el personalismo de los candidatos y la debilidad de los partidos políticos. También
en Italia la cuestión está relacionada con el modelo de partido e incluso con la mafia. Por el contrario, en el
resto de Europa, por lo general, el voto preferencial funciona bastante bien. Podría ensayarse en España.
Elecciones PCE/IU PSOE CDS UPYD UCD AP/PP CIU/JXC PNV CS PODEMOS VOX
Fuente. GARROTE DE MARCO, María, Sistema electoral español. Memoria, balance y cambio, Marcial Pons, Madrid,
2020. p. 128.
5. EL SENADO
Las normas constitucionales. Los elementos constitucionalizados para la elección del Senado (artículo 69 CE)
son, primero, su calificación como una Cámara de representación territorial; y, segundo, su integración por
dos clases de Senadores: un grupo muy mayoritario de Senadores elegidos por Provincias; y otro grupo de
Senadores designados por las CCAA en función de su población. Estimamos que el primer rasgo es en
sustancia incompatible con el segundo.
Senadores provinciales. Número. La mayor parte de los Senadores se eligen por los ciudadanos en
circunscripciones provinciales según mandato constitucional. Se eligen 4 Senadores en cada una de las 50
Provincias (artículo 69.2 CE). La Constitución específica que en las provincias insulares se elegirán: 3
Senadores en cada una de las islas mayores –Gran Canarias, Mallorca y Tenerife–, y 1 Senador en las demás
islas que allí se mencionan o agrupaciones (apartado 3). También 2 senadores en cada una de las ciudades
autónomas de Ceuta y Melilla (apartado 4). Son pues 207. Un número fijo y estable a diferencia de los
Senadores de designación por las CCAA. Es evidente que este sistema, muy desproporcional y basado en el
principio de igualdad de representación de las Provincias con independencia de la población, beneficia a las
Provincias más pequeñas y perjudica a las mayores. Fue pensado como un freno a las labores de un Congreso
de extracción más proporcional.
Continuidad del sistema electoral. En efecto, se mantiene otra vez la filosofía y el diseño preconstitucional de
la transición a la democracia. El modelo constitucional de Senadores provinciales procede de la Ley para la
Reforma Política, Ley 1/1977 de 4 de enero, tanto en el número de Senadores como “en la inspiración en
criterios de escrutinio mayoritarios”. Fue desarrollado en el Real Decreto-Ley 20/1977 antes citado donde su
exposición de motivos lo califica de “modalidad de sufragio restringido”.
Voto mayoritario restringido. Papeleta electoral única. Desarrollando las muy detalladas nomas
constitucionales y manteniendo este diseño preconstitucional, la LOREG (artículo 166) estableció en 1985 un
sistema de voto mayoritario restringido. Los electores pueden dar su voto a un máximo de 3 candidatos y son
proclamados los que obtengan mayor número de votos. Este sistema deja una opción a la minoría, ya que
recordemos– se eligen 4 Senadores en cada Provincia. La papeleta electoral única aparece por candidaturas y,
bajo cada una de ellas, los nombres de los candidatos de cada partido o entidad, colocados en el orden que
libremente establezca la entidad (antes era por orden alfabético de los apellidos, pero se comprobó que
favorecía la elección de los situados más arriba). Las candidaturas se ordenan atendiendo al número de votos
obtenidos por cada partido o entidad en las últimas elecciones (igualmente desde la reforma de 2010). El
nombre de cada candidato va precedido de un recuadro, y el elector debe marcar con una cruz el
correspondiente a aquél a quien otorgue su voto. En suma, la papeleta es única, cada candidatura presenta
una lista de cuatro candidatos, y el elector elige tres de una o varias candidaturas. Al parecer la tendencia de
los votantes es elegir todos de una misma candidatura de partido, prevaleciendo la inercia del mismo sistema
del Congreso y las elecciones locales. Pero es necesario caer en la cuenta de que un voto personalizado y no
sólo por partidos políticos requiere crear una cultura política participativa.
Senadores autonómicos. La Constitución establece que además cada Comunidad Autónoma designará un
Senador y otro más por cada millón de habitantes de su territorio (artículo 69.5 CE). Por consiguiente, su
número fluctúa en función de la población, y por ende el de la Cámara, son actualmente 58 en la XIV
Legislatura. Existen pues 265 Senadores en la XIV Legislatura. Según el mismo precepto constitucional, cada
Estatuto de Autonomía puede decidir si la designación se hace por el ejecutivo o por el parlamento
autonómico, “asegurándose, en todo caso, la adecuada representación proporcional”. Pero todos los Estatutos
han optado por la designación parlamentaria.
Reglamentos parlamentarios y leyes autonómicas. Los Reglamentos de las Asambleas territoriales y las leyes
autonómicas de designación de los Senadores en representación de la Comunidad detallan la fórmula de
elección y, en particular, dos extremos: cómo se concreta esa representación proporcional, y la duración del
mandato. Los Senadores se eligen por el Pleno de cada Cámara, pero algunas de las normas especifican que
se aplicará la regla d’Hondt, para determinar el número de Diputados que se asignan a cada Grupo
parlamentario; mientras otras no entran en detalles. Algunas normas autonómicas vinculan el mandato de
Senador al mandato como parlamentario autonómico y deben cesar cuando finalice la Legislatura
autonómica, pero no todas.
Un intento fallido: La Comisión General de las CCAA. El Reglamento del Senado (artículos 55 y ss) fue
reformado en 1994 para introducir una Comisión General de las CCAA integrada por los Senadores de
designación autonómica y con funciones principalmente de informe sobre cuestiones ligadas a las CCAA y las
políticas territoriales. Fue un bien intencionado intento de hacer un Senado territorial dentro del Senado para
intentar cerrar el debate sobre la composición del Senado sin necesidad de afrontar la reforma la
Constitución. Pero esta alternativa de ingeniera constitucional no ha funcionado, y el problema de la reforma
constitucional del Senado resta donde estaba y en los mismos términos. Es precisa una modificación de la
arquitectura de la Cámara.
Modelos alternativos de Senados federales para una reforma constitucional: Alemania y Austria. Los términos
actuales del debate sobre la reforma constitucional, que simplemente mencionaremos, oscilan entre dos
grandes modelos que podrían ser adaptados o matizados y sobre los cuales sería precisa una decisión política.
Primero, la propuesta de asumir un modelo germánico como el Bundesrat alemán. Un consejo federal
formado por representantes de los Gobiernos de las CCAA, que pueden ser sustituidos según la materia que
se discuta, y cuyo número oscilaría de 1 a 6 Senadores en función de la población de cada Comunidad. Esta
composición facilitaría la transacción entre los Gobiernos autonómicos, horizontalmente o entre CCAA y
verticalmente con el Gobierno de la nación, también su funcionamiento como sede de todos los mecanismos
de colaboración, de permanente estudio de la financiación de las CCAA, y de especialización desde el
principio de la tramitación en un tipo de leyes territoriales. Se refuerza así su legitimidad autonómica y se
permite una elevada capacidad técnica de los Senadores, designados según el objeto del debate, lo que
facilita el compromiso y la transacción. Pero se priva a la Cámara de legitimidad ciudadana directa, lo que
puede ser una ventaja, para no competir con el Congreso, o un inconveniente según quiera verse. Me parece
que es oportuno combinar legitimidades distintas en las dos Cámaras, porque esa es una de las razones de ser
del bicameralismo. Una segunda variante sería su elección por los Parlamentos autonómicos, como en
Austria, expandiendo el modelo de los actuales Senadores de designación autonómica hasta convertir la parte
en el todo. Sin embargo, me parece que un Senado formado por parlamentarios de origen autonómico no
tiene la misma capacidad de compromiso y transacción entre intereses contrapuestos que posee el Bundesrat,
pues los Gobiernos autonómicos tienen una mayor experiencia y capacidad decisoria en cuestiones de su
competencia.
Un Senado de elección directa en CCAA. Un tercer modelo alternativo, desarrollado en el Informe del Consejo
de Estado de 16 de febrero de 2006 sobre la reforma de la Constitución, consistiría en la elección directa de
los Senadores por los ciudadanos en circunscripciones electorales que coincidieran con las CCAA, y
distribuyendo el número de Senadores, sin alejarse mucho de la actual fórmula constitucional de atribución
de Senadores autonómicos: un número mínimo por Comunidad y otro en función de la población. Pero sin que
las diferencias fueran excesivas sino medidas. Los detractores de esta segunda fórmula, –entre los que me
encuentro– piensan que la elección directa haría competir al Senado con el Congreso en la representación
popular, lo que no parece conveniente para evitar bloqueos innecesarios, y remarcan que carecería de
representatividad de los Gobierno autonómicos a la hora de negociar leyes territoriales, lo que la aminoraría
su capacidad de decisión en la práctica.
6. ELECCIONES LOCALES
Municipios. Circunscripción y número de concejales. Cada término municipal es una circunscripción. Se elige
en ella un número de Concejales que resulta de la aplicación de una escala que depende del número de
residentes, y va de un mínimo de 3 Concejales en Municipios de hasta 100 residentes a un máximo de 25 en
los de 50.001 a 100.000 residentes, y, en adelante, un Concejal más por cada 100.000 habitantes (artículo
179). Esta escala no se aplica a los pequeños Municipios que tradicionalmente funcionan en régimen de
concejo abierto. Hay también normas específicas para la elección de Municipios, igualmente pequeños, de
población inferior a 250 habitantes y que no funcionen en concejo abierto.
Sistema electoral. El sistema electoral es semejante al del Congreso de los Diputados de donde trae origen: a)
las listas son asimismo cerradas y bloqueadas; b) también se aplica la fórmula D’Hondt para la transformación
de los votos de las candidaturas en cargos locales; c) y, finalmente, juega igualmente una cláusula de barrera
legal, pero que en este caso es el 5% de los votos válidos emitidos en la circunscripción.
Elección indirecta del Alcalde. En la misma sesión en que se constituyen las corporaciones municipales por
los Concejales electos, se procede a la elección del Alcalde (artículo 196). Pueden ser candidatos todos los
Concejales que hayan encabezado una lista “en la concurrencia electoral” pero no más tarde (de acuerdo con
la lógica exégesis del precepto legal que ha hecho el TC). Si un candidato obtiene la mayoría absoluta de los
votos de los Concejales es declarado electo. Si ninguno la obtuviera, es proclamado Alcalde el Concejal que
encabece la lista que haya obtenido mayor número de votos. Se trata, por tanto, de una elección indirecta de
segundo grado a través de la mediación de los Concejales. Se ha discutido largo tiempo la posibilidad de
regular una elección directa del Alcalde para fortalecer su legitimidad en la dirección del Gobierno local, pero
la reforma no ha acabado por aprobarse. Igualmente se ha discutido la oportunidad y legitimidad de los
acuerdos entre fuerzas políticas minoritarias para pactar y luego elegir un candidato a Alcalde consensuado
en la primera vuelta y en detrimento del candidato de la lista mayoritaria, más votada y vencedora de las
elecciones. Pero en un Gobierno local con ribetes de sistema parlamentario, como es claramente el que diseña
la LOREG (al menos mientras no se reforme), carece de lógica interna intentar excluir los acuerdos y
coaliciones de gobierno que son un instrumento habitual e inherente al mismo. Toda mayoría que quiere
gobernar con ese sistema no debe olvidar su capacidad de alcanzar acuerdos con las minorías para no tener
que quejarse más tarde de su arrinconamiento, no basta con vencer la elección con una insuficiente mayoría
relativa, es precisa una capacidad de alianza con otras fuerzas políticas.
Continuidad del sistema electoral. En lo relativo a las elecciones locales la LOREG asume en lo fundamental el
régimen ya regulado en la Ley 39/1978, de 17 de julio, de Elecciones Locales (modificada por la Ley Orgánica
6/1983, de 2 de mayo, centrada sobre todo en las Diputaciones Provinciales), que fue entonces un primer
instrumento de democratización. Se corrobora también en este ámbito la continuidad del sistema diseñado en
la transición a la democracia.
Diputaciones Provinciales. Elección indirecta. El número de Diputados Provinciales depende del número de
residentes de cada Provincia conforme a un baremo que la LOREG prevé (artículo 204) y que va de 25
Diputados en Provincias de hasta 500.000 residentes a 51 diputados en las de 3.500.000 residentes en
adelante. Las Juntas Electorales Provinciales reparten proporcionalmente estos cargos entre los partidos
según sus votos y por partidos judiciales de manera que cada uno de ellos cuente al menos con un Diputado.
Realizada esta asignación de puestos de Diputados, la Junta Electoral convoca por separado a los Concejales
de cada partido político y otras entidades para que elijan a los Diputados que les correspondan de entre las
listas de candidatos avalados por al menos un tercio de dichos Concejales. El TC ha interpretado que puede
haber varias listas en concurrencia y que los Diputados se eligen “por” y “entre” los Concejales y no entre otro
tipo de personas que no ostenten esa condición. Es una elección indirecta de segundo grado.
7. EL PARLAMENTO EUROPEO
Derecho europeo. Normas comunes. El Tratado de Lisboa reconoce el derecho de sufragio (artículo 22.2
Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea), activo y pasivo, y le concede el rango de derecho
fundamental (artículo 39 de la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea). Todo ciudadano
de la Unión que resida en un Estado miembro del que no sea nacional tiene derecho a ser elector y elegible en
las elecciones al Parlamento Europeo en el Estado miembro en el que resida. Las modalidades de ejercicio de
este derecho se adoptaron en la Directiva 93/109/CE. Los Diputados al Parlamento Europeo deben ser
elegidos por votación de listas o mediante el sistema de voto único transferible de tipo proporcional (Decisión
del Consejo 2002/772/CE, Euratom). Además de estas normas comunes, las modalidades electorales se rigen
por las disposiciones nacionales que pueden variar considerablemente. De conformidad con dicha Decisión,
todos los Estados miembros deben aplicar un sistema de representación proporcional. Los Estados miembros
pueden establecer un umbral mínimo, que no rebasará el 5%, para la atribución de escaños. La mayoría de los
nuevos Estados miembros aplican un umbral del 5% o del 4%. Pero el Tribunal Constitucional alemán declaró
inconstitucional el umbral del 5% para las elecciones europeas aplicado hasta entonces en Alemania. La
mayoría de los Estados miembros dividen su territorio en varias circunscripciones electorales. Sin embargo,
España y otros ocho Estados miembros (Austria, Dinamarca, Francia, Grecia, Luxemburgo, Países Bajos,
Portugal y Suecia) utilizan el territorio nacional como circunscripción electoral.
Sistema electoral. Desarrollando esas normas europeas, la LOREG dicta unas disposiciones especiales. La
circunscripción es el territorio nacional. Esto asegura una elevada proporcionalidad en la atribución de los
escaños, la más alta posible, dada la gran dimensión de la circunscripción en electores. El número de los
Diputados se fija en función de lo establecido en las normas europeas. El resto del sistema electoral trae
origen en el sistema del Congreso. Así la atribución de escaños se hace siguiendo, de nuevo, la fórmula
D’Hondt. No existe, sin embargo, una barrera legal o cláusula de exclusión. Recuérdese lo que hemos dicho
anteriormente sobre la titularidad de ambas modalidades del derecho de sufragio por los ciudadanos
comunitarios, la ausencia de un período de residencia previa, y la necesidad de inscribirse en el censo y, por
consiguiente, de optar por votar en España, no pudiendo hacerlo en dos países de la Unión.
Censo electoral y rectificaciones. Para ser elector, para tener capacidad electoral, además de tener derecho
de sufragio, es obligatorio estar inscrito en el censo (artículos 31 a 41 LOREG). No obstante, los
Ayuntamientos tramitan de oficio la inscripción de los residentes en su término municipal, lo que es un
sistema óptimo, pues no obliga al elector a inscribirse. Existen dos censos: uno de electores residentes en
España, y otro censo de electores residentes-ausentes (obsérvese lo contradictorio de la denominación, este
censo suele llamarse con sus siglas “CERA”) formado por quienes viven en el extranjero y cuya ordenación ha
sido problemática, pero al que no nos referiremos. El censo es permanente y se actualiza mensualmente por
los Ayuntamientos que envían la información a la Oficina del Censo Electoral, que tiene delegaciones
provinciales y coordina la llevanza del censo. Dicha Oficina está orgánicamente encuadrada en el Instituto
Nacional de Estadística, pero depende de la supervisión de la Junta Electoral Central para garantizar su
independencia. El censo es único para toda clase de elecciones, pero se amplía para las elecciones locales y al
Parlamento Europeo donde el número de votantes es mayor, al integrarse en el primer caso con los
extranjeros residentes y los ciudadanos comunitarios; así la Constitución establece que sólo los españoles
serán titulares de ambas modalidades del derecho al sufragio salvo lo que atendiendo a criterios de
reciprocidad, pueda establecerse por tratados o ley para el derecho de sufragio pasivo en las elecciones
municipales. Ningún elector puede aparecer registrado más de una vez, si así fuera, prevalece la última
inscripción. Tras cada convocatoria electoral, se publican las listas, que pueden ser consultadas por medios
informáticos, y pueden realizarse rectificaciones. Cualquier persona puede formular una reclamación sobre
sus datos censales a la oficina provincial del censo; también los representantes de las candidaturas si
advierten algún incremento de residentes significativos en los meses anteriores (ha habido algunos curiosos
intentos de abusos en pequeños Municipios ligados a intereses espurios de algunas personas o empresas en
materia de urbanismo). Contra la resolución que resuelva esas reclamaciones en período electoral, cabe un
recurso en única instancia ante el Juzgado contencioso-administrativo que habrá de dictar sentencia en el
plazo breve de cinco días y agota la vía judicial. Tras años de experiencias y revisiones, el censo está bastante
bien formado. Debe subrayarse que la Administración electoral se aprovecha, sin apenas costes, de otras
administraciones: la local y el Instituto Nacional de Estadística. Una filosofía económica o austera que preside
todo nuestro procedimiento electoral. Sin embargo, la confección de un censo en buenas condiciones es uno
de los problemas más difíciles y costosos en los países en vías de desarrollo que a menudo no se basan en la
administración general.
Fases del procedimiento electoral. El procedimiento electoral tiene varias fases que están enlazadas mediante
unos plazos concatenados y preclusivos que no pueden interrumpirse. Se sabe cuando comienza y finaliza el
proceso y todas las fechas de cada trámite según un calendario que se publica. La imagen se aproxima a un
tren que comienza un largo viaje en su estación de origen, no puede detenerse, ocurra el incidente que
ocurra, y tiene que llegar el día señalado a la estación final en tiempo y forma para poder celebrarse la
votación. La primera fase es la convocatoria electoral, que es el acto inicial y se produce tras la expiración del
mandado o la disolución anticipada, y marca el día de la elección que inexorablemente debe ser el
quincuagésimo cuarto día posterior a su publicación. En segundo lugar, se nombran los representantes de los
partidos políticos y candidaturas y los administradores con competencias sobre los gastos. En tercero, se
presentan los candidatos por los partidos políticos y federaciones, o las coaliciones de partidos y
agrupaciones de electores; y se procede a la proclamación de las candidaturas, tras resolver los recursos
contra las candidaturas presentadas que puedan interponerse. En cuarto, se inicia una campaña electoral que
tiene unas reglas muy específicas. En quinto, se efectúa la votación que debe ser secreta. En sexto, se realiza
el recuento de los votos, llamado escrutinio electoral. Finalmente, se produce la proclamación provisional de
electos que tras la solución de los recursos judiciales o en su caso ante el TC que se presenten pasa a ser
proclamación definitiva de electos. Detallémoslo sucintamente.
Convocatoria electoral. Marca el día de inicio de todos los plazos electorales que se computan en días
naturales. La convocatoria se produce en tres supuestos (artículo 42 LOREG): a) la disolución anticipada de
las Cortes Generales o las Asambleas autonómicas por el Presidente del Gobierno o el Presidente del ejecutivo
autonómico correspondiente; b) o por la caducidad del mandato el vigesimoquinto día anterior a la expiración
del mandato de las respectivas Cámaras si no hubiere habido disolución anticipada, c) o, para las elecciones
locales y de las Asambleas autonómicas en las Comunidades donde no exista la disolución anticipada el
quincuagésimo día antes del cuarto domingo de mayo que corresponda.
El Decreto de disolución debe tener cientos contenidos obligatorios: a) la fecha de las elecciones que –
insistiremos– debe ser el quincuagésimo cuarto posterior a la convocatoria; los Decretos de disolución y
convocatoria de elecciones entran en vigor normalmente el día de su publicación; b) el número de Diputados
por Provincia que deben elegirse de acuerdo con la ley, si se trata de ese tipo de elección; c) la fecha y hora de
la sesión constitutiva de la Cámara; d) y la normativa específica que regula las elecciones. Puede haber
convocatorias parciales de elecciones en sólo una circunscripción o en algunas Mesas como consecuencia de
irregularidades previas.
Administración electoral: Mesas y Juntas. La Administración electoral es una administración especial, distinta
de la Administración General del Estado, que viene integrada según los casos por ciudadanos o por Jueces y
Magistrados y otros juristas. Tiene una acusada imparcialidad e independencia tanto del parlamento como del
ejecutivo, pues no existen más controles que los judiciales. Su funcionamiento garantiza la regularidad –
transparencia y objetividad– del procedimiento y el principio de igualdad entre los candidatos (artículo 8
LOREG). Integran la Administración electoral las Juntas Electorales y las Mesas electorales.
Mesas electorales. Las circunscripciones electorales están divididas en secciones u en cada una hay una Mesa
(artículo 23 LOREG); el electorado se distribuye entre las Mesas por orden alfabético. Cada Mesa está
formada por un Presidente y dos Vocales designados por sorteo público entre los electores que sepan leer y
escribir y sean menores de setenta años. Son cargos obligatorios, pero cabe la renuncia fundada ante la Junta.
La formación de las mismas corresponde a los Ayuntamientos bajo la supervisión de las Juntas Electorales de
Zona. Es pues un tipo de administración no profesional, organizada mediante la participación de los
ciudadanos, pero dada la sencillez del acto de la votación y del escrutinio, no suscita grandes problemas sino
antes bien produce múltiples ventajas, entre otras, de confianza ciudadana y legitimidad democrática, pues
no deja de ser un mecanismo de participación política en el día más festivo de cualquier democracia: la
votación.
Juntas Electorales. Existen cuatro niveles de Juntas Electorales: Central, Provincial, de Zona y en su caso de
Comunidad Autónoma (artículos 8 ss LOREG). Las Juntas revisan los acuerdos de las Mesas y realizan el
escrutinio general.
Junta Electoral Central. La Junta Electoral Central es el único órgano permanente y juega un papel central en
el impulso y la interpretación de las normas durante todo el procedimiento. Está integrada por trece Vocales:
ocho que son Magistrados del Tribunal Supremo, designados mediante insaculación (una modalidad de
sorteo) por el Consejo General del Poder Judicial; y cinco que son Catedráticos en activo de Derecho o de
Ciencias Políticas y Sociología que designa el Congreso de los Diputados a propuestas de los partidos y de las
otras entidades que pueden presentar candidatos. Se ha remarcado su singular naturaleza jurídica (Pablo
Santolaya) pues no pertenece a alguno de los tres poderes clásicos, pero colabora con todos ellos. Así, no es
poder legislativo, pero su secretario es el Secretario General del Congreso y se vale de la sede y medios
personales, en particular los Letrados de las Cortes Generales, que les procura dicha Cámara para preservar
su independencia del ejecutivo y preparar sus pronunciamientos. No es Poder Judicial, pero la mayor parte de
sus miembros son Magistrados del Tribunal Supremo lo que reviste al órgano de auctoritas e independencia
en sus decisiones. No es parte del ejecutivo, pero supervisa la labor de la Oficina del Censo que está en el
Instituto Nacional de Estadística, organismo autónomo dependiente del Ministerio de Economía. Es, en
síntesis, una Administración consultiva, con acusada independencia, y funciones arbitrales en materia
electoral. Pese a esta atípica y confusa naturaleza, sobre todo desde una perspectiva comparada, funciona con
solvencia, con acreditada autoridad como árbitro de las elecciones y con unos bajísimos costes en
comparación con otros modelos (en particular el de Méjico). Las funciones principales de la Junta Electoral
Central son: supervisar la Oficina del Censo, cursar instrucciones de obligado cumplimiento a las Juntas
Electorales en materia electoral, resolver las consultas que le eleven las Juntas con carácter vinculante,
unificar criterios interpretativos, resolver recursos y revocar las decisiones de las Juntas, velar por el
cumplimiento de las normas sobre gastos, expedir las credenciales o actas electorales, etc. Sus instrucciones
son un corpus doctrinal esencial para interpretar la legislación electoral.
Las demás Juntas Electorales se integran de forma análoga entre Jueces y Magistrados y profesores y ejercen
funciones semejantes.
Representantes y Administradores. Los partidos y las otras entidades que pueden presentar candidaturas
deben designar representante ante la Administración electoral para que actúen en su nombre y reciban los
escritos. Toda candidatura debe tener también un administrador electoral responsable de los ingresos y
gastos y de su contabilidad.
Presentación de candidaturas y proclamación. Ya sabemos que pueden presentar candidaturas: los partidos y
federaciones, las coaliciones electorales, y las agrupaciones de electores (artículo 44 LOREG).
Monopolio de los partidos políticos. Estas asociaciones ostentan un cuasi monopolio de hecho de esta función
de selección de los candidatos antes de la elección y subsiguiente presentación de las candidaturas. Pero no
es absoluto.
Agrupaciones de electores. No existen en España candidaturas independientes en sentido estricto. Pero cabe
la presentación de listas por las agrupaciones de electores mediante la recogida de un número de firmas que
la ley regula según el tipo de elección. Su naturaleza jurídica se ha debatido: no son asociaciones estables y su
actividad se circunscribe a un concreto proceso electoral, pueden verse como manifestaciones espontáneas
del ejercicio del derecho de participación política. Suelen cometer errores en los procedimientos electorales
precisamente por esa espontaneidad y falta de una organización estable o profesional como tienen los
partidos, pero los aspectos positivos son que permiten presentar listas en Municipios pequeños, y activan la
participación ciudadana especialmente a nivel local.
Escrito de presentación. El escrito de presentación de una candidatura debe contener: la denominación; las
siglas y símbolos que no deben inducir a confusión con las de otro partido (ha habido p.ej. conflictos sobre el
uso del girasol como símbolo ecologista o con denominaciones semejantes); y el nombre y apellido de los
candidatos, que deben ser tantos como cargos representativos a elegir, y tres suplentes para cubrir las bajas
sobrevenidas. El orden de colocación de los candidatos es inmutable desde la presentación; lo que impide
luchas intestinas, abusos o manipulaciones. Ningún candidato puede concurrir en más de una circunscripción
(no fue así en nuestra historia y un claro ejemplos son los miembros del comité de la huelga general de 1917
que fueron detenidos y sentenciados y tras ser elegidos Diputados en 1918 fueron excarcelados) ni formar
parte de más de una candidatura. Es menester la aceptación expresa de cada candidato.
Composición equilibrada en género. Las candidaturas deben mantener el principio de paridad, es más
correcto decir de composición equilibrada de mujeres y hombres, de forma que en el conjunto de la lista los
candidatos de cada uno de los sexos supongan como mínimo el cuarenta por ciento. Una exigencia que el TC
ha estimado constitucional (STC 12/2008). Hay distintos sistemas en las leyes de las CCCA.
Campaña electoral. La campaña electoral se define legalmente por tres elementos: los sujetos, el fin y el
tiempo. En efecto, se trata de aquellas actividades lícitas llevadas a cabo por los partidos y las demás
entidades que pueden presentar candidaturas, su finalidad es captar el voto, dura sólo quince días, y
comienza el trigésimo octavo día posterior a la convocatoria (artículo 50 LOREG). Ninguna persona jurídica
distinta a las mencionadas puede realizar campaña electoral. Pero la Junta Electoral Central y la
jurisprudencia del TEDH y del TC han permitido, a veces, algunos actos concretos de ejercicio de la libertad
de expresión por parte de los ciudadanos al carecer de un carácter organizado o programado. Una razón por
la cual algunos autores sostienen (Pablo Santolaya) que los actos de campaña reclaman una cuarta nota:
continuidad u organización.
Jornada de reflexión. Prohibición de sondeos. La campaña electoral termina, en todo caso, a las cero horas del
día inmediatamente anterior a la votación. Ese día anterior juega como jornada de reflexión y en él no cabe
realizar campaña electoral (artículo 53 LOREG). Del mismo modo, se prohíbe la difusión de sondeos
electorales cinco días antes de la votación (artículo 69.7). Con la primera prohibición se pretende un cierto
enfriamiento que serene el ambiente político y prepare un tranquilo día de votación. Vista nuestra azarosa
historia electoral, parece una sensata cautela. No obstante, la prohibición de campaña ha suscitado una
controversia sobre la autorización de manifestaciones públicas con carácter pacífico ese mismo día.
Asimismo, se discute desde hace tiempo la oportunidad de la prohibición de publicar encuestas también ese
día y los cuatro anteriores, pues es inevitable que, en tiempos de comunicaciones digitales pueda sortearse
fácilmente esta prohibición con su publicación en la red por cualquier medio o sitio web de otro país. Puede
pues haber devenido una prohibición obsoleta.
Precampaña. De la campaña electoral debe diferenciarse la llamada precampaña, período de tiempo que va
precisamente desde la convocatoria electoral a cuando se inicia la campaña. Un tiempo en que los candidatos
pueden ejercen su libertad de expresión, pero no pedir directamente el voto. Una sutil diferenciación bastante
resbaladiza. Se intenta evitar prematuras actividades propagandísticas y de campaña, pero parece que la
prohibición debe interpretarse restrictivamente y que debe primar la libertad de expresión y asociación en
partidos. Claro que, en la realidad, nada impide pensar que algunos partidos cártel están en campaña
electoral permanente –haciendo electoralismo y populismo– toda la legislatura y mucho antes de la
convocatoria sin venir sometidos siquiera a los mandatos de la LOREG.
Campaña institucional. Los poderes públicos que hayan convocado una campaña electoral pueden realizar
durante el período electoral una campaña de carácter institucional destinada únicamente a informar a los
ciudadanos de la fecha de la votación y los requisitos y trámites del voto por correo, pero “sin influir en la
orientación del voto de los electores” (artículo 50.1 LOREG). La diferencias con la campaña electoral parecen
a primera vista ciertas, pues los sujetos de esta campaña institucional no son los candidatos que compiten
sino los poderes públicos convocantes de la elección (lo que absurdamente deja fuera a los Ayuntamientos
quienes no convocan sus elecciones). Tampoco es igual el fin, dar información relevante sobre la elección,
pero sin pedir el voto para una candidatura concreta; ni los medios, pues debe realizarse exclusivamente en
medios de titularidad pública. La dimensión institucional de esta campaña, alejada de la partidaria, es clara.
Pero, en la práctica, ha dado lugar a bastantes abusos y subsiguientes conflictos en situaciones más o menos
límites, que han tratado de resolver instrucciones y acuerdos de la Junta Electoral Central y sentencias del TC
(Subrayaré la STC 197/1988, caso “Valencia la mar de bé”). Tras la reforma legal de 1994, puede en una
campaña institucional incentivarse el voto, para conseguir una mayor participación política y legitimarse la
elección, si bien subsiste la prohibición de influir en el sentido del voto. No obstante, la Junta Electoral
Central ha interpretado que la información debe versar sobre la abstención técnica, pero en ningún caso
sobre la abstención política, que se considera una postura legítima; recuérdese el caso del referendo de
ratificación del nuevo Estatuto de Autonomía de Cataluña. Una posición discutible, porque es razonable que
quien convoca una elección incentive la participación en provecho de todos y esa actuación no viola la libertad
ideológica ni la igualdad de los contendientes. Mas es igualmente cierto que la abstención política es una
posición política de crítica a las instituciones no menos legítima. La situación actual es en todo caso algo
confusa.
Campañas informativas sobre la gestión e inauguraciones. En el mismo sentido, la Ley prohíbe efectuar en
período electoral cualquier acto organizado o financiado con fondos públicos que pretenda hacer valer las
realizaciones o “logros obtenidos” por los poderes públicos. La expresión me recuerda las viejas salas de
logros del socialismo que solían acompañar muchos museos de los países del Este en tiempos del comunismo.
Pero es significativa de su alcance como interdicción de la propaganda política en provecho de un régimen o
gobierno. La Junta Electoral Central ha establecido que se busca preservar los principios de objetividad y
trasparencia del proceso electoral y el principio de igualdad entre los actores en la campaña. Pero su exégesis
ha provocado de nuevo conflictos y controversias.
Dimensión prestacional: locales y espacios publicitarios. La Ley reconoce una dimensión de prestación a las
campañas electorales, que debe considerarse inherente a un derecho de igualdad en el acceso a los cargos
públicos representativos (artículo 23 CE) que es también en este aspecto de igualdad real. Por eso se
prescribe la obligación de los Ayuntamientos de reservar locales oficiales para realizar actos de campaña, y
lugares gratuitos para la colocación de carteles y banderolas, que serán distribuidos por las Juntas
Electorales. Asimismo, la concesión de espacios gratuitos en las radios y televisiones públicas que viene
condicionado por la importancia electoral –el número de votos– de cada candidatura en convocatorias
anteriores (artículo 60), en provecho de partidos y candidaturas más representativas.
Prohibición de contratar publicidad en los medios públicos y emisoras privadas de televisión. La polémica
reforma electoral de 2011 prohibió (artículo 60) contratar espacios de publicidad electoral en los medios de
comunicación de titularidad pública y también en las emisoras de televisión privada; sobre prensa y radio no
hay apenas previsiones legales. Una prohibición que parece querer compensarse con los espacios gratuitos
que se conceden a los partidos y otras entidades en las emisoras de radio y televisión de titularidad pública; y
que busca limitar el fuerte gasto en las campañas, fuente del endeudamiento de los partidos y de buena parte
de la corrupción política. Pero esta prohibición es problemática desde la perspectiva de varios derechos. No
obstante, habrá que admitir que el derecho al acceso a los cargos públicos mediante elecciones es un derecho
de igualdad, y que los poderes públicos pueden preservar en las leyes que se realice en condiciones de
igualdad y también de igualdad real. Más problemático es que se imponga la garantía del pluralismo político y
social, la igualdad, la proporcionalidad y la “neutralidad informativa” no solo a los medios públicos, como
parece inevitable, sino incluso a los medios privados de comunicación y aquí comienzan los problemas
(artículo 66 LOREG). Esta equiparación entre medios públicos y privados es excesiva y quizás se ha ido
demasiado lejos, pues no parece poder extenderse a los segundos el régimen de sujeción positiva a la
Constitución (artículo 9.1), típico únicamente de los primeros. Un informador privado no puede venir ni
constitucional ni legalmente obligado a ser neutral. En una sociedad abierta, fundada en el mercado de las
ideas, es la concurrencia de medios potencialmente contrapuestos la que debe garantizar un pluralismo
externo, y el subsiguiente derecho de los ciudadanos a recibir información suficiente, y es misión de la ley
preservar esa concurrencia. Es, por otro lado, difícilmente controlable. La Junta Electoral Central ya ha
matizado que no se trata de una proporcionalidad matemática sino prudencial.
Votación. La votación es la fase decisiva del procedimiento electoral. Se realiza mediante voto personal en una
urna ante la Mesa. No se han desarrollado todavía modalidades de voto electrónico como en otros países. Sólo
por causas de fuerza mayor puede suspenderse (artículo 84). El derecho a votar se acredita por la inscripción
en los ejemplares certificados de las listas del censo que tiene la Mesa y por la identificación del elector ante
la misma. El voto es secreto, y los electores pueden elegir las papeletas en una cabina. El elector entrega por
su propia mano el sobre cerrado con la papeleta al Presidente. Los electores que no sepan leer o tenga alguna
discapacidad pueden valerse de una persona de su confianza. Si bien la Ley obliga al Gobierno a desarrollar
un procedimiento para las personas ciegas o con discapacidad visual que les permita ejercer el derecho de
sufragio. No puede realizarse propaganda electoral en las inmediaciones de los locales de las Secciones
electorales.
Voto por correspondencia. Cabe un voto por correspondencia para quienes no se hallen en esa fecha en la
localidad de la votación o no puedan personarse mediante una solicitud a la Oficina del Censo a través del
servicio de correos (artículo 72). Una variante es el voto por correo del personal de la armada, la marina
mercante o la flota pesquera y las fuerzas y cuerpos de seguridad con misiones en el extranjero.
Ejercicio del voto por españoles que residen en el extranjero (CERA). Los electores inscritos en el CERA
(Censo electoral de los electores residentes-ausentes que viven en el extranjero) y que desearan ejercer su
derecho de sufragio activo en elecciones generales, autonómicas o al Parlamento Europeo, después de la
reforma operada en 2011, debían formular una solicitud de voto, el llamado “voto rogado”, mediante un
impreso oficial dirigido a la Delegación Provincial de la Oficina del Censo Electoral de la provincia
correspondiente a su municipio de inscripción, cumpliendo unos plazos muy breves tanto para la solicitud de
la documentación como para la remisión del voto por correo postal o su depósito en urna. Este rígido sistema
condujo una reducción significativa de la participación política que contrastaba con la situación antes de la
reforma de 2011. Para afrontar este problema, finalmente por Ley Orgánica 12/2022 de 30 de septiembre se
reformó la LOREG, de forma que ya no es necesario solicitar el voto, lo que permite que todos reciban la
documentación en plazo y en su domicilio; asimismo, se mantiene la posibilidad de votar por correo en el caso
de que el elector no pueda acudir a votar en urna en lo centros habilitados en cada demarcación consular.
Papeletas y sobres. Las confeccionan los partidos que las entregan a la Oficina del Censo tras la proclamación
de candidatos, pero aprueban el modelo oficial las Juntas Electorales de cada circunscripción de acuerdo con
las disposiciones legales y reglamentarias que las regulen. La Administración del Estado se asegura de que
estén disponibles en las Mesas en número suficiente.
Escrutinio en las Mesas. Terminada la votación, comienza inmediatamente el escrutinio en las Mesas, que es
un acto público y se realiza extrayendo los sobres y leyendo el Presidente en voz alta las papeletas, una a una,
en presencia de los vocales, interventores y apoderados (artículos 95 y ss). Terminado el recuento, se
resuelven las protestas por mayoría, se confronta el número de sobres con el de votantes, y se redacta un acta
de escrutinio con el resultado electoral, indicando: el número de electores, de votantes, de papeletas nulas,
votos en blanco, y votos obtenidos por cada candidatura. A continuación, como es una tradición española, se
destruyen las papeletas (para garantizar el secreto del voto), con excepción de las papeletas nulas, es decir,
aquellas a las que se hubiere negado la validez con el fin de poder ser revisadas en las posteriores
reclamaciones. El acta de escrutinio se publica en el local y se da una copia por candidatura. Se prepara luego
la documentación electoral que se distribuye en tres sobres, para garantizar que no se pierdan o destruyan, y
que firman Presidente, Vocales e interventores. Los dos primeros sobres se entregan por los miembros de la
Mesa en el Juzgado de Primera Instancia o Paz de la demarcación cuyo titular debe llevar personalmente el
primero a la Junta Electoral, y archivar el segundo. El tercer sobre se entrega al servicio de correos que se
persona para ello en cada Mesa; su sentido ha dado lugar a una jurisprudencia del TC donde se interpreta que
lógicamente debe usarse si fuera menester para reconstruir la voluntad electoral y los datos incompletos. Es,
en suma, un sistema de escrutinio repleto de garantías y seguridades y que por eso nos hemos detenido en
explicar.
Votos nulos y blancos. Es nulo el voto emitido en sobre o papeleta diferente del modelo oficial, o en papeleta
sin sobre. Son también nulos los votos emitidos en papeletas en que se hubieran modificado o tachado los
nombres de los candidatos o alterado su colación. Existe una jurisprudencia del TC y unas normas
interpretativas de la Junta Electoral Central sobre el alcance a efectos de nulidad de las tachaduras, lo que ha
dado lugar a bastantes conflictos e inseguridades que han empezado a resolverse declarando inválidas las
papeletas rayadas por razones de certeza en el escrutinio. Es voto blanco aquél que no contenga papeleta en
el sobre.
Escrutinio general en las Juntas. Se realiza por la Junta Electoral correspondiente el tercer día siguiente a la
votación (artículos 95 y ss). Es un acto único que no puede interrumpirse, pero la Junta puede dividirse en
Secciones, y consiste en la apertura sucesiva de los sobres electorales para realizar el cómputo. No puede
hacerse cómputo de las Mesas con actas dobles o diferentes o cuando el número de votos exceda al de
electores. Concluido el escrutinio, se extiende de nuevo una triple acta, y los representantes de las
candidaturas pueden presentar reclamaciones. Para formular esas protestas, es menester que se refieran a
incidencias previamente reflejadas en el acta de la Mesa, lo que es una limitación importante y obliga a una
diligencia a las candidaturas. La Junta resuelve por escrito esas reclamaciones. Sus decisiones pueden ser
recurridas ante la Junta Electoral Central que tras dar audiencia a las partes resuelve los recursos. Obsérvese
que la revisión de la votación y el escrutinio que pueden hacer las Juntas está limitada a diferentes motivos o
causas legalmente previstas; debe diferirse a la jurisdicción contencioso-electoral una actividad probatoria
plena de las partes sobre lo realmente acaecido.
Proclamación de electos y recursos contencioso-electorales. Si no hubiere recursos o una vez resueltos, las
Juntas Electorales realizan una proclamación de electos. Estas actas provisionales de proclamación pueden
ser recurridas ante la jurisdicción contencioso-electoral por los representantes de las candidaturas, los
candidatos proclamados o no, y por los partidos y otras entidades que presentaron las candidaturas. Estos
recursos son de tramitación preferente y urgente. El tribunal competente es la Sala de lo Contencioso-
Administrativo del TS en las elecciones generales o al Parlamento Europeo; y la Sala análoga del Tribunal
Superior de Justicia de cada Comunidad Autónoma en las elecciones autonómicas o locales. Aquí se puede
practicar una actividad probatoria plena con las mismas reglas generales del proceso contencioso-
administrativo. La Sala competente puede en su sentencia dar validez a la elección y proclamación de electos
o anularla en todo o en parte y tanto respecto de los candidatos como de algunas Mesas afectadas por
irregularidades invalidantes. Finalizada la fase de recursos, si la hubiere, las Juntas Electorales realizan la
proclamación definitiva.
Amparo constitucional. Contra estas sentencias no cabe recurso alguno salvo el recurso de amparo ante el TC
en el breve plazo de tres días e invocando una violación de derechos fundamentales y la trascendencia
constitucional del asunto (artículo 114.2 LOREG).
Financiación de las elecciones. La cuestión ha sido abordada al estudiar la financiación de los partidos
políticos.
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LECCIÓN 30.ª
División de poderes interna. Esta rica división de poderes interna supone una especificidad de los
parlamentos modernos que no funcionan sólo en pleno o asamblea, ni siquiera mayoritariamente, sino a
través de un conjunto de órganos con funciones propias. Se trata de una organización sofisticada, regida por
un flexible Derecho parlamentario, donde el primer problema reside a menudo en saber qué órgano
parlamentario puede adoptar una decisión. Una cuestión que no está exenta de consecuencias jurídicas y
políticas. Así no habría sido lo mismo rechazar la manifiestamente inconstitucional propuesta de reforma del
Estatuto de Autonomía del País Vasco, el llamado “Plan Ibarretxe” en 2005, mediante una simple decisión de
inadmisión de la Mesa del Congreso, que hacerlo en el Pleno, con luz y taquígrafos –y plena responsabilidad
política– tras un debate de totalidad, como finalmente se hizo. Un ejemplo que visualiza la relevancia de esta
división del trabajo parlamentario.
Órgano constitucional. El artículo 59.3 LOTC identifica al Congreso de los Diputados y al Senado como
órganos constitucionales, según es propio de su naturaleza suprema y de sus funciones de dirección política,
ambos mantienen relaciones de paridad con los demás órganos constitucionales. La misma calificación debe
darse, aunque no se citen allí, a las Cortes Generales como órgano diferenciado o cuando actúan ambas
Cámaras en sesión conjunta presididas por el Presidente del Congreso (artículos 72.2, 74.1, 76.1 CE). De esta
condición de órganos constitucionales, se deduce la autonomía presupuestaria, reglamentaria, y de personal
de ambas Cámaras.
Funciones parlamentarias. Las Cortes Generales representan al pueblo español, ejercen la potestad
legislativa del Estado, aprueban sus presupuestos, controlan la acción del Gobierno, y tienen las demás
competencias que les atribuye la Constitución (artículo 66. apartados 1 y 2 CE). El debate doctrinal sobre las
funciones parlamentarias ha sido largo y fructífero, pero las Cortes poseen al menos cuatro funciones
principales por mandato constitucional: representativa, legislativa, de control, y presupuestaria. Diseminados
por la Constitución y las leyes, distintos preceptos les dan otras competencias, especialmente, la electiva o
designación parlamentaria de diversos órganos.
Inviolabilidad de las Cortes. Las Cortes Generales son inviolables (artículo 66.3 CE). Un precepto que no es
frecuente en las Constituciones de nuestro entorno. De acuerdo con la propia enmienda que llevó a la
aprobación del precepto, quiso introducirse una declaración general de protección, de forma que las Cortes
no puedan ser interferidas ni coaccionadas en sus trabajos ni en su sede para asegurarse de su
independencia. Una circunstancia que justifica e impone al legislador una protección penal específica
(desarrollada en los artículos 492 a 502 del Código Penal, delitos contra las instituciones del Estado). Esas
intromisiones ilegítimas pueden proceder de diversos sujetos: otros poderes públicos o privados, autoridades
y funcionarios, e incluso ciudadanos, lo que justifica la interdicción de manifestaciones o reuniones ante las
Cámaras que impidan o dificulten sus trabajos alterando su normal funcionamiento. Algo de lo que ya hubo
experiencia durante la Revolución francesa. Los episodios en Estados Unidos con la invasión del Congreso por
unos insurgentes violentos bajo la presidencia del Sr. Trump, o igualmente en Brasil bajo la presidencia del Sr.
Bolsonaro, o incluso las manifestaciones en Cataluña durante “el procés”, impidiendo la entrada de los
parlamentarios en la Cámara, siendo Presidente el Sr. Mas, muestran que el precepto no es inútil sino una
protección muy necesaria. La inviolabilidad de los parlamentarios y su aforamiento ante el Tribunal Supremo
(artículo 72 CE) son otras concreciones de esta protección más genérica.
Orígenes del parlamentarismo. Las Cortes medievales castellanas desde el siglo XIII en la Baja Edad Media
suele citarse como un primer precedente, pero no son realmente un origen directo. Pues eran Cortes
estamentales y sólo algunas ciudades importantes, y no los ciudadanos, poseían el derecho a estar
representadas en ellas. Por otro lado, sus trabajos eran muy discontinuos con largos períodos de inactividad
carentes de sesiones. Sus funciones eran también muy distintas y no poseían un monopolio de la función
legislativa, sino preferentemente funciones financieras de autorización de gastos de la Corona, tampoco
tenían verdadera autonomía en su funcionamiento. Asimismo, el mandato imperativo otorgado por algunas
ciudades se conjugaba con el mandato representativo de otras que el Rey promovía. Las Cortes medievales no
fueron un modelo homogéneo respecto de los parlamentos modernos.
Parlamentarismo de Presidente. Son muchas las facultades gubernamentales que responden a esa tendencia.
Primero, el Gobierno ejerce su iniciativa legislativa con un monopolio de hecho abrumador y condiciona con
ello el ejercicio de la función legislativa, así como domina la tramitación de los proyectos de ley, aceptando o
rechazando las enmiendas de la oposición de su preferencia, y fijando la agenda de los trabajos legislativos.
Además, la Administración parlamentaria es muy pequeña, pese a haber crecido últimamente, y los
parlamentarios y sus Grupos no tienen a menudo suficiente información y asesoramiento frente al tremendo
poder de la maquinaria gubernamental. Segundo, el Gobierno presenta el proyecto de ley de Presupuestos
que expresa la dirección de la política económica y centra el debate financiero, cada vez con mayores razones
al haberse consagrado en el principio de sostenibilidad financiera en normas constitucionales, y sobre todo en
normas europeas que refuerzan el poder del ejecutivo a causa de su relación con la Unión; pero es verdad que
ha habido problemas en la aprobación de algunos presupuestos y subsiguientes prórrogas. Tercero, tenemos
una práctica fundada en una débil responsabilidad política, sólo se ha aprobado una moción de censura
constructiva del Presidente del Gobierno y unas cuantas reprobaciones de varios Ministros. Con frecuencia, el
Gobierno prefiere responder directamente ante la opinión pública a través de los medios de comunicación
social ninguneando a la oposición e infravalorando la sede parlamentaria. Cuarto, existe ciertamente un
amplio control parlamentario, muy capilar, pero con escasa intensidad, eficacia externa y relevancia política.
Quinto, se ha producido un fortalecimiento, directo y progresivo, de la legitimidad del Gobierno derivada de
su carácter representativo tendiendo a concebir a veces la intervención de las Cámaras como un trámite
formal e incluso un engorro. Las Cortes mantienen su paridad jurídica con el Gobierno y su teórica primacía
en un sistema parlamentario, pero ya no son el motor del sistema que ha pasado a las manos del Gobierno y,
en particular, del Presidente por muy diversas razones. Estos rasgos, inducidos de la realidad, responden mal
al modelo teórico del parlamentarismo, pero la solución no pasa probablemente por acomodar la teoría a unas
malas prácticas, manifiestamente mejorables.
Parlamentarismo fragmentado y radicalizado. En las últimas Legislaturas el número de fuerzas políticas con
representación parlamentaria ha crecido (hay diez Grupos parlamentarios en la XIV Legislatura), la vida
parlamentaria se produce con un pluripartidismo polarizado con varios polos de agrupación
(derecha/izquierda, unitarios/independentistas), y lógicamente también se ha modificado el funcionamiento
de las Cámaras en diversos extremos. Es mayor el número de las proposiciones de ley parlamentarias y el
número de enmiendas que se aceptan. Ha crecido el recurso a los decretos leyes como forma de forzar la
convalidación, para luego negociar la aprobación de una ley de conversión y ganar tiempo. Se ha
incrementado asimismo el ejercicio de los mecanismos de control. Y se ha creado un primer Gobierno de
colación a nivel nacional. El nuevo sistema de partidos ha incidido en el funcionamiento del parlamentarismo.
Existe también una tendencia, desprovista de justificación racional, a la radicalización o exageración del
discurso con constantes insultos o agresiones verbales, sin respeto a los usos de la cortesía parlamentaria. Se
ocupa el tiempo necesario para el debate con nimiedades y se generan dificultades artificiales para alcanzar
compromisos parlamentarios sobre cuestiones reales. Las transacciones en las leyes, no obstante, se
producen.
2. BICAMERALISMO ASIMÉTRICO
Bicameralismo asimétrico. Las Cámaras sólo se reúnen en sesión conjunta para ejercer las competencias no
legislativas relacionadas con la Corona que se prevén en el Título II de la Constitución (artículo 74.1 CE).
Nuestro bicameralismo no es como el italiano, simétrico, igualando en sus funciones ambas Cámaras, sino
que el Congreso de los Diputados tiene funciones de mayor relevancia y su voluntad se impone prácticamente
siempre sobre la del Senado. Este rasgo no supone una imperfección –se ha hablado impropiamente de
bicameralismo imperfecto– sino una situación lógica para impedir un bloqueo entre dos Cámaras con
representaciones y representatividades distintas. Una asimetría no es necesariamente una imperfección si no
es excesiva. Es razonable que prime el Congreso, como Cámara de representación popular, sobre el Senado
como teórica Cámara de representación territorial. Tampoco es un bicameralismo como el alemán donde el
Bundesrat o consejo federal tiene funciones específicas y separadas y opera una división de funciones con el
Bundestag o dieta federal. En España, Congreso y Senado concurren sobre unas mismas funciones. Este
solapamiento no es un buen sistema desde la lógica de la división del trabajo y de las necesidades del Estado
autonómico, y a veces produce la imagen ante la opinión pública de una Cámara alta, ociosa y prescindible,
que duplica las discusiones, aunque no siempre sea cierto.
Manifestaciones de la primacía del Congreso en sus funciones. Algunas de las manifestaciones de la primacía
de la voluntad del Congreso de los Diputados sobre la del Senado son las siguientes. Primero, sólo el
Congreso controla los decretos leyes, procediendo a su convalidación o derogación en el plazo de treinta días
siguientes a su promulgación y, en su caso, decidiendo iniciar después su tramitación como proyectos de ley
por el procedimiento de urgencia como es posible (artículo 86 CE), lo que es una tendencia creciente.
Segundo, el procedimiento legislativo dispuesto en el artículo 90 CE concede una clara primacía al Congreso:
el debate comienza en el Congreso y pasa luego al Senado por un plazo máximo de dos meses, pero, una vez
devuelto el texto al Congreso, puede levantar un veto senatorial, si lo hubiere, ratificando su texto inicial por
mayoría absoluta o incluso por mayoría simple transcurridos dos meses; y, respecto de las enmiendas, puede
aceptarlas o rechazarlas por mayoría simple. De manera que, aunque ambas Cámaras tengan mayorías
diferentes, difícilmente puede impedir el Senado la decisión legislativa del Congreso. Tercero, únicamente el
Congreso elige al Presidente del Gobierno, otorgándole su confianza mediante un voto de investidura
(artículo 99 CE); si bien, curiosamente, si no llega a nombrarse un Presidente transcurridos dos meses, el Rey
disuelve automáticamente a ambas Cámaras pese a que no haya habido participación alguna del Senado en la
investidura (apartado 5.º). Cuarto, nadie más que el Congreso puede presentar y aprobar una moción de
censura constructiva al Presidente del Gobierno (artículo 113 CE) para exigir su responsabilidad política y
pedir su cese, si bien se ha desarrollado la práctica de mociones individuales de reprobación de los Ministros
también en el Senado. Quinto, sólo el Congreso de los Diputados otorga o rechaza por mayoría simple la
cuestión de confianza que puede presentar el Presidente del Gobierno, previa deliberación del Consejo de
Ministros, sobre su programa de gobierno o una declaración de política general (artículo 112 CE); no
obstante, apenas se han presentado cuestiones de confianza. Sexto, en ciertos casos relacionados con la
llamada criminalidad de los gobernantes, el Congreso puede acusar al Presidente y a los demás miembros del
Gobierno por traición o cualquier delito contra la seguridad del Estado, exigiendo su responsabilidad penal
ante la Sala Segunda del Tribunal Supremo (artículo 102 CE), tras la iniciativa de una cuarta parte de los
Diputados y la aprobación por mayoría absoluta de la Cámara. Séptimo, es el Congreso quien debe actuar en
los estados de emergencia, concediendo diversas autorizaciones o realizando las declaraciones
constitucionalmente previstas (artículo 116 CE), yendo de lo menos a los más: recibe inmediatamente la
declaración del estado de alarma por el Gobierno, y puede autorizar su prórroga; autoriza previamente la
declaración del estado de excepción por el Gobierno; y, finalmente, el Congreso declara directamente el
estado de sitio por mayoría absoluta de sus miembros y a propuesta del Gobierno. La Cámara baja controla
pues la acción gubernamental en esos estados de emergencia y, a tal fin, mientras perduren, debe ser
convocada automáticamente si no estuviese en período de sesiones, su funcionamiento no puede ser
interrumpido y no puede ser disuelta.
En definitiva, la participación del Congreso es esencial en la confianza que obtiene y mantiene el Presidente
del Gobierno, asimismo prima su voluntad en el procedimiento legislativo, y en la función de control ligada a
la responsabilidad política y a la exigencia de responsabilidad criminal, así como en los estados
constitucionales de emergencia. El Senado juega bien un papel secundario y ancilar, siguiendo a la Cámara
principal.
Funciones específicas del Senado. Frente a este relevante haz de facultades, el Senado recibe en la
Constitución muy pocas funciones específicas o en las que intervenga con preferencia. Sólo en dos casos el
procedimiento se inicia por el Senado y, si no hubiere acuerdo con el Congreso, se intenta obtener por una
Comisión Mixta, compuesta de igual número de Diputados y Senadores, que debe presentar un texto a la
votación de ambas Cámaras, pero, si tampoco se aprobare, decide el Congreso por mayoría absoluta (artículo
74.2 CE). Estos dos supuestos son, respectivamente, la concesión de autorización para los acuerdos de
cooperación horizontal entre CCAA cuando sea necesaria por no venir previsto el supuesto en los Estatutos de
Autonomía (artículo 145.2 CE); la distribución del Fondo de Compensación Interterritorial diseñado para
corregir desequilibrios territoriales y hacer efectivo el principio de solidaridad (artículo 158.2 CE). Un tercer
supuesto, la prestación del consentimiento del Estado para obligarse por medio de tratados requiere la previa
autorización de las Cortes Generales, pero el debate se inicia en el Congreso (artículos 94.1 y 74.2 CE). A la
vista de un resultado tan escaso, solventar este déficit de facultades del Senado parece una de las
modificaciones que una sensata reforma constitucional debería adoptar, un grado de asimetría tan intenso
carece de justificación racional alguna. Es menester incrementar el número de funciones específicas del
Senado, para aprovechar en mayor medida sus trabajos y lógicamente deberían estar ligadas a su carácter de
Cámara de representación territorial (artículo 69.1 CE). Tal especialización debería producirse respecto de
las leyes de especial impacto territorial en las CCAA, y de las relaciones de colaboración y cooperación entre
entidades territoriales que son propias de nuestro Estado autonómico.
La autorización del Senado en el control sobre los órganos CCAA o intervención coercitiva. Sí es relevante, en
cambio, el papel que otorga al Senado el artículo 155 CE para aprobar la intervención coercitiva sobre los
órganos de las CCAA, pues debe autorizar por mayoría absoluta las medidas acordadas por el Gobierno. Una
técnica de coerción que ya se ha aplicado una vez en Cataluña siguiendo una exégesis prudente o moderada.
Es una de las funciones más importantes del Senado pero se ejerce en casos muy extraordinarios.
Argumentos en favor del bicameralismo. El debate sobre una o dos Cámaras ha sido recurrente en nuestro
constitucionalismo histórico, donde únicamente no hubo un Senado en las Constituciones de 1812 y 1931, y
continúa siendo una controversia doctrinal y política. Tres tipos de argumentos han sido clásicos en el debate
sobre las razones en favor del bicameralismo, sin embargo, estimo que sólo el tercero, el territorial o federal,
conserva validez en nuestros días.
Primero, un argumento aristocrático, ligado a una Cámara de extracción aristocrática encaminada a frenar
los supuestos excesos y radicalismos de la baja de extracción popular. Ese era el sentido conservador –
realmente reaccionario pues miraba al pasado– del “Estamento de Próceres del Reino” en la Constitución de
1834, pensado por oposición al unicameralismo liberal y doceañista, y que estaba integrado por: Arzobispos y
Obispos, grandes de España, títulos de Castilla, propietarios con ciertas rentas, personalidades con renombre
en la enseñanza, las ciencias o las letras, y un número indeterminado de españoles que hubieran sido
Secretarios de despacho, embajadores, generales u otros dignatarios. Igualmente, el Senado diseñado en la
Constitución de la Restauración monárquica en 1876, que distinguía tres tipos de Senadores: aquéllos por
derecho propio (grandes de España, capitanes generales, arzobispos, presidentes de ciertos altos órganos),
los vitalicios y nombrados por la Corona entre ciertas categorías de españoles, y los elegidos por las
corporaciones del Estado y mayores contribuyentes. Un Senado de este tipo fundado en la aristocracia de la
sangre, o incluso del mérito y la capacidad, carece de sentido en un constitucionalismo moderno, pues
pugnaría con el principio democrático y con el acceso de todos los ciudadanos a los cargos públicos
representativos en condiciones de igualdad. Sólo en el Reino Unido permanece una Cámara de los Lores,
sometida a un constante debate sobre su reforma, sin competencias para legislar sin el consentimiento de los
Comunes, y donde bastantes de sus miembros bien son juristas que ejercen en ella funciones jurisdiccionales,
o bien puestos vitalicios designados por la Reina en virtud de sus méritos; no obstante, existen todavía unos
noventa pares hereditarios.
Senadores de designación regia. Es verdad que, en la transición a la democracia y regulados en la Ley para la
Reforma Política de 1977, existieron una cincuentena de Senadores de designación regia, al facultarse al Rey
para designar un número no inferior a la quinta parte de los elegidos, y así se hizo entre personalidades de
reconocidos méritos y distintas sensibilidades. Mas ya es un dato que la asamblea constituyente de este modo
integrada decidiera no mantener ese esquema en la Constitución de 1978. No menos cierto es que la
Constitución italiana de 1947, que regula un Senado elegido con base regional, habilita al Presidente de la
República para nombrar Senadores vitalicios a cinco ciudadanos “que hayan enaltecido a la Patria por sus
méritos extraordinarios en el campo social, científico, artístico y literario”, a la par que también lo son los
antiguos Presidentes de la República; pero, por su bajo número, parece ser más una anécdota o la guinda que
colorea una tarta que un modelo diferente, y ya hemos presenciado la poco edificante experiencia de la
intervención –forzada– de Senadores nonagenarios en asuntos delicados.
Ninguno de estos referentes es una alternativa al actual Senado. Desde luego no hay razones para seguir
creyendo que ante dos Cámaras electivas, la baja vaya a ser más radical en sus planteamientos que la alta, y
además que ésta se encuentre en condiciones de moderar a la primera; difícilmente admitiría un Congreso
representante del pueblo que se revocaran sus decisiones por una Cámara designada con criterios de
aristocracia o capacidad. El argumento aristocrático ha devenido obsoleto. Es tan democráticamente legítimo
desconfiar del gobierno de los pretendidos sabios o expertos en el Parlamento como repudiar las viejas
prerrogativas de Derecho público de los aristócratas. Son otros tiempos.
Segundo, un argumento basado en las –supuestas– ventajas de una codecisión legislativa. La concepción del
Senado como una cámara de enfriamiento en los conflictos políticos más acusados en las leyes –los
estadounidenses usaban la imagen del plato donde se vierte el te desde la taza para que se enfríe…–, así como
de mejora de la calidad de las leyes mediante una segunda lectura. Pero ya nadie bebe el te a sorbos en el
plato ni siquiera en Inglaterra… Es difícil pensar que, en el escaso tiempo de dos meses, unos Senadores
elegidos en las candidaturas de unos mismos partidos, y, sin que la Constitución les reclame requisitos de
mayor mérito y capacidad, puedan contribuir decisivamente a la mejora de las leyes en su calidad y
abstraerse o distanciarse de unos mismos conflictos políticos. Por lo demás, también el Senado puede
empeorar las leyes en vez de mejorarlas. Hemos presenciado una extendida mala práctica según la cual, de
tiempo en tiempo, la mayoría introduce en el Senado (también ha ocurrido en el Congreso) enmiendas que no
son accidentales del texto principal de la ley y que encubren verdaderas iniciativas legislativa encubiertas,
algo así como “legislar de matute” (cavaliers législatifs). No obstante, el TC parece finalmente haber cerrado
este abuso y vicio de procedimiento legislativo al reclamar la homogeneidad de las enmiendas respecto del
texto principal (véase la STC 119/2011 que declaró inconstitucional la tipificación como delito de la
convocatoria de referendos autonómicos sin la autorización del Gobierno, modificando el Código Penal, nada
menos que en la Ley Orgánica de Arbitraje de Derecho Privado, que se estaba tramitando al tiempo). Pese a
que esta mala práctica sigue produciéndose en la realidad con alguna frecuencia. Si realmente se buscan
mecanismos para la mejora de la calidad de las leyes, podría pensarse en crear Comités de técnica legislativa
en ambas Cámaras, y tomarse en serio el precepto reglamentario que permite que un texto legislativo
escasamente homogéneo y defectuoso vuelva del Pleno a Comisión para su revisión, algo que apenas se hace.
La tercera y definitiva razón es el argumento territorial. No existe un modelo federal o cuasi-federal como el
nuestro en el que no haya un Senado como Cámara de interconexión de políticas territoriales (véase el
informe al Parlamento Europeo de Javier García Roca, Rafael Bustos e Ignacio García Vitoria). Un TC con
jurisdicción para resolver los conflictos constitucionales de competencia y un Senado territorial son
indefectibles en las formas de Estado políticamente descentralizadas según todas las teorías regionales y
federales. Nos hemos ocupado ya de este asunto al hablar de las alternativas al actual sistema electoral del
Senado a donde nos remitimos ahora. Pero recordaremos que la Constitución (artículo 69.1 CE) se refiere al
Senado como Cámara de representación territorial, si bien no acompaña luego este aserto de partida con un
sistema electoral y unas funciones que respondan a tal diseño. Conviene reformar la Constitución y
profundizar en la lógica territorial. Si no reforzamos la legitimidad territorial del Senado, no es de esperar
puedan incrementarse sus funciones; y, si sus funciones no se incrementan, tiene poco sentido mantenerlo. De
este círculo vicioso sólo se sale profundizando en la virtud de la lógica territorial o federal. Es imposible
organizar un Estado fuertemente descentralizado sin una verdadera Cámara territorial. ¿Dónde negociar y
pactar qué es lo básico en las leyes y el alcance material de la legislación común? ¿Dónde alcanzar acuerdos
sobre la financiación autonómica y los mecanismos de nivelación y solidaridad? ¿Dónde explicar con claridad
a los ciudadanos –sin ecuaciones y fórmulas matemáticas inaccesibles u opacas y no transparentes– cómo se
reparte la financiación pública con las CCAA? ¿Dónde crear y mantener mecanismos de información recíproca
y colaboración? En este mismo sentido, el Informe del Consejo de Estado sobre la reforma de la Constitución
recomendó especializar al Senado en la discusión de algunos tipos de leyes.
¿Monocameralismo? A la vista de las razones en las que se ha sustentado la posición defendida pueden
considerarse inadecuadas, fuera del camino al que lleva la conexión entre sistema parlamentario y Estado
autonómico, algunas propuestas doctrinales que han defendido optar por un sistema unicameral y están
basadas en el argumento de reducir costes, esfuerzos y tiempo, o, últimamente, en el pensamiento de la
duplicidad innecesaria de las intervenciones bicamerales dada la existencia de un único sistema de partidos
políticos. Sin embargo, no parece deba ser precisamente el parlamento el mejor lugar donde ahorrar en un
sistema definido como parlamentario. Estas perspectivas cortoplacistas no son rentables: la negociación de
un buen sistema de financiación de las CCAA y su explicación a la opinión pública rindiendo cuentas puede
ahorrar eficazmente y con creces el coste del Senado.
Fundamento. Las Cámaras son órganos constitucionales, como tales y para garantizar su independencia
respecto de otros poderes y organizar la división de poderes se les reconoce tradicionalmente una autonomía
reglamentaria con alcance interno. La Constitución establece que las Cámaras establecen sus propios
Reglamentos, aprueban autónomamente sus presupuestos y, de común acuerdo, regulan el Estatuto del
Personal de las Cortes (artículo 72.1 CE). Poseen pues una autonomía reglamentaria, financiera y de personal.
Los Reglamentos, garantía de las minorías. El mismo precepto constitucional ordena que los Reglamentos y
sus reformas sean sometidos a una votación final sobre su totalidad que requerirá la mayoría absoluta. La
exigencia de su aprobación por mayoría absoluta es una importante garantía de las minorías parlamentarias –
tanto de la oposición mayoritaria como de las pequeñas minorías– frente a la mayoría y debe ahondarse en la
filosofía a la que responde. Madison pronto observó que toda mayoría es propensa a tener pasiones,
duraderas o transitorias, e intereses poderosos; ambas cosas son peligrosas para el constitucionalismo y la
limitación del poder y deben venir sometidas al control de las minorías en el parlamento. El lugar natural de
toda mayoría es el Gobierno. Por el contrario, las Cámaras y sus Reglamentos y, en general, el Derecho
parlamentario, deben estar al servicio de las minorías (Alfonso Fernández Miranda, Ignacio Torres). Toda
mayoría sabe defenderse por sí misma. Como consecuencia, la mayoría debe autolimitarse en una democracia
representativa y colocar a las minorías en una posición, al menos en el Reglamento, en la que pueda ejercer el
control y sus otras funciones constitucionales. Debería ser una convención constitucional consolidada que se
desprendiera con naturalidad frente a la tendencia de la mayoría a actuar como un rodillo o de forma abusiva
en la realidad de la vida parlamentaria. Las normas constitucionales no pueden ser eficaces sin usos y
convenciones democráticas.
Derecho parlamentario. Es una rama del Derecho Constitucional que se identifica por su objeto y sujetos, y
que posee rasgos muy específicos, entre ellos, su acusada flexibilidad: una manera muy dúctil, maleable o
acomodaticia, de interpretar sus Reglamentos por los órganos de dirección, que agrava su escasa
judicialización o menguada ausencia de controles externos, pese al control de los actos y decisiones
parlamentarias que –veremos– realiza el TC. Es un Derecho que se aplica de forma doméstica o interna por
una corporación de personas, los parlamentarios, a su organización y a las relaciones dentro de las Cámaras
entre mayoría y minorías; y que atañe al sujeto por definición más político: el parlamento. Ambos rasgos
inciden en su naturaleza jurídica muy específica –y algo debilitada en su eficacia– frente a otros sectores del
ordenamiento.
Fuentes del Derecho parlamentario: Constitución, Reglamentos, leyes, usos parlamentarios. Las fuentes
principales del Derecho parlamentario son las siguientes. Primero, las normas constitucionales,
particularmente, las recogidas en el Título III que reza “De las Cortes Generales”. Segundo, los Reglamentos
parlamentarios que regulan el funcionamiento de las Cámaras. Tercero, determinadas leyes que inciden en
ese ámbito y les afectan como ocurre con la Ley Electoral (LOREG) o la Ley del Gobierno. La diferenciación
entre las materias que pueden regular estas leyes y las que se adentran en los Reglamentos no ha sido a veces
sencilla, pues existen lógicos solapamientos. Cuarto, los usos parlamentarios.
La descodificación del Derecho parlamentario. Reglamentos menores. El Reglamento del Congreso de los
Diputados (RCD) es nada menos que de 10 de febrero de 1982, aunque ha tenido sucesivas modificaciones. El
Texto Refundido del Reglamento del Senado es de 3 de mayo de 1994. Pero su fecha más reciente no debe
inducir a error, pues procede también de 1982, si bien ha sido modificado varias veces, sobre todo, para crear
la Comisión General de las CCAA (artículos 55 y ss modificado en 1994). Un intento –fallido– de ingeniería
constitucional encaminado a construir un Senado designado por las CCAA dentro del Senado para eludir la
necesidad de reformar la Constitución y que no ha funcionado eficientemente hasta convertirse en una
alternativa a la reforma constitucional. Ambos Reglamentos están necesitados de una actualización o reforma
a la luz de las experiencias adquiridas; han aparecido además la idea de “Parlamento abierto” como filosofía
organizativa y nuevas herramientas tecnológicas que deben incorporarse.
Como esta seria reforma no se ha producido en más de tres décadas, en buena medida el Derecho
parlamentario ya no está codificado en esos Reglamentos mayores de las Cámaras, sino que viene recogido en
una pluralidad de Reglamentos menores. Unas normas interpretativas o supletorias, dictadas en desarrollo de
aquéllos para cubrir sus lagunas o detallar sus contenidos. Son jerárquicamente inferiores a los primeros y
resultan aprobados por Resoluciones de la Presidencia o Resoluciones, Acuerdos y Normas de la Mesa; sólo
en el Congreso su página web (www.congreso.es) enumera una cuarentena. Este crecimiento de la potestad
reglamentaria menor en detrimento de los Reglamentos de las Cámaras suscita varios problemas, entre otros,
aminora la seguridad jurídica ante la menor previsibilidad y la falta de certeza de esas normas dispersas, pero
también debilita la legitimidad democrática, así carece v.gr. de sentido jurídico alguno que algo tan
importante como el procedimiento a seguir para la reforma de los Estatutos de Autonomía aprobados por la
vía del artículo 151 CE se regule simplemente por una Resolución de la Presidencia. Por otra parte, a veces
existe la sospecha de que estos Reglamentos menores encubren reformas encubiertas del Reglamento de la
Cámara. Un fenómeno análogo, en el contexto del Derecho civil y referido a la relación entre código y leyes
especiales, fue descrito por Natalino Irti como “descodificación”. Nos parece que la denominación puede
aplicarse a este otro ámbito, aunque el fenómeno no sea idéntico: primero, porque quizás no tenga en el
parlamento la misma intensidad; segundo, porque no se trata realmente aquí de leyes especiales por razón de
la materia, ya que concurren en el mismo espacio normativo, lo que incrementa la confusión; tercero, porque
no existe en el Derecho civil ese probable rodeo a la reserva de Reglamento, pues no existe una reserva
constitucional.
Impugnación de los Reglamentos ante la jurisdicción constitucional. Ya sabemos que los Reglamentos
menores, normas interpretativas y de desarrollo, son jerárquicamente inferiores a los Reglamentos de las
Cámaras y están subordinados a los mismos, de manera que no puede reconocérseles rango y valor de ley.
Durante un tiempo, el TC no admitió la impugnación directa mediante recursos de amparo de estos
Reglamentos menores, invocando el artículo 23.2 CE y el artículo 42 LOTC, debiendo acudirse bien a un
recurso de inconstitucionalidad o bien a un amparo frente a un acto aplicativo de los mismos, siendo ambas
cosas menos sencillas. Un cambio de jurisprudencia ha acabado por admitir el recurso de amparo directo
frente a los Reglamentos menores como parece más razonable.
Leyes con incidencia en la organización de las Cámaras. Hemos dicho que las leyes son fuentes del Derecho
parlamentario al incidir en su objeto. Así la Ley Electoral de 1985 o las leyes que regulan los órganos
auxiliares de las Cámaras e independientes en el ejercicio de sus funciones como son el Defensor del Pueblo o
el Tribunal de Cuentas. El objeto de estas leyes y el de los Reglamentos parlamentarios, como siempre que
una distinción se basa en el principio de competencia, por razón de la materia, puede ser de complicado
deslinde en las zonas fronterizas, y hay asuntos que han estado regulados en las leyes y luego en los
Reglamentos o a la inversa.
Usos parlamentarios. Más problemático es el reconocimiento de los usos parlamentarios, su valor jurídico y
su identificación. La Constitución y los Reglamentos nada dicen al respecto. Cuando el TC ha tenido ocasión
de pronunciarse ha aportado algunas reflexiones, pero ha obviado afrontar directamente el problema de su
trascendencia nomotética. La cuestión radica primero en su singularización. ¿Son válidos los precedentes
emanados de otras Legislaturas, como parece razonable dada la continuidad de las Cámaras y sus órganos y
de las normas reglamentarias que interpretan, o sólo deben valer los de una misma Legislatura? ¿Cómo se
prueba su existencia? ¿Cuántos precedentes son precisos para que se adquiera una opinio iuris sua
necesitatis? Así p.ej. las reprobaciones individuales de los Ministros no están reguladas en la Constitución ni
en los Reglamentos, pero se asientan en el principio de responsabilidad política ministerial que es connatural
a todo parlamentarismo, y, desde hace tiempo, se tramitan con diversas formas, recogiendo la web del
Congreso un buen número de ellas en el epígrafe de iniciativas. Pero, sobre todo, la incógnita radica en
resolver si su incumplimiento debe equipararse al de verdaderas normas jurídicas. No es discutible que los
usos y convenciones contra legem, contrarios a los Reglamentos, no pueden tener validez normativa alguna.
Pero sí debería admitirse una eficacia tanto praeter legem como secundum legem, es decir, en defecto de las
normas de los Reglamentos y en casos de lagunas o con un alcance interpretativo de los mismos.
Los Reglamentos parlamentarios son Reglamentos parlamentarios. Conviene cambiar el marco y variar el
enfoque: no son una fuente del Derecho atípica. Los Reglamentos parlamentarios son una fuente del Derecho
con rasgos muy propios, y no deben reconducirse a la ley ni a otra fuente. Los Reglamentos parlamentarios
son Reglamentos parlamentarios. Ley y Reglamento son dos fuentes distintas de un mismo sujeto. Entre sus
características definitorias están las siguientes. Primero, la Constitución reenvía y habilita (artículos 72.1 CE)
a los Reglamentos parlamentarios para establecer ciertas regulaciones y crea una reserva constitucional de
materias (artículos 79.1 y 2, 80, 87.1, 90 CE) dotada de un alcance positivo y negativo. Los Reglamentos
regulan cuestiones que no se pueden aprobar en leyes y que afectan a la organización del parlamento como
son: sus presupuestos y personal; el presidente y otros órganos de dirección; el régimen de asistencia, de las
sesiones, de decisión y votación y de publicidad; la iniciativa legislativa de la Cámara; los procedimientos
legislativos ordinarios y especiales, etc. Las menciones constitucionales no son exhaustivas sino indicativas o
ejemplificativas. No es por eso una reserva siempre precisa, pero sí en la mayor parte de los casos, pues
coadyuva a su exégesis el alcance o dimensión interna de esas normas.
Segundo, los Reglamentos parlamentarios forman parte del bloque de la constitucionalidad y se convierten en
desarrollos o especificaciones de las normas constitucionales dentro de las materias objeto de su reserva, de
ahí que quepa predicar una “inconstitucionalidad mediata” de las leyes por violar los Reglamentos generando
unos vicios de procedimiento. Tercero, se trata de verdaderas normas jurídicas emanadas de cada Cámara,
dotadas de rango o valor de ley, pero no de fuerza de ley ni de forma de ley según hemos ido describiendo.
Cuarto, tienen preferentemente eficacia interna, pero, en ciertas ocasiones y de forma indirecta, pueden
alcanzar relevancia externa y, respetando las limitaciones constitucionales, poseer eficacia externa; así
ocurre con las normas sobre el estatuto de los parlamentarios, según evidencia la solicitud judicial de
autorización para procesarles, o las relaciones con los Jueces de Instrucción sobre hechos de los que
asimismo conocen las Comisiones parlamentarias de investigación. Quinto, de acuerdo con esta secuencia de
razonamientos, la diferencia entre Ley y Reglamento parlamentario se funda en la forma de su aprobación y
en el principio de competencia debido a la materia y no en la jerarquía. Mas puede haber solapamientos o
terrenos fronterizos como ha ocurrido con la elección de los Senadores de designación autonómica.
Sexto, los Reglamentos parlamentarios (mayores o menores) están únicamente sometidos al control de
constitucionalidad ante el Tribunal Constitucional (artículo 27.2. d] LOTC) y no son revisables por los órganos
judiciales (“valor de ley”). Este control de la jurisdicción constitucional es externo a las Cámaras,
independiente, subsidiario de las solicitudes internas de reconsideración y excepcional. Pero qué duda cabe
de que ha reforzado la juridicidad de las decisiones parlamentarias y también de los Reglamentos. Los interna
corporis acta o internal proceedings, la autonomía parlamentaria respecto de sus decisiones internas, no
puede ya confundirse con la soberanía del parlamento que no existe en España ni en los países de nuestro
entorno –un error muy extendido entre periodistas y políticos–, y ha sido sustituida por la soberanía de la
Constitución. Octavo, los reglamentos del Gobierno y los Reglamentos parlamentarios son fuentes muy
diversas en rango normativo y en sus relaciones con las leyes, sólo comparten el nombre, lo que induce a
alguna confusión que debe desecharse. Noveno, existe asimismo una potestad reglamentaria de los otros
órganos constitucionales, p.ej. la del CGPJ, pero cada una de ellas posee rasgos muy específicos y
diferenciales.
Décimo, la interpretación de los Reglamentos parlamentarios posee una acusada politicidad, puesto que los
interpretan sujetos políticos como son las Cámaras y sus órganos de dirección están sometidos al
enfrentamiento propio de las relaciones entre mayoría y minorías. Una vertiente de la denominada
flexibilidad del Derecho parlamentario. Como veremos, la forma en que se interpretan habitualmente los
requisitos para constituir Grupos parlamentarios por las diversas fuerzas políticas dista de ser estricta y
rigurosa sino muy flexible y, a menudo, ponderando de hecho en alguna medida el destinatario de la exégesis
(como ilustra el caso de Amaiur en 2011 cuando se rechazó su constitución como Grupo probablemente de
manera más exigente que en otros precedentes). Del mismo modo, las frecuentes pasarelas que se tienden en
la tramitación de los leyes entre los diversos procedimientos legislativos especiales, generando una confusión
no exenta de problemas, algo que no se deduce naturalmente del Reglamento.
Órganos de dirección. Ya sabemos que el parlamento es un órgano complejo u órgano de órganos. Un poder
formado por diversos órganos. Los órganos de dirección de las Cámaras son tres: el Presidente, la Mesa y la
Junta de Portavoces. No realizan funciones deliberativas sino que impulsan y dirigen los trabajos
parlamentarios. Se distribuyen las funciones directivas entre ellos conforme al Reglamento y la lógica de la
colaboración y división del trabajo. Existen en el Congreso un Presidente, cuatro Vicepresidentes y cuatro
Secretarios que integran la Mesa; y en el Senado un Presidente, dos Vicepresidentes y cuatro Secretarios. Los
portavoces de los Grupos constituyen la Junta de Portavoces.
Un Presidente de la mayoría. Como órgano de dirección el Presidente debería ser neutral, pues así lo
demanda la naturaleza de sus funciones (Ignacio Torres Muro). Pero, entre nosotros, el Presidente del
Congreso es un hombre de la mayoría y cambia cada Legislatura. No tiene la neutralidad del mítico Speaker
inglés cuya elección no se discute en su circunscripción y tiende a ser a menudo reelegido y a no votar. Gran
parte de su poder depende del apoyo de la mayoría que, a cambio, suele presionarle en sus decisiones más
difíciles y con arreglo a sus posiciones suele votar salvo contadas excepciones. Pero la eficacia de muchas de
sus funciones depende de que se sitúe en una posición supra partes. Se mueve en la contradicción, sin síntesis
posible, de esta doble naturaleza: Presidente de la mayoría y órgano rector supra partes. La solución del
dilema depende en buena medida de su estilo personal, y de lo holgada que sea la mayoría parlamentaria que
lo sostiene, por si el coste de su voto independiente puede permitirse y pagarse, pero tiende a caer del lado de
la mayoría.
Mesa. Es el órgano rector y de representación colegiada. Los miembros de la Mesa se eligen igualmente al
principio de cada Legislatura en la sesión constitutiva (artículo 36 y ss RCD, artículo 4 y 35 ss RS). Está
integrada –insistiremos– en el Congreso por un Presidente, cuatro Vicepresidentes y cuatro Secretarios, y
viene asesorada por el Secretario General o Letrado Mayor. Los cuatro Vicepresidentes se eligen
simultáneamente, escribiendo cada Diputado un sólo nombre y resultando elegidos los que obtengan mayores
votos. Un sistema que permite su distribución y la presencia de representantes de algunas minorías. En la
práctica, su composición equilibrada y representativa de varios Grupos parlamentarios suele negociarse y
pactarse previamente, y tiende a ser un primer indicio de los acuerdos o el estilo que van a marcar el
funcionamiento de cada Legislatura. La Mesa es una institución tradicional española desde las Cortes de
Cádiz de 1812 –frente a los modelos de dirección presidencial por una sola persona– de donde pasó a distintos
países de Iberoamérica; también la estructura de Presidente, Vicepresidentes y Secretarios ya estaba en el
Reglamento de 1813. Los miembros de la Mesa se sustituyen constantemente en la práctica en el ejercicio
cotidiano de sus funciones y presencia en la Cámara dada la larga continuidad de las sesiones.
Organización del trabajo parlamentario. A la Mesa le corresponde la organización del trabajo parlamentario y
a tal fin el Reglamento le da numerosas funciones (artículo 31 RCD, artículo 36 RS). Entre las más
importantes las siguientes. Fija y programa el calendario de los trabajos, y la coordinación interna entre los
distintos órganos. Admite y califica los escritos y documentos parlamentarios que recibe, lo que le permite un
juicio de regularidad, y decidir sobre la tramitación de los asuntos, v.gr., ya sea como preguntas o
interpelaciones, o como simples enmiendas o verdaderas iniciativas legislativas. Esta potestad no debe
permitir un juicio de oportunidad política o de constitucionalidad plena, hurtando facultades al Pleno. La
función de calificación y admisión, si viola derechos fundamentales de los parlamentarios (artículo 23.2 CE),
puede estar sujeta a la revisión del TC desde ese parámetro. La Mesa posee una potestad disciplinaria que le
permite sancionar a los Diputados, privándoles de algunos derechos, v.gr. por no asistir a las sesiones o
quebrantar el deber de secreto cuando lo hubiere (artículo 99 RCD). Tiene competencias residuales: aquéllas
que expresamente no poseen los otros órganos rectores. Las Mesas de las Comisiones fijan su orden del día de
acuerdo con el Presidente de la Cámara (artículo 67.2 RCD).
Gobierno interior. También le corresponde a la Mesa el gobierno interior de la Cámara y a tal fin elabora el
proyecto de los Presupuestos de la Cámara, y lleva la dirección y el control de su ejecución, la ordenación del
gasto y las materias de personal.
Mayorías y motivación de las decisiones. Las decisiones de la Mesa pueden ser por unanimidad o por mayoría,
según se hace constar en los acuerdos. Las minorías pueden en el segundo caso plasmar su disidencia. Un
Diputado o un Grupo puede solicitar su reconsideración si discrepare de la decisión adoptada (artículo 31.2
RCD). Esta reclamación –más que un “recurso”– se entiende que agota la vía parlamentaria previa al recurso
constitucional de amparo frente a actos parlamentarios (artículo 42 LOTC). La jurisprudencia constitucional
ha exigido una sucinta motivación de los acuerdos parlamentarios de la Mesa, susceptibles de producir la
violación de derechos, no bastando con la decisión mayoritaria, pero lógicamente suele ser muy lacónica o
inexistente, dada la naturaleza del órgano y la mecánica de su toma de decisiones fundada en decisiones
políticas.
Junta de Portavoces y voto ponderado. Es el órgano de dirección política, está integrada por los portavoces de
los Grupos parlamentarios y se reúne bajo la presidencia del Presidente de la Cámara. Se convoca a iniciativa
propia o de dos Grupos o de la quinta parte de los Diputados. De sus decisiones debe darse cuenta al Gobierno
para que envíe un representante si lo estima oportuno, acompañado de persona que lo asista (artículo 39.2
RCD). En la práctica, habitualmente asiste el Secretario de Estado de Relaciones de las Cortes u órgano
análogo, pues la denominación ha ido cambiando (se llamó también de Asuntos Constitucionales y
Parlamentarios). Tiene la función de coordinar el funcionamiento y la colaboración del Gobierno y las Cortes,
lo que dista de ser una cuestión sencilla, y ha tenido varios modelos. Debe asistir también al menos un
Vicepresidente, un Secretario y el Secretario General. Los portavoces pueden enviar a sus suplentes y ser
asistidos de un miembro. Lo decisivo es que sus acuerdos se toman por voto ponderado, y cada portavoz tiene
tanto votos como Diputados su Grupo, lo que permite cierta flexibilidad en su composición. La Junta mejor
que cualquier otro órgano refleja la concepción de los Parlamentos como un órgano formado por Grupos más
que por parlamentarios individualmente considerados. El Reglamento del Senado prevé que formen también
parte de la Mesa hasta dos representantes de los Grupos territoriales de un mismo Grupo parlamentario
(artículo 43.2 RS).
Funciones. La Junta es un órgano netamente político y asume la dirección política de las Cámaras, y –como se
ha dicho– articula las relaciones con el Gobierno. Sus reuniones suelen coordinarse con las de la Mesa y
precederla, o con las del Presidente. Entre sus funciones principales, el Presidente fija el orden del día del
Pleno de acuerdo con la Junta y puede pedir, al igual que el Gobierno o un Grupo, incluir un asunto urgente o
de actualidad en el orden del día, aunque no se hayan cumplido los trámites reglamentarios (artículo 67 RCD);
o fijar criterios que contribuyan a ordenar y facilitar los debates y las tareas (artículo 44 RS).
Órganos de deliberación. Son los órganos encargados de realizar las funciones parlamentarias que la
Constitución atribuye a las Cámaras, los órganos de dirección se limitan a impulsar, tramitar y organizar sus
trabajos.
Pleno. Está formado por la totalidad de de los miembros de las Cámaras y es el órgano más importante: el
parlamento en sí mismo. Se convoca normalmente por su Presidente, según su propia iniciativa, pero también
puede hacerse a solicitud de dos Grupos parlamentarios o una quinta parte de sus miembros (artículo 54
RCD). El Reglamento del Senado prevé la petición del Gobierno, de la Diputación Permanente y de la mayoría
absoluta de los Senadores (artículo 70.1 RS). Aparte de los funcionarios de las Cortes, el acceso del público al
salón de sesiones es restringido y requiere de la autorización del Presidente, pero las sesiones son públicas.
Funciones. El Pleno se reserva para las funciones más relevantes o de mayor contenido, dejando para las
Comisiones parlamentarias las cuestiones más técnicas y la preparación del trabajo del Pleno. No obstante –
como estudiaremos al ver el procedimiento legislativo– tenemos un problemático sistema de doble lectura de
las leyes, en Pleno y Comisión, que es realmente de tres al añadir la lectura en Ponencia. El trabajo en
Ponencia y Comisión, más discreto y técnico, parece avanzar mucho más rápidamente en la gestación de
compromisos y consensos.
Escaños y presencia del Gobierno. Los Diputados se sientan en el hemiciclo conforme a su adscripción a los
Grupos y ocupan siempre el mismo escaño por mandato reglamentario. Por tradición del Congreso, la
izquierda ideológica se sienta en el espacio de la izquierda, y la derecha a la derecha. Existe también un
llamado “banco azul”, en la primera fila, destinado a los miembros del Gobierno como pide el Reglamento.
Desde Cádiz y hasta transcurrido el primer tercio del XIX, se estimó problemática la presencia de los
miembros del Gobierno en las Cámaras a causa de un entendimiento excesivamente rígido –e impracticable–
de la división de poderes. Después de entonces, los Ministros suelen ser Diputados o Senadores, lo que es un
uso del parlamentarismo extendido en Derecho comparado, pero no una obligación constitucional en España,
y, los que no lo son, pueden estar presentes con voz pero sin voto en las Cámaras.
Comisiones Parlamentarias. La propia Constitución establece que las Cámaras funcionan en Pleno o por
Comisiones (artículo 75.1 CE). Está en la naturaleza de las cosas la necesidad de delegar trabajos en
Comisiones y de preparar en ellas las decisiones del Pleno de acuerdo con la lógica de la división del trabajo.
Composición. Están formadas por un número reducido de parlamentarios que fija la Mesa, oída la Junta de
Portavoces; y sus miembros los eligen los Grupos parlamentarios en proporción a su importancia numérica
(artículo 40 RCD). El TC ha interpretado que las pequeñas desviaciones en la proporcionalidad de los Grupos
en las Comisiones respecto de su ratio en el Pleno son inevitables y no lesionan derecho fundamental alguno
de los parlamentarios, puesto que es matemáticamente imposible mantener la misma proporcionalidad en
Comisión, que en un colectivo mucho más amplio en el número como es el Pleno. Los Grupos pueden sustituir
a sus miembros en Comisión por otros del mismo Grupo, comunicándolo al Presidente del Congreso; incluso
cabe hacerlo para un sólo asunto, acaso buscando una persona especializada en la materia en discusión. Los
miembros del Gobierno pueden participar en las Comisiones, pero sólo pueden votar en aquéllas en las que
sean miembros.
Organización. Las Comisiones funcionan como un Pleno reducido y eligen una Mesa y un Presidente, dos
Vicepresidentes y dos Secretarios (artículo 40 RCD). Todos los Diputados tienen derecho a ser miembros de al
menos una Comisión (artículo 6.2 RCD), pero pueden formar parte de varias. Esta facultad se ha entendido
por el Tribunal Constitucional Federal Alemán, siguiendo una interpretación finalista, como un derecho
indefectible de todo parlamentario para hacer reconocibles sus funciones, mientras el Tribunal Constitucional
español ha hecho una exégesis simplemente ligada a la literalidad del Reglamento para llegar al mismo
resultado. Las Comisiones se convocan por su Presidente, de acuerdo con el del Congreso, o a petición de dos
Grupos o de una quinta parte de los Diputados. Deben concluir sus trabajos en el plazo de dos meses, excepto
cuando el Reglamento prevea otro plazo o se prorrogue por la Mesa de la Cámara; lo que ocurre con alguna
frecuencia con la prórroga del plazo de presentación de enmiendas, y acaba por ser una forma de paralizar o
detener la tramitación de las leyes. Las Comisiones, por conducto del Presidente del Congreso, pueden
recabar: información y documentación del Gobierno y las Administraciones públicas, la presencia de los
miembros del Gobierno, y de autoridades y funcionarios competentes por razón de la materia debatida, en
ambos casos igualmente con el fin de informar a la Comisión.
Funciones y tipos de Comisiones. Hay varios tipos de Comisiones Parlamentarias según sus funciones:
Permanentes Legislativas, Permanentes no Legislativas y no Permanentes. Existen una quincena en el
Congreso (veintiuna la XIV Legislatura, pero cambian con alguna frecuencia y han ido creciendo en número)
Comisiones Permanentes Legislativas, cada una ligada a una materia o área de competencia (artículo 46 RCD,
véase también el artículo 49 RS). Algunas, pero no todas (v.gr. hay una Comisión Constitucional con una
subcomisión de régimen electoral), coinciden en sus materias con los departamentos ministeriales, siguiendo
una estructura paralela si bien no simétrica. Recordemos que basta con un Real Decreto para cambiar un
Ministerio y para las Comisiones es menester una reforma del Reglamento. Últimamente existe una tendencia
a crear también “Subcomisiones” ligadas a una todavía más concreta materia y cambian con frecuencia. Estas
Comisiones se integran normalmente en los procedimientos legislativos, participando con su dictamen en las
decisiones que finalmente adopta el Pleno, pero pueden tener competencias decisorias mediante la
aprobación de Leyes de Comisión (artículo 75.2 CE).
Existen también diez Comisiones Permanentes no Legislativas en la XIV Legislatura que crea el propio
Reglamento del Congreso (artículo 46.2) v.gr la de Reglamento; la de Estatuto de los Diputados, que actúa
como órgano preparatorio de las decisiones del Pleno en estos asuntos; y la de Peticiones, que examina las
peticiones individuales o colectivas que reciba el Congreso y puede acordar su remisión a otros órganos por
conducto del Presidente del Congreso; o la Comisión Consultiva de Nombramientos, creada por una
Resolución. El Pleno puede asimismo crear otras Comisiones Permanentes durante una Legislatura.
Las Comisiones no Permanentes se crean para un trabajo concreto y se extinguen al finalizarlo y, en todo caso,
al acabar la Legislatura (artículo 51 RCD). En la XIV legislatura existe p.ej. una Comisión para la
Reconstrucción social y económica. Una variante clásica de las Comisiones no Permanentes son las
Comisiones de investigación de las que luego hablaremos. Otra, más atípica, son las Comisiones de estudio
que encuentran acomodo en las previsiones del artículo 53 RCD.
Un último tipo de Comisiones son las Comisiones Mixtas Permanentes que se caracterizan por ser
bicamerales. Existe una para la Unión Europea, otra para las relaciones con el Tribunal de Cuentas, otra para
las relaciones con el Defensor del Pueblo, y hay otras para el estudio del problema de las drogas y las
adicciones, y para el control de RTVE y sus sociedades. Algunas de estas Comisiones se crean en la legislación
sectorial, así ocurre con la Comisión de control de RTVE, o la del Defensor del Pueblo, o la del Tribunal de
Cuentas, organizadas en sus respectivas Leyes. Es de primera importancia la Comisión para el estudio de las
relaciones con la Unión Europea (CRUE), dada la materia, la integración europea que cada vez condiciona con
más intensidad el funcionamiento de los parlamentos nacionales. Sin embargo, es discutible que pueda
atribuirse esta cuestión a una única Comisión y no sean directamente cada una de las Comisiones
Parlamentarias, transversalmente, las que deban llevar, con la debida diligencia, esas relaciones; claro está
que para ello sería quizás preciso un suficiente y adecuado conocimiento del inglés, como forma de pronto
acceso al derecho de la Unión, por todos los parlamentarios que es un dato que –inexplicablemente– no se
produce.
Comisiones de investigación. Son un instrumento clásico de la función parlamentaria de control y por eso las
estudiaremos en la lección siguiente al analizar tal función.
Diputación Permanente. Es una institución muy tradicional española que arranca de la Constitución de Cádiz
de 1812, ya regulaba el Reglamento de 1813 y que se trasladó a Iberoamérica; “Diputación” era sinónimo de
comisión. Corresponde a la Diputación Permanente velar por los poderes de la Cámara cuando no esté
reunida en período de sesiones; y, expirado el mandato o en caso de disolución, sigue ejerciendo las funciones
de la Cámara hasta la constitución de la nueva, a la que debe dar cuenta de los asuntos tratados y de sus
decisiones (artículo 78 CE y artículo 56 RCD). La Diputación Permanente asegura pues la continuidad del
órgano en su funcionamiento ordinario sin que se produzca una suerte de muerte civil. Está presidida por el
Presidente del Congreso y forman parte de la misma una veintena de miembros, que representan a los Grupos
en proporción a su importancia numérica. De nuevo, puede convocarla el Presidente a iniciativa propia o de
dos Grupos o una quinta parte de los Diputados.
Funciones. Su principal función es normalmente convocar sesiones extraordinarias en torno a un orden del
día cuando la Cámara no esté reunida en período ordinario de sesiones, por las vacaciones parlamentarias, y
ocurra algo urgente (artículo 73.2 CE). A veces, para la oposición, puede tener importancia tratar de “forzar”
a la Diputación a convocar una sesión extraordinaria en asuntos políticos muy sensibles para alcanzar un eco
ante la opinión pública como ocurrió en 2013 con la reforma de la ley del aborto. La Constitución y el artículo
57 RCD recogen un diseño de mínimos, pues sólo se le permite a la Diputación además, en los casos de
disolución o expiración del mandato, controlar los Decretos-leyes (hay ejemplos de su convalidación); y
ejercer directamente las competencias parlamentarias respecto de los estados de emergencia. Por otro lado,
la Constitución (artículo 78.2) le asigna la genérica función de “velar por los poderes de las Cámaras cuando
no estén reunidas”, cláusula que ofrece algún margen de indeterminación, pero que debe interpretarse
restrictivamente, al igual que ocurre con las competencias del Gobierno en funciones, en un lógico
paralelismo.
Legislatura. El Congreso y el Senado son elegidos por un período de cuatro años (artículos 68.4 y 69.6 CE) y
cada Legislatura dura hasta que expira el mandato parlamentario o se produce la disolución anticipada. La
web del Congreso ofrece información detallada por Legislaturas.
Sesiones: ordinarias y extraordinarias. Hay dos períodos ordinarios de sesiones cada año: el primero, de
septiembre a diciembre y, el segundo, de febrero a junio (artículo 73.1 CE). Fuera de dichos períodos, las
Cámaras pueden reunirse en sesiones extraordinarias con un orden del día y clausurarse cuando se agote, y a
instancias del Gobierno, la Diputación Permanente, o de la mayoría absoluta de los miembros de cualquier
Cámara. De manera que existen vacaciones parlamentarias los meses de enero y de julio a agosto. La
finalidad de estas ausencias de la Cámara no es sólo el descanso de los parlamentarios como en cualquier
trabajo, pues entonces no se justificaría su larga duración de tres meses, sino, sobre todo, mantener el
razonable contacto de cada representante con los electores de la circunscripción en la que fue elegido. Estimo
pues que el precepto tiene pleno sentido. Pero la cuestión ha sido discutida, e incluso tachada de crear una
mala imagen de escasa laboriosidad, especialmente bajo la Presidencia del Congreso del Sr. Bono. No
obstante, no es una cuestión abierta al Reglamento o al poder presidencial y, sin reformar la Constitución,
sólo cabe convocar sesiones extraordinarias.
Orden del día. Se entiende por “sesión” una reunión de la Cámara que se celebra bajo un mismo orden del día,
pero puede durar varios días. Las sesiones, por regla general, se celebran cada semana de martes a viernes,
ambos inclusive; dejando un fin de semana largo que, de nuevo, debe servir para contactar con el electorado;
si bien los propios parlamentarios tienden a reconocer que consiguen mayor impacto mediático ante sus
electores con una fotografía al lado de un líder político que recorriendo su circunscripción, aunque la cuestión
sea más bastante compleja. Sería lógico que los parlamentarios o sus Grupos mantuvieran oficinas en sus
circunscripciones, para sostener una relación personalizada con sus electores, recibir sus peticiones y
conocer sus deseos e intereses tal y como existe en el Reino Unido. Puede lógicamente acordarse celebrar
sesiones otros días. Los Senadores pueden asistir a las sesiones del Congreso que no tengan carácter secreto.
Actas. De las sesiones de Pleno y Comisión se levanta acta que debe contener una relación sucinta de las
materias debatidas, personas intervinientes, incidencias y acuerdos adoptados (artículo 65 RCD). Se firman
por un Secretario con el visto bueno del Presidente. Deben quedar a disposición de los Diputados y caben
reclamaciones sobre su contenido. Las actas son importantes en cualquier órgano colegiado, pues permiten
reconstruir la voluntad del órgano y comprobar los requisitos de la decisión p.ej. el quorum. Alguna
experiencia albergamos sobre reclamaciones e irregularidades en la confección de las actas o en su
manipulación en el caso de las subvenciones al lino de 2000 cuando se demandó la responsabilidad del
Ministro de Agricultura, tras la actuación del Fiscal anticorrupción respecto del fraude generalizado de las
subvenciones europeas en algunas Comunidades Autónomas. Un asunto que acabó con una condena a España
del Tribunal de Primera Instancia de la Unión Europea.
Orden del día. No es banal la fijación de los órdenes del día, pues los tiempos y prelaciones –la agenda– son
decisivos en política. El orden del día del Pleno lo fija el Presidente de acuerdo con la Junta de Portavoces. En
Comisión, lo hace la Mesa de acuerdo con el Presidente de la Cámara, teniendo en cuenta el calendario fijado
por la Mesa del Congreso (artículo 67 RCD). También el Gobierno puede pedir la inclusión de un asunto con
carácter prioritario en una sesión concreta, si ha cumplido los trámites reglamentarios para que esté en
condiciones de ser discutido; e incluso puede decidirlo la Junta de Portavoces por unanimidad, a solicitud de
un Grupo o del Gobierno y sin haberse cumplido esos trámites, si hubiere urgencia.
Publicidad parlamentaria. Las sesiones son públicas en el Pleno, como regla general, salvo algunas
excepciones como son: cuestiones concernientes al decoro de la Cámara o de sus miembros o la suspensión
de un Diputado; cuestiones que afecten a las incompatibilidades de los parlamentarios: o cuando así lo
acuerde el Pleno por mayoría absoluta en una votación sin debate previo. Por el contrario, el Reglamento
establece que las sesiones en Comisión no serán públicas, sin perjuicio, de que puedan asistir los
representantes debidamente acreditados de los medios; debe entenderse que no como meros convidados de
piedra sino a los efectos de suministrar información. La razón parece estar en agilizar los trabajos internos.
Asimismo, pueden declararse secretas por mayoría absoluta de sus miembros las sesiones de las comisiones
incluidas las de Investigación. Ausencia de publicidad no es pues lo mismo que secreto. Por mandato del
Reglamento (artículo 64 RCD), son secretos los trabajos de la Comisión de Estatuto de los Diputados, en
paralelismo con lo dispuesto para el Pleno, y algunas diligencias o comparecencias de las Comisiones de
Investigación que se regulan con detalle, v. gr., las comparecencias sobre materias declaradas secretas o
reservadas según la legislación vigente.
Turnos. Alusiones. Réplica. Si no hubiere un precepto específico, en todo debate debe caber un turno a favor y
en contra que no excederán de diez minutos; asimismo el que fuera contradicho en sus argumentaciones
tendrá derecho a replicar o rectificar por una sola vez y un máximo de cinco minutos. En algunos debates,
como el de investidura, los tiempos son mayores. El Presidente puede conceder al aludido la palabra, por un
tiempo no superior a tres minutos, cuando en el debate se hicieran alusiones a su persona que “impliquen
juicios de valor o inexactitudes”, lo que no es necesariamente lo mismo que simples “menciones”, como
gustaba decir al Presidente Landelino Lavilla.
Tiempos medidos, obstruccionismo, teatralización. Obsérvese que el tiempo de las intervenciones es tasado
con la finalidad de impedir el obstruccionismo parlamentario o el filibusterismo. Este es uno de los problemas
del parlamentarismo racionalizado, pues aún siendo la limitación razonable, en la práctica, dificulta un debate
con la debida frescura y discusión, y tiende a producir la lectura de intervenciones escritas, muy medidas en
su extensión, pero con escasa voluntad de diálogo, y a menudo fundadas en el empeño de escenificar un
conflicto o forzado disenso y de ridiculizar o banalizar al adversario con una ironía. Una teatralización o
escenificación de la vida parlamentaria según denunció el Presidente Manuel Marín.
Votación, quorum y mayorías. Para adoptar acuerdos, la Cámara y sus órganos deben estar reunida
reglamentariamente y con asistencia de la mayoría de sus miembros (artículos 78 RCD), es decir, 176 sobre
350 Diputados. Si no existe este quorum al llegar la votación, puede posponerse por el plazo máximo de dos
horas; y, si tampoco, se somete la siguiente sesión. Adviértase que los parlamentarios entran y salen con
frecuencia del hemiciclo, u observan el debate desde sus despachos mientras preparan otros asuntos.
Constatada la presencia del quorum, los acuerdos se adoptan por mayoría. Debe bastar normalmente con una
mayoría “simple” de los miembros presentes: más votos a favor que en contra. Pero pueden pedirse por la
Constitución, las Leyes o el Reglamento que sea una mayoría “absoluta”, la mitad más uno de los miembros; o
“cualificada": dos tercios o tres quintos de los miembros de la Cámara. Las votaciones no pueden
interrumpirse por causa alguna. El voto de los Diputados es personal e indelegable con el fin de impedir
abusos y dificultar el absentismo según corroboran diversas experiencias comparadas. Tras una reforma del
Reglamento en 2011, que ha tenido varios desarrollos de la Mesa, es posible emitir el voto personal por un
procedimiento telemático con verificación personal en ciertos supuestos tasados: embarazo, maternidad o
paternidad y enfermedad grave. El Reglamento del Senado (artículo 92.3) contempla previsiones específicas.
Además de esta variante moderna, existen cuatro modalidades de votación: por asentimiento, si no hubiere
oposición a la propuesta; ordinaria, por procedimiento electrónico normalmente, y también levantándose y
sentándose; pública por llamamiento o secreta cuando así lo exija el Reglamento o se pida.
Parlamento de Grupos. La tendencia hacia un parlamento formado por Grupos más que por parlamentarios
individuales –valga la tautología– crece constantemente en Europa. Pero es antigua, ya la subrayaba Hans
Kelsen en “Esencia y valor de la democracia” en los años veinte, y siempre han existido facciones dentro de
las Cámaras incluso en un idealizado parlamento liberal. Los Reglamentos parlamentarios suelen prescribir
que un cierto número de Diputados elegidos en las candidaturas de un mismo partido que han concurrido en
elecciones con otras, pueden constituirse en Grupos parlamentarios ante la Cámara. La previsión asegura que
actúen con una organización y disciplina estable. La dinámica de los parlamentos modernos y su evolución, y
con mayor razón en el parlamentarismo racionalizado, ha llevado a que sean cada vez más “parlamentos de
Grupos”. Los Grupos reciben importantes funciones en la organización interna: iniciativa legislativa,
enmienda, convocatorias de órganos, tiempos de palabra, etc. Su existencia comporta innegables ventajas:
permiten la racionalización del trabajo, la división de un tiempo escaso, facilitan la transacción y la
negociación política, y articulan el Estado de partidos dentro de las Cámaras. En definitiva, la vida
parlamentaria parece reclamar un número no muy elevado de sujetos. Pero la tendencia podría haberse
exagerado y el papel del modesto parlamentario ordinario (el llamado backbencher) se ha difuminado, y se
desaprovechan sus esfuerzos, en particular, en nuestros Reglamentos parlamentarios.
Naturaleza jurídica. Ha sido una cuestión muy discutida y resbaladiza y no exenta de estudios (Nicolás Pérez
Serrano, Alejandro Sáiz Arnáiz). No son órganos de las Cámaras, como pueden ser las Comisiones o el
Presidente, ya que no expresan la voluntad de la misma, sino asociaciones de parlamentarios internas a la
Cámara. Deben entenderse, por tanto, como especificaciones de la genérica libertad de asociación. Sin
embargo, los Diputados vienen obligados a asociarse, a incorporarse a un Grupo, y ello suscita reparos desde
la vertiente negativa de la libertad de asociación que impide que nadie pueda venir obligado a asociarse. Por
otro lado, los Grupos cumplen fines públicos, coadyuvan al ejercicio de las funciones parlamentarias y las
impulsan. Son pues unas atípicas asociaciones privadas que cumplen fines públicos y poseen una actividad
interna a las Cámaras. Por eso no están provistos de personalidad jurídica y sus actuaciones fuera del
parlamento, v.gr. sus contratos, suelen llevarlas a cabo los partidos de quienes emanan y que son la otra cara
externa de la misma moneda.
Grupo Mixto. Esta caracterización no permite cubrir al llamado “Grupo Mixto”, integrado de manera
obligatoria, conforme al Reglamento, por quienes no pueden constituir un Grupo o no pueden integrarse a
otro ya existente (artículo 25.1 RCD). Es realmente un expediente técnico, un cajón de sastre o camión escoba
al que deben subirse quienes no pueden seguir corriendo en solitario o en un menguado equipo. El tiempo se
reparte entre todos sus miembros. En cambio, en las Asambleas territoriales, existen parlamentarios no
adscritos en vez de esta figura.
Requisitos mínimos para la constitución de un Grupo. Los Grupos deben constituirse dentro de los cinco días
siguientes a la sesión constitutiva del Congreso mediante un escrito dirigido a la Mesa haciendo constar su
denominación, portavoz y miembros. Existe una alternativa con tres posibilidades (artículo 23.1 RCD).
Primera, una basada en el número: los Diputados en número no inferior a quince; se trata de asegurarse de la
relevancia de la formación política que crea un Grupo; suele ser usada por los grandes partidos de ámbito
nacional (PP y PSOE). Segunda, los Diputados de una o varias formaciones que, sin reunir dicho número,
hubieran obtenido un número de escaños no inferior a cinco y al menos el quince por ciento de los votos en las
circunscripciones en las que hubieran presentado candidatos; una opción que combina un número menor con
un porcentaje de votos nada desdeñable y a la que acuden los partidos nacionalistas o regionalistas con una
acusada presencia en únicamente las circunscripciones de su Comunidad (CiU, ERC, PNV…); no obstante, el
precepto permite asimismo que formen Grupo de este modo parlamentarios de varias formaciones. Tercera,
quienes obtuvieran el cinco por ciento de los votos emitidos en el conjunto de la Nación; es la opción a la que
acuden normalmente las terceras y cuartas fuerzas de ámbito nacional (IU, UPyD); obsérvese que el
porcentaje es aún mayor que el tres por ciento que utiliza como barrera legal la Ley Electoral. Conforme al
Reglamento del Senado, cada Grupo parlamentario estará compuesto de al menos diez Senadores y se
establece que queda disuelto si queda reducido a un número inferior s seis (artículo 27 RS).
Prohibiciones. Los requisitos anteriores deben leerse juntamente a dos prohibiciones que el Reglamento del
Congreso establece. Se prohíbe que constituyan Grupo separado los Diputados que pertenezcan a un mismo
partido; y tampoco pueden hacerlo los Diputados que, al tiempo de las elecciones, pertenecieran a
formaciones políticas que no se hayan enfrentado ante el electorado (artículo 23.2 RCD, artículo 27.3 RS).
Estas dos prohibiciones buscan mantener la identificación entre partidos políticos y Grupos parlamentarios,
asegurarse de la concurrencia electoral entre partidos a la hora de formar sus Grupos, y evitar la existencia
de Grupos artificiales como un fraude o rodeo al Reglamento. Es lógico que no se permita a cualquier
agrupación de parlamentarios formar libremente un Grupo y resultar favorecidos de los beneficios v.gr. en los
tiempos de intervención, que los mismos reciben. El sentido de la primera prohibición es claro, pero
discutible. En efecto, la prohibición de constituir Grupo separado parlamentarios de un mismo partido,
impidiendo su partenogénesis, ha suscitado controversias en el caso de partidos nacionales organizados como
federaciones o asociaciones de partidos (v.gr. PSOE y PSC), y, en varias ocasiones, se ha discutido la
posibilidad de que formen Grupo separado, como ya ocurrió en la Constituyente y en la I Legislatura con base
en el Reglamento provisional de 1977 y según revela la Disposición Transitoria Segunda del actual. Por otro
lado, la segunda prohibición es más ambigua, y no debe leerse literalmente sino de forma sistemática, para
concluir que se trata de desalentar las rupturas intestinas de los partidos, advirtiendo a los tránsfugas y
secesionistas que no se les permitirá constituir un nuevo Grupo separado.
¿Flexibilización de los requisitos? Los requisitos que el Reglamento demanda no se han interpretado
literalmente o exigido de forma estricta, sino que se ha hecho de manera harto flexible, ponderando la Mesa
las concretas circunstancias de los solicitantes. El problema está en que no resulta claro que se haya
interpretado de la misma forma para todas las formaciones políticas y en todas las Legislaturas. Esta actitud
no demasiado imparcial de las sucesivas Mesas suscita reparos desde la perspectiva de una aplicación
igualitaria del Reglamento, alejando cualquier sospecha de discriminación. Vistas las dificultades para
alcanzar los requisitos reglamentarios y estos frecuentes conflictos, quizás fuera más sencillo rebajar las
exigencias numéricas en una futura reforma del Reglamento y quitarse estos problemas. Así, en el 2004, fue
discutible que IU-ICV llegara al cinco por ciento de los votos en toda la Nación y constituyó Grupo; la cuestión
dependía de que se computaran o no los votos obtenidos en coalición en las Islas Baleares; y no menos
discutible era que ERC alcanzara el quince por ciento de los votos en las circunscripciones en las que
concurrió, pues le faltaron una décimas en Barcelona, y se presentó en Valencia obteniendo escasos votos,
pero creó un Grupo. No ocurrió lo mismo con Amaiur en 2011. Otros supuestos conflictivos ya habían ocurrido
en el año 2000, cuando se autorizó a Coalición Canaria a crear Grupo con unos Diputados prestados, pero no
se le permitió al BNG.
Diputados asociados y Diputados prestados. El fundamento de este fraude y mala práctica de los llamados
Diputados “prestados” procede de un uso muy discutible de la figura de los Diputados asociados. El
Reglamento del Congreso (artículo 24.3 y 4) permite que los Diputados que no sean miembros de ninguno de
los Grupos constituidos puedan “asociarse” a ellos, y se añade que los Diputado asociados se computarán
para la determinación de los requisitos mínimos que ya hemos analizado. Con cobertura en estas previsiones
reglamentarias, los Grupos constituidos a veces “prestan” algunos Diputados a formaciones políticas
“amigas” o aliadas con la finalidad de que puedan constituir Grupo, y luego vuelven incluso a sus Grupos de
origen. Puede ponerse como ejemplo la constitución del Grupo Canario en la V y VI Legislatura que fue
posible mediante el préstamo de un Diputado del PAR y dos de UPN-PP en cada caso.
Cambios. El Reglamento (artículo 27.1) sólo permite a los Diputados cambiar de Grupo dentro de los cinco
primeros días de cada período de sesiones y con la aceptación de su portavoz. Intenta limitarse el
transfuguismo, es decir, quien salta a otro Grupo distinto del de origen y en cuyas listas electorales resultó
elegido, pero la previsión es escasamente operativa.
Desigualdad política entre los Grupos e igualdad jurídica. En la XIV Legislatura, hay diez Grupos
parlamentarios. Si bien el Reglamento prescribe la igualdad en derechos de los Grupos (artículo 29 RCD),
existe una gran diferencia política o de hecho en los números entre los más grandes, que se aproximan al
centenar de miembros cada uno (120 el PSOE y 88 el PP) y han llegado a suponer en otros momentos hasta
más del 80% de la Cámara, y el resto que sólo tienen un mediano (52 VOX, 33 Unidas Podemos) o un pequeño
número de miembros cada uno. Su representatividad no es la misma. Esta desigualdad en su posición política
ayuda a comprender algunas cosas de la dinámica parlamentaria. El Congreso puede pensarse refleja un
sistema de partidos con un pluralismo polarizado, pues alberga más de una docena de partidos, pero durante
mucho tiempo fue un bipartidismo imperfecto, que intentaba contentarse con alcanzar pactos a dos partes
entre las fuerzas mayoritarias. Esta segunda perspectiva, ya no es posible en un parlamentarismo
fragmentado. Pero el compromiso parlamentario es en todo caso el corazón del parlamentarismo y de la
democracia representativa.
Dobles mayorías en distintas Cámaras. Con mayor razón, cuando se cae además en la cuenta de que el
sistema de partidos del Congreso debe cohonestarse con los respectivos subsistemas autonómicos, donde
esas pequeñas minorías suelen ser las mayorías en sus respectivas Comunidades. Es algo muy complejo
alcanzar compromisos parlamentarios, como mostró la experiencia de la aprobación del Estatuto de Cataluña
de 2006 en dos parlamentos distintos, las Cortes Generales y una Asamblea territorial, pero siendo Cámaras
interrelacionadas y concatenados en sus decisiones. Dobles parlamentarismos.
Funciones. Las funciones son algo distintas en sus detalles en el Reglamento del Congreso que en el del
Senado o en los de las Asambleas territoriales. Los Grupos contribuyen a formar los órganos de las Cámaras,
singularmente la Junta de Portavoces, pero también la Mesa con sus propuestas de candidatos a
Vicepresidentes y Secretarios. Poseen iniciativa legislativa, pues el Reglamento les permite presentar
proposiciones de ley. Pueden presentar enmiendas a la totalidad y al articulado de las leyes. Sobre todo, se
distribuyen los tiempos parlamentarios mediante los turnos de palabras. En número de dos son titulares de
varias facultades de iniciativa en la convocatoria de órganos y otros extremos que hemos ido detallando. Para
cumplir estos fines, el Congreso pone a su disposición un conjunto de medios materiales: locales, medios
suficientes y una subvención fija y otra variable en función del número de Diputados. Los Grupos cuentan con
un no tan pequeño grupo de asistentes parlamentarios y unas oficinas en un edificio en la sede del Congreso.
El estatuto como posición subjetiva del parlamentario y representante. El estatuto o posición constitucional
de los parlamentarios está configurado por un conjunto de facultades y derechos fundamentales y de deberes
y obligaciones que la Constitución y los Reglamentos parlamentarios reconocen o imponen e integran una
situación jurídica activa muy específica de cada representante. En su mayor parte, en cuanto afecta al núcleo
de la función representativa, viene protegido por el derecho fundamental a acceder, permanecer y ejercer los
cargos públicos representativos que el artículo 23.2 CE protege mediante el amparo parlamentario previsto
en el artículo 42 LOTC (Javier García Roca).
Mandato libre y no vinculado. Los miembros de las Cortes Generales no estarán ligados por mandato
imperativo, una garantía que establece –sin excepciones– el artículo 67.2 CE. Esta caracterización del
mandato representativo de los parlamentarios no es una reliquia histórica desprovista de sentido político –
como apresuradamente se ha dicho– sino un ingrediente esencial e indefectible de la teoría liberal de la
representación política que ha heredado la representación democrática. Los representantes lo son de toda la
nación según argumentó Edmund Burke de forma clásica en el siglo XVIII. Una ficción útil que no puede
abandonarse en Derecho. El Tribunal Constitucional ha protegido en amparo constitucional, con
determinación y sin variar de posición en todos estos años, la libertad de mandato que viene cubierta por el
derecho al acceso, la permanencia y el ejercicio de los cargos públicos representativos ex artículo 23.2 CE. Es
también la recomendación unánime del Consejo de Europa a través de numerosas opiniones de la Comisión de
Venecia, que evidencian que se trata de una tendencia muy mayoritaria en Europa. Por consiguiente, los
Diputados y Senadores no pueden recibir instrucciones ni de sus electores ni de los partidos políticos en
cuyas listas fueron elegidos y no pueden ser cesados más que por sentencias judiciales firmes o a través de
elecciones. Tampoco existen en España revocatorias populares. Claro está que los parlamentarios pueden
aceptar libremente la disciplina y las instrucciones de sus partidos y Grupos, como normalmente ocurre, pero
les asiste siempre su libertad última de actuar con autonomía en ciertos casos fronterizos incluso frente a
partidos y Grupos. Es una herramienta liberal al servicio de la construcción democrática de la representación
política que debe cohonestarse con las importantes funciones de los partidos.
Inviolabilidad. Los Diputados y Senadores poseen un conjunto de prerrogativas parlamentarias que no deben
considerarse como privilegios individuales sino como garantías objetivas al servicio de un recto
funcionamiento de las Cámaras. Están pues ligadas al ejercicio de las funciones parlamentarias y a la
duración del mandato parlamentario. La inviolabilidad garantiza un plus de libertad de expresión (freedom of
speech) en los debates en sede parlamentaria. Los parlamentarios son irresponsables por las opiniones,
afirmaciones y votos realizados en las Cámaras y no pueden ser sancionados por ellos (STC 30/1986, el Caso
de las Juntas de Guernica). Insistiremos en que se circunscribe al ejercicio de las funciones parlamentarias,
y no ampara los actos no parlamentarios. Es una garantía absoluta que no viene sometida a ponderaciones
ulteriores sobre el alcance de las afirmaciones. Tampoco pueden abrirse responsabilidades por el ejercicio de
estas opiniones y manifestaciones en el ejercicio de sus funciones cuando el parlamentario deje de serlo,
según aclara y ordenan el artículo 10 RCD y el artículo 21 RS. La inviolabilidad no impide las sanciones y el
ejercicio de la potestad disciplinaria que pueda imponer la Presidencia a los miembros de la Cámara.
Fuero especial. Los procedimientos penales que se sigan contra los Diputados y Senadores deben ser
enjuiciados por la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo (artículo 71.3 CE). La finalidad del fuero es proteger
la institución parlamentaria frente a querellas y acusaciones infundadas y asegurarse de su enjuiciamiento
por el más alto tribunal como garantía del correcto funcionamiento de la Cámara. Corresponde al Tribunal
Supremo instruir el sumario y solicitar en su caso el suplicatorio. Cualquier órgano judicial que entienda de
una causa en la que esté implicado un miembro de las Cortes Generales deben remitirle las actuaciones en
cuanto sea consciente de la condición de aforado de alguien inculpado. El Fuero priva a los parlamentarios
del derecho a una segunda instancia penal y a que la sentencia condenatoria sea revisada por un tribunal
superior (artículo 14.5 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos). Pero la jurisprudencia
constitucional y del TEDH estiman este que privilegio o excepción a la regla general compensa la pérdida de
este derecho y garantía al ser juzgado por el tribunal superior (STC 51/1985, Caso Castells).
Retribuciones. Fundamento normativo. Los Diputados y Senadores percibirán una asignación económica que
será fijada por las respectivas Cámaras (artículo 71.4 CE), y que les permita cumplir eficaz y dignamente su
función (artículo 8 RCD y artículo 23 RS). El Reglamento del Congreso les reconocen derecho a ayudas,
franquicias, dietas e indemnizaciones por los gastos indispensables para cumplir esas funciones; y establece
que la Mesa fijará anualmente la cuantía de las percepciones y sus modalidades en las correspondientes
consignaciones presupuestarias.
Justificación cultural. La historia de las asignaciones económicas de los parlamentarios está estrechamente
unida a la propia naturaleza del mandato parlamentario y al desarrollo del parlamentarismo democrático y la
representación política. Durante el liberalismo y el sufragio censitario, el mandato parlamentario se prestaba
como un servicio gratuito por quienes poseían elevados niveles de renta. Con la universalización del sufragio,
se alcanzó como un logro insustituible la participación política de todos los ciudadanos, con independencia de
su renta, y se hizo manifiesto que el ejercicio de la función de parlamentario, de manera profesional y no
honorífica, requería de una retribución estable y permanente. Universalidad del sufragio pasivo,
remuneración del mandato, ciertas incompatibilidades y dedicación al cargo van de la mano y no pueden
disociarse. No deberían hacerse demagogias a este respecto. El muy respetado Informe Nolan sobre las
normas de conducta en la vida pública, presentado al Parlamento británico por un comité de expertos en
1995, dijo entre sus recomendaciones: es un gran honor y un privilegio ser Diputado, pero eso no alimenta ni
viste al cónyuge y los hijos de uno…
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2022.
LECCIÓN 31.ª
Funciones: representativa, legislativa, de control, presupuestaria y electiva. El debate doctrinal sobre las
funciones parlamentarias ha sido largo y enriquecedor y ha ayudado a precisar sus contornos: las actividades
y actos que abarcan y sus fines. Sin embargo, existen todavía controversias sobre la sustantividad e
independencia de algunas funciones menos decantadas con claridad: dirección política e impulso,
información o actividad cognitiva e inspectora, diplomacia parlamentaria y relaciones internacionales, etc.
Pero, a diferencia de otras Constituciones anteriores, la nuestra enuncia (artículo 66, apartados 1 y 2 CE)
varias funciones principales, que son definitorias del órgano, y es menester partir de este aserto. Ya hemos
dicho en la lección anterior que las Cortes Generales: representan al pueblo español, ejercen la potestad
legislativa del Estado, aprueban sus Presupuestos, controlan la acción del Gobierno, y tienen las demás
competencias que les atribuya la Constitución. En efecto, diversas normas constitucionales, pero también
legales, les dan a las Cortes otras competencias. Algunas de las más importantes configuran la función
electiva de otros órganos constitucionales o auxiliares también llamadas designaciones parlamentarias. Son,
pues, cuando menos cinco las funciones parlamentarias principales: representativa, legislativa, de control,
presupuestaria y de designación o electiva. Las funciones representativa, electiva y de control serán
analizadas en esta Lección, así como las relaciones entre el Gobierno y las Cortes y la relación parlamentaria
de confianza, y dejaremos las demás para más adelante. Pero veamos primero una panorámica.
Función legislativa. Es la más característica del parlamento y resulta indefectible y definitoria como reconoce
el artículo 66.2 CE. Dedicaremos a ella por su importancia sendas lecciones destinadas a los procedimientos
legislativos y a la ley como fuente del Derecho. Se trata de una función tradicional y perfectamente
identificable por sus rasgos materiales, formales y subjetivos. En efecto, el parlamento es el único sujeto que
puede aprobar leyes formales y debe hacerlo tras la finalización de un procedimiento legislativo, siguiendo
unos trámites que son garantías formales. Además, las leyes son materialmente las normas primarias en el
escalón central de un ordenamiento jurídico, por más que se planteen intersecciones con la función
reglamentaria del Gobierno. Pero es verdad que un Estado descentralizado y que sigue un proceso de
integración europea como el nuestro se organiza conforme a un pluricentrismo legislativo: hay leyes de las
CCAA, controvertidas leyes tributarias de los Territorios Históricos, ordenanzas municipales que son normas
primarias, directivas y reglamentos europeos que aún no se llaman leyes tras fallar la aprobación de la
Constitución europea, pero lo son realmente. Una situación de pluralidad de fuentes legislativas que
comparten su rango legal. Por otro lado, el Gobierno puede emanar normas con rango de ley, bajo ciertas
condiciones constitucionales, mediante Decretos leyes y Decretos legislativos, lo que rompe el monopolio
legislativo del parlamento. Como segundo fenómeno a subrayar, la ley es la principal manifestación de la
dirección política de la mayoría. La mayoría parlamentaria desarrolla su programa mediante leyes del
parlamento.
Función presupuestaria. Corresponde al Gobierno la elaboración de los Presupuestos Generales del Estado y
a las Cortes Generales su examen, enmienda, y aprobación (artículo 134.1 CE). La función financiera es una
de las primeras funciones del parlamento. Los reyes en la Edad Media y en el Estado moderno convocaban
Cortes cuando necesitaban subsidios para la guerra, escuchaban los cuadernos de agravios de las ciudades y
luego les pedían dinero. Con la revolución americana en el XVIII y la lucha por la independencia de la colonia
frente a la metrópoli inglesa, se consagró el principio de que no cabían impuestos sin representación (no
taxation without representation). La condición representativa del parlamento justifica la exacción tributaria y
la aprobación de los presupuestos. Los Presupuestos Generales incluyen una previsión de los ingresos
anuales y una autorización de los gastos. Los ingresos vienen determinados por las leyes que regulan los
impuestos y por el recurso a la deuda pública, ahora limitado por el principio de sostenibilidad financiera o
equilibrio presupuestario (artículo 135 CE). Las normas de la Unión Europea que regulan este principio han
centralizado en parte y armonizado la función presupuestaria por exigencias de la integración europea,
económica y monetaria; y el resultado es la pérdida de buena parte de los contenidos tradicionales de esta
función parlamentaria durante el llamado primer semestre europeo. No obstante, el presupuesto es todavía la
ley más importante del año y el vehículo de la dirección de la política económica por el Gobierno, que ostenta
el monopolio de la iniciativa para su presentación.
Otras competencias. Pero las funciones enunciadas en el artículo 66 CE no agotan todas las competencias que
a las Cortes otorga la Constitución; existen otras diseminadas en sus artículos que no nos parece sean
reconducibles a unidad mediante una única función ni tampoco fácilmente a algunas de las ya mencionadas,
aunque la labor pueda intentarse. Las hemos agrupado en bloques: competencias no legislativas sobre la
Corona, autorización de tratados internacionales y discusión de su constitucionalidad, colaboración con la
justicia, autorizaciones en materias territoriales, legitimación ante el Tribunal Constitucional.
Competencias no legislativas sobre la Corona. El Título II concede a la Cortes Generales en sesión conjunta
una serie de “competencias no legislativas” sobre la Corona (artículo 74.1 CE) que ya hemos analizado al
hablar de ella. No son, por definición, funciones legislativas, ni siempre suponen el control de una actuación
regia previa, aunque a veces así ocurra, pues algunas tienen una dimensión ejecutiva o aplicativa de normas
previas, o bien simplemente protocolaria y se conceden a las Cámaras legislativas por su importancia política
o simbólica. Son las siguientes: nombrar Regencia, resolver dudas en el orden sucesorio y abdicaciones y
renuncias, recibir el juramento del Príncipe de Asturias, reconocer la inhabilitación regia.
Colaboración con la justicia. Se ha debatido si existen todavía algunos supuestos residuales de participación
en la función jurisdiccional de las Cortes, derivados del ejercicio de una función de control que no se proyecta
sobre un único poder del Estado. Los parlamentos medievales y del Antiguo Régimen eran también cortes
superiores de justicia en muchos países y tuvieron funciones judiciales a las que puso fin el liberalismo tras la
experiencia de frecuentes abusos (recordemos los “Ensayos sobre la tolerancia” de Voltaire). Se trataría
ahora de sostener que la reserva de jurisdicción al Poder Judicial no impide una participación o auxilio del
Parlamento. Son a veces mayores estas competencias en otros parlamentos europeos y los casos han llegado
incluso al TEDH, pero la reflexión arranca en España de tres preceptos constitucionales. La necesidad de que
las Cámaras concedan una autorización para inculpar o procesar a los parlamentarios (artículo 71.2 CE). La
acusación al Presidente y a los demás miembros del Gobierno ante la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo
por el Congreso en ciertos delitos ligados a la criminalidad de los gobernantes (artículo 102.2 CE). La
posibilidad de nombrar Comisiones de investigación sobre cualquier asunto de interés público, cuyas
conclusiones no serán vinculantes para los tribunales, pero que deben ser comunicadas al Ministerio Fiscal si
hubiere indicios de delito (artículo 76.1 CE). Son casos de colaboración del parlamento con la justicia y con
ese espíritu deben interpretarse, aunque su génesis histórica estuviera en la defensa de la independencia del
parlamento. Mas parece excesivo hablar de participación en funciones jurisdiccionales, puesto que los dos
primeros supuestos se detienen en una fase previa, así el suplicatorio es una condición de procedibilidad y la
acusación parlamentaria entraña un ejercicio público de la acción penal, mientras el tercero atiende a la
responsabilidad política y puede no llevar siquiera a la penal aunque pueda impulsarla. Las Cámaras ya no
pueden juzgar en un Estado de Derecho moderno para no invadir el monopolio del Poder Judicial. No
obstante, el TEDH no ha osado ser tan tajante por la existencia de tradiciones específicas en los países de
Common Law y ha optado por un concepto material de tribunal antes que formal.
Autorizaciones en materias territoriales. Al hablar de la organización territorial del Estado (Título VIII), son
varias las atribuciones que se conceden a las Cortes Generales mediante ley orgánica en el artículo 144 CE: a)
autorizar la Constitución de una Comunidad Autónoma cuando su territorio no supere el de una provincia y no
reúna características históricas –así se hizo con Madrid–; b) autorizar los Estatutos de Autonomía de
territorios –como Ceuta y Melilla– no integrados en la organización provincial; c) sustituir la iniciativa
autonómica de las corporaciones locales para acceder a la autonomía –como se hizo con Segovia–. Igualmente
autorizar la celebración de convenios entre Comunidades Autónomas (artículo 145.2 CE). Las autorizaciones
suelen considerarse en Derecho público como funciones administrativas de carácter ejecutivo, aunque tengan
a veces, como aquí, una dimensión de verificación o control. En este sentido, incluso la sustitución de la
mencionada iniciativa local tiene rasgos de verificación parlamentaria de la razonabilidad de la decisión y de
control político.
Legitimación ante el Tribunal Constitucional. Al regular la jurisdicción constitucional (Título IX), se otorga a
las minorías parlamentarias (artículo 162.1.a] CE), cincuenta Diputados o cincuenta Senadores, legitimación
para interponer un recurso de inconstitucionalidad, y conviene recordar que esos cocientes entrañan también
fracciones de órganos parlamentarios en la terminología alemana.
Representación. ¿Qué supone afirmar que las Cortes Generales representan al pueblo español (artículo 66,
apartado 1.º CE)? Un parlamento es sobre todo un gran dispensador de legitimidad democrática de las
decisiones políticas básicas de una comunidad. La función representativa del pueblo a través de elecciones,
partidos y ciudadanos es la primera que toda Cámara debe cumplir. Representar es hacer presente a quienes
están ausentes, los ciudadanos, y los representantes defienden tanto los “intereses” como los “deseos” de los
representados en una difícil síntesis (Hanna Fenitchel Pitkin). Los partidos llevan al parlamento la voluntad
popular mediante sus programas y la concurrencia electoral, y canalizan las opiniones de la sociedad civil
hacia el Estado. Pero, a menudo, esa voluntad de los ciudadanos no es expresa, y los partidos y los
representantes la construyen libremente mediante su actividad, respondiendo de sus decisiones ante la
opinión pública y el electorado. Para todo ello es importante no sólo que el parlamento, que es el único órgano
de elección directa, “represente” al pueblo, sino que sea además “representativo” del mismo, que tenga una
representación con un justo título; algo semejante a ser un retrato de la sociedad que refleje su pluralidad y
no se detenga en un momento sino que se actualice constantemente. Si todo esto es así, la intervención del
parlamento legitima infinidad de decisiones polémicas: el pago de impuestos, las penas privativas de libertad,
las restricciones de los derechos sociales o su configuración… De ahí que la profundización de la democracia,
y del pacto constituyente en que se funda, deban ser permanentes y no pueda bastar con votar cada cuatro
años –como reprochaba Rousseau a la democracia representativa– ni tampoco con aprobar una Constitución
cada cuatro décadas sin actualizarla constantemente.
Deliberación. Además de representar al pueblo, el parlamento es una Cámara de deliberación. Cuando Carl
Schmitt buscaba en el período de entreguerras las bases históricas del parlamentarismo, las centró en las
ideas de publicidad y discusión, una discusión pública de distintas posturas de cuyo enfrentamiento surge la
verdad (el logos). Frente a este diseño racional, él mismo opuso la realidad de las cosas, exagerándola, con el
perverso afán totalitario de destrozarlo y legitimar el caudillismo. Pero la necesidad de adoptar decisiones
conforme al principio de mayoría tras una discusión con publicidad y con participación de las minorías,
respetando unos procedimientos, es la única manera de explicar y justificar el parlamentarismo. Es justo
aquello que una mayoría, previamente limitada por un pacto constitucional, considera justo, y desde luego es
democrático. Puede no parecer perfecto, pero es mucho. Una idea relativa y procedimental de justicia y de
democracia como Kelsen expuso en “Esencia y valor de la democracia”. Estas notas sobre el parlamentarismo
fueron matizándose con posterioridad. Más que una discusión existe un proceso dialéctico. Martin Kriele
explicó que la esencia del parlamentarismo está en transferir la idea de proceso judicial al proceso político de
legislación: un procedimiento dialéctico conforme a reglas formales que aseguran que las decisiones no sean
precipitadas. Por eso la importancia de los procedimientos parlamentarios frente a un asamblearismo
informal. Por otro lado, la publicidad parlamentaria debe completarse con las notas de transparencia y
responsabilidad. No basta con justificar las decisiones parlamentarias y con tramitar unos procedimientos, los
resultados deben ser públicos y alguien debe responder de ellos. Finalmente, el parlamentarismo, como la
misma democracia representativa, no sólo es la decisión de la mayoría sino el respeto a las minorías y una
voluntad constante de gestación de compromisos y consensos. La mayoría lleva ínsita la idea de minoría. La
decisión mayoritaria que trata de integrar las razones de la minoría y permite su participación es mucho más
suasoria y razonable y tiende a acatarse y cumplirse con mayor efectividad. Se habla hoy de un procedimiento
razonable de decisión en el TEDH.
Las perversas lotización y la cesta institucional. En la práctica, se produce una lotización de los puestos que
se reparten de hecho por cuotas entre los Grupos parlamentarios, con el riesgo de la politización de los
elegidos, desvirtuando las exigencias normativas de mayorías cualificadas que buscan a asegurarse de la
generación de compromisos sobre concretas personas. La realidad desvirtúa la lógica constitucional de las
mayorías cualificadas. Se ha creado una mala práctica consistente en hacer una llamada “cesta institucional”
con varias de estas designaciones para facilitar las transacciones entre los Grupos, pero que realmente acaba
dificultando más que facilitando las renovaciones en tiempo, pues se mezclan las designaciones de órganos de
distinta naturaleza y distintos tiempos para sus renovaciones, y se acrecientan las dilaciones. Deberíamos
plantearnos medidas para acabar con esas dilaciones indebidas en las designaciones, y abrir un debate sobre
si la falta de diligencia debería acarrear alguna sanción y responsabilidad política. Unos problemas comunes
a muchos de los parlamentos actuales y que no tienen fácil solución.
La relación de confianza en la cultura del sistema parlamentario y el espíritu del parlamentarismo. Todo
sistema parlamentario se basa en un entendimiento flexible de la división de poderes, basado en la
colaboración entre el Gobierno y el parlamento. En este modelo, propio de los países de nuestro entorno
europeo, el Gobierno emerge “de” y responde “ante” el parlamento y debe contar siempre con su confianza
(Mauro Galizia). A cambio, el Gobierno puede disolver anticipadamente las Cámaras, si le impiden gobernar
con eficacia. O solicitar una cuestión de confianza ante el Congreso, si quiere renovar y fortalecer la confianza
que le fue concedida en la investidura. A diferencia del presidencialismo, donde el Presidente de la República
es elegido directamente por el pueblo, personifica a la nación y ostenta una fuerte legitimidad, en los sistemas
parlamentarios, el Presidente del Gobierno es designado por una Cámara, y surge desde entonces la
necesidad de una relación de confianza entre ambos poderes. Esta relación debe estar basada y orientada por
una serie de usos, convenciones o normas de la corrección constitucional en las que se funda cualquier
sistema parlamentario y no sólo en las normas constitucionales escritas y de los Reglamentos parlamentarios,
menos aún si son literalmente interpretadas. Sin una cultura política democrática y fundada en el espíritu del
parlamentarismo, es difícil que ese sistema funcione, y, en esa desorientación, las relaciones entre el
Gobierno y las Cortes se debilitan. En torno a la relación fiduciaria o de confianza, pueden explicarse
racionalmente e insertarse los distintos mecanismos que articulan esa relación. La democracia representativa
y el parlamentarismo se fundan en una doble confianza: de los ciudadanos en los partidos y los representantes
que eligen, y del parlamento en el Presidente del Gobierno y, por ende, en todo el Gobierno que aquél designa.
La relación de confianza en las normas constitucionales. Conviene poner de manifiesto que nuestras normas
constitucionales responden a este esquema clásico de gobierno parlamentario tanto en su orientación como
en su tenor literal. El nuevo vino debería caber en estos odres viejos. A las relaciones entre el Gobierno y las
Cortes dedica la Constitución el Título V. La investidura del Presidente marca el origen de la relación de
confianza. El Presidente “solicitará la confianza” del Congreso de los Diputados y si éste “otorgare su
confianza” a dicho candidato el Rey le nombrará Presidente; y “si no se otorgase la confianza” se tramitarán
sucesivas propuestas; y “si ningún candidato obtuviese la confianza” del Congreso, el Rey disolverá ambas
Cámaras (artículo 99, apartados 2, 4 y 5 CE). Por tanto, la regulación del voto de investidura, tan reiterativa,
no arroja dudas al respecto. Con posterioridad, el Presidente propone al Rey el nombramiento de los demás
miembros del Gobierno (artículo 100 CE); a la par que transforma el programa electoral del partido vencedor
en un programa de gobierno, lo que es una prerrogativa presidencial tal y como insistía frecuentemente el
Presidente Sr. González. A lo largo de esta relación, el Presidente, previa deliberación del Consejo de
Ministros, puede plantear ante el Congreso “la cuestión de confianza” sobre su programa o sobre una
declaración de política general (artículo 112 CE) con el fin de robustecer o estabilizar sus apoyos
parlamentarios y acallar a las minorías más molestas. Por su parte, el Congreso puede exigir la
responsabilidad política al Presidente mediante la adopción de una moción de censura por mayoría absoluta
(artículo 113 CE). Si el Congreso “niega su confianza al Gobierno”, éste presentará su dimisión,
procediéndose a una nueva investidura (artículo 114.1 CE). Si el Congreso adopta la censura, no sólo dimite el
Gobierno sino que el candidato incluido en la moción “se entenderá investido de la confianza de la Cámara” a
los efectos de la investidura (artículo 114.2 CE). Finalmente, el Presidente puede disolver las Cortes o una de
las dos Cámaras y romper esa relación de confianza (artículo 115 CE).
Por consiguiente, quizás la idea de la confianza parlamentaria estuviera ya obsoleta para explicar el
funcionamiento real del sistema a finales de los años setenta cuando se hizo la Constitución, pero queda
demostrado que la Ley Fundamental acoge este principio informador y que la relación de confianza es una
teoría constitucionalmente adecuada. Por lo demás, no conozco otro principio alternativo que puede inspirar
el parlamentarismo.
En las normas Reglamentarias. Por si las dudas subsistieran, el Título VIII del Reglamento del Congreso reza
“del otorgamiento y retirada de la confianza”, la especificación que de la Constitución hizo dicho Reglamento
en 1982 dentro del bloque de la constitucionalidad confirma el entendimiento de las normas que acaba de
exponerse.
El funcionamiento real del sistema. Sin embargo, la realidad de las cosas discurre por otro camino y no
alcanzamos a cohonestar ambos enfoques: la normatividad y la normalidad. Existe una clara crisis de la
relación de confianza por diversas razones políticas antes que normativas. La tesis se mantiene como un
icono, pero apenas informa ya el funcionamiento real de las relaciones entre el Gobierno y las Cortes. La
cuestión de confianza rarísima vez se plantea por el Presidente del Gobierno, aunque se modifique el
programa de gobierno respecto del programa electoral. Se ha producido un creciente robustecimiento del
Gobierno, en general, y del Presidente en particular. Tenemos un principio de liderazgo presidencial del
parlamentarismo que aproxima el modelo al presidencialismo, aunque no debiera confundirse ni traspasarse
la frontera, pues el presidencialismo estadounidense no es realmente trasplantable fuera de ese país (un
debate que ha suscitado Bruce Ackerman). El Presidente no cree tener una legitimidad representativa
indirecta, basada en la mediación del Congreso, sino directa a través de la elección popular de las
candidaturas del partido que él lidera, considerando la investidura parlamentaria un mero trámite formal; su
investidura se piensa que deriva en la realidad de ser el vencedor de unas elecciones generales. Existe en
España una escasa tradición de responsabilidad política, que tiende a diferirse sine die o a orillarse,
precisamente por no advertir los responsables su utilidad: la eficacia sanadora que posee de los vicios y
errores cometidos; un error de neófitos en la democracia. Los parlamentarios tienden a creer que les basta
con la confianza de los líderes de su partido y con mantener la lealtad al mismo, aceptando la disciplina
interna. No es raro pues que una única vez haya prosperado una moción de censura constructiva del
Presidente Sr. Rajoy.
Catch-all parties. El Gobierno busca la confianza directamente del electorado, sin la mediación del
parlamento, a través de los medios de comunicación social; y lo hace, a menudo sin tampoco alentar la
participación de los militantes o simpatizantes de su propio partido. La situación casa bien con la actual
comprensión de los partidos como “partidos cártel”, que necesitan cada vez menos a sus militantes y más
dinero para campañas electorales. O con lo que Otto Kirchheimer llamó catch-all parties, un “partido
atrapalotodo” que, como una escoba, intenta atraer el mayor número de votantes posibles con relativa
independencia de las ideas, y que concentra sus esfuerzos permanentemente en la competencia electoral. Es
entonces campaña electoral prácticamente toda la legislatura. La tendencia no debiera seguir
maximizándose, pero parece imparable.
Regulación constitucional. Después de cada renovación del Congreso de los Diputados y en los demás
supuestos constitucionalmente previstos, el Rey, “previa consulta con los grupos políticos con representación
parlamentaria” y a través del Presidente del Congreso, propondrá un candidato a la presidencia del Gobierno
(artículo 99 CE). Insistiremos en que queda excluido el Senado del procedimiento de investidura.
Supuestos. Procede abrir la investidura en cuatro posibles supuestos. Normalmente, en cada renovación del
Congreso tras elecciones como hasta ahora únicamente ha ocurrido. Pero también en los casos de pérdida de
la cuestión de confianza planteada, y en los de dimisión o fallecimiento del Presidente. Recuérdese que, en
cambio, la aprobación de una moción de censura constructiva conlleva la investidura automática del
candidato alternativo sin convocar elecciones. La dimisión del Presidente se ha considerado en Derecho
comparado como un mecanismo a través del cual se formalizan distintas crisis de gobierno por razones
extraparlamentarias.
Fases del nombramiento. El proceso de investidura del Presidente por el Congreso tiene tres fases. La
propuesta de un candidato por el Rey, pero a través del Presidente del Congreso. El debate parlamentario de
investidura que es la fase central y decisiva. Finalmente, el nombramiento por el Rey del candidato que
obtuvo la confianza del Congreso. La primera y la última acción llevan el refrendo del Presidente del
Congreso.
Propuesta de candidato. ¿Qué significa que el Rey, “previa consulta con los grupos políticos con
representación parlamentaria” y “a través del Presidente del Congreso”, propondrá un candidato a la
presidencia del Gobierno? Es, en primer lugar, una prerrogativa regia como remarca el artículo 62. d] CE
cuando enumera las facultades del Rey, pero que debe ser ejercida a través del Presidente del Congreso, es
decir, mediante una colaboración. Al tiempo, la Constitución prescribe que el Jefe del Estado se entreviste con
los “grupos políticos con representación parlamentaria”, que no es lo mismo que “Grupos parlamentarios”,
porque si así fuera bastaría con pedir certificación a la Cámara de los Grupos parlamentarios inscritos. Sin
embargo, la inteligencia de esa expresión puede arrojar problemas delicados, pues potencialmente entraña
cualesquiera fuerzas políticas con representación parlamentaria con independencia de su importancia
numérica y de sus sensibilidades políticas. La cuestión parece haber sufrido una evolución tras algunas
experiencias. El Monarca ha acabado por autolimitarse y se entrevista normalmente con aquellos
representantes de los “Grupos políticos” que le indica en una lista –que normalmente incluye a todos esos
Grupos– el Presidente del Congreso quien media –de acuerdo de hecho asimismo con el Presidente del
Gobierno saliente–, pilota la crisis y asume las responsabilidades políticas. Pero el poder regio según la
Constitución podría ser mayor en caso excepcionales. Al analizar las facultades del Rey ya se ha estudiado con
detalle esta facultad real.
Debate de investidura y mayorías. El candidato propuesto expone al Congreso “el programa político del
Gobierno que pretenda formar” (artículo 99.2 CE) y solicita su confianza. Este programa puede pues no ser
exactamente el mismo que el programa electoral de su partido y someterse a algunas matizaciones. Si en la
votación el candidato obtuviere la mayoría absoluta de los miembros del Congreso, la confianza se entiende
otorgada. De no alcanzarse esa mayoría, se somete a votación la misma propuesta transcurridas cuarenta y
ocho horas y se entenderá otorgada por mayoría simple, es decir, más votos a favor que en contra. Si
efectuadas las citadas votaciones, tampoco se otorgase la confianza, se tramitarán sucesivas propuestas. Si
transcurrido un plazo de dos meses desde la primera votación, ningún candidato obtuviere la confianza, el
Rey disolverá ambas Cámaras y convocará nuevas elecciones. En el segundo mandato del Presidente Sr.
Zapatero, se produjo una investidura por mayoría simple, pero normalmente el partido que accede al
Gobierno gestiona acuerdos parlamentarios de Legislatura y carácter estable que comienzan
exteriorizándose en la investidura. La exposición del candidato no tiene limitación de tiempo, siendo
contestado tras una interrupción por un representante de cada Grupo parlamentario y pudiendo hacer uso el
candidato de la palabra cuantas veces lo solicitare, realizándose la votación a la hora fijada por la Presidencia
(artículo 171 RCD). La Constitución y el Reglamento del Congreso no obligan al candidato a indicar los
nombres de los Ministros con los que va a contar para formar Gobierno ni siquiera el número de los
departamentos ministeriales que pretende mantener o crear. Esa ha sido también nuestra experiencia y algún
candidato a Presidente se jactó públicamente de tal prerrogativa ocultando los nombres en una libreta
cerrada que mostraba a la Cámara. Sin embargo, el Congreso vota la confianza tras la exposición de un
programa de gobierno, de manera que esta obligación constitucional (artículo 99.2 CE) debe producir algunas
consecuencias. No se otorga personalmente al Presidente una confianza a ciegas, como un cheque en blanco,
sino sobre un concreto programa. Debe pues colegirse la necesidad de que las serias alteraciones
sobrevenidas de ese programa se sometan a una cuestión de confianza en la que la misma se revalide. Pero no
ha funcionado así en la realidad.
Nombramiento. El Rey nombra al candidato a la presidencia que obtuvo la confianza del Congreso. El
nombramiento es un acto regio, debido y obligado, tras la elección y designación parlamentaria, y que se
realiza con el refrendo del Presidente del Congreso (artículos 64 y 99.3 CE) y con la forma de un Real Decreto.
Los tiempos. En la Legislatura que comenzó en 2011 y en tiempos de crisis económica las urgencias
aconsejaron acelerar el trámite de investidura para formar lo antes posible Gobierno y presentar unos
Presupuestos Generales del Estado adecuados a las nuevas circunstancias y se produjo un debate sobre este
asunto. Pero no es sencillo abreviar los plazos, y a menudo la investidura lleva un tiempo. Las digestiones de
un gobierno de coalición que impulse la investidura pueden llevar un período de maduración y de explicación
a la opinión pública. El Decreto de disolución y convocatoria de elecciones fija una fecha para la sesión
constitutiva.
Sentido parlamentario. La investidura marca el origen de la relación de confianza y el mecanismo por el cual
el Congreso elige al Presidente del Gobierno en un sistema que precisamente por eso recibe el nombre de
parlamentario.
6. LA CUESTIÓN DE CONFIANZA
Regulación constitucional. El Presidente del Gobierno, previa deliberación del Consejo de Ministros, puede
plantear ante el Congreso de los Diputado la cuestión de confianza “sobre su programa o sobre una
declaración de política general” (artículo 112 CE); y se entenderá otorgada por mayoría simple. Hasta aquí el
precepto constitucional que tiene origen en el art 49 de la Constitución francesa de 1948, cuyo texto es casi
igual en una parte, aunque el contexto político no sea el mismo. El debate constituyente rebajó la exigencia de
mayoría absoluta a mayoría simple, por coherencia con la reclamada en segunda votación para la investidura,
pero este cambio veremos que puede comportar algunas limitaciones en el objeto.
Titularidad: acto presidencial. La facultad de plantear la cuestión es de la exclusiva titularidad del Presidente
del Gobierno, personalmente, si bien es preciso contar con una “previa deliberación” del Consejo de
Ministros. El Presidente debe oír al resto del Gobierno, pero no tiene por qué escucharlo. Es un mero límite
formal, para frenar abusos y salvar una apariencia de colegialidad. Ese protagonismo personal refuerza el
liderazgo presidencial. Se ha discutido doctrinalmente si debe estimarse que es un acto de todo el Gobierno y
no sólo del Presidente, pues se trata de relaciones entre órganos constitucionales, lo que llevaría a poder
considerar la propuesta presidencial como una iniciativa. Pero parece una interpretación forzada, y la
mayoría de los autores sostienen lo contrario, defendiendo que es un acto presidencial, ya que el Gobierno no
tiene facultades para rechazar o impedir la decisión que se les propone y comunica a efectos de conocimiento.
Tanto en 1980 el Presidente Sr. Suárez de la UCD como en 1990 el Presidente Sr. González del PSOE
resaltaron el parecer favorable del Gobierno. Pero la situación podría ser más delicada en situaciones de
Gobiernos de coalición de varios partidos.
Facultad pero no obligación constitucional. Obsérvese que el planteamiento de la cuestión es una facultad del
Presidente, pero no una obligación constitucional. Sin embargo, debería verse como una exigencia política
derivada de los usos y convenciones típicos del parlamentarismo en los países con tradiciones democráticas.
La disposición constitucional permite el planteamiento de la cuestión –dice “puede”– pero no lo impone en
casos de rectificación del programa gubernamental o de situaciones políticas de especial trascendencia. La
exégesis que se ha hecho del instrumento ha debilitado todavía más la eficacia de la previsión constitucional
hasta convertirse en una herramienta abandonada en el desván.
Acto político irrevisable. No menos importante es remarcar que se trata de un acto político, libre y
discrecional, del Presidente, cuya oportunidad no puede ser revisada por la jurisdicción constitucional o la
contencioso-administrativa, y que viene sometido únicamente a responsabilidad política. En abstracto, podría
pensarse en un hipotético control de constitucionalidad sobre los elementos reglados ante una de esas
jurisdicciones, si p.ej. no se discutiera en Consejo de Ministros o el objeto no fuera el constitucionalmente
previsto, pero son supuestos harto improbables tanto por la indeterminación del objeto y la sencillez del
primer trámite, como porque no es sencillo singularizar vías procesales idóneas. No es por su naturaleza
realmente un objeto susceptible de abusos sino antes bien de negligencias.
Otorga la confianza el Congreso. Obsérvese que el Senado no participa en el procedimiento, sino que
únicamente lo hace el Congreso que votó la investidura (artículo 99 CE), y recibe luego la solicitud de la
cuestión de confianza, en un lógico paralelismo que se inserta en la relación de confianza que entonces se
creó. También resulta coherente con la exigencia constitucional de que el Gobierno responda solidariamente
de su gestión pública ante el Congreso (artículo 108 CE). La restricción tiene relevancia porque la
composición política de ambas Cámaras puede no ser igual y a menudo suele no serlo.
Objeto y límites materiales. El objeto ligado al cual puede pedirse la confianza viene determinado de manera
amplia e imprecisa, “sobre su programa o sobre una declaración de política general”, como no podría ser de
otra manera dada la naturaleza política del asunto. Es una cláusula que procede de la Constitución francesa.
No es sencillo distinguir entre una y otra cosa ni saber qué grado de generalidad se reclama. Probablemente
no puedan disociarse ambos enunciados, porque cualquier cuestión del programa electoral, si es realmente
importante, es asimismo una cuestión de política general. Pero incluso una pequeña cuestión del programa, si
se complica y emponzoña políticamente, puede acabar teniendo dimensiones de política general p.ej. por
cambios sobrevenidos e inesperados de políticas, o el deterioro de situaciones al ir creciendo los problemas.
Recordemos el debate sobre la propagación de la epidemia de fiebre aftosa en 2001 que dejó de ser una
cuestión de sanidad animal para tener consecuencias políticas generales. No es pues probable la existencia
de límites materiales y puede asociarse a cualquier cuestión políticamente relevante que afecte a la dirección
política por parte del Gobierno; salvo a los proyectos de ley como a continuación veremos. En 1980 el
Presidente Sr. Suárez ligó su solitud de confianza a sólo dos cosas: superar la inflación y el desempleo, y el
Estado de las autonomías; y se le criticó en el debate que no se discutieran todos los aspectos de política
general, pero ya hemos visto que no parece sea obligado. En 1990 el Presidente Sr. González planteó la
confianza –el segundo y último precedente– porque cuando fue investido el año anterior tenía pendiente
algunos recursos electorales y se comprometió a plantear una cuestión más adelante cuando se sentenciaran.
Exclusión de proyectos legislativos. ¿Excluye la Constitución que pueda ligarse la cuestión de confianza a un
proyecto de ley? Esta situación no es extraña en Italia. La voluntas legis, el texto de la norma, no es preciso.
Pero la voluntas legislatoris, los antecedentes de la deliberación constitucional (un voto particular de la UCD
y una enmienda en el Senado de Luis Sánchez Agesta que luego se retiraron), sí lo son, y revelan que se pensó
en excluir esta posibilidad que, en cambio, se prevé expresamente en la Constitución francesa que se tuvo
como modelo. Además de este argumento histórico, la admisión de esta posibilidad suscitaría varios
problemas técnicos: no sería sencillo establecer pasarelas entre este mecanismo de responsabilidad política y
su cumplimiento en un procedimiento legislativo en curso y sometido a enmiendas en dos Cámaras; una de las
cuales no participa en este procedimiento, pero sí en el legislativo. Por otro lado, las mayorías reclamadas
para aprobar algunas leyes –absoluta para las leyes orgánicas– podrían ser superiores a la mayoría simple que
el otorgamiento de la confianza reclama, y ambas exigencias serían contradictorias. Tampoco estaría exenta
de problemas políticos la admisión de esta hipótesis, ya que podría llegar a considerarse una práctica
autoritaria del Gobierno, un chantaje cesarista. Habrá que concluir negando por todo ello la posibilidad de
que la cuestión de confianza se engarce con un concreto proyecto legislativo. Pero claro está nada impide que
la intervención del Presidente que pide la confianza haga indirectamente referencia a la necesidad de la
aprobación de una iniciativa legislativa para solventar el asunto.
Requisitos formales. Vienen regulados en el Reglamento del Congreso y son sencillos: debe presentarse en un
escrito motivado ante la Mesa, acompañando la certificación de la deliberación en Consejo de Ministros; allí
mismo se añade que el Presidente de la Cámara convocará el Pleno y que el debate se sustanciará con
sujeción a las normas establecidas para la investidura (artículo 174 RCD).
Efectos. Si la confianza no se otorga, debe producirse la dimisión del Presidente y, por ende, el cese de todo el
Gobierno, que continúa en funciones (artículo 101 CE), e iniciarse un procedimiento de investidura (artículo
114.1 CE). Conviene insistir en que no es un supuesto que lleve a la disolución automática de las Cámaras
como, en cambio, sí podría ocurrir si una nueva investidura no concluyera exitosamente en el plazo de dos
meses conforme a lo dispuesto en el artículo 99.5 CE. Por el contrario, si la confianza se otorga y se aprueba la
cuestión, el Presidente y todo el Gobierno ven reforzada su situación política para continuar gobernando.
Sentido parlamentario. Esta herramienta parlamentaria clásica permite verificar si subsiste la relación de
confianza entre el Gobierno y el Congreso que se concedió en la investidura, en definitiva, la existencia de un
apoyo parlamentario al Gobierno. En la realidad, es un instrumento inserto en la fluida relación entre
mayorías y minorías, con ella el Presidente se asegura de contar con una mayoría suficiente para gobernar y
refuerza su posición política, reagrupando su mayoría, o dotándole de mayor cohesión en casos de luchas
intestinas, o añadiéndole nuevos apoyos con el fin de impedir aparecer débil frente a minorías muy activas en
su obstruccionismo. Es una forma de verificar los apoyos del Gobierno frente a la oposición. Sobre todo,
debería servir para renovar la confianza cuando se produzca un grave cambio sobrevenido en la dirección
política y la acción de gobierno respecto del programa electoral, que puede llegar a verse como un contrato
político con los electores, y del programa de la investidura; o surja una nueva circunstancia política de
gravedad. Pero no se está entendiendo así y los distintos Presidentes no parecen sentir esta obligación
política y dan la confianza por supuesta hasta las nuevas elecciones en ausencia de mociones de censura.
Pues ya se ha explicado que no parece tratarse de una obligación jurídica sino de una exigencia política. Así
p.ej. en 2011 el Gobierno del Presidente Sr. Rajoy cambió claramente su dirección económica respecto del
programa electoral, obligado a la austeridad y a realizar recortes presupuestarios por las serias dimensiones
de la crisis financiera y económica, ante la necesidad de frenar la creciente deuda pública, pero no planteó la
cuestión de confianza, aunque hubo críticas que así se lo pidieron. La cuestión de confianza parece, en
definitiva, tener un escaso alcance práctico en nuestra experiencia parlamentaria pues no se ha utilizado
salvo en un par de ocasiones en los primeros años de desarrollo constitucional. Esta pérdida de vitalidad de la
relación parlamentaria no es buena y es una manifestación más del debilitamiento del parlamentarismo
español.
Regulación constitucional y requisitos. La regulación constitucional (artículo 113 CE) es sencilla. El Congreso
de los Diputados puede exigir la responsabilidad política del Gobierno mediante la adopción por mayoría
absoluta de la moción de censura. La moción debe ser propuesta por una décima parte de los diputados y
debe incluir un candidato a la presidencia del Gobierno que haya aceptado la candidatura. De nuevo, sólo el
Congreso puede exigir la responsabilidad política del Gobierno (artículo 108 CE), ahora mediante este
mecanismo, extraordinario y clásico, que es la moción de censura, excluyendo la Constitución al Senado. El
carácter constructivo que califica a la censura, por oposición a lo que simplemente destruye, deriva de la
inclusión de un candidato a la presidencia. Se trata de una exigencia de responsabilidad política solidaria,
puesto que censurado el Presidente y perdida la confianza parlamentaria cesa todo el Gobierno (artículo
101.1 CE).
Titularidad de las minorías. La herramienta se deja en manos de la iniciativa de las minorías parlamentarias
que son los sujetos interesados en exigir la responsabilidad política del Gobierno. Pero la decisión final la
adopta la mayoría. El número relativamente elevado de Diputados, una décima parta de la Cámara, esto es
treinta y cinco, hace que se requiere un apoyo parlamentario considerable, lo que es una manifestación más
de parlamentarismo racionalizado; recordemos que puede constituirse un Grupo parlamentario con quince
Diputados u otras alternativas aún más lejanas a ese número. De manera que si quisieran las pequeñas
minorías accionar la censura sería menester alcanzar acuerdos entre ellas.
Procedimiento. Una vez presentada la moción por escrito motivado, la Mesa del Congreso revisa los requisitos
constitucionales y la admite o rechaza, dando cuenta al Presidente del Gobierno y a los portavoces de los
Grupos. A partir de ese momento, no cabe la disolución anticipada del Congreso (artículo 115.2 CE). La
moción no podrá ser votada hasta que transcurran cinco días desde su presentación y, en los dos primeros
días de plazo, podrán presentarse mociones “alternativas”. Esos cinco días operan como un plazo de
enfriamiento o reflexión, abierto a la negociación, en que alcanzar o ultimar acuerdos entre los Grupos sobre
la censura o la investidura, aunque es de esperar que ya se hayan alcanzado con anterioridad antes de
formalizar la censura. Este plazo debe añadir poco. Pero ciertamente puede servir para amortiguar algo
censuras fundadas en circunstancias excepcionales y coyunturales. Más complejo es resolver qué son
“mociones alternativas” (artículo 113.3 CE), si bien parece pueden comprenderse como otras mociones de
censura que normalmente incluyan candidatos alternativos. Así el Reglamento del Congreso (artículo 176.3)
prevé la posibilidad de que se debatan conjuntamente varias mociones de censura, aunque se voten por
separado. Se ha criticado esta previsión por propiciar un debate a demasiadas bandas.
Debate confuso. Es, sobre todo, muy significativo del carácter híbrido –y escasamente lógico y fecundo– de la
censura constructiva el contradictorio debate diseñado en el Reglamento donde no se sabe muy bien qué se
discute si la investidura o la censura. Así se inicia por la defensa de la moción de censura por uno de los
Diputados firmantes (artículo 177 RCD) pero, a continuación, no interviene el Presidente censurado sino el
candidato alternativo a la presidencia para exponer su programa político. De forma que se ignora si el debate
versa sobre la responsabilidad política del censurado o la capacidad del candidato. Después, tras una
interrupción, intervienen los representantes de los Grupos parlamentarios todos por el mismo tiempo. Por
consiguiente, la defensa del Presidente censurado no la asume él mismo en persona, como sería lógico, sino el
portavoz de su Grupo. Por otro lado, no se entiende bien que todos los Grupos posean el mismo tiempo de
intervención, lo que devalúa el desgaste producido ante la opinión pública en la defensa del censurado a
través de su Grupo y difumina las críticas. Demasiado complejo para poder ser adecuado o eficaz.
Aprobación. Se reclama una mayoría absoluta para la aprobación, más de la mitad de los miembros de la
Cámara, esto es, ciento setenta y seis Diputados. Obsérvese que mientras cabe la investidura en segunda
vuelta por mayoría simple, la censura exige la absoluta, de manera que tal exigencia no es simétrica sino
agravada.
Límites temporales. Si la moción no resultare aprobada, sus signatarios no podrán presentar otra durante el
mismo período de sesiones (artículo 113.4 CE). La cláusula constitucional opera en teoría como una
penalización o sanción de los Diputados que insisten en reiterar la censura. Pero el límite constitucional es
mínimo y escasamente eficaz toda vez que hay dos períodos ordinarios de sesiones en cada año natural.
Parlamentarismo racionalizado. La moción de censura constructiva trae origen de la concepción del sistema
parlamentario propia de la Ley Fundamental de Bonn que busca tras la II Guerra Mundial asegurar la
estabilidad gubernamental, aunque sea restringiendo la responsabilidad política. Estabilidad gubernamental
y estabilidad democrática se confunden e identifican en este discutible diseño alemán, pese a que la segunda
se basa en otros muchos ingredientes. A la misma conclusión y filosofía se llegó en nuestra transición a la
democracia y proceso constituyente: un parlamentarismo muy racionalizado. Pero la inclusión de un
candidato alternativo en la censura mezcla en un mismo procedimiento dos actos muy diversos en su
naturaleza y que deberían realizarse en momentos distintos: la investidura de un nuevo Presidente y la
censura del anterior. Siendo así que las minorías pueden estar de acuerdo en censurar al Presidente con
diversas razones y perspectivas, pero no necesariamente en la investidura de otro. La moción de censura
presentada por Vox contra el Presidente Sr. Sánchez y con el Sr. Tamames como candidato alternativa es una
evidencia. Una situación que alberga una contradicción irresoluble. La experiencia ha revelado que son
líquidos de distinta densidad, como agua y aceite, y no llegan a mezclarse con frecuencia. Por eso sólo se ha
aprobado una moción de censura constructiva en España que venció el Presidente Sr. Sánchez frente al
Presidente Sr. Rajoy. También sólo una vez en Alemania en el caso del Canciller Kohl, quien siendo elegido
Presidente por una moción constructiva, sintió el peso crítico de la opinión pública al haber llegado a
Canciller sin vencer unas elecciones, y todo acabó –tras un complicado proceso– en una convocatoria
electoral que finalmente ganó. Diríase pues que la investidura fruto de la censura es un artificio forzado y de
menor legitimidad. Se logra pues con la censura constructiva la estabilidad gubernamental, pero a costa de
disminuir la responsabilidad política. La herramienta consagra un símbolo parlamentario con poco poder
efectivo, pero hay excepciones. En general, la práctica totalidad de la doctrina ha sido muy crítica con la
regulación de esta moción.
Efectos y sentido parlamentario. Si se aprueba la moción por mayoría absoluta de los Diputados, se produce
un doble efecto: primero se entiende censurado el Presidente y cesa con él todo el Gobierno; segundo, queda
automáticamente investido un nuevo Presidente del Gobierno (artículo 114.2 CE). Si, como casi siempre ha
ocurrido hasta ahora en nuestra experiencia constitucional –con una excepción–, la censura no se aprueba, los
efectos son más difusos, difuminados y de carácter político. Sólo un efecto jurídico es indiscutible: quienes
firmaron la censura no pueden volver a presentar otra en el mismo período de sesiones. Con carácter
principal, cabe pensar que acaso el Presidente y, por ende el Gobierno, resulten debilitados ante la opinión
pública y el electorado si se ha producido una dura exigencia de responsabilidad política con serio
fundamento. Pero cabe también que el Gobierno que ha rechazado las críticas de la oposición resulte
reforzado en su posición. Es esta opción la que debe calibrar con realismo quien propone la censura. La
censura constructiva se ha transformado más que en un instrumento excepcional de control con el que
arbitrar una responsabilidad política institucional, buscando el cese del Presidente en sede parlamentaria, en
un mecanismo de responsabilidad política difusa y diferida ante el electorado a través de los medios de
comunicación social. Se trata de desgastar la posición del Gobierno censurado y es una herramienta que debe
comprenderse en el juego de las relaciones entre mayoría y minorías. Pero, ya sabemos, no puede descartarse
que una censura constructiva prospere.
Experiencia constitucional. Se ha usado en varias ocasiones y sólo una ha se ha aprobado. En 1980 el Grupo
socialista presentó una censura del Presidente Sr. Suárez cuando todavía no había un Reglamento definitivo
del Congreso que ordenara la tramitación de la moción. Una laguna que se cubrió por una Resolución del
Presidente cuyos contenidos se incorporaron al Reglamento en 1982. Se presentó durante un debate de
política general y se motivó de forma muy genérica en la falta de un proyecto de Estado autonómico, la
desorganización de la Administración, la crítica de la política económica y de las políticas sociales y otras
razones. Se admite habitualmente que reforzó la posición de la oposición y del candidato Sr. González que
luego acabaría siendo Presidente por largo tiempo. Al revés, el Grupo Popular presento una censura en 1987
del Gobierno socialista del Presidente Sr. González. Se motivó también en media docena de razones muy
genéricas, y no produjo esta vez el fortalecimiento del candidato, el Sr. Hernández Mancha, como alternativa
a la presidencia. La moción de censura contra el presidente Sr. Rajoy de 2018 fue debatida en dos sesiones
plenarias y su aprobación produjo la investidura del Presidente Sr. Sánchez como Presidente del Gobierno. Su
presentación y la demanda de responsabilidad política estuvo ligada a problemas de corrupción y financiación
ilegal del PP en el conocido caso Gürtel. Fue la cuarta moción de censura desde la Constitución y la segunda
presentada frente al Sr. Rajoy tras la promovida por Unidas Podemos el año anterior. También Vox ha
presentado dos mociones de censura.
Modalidades de disolución. Existen varios tipos de disolución de las Cámaras. Una disolución natural, al final
de la Legislatura, cuando termina el mandado parlamentario transcurridos cuatro años (artículos 68.4 y 69.6
CE). Cabe también una disolución anticipada antes de que concluya ese término (artículo 115 CE), si bien en
España ha tendido a recorrerse la duración hasta casi el final. Las dos se entremezclan. Existe asimismo una
disolución automática e imperativa cuando el Congreso no puede elegir un Presidente del Gobierno en el
procedimiento de investidura (artículo 99.4 CE) y de la que ya hemos hablado. Finalmente hay una disolución
como trámite obligado en el procedimiento de reforma agravado de la Constitución (artículo 168 CE). Nos
centraremos en la primera y la segunda.
Regulación constitucional. El Presidente del Gobierno, previa deliberación del Consejo de Ministros y bajo su
exclusiva responsabilidad, (artículo 115 CE) podrá proponer la disolución del Congreso, del Senado o de las
Cortes Generales, que será decretada por el Rey. El decreto de disolución debe contener la fecha de las
elecciones.
Titularidad presidencial. Al igual que ocurre con la cuestión de confianza, la prerrogativa de la disolución
corresponde al Presidente y no al Gobierno. La Constitución y la Ley del Gobierno remarcan que es una
decisión presidencial bajo su exclusiva responsabilidad lo que parece reforzar su posición personal. Pero el
Presidente debe deliberar sobre el asunto en Consejo de Ministros. No obstante, puede proponer al Rey el
decreto de disolución aún en contra de la voluntad mayoritaria del resto del Gobierno. La intervención regia,
como Jefe del Estado, es un acto debido y resulta obligada. La disolución es pues una facultad del presidente y
no del Gobierno en su conjunto, aunque se aprueba por un Real Decreto del Gobierno. Existen otras
soluciones en Derecho comparado como puede ser la autodisolución de la Cámara en casos excepcionales, o
incluso por iniciativa popular, pero la disolución del parlamento a instancias del Gobierno o de su Presidente
cobra un sentido esencial y muy típico de los sistemas parlamentarios.
Límites temporales. Son tres. Primero el mismo precepto constitucional (artículo 115) señala que la propuesta
de disolución no podrá plantearse cuando esté en trámite una moción de censura, y que tampoco procederá
antes de que transcurra un año de la anterior, salvo si fuere imposible elegir un Presidente del Gobierno en el
procedimiento de investidura una vez transcurridos dos meses de debates. Ambos límites temporales parecen
lógicos. No se autoriza una disolución anticipada cuando se discute una censura, para impedir que el
Presidente se adelante a su exigencia de responsabilidad política, en un rodeo a la Constitución, disolviendo a
la Cámara que trata de reprobarlo y cesarlo para aminorar el desgaste político de su crítica ante la opinión
pública. Al tiempo se frena la posibilidad de disoluciones anticipadas y precipitadas, por los costes
económicos y de otro tipo que entraña la convocatoria reiterada de elecciones. Pero el plazo de un año –de
origen francés– es realmente un lapso muy corto y entraña una muy pequeña limitación. Las prohibiciones del
artículo 115 CE deben leerse conjuntamente con la establecida en el artículo 116.5 que impide disolver el
Congreso mientras esté declarado uno de los estados de emergencia (alarma, excepción y sitio). Esta tercera
prohibición busca el ejercicio continuado de un control parlamentario del Gobierno por el Congreso cuando
estén vigentes las fuertes facultades que se le conceden durante las situaciones de emergencia para impedir
excesos.
Una relación sinalagmática entre disolución y elección. El decreto de disolución debe fijar una fecha de
celebración de las elecciones y de la sesión constitutiva del nuevo Parlamento. Existe, por tanto, una relación
sinalagmática –contractual o bilateral– entre disolución de las Cámaras y la celebración de elecciones. No
puede disolverse el parlamento sine die, en una especie de muerte civil, como ocurría con los viejos
parlamentos antes del constitucionalismo liberal durante la Monarquía absoluta. La vida de un parlamento
democrático no se extingue, sólo se interrumpe pues subsiste la continuidad del órgano. Tampoco puede
disolverse sin prever expresamente la celebración de elecciones; cualquier disolución comporta la
convocatoria simultánea de un procedimiento electoral. Por eso la Constitución establece que las elecciones
tendrán lugar entre treinta y sesenta días desde la terminación del mandato (artículo 68.5 CE) y la Ley
Electoral determina una regulación coherente con este diseño. Así lo ha interpretado también el TEDH en el
caso del golpe de Estado de los militares en Grecia donde se disolvió el parlamento y se “suspendieron” las
elecciones. Incluso se ha argumentado doctrinalmente que, si las elecciones no llegaran a realizarse por
razones de violencia o catástrofe, debería entenderse extinguida la disolución y vigente el mandato de las
Cortes disueltas que deberían convocarse automáticamente. Es una tesis discutible y quizás excesiva, porque
si bien en otros países el parlamento extinto puede volver a reunirse si surgen casos extraordinarios, en la
tradición parlamentaria española e Iberoamericana desde las Cortes de Cádiz sus funciones pueden
realizarse normalmente por la Diputación Permanente en colaboración con el Gobierno en funciones.
La disolución de una o dos Cámaras. Es menester subrayar que la Constitución (artículo 115.1) permite
disolver separadamente al Congreso y al Senado o ambas conjuntamente como Cortes Generales. Hasta
nuestros días, siempre se han disueltos ambas Cámaras a la vez, pero no cabe descartar tal hipótesis, sobre
todo, si una reforma electoral del Senado –siempre en discusión– llevara a la existencia de dos Cámaras
enfrentadas y con composiciones realmente diversas. La disolución de sólo una de ellas podría dar un poder
arbitral al Presidente en situaciones muy excepcionales. Obsérvese que esta opción constitucional por
disolver una o dos Cámaras no parece muy coherente con un sistema parlamentario donde la confianza con el
Presidente se traba únicamente con el Congreso, y de hecho existen varios ejemplos comparados (la Cámara
de los Lores, el Senado de Francia, o el Bundesrat) donde el Gobierno no puede disolver a quien no puede
exigirle su responsabilidad política. Pero tal opción quizás resulte inevitable en nuestro modelo por razones
prácticas y de estabilidad gubernamental, evitando competiciones electorales reiteradas.
Efectos. Coinciden con los propios del agotamiento de la Legislatura: decaen los proyectos de ley presentados
y no aprobados y los asuntos en tramitación, se interrumpen los trabajos de la Cámara, y los parlamentarios
pierden su condición de tales y su estatuto de derechos y deberes. Pero el parlamento como órgano
constitucional continúa vivo manteniéndose sus funciones a través de la Diputación Permanente de cada
Cámara.
Agotamiento de la Legislatura. Pero, hasta ahora, el uso normal de la disolución en España ha sido convocar
elecciones poco antes de que acabe el mandato, cuando la Legislatura está ya virtualmente agotada, lo que
parece sensato. Han sido verdaderas disoluciones anticipadas las producidas en la Constituyente en 1979, la I
Legislatura (1982) y la III (1989), la del Presidente Sr. Zapatero en 2011, y la del Presidente Sr. Sánchez en
2023 un cuatrimestre antes.
9. LA FUNCIÓN DE CONTROL
El control del poder y la crisis de identidad del parlamento. Qué sea el control parlamentario es difícil de
precisar, pues se trata de una noción poliédrica difícilmente conducible a una única explicación. Incluye un
conjunto de herramientas parlamentarias heterogéneas, y con distintas génesis, que han acabado por
reconducirse a una única función. La doctrina española se ha esforzado mucho –a imagen y semejanza de la
italiana– en estudiar este asunto desde el principio de los años ochenta, al alcanzarse por vez primera un
Gobierno con mayoría absoluta con el PSOE y hacerse manifiesta la necesidad de controlar su poder. El
debate sobre sus perfiles ayuda a comprender el papel del parlamento en las relaciones con el Gobierno y no
nos parece prescindible. Es más aunque ya no se reclame la vieja “centralidad del parlamento” el
fortalecimiento del control va de la mano con la superación de la crisis de identidad del parlamento.
Concepto. El control puede describirse como un conjunto de actividades dirigidas a comprobar la acción del
poder ejecutivo para verificar su adecuación a los parámetros establecidos en el parlamento, pudiendo dar
lugar a consecuencias diversas, entre ellas, la exigencia de responsabilidad política en sus diversas variantes.
Pero puede entenderse que es control todo lo que no es función legislativa o presupuestaria, siguiendo una
delimitación negativa, o añadir media docena de calificativos a este sustantivo para especificarlo (garantía,
sanción, información o inspección, dirección, responsabilidad, perspectiva). Para comprender el debate es
menester plantearnos la naturaleza del control y sus sujetos.
Su naturaleza política y amplísima. Existen tres posiciones doctrinales muy semejantes a las desarrolladas en
Italia (Javier García Roca). Una tesis estricta para la cual no hay control sin la posibilidad de la imposición de
una “sanción” política como consecuencia de la fiscalización. Fue la primera posición en el tiempo (Fernando
Santaolalla). Una segunda tesis más amplia se contenta con entender que existe control parlamentario con la
pura actividad de verificación o fiscalización de la acción del Gobierno aunque no se incorpore sanción alguna
(Joaquín García Morillo, José Ramón Montero). Es una extensión del concepto que se hizo inmediatamente
después para evitar frustraciones ante la ausencia de sanciones en la realidad. Y una tesis amplísima
(Francisco Rubio, Manuel Aragón), aún más realista, que efectúa una nueva extensión y según la cual la
comprensión del control parlamentario debe alejarse del control normativo o de constitucionalidad, pues no
es un control jurídico, ya que no existe un parámetro de control preestablecido en normas y ni el juicio ni sus
consecuencias son jurídicos sino netamente políticos. Además, según esta tercera tesis que ha acabado por
imponerse para explicar las cosas, este control político que efectúa el sujeto más político posible, el
parlamento se efectúa en prácticamente todas las actuaciones parlamentarias y es en esencia una
perspectiva, y su eficacia dependerá a menudo de su proyección extraparlamentaria ante la opinión pública
más que de sanciones institucionales.
Sujetos controlantes. Quién sea el titular o sujeto activo de la actividad de control dependerá de quién tome la
iniciativa para activar un instrumento de control y de quién adopte la decisión parlamentaria final. Puede así
defenderse una tesis orgánica y sostener (Javier García Fernández) que el control es una relación entre
órganos constitucionales, Gobierno y parlamento, atendiendo a elementos formales, de manera que el titular
del control es la Cámara. Esto es cierto, pero insuficiente para comprender el fenómeno. Cabe también una
tesis decisionista, que al igual que la anterior atiende a la decisión parlamentaria final, a las conclusiones, y
concluir que el control es una responsabilidad de la mayoría (Antonio Embid Irujo). Pero para las tesis
realistas el control es una responsabilidad de la oposición (Giuseppe Vergottini) y, en general, de las minorías
parlamentarias, que son las únicas que tienen un interés real en controlar la acción del Gobierno y a la
mayoría. Desde esta última perspectiva, debería contemplarse la regulación de las herramientas de control en
los Reglamentos y especialmente su titularidad.
Sujetos controlados. En una primera fase prevaleció una concepción que circunscribía el ejercicio del control
al Gobierno, pero el ámbito se ha ido igualmente extendiendo, de acuerdo con un concepto cada vez más
amplio de control, ligado a las estructuras típicas de los poderes públicos en un Estado social. Es posible
extender el control a áreas como son: las Administraciones públicas, las autoridades administrativas
independientes, la radiodifusión pública, o incluso las instituciones europeas tras el Tratado de Lisboa, como
ilustra el mecanismo de alerta temprana sobre el principio de subsidiariedad. Incluso se ha sugerido que
podría dirigirse no sólo a los poderes públicos sino también a los poderes privados que tengan relevante
influencia o reciban financiación pública, como ha ocurrido con algunas entidades de crédito y cajas de
ahorro, y en los casos de las comparecencias de los Presidentes de Endesa y Telefónica, que bien fueron
antiguos monopolios o se discutía el poder de influjo público.
Ingredientes del control. Debemos huir de los reduccionismos en la definición. Son algunos de los
ingredientes de la noción los siguientes. Primero, la existencia de un conjunto muy variado de actividades e
instrumentos de control como son: preguntas e interpelaciones, solicitudes de comparecencias
parlamentarias, solicitudes de información, Comisiones parlamentarias de investigación, mociones de
censura constructiva y mociones de reprobación individual de los Ministros, etc. Todas estas actividades
tienen un perfil muy político. Segundo, la existencia de un parámetro de control que se fija en el parlamento,
pero que es de geometría variable y cambia según los casos, puede así coincidir con el programa de Gobierno
y denunciar su incumplimiento, o con un programa alternativo o de sustitución que es en realidad el de la
oposición. Tercero, la variedad de consecuencias ligadas a la actividad parlamentaria de control, que no
necesariamente reclama sanciones, como el cese, y puede sustanciarse en otras medidas impeditivas, o
simplemente contentarse con la inspección y la adquisición de información y su discusión, una actividad de
verificación. Cuarto, la distinción entre control fiscalización y control responsabilidad política, dos ideas
distintas pero complementarias. Si bien con frecuencia el control no es sólo fiscalización o información, una
actividad ordinaria y continuada, sino que estará encaminado a la exigencia de aquélla. Quinto, el control
parlamentario a menudo tendrá una eficacia extraparlamentaria y provendrá de la opinión pública a través de
los medios de comunicación social.
Actos. La función de control se sustancia en actividades y actos con muy distinta forma. Es una de las
características específicas de esta función y que la diferencia de otras. Algunos tienen forma de ley (la
autorización al Gobierno para refundir textos legales). Pero en su mayor parte son actos parlamentarios con
forma reglamentariamente prevista como mociones, o proposiciones no de ley, preguntas, etc. Pero incluso
pueden ser actos sin una forma expresa o definida (las muy informales mociones de reprobación a los
Ministros) y fundados en usos y convenciones parlamentarias.
¿Función de orientación política e impulso? Esta otra función, aún mucho más imprecisa o difusa en sus
fronteras, se solapa con el control y es discutible que se haya decantado como independiente. Consiste en la
determinación de los fines básicos y supremos del Estado, y también del Gobierno y, en ese caso, vienen
sometidos a una alternancia y subsiguiente modificación mientras la dirección política de Estado tiende a ser
estable. Es una actividad libre de selección de fines entre distintas opciones a la que contribuye el Parlamento
junto a los demás órganos constitucionales. El control puede concebirse como una parte de esta otra función
más amplia de dirección política (indirizzo), que integra asimismo la actividad de impulso de la acción del
Gobierno que consiste en incentivar o promover su acción.
10.1.– Preguntas e interpelaciones. Las dos son modalidades de un mismo derecho a la interrogación
comprendido como una facultad de los parlamentarios, si bien el alcance de la pregunta es más limitado que
el de la interpelación que deriva en una moción que en caso de ser aprobada obliga políticamente al Gobierno.
Enlazan con el derecho de petición medieval, reconocido en nuestros Reglamentos parlamentarios desde
principios del XIX donde dio un importante juego. Son, por tanto, la modalidad de control más antigua. Las
preguntas tienen origen inglés siendo una práctica parlamentaria ya en los siglos XVIII y XIX.
Tradicionalmente se reserva, en el Reino Unido, un “question time” para respuestas orales al principio de
cada sesión, lo que tiene gran resonancia política. Las interpelaciones nacen en Francia y hay precedentes ya
con la Constitución de 1791. Nuestra Norma Fundamental las constitucionaliza conjuntamente cuando
establece que el Gobierno estará sometido a las preguntas e interpelaciones que se le formulen en ambas
Cámaras. Asimismo, se obliga a que los Reglamentos establezcan un tiempo mínimo semanal para esta clase
de debates (artículo 111.1 CE); según la previsión reglamentaria las semanas en que exista sesión ordinaria
de Pleno se dedican al menos dos horas a preguntas e interpelaciones.
Preguntas: clases. Los Diputados pueden formular preguntas al Gobierno y a cada uno de sus miembros
(artículos 185 y ss RCD). Las preguntas deben presentarse por escrito ante la Mesa, que sólo puede inadmitir
aquellas que sean del exclusivo “interés personal” de quien la formula o de cualquier otra persona
singularizada, o las que consistan en una consulta estrictamente jurídica. La Mesa califica el escrito para su
tramitación. Hay dos tipos de preguntas, orales o escritas, según se contesten con respuesta oral o escrita. A
su vez las orales pueden ser con respuesta en Pleno o en Comisión. Puede pues decirse que realmente son
tres tipos: orales en Pleno, orales en Comisión y escritas. Existe una doble presunción, primero, de que se
solicita respuesta escrita, si no se indica lo contrario, y, segundo, si se solicita respuesta oral, de que se
producirá en la Comisión correspondiente y no en Pleno.
Titularidad. Puede plantear una pregunta cualquier Diputado, sin la necesidad de una autorización previa del
portavoz de su Grupo, aunque de hecho se presentan con su firma. Esta facultad individual forma parte
esencial del mandato parlamentario protegido por el derecho fundamental al ejercicio de un cargo público
representativo como ius in officium en cuanto núcleo de la relación representativa (artículo 23.2 CE).
Objeto y fines. Las preguntas son demandas puntuales y concretas. Su finalidad es obtener información a la
vez que constituir un medio de expresión parlamentaria y de control del Gobierno. Sin embargo, estas
afirmaciones clásicas y canónicas deben relativizarse un poco desde la realidad. En una encuesta a un número
significativo de Miembros del Parlamento británico acerca de la finalidad de sus preguntas, la mayoría de
ellos contestaron que no interrogaban ni para adquirir información (lo que les parecía poco previsible) ni para
controlar al Gobierno (aún menos probable) sino para cumplir con sus comunicados habituales a la prensa
(for my press releases). Una evidencia más de que la actividad de control atiende a buscar un impacto ante la
opinión pública. El Reglamento prescribe que una pregunta oral en Pleno no podrá contener más que “la
escueta y estricta formulación de una sola cuestión”, interrogando sobre un hecho, una situación o una
información; o sobre si el Gobierno ha tomado o va a tomar alguna decisión en relación con un asunto; o sobre
si el Gobierno va a remitir algún documento al Congreso o a informarle acerca de algún extremo. Pero, en la
realidad, con frecuencia la pregunta es retórica, ya se conoce la respuesta, y simplemente se busca denunciar
o dar a conocer un hecho a la opinión pública. Nadie espera ni recibir ni dar y información, por más que quien
conteste la pregunta no pueda mentir en la Cámara, según exige un viejo uso parlamentario inglés (es notorio
el estándar creado en la Cámara de los Comunes tras el Caso Profumo).
Sujeto pasivo o destinatario. Son el Gobierno y cada uno de sus miembros por mandato constitucional. Si bien
la doctrina moderna y el Derecho comparado, analizando la realidad, evidencian una tendencia creciente a la
extensión de los sujetos controlados más allá del Gobierno a otros poderes públicos como la Administración
pública, las autoridades administrativas independientes, las instituciones europeas o la televisión pública. Es
razonable pensar que no puedan excluirse de entre los destinatarios otros poderes públicos, pues no debería
haber límites para la actividad parlamentaria de control. El aserto empero es discutible y complejo. En el
Derecho inglés se decía que el Ministro no es un canal entre sus funcionarios y el parlamento sino una pared.
Es lógico que un Ministro responda normalmente de la actuación de sus funcionarios, jerárquicamente
inferiores, de forma objetiva, pero en todo ello puede haber matices o excepciones según el rango de la
autoridad y las situaciones.
Procedimiento y debate. Las preguntas deben presentarse para su respuesta en Pleno con una antelación que
nunca será superior a una semana ni inferior a cuarenta y ocho horas. Y en Comisión podrán ser incluidas en
el orden del día una vez transcurridos siete días desde su publicación. No sabemos si estos plazos tan largos,
de principios de los ochenta, son propios de una moderna sociedad digital donde todo pasa y desaparece muy
rápido casi instantáneamente. Existe, no obstante, una Resolución de la Presidencia de 2008 sobre preguntas
para respuesta orales en Pleno, modificada en varias ocasiones, que abrevia los plazos. El debate en Pleno
comienza tras la escueta formulación de la pregunta por un Diputado y contesta el Gobierno; aquél podrá
intervenir a continuación para replicar o repreguntar y, tras la nueva intervención del Gobierno, terminará el
debate. En ningún caso la tramitación de la pregunta puede exceder de cinco minutos. En la práctica, los
Ministros suelen llevar las contestaciones escritas y preparadas por sus asesores y esto unido a la premura
del tiempo hace el debate predecible, y escenifica una tendencia a la ironía, el sarcasmo o simplemente la
teatralización. En Comisión los tiempos son mayores.
Orden del día y cupo proporcional. Según el Reglamento del Congreso, las preguntas se incluirán en el orden
del día, dando prioridad a las presentadas por Diputados que no hubieran formulado preguntas en el Pleno en
el mismo período de sesiones. Del mismo modo, el Presidente, de acuerdo con la Junta de Portavoces,
señalará un criterio de distribución de las preguntas –un cupo– entre Diputados correspondientes a cada
grupo Parlamentario. Se ha debatido si estos cupos lesionan la igualdad o los derechos de los parlamentarios,
pero es razonable pensar que se trata de criterios objetivos que atienden a una lógica proporcionalidad,
inevitable ante la escasez del tiempo para este debate. Distintas Resoluciones de la Presidencia, entre ellas la
de 10 de junio 2008, han desarrollado el Reglamento en la regulación de las preguntas: se fija en veinticinco
el número de preguntas máximo por sesión plenaria; se reconoce el derecho de todos los Grupos a incluir al
menos una pregunta; y, sobre todo, se facilita la sustitución de la pregunta sobre asunto de especial
actualidad hasta el lunes de cada semana en que haya Pleno el jueves, así como sobre acuerdos adoptados en
Consejo de Ministros. Esta inmediatez que fortalece la norma de desarrollo es loable, pero la otra cara de la
moneda es que responder a veinticinco preguntas puede suponer mucho ruido y pocas nueces. El número de
preguntas con respuesta en Pleno ha crecido y quizás sea momento de una reflexión.
Preguntas con respuesta escrita. La contestación por escrito a las preguntas debe hacerse dentro de los
veinte días siguientes a su publicación, pero el plazo puede prorrogarse. Las preguntas pendientes una vez
finalizado un período de sesiones se tramitarán como preguntas con respuesta escrita en el siguiente período
de sesiones, salvo en Comisión y si se solicita que se mantengan. Su número parece a todas luces excesivo y
puede por eso llegar a concebirse como un obstruccionismo de las minorías (32.721 en la VI Legislatura y
140.322 en la VIII).
Interpelaciones. Son también instrumentos de inspección o fiscalización de carácter individual y variantes del
derecho a la interrogación (artículo 180 y ss RCD). Sus orígenes se encuentran en el parlamentarismo francés
y suponen una herramienta más contundente de control que las preguntas. Suelen suponer una lectura crítica
de la acción del Gobierno, o de la agenda política v.gr. de una noticia aparecida en los medios de
comunicación, o de una situación internacional, o del impacto de una resolución jurisdiccional; y debe
subrayarse que permiten a la Cámara aprobar una decisión a diferencia de las preguntas.
Titularidad. Tanto los Diputados como los Grupos pueden formular interpelaciones al Gobierno y a cada uno
de sus miembros.
Objeto. Deben versar según el Reglamento sobre los motivos o los propósitos de la conducta del ejecutivo “en
cuestiones de política general” bien del Gobierno o de algún departamento ministerial. La distinción por
razón del objeto entre pregunta e interpelación es cuantitativa o de grado más que de calidad. De hecho en
Alemania se las llama “grandes” o “pequeñas” preguntas. Diferenciar entre una cuestión de política general,
de un lado, y una única cuestión sobre o hecho o información, de otro, que es el objeto de las preguntas, no es
nada sencillo en la práctica. La lectura de las Memorias de Legislatura produce la sensación de que a veces se
califica en la práctica como pregunta lo que debería ser una interpelación o a la inversa. El número de
interpelaciones ha ido también creciendo.
Procedimiento. Las interpelaciones se presentan también por escrito ante la Mesa, que califica el escrito y
puede solicitar al autor su conversión en pregunta. Se incluyen en el orden de día de nuevo dando prioridad a
las de los Diputados o Grupos que no hubieren consumido un cupo por período de sesiones, así como a las
primeras en tiempo; no pudiéndose incluir más de una interpelación por Grupo. El debate se sustancia con un
turno de exposición del interpelante, la contestación del Gobierno y sendos turnos de réplica; con un tiempo
máximo de diez minutos para las primeras intervenciones y cinco para las segundas. Pueden hacer uso de la
palabra los representantes de los Grupos. En la realidad, se emplea una Resolución de la Presidencia de 6 de
septiembre 1983 que desarrolla el Reglamento sobre interpelaciones urgentes y establece: que se pueden
incluir en el orden del día por acuerdo adoptado por unanimidad de la Junta de Portavoces; que sustanciarán
en Pleno; que deben presentarse entre el martes y el jueves de la semana anterior al debate; y que existe un
cupo de dos interpelaciones urgentes en sesión semanal de control inmediatamente después de las preguntas
orales. Estas interpelaciones urgentes han desplazado a las ordinarias. El Reglamento permite acumular y
tramitar simultáneamente interpelaciones y preguntas sobre cuestiones conexas.
Moción. Toda interpelación podrá dar lugar a una moción en la que la Cámara manifieste su posición (artículo
111.2 CE), y será presentada por el interpelante al día siguiente de la sustanciación del debate, y votada en la
siguiente sesión plenaria, para su debate se siguen las normas sobre proposiciones no de ley (con las que
tienden a confundirse las mociones si bien existen otras procedimentales). Este es un rasgo importante
porque en dicha moción subsiguiente a una interpelación se puede adoptar una decisión, una indicación o un
mandato, a menudo crítica respecto de alguna actuación gubernamental como puede ser la reprobación de un
Ministro. Todo parlamento es deliberante y carece de facultades ejecutivas y para sus acuerdos sin carácter
normativo depende del Gobierno.
Diferencias entre preguntas e interpelaciones. Las interpelaciones se diferencian de las preguntas por varias
razones. Su contenido –al menos en teoría– debe afectar a cuestiones de política general, esto, de especial
trascendencia política mientras las preguntas deben ser más concretas. Los titulares de las interpelaciones
son los Grupos además de los Diputados, su titularidad compartida es una diferencia con las preguntas que
corresponden sólo a los segundos. Algunas modificaciones de estas reglas se han producido en la práctica.
Las interpelaciones producen un debate que se sustancia en Pleno. El debate de las interpelaciones es mayor
en tiempo y ofrece la posibilidad de que los representantes de los Grupos fijen sus posiciones. La suma de los
dos últimos rasgos incrementa la importancia de las interpelaciones. Sobre todo, las interpelaciones pueden
dar lugar a que se apruebe en la siguiente sesión una moción en la que la Cámara manifieste su posición sobre
algo. Se diferencian pues en el objeto, la titularidad, la sede, el debate, y los efectos.
10.2.– Mociones individuales de reprobación de los Ministros: origen. Ante el silencio constitucional, el
debate surgió tras el caso del aceite de colza en 1980, si bien previamente es reseñable el caso Blanco, un
Diputado golpeado en una manifestación. Un escándalo que afectó a varios Ministros de la UCD y acabó ante
los tribunales en demanda de indemnizaciones para los numerosos afectados. La figura es común en los
países de nuestro entorno. En el Reino Unido, Samuel Finer encontró más de cien casos de intentos de
responsabilidad individual de 1855 a 1955, si bien sólo en dieciséis la dimisión se produjo. Este clásico de la
responsabilidad política estima que la convención debe entenderse como un deber de los Ministros de
explicarse ante el Parlamento (answerable to) por sus actos y omisiones y las de sus funcionarios. Pero eso no
quiere decir que su reprobación le fuerce por convención a dimitir (answerable for). También existe en
Alemania a través de diversas formas. En Italia se ha incorporado al Reglamento de la Cámara de los
Diputados, tras su modificación, y se regula conjuntamente con la censura al Gobierno. La génesis es, por
tanto, parlamentaria, en España, Alemania e Italia, aunque haya acabado por recibirse en alguna reforma
normativa.
Ausencia de previsión constitucional. Las mociones individuales de reprobación de los Ministros no están
previstas en la Constitución, que contempla únicamente la responsabilidad solidaria del Gobierno mediante la
adopción de una moción de censura constructiva del Presidente (artículo 113.1 CE). Pero la “responsabilidad
directa” de los miembros del Gobierno, ligada a su competencia, es un principio indefectible en todo sistema
parlamentario, por mucho que se racionalice o debilite, que complementa la responsabilidad solidaria, y que
expresamente reconoce la misma Constitución (artículo 98.2 CE), aunque no estableciera un procedimiento
para su exigencia. Por eso ha acabado surgiendo un instrumento, una praxis que las normas constitucionales
ignoraban, pero no prohibían, aunque su constitucionalidad fuera discutida durante los primeros años.
Objeto. Sujetos pasivos. Tramitación. ¿Hay un objeto común a esas reprobaciones? Los destinatarios o sujetos
pasivos han sido muy diversos Ministerios. Los supuestos de hecho son heterogéneos. Si bien muchos afectan
a temas de indudable trascendencia ante la opinión pública, por ello relevantes a efectos de control
parlamentario, como ocurrió en 2002 con la crisis medioambiental provocada por el hundimiento del
petrolero Prestige. Una de ellas curiosamente se produjo en el Senado en 2007 respecto de la Ministra de
Fomento Magdalena Álvarez, derivaba de la situación de los ferrocarriles en Cataluña y fue la primera
aprobada. Sorprende la lentitud en su tramitación y votación, parece como si los órganos de dirección
esperaran a veces a que caducaran.
Efectos. La cuestión de sus efectos ha centrado el debate doctrinal. La aprobación de una de estas mociones,
dada la ausencia de normas escritas, carece de eficacia jurídica directa y no obliga al Presidente a cesar al
Ministro reprobado, pero tiene una importancia política nada desdeñable. Su eficacia real dependerá de la
actitud del Presidente, de su conciencia de sentirse limitado por el Parlamento y de la disciplina de la
mayoría, aunque siempre tendrá el pretexto de invocar la responsabilidad solidaria en vez de asumir una
responsabilidad individual ante una irregular gestión ministerial. La oposición previsiblemente buscará una
“responsabilidad difusa” (Rescigno) antes que una institucionalizada: debilitar el Gobierno en su conjunto o a
algunos de sus miembros poniendo de manifiesto sus errores. Debería en todo caso desecharse el extendido
mito de que la reprobación individual de los Ministros obstruye la gobernación. Difícilmente puede ocurrir
esto en un modelo tan mayoritario como el nuestro, y, precisamente por ello, necesitado de controles y
contrapesos. Por otro lado, si se ahonda en la cuestión, el cese ministerial podría no ser tan importante. Pues
no es de esperar que estas mociones resulten normalmente aprobadas, lo que hace previsible que la sanción
sea antes política que jurídica y se encuentre en la actividad parlamentaria de reprobación en sí misma: en la
crítica y denuncia de unos sucesos con publicidad ante los medios de comunicación a instancias de la
oposición. Es probable que, aunque no prosperen, estas mociones puedan en ocasiones dejar tocado al
Ministro reprobado a través de suerte de responsabilidad diferida. En particular, si en el debate
parlamentario se llegó a evidenciar –como dice Rafael Bustos– que estaba “involucrado en el error, o lo
conocía, o debería haberlo conocido y evitado”, y no es extraño que los Ministros reprobados sean antes o
después removidos por el Presidente para liberar de lastre al Gobierno según ilustran algunos precedentes.
Forma. La forma más frecuente y coherente para una moción de reprobación ministerial es una petición al
Presidente del Gobierno en la que se le inste a cesar a un Ministro reprobado; pero tampoco carecería de
sentido que se formulase como una petición de dimisión dirigida directamente al Ministro. Dependerá de los
supuestos y acaso no convenga formalizarlas en exceso. Su regulación debería ser más flexible en sus
trámites, menos racionalizada, que una censura constructiva y permitir que quien repruebe lleve la iniciativa
en la comparecencia e informe.
10.3.– Comparecencias en Pleno y Comisiones de los Ministros. Conforme al artículo 110 CE, las Cámaras y
sus Comisiones pueden reclamar la presencia de los miembros del Gobierno; del mismo modo, los miembros
del Gobierno, a petición propia, tienen acceso a las sesiones de las Cámaras y “la facultad de hacerse oír en
ellas, y podrán solicitar que informen ante los mismos funcionarios de sus departamentos”. El Reglamento del
Congreso de los Diputados, prevé que las Comisiones, por conducto de sus Presidentes pueden pedir la
presencia en ellas de los miembros del Gobierno para que informen sobre asuntos relacionados con sus
Departamentos (artículo 44.2); así como que los miembros del Gobierno pueden comparecer a solicitud
propia, o a petición de una Comisión, o de la Mesa de la Cámara y de la Junta de Portavoces, en una sesión
informativa, dando lugar a una exposición oral y a un turno de preguntas y observaciones y de fijación de
posiciones (artículos 222 y 223). También los particulares pueden ser reclamados para aportar información
relevante para las Cámaras en asuntos de interés parlamentario (artículo 44 RCD y STC 177/2002, Caso
Comparecencia de los Presidentes de Telefónica y Endesa).
10.4.– Solicitudes de información. La Constitución dispone que las Cámaras y sus comisiones pueden recabar
a través de los Presidentes, la información que precisen del Gobierno y de sus departamentos y de
cualesquiera autoridades del Estado y de las CCAA (artículo 109 CE). El Reglamento del Congreso de los
Diputados (artículos 7 y 44) configura esta facultad también como un derecho individual de cada Diputado,
previo conocimiento del respectivo Grupo parlamentario, que no puede interpretarse como un veto de este
derecho; y la jurisprudencia constitucional lo ha considerado como un contenido protegido por el artículo
23.2 CE, el derecho al ejercicio del cargo público representativo y que puede protegerse en amparo
parlamentario. La Administración requerida debe facilitar la documentación solicitada o manifestar las
razones fundadas que lo impidan, pero cabe un control por la jurisdicción contencioso-administrativa, según
la jurisprudencia del Tribunal Supremo, de estos rechazos a facilitar información en la medida en que resulte
afectada el núcleo de la función representativa.
¿Límites materiales? Los especialistas han analizado si esta cláusula comporta alguna limitación material o si
existen otras no recogidas expresamente en el precepto. Así se ha señalado que debe respetarse el principio
de autonomía y autoorganización de los entes territoriales (CCAA, Diputaciones, Municipios) en asuntos
ligados a sus competencias; o frenarse ante las actuaciones de otros órganos constitucionales, salvo el
Gobierno, donde acaso sea preferible el uso de otros instrumentos de control menos agresivos. Esta segunda
restricción parece razonable, pero la primera es más compleja y, aún siendo cierta, puede haber diversas
interferencias con intereses de las Cortes Generales ligados a competencias del Estado que concurran con las
autonómicas en un mismo espacio y justifiquen un control político; recordemos que los entes locales son entes
bifrontes en nuestro atípico modelo y dependen del Estado y de las CCAA.
Actividad. Estas Comisiones elaboran un plan de trabajo y un procedimiento, pueden nombrar Ponencias en
su seno, y requerir la comparecencia de cualquier persona, por conducto de su Presidente para ser oída,
advirtiéndole de sus derechos. La negativa a comparecer en una Comisión parlamentaria es constitutiva de
delito (artículo 502 Código Penal). Una tipificación que se adoptó, cubriendo lagunas anteriores. Pero claro
está resulta sencillo para los comparecientes personarse y no declarar, o simplemente alegar no recordar con
precisión lo ocurrido. La Constitución establece que sus conclusiones no serán vinculantes para los tribunales
ni afectarán a las resoluciones judiciales sin perjuicio de que el resultado de su investigación sea comunicado
al Ministerio Fiscal para el ejercicio de las acciones oportunas (artículo 76.2 CE). El Reglamento del Congreso
prescribe que adoptan sus decisiones por voto ponderado, y que las conclusiones se plasmarán en un
dictamen que será publicado en el Boletín de las Cortes y comunicado al Gobierno, insistiendo en que deba
darse traslado del tanto de culpa al Ministerio Fiscal. Se añade que las conclusiones no serán vinculantes
para los tribunales. Es relevante, ante la parquedad de la regulación del Reglamento, el Acuerdo del Congreso
para su creación.
Jueces de Instrucción y Comisiones de Investigación. En efecto, con alguna frecuencia de los mismos hechos
que está investigando una Comisión Parlamentaria conoce un Juez de Instrucción lo que tiende a generar
conflictos no siempre bien resueltos por las leyes; en Italia, ambos sujetos pueden suscitar un conflicto entre
poderes para resolver la controversia, pero no en España. Así el Juez puede reclamar información a la Cámara
por conducto de su Presidente, pero muy probablemente la Comisión no puede solicitar información del Juez,
–que está sometido al secreto del sumario–, y esperar recibirla. El régimen garantista de la prueba penal y el
proceso debido no puede trasladarse mecánicamente al Parlamento, y a un órgano político como son estas
Comisiones, pues no existe un verdadero derecho al “proceso debido parlamentario”, de imposible práctica y
consecución fuera de un proceso judicial, pese a que se ha discutido en Iberoamérica (el Caso del
Presidente Alan García en Perú). Pero claro está es razonable que quien se siente probable acreedor de
responsabilidad penal se niegue a contestar previamente a una Comisión Parlamentaria tanto como que éstas
deben preservar ciertas garantías, como son los estándares que regula la Ley Orgánica 5/1984, de 24 de
mayo, de comparecencia ante las Comisiones de Investigación del Congreso y del Senado o de ambas
Cámaras.
Responsabilidad criminal y responsabilidad política. Existe otro problema de fondo mal resuelto entre
nosotros, por nuestra falta de tradición y cultura democráticas, que es el solapamiento entre dos tipos: la
responsabilidad jurídica y, en particular, penal, y la responsabilidad política. Ésta última no se parece en nada
a la primera y antes bien sus rasgos se han construido por contraposición. La responsabilidad política en otros
países parlamentarios tiene las siguientes características. Es objetiva, y no viene basada en la culpa del
sujeto. También es automática y no abierta a una plena prueba, pues no puede esperarse a la larga
tramitación de un proceso. Puede derivar tanto de actos propios, pero también de una culpa in eligendo e in
vigilando, que obliga a responder por designar o elegir a alguien equivocadamente o no someter sus
actuaciones a una adecuada vigilancia (el Caso de la elección por Willy Brandt de su secretario personal
quien resultó ser un espía de la DDR). Finalmente conlleva el cese, una sanción pronta y obligada, que no
prejuzga la presunción de inocencia, porque juega en otro terreno previo. Existen, no obstantes, diversos
grados previos de responsabilidad política previos al cese o la inmolación y puede bastar con comparecer y
responder. Por convención, una mentira en una respuesta a la Cámara puede justificar una petición de cese
(el Caso del Ministro Profumo quien negó una relación con una joven amante que se descubrió trabajaba
como espía). Del mismo modo, el sometido a responsabilidad puede justificarse ofreciendo una excusa
razonable como p.ej. que no le era exigible otra diligencia dadas las circunstancias del caso (Caso Trafalgar
Square riots). En este contexto, la responsabilidad política, precisamente porque es automática y preliminar,
frente a la responsabilidad penal que demanda culminar un proceso con sentencia firme, debería ser siempre
previa, pues carece de sentido alguno posponer las exigencias de la primera a la completa y regular
desvirtuación de la presunción de inocencia. Tal tesis conduce a impedir la responsabilidad política y su
consecuencia final que es el pronto cese, como me temo haya acabado por ocurrir en España. No es extraño
pues que hayamos citado casos y precedentes comparados. La debilidad de la responsabilidad política en el
sistema español no un problema baladí.
10.6.– Informe sobre el estado de la Nación. Este debate no está previsto ni en la Constitución ni en el
Reglamento y es fruto de prácticas y usos parlamentarios. Pero viene celebrándose anualmente en sesión
plenaria desde 1983 con alguna interrupción. Permite al Presidente del Gobierno explicar las razones de la
acción gubernamental, su programa u hoja de ruta, así como permite a los Grupos de la oposición evaluarla y
exponer sus alternativas. Un mecanismo más de control parlamentario, ligado a la función de dirección
política e impulso e incluso a la renovación de la confianza parlamentaria, que permite un debate sobre
grandes cuestiones de política general. Suele recibir atención mediática por la relevancia de los participantes
y la grandiosidad del tema. No viene aún recogido en el Reglamento del Congreso (a diferencia de en algunos
Reglamentos autonómicos), pese a que en 2012 se presentó una proposición de reforma. Por consiguiente, no
es un debate obligatorio y no se ha celebrado algún año. Se suele sustanciar conforme al debate sobre
comunicaciones del Gobierno (artículo 196 RCD).
Origen y oportunidad. Su origen procede de los Estados Unidos de América, donde existe un informe anual
desde los tiempos de los Presidentes Washington y Adams que fue primero escrito y luego oral. Es una técnica
presidencialista que fomenta un fructífero dialogo entre el Presidente y el Congreso y suele aprovecharse
para trasladar mensajes importantes; pero dura poco más de una hora y no suele ir acompañado de debate
por lo que se le concede un alcance sobre todo protocolario. Existe también en Méjico donde está siendo
discutida su reforma para ampliar el debate. Mas la pregunta es si este trasplante artificial tiene encaje
natural en un sistema parlamentario y no sería preferible que el Presidente compareciera con naturalidad en
el Congreso todas las semanas, dialogando con los Diputados, o que planteara la cuestión de confianza si
quiere modificar su programa de gobierno. Una mejor situación del control parlamentario probablemente no
vendrá de acumular instrumentos heterogéneos o de distintos orígenes si no de hacer funcionar los ya
existentes.
BIBLIOGRAFÍA
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n.º 23, 1986, pp. 3-35. BUSTOS GISBERT, Rafael: La responsabilidad política del Gobierno: ¿realidad o
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Gobierno desde la perspectiva individual del parlamentario (y a la luz del artículo 23.2 de la
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su competencia y responsabilidad directas)” VV. AA: Gobierno y Constitución, Pablo Lucas Murillo
(coordinador), Actas del II Congreso de la Asociación de Constitucionalistas de España (ACE.), Tirant lo
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XIX Jornadas de la Asociación Española de Letrados de Parlamentos, Tecnos, Madrid, 2013, pp. 105-13; y
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© 2023 [Editorial Aranzadi S.A.U. / Javier García Roca] © Portada: Editorial Aranzadi S.A.U.
14 SEP 2023
Lecciones de
Derecho
Constitucional.
1ª ed., agosto
2023
ARANZADI
LECCIÓN 32.ª
Identificación material. Las leyes aprueban las normas que integran el primer escalón
del ordenamiento jurídico, por debajo de la Constitución y por encima de los
reglamentos. Son disposiciones que se caracterizan normalmente por su generalidad y
abstracción, es decir, por venir destinadas a una pluralidad de sujetos. Las leyes se
aprueban para toda la nación conforme a la filosofía política del liberalismo y ya no
existen leyes privadas por razón de las personas o estamentos como en el Antiguo
Régimen. Sin embargo, en un Estado social hay también “leyes medidas”, pensadas para
resolver una situación mediante una medida, y “leyes singulares” para un colectivo
reducido de personas o incluso para un destinatario único como pueden ser algunos
impuestos selectivos o a la carta. La generalidad ya no es una nota indefectible de la ley,
aunque esté en su construcción conceptual y razón de ser desde los orígenes del
constitucionalismo. La ley es igual para todos.
Identificación formal. Deviene por eso preferente la concepción formal de la ley. Ley es
todo acto válidamente emanado por el Parlamento, cumpliendo determinadas formas o
trámites previstos en la Constitución, los Reglamentos parlamentarios y en la Ley del
Gobierno para la fase prelegislativa. Pero la concepción formal y material de ley no
siempre coinciden. Así el artículo 93 CE demanda una ley orgánica para autorizar la
celebración de tratados por los que se atribuya a una organización internacional el
ejercicio de competencias derivadas de la Constitución: una cláusula constitucional de
apertura al Derecho de la Unión. O el artículo 135.3 CE demanda una ley para autorizar
la emisión de deuda pública, lo que parece una modalidad de control financiero más que
una actividad legislativa. O el artículo 144. b] CE reclama otra ley para autorizar o
acordar un Estatuto de autonomía para territorios que no estén integrados en la
organización provincial, lo que juega como un correctivo a la iniciativa autonómica. En
definitiva, hay actos que formalmente se aprueban por leyes, pero que materialmente se
corresponden con el ejercicio de otras funciones o competencias parlamentarias.
Entrada en vigor y vacatio legis. Esta fase final está conectada directamente con la
entrada en vigor de la ley, pues una disposición final puede ordenar la entrada en vigor
el mismo día de su publicación en el BOE, o el día siguiente, o establecer un plazo de
vacatio legis desde su publicación. El Código Civil (artículo 2.1) establece con carácter
general que las leyes entrarán en vigor a los veinte días de su completa publicación en el
«Boletín Oficial del Estado», si en ellas no se dispone otra cosa. Pero puede que la ley
efectivamente disponga otra cosa y no son extraños plazos más largos en códigos o leyes
procesales cuya entrada en vigor posea cierta complejidad, si bien tiende a ser
demasiado frecuente la inmediata entrada en vigor. A veces sin excesiva reflexión sobre
las razones de tal inmediatez, pues prever un tiempo para la entrada en vigor de una ley
compleja o con problemas de colisión con el Derecho viejo y densas normas transitorias
puede ser una colaboración necesaria del legislador con los aplicadores del Derecho.
Consulta pública y dictámenes. Debe sustanciarse una consulta pública a través del
portal web del departamento competente en la que se recabará la opinión de los “sujetos
potencialmente afectados” por la futura norma y de las “organizaciones más
representativas” acerca de extremos como son: los problemas que se pretende
solucionar; la necesidad y oportunidad de la aprobación; los objetivos de las normas; las
posibles soluciones alternativas. En regulaciones técnicamente complicadas y con
intereses generales y privados en conflicto, estas consultas pueden ser de gran utilidad
para perfeccionar los contenidos de las iniciativas e impedir o subsanar indefensiones de
los afectados por la regulación y arbitrariedades. No obstante, puede prescindirse del
trámite de consulta pública por razones graves de interés público o de urgencia –entre
otras– que lo justifiquen, y así se hace con demasiada frecuencia. Existe también un
trámite de audiencia e información pública a los ciudadanos afectados, sin perjuicio de
esta consulta pública, a través del portal web de la Administración competente (artículo
133 Ley 39/2015).
Toma en consideración. La Mesa del Congreso debe incluir la proposición en el orden del
día en el plazo máximo de seis meses a efectos de proceder al debate de toma en
consideración; y la proposición no decaerá o caducará si se disolvieran las Cámaras, lo
cual es una excepción a la regla general.
Escaso uso de esta iniciativa. De 1984 a 2012 (casi tres décadas) se presentaron sólo 91
iniciativa legislativas populares, de las que deben descontarse aquéllas que
simplemente se remitieron a la siguiente Legislatura, lo que supone que realmente se
presentaron 71 (véase Manuel Delgado Iribarren). El desglose por Legislatura revela, no
obstante, un uso creciente. Pero no puede ocultarse que 23 caducaron, 28 fueron
inadmitidas a trámite (frecuentemente por referirse a materias de ley orgánica o
tributarias), 8 fueron rechazadas al no pasar el trámite de toma en consideración, y 3
retiradas. En suma, sólo 2 fueron tomadas en consideración en ese período. Unas cifras
muy reducidas que no responde a las expectativas sobre el fortalecimiento de la
democracia participativa que parecen crear esta institución. Sin embargo, cabe pensar
que sí es un espacio que podría llevar a una movilización de la sociedad civil, lo que
acaso requeriría otra cultura política más participativa. Hoy por hoy, su espacio es muy
pequeño.
5. EL PROCEDIMIENTO LEGISLATIVO COMÚN
2.– Debate de totalidad en Pleno. Procederá este debate de Pleno cuando se hayan
presentado enmiendas a la totalidad. Cada una de estas enmiendas dará lugar a un turno
a favor y en contra. Después se procede a una votación, comenzando por las enmiendas
de devolución al Gobierno. Si la enmienda a la totalidad se rechaza comienza el debate
en Comisión, y lo mismo si se aprueba una enmienda con texto alternativo.
6.– Deliberación sobre acuerdos del Senado. Los proyectos aprobados por el Congreso y
vetados o enmendados por el Senado son sometidos a nueva consideración del Pleno del
Congreso. Si se hubiere opuesto un veto, se producirá un debate de totalidad y una
votación final, si el texto del Congreso fuera ratificado por mayoría absoluta queda
levantado el veto. Si no se obtuviese tal mayoría, se someterá de nuevo a votación,
transcurridos dos meses desde la interposición del veto, y bastará entonces con mayoría
simple para levantar el veto. Las enmiendas presentadas por el Senado quedarán
incorporadas al texto del Congreso si reciben el voto favorable de una mayoría simple.
Pero no es extraño que se rechacen, si bien tampoco es infrecuente que se acepten
cuando se han incluido en el Senado de acuerdo con el interés de la mayoría.
¿Es el procedimiento legislativo ordinario adecuado o prolijo? Hay pues una lectura del
texto en Ponencia, Comisión y Pleno en el Congreso y otras tres lecturas en el Senado,
más la deliberación del Congreso sobre el acuerdo del Senado. Un procedimiento
prolijo, dilatado, y acaso excesivamente lento y reiterativo como consecuencia del
bicameralismo. La larga duración del procedimiento legislativo ordinario, en la práctica,
de hecho incentiva el recurso al creciente uso y abuso de los decretos-leyes o legislación
de urgencia por los sucesivos Gobiernos. Sobre todo, no es evidente que mejore siempre
la calidad de la ley. Una reflexión general y un debate sobre nuestro procedimiento
legislativo ordinario y bicameral con suficientes dosis de imaginación son necesarios
para actualizarlo. La sociedad digital ha transformado seriamente las cosas y es más
difícil incidir en ella mediante las regulaciones legislativas. Nuestros procedimientos
parlamentarios, también el legislativo, en cambio, son muy antiguos y deberían
revisarse. Tampoco existe una suficiente preocupación sobre la calidad de la ley y la
técnica de la elaboración de las leyes en tiempos de una verdadera fábrica de las leyes o
motorización legislativa. Un mayor rigor en los contenidos y una preocupación sobre el
control de su aplicación o la evaluación de las leyes probablemente produciría una
mayor eficacia. Igualmente, el control de constitucionalidad de la ley debería avanzar
más en la revisión de graves defectos de técnica legislativa que deben comprenderse
como vicios de inconstitucionalidad formal.
Tipos de procedimientos especiales. El Capítulo III del mismo Título V del Reglamento
del Congreso se destina a las especialidades en el procedimiento legislativo. Se regulan
diversas especificidades para las Leyes Orgánicas, la Ley de Presupuestos, los Estatutos
de Autonomía, la reforma de los Estatutos, la reforma constitucional, la competencia
legislativa plena de las Comisiones, la tramitación de una ley en lectura única y un
procedimiento de urgencia. Carece de sentido pedagógico en este nivel de los estudios
una exposición pormenorizada de cada uno de estos tipos y sus especialidades en el
procedimiento cuya regulación puede leerse en el Reglamento del Congreso de los
Diputados y en el del Senado (artículo 130 RCD y artículo 129 y ss RS). Simplemente
daré noticia sucinta de algunas de estas variantes.
Leyes Orgánicas. Se tramitan como leyes orgánicas los proyectos y proposiciones de ley
a los que la Mesa, oída la Junta de Portavoces, otorgue tal calificación a la vista del
criterio expuesto por el Gobierno y la ponencia en su informe. Su aprobación requerirá
el voto favorable de la mayoría absoluta de los miembros del Congreso en una votación
final sobre el conjunto del texto. Si se consigue, se remite al Senado; si no se alcanza, se
devuelve a Comisión para nuevo dictamen. No es extraño que la iniciativa vaya siendo
aprobada por mayoría simple, incorporando o rechazando las enmiendas, y se espere a
alcanzar la mayoría absoluta sólo al tiempo de la votación final. Cabe admitir enmiendas
reservadas a ley orgánica en proyectos de ley ordinaria.
Sanción/ promulgación/ publicación. Una vez fijado el texto de la ley, deben cumplirse
además otros trámites antes de su entrada en vigor. Estos tres actos –sanción,
promulgación y publicación– integran la validez de la ley, en una fase conclusiva o final, y
la perfeccionan una vez concluida la fase central de deliberación o discusión en el
Parlamento. “Promulgar” quiere decir proclamar o hacer fehaciente una ley aprobada
por las Cámaras; se hace mediante una forma solemne que permite autenticar la ley de
una manera casi notarial, entraña al tiempo un mandato de observancia de la ley como
norma jurídica. Consiste en un doble texto formal que se ubica al principio y al final de la
ley por el que se hace saber o se proclama que las Cortes han aprobado una ley. La
“publicación” es un acto por el cual se hace público el contenido de la ley mediante su
edición en un diario oficial: el Boletín Oficial del Estado (BOE). Se organiza por el
Gobierno en el Ministerio de la Presidencia, tras la sanción regia, quien procede a la
numeración de la ley y a su remisión al BOE. Sin embargo, sanción y promulgación se
realizan en un único momento, razón por lo que tienden a confundirse en la práctica. La
“sanción” es la firma de la ley por el Jefe del Estado y se hace junto a la fórmula final de
promulgación. El artículo 62.a] CE afirma que corresponde al Rey sancionar y
promulgar las leyes.
Plazo de sanción de quince días. La Constitución (artículo 91 CE) señala que el Rey
sancionará las leyes aprobadas por las Cortes Generales en el plazo de quince días y las
promulgará y ordenará su inmediata publicación por el Gobierno. El cómputo del
término o dies a quo se discute si debe computarse desde la última intervención del
Congreso, o desde que el Presidente presente la Ley a la firma, o desde que el Gobierno
reciba el texto de las Cortes, porque si no cualquier retraso en este trámite por las
secretarías generales de las Cámaras o por la presidencia del Gobierno redundaría en
un aminoramiento del plazo regio. Puede firmarse en territorio español en el extranjero
como es una aeronave o una embajada, si el Rey se encontrara ausente del reino, de lo
cual hay precedentes. Se ha discutido también si el Rey podría recorrer ese plazo de
quince días hasta agotarlo, como medio de presión, en vez de proceder a la inmediata
sanción, pero es un debate estéril, porque no puede tocar o modificar el texto aprobado
por las Cortes ni devolverlo a las Cámaras o al Gobierno para que tome una iniciativa
para su ulterior modificación.
Publicación. Es el acto con mayor relevancia jurídica de los tres, porque determina la
entrada en vigor de la ley según disponga una disposición final, que puede imponer un
plazo de vacatio legis que, si no se dispone otra cosa, será de veinte días conforme
ordena el Código Civil (artículo 2.1). La publicación marca el momento desde el que se
inicia el cómputo de cualesquiera plazos legales. Se satisface así el principio de
publicidad que el artículo 9.3 CE impone: las leyes no pueden ser secretas en un Estado
de Derecho. Existen algunos pocos ejemplos, durante la Dictadura del General Franco,
de leyes no publicadas o secretas. Sin embargo, las leyes no son meras directrices
gubernamentales internas y deben ser públicas.
8. LA FUNCIÓN PRESUPUESTARIA
Limitaciones a las enmiendas. Por otra parte, la enmienda, examen y aprobación de los
Presupuestos corresponde a las Cortes Generales, y se sigue el procedimiento legislativo
común, pero tiene algunas reglas muy singulares y diversas a las leyes (apartados 6.º y
7.º del artículo 134 CE). Toda proposición de ley o enmienda que suponga aumento del
gasto público o disminución de los ingresos requerirá la conformidad del Gobierno para
su tramitación. El llamado veto gubernamental por razones presupuestarias que ya ha
sido explicado en esta lección; una herramienta de la que el Gobierno ha abusado frente
a las proposiciones de ley de los Grupos parlamentarios de la oposición en tiempos de
parlamentarismo fragmentado, y que la jurisprudencia constitucional ha frenado
imponiendo algunos límites a su exégesis. Sobre todo, conforme al Reglamento del
Congreso de los Diputados (artículo 133 apartados 3.º y 4.ª RCD), la facultad de
enmienda tiene una importante limitación, que restringe el derecho a la enmienda de los
parlamentarios, ya que sólo serán admitidas a trámite las enmiendas a los Presupuestos
que supongan aumento de créditos en algún concepto, si proponen una baja de igual
cuantía en la misma Sección; del mismo modo, las enmiendas que supongan minoración
de ingresos requerirán la conformidad del Gobierno para su tramitación. Una previsión
que limita bastante el debate parlamentario.
Materias prohibidas o vedadas. Quedan pues fuera del ámbito de la Ley de Presupuestos
las normas típicas de Derecho codificado u otras previsiones normativas donde no se
produzca esa conexión directa en inmediata con las habilitaciones de gasto y las
previsiones de ingresos (SSTC 38/2014 y 152/2014).
Carácter anual. El articulo 134 CE establece el carácter anual de los Presupuestos. En
teoría otras posibilidades son hipotéticamente posibles. La Unión Europea p.ej. adopta
planes de gasto a largo plazo, que se denominan marcos financieros plurianuales y
tienen una duración de entre cinco y siete años. Pero sólo se impone esta anualidad
respecto del contenido propio, las normas incorporadas como contenido eventual,
pueden tener vocación de permanencia (SSTC 65/1990, 34/2005). Una afirmación que
no deja de albergar ciertas dosis de contradicción lógica.
Las “Leyes de acompañamiento” como malas prácticas. Hasta la STC 76/1992, las Leyes
de Presupuesto regulaban numerosas materias extrapresupuestarias a menudo
escasamente relacionadas con el núcleo indisponible que señala el artículo 134.2 CE; se
editaban cuadros con la multiplicidad de disposiciones modificadas, lo que ofrece una
imagen clara de las dimensiones reales del fenómeno. Desde esa sentencia, esta
posibilidad se frenó, pero el ordenamiento jurídico o los sucesivos Gobiernos –
acostumbrados a un abuso previo al que no querían renunciar–, hicieron crecer como
alternativa otra mala práctica las llamadas “leyes de acompañamiento” a la Ley de
Presupuesto. Son verdaderas leyes, pero con un objeto múltiple y heterogéneo, y
modifican numerosas normas cada año al modo de un cajón de sastre o ley ómnibus;
suelen denominarse leyes de medidas fiscales, administrativas y de orden social. Tienen
en común la dispersión del objeto. Son al parecer una herramienta con génesis en Italia,
la llamada legge finanziaria, donde al menos se limitan a la materia financiera. Diversos
autores (Miguel Ángel Martínez Lago entre otros) las han calificado como un fraude a la
Constitución y la jurisprudencia constitucional. Es difícil no pensar que se comprime en
exceso la seguridad jurídica, la calidad de ley y otros principios constitucionales por esta
avalancha de normas, hasta poder incurrir en la inconstitucionalidad, y más aún cuanto
menos evidente sea la conexión con la materia financiera y su naturaleza instrumental
respecto de los objetivos de la política económica al igual que la Ley de Presupuestos a
la que deberían limitarse a completar.
BIBLIOGRAFÍA
LECCIÓN 33.ª
EL GOBIERNO1
Funciones del Presidente. El férreo control del Ejecutivo se completa con un elenco
competencial que reserva al Presidente el núcleo de la dirección política gubernamental.
De forma genérica, la Ley del Gobierno le atribuye la potestad de establecer el programa
político del Gobierno y de determinar las directrices de la política interior y exterior
(artículo 2.2 b] LG) y la dirección de la política de defensa (artículo 2.2 f] LG). Estas
funciones se concretan en un elenco indeterminado de potestades que definen el modo
de relacionarse del Gobierno con otros órganos constitucionales, impulsando y
orientando su acción hacia el cumplimiento de los fines programados en la dirección
política.
La fase de consultas previas. Tampoco existe una regulación expresa sobre el modo en
que debe desarrollarse la ronda de consultas, pero albergamos algunos usos hace
tiempo arraigados. El primero es el carácter preceptivo de este acto, que deberá
celebrarse con independencia de la rotundidad del resultado electoral. Únicamente la
elección del Presidente derivada del éxito de una moción de censura hace innecesaria la
ronda de consultas. En segundo lugar, las consultas deberá realizarlas personalmente el
monarca con las personas que figuren en un listado suministrado por la Presidente de la
Cámara Baja. Aprendiendo de ciertos conflictos que existieron en el pasado sobre la
selección de ciertos representantes de Grupos en situaciones problemáticas y para
evitar la responsabilidad política del monarca tal y como hemos expuesto al estudiar la
Corona. La Presidenta del Congreso pilota de hecho la crisis. Pero como es una persona
de la mayoría no es extraño que actúe de común acuerdo con el Presidente saliente y
líder de su partido. Ambos usos no están escritos en la Constitución. Es el Jefe del Estado
quien fija la fecha y hora de las entrevistas, sin que exista obligación de observar un
determinado plazo o seguir un orden preceptivo, pero es costumbre que la ronda no se
retrase en el tiempo y que las reuniones se celebren en orden decreciente de escaños
obtenidos. El candidato propuesto por el Rey únicamente debe cumplir los requisitos
comunes que la Ley del Gobierno impone para formar parte del Ejecutivo (artículo 11):
disponer de nacionalidad española, ser mayor de edad, disfrutar de los derechos de
sufragio activo y pasivo, no estar inhabilitado para ejercer empleo o cargo público por
sentencia judicial firme y reunir el resto de requisitos de idoneidad previstos en la Ley
3/2015, de 30 de marzo, reguladora del ejercicio del alto cargo de la Administración
General del Estado. En todo caso, lo razonable es que el candidato sea el líder del
partido mayoritario en el Congreso, quien ha vencido la concurrencia electoral. Pero
puede que, en ocasiones, un líder de otro Grupo parlamentario más pequeño esté en
mejores condiciones de formar un Gobierno de coalición con el respaldo del Congreso.
Aquí existe un margen de maniobra y a veces el vencedor de las elecciones carece de
mayoría y empatía para ser investido Presidente. Por último, la propuesta regia deberá
ser comunicada al Congreso de los Diputados y publicada en el Diario Oficial de las
Cortes. Corresponde al Presidente del Congreso de los Diputados refrendar este acto.
Las limitadas funciones del Gobierno en el funciones. En efecto, el texto legal colma la
omisión constitucional sobre el alcance de la actividad que debe entenderse lógica para
un Gobierno cuya confianza parlamentaria, verdadero elemento legitimador de su
actuación, ha desaparecido. Lo hace, en primer lugar, con una cláusula general que
circunscribe el ámbito de actuación del Gobierno en funciones a “facilitar el normal
desarrollo del proceso de formación del nuevo Gobierno y el traspaso de poderes al
mismo, y limitará su gestión al despacho ordinario de los asuntos públicos,
absteniéndose de adoptar, salvo casos de urgencia debidamente acreditados…
cualesquiera otras medidas” (artículo 21.3 LG). Un límite que solo podrá traspasarse
previa acreditación de la urgencia o interés general que reclame la actuación
gubernativa. Junto a esta prohibición general, la Ley del Gobierno contiene dos elencos
de prohibiciones expresas, que deben entenderse se enuncian a título ejemplificativo y
no cerrado –no agotan todos los supuestos excluidos– con la finalidad de especificar o
concretar el contenido de aquella clásula general. Así el Gobierno en funciones no podrá
ejercer las siguientes facultades: a) aprobar el Proyecto de Ley de Presupuestos
Generales del Estado; b) presentar proyectos de ley; y c) queda suspendido el ejercicio
de las delegaciones legislativas otorgadas por las Cortes (artículo 21, apartados 5.º y
6.º). Por su parte el Presidente no podrá: a) proponer al Rey la disolución de las
Cámaras, b) plantear la cuestión de confianza; y c) proponer al Rey la convocatoria de un
referéndum consultivo. Pero, –inistiré– en general debe entenderse que el Gobierno en
funciones no puede realizar actos que expresen dirección política y debe limitarse al
despacho ordinario de los asuntos públicos. Un concepto de difícil precisión que ha
suscitado problemas en nuestra experiencia constitucionales, donde con alguna
frecuencia los Gobiernos cesados como consecuencia de la pérdida de elecciones se han
extralimitado en sus actuaciones. En una ocasión se entendió que el Gobierno en
funciones, que no había nombrado Magistrados del Tribunal Constitucional antes de la
disolución y convocatoria de elecciones, no podía ya nombrarlos estando en funciones.
El Consejo de Ministros. Es un órgano integrado por todos los miembros del Ejecutivo,
siendo habitual definirlo como el Gobierno en pleno. Su importancia, por tanto, está
fuera de toda discusión, como demuestra el hecho de que todas las alusiones genéricas
al Gobierno a lo largo del texto constitucional deben entenderse referidas a este órgano.
Ostenta, pues, una posición destacada en la estructura del Gobierno, sin perjuicio del ya
conocido protagonismo del Presidente. No existe un verdadero reglamento que regule el
funcionamiento interno del Gobierno, como garantía de la colegialidad, tal y como
ocurre en algunos otros países.
Comisiones Delegadas del Gobierno. La Ley del Gobierno mantiene para nuestro modelo
las antiguas comisiones delegadas que tanto protagonismo tuvieron durante el régimen
anterior a la actual Constitución. Son órganos encargados de coordinar la actuación de
varios Ministerios en cuestiones de carácter general que tengan relación con varios
Departamentos Ministeriales, ofreciendo un cauce para alcanzar acuerdos que puedan
presentarse como propuesta conjunta al Consejo de Ministros, o, de no ser necesaria la
participación de éste, culminen en la resolución del asunto por la misma Comisión
(artículo 6.4).
Nombramiento y cese. La Ley del Gobierno resulta más concreta en lo relativo al acceso
y ejercicio del cargo de Vicepresidente. Son nombrados y separados por el Rey, a
propuesta del Presidente del Gobierno (artículo 12.2), lo que conllevará la extinción
automática de la Vicepresidencia cuando el acto de cese no venga acompañado de un
nuevo nombramiento (artículo 12.3) Asimismo, este texto legal señala que el desempeño
como Vicepresidente no es incompatible con la titularidad de un Ministerio (artículo
3.2), como, por lo demás, ha sido lo habitual en la práctica.
Los gabinetes como órganos de apoyo. La Ley de Gobierno dispone la existencia de los
gabinetes como órganos de apoyo político y técnico de todos los miembros del Gobierno
del Gobierno, así como de los Secretarios de Estado (artículo 10.1). Sus labores son
amplias o transversales y adolecen de cierta ambigüedad y no es fácil definirlas.
Desarrollan tareas de confianza y asesoramiento especial del Presidente, los
Vicepresidentes, los Ministros y los Secretarios de Estado, particularmente en el
desarrollo de la labor política de la persona asistida, sus tareas de carácter
parlamentario, y sus relaciones con las instituciones y la organización administrativa.
Tienen absolutamente prohibido adoptar actos o decisiones propias de la
Administración. Por la propia naturaleza de sus funciones, los Directores de los
Gabinetes son seleccionados por la persona a la que van a asesorar, aunque la Ley del
Gobierno señale que su nombramiento formal se efectúe por Real Decreto del Consejo
de Ministros (artículo 16.1), salvo el de quienes prestan servicios a los Secretarios de
Estado, para el que será suficiente una Orden Ministerial, previo conocimiento del
Consejo de Ministros (artículo 16.2).
Nombramiento y cese. Los Secretarios de Estado son nombrados y separados por Real
Decreto del Consejo, correspondiendo la propuesta al Presidente del Gobierno o al
Ministro en cuyo Departamento vayan a integrarse (artículo 15.1). Son un instrumento
de especial utilidad para la racionalización de la estructura gubernamental, pues
permite al Presidente reducir el número de Ministerios mediante la creación de
Departamentos más amplios y transversales dotados de diversas Secretarías de Estado.
Así ha ocurrido con la ya arraigada unión entre las áreas de la cultura y la educación, a
la que ha llegado a añadirse la propia del deporte. Pero el camino puede recorrerse en
sentido contrario y hacer un Ministro de Universidades, separado del Ministerio de
Educación, y no un Secretario de Estado.
Estatuto penal. Los miembros del Gobierno disfrutan también de una especial
regulación penal tanto en su vertiente sustantiva como procesal. Sin detenernos
demasiado en la primera de estas dimensiones, merece la pena destacar que el Código
Penal tipifica como delitos conductas tales como la invasión violenta o perturbación de
las reuniones del Consejo de Ministros (artículo 503), o las calumnias, injurias o
amenazas graves proferidas al Gobierno (artículo 504). En sentido contrario, es evidente
que los miembros del Gobierno podrán ser perseguidos por actuaciones susceptibles de
ser calificadas como traición (artículo 588), o por revelar secretos cuya divulgación pone
en riesgo la seguridad interna o externa del Estado, o perjudican otros bienes públicos,
como, por lo demás, es común a quienes se desempeñan como funcionarios o
autoridades. Por otra parte, la Constitución prohíbe de forma taxativa que los miembros
del Gobierno puedan beneficiarse de la prerrogativa de gracia en esos delitos,
cualquiera que sea la causa de responsabilidad penal (artículo 102.3 CE).
Fuero especial. El tratamiento procesal penal que merecen los miembros del Gobierno
se traduce en la existencia de un fuero especial expresamente reconocido en la
Constitución (artículo 102): la responsabilidad criminal del Presidente y de los demás
miembros del Gobierno deberá exigirse ante la Sala Segunda del Tribunal Supremo, a
quien compete también llevar a cabo la instrucción. Los miembros del Gobierno quedan
equiparados a Diputados y Senadores en cuanto a su condición de aforados, lo que
generó una relativa controversia en el ámbito académico ante la ausencia de un vínculo
directo que los una a los electores, pero entendemos coherente la decisión con la lógica
de estabilidad gubernamental que inspira todo el texto constitucional. De igual modo,
tampoco parece reprochable la previsión procesal, de rango inferior, que exonera a los
miembros del Gobierno de comparecer para prestar declaración, pues la importancia de
sus funciones aconseja aminorar unas exigencias formales que, por lo demás, son
sustituidas por la presentación de un informe escrito o la evacuación de la declaración
desde su domicilio o despacho habitual.
Los cambios en la función gubernativa. Resultan lejanos los tiempos en que se mantenía
que la función del Gobierno presentaba un carácter necesariamente residual, afirmando
que se circunscribía a lo que no fuera juzgar ni legislar. En la actualidad, nuestra
Constitución habla del papel del Ejecutivo (artículo 97) en términos de dirección tanto
de la política interior y exterior como de la Administración civil y militar y aún de la
defensa del Estado. Se incorpora así el principio italiano del indirizzo o dirección política
como una de las potestades, junto a la tradicional función ejecutiva y a la potestad
reglamentaria, que conforman el ámbito de actuación del Gobierno.
Una función de contornos imprecisos. En España el debate tuvo lugar tras la aprobación
del texto constitucional. Ignacio de Otto se resistió a apreciar la existencia de una
auténtica función de Gobierno equiparable a las clásicas legislativa, ejecutiva y judicial,
argumentando que su ejercicio no se plasma en un único acto, como ocurre con las leyes,
los reglamentos y las sentencias, sino que toma la forma de actividades de naturaleza
muy diversa y libre que pueden reconducirse a otras funciones. Pero ha acabado
imponiéndose la tesis, entre otros autores de Javier García Fernández, para quien la
Constitución consagra una auténtica función de gobierno, distinta y complementaria de
las otras tres y que las precede. Según este autor, el Gobierno en ocasiones tiene una
plena libertad de iniciación, de elección de medios materiales y formas, como ocurre con
la dirección de la política interior y exterior. Otra veces su condicionamiento es mayor
como acontece con la dirección de la Administración y la potestad reglamentaria. En
todos los casos son actuaciones con una variedad de formas jurídicas.
BIBLIOGRAFÍA
(1) Agradezco la transcripción de esta lección de cátedra y las aportaciones de mi colaborador Roberto Rosino
Calle y las sugerencias de José Carlos Cano Montejano.
14 SEP 2023
Lecciones de Derecho Constitucional. 1ª ed., agosto 2023
PARTE TERCERA ÓRGANIZACIÓN CONSTITUCIONAL Y TERRITORIAL DEL
ESTADO
LECCIÓN 34.ª EL PODER JUDICIAL
LECCIÓN 34.ª
EL PODER JUDICIAL1
El tradicional abandono del Poder Judicial por el Derecho Constitucional. Los profesores
del Derecho Constitucional se habían ocupado poco del Poder Judicial hasta fechas
recientes. Se pensaba que jueces y tribunales no eran realmente un “poder” político del
Estado constitucional, a diferencia del Parlamento o el Gobierno, sino un mero agregado
de funcionarios públicos. Prevalecían con inercia las viejas ideas de Montesquieu en El
espíritu de las leyes según las cuales el Poder Judicial era un poder de alguna manera
nulo y los jueces meros voceros o autómatas: las bocas que expresan de forma
inanimada las palabras de la ley. Una cuestión pequeña, de dimensiones procesales e
internas, que no merecía la atención de un constitucionalismo circunscrito a los grandes
problemas constitucionales. No era de extrañar que tampoco desde el Derecho Procesal
se hiciera un estudio global –y en este sentido constitucional– y se afrontaran sus
relaciones con los otros poderes; el enfoque se circunscribía a la descripción de los
diferentes procesos y de la planta y organización judiciales. Igualmente, las
aproximaciones de la Filosofía del Derecho han afrontado casi únicamente la decisión
judicial desde su naturaleza discrecional. En definitiva, corríamos el riesgo de
transformar el estudio del Poder Judicial en un saber corporativo: un caudal del
exclusivo interés para sus destinatarios, jueces y magistrados, y escrito por ellos
mismos. Esta perspectiva obsoleta y disfuncional ha ido cambiando lentamente, pero
aún no tenemos un conocimiento constitucional del Poder Judicial de la misma
profundidad al que existe sobre el Gobierno o el Parlamento y esto explica algunas
insuficiencias en su tratamiento.
El impacto de la expansión de la juridicidad inherente al Estado de Derecho. La
Constitución manda “consolidar un Estado de Derecho que asegure el imperio de la ley
como expresión de la voluntad popular” (§3 del Preámbulo y artículo 1.1 CE). La
expansión de la juridicidad es inherente a cualquier verdadero Estado de Derecho. Este
postulado lleva a que jueces y magistrados cumplan cada vez más funciones, algunas de
las cuales difícilmente hubieran sido inimaginables en el Estado liberal y, en particular,
al tiempo de la codificación en el siglo XIX. Los jueces ya no resuelven sólo conflictos de
intereses entre particulares, o imponen condenas por delitos y faltas, sino que controlan
la actuación del Gobierno y las Administraciones públicas, o mantienen la aplicación de
ciertos principios en las relaciones de trabajo entre particulares, o sostienen la vigencia
del Derecho Europeo como jueces de la Unión que son, o acomodan nuestras normas al
acervo convencional del Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Los nuevos órdenes
de la jurisdicción, al igual que los tradicionales, ya no se ocupan nada más que de
pequeños pleitos de interés privado y de cuestiones técnicas y regladas ni dictan
decisiones meramente aplicativas, explícita y claramente predeterminadas en las
normas, sino que afrontan problemas muy nuevos y variados, dotados de un serio
impacto político y que demandan una interpretación constructiva. Estas cuestiones muy
a menudo desbordan el ámbito tradicional de los tres grandes códigos (civil, penal y
mercantil) y de las dos clásicas leyes de procedimiento (civil y penal). La afirmación de
que, en un Estado de Derecho, no puede haber ámbitos inmunes y exentos de
jurisdicción es una regla general cada vez más consolidada; y sus escasas excepciones,
así ocurre con ciertos actos políticos sometidos a responsabilidad política, demandan
una justificación reforzada y adecuada a la naturaleza del problema. Que un órgano
judicial pueda revisar ciertos extremos de los secretos de Estado, o de la potestad
gubernamental de indulto, o asuma responsabilidades de diálogo en el proceso de
integración europea hubiera sido impensable en los orígenes del Estado constitucional.
La formación de los jueces. Estas serias transformaciones de las funciones judiciales, sin
embargo, demandan una paralela revisión de la formación de los jueces y de su método
de selección, todavía muy ligado entre nosotros al aprendizaje memorístico de los
códigos y de los contenidos de las leyes, en vez de a la exégesis de un complejo conjunto
de fuentes del Derecho, a partir de variados criterios interpretativos, y al empleo con
soltura de las líneas jurisprudenciales y de los avances de la doctrina científica. Un juez
constitucional debe ser capaz de improvisar respuestas a casos a partir de sus
conocimientos jurídicos. La formación y selección de los jueces, en el respeto a la
igualdad en el acceso conforme a los principios de mérito y capacidad, debería
acompasarse a sus nuevas tareas y al escenario europeo de pluralismo constitucional.
Avanzar en la existencia de jueces especialistas y órganos judiciales especializados,
frente al viejo juez generalista, parece asimismo inevitable ante la complejidad técnica
de los nuevos conflictos y la dificultad de una prolija legislación.
El difícil lugar del Consejo. Es preciso dar al Consejo General del Poder Judicial, órgano
de gobierno de los jueces, una configuración constitucionalmente adecuada y estable en
la Ley Orgánica 6/1985, de 1 de julio, del Poder Judicial (desde ahora, LOPJ) del órgano
de gobierno de los jueces. Un Consejo General del Poder Judicial sometido a constantes
vaivenes en su estructura y forma de elección en varias reformas legales, habituado a
malas prácticas como son la lotización en las designaciones parlamentarias de los
Vocales, los largos e injustificados retrasos en la renovaciones por las Cámaras, las
polémicas en sus nombramientos discrecionales de Magistrados, y desorientado en
algunas de sus tareas principales, singularmente la promoción y ascenso de los jueces, y
por todo ello mermado en su legitimidad de ejercicio. A menudo, no se percibe como una
garantía de su independencia por muchos de los jueces, quienes son los principales
destinatarios de sus funciones, y ello es una contradicción en sustancia. Asentar al
Consejo en la división de poderes es un desafío pendiente.
El Poder Judicial como un poder del Estado. La Constitución destina al Poder Judicial el
Título VI y es la única vez que se emplea la expresión “poder”. Un sustantivo que refleja
la decidida voluntad del constituyente de garantizar su independencia externa respecto
de los demás poderes públicos y de los poderes privados frente a la situación anterior
durante la Dictadura.
Un poder difuso: sus diferencias con la acción del gobierno. El término italiano poder
“difuso” indica que se trata de un poder ejercido por una pluralidad de órganos que son
independientes entre sí, lo que llamamos independencia interna. Cada órgano judicial es
independiente del resto y tiene atribuidas funciones judiciales, sus decisiones se
armonizan mediante un sistema legal de recursos y no a través de instrucciones u otros
criterios verticales. La fuerte independencia interna y externa es típica de la
organización judicial y le concede una naturaleza difusa, muy diversa a la del
Parlamento y, sobre todo, a la estructura piramidal del Gobierno. Dicha caracterización
se percibe bien si identificamos la función jurisdiccional por contraposición a la acción
de gobierno, que puede calificarse de unitaria, con un único centro de imputación, una
actividad continuada o sin interrupciones y fuertemente ordenada conforme a un
principio de jerarquía. La función jurisdiccional corresponde, por el contrario, a una
pluralidad de órganos, y es por eso difusa. Es asimismo intermitente, o circunscrita a
decisiones judiciales en procedimientos y no a actuaciones constantes. Unos órganos
judiciales sin coordinación posible salvo mediante un complejo sistema de recursos.
Dadas estas complejas y difusas características, la existencia de un Poder Judicial es
fácil que pueda pasar desapercibida.
Gobernado por el CGPJ pero liderado por el TS. El Consejo es el órgano de gobierno del
Poder Judicial (artículo 122.2 CE). La Constitución le atribuye esta función, no obstante,
asimismo señala que el Tribunal Supremo, con jurisdicción en toda España, es el órgano
jurisdiccional superior en todos los órdenes, salvo en materia de garantías
constitucionales (artículo 123.1 CE). De suerte que el Consejo, no es Poder Judicial sino
un órgano constitucional de dirección política que dirige y gobierna un poder que tiene
como órgano jurisdiccional superior al Tribunal Supremo, que es quien lidera y orienta
con autoridad el ejercicio de las funciones jurisdiccionales, mediante los recursos de
casación y unificación de doctrina. Esta autoridad o liderazgo no le permite dictar
instrucciones, sino que se plasma en criterios jurisprudenciales. Ahora bien, el juzgado o
tribunal que se aparte de los criterios jurisprudenciales sentados por el Tribunal
Supremo deberá justificar por qué lo hace y siempre queda a expensas de que, su
decisión contraria a la jurisprudencia sea revocada por el propio Tribunal Supremo, si es
recurrida por quien se considere perjudicado por ese apartamiento y el Tribunal
Supremo no comparte las razones dadas para no seguir su doctrina.
¿Qué es juzgar? En esencia la función judicial consiste en aplicar la ley en un caso para
resolver un conflicto de intereses o satisfacer la pretensión de un justiciable.
Tradicionalmente se ha explicado conforme a la teoría de la subsunción: una premisa
mayor (la ley), una premisa menor (un supuesto de hecho), y la comprensión del
enjuiciamiento como la conclusión de un silogismo que llevaba a subsumir los hechos o
el caso en la ley. El juzgador debe conocer el Derecho (iura novit curia), interpretar las
disposiciones normativas, y asegurarse de la prueba de los hechos, manteniendo la
contradicción e igualdad de armas de las partes en el proceso. Pero la teoría de la
subsunción está hace tiempo en crisis como forma de explicar adecuadamente un
fenómeno que posee rasgos más complicados. La premisa mayor, la ley, dista de ser
manifiesta, primero porque la existencia de una “disposición” escrita o vehículo formal
no asegura la existencia de una verdadera “norma”; con frecuencia, el intérprete
construye la norma a través de una interpretación de una disposición o de varias de ellas
en conexión sistemática; el Derecho no emana de fuentes como el agua de un caño.
Además, los hechos no siempre están separados de las normas, sino que a veces forman
parte de la propia estructura de las normas y se encuentran dentro las mismas
disposiciones escritas (como ocurre con el hecho imponible en las normas fiscales). Pero
más frecuentemente los hechos están fuera de ellas como acontece con los derechos
fundamentales que son un case-law, y entonces los hechos transforman las normas
constantemente y pueden darle distintos sentidos. Juzgar es participar en la creación del
Derecho, aplicando las fuentes de un ordenamiento jurídico. La distinción entre creación
y aplicación del Derecho no es absoluta, como ya advirtió Kelsen, sino que está fundada
en diferencias de grado.
Límites. Juzgar es dictar una decisión jurídica responsable, pero viene limitada por su
predeterminación en normas previas, sustantivas y adjetivas o de procedimiento, que
pueden ser más o menos estrictas o abiertas. Por eso la Constitución dispone que los
jueces “están sometidos únicamente al imperio de la ley” (artículo 117.1 CE). No es una
sumisión mecánica sino argumentada. De aquí se deduce la obligación del juzgador de
someter su razonamiento, tanto en su motivación como en su fundamentación en las
normas seleccionadas, al sistema de fuentes del Derecho que la Constitución diseña, así
como la obligación de apreciar los hechos conforme a las pruebas. Tampoco es una
sujeción sólo a la ley, sino a una diversidad de fuentes entre las que se encuentran, entre
otras, las normas constitucionales –reglas y principios, valores y derechos–, las normas
europeas, los tratados internacionales, las normas reglamentarias y consuetudinarias,
las jurisprudencias vinculantes de los altos tribunales, y un largo etc. La
predeterminación legal y el sometimiento a la ley no quedan a la libre decisión del
juzgador ni suponen una mochila que el juzgador acarre con total libertad de
desplazamiento fuera del proceso. El juez es independiente porque aplica primero la
Constitución, con mayor intensidad, y luego la ley y el resto de las fuentes del Derecho
que han creado otros sujetos con legitimidad para ello. La ley es la expresión de la
voluntad general a través de la representación política y el juez está sometido a la
misma.
Exclusividad jurisdiccional. Unidad y exclusividad son dos caras de una misma moneda.
Deben comprenderse adecuadamente los mandatos del artículo 117 CE (apartados 4 y 5)
cuando determina, en positivo, que los juzgados y tribunales no ejercerán otras
funciones que las jurisdiccionales, y, en negativo, introduce la prohibición de que ejerzan
cualesquiera otras funciones salvo las “que expresamente les sean atribuidas por ley en
garantía de cualquier derecho”. También el artículo 3.1 LOPJ afirma que la jurisdicción
es única y se ejerce por los Juzgados y Tribunales previstos en esta Ley “sin perjuicio de
las potestades jurisdiccionales reconocidas por la Constitución a otros órganos”. Estas
afirmaciones se refieren a algunas excepciones razonables y legalmente previstas.
Primero, las funciones jurisdiccionales del Tribunal de Cuentas (artículos 136, 135 y
153.c] CE) ligadas a su función de enjuiciamiento contable y control presupuestario, que
son recurribles en casación ante el Tribunal Supremo. Segundo, las funciones como
Administración electoral independiente y en garantía del derecho al sufragio que la Ley
Orgánica de Régimen Electoral atribuye a los jueces. Tercero, las funciones de llevanza
del registro civil donde igualmente se encuentran afectados varios derechos de las
personas. La competencia judicial debe en todo caso venir atribuida a jueces y
tribunales bien por la LOPJ o por cualquier otra ley (artículo 9 LOPJ).
Hubo un largo período de dilaciones o de omisión del desarrollo legal del Jurado, nada
menos que dieciséis años, hasta que se aprobó la Ley Orgánica 5/1995, de 22 de mayo,
del Tribunal del Jurado, modificada en varias ocasiones. El preámbulo reconoce el
jurado como una modalidad de ejercicio del derecho subjetivo a participar en asuntos
públicos (artículo 23.1 CE), propia del status activae civitatis, así como como una
manifestación del artículo 24 CE conexa con los principios de publicidad, inmediación y
oralidad. Es un jurado que se pronuncia exclusivamente sobre los hechos y está
integrado por ciudadanos. Responde, por tanto, al modelo puro. El retraso en su
implantación se explica por las dudas del legislador, si bien el Consejo General del Poder
Judicial había pedido su implantación en varias memorias. No es por eso casual que, por
prudencia, se optara por su introducción gradual a la hora de seleccionar el número de
asuntos y su naturaleza; se optó por delitos cuya acción típica carezca de excesiva
complejidad, o en los que los elementos del tipo fueron especialmente aptos para su
valoración por ciudadanos no profesionales en la función judicial. No obstante, varias
reformas legislativas han modificado la lista de los delitos cuyo enjuiciamiento se somete
al jurado. La Ley Orgánica regula la selección de los miembros del jurado y un régimen
generoso de excusas “remitido a la prudencia de la jurisdicción que ha de apreciarlas”
dice la exposición de motivos, buscando una participación “lo más aceptada posible”; el
desempeño de las funciones de jurado será retribuido e indemnizado Son requisitos para
ser jurado: ser español, mayor de edad, pleno ejercicio de los derechos políticos, saber
leer y escribir, ser vecino de los municipios de la provincia en que el delito se haya
cometido, y contar con un aptitud suficiente; la Administración de justicia debe
prestarles los apoyos necesarios. Se prevé una composición de nueve jurados y un
Magistrado integrante de la Audiencia Provincial que lo presidirá. La intervención del
jurado comienza en la fase del juicio oral, buscando la práctica de la prueba en él según
una consolidada jurisprudencia constitucional. Es una resolución del Juez Instructor la
que abre el juicio oral, decidiendo sobre la razonabilidad de la acusación y la viabilidad
del juicio. Los ciudadanos emitirán un veredicto, declarando probado o no el hecho
justiciable, y proclamarán la culpabilidad o falta de culpa del acusado. Es luego el
Magistrado presidente dictará la sentencia en la que determinará la pena y las medidas
de seguridad que correspondan o la absolución.
Presidencia y mandato de cinco años. El CGPJ está integrado por el Presidente del TS
que lo preside y por veinte vocales nombrados por el Rey por un período de cinco años
(artículo 122.3 CE). El término del mandato, cinco años, un año superior a los cuatro de
duración de la Legislatura, busca garantizar que las mayorías de las Cortes General y el
Consejo no sean paralelas y simétricas. Pero limita muy poco porque sólo retrasa un año
lo inevitable, y luego la mayoría parlamentaria se proyecta en el Consejo mediante la
designación parlamentaria.
Composición. Designación parlamentaria. Vocales juristas o de extracción judicial. Los
veinte vocales son elegidos: a) un grupo, de “doce entre jueces y magistrados de todas
las categorías judiciales en los términos que establezca la ley orgánica”; b) otro segundo
grupo, cuatro a propuesta del Congreso de los Diputados, y cuatro a propuesta del
Senado, elegidos en ambos casos por mayoría de tres quintos entre abogados y otros
juristas, “todos ellos de reconocida competencia” y con más de quince años de ejercicio
de su profesión (artículo 122.3 CE). Hay pues vocales de extracción judicial y otros que
son juristas.
Requisitos para la elección como Vocal. La Constitución exige pues a los Vocales dos
tipos de requisitos: ser juez o magistrado, u otro tipo de jurista, y, en ambos casos,
poseer reconocida competencia con más de quince años de ejercicio profesional en
funciones jurídicas. Una interpretación finalista lleva a pensar que el periodo de quince
años y la reconocida competencia no pueden disociarse, sino que deben sumarse con el
fin de que los Vocales puedan ser considerados jueces o juristas de prestigio entre sus
pares, pues es manifiesto que no basta con el mero transcurso del tiempo y la
antigüedad para alcanzar reconocida competencia.
Los vaivenes en la configuración legal: distintas lecturas del artículo 122.3 CE.
Desarrollando el mencionado artículo 122.3 CE hemos tenido ya cuatro modelos legales
de Consejo. La polémica se ha producido respecto de la forma de elección de los doce
vocales de extracción judicial. El debate aún no se ha cerrado satisfactoriamente
mediante un compromiso entre fuerzas políticas. Acaso porque a menudo no hay
soluciones ideales sino contingentes e históricas y nada funciona sin compromisos y
transacciones.
Primero, la Ley Orgánica 1/1980, de 10 de enero, del CGPJ, previa a aprobarse la LOPJ y
para hacer posible la elección por este órgano de los Magistrados del Tribunal
Constitucional que le correspondía designar, dispuso un modelo de elección judicial. Los
doce vocales de origen judicial eran elegidos por los miembros de la carrera judicial
entre tres magistrados del TS, seis magistrados de otro tipo y tres jueces, mediante
elecciones con candidaturas abiertas que presentaban las asociaciones judiciales, y con
un voto mayoritario limitado. Los resultados produjeron un Consejo de tendencia
conservadora.
Cuarto, bajo el Ministerio del Sr. Gallardón, se reformó de nuevo la LOPJ y se aprobó la
Ley Orgánica 4/2013, de 28 de junio, de reforma del Consejo y la LOPJ, el llamado
modelo Lesmes en virtud de quien sería Presidente del TS. Es el sistema vigente, sigue
siendo un modelo de elección parlamentaria con colaboración judicial y vuelve la
reforma a centrarse en los vocales del turno judicial. El juez o magistrado que desee
presentar su candidatura podrá elegir entre aportar el aval de veinticinco miembros de
la carrera judicial en servicio activo o el aval de una asociación judicial; cada uno de los
jueces o magistrados o Asociaciones judiciales podrá avalar hasta un máximo de doce
candidatos. De manera que se rebajan o facilitan los requisitos para la presentación de
candidaturas.
¿Cuál es el mejor modelo? Quizás el verdadero problema no sea tanto la elección judicial
(que recomienda el Consejo de Europa) o parlamentaria, porque ambas fórmulas pueden
corromperse, y es difícil negar en una democracia representativa la legitimidad de una
designación parlamentaria, tanto como asegurarse de la idoneidad moral,
independencia de criterio y capacidad técnica de los candidatos. Unos extremos que
deberían comprobarse en una adecuada comparecencia parlamentaria realizada con
suficiente tiempo y rigor en el control parlamentario en vez de concebirse como un
trámite formal o engorroso que puede satisfacerse en poco tiempo y normalmente con
preguntas protocolarias. La cuestión no es tanto cómo se eligen sino cómo deben actuar
los Vocales y qué requisitos deben reunir. El Consejo no es un parlamento y sus Vocales
no pertenecen un Grupo parlamentario y deben, por el contrario, preocuparse por
garantizar la independencia e imparcialidad de jueces y magistrados y del respeto de los
principios de mérito y capacidad en el nombramiento de ciertos puestos no reglados. El
gobierno de los jueces no puede tener las mismas dosis de discrecionalidad política que
el Gobierno de la nación por la misma naturaleza de las funciones que el Consejo
cumple; son entendimientos distintos de la acción de gobierno que, en el caso del
Consejo, se limita a administrar el estatuto de jueces y magistrados. La lotización, el
reparto en cuotas de los nombramientos a efectuar, y las presiones de las asociaciones
judiciales configuran un coctel explosivo.
La presidencia del TS y del CGPJ. Los veinte vocales eligen, pero no entre ellos, al
Presidente del TS que, por serlo, preside el Consejo. No obstante, es complejo presidir al
tiempo un órgano jurisdiccional y un órgano de gobierno y dirección política, pues son
cosas de naturalezas distinta y puede que no sean tan compatibles, pues quizás no pueda
bastar con cambiar la sede de ambas instituciones para devenir independiente. La
Constitución pretende bienintencionadamente integrar ambos órganos, evitando
conflictos, mediante una presidencia común, pero puede que no sea tan sencillo ser juez
y gobernante al tiempo y preservar con eficacia la independencia del primero. La
experiencia revela, sin embargo, que no ha habido grandes conflictos en la práctica en
este asunto.
6. EL MINISTERIO FISCAL
¿Debe el Ministerio Fiscal ser independiente? Una independencia débil. En este sentido,
Luis María Díez Picazo concluye en una monografía, tras un análisis de Derecho
comparado, que la única independencia que cabe reclamar para el Ministerio Fiscal es
una “independencia en sentido débil” por razones de legitimidad democrática, porque
alguien debe asumir la responsabilidad política de la política criminal que forma parte
de la dirección política gubernamental. El Gobierno debe ser responsable de los
“criterios generales” de actuación del Ministerio Fiscal, pero debe abstenerse de
interferir en decisiones en casos concretos. El Ministerio Fiscal debe, por tanto, tener
una autonomía en su funcionamiento. Todo lo cual no significa que sean una mera
dependencia administrativa, antes bien se asemeja a una agencia independiente o una
administración autónoma. Al cabo, la función del constitucionalismo es limitar las
instituciones.
Nombramiento del Fiscal General del Estado. El Fiscal General del Estado es nombrado
por el Rey a propuesta del Gobierno (artículo 124.4 CE), lo que no es precisamente una
garantía de su independencia, y refleja su sensibilidad hacia una mayoría parlamentaria
y dirección política gubernamental. Es una designación política y debe gozar de la
confianza del Gobierno, a diferencia del resto de los fiscales que cumplen un papel
neutral o técnico. Pero la cuestión es algo más matizada. No puede ser cesado
anticipadamente durante su mandato de cuatro años, lo que sí debe entenderse como
una garantía de autonomía funcional, y le concede un margen de maniobra en sus
actuaciones frente a hipotéticas sanciones. A la par, según el mismo precepto
constitucional, el nombramiento del Fiscal General debe hacerse oído el Consejo
General del Poder Judicial quien puede pronunciarse sobre la idoneidad del candidato,
aunque el informe no sea vinculante. De forma complementaria, el Estatuto Orgánico
(artículo 29) dispone que será elegido entre juristas españoles de reconocido prestigio
con más de quince años de ejercicio efectivo de su profesión; y que, recibido el informe
del Consejo General, el Gobierno comunicará su propuesta al Congreso de los Diputados
para que la persona elegida comparezca ante la comisión parlamentaria
correspondiente “a los efectos de que se puedan valorar los méritos e idoneidad del
candidato propuesto”. Igualmente, posee una inspiración garantista que el Fiscal
General deba tomar posesión del cargo ante el Pleno del Tribunal Supremo. Los
requisitos objetivos del candidato y la intervención del Consejo y el Congreso de los
Diputados y la presencia del Tribunal Supremo deben comprenderse como garantías de
procedimiento. Pero la voluntad de estos órganos constitucionales no es obstativa del
criterio del Gobierno y no parecen garantías suficientes; existen precedentes en que se
ha pasado de ser Ministra de Justicia a Fiscal General sin solución de continuidad.
Funciones del Fiscal General. El Estatuto Orgánico dispone que El Fiscal General dirige
la Fiscalía General del Estado y está asistido en sus funciones por el Consejo Fiscal y la
Junta de Fiscales de Sala. Corresponde al Fiscal General proponer al Gobierno los
nombramientos para los distintos cargos, así como los ascensos conforme a los informes
del Consejo Fiscal. El Fiscal General, conforme al principio de jerarquía, puede impartir
a sus subordinados órdenes e instrucciones, y avocar y sustituir a los Fiscales
designados cumpliendo las limitaciones fijadas en el Estatuto Orgánico. El Ministerio
Fiscal es único en todo el Estado. También debe elevar al Gobierno una memoria anual
sobre su actividad, la evolución de la criminalidad, la prevención del delito y las
reformas convenientes para una mayor eficacia de la Justicia. Unas cuestiones atinentes
a la política criminal. Igualmente, el Ministerio Fiscal debe colaborar con las Cortes
Generales a requerimiento de éstas y puede comparecer ante las mismas para informar
de asuntos. El Consejo Fiscal se constituye, bajo la presidencia del Fiscal General, y lo
integran además el Teniente Fiscal del Tribunal Supremo, el Fiscal Inspector Jefe y
nueve fiscales pertenecientes a cualquiera de las categorías, elegidos por los miembros
en activo de la carrera fiscal.
Órdenes del Gobierno y papel de la Junta de Fiscales de Sala del Tribunal Supremo. El
Gobierno puede “interesar” del Fiscal General que promueva ante los Tribunales las
actuaciones pertinentes, pero éste, oída la Junta de Fiscales de Sala del Tribunal
Supremo, puede resolver sobre la viabilidad o procedencia de estas órdenes y exponer
su resolución al Gobierno de forma razonada. La fórmula “interesar” no equivale
directamente a “ordenar”. No obstante, en la práctica, no es estadísticamente frecuente
la oposición al Gobierno por la Junta de Fiscales, aunque tiene perfecta cabida en el
artículo 8 del Estatuto Orgánico, pues suele atenderse a lo que aquél interesa. Así el
Gobierno pueden instar al Fiscal General a no perseguir a una parte imputada y éste
trasladar la orden a sus subordinados (artículo 26 EOMF). Es, sin embargo, cierto que
ningún Fiscal está obligado a cumplir una orden ilegal ni tampoco órdenes directas del
Ministro de Justicia o del Gobierno; y respecto de las emitidas por el Fiscal General del
Estado o por su superior, el Fiscal que las y las considere contrarias a las leyes puede
hacerlo saber a su Fiscal Jefe mediante informe razonado, o si procediera de éste, a la
Junta de la Fiscalía. Pudiendo el superior ratificarse en sus instrucciones por escrito
razonado. Un escenario de calculada ambigüedad.
Una imagen de un poder del Estado. La Constitución simplemente afirma (artículo 117
CE) que el Poder Judicial está integrado por Jueces y Magistrados, y reconoce la posición
de supremacía del Tribunal Supremo (artículo 123 CE). Pero apenas nada dice de la
organización del Poder Judicial o de la planta judicial y la cuestión queda en las manos
de la LOPJ. Es pues una cuestión con una dimensión legal y preferentemente procesal.
Pero parece conveniente ofrecer una imagen o visualización de la estructura de este
poder del Estado al igual que hemos hecho con todos los demás.
“De la división territorial en lo judicial”. Así reza el Capítulo II del Título I de la LPOJ
(artículos 30 y ss) que se dedica a la división territorial. El Estado se organiza
territorialmente, a efectos judiciales, en municipios, partidos, provincias y CCAA. El
partido es una unidad territorial integrado por varios municipios limítrofes y
pertenecientes a una misma provincia; las demás entidades se corresponden con la
demarcación administrativa del mismo nombre. La Comunidad Autónoma es sede de los
Tribunales Superiores de Justicia. Las CCAA participan en la organización de las
demarcaciones judiciales de sus territorios, remitiendo una solicitud al Gobierno; y el
Consejo General del Poder Judicial informa la petición de la capitalidad de los partidos
judiciales por las CCAA. Pero es el Gobierno quien crea las secciones y juzgados que no
supongan alteración de la demarcación territorial, oída la Comunidad afectada y el
CGPJ. Existen Juzgados de Paz en los municipios que no sean capital de partidos
judiciales. En cada partido, hay Juzgados de Primera Instancia e Instrucción y uno o más
Juzgados de Violencia sobre la mujer. Hay una Audiencia Provincial en la capital de la
Provincia y uno o varios Juzgados de lo Mercantil, de lo Penal, de lo Contencioso
Administrativo, de lo Social, de Vigilancia Penitenciaria y de Menores. En cada
Comunidad Autónoma existe un Tribunal Superior de Justicia (artículo 152.1 CE y
artículo 71 LOPJ). Además, existen dos órganos con jurisdicción en todo el Estado: el
Tribunal Supremo y la Audiencia Nacional; con sujeción a esta última, existen también
Juzgados Centrales de lo Contencioso-Administrativo, Juzgados Centrales de Vigilancia
Penitenciaria y el Juzgado Central de Menores.
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(1) Agradezco las aportaciones a esta lección de Pablo Lucas Murillo de la Cueva.
14 SEP 2023
Lecciones de Derecho Constitucional. 1ª ed., agosto 2023
PARTE TERCERA ÓRGANIZACIÓN CONSTITUCIONAL Y TERRITORIAL DEL
ESTADO
LECCIÓN 35.ª PRINCIPIOS CONSTITUCIONALES DEL ESTADO AUTONÓMICO
LECCIÓN 35.ª
Sobre nuestra Constitución histórica: las Españas. Para comprender mejor las cosas, es
menester recordar que España surge como Estado a finales del siglo XV con los Reyes
Católicos mediante una “Unión personal” o “Estado compuesto” de dos viejos Reinos,
Castilla y Aragón, y en virtud del matrimonio de sus monarcas, Isabel y Fernando. Unas
alianzas familiares y dinásticas que eran habituales en la época. Pero cada uno de esos
Reinos conservó sus instituciones y su Derecho público y privado. Fuimos unos de los
primeros Estados europeos, pero la unificación no fue intensa. Con el tiempo, esta Unión
personal evolucionó de forma centrípeta o unitaria y devino una “Unión real”, una fase
ulterior de ese ambiguo Estado compuesto, poniendo en común algunas instituciones y
normas, pero cada Reino conservaba su autogobierno y subsistía un fuerte pluralismo
territorial.
No se hablará realmente de España como “nación” hasta mucho más tarde, el siglo XIX,
después de la invasión de Napoleón y las tropas francesas, lo que produjo una reacción
interna y nacional, significativamente unitaria como comunidad política. Sin perjuicio de
que muchos españoles ilustrados, los “afrancesados”, apoyaran las ideas liberales que
traían los franceses, y se introdujeron en el Estatuto de Bayona de 1808. Al igual que
ocurrió en muchos países europeos, la guerra de independencia tuvo algo también de
enfrentamiento entre españoles y paradójicamente de momento de construcción
nacional.
El trípode de principios del artículo 2 CE. El precepto de toda la Constitución que más se
discutió, con gran diferencia, en la constituyente fue el artículo 2 CE según queda larga
constancia en el Diario de Sesiones. Refleja un alambicado y complicadísimo consenso
político y por eso el texto es muy reiterativo. Dice así “La Constitución se fundamenta en
la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los
españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y
regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas”. Un trípode de principios
constitucionales inspira la configuración de un modelo de Estado muy abierto e
impreciso. Los principios de unidad, autonomía y solidaridad. Ésta última es una forma
multilateral de entender la unidad y la integración, que estudiaremos separadamente.
a) Un límite negativo es que las CCAA carecen de poder constituyente para aprobar su
constitución. Los Estatutos de Autonomía se aprueban por leyes orgánicas del Estado
que tienen una compleja naturaleza y son la norma básica de cada Comunidad.
b) Un ingrediente positivo es que todas las CCAA poseen potestad legislativa y
autonomía política o autogobierno. Se discute, como veremos, si la esencia de la
autonomía política está en la legislación o en la ejecución o en una financiación
suficiente o en la elaboración de direcciones políticas propias. Pero la potestad
legislativa permite a cada Comunidad crear un ordenamiento jurídico integrado en el
ordenamiento estatal y es esencial porque permite vertebrar políticas donde la
ejecución no baste. Tenemos un ordenamiento estatal formado por una pluralidad de
ordenamientos internos.
e) Uso anfibológico del término Estado. Las CCAA son Estado. El TC ha explicado (STC
58/1982) que la palabra “Estado” se usa en la Constitución con un doble sentido y
permite una doble interpretación según los casos. Designa la totalidad de la
organización del Estado o el “Estado en su conjunto” incluyendo las CCAA. Pero también
puede referirse, en un sentido más restrictivo, a “los órganos generales del Estado” y
por oposición a las CCAA. Pero no sólo los órganos generales del Estado preservan el
interés general también lo hacen las CCAA que igualmente son Estado.
Los límites impuestos por los Acuerdos Autonómicos de 1981 y 1992: convenciones
constitucionales. Si las “preautonomías” impusieron la opción por la generalización
autonómica, después de emanarse el llamado “Informe Enterría” (un breve pero
enjundioso informe de una comisión de expertos administrativistas presidida por el
Profesor García de Enterría y encargado por el Presidente Sr. Suárez) y alcanzarse los
Acuerdos UCD-PSOE de 1981 que de este informe derivaron perfilaron otros extremos o
cabos sueltos del modelo. Tan es así que fueron correctamente calificados como
verdaderas convenciones constitucionales (Luciano Vandelli). Entre sus contenidos
principales:
• La generalización de las potestades legislativas a todas las CCAA, que era algo que se
deducía implícitamente de la Constitución, pero que no resultaba evidente (según
mostró Santiago Muñoz Machado).
En 1992 ya habían transcurridos los cinco años que prescribía el artículo 148.2 CE para
reformar los Estatutos e incrementar las competencias y se aprobó un segundo Acuerdo
político, ahora PP-PSOE, de ampliación competencial. Se pactó reformar los Estatutos
de Autonomía de las CCAA de segundo grado, y, a la vez, aprobar la que sería la Ley
Orgánica 9/1992, de 23 de septiembre, de transferencia de competencias a las CCAA
que accedieron a la autonomía por la vía del artículo 143 CE. De nuevo, la solución era
discutible, porque lo lógico habría sido reformar esos Estatutos como el precepto
constitucional citado permite, pero, por si acaso, se transfirieron anticipadamente las
competencias a las CCAA por ley orgánica, mezclando indebida y confusamente
competencias asumidas en los Estatutos y competencias transferidas por ley orgánica.
4. PRINCIPIO DE UNIDAD
Unidad económica o del mercado nacional y europeo. No hay una cláusula expresa y con
detalle de la unidad del mercado como existe en otras Constituciones europeas (en
particular Suiza donde además han hecho suya la interpretación del Tribunal de Justicia
sobre la libre circulación) y ésta es sin duda la cuestión más compleja. Esta unidad
económica la ha construido el TC en numerosas sentencias (SSTC 1/1982, 32/1983,
96/1984, entre las primeras, pero hay numerosas resoluciones), quien lo ha considerado
implícita en la unidad que consagran básicamente el artículo 2 CE y también el artículo
139 CE. El primero de esos preceptos se limita a establecer la unidad de la nación, y es
bien conocido que uno de los entendimientos habituales de una nación es su existencia
como un mercado. En España, esta lógica llevó a que desaparecieran las aduanas
internas, que subsistieron mucho siglos y fragmentaban el mercado nacional con
fiscalidades diversas, y a que esas aduanas se llevaran a las fronteras en el siglo XIX
creándose un mercado único. Por más que ahora la Unión Europea se entiende como un
territorio aduanero y el mercado europeo es mucho más amplio que el nacional. El
mantenimiento de ese mercado europeo y de las libertades de circulación y
establecimiento que le son inherentes viene intensamente protegido por las normas de
la Unión y la jurisprudencia del Tribunal de justicia frente a las “distorsiones del
mercado”. A su vez, el artículo 139.2 CE ordena que “ninguna autoridad podrá adoptar
medidas que directa o indirectamente obstaculicen la libertad de circulación y
establecimiento de las personas y la libertad de circulación de bienes en todo el
territorio español”. Una prohibición específica de oponer obstáculos a la libre
circulación de bienes que permite valorar la legitimidad constitucional de ciertas
medidas de acuerdo con un principio de proporcionalidad con el fin de que las
diferencias resulten adecuadas (STC 88/1986). Un Estado cuasi-federal, el pluralismo
normativo de base territorial, permite razonables diferencias en el mercado nacional,
pero como suele decirse en inglés “not too much” y el problema reside en saber cuánto
es “not too much”.
Deben también leerse los artículos 131.1, 138.2, 139.1, 149.1.13 CE referidos a la
planificación general y la ordenación de la actividad económica, a un equilibro
económico adecuado en los diversos territorios, a la interdicción de privilegios
económicos entre las CCAA, y a la igualdad de derechos de los españoles. La
Constitución pues, mediante normas dispersas e incompletas, exige unos objetivos
económicos unitarios que deben ser aplicados en todo el territorio nacional. Esta
exigencia “es un presupuesto necesario para que el reparto de competencias entre
Estado y CCAA no conduzca a resultados disfuncionales y desintegradores” (STC
1/1982). La unidad del mercado permite, por tanto, dos cosas: imponer acciones
unitarias al poder central para conducir una política económica, una ordenación general
de la economía (SSTC 186/1988 y 64/1990); y limitar el ejercicio de algunas
competencias autonómicas según claramente evidencia el artículo 139.2 CE.
Concepto de Comunidad Autónoma. Podemos definir a las CCAA como “entes públicos,
de base territorial y corporativa o personal, dotados de relevancia constitucional,
titulares de una autonomía política, un autogobierno constitucionalmente garantizado, y
de naturaleza intermedia entre el Estado y los entes locales”. Veámoslo. Cada
Comunidad es una entidad pública con un Gobierno y un Parlamento y otros órganos
auxiliares o instituciones propias, y una Administración pública que se relaciona con sus
administrados. La idea de una autonomía constitucional tiene una justificación reforzada
en un ente territorial frente a una corporación estrictamente personal donde la idea de
autonomía de una corporación puede ser discutible (p.ej. la autonomía universitaria en
el artículo 27.10 CE que queda en las manos de la ley). El pueblo, la población que vive
en una Comunidad Autónoma, es el elemento personal de su ordenamiento jurídico y un
elemento esencial e indefectible de la misma como también lo es el territorio. Hay una
cierta analogía entre los clásicos elementos de un Estado (pueblo, territorio y
soberanía), que están dotados de una conexión inescindible, y los de una Comunidad
Autónoma. Pero los segundos son a la vez elementos del Estado y de la Comunidad.
Georg Jellinek los definió como “fragmentos de Estado” según nos recordó Miguel
Herrero de Miñón. Las CCAA no son “órganos constitucionales” (véase el artículo
59.1.c] de la LOTC) sino entes de relevancia constitucional que la Constitución regula en
sus rasgos esenciales y los Estatutos de Autonomía crean y disciplinan. Se caracterizan
por ser instrumentos del autogobierno de nacionalidades y regiones. También por tener
una naturaleza intermedia entre el Estado y los Municipios y Provincias y contribuyen a
gestionar la supramunicipalidad junto a las Diputaciones Provinciales. El artículo 137
CE, que encabeza el Título VIII de la Constitución sobre la organización territorial del
Estado, ordena distintos niveles de autogobierno en entes territoriales, lo que he
llamado un “Estado de tres términos” o tres peldaños de intereses y competencias.
6. PRINCIPIO DE SOLIDARIDAD
Consagración estatutaria. Mencionaré sólo algunos ejemplos que nos permitan seguir
razonando. En el Estatuto de Autonomía del País Vasco (artículo 41.2 f]), el principio de
solidaridad es un límite al régimen fiscal del concierto económico. En el Estatuto de
Cataluña (artículo 20.2.d]), la solidaridad es un criterio, junto a la población, el esfuerzo
fiscal y otros, para negociar la participación de la Hacienda de la Generalidad en el
Estado; se dice que se aplicará en función de la relación inversa de la renta real por
habitante en Cataluña respecto a la del resto de España. En el Estatuto de Andalucía
(artículo 1) es un objetivo básico de la Comunidad conducente a superar los
desequilibrios interterritoriales.
BIBLIOGRAFÍA
LECCIÓN 36.ª
LA DISTRIBUCIÓN CONSTITUCIONAL DE
COMPETENCIAS1
Las CCAA históricas o con lengua propia (Cataluña, el País Vasco y Galicia) fueron
dispensadas de seguir este procedimiento por la Disposición Transitoria Segunda al
haber plebiscitado en el pasado (durante la II República) proyectos de Estatutos de
Autonomía y contar con un régimen provisional de autonomía. Estas cuatro CCAA
accedieron directamente a un nivel superior de competencias.
Por su parte, Navarra se amparó en la Disposición Adicional Primera que reconoce los
derechos históricos de los territorios forales y permite la actualización general de
régimen foral en el marco de la Constitución y de los Estatutos de Autonomía. Así se hizo
mediante la Ley Orgánica 13/1982 de Reintegración y Amejoramiento del Régimen Foral
de Navarra, consecuencia de la negociación entre la Diputación Foral y las Cortes
Generales. De manera que pudo ubicarse junto a las CCAA del artículo 151 CE. Los
estudiosos del amejoramiento han destacado que se trata a la vez de un Estatuto y de
una actualización del régimen foral, y estiman que es un Estatuto paccionado entre los
órganos representativos de Navarra y de todo el Estado dentro del marco de la
Constitución. El problema es resolver qué quiere decirse con paccionado, pero es
patente que refleja las voluntades de dos sujetos.
Procedimiento especial (II). En cambio, las CCAA del artículo 151 CE siguieron el
procedimiento dispuesto en el artículo 151.2 CE, que prevé la creación de una asamblea
de parlamentarios para la redacción del proyecto de Estatuto y su aprobación por
mayoría absoluta, constituida por todos los Diputados y Senadores elegidos en el
territorio que pretenda acceder al autogobierno. A partir de aquí, el procedimiento
adquiere rasgos paccionados entre los defensores de la propuesta y las Cortes. Pues la
asamblea de parlamentarios remite el proyecto a la Comisión Constitucional del
Congreso, que debe examinarlo en el plazo de dos meses, “con el concurso y asistencia
de una delegación de la Asamblea proponente”, para determinar “de común acuerdo” su
formulación definitiva. La Constitución impulsa pues el acuerdo y no la enmienda del
proyecto, y de hecho fueron aprobados sin modificaciones. El Reglamento del Congreso
de los Diputados (artículos. 137 y ss.) continúa también esta tendencia paccionada, pues
habla de que ambas Ponencias procederán conjuntamente al estudio de los “motivos de
desacuerdo” y no de presentación de enmiendas, y les impulsa a intentar alcanzar un
acuerdo (artículo 140). Si dicho acuerdo se alcanza, el texto se somete a referéndum del
cuerpo electoral de las Provincias afectadas. Sólo mas tarde y si es aprobado en ese
referéndum, es sometido a “un voto de ratificación” de ambas Cámaras, obsérvese que
no dice de aprobación. De no alcanzarse el acuerdo, se tramita como proyecto de ley y
luego debe aprobarse en referéndum.
Entre los contenidos obligatorios (artículo 147.2 CE) están los siguientes. a) La
denominación de la Comunidad que mejor corresponda a su identidad histórica. La
aprobación del Estatuto crea una Comunidad desde un punto de vista jurídico con
independencia de su entidad cultural e histórica (STC 76/1988 caso Ley de Territorios
Históricos). b) La delimitación del territorio que es elemento definitorio de la
Comunidad y ámbito espacial de su ordenamiento jurídico. c) La denominación,
organización y sede de las instituciones autónomas propias. A las CCAA del artículo 151
CE se les exigió por la Constitución que tuvieran una Asamblea legislativa, elegida por
sufragio universal y representación proporcional, asegurando la representación de las
diversas partes del territorio, un Consejo de Gobierno y un Presidente. Pero también las
CCAA del artículo 143 CE adoptaron una organización semejante. Se ha admitido por el
TC que el Estatuto reenvíe a la ley autonómica para elegir la sede del Parlamento (STC
89/1984 sobre Estatuto de Castilla y León), precisando que no existe “una reserva
estatutaria absoluta” frente a la ley de la Comunidad Autónoma sino relativa, y que el
Estatuto establecía criterios y un procedimiento de designación de la sede. Hay diversas
instituciones auxiliares de autogobierno (defensores del pueblo, tribunales de cuentas,
consejo consultivos…) que han sido creadas en leyes autonómicas y no necesariamente
en los Estatutos, y algunas de ellas se incorporaron más tarde a éstos; el TC ha admitido
que es un lícito ejercicio de la potestad autoorganizatoria (STC 247/2007). d) Las
competencias asumidas dentro de la Constitución y las bases para el traspaso de los
servicios. Los Estatutos asumen competencias de la Constitución que no otorga
competencias directamente a las CCAA. Son el instrumento fundamental, aunque no el
único, para llevar a cabo la asunción de competencias. También se ha reconocido por la
STC 31/2010 que los Estatutos, “ante la indefinición del texto constitucional”, “la
incertidumbre en la identificación formal de las categorías”, y la dispersión de criterios
en la jurisprudencia emanada en décadas pueden describir o relacionar, sin definir, que
es algo que sólo puede usar la Constitución formal y el intérprete supremo, las
categorías y principios del diseño constitucional. De nuevo, muy complicado.
¿Un sistema o un rompecabezas? Pese a que solemos hablar del sistema constitucional
de distribución de competencias no es un verdadero “sistema”, es decir, un conjunto
ordenado de normas con arreglo a pautas lógicas, dotado de coherencia y desprovisto de
contradicciones internas. En la realidad de las cosas, está compuesto por una serie de
reglas y algunas normas de principio que articulan una multiplicidad de materias,
secciones de materias y títulos competenciales de difícil ordenación, contenidos en
disposiciones constitucionales, estatutarias y legales no siempre plenamente
coincidentes. Un verdadero galimatías o rompecabezas extremadamente casuístico.
Llegaron a singularizarse alrededor de doscientos setenta títulos competenciales
después de las reformas operadas después de 1992, pero son muchos más en la
actualidad tras los nuevos Estatutos. Son, en buena medida, normas de construcción
jurisprudencial y elaboradas mediante una interpretación tópica, caso a caso, antes que
sistemática y contenidas en cientos de sentencias. Un Estado jurisprudencial
autonómico. Todas estas circunstancias dificultan retener en la memoria las
competencias que las CCAA ostentan en las diversas materias, porque suelen además no
coincidir entre ellas. Esta confusa situación es el caldo de cultivo de numerosas
controversias competenciales. El grado de conflictividad competencial del modelo
español ha sido muy superior al alemán o al italiano y en parte deriva de la inseguridad
jurídica de las reglas competenciales. Esta lección tratará de ofrecer una carta de
navegación en un océano de normas, conflictos y jurisprudencia.
¿Una o dos listas competenciales? Listas constitucionales (artículos 148 y 149 CE) y
asunción estatutaria. Una lectura literal de la Constitución permite concluir, a primera
vista, que el reparto de competencias se hace mediante un sistema de dos listas y una
cláusula residual. Existen distintos sistemas de listas en Derecho Constitucional
comparado, y el nuestro utiliza dos. En efecto, el artículo 148.1 CE enumera un amplio
listado de competencias de las CCAA con veintidós cláusulas que encierran uno o varios
títulos competenciales. Desde el primer momento, todas las CCAA han asumido todas las
competencias de este listado en sus respectivos Estatutos.
Más complejo es el artículo 149.1 CE que determina en treinta y dos apartados que “el
Estado tiene competencia exclusiva en las siguientes materias”. Sólo que esta
afirmación no es totalmente cierta, porque en este artículo se incluyen dos cosas.
Primero unas cuantas competencias efectivamente exclusivas del Estado e indisponibles
por las CCAA. Son muy pocas y suelen aparecer al principio de la lista: condiciones
básicas que garanticen la igualdad en derechos y deberes de todos los españoles;
nacionalidad, inmigración, emigración, extranjería y derecho de asilo; Defensa y
Fuerzas Armadas; régimen aduanero y arancelario y comercio exterior. Segundo, un
amplio número de competencias que el propio artículo 149.1 describe “sin perjuicio de”
otras complementarias competencias autonómicas, y son realmente competencias
compartidas con las CCAA. Así p.ej. legislación laboral sin perjuicio de su ejecución por
los órganos de las CCAA; o legislación procesal sin perjuicio de las necesarias
especialidades que deriven de las particularidades del Derecho sustantivo de las CCAA;
o bases y coordinación general de la sanidad, que permiten un desarrollo normativo por
las CCAA y unas potestades de ejecución que deben ser coordinadas por el Estado.
Ahondando en la comprensión del sistema, no faltan autores que creen que, en realidad,
el sistema español tiene una única lista única y reside en la parte del artículo 149.1 CE
que no puede ser asumida en los Estatutos conforme al principio dispositivo. Un núcleo
duro estatal y, a la par, un techo competencial que las CCAA no pueden alcanzar.
Para complicar más las cosas, más adelante veremos que este diseño constitucional no
es inamovible, porque pueden utilizarse leyes orgánicas de delegación o transferencia
de competencias a las CCAA en materias de titularidad estatal (artículo 150.2 CE).
Cláusula residual (artículo 149.3 CE). Ningún sistema de listas puede ser completo y
perfecto por dos razones. Primero, porque es prácticamente imposible reconducir, a
priori y de forma abstracta y general, toda la actividad de un Estado a unos
relativamente breves listados de materias competenciales. Segundo, porque el
transcurso del tiempo y los cambios tecnológicos o culturales incorporan nuevas
actividades o recursos. Es así muy conocido el Caso de las “tidelands oil question”,
una controversia entre Texas y los Estados Unidos ante la Corte Suprema de los Estados
Unidos donde tuvo que resolverse a quién correspondía la competencia sobre el
petróleo, un nuevo recurso, en una tierra sumergida en el Golfo de Méjico. Por eso las
Constituciones utilizan la técnica de las cláusulas residuales. En los Estados federales,
normalmente todo lo no atribuido a la Federación es competencia de los Estados
federados. Mientras en algunos Estados regionales, la cláusula juega al revés y todo lo
no atribuido a las regiones es competencia del Estado. En este contexto, la Constitución
diseña un sistema de distribución competencial con dos listas y una cláusula residual. El
artículo 149.3 CE establece que las materias no atribuidas expresamente al Estado por
la Constitución podrán corresponder a las CCAA en virtud de su asunción en sus
respectivos Estatutos. Las competencias sobre las materias que no se hayan asumido en
los Estatutos corresponderán al Estado. Es una cláusula residual que juega en un doble
momento. Los Estatutos pueden reivindicar algunas competencias no previstas en la
Constitución como residuales. En lo no previsto por los Estatutos, la residualidad juega a
favor del Estado. En la práctica, nuestra cláusula residual ha favorecido más al Estado.
Un estudio empírico que redacté en los años ochenta con Pablo Santolaya comprobó que
eran muy pocas las competencias residuales asumidas en los Estatutos y no estaban
dotadas de excesiva relevancia p.ej. helipuertos o pesca lacustre. EL TC, no obstante, ha
interpretado que antes de aplicar con automatismo lo dispuesto en el artículo 149.3 CE,
cláusula invocada por el Estado con exceso, es preciso hacer una interpretación
sistemática de los títulos competenciales en discusión, lo que aminora la residualidad
(puede leerse la STC 76/1984 sobre la cartografía). Cuando, aparezcan competencias
realmente nuevas, como lo fue el petróleo, es previsible que correspondan al Estado por
el tenor del artículo 149.3 CE que concede al Estado lo residual, es decir, lo que no está
expresamente previsto en la Constitución o en los Estatutos.
Del mismo modo, se ha desechado una concepción amplia del concepto “Administración
de Justicia” (artículo 149.1.5 CE) y la reserva de competencia al Estado. El TC ha
considerado legitimas las cláusulas subrogatorias previstas en los Estatutos en favor de
la Gobiernos autonómicos y en detrimento del Gobierno de la nación, declarando
inconstitucionales las previsiones de la Ley Orgánica del Poder Judicial. Esta
competencia estatal incluye únicamente los aspectos relacionados con la función
jurisdiccional, pues el Poder Judicial es único, pero no las cuestiones administrativas
ligada al personal y los medios materiales de las oficinas judiciales o “administración al
servicio de la administración de justicia” que pueden corresponder a las CCAA (STC
56/1990 y otros casos referidos a la Ley Orgánica del Poder Judicial). El límite de estas
cláusulas subrogatorias autonómicas está en que no pueden abordar cuestiones con un
ámbito supracomunitario ni las funciones jurisdiccionales.
Asimismo, los aeropuertos de interés general, un espacio físico donde se produce una
concurrencia de competencias estatales y autonómicas –urbanismo, medio ambiente,
ordenación del territorio–, así como también locales, y deben arbitrarse mecanismos de
colaboración, participación y actuación conjunta (STC 204/2002).
Finalmente, la protección civil que regula ahora la Ley 17/2015, de 9 de junio, del
Sistema Nacional de Protección Civil. Es una competencia integrada en la seguridad
pública (artículo 149.1.29 CE) para hacer frente a diversas emergencias y catástrofes,
pero en ella poseen importantes competencias también las CCAA, conforme a sus
respectivos nuevos Estatutos, y los entes locales y la Unión Europea con un mecanismo
de protección civil basado en la solidaridad entre los Estados. Esta situación reclama
intensas facultades de coordinación por parte del Estado que aseguren una protección
unitaria. La Ley se ocupa de las emergencias de interés nacional, pero existen análogas
leyes en las CCAA.
Una colaboración normativa en un regulación. Las leyes de bases son una de las técnicas
que se utilizan en las competencias compartidas, constituyen el eje del modelo y han
sido una técnica muy problemática que ha generado bastantes controversias.
Realmente, las bases no atribuyen competencias ex novo a las CCAA sino que delimitan
el espacio en el cual la competencia autonómica queda acantonada. Suponen una
colaboración normativa entre el Estado y las CCAA a la hora de regular una materia,
p.ej. la educación, fundada en la segregación entre un marco global que regula el Estado
y es por ello básico y común en todo el Estado, y una legislación autonómica de
desarrollo o complementaria que permite definir el interés de cada Comunidad.
¿Quién controla y define lo básico? Al revisar una concreta disciplina legal, dictaminar
que es lo básico en una ordenación implica un impreciso juicio de intereses que aboca un
control escasamente jurídico, o cuando menos ampliamente discrecional, por la
indeterminación de la medida. Definir qué es básico en medio ambiente o educación es
un juicio político para el que apenas existen parámetros para un control jurisdiccional.
Si Carl Schmitt decía que soberano es quien decide sobre el estado de excepción,
podríamos parafrasearle diciendo que soberano es quien decide sobre lo básico, y, si
esto es cierto, debería corresponder al Estado en su conjunto mediante compromisos. En
consecuencia y dada esta naturaleza de decisión política, sólo muy excepcionalmente
debería ser objeto de control de constitucionalidad, sin embargo, el TC se ha visto
obligado a hacer esta revisión con demasiada frecuencia. Una situación agravada,
porque el Senado no actúa como cámara de interconexión de políticas territoriales en la
que participen las CCCA, y se alcancen acuerdos sobre lo básico y, en consecuencia, las
CCAA se ven obligadas a impugnar constantemente las bases ante el TC si no comparten
la constitucionalidad del diseño. La impugnación de la ley básica es una –mala–
alternativa a la –inexistente– participación negociada en la elaboración de las bases
dentro de la función legislativa.
b) Segundo supuesto, si las normas básicas del Estado se desbordan e invaden el espacio
de las normas autonómicas de desarrollo. De nuevo, solo el TC puede apreciar el exceso
y declararlas inconstitucionales. Pero qué quiere decir inconstitucional.
La prevalencia del Derecho estatal y las leyes autonómicas repetitivas de las bases.
Respecto de la prevalencia del Derecho estatal (artículo 149.3 inciso segundo CE),
recordemos que este precepto prescribe que el Derecho del Estado prevalece sobre el
Derecho de las CCAA en todo lo no atribuido a la exclusiva competencia de éstas. El TC
privó de eficacia durante mucho tiempo a este principio, al impedir a los órganos
judiciales aplicarlo directamente, obligándoles a plantear la cuestión de
inconstitucionalidad, para garantizar el monopolio de control de la jurisdicción
constitucional (STC 4/1981 y otras). Una jurisprudencia muy restrictiva. Pero, a partir
de la STC 102/2016, se inicia una jurisprudencia que parece haber producido una cierta
reviviscencia de ese principio –más teórica que práctica–, pues los jueces y tribunales y
las administraciones públicas pueden en un caso usar el principio de prevalencia e
inaplicar preceptos de las leyes autonómicas contrarios a la legislación básica estatal,
siempre que sean leges repetitae de esas normas estatales y sobrevenga una falta de
adaptación de las leyes autonómicas a las posteriores modificaciones de las bases
estatales. Un caso no tan frecuente. No obstante, me parece que subsisten muchas de
las incertidumbres que este principio conlleva.
La legislación estatal incluye las leyes y los reglamentos de desarrollo. Hasta nuestros
días, la jurisprudencia constitucional ha interpretado que la competencia estatal sobre
la legislación abarca la facultad de aprobar leyes, y de dictar los reglamentos en
desarrollo de la ley o complementarios de ésta. La competencia autonómica incluye así
los reglamentos organizativos o internos, y un amplio tipo de facultades de ejecución,
pero no abarca los reglamentos externos o en desarrollo de ley. Una doctrina que el TC
justificó en que la potestad reglamentaria es una técnica de colaboración de la
legislativa, y no pueden disociarse ley y reglamento desde la perspectiva del necesario
mantenimiento de una regulación unitaria de la materia. El pronunciamiento no sólo se
fundó en los concretos preceptos estatutarios entonces vigentes sino en estas razones
más amplias. El fundamento lógico de esa interpretación constitucional no ha
desaparecido. La “legislación” estatal es, en consecuencia, una noción material antes
que formal (SSTC 18, 35 y 57/1982). Esta jurisprudencia se hizo en materia laboral en
los primeros años del desarrollo constitucional y se extendió después a otras materias
como la metrología o pesas y medidas.
¿Qué tipo de actividades incluye la ejecución autonómica? Abarca una amplia tipología
de actividades difícilmente clasificables: reglamentos organizativos, resoluciones y
actos administrativos, facultades de inspección y sanción que son inherentes a las
competencias ejecutivas, facultades de gasto y subvención, o actos de estricta ejecución
como son la llevanza de un registro o medidas de homologación industrial. No es una
potestad desdeñable, pues cubre actividades económica o materialmente importantes.
Muy revelador era el “Informe sobre la Reforma del Estatuto”, elaborado por la
Generalidad, uno de cuyos epígrafes se titula “La configuración de la Generalidad como
Administración única u ordinaria”. Las argumentaciones que se hacen allí corroboran la
pretensión de la medida: frenar la erosión de las capacidades ejecutivas autonómicas,
evitar los conflictos interadministrativos, e impedir la fragmentación de las
responsabilidades, así como la duplicidad del gasto. El Informe concluía definiendo a la
Generalidad “como la Administración que, junto a los entes locales y sin perjuicio de sus
competencias, concentra las restantes facultades ejecutivas, tanto las propias de la
Generalidad como las atribuidas inicialmente al Estado, salvo aquellas pocas que se
consideren totalmente imprescindibles para aquél por el hecho de exigir una ejecución
completamente uniforme”. Sin embargo, el tema, por su misma naturaleza, destinada a
la totalidad de las Comunidades Autónomas, posee una muy limitada bilateralidad y no
era un Estatuto su sede natural.
Los límites: no pueden vaciar de contenido las normas constitucionales. Estas leyes
orgánicas de transferencias no pueden ser comprendidas como un agujero negro por el
cual se vacíen de contenido el resto de las reglas constitucionales de distribución
competencial, más específicas, y, muy especialmente, las listas constitucionales que
atribuyen competencias al Estado. Las leyes de delegación o transferencia no pueden
desapoderar al Estado de cualesquiera competencias de su titularidad sin necesidad de
mayores razones. Deben tener razonables límites materiales por la misma naturaleza de
aquellas competencias que, por su esencia unitaria o centrípeta, deben quedar
reservadas al Estado.
Una herramienta largo tiempo ignota y su reviviscencia con las leyes de cesión de
tributos. Las leyes marco no se usaron durante veinte años. Era mucho más sencillo para
el Estado dictar bases en las competencias compartidas. A partir de 1997, se utilizó esta
técnica para atribuir capacidad normativa a las CCAA sobre varios de los impuestos
cedidos por el Estado de acuerdo con el principio de corresponsabilidad fiscal. Así se ha
hecho en dos momentos en 1997 y en 2002 con fórmulas prácticamente idénticas. Las
Leyes 25 a 36/1997, de 4 de agosto, y las Leyes 17 a 31/2002, de 1 de julio. Finalmente,
las leyes marco se han usado mucho más que las leyes orgánicas de transferencia y
delegación, si bien circunscritas a un objeto homogéneo: facilitar el ejercicio de la
potestad legislativa en los tributos cedidos a las CCAA.
7. LEYES DE ARMONIZACIÓN
Naturaleza y función. Afirma el artículo 150.3 CE “El Estado podrá dictar leyes que
establezcan los principios necesarios para armonizar las disposiciones normativas de las
CCAA, aun en el caso de materias atribuidas a la competencias de éstas, cuando así lo
exija el interés general. Corresponde a las Cortes Generales, por mayoría absoluta de
cada Cámara, la apreciación de esta necesidad”. Las leyes de armonización no
configuran una técnica de reparto competencial sino una cláusula de garantía o control
del modelo y son una última ratio y no un instrumento ordinario (STC 76/1983, Caso
LOAPA). Fueron diseñadas para armonizar las leyes de las CCAA, es decir, poner en
armonía y hacer que no discuerden entre sí diversas leyes autonómicas en una materia
en cuanto partes de un todo que deben concurrir en unos fines unitarios. Si una serie de
leyes autonómicas, dictadas dentro de competencia, producen resultados
disfuncionales, no armónicos o contradictorios, entonces el Estado puede preservar el
interés general del sistema armonizándolas y haciéndolas coincidir. Es evidente que no
puede ser una herramienta de manejo frecuente si no quiere quebrarse la misma lógica
de un Estado autonómico que se funda en el pluralismo normativo.
8. DECRETOS DE TRASPASOS
Naturaleza jurídica: no entrañan la atribución de competencias sino la transferencia de
medios. A diferencia de lo acaecido en la fase preautonómica o regímenes provisionales
de autonomía, de donde procede la confusión, los decretos de traspasos no entrañan la
cesión de competencias, simplemente se transfieren los medios personales, materiales o
financieros (SSTC 25, 76, 87 y 88/1983; 153/1989; 118/1998; etc.) que son una condición
de ejercicio de las competencias. Pero las CCAA ostentan su competencias desde la
asunción estatutaria y antes de los traspasos.
Puede haber una asimismo una cooperación bilateral entre el Estado y una Comunidad
Autónoma a la que afecte en exclusiva una cuestión relacionada con la Unión, o donde
exista una singularidad autonómica.
• hay que recordar que quien tiene la competencia principal posee normalmente la
competencia accesoria, así las facultades de ejecución conllevan –salvo excepción
justificada– las de inspección y sanción, o las de subvención.
BIBLIOGRAFÍA
Lecciones de
Derecho
Constitucional.
1ª ed., agosto
2023
ARANZADI
LECCIÓN 37.ª
Un Estado de tres términos. Según el artículo 137 CE: “El Estado se organiza
territorialmente en municipios, en provincias y en las Comunidades Autónomas que se
constituyan. Todas estas entidades gozan de autonomía para la gestión de sus
respectivos intereses”. Este es el portal del Título VIII dedicado a la organización
territorial del Estado, que comienza con un capítulo I sobre principios generales,
continúa con un capítulo II sobre la Administración local, y finaliza con un capítulo III
sobre las Comunidades Autónomas al que dedica la mayor atención. El artículo 137 CE
diseña lo que he llamado un “Estado de tres términos”: tres niveles de gobierno –local,
autonómico y nacional– en función de los respectivos intereses. El alcance del gobierno
de cada uno de estos entes y peldaños de gobierno se determina mediante las
competencias territoriales previstas en la Constitución, los Estatutos y las leyes que las
delimitan. Un amplio bloque de la constitucionalidad especifica esos genéricos
intereses, ligándolos a concretas competencias. Este ha sido el entendimiento legista
seguido por la jurisprudencia constitucional. Pero la referencia constitucional a los
respectivos intereses estimo que no es superflua sino decisiva y debería revalorizarse
mediante una interpretación constitucional. Pues tiene una eficacia orientadora de la
distribución competencial en dicho bloque, así como impeditiva de las leyes invasoras
cuando son sometidas a un control de constitucionalidad. Tales complejos intereses se
determinan por prevalencia, atendiendo a su dimensión preferente, y conforme a la
lógica del principio de subsidiariedad, en otras palabras, de abajo a arriba y no a la
inversa. Donde no baste con un gobierno local, por el superior nivel del interés o la más
amplia dimensión de la tarea, debe intervenir el autogobierno de las CCAA, y donde
éstas no puedan actuar con suficiencia o la medida tenga un carácter supracomunitario
por su dimensión o el territorio, interviene el Estado en su conjunto. Ésta es la lógica
interna de un sistema de descentralización. No debe usarse el interés nacional para
vaciar constante e injustificadamente el interés regional y a su vez éste para preterir o
producir la ablación del interés local, invadiendo el autogobierno local, como ha sido
muy frecuente siguiendo una secular inercia centralista (tal y como magistralmente
censuró el luego Magistrado constitucional Augusto Barbera). El artículo 137 CE debe
necesariamente comprenderse desde la lógica de la subsidiariedad, o el reconocimiento
constitucional de tres niveles de intereses y gobierno se convierte en una garantía vacía.
Un resultado inadmisible en una buena interpretación constitucional. Las normas que
delimitan competencias deben comprenderse desde esta perspectiva.
Los entes territoriales y sus relaciones. Existen unos ocho mil Municipios, cincuenta
Provincias y diecisiete CCAA que son “entes territoriales”: divisiones internas del Estado
de base territorial y con un elemento personal. Pero hay otros variados peldaños como
son mancomunidades de Municipios, entidades metropolitanas, o comarcas en algunas
CCAA como Aragón, a veces en un número excesivo. El conjunto podría reclamar una
simplificación o racionalización, evitando solapamientos. Así la necesidad de la
duplicidad entre Diputaciones Provinciales y CCAA lleva discutiéndose décadas y suscita
varios problemas. Estos entes territoriales mantienen relaciones de diversos tipos y
naturaleza: de competencia, de colaboración o cooperación, de coordinación, de control
o incluso de conflicto.
Las relaciones de competencia como basamento. Las relaciones habituales entre entes
territoriales son básicamente relaciones de competencia. Las Administraciones públicas
no son titulares –normalmente– de derechos fundamentales sino de competencias o
potestades de actuación. Están habilitadas por la Constitución, los Estatutos de
Autonomía y las leyes que delimitan las competencias para actuar en una materia con
determinadas facultades y funciones de distinta calidad. Mas la indeterminación de las
reglas de distribución de competencias en nuestro modelo constitucional hace que las
competencias frecuentemente no sean precisas, lo que genera una intensa conflictividad
y judicializa en exceso estas relaciones tanto a instancias de impugnaciones de las CCAA
(que a menudo p.ej. se ven excluidas de la negociación de lo básico y pretenden defender
su autonomía) como del Estado cuyos órganos generales deben ejercer una función de
control por mandato constitucional. En este contexto, inseguro y conflictivo, son si cabe
más precisas las relaciones de colaboración, para rebajar los conflictos y asegurarse de
la eficacia de la acción del Estado en su conjunto en provecho de los administrados y del
interés general.
El deber de colaboración. La citada Ley 40/2015 de Régimen Jurídico del Sector Público
recoge el deber de colaboración (artículo 140) y lo describe como “el deber de actuar
con el resto de Administraciones públicas para el logro de fines comunes”. Asimismo, se
describe (artículo 141) la cooperación como “la obligación de garantizar la coherencia
de las actuaciones de las diferentes Administraciones Públicas afectadas por una misma
materia para la consecución de un resultado común”. Estamos pues ante un importante
principio constitucional con dos variantes de no siempre sencilla diferenciación,
probablemente más que antes dos principios distintos y desconectados en su objeto. La
colaboración es un deber de las Administraciones en su forma de actuación, que las
leyes y la jurisprudencia han detallado desde bases constitucionales o inmanentes a un
Estado descentralizado a la vista de numerosas experiencias jurídicas.
Comisiones Bilaterales de Cooperación. Se han ido creando en todas las CCAA desde el
principio. La Ley 40/2015 se ocupa de ellas estableciendo que reúnen un número igual
de representantes del Gobierno de la nación y de los Consejos de Gobierno de las CCAA,
y que pueden ejercer funciones de consulta o de adopción de acuerdos para mejorar la
coordinación entre las Administraciones públicas. Un exceso de bilateralidad es un
rasgo constitutivo del sistema español, consecuencia tanto del principio dispositivo o de
voluntariedad previsto en la Constitución como de la lógica derivada de la existencia de
fuertes partidos nacionalistas que a menudo no aceptan la multilateralidad y demandan
una relación especial con el Estado. Los nacionalismos propician las relaciones
bilaterales, generando asimetrías que pueden tener a veces justificación (fundadas en la
insularidad, las lenguas…) y otras veces no. Este rasgo no existe en los países federales
que tienden a la homogeneidad en las relaciones intergubernamentales y es uno de los
problemas de nuestro modelo. Un Estado autonómico no puede funcionar
ordenadamente sólo desde acuerdos bilaterales en diecisiete entidades. Las Comisiones
Bilaterales albergan, en definitiva, el riesgo de generar privilegios y desigualdades en el
trato normativo, o en sus aplicaciones tanto como el de huir, e imposibilitar el
funcionamiento, de acertados órganos multilaterales de cooperación como son las
Conferencias Sectoriales. Deben pues tomarse con recelo o al menos cum granum salis:
con prudencia. Pero pueden ser necesarias en ocasiones.
Su regulación legal: contenido de los convenios y figuras afines. Tuvieron una regulación
en la Ley 30/1992 y la tienen actualmente en la Ley 40/2015. Existe también un Acuerdo
del Consejo de Ministros de 15 de diciembre de 2017, por el que se aprueban las
instrucciones para la tramitación de convenios. La Ley prescribe que los convenios son
acuerdos adoptados por las Administraciones públicas. De ellos se distinguen los
“protocolos generales de actuación” que comportan meras declaraciones de intenciones
que expresan la voluntad de las Administraciones de actuar con un objetivo común y que
no llevan a formalizar compromisos jurídicos concretos y exigibles. Tampoco pueden
tener por objeto los convenios prestaciones propias de los contratos. Estos convenios,
suscritos entre Administraciones públicas, pueden incluir la utilización conjunta de
medios, servicios y recursos para el ejercicio de las competencias implicadas, mejorando
la eficiencia de la gestión pública; así como compromisos financieros sostenibles. Deben
inscribirse en un registro electrónico estatal y publicarse en el BOE y previamente, y con
carácter facultativo, en el correspondiente diario oficial autonómico; también se
introducen en el portal de la transparencia de la Administración del Estado. Existe una
interesante base de datos en el Ministerio de Política Territorial que emana un informe
anual sobre los convenios de cooperación. Es preciso que los convenios contengan las
competencias en que se fundan, el objeto de los mismos, y las obligaciones y
compromisos económicos que se adquieren, así como las consecuencias derivadas del
incumplimiento y los mecanismos de seguimiento y ejecución; finalmente, el plazo de
vigencia –pueden ser plurianuales– y la posibilidad de la prórroga.
Naturaleza pactada o negocial. Pero los convenios no son normas jurídicas sino acuerdos
o compromisos políticos. Si bien de ellos pueden emanar disposiciones jurídicas de
distinto rango y actos administrativos, y son susceptibles de revisión por los órganos de
la jurisdicción contencioso-administrativa quienes pueden anularlos, así cómo de
fiscalización por el Tribunal de Cuentas y los análogos órganos autonómicos. En efecto,
los convenios de cooperación son acuerdos entre la Administración del Estado y una o
varias Comunidades Autónomas. La libertad contractual o negocial, característica de
esta figura, le otorga una especial idoneidad y flexibilidad para fijar libremente las
Administraciones implicadas el contenido de esos acuerdos. Veamos algunos rasgos
generales de los convenios verticales.
¿La coordinación ligada a las competencias legislativas plenas del Estado? Ahora bien, el
TC ha admitido que cuando el Estado tenga competencias legislativas plenas en una
materia y corresponda a las CCAA únicamente la ejecución, el Estado puede atribuirse
facultades de coordinación que estarían implícitas en el sistema constitucional (STC
104/1988, sobre un decreto de normas de coordinación de administraciones
penitenciarias). El TC sostuvo que los deberes de colaboración y auxilio mutuo han de
entenderse intensificados cuando se trata de ejecutar una legislación propia del Estado,
de cuya aplicación adecuada y uniforme éste no puede desentenderse, porque todas las
instituciones penitenciarias se integran en un sistema único, al servicio de un Derecho
Penal único y de la ejecución de decisiones judiciales en materia penal.
Una defectuosa regulación legal. Sin embargo, la Ley 40/2015 (artículo 140.1.e]) afirma
que la coordinación obliga a garantizar la coherencia de las actuaciones de las
Administraciones públicas en una materia para “la consecución de un resultado común”
cuando así lo prevea “la Constitución y el resto del ordenamiento jurídico”. Esta última
afirmación me parece muy discutible porque no parece que cualquier norma estatal de
cualquier rango y ajena al bloque de la constitucionalidad pueden otorgar facultades de
coordinación al Estado que se sobrepongan a las competencias autonómicas previstas
en sus Estatutos violando el principio de indisponibilidad de los mismos. La Ley no
acierta ni se compadece con la jurisprudencia constitucional que, por el contrario, sí
puede imponer obligaciones de coordinación como acabamos de ver.
Variantes de controles jurisdiccionales (artículo 153 CE). Sus distintas variantes vienen
recogidas en el artículo 153 CE con afán de exhaustividad. Existe un control de
constitucionalidad de las leyes autonómicas y otras disposiciones con rango de ley ante
el TC que pueden ser impugnadas por el Presidente del Gobierno e invocar la potestad
de automática de suspensión; puede ser también un control de “estatutariedad” o
inconstitucionalidad mediata en la medida en que no existen tribunales constitucionales
de las CCAA y no hay un doble control de constitucionalidad. Los órganos de la
jurisdicción contencioso-administrativa pueden revisar las normas reglamentarias de las
CCAA y la actuación de la administración autonómica y decidir sobre las medidas
cautelares que convenga. También el TC puede revisar algunas disposiciones
autonómicas en vía de conflicto positivo de competencias o de impugnaciones del Título
V de la LOTC. El Tribunal de Cuentas realiza un control económico y presupuestario, si
bien puede colaborar con los órganos de control externo de las propias CCAA allí donde
existan.
La aplicación del artículo 155 CE al control presupuestario de déficit y deuda. Por las
mismas razones, me parece suscita grandes dudas su oportunidad como mecanismo de
control y momento represivo de las desviaciones presupuestarias en aplicación del freno
constitucional al endeudamiento, al existir otros controles judiciales o ante autoridades
independientes con un carácter más técnico y adecuado a una irregularidad
presupuestaria de compleja medición y evaluación. La naturaleza del supuesto de hecho
y del vicio de inconstitucionalidad no se adecúa a un instrumento de control político.
Pero esta previsión y habilitación a la aplicación del artículo 155 CE se contempla en la
Ley Orgánica 2/2012, de 27 de abril, de Estabilidad Presupuestaria y Sostenibilidad
Financiera (artículo 26 medidas de cumplimiento forzoso). Sin embargo, no ha sido
todavía usada pese a que no han faltado ocasiones para ello. Era de prever.
Tampoco cabe asumir nuevas direcciones políticas que son contenido del autogobierno.
El conjunto de medidas adoptadas en Cataluña supuso una suspensión temporal del
autogobierno, transitoria y provisional, hasta la elección de un nuevo Presidente
después de unas elecciones. Pero la suspensión del autogobierno debe tener algunas
limitaciones. El Gobierno interventor carece de una plenitudo potestatis, una sustitución
íntegra del Gobierno autonómico, y no puede ir más allá de las medidas expresamente
previstas en el acuerdo de intervención o del despacho ordinario de los asuntos. Así no
podría sustituir a los órganos intervenidos en la creación de una nueva dirección política
propia al amparo del artículo 155 CE p.ej. para cambiar la política educativa o la
ordenación de los medios públicos y autonómicos de comunicación social como llegó a
proponerse y el Gobierno interviniente rechazó.
Una teoría del conflicto. El conflicto es también una forma de relación jurídica entre
entes territoriales, después de las de competencias y colaboración. Ralf Dahrendorf
explicaba el conflicto industrial como algo inherente a las sociedades modernas frente a
la idea totalitaria de la dictadura que negaba el conflicto laboral. Lo mismo ocurre con lo
entes territoriales, es algo consustancial e inevitable en un sistema de descentralización
y a las relaciones de competencia que pueda haber discrepancias sobre la respectiva
esfera de competencias. Ningún sistema de distribución de competencias es perfecto.
Pero en un Estado federal o cuasi-federal el conflicto nunca puede ser de máximos, ya
que debe resolverse en Derecho, y pacificarse mediante el consenso alcanzado en un
órgano de cooperación o el arbitraje de una decisión judicial. Todo conflicto
constitucional tiene límites derivados del cumplimiento leal del Derecho y del
compromiso al que aboca formar parte de un sistema: un mismo ordenamiento jurídico.
Desde esta perspectiva, el conflicto es enriquecedor, pues permite precisar las reglas
competenciales, innovar mecanismos y reglas o crear principios de funcionamiento:
perfeccionar las normas de deslinde competencial. Pero sólo ocurre así dentro de unos
límites. El nivel de conflictos de competencias en España ha sido excesivo. Nuestro
elevado nivel de conflictividad nos ha alejado del buen modelo de un federalismo
cooperativo y ha creado un Estado autonómico muy judicializado y repleto de
confusiones e incertezas. No es un buen modelo.
Recursos de las CCAA (artículo 157 CE): impuestos cedidos, impuestos propios,
transferencias del Estado, rendimientos propios, crédito. Este precepto constitucional,
que es no menos central, se limita a enunciar los recursos que las CCAA pueden gozar,
sin mayores aditamentos sobre la importancia de cada uno de ellos o su distribución: a)
impuestos cedidos total o parcialmente por el Estado y recargos sobre impuestos
estatales y otras participaciones en los ingresos del Estado; b) sus propios impuestos,
tasas y contribuciones especiales; c) trasferencias del Fondo de Compensación
Interterritorial y otras asignaciones con cargo a los Presupuestos Generales del Estado;
d) rendimientos procedentes de su patrimonio e ingresos de derecho privado; e) el
producto de las operaciones de crédito. Si el peso debía recaer en los impuestos cedidos
y en las transferencias del Estado, como parecía a priori probable, o sobre unos
impuestos propios con difíciles hechos imponibles y más difícil aprobación es algo que
no se especifica. Quedan prácticamente todas las decisiones diferidas a la ley. Una
Constitución financiera desconstitucionalizada.
Habilitación a la LOFCA y articulación con los Estatutos de Autonomía. Por eso la pieza
central del sistema de financiación autonómica está en el artículo 157.3 CE que reenvía
y habilita a una ley orgánica para regular el ejercicio de estos recursos simplemente
enunciados en el mismo precepto, las normas para resolver los conflictos y las posibles
formas de colaboración. La reserva constitucional pronto se desarrolló por la Ley
Orgánica 8/1980, de 22 de septiembre, de Financiación de las CCAA (LOFCA), que ha
sido modificada o afectada por numerosas leyes y normas. Fue aprobada a la carrera una
vez que los Estatutos de Autonomía de Cataluña y el País Vasco se pronunciaron sobre la
financiación, ocupando parte del terreno. No obstante, la jurisprudencia constitucional
(con rotundidad la STC 31/2010 sobre el Estatuto de Cataluña, también la STC
13/2007) ha interpretado –con buen criterio– que las previsiones de los Estatutos deben
leerse en el marco general del sistema tributario y respetando la competencia del
Estado para regular sus tributos y disponer el reparto de los ingresos obtenidos de los
tributos estatales; y que las decisiones sobre la suficiencia financiera y la solidaridad
deben tener carácter general. Podríamos decir que la financiación de las CCAA, por su
propia naturaleza, debe tener un carácter multilateral y no meramente bilateral, para
impedir que diversos Estatutos con mandatos contrapuestos o difícilmente compatibles
monten un rompecabezas harto complicado de armar por albergar compromisos
contradictorios.
Recargos sobre Impuestos estatales. Las CCAA pueden establecer recargos sobre los
tributos cedidos excepto en el Impuesto de Hidrocarburos en el uso de esa potestad
normativa y sin desvirtuar la naturaleza del tributo. Pero no suelen efectuarse. Es
electoralmente arriesgado, pues tiene un alto coste político, imponer recargos en
impuestos estatales; ya hubo un intento fallido en la Comunidad de Madrid bajo la
presidencia del Sr. Leguina con un intento de recargo de un 3% sobre el IRPF que acabó
siendo suspendido.
BIBLIOGRAFÍA
LECCIÓN 38.ª
Parlamentarismo de Presidente. En todo caso, los sistemas de gobierno de las CCAA son
parlamentarismos de Presidente, es decir, con predominio o primacía del Presidente.
Pero no son sistemas presidenciales, pues el Presidente no se elige por el pueblo, sino
que emana del Parlamento ni existe una separación rígida de poderes. Tampoco son
sistemas semipresidenciales –como se ha dicho–, porque no hay un Primer Ministro que
asuma buena parte de las competencias gubernamentales y la responsabilidad política
conllevando sus facultades con el Presidente. Las CCAA tienen sistemas parlamentarios
racionalizados y de liderazgo presidencial.
3. ÓRGANOS AUXILIARES
Órganos de control externos de las Comunidades Autónomas. Bajo esta idea se incluyen
las entidades auxiliares de las Asambleas autonómicas encargadas del control externo
de las cuentas y de la gestión económico-financiera del respectivo sector público
autonómico y local; reciben la denominación de consejos, cámaras, audiencias o
sindicaturas de cuentas (así p.ej. Tribunal Vasco de Cuentas Públicas). Hasta una docena
de ordenamientos autonómicos (Andalucía, Aragón, Asturias, Canarias, Cataluña,
Castilla y León, Comunidad Valenciana, Galicia, Islas Baleares, Madrid, Navarra y País
Vasco) han incorporado esta figura en sus Estatutos o en la legislación autonómica; y fue
suprimido en Castilla-La Mancha. El Tribunal de Cuentas es el organismo responsable
del desempeño de esta función de control financiero en las restantes CCAA, sin perjuicio
de que todos los Parlamentos autonómicos puedan solicitarle fiscalizaciones con
independencia de la existencia de un organismo de control externo autonómico. Las
relaciones entre el Tribunal de Cuentas y los análogos órganos autonómicos obliga a
diseñar una adecuada coordinación. De una parte, no es infrecuente que los organismos
autonómicos de control externo rubriquen convenios de colaboración de alcance
sectorial con sus homólogos. De otra, nuestro ordenamiento, en particular la Ley
7/1988, de 5 de abril, de Funcionamiento del Tribunal de Cuentas, prevé la
obligatoriedad de un flujo constante de información entre los órganos autonómicos y el
Tribunal de Cuentas a través de la Plataforma de Rendición de Cuentas de las Entidades
Locales, canalizadora de los informes sobre sus actuaciones fiscalizadoras que los
órganos autonómicos deben remitir al Tribunal de Cuentas y que serán la base de su
comunicación a las Cortes Generales. Una modalidad de cooperación funcional que se
completa con la previsión de criterios y técnicas comunes de fiscalización tendentes a
evitar duplicidades en el control o, incluso, la previsión de dicho Portal de Rendición de
Cuentas que haga accesible a los ciudadanos la información obtenida. Cierra el modelo
una colaboración estructurada que toma la forma de una Comisión de Coordinación de
alcance general integrada por el Presidente del Tribunal de Cuentas y sus homólogos
autonómicos, a la que se unen otras comisiones sectoriales, como la propia del impulso
de la administración electrónica en el control externo. También se han suscrito
convenios de colaboración entre estos órganos de control externo.
Órganos consultivos superiores. Tras las reformas estatutarias acaecidas todas las
estructuras autonómicas disponen de un órgano consultivo, asesor en materias
jurídicas, del Consejo de Gobierno y de la Administración autonómica, normalmente bajo
la denominación de Consejo Consultivo o Comisión Jurídica Asesora (Cataluña, Madrid y
País Vasco); se llama Consell de Garanties Estatutàries en Cataluña. Se crearon en
muchos Estatutos, y en cinco CCAA por ley autonómica. La organización y
funcionamiento de estos órganos ha seguido el modelo del Consejo de Estado, de
manera que les corresponde informar de manera preceptiva, pero no vinculante, sobre
los asuntos señalados en sus leyes reguladoras, así como participar en un buen número
de expedientes administrativos.
En sentido inverso, el cese de los Presidentes Autonómicos suele acaecer en los mismos
términos que en el Estado. Son causas de cese de origen parlamentario: la celebración
de elecciones, la aprobación de una moción de censura constructiva y el rechazo de una
cuestión de confianza. A éstas se añaden las propias del carácter personalísimo del
cargo: dimisión o renuncia presidenciales, fallecimiento, incapacidad permanente
reconocida por la Asamblea y la inhabilitación derivada de una condena penal firme.
Respecto del estatuto personal de los miembros del Gobierno, poseen inmunidad parcial
y aforamiento. En relación con la exigencia de responsabilidad penal, nuestro modelo
autonómico permite a los Estatutos de Autonomía establecer un aforamiento penal de
los miembros del Ejecutivo, que solo podrán ser detenidos por actos delictivos cometidos
en el territorio de la Comunidad Autónoma, salvo en los supuestos de flagrante delito, y
cuyo enjuiciamiento corresponde al Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad
Autónoma por los delitos cometidos en este ámbito territorial, o a la Sala Segunda del
Tribunal Supremo fuera de la Comunidad. Ya se ha adelantado que algunas CCAA han
suprimido este aforamiento mediante reformas de sus Estatutos de Autonomía,
siguiendo una tendencia que dista de ser indiscutible.
Alcance la de la reserva de la Ley Orgánica del Poder Judicial. En línea con la lectura
efectuada por el intérprete constitucional, el legislador orgánico ha arrojado algo de luz
en esta incierta distribución competencial. De este modo, la LOPJ se ocupa: de la
constitución y funcionamiento de los órganos judiciales; el estatuto jurídico de los Jueces
y Magistrados; el estatuto administrativo del personal al servicio del Poder Judicial; y
regula el estatuto del Consejo General del Poder Judicial y sus funciones. En todas estas
materias, la reserva de la LOPJ como lex specialis desplaza cualquier previsión
estatutaria. Un conflicto que estalló con las previsiones invasoras de esa reserva del
Estatuto de Autonomía de Cataluña de 2007 y que solventó la STC 31/2010.
Por lo demás, conviene recordar que el artículo 152.1 CE pide que la culminación
efectuada por los Tribunales Superiores de Justicia se lleve a cabo sin perjuicio de la
posición del Tribunal Supremo. Un delicado equilibrio que parece debe entenderse como
un mandato a que las sucesivas instancias procesales se agoten ante el órgano de cierre
de la estructura autonómica, salvo el eventual recurso de casación que se plantee a
efectos de preservar una interpretación unitaria de la ley.
BIBLIOGRAFÍA
© 2023 [Editorial Aranzadi S.A.U. / Javier García Roca] © Portada: Editorial Aranzadi S.A.U.