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Materia: Filosofía Política.
Cátedra: Damiani.
Teórico: N° . 7
Tema: Rousseau. El Contrato Social. Libro III
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Profesor: La clase pasada habíamos estado trabajando sobre el libro 2 de El contrato


social, y allí habíamos visto algunas de las características de la soberanía, y también nos
habíamos detenido a examinar en qué consisten las expresiones de la voluntad general
que se denominan leyes. El segundo libro termina con una clasificación de leyes,
propuesta por Rousseau, dentro de las cuales, él mismo destaca las leyes denominadas
políticas, que se refieren a la relación del todo con el todo, y que constituyen la forma
de gobierno. A esta cuestión se refiere el libro tercero completo. Al problema del
gobierno y sus formas.

Para empezar tendríamos que recordar algo que hemos anticipado en varias
oportunidades, esa distinción entre el gobierno que ejerce el poder ejecutivo, y el
soberano, tema de los libros anteriores, que ejerce el poder legislativo. Esta distinción
hay que tenerla presente para no confundir un poder con otro.

Antes de estudiar este problema tradicional de la filosofía política, que es el de las


formas de gobierno, Rousseau se encarga de precisar el sentido del término “gobierno”,
justamente para distinguirlo del soberano. Quizás haya cierta pretensión de novedad en
Rousseau, no del todo justa porque está distinción ya la encontramos en otros autores,
en Locke, por ejemplo. Igual, más allá de esa pretensión, lo que nos interesa es la
noción de gobierno en Rousseau. Para esto él comienza en un plano altamente
filosófico, que consiste en lo siguiente: nosotros habíamos dicho que el soberano es
voluntad, mientras que el gobierno se ha considerado como el poder, o la concentración
de la fuerza capaz de realizar esa voluntad.

Leo el segundo párrafo del capítulo 1:

Toda acción libre tiene dos causas que concurren a producirla: una moral: a saber, la
voluntad que determina el acto; otra física: a saber, el poder que lo ejecuta. Cuando
camino hacia un objeto, primero es menester que yo quiera ir, en segundo lugar que

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mis pies me lleven. Que un paralítico quiera correr, que un hombre ágil no quiera, los
dos se quedarán en su sitio. El cuerpo político tiene los mismos móviles, se distinguen
también en él la fuerza y la voluntad. Esta con el nombre de poder legislativo, la otra
con el nombre de poder ejecutivo. Nada se hace, o nada debe hacerse sin su concurso.

Entonces, tenemos aquí lo que Rousseau denomina las dos causas de un acto libre: la
voluntad y el poder. En el caso de un acto libre del cuerpo político necesitamos un
poder legislativo que quiera, esto es: el soberano, el pueblo en sus funciones
legislativas, la voluntad general, y el poder, la fuerza para ejecutar esa voluntad. El
encargado de ese poder de ejecución se llama “gobierno”.

Lo decisivo aquí, en primer lugar, es algo que ya habíamos anticipado cuando


señalábamos que las leyes eran generales en su origen y en su objeto. O sea, que los
actos de la voluntad general son generales al menos en dos sentidos. En el caso del
gobierno se trata de actos particulares. En eso consiste la aplicación o la ejecución de las
leyes. Decidir si un súbdito x cumplió o no la ley es ya un acto particular, ya se está
refiriendo quien decide esto a un individuo, y no a la totalidad del estado.

Entonces, el poder ejecutivo es esta fuerza necesaria, esta fuerza concentrada que ha
sido alienada de manera total mediante el pacto, que se encuentra concentrada para
cumplir lo decidido por la voluntad general. En ese sentido el poder ejecutivo es un
agente unificado que ejerce la fuerza pública, dirigido por la voluntad general, y que
cumple una función de comunicación entre el soberano y el estado. O sea, cumpliría la
función de mediación entre, según una metáfora metafísica, el alma y el cuerpo del
estado. O sea, la voluntad general como el alma, y el estado como el cuerpo.

El poder ejecutivo, o gobierno, es un ministro del soberano, tiene una misión específica
que cumplir, el soberano lo comisiona, y, si uno atiende a la tradición posterior de este
pensamiento igualitarista republicano, el poder ejecutivo es un comisario, un comisario
político.

En el párrafo 5 del primer capítulo, aparece lo que podríamos llamar una primera
caracterización, o una suerte de definición de la noción de gobierno.

¿Qué es el gobierno? Un cuerpo intermediario establecido entre los súbditos y el


soberano para su mutua correspondencia, encargado de la ejecución de las leyes, y del
mantenimiento de la libertad, tanto civil como política.

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Entonces tenemos este poder ejercido por el gobierno que es un cuerpo intermedio
entre el soberano que emite las leyes y los mismos ciudadanos, pero ya en su carácter de
súbditos. Entonces, está esta idea del gobierno como una suerte de órgano de mediación
entre el todo y el todo, entre el todo activo, que es el soberano, y el todo pasivo que es el
estado, entre los ciudadanos y los súbditos.

Al cuerpo de gobierno, a aquellos encargados de ejercer legítimamente el poder


ejecutivo, Rousseau los denomina "príncipes", o "miembros del gobierno". El término
"príncipe" en Rousseau no está designando a una persona individual, sino a los
miembros del gobierno. Nosotros ya habíamos visto que el gobierno no se establece
mediante un pacto de sujeción, y que, por lo tanto, el pueblo no pacta con el príncipe, y
no puede pactar porque es el soberano el pueblo. Lo que hace el pueblo cuando instituye
un gobierno es designar a un subordinado, a un encargado de ejecutar su voluntad.
¿Cómo lo designa? Eso va a ser tema de un capítulo especial, el capítulo 17 de este
libro. Lo importante es la primacía que tiene el soberano por sobre el gobierno. En el
poder popular se encuentran las capacidades de retirarlo, de sustituirlo cuando le
parezca. Vamos a ver después que esto no es tan así, pero, en principio, hay
mecanismos mediante los cuales se designa o destituye a los gobiernos.

Esta capacidad del pueblo no puede ser enajenada, porque sería incompatible con a
naturaleza del cuerpo social, sería contrario al pacto si el pueblo no pudiese tener en sus
manos la designación y destitución de los gobernantes.

Entonces, el gobierno o administración sería el ejercicio legítimo del poder ejecutivo, y


príncipe o magistrado sería el cuerpo encargado de administrar, de gobernar. Hay,
entonces, esta prioridad del poder legislativo, que es esta voluntad general, respecto del
ejecutivo, una prioridad de la ley respecto del uso de la fuerza. El uso de la fuerza, para
ser legítimo, tiene que consistir en la aplicación de la ley. El gobierno, entonces, es esta
fuerza intermedia en la relación del todo consigo mismo, en la relación del soberano con
el estado, que articula la universalidad de la voluntad general con la particularidad de
los súbditos, se encuentra siempre subordinada al soberano, porque sino se transforma
en despotismo, y se encuentra siempre con una potencia superior a la de los súbditos,
porque sino el cuerpo político se transformaría en anarquía. En ese sentido tiene que
haber un equilibrio entre la fuerza del gobierno y el pueblo soberano. Si el estado crece,
por ejemplo, si tiene mayor extensión a lo largo de los años, entonces el gobierno tiene

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que volverse más fuerte, para poder garantizar la ejecución de las leyes, para ser eficaz
con un mayor número de súbditos.

Entonces el gobierno aparece en Rousseau como el único mediador de la totalidad con


la totalidad. Esto significa que no hay otras mediaciones desde la perspectiva del
derecho político. Por ejemplo, las corporaciones, las facciones, etc. Todo eso, habíamos
visto lo peligroso que era para Rousseau.

Existe, entonces, lo que Rousseau denomina una "relación inalterable" entre soberano,
gobierno y súbdito. El soberano legisla, el gobierno gobierna, y los súbditos obedecen.
Ahora bien, esta relación inalterable tiene que darse con diversas modificaciones según
el caso. Para lograr ese equilibrio, entre la fuerza del gobierno y las dimensiones del
estado, a cada estado le corresponde un poder ejecutivo según sus características
particulares. De allí proviene esta necesidad de las formas distintas de gobierna. O sea, a
cada estado le corresponde de acuerdo a sus habitantes, a sus dimensiones, a diversos
factores, una forma de gobierno particular: la monarquía, la aristocracia, la democracia.
O sea, si bien la relación inalterable de que el soberano legisla, el gobierno aplica la ley,
y el súbdito obedece, se da en todas las formas, hay algo así como una proporción
particular para cada estado. Y ahí volvemos a eso que habíamos visto en el libro
anterior: un buen gobierno depende de las características particulares del estado,
características que son de muy diverso tipo, y, a su vez, características que se van
modificando a lo largo de la historia. Entonces, si la conformación de un pueblo se
modifica, será necesaria una transformación de la forma de gobierno.

En este capítulo, Rousseau pone un ejemplo que no es más que un ejemplo. Atiende el
número de habitantes. Rousseau dice que hay una relación inversa entre el número de
ciudadanos y la libertad de los ciudadanos, porque cada ciudadano tiene, cuanto más
ciudadanos son, su voto cuenta con un porcentaje menor dentro del poder legislativo.
Ahora bien, la relación entre la voluntad general y la voluntad particular depende, en
parte, del número, y es necesario, a mayor número, mayor fuerza de gobierno,
conformarlo de tal manera que sea capaz de ejercerse con más eficacia, con más
celeridad, para aplicar la ley. Ahora bien, a mayor fuerza de gobierno, es necesaria
mayor fuerza del soberano para contenerlo, para que el gobierno no usurpe las funciones
del soberano, un peligro muy grave que nosotros vamos a ver cómo Rousseau trata de
solucionar en este libro.

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Esa variable, sin embargo, no es más que un ejemplo. Para determinar cuál es la mejor
forma de gobierno para un pueblo habría que considerar también otros parámetros. Lo
importante es esta exigencia de equilibrio, y la dependencia del gobierno respecto del
soberano. O sea, la voluntad del príncipe no debe ser otra que la voluntad general, que
la ley. El príncipe no es más que la fuerza pública concentrada. Si el príncipe utiliza esa
fuerza no para realizar la voluntad general, sino para ejercer su propia voluntad
particular, para ejercer lo que él quiere como individuo, entonces, aparecerían dos
soberanos, uno de derecho, la voluntad general, y uno de facto que ha usurpado las
funciones del soberano y con esto se disolvería, en principio, si esto avanza, el cuerpo
político.

Sin embargo, a pesar de todos estos reparos, Rousseau reconoce que el gobierno tiene
que tener una suerte de voluntad de autoafirmación. Tiene que reafirmar su propia
existencia, sin alterar la constitución y su dependencia respecto del soberano. Tiene que
tener también una voluntad de autoconservarse. Y esto, por supuesto, tiene sus
dificultades y hace que el equilibrio mencionado sea siempre materia de vigilancia por
parte del soberano, por parte del pueblo, vamos a ver cómo se ejerce esa vigilancia.

Entonces, hay ciertas dificultades en esta voluntad de cuerpo, en este espíritu colectivo
particular que tiene que tener el gobierno, porque no tendría que confundirse la fuerza
propia con la fuerza pública, y en todos los casos se debería estar dispuesto a
sacrificarse por el pueblo, y no a la inversa.

El gobierno tiene una vida prestada, es alguien que ha sido designado, subordinado al
soberano, pero, por otro lado, tiene que poder actuar con vigor, tiene que ser unitario,
porque es el ejecutor supremo, distinto del soberano, que no ejecuta, sino que sólo
quiere. Es un cuerpo viviente artificial dentro de otro.

En el segundo capítulo, que se titula "Del principio que constituye las diversas formas
de gobierno" Rousseau intenta explicar por qué se distinguen estas formas de gobierno.
Y para esto comienza distinguiendo "Príncipe" de "gobierno". Gobierno es el poder
ejecutivo, y príncipe es el cuerpo de magistrados que ejerce ese poder, que pueden ser
más o menos. Y aquí ya hay un dato a tener en cuenta: cuantos más magistrados hay,
por un lado, menos poder tiene cada magistrado, pero, por otro lado, cuanta más fuerza
tiene que utilizar el gobierno respecto de sus miembros, menos fuerza le queda para

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ejercer sobre los súbditos. Entonces, cuanto más magistrados hay, cada magistrado tiene
menos fuerza total, pero el gobierno es más débil.

Por otra parte, Rousseau distingue tres voluntades dentro del magistrado, que tienen que
estar en cierto equilibrio. En primer lugar, la voluntad del individuo. El magistrado es
un ser humano, tiene una voluntad individual y, como todo individuo, puede buscar
beneficiarse. En segundo lugar está ese espíritu de cuerpo, la voluntad común de los
magistrados. Buscan beneficiar al príncipe, a la burocracia. Hay un espíritu de cuerpo
que es necesario en los magistrados. Por último, está la voluntad del pueblo, o sea la
voluntad del ciudadano, que también la encontramos dentro del gobernante, que
también es un ciudadano. De la articulación de estas tres voluntades surge el principio
que constituye las diversas formas de gobierno. El párrafo 6 dice:

En una legislación perfecta la voluntad particular o individual debe ser nula. La


voluntad del cuerpo, propia del gobierno, muy subordinada. Y, por consiguiente, la
voluntad general o soberana, siempre dominante y regla única de todas las demás.

Entonces, eso sería lo ideal. En una legislación perfecta se produce esta articulación en
la voluntad de los magistrados. La voluntad del individuo es nula, la voluntad de ese
individuo como miembro del gobierno, como miembro de ese comisariado político, está
subordinada al soberano, y el compromiso ciudadano es lo que prima. Ese sería el ideal
de un orden social. Ahora bien, Rousseau reconoce, porque no es utópico, es más bien
realista, que el orden natural es más bien contrario a este orden social. O sea que la
voluntad general tiende a ser más débil y la voluntad particular más fuerte.

Entonces, en este capítulo empieza a distinguir formas de gobierno a las que les
dedicará capítulos específicos. En un gobierno unipersonal la primera y la segunda
voluntad están unidas. Si el gobierno está conformado por un sólo individuo, si el
príncipe es un monarca, están unidas las dos primeras voluntades, y allí lo que
encontramos es el mayor grado posible de intensidad, de actividad, de capacidad de
ejercer de manera unitaria, efectiva, esa fuerza concentrada, invariable, absoluta, que
tiene el cuerpo político. En la democracia, en cambio, y aquí Rousseau, como todos los
autores del siglo XVIII, utiliza el término en el sentido de democracia directa, la
democracia de los antiguos. En la democracia cada ciudadano es magistrado, forma
parte del ejecutivo. Entonces allí desaparece la voluntad del cuerpo, porque se confunde
con la voluntad general, mientras que la voluntad particular conserva toda su fuerza,

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pero hay un menor grado de eficacia, capacidad de acción. A mayor número de
magistrados, mayor lentitud de la gestión, mayor debilidad del gobierno. Por otra parte,
cuanto más se extiende el estado, más se debe concentrar el gobierno. A mayor número
de súbditos tiene que haber menor número de jefes. Ahora, a mayor número de
magistrados, el gobierno es más recto, porque se encuentra más cerca de la voluntad
general, entonces esta relación entre fuerza y rectitud tiene que ser proporcional en cada
caso, y, nuevamente, depende del arte del legislador ver cuál es la proporción adecuada
para cada pueblo.

Entonces encontramos esta cuestión de la división de los gobiernos, de las formas de


gobierno. La misma se realiza por el lugar en el que se ha depositado el poder
gubernativo. El soberano comisiona al gobierno la ejecución de su voluntad. Si este
gobierno está conformado por todos o la mayoría, esto es: si los magistrados son del
100% al 51% de la población, puede hablarse de una democracia; si los magistrados son
del 49% a un número mínimo, puede hablarse de una aristocracia; y la monarquía, en
principio, es 1, pero también puede haber cierta diversidad. Entonces, hay cierta
confusión también entre las formas de gobierno.

El párrafo 7 dice lo siguiente:

En todo tiempo se ha discutido mucho sobre la mejor forma de gobierno sin considerar
que cada una de ellas es la mejor en ciertos casos y la peor en otros.

Entonces, respecto de este problema tradicional respecto de qué forma de gobierno es


preferible, Rousseau dice que depende del caso. O sea, hay una relación inversa con el
número de ciudadanos. La democracia es más bien apta para estados pequeños, la
aristocracia para medianos, y la monarquía para estados grandes. Y aquí comienzan
ciertos reparos respectos de los estados grandes. Hay algo así como una crítica del gran
estado, porque requiere mucha fuerza concentrada, y es mayor el peligro de usurpación,
tiene al despotismo, que, como hemos visto en El discurso sobre la desigualdad, es el
extremo máximo de la desigualdad, la relación entre amo y esclavo. Entonces, los
estados grandes requieren de un poder ejecutivo concentrado y esto tiene inconvenientes
graves, entonces Rousseau es siempre un defensor de la medianía: ni muy grande, ni
muy pequeño el estado; ni muy ricos, ni muy pobres, los ciudadanos. Este sería el ideal
de medianía clásico, evitando los extremos.

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Bueno, luego le dedica un capítulo a cada forma de gobierno: a la democracia, a la
aristocracia, y a la monarquía. Siempre "democracia" significa "democracia directa".
Hay un argumento, dice Rousseau, que podría alegarse a favor de la democracia, y es
que el pueblo, que es aquél que legisla, es el que mejor sabe cómo aplicar esas leyes, y,
en ese sentido, habría una suerte de coincidencia entre poder ejecutivo y legislativo.
Pero esto es lo que hace de la democracia algo más bien peligroso, dice Rousseau. No es
bueno que el pueblo se ocupe de lo particular. Porque si son los mismos ciudadanos los
que legislan y luego ejecutan las leyes, cuando vayan a legislar, quizás ya estén
pensando como magistrados. Quizás estén pensando en los casos particulares a los que
habría que aplicar esas leyes. Y, en ese sentido, quizás se corrompa la legislación, no se
permita que la voluntad general se presente. La corrupción de la legislación es peor que
el abuso de las leyes por parte del gobierno. Porque ese abuso, en algún momento, se
puede limitar, el pueblo puede tomar medidas que establezcan límites legales a la acción
del gobierno, pero la corrupción de la legislación hace imposible la reforma.

Rousseau, entonces, es bastante escéptico respecto de la democracia directa como forma


de gobierno. En rigor, habría que decir que no puede existir una verdadera democracia
directa, porque el pueblo tendría que estar siempre en asamblea, la gestión del gobierno
sería muy lenta, y hay una cierta dificultad en reunir las condiciones bajo las cuales
sería posible esta forma de gobierno en sentido pleno. O sea: que el estado tenga
pequeñas dimensiones, que existan pocos ciudadanos, que tengan costumbres más bien
sencillas, que sean patriotas, que no les interese el lujo. Y aquí menciona Rousseau una
tesis de Montesquieu. Montesquieu decía que los principios de las formas de gobierno
son distintos. Decía que en la república el principio que mueve a los ciudadanos a
obedecer las leyes es la virtud, algo así como el amor a la igualdad. En la monarquía el
principio es el honor. Aquello que motiva el compromiso con el cuerpo político es ser
reconocido por el monarca, adquirir un rango, un honor que otros no tienen. Y en el
despotismo es el temor. Todos obedecen porque temen la acción del monarca.

Rousseau dice que esto de que la virtud sea el principio de la república... Bueno, se
requiere ser muy virtuoso para vivir en esta democracia directa, pero Montesquieu no ve
que esto no es privativo de la república democrática, sino que todas las formas de
gobierno requieren virtud, porque la autoridad soberana es siempre la misma. Entonces,
el carácter excepcional de la democracia directa consiste en que supone ciudadanos con
una fortaleza moral sobrehumana. Les conviene a los dioses más que a los hombres,

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dice Rousseau. Estos ciudadanos de una república democrática cada día se dicen que
prefieren ser libres, aunque haya peligros, a estar tranquilos.

La segunda forma de gobierno es la aristocracia. Ahí tenemos dos voluntades generales:


el soberano para el pueblo, y el gobierno para los miembros de la administración.
Rousseau reconoce que pudo haber tenido, la aristocracia, cierto origen histórico, en una
suerte de gobierno patriarcal natural, una asamblea de ancianos, aquellos a los que todos
respetaban, pero luego se hizo, por un lado, electiva, y, por otro lado, hereditaria. Y aquí
rompiendo un poco con lo que decía en el capítulo anterior, Rousseau toma posición
respecto de esta cuestión de la mejor y la peor forma de gobierno. La aristocracia
electiva es la mejor forma de gobierno, y la aristocracia hereditaria es la peor. ¿Por qué
es mejor la aristocracia electiva, o la aristocracia propiamente dicha: el gobierno de los
mejores? En primer lugar porque hay división de poderes, cosa que en la democracia no
había. Y en segundo lugar porque hay una elección popular de los miembros del poder
ejecutivo. No todo ciudadano es magistrado, como en la democracia, y esa elección
garantiza el buen gobierno. Entonces, Rousseau le encuentra más ventajas a esta
aristocracia electiva, pero siempre con los resabios que habíamos señalado, con la
relativización de este juicio, en cuanto no conviene ni a los estados muy grandes ni a los
muy pequeños.

Por último, Rousseau presenta a la monarquía. Hasta ahora el príncipe había sido
considerado como el conjunto de los magistrados, ahora, con la monarquía, tenemos una
identidad entre la persona moral y la colectiva. El príncipe es uno. La persona natural
concentra en su mano la ejecución de la voluntad general. Por eso la monarquía tiene
esta ventaja: que con el menor esfuerzo tiene un mayor efecto posible. Ahora, la
desventaja, ya la habíamos señalado, y es que la voluntad del monarca puede incidir de
manera ilegítima en sus funciones, y perjudicar con ello al estado. Los reyes quieren ser
absolutos, quieren actuar contra el pueblo sin resistencia. Entonces, si es necesaria una
monarquía habría que ver qué otras instituciones podrían impedir esa desviación, esa
usurpación de las funciones del soberano en manos del monarca.

Hayo otras desventajas de la monarquía. En primer lugar, en un gobierno republicano, la


elección popular determina quiénes son los miembros del gobierno, y esto garantiza la
capacidad y la honestidad de los miembros. Mientras que, en la monarquía, el
gobernante tiene mayor discrecionalidad, el príncipe elige a los peores, por lo general.

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En segundo lugar, depende un poco de cuáles sean las facultades del príncipe, las
características de cada monarca particular, porque, por lo general, suelen ser menores o
mayores a las que exige el estado.

En tercer lugar, hay otro problema que es el problema de la sucesión. Falta una sucesión
continua. Esto lo menciona Hobbes también, que es una suerte de defensor de la
monarquía. Entonces, los intervalos son medio peligrosos. Cuando muere aquél que
concentra en su persona física el poder ejecutivo, se plantea el problema de la sucesión,
y esto puede ser conflictivo. Y esta dificultad puede remediarse con un remedio que es
peor que la enfermedad: la monarquía hereditaria. Porque luego tendremos reyes niños
que son herederos de un trono, y que son guiados por regentes. O monstruos imbéciles,
que son los sucesores, y que el pueblo tiene que soportar.

Otro inconveniente que Rousseau encuentra en la monarquía es la inconstancia del


gobierno monárquico. Cada administración comienza un proyecto que la otra considera
irrelevante y hace lo contrario de la anterior.

Por último, frente a los autores monárquicos, cometen dos errores. En primer lugar, el
error del patriarcalismo. O sea, confundir el poder político con el poder paternal. Por
otro lado, los monárquicos le atribuyen al monarca las virtudes que debería tener.
Confunden el hecho con el ideal.

Luego aparece algo, que habrán encontrado en Hobbes, que es la cuestión de la


posibilidad de los gobiernos mixtos. Rousseau dice que todo gobierno es mixto, en
cierto sentido, porque una monarquía, en la que supuestamente gobierna una solo, tiene
ministros que aconsejan al monarca, tiene funcionarios, tiene magistrados, entonces,
nunca hay un sólo gobernante. Y la democracia tiene jefes. Por más que las decisiones
se tomen en una asamblea con todos los ciudadanos, habrá mejores oradores, habrá
quienes tienen más carisma. Entonces, hay una suerte de gradación que hace que
siempre los gobiernos sean mixtos, en algún sentido, y en la monarquía el mayor
número depende del menor, y en la democracia al revés.

También hay ciertas formas de repartir este poder ejecutivo, formas imperfectas. Y, ante
la pregunta de cuál es mejor, si un gobierno simple o uno mixto, Rousseau dice
"depende". En primer lugar, habría que decir el simple, pero si el ejecutivo es muy

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fuerte, quizás haya que dividirlo, para que cada parte sea, frente al soberano, más débil,
y frente a los súbditos, el cuerpo del gobierno tenga la misma fuerza.

El capítulo 8 afirma que cualquier forma de gobierno no es idónea para cualquier país.
Vuelve aquello que hemos tratado en el libro 2, sobre todo en el capítulo 8 al 10, que
tratan sobre el pueblo. La libertad no es fruto de todos los climas, dice Rousseau, ni está
al alcance de todos los pueblos, citando a Montesquieu. Y aquí se detiene en una
cuestión económica: ¿cómo mantener al estado? El estado se mantiene por el trabajo de
sus miembros. O sea, el poder gubernativo depende de los impuestos. O sea, tiene que
haber un excedente en el producto del trabajo humano, para que haya gobierno. Y este
excedente es distinto en cada país. La diferencia depende de muchos factores, pero
siempre la clave es esta relación entre la cantidad de miembros del gobierno y su costo.
Una gran burocracia es muy costosa, y una gran burocracia es la que necesita una
monarquía. La monarquía es el gobierno más caro, y es recomendable para los estados
ricos, para que ese excedente sea utilizado por el gobierno, y los ciudadanos no lo
dilapiden en lujos y en cosas perjudiciales. La aristocracia es recomendable para los
estados medianos, y la democracia para los estados pobres. El despotismo, en cambio,
es una forma de gobierno degradada que empobrece a sus súbditos.

Aquí aparece algo muy típico de la época, que es esta relación entre el clima y el
gobierno. Y aquí Rousseau dice que habría que considerar, por un lado, las leyes
generales de esta proporción. O sea, el despotismo conviene a los países cálidos, la
barbarie a los fríos, la buena administración a las regiones intermedias. Pero estas leyes
generales no se pueden aplicar mecánicamente, siempre hay que considerar las causas
particulares. Por ejemplo, hay países fríos que son muy fértiles, países cálidos que son
estériles, etc.

Un punto importante, también tradicional, es ¿cuál es el signo por el cual podemos


determinar si un gobierno es bueno o malo? Ya sabemos que no hay un mejor gobierno
en términos absolutos, pero hay un signo, un criterio que puede aplicarse para responder
a esta pregunta, que es un criterio demográfico, un criterio poblacional. Dado que el fin
de la asociación política es la conservación y la prosperidad de sus miembros, es
necesario considerar el número y la población. O sea, cómo se modifica
demográficamente la cantidad de habitantes de un pueblo. En un buen gobierno los
ciudadanos se multiplican y pueblan el territorio. Hay prosperidad. Se acrecienta el

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número de ciudadanos. Mientras que en un mal gobierno empiezan a irse, no se
reproducen, y hacen que el territorio esté más bien despoblado, y eso no es bueno para
la defensa de la república.

En el capítulo 10, Rousseau comienza a tratar un tema que es decisivo, y que ya viene
anticipado desde el momento en que indicamos que el soberano es mera voluntad y que
el gobierno es pura fuerza. Eso indica que en el gobierno encuentra Rousseau algo así
como una tendencia natural a la degeneración. El gobierno tiende a abusar de la fuerza
que tiene, porque el gobierno es una voluntad particular, no es la voluntad general. Esa
acción continua de la voluntad particular contra la voluntad general, contra la soberanía,
es algo así como un vicio inevitable, inherente al gobierno mismo. ¿Por qué? Porque
habíamos dicho que el gobierno, el conjunto de los magistrados, tiene que tener un
espíritu de cuerpo, de autoafirmación, para autoconservarse. Mientras que el soberano
no tiene esa fuerza equivalente, no tiene ese ethos, en principio. Y, por lo tanto, tarde o
temprano, el príncipe tiende a oprimir al soberano, tiende a romper el contrato social.
Entonces, esta acción contínua de la voluntad particular contra la general, tiende a
destruir el cuerpo político, desde su mismo nacimiento. La muerte del cuerpo político
esta signada, como cualquier cuerpo viviente, desde el comienzo.

Rousseau distingue, entonces, dos motivos por los que puede degenerar el gobierno.
Una por su concentración, que es algo así como la inclinación natural del gobierno. Es
natural que el gobierno se vaya concentrando, que se vaya cambiando la forma de
gobierno, de la democracia a la aristocracia, de la aristocracia a la monarquía. Y este
cambio de la forma de gobierno es necesario, porque se gasta el resorte, aquello que le
permite ejercer el poder. Entonces, la concentración de poder ejecutivo permite
conservar la fuerza que tenía antes, y que estaba disuelta en un conjunto más amplio de
magistrados, y, de esa manera, conservar el estado. Entonces, a medida que cede ese
resorte hay que ir ajustándolo, y eso requiere un cambio de la forma de gobierno.

El gobierno degenera también por la disolución del estado. Y esto es más grave. Aquí
Rousseau menciona dos vías por las cuales el estado se disuelve, por la usurpación de
las funciones del soberano. Cuando el príncipe no gobierna ya según las leyes, sino que
gobierna por su voluntad particular. De esa manera se produce una ruptura del pacto, y
los súbditos, pasan de estar obligados a obedecer las leyes, como sucede en una

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república, a estar forzados a obedecer, normas que no merecería siquiera el nombre de
leyes.

La usurpación también puede producirse cuando los miembros del gobierno usurpan
cada uno una parte por separado. Y, entonces, hay tantos príncipes como magistrados.
De esa manera se divide el gobierno, y perece nuevamente el estado, o cambia de forma.
Aquí aparece, entonces, esta temática tradicional de las formas desviadas de gobierno.
Así como hay tres formas rectas, hay tres formas desviadas, que se corresponden con
cada una de las formas rectas, que ya no sería formas de gobierno, sino de desgobierno,
de anarquía, que serían: la oclocracia, la oligarquía, la tiranía. Y aquí Rousseau
distingue el término "tirano" del término "déspota". El término "tirano" tiene un sentido
vulgar que es el de "el rey que gobierna sin leyes". Pero, en sentido preciso, sería "aquél
que usurpa la autoridad regía, sin derecho a ello". Un príncipe que no ha sido elegido,
podríamos decir. Entonces, un tirano es aquél que usurpa la autoridad del poder
ejecutivo, pero gobierna según las leyes, pero puede no ser un déspota, si gobierna
según las leyes, si su trasgresión se a limitado a usurpar el poder ejecutivo. Un déspota,
en cambio, ya es un amo, que ya considera a sus súbditos como esclavos. O sea, un
déspota usurpa el poder soberano y se ubica por encima de las leyes. Entonces, el
déspota es siempre tirano, pero el tirano puede no ser un déspota.

Habíamos dicho que existe esta tendencia natural del gobierno a abusar del poder que
tiene, esta tendencia natural a degenerar, que culmina, o puede culminar, si se realizan a
fondo, con la muerte del cuerpo político. Incluso, dice Rousseau, los modelos, los
estados mejor constituidos. El cuerpo político es una criatura, y como toda criatura, está
destinada a la muerte. Incluso Esparta y Roma, que son los modelos de Rousseau, no
son eternas. Ser duradero no significa ser eterno. Una obra humana no puede ser eterna.

Entonces, por un lado encontramos esta analogía este el cuerpo político y el cuerpo
humano, que, desde su nacimiento, está destinado a la muerte. Los seres humanos
pueden ser más o menos sanos, más o menos robustos, pueden vivir más o menos
tiempo, y lo mismo ocurre con los cuerpos políticos. Ahora bien, la gran diferencia
entre los cuerpos naturales y los cuerpos políticos, consiste en que los cuerpos políticos
son artificiales, no son naturales, son un producto del arte, y por lo tanto los autores y
miembros de ese cuerpo político pueden prolongar la vida del estado lo más posible.
Con una buena constitución el estado dura más. Aquél cuerpo político que haya sido

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constituido mediante una legislación sabia va a durar más. No va a ser eterno, pero hay
algo que se puede hacer para que no muera pronto.

El párrafo 3 dice:

El principio de la vida política está en la autoridad soberana, el poder legislativo es el


corazón del estado, el poder ejecutivo es el cerebro que da movimiento a todas las
partes.

Entonces, este cuerpo político tiene corazón y cerebro, tiene vida y movimiento.
Cuando no hay poder legislativo no hay cuerpo político. El cuerpo político vive gracias
al poder legislativo, gracias a ese corazón. Ahora bien, sin el poder ejecutivo el cuerpo
político no puede moverse, las leyes no tienen eficacia.

Entonces, dado que el cuerpo político está destinado a perecer, y, por otro lado, a
diferencia entre los cuerpos naturales, los cuerpos artificiales dependen del arte humano,
que puede hacer algo para conservar el cuerpo político, esta vida del cuerpo político
depende de ciertas medidas constitucionales. Y a esto dedica Rousseau buena parte de
lo que queda del libro 3. Dentro de estas medidas va a estar también una crítica de la
idea de representación.

El capítulo 12 se titula "¿Cómo se mantiene la autoridad soberana?", allí estaría la clave


de la pervivencia del cuerpo político. ¿Qué se puede hacer para conservar la vida del
soberano y que esta no sea usurpado por el legislativo.

Bueno, si les parece hacemos una pausa, y luego seguimos con lo que nos queda del
libro 3.

(Receso)

Profesor: ¿Cómo se mantiene la autoridad soberana? A esto le dedica Rousseau 3


capítulo. Y, vamos a ver que eso se completa en el último capítulo del Libro III.

En principio, Rousseau dice que la autoridad soberana es, como sabemos, la del poder
legislativo, la del pueblo legislando, esa voluntad general. Entonces, las acciones del
soberano son leyes, y esas acciones sólo pueden realizarse reuniendo al pueblo. En ese
sentido, comienza a responder aquí, Rousseau, una objeción usual que podría hacérsele;
que es que es una quimera lo que él está proponiendo. La respuesta de Rousseau es:

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“estudien historia”. Por un lado, el modelo es Roma, donde los ciudadanos se reunían
para legislar y también para gobernar, cosa que Rousseau no recomienda, y, por lo tanto
él lo que está haciendo es juzgar lo posible por la historia. O sea, pasa de lo existente a
lo posible y no al reino de utopía. Lo que ocurre es que quienes lo juzgan no creen que
la libertad, que la autolegislación sea posible, no creen en la soberanía popular porque
son esclavos. Vamos a ver qué funciones tiene esta asamblea popular pero, en principio,
Rousseau sostiene que el mecanismo para conservar la autoridad soberana consiste en
que se reúnan estas asambleas populares, legislativas. O sea, el pueblo no sólo se reúne
cuando elige la constitución y el cuerpo de leyes; no sólo cuando elige el gobierno
originariamente, sino que tiene que haber asambleas periódicas. Por un lado, asambleas
convocadas para casos extraordinarios; pero, lo decisivo para mantener la autoridad
soberana es que existan asambleas fijas y periódicas. O sea, asambleas que dependen de
una convocatoria fijada por la ley, no convocada por el príncipe o por magistrados, que
arbitrariamente pueden decidir si el pueblo legislador se reúne o no ¿Con qué frecuencia
tienen que estar determinados en la constitución los momentos en los que se reúnen las
asambleas populares? Eso depende, nuevamente de cada caso; la frecuencia depende del
poder que haya concentrado el ejecutivo. Entonces, puede haber más o menos tiempo
entre la reunión de una asamblea y otra, según el caso. Pero, lo que sí tiene que haber en
toda República, es la obligación, por ley, de establecer las fechas en las que se va a
reunir el poder legislativo. Esto puede ser conveniente, sobre todo, si el Estado es muy
grande, pero él no es un defensor del Estado grande. Pero, hay ciertos recursos para
conservar la autoridad soberana, no dividirla y garantizar que estas asambleas fijas y
periódicas, convocadas por la ley, tengan lugar.

Un punto importante, que nos va a dar la clave de lo que viene después, es lo que
aparece en el capítulo 14, que todavía sigue con el mismo tema: cómo se mantiene la
autoridad soberana. En primer lugar, dice Rousseau, cuando se reúne el pueblo como
cuerpo soberano, el poder ejecutivo queda suspendido. O sea, el gobierno, que hasta ese
momento ejercía el poder ejecutivo, bajo la forma que tuviera, queda sin jurisdicción,
sin facultades. La razón que da Rousseau, es la siguiente:

Donde está el representado, no existe ya el representante.

Ahora, bien, uno podría preguntarse: “¿cómo, el gobierno era un representante?”, “sí”,
diría Rousseau, pero un representante de la fuerza del pueblo, no de la voluntad. O sea,

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el gobierno representa el poder de ejecutar la potencia soberana, no representa la
voluntad soberana. Y, cuando ese soberano se hace presente efectivamente, cuando se
reúne la asamblea, el poder ejecutivo cesa, temporariamente, en sus funciones.

El segundo párrafo de este capítulo dice:

Estos intervalos de suspensión en que el príncipe reconoce o debe reconocer un


superior actual, son siempre temibles para él. Y estas asambleas del pueblo, que son la
égida del cuerpo político y el freno del gobierno, han sido desde siempre el horror del
príncipe. Por eso no ahorran nunca esfuerzos, ni objeciones, ni dificultades, ni
promesas, para disuadir de ellas a los ciudadanos.

El príncipe intenta, por todos los medios, evitar que se reúna la asamblea legislativa, por
esta misma tendencia que tiene el ejecutivo a la usurpación. Desde el momento en que
se reúne la asamblea, el príncipe carece de poder ejecutivo, deja de ser príncipe hasta
que la asamblea se disuelva, si es que lo vuelve a elegir.

Cuando estos son avaros, cobardes, pusilánimes y están más enamorados del reposo
que se la libertad, no aguantan mucho tiempo los redoblados esfuerzos del gobierno,
allí, como al aumentar sin cesar la fuerza de resistencia, la autoridad soberana se
desvanece a la postre y, como la mayoría de las ciudades, caen, perecen, antes de
tiempo.

Entonces, el mecanismo para evitar esto, para mantener la autoridad soberana frente a
esas presiones ilegítimas del príncipe, es la convocatoria de asambleas que no dependan
del príncipe, convocatorias fijadas por la ley; donde a ley indica en qué fecha se va a
reunir la asamblea. Porque si dependiera de los príncipes, ellos intentarían evitarla y los
ciudadanos se acostumbran a no reunirse, a no legislar y esto termina redundando en la
usurpación de la autoridad soberana por parte del ejecutivo.

A veces, sostiene Rousseau, aparece un poder intermedio entre la autoridad soberana y


el gobierno, que son los diputados, a este tema le dedica el capítulo 15, que se titula “De
los diputados o representantes”. En este capítulo volvemos a encontrar algo que ya
habíamos mencionado, cuando hablábamos del carácter inalienable de la soberanía, que
es una crítica a la noción de representación. Como sabemos, la participación republicana
de estos ciudadanos es directa, en el poder legislativo; y esa participación es como un
antídoto, no sólo contra la usurpación que puede provenir del ejecutivo, sino también

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contra el particularismo, contra el conformismo, contra el olvido que todo particular
puede tener respecto de aquél momento inicial de alienación total. Sólo participando en
estas asambleas, el ciudadano renueva, vuelve al punto de partida, vuelve, cada
ciudadano a ese momento de la alineación total que encontrábamos en el pacto. O sea,
para ser ciudadano, para dar continuidad a su carácter de ciudadano es necesario que
participe de manera directa en la asamblea legislativa. Sin esa participación es como si
cada uno se fuera hundiendo en su particularidad y la libertad de autolegislación se
perdiera, porque siempre hay alguien, que es el que tiene la fuerza, que tiende a usurpar
las funciones del soberano. Entonces, esta participación republicana de cada ciudadano
en la asamblea legislativa, garantiza la autonomía política; cada uno se da la ley para su
conducta, cada uno participa de la elección de las leyes sin representantes. “Elegir un
representante legislativo, es como delegar la defensa en un mercenario”, dice Rousseau.
O sea, cuando un pueblo vota representantes, vota otros particulares que estén en lugar
de él en el parlamento, lo público cede ante lo privado; o sea, este patriotismo
republicano cede a lo que podríamos llamar una suerte de egoísmo mercantil; cada uno
empieza a ocuparse de su beneficio personal y prefiere delegar en otro lo político, la
legislación, y así es como se pierde la libertad. La ruina del Estado, dice Rousseau,
comienza cuando los ciudadanos prefieren servir con su bolsa, en vez de con su
persona; cuando prefieren pagar el costo de mantener a un diputado o a un mercenario,
o a un soldado profesional a cambio de quedarse en su casa; ahí se arruinó todo.

A fuerza de pereza y de dinero –dice el primer párrafo del capítulo 15- tienen en última
instancia soldados para sojuzgar a la patria y representantes para venderla.

Entonces, este olvido que pueden tener los ciudadanos, de su carácter de ciudadanos,
ese olvido del carácter de la alienación total, causa la ruina del Estado. Ese olvido se
hace efectivo cuando no cumplen las obligaciones del ciudadano en la asamblea
legislativa y en la trinchera. Entonces, por comodidad, por intentar maximizar sus
beneficios privados, los ciudadanos intentan cambiar los servicios personales que le
deben a la República, esto es, la participación directa en la legislación y en su defensa,
por dinero; y esos ya no son ciudadanos, dice Rousseau, el ciudadano libre pagaría para
legislar y defender a la patria. De hecho, en las Repúblicas antiguas, cada uno tenía que
conseguirse sus armas para ir al frente. Los ciudadanos libres hacen todo con sus brazos,
participan en la asamblea y en la milicia popular. En ese sentido, esta participación los

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educa, los convierte en ciudadanos, sometiendo el egoísmo particularista a esta primacía
de lo público.

En un Estado bien constituido, lo público se impone a lo privado, todos vuelan a las


asambleas. Mientras que en un mal gobierno, cada uno ya prevé que en la asamblea no
se va a presentar la voluntad general, que allí no se juega nada. Entonces, prefiere
atender a sus asuntos domésticos y esto es el principio del fin.

Tan pronto como alguien dice, de los asuntos del Estado “a mí qué me importa”, hay
que contar con que el Estado está perdido.

Estudiante: Inaudible.

Profesor: Una de las soluciones que plantea Rousseau para los Estados más grandes,
donde no todos los ciudadanos se pueden reunir en un lugar a discutir, son los
diputados.

Respecto de los diputados, según Rousseau, si los hay, estos no pueden ser
representantes, porque la voluntad general no puede ser representada. El párrafo quinto
comienza diciendo:

La soberanía no puede ser representada por la misma razón que no puede ser enajenada;
consiste esencialmente en la voluntad general, y la voluntad no se representa: o es ella
misma o es otra, no hay término medio.

Entonces, representar consiste en estar en lugar de otro, tanto en sentido político, como
en sentido comercial, como en sentido gnoseológico; una representación es algo que
está en lugar de otro: una imagen en lugar de la cosa, una persona en lugar de otra. Eso
no puede ocurrir con la voluntad, nadie puede elegir por mí, puedo elegir a otro para que
ejecute lo que yo quiero, por eso uno podría decir que en el poder ejecutivo hay
representación. En el caso de la voluntad no pude haber representación. O sea, quienes
participan como diputados en el parlamento y pretenden representar al pueblo, están
votando según su voluntad, no según la voluntad del pueblo, porque nadie puede querer
por otro, sino que la voluntad es una facultad que sólo puede ejercerse en primera
persona, de manera presente en la asamblea y no mediante representante. Un
representante tiene esta pretensión, pensemos, por ejemplo, en el capítulo 16 del
Leviatán; el actor representa al autor, está en lugar del autor. El autor no le da ninguna

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indicación, sino que el representante es el intérprete exclusivo de la voluntad popular, y
Rousseau dice que eso es imposible, nadie puede querer por otro. El párrafo sigue
diciendo lo siguiente:

Los diputados del pueblo no son, por lo tanto, ni pueden ser sus representantes, no son
más que sus delegados, no pueden concluir nada definitivamente. Toda ley que el
pueblo en persona no haya ratificado es nula, no es una ley.

Entonces, aquí tenemos una solución posible. Si hay diputados, que no son
representantes, porque la población es mucha y el territorio es extenso, se reunirán esos
diputados que son delegados. Es decir, estos diputados tienen una función específica
que cumplir, pero no es la de legislar, no concluyen nada definitivamente. Esto quiere
decir que estos diputados se reúnen, deliberan y legan a lo que podríamos llamar una
propuesta de ley, como la que habíamos encontrado en del legislador, ahora, esa
propuesta, para transformarse en ley tiene que ser ratificada por el voto popular.
Entonces, allí Rousseau, concede que en algunas Repúblicas puede haber una dificultad
fáctica de reunir a todo el pueblo en una asamblea. Entonces, cómo se implementan
estos principios, bueno, mediante esta elección de diputados. Otros mecanismo, de la
tradición igualitarista republicana posterior, es la del delegado con mandato obligatorio,
donde tampoco hay representación, sino que se le indica al delegado lo que tiene que
votar. Dicho esto, Rousseau rechaza esta idealización de Inglaterra como modelo, que
había formulado Montesquieu, sabemos que los modelos de Rousseau son otros: Roma,
Esparta, en todo caso Ginebra, pero Inglaterra no.

Los ingleses son libres sólo cuando eligen a los miembros de su parlamento.

Ahora, por el sólo hecho de elegirlos pierden la libertad, se convierten en súbditos de


los miembros del parlamento; la usan tan mal su libertad que merecen perderla.

Entonces, esta participación en primera persona es decisiva porque, a diferencia de otros


autores, aparece una instancia en la que se renueva el pacto. O sea, en primera persona
se pacta y en primera persona se legisla y esto ocurre de manera periódica. La
participación ciudadana revive ese acto fundacional de la República, y por eso es que
quedan suspendidos todos los cargos del ejecutivo cuando el legislativo se reúne,
esperando el pronunciamiento de la voluntad general.

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Entonces, la idea de los representantes es distinta a la estos delegados, comisarios. La
idea del representante, dice Rousseau, es una idea moderna que proviene del Medioevo,
en donde sí había parlamento en el gobierno feudal. Eso es una degradación de la
especie humana, es una relación de vasallaje. Los antiguos ni siquiera conocieron la
palabra representante, dice Rousseau. El párrafo 8 dice:

No siendo la ley otra cosa que la deliberación de la voluntad general, es evidente que
en el poder legislativo el pueblo no puede ser representado. Pero puede y debe serlo en
el poder ejecutivo, que nos es más que la fuerza aplicada a la ley. Esto demuestra que,
examinando bien las cosas, encontraríamos muy pocas naciones con leyes.

Puede haber representantes en el ejecutivo y es deseable que los haya, porque la


democracia directa se puede confundir la administración con la legislación y corromper
la legislación si lo ciudadanos no son lo suficientemente virtuosos. Entonces, en el
gobierno, en el poder ejecutivo, puede y debe haber representación, pero no en la
voluntad; lo que se puede representar es la fuerza y esto es lo que hacemos en el pacto,
pero no la voluntad. La expresión de la voluntad general es la ley y una norma que no
haya sido representada por la voluntad general no es ley. Entonces, hay algún
mecanismo que Rousseau propone para evitar el inconveniente fáctico de una población
muy numerosa.

Antes de terminar este capítulo Rousseau responde a una objeción muy común que se
hace a los autores igualitaristas, que proponen formas de organización política que
tienen como modelo las Repúblicas antiguas, como Atenas. La objeción es que los
griegos y los romanos tenían esclavos, “en cambio, nosotros, que somos modernos, no
tenemos esclavos”. La respuesta de Rousseau es que los pueblos modernos no tienen
esclavos porque son esclavos, y son esclavos porque tienen representantes, porque no se
rigen por normas que ellos mismos han elegido; son cobardes y se creen más que
humanos. Son cobardes porque renuncian a la soberanía, a la autonomía, a la
autolegislación y dejan de ser pueblos para convertirse en esclavos. Entonces, esta
contraposición, usual en la época, entre libertad de los antiguos y libertad de los
modernos, Rousseau está del lado de la libertad de los antiguos, los ciudadanos antiguos
eran libres; mientras que los ciudadanos modernos no son ciudadanos, se creen libre
pero no los son. Ahora bien, esta defensa que hace Rousseau de la soberanía popular

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ejercida de manera directa, a la antigua, no significa, como sabemos, una justificación
de la esclavitud.

El capítulo 16 retoma, después de haber formulado esta crítica contra la idea de


representación de la voluntad, un problema que había quedado pendiente desde el Libro
I, desde el capítulo 5, que es el de la institución del gobierno. Nosotros allí habíamos
visto que la institución del gobierno era posterior a la del cuerpo político; que el cuerpo
político se instituía por un contrato y que luego de instituía el gobierno, que eso ya era
un acto político realizado una vez que un pueblo era un pueblo. El título del capítulo es
“Que la institución del gobierno no es un contrato”. Las razones, algunas de ellas, las
conocemos. El soberano no se limita, no tiene obligaciones, no entabla relaciones
particulares que formen parte del cuerpo político; el gobierno no puede tener derechos
sobre el soberano, no pude exigirle nada y, no habría un tercero que pudiera garantizar
el cumplimiento de ese contrato. Entonces, sabemos que el poder legislativo es ejercido
por una voluntad general, que realiza actos generales; mientras que el poder ejecutivo
realiza actos particulares y, por lo tanto, está preparado, al menos conceptualmente y, de
manera deseable, fácticamente, del poder legislativo. Sin esa separación de poderes,
dice Rousseau, no se sabría qué es una ley, no se sabría cuándo el pueblo legisla y
cuándo gobierna, ese es el peligro de la democracia. En el contrato social, en el
momento del pacto, se establece una relación de reciprocidad. Una relación de igualdad
entre los ciudadanos que consiste en lo siguiente: los mismos ciudadanos tienen los
mismos derechos y los mismos deberes, y en las leyes se plasma esa reciprocidad en los
particulares. O sea, ningún ciudadano tiene derecho a exigirle a otro algo que no es
obligatorio para él. Este derecho de exigirle a otro lo que yo no hago, el cumplimiento
de una obligación que yo no tengo, es un derecho que no tiene el particular, el
ciudadano que participa del soberano. Pero ese derecho tiene que estar en algún lado,
ese derecho de exigir a otro que haga lo que no hace uno, es indispensable dentro del
cuerpo político y por eso es que el soberano designa al poder ejecutivo, para que ejerza
ese derecho. Por ejemplo, un juez que aplica la ley, le impone a las partes obligaciones
que él no tiene, sin ese derecho no podría aplicarse la ley, no podría vivir el cuerpo
político. Sin embargo, esta designación del gobierno no puede ser un contrato, la
institución del gobierno no es un contrato entre los jefes y el pueblo que reparta
obligaciones. Y las razones por las cuales la institución del gobierno no es un contrato
son tres. La primera es que la soberanía no puede ni modificarse, ni enajenarse, ni

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limitarse, como ocurriría en ese contrato, el soberano no puede enajenar ninguna de sus
facultades, no puede darse un superior el soberano, adquirir la obligación de obedecer a
un amo. Esa sería la primera razón por la cual la institución del gobierno no es un
contrato. En segundo lugar, un contrato sería una obligación con “estos” particulares y,
por lo tanto, sería un acto particular y eso no lo puede hacer el soberano; el soberano
sólo legisla. Ese contrato no pude ser una ley y, por lo tanto, el soberano no puede
contratar con un jefe. Y, en tercer lugar, esas partes contratantes no contarían con una
garantía, con un tercero que haga cumplir los compromisos legítimos que adquirieron en
ese contrato, y mucho peor, el dueño de la ejecución sería el que tiene la fuerza, que es
el gobierno y, por lo tanto, no podría ser de ninguna manera un contrato. El párrafo 6
termina diciendo:

Sería lo mismo que dar el nombre de contrato al acto de un hombre que dijera a otro:
“le doy todos mis bienes a condición de que me los devuelva cuando le plazca”.

Un absurdo. Entonces, el único contrato público es el contrato social y, dice Rousseau,


no podría imaginarse ningún otro que no fuera una violación del contrato social. No
hay, entonces pacto de sujeción.

Entonces, sabemos que para la vida y el movimiento del cuerpo político es necesario
que exista un gobierno que tenga el derecho de exigir a un particular lo que el
magistrado no hace; que tenga el derecho de imponer las obligaciones de la ley, al
aplicarlas a los particulares, sin que esas obligaciones tengan que ser aplicadas de la
misma manera en su propia persona, por ejemplo, una sentencia. Es necesario que exista
el gobierno, pero, el gobierno no se instituye mediante un contrato. Pero, la pregunta
que tiene que responder Rousseau es cómo instituye un gobierno y a esto está dedicado
el capítulo 17 del Libro III.

La propuesta de Rousseau es la siguiente. La institución del gobierno es un acto


complejo, esto es, un acto compuesto de dos actos. El primer acto es una ley, el
establecimiento del gobierno y de sus formas. El segundo acto consiste en la ejecución
de esa ley. Esto es, en el nombramiento de quiénes van a ser miembros de poder
ejecutivo, quiénes van a ser los jefes del gobierno, los miembros del príncipe. Este
segundo acto, por ser particular, no puede ser una ley, sino que es, dice Rousseau, una
consecuencia de aquella ley, una aplicación de aquella ley. Ahora bien, una vez que uno
reconoce que la institución del gobierno es un acto complejo, compuesto de dos actos:

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una ley y su ejecución, aparece una dificultad que Rousseau presenta en el cuarto
párrafo:

La dificultad está en comprender cómo puede haber un acto de gobierno antes de que
exista el gobierno y cómo el pueblo que no es más que soberano o súbdito, puede
volverse príncipe o magistrado en ciertas circunstancias.

Entonces, la dificultad es clara. Si la institución del gobierno es un acto complejo y el


segundo acto es un acto de gobierno, necesitamos tener un gobierno antes de instituir el
gobierno. Para instituir un gobierno es necesario un acto de un gobierno previo,
realizado por el pueblo que, por lo general no es más que soberano o súbdito, pero, en
determinada circunstancia, dice Rousseau, puede devenir príncipe o magistrado. Y, una
de esas circunstancias la encontramos en la institución del gobierno. Esta segunda parte
del acto complejo, Rousseau la presenta como una conversión súbita de la soberanía en
democracia. Esto es, lo ciudadanos se reúnen, votan la ley que dice: “en esta República
va a haber un gobierno y ese gobierno va a tener determinada forma”, hasta ahí habla el
soberano. Inmediatamente después, el pueblo se transforma en magistrado, esto es, en
un gobierno democrático provisional sin cambio sensible; es una especie de
transubstanciación, podríamos decir. Los mismos que levantaron la mano una vez como
miembros del soberano ahora tienen que elegir a los miembros del ejecutivo que van a
votar no ya como miembros del soberano, sino como miembros de este poder ejecutivo
provisional, este poder ejecutivo democrático. Entonces, sin cambio sensible, aparece
esta nueva relación de todos con todos, donde todos los ciudadanos, como magistrados,
ejecutan aquella ley que votaron como soberano, y de esa manera se concilia lo que
aparecía como una contradicción.

Este gobierno se establece a los fines de elegir un gobierno. Es un gobierno democrático


provisional que puede hacer dos cosas. O bien tomar posesión de manera definitiva del
ejecutivo, si la forma de gobierno que aparece en la ley es la forma democrática; o
elegir a los miembros del ejecutivo, elegir a los gobernantes, si la forma de gobierno es
una aristocracia o una monarquía. Esta, dice Rousseau, es la única vía para el instaurar
un gobierno sin transgredir los principios del contrato social. O sea, hay un momento, el
momento en que se realiza el segundo acto de la institución del gobierno, en que la
totalidad del pueblo no es poder legislativo, sino gobierno, poder ejecutivo; no es
soberano, voluntad general, sino un conjunto de ciudadanos que votan a sus

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representantes para el ejecutivo, que es lo que hacemos nosotros cuando vamos a votar
nuestro representante para el ejecutivo. Rousseau nos criticaría que votamos
representantes para el legislativo. Lo decisivo es que estos dos actos no suceden sólo al
comienzo, sino que cada asamblea, determinada por la ley en sus fechas periódicas, se
tiene que abrir con estos dos actos. Entonces, si uno quiere encontrar en qué consiste el
carácter democrático del pensamiento de Rousseau, no tiene que concentrarse en el
capítulo sobre la democracia, porque allí es más bien crítico de la democracia directa;
sino en esta aparición del pueblo como magistrado, que aparece, en primer lugar, en la
institución del gobierno.

Entonces, en este gobierno democrático provisional hay un cambio cualitativo, una


suerte de transubstanciación, en el sentido de que los actos que están realizando los
miembros de la asamblea son completamente distintos; el primero es una ley, el
segundo es un acto de gobierno. Pero, dice Rousseau, no se pierde la libertad, hay una
continuidad en cuanto este gobierno provisional es democrático. Todos los componentes
le aplican su decisión a todo, no hay ni puede haber, en este caso, una asimetría, una
sumisión de un particular a otro, a una voluntad arbitraria.

El capítulo 18, por un lado continúa este tema de la institución del gobierno y en otro,
continúa este problema de cómo se puede hacer para mantener la autoridad soberana,
que era un tema del capítulo 12 y siguientes. El soberano no contrata, sabemos, la
institución del gobierno no es un contrato, y pude, dice Rousseau, disponer
arbitrariamente del nombramiento y la destitución de los miembros del poder ejecutivo.
Ahora, esta disposición arbitraria de los nombramientos no la ejerce la voluntad general,
porque nombrar o destituir a alguien son actos particulares. Entonces, por un lado, el
soberano le impone a los ciudadanos las funciones que deben cumplir, sin poder discutir
esas condiciones. Pero, por otro, el soberano conserva esta capacidad de nombrar y de
destituir magistrados, esta capacidad no la puede alienar porque, podríamos decir, es
parte de la soberanía popular. En ese sentido, cualquier gobierno está en disposición de
lo que decida el pueblo, incluso un gobierno hereditario. Lo de “hereditario”, podría
decirse, es algo relativo a la voluntad popular. Puede existir un gobierno hereditario,
pero ese carácter hereditario no es un límite para la voluntad popular, siempre es una
forma provisional de administración, no es más que un comisario, alguien a quien se le
ha dado una función y se lo está vigilando. O sea, el gobierno dura hasta que el
soberano quiera. Y aquí Rousseau distingue dos aspectos de la cuestión, una distinción

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típica del lenguaje del s XVIII, la distinción entre política y derecho. O sea, desde el
punto de vista político, hay momento es que puede parece imprudente cambiar de
gobierno o de forma de gobierno, que pude parecer peligroso destituir a los magistrados.
Pero, desde el punto de vista jurídico, que es el punto de vista asumido por el Contrato
desde el comienzo, el pueblo tiene derecho a hacer esos cambios, esa es la cuestión
decisiva; el pueblo tiene derecho a disponer de la autoridad de sus jefes. Esto es, de la
autoridad civil de los miembros del ejecutivo y de la autoridad militar de aquellos que
hayan sido designados como jefes de la milicia popular.

Ahora bien, cuál es el medio para evitar las usurpaciones del gobierno, y aquí hay que
entender lo que decíamos antes: cuál es el medio para evitar que el gobierno usurpe las
funciones del soberano. Rousseau dice: “recordemos aquella distinción entre la voluntad
popular y la voluntad de todos”; esa diferencia es la diferencia que, desde el punto de
vista conceptual es fácil de hacer pero, desde el punto de vista fáctico puede haber
ciertas dificultades para reconocer en cada caso qué es lo que encontramos, si la
voluntad popular o la voluntad de una facción. Lo mismo ocurre, dice Rousseau, con el
poder del príncipe. Habíamos dicho que los gobernantes temen de las asambleas
populares que pueden destituirlos. Entonces, un príncipe tiende a conservar ese poder
tratando de evitar que se reúna la asamblea, aparentando una prudencia política, puede
decir: “no es el momento de que se reúna la asamblea, tenemos que conservar la paz y,
para eso, mejor postergar la asamblea”. Entonces, el príncipe tiende a impedir la reunión
de la asamblea popular, porque sabe que lo puede destituir. Ese es el recurso más común
para usurpar la autoridad soberana: impedir que se reúna la asamblea soberana. Por lo
tanto, el medio para impedir esa usurpación consiste en el mismo medio para mantener
la autoridad soberana, o sea, asambleas periódicas cuya convocatoria depende de la ley,
está fijada por ley. De esta manera se previene, en algún sentido, esa tentación que pude
tener el ejecutivo de usurpar la autoridad soberana. Porque si la convocatoria dependiera
del príncipe, siempre sería confuso si honestamente el príncipe está diciendo que no es
conveniente reunirse o si lo que está haciendo es tratando de usurpar la autoridad
soberana. Para evitar esa confusión, la convocatoria a la asamblea debe estar fijada por
la ley y no en manos del príncipe, porque una vez que la ley dice: “en tal fecha la
asamblea popular se reúne” y en esa situación el príncipe impide por la fuerza esa
reunión, allí, dice Rousseau, el príncipe se convierte en enemigo del Estado
abiertamente, no hay dudas de eso. Y ya sabemos, por capítulo 5 del Libro II, cuál es la

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pena que le corresponde al enemigo del Estado. Aquí encontramos el caso ese del
traidor a la patria, del particular que se convierte en enemigo, aquí encontramos todo
eso; era el príncipe que se convierte en enemigo del Estado cuando impide por la fuerza
una convocatoria a la asamblea fijada por la ley, entonces no hay dudas de que se está
oponiendo a la voluntad popular. Entonces, el medio para prevenir las usurpaciones del
gobierno y para mantener vivo el cuerpo político consiste, dice Rousseau, en estas
asambleas periódicas convocadas por la ley, que se abren con dos mociones
insuprimibles y votadas por separado. Esto es lo que le propone cada asamblea a cada
uno de sus miembros. Párrafo siete y ocho, antes de terminar el Libro III. La primera
moción dice, le pregunta a la asamblea:

Si place al soberano conservar la presenta forma de gobierno.

La segunda moción dice:

Si place al pueblo dejar la administración a aquellos que actualmente están encargados


de ella.

Fíjense que aquí volvemos a encontrar dos actos. Un acto realizado por el soberano, que
es una ley; y un acto realizado por el pueblo, dice Rousseau, no dice “el soberano”, que
es la de si destituye o no a los actuales gobernantes. Toda asamblea periódica, dictada
por ley, tiene que abrirse con estas dos mociones, que rehabilitan, en algún sentido, ese
momento originario de la institución del gobierno. Entonces, en el primer acto, el
soberano decide si la forma de gobierno va seguir siendo la misma y eso lo puede
decidir el soberano porque es una ley, no hay ninguna determinación particular en el
contenido de esa pregunta. La otra moción, en cambio, no la puede votar el soberano;
quién la vota, el pueblo, en su función de miembro de un gobierno democrático
provisional. Entonces, en cada asamblea reaparece ese poder gubernativo popular, al
menos para resolver esto, para decidir si los miembros del ejecutivo van a seguir en
funciones hasta la nueva asamblea o no.

Entonces, estas dos mociones que aparecen aquí como un medio para prevenir la
usurpación, se correspondes con aquellos dos actos de la institución del gobierno: una
ley, referente a la formación del gobierno y la ejecución de esa ley, referente al
nombramiento de los magistrados.

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Esta propuesta que aparece aquí, referente a la revocatoria de mandatos, fue uno de los
motivos por los cuales fue prohibido el Contrato y fue perseguido Rousseau.

Acá se ve más claramente por qué tienen que ser dos actos la institución del gobierno.
No se trata solamente de algo que ocurrió en algún momento después el pacto, sino que
periódicamente tiene que reaparecer, en cada asamblea, las dos funciones del poder
popular; la función soberana que determina la forma de gobierno y la función
democrático provisional, que determina si los miembros del ejecutivo siguen en
funciones o no. Respecto de la primera moción, lo que está señalando Rousseau es que
la forma de gobierno es una ley y, por lo tanto, puede ser cambiada, ya que toda ley es
revocable por la asamblea. La asamblea rousseauniana es un poder constituyente, no es
un poder legislativo sometido a la constitución.

Estudiante: (Sobre la diferencia entre pueblo y soberano)

Profesor: Uno podría decir que “pueblo” es un poco más amplio que “soberano”. La
voluntad general es la voluntad popular en su función legislativa pero, el pueblo
también ese gobierno democrático provisional, que está, para Rousseau, vigilante; esta
designación de comisarios políticos, esta designación de los miembros del poder
ejecutivo es siempre provisoria, está la mirada del pueblo y la seguridad de que se va a
reunir en alguna fecha para juzgarlos. Por eso es que hay algunos autores, por ejemplo
Fichte, que van a ofrecer otras formas de la soberanía popular, que va a aparecer,
directamente, como un juez, como un tribunal popular que, en determinadas
circunstancias, se reúne y juzga a los magistrados.

Bueno, la próxima clase vemos el último Libro del Contrato y con eso terminaríamos
con los textos de Rousseau. Para el primer parcial entra todo el Discurso y todo el
Contrato, en la parte de teóricos. Si nos queda tiempo, la próxima clase avanzaríamos
sobre Hegel, el texto es Los principios de la filosofía del derecho, algunos parágrafos.
Luego, la selección de La ciencia de la lógica y La enciclopedia entran para el final,
para eso van a tener la ayuda de las clases del profesor Dotti, del año pasado, que
también están en el Programa.

Hasta el martes.

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