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16/3/23, 22:35 Las consecuencias o derivaciones del carácter propio o ganancial de un bien determinado

Título: Las consecuencias o derivaciones del carácter propio o ganancial de un bien determinado
Autor: Mazzinghi, Jorge A.
País: Argentina
Publicación: El Derecho - Colección de Ebooks, Bienes propios, bienes gananciales, recompensas
Fecha: 01-09-2020 Cita Digital: ED-CMXXXI-183

Capítulo III

Las consecuencias o derivaciones del carácter propio o ganancial de un bien determinado

Jorge Adolfo Mazzinghi

En los próximos capítulos, estudiaremos, con algún detalle, los distintos supuestos de bienes propios y gananciales que se enuncian en los artículos
464 y 465 del Código Civil y Comercial.

Este análisis y el de las recompensas constituyen el propósito principal del libro.

Por eso, me parece útil que, antes de iniciarlo, nos detengamos un instante a considerar las consecuencias prácticas de que un bien se califique
como propio o ganancial de uno de los cónyuges. Las implicancias jurídicas son varias y las trataremos en el presente capítulo.

1. Limitación para enajenar o gravar bienes gananciales

En el régimen originario del Código Civil, el marido era el administrador de los bienes de la sociedad conyugal. Así lo establecía el artículo 1276 del
viejo Código: “El marido es el administrador legítimo de todos los bienes del matrimonio, sean dotales o adquiridos después de formada la sociedad,
con las limitaciones expresadas en este Título, y con excepción de los casos en que la administración se da a la mujer, de todo el capital social, o de
los bienes de ella”.

La sanción de la Ley Nº 17.711 –que entró en vigencia a mediados de 1968– produjo un cambio radical en esta materia.

La nueva redacción del artículo 1276 del Código Civil disponía: “Cada uno de los cónyuges tiene la libre administración y disposición de sus bienes
propios y de los gananciales adquiridos con su trabajo personal o por cualquier otro título legítimo, con la salvedad prevista en el artículo 1277”.

El principio conforme al cual cada cónyuge tiene el derecho a administrar y disponer sobre sus bienes propios y gananciales también rige en el
Código actual.

El artículo 469 dispone que “cada uno de los cónyuges tiene la libre administración y disposición de sus bienes propios”, y el siguiente –el artículo
470– establece que “la administración y disposición de los bienes gananciales corresponde al cónyuge que los ha adquirido”.

En lo que se refiere a la disposición de los bienes, este principio no es absoluto.

En cualquiera de los dos regímenes –el de comunidad y el de separación de bienes–, se requiere el asentimiento del cónyuge no titular para disponer
de los derechos sobre la vivienda y sobre sus muebles indispensables, y se lo necesita independientemente de que los bienes sean propios o
gananciales1.

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En el régimen de comunidad, la limitación es más significativa, pues el cónyuge titular de ciertos bienes gananciales necesita del asentimiento del
otro para enajenarlos o gravarlos.

Este es el primer punto relevante de la distinción entre bienes propios y gananciales.

Respecto de los bienes propios, y con la única excepción de la vivienda y de los muebles indispensables, el propietario puede disponer con absoluta
libertad. En relación a los bienes gananciales, hay, en cambio, restricciones importantes.

El artículo 470 del Código Civil y Comercial enumera los casos en los que se requiere el asentimiento del cónyuge no titular: “Sin embargo, es
necesario el asentimiento del otro para enajenar o gravar: a. los bienes registrables; b. las acciones nominativas no endosables y las no cartulares,
con excepción de las autorizadas para la oferta pública, sin perjuicio de la aplicación del artículo 1824; c. las participaciones en sociedades no
exceptuadas en el inciso anterior; d. los establecimientos comerciales, industriales o agropecuarios”. Y agrega la norma transcripta: “También
requieren asentimiento las promesas de los actos comprendidos en los incisos anteriores”.

La simple lectura de los supuestos enunciados da una idea bastante cabal de la importancia de la restricción a la libre disponibilidad. Porque el
cónyuge titular de un inmueble ganancial, de un automóvil, de acciones nominativas, de participaciones sociales, de un establecimiento comercial,
industrial o agropecuario, de un local comercial, de un fondo de comercio, de una marca o de un diseño industrial, o de cualquier otro bien mueble
registrable –caballos de carrera, yates, aeronaves–, necesita del asentimiento del otro cónyuge para disponer.

El Código Civil y Comercial ha acentuado las limitaciones. El simple hecho de prometer la enajenación de uno de estos bienes gananciales requiere
el asentimiento conyugal2. Y el asentimiento no puede ser genérico, sino que –tal como lo dispone el artículo 457– “debe versar sobre el acto en sí y
sus elementos constitutivos”.

Si el cónyuge del titular del bien o del derecho no pudiera o no quisiera dar su asentimiento, éste último tiene derecho a requerir una autorización
judicial que supla la imposibilidad o la negativa injustificada.

La calificación de un bien como propio o como ganancial tiene una gran trascendencia, puesto que, si se prescindiera del asentimiento en los casos
comprendidos en el artículo 470 del Código Civil y Comercial, el cónyuge omitido podría demandar la nulidad del acto de disposición3.

2. Responsabilidad por algunas deudas

La calificación de un bien como propio o ganancial también puede incidir a la hora de establecer los alcances de la responsabilidad por algunas
deudas.

El principio general en esta materia es que cada uno de los cónyuges responde por las deudas que asume con sus bienes propios y con los
gananciales de su titularidad. Quiere decir que si el marido, por caso, contrae una deuda comercial, o bancaria, o si le pide dinero prestado a un
amigo, los acreedores sólo pueden accionar en relación a los bienes –propios o gananciales– que conformen el patrimonio del deudor.

El criterio –que es lógico– es una consecuencia de la autonomía de gestión y de la libertad de administración de los bienes.

Al respecto, ya se ha visto que cada uno de los cónyuges tiene la libre administración de sus bienes propios y gananciales, y, en relación a las
deudas, el artículo 467 del Código Civil y Comercial establece el principio de la separación: “Cada uno de los cónyuges responde frente a sus
acreedores con todos sus bienes propios y los gananciales por él adquiridos”4.

Este principio tiene, sin embargo, dos excepciones:

2.1. La primera es la que resulta del artículo 461 del Código Civil y Comercial: “Los cónyuges responden solidariamente por las obligaciones
contraídas por uno de ellos para solventar las necesidades ordinarias del hogar o el sostenimiento y la educación de los hijos de conformidad con lo
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dispuesto en el artículo 455”.

Si la deuda está vinculada a las necesidades ordinarias del hogar común –la alimentación, la limpieza de la casa, la electricidad, el gas, el servicio
de internet–, o a los gastos relacionados con la educación y el sostenimiento de los hijos comunes, o de los de uno de los cónyuges que, siendo
menor o padeciendo una restricción a la capacidad, conviva con ellos –el arancel del colegio, libros y útiles, cobertura médica, vestimenta,
esparcimiento, entre otros–, los cónyuges responden solidariamente con todos sus bienes.

Tratándose de alguna de estas obligaciones, no importa cuál de los cónyuges la contrajo; el acreedor puede pretender el cobro en relación a
cualquiera de ellos, y tiene derecho a ejecutar los bienes propios y los gananciales de ambos5.

2.2. La segunda excepción es la relativa a los “gastos de conservación y reparación de los bienes gananciales”, como dice el artículo 467 del Código
Civil y Comercial.

Si se trata de una deuda relacionada con las expensas ordinarias o extraordinarias de un bien ganancial que no constituye el hogar común, o que se
contrajo para pintar o refaccionar un inmueble ganancial, o para restaurar un cuadro –siempre ganancial–, no sólo está obligado el titular del bien
con todo su patrimonio, sino también el cónyuge que no contrajo la deuda, “pero sólo con sus bienes gananciales”, como dice el artículo 467 del
Código Civil y Comercial, al final de su segundo párrafo.

En esta hipótesis sí que tiene importancia la definición sobre el carácter del bien. Porque la responsabilidad del cónyuge que no contrajo la deuda
destinada a conservar o reparar un bien ganancial de su marido o de su mujer, no alcanza a sus bienes propios, y sólo compromete los bienes
gananciales.

La ley no habla de responsabilidad solidaria6 –como sí lo hace en la primera excepción–, por lo que podría interpretarse que la responsabilidad del
cónyuge que no contrajo la deuda es subsidiaria, y sólo se pone en juego en el supuesto caso de que los bienes del cónyuge deudor no alcancen para
hacer frente al pago.

3. Los bienes gananciales son los únicos que se parten al extinguirse la comunidad

La consecuencia más significativa que se deriva de la calificación de un bien como propio o como ganancial es que sólo los bienes gananciales
conforman la masa que los cónyuges se dividen luego de producirse la extinción de la comunidad. Los bienes propios, en cambio, quedan fuera de la
partición.

Lo dicho resulta con toda claridad de lo establecido por los artículos 497 y 498 del Código Civil y Comercial. El primero de ellos dispone: “La masa
común se integra con la suma de los activos gananciales líquidos de uno y otro cónyuge”. Y el siguiente: “La masa común se divide por partes iguales
entre los cónyuges, sin consideración al monto de los bienes propios ni a la contribución de cada uno a la adquisición de los gananciales”.

Quiere decir que, aunque uno de los cónyuges hubiera generado o aportado la totalidad de los bienes gananciales, aunque el otro cónyuge hubiera
volcado sus esfuerzos a tareas no lucrativas, o, en función de los roles asumidos durante el desenvolvimiento del matrimonio, se hubiera dedicado
principalmente a la atención de las necesidades de los hijos, o a cualquier otro menester sin trascendencia material, los bienes gananciales tendrán
que distribuirse por mitades7.

A estos fines, y mirando el régimen de comunidad desde la óptica de sus instancias finales, la trascendencia de la ganancialidad es enorme.

En los capítulos que siguen, se analizarán los distintos criterios legales para determinar que un bien deba calificarse como propio o ganancial. Ya se
ha dicho que este carácter es imperativo, y que los cónyuges no tienen la posibilidad de atribuirles a los bienes una calidad distinta.

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Aunque el estudio de la liquidación y partición de la comunidad de bienes excede el tema de este libro, considero oportuno formular tres breves
comentarios relacionados con este proceso.

En primer lugar, es importante destacar que, por más que el criterio legal es el de la distribución de los bienes gananciales por mitades, los
cónyuges capaces y en pleno uso de sus facultades pueden acordar libremente los términos y el contenido de la partición. Así lo establece el artículo
498, en su parte final: “Si todos los interesados son plenamente capaces, se aplica el convenio libremente acordado”.

También conviene subrayar que rige una presunción legal en virtud de la cual todos los bienes que los cónyuges poseen al tiempo de la extinción de
la comunidad, deben considerarse, en principio, gananciales. El carácter propio de un determinado bien debe resultar de un modo inequívoco. A
título de ejemplo, si uno de los cónyuges adquiere durante la vigencia de la comunidad un bien inmueble aplicando fondos de carácter propio –por
haberlos recibido en una herencia o por resultar de la venta anterior de un bien propio–, tiene que dejar debida constancia de tales extremos, pues,
si no lo hace, el bien será considerado, en principio, como ganancial8.

Al respecto, la norma del artículo 466 es bien clara: “Se presume, excepto prueba en contrario, que son gananciales todos los bienes existentes al
momento de la extinción de la comunidad. Respecto de terceros, no es suficiente prueba del carácter propio la confesión de los cónyuges”.

En tercer lugar, es interesante resaltar que, en determinados casos, uno de los cónyuges puede invocar el derecho a la atribución preferencial de
algún bien ganancial. Los supuestos están contemplados en el artículo 499 del Código Civil y Comercial y comprenden los bienes amparados por la
propiedad intelectual o artística, los relacionados con la actividad profesional de uno de los cónyuges, un establecimiento comercial, industrial o
agropecuario adquirido o formado por el cónyuge que pretende atribuírselo, y la vivienda que ocupaba al extinguirse la comunidad9.

En todas estas situaciones, el cónyuge que invoca la atribución preferencial tiene que compensar al otro a fin de que la partición resulte
equilibrada10.

4. Consecuencias de índole sucesoria

La calificación de los bienes como propios o gananciales tiene también repercusiones y consecuencias en lo atinente al Derecho Sucesorio.

Si, al producirse el fallecimiento de uno de los cónyuges, el supérstite es el único heredero forzoso porque el causante no tiene descendientes ni
ascendientes que lo sobrevivan, la distinción entre bienes propios y gananciales es irrelevante, pues el cónyuge tendrá derecho a recibir la totalidad
de la herencia.

Es lo que resulta del artículo 2435 del Código Civil y Comercial: “A falta de descendientes y ascendientes, el cónyuge hereda la totalidad, con
exclusión de los colaterales”.

Si, en cambio, el cónyuge concurre con descendientes o ascendientes, el carácter propio o ganancial de los bienes del causante adquiere
trascendencia.

En el supuesto de que acudan a recibir la herencia los hijos –o nietos11– del causante y el cónyuge supérstite, este último tendrá derecho a retener
la mitad de los bienes gananciales que le corresponden como integrante de la comunidad, no recibirá nada de los gananciales del pre-fallecido12 y,
respecto de los bienes propios del causante, heredará la misma parte que cada uno de los hijos, tal como está prescripto en el artículo 2433 del
Código Civil y Comercial.

Como puede verse, la diferencia es sustancial, y se va ensanchando cuantos más hijos tiene el causante.

Pensemos en un ejemplo: supongamos que el causante había heredado de sus padres el 25 % de un campo en la Provincia de La Pampa. Con
posterioridad –ya casado–, le compra a uno de sus hermanos otro 25 % indiviso en un precio inferior al del mercado. Al morir, el causante tiene

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cuatro hijos de un primer matrimonio. El 50% del campo debe calificarse como un bien propio, en razón de que son propias “las partes indivisas
adquiridas por cualquier título por el cónyuge que ya era propietario de una parte indivisa de un bien al comenzar la comunidad, o que la adquirió
durante ésta en calidad de propia”, como dice el artículo 464, inciso k), del Código Civil y Comercial. En consecuencia, el cónyuge supérstite sólo
tendrá derecho a recibir en herencia el 10 % del campo, y la comunidad percibirá como recompensa el importe de la erogación que realizó el
adquirente al comprarle a su hermano una parte indivisa en un precio reducido13.

En el caso de que el cónyuge supérstite concurra con los ascendientes del causante, su situación será mejor, porque retendrá su parte en los
gananciales, y repartirá el resto con los ascendientes por mitades14.

Esto es lo que establece el artículo 2434 del Código Civil y Comercial: “Si heredan los ascendientes, al cónyuge le corresponde la mitad de la
herencia”.

Quiere decir que, aunque al causante lo sobrevivan su padre y su madre, el cónyuge supérstite recibirá la mitad de la parte de los bienes
gananciales que correspondía al causante –con lo que redondeará el 75 % de los gananciales–, y la mitad de los bienes propios. Los cálculos y el
ejemplo consignados dan por sentado que se trata de una sucesión ab-intestato. Si, por el contrario, el causante hubiera dejado un testamento con
legados que absorban la totalidad de la porción disponible, las proporciones mencionadas serán distintas15.

Notas

1. La vivienda, como tal, está muy protegida en el Código Civil y Comercial. Y no sólo por la exigencia del asentimiento conyugal para disponer, se
trate de un bien propio o ganancial. La afectación de la vivienda está regulada con más amplitud que la que tenía el bien de familia. Y, además, la
vivienda no puede ser ejecutada por deudas contraídas después de la celebración del matrimonio o la inscripción de la unión convivencial, salvo que
la deuda la hubieran contraído ambos cónyuges o los dos integrantes de la unión convivencial, o uno con el asentimiento del otro (conf. arts. 456 y
522 del Código Civil y Comercial). Al respecto, puede consultarse mi trabajo, titulado “El nuevo estatus de la vivienda. Afectación, disposición, uso,
atribución preferencial y después de la muerte”, publicado en La Ley 2016-B, p. 639, AR/DOC/481/2016.
2. Sobre el tema, puede verse el trabajo de Mazzinghi (h), Esteban, “El asentimiento conyugal y los boletos de compraventa en el Código Civil y
Comercial”, publicado en la Revista del Código Civil y Comercial, La Ley, febrero de 2020, p. 97, AR/DOC/4062/2019.
3. Así lo establece el art. 456 del Código Civil y Comercial: “El que no ha dado su asentimiento puede demandar la nulidad del acto o la restitución
de los muebles dentro del plazo de caducidad de seis meses de haberlo conocido, pero no más allá de seis meses de la extinción del régimen
matrimonial”.
4. El criterio está refrendado por el último párrafo del art. 461 del Código Civil y Comercial: “Fuera de esos casos, y excepto disposición en
contrario del régimen matrimonial, ninguno de los cónyuges responde por las obligaciones del otro”.
5. De acuerdo con lo que establece el art. 676 del Código Civil y Comercial, la responsabilidad alimentaria del progenitor afín tiene carácter
subsidiario. Sobre el punto, puede consultarse el trabajo de Julio César Capparelli, titulado “La responsabilidad por las deudas de los cónyuges en el
Proyecto de Código Civil y Comercial”, publicado en Revista de Derecho de Familia y de las Personas, La Ley, noviembre de 2013, p. 19,
AR/DOC/2631/2013.
6. En realidad, es dudoso que el cónyuge de quien contrajo la deuda para conservar o reparar un bien ganancial, sea también deudor. La ley le
impone una responsabilidad limitada a ciertos bienes, pero no está claro que lo haga deudor. Si se entendiera que lo es, el art. 828 del Código Civil y
Comercial es claro en cuanto a que la solidaridad no se presume.
7. Es una consecuencia que se deriva de la esencia del régimen de bienes. El art. 1315 del Código Civil consagraba el mismo criterio: “Los
gananciales de la sociedad conyugal se dividirán por iguales partes entre los cónyuges o sus herederos, sin consideración alguna al capital propio de
los cónyuges, y aunque alguno de ellos no hubiese llevado a la sociedad bienes algunos”.
8. El adquirente tendrá que demostrar de un modo concluyente la inversión de los fondos propios para desbaratar la presunción legal de
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ganancialidad. Si no formuló manifestación sobre el origen de los fondos, o si el cónyuge no prestó conformidad con lo manifestado por el
adquirente, tiene el recurso extremo de requerir una declaración judicial sobre el carácter propio del bien incorporado. El tema está tratado en
forma más extensa en el Capítulo XI.
9. Sobre el punto, puede consultarse mi trabajo, titulado “La licitación y la atribución preferencial en el Proyecto de Nuevo Código”, publicado en
la Revista de Derecho de Familia y de las Personas, La Ley, septiembre de 2014, p. 107, AR/DOC/2813/2014.
10. El art. 499 del Código Civil y Comercial, en su parte final, dispone que el juez puede autorizar al adjudicatario del bien a abonar el saldo en
cuotas o en un determinado plazo, lo que puede resultar excesivo.
11. Los nietos heredan por representación, ocupando el lugar de su padre o de su madre, hijos del causante. Así lo disponen los arts. 2427 y 2428 del
Código Civil y Comercial.
12. Es lo que establece el segundo párrafo del art. 2433: “En todos los casos en que el viudo o viuda es llamado en concurrencia con descendientes,
el cónyuge supérstite no tiene parte alguna en la división de bienes gananciales que corresponden al cónyuge pre-fallecido”. El propósito es
favorecer a la rama descendente. Un fallo lo expresa con claridad: “Si el causante ha dejado solamente bienes gananciales y hay descendientes
legítimos, el cónyuge no hereda nada; la mitad de los gananciales le corresponde a título de socio y no de heredero; en otras palabras, en la
hipótesis el cónyuge pierde su calidad de heredero”. (Cámara 4ª de Apelaciones en lo Civil y Comercial de Córdoba, 4 de mayo de 2009, 70052748).
13. La forma de calcular la recompensa está definida en el art. 493 del Código Civil y Comercial: “El monto de la recompensa es igual al menor de
los valores que representan la erogación y el provecho subsistente para el cónyuge o para la comunidad, al día de su extinción, apreciados en
valores constantes”. En el ejemplo dado, los descendientes del causante tendrán derecho a satisfacer la recompensa debida a la comunidad con el
reembolso del dinero ganancial invertido en la compra de la segunda parte indivisa.
14. La parte de los ascendientes será la mitad de los bienes propios y la mitad de los gananciales del causante, independientemente de que
concurran uno o varios ascendientes.
15. La porción disponible será de un tercio si hay descendientes, o de la mitad en el caso de que el cónyuge sea el único heredero o concurra con
ascendientes.

© Copyright: El Derecho

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