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LA SIMULACIÓN EN LOS

CONTRATOS AGRARIOS
por Horacio Maiztegui Martinez

Sumario: I. Introducción. II. El Derecho Agrario, los contratos agrarios y la cuestión agraria.
1. El Derecho Agrario y los principios. a) Las costumbres. b) Las normas de orden público
en el Derecho Agrario. c) Cláusulas en fraude a la ley. III. Caracteres de los contratos
agrarios. IV. La simulación en el contrato de arrendamiento rural. 1. La primera hipótesis:
simulación en el arrendamiento respecto del precio. 2. La segunda hipótesis de simulación:
en cuanto al plazo del contrato. V. La simulación en los contratos de aparcería. 1. La
primera hipótesis de simulación: el precio. 2. La segunda hipótesis de simulación: el plazo.
3. La tercera hipótesis de simulación: el ejercicio de la aparcería por una persona diferente
del aparcero tomador. VI. Síntesis final.

I. Introducción
Es para nosotros una gran satisfacción haber sido invitado para ex-
presar nuestras ideas en la Revista de Derecho Privado y Comunitario.
En primer lugar, entonces, queremos dar un enorme agradecimiento
porque con la invitación nos lleva a pensar y escribir sobre un tema
que prácticamente no se ha abordado en la especialidad: nos referimos
a la simulación en los contratos agrarios, así que intentaremos, en
este trabajo, desarrollar una propuesta para este caso.
Especialmente queremos remarcar que compartimos la preocupa-
ción de los organizadores por la temática elegida.
En una primera aproximación al tema, podemos decir que la te-
mática de la simulación, obviamente, está tratada en nuestro Código
Civil, y desde esa base, por todos conocida, trataremos de aportar algo
de luz en la cuestión agraria que nos ocupa.

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Doctrina

Comencemos por decir que la naturaleza de la acción de simula-


ción es “conservatoria del patrimonio del deudor”, y que deberían de-
mostrarse las presunciones típicas del negocio simulado, casi estanda-
rizadas en su formulación doctrinaria, que se enuncian y que son las
siguientes: 1) causa simulandi; 2) necessitas; 3) omnia bona; 4) affectio;
5) habitus character; 6) subfortuna; 7) pretium vilis; 8) retentio posses-
sionis; 9) preconstitutio; 10) tempus; 11) locus; 12) conducta procesal
de las partes1.
Pero, además, parecería que debe demostrarse la necesidad de rea-
lizar un acto como el que puede atacarse para esquivar a inexistentes
acreedores2, tal el caso previsto en el artículo 955, es decir, el encu-
brimiento del carácter jurídico de un acto bajo la apariencia de otro,
o bien cuando las fechas no son verdaderas, o cuando por él se cons-
tituyen o transmiten derechos a personas interpuestas, que no son aque-
llas para quienes en realidad se constituyen.
Ahora bien, puede ocurrir también que nos encontremos con los
actos reseñados en el artículo 957 del Código de Vélez, donde la si-
mulación es absoluta, cuando se celebra un acto jurídico que nada
tiene que ver con la realidad, o relativa, cuando se emplea para dar a
un acto jurídico una apariencia que oculta el verdadero carácter.
Pero también es cierto que el acto simulado no puede ser anulado
sino cuando exista la violación de una ley, o bien cuando perjudique
a un tercero, esto según las previsiones del artículo 958 del Código
Civil.
Es evidente, además, que para poder atacar un acto simulado será
esencial la ponderación probatoria, formulando un desarrollo, cierta-
mente dogmático pero necesario, en cuanto favorece la comprensión
del núcleo visceral del instituto en estudio; cabe examinar el conjunto
probatorio aportado en el contexto de los parámetros de ponderación
aludidos, para desentrañar la presencia de un entramado probatorio
que desde lo presuncional autorice la nulidad de un acto jurídico.
La causa simulandi, más allá de la señalada innecesariedad de la

1 MOSSET ITURRASPE, Jorge, Negocios simulados, fraudulentos y fiduciarios,

Ediar, Buenos Aires, 1974, ps. 268 y ss.


2 Código Civil argentino, Euros Editores, 2000.

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La simulación en los contratos agrarios

alegación y demostración de este requisito, ciertamente, ante su invo-


cación concreta, resulta importante para explicar el acto y también
porque por sí misma constituye una presunción3.
En cuanto al omnia bona, puede decirse que, como indicio, es
factible encontrar actos que incluyan la enajenación global de los bienes
en un breve período, aspecto que también habilita el indicio relativo
al tempus, en cuanto a la insolvencia producida en un corto tiempo.
Para ello deberá exponerse un conjunto probatorio indicativo de arti-
lugio, por ejemplo, para evitar el cumplimiento de las deudas.
El indicio relativo a la necessitas se refiere a la ausencia de otra
necesidad para la realización del negocio como no sea armar esta “apa-
riencia” de negocio jurídico para sortear la agresión de un acreedor,
particularmente cuando con anterioridad se plasmó en la forma de
rigor, por ejemplo, la adjudicación de bienes derivados de las sucesiones
de los padres, conforme a constancia inserta en una escritura pública
o bien en un contrato simulado.
La relación parental, entre las partes (affectio), con la incuestionable
presencia del vínculo más que estrecho entre dos o más personas,
indica, a más de la ayuda y colaboración que pudiera haber, una in-
mediatez y conocimiento sobre las alternativas de vida de un hermano,
de un primo, a quien se ayuda, sobre todo cuando su complicada si-
tuación obligacional ha de impactar certeramente en el patrimonio in-
mobiliario de quien ha simulado un acto.
El indicio de la “subfortuna” se da en el marco de la colaboración
exigible, según los indicios o requisitos precedentes y, en virtud del
interés atribuible en la demostración de la sinceridad del acto, puede
constatarse para verificar un acto simulado de uno o ambos “actores”
–nos referimos a los que actúan y no al actor desde el punto de vista
procesal–. Cuando hablamos de “subfortuna”, sería bueno, para lograr
el éxito de la acción, el hecho de proponer o realizar las pruebas que
pudieran demostrar la falta de fortuna, la falta de medios, para cumplir
verdaderamente con el compromiso asumido entre las partes.
Y en cuanto al precio, éste se expone bajo la forma de pretium

3 SCJBA, 21-5-91, Ac. 43.630, A. y S. 1991-I-778; 19-2-2002, Ac. 79.157, juez

Negri, Juba B26308.

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Doctrina

vilis en cuanto a que el precio designado en la escritura pública, o en


el contrato, sea incompatible con el tipo de operación de que se trata,
teniendo ese precio de mercado, y por tanto un precio tan ínfimo que
logre demostrar una distancia razonable o elocuente que permita inferir
que estamos frente a un precio simulado, y por lo tanto un acto jurídico
simulado (arts. 512-902, Cód. Civ.).
Así las cosas, intentamos entonces iniciar nuestro comentario re-
valorizando estos indicios, estos requisitos que trae el maestro de la
Universidad Nacional del Litoral citado, y esta introducción nos permite
ingresar al análisis del caso concreto desde el punto de vista agrario.

II. El Derecho Agrario, los contratos


agrarios y la cuestión agraria
1. El Derecho Agrario y los principios
En la República Argentina, nuestra Universidad, nos referimos a
la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional
del Litoral, que vio nacer y crecer a profesores agraristas de la talla
de Raúl Mugaburu4, Eduardo Pérez Llana5, Francisco Giletta6 o Fer-
nando Brebbia7, ha logrado desentrañar a través de sus autores cuál
es la problemática agraria, y de qué hablamos cuando analizamos un
contrato agrario; la problemática de la “propiedad”, la cuestión de la
“empresa”, el “trabajo” y “los contratos agrarios”.
Siguiendo a Sanz Jarque8, profesor español, que ha visitado nuestra
casa de estudios, diremos que el Derecho Agrario moderno es un De-
recho histórico y protector, por razones de justicia, principalmente pri-
vado, social y continuadamente renovador, el cual regula la relación
jurídica agraria, en sentido amplio, cuyo instituto principal es la pro-
piedad de la tierra en su concepción funcional, sobre la que, directa
o indirectamente, se asientan la explotación y la empresa agraria.

4
La teoría autonómica del Derecho Rural, Santa Fe, 1933.
5
Derecho Agrario, UNL, Santa Fe, 1953.
6 Lecturas de Derecho Agrario, Centro de Publicaciones Universidad Nacional

del Litoral, 2000, p. 109.


7 Manual de Derecho Agrario, Astrea, Buenos Aires, 1992.
8 Derecho Agrario, Fundación Juan Marcn, Madrid, 1975.

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La simulación en los contratos agrarios

El doctor Eduardo Pérez Llana9 ha definido al Derecho Agrario de


la siguiente manera: “Derecho Agrario es el conjunto de principios y
normas jurídicas autónomas que regulan diversas fases de la explotación
agraria con miras a la obtención de una mayor riqueza agropecuaria
y su justa distribución en beneficio del productor y de la comunidad”.
Esta definición tiene la virtud de dejar expresados en la misma los
caracteres generales de nuestro Derecho.
En primer lugar habla del conjunto de principios y normas jurídicas
autónomas.
Esta autonomía verdaderamente es relativa, pues el Derecho Agrario
necesita de las demás ramas del Derecho para poder ser interpretado
armónicamente en el marco jurídico vigente.
El Derecho Agrario es un Derecho preeminentemente económico
porque, como bien lo establece la definición, su regulación tiende o
debe tener como objetivo la obtención de mayor riqueza agropecuaria.
Por este motivo decimos que el Derecho Agrario es un Derecho mixto
o dual.
En segundo lugar, es mixto o dual porque si bien es cierto que su
normativa va dirigida a regular la actividad privada, por ejemplo en
materia de contratos agrarios como los arrendamientos o las aparcerías,
también es cierto que dentro de la materia están necesariamente aquellas
normas de Derecho Público que tienen como objetivo establecer las
políticas agrarias, o por ahí, el intento del Estado cuando en ausencia
de políticas agrarias pretende prohibir las exportaciones cárnicas in-
terviniendo indiscriminadamente en el sector agropecuario, por ejem-
plo, en marzo de 2006, o lo que puede decirse fue peor, la época en
que al Estado llegaron vientos de “desregulación total”10 en la que se
dejó al productor en su libre andar, sin regulación, sin créditos, sin
que alguien piense sobre la gravedad del éxodo rural, o la quiebra de
una familia, cuando no había inconvenientes en expulsar al productor
de la tierra, permitiendo la importación indiscriminada.
Es entonces, según hemos dicho antes de ahora, que desde esta
óptica puede afirmarse que se amplía el objeto del Derecho Agrario,

9 Derecho Agrario cit., p. 47.


10 Decreto 2284/91.

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Doctrina

que no es sólo Derecho Privado, ni tampoco Derecho Público, sino


que es un Derecho mixto o dual porque también tiende a lograr, me-
diante legislación, principios como el nuevo de “paridad”, que es un
principio fijado en Europa a fin de lograr que el productor agrario que
vive en el campo tenga iguales o similares “servicios” que el vecino
de una ciudad, para hacer más cómoda su dura tarea diaria y devolverle
lo mucho que hace el productor por el país.
Pero volvemos a concentrarnos en el “Derecho Agrario”, en los
“contratos agrarios” o en la “cuestión agraria”, y así volvemos a hablar
de los “principios”, sólo para intentar persuadir al lector, persuadir al
abogado, de que esta materia tiene principios propios, que deben ser
tenidos en cuenta a la hora de analizar un contrato, al momento de
verificar si existe o no existe la simulación en un acto jurídico, en el
que han participado productores agropecuarios.
Volvemos a los principios porque, a partir de ellos, se podrá o no
entender la naturaleza del Derecho Agrario, que se impulsa fuertemente
en la doctrina argentina como un Derecho autónomo, ciertamente con
una autonomía relativa, vinculada con las demás ramas del Derecho,
y por eso la vinculación con el “Derecho Civil” en este caso, para
percatarnos de que deberán aplicarse al caso concreto las previsiones
de los artículos 955 y concordantes de nuestro Código Civil, que tratan
la cuestión de la “simulación”.
Es desde los principios del Derecho Agrario en donde Frassoldatti11
hablaba: 1º) El principio del buen cultivo. 2º) El principio de la di-
mensión mínima de la explotación agraria. 3º) El principio de la in-
separabilidad de los productos agrarios del año agrícola. 4º) El principio
de la llamada colaboración en los contratos agrarios. 5º) El principio
de la colaboración entre fundos rústicos.
Pero también el maestro procesalista y agrarista uruguayo Adolfo
Gelsi Bidart12 se refería a: 1º) Realismo jurídico agrario. 2º) Funcio-
nalidad en beneficio de la explotación agraria, más allá de la titularidad
de los derechos involucrados. 3º) Promoción del buen productor agrario.

11 Citado por BREBBIA, Fernando, Manual de Derecho Agrario, Astrea, Buenos

Aires, 1992.
12 Arrendamientos rurales.

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La simulación en los contratos agrarios

4º) Flexibilidad de las formas en los actos jurídicos. 5º) Conexión de


los sujetos públicos y privados y de las normas que responden a uno
y otro sector, para una ordenación más adecuada de los problemas del
agro. 6º) Respeto de los consumidores en todo lo que tenga de favorable
para una explotación mejor y más humana, y corrección de la misma
siempre que se respeten iguales criterios.
Y por último el agrarista de La Plata Antonino Vivanco13 nos ma-
nifestaba los principios del Derecho Agrario: 1º) “La protección jurí-
dica a los recursos naturales renovables debe limitar el derecho a su
disponibilidad en función a la capacidad productiva de los mismos”.
2º) “Toda norma jurídica agraria debe asegurar y garantizar el fomento
y la protección de la actividad productiva agraria o las conexas de
ella”. 3º) “Las normas jurídicas agrarias deben vincular a los distintos
estadios del proceso agrícola ganadero en función de la economía de
la producción”. 4º) “La distribución de las cargas y beneficios agrarios
debe regularse jurídicamente en relación a la capacidad productiva y
al progreso social”. 5º) “La normatividad jurídica agraria protege los
recursos naturales y la actividad agrícola por el interés social que re-
presenta la producción agropecuaria para la satisfacción de necesidades
vitales”.
Ahora bien, sin quedarnos solamente en los “principios”, diremos
que en materia agraria tienen enorme relevancia: a) las costumbres;
b) las normas que son de orden público; c) aquellas cláusulas que las
leyes agrarias establecen que no pueden pactarse porque si no serán
entendidas en “fraude” al sistema jurídico; d) la interpretación adecuada
de los contratos agrarios.

a) Las costumbres
Hay quienes han definido a las costumbres como el conjunto de
normas jurídicas implícitas en la repetición más o menos constante de
actos jurídicos uniformes14.
La norma implícita que surge de la conducta repetida no es un

13 Pastoreo y pasturaje, en Enciclopedia Jurídica Omeba 21-610.


14 TORRÉ, Abelardo, Introducción al Derecho, 13ª ed., LexisNexis, Buenos Aires,
2002.

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Doctrina

hecho, sino precisamente una norma, y esto en el sector agropecuario


es muy común, y habitual además (es una costumbre). La obligatoriedad
de las normas consuetudinarias se revela tanto en su aplicación por
los tribunales como en su cumplimiento espontáneo. La costumbre
jurídica es una de las fuentes formales del Derecho, al extremo de
que algunos la denominan: Derecho no escrito. Las costumbres tienen
un elemento material también denominado objetivo, que es la repetición
constante de actos uniformes, y un elemento espiritual (subjetivo-psi-
cológico), que es la conciencia de su obligatoriedad.
Se han enumerado características de la costumbre: a) surge espon-
táneamente; b) es de formación lenta; c) no tiene autor conocido; d)
suele ser incierta o imprecisa; e) es particularista, pues es observada
por un grupo o clase social.
En el sector agropecuario, la costumbre es de un enorme valor;
sólo recordar la novela que debió vivir el productor agropecuario hasta
la sanción de la Ley de Marcas y Señales que adoptó la Nación como
“régimen de propiedad del ganado”15, recién en 1983, demuestra –luego
de más de tres siglos en que los usos y costumbres se habían arraigado
en el campo argentino, con aquel sentimiento general de que el ganado
mayor (bovino, equino o asnal) debía marcarse y el ganado menor
(ovino, porcino o caprino) debía señalarse– lo que significó en Ar-
gentina una costumbre efectivamente repetida, utilizada por todos los
productores ganaderos, sentida por ellos como el medio más eficaz de
determinar y resguardar la propiedad del ganado, que, como dijimos,
recién obtuvo reconocimiento legislativo en el siglo XX, más allá de
las disposiciones de 1822 en el Gobierno de Martín Rodríguez, o aun
de las previsiones del Código de Valentín Alsina, dictado para la Pro-
vincia de Buenos Aires en 1865.
Puede decirse, además, que la prueba de una costumbre incumbe
a quien la alega, y pueden utilizarse diversos medios probatorios,
pero lo más importante aún es el análisis del “valor probatorio de
una costumbre”; en las organizaciones sociales primitivas la costum-
bre era la fuente del Derecho por excelencia, era la primera mani-

15 Ley 22.939, en Código Civil argentino cit., p. 1224.

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La simulación en los contratos agrarios

festación del Derecho, preanunciaba el nacimiento de la ley y la


formulación legislativa del Derecho.
En el Derecho Internacional Público la costumbre perdura en mu-
chos aspectos, por ejemplo, inmunidades diplomáticas, derecho de vi-
sita. En el Derecho Civil el cambio de la ley 17.711 restó importancia
a la costumbre. Antes, los usos y costumbres podían derogar derechos.
Ahora, la redacción del artículo 17 dice: “Los usos y costumbres no
pueden crear derechos sino cuando las leyes se refieren a ellos o en
situaciones no regladas legalmente”.
Según Abelardo Torré16, esto significó una reformulación del ar-
tículo 16 del Código Civil y de la “jerarquía de las fuentes del Derecho”;
así, el autor citado interpreta que el orden de prelación hoy es el si-
guiente: 1º) La ley en sentido amplio. 2º) La costumbre (con excepción
indicada). 3º) Los principios de las leyes análogas. 4º) Los principios
generales del Derecho.
Ahora bien, insistimos que en el campo, el tema de las marcas y
señales, utilizadas ya en 1596 por Serrés, o la obligatoriedad de “mar-
car”, fue reconocida por los Cabildos de Buenos Aires, Córdoba y
Santa Fe en 1606, como recuerda Orquídea Díaz Maseda, pero esto
se dio porque fue una costumbre utilizada en el campo, para intentar
con la marca o la señal demostrar la “propiedad del ganado”. Así es
que el productor agropecuario, por muchísimo tiempo, omitió reconocer
las previsiones del Código Civil argentino17 que hablaba del derecho
de propiedad sobre las cosas muebles para aquel que “poseía la cosa”
sin exigir la marca o la señal. En efecto, todo el debate que dio el
productor agropecuario fue con hechos, con una costumbre: la de mar-
car y señalar, para terminar imponiendo esa costumbre para el ganado
mayor y el ganado menor respectivamente, hasta lograr hacer realidad
la ley 22.939, inspirada en un viejísimo proyecto de Eleodoro Lobos
de principios del siglo XX: nos referimos al proyecto de 1901.
Esto demuestra la fuerza que tiene la costumbre en el Derecho
Agrario, y en los contratos agrarios, según veremos.

16 Introducción al Derecho cit.


17 Código Civil argentino cit., art. 2412.

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Doctrina

b) Las normas de orden público en el Derecho Agrario


Citando a Alberto Spota diremos que el orden público es “un con-
junto de principios de orden superior, políticos, económicos y algunas
veces religiosos, a los cuales una sociedad considera estrechamente
vinculada la existencia y conservación de la organización social esta-
blecida”18.
Como bien señala Fernando Brebbia19, “...la ley 13.246, para poder
cumplir adecuadamente las finalidades propuestas, debía constituir un
conjunto de normas independientes del Código Civil, pues según se
ha visto sus principios no pueden adaptarse a la especial naturaleza
del derecho de propiedad cuando tiene por objeto la tierra destinada
a la explotación agropecuaria, a los intereses fundamentales de la pro-
ducción y a la necesidad social de protección a la familia agraria”.
Es así, entonces, que hoy la ley 22.298, que reimplantó la ley 13.246,
en su artículo 1º afirma: “...Los preceptos de esta ley son de orden
público, irrenunciables sus beneficios e insanablemente nulos y carentes
de todo valor cualesquiera cláusulas o pactos en contrario o actos
realizados en fraude a la misma”.
El autor de la reforma de la ley 17.711, Guillermo Borda20, expresa
que el orden público es una cuestión que responde a un interés general
y no a un interés privado. De esa manera el autor señala que cuando
el legislador establece que una norma es de “orden público”, no es
posible apartarse de la misma ni violar sus prescripciones, porque hay
en ese caso un interés social para su cumplimiento. Borda vincula ley
imperativa con orden público, aunque Llambías discrepa con tal po-
sición.
En el Derecho Agrario, las previsiones de “orden público” tendrán
incidencia sobre el “principio de autonomía de la voluntad” porque
efectivamente lo van a limitar, cuando las partes en el marco de una
contratación decidan acordar determinadas pautas en un contrato.
En efecto, en el caso de los contratos agrarios, por ejemplo en un

18Instituciones del Derecho Civil. Contratos, Depalma, Buenos Aires, 1984.


19Manual de Derecho Agrario cit.
20 Tratado de Derecho Civil. Contratos, 3ª ed., Abeledo-Perrot, Buenos Ai-

res, 1971.

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La simulación en los contratos agrarios

contrato de arrendamiento o aparcería, por más que las partes así lo


quieran, no podrán “prorrogar la jurisdicción”, porque la ley 22.298,
en su artículo 17, lo prohíbe, y prohíbe establecer domicilios especiales
distintos del real del arrendatario, y entonces esas disposiciones que
establecen tal prohibición “son de orden público” y está vedado a las
partes realizar este tipo de pactos, contrarios a la ley.
Por otro lado, otro ejemplo de una prohibición lo podemos encontrar
en el artículo 32 de la misma ley 22.298 (arrendamientos y aparcerías),
respecto al precio de los contratos de aparcerías, que no podrán pactarse
a “kilaje fijo”. Ésta es otra prohibición clara de la ley, que regula
cómo puede o debe pactarse el precio en los contratos de aparcería
(asociativos), en los que se conviene un porcentaje de la producción
a distribuir según lo establezcan libremente las partes, y en donde no
podría haber una previsión que le asegurara al aparcero dador (gene-
ralmente dueño del campo) unos kilos fijos que seguramente ganará,
puesto que en los contratos asociativos de este tipo, el riesgo se habrá
de compartir, y el porcentaje se acordará entre las partes, pero si la
cosecha es buena recibirán un porcentaje mayor, y si la cosecha es
mala, ambos perderán en la proporción pactada.
Esto es así porque la “voluntad de las partes” debe ceder frente a
disposiciones que son de orden público; todos los derechos no son
absolutos y, entonces, quedan sujetos a las leyes que reglamentan su
ejercicio; en este caso, la voluntad de las partes queda sujeta a las
previsiones de las leyes 13.246 y 22.298.
Un fallo expresa que: “...El concepto genérico de orden público
comprende las leyes establecidas para garantizar la seguridad de las
personas y de los bienes y la integridad física de todos los habitantes”
(CNCiv., sala E, E. D. 22-668).
Por lo que antecede, el “orden público” en materia agraria, y en
especial en los contratos regidos por la ley 13.246 y sus modificatorias
(arrendamientos y aparcerías), ha quedado intacto en su artículo 1º.
Por otra parte, bien apunta Domingo Viale21 que conforme a lo
previsto en el artículo 19 del Código Civil, está prohibida la renuncia

21 Los contratos agrarios (como parte integrante del Derecho Privado argentino),

La Ley, Buenos Aires, 1996, p. 65.

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Doctrina

general a todos los derechos que las leyes otorgan y también se prohíbe
resignar a los derechos conferidos por ellas cuando éstos miran no al
interés individual sino a algunos de esos intereses de orden superior,
políticos, económicos, religiosos, etcétera. En virtud de este mismo
canon, tampoco pueden abandonarse los derechos cuya renuncia está
prohibida.
Ya hemos citado también al académico cordobés Francisco Giletta22,
quien encuentra en la ley un orden público económico. En tal sentido
apunta que con relación a este tema existen dos extremos: el primero,
la vigencia casi total del orden público económico, prescindiendo de
la autonomía de la voluntad, y el segundo, pretender la aplicación lisa
y llana de la libre contratación. Entendemos que este principio del
orden público económico está definitivamente integrado al Derecho
Agrario argentino.
Ahora bien, sabido es que en las leyes, y también en la legislación
agraria, no todas las disposiciones de la ley 13.246 son de orden público.
Aquí el intérprete debe actuar con suma prudencia y deslindar el campo
de la libertad contractual del de las normas obligatorias e irrenunciables.
Pero es cierto que en la actividad agraria se justifica la intervención
del Estado y la protección a la parte más débil en los contratos. En
nuestro caso, en los arrendamientos y las aparcerías.
Se justifica, en fin, que exista el orden público en los contratos
agrarios por los ya individualizados y bien definidos riesgos de la
actividad agraria, como el riesgo técnico o biológico al que se exponen
los arrendatarios o aparceros al realizar sus cultivos o sus crianzas, y
el riesgo del mercado, es decir el riesgo de la comercialización, que
como sabemos hoy en esta suerte de liberalismo puro que vivimos en
nuestro país, los precios fluctúan según las necesidades de la oferta y
la demanda, pudiendo un productor agropecuario sufrir una pérdida
considerable una vez levantada la cosecha, como consecuencia de los
manejos o las condiciones que a diario el mercado nos muestra, y por
estos motivos resulta –en nuestra modesta opinión– válida esta dispo-
sición del artículo 1º de la Ley de Arrendamientos.

22 Cuestiones de Derecho Agrario. Causales de desalojos agrarios, Rubinzal-Cul-

zoni, Santa Fe, 1979, p. 72.

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La simulación en los contratos agrarios

c) Cláusulas en fraude a la ley


La fórmula empleada por la ley en este artículo 1º (ley 22.298) es
que son “... insanablemente nulos y carentes de todo valor cualesquiera
cláusulas o pactos en contrario o actos realizados en fraude a la misma”.
También por otro lado la disposición del artículo 17 in fine de la
ley 22.298 vuelve a disponer: “Serán asimismo insanablemente nulas
y carecerán de todo valor y efecto cualesquiera cláusulas que importen
la prórroga de jurisdicción o la constitución de un domicilio especial
distinto del real del arrendatario”.
Este artículo, que imitó similares de leyes anteriores hoy deroga-
das como las leyes 11.170 (art. 7º) y 11.627 (art. 8º), demuestra el
interés del legislador de que en materia agraria se eviten los abusos
de derecho de quien era concebido como la parte más fuerte del con-
trato, nos referimos al arrendador o aparcero dador (dueño del campo),
que generalmente imponía obligaciones, cláusulas y demás al necesi-
tado arrendatario, que quería producir a cualquier costo.
De allí que la legislación en materia agraria, no sólo en Argentina
sino en el mundo, es protectora del arrendatario, del que trabaja la
tierra verdaderamente.
Por lo tanto, debe tenerse por no escrita sólo la cláusula que adolece
del vicio, cuyo cumplimiento no podrá ser exigido por el arrendador
o el aparcero.
Es así que cuando la cláusula nula que está en el contrato se refiera
a un aspecto esencial del mismo, por ejemplo el plazo, se estará al
plazo legal mínimo de tres años, y el arrendatario tendrá derecho a
que se le respete su “plazo mínimo legal garantizado” en el artículo 4º
de la ley 22.298.
Cuando exista una cláusula nula en relación al precio, por ejemplo
un contrato canadiense o un contrato a kilaje fijo, si no se pudiera
solucionar con la previsión normativa del artículo 41 de la ley, se
estará a lo que la justicia en su oportunidad dictamine al respecto, y
en todos los casos deberá interpretarse en beneficio del productor.
A los actos realizados en ostensible violación de la ley, se equi-
pararán, en cuanto a sus efectos, los concluidos en fraude de la misma,
es decir, aquellos actos simulados tendientes a privar al arrendamiento

227
Doctrina

de los beneficios que le corresponden en virtud de su real naturaleza,


y que aparecen encubiertos bajo la forma de otro. Tales cláusulas sólo
tienen la apariencia –su forma exterior– de legalidad, pero importan
el desconocimiento de los beneficios consagrados en favor del agri-
cultor.
Mario P. Rossini y Daniel Vítolo23 expresan que “...estas cláusulas
llamadas insanablemente nulas, no cumplen otra función que plasmar
en el texto legal la prohibición de concertar términos tradicionalmente
desfavorables al arrendatario, ya que implicaban –ocultamente– una
sujeción a la voluntad del arrendador con su consiguiente perjuicio...”
Aclaran los autores precedentemente citados –en opinión que com-
partimos– que, sin embargo, existen otros institutos como la “lesión
subjetiva” (art. 954, Cód. Civ.) o el “abuso de derecho” (art. 1071,
Cód. Civ.) que son aplicables a estos casos. En este sentido, como lo
hemos expresado en este trabajo, la propia ley 22.298 en su artículo
41 establece el orden de prelación normativa, dentro del que se en-
cuentra el Código Civil, razón por la cual el mismo podría ser de
aplicación sin lugar a dudas. De hecho, quien se sintiera afectado podría
demandar tal nulidad, ya que la misma sólo podría ser declarada a
pedido de parte.
Al respecto, Humberto Campagnale (h)24 expresa que este tipo de
cláusulas es asimilable al acto inexistente, agregando que como no
hay un Código Agrario nacional, al recurrir al Código Civil argentino
nos encontramos con los artículos 1046 y concordantes, y frente a los
actos nulos o anulables. En el primer caso (actos nulos), tratándose
de cláusulas nulas no necesitaría declaración judicial, en cambio, de
ser acto anulable sí sería pertinente que un juez declarase esa circuns-
tancia.
De tal manera, un juez frente a una cláusula prohibida no tendrá
más que situarse frente a la misma, y si contradice los artículos 1º o
17 de la ley, sin más trámite considerarla como no escrita o reputar
la misma como cláusula no nacida, letra muerta e inexistente.

23
Arrendamientos y aparcerías rurales, Ábaco, p. 66.
24
Manual teórico-práctico de los contratos agrarios, Abeledo-Perrot, Buenos
Aires, 1980.

228
La simulación en los contratos agrarios

La propia ley las considera “sin valor legal” (arts. 1º y 17, ley
22.298).
Como corolario de lo que antecede afirmamos entonces que la pre-
cisión legislativa de la ley 22.298 hace que las partes contratantes, en
el marco de un contrato de arrendamiento o de aparcería, deberían
efectuar sus acuerdos en base a tales previsiones, pues de lo contrario
–aun luego de un exhaustivo análisis– es probable que existan conse-
cuencias no queridas, y obviamente perjuicios o daños, que recaerían
en cualquiera de las partes.

III. Caracteres de los contratos agrarios


Los contratos agrarios, como característica fundamental, están di-
rigidos al conjunto de personas que tienen relación con el medio agrario.
Tienen caracteres especiales puesto que requieren de una variada gama
de conceptos, a veces desconocidos en el medio urbano, y que tienen
sus significados propios. Por mucho tiempo los contratos agrarios no
fueron plasmados en el papel, es decir que eran efectuados verbalmente,
y aun hoy –pese a la magnitud económica– siguen haciéndose de esa
manera. También en el campo predominó la “confianza para contratar”,
y entonces era difícil encontrar un “contrato agrario por escrito”; po-
demos decir que esta situación continúa aun hoy.
Más allá de ello, sin embargo, sabemos que estos tipos de contratos
son “bilaterales”, porque los contratos agrarios al momento de perfec-
cionarse engendran obligaciones recíprocas, es decir, para ambas partes
contratantes.
Pueden ser típicos o atípicos. En el caso de los contratos típicos
tenemos al de arrendamiento rural, de trabajo agrario, de aparecería
pecuaria o agraria, de tambero mediero, de pastoreo, y los contratos
de arrendamiento accidentales, entre otros.
Son atípicos el contrato de pastaje, el de capitalización de hacienda,
el de maquila, y los contratos de agrupación empresaria, entre otros.
El contrato agrario es oneroso, porque existe una prestación y una
contraprestación, por ejemplo, en el contrato de arrendamiento, una
parte entrega el uso y goce de un predio y la otra paga un precio

229
Doctrina

determinado en dinero, para realizar la actividad agraria en cualquie-


ra de sus especializaciones.
Otra característica de los contratos agrarios es que pueden ser con-
mutativos o aleatorios. En efecto, son conmutativos (conf. art. 1173,
Cód. Civ.) cuando las partes pueden conocer al momento de su per-
feccionamiento las ventajas y sacrificios que el negocio comportará.
Por ejemplo, en el contrato de arrendamiento, una parte entrega un
predio rústico con destino a explotación, y la otra paga un precio
determinado en dinero. En este caso las partes saben qué es lo que
van a recibir, cuáles serán las ventajas o desventajas del acuerdo.
Pero los contratos agrarios pueden ser aleatorios (conf. arts. 1404,
1405, 2051, Cód. Civ.), porque en algunos contratos la obtención de
la ventaja perseguida por las partes depende de un acontecimiento
incierto, por ejemplo, el comportamiento del clima. Tal el caso del
contrato de aparecería, donde una persona entrega un predio o animales
con o sin plantaciones, y la otra se obliga a trabajarlo para dividirse
los frutos. Esto indica que la producción está expuesta a los riesgos
de la agricultura, que son los riesgos técnicos (por ej., el clima: lluvias,
granizos, sequías, que pueden perjudicar o mejorar cosechas), y el
riesgo del mercado (por ej., baja o suba de precios, que afecten el
resultado económico de la explotación).

IV. La simulación en el contrato de arrendamiento rural


Los contratos de arrendamientos, como decíamos, están regulados
por la ley 13.246, reformada por la ley 22.298.
El artículo 2º de la ley referenciada expresa que “Habrá arrenda-
miento rural cuando una de las partes se obligue a conceder el uso y
goce de un predio, ubicado fuera de la planta urbana de las ciudades
o pueblos, con destino a la explotación agropecuaria en cualesquiera
de sus especializaciones y la otra a pagar por ese uso y goce un precio
en dinero”.
De esta manera la ley define al arrendamiento y el decreto regla-
mentario establece algunas de las características o requisitos para que
se logre concebir un contrato.
Podría decirse, tomando los principios generales de la legislación

230
La simulación en los contratos agrarios

civil a partir del artículo 955 como hemos visto, que la simulación
que se genera o se efectúa en los contratos agrarios, y en particular
en el contrato de arrendamiento rural, se ubica en relación a dos as-
pectos:
– El acuerdo referido al precio del contrato.
– El tema del plazo del contrato.

1. La primera hipótesis: simulación en


el arrendamiento respecto del precio
En efecto, en el contrato de arrendamiento el precio será “en dinero”.
La problemática del precio en estos contratos surge del concepto
mismo (art. 2º de la ley).
Dentro de la misma ley otras previsiones que refieren al precio en
este tipo de contratos: son el artículo 32 (contratos a kilaje fijo), apli-
cable en nuestra opinión sólo a las aparcerías; el artículo 42 (contrato
canadiense), y el artículo 44 (contratos mixtos), y haremos un análisis
particularizado de cada una de estas formas de pactar el precio y de
los inconvenientes que acarrean en los casos concretos.
Hemos dicho antes de ahora, en oportunidad de hablar de la “emer-
gencia y la pesificación”, que existe un enorme debate sobre la cuestión
del precio de los arrendamientos.
¿Dónde podemos encontrar una simulación en cuanto al precio del
contrato de arrendamiento?
Creemos que la respuesta está en que siempre el arrendador (dueño
del campo) pretende cubrirse, esto es, prevenirse de la “desvalorización
del dinero” y demás contingencias a las que está expuesto cualquier
tipo de contrato cuando aparecen en el país los fenómenos de la de-
valuación, indexación, etcétera.
El contrato de arrendamiento rural se encuentra entre los tipos de
contratos agrarios de mayor utilidad y frecuencia en las relaciones
negociales agrarias, y es por eso que merece un adecuado análisis para
determinar qué es lo que podemos resolver en cada caso concreto.
Esta problemática somete al arrendador a la “tentación” de obligar
al arrendatario a que acepte “cláusulas con escalas”, relacionadas a
determinados valores de granos o kilos de novillo, lo que también está

231
Doctrina

prohibido por la Ley de Arrendamientos, y este tipo de cláusulas se


intentan para lograr “estabilizar el contrato”.
Es en esta búsqueda, por parte del arrendador, en donde se generan
o redactan cláusulas abusivas, cláusulas además simuladas.
Una cláusula simulada en cuanto al precio es fundamentalmente
cuando se determina el mismo, y se expresa que el pago será “por
adelantado”.
Habitualmente se coloca en el contrato de arrendamiento un precio
inferior al del mercado; allí las dos partes son cómplices de una si-
mulación, ambas contribuyen a violar leyes, en el caso, la legislación
en materia impositiva, porque se fija un precio inferior para sustraerse
del pago de los tributos a los que deberían contribuir. En estos contratos
podría demostrarse el requisito para la acción de simulación de pretium
vilis, en cuanto a que el precio designado en el contrato de arrenda-
miento sea incompatible con el tipo de operación de que se trata,
teniendo en cuenta el precio de mercado, y por tanto un precio tan
ínfimo que logre demostrar una diferencia razonable o elocuente que
permita inferir que estamos frente a un precio simulado, y, por lo
tanto, un acto jurídico simulado (arts. 512-902, Cód. Civ.).
Nos parece que el Estado tendría la acción para develar el misterio
en el contrato que contiene un “precio simulado”, y para someter a
quienes incurren en esta falsedad a abonar los importes correspondien-
tes en materia de sellados, o bien para coordinar los cómputos que
habrán de considerarse para el impuesto a las ganancias. Al respecto,
la jurisprudencia: Tribunal Fiscal de la Nación, sala D, sentencia del
23 de junio de 2004 en los autos “Molinari, Guillermo A.” (L. L.
Online), consideró que la inspección llevada a cabo por la Dirección
General Impositiva observó la existencia de comprobantes apócrifos
utilizados por una sociedad, razón por la cual le impugnó el crédito
fiscal computable en el Impuesto al Valor Agregado. Asimismo, le
determinó el Impuesto a las Ganancias, pues al impugnar un pasivo
ajustó el monto adeudado por dicho tributo por considerarlo como
incremento patrimonial no justificado. El Tribunal Fiscal confirmó las
resoluciones apeladas. En tal sentido se ha resuelto que: 1. Procede
la resolución de la Dirección General Impositiva que al impugnar cier-
tos créditos fiscales determinó el Impuesto al Valor Agregado de la

232
La simulación en los contratos agrarios

contribuyente, ya que se probó que los créditos provenían de opera-


ciones respaldadas por facturas que adolecen de graves irregularidades
que obstan a su cómputo –en el caso, algunos de los proveedores no
tenían relación con la actividad del inspeccionado y otros no estaban
cargados en los registros de la Administración Federal de Ingresos
Públicos con las CUIT aportadas y tampoco poseían CAI vigente–,
en tanto que no acreditó la existencia de los servicios que afirmó haber
recibido y pagado, a pesar de que tal demostración es de su incum-
bencia. 2. La vigencia de las resoluciones generales 3798 y 3830 (DGI)
en cuanto establecen una serie de recaudos que debe tomar el contri-
buyente respecto de las operaciones que realiza, a fin de poder computar
el crédito fiscal que se deriva de ellas, determina que a dichos efectos
no se pueda afirmar la validez de las facturas por el solo cumplimiento
en su forma con los requisitos dispuestos por la resolución general
3419 (DGI).
Obviamente que habrá de recurrirse a diversos medios probatorios,
en especial contar con otros contratos en los que se pudiera establecer
cuál es el valor del arrendamiento en otros campos de la zona, para
así demostrar la simulación en el contrato específico.
Otra posibilidad de simulación en cuanto al precio es en la forma
de pago del mismo. En efecto, si bien es común que se pacte el pago
del precio por adelantado, lo habitual es que se abone sólo un año
adelantado y no los tres años, como suele colocarse en los contratos.
Ocurre que en este último caso, cuando se consigna que se abonan
tres años por adelantado, seguramente el arrendador tomó sus previ-
siones, por ejemplo, se hizo firmar cheques y/o pagarés para garanti-
zarse el cobro del precio del contrato.
Algunos encuentran una simulación por parte de productores, en
tanto no se registran bancariamente los pagos que se efectúan, y sabido
es que la mayoría de los productores agropecuarios no tienen idea de
la ley que se sancionó en la época de Cavallo, que obliga a realizar
las transacciones bancariamente para que tengan valor legal, y para
que puedan computarse para el pago de impuestos. Esta situación es
muy complicada para el hombre de campo, pero nosotros no encon-
tramos en la misma una simulación, sino una costumbre en el campo,
como es la de pagar en efectivo muchas veces el precio del arrenda-

233
Doctrina

miento, sin precaverse de que deberían hacerse los depósitos o bien


emitir el cheque para que se bancarice la operación, y así pueda ser
computada por la AFIP-DGI. Aquella legislación, la ley 25.345 (pre-
vención de la evasión fiscal), de octubre del año 2000, promulgada
en noviembre del mismo año, que limitó los pagos en efectivo sólo a
aquellas sumas de hasta $ 1.000 (pesos un mil), como es de público
y notorio, dispuso que los pagos superiores a pesos un mil ($ 1.000)
deben realizarse: 1) Por depósitos en cuentas de entidades financieras.
2) Giros o transferencias bancarias. 3) Cheques o cheques cancelatorios.
4) Tarjeta de crédito, compra o débito. 5) Factura de crédito. 6) Otros
procedimientos que expresamente autorice el Poder Ejecutivo Nacional.
Sólo quedaron exceptuados de dicha previsión los pagos efectuados
a entidades financieras comprendidas en la ley 21.526 y sus modifi-
caciones, o aquellos que fueren realizados por ante un juez nacional
o provincial en expedientes que por ante ellos tramitan.
Pero lo grave de la ley de prevención de evasión fiscal es que,
según ésta, las operaciones que no se efectúen de la manera referida
tampoco serán computables como deducciones, créditos fiscales y de-
más efectos tributarios que correspondan al contribuyente o responsa-
ble, aun cuando éstos acreditaren la veracidad de las operaciones.
Lo más insólito es que dicha ley dispone que inclusive carecen de
efectos entre las partes los pagos que se hicieran en violación a la
misma, lo que en nuestra opinión no puede suscribirse, ya que esa
normativa, con el solo fin fiscalista, pretende dejar de lado todos los
principios generales del Derecho e inclusive de los contratos, lo que
resulta a todas luces inconstitucional e ilegal.
Destacamos que aun cuando la ley de la referencia se encuentre
vigente, en el campo sigue habiendo muchísimos acuerdos de pago
de arrendamientos en dinero efectivo, en donde se otorgan recibos, en
donde se consolida la relación contractual, y a nadie se le ocurriría
impugnar de falso un recibo que ha sido otorgado, o pretender cobrarlo
nuevamente, pues así podría llegarse a controvertir o violar otra norma
jurídica, podríamos estar frente a un “enriquecimiento ilícito”, o frente
a un delito penal, y esto provocado, obviamente, por la desfachatez e
imprevisión de la norma que estamos comentando, que omitió consi-
derarlo en su texto.

234
La simulación en los contratos agrarios

Es por eso que pensamos que una contratación o el pago del precio
de un arrendamiento en el campo en dinero efectivo, no implica una
simulación, pues esto estaría de acuerdo con los usos y costumbres
normales en el medio rural.

2. La segunda hipótesis de simulación:


en cuanto al plazo del contrato
Sabido es, como lo hemos explicado, que en el contrato de arren-
damiento rural, el plazo mínimo legal es de tres años, y esto, por lo
establecido en el artículo 4º de la ley.
Ahora bien, sí existen habituales “simulaciones” en cuanto al plazo
del contrato de arrendamiento, pues el arrendador (dueño del campo)
carece de interés de estar atado a un contrato a tres años.
Esto lleva a las partes a suscribir contratos accidentales por cose-
chas, previstos también en la legislación rural, en la misma ley 22.298,
artículo 39, que permite hacer un contrato a corto plazo, es decir, por
una o hasta dos cosechas, ya sea a razón de una por año o ambas en
el mismo año agrícola. Así, decimos, se suceden los contratos de arren-
damiento accidental; suele simularse el contrato a favor de un hijo del
productor en el primer año, otro contrato al año subsiguiente a favor
del productor titular de la explotación, y el subsiguiente vuelta a con-
tratar con el hijo, o un hermano, pudiéndose visualizar claramente la
simulación en estos casos, que sólo tiene como fin sustraerse por parte
del arrendador (dueño del campo) de su obligación legal de respetar
el plazo mínimo garantizado.
¿Quién puede pedir la acción de simulación? Obviamente que el
productor rural afectado, que demuestre que ha habido “contratos su-
cesivos”, los que, si bien convenidos entre distintas personas, han sido
producto de la simulación, pues se han referido al mismo predio rural,
o a igual superficie. La simulación podrá demostrarse por diversos
medios, inclusive por errores que habitualmente se cometen por el
arrendatario o por el arrendador, por ejemplo, por el hecho de que
aparecerá un remito seguramente emitido por el “padre” cuando el
arrendatario en ese período era el “hijo”, y se generan así situaciones
incontrolables, desprolijas totalmente, en donde puede pedirse la si-

235
Doctrina

mulación porque se ha violado una norma legal, nada más y nada


menos que la Ley de Arrendamientos y Aparcerías, que, como vimos,
tiene normas que son de orden público, y prevé que las cláusulas en
violación de la ley son “insanablemente nulas”. Así, podrá solicitarse
con éxito la acción de simulación, basada justamente en las previsiones
del artículo 958 del Código Civil y en las de la misma Ley de Arren-
damientos y Aparcerías (arts. 1º y concs.). Aquí el perjuicio es evidente
para el arrendatario, el que será privado de gozar del “plazo mínimo”,
por un artilugio, por una consigna del contrato que no es real.

V. La simulación en los contratos de aparcería


La Ley de Arrendamientos y Aparcerías 13.246, reimplantada par-
cialmente por la ley 22.298, establece que: “Habrá aparcería cuando
una de las partes se obligue a entregar a otra animales, o un predio
rural con o sin plantaciones, sembrados, animales, enseres o elementos
de trabajo, para la explotación agropecuaria en cualesquiera de sus
especializaciones, con el objeto de repartirse los frutos.
”Los contratos de medierías se regirán por las normas relativas a
las aparcerías, con excepción de los que se hallaren sometidos a leyes
o estatutos especiales, en cuyo caso les serán, asimismo, aplicables
las disposiciones de esta ley, siempre que no sean incompatibles con
aquéllos” (conf. art. 21, ley 22.298).

1. La primera hipótesis de simulación: el precio


Tal como surge del concepto, la aparcería es un contrato asociativo
en el que una parte (dador o dueño del campo) realiza la entrega de
una cosa, ya sea un predio rural con o sin plantaciones, o animales,
y la otra, el aparcero denominado “tomador”, llevará adelante la pro-
ducción. Dice la doctrina, a lo que suscribimos plenamente, que los
contratos de aparcería son contratos de tipo “asociativos”.
Es de destacar que en la generalidad de los casos, la actividad
agropecuaria la desarrollará directamente el aparcero tomador, casi sin
injerencia del dador, por tanto en lo que a la conducción o dirección
de la actividad agropecuaria se refiere, ya es costumbre que no se
cumple con las previsiones legales vigentes.

236
La simulación en los contratos agrarios

El precio en los contratos de aparcería será un “porcentaje”, por


eso también se habla de contrato asociativo, pues ese porcentaje lo
pactarán las partes según sus propias conveniencias, es decir, libre-
mente; en la legislación anterior la ley le aseguraba el 50% al tomador.
Como se observa, el precio de los contratos de aparcería es total-
mente diferente del precio del contrato de arrendamiento, toda vez
que, como lo hemos expresado y surge de la ley 22.298, el precio en
las aparcerías será un porcentaje de los frutos que se obtengan de la
explotación, ya sea un porcentaje de la cosecha de trigo, maíz, soja,
girasol o sorgo, ya sea un porcentaje en la aparcería pecuaria del mayor
valor adquirido por novillos en engorde o por la realización de la
actividad de cría de ganado.
La simulación del precio en las aparcerías puede darse cuando se
pacta un contrato a kilos fijos. Es decir, cuando se conviene, por ejem-
plo, una aparcería a razón de diez quintales fijos de soja por hectárea
y por año; estamos frente a un contrato en el que el precio no es
sincero, o el precio violenta una norma jurídica, en el caso, la ley
22.298. Aquí se encubre un acto jurídico bajo la apariencia de otro,
pues, como decimos, ambas partes han celebrado un contrato, en el
caso –se dice– de aparcería, y han colocado una cláusula que no co-
rresponde, que está prohibida por el artículo 32 de la ley que no permite
pactar el precio a kilaje fijo, pues esa cláusula desequilibra el contrato
totalmente.
Tengamos presente que el propio artículo 24 de la ley 22.298 es-
tablece: “La pérdida de los frutos por caso fortuito o de fuerza mayor
será soportada por las partes en la misma proporción convenida para
el reparto de aquéllos”.
En los contratos de aparcería o inclusive medierías, en cualquiera
de sus clases, las pérdidas de los frutos serán soportadas en la pro-
porción convenida para el reparto de los mismos, porque como se trata
de un contrato agrario asociativo, es lógico que así ocurra.
Entonces, si pensamos que la aparcería es un contrato a porcentaje,
en donde las partes, aparcero dador (dueño del campo) y aparcero
tomador (quien lleva adelante la explotación), deberían acordar un por-
centaje a distribuir del resultado de dicha explotación, y ese acuerdo
perfeccionaría realmente un contrato “asociativo”; no es lo mismo si,

237
Doctrina

en cambio, pactaran determinada cantidad de kilos o quintales fijos,


porque esto desnaturalizaría el contrato. De tal modo, si se pactara un
contrato y se le colocare el nombre de “aparcería”, pero se acordara
en el precio el pago de “kilos fijos”, el aparcero dador (dueño del
campo) tendría asegurado su resultado en forma anticipada, sin arriesgar
en absoluto y sin esperar el resultado de la cosecha, que por obvias
circunstancias del clima (más o menos lluvias, sequías, ataques de
plagas o pestes), podría ser mejor o peor.
¿Quién puede pedir la acción de simulación?
Entendemos que el aparcero tomador será la persona habilitada
para pedir la nulidad de la cláusula, para pedir la simulación de este
contrato, encuadrando la acción en el artículo 955, o en el 956, pues
bajo la apariencia de una “aparcería” subyace un arrendamiento, que
es un contrato diferente, es un contrato de tipo conmutativo, no aso-
ciativo como lo es la aparcería.
El contrato, si fuera así concebido, perjudicaría al aparcero tomador,
conforme a lo previsto en el artículo 957 del Código Civil, que sólo
por urgencias, por necesidad, debió contratar de esta manera, pero
podrá pedir la nulidad de la cláusula y pedir la simulación, pues no
intentó el aparcero tomador aprovecharse de esto u obtener algún be-
neficio, y por tanto, según el artículo 959 del Código Civil, podrá
pedirla porque no obtendrá ningún beneficio más que el que se equilibre
adecuadamente el contrato.

2. La segunda hipótesis de simulación: el plazo


En los contratos de aparcería, también por aplicación del artículo
22, se remite al plazo de los arrendamientos y por eso existe un plazo
mínimo legal garantizado de tres años. Por eso es que aquí reiteramos
lo expresado respecto del plazo del arrendamiento y la “simulación”
en cuanto al plazo, puesto que se da la misma hipótesis ya que se en-
cuadran como contratos “accidentales” del artículo 39 de la ley 22.298,
que tienen la ventaja de que pueden hacerse por un precio en dinero
o por un porcentaje. En este último caso, el contrato de cosecha (con-
trato accidental del art. 39 de la ley 22.298), cuando se realiza por un
porcentaje, será equivalente a la aparcería, pero tiene la desventaja

238
La simulación en los contratos agrarios

para el aparcero tomador de que es por breve término, como expre-


samos: por una o dos cosechas, a razón de una por año o las dos en
el mismo año.
Tal cual afirmábamos en el contrato de arrendamiento, y la cuestión
del plazo, el dueño del campo, o aparcero dador, trata siempre de
omitir someterse a un plazo más largo, como es el plazo mínimo de
tres años, y entonces concibe y disfraza la aparcería como “contrato
de cosecha”.
En cuanto a los requisitos de la simulación, un fallo de la Cámara
Nacional de Apelaciones en lo Civil, sala G (28-10-96, en los autos
“Ferrari, Hernán J. c/Prats, Pedro M. y otro”, L. L. 1998-D-9), expre-
saba que: 1. La causa simulandi no constituye un elemento esencial
para la procedencia de la acción de simulación. 2. No es de absoluto
rigor acreditar causa simulandi, pues hasta se puede prescindir de ella
cuando su comprobación sea difícil en la acción ejercida por terceros.
3. La distinta posición en que se encuentran el tercero que impugna
como simulado un acto ajeno que lo perjudica y las partes otorgantes
de este acto que afirman la realidad y sinceridad de él, ha llevado a
morigerar los clásicos principios del onus probandi y distribuir en
sentido más realista la carga de la prueba. 4. Reconocido que existe
amplia libertad probatoria en los procesos de simulación, incumbe al
actor la aportación de elementos que permitan formar convicción sobre
lo ficticio del acto que ataca. 5. Según la moderna concepción sobre
las cargas dinámicas, se entiende que a los demandados por simulación
por un tercero no les basta la negativa de los hechos y la afirmación
de la realidad del acto que defienden, sino que deben aportar pruebas
tendientes a convencer de la honestidad y sinceridad del acto en el
que intervinieron. 6. Cuando se encuentra acreditado todo un cúmulo
de falsedades, de omisiones probatorias en torno a la defensa (precio
confeso, falta de entrega, retención de la posesión, ausencia de aptitud
patrimonial de quien se dice compradora mediante el contrato celebrado
por otro, y de egreso de un patrimonio e ingreso en otro, etc.), que
generan un conjunto de presunciones, sirven de suficiente sustento
para acreditar la procedencia de la acción de simulación ejercida por
terceros. 7. Frente a la exteriorización por parte de la demandada de
la acción de simulación ejercida por un tercero de un importante pa-

239
Doctrina

trimonio, que es incompatible con la subsistencia del crédito del actor,


corresponde otorgar la importancia que tiene el comportamiento y con-
ducta social de los contratantes en su negocio y vida social. 8. No es
requisito para la acción de simulación ejercida por un tercero que su
crédito sea de fecha anterior al acto atacado, recaudo propio de la
acción pauliana.
¿Quién puede pedir la simulación?
En este caso, el perjuicio lo sufre el aparcero tomador (quien explota
el campo), porque el dador (dueño del campo) ha introducido una
cláusula o ha concebido bajo el nombre de “contrato accidental” lo
que en realidad es un contrato de aparcería.
La prueba de esta “simulación” puede hacerse fácilmente, pues en
la práctica se van ejecutando “contratos sucesivos”, ya sea a favor del
productor o de alguno de sus hijos, en forma sucesiva a lo largo de
los años, siempre en la misma superficie y campo a explotar.
Todo esto habilita el pedido de la simulación, para que se deje sin
efecto la cláusula del “plazo” fundamentalmente, y se respete el plazo
mínimo legal fijado en el artículo 22 y 4º respectivamente de la ley
22.298.
Encuadra la acción también en los artículos 955, 956 y 958, toda
vez que al fraguarse el plazo y tratar el aparcero dador de excluirse
de cumplir el contrato por el plazo mínimo, se trata de una simulación
pues se encubre el carácter jurídico del acto.
Se viola la Ley de Arrendamientos y Aparcerías, y sería una si-
mulación que oculta bajo una apariencia otro acto o contrato.

3. La tercera hipótesis de simulación:


el ejercicio de la aparcería por una
persona diferente del aparcero tomador
Habitualmente se dice que el contrato de aparcería es intuitu per-
sonæ, porque es evidente que en este tipo de contratos donde está en
juego el mejor resultado de la explotación, el aparcero dador, previa-
mente a contratar con otra, considera con anterioridad el carácter de
la misma –nos referimos al aparcero tomador–, sus habilidades o téc-
nicas para producir, sus equipos, y en general todos los antecedentes

240
La simulación en los contratos agrarios

que hagan a la consideración de “quién es” el cocontratante, de manera


de poder aspirar a un buen resultado, a una buena cosecha o a un
buen engorde de animales, o a una buena obtención de crías que permita
que el reparto de los frutos sea el mayor, al final del ciclo productivo.
En la actualidad, los productores agrarios están ávidos de conseguir
campos para la producción, tanto para sí como para sus hijos, que se
van formando en la producción agraria, van creciendo, van generando
su propio capital.
Es entonces cuando muchas veces ocurre que el aparcero tomador
contrata, formaliza la aparcería con el dador, y luego entrega el campo
a su hijo para que éste lo labore, lo trabaje, coseche, siembre y demás
que pudo haberse pactado con el dador.
Se produce así una sustitución de la persona con la que se contrató,
por exclusiva culpa o intención del verdadero tomador, sin consentirlo
el dueño del campo o dador.
Luego, llega la época de la cosecha, y por falta de habilidad, porque
recién está creciendo y se está formando, resulta que el hijo no obtuvo
los resultados que se podrían haber obtenido, esto al menos desde un
primer punto de vista exclusivamente subjetivo, pues para juzgar habrá
que ver cómo se dieron las condiciones del tiempo, qué variedades
para la siembra se eligieron, si hubo realmente alguna causa que pueda
imputársele al hijo por no haber obtenido los resultados que sí obtenía
en años anteriores el padre del aparcero tomador.
En estos casos obviamente las relaciones parentales entre las partes
(affectio), con la incuestionable presencia de un vínculo más que es-
trecho entre ellas, en nuestra hipótesis padre e hijo; la existencia de
una inmediatez y conocimiento sobre las alternativas de trabajo o pro-
ducción; la existencia de un mismo asesor profesional, ingeniero agró-
nomo o veterinario, implican a quien se ayuda para colaborar en el
disfraz que se coloca en los hechos, no así en el contrato, lo que
demostraría la simulación.
Y además podemos encontrar el requisito, en un caso como éste,
de la “subfortuna”, en el marco de la colaboración exigible y en virtud
de su interés atribuible en la demostración de la sinceridad del acto,
pues seguramente el hijo del aparcero tomador que figurará, carecerá

241
Doctrina

de bienes a su nombre, o de equipos o máquinas, y en cambio, estará


él al frente de la explotación, como decíamos, sin consentimiento del
dador.
¿Quién puede pedir la simulación? Obviamente que el dueño del
campo, es decir el aparcero dador, que fue engañado, pues entendiendo
que contrataba con el padre, en verdad terminó desarrollando la acti-
vidad agropecuaria un hijo del aparcero tomador, violando así uno de
los principios básicos de los contratos de aparcería, es decir, el carácter
intuitu personæ que el contrato tiene, de lo que se deriva que puede
exigirse que lo cumpla la persona con quien se contrató verdaderamente
y no otra, aun cuando esta última pueda tener el mejor de los conceptos,
o gozar de la mejor de las posibilidades para cumplir o desarrollar el
contrato.

VI. Síntesis final


Pues bien, hemos concluido el desarrollo del tema asignado, no
sin antes decir que en los contratos agrarios es fundamental la inter-
pretación de la situación ocurrida, del caso concreto, sobre la base de
lo previsto por la ley 22.298, cuando se trate de contratos de arren-
damientos, aparcerías o contratos accidentales.
Esa ley es la que para resolver un caso fija en el artículo 41 cuáles
son las previsiones, cuál es el orden de prelación para analizar un
caso, y así dice que en los contratos a que se refiere la presente ley
se aplicarán en el orden siguiente: a) las disposiciones de la presente
ley; b) los convenios de las partes; c) las normas del Código Civil,
en especial las relativas a la locación, y d) los usos y costumbres
locales (texto actualizado según ley 22.298).
Sobre interpretación, ya decía el propio Mosset Iturraspe25: “...in-
terpretar un contrato es observar las manifestaciones negociales, las
cláusulas o estipulaciones, para determinar su sentido y alcance”. Re-
sulta elemental para conocer cuáles son los derechos u obligaciones
de las partes en el negocio, a los efectos de su cumplimento.
Como todos saben, Vélez Sársfield no instaló ninguna regla de

25 Tratado general del contrato, Amalevi, 1976.

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La simulación en los contratos agrarios

interpretación en el Código Civil, pero la ley 17.711, con la nueva


redacción del 1198 estableció que “Los contratos deben celebrarse,
interpretarse y ejecutarse de buena fe y de acuerdo con lo que vero-
símilmente las partes entendieron o pudieron entender, obrando con
cuidado y previsión...”
Si bien es cierto que no es una norma citada por la ley agraria, es
de enorme utilidad conocer las reglas del Código de Comercio sobre
la interpretación, y allí encontramos el artículo 217 que establece: “Las
palabras de los contratos y convenciones deben entenderse en el sentido
que les da el uso general, aunque el obligado pretenda que las ha
entendido de otro modo”. Así también consideramos trascendente lo
referido en el artículo 218 del mismo cuerpo normativo, que afirma:
“...El uso y práctica generalmente observados en el comercio, en casos
de igual naturaleza, y especialmente la costumbre del lugar donde debe
ejecutarse el contrato prevalecerán sobre cualquier inteligencia en con-
trario que se pretenda dar a las palabras...”
El agrarista cordobés Francisco Giletta26 expresaba que interpretar
no es sólo extraer el sentido, significado o alcance de un texto, sino
también construir. En igual sentido Soler (Interpretación de la ley),
citado por Giletta, dice: “El trabajo del intérprete es fundamentalmente
un trabajo de construcción. De los materiales que el Derecho pone a
disposición debe extraer los elementos suficientes para armar una es-
tructura...”
Enseña Pérez Llana27 que “los usos y costumbres no son, en general,
fuente del Derecho sino cuando la ley se remite a ellos. Ha de tratarse,
según es sabido, de hechos repetidos durante un tiempo relativamente
largo, por un grupo al menos de personas y con la convicción de la
obligatoriedad jurídica del sometimiento a esa forma de proceder. Los
usos y costumbres agrarios son tan arraigados que suelen imponerse
a la ley misma, por eso es que en diversas oportunidades la ley se
destine y se remita a lo que dicten los usos y costumbres locales”.
En este último caso, es evidente que la Ley de Arrendamientos y
Aparcerías 22.298 ubica en el cuarto lugar a los “usos y costumbres”;

26 Cuestiones de Derecho Agrario... cit., p. 161.


27 Derecho Agrario cit.

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Doctrina

se refiere a ellos y por tanto deben ser tenidos en cuenta por el juez
o por el intérprete en un caso agrario.
Por estas razones, citamos al comienzo los principios del Derecho
Agrario, que creemos esenciales para juzgar una cuestión agraria, pero
también los caracteres de los contratos agrarios, la importancia de los
usos y costumbres en el campo y en la actividad agropecuaria en
general, porque nos parece que para interpretar en su oportunidad una
probable “simulación”, si sucediera en un contrato agrario, el intérprete
no puede evitar acudir a valorar estas ideas y estos antecedentes.
Es decir que frente a un contrato agrario probablemente simulado,
el intérprete no puede dejar de lado los principios del Derecho Agrario,
no puede dejar de lado los usos y costumbres agrarias, y deberá tener
muy presente la forma habitual de contratación en la actividad agraria.
Sobre la cuestión agraria, ya Antonino Vivanco expresaba que “la
producción agropecuaria constituye uno de los factores determinantes
de la riqueza nacional, el conflicto de intereses que surgen entre los
sujetos intervinientes en la producción agropecuaria reclama, con la
mayor urgencia, la claridad de las normas jurídicas y la unificación
orgánica de las mismas, a fin de que su aplicación pueda efectuarse
con la mayor precisión, con miras a la salvaguarda de los derechos
de cada uno y de todos los ciudadanos vinculados a los intereses rurales
del país”.
Finalmente creemos, entonces, que en un tema tan concreto y tan
difícil de probar como es la “simulación”, quien intente accionar deberá
tener en cuenta los requisitos del Código Civil, pero quien busque la
verdad en el caso concreto deberá basarse inexorablemente en las ideas
de lo agrario, en las bases de nuestra materia, encuadrando a ese con-
trato en lo que las partes entendieron o pudieron entender, obrando
con cuidado y previsión.

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