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universidad politécnica de

honduras

INVOLUCIÓN DEL
DESARROLLO HUMANO
ENSAYO

ASIGNATURA: PSICOLOGÍA DEL DESARROLLO III.

CATEDRÁTICO: KELVIN ESPINAL.

ALUMNO: LEONARDO VARELA.

SEDE: LA PAZ, LA PAZ.

LEONARDO VARELA
leonardo.varela@uph.edu.hn
ensaYo involuciÓn del
desarrollo huMano
El desarrollo humano es la capacidad de desenvolvimiento de habilidades físicas
y psicológicas que nos permiten reconocer las emociones y sentimientos a través
de la inteligencia emocional, aprendiendo a controlar impulsos, a saber,
diferenciar entre lo bueno y lo malo, aprender a tolerar la frustración, etc.

Antiguamente, la mayor parte de los alimentos eran cultivados por las propias
familias o vecinos. Como eran cultivos para el consumo propio, el uso de
pesticidas era nulo o mínimo. Comían de lo que les daba la tierra y siempre de
temporada. La carne era un lujo que se comía una vez al mes sólo en el caso de
las familias con más suerte. Otros alimentos eran comprados a granel en cestos,
bolsas de tela y botellas de vidrio retornables. Prácticamente no existía la basura,
se reutilizaba todo. Los restos orgánicos volvían a la tierra, el papel se reutilizaba
para envolver otras cosas. La ropa se aprovechaba hasta que no daba más de
sí de hecho, mi abuela, cuando la ropa se desgastaba, la descosía y la volvía a
coser del revés. Cuando algo se rompía, se reparaba, y siempre se le daba una
segunda, tercera y cuarta vida a todo. Se respetaba y valoraba todo cuanto se
tenía, cuidándolo y utilizándolo con agradecimiento. Eran épocas difíciles en las
que la abundancia no existía, ni tampoco la libertad social. Sin embargo, se vivía
en armonía y en constante contacto con la naturaleza.

Pasaron los años y vino la globalización, crecimiento económico, publicidad y


marketing sin escrúpulos y el consumo se disparó. Se comenzó a creer que
cuantos más bienes materiales adquirieras, mayor sería tu felicidad.
Socialmente, te posicionaba en un lugar privilegiado en el que todos te
respetaban por el simple hecho de tener más, aunque quizás esto siempre ha
existido en gran parte de la historia de la humanidad. La era del consumismo
llegó para quedarse nuestra vida se hizo más cómoda, apareciendo todo tipo de
utensilios, máquinas y electrodomésticos que harían que dedicáramos más
tiempo a disfrutar de la vida. Empezaron a llegar productos de todo tipo y también
alimentos de todas partes del mundo. Alimentos que mejorarían nuestra salud
casi hasta la inmortalidad porque contenían cientos de propiedades que eran
buenas para vivir eternamente y de la que se alimentaban los indígenas hace
3.000 años o por lo menos eso dice en la etiqueta.

Y junto con la era del consumismo, se estableció la cultura de usar y tirar,


perdiendo totalmente el control y desapareciendo, a la vez, valores importantes
en nuestra sociedad, como es el agradecimiento por lo que nos presta la Tierra.
Parece que ya nada tiene valor. Incluso invadimos el espacio de la naturaleza y
de los animales a pesar de que tienen un papel crucial en el desarrollo de todas
las cosas. Pero eso ya lo hemos olvidado y las nuevas generaciones ni siquiera
tienen conocimiento de ello, viviendo como si no los necesitáramos.
Cada vez tenemos más y más, pero no sabemos por qué, la felicidad que nos
dan esas cosas, dura poco, así que seguimos consumiendo más y más,
porque en la publicidad se ven personas felices disfrutando de todo eso que nos
compramos. Al fin y al cabo, si la materia me da momentos felices, compro
constantemente para que mi día a día esté lleno de felicidad.

El consumismo está cada vez más presente, más potente y nos lleva a un
callejón sin salida. Pero parece que nadie puede parar. La sobreexplotación de
los recursos y de las personas va en aumento y ya hemos perdido la capacidad
de discernimiento entre saber lo que necesitamos realmente y lo que no.

Involución, no es más que una palabra, que, en la actualidad, nos puede definir
como sociedad y aún más particularmente, como seres humanos.

Durante nuestras vidas, nos hemos detenido alguna vez a ver qué es lo que está
sucediendo a nuestro alrededor, o el individualismo que nos caracteriza como
especie nos ha segado de manera tal, que no sabemos siquiera, lo que le puede
estar sucediendo a la persona que tenemos a menos de un metro de distancia.

Me referiré en esta oportunidad al “individualismo” como egoísmo, el cual es su


sinónimo. Éste, ha ido en aumento con el paso de los años, al sentirnos cada
vez más deseosos de adquirir poder, además de ser aceptados y aprobados por
los demás. El poder, en nuestros días, lo tenemos como prioridad y lo
confundimos con una necesidad (que significa carencia o escasez de algo que
se considera imprescindible o estado de una persona en relación con los medios
necesarios o útiles para su existencia y desarrollo, entre otros varios significados
que dicha palabra tiene).

El deseo de poder en nuestra sociedad no se ha equiparado con el conocimiento,


sino, con la adquisición de elementos tecnológicos y de valores exorbitantes,
bastante lejanos de la realidad de la población chilena. No obstante, el aparentar
algo que no somos es otra cosa que nos caracteriza como sociedad. Nuestra
cultura occidental está basada en lo material, creyendo que existe una necesidad
donde no la hay. Con esto, quiero decir que estamos dando mayor importancia
y valor a un bien material, que a nuestra familia, amigos y conocidos. Hoy
podemos decir, que es más importante un teléfono celular de última generación,
en vez de comer saludable, se prefiere un plasma o una X-box 360, a una buena
sobremesa post almuerzo o a un simple paseo por el parque, sabiendo que lo
último, es gratis.
Cada mañana, nos levantamos aún más cansados que el día anterior, por
nuestras largas jornadas laborales para “producir”, obteniendo un sueldo a fin de
mes y seguir así comprando cosas. Cosas que muchas veces, por el sueldo
mínimo que hay en Honduras 12,000 lempiras, sería impensable adquirir de no
ser por las tarjetas de crédito. Con esto, me he percatado, que muchos de
nosotros preferimos enfermar y desvelarnos por un objeto, olvidando que esto
no tiene vida y que si bien, nos puede dar comodidad, no significa que sea
indispensable en nuestro diario vivir y que puede ser adquirido o reemplazado
en cualquier momento, mientras a nosotros se nos va la vida queriendo obtener
esa cosa.

Podemos adquirir algo en tantas cuotas como años de vida nos quedan, ya que,
con las tarjetas podemos hacer maravillas y cumplir todos nuestros caprichos.
Una frase que he oído en innumerables ocasiones es: “cancelaré mi deuda en
cómodas cuotas de páguelo en su próxima vida”, haciendo alusión, a que, si no
poseo dinero suficiente en efectivo para comprar lo que quiero, puedo realizar la
transacción en cuotas, para cubrir dicha necesidad mal priorizada.

Es entonces, donde me detengo a pensar en la involución humana, ensalzada


por el afán de aparentar. Con esto, no incito al conformismo, más bien, a que
como seres racionales que creemos ser, deberíamos tener la capacidad de
diferenciar entre lo necesario e importante para ser mejores personas (como a
adquisición de nuevos conocimientos, la educación, amor al prójimo) y lo
secundario, que no es nada más que un adorno o acompañamiento a lo que ya
somos (bienes materiales).

Pese a que somos una especie evolucionada en el área del conocimiento,


nuestro egoísmo y poca tolerancia, nos ha llevado a crear cada uno un mundo
particular, alimentando la intolerancia, la discriminación y las barreras entre
nosotros. Esto se nota, al observar que cada vez menos personas se ríen en
público, en que si saludamos a un desconocido que va por la calle se nos tilda
de raros y si se nos ocurre decir que lo material no debería ser una prioridad, se
nos juzga de carecer de ambiciones y metas en nuestras vidas, ya que sin eso
no llegaremos a ningún sitio.

Hemos olvidado cosas tan simples y básicas como compartir con quienes están
a nuestro alrededor, preguntar a quién está al lado nuestro si necesita ayuda,
estamos perdiendo dramáticamente nuestra empatía y lo más triste de todo, es
que no nos damos cuenta.

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