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Primera Carta: Lo pequeño y lo grande

El desarrollo de la primera parte transcurre en cómo las personas vamos


perdiendo esa sensibilidad humana para percibir y relacionarnos con lo que nos
rodea, prefiriendo estar en “contacto” con personas a través de una pantalla o
monitor.

No nos damos cuenta que las mayores satisfacciones, encuentros, los mayores
detalles de amor y los milagros imperceptibles se encuentran en lo cotidiano, en
el día a día, a lo largo de una caminata. Nos abstraemos en las nuevas
tecnologías que permiten “comunicarnos” con todo el mundo, que olvidamos
mirar lo que está cerca de nosotros, fuera de esa computadora, celular, o
televisor. Hemos perdido la tranquilidad que nos brinda algún pequeño espacio
que nos pertenece, de alguna habitación, parque o casa, de un lugar llamado
hogar.

La cotidianeidad de las cosas ya no tiene valor o relevancia, el atardecer junto a


los que amamos, la percepción del rocío de las flores por la mañana, ver jugar a
los niños por las calles, esa sensación de libertad que nos da el caminar sin
preocupación alguna.

En la obra se expresa que la televisión nos quita los momentos en los que
podemos compartir con nuestros semejantes, y entonces no nos es posible
convivir humanamente, perdemos la sensibilidad y nos volvemos tontos. La
televisión quita las ganas de hacer algo productivo, vemos televisión porque
creemos que no hay nada mejor que hacer, aun así no encontremos en la
televisión algo interesante o a nuestro gusto. Vamos perdiendo la sensibilidad de
tal manera que cada día necesitamos de más intensidad, de más decibeles o de
mayor luz en las pantallas. De esa manera nos estamos convirtiendo en esclavos,
dependientes mentales de la televisión o computadora.

Entonces, ¿Qué hacer?, como se dice en la obra: “Hay que re-valorar el pequeño
lugar y el poco tiempo en que vivimos”.

Prestarle atención a los detalles de nuestra vida, a las cosas que parecen no tener
mayor importancia, a las pequeñas cosas que se han impregnado de nuestra
esencia, de nuestros sueños y que han estado ahí secretamente desde que
vivimos. Expresarnos para llegar a los demás, con nuestras palabras y
sentimientos.

No aletargarnos por lo grande que pueda parecer el mundo a través de una


pantalla, y vivir libres, tranquilos en los pequeños lugares donde encontramos
esa paz que tanto buscamos.

Recordemos que siempre hay posibilidades de una vida más humana (como nos
dice Sabato), y que están al alcance de nuestras manos.
Segunda Carta: Los Antiguos Valores
Cómo el título de esta segunda parte lo indica, el tema que se desarrolla son los
valores, y más aún, la pérdida de los valores que actualmente parecen lejanos a
nuestra convivencia.

En el mundo moderno, los valores no tienen mayor significado para la gente, se


les ve como algo lejano, o como algo que la gente de otro tiempo usaba para
convivir sin el desarrollo actual. Ven con desprecio las actitudes “antiguas” y
construyen sobre estas, actitudes “modernas y mejores”. Estas nuevas actitudes
carecen de valor y de belleza, son pues actitudes marcadas por el utilitarismo, en
cuanto se debe producir, adquiriendo un valor cuantificado en dinero, más no en
pureza o amor.

Se construye una nueva visión del mundo, más globalizada y supuestamente


mejor, sobre restos de un tiempo más humano, como leemos en la obra. El
desencanto por lo clásico, por los detalles, símbolos de belleza espiritual, por los
ocios, y las actividades recreativas y grupales que unen a las personas y las hace
más fraternas, la creencia en los mitos y leyendas de los pueblos, de la vida de los
santos y aquellos rituales sagrados que ahora parecen tener poco valor; genera
un sentimiento de desamparo en la gente, y entonces se empieza a buscar la
religiosidad antes perdida.

La vida trascurre en una serie de horarios marcados por actividades de un


presente inevitable y de un futuro desconocido, nos mantiene en guardia y no nos
deja vivir tranquilamente. Las personas corren al ritmo de las agujas del reloj y el
tiempo se hace pobre y poco gratificante, desprovisto de emociones agradables y
con el resabio de que algo falta en nuestra vida, sentimos un vacío abstracto.
Como dijo alguien alguna vez, lo urgente ya no deja tiempo para lo importante. Ya
no deja tiempo para fijarnos o realizar valores o compartir momentos sagrados
con los demás.

El desuso de los valores como la dignidad, el estoicismo frente a las adversidades,


como la falta de dinero, la honestidad, el desinterés, el sacrificio, la vergüenza y
otros; han provocado que en ocasiones nos veamos en una suerte de vida
absurda, sin sentido y sin alegrías. Vivimos entonces rodeados de seres, a los
cuales, no reconocemos sus motivaciones, sus actitudes y sus valores, cuyas
experiencias no nos han sido compartidas, y finalmente caemos en la cuenta de
que convivimos (o agonizamos) con gente extraña a nosotros, con desconocidos.

Sólo queda la esperanza de que retomen los valores que se fueron perdiendo poco
a poco, por los patrones que se nos han impuesto, por la globalización; y que se
elijan a estos valores como medios para una vida más libre y más humana.
Tercera Carta: Entre el Bien y el Mal
Sábato comienza esta parte hablando sobre su madre, acerca de cómo fue la
última vez que la vio sana. Escribe que él quería quedarse pero su sed de cumplir
con su “vocación más profunda” no lo dejaba.

Con esto, Sábato, nos quiere decir que vivimos constantemente con actividades
que no necesariamente buscamos, o de las cuales la mayoría no es nuestra
afición más honda. Es así que el hombre se encuentra entre lo que desea vivir y el
constante trajín que le embarga los sueños y metas, que le separa de sus
ilusiones y de la gente que ama y desea proteger, como a los padres, a los
abuelos, a esas personas que nos dieron la vida, y más que la vida en un sentido
biológico, una vida en sentido emocional; porque ellos han sido parte de nuestras
primeras experiencias, de nuestras primeras manifestaciones de amor, de tristeza
y de miedo. No debemos olvidarlos o tenerlos alejados a medida que crecemos en
todo los sentidos, hay que dedicarles tiempo, así como ellos dedicaron tiempo y
alma para cuidarnos y educarnos.

Esta educación que nos dan nuestros padres y abuelos va formando la manera en
como vemos el mundo desde pequeños, por eso es importante que no se “inyecte”
información, sino que se eduque al espíritu y corazón, de tal manera que desde
niños sepamos lo que es bueno, y no caigamos ante las malicias que nos rodean o
que podamos encontrar a lo largo de nuestra vida. Para esto, se debe enseñar a
los niños de este tiempo, sobre la situación, tal vez grave, en la que se encuentra
el mundo. Tratar de explicarle de una manera simple sobre lo que se está
perdiendo o degradando en la sociedad, y más aún, enseñarle a cómo desde sus
acciones puede ayudar a que este mundo y esta sociedad mejoren. Enseñarle,
sobre todo, que la educación no se trata de competencia, o de ver quién es el
mejor, no se trata de individualismo ni quién tiene el mayor alcance al poder; sino
de pura espiritualidad, una educación del alma. Recordemos que la única manera
de que se logre una vida más humana es dando una educación en su sentido más
integro.

Reconocer entre el bien y el mal, ya que el hombre se encuentra en una constante


lucha entre una vehemencia enriquecedora del alma y una inclinación al mal que
nos cautiva con sus logros placenteros, pero que poco nos advierte de sus
métodos para conseguirlos.

A veces terminamos cayendo frente a esas “poderosas inclinaciones” tal vez


inevitables, y muchas otras veces nos dejamos llevar por el sentir del alma
haciendo el bien. Estas actitudes dejan huellas a lo largo de nuestra vida, y
también a veces, se ven reflejadas en nuestro cuerpo. Huellas de pasiones, de
amores, de odios, de ilusiones pérdidas, de sueños cumplidos, de tristeza y de
encanto por la vida. Sabiendo, al final, que sólo el amor es la única opción que
podrá contrarrestar el mal.
Cuarta Carta: Los Valores de la Comunidad
¿Qué es lo que la sociedad busca con afán? ¿Qué es lo que persigue? ¿Poder?
¿Dinero? ¿Conflicto? “¿Éxito?” ¿Es que acaso buscamos y contribuimos a la
formación de las guerras? ¿O es que, por el contrario, llegamos a ellas producto
de nuestro intento por dar a todo una solución científica y demostrable ante
nuestros sentidos, volviéndonos seres calculadores y lógicos, pero carentes de
valores sociales?

La veloz propagación de la globalización impide que la sociedad sea original,


provoca una igual condición y final para los pueblos que no están aptos para el
cambio, la exclusión. Impone patrones iguales, y sobrepone una precaria, gris y
severa uniformidad. Hace que los hombres pierdan sus rasgos únicos, y los va
preparando para una especie de mundo en donde todo y todos se pueden
sustituir, donde la esencia de los objetos, valores y personas ya no existirá, y si
existiera, éstas estarían fuera del juego, fuera de la globalización. Cómo seres que
allá en un tiempo remoto y sin desarrollo, convivían desdichados a falta de un
ahora “moderno”.

Entonces ya no es el sistema capitalista, ni el consumismo inconsciente el


verdadero precedente de toda esta cuestión, es más bien, la percepción y visión
del mundo. Cómo las personas ven la realidad, como interpretan lo que ven y
cuál es o será su más “conveniente” solución.

La mayoría de veces, esta interpretación (que se considera lógica por ser acuñada
por un hombre “racional”), conlleva a una mala aplicación de ideas, degradando
la realidad y los valores como la justicia, la solidaridad y el respeto. Dándole así,
un sentido erróneo al significado de libertad, haciendo que las personas le teman
por el sentido que ha tomado esa palabra, y por la manera en cómo se realiza y
cuáles pueden ser las consecuencias de esa realización. Como un miedo a lo
desconocido, o tal vez a lo que mucho tiempo atrás conocieron, pero olvidaron.

La gente se empieza a preguntar entonces, de dónde podrá venir esa libertad a la


que tanto temen, de que trata el ser libres, si es que esta libertad vendrá con la
llegada de alguien poderoso, o de la gente con ánimo de cambiar y luchar por un
mundo más humano, es decir de una sublevación ante este sistema globalizador.

Sábato trata de decirnos en esta carta, que el hombre de ahora le teme a muchas
cosas, como a la libertad y al fracaso, ¿Por qué? Por miedo a la exclusión, a
quedar eliminado, como nos dice en la obra.

Así pues, se hace, a veces, imposible trasmitir valores a las generaciones


venideras; por el crecimiento del nihilismo y del poco sentido que se le da a la
vida. Y sólo queda no quedarse de brazos cruzados y perseverar en la
reconciliación con los valores sociales.
Quinta Carta: La Resistencia
En estos tiempos, el hombre se ha vuelto un ser despreocupado por lo que de
verdad tiene importancia, apresurado por las distintas actividades que tiene que
hacer, no escuchando a su interior que le dice lo que quiere hacer.

Entonces el hombre va adquiriendo un comportamiento totalmente


desensibilizado, ya no es libre y no puede reconocerse, ni reconocer a los demás.

Tiene que cumplir con horarios que le imponen que ha de hacer en determinado
tiempo, quitándole la oportunidad de disfrutar de los seres que ama, de una
charla, de una caminata, de una buena historia que le haga reflexionar. Camina
rápido, con temor y preocupaciones de trabajo en la mente, corre como si estas le
estuvieran persiguiendo o atormentando cual furias.

Esta especie de vértigo, como lo llama Sábato, es un grave problema, ya que las
personas se acostumbran a una miseria colectiva espiritual, en la cual, el miedo a
la libertad es el principal y mayor síntoma.

La única solución es resistir. ¿Cómo? Teniendo fe y siendo valientes ante lo que


sucede, enfrentar el miedo que nos paraliza y nos deja sin sueños, sin ilusiones,
privados de una libertad que nos pertenece por condición más que por derecho.
Ayudar a los que necesitan de fuerzas para sobrevivir en el mundo, llegar a
entender el dolor de otros, y compartir lo que nos hace humanos.

La creación de un nuevo pensamiento humanizado para los hombres, surge con


el sentimiento de libertad, con el deseo de vencer al miedo que nos aflige.

“De nuestro compromiso ante la orfandad puede surgir otra manera de vivir”, nos
dice Sábato en la obra.

Hacer un sacrificio por un mundo mejor, y encontrar ese absoluto de la vida


dando ese sacrificio, abriendo espacios hacia un panorama más amplio y exento.
Hacer caminos hacia una nueva manera de vivir y de pensar, una superación
colectiva que nos lleve a gozar de los momentos de libertad, compartiendo,
amando y soñando.

Lo mejor que podemos hacer es tener esperanza y resistir ante la adversidad,


luchar por la libertad del mundo que pareciera estar encadenado a la miseria.
Epilogo: La Decisión y la Muerte

Cada momento que el hombre vive, es irremplazable. No se puede retroceder para


arreglar “errores” ni tampoco se puede adelantar los hechos que el futuro le
depara misteriosamente.

Así pues, las decisiones que este tome a lo largo de su vida, serán pieza clave
para que el hombre viva con libertad y de acuerdo a su vocación, siendo la
fidelidad a sus sueños lo que le mueva por una opción u otra hacia lo que
considera su destino.

Las comunidades tienen un destino también. Un destino que se va formando por


la manera en cómo estas vean el mundo, buscando soluciones para mejorarlo.
Resistiendo con entrega y despojo a las vicisitudes, a la inconstancia de los
sucesos que tienen lugar en la tierra. Sólo eso será necesario para esperar un
futuro próspero y libre.

Ya en el epílogo Ernesto Sábato nos habla sobre su cercanía a la muerte, en como


él la ve ahora que ya está cerca. Ya no la ve como una crueldad que le arrebata
las cosas por hacer y sus ilusiones, la ve como una consagración, como la última
parada de un tren, un lugar en el cuál puede ver la historia de todo lo vivido, y
sentir finalmente que todo lo que ha hecho, cada momento feliz o triste, no ha
sido en vano.

Me gustó mucho una frase que en la obra se lee:

“Los Valores son los que nos orientan y presiden las grandes decisiones”

Valores, que, salen de nuestro interior y llegan a nuestros sentidos como una
buena nueva. Capaces de cambiar nuestro obrar y visión sobre el mundo, valores
que nos mantienen firmes ante toda precariedad.

Es momento de no resignarnos, de no ser cobardes y luchar por la libertad, por


toda esa gente que es presa de los obstáculos que ellos mismos construyen, por
aquellos que ven con esperanza el mañana, por nuestros niños, por nosotros
mismos, por nuestros sueños e ideales, por el arte, por la humanidad y por
mucho más, vale la pena Resistir.

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