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Pedagogía no es didáctica. Las preguntas que nos atraviesan no tienen que ver tanto con el
có mo, sino con el qué, por qué, para qué. La pedagogía es una disciplina que se ocupa de
pensar la educación, es decir no tiene por objeto una acció n o prá ctica concreta, pero sus
reflexiones, interrogantes impactan en ella.
Plantear que el lenguaje no só lo nombra, sino también contribuye a legitimar el orden social
nos introduce en un eje transversal que recorre todo el programa: la función política de la
educación. Una concepció n política implica no hablar de educació n como un ente aislado
sino producto de condicionamientos econó micos, políticos y sociales. La educació n escolar
no es neutra, tiene una impronta ideoló gica, tiene una direccionalidad.
Frente al actual orden excluyente las prá cticas escolares para que tengan una
direccionalidad disruptiva tienen que estar orientadas a la inclusión. Inclusió n no es
solamente tener una legislació n que promueva una escuela pú blica, gratuita y laica. Kaplan
se refiere a este tema: ”La inclusió n de los niñ os, adolescentes y jó venes en el sistema
educativo es posible a condició n de profundizar en la comprensió n de la subjetividad de los
alumnos entendida como un punto de encuentro entre las políticas, las condiciones
materiales de vida, las expectativas y las estrategias que despliegan en o con relació n a la
institució n escolar”.
Una mirada crítica de la resistencia plantea que, así como la institució n escolar puede
reproducir en su interior las desigualdades sociales, también pueden ser espacios de
producció n y creació n de posibilidades. Así como un maestro puede estigmatizar
también puede autorizar y acreditar y potenciar a un alumno.
Otro tema relevante para pensar la posibilidad de propiciar la igualdad como punto de
llegada, igualdad como producto de un recorrido escolar es promover la democratización
de acceso al capital cultural. Educar implica transformar a ese ser viviente que nace en un
sujeto de cultura. Es brindarle las herramientas simbó licas para que pueda ingresar al
mundo que lo precede y manejarse en él. Es darle elementos para que pueda orientarse.
No pensamos que la escuela pueda por sí resolver las diversas desigualdades que nos
atraviesan, pero si apostamos a que el docente se autorice como profesional intelectual a
transmitir herramientas para, como dice Gramsci, formar personas capaces de pensar,
estudiar, dirigir y controlar a los dirigentes.
Optimismo ingenuo
Los optimismos pedagó gicos afirman los beneficios de la acció n educativa y prevén una
eficacia considerable para ella, entre el extremo de los que consideran que allí se ubica el
motor de los cambios y el tono má s moderado de quienes dan a la educació n el cará cter de
herramienta indispensable de acompañ amiento de transformaciones gestadas en otros
á mbitos. La escuela parece el lugar donde habrá de gestarse una sociedad nueva y mejorada.
Este optimismo apostaba por la potencialidad política de la enseñ anza, pues la escuela
educaría al pueblo soberano y elector.
Pesimismo crítico
Confiere a la educació n escolar un alto grado de eficacia en la transformació n de quienes
pasan por sus aulas, aunque se lamenta el sentido de ese cambio. Los pesimismos que mayor
raigambre han logrado en las instituciones son los provenientes de la nueva izquierda. Se
denunciaba el cará cter inevitablemente conservador de la enseñ anza formal, se considera a
los maestros como funcionales al sistema y reproductores del orden social. Bajo la forma de
“currículo implícito” el propó sito íntimo y ú ltimo de la escuela es, para ellos, convalidar y
perpetuar el orden social vigente, al mismo tiempo que promete una transformació n que
nunca llega o brinda circuitos diferenciales para que los hijos de cada clase convaliden su
lugar en la escala social. Para ellos la escuela es producto de la sociedad y no tiene ninguna
posibilidad de cambiarla.
¿Pueden coexistir una educación que pretende ser inclusiva y transformadora, y una realidad
social cada vez más injusta y excluyente? Los optimistas responderá n que sí, y los
pesimistas que no.
Los rasgos del entorno social pueden cambiar sensiblemente y dar por tierra con las posiciones
esencialistas que descuidan el anclaje histórico del problema.
El pesimismo crítico angustia y paraliza, mientras que el optimismo ingenuo nos lleva a
tropezar cotidianamente con las mismas piedras, sin entender quién la puso allí ni cómo
correrla de nuestro camino.
Tomaz Tadeu Da Silva, pedagogo brasileñ o, plantea tres palabras para ordenar las teorías
sobre educació n. Habla de lo tradicional, lo crítico y lo poscrítico.
Orden fundante
La energía que lo sustenta se expresa muy bien en ese propó sito: crear un sistema
ordenado que sirva para entender la educación, llevarla a cabo, predecirla. “Fundar un
orden” es encontrar, en un contexto dado, el mejor método posible para educar a los niñ os,
la mejor forma de organizar el trabajo de los maestros en las escuelas, las mejores leyes para
gobernar los sistemas educativos. Fundar un orden es, ademá s, aspirar a que esos
métodos, esas formas de organización y estas leyes le sirvan a todos los alumnos del
sistema educativo.
Pero la energía del orden fundante no está só lo en los viejos añ os de la modernidad. Cada
vez que los maestros nos encontramos en una reunió n de personal y necesitamos acordar
los modos de planificar la enseñ anza, de organizar los momentos de la jornada escolar, de
gestionar los problemas y desafíos de la vida cotidiana, esta energía surge, imprescindible,
como un espacio instituyente que es un arma poderosa para que le demos a nuestra vida en
comú n una forma lo má s parecida posible a nuestros deseos y utopías. Por eso no me gusta
llamar a esta racionalidad “tradicional”: porque no es algo superado que haya quedado
atrás, sino una forma de pensar el mundo que nos atraviesa profundamente y sin la
cual careceríamos de herramientas para moldear la experiencia de la vida en comú n.
Crítica cultural-subjetiva
El orden fundante, en su afá n de“igualar”, homogeneiza. O sea: considera y fuerza a ser
iguales a todas las personas, aú n cuando no lo sean tanto, ni en todos los aspectos. La crítica
cultural-subjetiva denuncia esta falta de consideración de lo singular, y apunta a mostrar
que, en general, la cultura a la que la educació n escolar llama “verdadera”, es la cultura del
hombre blanco, occidental, inspirada en los valores europeos y asociada a la estética y la
cultura de la clase media urbana. Privilegia, digamos, unos modos de vida por sobre
otros, omitiendo la importancia de las distintas identidades que conviven en la escuela.
La cultura en la vida social, Marta Degl’Innocenti
La escuela debe cumplir una función compensatoria de las diferencias de origen social y
cultural. La educació n institucionalizada es má s necesaria como estrategia de adquisición
de capital cultural en la medida en que no es posible obtener el mismo mediante la
herencia familiar. Para los individuos que pertenecen a los sectores má s desposeídos de
capital econó mico y cultural, la escuela pasa a ser el ú nico camino para la apropiació n de
bienes culturales.
Como el sistema escolar está destinado a reproducir los habitus que corresponden con los
intereses de las clases dominantes, el trabajo pedagógico escolar va a tener una
productividad diferencial de acuerdo a la clase social de origen de los individuos: para
los que provienen de los sectores dominantes, la educació n escolar tendrá el sentido de una
“reeducación”, para los que pertenecen a los sectores dominados, será de “deculturación”.
En estos casos en los que existe una gran diferencia entre los habitus de los alumnos y los
contenidos del currículum escolar, la relació n pedagó gica debe adquirir formas
manifiestamente impositivas para vencer las resistencias que opone el habitus adquirido.
• Funció n de distinció n: Los que se han apropiado de la “cultura erudita” transmitida por la
escuela disponen de un sistema de categorías de percepció n, de lenguaje, de pensamiento y
de apreciació n que les distingue de los que no han conocido el mismo aprendizaje.
La ceguera frente a las desigualdades sociales condena y autoriza a explicar todas las
desigualdades como desigualdades naturales, de talentos. Las clases privilegiadas
encuentran en la ideología que se podría llamar “carismá tica” (pues valoriza la gracia o el
talento) una legitimació n de sus privilegios culturales que son así transmutados de herencia
social en talento individual o mérito personal. Esto funciona mejor cuando las clases
populares aceptan el esencialismo de la clase alta y viven su desventaja como destino
personal.
Toda democratizació n real supone que se enseñen las técnicas y los hábitos de
pensamiento en las escuelas, porque este es el único lugar donde los desfavorecidos
puedan adquirirlos. El interés pedagó gico de los estudiantes provenientes de las clases
menos favorecidas sería el de exigir que los maestros no sigan fingiendo, que dejen de poner
en escena proezas ejemplares e inimitables destinadas a hacer olvidar que la gracia no es
má s que una herencia social.
Reconocer la libertad de estudiante y ver en él a un trabajador autó nomo, capaz de
imponerse a sí mismo una disciplina, de organizar un trabajo y de obligarse a un esfuerzo
continuo y metó dico, es el precio que debe pagar el docente para recibir del estudiante la
imagen que pide y para sentirse un docente de verdad.
MÓ DULO II
El sujeto de la educació n como construcció n histó rica y política
Un sistema educativo cada vez más diferenciado según la clase social, fragmentado y
descentralizado. Debido a un Estado débil frente a la ló gica del interés privado y del
mercado, no pudo llevar a cabo políticas pú blicas para proteger los derechos de la
ciudadanía.
La cuestión social hoy → Vivimos tiempos en que cada vez un mayor nú mero de
ciudadanos queda fuera de los frutos del bienestar y de las ventajas y obligaciones de la
ciudadanía política.
La exclusión social se manifiesta y al mismo tiempo se refuerza mediante la
segregación espacial-territorial, es decir que numerosas personas tienen una existencia
totalmente al margen, sin ningú n significado ni repercusió n para el conjunto de la sociedad.
Pero también hay una exclusió n en el corazó n de los centros urbanos; los guetos urbanos,
donde hay una especie de extraterritorialidad social, de abandono de los poderes y
recursos del Estado, en un contexto de todos contra todos. Muchos niñ os crecen y se
desarrollan en medio de la inseguridad, la angustia, la inestabilidad, el miedo y la ausencia
de porvenir. Este contexto de exclusión genera habitus psíquicos y de
comportamientos violentos que están en la base de un proceso de involución que
puede llegar a constituir una amenaza para la integració n social.
Rol que debe tomar la escuela: Debe seguir siendo una institució n encargada de enseñ ar y
de transmitir cultura incorporando a las nuevas tecnologías a esta tarea, pero sin delegar la
funció n que le compete al educador. Se debe sostener la asimetría del vínculo con los
estudiantes porque esta autoridad es la que va a favorecer la autonomía del adulto y la
democratizació n del conocimiento. De igual forma, la escuela tendría que poner a
disposición las herramientas necesarias para que los alumnos puedan cuestionar el
orden establecido. Las autoras ven a la escuela como el espacio específico para
desarticular el discurso que homologa las prácticas de subjetivación con actividades
mercantiles, como el lugar donde se proponga un discurso de subversió n que reemplace la
competitividad por la cooperació n y el individualismo por el lazo social.
Estamos en una crisis generalizada de todos los lugares de encierro: prisió n, hospital,
fá brica, escuela, familia. Son las sociedades de control las que están reemplazando a las
sociedades disciplinarias. El control es a corto plazo y de rotació n rá pida, pero también
continuo e ilimitado, mientras que la disciplina era de larga duració n, infinita y discontinua.
Ante el agotamiento del dispositivo familiar, los registros ofrecen tres modalidades
subjetivas de habitar la nueva situació n:
Desubjetivación
Una de las condiciones de la desubjetivació n en el entorno familiar es la visible
indiferenciació n de los lugares tradicionales de padre, madre e hijo con la consecuente
disolució n de las posiciones de protecció n y autoridad de los padres hacia los hijos. Padre,
madre, hijo ya no se perfilan como significantes de una relació n intergeneracional basada en
el principio de autoridad, sino que parece tratarse de lugares simbó licamente destituidos.
Trabajos “compartidos” en condiciones de alta precariedad, pibes que “protegen” a las
madres, figuras masculinas borrosas o en descomposició n, actos ilegales “legalizados” por
sus progenitores en la urgencia por sobrevivir, caída de la frontera entre lo permitido y lo
prohibido.
Resistencia
La alteració n del modelo se registra entonces en el trá nsito de una familia que propiciaba la
salida al mundo a una familia que preserva de los riesgos del mundo. El mundo se ha vuelto
inhabitable y la familia procura entonces dilatar la salida de sus hijos. La calle es peligrosa,
amenazante y en consecuencia el cuidado familiar no es aquel que fortalece al hijo para salir
al mundo sino el que lo preserva de los riesgos del mundo.
Invención
Esta modalidad pone de relieve la producció n de recursos para habitar la situació n. Se trata
de hacer algo con lo real, de producir aberturas que desborden la condició n de
imposibilidad, de producir nuevos posibles. En condiciones de destitució n del dispositivo
familiar es posible registrar la producció n de operaciones de subjetivació n.
Estas operaciones de subjetivació n si bien ponen de relieve los recursos de los sujetos para
habitar la situació n dan cuenta al mismo tiempo de su precariedad cuando se producen a
expensas de anclajes simbó licos de índole social. Operaciones generadas en una sociedad
que se instituye con independencia de un referente colectivo que enlace a un espacio de
pertenencia simbó lica.
La nueva autoridad simbó lica se instala por fuera o en el borde de un campo social
configurado sin principios contundentes de jerarquía. En otras palabras, cuando las
referencias que sostienen a un sujeto en el devenir de su existencia se han vuelto frá giles la
vida se torna un hacerse a sí mismo cada vez.
La destitució n simbó lica de la escuela hace alusió n a que se percibe una pérdida de
credibilidad en sus posibilidades de fundar subjetividad. No se trata de una desaparició n
absoluta de la subjetividad sino, en todo caso, de la desaparició n de algunos tipos subjetivos,
de algunas posiciones de enunciació n que se revelan estériles para hacer algo en esta
situació n. La destitució n no es un derrumbe; sino el escenario complejo y extremadamente
duro en el que se despliegan operaciones de invenció n para vivirla. Proponemos leer ese
conjunto de actitudes desplegadas segú n un esquema de tres posiciones de enunciació n:
Desubjetivación
La desubjetivació n refiere a una posició n de impotencia, a la percepció n de no poder hacer
nada diferente con lo que tengo allí.
Persisten ló gicas devaluativas del pobre, pero ademá s desde la percepció n de los docentes
ya no los habita la esperanza del progreso sino la resignació n y la pérdida de confianza en
civilizarlos, disciplinarlos o emanciparlos.
Resistencia
La posició n docente que llamamos de resistencia da cuenta de un modo de abroquelarse en
representaciones que han perdido capacidad de nombrar las alteradas condiciones actuales
de enunciació n del alumno o del docente. ¿Qué es hoy ser estudiante? ¿Qué es ser maestro?
Esa pregunta, en nuestra perspectiva, debiera formularse así: ¿en qué condiciones se es hoy
maestro o estudiante? Puesto que una subjetividad no es otra cosa que su capacidad
enunciativa.
Invención
El enemigo de la educació n es la idea de lo definitivo, de la determinació n, de la impotencia,
de la irreversibilidad. La invenció n supone producir singularidad, esto es formas inéditas de
operar con lo real que habiliten nuevos modos de habitar una situació n y por ende de
constituirnos como sujetos.
La transmisió n supone poner a disposició n de los sujetos textos y lenguajes que los habiliten
para hacer algo má s que la mera repetició n. La transmisió n ofrece a quien la recibe un
espacio de libertad. La pregunta no es có mo aprendieron los alumnos lo que les enseñ é sino
qué hacen con lo que les enseñ é. Y só lo sabré que enseñ e algo si los sujetos habrá n sabido
hacer algo con eso. El horizonte de posibilidad no radica entonces en la producció n de un
sujeto a imagen y semejanza de algú n ideal, ni simplemente capaz de gestionar por sí mismo
las exigencias de un mundo fragmentado sino en la creació n de condiciones que habiliten un
por-venir, un nuevo tiempo.
En esta era de soledad, la escuela vive una rara paradoja. De ella no se espera nada (porque
se cree que atraviesa una crisis sin precedentes que la incapacita para responder a los
desafíos de los nuevos tiempos) y de ella se espera todo porque a la escuela le son atribuidas
buena parte de las penurias que se viven hoy: si hay desempleo es porque la escuela no
forma para las demandas del mercado de trabajo; si hay violencia es porque la escuela no
transmite valores de paz. Es decir que a la escuela se le atribuyen todos los males que la
sociedad sufre, así como toda la responsabilidad para que deje de sufrirlos.
Asimismo, es muy frecuente escuchar, tanto en los á mbitos académicos, como en los
periodísticos y, especialmente, en las esferas gubernamentales, que el desempleo, la
inestabilidad del mercado de trabajo y la falta de competitividad de las economías, tiene
como origen el profundo déficit de formació n y capacitació n de la població n, así como un
supuesto desajuste entre el tipo de educació n que ofrece el sistema escolar y el que
demanda la nueva “sociedad del conocimiento”.
Sostener que la educació n posee valor porque ella contribuye a crearlo en el campo de las
relaciones econó micas, presupone algunas aparentes paradojas. En las sociedades del
sistema-mundo capitalista, la acumulació n de riquezas no constituye un proceso linealmente
asociado a su distribució n. Si bien se han vuelto má s complejos los procesos y los medios de
producció n y acumulació n de riquezas, éstas se acumulan y concentran en poquísimas
manos. Si la educació n es la clave para el bienestar y el bienestar es un bien de distribució n
limitada, la educació n es la clave para el acceso a un recurso cuya escasez nos permite
reconocer que no todos los que tengan educació n podrá n aspirar a gozar de los beneficios
que genera el bienestar econó mico.
Las diná micas que caracterizan el desarrollo de los mercados de trabajo ponen aú n má s en
evidencia que el valor econó mico de la educació n, en las actuales condiciones del desarrollo
mundial, no constituye otra cosa que la disponibilidad de un bien cuyo retorno o
rentabilidad queda reservado a un conjunto de factores inherentemente discriminatorios y
excluyentes. Sin embargo, como esa competencia se realiza en la arena movediza de un
mercado que cambia, fluye, se transforma y volatiliza de forma inesperada e imprevisible, de
lo que se trata es de capacitar para el ejercicio de una acció n que, inevitablemente, tendrá
los efectos esperados en algunos pocos y llevará a la frustració n a muchos otros. Educar para
el empleo, en las actuales condiciones de desarrollo de nuestras economías, supone
capacitar a muchos para el ejercicio cotidiano del desempleo.
Se trata, en suma, de instituir una esfera de discursos y prá cticas, de sentidos y acciones,
basados en el principio democrá tico de que la educació n es un valor humano y que, en tal
sentido, nos aporta algunos de los soportes, de los insumos, de las condiciones bá sicas para
la construcció n de nuestra propia humanidad. Así, la educació n “vale” no porque ella nos
ofrece los atributos que nos tornan desiguales (o sea, competitivos) en el mercado, sino
porque ella nos ayuda a construir juntos, aquello que nos iguala, que nos une de forma
entrañ able, que nos humaniza: nuestra dignidad y el derecho inalienable que tenemos a no
ser humillados por la injusticia, la pobreza, la exclusió n y la negació n de oportunidades.
MÓ DULO III
Hacia una pedagogía de la transmisió n
Si bien la enseñ anza se puede ver como un ejercicio, abierto u oculto, de relaciones de poder
porque el maestro puede premiar y castigar, excluir y ascender. Pero para Foucault, no toda
autoridad es inú til o autoritaria: El problema no está en decir qué hacer o en transmitir un
saber, sino en que las prá cticas educativas se conviertan en una dominació n que puede
llevar a que el niñ o sea sometido a una autoridad arbitraria e inú til. Foucault piensa la
educació n como la formació n de una libertad que entienda sus límites, pero también que
busque expandirse con nuevas experiencias.
La tarea de la educació n es movilizar todo lo necesario para que el sujeto entre en el mundo
y se sostenga en él, incorpore los saberes elaborados por los hombres en respuesta a esos
interrogantes y los subvierta con respuestas propias, con la esperanza de que rechace con
algo má s de decisió n todo lo que perjudica al hombre. Esa es la finalidad de la empresa
educativa: que el que llega al mundo sea introducido y no moldeado, ayudado y no fabricado.
Nadie puede darse su propia identidad, es el mundo del que uno forma parte el que la
moldea. Para formar parte de una comunidad es necesario renunciar a ciertos deseos
individuales a fin de integrarse a ella, y aceptar como propias las costumbres, los valores, los
ritos que cuando es niñ o se le imponen. Los adultos cumplen un rol fundamental en la
conformació n de la personalidad del niñ o ya que funcionan como guía, contenció n y apoyo
para que se encuentre y construya a sí mismo.
Rol de los docentes: Quien tenga a su cargo la educació n de otra persona, tiene que
comunicarle los saberes má s necesarios, equiparlo para poder encarar solo al mundo, para
asumir la mejor opció n personal, política o profesional posible.
2. Se debe reconocer a aquél que llega como una persona que no puedo moldear a mi gusto.
Es inevitable y saludable que alguien se resiste a aquél que le quiere “fabricar”. Es
ineluctable que la obstinació n del educador en someterle a su poder suscite fenó menos de
rechazo que só lo pueden llevar a la exclusió n o al enfrentamiento.
4. Constatar que nadie puede ponerse en el lugar del otro y que todo aprendizaje supone
una decisió n personal irreductible del que aprende. Nadie puede tomar por otro la decisió n
de aprender.
Así, todo aquel que muestre un signo de riesgo, dificultad, carencia o desviació n, es alojado
bajo el manto de la “atenció n a la diversidad”. Su inclusió n se limita a los circuitos
diferenciados de la escuela comú n. Todos sabemos de qué modo funcionan dentro de las
instituciones las categorías que se les asignan a determinados niñ os (los del turno tarde, los
pobres, los lentos…). Las identidades y diferencias se delimitan como entidades cerradas,
como si fueran un estado y no un modo de estar siendo en un tejido de lazos complejos, que
se construyen y reconstruyen. Como consecuencia de una cultura escolar homogeneizante,
la respuesta a la demanda de “atenció n a la diversidad” puede, a veces, reducirse a “tolerar”
a aquellos que muestran algú n signo diferencial, mediante la habilitació n de un espacio que
los reclute sin mayor conflictividad.
Hacer sitio no es solo ofrecer un banco, una matrícula, es alojar desde las propias
sensibilidades y representaciones en un horizonte de igualdad. Ofrecer un espacio que
potencie el aprender desafiando cualquier determinació n confiscatoria del futuro. Es
nuestra responsabilidad albergarlos. Hacerles sitio es hacer posible el encuentro con el
saber, con lo desconocido, con la alteridad presente en la construcció n de lo comú n.
Todo esto con la intenció n de recuperar la idea de un mañ ana, abrir una ocasió n, una
oportunidad. Mañ ana debe entenderse como posible y mejor. Mañ ana que queremos hacer
posible y mejor para todos, incluyendo así una gramá tica de lo plural que recupere para el
mundo su posibilidad de hacer mundo.
Límites y posibilidades en la transmisión de la cultura, Degl’Innocenti y
Czerlowski
El gran problema: pensar o designar como nota esencial a los alumnos como ‘pobres’, puede
llevar a la idea de que es imposible enseñ ar porque no pueden aprender. La consideració n
de la pobreza econó mica excluye la posibilidad de pensar en otras pobrezas como la
simbó lica. Por esta razó n, no se encuentra mejor alternativa que ayudar, asistir a los
alumnos en sus problemas cotidianos.
FINAL
Voy a tomar como punto de partida para hablar sobre las escuelas como espacios
contradictorios al texto “Reflexiones sobre la potencialidad de la pedagogía” porque allí
Mó nica Czerlowski plantea que “La pedagogía es una disciplina que se ocupa de pensar la
educació n” y esta reflexió n sobre la prá ctica educativa nos debería llevar, segú n ella, a
“desnaturalizar la vida social”, entendiendo que nuestros modos de ver y comprender las
cosas no son ú nicos ni inmutables, y que las prá cticas que llevemos a cabo en nuestra labor
como docentes son histó ricas y contextuales. Entonces mi aná lisis va a partir de la idea de
repensar la educació n que se lleva a cabo en las escuelas para que con ella se logre esta
desnaturalizació n de la vida social.
Desde la “visió n crítica no reproductivista” a la que adhiere la cá tedra y desde la que se van a
ir relacionando estos textos, se considera a las escuelas como lugares inseparablemente
ligados a las cuestiones de poder y de control, porque las formas de conocimiento que
promueven, los usos lingü ísticos, relaciones sociales y valores que transmiten implican una
selecció n a partir de la cultura general y, por ende, también una exclusió n de otros aspectos
que son dejados de lado.
Por eso en este texto Czerlowski destaca la importancia de comprender “la funció n política
de la educació n”, lo que implica verla como “producto de condicionamientos econó micos,
políticos y sociales'', no como algo natural y ya dado. Por ende la educació n no es neutra,
sino que está cargada de ideología, tiene una direccionalidad determinada.
En esta ausencia de neutralidad en la escuela también coincide Siede, quien dice en “La
educació n política” que las relaciones de poder que atraviesan a la escuela se expresan, por
ejemplo, en la selecció n de contenidos y en las modalidades de enseñ anza.
Bueno, en resumen, estos dos autores nos dicen que las escuelas no son espacios neutrales
porque apuntan en una direcció n que favorece a ciertos sectores en detrimento de otros.
Esta direccionalidad la podemos ver, si partimos del texto “Educar contra la humillació n” de
Pablo Gentili, en su orientació n hacia la generació n de riqueza y prosperidad a nivel nacional
por medio del aumento en la competitividad laboral, que se cree que va a promover la
productividad econó mica y, por lo tanto, crear bienestar.
Pero lo que hace esta postura sobre la finalidad de la educació n, en realidad, es culpar a
quienes no acceden al bienestar econó mico y la riqueza argumentando que “no se
esforzaron lo suficiente para conseguir mejores trabajos o para formarse profesionalmente”,
mientras que en realidad como la educació n está inserta en un sistema-mundo capitalista
donde que haya riqueza acumulada no quiere decir que esta se distribuya para todos por
igual, la educació n también se acumula en pocas manos. Entonces se replican las condiciones
de dominació n social porque, aunque se facilite el acceso a las instituciones escolares y se
multipliquen las oportunidades educativas, no todas las personas puedan acceder a ellas por
distintas razones, mayormente econó micas. De modo que lo que sucede realmente es que se
amplían las ventajas para quienes son portadores de educació n dentro de la competencia
por el acceso al escaso bienestar, mientras que quienes no pueden acceder a ella a causa de
un sistema en el que las oportunidades no son verdaderamente iguales para todos, son
culpados por su falta de formació n. Entonces quienes son excluidos socialmente también lo
son en materia educativa y, por consiguiente, en materia laboral también.
Pero como la pedagogía nos debería permitir repensar nuestro trabajo como docentes,
quiero tener en cuenta también las ideas de Isabelino Siede porque me van a permitir
plantear a la escuela no solo como institució n que reproduce las desigualdades, sino también
como espacio para resistir a la ló gica de dominació n, porque para él, si bien la escuela está
condicionada por la estructura social (por este sistema mundo capitalista que explica
Gentilli), no está determinada por esta estructura: Porque la escuela, como espacio
contradictorio que es, funciona como una herramienta de legitimació n del orden social
vigente, a la vez que propicia el espacio para que ese orden sea cuestionado, discutido y
reorientado, y por ello Siede nos propone repensar y reelaborar las prá cticas de enseñ anza
como “prá cticas de libertad'', como una “acció n ética y política”.
¿Cuá l sería el camino para esta reorientació n del funcionamiento de la escuela? Czerlowski
nos presenta una mirada crítica de la resistencia desde la cual nos podemos posicionar para
repensar estas prá cticas, porque ella ve a las instituciones educativas no solo como espacios
de reproducció n de la desigualdad social, sino como espacios de “producció n y creació n de
posibilidades”. En esto, el rol que nos compete a los docentes sería el de potenciar a nuestros
estudiantes, y no estigmatizarlos alejá ndonos de esa idea de que las desigualdades sociales y
educativas radican en la genética y son propiedades innatas (por eso en el texto se hace
hincapié en trabajar con la mirada que tienen los docentes de sus estudiantes). A las
desigualdades educativas hay que entenderlas como producto de “la desigual distribució n
de las condiciones materiales y simbó licas”. Por lo tanto la pobreza de nuestros estudiantes
no debería significar un fracaso escolar ya determinado que nos impida intentar hacer algo
con ellos, sino que su situació n econó mica debería ser el punto de partida y la igualdad el de
llegada, y este recorrido debería tener como base la democratizació n de acceso al capital
cultural por medio de la transmisió n de la cultura que lleve a cabo el docente. Pero en este
proceso de transmisió n, que es también un proceso de humanizació n, se debería ver al
estudiante como un sujeto activo que no debe reproducir lo que se le transmite, sino generar
sus propias preguntas, sus propios proyectos y deseos en base a ello, siempre alentandolo a
ir má s allá de lo dado.
Con esto se lograría lo que propone Gentilli: para resistir a la ló gica de dominació n hay que
dejar de ver la educació n como un proceso cuya finalidad es que las personas aumenten su
competitividad, para comenzar a verla como aquello que nos ayuda a “construir juntos,
aquello que nos iguala, que nos une de forma entrañ able, que nos humaniza”, por eso la
insistencia en ver la transmisió n de la cultura como un proceso de humanizació n porque con
esta cultura que transmite el docente es el punto de partida para que los estudiantes vayan
construyendo su subjetividad y adquieran los conocimientos que les permitan encontrar su
lugar en la historia y posicionarse contra aquello que les impida ser libres y dignos, que no
sean humillados por la injusticia, la pobreza y la exclusió n, como concluye Gentilli.