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Intentar pensar la escuela secundaria desde la pedagogía nos convoca a realizar un recorrido
reflexivo sobre qué nos aporta ese enfoque. La pedagogía nace en un contexto de pensamiento y
análisis que la condiciona. Es decir, el contexto histórico social le proporcionó características
específicas que se propagaron a la práctica educativa. En este sentido, la pedagogía es un discurso
político que legitima o cuestiona el orden social y politiza el trabajo en las aulas.
Entonces, considerar a la educación como práctica social e histórica es un buen punto de partida
para reflexionar sobre la escuela secundaria y como ha mutado su rol en el tiempo.
Compete entonces preguntarse respecto del presente de esa institución. ¿Hoy la escuela
secundaria es Inclusiva o exclusiva? ¿Toma en cuenta la diversidad? Las subjetividades que la
componen ¿son respetadas? ¿Las estrategias que se utilizan, se relacionan con el contexto propio
de los alumnos? Los docentes ¿reflexionan y piensan sobre las mismas y sus prácticas? Estos
cuestionamientos y preguntas podrán servir para abrir un debate constante sobre pensar la
escuela secundaria hoy, sin perder de vista el pasado y sus orígenes.
Jan Amós Comenius, considerado el “Padre de la Pedagogía”, en el siglo XVII hablaba de “enseñar
todo a todos” y con este enunciado fue el primero en tener en cuenta al alumnado y sus
necesidades, que cada uno es diferente y no debería hacerse distinción social ni de género. Desde
su discurso pedagógico, la inclusión, la relación docente-alumno y la democratización del saber,
eran premisas necesarias para la educación.
Pero la escuela secundaria que surge a partir ser siglo XIX, no contiene esta impronta y es
cuestionada por la sociedad, desde donde se plantea que “se encuentra en crisis”, que a los
adolescentes “no les importa nada”, “no quieren aprender”, “son vagos”, que ya no hay “valores”,
no hay “apego a las normas” y que ya no hay “autoridad docente”.
Entre estas voces, se hallan aquellas que insisten en volver a la escuela tradicional, rígida,
moldeadora de cerebros, donde el saber sagrado enciclopedista del maestro en su vocación de
enseñar impartía los conocimientos necesarios para esa masa que había que homogeneizar,
disciplinar, controlar, vigilar. La escuela era el vehículo que posibilitaba esos intereses en espacios
de encierro.
La escuela y más precisamente la escuela secundaria, no escapa de este análisis socio histórico de
la educación.
La escuela surge como respuesta en la modernidad a la demanda social de impartir los saberes
necesarios para el trabajo, educar a las masas y a los futuros soberanos de una nación incipiente.
El proyecto de homogeneizar lo heterogéneo, la otredad, lo diverso, lo distinto. Bajo el manto de
progreso e inclusión, se escondían otras intenciones. La escuela secundaria en Argentina surge con
otros propósitos: el de educar y formar a las clases dirigentes, las élites que accederían a las
universidades y al gobierno.
En sus orígenes, las escuelas medias fueron las instituciones encargadas de la formación de las
clases dirigentes, de carácter selectivo y contenido humanista, con lo cual dejaban por fuera una
vasta población que no podía acceder a la misma por su condición socioeconómica y cultural.
Es decir que la escuela de ayer, ese proyecto nacional, dista mucho de incluir y ser democrática en
los saberes que deben circular por ella. El currículum humanista tradicional fue base de muchas
exclusiones que reprodujeron por mucho tiempo una jerarquía cultural que legitimaba
desigualdades sociales y regionales muy agudas. Como resultante de esto, se originó la no
comprensión por parte de los alumnos de la problemática nacional y el proceso de transformación
que estaban viviendo.
El saber del maestro era incuestionable, el alumno una tabula rasa, dócil, alguien a quien
moldear.
La escuela secundaria hoy ya no es el único lugar donde se aprende ni el docente ocupa el lugar
del saber, pero la escuela continúa siendo el lugar privilegiado como vehículo de trasmisión de
cultura y saberes, que otorga herramientas de transformación social.
De ahí se desprende que el rol docente, como adulto a cargo, debe estimular y acompañar,
creando una relación afectiva y dialógica y derribar de alguna manera la falta de autoridad que se
cuestiona. Este lugar del docente, a partir de la creación de un vínculo, también ayuda a
cuestionar las propias historicidades de cada docente. Como sujetos sociales, deben reflexionar y
repensar las prácticas cotidianas si se tiende a la autonomía y emancipación de los educandos en
el aula.
Y por ello debe ser repensada teniendo en cuenta que las subjetividades que hoy la integran se
van conformando en una compleja trama en donde se entrecruzan contextos, culturas, donde la
concepción de aprendizaje va mutando constantemente. Los alumnos aprenden de otra manera,
las tecnologías se han apropiado del saber y esto es algo que debe ser incluido en lo cotidiano y no
demonizado. Los docentes deben tomar en cuenta esto en sus prácticas áulicas cotidianas y en sus
estrategias de aprendizajes, si se quiere incluir y democratizar el saber, si se espera que esos
jóvenes sean sujeto de derecho.
Las voces de los jóvenes deben ser escuchadas y tomadas en cuenta. El alumno ya no es el mismo,
tiene otras inquietudes, otras formas de aprender y acceder a la información. Los medios masivos
de comunicación y las nuevas tecnologías, crean nuevas subjetividades que se entrecruzan en las
escuelas y en las aulas.
Los educadores en un contexto histórico social y cultural como el actual no pueden dejar de lado
estas herramientas que nos atraviesan en las prácticas cotidianas. Claro que incorporarlas también
dependerá de las estrategias y recursos que tengan para llevarlas a cabo. Pero eso también debe
ser motivo de reflexión crítica constante y de autocrítica.
Los educadores deben ser estratégicos en la incorporación de las nuevas tecnologías y, a su vez,
propiciar en su utilización el pensamiento reflexivo, creativo e inclusivo fortaleciendo la
cooperación y la humanización en cada práctica. De esta forma, de alguna manera, se incorpora el
interés de estas nuevas subjetividades en el desarrollo pedagógico de cada educando.
La escuela no debe ser ajena a estos cambios, ya que la incorporación de las nuevas tecnologías en
la educación es un plus de inclusión, de derecho al acceso igualitario, a los conocimientos y
prácticas culturales como herramientas democratizadoras del saber.
Entonces, hacer una mirada hacia el pasado y presente debe contribuir y enriquecer la práctica
pedagógica en las aulas y las escuelas. Se deben incorporar prácticas y saberes actuales que nutran
día a día la construcción de aprendizajes en nuevos contextos y nuevos sujetos sociales.
Miradas que colaboren y enriquezcan este pensar cotidiano de la educación en las escuelas
secundarias como ámbitos de inclusión, de relaciones sociales que se entrecruzan, que conviven,
que tengan en cuenta todas las diferencias, que integren y no excluyan, para enriquecer los
aprendizajes de esos sujetos como agentes de cambio y transformación social hacia una sociedad
más democrática, inclusiva y tolerante.