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Objetivismo y subjetivismo

El enfoque objetivista (esencialista o sustancialista), define a la identidad étnica como


un conjunto de rasgos que identifican a un grupo étnico, es decir, como una forma de
organización social donde sus integrantes se identifican y son identificados por ciertos
rasgos culturales de su pasado. Los valores y prácticas compartidas son considerados
como objetos de estudio esencialmente inalterables. Para los objetivistas, esta serie de
atributos considerados “objetivos” constituyen la identidad colectiva.
Por otra parte, pensar en términos de identidades tan cerradas en sí mismas dificulta
todo proceso de integración entre las sociedades, favoreciendo las posturas racistas que
postulan como infranqueables a las diferentes culturas. Este es el enfoque más clásico,
presenta a la identidad como aquello que permanece inalterable en el tiempo
(inalterables al paso del tiempo y a la circunstancia histórica) que identifican a un
grupo étnico (lengua, territorio, costumbres, religión), es decir, los rasgos esenciales.
No aparece la necesidad de describir un contexto social, el Otro es presentado como
una “fotografía”, falta de contexto y de historicidad, de una realidad detenida en el
tiempo. Presenta la identidad como algo dado y no construido, con rasgos que son
inalterables. No tiene en cuenta al Otro como relevante. La concepción de cultura surge
así desde un marco puramente objetivista donde los hechos sociales son cosas, materia
definida y organizada, y el investigador es apenas un instrumento de análisis que
observa cómo funciona tal realidad.
En efecto, la denominación “objetivismo” alude a la ausencia de valoraciones
subjetivas del sujeto que investiga, y, por ello, a su posibilidad de desplegar una
cientificidad dura que le permita alcanzar la validez de sus proposiciones. Algunas de
las variantes de este tipo de abordaje son el naturalismo, el realismo clásico, el
positivismo, el estructuralismo clásico, el esencialismo y el funcionalismo. Mediante
este abordaje, se diseñaron propuestas para el análisis cultural que tienden a la
homogeneización de los sujetos y a su división esquemática en grupos con ciertas
características compartidas, fronteras más o menos claras y una identidad propia. Así,
los antropólogos observan la identidad como una cuestión subsidiara y definida desde
la cultura.

A partir de las décadas de los 70 y 80, el enfoque objetivista fue fuertemente


cuestionado. Los procesos migratorios (no tanto producto del incremento cuantitativo
como del desplazamiento de las poblaciones antiguamente colonizadas hacia los
Estados Unidos y Europa), junto con los cambios tecnológicos y el papel de las nuevas
redes comunicacionales, volvió inviable la interpretación de otras culturas como si
fueran mundos distantes. Así, la imagen de un mundo dividido en culturas armónicas y
estables se tornó inverosímil y se evidenciaron las consecuencias teóricas y políticas
que implica desconocer la interconexión (desigual) entre los grupos humanos, así como
sus heterogeneidades, conflictos y desigualdades internas.
Frente a la idea de las culturas como cosas, el subjetivismo (en sus variantes
constructivistas, deconstructivistas y posmodernistas) muestra, en sus posiciones más
extremas, que son ficciones del investigador y que “lo real” sólo existe como percepción
o idea. Este enfoque subjetivista, sin embargo, plantea que la identidad es un
sentimiento de autoidentificación o de pertenencia con un grupo o una comunidad. Se
tiene en cuenta el sentido de pertenencia, el carácter totalmente subjetivo de la elección
personal. En otras palabras, la identidad se descubre dentro de uno mismo e implica
identidad con otros.
El subjetivismo da cuenta del carácter dinámico variable de la identidad, pero a la
vez, al acentuar ese carácter efímero, temporal, de las identificaciones, deja de lado el
hecho de que las identidades son relativamente estables y se constituyen en el seno de
los procesos sociales y no se reducen a decisiones individuales (la identidad como un
sentimiento de autoidentificación) o de pertenencia con un grupo o una comunidad.
(Por ejemplo, son indios todos aquellos que se identifican como tales). En este enfoque
se toma en cuenta el carácter totalmente subjetivo de la elección personal: la identidad
se descubre dentro de uno mismo e implica la identidad con otros.
Como positivo se puede rescatar el hecho de que el subjetivismo da cuenta
del carácter dinámico y variable de la identidad. En el aspecto negativo, es correcto
afirmar que no se tiene en cuenta el hecho de que las identidades son relativamente
estables y que se conforman en el seno de los procesos sociales (es decir, no son
decisiones individuales). Frente a la idea de las culturas como cosas, el subjetivismo (en
sus variantes constructivistas, deconstructivistas y posmodernistas) muestra, en sus
posiciones más extremas, que son ficciones del investigador y que “lo real” sólo existe
como percepción o idea.
Reivindicando la agencia frente a la estructura, propone a un individuo libre de
sujeciones y concepciones más fragmentarias de lo social. En el plano cultural,
cuestiona fuertemente la idea de archipiélagos (es decir, la existencia de diferentes
culturas como si fueran mundos distantes), enfatiza el carácter borroso de las fronteras
e híbrido de las culturas y, en sus posiciones más radicales, cuestiona cualquier
acepción del concepto de cultura ya que todas ellas producen alteridades y fabrican
fronteras, más allá del contexto teórico y político en el que se utilizan.

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