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Nuevos historiadores contra viejos

historiadores: un debate sobre la


interpretación de la historia local en Colima

Rogelio de la Mora Valencia1

Este trabajo analiza la confrontación entre historiadores empíricos locales e


historiadores profesionales sobre la interpretación de la historia en el estado de
Colima. Describe cómo, durante décadas, la historia de la entidad fue escrita por
hombres pertenecientes a la intelligentsia autóctona. Estos ciudadanos
esclarecidos, estrechamente ligados a la élite del poder y careciendo de
formación formal académica, interpretaron el pasado de Colima de manera
convencional, sin bases teóricas ni conceptuales. Desde 1980, como parte del
proceso de modernización y expansión del sistema de educación superior,
arribaron jóvenes historiadores, introduciendo nuevas formas de análisis
histórico. El ensayo aborda cómo los recién llegados desafiaron a la vieja
generación, y el conflicto entre los dos grupos por el control de la interpretación.
Introducción
Hasta hace poco tiempo, Colima había permanecido prácticamente aislada del
resto de la república. A principios de la década de 1980, cuando el colimense
Miguel de la Madrid llegó a la Presidencia, el estado comenzó a evolucionar
rápidamente y a incorporarse al desarrollo nacional. Gracias a su intervención, en
un corto periodo, Colima pasó a una modernidad capitalista que muchos estados
más extensos y más poblados están lejos de alcanzar. Durante este periodo, un
segundo aeropuerto fue construido como suplemento al ya existente aeropuerto
internacional de Manzanillo, así como una red de autopistas. Todo esto, aunado a
la ausencia de industrias contaminantes y su calidad de vida, ha contribuido para
que Colima deje de ser una sociedad cerrada y se convierta en uno de los estados
más atractivos para poblar. No es fortuito que Colima sea actualmente uno de los
estados con el más alto índice de inmigrantes y aproximadamente una tercera

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Centro Universitario de Investigaciones Sociales–Universidad de Colima

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parte de su medio millón de habitantes proviene de Jalisco, D.F. y otros estados


del país (INEGI, 1990).
Paralelamente, las instituciones de educación superior, y particularmente la
Universidad de Colima, experimentaron rápido crecimiento y expansión.
Nuevos centros de investigación fueron creados o reforzados. En un periodo
relativamente corto, el panorama intelectual de Colima se transformó
sustancialmente. Un pequeño número de historiadores altamente calificados
llegó a trabajar en la docencia y la investigación. Su presencia, así como su eficaz
y metódico trabajo, contribuyó a cambiar las reglas del juego existentes,
generando un serio conflicto en el cual estaba en juego el control de la
interpretación de la historia. En esta singular confrontación entre estas dos
diferentes y, algunas veces, contrapuestas maneras de interpretar la historia,
¿quiénes fueron los principales actores y cómo concibieron la investigación
histórica?, ¿cuáles fueron los argumentos fundamentales que caracterizaron las
diferentes etapas de esta mutación de la historiografía de Colima? De nuestra
parte, creemos que este acontecimiento, el cual coincide con la rápida y general
transformación del estado, cierra un periodo de la historiografía local, al mismo
tiempo que abre otro nuevo. Sin ahondar en detalles sobre este movimiento, la
primera parte del presente trabajo describirá cómo, durante décadas, miembros
de la intelligentsia local estudiaron la historia del estado de Colima. Enseguida,
se analizará y se tratará de entender el impacto que los jóvenes profesionistas
tuvieron en el estudio de la historia local. Finalmente, se centrará la atención en
el origen y la naturaleza del debate entre los dos grupos.
I. Historiografía en Colima hasta principios de la década de
1980
La investigación histórica en Colima fue emprendida de manera ocasional e
informal, debido a la ausencia de una organización formal que promoviera y
coordinara la investigación en este campo. Esta investigación fue realizada por
personas que tenían una indiscutible pasión por la historia, pero carecían de una
adecuada formación profesional. A pesar de que la Sociedad de Geografía y
Estadística –fundada en 1852– y la Universidad de Colima esporádicamente
estimularon y apoyaron investigaciones para rescatar el pasado de la región,
éstos proyectos aislados contribuyeron poco a una comprensión más global de la
historia regional. Además, debido a la falta de una estructura que organizara y
administrara esfuerzos, la creación de escuelas o talleres que capacitaran recursos
humanos como historiadores, nunca fue tomada en consideración. Como
resultado de ello, esta primera generación de investigadores improvisados, sin un

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programa de investigación, sin método ni discípulos, sería severamente criticada


por los historiadores posteriores.
Es un tanto redundante mencionar que la historia es modificada por cada
generación. La historia se escribe como una suma de los hechos históricos y las
experiencias de la vida. La historia de Colima no podía evitar este axioma. Los
documentos históricos nos permiten descubrir la evolución de diferentes temas y
formas, desde la conquista española hasta los tiempos modernos. A través de
ellos podemos identificar influencias y relaciones, las cuales sirven para
reconstruir contextos y modelos culturales. De esta manera, podemos ver que
durante las últimas décadas dos diferentes maneras de entender la historia han
coexistido pacíficamente: por un lado, nos encontramos con una historia
testimonial, basada esencialmente en narrativas y experiencias personales,
crónicas, cartas, procesos judiciales, declaraciones de juicios, recuerdos,
informes de gobierno y estadísticas particulares o institucionales. No nos
explayaremos mucho sobre este tipo de historia, la cual es indubitablemente
interesante y útil, pero fundamentalmente anecdótica, y en cierto grado
influenciada por el sentimentalismo o la política. El examen de este tipo de
trabajo ilustra gustos, preferencias, intereses y motivaciones de los autores, pero
también muestra una ausencia de perspectivas a largo plazo o control preciso.
La otra tendencia representa una historia que nosotros llamaremos
convencional. Esta corriente no se orienta por una determinada metodología
racional, sino que se apega a una costumbre lentamente establecida de escribir la
historia. Es escrita por un pequeño círculo de hombres poseedores de cierto
capital cultural que laboran de manera semejante y, por lo general, están
vinculados entre sí por compromisos de orden político. Contrariamente a lo que
la disciplina de estudios históricos recomienda, el trabajo que ellos han venido
realizando no incluye métodos y técnicas que ayuden a responder una cuestión
concreta: ¿cómo hacer?, con el propósito de lograr un objetivo determinado.
Generalmente, sus contribuciones están reducidas a descripciones de
eventos, frecuentemente centrados en torno a una gran figura o evento
traumático. Algunas de sus características más comunes consisten en que la
política es vista desde arriba, sin preocuparse mucho por análisis profundos, y los
simples hechos son venerados con obstinación. Podríamos añadir que esta
manera de ver la historia local coincide con una historiografía oficial-nacional
extremadamente centralista.
Pero, ¿quiénes son estos hombres y a través de qué avatares devinieron
historiadores? Durante muchos años la historia fue estudiada en Colima al igual
que en otros estados de la región, centrada en los sitios donde florecieron las

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culturas prehispánicas más importantes. Con esta perspectiva, por ejemplo, la


meseta central, sede de la capital azteca, donde los conquistadores españoles
fundaron el centro de su imperio y posteriormente se convirtió en la capital de la
República Mexicana, ha sido objeto de innumerables estudios. Está marcada
preferencia por ciertas áreas culturales, en detrimento de las áreas “periféricas”,
ha sido la regla general hasta muy recientemente.
El vacío existente en el estado de Colima, debido a la ausencia de
profesionales interesados en su rico pero desconocido pasado, fue llenado poco a
poco por miembros de la intelligentsia local. Si nos detenemos un momento para
analizar la carrera de cada uno de ellos, descubriremos que todos ellos son
egresados de dos instituciones: el Seminario de Colima (fundado en 1846) y la
Escuela Normal de Maestros (creada en 1916). Algunos de los egresados de esta
última institución se convirtieron en abogados, luego de haber continuado sus
estudios en la Escuela de Leyes (fundada en 1955) de la Universidad de Colima.
Sacerdotes, maestros y abogados tenían como lugar de encuentro los salones de
clases de escuelas e institutos de educación superior, en donde trabajaban como
profesores. Otro común denominador fue su afición por el periodismo.
Al mismo tiempo que trabajaban como profesores o periodistas, muchos de
ellos se involucraron en la política, formando parte del partido en el poder u
ocupando posiciones importantes en el gobierno estatal. Unidos por vínculos de
afecto y compromisos políticos, rápidamente formaron clubes y agrupaciones de
diferente tipo (la Asociación de Periodistas Colimenses, la Sociedad de Estudios
Arqueológicos, la Sociedad Colimense de Estudios Históricos, etcétera). La red
establecida por este gremio permitió una variedad de actividades en la sociedad,
creando sin dificultad una hegemonía intelectual. Sería un tanto arriesgado hablar
acerca de las motivaciones de fondo que los impulsaron a estudiar el pasado de la
región.
Lo que podemos decir es que, entre 1959 y 1960, miembros de esta
pequeña comunidad comenzaron a publicar artículos, ensayos y libros sobre
tópicos relacionados con la historia local. De esta manera, con archivos y
documentación prácticamente inexplorados a su disposición, distinguidos
miembros de la élite se convirtieron inopinadamente en historiadores amateurs.
Convencidos de que era suficiente con su inteligencia, educación y buena
voluntad, estos self-taught writers, para emplear una expresión tomada del
inglés, incursionaron sin formación previa en los estudios históricos. Con este
espíritu, pero sin perspectiva crítica ni rigor, comenzaron su reconstrucción de la
historia, la cual no podía ser más que literaria o política.

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En lugar de presentar una lista detallada de la galería de historiadores empíricos


que practicaron esa manera de escribir la historia, mencionaré sólo algunos de los
miembros más prominentes: Ismael Aguayo, profesor normalista, abogado, poeta,
orador, periodista y político, quien ha ocupado importantes cargos en el partido
oficial (PRI) y en el gobierno del estado, es autor de varios trabajos, entre los cuales
están: una crónica de un devastador fenómeno meteorológico (Ciclón), una biografía
de un cristero (Un rebelde que combatió contra el gobierno civil en defensa de la
Iglesia), una historia de las constituciones del estado de Colima (Colima y sus
constituciones), así como una historia de Colima durante el periodo de la Reforma.
Ricardo B. Núñez, cronista de la ciudad de Colima, periodista, miembro de la
Sociedad de Estudios Arqueológicos, excombatiente de la Revolución Mexicana y
autor de varios libros, entre los cuales se cuentan una biografía y un libro sobre
Colima durante la época de la revolución mexicana (Historia de la Revolución en
Colima). Ricardo Guzmán Nava, profesor de educación primaria, con una larga y
distinguida carrera como político, ha desempeñado cargos públicos que van desde
presidente municipal de Colima, director general de Educación Pública y diputado
tanto federal como estatal, hasta rector de la Universidad Popular de Colima. Sus
importantes publicaciones incluyen una crónica de la campaña política de un
candidato a la presidencia (Luis Echeverría), una geografía de Colima y un volumen
sobre la historia de Colima en la época colonial. Pudiera incluir breves descripciones
de otros miembros de esta primera generación de historiadores, pero encontraría
pocas excepciones al perfil general que acabo de describir.
Algunos de los rasgos comunes de estos respetables y prestigiados hombres
son su diletantismo a ultranza y sus estrechos vínculos con el poder. Sus trabajos,
escritos en estilo periodístico, muestran antes que nada su interés en narrar un
acontecimiento específico –un acontecimiento como suceso singular en la sucesión
cronológica–. Y si la problematización está sistemáticamente ausente, la respuesta
propuesta por documentos nunca se menciona. Igualmente, los hechos históricos
que reportan en sus textos están raramente respaldados por documentos.
El acceso a documentos, como Paul Ricoer afirma, marca los límites entre
historia y ficción. En contraste con la novela, el producto de un historiador es una
fiel reconstrucción del pasado. Debido precisamente a los documentos y a la
exigencia de pruebas documentadas, hoy en día los historiadores están más
constreñidos que antaño. La primera generación de historiadores utilizaba
frecuentemente referencias bibliográficas incompletas y no acostumbraban
mencionar editoriales o fechas de publicación. No obstante, las investigaciones
realizadas por estos prolíficos historiadores incluyen trabajos que van desde la
época prehispánica hasta el presente.

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II. La transición
El entonces candidato del partido político en el poder, Miguel de la Madrid, en
su visita a Colima, a finales de 1981, se refirió a la necesidad de crear un Centro
de Estudios Históricos. Prometió a la población de su estado natal que, en caso
de ser electo, crearía tal. De acuerdo con sus propias palabras, este Centro estaría
encargado de “establecer un programa de historia regional y estatal para
profundizar en el conocimiento de la sociedad, y facilitar la comprensión de los
procesos sociales, culturales y económicos, base de nuestra formación social, y
de la forma en que se integró la región al Estado nacional” (1984: Proyecto para
la creación del Colegio de Colima, p.1).
Una vez ganadas las elecciones, De la Madrid no olvidó sus promesas de
campaña. La responsabilidad de establecer el Centro quedaría a cargo de lo que
se llamaría El Colegio de Colima, el cual formó parte del Departamento de
Servicios Educativos descentralizados de la Secretaría de Educación Pública.
Los objetivos de esta institución fueron preparar investigadores de alto nivel y
contribuir a la descentralización de las actividades académicas y la investigación
científica, las cuales estaban excesivamente concentradas en la ciudad de
México, así como publicar los resultados de las investigaciones en libros y
revistas.
El equipo inicial de investigadores estaría integrado por personas nacidas
en el estado, poniendo énfasis en miembros o egresados de El Colegio de
México. El proyecto original contemplaba la contratación de 18 personas, ocho
de las cuales serían investigadores de tiempo completo, más personal de apoyo y
un bibliotecario. El Colegio tendría material y recursos financieros suficientes
para operar y estaría en Comala –una población conocida internacionalmente
gracias a Juan Rulfo– ubicada a 15 minutos de la capital del estado. Por
cuestiones de espacio, no expondré aquí las razones por las cuales el Colegio
nunca llegó a establecerse. Si el plan propuesto por el primer mandatario no pudo
fincarse en la realidad, afortunadamente, algunos aspectos esenciales del
proyecto fueron rescatados. La Secretaría de Educación Pública autorizó
entonces la creación de una comisión encargada de publicar la historia general de
Colima.
Inicialmente, el plan preveía la contratación de Luis González y González,
historiador de prestigio y fundador de El Colegio de Michoacán. Los primeros
proyectos de investigación fueron realizados a inicios de 1984.
Desafortunadamente, restricciones presupuestarias hicieron imposible este plan.
Resultaba muy costoso traer investigadores desde otros estados de la República o

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del extranjero y cubrirles los gastos derivados de su estancia durante los meses
dedicados a investigar, recabar documentos, y publicar el producto final.
Finalmente, por cuestiones pragmáticas, los historiadores locales fueron los
primeros investigadores invitados a participar. Uno de estos investigadores, el
profesor Juan Oseguera Parra, apoyó al coordinador de este ambicioso proyecto,
José Lameiras Olvera, de El Colegio de Michoacán, a través del Centro
Universitario de Investigaciones Sociales, para asegurar la participación de
historiadores y cientistas sociales que trabajaban en dicho centro.
En un principio, este nuevo intento por reagrupar un sólido equipo al cual
se pudiera confiar la elaboración de una historia general de Colima, parecía
destinado al fracaso: cuando llegó a término la fecha límite para la entrega de
documentos, ni uno solo había sido entregado. Además, otros obstáculos que no
habían sido contemplados saltaron a la vista. Los problemas más sobresalientes
radicaban en la escasez y la dispersión del material y el acceso restringido a los
escritos relacionados con la historia de Colima. Uno de estos casos lo constituye
el Archivo del Registro Público de la Propiedad, cuyo edificio también resguarda
los archivos notariales, a los cuales, debido a reglamentos internos, solamente
pueden tener acceso los notarios públicos o los abogados. Por tal razón, casi un
año más tarde, fue tomada la decisión de reelaborar el proyecto original con el fin
de dar una nueva orientación a la investigación. A partir de ese momento, la
coordinación concentró sus esfuerzos para lograr satisfacer las cuatro
necesidades que a continuación anotamos: a) recopilar y publicar una
bibliografía general sobre Colima; b) integrar catálogos de documentos
existentes en los principales archivos nacionales, estatales y municipales; c)
reunir y reeditar escritos historiográficos difíciles de adquirir, debido a los pocos
ejemplares en circulación, antigüedad o a su pertenencia a particulares, y d)
reunir y publicar ensayos, artículos, reportajes y trabajos inéditos sobre temas
originales que orienten la investigación y la divulgación de la historia de Colima.
Basada en esos elementos, la coordinación se comprometió a publicar una serie
de volúmenes cubriendo toda la historia de Colima, desde la conquista hasta el
siglo XX, intitulada Sobre Colima y sus rumbos: Testimonios y escritos.
El propósito inicial de invitar investigadores a elaborar la historia
colimense –con prestigiados investigadores foráneos– no gustó mucho a los
intelectuales de Colima. La prensa local criticó agresivamente, aduciendo que tan
importante tarea no debería ser encomendada a fuereños, los cuales no eran
productos de la realidad histórica que iban a investigar. Luis González y
González fue el centro de esos ataques. Los escritores locales no disimularon su
indignación y se declararon sorprendidos de que un historiador acreditado

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pudiera prestarse a dirigir la historia de un estado, no importa qué tan pequeño


sea éste, de una manera improvisada y a control remoto.
No podríamos decir exactamente en qué medida los medios de
comunicación influyeron en el ánimo de los funcionarios de la Secretaría de
Educación Pública, pues luego de la tormenta de protestas desatada por el grupo
organizado, dicha dependencia decidió dar marcha atrás y desautorizar a El
Colegio de Michoacán para coordinar el proyecto sobre la historia de Colima. En
cambio, las autoridades lanzaron un nuevo proyecto que sería financiado por un
fondo común, en el cual la Universidad de Colima, el gobierno del estado y el
Consejo Nacional para la Cultura y las Artes contribuirían con partes iguales.
Mientras tanto, la Universidad de Colima tomaba conciencia de la
necesidad de capacitar personal altamente calificado y, sobre todo, decidió crear
una escuela para formar historiadores. No pensó dos veces en importar
académicos de otras universidades. Entre estos investigadores había tres jóvenes
graduados de la Universidad Gregoriana, la Columbia University (de Nueva
York) y la Universidad Nacional Autónoma de México. Tan pronto como
llegaron, elaboraron y comenzaron a trabajar en un programa de investigación
centrado en la historia regional. Poco tiempo después, en 1989, establecieron una
Maestría en Historia Regional.
Los jóvenes historiadores, adiestrados teórica y metodológicamente,
aplicaron sus conocimientos científicos para enseñar cómo plantear problemas,
así como los caminos para resolverlos. Los académicos pusieron énfasis
fundamentalmente en cuestiones metodológicas, las cuales habían sido
ampliamente ignoradas por los escritores locales.
Hasta cierto punto, es comprensible que la presencia de estos historiadores
pudiera causar irritación y resistencia entre los historiadores empíricos o
amateurs. No podían admitir que el trabajo del historiador no se limita a la
elaboración de una monografía sobre un hecho singular o un fenómeno
considerado aisladamente. (Sólo una pregunta coherente planteada con cuidado e
imaginación, puede motivar la investigación y hacer hablar a los documentos.)
No podían aceptar que un hombre con vastos conocimientos puede ser,
en palabras de Marc Bloch, “un erudito laborioso”, pero no un historiador.
Las críticas, dicho sea de paso, no siempre fundadas, se multiplicaron en la
prensa local. Hubo quienes acusaron a El Colegio de Michoacán y a Luis
González de participar en un fraude colosal, refiriéndose a los dos años de
inmovilismo debido a problemas prácticos que habían impedido alcanzar los
objetivos esperados. Los periodistas también criticaron a las autoridades. Se
preguntaban por qué los historiadores locales no eran tomados en cuenta y

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por qué a los “foráneos” les habían encomendado una tarea que debería de
ser hecha por los escritores locales.
Los académicos prefirieron emprender la batalla probando la originalidad
de su trabajo y promoviendo su proyecto global, el cual estaba basado en una
detallada y precisa investigación sobre los diez municipios que conforman el
estado de Colima. La mayoría de los historiadores perteneciendo a este grupo,
el cual se había enriquecido con nuevos miembros egresados del programa de
maestría, aprovechó la oportunidad para revelar el “daño irreparable” causado
por los “tradicionalistas”, quienes durante muchos años escribieron la historia
local.
El primer problema clave que los académicos tuvieron que resolver fue de
orden genealógico: ¿podían las precedentes investigaciones ser utilizadas como
punto de partida?, o ¿deberían comenzar desde el principio haciendo tabla rasa?
Después de haber estudiado y analizado el trabajo de los investigadores
improvisados, llegaron a la conclusión de que definitivamente deberían
comenzar por el principio, si realmente deseaban producir un trabajo fiable y
serio. Los nuevos historiadores no aceptaron ni perdonaron a la tendencia
tradicional por legitimar las estructuras del poder; como tampoco perdonaron
que sus estudios fueran parcialmente desarrollados, sin un soporte documental o
crítico, pero sí estrechamente conectados con la versión oficial y nacional de la
historia.
Por otra parte, rechazaron la orientación positivista y autodidacta que había
caracterizado al estudio de la historia de Colima. En múltiples ocasiones
acusaron a los miembros de la vieja generación de haber sustraído documentos
de archivos históricos y mantenerlos en su posesión. No obstante, los
académicos reconocieron lo útil de las referencias y la información generada por
los viejos historiadores, y que su trabajo podía ayudar a visualizar un amplio
mosaico de tópicos y problemas para investigar. Debemos mencionar que en un
corto periodo, los académicos avanzaron en el estudio de la historia local y
regional. Entre 1989 y 1992, los nuevos historiadores publicaron docenas de
trabajos, entre artículos, ensayos y libros, cubriendo diferentes temas y periodos.
Las tres instituciones mencionadas líneas arriba lanzaron una convocatoria
sobre proyectos para la elaboración de una Historia general de Colima. La
comisión dictaminadora respectiva emitió su fallo en apoyo del proyecto
presentado por el equipo multidisciplinario de historiadores profesionales. La
presentación pública de dicho proyecto se llevó a cabo el 20 de julio de 1992,
recibiendo un fondo de 50 millones de pesos (17 mil dólares). Los temas del
proyecto comprendían la historia de Colima, desde la prehistoria, pasando por el

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periodo prehispánico hasta la era moderna. El rescate del pasado fue emprendido
con la guía de un nuevo espíritu, es decir, una nueva manera de estudiar y
analizar temas a través del empleo sistemático de la metodología.
El redescubrimiento del pasado no fue visto más como una función de
identidad nacional, sino como una síntesis de región y de estado. Esta nueva
visión de la historia de Colima permitiría asimismo estudiar la historia rural y
urbana. La microhistoria, mediante su síntesis y análisis de la historia urbana,
local o de los pueblos, sustituyó a la historia tradicional, basada en
consideraciones políticas, las cuales habían servido de base a los trabajos
históricos durante muchos años.
Consideraciones finales
Como una consecuencia del impulso dado por el presidente Miguel de la Madrid
a su estado natal, Colima emprendió una acelerada transformación económica,
política y cultural. Gracias a ello, el estado se convirtió en un lugar de atracción
para trabajadores manuales, lo mismo que para trabajadores intelectuales
altamente calificados. Las universidades e instituciones de educación superior no
permanecieron inmunes a esta metamorfosis.
El proceso de profesionalización iniciado por los historiadores de Colima
puso en relieve dos diferentes corrientes: la convencional, la cual es positivista, y
está al servicio de una historia nacional unificada; y la “científica”, la cual
considera a la historia como una ciencia social o humana que busca objetividad
en su búsqueda de la verdad. El debate entre estas dos diferentes maneras de
interpretar la historia fue un paso significativo para el estado. Los escritos
históricos publicados antes de iniciar el debate habían sido una simple
yuxtaposición de hechos, sin una real conexión entre los diferentes órdenes de la
realidad histórica. La llegada y consolidación de un equipo profundamente unido
inauguró un nuevo y ambicioso esfuerzo para elevar los estudios históricos a una
nueva comprensión de síntesis. Estos historiadores proclamaron la necesidad de
otros métodos y otras formas de inquirir, y dirigieron la atención hacia los
archivos y fuentes documentales que no habían sido anteriormente considerados.
No obstante, sería un poco prematuro afirmar que la renovación de la profesión
de historiador ha sido completada hoy en día. Se dio ya un importante paso para
interpretar la historia como disciplina científica. La etapa más difícil, que está por
darse, es consolidar lo que ha sido ganado y evitar que la historia se convierta en
otro género literario.

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Bibliografía
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Base de datos consultada
Acervo Documental Colima (1975-1995), WEB Universidad de Colima
(www.ucol.mx)
Revistas y periódicos consultados
Revista Barro Nuevo, vol. 1, núm. 3.
Suplemento cultural Cartapacios del periódico Ecos de la Costa, años
consultados: 1986-1992.
Periódico Diario de Colima, años consultados: 1986-1992.
Periódico Excélsior, publicación del 23 de julio de 1992.

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