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TEMA 1: ¿Una historia para conocer fechas y nombres de dictadores?

Autor: Gustavo Palma


Artículo de opinión. PLAZA PUBLICA, septiembre de 2021.
Las lecturas sobre los procesos históricos ocurridos en Guatemala deben partir de un conocimiento
básico y reflexivo sobre las propuestas elaboradas por los auto llamados liberales oficiales que
controlaron el Estado durante la segunda mitad del siglo XIX.

La mayoría de esas propuestas aún están vigentes y proponen divisiones temporales simples y
reduccionistas que identifican fechas, personajes y ciertos acontecimientos como puntos de quiebre
entre sucesivos períodos históricos.

Los textos escolares que aún se utilizan en el sistema educativo nacional lo constatan. Enuncian, por
ejemplo, los períodos «prehispánico», «colonial», «republicano» y «contemporáneo» como grandes
etapas de la historia nacional. Se privilegian las «luces» que los guiaron, generadas desde las
instancias del poder, desde perspectivas centralizadoras planteadas por los «grandes hombres», pero
nunca por mujeres.

Un efecto y resultado que se busca generar entre los estudiantes, a partir del trasladado de esas
lecturas y periodizaciones históricas, es que asuman que la historia ha sido y es el resultado de la
acción de minorías ilustradas y poderosas.

Los procesos históricos son explicados como producto de esas intervenciones casi «sobrenaturales».
Mientras, el «común de los mortales» no tenemos la menor posibilidad de visualizarnos como
partícipes activos en su construcción. Esas mayorías silenciadas, negadas -tal es el caso de los
pueblos originarios-, quedan reducidas a la simple condición de espectadores pasivos.

Desde esa perspectiva oficial, se privilegia una lectura cronológico-política. Implica que el devenir
histórico es posible a partir de la centralidad que se atribuye a los procesos políticos articulados y
desplegados de manera unidireccional y autoritaria por los grupos hegemónicos económicos y
políticos.

Los textos escolares dedican muchas páginas a la enumeración cronológica de gobernantes y de las
«obras» más significativas que realizaron durante sus períodos de gobierno. Poca o ninguna
atención se otorga a las complejidades económicas, políticas, sociales y culturales que han dado
contenido, contexto y direccionalidad a esos procesos. Tampoco se visibilizan o destacan las
relaciones de fuerza que han tensado los procesos de su construcción y, sobre todo, los resultados
que de ellos se han desprendido.

Esas periodizaciones, además, encapsulan ciertos marcadores y significados, generando


interpretaciones reductoras sobre cómo comprender lo acaecido. Por ejemplo, el mal llamado
«período prehispánico» gira en torno a una apropiación nacionalista establecida en el siglo XIX y
las primeras décadas del XX por corrientes de pensamiento liberal sobre el horizonte civilizatorio
maya.
Es asumido como patrimonio exclusivo guatemalteco y se olvida que «lo maya» fue posible dentro
de un espacio y tiempo mucho más amplio y complejo que la Guatemala del siglo XIX, como lo fue
Mesoamérica.

También se exaltan las artes, la arquitectura, la escultura, etc., pero poco o nada se dice sobre las
complejidades implícitas en su funcionamiento social, económico y político. Por consiguiente, la
idea –el ideal- que se busca fijar en el imaginario del estudiante es que los mayas fueron un pueblo
extraordinario, fuera de lo común, con fuertes sesgos de pintoresca tarjeta postal.

Luego, y de manera inexplicable se plantea un vacío histórico de varios siglos para luego introducir
a los grupos humanos que ocupaban durante los siglos previos a la invasión europea buena parte del
territorio conocido posteriormente como Guatemala. No se les vincula con los procesos anteriores
ni mucho menos se explica cómo y de qué manera se configuraron.

Cuando se aborda el llamado período colonial no se problematiza el significado del concepto


«colonial». Al extremo que se ha convertido en el sinónimo de la Antigua Guatemala, ciudad que
fungió como centro político-administrativo durante los siglos de dependencia de España, pero de
manera acrítica.

Para este período se enfatiza en instituciones como la universidad, la iglesia, las instancias
gubernamentales. También se mencionan «grandes personajes” como conquistadores, frailes,
misioneros, prelados, funcionarios de gobierno, etc.

Poco o nada se dice sobre la población originaria, base y sustento de todo ese entramado social.
Tampoco se abordan las complejidades implícitas en el funcionamiento de la economía durante ese
tiempo. Menos aún las que se desprendieron de un contexto social explotador, excluyente y racista
contra la población originaria. Se trata, además, de una temporalidad fuertemente marcada por la
institucionalidad religiosa católica.

Sigue luego una cronología cortada de manera categórica a partir de la identificación de ciertos
sucesos histórico-políticos. El año 1821, por ejemplo, se presenta como el punto de partida del
surgimiento de un nuevo momento histórico. Esa fecha se explica, en primer lugar, desde las figuras
que «la hicieron posible»: los llamados padres de la patria.

Quedan fuera de ese abordaje factores estructurales y coyunturales que desencadenaron ese
momento concreto. Como también los hechos y circunstancias que no cambiaron.

Los momentos históricos posteriores son asociados, abordados y explicados a partir de quienes
gobernaron, caudillos y dictadores. No se problematiza el significado de esas formas autoritarias de
ejercicio del poder ni, mucho menos, los efectos que han tenido en el largo plazo para la sociedad
guatemalteca.

Esos enfoques invisibilizan los cambios trascendentales que experimentó la formación económica
del país, al extremo que los procesos de reproducción económica y social son explicados como
resultado de la acción de los gobernantes, pero no de disimiles factores estructurales y coyunturales
internos y externos. Los efectos económicos y sociales que se fueron gestando y consolidando entre
la población campesina y originaria no son, ni siquiera, mencionados.
Por lo tanto, los contenidos que desde el poder han sido asignados a cada uno de esos períodos
históricos no dan cuenta de la complejidad social. Más bien, se le sustituye por visiones estáticas,
sin sentido histórico y carentes de profundidad y perspectiva.

Un resultado de esos enfoques dominantes es la entronización de ciertas maneras de concebir la


historia. Esta no tiene valor y sentido crítico, explicativo, problematizador. Lo que explica por qué
la sociedad no la asume ni la entiende a partir de su utilidad individual y, menos aún, social.

Los anteriores planteamientos y consideraciones explican por qué, por ejemplo, el sistema
educativo nacional continúa privilegiando la exaltación de fechas, personajes y valores cívico-
militares; pero no la comprensión de las complejidades de esos procesos.

La historia es asumida como un conocimiento secundario, prescindible, sin utilidad social. Las
lecturas históricas que se desprenden de ese cúmulo de información y datos no cuestionan ni
explican, solo fijan momentos y personajes escogidos, situados dentro de esa ritualidad.

Construir la historia desde las voces silenciadas

Frente al panorama antes esbozado el reto es proponer nuevas periodizaciones o lecturas históricas
nuevas o actualizadas sobre el pasado. Debemos releer críticamente las propuestas vigentes para
identificar sus lagunas, ausencias y tergiversaciones.

Debemos privilegiar los ejes de la unidad, interdependencia y organicidad de los procesos


históricos. Debemos potenciar no tanto la identificación y el relato de «pequeños y aislados hechos
verdaderos» sino, más bien, perspectivas que problematicen los procesos sociales, en los que lo
económico, político, social, mental y cultural adquieran su propia concreción y peso.

El historiador Pierre Vilar considera que a la historia no le corresponde establecer los hechos ni
juzgar a los individuos. Perspectiva que según este historiador lleva a pensar la historia en términos
sentimentales, morales en función de hechos y sujetos.

Más bien lo que le compete a la historia es comprender y tratar de hacer comprender los hechos
sociales en la dinámica de sus secuencias, sin olvidar que esclarecer no significa ni implica
justificar ni disculpar.

Debemos proponer miradas, amplias, diferentes, en las que los grupos subordinados, los pueblos
originarios entre ellos, tengan un espacio y abordaje diferente, específico. Miradas que deben
posicionarse ante las perspectivas elitistas y hegemónicas que aún caracterizan y definen las
lecturas históricas oficiales.

Un sustento analítico que puede ser útil en este esfuerzo re-interpretativo se apoya en el concepto
de colonialidad; es decir, en la clasificación étnico/racial que Europa impuso como punto de partida
del patrón mundial de poder capitalista. Se trata de una lectura originada en ese continente desde
que buscó dominar a América.

Tema 2: La historia oficial


15 de Septiembre de 2017
Articulo de opinión. PLAZA PÚBLICA
Autora: Iduvina Hernández

Cuenta la leyenda que el 15 de septiembre de 1821 nos hicimos independientes de la Corona


española. La historia que nos han repetido, en especial desde los primeros años de la escuela, narra
que en Guatemala conseguimos nuestra libertad en forma pacífica. Tan pintoresco el panorama que
doña Dolores Bedoya de Molina organizó la quema de cohetillos y la fiesta de marimba, muy típica,
para celebrar.

Repetida año tras año durante los casi dos siglos desde entonces, el mito de la independencia
lograda con fiesta social se ha incrustado en el imaginario social. De ahí ha sido fácil, casi no ha
costado trabajo, hacernos creer que el civismo es llorar y aun morir por la bandera cuyos lados azul
celeste flanquean el escudo de armas. Casi único en el mundo, puesto que incluye fusiles y espadas
para defensa armada de esa supuesta libertad pacíficamente conseguida.

Sin embargo, lo que la historia no nos dice es que en realidad no nacimos a la vida libre. De hecho,
el texto mismo del Acta de Independencia consigna en su primer artículo que dicho evento tiene
lugar «para prevenir las consecuencias temibles en el caso de que la proclamase de hecho el mismo
pueblo».

Más claro no canta ni un solo gallo. El acto de declararse libres de la Corona española lo decretaron
las familias de los criollos, esos personajes nacidos en suelo guatemalteco, pero descendientes de
padres españoles peninsulares. Lo hicieron no solo a espaldas del pueblo en un diálogo y pacto de
élites, sino precisamente para impedir que este proclamase su propia independencia. Lo hicieron
negando la existencia de la pluriculturalidad en Guatemala. De ahí que desde la invasión mal
llamada conquista y durante la colonización quedaran sentadas las bases de la arquitectura que daría
lugar al nacimiento del Estado nación a partir del suceso de separación de la Corona en 1821.

Lo que se firmó en esa oportunidad fue la separación de quienes ya se habían apropiado de


territorios que no les pertenecían, es decir, las primeras invasiones ilegales, armadas y con propósito
de despojo ilegal. Y se suscribió para garantizarse el otro componente del maltrecho edificio que
solemos llamar Estado: la indisposición a tributar. Como espíritu transversal aparece el componente
racista y excluyente confesado en el primer artículo del Acta de Independencia.

Sí, así como se escucha. Guatemala no nace a la vida libre un 15 de septiembre de 1821. Guatemala
nace a la vida estatal tutelada por un grupo de familias cuya descendencia aún subsiste y pulula en
las esferas del poder. Nace para evadir el pago de impuestos, práctica todavía vigente en quienes
han controlado el poder económico y, con este, el político del país a lo largo de los siglos. Y para
ello se garantiza conducir la idea de libertad sobre la base de la exclusión de los pueblos originarios,
mediante la imposición del patriarcado machista como doctrina y con base en una falsa idea de
nacionalismo.

De tal suerte, las actuaciones dictatoriales del Congreso el 13 de septiembre no deben


sorprendernos. Son ni más ni menos que el corolario de la construcción improvisada no de un
edificio que simboliza al Estado. Manteniendo la analogía de la ubicación en un inmueble, a estas
alturas y con el sistema por los suelos ante un nuevo y estrepitoso fracaso, Guatemala no llega ni a
champa, mucho menos a constituir un edificio capaz de soportar cualquier embate. El sistema de
partidos políticos nacido de las prácticas corruptas y escamoteras del proyecto independiente ha
llegado a su fin.
Hace 196 años se legalizaron las bases del despojo de tierras comunitarias y la evasión fiscal. Ahora
se consolida ese Estado mafioso mediante la instauración de una dictadura criminal ejercida por los
carteles mal llamados partidos políticos que detentan la función legislativa. En menos de una
jornada acordaron aprobar y legalizar el crimen, el latrocinio, y poco les faltó para otorgarse los
reconocimientos y las medallas oficiales por sus servicios a la patria.

Guatemala no es un país independiente. Guatemala es un intento de sociedad que aún es incapaz de


asumirse pluricultural y multiétnica. Es un proyecto que tiene ante sí la oportunidad de construir las
alianzas indispensables para asumirse tal cual. Para ello no puede seguir repitiendo la misma
historia y pretendiendo vivir como si nada ha pasado. El pacto de corruptos solo puede ser
sustituido por un nuevo pacto social mediante una asamblea nacional constituyente inclusiva y
plurinacional. De lo contrario, seguiremos repitiendo el mito de la historia oficial del 15 de
septiembre.

Tema 3: “La enseñanza de la Historia de Guatemala tiene una visión liberal”


Por Roberto Villalobos Viato
Entrevista a: Magda Silvia Aragón Ibarra.
En el país no se fomenta la discusión para formar nuevos criterios sobre el pasado, afirma la historiadora.
Publicado el 15 de febrero de 2015 a las 0:02h
 
"La historia crea identidad", afirma Magda Silvia Aragón Ibarra
Elegante, amable y con cierta timidez. Así es Magda Silvia Aragón Ibarra (1956), quien tiene
profundos conocimientos sobre la historia y geografía de Guatemala. Entre sus estudios más
sobresalientes están: Los informes de jefes políticos como fuente histórica (1995) y El papel de los
jefes políticos en la formación del mercado nacional (1995).
En sus investigaciones se encuentra información sobre diferentes administraciones
gubernamentales, entre ellas relativas a Jorge Ubico, quien llevaba un orden estricto de sus
actividades. “El dictador estaba bien informado sobre lo que sucedía en el país en los ámbitos
político, económico y educativo”, refiere. “Aunque, por supuesto, no estoy de acuerdo con los
métodos represivos que aplicó”, aclara.

Según Aragón, en Guatemala persiste el problema de que la historia se aprende según las
“versiones oficiales”, por lo que se tiende a obviar “la otra cara de la moneda”.
La historia se aprende de acuerdo a la versión de quien la escribe. ¿En Guatemala existe
alguna tendencia específica?
Existe una visión liberal, ya que la educación pública se organizó principalmente durante los
gobiernos de esa corriente de finales del siglo XIX.

De esa cuenta, se resaltan las fechas y los hechos de ciertas personas, por ejemplo los próceres de la
Independencia. Recuerdo que en mi niñez me pedían que memorizara sus nombres simplemente
porque “estaban a favor de la separación de España”, pero no brindaban más detalles.
Lamentablemente, eso todavía pasa, porque es lo que transmiten los libros de texto “oficiales”, y los
maestros se rigen a eso.

Entonces, ¿no hay espacios que fomenten la discusión para formar nuevos criterios sobre el
pasado?
No, no hay nada de eso. En Guatemala, por ejemplo, uno aprende los hechos de la Conquista a
partir de la visión de los españoles, pero no desde el punto de vista de los pueblos indígenas. Lo que
siempre se debería hacer es buscar las diferentes versiones de un suceso. De esa forma, cada quien
puede formarse su propia concepción del mundo.

¿Ha habido algún cambio en la forma en que se imparten los cursos de Historia?
Ligeramente a partir de la firma de los acuerdos de paz, en 1996, pues las instituciones educativas
se comprometieron a brindar una visión más apegada de los hechos. Sin embargo, desde finales del
siglo XIX, se ha mantenido la misma línea, la cual cambiará hasta que los maestros tengan una
formación más amplia.

Y que los libros de textos brinden más versiones.


Claro, pero aquí surge otro problema. Sucede que hay algunos textos muy buenos, pero los maestros
no los emplean porque sienten que son difíciles, ya que carecen de guías de estudio.

¿Esas carencias educativas las ha percibido en las aulas universitarias?


Sí. La mayoría llega mal preparada. En la Facultad de Ingeniería de la Usac he impartido el curso
Social y Humanística con un libro de historia para tercero básico. Pero, ¿qué cree? ¡A los
estudiantes les resulta difícil! Entonces sí hay deficiencias en la formación académica.

¿Por qué es necesario saber de historia?


Porque crea identidad y sentido de pertenencia. Se debe conocer sobre la trayectoria de nuestra
sociedad, de dónde venimos, qué logros hemos tenido, qué problemas afrontamos. Eso contribuye a
sentar las bases de nuestro presente. Hay una dicho famoso y cierto: “Quien no conoce la historia
está condenado a cometer los mismos errores”.

Una de sus áreas de especialidad es la geografía. ¿Qué importancia tiene dominar ese tema?
Permite conocer el territorio en cuanto a sus recursos humanos y naturales, por ejemplo. Con esa
información parte la planificación de los proyectos de desarrollo.

Para recopilar información histórica y geográfica resulta vital la consulta de lugares como el
Archivo General de Centro América. ¿Qué impresión tiene de esa fuente de investigación?
Los documentos se han conservado de buena forma, pero falta llegar a las condiciones ideales.
Claro, hay que tener en cuenta que el Estado le asigna pocos recursos a su funcionamiento.

¿Por qué cree que los gobiernos guatemaltecos muestran poco interés en la conservación de la
documentación histórica?
Porque, en general, la gente piensa que se trata solo de papeles viejos, pero esa concepción debe
cambiar.

Otra de sus áreas de especialización es la Restauración de monumentos. ¿Cómo percibe el


cambio que ha tenido el Centro Histórico de la Ciudad de Guatemala?
Ha sido lento; aún así, lo veo bonito y bien encaminado. De momento, lo más visible es el Paseo de
la Sexta, pero debe haber un remozamiento más integral; el cambio debe extenderse más allá.

¿Cree que hay más gente que visita la zona 1?


Sí, hasta cierto punto, pero creo que muchos aún tienen la sensación de que los van a asaltar. Pero
bueno, es que aquí en Guatemala a uno lo pueden asaltar en cualquier lugar.

Al menos en el Paseo de la Sexta ya se puede caminar con más tranquilidad, como cuando era joven
e iba a “sextear” para comprar, socializar o comer. Por eso veo positivo que se rescate el Centro
Histórico.

¿Qué opina del estado de los monumentos históricos del país?


Hay un caso que me dio mucha lástima. Se trata de la Iglesia de la Santísima Trinidad de
Chiquimula, más conocida como Iglesia Vieja. Esa estructura, de gran belleza, la empezó a emplear
la gente como objeto de tiro al blanco. Estaba llena de agujeros, por los impactos de las balas. El
Instituto Nacional de Antropología e Historia la restauró pero, a mi criterio, mal. Hoy tiene una
fachada nueva, pero ese no es el objetivo de la restauración.

¿Cuál es?
Es detener el proceso de deterioro de un inmueble, pero que a la vez permita ver el paso del tiempo.

¿Qué piensa de la designación de Guatemala como Capital Iberoamericana de la Cultura


2015?
La veo comercial; muy superficial. Fuera de nuestras fronteras se ha creado una buena campaña
publicitaria, la cual, es cierto, atrae al turismo y mueve la economía. Pero aquí, en el país, no se
fomentan las actividades culturales como se debería.
TEMA 4.A:
TEMA 5.A
TEMA 6: La recuperación de la memoria histórica y sus dilemas

Luis Mario Martinez, Guatemala, octubre 2009

Memoria histórica y significados de la memoria en Guatemala


El peso de la significación que se da a la historia determina la forma en que las personas entienden
el presente y dan sentido a su visión y entendimiento del mundo.
La memoria de los pueblos y de las personas se construye a partir del recuerdo de sucesos,
esencialmente de aquellos que marcan etapas de sus historias. Sin embargo, el significado de la
memoria no siempre refleja los registros históricos de lo que sucedió, ni necesariamente
corresponden a la verdad de los hechos. La memoria colectiva puede reflejar interpretaciones,
parcializaciones, olvidos o incluso la historización de cosas (hacerlas pasar como Historia) que no
ocurrieron provocando significaciones diferentes entre las personas y colectivos. El peso de la
significación que se da a la historia determina la forma en que las personas entienden el
presente y dan sentido a su visión y entendimiento del mundo. Es por ello que en sociedades
marcadas por el conflicto, la forma en que se construye la memoria es fundamental.
Al plantearse en el año de 1994 el desarrollo del Proyecto de Recuperación de la Memoria Histórica
– REMHI - por parte de la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala y la
publicación de sus resultados en el Informe Nunca Más (1998), se abrió la discusión sobre el
significado de la memoria en el país y las razones para reconstruirla. En concreto, el proyecto se
planteaba que para posibilitar el perdón y la reconciliación en un país que en aquel momento,
aún se hallaba sufriendo el conflicto armado interno, era necesario hacerlo sobre la base de la
verdad y justicia, sabiendo que ocurrió en el pasado.
La memoria histórica se convierte entonces, en un registro sistemático de historias personales y
colectivas que podría permitir reconstruir el pasado y posibilitar el futuro. Sin embargo, ese registro
adquiere significaciones distintas en las memorias colectivas que existen en el país y que actúan
sobre el comportamiento y pensamiento de los grupos e individuos, tal como afirma Halbwhachs
(1968). Las interpretaciones que se dan a los hechos, por tanto, son mediadas por las cargas
culturales, ideológicas de los individuos y de los grupos. Y es allí donde descansa la discusión
sobre el papel que juega la memoria histórica en una sociedad silenciada por la violencia.
Para las víctimas fue la posibilidad de contar sus historias frente a las historias oficiales de los
victimarios. Quienes controlan el poder, seleccionan sucesos e interpretan la historia de tal forma
que concuerden con su ejercicio del poder y lo legitimen, silenciado las voces de víctimas y de
excluidos, relegando al olvido oficial la otra visión. Al plantearse esta iniciativa, así como ocurrió
con la Comisión de Esclarecimiento Histórico – CEH -, se escuchó la otra historia, la que cuentan
las víctimas y por tanto la recuperación de la memoria no se convierte solo en una experiencia de
catarsis sino en un ejercicio de dar significado a los sucesos vividos individualmente o de forma
colectiva, comprenderlo, explicar y dar sentido a su mundo.
Durante la etapa de recolección de testimonios para el REMHI, los entrevistadores se hallaron ante
diferentes significaciones de lo ocurrido durante el conflicto: Por ejemplo, para muchos ancianos de
Huehuetenango que se refugiaron en México, era una repetición de sucesos pues a principios del
siglo XX, durante los decretos de ladinización emitidos por los gobiernos liberales, se refugiaron en
México y retornaron hasta la década de los años 1920. Para otros, en Rabinal por ejemplo, ya los
ancestros habían anticipado que sucedería. En ambos casos, la experiencia reflejaba una historia
recurrente de opresión de los pueblos indígenas por parte de los ladinos. En Quiché al conflicto
se le llama “la gran enfermedad” lo cual le da matices diferentes a las interpretaciones sobre qué
sucedió durante esos años, las causas y el rol de los actores que intervinieron.
Para la otra parte, el rescatar la memoria y buscar la verdad significa un peligro porque se
deslegitima su versión de la historia, y permite que se conocieran los horrores que se
cometieron durante el conflicto. El uso de la memoria, como ha ocurrido en Guatemala, ha
parcializado la historia para oprimir, provocar temor e inhibir a personas y colectivos en sus
acciones y en muchas ocasiones para culpabilizar a las víctimas por lo que sufrieron. Los
testimonios recogidos por el REMHI, mostraban cómo a muchas de las comunidades se les dijo que
ellas eran las responsables de lo que les había pasado por el hecho de haberse organizado. En varios
de los casos, las comunidades habían asumido que eso era cierto. La culpabilización de las
víctimas se dio en el conflicto y se traslada al imaginario cotidiano: los que sufren violencia,
desde una agresión a una mujer hasta el asesinato, son el resultado de “estar metidos en algo” o
cuando menos, se lo buscaron. Estas acusaciones buscan revictimizar y evitar la adecuada
investigación.
La memoria histórica posibilita entonces tener registros confiables que permiten recorrer
caminos de justicia y comprender de forma más objetiva el pasado. Sin embargo, la memoria
histórica no se reduce a los meros registros históricos sino que se convierte en un proceso social,
que en el caso del REMHI es evidente: la etapa de recuperación a partir de entrevistadores
comunitarios, la mayoría sin educación formal representó una experiencia única que vinculó a las
comunidades con el proyecto. Allí entronca con la memoria colectiva de las comunidades. Un
elemento fundamental dentro de esa memoria colectiva es el martirio de Monseñor Juan José
Gerardi, dos días después de la presentación del informe el 24 de abril de 1998, como un referente
del compromiso con los derechos humanos.

Los retos de la memoria histórica en Guatemala


La memoria histórica debe ser vista no sólo como un ejercicio de documentar datos sino que ese
proceso tiene una función de cara a las comunidades. El recuerdo de la violencia, de los modos en
que esta se produjo puede ser documentado para recordar cómo pasó y que esto no se vuelva a
repetir.
Las dimensiones que adquirió el terror durante el conflicto armado interno, las víctimas de las
masacres, de las desapariciones forzadas, de las torturas, de la violencia que se generó solamente
pueden ser comprendidas a partir de una reconstrucción que incorpore una visión integral de
una sociedad construida a partir de las exclusiones y de la violencia ejercida por el poder, ya
sea por parte del Estado o por grupos que han hecho uso del poder. Esto significa contar lo que pasó
a pesar de los esfuerzos que se han hecho para que el silencio se mantenga. Es decir que la violencia
que se manifestó en el enfrentamiento armado, y que se sigue dando en el país, no es algo que se da
porque así es el mundo. Galtung (2003) cuando se refiere a las formas de violencias que existen,
habla de una violencia simbólica, es decir que se ha hecho parte de la vida diaria y por tanto las
personas, en especial las víctimas, la asumen como algo natural y de lo que no pueden escapar. La
memoria histórica puede ayudar a liberar de esa percepción y lograr una comprensión más exacta
del origen de esas violencias.
Muchos guatemaltecos y guatemaltecas poseen un recuerdo doloroso acerca de la historia
reciente porque perdieron un familiar, porque fueron víctimas directas; muchas personas siguen
teniendo miedo a contar sus historias, entender por qué sucedió y saber quiénes fueron los
responsables de la violencia se convierte en el camino para sanar sus heridas y un paso para
dignificar su historia y allí se encuentra el primer reto que encuentra este proceso de memoria en
Guatemala: que las personas hablen y superen el miedo que les ha obligado a hacer del silencio
su refugio. Las experiencias traumáticas son difíciles de asimilar y de incorporar, provocan crisis
en la persona y en la colectividad lo que lleva a olvidos o ausencias que les permitan sobrevivir y
funcionar; esto sucede tanto en el sujeto o en la colectividad y sanar esas experiencias y asimilarlas
es solamente posible a través de la memoria.
El terror contrainsurgente provocó miles de víctimas e intentó, para legitimarse, construir
una visión de la historia donde se criminalizaba a esas personas: ‘si eso les pasó es porque
andaban metidos en algo y por tanto, se merecían lo que les sucedió’. Tanto el REMHI como la
CEH encontraron muchos testimonios donde se les había dicho esto. La experiencia de las aldeas
modelo en los años ochenta, fue precisamente ese intento por responsabilizar a las víctimas y
decirle a los sobrevivientes que debían ver a sus victimarios como los salvadores del país.  La
memoria se convierte en la posibilidad de decir quiénes son los responsables y por qué lo
son. La dignificación de las víctimas se convierte, entonces, en un reto para reconstruir los tejidos
de las familias y de las comunidades, superando aquellas significaciones que los que cometieron
esas violaciones contra los derechos humanos, han intentado que prevalezcan.
Los acuerdos de paz firmados en 1996 se vieron como el inicio del proceso de reconciliación de
país luego de 36 años de guerra. Sin embargo, la reconciliación no puede ser comprendida como
el resultado de la firma de un acuerdo, sino como el resultado de un proceso social y político,
basado en profundas transformaciones de la relaciones entre los grupos y de las causas que
provocaron el conflicto. En ese sentido, no puede reconciliarse si no conoce qué sucedió y la
memoria histórica es un referente indispensable para esas transformaciones. Nadie puede
reconciliarse si no sabe qué fue realmente lo que pasó, un aspecto sobre el que insisten víctimas y
familiares de víctimas, cuando se habla del tema.
Pero la reconciliación no implica necesariamente perdón y olvido, y por tanto borrón y cuenta
nueva. En cambio sí implica procesos de memoria que articulen diálogos que lleven a establecer
consensos políticos entre las partes para la convivencia futura, sobre la base de la justicia y la
palabra de las víctimas. El acuerdo de esclarecimiento histórico no buscó que se responsabilizaran
personas individuales de los horrores cometidos, sino indicó que se debía hacer señalamientos
institucionales. Evidentemente, es una debilidad que marcó el gran esfuerzo que hizo la Comisión,
así como para las iniciativas de procesos judiciales lo que no significa que los imposibilite. De igual
forma, las amnistías decretadas o las iniciativas de construir versiones donde se busca absolver a los
victimarios, son rechazadas por las víctimas. La reconciliación no se impone.  Acá se encuentra el
otro gran reto de la memoria histórica: abrir el camino de la justicia, en el que se debe reparar
a las víctimas, sancionar a responsables, debatir sobre el tema del perdón y provocar
transformaciones profundas como sociedad (justicia transicional). Solamente así es posible pensar
en la reconciliación en una sociedad tan profundamente dividida como la guatemalteca.
Debe tenerse en cuenta que muchas de las causas que provocaron el conflicto armado
permanecen y las posibilidades que se abrían con los Acuerdos de Paz, no fueron
asumidas. Estructuras violentas que fueron creadas durante la guerra, mantuvieron cuotas de poder
a nivel local y nacional tras la firma de3 los Acuerdos (en algunos casos se vincularon al crimen
organizado). Este es uno de los factores, no el único, que explica el crecimiento de las violencias en
el país en la última década. Al mantenerse intacta esas estructuras, con un peso importante al
interior del Estado y de las comunidades, la memoria del terror se convierte en un obstáculo en los
procesos de construcción de la memoria histórica. Es allí donde ese proceso de construcción se
convierte en uno de los mecanismos que puede ayudar a desmontar esas estructuras violentas y
romper los miedos que permanecen en la población y posibilitar la justicia.

Reflexiones finales
Los esfuerzos de reconstruir la memoria histórica en Guatemala no se reducen solamente al REMHI
o al informe de la CEH; estos dieron pie a todo un movimiento social desde organizaciones de
sociedad civil y comunidades, asumiendo diversas perspectivas sobre la dinámica que debe tener la
memoria en función de procesos judiciales a nivel nacional o en instancias internacionales, el
resarcimiento, monumentos a las víctimas, salud mental, etc. Esto plantea la necesidad de
establecer un diálogo sobre el tema que permita fortalecer las diferentes acciones que se
realizan, asumiendo las percepciones que tiene la población. Algunos esfuerzos ya se han
concretado, pero aún falta un largo recorrido en un contexto donde el miedo persiste, donde se ha
intentado desvirtuar la memoria y donde el Estado ha tratado de manipular la memoria para
descargar sus responsabilidades frente al conflicto, las víctimas y sobre todo en su tarea de acabar
con las estructuras violentas que aún permanecen.
La memoria histórica se convierte en un compromiso de desterrar el olvido, de transmitir a
los jóvenes y a futuras generaciones lo que sucedió, para evitar que se vuelva a repetir
convirtiéndose en la conciencia de nuestra sociedad. La memoria permite contar lo que ocurrió,
posibilitar sanar las heridas de un pasado violento, construye nuestra identidad pero sobre todo,
puede marcar el rumbo de nuestro futuro. Depende de nosotros como país, asumir la memoria como
eso, un proceso de liberación y construcción de un futuro común o bien, que la memoria sea el
recuerdo de los violentos que nos mantienen en el temor.
“Cuando el león encuentre quien escuche su historia, entonces la historia dejará de ser escrita por
el cazador” (proverbio de Kenia, citado por Vinyes).
TEMA 7: El peligro de una sola historia al poder de "otras" historias

Leonora Simonovis
University of San Diego leosimonovis@gmail.com

Resumen

El siguiente texto pertenece a una videoconferencia dictada en el IVILLAB en octubre de 2011. En


él, la autora discute cómo la influencia de discursos dominantes afecta la percepción y la identidad
de grupos minoritarios, creando así una perspectiva única que no representa la multiplicidad de
sujetos y de voces que existen dentro de una misma cultura. Asimismo, la autora reflexiona sobre su
experiencia personal y docente a partir de su encuentro con dos líderes indígenas reconocidas
internacionalmente.

En una conferencia titulada "El peligro de una sola historia," la escritora nigeriana Chimamanda
Ngozi Adichie le explica a su audiencia el proceso que la llevó a convertirse en escritora, así como
sus experiencias como inmigrante en los Estados Unidos. Subraya el hecho de que cuando comenzó
a escribir, sus personajes eran iguales a los de los libros que ella leía de niña: rubios habitantes de
países invernales que comían alimentos exóticos y desconocidos para una persona no europea. La
autora hace énfasis en la influencia que el discurso colonizador europeo tuvo en su propia escritura
y cuenta cómo inconcientemente ella reproducía en su escritura imágenes de un mundo distinto al
de ella –y considerado mejor y más "perfecto"- cuyos imaginarios le habían sido impuestos
mediante la influencia de diferentes medios –libros, periódicos, radio.

Adichie cuenta de forma graciosa cómo cuando comenzó a escribir sus personajes bebían cerveza
de gengibre -aunque ella no tenía idea de qué era esto ni a qué sabía- , hablaban sobre el cambio de
las estaciones y jugaban en la nieve. Obviamente ninguno de estos elementos existía en Nigeria o en
África, así que su relación con la literatura y con su propio proceso de escritura comenzó siendo
algo distante y extraño con lo cual no podía identificarse. Hasta que comenzó a leer la literatura de
su propio continente y se dio cuenta de que las personas como ella, "del color del chocolate,"
también podían protagonizar obras de ficción. Su percepción de la literatura cambió completamente
y también su forma de entender el mundo, porque de ahí en adelante comenzó a escribir sobre
África y sobre gente con experiencias similares a la suya.

Sin embargo, cuando Adichie emigró a los Estados Unidos, tuvo que re-definirse dentro de un
nuevo sistema que posee una categoría general para gente como ella: "africana" y también debió
soportar la ignorancia de algunos quienes, sin saber lo que ocurría en el mundo exterior, tenían una
concepción estereotipada de África en la que leones, jirafas, cebras y otros animales salvajes corrían
por una sabana enorme mientras un jeep cargado de individuos de piel blanca y vestidos de kaki
admiraban el paisaje. Así que su escritura tomó otro giro, distinto al anterior, donde la autora
comenzó a explorar la experiencia del exiliado nigeriano en los Estados Unidos, específicamente en
su libro de cuentos The Thing Around Your Neck (2009), el cual narra historias de distintos sujetos
que, aunque vienen del mismo país, no pertenecen a la misma clase social o a la misma región o no
tienen las mismas costumbres y por tanto sus experiencias como inmigrantes son sumamente
variadas. Con esto la autora demuestra que no todos los "africanos" son iguales y que dentro de un
mismo país existen también las diferencias.
.

Las concepciones que definen a individuos que pertenecen a un grupo racial o étnico se formulan
desde los tiempos de la colonia y con el tiempo se han convertido en parte del folklore y la cultura
popular. Pero no solo ocurren de un país a otro, sino que también dentro de una misma cultura
podemos observar este fenómeno, el cual usualmente se manifiesta en el discurso cotidiano
mediante comentarios "humorísticos" o "satíricos" que sutilmente aluden a un miedo colectivo
hacia todo aquello que es diferente, bien sea por el color de la piel, las prácticas religiosas,
preferencias sexuales o lugar de origen.

En los Estados Unidos –al igual que en muchos otros países hoy día- la influencia de los medios de
comunicación, el cine y la televisión han ayudado a difundir el mito del "sueño americano" y por
ende, quienes no se informan ni van más allá de lo visto, no saben que existen otras ideas, otras
gentes y otras formas de ver el mundo dentro de este país. La influencia de series de televisión y
películas de Hollywood crea una imagen homogeneizada y sanitizada de este país que no toma en
cuenta a la mayoría de la población y que además, crea una imagen "blanqueda" del norteamericano
que encubre un hecho que muchos se empeñan en negar: este es un país de inmigrantes. Y un país
que además, sigue atrayendo inmigrantes por diferentes razones. En su crónica La travesía
de Enrique (2006), la periodista argentino-americana Sonia Nazario entrevistó a varios niños que
cruzaron las fronteras de diferentes países centroamericanos para llegar a México y de ahí a Estados
Unidos. Cuando les preguntaba que por qué querían venir aquí, muchos alegaban que tenían algún
familiar (madres sobretodo) allí y que habían visto películas y series de televisión donde todo se
veía mejor y más bonito. Pero en esta travesía muchos de estos niños, si llegan, lo hacen en mal
estado de salud, a veces no encuentran a sus madres y algunos terminan metiéndose en actividades
criminales o son deportados. Una gran cantidad muere sin haber cruzado, asesinados por las bandas
que hay en las fronteras o se enferman y deben quedarse en algún país intermedio por un tiempo
indefinido. Lo que presentan los medios y lo que realmente sucede son dos cosas muy diferentes,
pero para estos niños la oportunidad de una vida mejor y el volver a ver a sus madres es un motivo
muy poderoso para dejarlo todo y embarcarse en el cruce.

Y allí está la clave, en la variedad de perspectivas, de historias, de puntos de vista, en lo que se


considera la verdad impuesta por un grupo dominante y lo que está detrás de ese discurso. En los
últimos cuatro años he tenido el privilegio de conocer a dos mujeres que me hicieron recordar que
existen otras historias que vale la pena contar y dar a conocer, así como lo importante que es poder
sopesar diferentes opiniones sin la mediación de otros. El primero de estos personajes es Rigoberta
Menchú, la controversial líder indígena guatemalteca quien ganó el Premio Nobel de la Paz en
1993. El segundo, otra líder indígena, norteamericana en este caso: Winona LaDuke.

Durante mi vida universitaria escuché a diferentes personalidades hablar de Rigoberta Menchú y


por supuesto en algún momento pasó por mis manos Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la
conciencia (1983), un testimonio sobre la vida de Rigoberta y las luchas de los pueblos indígenas en
Guatemala editado por la antropóloga venezolana Elizabeth Burgos. El libro suscitó innumerables
entre otras cosas porque luego se comprobó que Rigoberta había cambiado algunas partes de su
historia. Aunque esto es cierto –la misma Menchú admitió haber cambiado cosas- muchas
acusaciones cayeron sobre Rigoberta, acusándola de falsificar la verdad y de mentir al mundo
acerca de una situación tan grave. Sin embargo, dos de las cosas que surgieron en su defensa fueron
la mediación/traducción de Burgos, quien debía poner en palabras la historia y además conservar el
mensaje y además el poco dominio del español que tenía Rigoberta en ese momento. Todo esto
forma parte del discurso académico que gira en torno al testimonio como género y a la propia
Rigoberta y el tener conocimiento sobre él me permitió tener una visión objetiva y crítica del
problema pero siempre manteniendo una distancia relativamente "segura," la distancia que otorga el
trabajar con textos y no necesariamente con personas de carne y hueso.

Hace tres años Rigoberta Menchú fue invitada a mi universidad a hablar sobre los derechos
humanos durante el marco de la Semana Internacional. Se me encargó a mí la tarea de ser su
traductora oficial –del español al inglés- durante este evento, ya que como latinoamericana tal vez
tendría una mejor oportunidad de formar lazos con nuestra invitada. Al principio tenía cierta
reticencia, no solamente por lo que había leído sino por los comentarios de colegas y amigos
académicos que me decían que seguramente esto iba a ser negativo para mi carrera. Pero a pesar de
esto decidí tomar la oportunidad que se me presentaba. Pasé tiempo con ella, conversamos, conoció
a algunos de mis estudiantes y debo decir que mi perspectiva cambió por completo porque
Rigoberta pasó de tener 200 páginas a tener un cuerpo, dos brazos, dos piernas y sobretodo, una voz
que todavía puedo escuchar en momentos cuando me siento intranquila y no sé muy bien que hacer.
Recuerdo que en medio de mis nervios antes de salir a la tarima, me puso una mano en el hombro y
me dijo: "Ahora somos una sola boca, una sola voz." Aprendí en esas pocas horas que quienes
intentaron acallarla mediante la búsqueda de LA verdad nunca entendieron realmente SU verdad, ni
tampoco se pusieron a pensar que a ella no le interesan los testimonios, ni las teorías, ni el
feminismo, ni las conferencias académicas sino la gente, SU gente a la que ha visto sufrir y morir
luchando por sus derechos. Esa Rigoberta me pareció mucho más real y más tangible que la otra
construida y reconstruida muchas veces por "otros" diferentes a ella. Y esa es la imagen sobre la
cual enseño a mis estudiantes y con la que trato de transmitirles mi experiencia, así como también el
hecho de que la educación se recibe dentro y fuera de las aulas y que lo que aprendemos debemos
llevarlo más allá del recinto universitario, porque de otra manera se estanca contenido en estas
cuatro paredes.

Otra experiencia similar ocurrió el otoño pasado cuando tuve la oportunidad de conocer a Winona
LaDuke, activista indígena que ha trabajado incansablemente por su tribu y por otras tribus aquí en
los estados Unidos y que ha logrado mover los cimientos más fuertes de corporaciones
internacionales petroleras y mineras cuya invasión en los territorios indígenas causaron estragos en
la salud y el bienestar de sus pobladores.

Winona pertenece a la tribu de los Ojibwe en el norte de Minnesota, en la frontera con Canadá.
Durante su infancia vivió en la ciudad de Los Ángeles pero luego se mudó a Minnesota con su
familia donde crió a sus tres hijos y desde donde realiza todas las actividades relacionadas con su
trabajo. Esta activista estudió economía ambiental en la universidad de Harvard y también en el
Instituto Tecnológico de Massachussets, dos de las universidades más prestigiosas de este país, pero
cuenta que desde los 18 años, dejaba la universidad durante meses para trabajar en distintos casos
de abuso perpetrados contra poblaciones indígenas diversas, como por ejemplo los indios Navajo en
California, quienes tenían un alto índice de mortalidad debido a la explotación de minas de carbón
en la zona. Winona se dedicó a estudiar los impactos que producía el carbón el los pulmones de los
trabajadores, así como la contaminación del agua y los alimentos y lanzó una campaña,
conjuntamente con otros activistas, contra la compañía que estaba detrás de la explotación de las
minas.

Winona también participó en la primera conferencia de las Naciones Unidas donde se pidió que se
tomaran en cuenta los derechos de los indígenas –decisión que no se tomó sino hasta 30 años más
tarde. Aparte de esto ha trabajado mucho para su reservación y fundado dos organizaciones sin fines
de lucro que tienen como fin concientizar a la gente sobre prácticas ambientales sostenibles que
beneficien a las distintas comunidades y a través de las cuales pueda ahorrarse energía.
Durante su estadía aquí, hubo tres temas de los que habló Winona. El primero fue el uso de formas
de energía más eficientes como la energía solar y de viento. Mostró cómo en su reservación han
instalado este tipo de fuentes de energía que además han generado más empleos para personas que
antes no lo tenían como por ejemplo veteranos de guerra que tienen algún trauma pero que son
socialmente funcionales y que no son empleados en ningún otro lugar. O personas que no tienen un
título pero tienen conocimientos básicos de ingeniería o mecánica.

El segundo tema del que habló fue la localización de los recursos y de cómo se malgasta la energía
cuando se importan productos de un lugar a otro. Además, la calidad del producto no es la misma
puesto que ha sido congelado y descongelado para la venta. En su reservación ellos siembran y
cosechan sus propios productos que venden a tiendas y supermercados locales donde las personas
pueden comprarlos a bajo costo y además disfrutar de la calidad. Es algo que aquí en California se
ha hecho con las organizaciones de agricultura comunitaria y en las que la población apoya la
producción de productos locales, ahorrando así dinero que puede ser usado con otros fines.

Finalmente Winona habló de la importancia de la educación para la población en general y de cómo


muchas veces los indígenas no quieren salir de sus reservaciones por miedo a la discriminación o
porque no se sienten cómodos y entonces las reservaciones no progresan. La activista subrayó la
importancia de recibir una educación que permita cuestionar las prácticas nocivas de corporaciones,
que permita dar una perspectiva que ayude a las comunidades y a los individuos a luchar por un
progreso que no necesariamente es de carácter tecnológico o científico, sino, por falta de una mejor
palabra, humano. Que ve en la salud y en el bienestar comunitario la solución para un país mejor y
más saludable. El poder conversar con ella y aprender de sobre su vida es una experiencia
invaluable que no se encuentra ni en libros ni en enciclopedias y que además añade una voz y una
historia más, ofreciendo así otra perspectiva que considerar a la hora de entender la política y la
economía norteamericana y mundial.

Al principio de esta conferencia pensaba hablar sobre una obra literaria que leí recientemente pero
luego decidí que aunque los libros nos enseñan mucho, ese aprendizaje no tiene sentido sino
podemos conectarlo con el mundo que nos rodea. En la Escuela de Letras de la UCV, teníamos una
materia llamada "Literatura y Vida" y apenas ahora, después de más de una década de haberme
graduado, es que empiezo a entender realmente lo que esa relación entre la literatura y la vida
significa. Esa multiplicidad de experiencias, de historias y de sujetos que contrarrestan los discursos
homogeneizadores representan una realidad que no siempre es tan evidente, pero en la que vale la
pena indagar puesto que nos enseña mucho, no solo sobre "otros" sino también sobre nosotros
mismos.

Tema 8: La evolución política de la mujer en nuestro país


01 de Abril de 2011
Autoría: Camila Alarcón
Nuestra historia política de Guatemala ha sido dominada por los sistemas autoritarios, represivos y
poco incluyentes. Sólo durante los breves instantes de democracia las mujeres hemos gozado de
nuestros derechos y hemos tenido más acceso a oportunidades. Es hasta 1945 cuando se nos otorga
por primera vez el sufragio, limitado a mujeres que sabían leer y escribir.
El sufragio universal llega a Guatemala en 1965, cuando el derecho al voto es extendido a todas las
mujeres. Sin embargo, es hasta la creación del la Constitución Política de la Republica de 1985 que
se menciona dentro de nuestro marco legal a la mujer por primera vez, específicamente en el
artículo 4. Durante los primeros instantes de transición democrática, se comienza a construir un
ambiente de apertura hacia los sectores más marginales de la sociedad, dentro de los que se incluye
a las mujeres. Vemos durante este proceso de democratización que se comienzan a conformar
diferentes movimientos feministas que buscan la inclusión de las mujeres en el ámbito político.
Los antecedentes históricos de la participación de las mujeres en la política los podemos dividir en
tres épocas importantes: Revolución de Octubre, Teología de Liberación (en la década 1960-1970)
y transición democrática (1982-1985).
La primera oportunidad de participación de mujeres ocurrió durante los años de la Revolución del
44, cuando se integraron al gremio magisterial y se unieron a organizaciones y manifestaciones a
favor de sus derechos laborales. Durante la época revolucionaria las mujeres formaron grupos y
organizaciones con fines políticos, como el Comité pro Ciudadanía dentro de la Organización
Obrera de Guatemala (FOG). Sin embargo, con el derrocamiento de Jacobo Arbenz (1954), varias
de las organizaciones se transformaron en clandestinas, pues eran perseguidas por su ideología
subversiva. Las únicas que permanecieron en el ámbito público fueron algunas de las
organizaciones anticomunistas.
La segunda época de participación de las mujeres en Guatemala ocurre durante las décadas de 1970
y 1980. La participación de las mujeres se dio como resultado de las diferentes expresiones y
circunstancias existentes de la época, como el feminismo norteamericano impulsado por Betty
Friedman y la Teoría de la Liberación de la Iglesia Católica. A finales de los 70 y a principio de los
80, las mujeres se visibilizan y se integran a instituciones partidistas, como la Democracia Cristiana
Guatemalteca (DCG), el Partido Revolucionario (PR), el Partido Socialista Democrático (PSD) y el
Frente Unido de la Revolución (FUR). Según el Diagnostico del Funcionamiento del Sistema de
Partidos Políticos en Guatemala, elaborado por Asies, el conjunto de estas propuestas políticas en
1974 se reflejó “con el Frente Nacional de la Oposición (FNO), en el cual se organizó un bloque de
mujeres de diferentes partidos para trabajar en el proceso electoral “.
La tercera etapa de participación femenina que vemos en el país se impulsó con la transición
política del autoritarismo a la democracia. Entre 1982 y 1985, las mujeres toman el rol activista a
favor de la lucha de los derechos humanos, conformando asociaciones como el Grupo de Apoyo
Mutuo (GAM) y Tierra Viva. Durante este período es cuando las mujeres —con el conocimiento de
sus derechos humanos— comienzan a cuestionar las ideologías de los partidos políticos. Al no
encontrar un discurso congruente con sus necesidades dentro de los partidos, las mujeres se separan
de estos y conforman organizaciones más afines a sus necesidades. Consecuentemente, el sector
femenino busca espacios independientes de expresión. Las mujeres buscan tener una mayor
presencia dentro de los partidos, especialmente en la distribución de cargos.
Es en este período que se forma la agrupación Acción Afirmativa, que busca ampliar la
participación de las mujeres dentro de los partidos, especialmente en los espacios de poder.
Finalmente, en 1994 se crean el Foro Permanente de Mujeres de Partidos políticos, en el que se
discute cuál será el rol que deberá desempeñar la mujer dentro de la política guatemalteca.
En este proceso histórico vemos la evolución de los movimientos femeninos en la política de
nuestro país. Es interesante ver las diferentes batallas ganadas y perdidas por nuestras antecesoras,
especialmente ver los espacios que nos han abierto para tener una incidencia en la toma de
decisiones de nuestro país.

Este movimiento ha ido desarrollándose paulatinamente al igual que sus metas e ideales. Vemos
hoy un deseo no sólo de participar, sino de encabezar procesos nacionales importantes y hoy nos
encontramos con más mujeres ocupando diputaciones en el Congreso y otros puestos importantes.
También vemos en el panorama electoral un elevado número de mujeres optando por cargos de
elección importantes.
A pesar de todos estos avances, es importante destacar que todavía prevalecen modelos excluyentes
dentro de los procesos políticos del Estado, especialmente dentro de los partidos políticos. Es casi
imposible que las mujeres puedan participar equitativamente dentro del sistema partidario. En
particular, a las mujeres se les dificulta poder optar por un cargo importante dentro de las
estructuras partidarias.
El arma más letal que tenemos las mujeres en contra de dicha exclusión es poner en práctica el
ejercicio de nuestra ciudadanía plena. Las mujeres debemos reconocer nuestros derechos y
obligaciones dentro de la sociedad y, por consiguiente, debemos participar activamente en todos los
procesos de esta. Ojo: esto no significa que las mujeres, por ser un sector históricamente marginado,
estamos por encima de la ley. Al igual que el resto de la ciudadanía, debemos sujetarnos a la ley y
optar por espacios de incidencia siguiendo los procesos establecidos por la misma. Al violar los
principios y regulaciones que establece nuestra Constitución estaremos destruyendo todos los logros
que nuestras antecesoras nos han heredado.

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