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Hacemos mal en diferenciar entre

pensadores optimistas y pesimistas,


cuando en realidad deberíamos
distinguir entre paradojicistas y no
paradojicistas. Los paradojicistas son
aquellos que ven a izquierda y derecha,
no solo se quedan con una parte de la
foto, sino que ven la película entera y
atienden que la realidad está llena de
colores y de fuerzas que luchan entre sí
cuando no es que colaboran. Los no
paradojicistas son los que tienen una
mentalidad fría, estática, rígida. No ven
más que aquella parte que quieren ver (y
la otra desde el reflejo que proyecta la
suya). Aceptar las paradojas es un acto
de humildad, de ruptura del marco de
creencias propio (por eso hay tan pocos
paradojicistas), pues supone que lo que
creías de algo no es, y lo contrario,
tampoco. Es algo más. Y ese algo más
exige que salgas de tu ombligo y te
eches a la calle (¡qué difícil con lo
cómodo que se anda por casa!, ¿verdad?).
La libertad tiene a un lado al liberal (a la
derecha o a la izquierda, tú decides), de
actitud gnóstica, platónica, idealista
(angelismo). Estos abrazan una idea de
la libertad abstracta, ¡les falta calle!
Dicen que la libertad es la posibilidad de
hacer lo que te dé la gana, mientras que
tus ganas no atenten contra las ganas de
los demás para hacer lo que les dé la
gana. Esta noción de libertad es
irrealizable, al menos, por dos razones:
(1), porque nuestras decisiones así sean
nuestras, también son de los demás; no
solo porque conviven con la de los otros,
a veces, incluso, sucumben ante ellas.
Me explico. Para un liberal, la actitud
de un ludópata no contravendrá nunca
su idea de libertad, pues entiende que no
hay ninguna autoridad que lo empuje a
hacer lo que hace, ni con su actuación
amedrenta la libertad de los demás. Se
alega que es libre, pues nadie manda en
su bolsillo salvo él mismo; lo que no te
dicen es que si bien en su bolsillo manda
él, en él mandan las tragaperras. ¿Te has
parado a pensar alguna vez cuántas de
las cosas que crees hacer por ti mismo
las haces en realidad en nombre de la
ignorancia, de la ideología o de la
inercia? (2) Por otro lado, tampoco
somos islas donde nuestras acciones
pululen en libertad, sin interferencias. El
acto de respirar impide a otro respirar el
aire que uno está respirando. Mis
decisiones estimulan, pero también
entorpecen la libertad de los demás; y es
solo un asunto de fineza percatarse de
ello. Los ladridos del perro de mi vecino
me fastidian, y nada puede hacer mi
vecino para remediarlo sin que uno de
los dos, o ambos, nos veamos
perjudicados. Al otro lado del espectro
andan los liberofóbicos. Estos creen que
la libertad, o no existe, o sucumbe a
manos de entidades superiores. Aquí
hay poco que discutir y muchos
ejemplos con qué ilustrar. Tenemos al
club Bilderberg, a Naciones Unidas, a
los judíos, a los masones, a George
Soros, e incluso a Henry Kissinger
(resucitado). Pero ¿por qué tantos se
afanan en creer algo tan perjudicial para
su felicidad? Porque así pueden quitarse
de encima el peso de cargar con su
libertad. Ya que la libertad es más
grande que uno mismo, al tener por
alimento cosas que se escapan de
nuestra mano, prefieren cederla a algo o
a alguien que han creído superior, así se
descargan del suplicio por llevar una
vida tan mal encaminada. Tanto los
liberales como los liberofóbicos tienen
algo en común: una idea irreal de lo que
significa ser libre. Unos, los primeros, la
idealizan; los segundos, reaccionan ante
el idealismo de los primeros, y la niegan.
Ambos atentan contra la libertad real
(¡el camino a tu mejor versión!,
¡recuérdalo!), pues se ponen de espalda a
la realidad. Y el que va contra la realidad
es enemigo de la libertad, y por ende,
socialista. Fíjate. Si me tiro a la piscina
creyendo que aprender a nadar es
aprender inglés solo porque el mejor
nadador es inglés, en algún momento
me veré gritando al socorrista (papa
Estado) para que salga en mi ayuda.
Para los liberales, la libertad real (no es
liberal) resulta ser autoritaria, pues deja
concurrir al Estado en el manejo de la
vida cotidiana, y esto les resulta
impensable; mientras que para los
liberofóbicos, la libertad es irreal, puro
cuento de hadas. Eso sí, si me dan a
elegir entre ambos males, me quedo con
los liberales. Pues, el liberalismo puede
ser el primer paso para la libertad,
mientras que el liberofobismo es
siempre el último paso contra ella.

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