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El huracán Irma en St.

Martin/2017:

cuatro personas murieron y decenas resultaron heridas Del otro lado, en San Bartolomé,
otras siete perdieron la vida.

El rey Guillermo de Holanda y el presidente francés Emmanuel Macron viajaron a la isla para
recorrer la parte holandesa y francesa, respectivamente.

Jupiterino

Originariamente se consideró a Júpiter un dios del cielo, del clima y los ciclos agrarios. Con
el tiempo adoptó atributos acordes al Estado romano, la justicia, el derecho y la autoridad
de las leyes, aunque conservó elementos de su anterior concepción, como el de ser portador
del rayo al igual que Zeus en la mitología griega; y, al igual que él, finalmente se convirtió
en el dios de los dioses

La palabra latina Iuppiter (Júpiter) proviene de las raíces indoeuropeas dyu-, que significa
"luz", y piter, que hace referencia a pater, y que significa "padre"; es decir: El padre de la
luz.

Página 5: ¿a qué tiende el macronismo, más allá de exaltar la personalidad de Macron?

Que sea éste

Por Juan Forn

Un hombre cualquiera, al que vamos a llamar Emmanuel Carrère, está de vacaciones en un


hotel en las playas de Sri Lanka, con su mujer y su hijo, cuando sobreviene el terrible
tsunami de 2004. Los tres salen ilesos, pero una joven pareja que se les sentaba a la mesa
de al lado en cada comida pierde a su pequeña hija. El hotel y la zona quedan aislados.
Todo es atroz. Hay cientos de muertos y los vivos los tienen en sus caras. La pareja que
perdió a su hija es francesa, como Carrère y su mujer; la nena muerta tenía casi la misma
edad que el hijo de la mujer de Carrère. Casi sin conocerse, las dos parejas pasan a ser
familia, en la aciaga tarea de recuperar el cadáver y dar sostén y acompañar en el dolor.
Están tan íntimamente próximas y tan radicalmente distanciadas como es posible estarlo:
una pareja salió ilesa, a la otra le pasó lo peor. En determinado momento, en una caótica
sala de hospital, mientras esperan por el cadáver de la niña, asisten al encuentro de una
mujer con el esposo que creía muerto. La sala entera queda en silencio contemplando cómo
ese hombre y esa mujer se tocan el rostro y se miran atónitos a los ojos y lloran. Incluso la
pareja que ha perdido a su hija se queda contemplando la escena, por un instante idos de
su terrible realidad. Cuando Carrère y su mujer se echan a descansar por primera vez, horas
antes de abordar el avión que los devuelva a Francia, lo único que puede pensar él, como
un mantra protector, es un anhelo desesperado: que un día esa mujer a la que abraza sea
vieja, y él también, y siga queriéndola. Que sigan vivos, que sigan juntos, como en esa
cama, en ese momento.

Dos meses después, ya en París, la mujer de Carrère recibe la noticia de que su hermana
menor tiene cáncer, y es fulminante y sin esperanzas. La hermana tiene 38 años, marido y
tres hijas pequeñas. Es jueza en una pequeña ciudad de provincia. Es, además, feliz. A los
quince años zafó del primer zarpazo del cáncer, pero ese zarpazo le llevó una pierna. Eso
definió su vida. Se hundió en los libros de Derecho, creyó que no tenía posibilidad de ser
feliz hasta que apareció alguien que no la quería porque fuera lisiada ni a pesar de que
fuera lisiada: simplemente la quería. El Derecho y ese hombre que le dio tres hijas son la
vida de ella. Una vida pequeña, burguesa, de provincia, que acaba de entrar en brutal y
acelerada cuenta regresiva. Los médicos le han explicado cómo será. La joven jueza encara
su muerte con la parsimonia con que encaró cada juicio que le tocó presidir. Carrère y su
mujer asisten a ese rito de despedida: llegan para verla despedirse paso a paso de sus
pequeñas hijas y morir abrazada por el hombre que la amó totalmente (a quien ella le pide:
“Diles que luché, que hice todo lo que pude para no dejarlas”).

Carrère tuvo delante, en breves meses, las dos cosas que más miedo dan en este mundo: la
muerte de una hija pequeña para sus padres y la muerte de una mujer joven para su
marido y sus hijos. “La vida me hizo testigo de esas desgracias una tras otra y me
encomendó, o al menos así lo he entendido, dar testimonio de ello.” ¿Por qué dice eso
Carrère? Porque, después del entierro de la jueza, conoce a un colega de la difunta, un
hombre que es de la edad de ella y es juez como ella, y está felizmente casado y tiene hijos
pequeños como ella, y es lisiado y víctima del cáncer como ella: ese hombre convoca a la
familia para explicarles qué clase de juez fue la jueza y cómo fue la vida para ella, tal como
se la confesó a la única persona en el mundo a quien podía contarle todo sin temer
despertar lástima, compasión. La manera en que ese hombre les habla “no era serenidad, ni
sabiduría, ni dominio de sí mismo, sino una forma de apoyarse en su miedo y desplegarlo.
Era todo lo que siendo él no era él: lo que lo superaba, lo inspiraba, lo maltrataba y lo
salvaba, y a lo que poco a poco había aprendido a dejar actuar”.

Hay experiencias que nos enseñan algo inequívocamente. Incluso la vecindad con ciertas
experiencias puede enseñarnos algo inequívocamente. Es asombroso que eso pueda ocurrir
a través de la palabra. Eso es lo que siente Carrère cuando lo ve ocurrir delante de sus ojos,
en las palabras de ese joven juez lisiado. Porque ese hombre que mira a la muerte de frente
habla como debería hablar la literatura, como alguna vez habló. Así intenta Carrère que
hable el libro que escribe, un libro que en francés se llamó De otras vidas que la mía (en
castellano se llama, más escuetamente, De vidas ajenas). Viene la desgracia y pasa su
guadaña y qué queda. Hay una escena en el libro en que la jueza lisiada entra por primera
vez en la oficina del juez lisiado. Al verla, éste se sonríe y se alza de su escritorio con sus
muletas, para que las vea la mujer en muletas que tiene enfrente. Carrère dice: “Se
reconocieron al instante”. Yo creo hace mucho en las hermandades que produce la
desgracia: el nivel de comunicación casi absoluta que se da de pronto entre hermanos de
desgracia. Carrère encuentra nombre a lo que estuvo asistiendo, a través de las palabras de
aquel juez. Se reconoce al instante, como se reconocieron esos dos jueces. Se siente
adentro de la escena, como todos aquellos que miraban a la pareja reencontrada en aquel
hospital de Sri Lanka, como la familia de su mujer mirando a la jueza decir a su marido,
poco antes de partir por última vez al hospital, cuando la hija menor, que es un bebé, pide
que la alce la madre: “No tiene que acostumbrarse a mí porque después me echará más en
falta”.

Hay ciertos libros capaces de producir lo mismo que nos hace la desgracia, la enfermedad,
la muerte, cuando nos pasa cerca, cuando nos semblantea. En ambos casos hacen que nos
importe más lo que nos asemeja a las demás personas que lo que nos distingue de ellas.
Quizá sea imposible vivir ahí siempre, o incluso estar ahí seguido, pero cuando ocurre es
estremecedor, nos queda grabado en el adn. Lo que nos asemeja a los demás por encima
de lo que nos distingue de ellos. Lo que aprendemos entre todos es lo más valioso que se
puede aprender, porque no lo sabemos solos: sabemos que otro lo sabe también. Esa
ceremonia logra Carrère que ocurra en su libro. El juez, la jueza, su viudo con tres hijas
pequeñas, la pareja que perdió a su hijita, el aleteo de esa mariposa negra que es la
desgracia, y nosotros, los demás. Hay otras vidas que no son la nuestra. Si van a leer un
solo libro este año, que sea éste.

CIENCIA EN LOS MEDIOS - TRASTORNO BIPOLAR: LA BÚSQUEDA DEL


EQUILIBRIO ENTRE LA MANÍA Y LA DEPRESIÓN

La excitación y la euforia es seguida de tristeza y desgano. Los cambios en el estado de


ánimo son repentinos y afectan la calidad de vida de los pacientes. Los fármacos y la
psicoterapia contribuyen a lograr estabilidad.

Publicado en Página 12. 18/04/2022

Por Pablo Esteban

La bipolaridad es un trastorno mental que se caracteriza por cambios extremos en el estado


de ánimo: los períodos de tristeza y depresión, se intercalan con los de excitación y manía, y
también con lapsos de estado de ánimo normal. De esta manera, al encierro y la falta de
interés en el mundo, le suceden la euforia, la intensidad y la irritabilidad. Y se relevan, en la
mayoría de los casos, de manera repentina. Los cambios en el estado de ánimo y el
comportamiento provocan un gran sufrimiento en el paciente, así como también en la
familia que lo rodea.
Virgina Woolf, Edgar Allan Poe, Friedrich Nietzsche y Vincent Van Gogh sufrieron de
bipolaridad.

Si bien se desconocen las causas que desencadenan el trastorno, se consideran dos


aspectos. Uno biológico: aunque falta el respaldo de evidencia científica robusta, algunos
trabajos han sugerido una relación entre la bipolaridad y modificaciones físicas en el
cerebro. Uno genético: su emergencia es más frecuente en individuos que tienen un familiar
cercano (padres, madres, hermanos/as) con dicha enfermedad. Asimismo, existen dos tipos
de bipolares: el 1, que experimenta un episodio de ánimo elevado seguido de depresión; y
el 2, que experimenta varios episodios depresivos seguidos de uno maníaco más leve
(hipomanía). La dificultad para el diagnóstico radica en que las personas con el trastorno no
suelen advertir la manera en que dicha inestabilidad emocional transforma sus vidas.

Aunque, como toda enfermedad psiquiátrica se presente en el espacio público como


marginal, según la Organización Mundial de la Salud, afecta a 45 millones de personas en
todo el planeta, el equivalente a la población total de Argentina. Edgar Allan Poe, Vincent
Van Gogh y Edvard Munch, entre las personalidades más célebres que, a lo largo de la
historia, parecen haberla padecido. Emmanuel Carrère, el best seller francés, que hoy utiliza
la escritura como medio para narrar el trastorno que sufre.
La manía y la depresión

La manía, que se caracteriza por la combinación de períodos de desmesurada energía,


optimismo, nerviosismo y sensación exagerada de bienestar, provoca problemas y dificulta
las relaciones laborales y afectivas. El paciente, durante este lapso, suele
tener comportamientos extraños vinculados a las compras compulsivasy tiende a tomar
malas decisiones sexuales. Incluso, la generación de alucinaciones puede conducir a una
desconexión con el contexto y, en última instancia, requerir de hospitalización.

La psicóloga y profesora de psiquiatría en la Johns Hopkins University en Estados


Unidos, Kay Jamison, en su libro “Una mente inquieta” (Tusquets, 1995), relata cómo la
manía constituye un estado de una plenitud, beatitud y un sentimiento de poder que, en sí
mismo, es muy adictivo. Sin embargo, al mismo tiempo es muy destructivo, en la medida en
que se pierde la inhibición, los filtros y el registro del contacto con la realidad. “Las personas
suelen tener ideas delirantes, megalómanas, de sentirse alguien especial, designado por
Dios, un profeta”, explica el psiquiatra Federico Pavlovsky.

La depresión, cuyos rasgos son la tristeza, la desesperanza, el sentimiento de inutilidad y


hasta el desarrollo de ideas suicidas, también obstaculiza las relaciones con sus seres
queridos y demás conocidos. El individuo se encierra en sí mismo, evita el contacto y pierde
el interés en todas las actividades. Incluso se despega de aquellas que hasta hace un
momento le producían satisfacción. “La fase depresiva se caracteriza por una gran
intensidad y dolor. Si bien el trastorno bipolar comienza con manías, luego culmina teniendo
más depresiones que manías; se constituye en un estado de melancolía, angustia y
desesperanza”, dice Pavlovsky. Según se estima en la literatura médica, el trastorno se
asocia con un índice de suicidio del orden del 15 por ciento, un valor 30 veces superior en
comparación con lo observado en la población general.

Si bien el trastorno bipolar es una condición que acompaña al paciente durante toda la vida,
existen tratamientos en base a medicamentos (estabilizadores de estado de ánimo) que,
combinados a la asistencia psicológica, producen buenos resultados. Desde aquí, apunta
Pavlovsky: “La psicofarmacología ha ayudado mucho a mejorar la calidad de vida de muchos
pacientes. El litio es un fármaco que se empleaba a mediados del siglo XX y se sigue usando
con éxito”. La comunicación fluida de los profesionales de la salud con los pacientes y con
sus familiares es decisiva. De hecho, aquellas personas que reciben contención profesional y
afectiva pueden sortear de manera más adecuada los problemas.
Famosos y tabú

“El médico griego Areteo de Capadocia, en el siglo II, ya hablaba de variaciones muy
notables de estado de ánimo en algunos pacientes. Más acá en el tiempo, hace unas
décadas, se comenzó a hablar de trastorno bipolar”, relata Pavlovsky. Desde Edgar Allan
Poe y Vincent Van Gohg, pasando por el filósofo Friedrich Nietzsche, hasta el pintor Edvard
Munch y la prolífica autora Virginia Woolf, afrontaron dicho trastorno que, en el presente,
afecta al dos por ciento de la población.

En la actualidad, uno de los más famosos es el escritor y periodista best-seller Emmanuel


Carrère que, en su libro Yoga (Anagrama, 2021), narra cómo fue el momento en que recibió
el diagnóstico. “Al principio te sublevas, yo me sublevé diciendo que el trastorno bipolar es
uno de esos conceptos que de pronto se ponen de moda y que se aplican a todo y a
cualquier cosa”. Y continúa con la descripción de su experiencia: “Luego adviertes que
encaja perfectamente. Que toda tu vida has estado sujeto a esa alternancia de fases de
excitación y de depresión que por supuesto nos acaecen a todos”. Fases de alternancia que
caracterizan a todos, pero en que en las personas bipolares “esos altos son más altos y los
bajos son más bajos que la media”. Los cambios de ciclo se vuelven mucho más marcados.
Rotundos.

El 30 de marzo fue el Día Mundial del Trastorno Bipolar. Acumular efemérides sirve para
visibilizar el estigma que acompaña a las enfermedades mentales: a diferencia de cualquier
otra afección de salud, los trastornos mentales se asocian a mayor velocidad con etiquetas
sociales, que redundan en la marginalidad y la vergüenza. Carrère, quien obtuvo en 2021 el
Premio Princesa de Asturias de las Letras, señala: “Ya no soy yo sino la enfermedad la que
ejerce poder sobre mí. La enfermedad me miente, la enfermedad me engaña. Cuanto más
crea que voy bien, que controlo mi vida, que cabalgo la ola, tanto más me engañe y más
eficaz mente propicié la inmersión depresiva que sigue a los islotes de bienestar y
confianza”.

pablo.esteban@pagina12.com.ar

Emmanuel Carrère, el tormento y el éxtasis

Conspicuo representante de la "novela del yo", el Princesa de Asturias al escritor


francés es justo reconocimiento a una obra que refleja la perplejidad y angustia
de una época exenta de certezas
EMMANUEL CARRÈRE PREMIO PRINCESA DE ASTURIAS DE LAS LETRAS

Rafael Narbona

Emmanuel Carrère (París, 1957) es uno de los más conspicuos representantes de lo que se
ha llamado la "novela del yo", un género que ha nos ha proporcionado obras de indudable
interés y otras completamente innecesarias. En realidad, todos los escritores alimentan sus
creaciones con sus experiencias personales. Detrás de cada página de Proust, hay una
vivencia más o menos maquillada. Puede decirse lo mismo incluso de Borges, sumamente
pudoroso en lo referido a su intimidad. El famoso “Madame Bovary soy yo" de Flaubert
constituye la médula de la literatura. La novela del yo ha llegado más lejos, reproduciendo
con fidelidad notarial los eventos personales.

Esa forma de proceder implica algo de exhibicionismo, un reproche absurdo dirigido a un


escritor, pues escribir siempre es un acto levemente impúdico, y una irritante tendencia a la
indiscreción. Carrère, que acaba de recibir el Premio Princesa de Asturias las Letras, es un
exhibicionista autocomplaciente y un indiscreto sin mala conciencia. Su literatura es un acto
de canibalismo, pues convierte la vida propia y ajena en un festín público. Su concepto de la
literatura le ha causado bastantes disgustos y algún proceso penal, pero hay que decir que
siempre se ha mostrado más sensato y razonable que Houellebecq, príncipe de la
incorrección y la impertinencia.

La literatura de Carrère adquiere una especial profundidad cuando narra su experiencia con
el cristianismo y su peregrinaje por las cumbres y abismos del trastorno bipolar. Con una
prosa sencilla, directa, casi periodística, muy alejada de las prestidigitaciones y ejercicios de
estilo de los grandes escritores franceses, como Michel Tournier o Marguerite Yourcenar,
Carrère escarba en los orígenes del cristianismo en El Reino, mitad autobiografía, mitad
pesquisa histórica y teológica.

En su juventud, Carrère sufrió una crisis existencial y filosófica a causa de un fracaso


matrimonial y una vocación literaria llena de altibajos. Inspirado por el ejemplo de
Jacqueline, su madrina, una joven viuda con una rica y profunda espiritualidad que
sintetizaba las enseñanzas del cristianismo, el yoga y el budismo, experimentó una
conversión al catolicismo que duró tres años. A punto de cumplir los treinta y tres, sintió que
abrazar la cruz le había librado del miedo y el pesimismo, si bien dejaba abierta la puerta al
sufrimiento. Sufrir era inevitable, pero cuando le atribuyes un sentido, la carga que soportas
se vuelve ligera.

El autor francés es un exhibicionista autocomplaciente y un indiscreto sin mala conciencia.


Su literatura es un acto de canibalismo

Durante esta etapa, el escritor lee sistemáticamente a los grandes escritores católicos:
Bernanos, Léon Bloy, Edith Stein, Pascal. También se familiariza con los autores que viven la
fe de una forma más heterodoxa, como Simone Weil. Adquiere la costumbre de leer y
comentar a diario el evangelio de san Juan, pero al cabo del tiempo se abren paso la
desilusión y el escepticismo. La historia de Thérèse de Lisieux le produce espanto y tristeza.
Piensa que el catolicismo se nutre del odio al cuerpo, de la culpabilidad patológica y del
desprecio por la razón.

Deprimido, acude a un psicoanalista, plateándole el dilema de Dostoyevski: si Dios es


omnipotente, ¿cómo permite el sufrimiento de los inocentes? La muerte de un niño es una
injusticia clamorosa que insinúa la inexistencia de Dios o su repelente perversidad.
Finalmente, se aleja de la fe, considerando que Dios solo es el invento de una especie
atormentada por su propia fragilidad. Me pregunto si el escritor francés ha leído a Rilke o
Etty Hillesum, con una imagen de Dios mucho más compleja. Ambos nos invitan a pensar en
Dios como un ser menesteroso e inacabado que necesita la ayuda del ser humano. Las
reflexiones teológicas de Carrère son bastante superficiales. No se puede decir lo mismo de
la forma de narrar su periplo por la fe, salpicada de humor, ingenio y estupor.

El fervor religioso y el desencanto de Carrère no pueden disociarse de su temperamento


hondamente depresivo. Después de unos meses de negligencia en el aseo y la alimentación,
atonía vital y fantasías suicidas, el escritor fue ingresado en un hospital psiquiátrico, donde
se le diagnosticó bipolaridad. Los psiquiatras decidieron someterle a la terapia
electroconvulsiva (TEC), lo cual no le provocó una mejoría significativa, pero sí le ayudó a
distanciarse progresivamente del deseo de morir.

Carrère cuenta su experiencia en Yoga, su última obra, una especie de dietario donde
describe la depresión como “un horror inefable, indescriptible, innombrable y, aunque no
existe la palabra, da igual, la invento: inmemorable. Cuando ya no lo vives no puedes
acordarte de aquello, afortunadamente”. Carrère considera que la TEC le salvó la vida, pero
admite que tres años después su memoria es “un campo en ruinas”, pues la electricidad que
atraviesa el cerebro se cobra un alto precio, aniquilando infinidad de neuronas.

Carrère no es Baudelaire. No es sublime sin interrupción. Solo es un hombre que escribe


para soportar la carga de la existencia

Admite que en algunos aspectos se ha convertido en una “fantasma” al que sus amigos
contemplan con inquietud. No le cuesta trabajo reconocer que no ha sido una persona
ejemplar: “Nadie ha podido en mi amor con absoluta confianza”. Carrère no profundiza
demasiado en el trastorno bipolar, intentando explicar las causas de la enfermedad y las
distintas formas de abordarla. De nuevo, se revela como un buen narrador, pero no baja
hasta el fondo, limitándose a referir las turbulencias de la superficie.

El talento de Carrère chisporrotea en Limónov, el retrato de un aventurero sin escrúpulos, y


en Conviene tener un sitio adonde ir, un conjunto de piezas sobre vidas rotas. El Premio
Princesa de Asturias de las Letras es un justo reconocimiento a una obra que refleja la
perplejidad y angustia de una época exenta de certezas. Carrère no es Baudelaire. No es
sublime sin interrupción. Solo es un hombre que escribe para soportar la carga de la
existencia, con su cortejo de dudas, fracasos y miedos. Es fácil identificarse con él.

Quizás por eso sus libros circulan de mano en mano, a medio camino entre el best seller y la
novela del yo. Tal vez nunca llegue a estar en la biblioteca de La Pléiade, pero todo el que
quiera conocer y comprender este tiempo de incertidumbre y desengaños deberá leer sus
libros. Testigo de su época, su vida y su obra serán recordadas como un incansable tránsito
entre el tormento y el éxtasis.

La novela "Yoga" es un punto de inflexión en la obra del escritor francés

Emmanuel Carrère: "Lo que escribo es quizás narcisista y vanidoso, pero no


miento"

El autor de Limónov, uno de los grandes renovadores de la no ficción, tuvo que apelar al
corsé de la ficción para llenar el vacío de lo que debió borrar: todo lo vinculado con el
matrimonio y el divorcio con la periodista Hélène Devynck. Lo mejor de Yoga aparece
cuando Carrère vuelve a sumergirse en la descripción de sí mismo, narrando el proceso de
su profunda depresión y su internación en un hospital psiquiátrico.

Por Silvina Friera

8 de junio de 2021 - 01:25


La literatura de Carrère "es el lugar donde no se miente", según expresó el propio escritor. .
Imagen: EFE

El librito risueño y sutil que Emmanuel Carrère quería escribir sobre una disciplina física y
mental que se originó en la India (y que él practica hace muchos años) se transformó
radicalmente por las experiencias que debió afrontar: una profunda depresión, con ideas
suicidas, que desembocó en una internación durante cuatro meses en un hospital
psiquiátrico, con diagnóstico de trastorno bipolar. Y el divorcio con la periodista Hélène
Devynck, quien asestó un duro golpe al corazón de “la novela de lo real” del escritor francés
con la prohibición de que ella aparezca en la obra de su exmarido. Ese agujero negro se
siente en Yoga (Anagrama), un libro bisagra en la obra de Carrère porque el hombre que
renovó la no ficción tuvo que apelar al corsé de la ficción para llenar el vacío de lo que debió
borrar. El resultado es una novela que contiene varias novelas desparejas, aunque el texto
del escritor francés se vuelve deslumbrante cuando se sumerge en la tempestad, en lo que
él mismo llama “historia de mi locura”.

Convertirse en un escritor original, su obsesión juvenil, sigue siendo el principal deseo


del autor de Limónov (2012). Los escritores que escriben lo que les pasa por la cabeza son
sus preferidos. “Montaigne es nuestro santo patrón porque hace exactamente eso, escribir
lo que se le ocurre, con la más absoluta indiferencia por la opinión de la gente”, plantea
Carrère y cita en la novela un fragmento de su santo patrón: “Es una empresa espinosa
seguir una andadura tan vagabunda como la de nuestro intelecto, penetrar en sus pliegues
interiores, escoger y plasmar tantas apariencias insignificantes de sus agitaciones. Hace
varios años que soy yo mismo el objeto de mis pensamientos, que solo me estudio y me
examino a mí mismo, y si estudio otra cosa es para aplicármela de inmediato...No hay una
descripción de igual dificultad y tan útil como la descripción de uno mismo”. En esta
cuestión, en describirse a sí mismo, no hay como Carrère. De lejos es el mejor escritor.

El problema en Yoga no es que escribir todo lo que se le ocurre a Carrère “sin


desnaturalizarlo” sea como observar la respiración sin modificarla. El principal obstáculo es
que el hecho de que no puede mencionar ni incluir a su exesposa como personaje (como lo
hizo en otros libros, por ejemplo De vidas ajenas) genera un agujero negro en la novela de
lo real. Un agujero que se intenta disimular erráticamente con ficción. Y ahí, cuando apela a
la ficción, se notan los límites. En la ficción tropieza con una versión deslucida como escritor.
El personaje de Frederica Mojave, que da un taller de escritura creativa en la isla griega de
Leros a chicos refugiados, tres afganos y un paquistaní, una profesora jubilada que ahoga
en altruismo su desengaño amoroso con un bajista de jazz holandés, destila demasiada
obviedad en su construcción. Es como si el escritor francés hubiera intentado mirarse en el
espejo sufriente de una mujer a la que no logra observar en profundidad. Se queda solo en
una superficie un tanto maniquea. Además, cuando no sabe cómo resolver el asunto de
Erica, el personaje decide viajar a Australia para visitar a un hijo que no ve hace como diez
años. Entonces la despacha y la saca del escenario de Yoga. El fuerte de Carrère,
evidentemente, no es la ficción.

Aun cuando desbarranca con estos injertos de ficción, tiene momentos en los que alza
vuelo, como cuando describe cómo toca la joven Martha Argerich la “Polonesa heroica” de
Chopin. “Estamos en los 5’15”, quince segundos antes de los 5’30” (…) y he aquí lo que
sucede: son las últimas notas de la guirnalda antes de que vuelva el tema, grandioso y
festivo, en el lado derecho del teclado, en el lado derecho de la pantalla. El retorno del tema
transporta a Martha Argerich, que lo aborda como un surfista la ola. Se abandona
totalmente, ya no se mantiene en el encuadre, con una sacudida desplaza la cabeza hacia la
izquierda con su mata de pelo negro, desaparece un instante y cuando vuelve dentro del
encuadre, después del cimbreo de la cabeza, Martha Argerich sonríe. Y entonces... Esa
sonrisa de niña dura muy poco tiempo, esa sonrisa que viene de la infancia y de la música,
esa sonrisa de pura alegría. Dura exactamente cinco segundos (…), pero en esos cinco
segundos vislumbramos el paraíso. Ella lo ha visto durante cinco segundos, pero son
suficientes, y al mirar a Martha Argerich tienes acceso a él. A través de Martha Argerich,
pero tienes acceso. Sabes que existe”.

El lugar donde no se miente

La tercera parte de Yoga, titulada “Historia de mi locura”, es donde el propio escritor se


pregunta “¿Qué debo callar?”. Hay una sola convicción que tiene Carrère respecto al género
de literatura que él practica: “es el lugar donde no se miente”. “Lo que escribo es quizá
narcisista y vanidoso, pero no miento –aclara-. No puedo decir de este libro lo que
orgullosamente he dicho de otros varios: ‘Todo lo escrito es cierto’. Al escribirlo debo
desnaturalizar un poco, trasponer y borrar otro poco, sobre todo borrar, porque puedo decir
de mí lo que quiera, incluidas las verdades menos halagüeñas, pero no de otras personas.
No me arrogo el derecho y no abrigo en el fondo el deseo de contar una crisis que no es el
tema de este relato, y por eso voy a mentir por omisión y a abordar directamente las
consecuencias psíquicas y hasta psiquiátricas que esta crisis ha tenido para mí y
exclusivamente para mí”.

Después de la advertencia de la mentira por omisión, ese hombre que se define como
narcisista, inestable, “lastrado por la obsesión de ser un gran escritor”, examina la locura a
través de su internación en el hospital Sainte-Anne. Al principio se sublevó al diagnóstico de
la bipolaridad argumentando que es uno de esos conceptos que se ponen de moda y que se
aplican a todos y a cualquier cosa. Después al leer sobre el tema y repasar su vida
comprendió que estuvo sujeto a alternancias de fases de excitación y depresión. El escritor
francés transcribe fragmentos de su historia clínica: “Episodio depresivo caracterizado, con
elementos melancólicos e ideas suicidas en el marco de un trastorno bipolar el tipo 2”. En la
parte aparentemente “más documental” es donde llega más lejos. Donde se hunde hasta el
fondo de la experiencia. El tratamiento empieza con la administración de ketamina dos
veces por semana. “Tumbado en la cama, estás consciente, plenamente consciente. Notas
el transcurso del tiempo. Oyes al médico y a la enfermera hablar a media voz. Tienes la
impresión de que están lejos, muy lejos, abajo, perdidos en el paisaje sobre el que flotas. A
la deriva. Lo ves todo. Estás totalmente tranquilo, estás perfectamente bien, te gustaría que
esto no acabara nunca”.

El mejor Carrère emerge en el momento en que narra el infierno del tratamiento, con
avances y retrocesos. Conmueve, por ejemplo, cuando ante la mala tolerancia a la
ketamina, reflexiona lo siguiente: “si soy honesto debo avisar a cualquier mujer que entre
en mi vida (…) Debe saber que el hombre maravilloso del que se ha enamorado –porque
puedo ser maravilloso, créanme-- corre el riesgo de transformarse, en cuestión de minutos,
en un depresivo catatónico o, peor aún, en un enemigo. Si no quiero hacer sufrir, en
adelante el amor me está prohibido. Se ha acabado el amor”. Tal vez no es tanto la
“renuncia” al amor lo que impacta (algo que él mismo intuye no podrá sostener), sino ese
“créanme”, dirigido a sus lectoras y lectores, como último vestigio de lo que podría ser y no
es por la bipolaridad.

Llora, Carrère. Dice que se quiere morir y aunque sabe que el trabajo de los médicos no es
matarlo él suplica que lo hagan. Entonces recurren a “la artillería pesada”, a lo que en otro
tiempo se llamaba electroshock y que hoy se llama TEC, terapia electroconvulsiva. El propio
escritor reconoce que la TEC le salvó la vida, pero le ocasionó “trastornos mnésicos
crecientes”. Aunque le advierten que es pasajero, Carrère confirma que su memoria, tres
años después de la TEC, continúa siendo un campo en ruinas. Por sugerencia de un amigo,
comenzó a aprender poemas para reactivar las neuronas. Después de Sainte-Anne, llegó la
lectura de poesía: la antología de poesía francesa de Jean-François Revel también le salvó la
vida.

La vida de los otros

Cuando se retrata a sí mismo, elige qué narra y que calla. Sería ingenuo creer que lo cuenta
todo o que es despiadado consigo mismo por exceso de sinceridad. Mostrar sus propias
miserias es parte del personaje que vino construyendo libro tras libro. Pero no es lo mismo
cuando escribe sobre los demás. Carrère (París, 9 de diciembre de 1957) publicó dos
novelas con ficción El bigote (1986) y Una semana en la nieve (1995), hasta que se cruzó
con una historia que cambió su trayectoria como escritor. Se trata de Jean-Claude Romand,
el protagonista de uno de sus libros más conocidos, El adversario (2000). A principios de los
años 90, Romand asesinó a su mujer y a sus dos hijos, además de sus padres, porque temía
que su familia se enterara de su gran engaño: durante veinte años vivió como si fuera un
exitoso médico con un alto cargo en la OMS y una acomodada vida de clase media alta en
una tranquila ciudad de provincias cercana a la frontera con Suiza. Todo era falso.

Luego publicó Una novela rusa (2007). “Allí me puse al desnudo, muy bien, es cosa mía,
pero infligí el mismo tratamiento a dos personas, a mi madre, que temía que yo revelase un
secreto de familia, y a mi compañera de entonces, de la que expuse su intimidad afectiva y
sexual con el pretexto de que me pertenecía tanto como ella porque estaba
inextricablemente mezclada con la mía. Esta doble revelación causó sufrimiento pero no una
catástrofe, a Dios gracias. Aun así, traspasé una línea que no debería haber traspasado”,
reconoce el escritor en Yoga. “El libro que escribí después, De vidas ajenas, narraba la
intimidad de varias personas, pero les hice leer el manuscrito antes de su publicación y ellas
lo validaron, de modo que ese libro, que trata de sucesos tristes y hasta terribles, lo escribí
con serenidad y es con mucho mi preferido porque me dio la ilusión, compartida por
numerosos lectores, de ser un hombre bueno”.

La novela de lo real, como se refiere Carrère a lo que escribe, encontró su frontera en Yoga.
La periodista Hélène Devynck fue la pareja del escritor entre 2003 hasta 2018. Durante el
proceso de divorcio, que culminó en 2020, Devynck logró que la justicia avalara el pedido de
no figurar más en las obras de Carrère sin su consentimiento. El escritor no cumplió.
Encontró una manera de incluirla, a través de un fragmento de De vidas ajenas, en el que
ella aparece mencionada. Las reglas del juego cambiaron, pero el escritor burló el acuerdo.
“¿Es el artista famoso y admirado un ser divinizado que, a diferencia de los mortales
ordinarios, no está sujeto a sus propios compromisos?, se pregunta Devynck en una carta
que publicó en la revista Vanity Fair, en septiembre de 2020. “Emmanuel y yo estamos
atados por un contrato que le obliga a obtener mi consentimiento para utilizarme en su
obra. Yo no he consentido el texto tal como ha aparecido --explica la periodista--. Durante
los años que vivimos juntos, Emmanuel podía utilizar mis palabras, mis ideas, sumergirse en
mis duelos, mis penas, mi sexualidad: estaba enamorado y el trabajo que pedía en sus
libros aseguraba que mi persona era representada de una manera que nos convenía a los
dos”. En esa carta Devynck agrega: “Por haber dicho ‘si’ en el pasado, ¿ya no podría decir
‘no’? ¿No tendría yo derecho a estar separada y ser hasta la muerte, el objeto de escritura
fantaseado de mi exmarido?”.

Carrère se inscribe en “la lamentable y magnífica familia de los nerviosos”, como decía
Proust. Para el autor de El Reino (2015), libro en que combina su conversión al cristianismo
en un momento de crisis personal con la historia de Pablo el Converso y Lucas el
Evangelista, propone que los nerviosos, los melancólicos, los bipolares “somos la sal de la
tierra, los que nos pasamos la vida luchando contra eso ‘perros negros’ de los que hablaba
Winston Churchill, otro gran depresivo”. La experiencia de lectura de Yoga quizá provoque
algo parecido a lo que sucede con la meditación: lo que quieres asir se te escapa en el
instante que quieres asirlo. Aun en una versión que no lo favorece (no es su mejor libro),
Carrère es de esos escritores que ejercen un influjo centrípeto: cuanto más se desnuda, más
insoportablemente vivo está. Perder es la mejor manera de ganar.

Ejercicios de dactilografía
Paul Otchakovsky-Laurens, el editor de Emmanuel Carrère durante treinta y cinco años,
murió el 2 de enero de 2018. Yoga es el primer libro que sale por P.O.L, la editorial de
Otchakovsky-Laurens, sin que el editor lo haya leído. Carrère recuerda que fue en la Feria
del Libro de Guadalajara en 2017, cuando recibió el Premio FIL de Literatura en Lenguas
Romances, que su editor descubrió que él escribió todos sus libros tecleando “con un dedo”,
el índice derecho, sin ayudarse siquiera con el izquierdo o el pulgar para la barra
espaciadora. Carrère intenta ahora usar los diez dedos, una práctica que le augura que, si
persevera, pronto podrá teclear sin mirar el teclado y luego sin mirar tampoco la pantalla.
“Cosas que te parecían imposibles, absoluta y definitivamente fuera de tu alcance, poco a
poco se vuelven posibles, casi sin darte cuenta”, confiesa el escritor. Carrère, que pasa seis
horas encerrado en su habitación, cuando todo el mundo se baña o se pasea, dice que lo
hace no para escribir un libro, sino para teclear: “No escribo: hago ejercicios de
dactilografía”.

Carrère, de cuento infantil a distanciado relato de terror

3 Septiembre 2014

Emmanuel Carrère, "Una semana en la nieve" (Barcelona, Anagrama, 2014, 163


págs.)

En 2002, en "El adversario", el escritor francés Emmanuel Carrère contó la historia real
de un impostor que se convierte en criminal, un falso médico que al saberse descubierto
mató su esposa, sus hijos, sus padres y su amante, a quien entrevistó en la cárcel. Con ese
libro, Carrère se instalaría en lo que Truman Capote con "A sangre fría" definió
como "non fiction novel" o "novela testimonio". Y con los libros siguientes ("Una
novela rusa", "De vidas ajenas" y "Limonóv") pasaría formar junto
a Houellebecq, Echenoz y Binet, el grupo de los escritores más importantes de las letras
francesas de nuestro tiempo. Antes de esas obras, Carrére, que además de escritor es
guionista y realizador, había publicado cinco novelas de características tradicionales, que
últimamente han comenzado a aparecer en español. Una de ellas es "Una semana en la
nieve" ("La Classe de neige") publicada en 1995, que ese año ganó el Premio Femina, y
tres años más tarde fue llevada al cine por Claude Miller, conquistando el Premio especial
del jurado del Festival de Cannes, 1998.

"Una semana en la nieve" trata de unas breves vacaciones en que un colegio lleva a
alumnos de la primaria a un albergue en un pueblo de montaña desde donde los chicos
salen a conocer la nieve y aprender a esquiar. Nicolás, un apocado chico de 8 años, llega
con retraso al encuentro escolar, porque en vez de viajar en ómnibus con sus compañeros,
es llevado por su autoritario padre, que trabbaja como vendedor y representante de
instrumentos quirúrgicos. Al llegar al albergue, Nicolás se olvida en el baúl del auto de su
padre la mochila con su ropa y tiene que ser ayudado a vestirse con la que le ofrece el más
bravo de sus compañero, y otra que le compra un maestro. Su padre le ha contado durante
el viaje una historia siniestra de hombres que matan a chicos para robarles los órganos y
entregarlos a traficantes. Nicolás es un chico temeroso, emocionalmente disminuido, el
pobrecito de la clase. Teme hacerse pis en la cama, y cree que una polución nocturna es
también eso. Por la noche se ve atrapado en pesadillas y, durante el día, alejado de sus
compañeros, se sume en fantasías penosas y delirios imaginativos. Allí tiene que soportar la
ayuda de Hodkann, el grandote de la clase, el terror de los dormitorios. Por momentos
parece una historia dickensiana de un chico de clase media en un país del primer mundo.
Hasta que el conocimiento de la desaparición de un chico en una ciudad vecina comienza a
hacer crecer una ominosa oscuridad.

Mezclando la crónica de sucesos, el relato fantástico y el inquietante universo de los cuentos


de Perrault o los Grimm, Emmanuel Carrère aborda con sutileza y auténtica maestría
literaria los temores infantiles, las inseguridades de una etapa en la vida de una persona en
la que los miedos pueden convertirse en pesadillas.
El cuento infantil impone, en una lenta trasmutación, una inquietud creciente, va
engendrando sospechas ominosas que caen sobre varios personajes. Se vuelve una versión
perversamente perturbadora de las historias divertidas de aquel chico de las historietas
de "El pequeño Nicolás" del dibujante (Jean-Jacques) Sempé. Si hay una falsa calma
durante veinticinco capítulos, etapas que parecen descripciones de la mente de un niño con
problemas psicológicos de maduración, en los acelerados e intensos seis capítulos finales
todo se explica cómo en una novela negra, un distanciado relato de terror, y hasta en un
pliegue narrativo anticipa el futuro de dos personajes clave que no impide el desasosiego del
lector sensible. En esta novela ya se pueden observar los intereses narrativos que lo llevaran
a realizar su consagratoria novela "El adversario".

Cinco historias para conocer a Emmanuel Carrére

El próximo 25 de noviembre, el periodista, escritor y crítico francés será galardonado en la


FIL de Guadalajara, por lo que aquí te recomendamos cinco de sus historias más
emblemáticas.

Por Redacciónseptiembre 04, 2017 | 23:20 pm hrs

El escritor, cineasta, crítico y periodista francés Emmanuel Carrére resultó ser el ganador
de la edición 27 del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, el cual consta de
150 mil dólares; éste reconoce una vida de entrega a la creación literaria y será entregado
el próximo 25 de noviembre en la apertura de la Feria Internacional del Libro (FIL) de
Guadalajara.

¿Pero quién es Emmanuel Carrére y cuál es su producción? Entre la obra del


francés, nacido en París en 1957, destacan cinco de sus novelas y aquí te damos una breve
reseña de ellas.

El adversario (2000) se ubica en 1993, cuando un hombre mató a su esposa, hijos y


padres e intentó quitarse su propia vida, aunque sin éxito. "Una escalofriante historia real
que es un viaje al corazón del horror y ha sido comparada con A sangre fría de Truman
Capote", de acuerdo con Google Books.

En 2008, Carrére publicó Una novela rusa, nace a partir de un viaje del autor a Rusia para
seguir el rastro de un campesino húngaro que en la Segunda Guerra Mundial fue capturado
por los rusos. "La investigación fue sobre mi abuelo paterno, que desapareció en 1944 y,
probablemente, fue ejecutado por colaborar con los alemanes. Es el fantasma que ator-
menta a nuestra familia", escribió.

De vidas ajenas, que vio la luz en 2011, es la historia de la amistad entre un hombre y
una mujer, supervivientes del cáncer. "En este libro se habla de la vida y la muerte, de la
enfermedad, de la pobreza extrema, de la justicia y sobre todo, del amor", reflexionó el
escritor.

"Limónov no es un personaje de ficción. Existe y yo lo conozco" es la advertencia que hace


el francés en su libro de 2011, en el cual hace un retrato de un personaje estrafalario en la
Rusia de los últimos 50 años.

En El Reino, (2015) Carrére aborda y analiza los orígenes del cristianismo a través de
Saulo, cuando cae del caballo para convertirse en San Pablo, pero en la que también cruza
su propia crisis personal que detona volverse hacia la fe.

"Este libro provocador y deslumbrante es una indagación rabiosamente contemporánea


sobre el cristianismo que nos habla de la perplejidad, el dogma, la duda, la redención y la
construcción de una fe", señala editorial Anagrama.

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