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UNIDAD 1
El 1° de mayo de 1889 comencé a prestar atención médica a una dama de 40 años. Era histérica, y
con la máxima prontitud caía en estado de sonambulismo, por lo que me resolví a aplicarle el
procedimiento de Breuer de exploración en estado de hipnosis. Fue mi primer intento de manejar
este método terapéutico.
Tomamos el término “conversión” definiéndolo como la trasposición de excitación psíquica en un
síntoma corporal permanente, que constituye la característica de la histeria. Se puede decir que el
caso de la señora Emmy von N. muestra un monto pequeño de conversión; la excitación, psíquica
en su origen, permanece las más de las veces en el ámbito psíquico.
Los síntomas psíquicos de este caso de histeria con escasa conversión se pueden agrupar como:
Alteración del talante (angustia, depresión melancólica).
Fobias y abulias (inhibiciones de la voluntad).
Las 2 últimas variedades de perturbación psíquica demuestran estar suficientemente
determinadas por vivencias traumáticas. De las fobias, algunas corresponden a las fobias primarias
del ser humano, en especial de neurópata; como, el miedo a los animales, el miedo a las
tormentas, etc.
Sin embargo, aún estas fobias se consolidaron en virtud de vivencias traumáticas. El miedo a los
sapos se consolida por una impresión en su temprana juventud, cuando un hermano le arrojó un
sapo muerto, tras lo cual le sobrevino el primer ataque de convulsiones histéricas. El miedo a las
tormentas, surge por aquel terror que dio ocasión a la génesis del chasquido “Como cierta vez se
desbocaron los caballos con el carruaje en que iban sentados los niños, y cómo otra vez yo viajaba
con las niñas por el bosque en medio de una tormenta y el rayo cayó en un árbol justo frente a los
caballos y los caballos se asustaron y yo pensé entre mí: ‘Ahora tienes que permanecer totalmente
quieta, de lo contrario asustarás todavía más a los caballos con tus gritos y el cochero no podrá
contenerlos’. Desde entonces apareció eso”.
Como quiera que fuese, en este grupo el papel principal lo desempeña el miedo primario, por así
decir instintivo, que se considera como un estigma psíquico. Las otras fobias, más específicas,
también están justificadas por vivencias particulares. El miedo a un hecho horrible inesperado y
repentino es el resultado de una terrible impresión de su vida: su marido, que gozaba de óptima
salud, fulminado por un síncope. El miedo a los extraños, y a los hombres en general, resulta ser
un resto de aquel tiempo en que fue víctima de las persecuciones de la familia de su marido y se
inclinaba a ver en cada extraño agente de aquella, o en que la asediaba la idea de que los extraños
sabían las cosas que sobre ella de propalaban oralmente y por escrito.
Tras la muerte de su marido, sólo había recibido afrentas y sobresaltos. Los parientes de él,
siempre se opusieron al matrimonio y durante el se mostraron molestos de verlos vivir con tanta
dicha; habían difundido que ella lo envenenó. Así, por medio de un escritorzuelo repugnante esos
parientes la habían amenazado con todos los procesos que podían existir. El canalla enviaba a
rondar unos agentes que le andaban al acecho, hacia publicar artículos calumniosos contra ella en
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los periódicos locales y luego le mandaba los recortes. De entonces le venía su aversión a la gente
y su odio a todos los extraños.
La angustia ante el manicomio y sus moradores se remonta a toda una serie de tristes experiencias
de su familia y a unas descripciones que una muchacha de servicio le hizo cuando era niña.
Además, esta fobia se apoya por una parte en el horror primario e instintivo que el cuerdo siente
ante el loco, y por la otra en la aprensión existente en ella, como en todo neurótico, de caer presa
de la locura.
Una angustia tan especializada como la de que alguien aparecería tras ella, tiene sus motivos en
diversas impresiones terroríficas de su juventud y de épocas posteriores. Aún le resulta
desagradable tener a alguien detrás o muy próximo a ella, y con relación a esto sigue contando
casos de sorpresas desagradables por personas que aparecieron de repente. Así, una vez que
había ido de paseo a la isla Rügen con sus hijitas, 2 individuos de sospechoso aspecto surgieron
por detrás de un matorral; y las insultaron. En Abbazia, durante una caminata que hizo al
atardecer, un mendigo surgió de repente tras de una piedra y luego cayó de rodillas ante ella.
Además, cuenta acerca de una intrusión nocturna en su castillo, situado en un lugar solitario; la
aterrorizó mucho. Pero se echa de ver fácilmente que el miedo a las personas se remonta en lo
esencial a las persecuciones a que estuvo expuesta tras la muerte de su marido.
Freud pregunta desde cuando le volvió el tartamudeo y ella responde que fue desde el susto que
se llevó en el invierno en D. Un camarero del hospedaje donde se alojaba se había escondido en la
habitación de ella; en la oscuridad creyó que esa cosa era un abrigo, lo tomó y dice que el hombre
de repente “se irguió con rapidez”. Luego relata el episodio con más detalle y veracidad. En estado
de excitación se paseaba una noche de un extremo al otro del pasillo; halló abierta la puerta de la
habitación de su camarera y quiso entrar para sentarse allí. Esta le atajó el camino, pero ella no se
dejó disuadir, entró a pesar de todo y entonces notó aquella cosa oscura en la pared, que resultó
ser un hombre. Evidentemente había sido el factor erótico de esta pequeña aventura lo que la
moviera a una exposición infiel. Desde esta vivencia que tuvo en el hotel, singularmente penosa
para ella pues se enlaza con el erotismo, cobra notable relieve la angustia ante la posibilidad de
que se le colase alguien en el cuarto.
Por último, una fobia tan peculiar de los neurópatas y frecuentemente en ellos como la de ser
enterrado vivo halla su esclarecimiento en la creencia de que su marido no estaba muerto cuando
se llevaron el cadáver, creencia que se exterioriza en la incapacidad de enfrentar el repentino cese
del vínculo con el ser amado.
Por otra parte, opino que todos estos factores psíquicos sólo pueden explicar la elección, pero no
la permanencia de las fobias. Para esta última me veo precisado a aducir un factor neurótico, a
saber, la circunstancia de que la paciente guardaba desde hacía años abstinencia sexual, lo cual
constituye una de las ocasiones más frecuentes de inclinación a la angustia.
Las abulias presentes en nuestra enferma (inhibiciones de la voluntad, incapacidades) están
condicionadas aquí por un doble mecanismo psíquico, uno solo en el fondo. La abulia (falta de
voluntad) puede ser simplemente la consecuencia de una fobia; lo es en todos los casos en que la
fobia se anuda a una acción de la persona misma en lugar de anudarse a una expectativa de un
suceso externo (salir, visitar gente, etc.), y ahí la causa de la inhibición de la voluntad es la angustia
enlazada con el resultado de la acción. La otra clase de abulias se basa en la existencia de
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un tic de más lato aprovechamiento (la fórmula protectora “No me toque, etc.” ya había recibido
ese empleo).
Las más de las veces era la repugnancia que le suscitaba el tema lo que también en el
sonambulismo sellaba sus labios. A pesar de estos rasgos de limitación, su conducta psíquica en el
sonambulismo impresionaba en su conjunto como despliegue desinhibido de su fuerza espiritual y
de su plena disposición sobre su tesoro mnémico.
Su sugestionabilidad en el sonambulismo era innegablemente grande, pero muy alejada de una
falta patológica de toda resistencia.
En conjunto, Freud entiende que no causaba en ella más impresión que la que sería lícito esperar,
profundizando de ese modo en su mecanismo psíquico, en cualquier persona que lo escuchase
con plena confianza y gran claridad mental; sólo que la señora von N., en el estado que pasaba por
normal, no era capaz de atenderlo con esa complexión psíquica favorable. Toda vez que, como en
el caso del miedo a los animales, no conseguio aportarle razones para su convencimiento, o que
no penetro hasta la historia genética psíquica del síntoma, sino que pretendió operar mediante
una sugestión autoritativa, Freud notó una expresión tensa, insatisfecha, en el gesto de la
sonámbula; y cuando para concluir le preguntó: “Entonces, ¿seguirá teniendo miedo a estos
animales?”, la respuesta fue: “No… porque usted lo demanda”. Semejante promesa, que sólo
podía apoyarse en su docilidad hacia Freud, en verdad nunca lo convenció; su éxito fue tan nulo
como el de tantas enseñanzas generales que impartió, en lugar de las cuales lo mismo habría
valido que le repitiera esta única sugestión: “Sane usted”.
No puedo decir cuánto éxito terapéutico en cada oportunidad se debía a esa sugestión
eliminadora, y cuánto a la solución del afecto mediante abreacción; en efecto, Freud utilizó
conjugados ambos factores terapéuticos. Por eso es que indica que este caso no servirá para la
demostración rigurosa de la eficacia terapéutica del método catártico. Pero lo que si afirma el
autor es que sólo resultaron eliminados de manera realmente perdurable los síntomas patológicos
en los que él había ejecutado el análisis psíquico.
Fue el primer caso en que Freud aplica en amplia medida el procedimiento catártico.