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las nuevas inscripciones del sufrimiento del niño

Por Eric Laurent

Los eventos surgidos en el sonado Caso Outreau que conmocionó a la justicia


francesa por la injusta detención de 13 personas, padres y madres de familia- y
el suicidio en prisión de uno de ellos- merced a las declaraciones infundadas de
pedofilia hechas por cerca de 17 niños, es uno de los fenómenos que incitan al
psicoanalista Eric Laurent a emprender una consideración sobre el lugar del niño
en nuestra sociedad
contemporánea.

No estamos tan alejados del momento en que se llevó a cabo en Angers un


proceso histórico, verdadero fenómeno social. En efecto, es en abril de 2005 que
se iniciaba una suerte de mega proceso referido a actos de pedofília y de
prostitución de niños por sus propios padres. La realización incestuosa,
sorprendía por su carácter serial y por la edad de las víctimas; 65 acusados y 40
niños se encontraban confrontados. Lo que se sumaba a la particularidad de este
acontecimiento social, es que los servicios sociales y la justicia sabían y no
sabían a qué habían sido sometidos los niños, y se encontraban impotentes en su
accionar[1]. Se entraba en una zona en la que a la vez se sabía y no se sabía. Un
magistrado responsable podía declarar “Voy quizás a herir, pero esto no era un
asunto prioritario. El tema más urgente, es cuando la víctima está aún en
contacto con el agresor. Y las descripciones, tenía una media docena por semana
sobre mi escritorio. En materia de pedofília, tenemos un fusil de un solo tiro: si
durante el tiempo de la detención e interrogatorio no dice nada, no tenemos
salida. Y J. siempre negó”.[2] Había allí algo horrible que pasaba y que no entraba
en el discurso corriente.
Frente a este lugar extraño que ocupaban los niños víctimas, lugar poco
identificable, en el que el aparato llamado de asistencia revelaba su falla, la
justicia, retroactivamente, con más razón intentó cubrirla. Como lo decía un
artículo publicado por un sociólogo que estaba allí en ese momento: “Este
proceso está allí, en principio, para recordar que frente a transgresiones que
representan absolutamente lo contrario de las reglas y de los valores
fundamentales del vivir juntos, la sociedad solo puede asegurar su supervivencia
movilizándose exclusivamente y solemnemente en el acto de castigar [1].El autor
señalaba, entonces, de qué manera el último parapeto del lazo social es la
punición. Cuando no se sabe más qué hacer, se castiga. Debemos al psicoanálisis
haber reconocido este punto. El lazo social no está finalmente fundado en la
justicia distributiva, la solidaridad o la asistencia, sino sobre una última instancia
que consiste en castigar. La tesis freudiana señala que toda formación humana
comporta en su horizonte un asesinato que queda reprimido. En el lugar de la
represión, surge el masoquismo, la voluntad de ser castigado. En su texto “Pegan
a un niño” [2], Freud introduce un masoquismo original, fundamental, del que se
encuentran desarrollos en sus escritos ulteriores. Lacan, luego de Freud,
reconsidera la muerte del padre y el masoquismo primario. Para dar cuenta del
masoquismo primario conceptualizado por Freud, hablará más bien de la père-
version.
Entre el lazo padre/hijo y el masoquismo primario, hay una vía de pasaje entre el
texto freudiano y la relectura que hace Lacan sobre este tema.

El fuera de sentido y su tratamiento

Las personas encargadas de velar por las familias a la deriva se consideran


impotentes, confrontadas a “comportamientos irracionales por parte de sujetos
que pertenecen a universos sociales totalmente desestructurados”, donde la
miseria social y la violencia desafían toda oposición que se sirva de las categorías
que la moral aprueba o no aprueba. Sin embargo esta verdadera epidemia de
goce mortífero en la que cinco pedófilos comprobados, reincidentes, han
arrastrado a unas sesenta personas no tiene nada de irracional, si admitimos que
la razón después de Freud nos permite aproximarnos a esos fenómenos. Valdría
mejor hablar de fuera de sentido. Podemos calificar estos fenómenos como
expresión de la pulsión de muerte, o de un punto de real, de un goce que se
afirma fuera de todo sentido posible. Desde esta perspectiva, es imposible
reducir el acontecimiento a causalidades sociológicas como la miseria, por
ejemplo.
Bernard Henry Lévy había escrito, hace algunos años, un fantástico libro que
había llamado “Reflexiones sobre la guerra, el Mal y el fin de la historia” [3]. Daba
cuenta del hecho que, después de la caída del muro de Berlín, las guerras
contemporáneas no pueden más ser clasificadas en la categoría del sentido. De
1945 a 1989, todas las guerras que se desplegaban en el planeta tenían un
sentido. Las mismas se inscribían en el sentido del campo capitalista o bien en el
campo socialista. La guerra que tuvo el máximo sentido fue la de Vietnam, en la
cual los campos estaban bien distribuidos. Lo que luego pasó en Angola, después
en Liberia y en Ruanda, son masacres enteras de poblaciones por señores de la
guerra que controlan las materias primas. Es una nueva versión de la esclavitud,
y del control de los recursos que se hace fuera de sentido. Hay la manifestación
de algo que es del orden de la violencia irracional. El pasaje de un tipo de guerra
a otro puede encontrar su ilustración en el encuentro en los años sesenta del Che
Guevara y de Laurent Désiré Kabila, padre del actual presidente de la república
del Congo, en el monte. Hoy el hijo Kabila, llamado Joseph en honor a Stalin,
dirige un país que hace todos sus esfuerzos para no importar al genocida de
Ruanda.
El proceso de Angers reveló que estos pobres desgraciados no tenían ninguna
relación con alguna perversión, salvo en las prácticas y los comportamientos
observables. La patología daba más cuenta de la psicosis a cielo abierto, donde
la deshumanización del cuerpo de las víctimas tiene poca relación con la pedofília
perversa. El horror de los hechos no permitía plantear la pregunta que se impuso
en ocasión del proceso de Outreau. Cuando pasó este otro proceso, la pregunta
punzante que se impuso era la de saber el límite entre verdad y mentira en el
decir de los niños. De alguna manera, en Outreau se quería saber hasta donde el
goce puede ser tomado a cargo por el Otro. Angers nos confronta con el
surgimiento de un goce que domina el registro del Otro y del sentido. En los dos
casos, el verdadero punto que se revela, es que la institución familiar esconde,
pone un velo, disimula este traumatismo que está en el centro de toda formación
humana: el goce.

El niño, dos veces víctima

Francia no se apasionó por el proceso de Angers, sino por el Outreau. No hubo


comisión parlamentaria para Angers. El proceso de Outreau, en cuanto a él, era
fascinante porque frente al traumatismo y al surgimiento del goce fuera de
sentido, se intentó hacer de los niños el vector de la verdad. Toda la cuestión era
saber si los niños decían la verdad. Frente al trauma, era necesario hacer
participar la verdad en la acción, llevar este horror hacia nosotros tratando de
encuadrarlo, de dominarlo por la verdad. ¿Es posible que una palabra diga la
verdad sobre el horror? En la Edad Media, no bastaba con quemar en la hoguera
a una bruja, sino que era necesario hacerla confesar, que ella dijera la verdad
sobre lo que eran sus encuentros con el diablo, con el mal absoluto. La extracción
del discurso se hacía bajo tortura. Ahora no estamos con la tortura, felizmente,
sino en un dispositivo más democrático: un dispositivo en el cual los expertos
estaban encargados de recoger todas las declaraciones necesarias para saber la
verdad. Todo giró en torno de la noción de credibilidad. La apuesta de la reforma
judicial que se inició después del examen crítico del proceso de Outreau se
refiere a esta noción que no es jurídica pero que toca sus fronteras. Los jueces
pedían a los expertos evaluar la credibilidad de la palabra del niño, una
credibilidad médica o psicológica, siendo confundidos estos dos niveles. Tenemos
psicólogos no médicos como médicos no psicólogos. Después de la catástrofe, el
asunto permitió captar los límites de los expertos en credibilidad, los niños
víctimas aparecían como frágiles acusadores a la audiencia. Es el motivo por el
cual el Ministerio de Justicia propuso una nueva trama de lo experto en las
jurisdicciones, que rechaza la noción de credibilidad. Salimos entonces de la
credibilidad para entrar en el trabajo de policía, saber lo que tuvo lugar en los
hechos. Retorno a la policía científica. Se declaró como incompetentes a los
expertos que se habían movilizado porque no se dieron cuenta que los niños
producían un discurso siempre renovado y contradictorio. Un psiquiatra, formado
en la clínica clásica, sabe que cuando se entra en la clínica de la mitomanía, más
se hace hablar al sujeto, más él va a producir. No hay límite. La interpretación
paranoica es el modelo de esto. No se llega jamás a interpretar suficientemente
bien como un sujeto paranoico que tendrá siempre una interpretación por
anticipado. Es el límite que encontró Jung cuando comenzó a querer tratar a un
sujeto que le había enviado Freud. En la correspondencia Freud-Jung [4], la
primera carta de Jung es entusiasta: Este joven es excepcionalmente inteligente,
y lúcido, hacemos un trabajo extraordinario. En la segunda carta Jung es un poco
más escéptico: Hacemos un trabajo extraordinario, pero lo que es molesto es que
él me agota porque tenemos sesiones de varias horas. La tercera carta indica la
desesperación de Jung cuando él comprende que no llegará jamás a interpretar
mejor que su paciente: Es él quien me interpreta. Es el primer encuentro con un
límite del método psicoanalítico con los sujetos psicóticos. Del lado del sujeto
mitómano, es lo mismo. Los expertos han tenido que vérselas con una
proliferación de la transferencia y no entendieron nada.
El sueño de explorar la verdad de la palabra del niño era poder probar que había
en el discurso una traducción, una reincorporación del goce producido por el
traumatismo que habían sufrido estos desgraciados niños. Se trataba de producir
lo verdadero para reintroducirlo en el discurso común, en el malestar en la
civilización.
Ahora bien, este intento de reintroducir el goce en el Otro, es lo que Lacan
considera como una de las formulaciones de lo que es la perversión. Frente a la
falla en el Otro, el sujeto perverso la colma con una certeza de goce. De este
modo, esta extracción del objeto de estas víctimas del trauma, es una suerte de
perversión del Estado que se produce en nombre de la razón. El niño, en este
sentido, es a la vez víctima de aquellos que lo han tomado como objeto sexual,
pero también de la perversión del Estado que lo confrontó con la misión
imposible de deber decir lo verdadero sobre lo real. Fueran quienes hubiesen sido
los expertos, el resultado hubiera sido el mismo: hay cosas que se pueden saber,
pero la verdad, es otra cosa. Del mismo modo, en una reciente edición de Le
Monde [5], un artículo evocaba los niños víctimas del aparato del Estado por que
habían sido privados durante años de sus padres injustamente condenados.
Vemos como el niño en estos casos extremos de desgarradura, revela que la
familia es un velo arrojado sobre la falta de articulación del goce del cuerpo que
se satisface del objeto de la pulsión.

Las experiencias comunitarias

Es a partir de esto que podemos descifrar la manera en la que Lacan situó la


cuestión de la inscripción de goce del niño, a la vez síntoma y fantasma de la
familia. De entrada, Lacan interrogó las relaciones del mito del Complejo de
Edipo y del complejo de castración sirviéndose del otro gran mito freudiano: el de
la pulsión.
Lacan aborda, en principio, la dimensión histórica y cultural del lugar del padre
en la civilización. En su gran artículo de 1938 [6] sobre los “Complejos
familiares”, insiste en el hecho de que Freud quiso salvar al padre en el momento
en que en Viena, gran mega polis del siglo XIX, el éxodo rural en el seno del
imperio mezclaba múltiples nacionalidades, múltiples culturas, múltiples
tradiciones, múltiples sistemas de parentesco. Confrontado a un relativismo
cultural, Freud buscó situar una invariante en esta dispersión, el padre.
En este mismo texto, Lacan describe un doble movimiento. Asistimos por una
parte al fin del patriarcado, con su correlato: la declinación de la dimensión
trágica del padre, y por otra parte, asistimos a la multiplicación de las formas de
la familia conyugal. La familia no reposa más en la línea patriarcal, sino sobre las
formas del Conjugo. Es el fin del patriarcado, pero el comienzo de la multiplicidad
de las formas de alianza.
La otra etapa del examen de Lacan de la inscripción del niño en la familia es un
conjunto de textos escritos alrededor de 1968-1969. El 68 es un momento en que
la familia es interrogada y despreciada, donde las utopías comunitarias venidas
del otro lado del atlántico corren como un reguero de pólvora. Sin embargo, el 68
nos es más que la redición de los movimientos de los años treinta. El grito que
saludó el nacimiento del siglo XX, es el de André Gide: “Familia yo las odio” en
1896, momento en el que Freud comenzaba a escribir. Los años treinta son
también el momento de experiencias comunitarias que apuntan a prescindir de
las familias.
Entre las dos guerras, Europa estaba en la cima de este movimiento con las
utopías inglesas. Francia estaba menos tocada. Rusia no era deudora, con el gran
pedagogo Antón Makarenko que se ocupaba de niños extremadamente violentos
y abandonados, a consecuencia de la primera guerra mundial. Hubo también,
después de la segunda guerra mundial, la experiencia de los Kibboutz en Israel.
Para Lacan que había conocido los años treinta, el 68 era, de este modo, una
repetición del mismo fenómeno. Sus “Dos notas sobre el niño” [7], comienza
justamente por: “Por lo que parece al ver el fracaso de las utopías comunitarias
[…]”. Hablar de “fracaso de las utopías comunitarias” en 1969, desentonaba,
porque en esa época, la gente pensaba que innovaban verdaderamente y que
iban a triunfar. Lacan socavaba un poco el entusiasmo recordándoles que ya se
había pasado por esa experiencia y que eso ya se había hecho. Subraya así que
estas utopías no impidieron la existencia de un irreductible de la posición del
padre y de la madre.

La función de residuo

Esta nota se inscribe en una serie de textos. En septiembre de 1969 Lacan


interviene en un congreso sobre la infancia alienada, presidido por Maud Mannoni
[8].
Después está su Seminario “De un Otro al otro” [9], y más particularmente la
sesión del 30 de abril de 1969. En octubre de 1969, tenemos las “Dos Notas” en
un estilo claro, que es una carta interna escrita a una amiga, Madame Aubry,
pionera de la asistencia a la infancia, que en esa época busca inventar formas
nuevas del lugar de los niños. He aquí lo que Lacan escribe. “La función de
residuo (y a un tiempo mantiene) la familia conyugal en la evolución de las
sociedades, resalta lo irreductible de una transmisión –perteneciente a un orden
distinto al de la vida adecuada a la satisfacción de las necesidades- que es la de
una constitución subjetiva, que implica la relación con un deseo que no sea
anónimo” [10]. Esta pequeña nota está absolutamente abarrotada de una
condensación de las reflexiones de Lacan, porque este término de “residuo” que
parece comprensible, es de hecho muy enigmático. Unamos este término de
“residuo” a lo que Lacan desarrolla en su Seminario “De un Otro al otro”: “Si, para
el perverso, es necesario que haya una mujer no castrada, o, más exactamente,
si él la hace tal, y hombre-ella, le famil no es observable en el horizonte del
campo de la neurosis, -es algo que es un Él en alguna parte, pero cuyo Yo (Je)es
verdaderamente la apuesta de aquello de lo que se trata en el drama familiar”
[11]. Lacan, en el horizonte de la perversión, pone a la madre, es decir la mujer
fálica, y en el horizonte de la neurosis, el drama familiar. ¿No hay algo de común
a las dos posiciones? ¿No es “el objeto a ”? [12] De este modo, el perverso
tendrá la mujer fálica y el neurótico la familia, con el objeto a desprendido,
residuo.
En las “Dos notas”, Lacan parte del fracaso de las utopías comunitarias, no habla
de éxito de la familia nuclear, sino del fracaso de toda tentativa de hacer
desplazar eso. Después, él destaca un residuo. Este residuo es la madre de los
cuidados que “están signados por un interés particularizado, así sea por la vía de
sus propias carencias”. [13] Lacan está aquí prestando atención a Winnicott
quien inventó la “madre suficientemente buena”. Indica que ella debe tener
faltas y hace la lógica de ello: es una particularidad, no una madre universal.
Después, define al padre “en tanto que su nombre es el vector de una
encarnación de la Ley en el deseo”. [14] “El vector” es un término matemático,
“la encarnación” un término religioso.
La Ley es la Ley mosaica en tanto que ella define al padre, la ley de Levy-Strauss,
que es una variante de la ley mosaica. El padre siendo el portador de un deseo
hacia esta mujer, conjuga la Ley y la prohibición, al mismo tiempo que el deseo,
porque el desea a esta mujer. En este pasaje, uno se da cuenta que la autoridad,
en principio, se funda sobre lo autorizado ante lo prohibido. El fundamento de la
autoridad es poder decir sí. Es el sí y el no sobre el fondo de un sí. La madre es
entonces el vector de la encarnación del fracaso del cuidado, y el padre, vector
de la Ley en el deseo del Otro.

El niño, “objeto a liberado”

Para comprender “el objeto a liberado”, tal como Lacan lo presenta en el


Seminario XVI, es necesario que avancemos en la manera en la que él sitúa al
niño en las “Dos notas”. El abordaje freudiano clásico sitúa al niño como Ideal del
Yo, el ideal de la pareja. Es lo que Freud llamaba: “His Majesty the Baby”[3]. [15]
Es a partir del niño que se distribuye la familia, Lacan, en cuanto a él, parte en
estas “Dos notas”, de otro punto: “El niño realiza la presencia de eso que Jacques
Lacan designa como el objeto a en el fantasma.”[16] Mientras que Freud abordó
al niño a partir del Ideal, los desarrollos sucesivos de Mélanie Klein, Winnicott y
Ferenczi abordan el niño en tanto objeto. El acento está puesto sobre el niño
tomado, no en un Ideal sino en el goce, el suyo y el de sus padres. Es lo que
Lacan resume con el objeto a.
En la metáfora edípica clásica, lo que responde al deseo de la madre es el padre.
El padre interviene sobre el deseo de la madre para producir la significación
fálica. Pero en las “Dos notas”, es al contrario el niño quien viene a saturar la
falta de la madre, es decir su deseo. Viene a taponar lo que es del orden de la
falta de la madre, no como Ideal sino como objeto.
Es el falo en el mejor de los casos. Tiene entonces un valor. Pero más allá del
penisneid de la mujer, hay la realización no para la madre de tener su falo, sino
de tener este objeto que responde por su existencia, que puede responder a
todas las cuestiones. Se puede tomar el ejemplo del síntoma somático como la
máxima garantía de obtener este objeto. “Es el recurso inagotable para, según
los casos, dar fe de la culpa, servir de fetiche, encarnar un rechazo primordial”.
[17] Jacques-Alain Miller, en la presentación de las Jornadas de la Escuela de la
Causa freudiana de octubre de 2006 [18], nos permite comprender fenómenos
tales como el de las asociaciones de niños con trastornos, comprender el
tropismo que hace que a estas asociaciones les sea importante que los trastornos
del niño sean definidos somáticamente. El éxito de los trastornos de atención, de
la hiperactividad, de los trastornos bipolares, es tan poderoso porque permiten
reducir la cuestión subjetiva a un trastorno somático. Así, cuando los
psicoanalistas dicen: “Pero no, no es un trastorno somático, es subjetivo”
pensando que llevan un mensaje de esperanza, por el contrario, ellos
desesperan. El efecto que les retorna es despiadado: es el odio. Es necesario, por
el contrario, respetar este punto. El gran éxito del cambio actual de la clínica, y
de la condensación de la causa en la amígdala que no funciona, encuentran su
explicación en este breve desarrollo de Lacan. El deslizamiento actual de la
clínica permite asegurar el lazo de la madre y del niño.
El niño es entonces el objeto a, va al lugar de un objeto a, y es a partir de allí que
se estructura la familia. La misma no se constituye más a partir de la metáfora
paterna, que era la cara clásica del complejo de Edipo, sino enteramente en la
manera en que el niño es el objeto de goce de la familia, no solamente de la
madre, sino de la familia y más allá, de la civilización. El niño es “el objeto a
liberado, producido”. Este objeto a que el niño realiza, lo encontramos en el
Seminario [19] donde Lacan articula el problema de la familia al hecho de que en
el Otro hay una falta.
Hay dos maneras de desembarazarse de esta falta. La primera consiste en
agregar, no la palabra que falta, sino el goce que falta en el Otro. Es la vía del
perverso que produce una certeza de goce. Esto tiene como efecto producir un
significante del Otro pleno, lo que Lacan escribe S(A), y que él califica el hombre-
ella. A esto, él opone le Famil, que escribe s(A). Es la vía del neurótico que quiere,
en cuanto a él, completarse con una familia, pero el problema es que hace falta
pedirle a una mujer. En suma, es inscribirse como el Uno en el Otro, proposición
inversa a lo que Lacan indicaba en su “De una cuestión preliminar a todo
tratamiento posible de la psicosis”, donde el Nombre-del-Padre es la inscripción
en el Otro, del significante de la garantía del sujeto. Por esta razón, el Nombre-
del-Padre es un operador formidable que se añade en la civilización y que
permite al sujeto inscribirse allí. En este año 1969, Lacan presenta el reverso del
Nombre-del-Padre como garantía. El padre no es más que un sueño del neurótico
que, para inscribirse en el Otro quiere ser el padre de familia. Es en este punto
que Lacan interroga la distinción entre el padre de familia, sueño del neurótico, y
la función del Nombre-del-Padre que puede ser sostenida por otros personajes
que el padre de familia. Es una función del tipo “poner un freno al goce”. Pero no
es una función que surge simplemente de la interdicción. “Poner un freno al
goce”, es también poder abrir al sujeto una vía que no sea la de un empuje a
gozar mortal, autorizar una relación fiable al goce, diferente que un empuje al
hedonismo contemporáneo, que puede tener una cara mortal como se lo
constata en las adicciones. En suma, el padre residuo es una función que se
distingue del padre de familia. Es el instrumento que permite hacer mantener
juntos lo simbólico, lo real y el padre imaginario. Simbólico, real e imaginario se
mantienen entonces juntos por una función que puede separarse del padre de
familia.

Ser padre, un acto

A partir de aquí, ¿cómo concebir las nuevas formas de la parentalidad? Este


deseo de ser padre, esta “père-version” cautiva, en efecto, a nuevas identidades.
Las familias homo-parentales añoran poder casarse, tener el título de padre,
interrogan la distribución clásica padre/madre. Cuando se dice que no hay que
tocar esta distribución a riesgo de un derrumbamiento de la civilización, es sin
duda un error, porque se va a tocar eso siempre más. Los entusiastas, como
Judith Butler, consideran que se puede y que hay que tocar lo que se llama el
género (the gender). Es una subversión de las formas reconocidas que puede ir
muy lejos, con el anhelo de rehacer todo deshaciendo todas las identificaciones
posibles hombre/mujer, donde los nombres de “padre” y de “madre” pueden ser
dados a todo sujeto, preferentemente a un sujeto transexual.
Pero entre los partidarios del inmovilismo, partidarios del fin de la historia que
dicen que las buenas ficciones han sido encontradas y que no hace falta tocar
más, y los partidarios de un constructivismo radical, sería necesario un principio
de precaución para tomar en consideración, en cambio, los efectos de estas dos
posiciones. Se trata de saber, en la investigación clínica, cómo vamos a verificar
los efectos de estas transformaciones. Se decía, por ejemplo, en los años
cincuenta que no se podía psicoanalizar a los hijos de padres divorciados. Si los
psicoanalistas hubieran continuado diciendo esto, no tendría más a nadie. En los
mismos años, Lacan gracias a su teoría del Nombre-de-Padre, permitía ya
desplazar el problema. Las mujeres solas, divorciadas, viudas o las que no habían
jamás contraído matrimonio, pueden también transmitir del Nombre-del-Padre.
Se puede también analizar a los hijos de formas múltiples de uniones conyugales,
incluso cuando no se sabe muy bien donde está el padre. En el presente, se debe
analizar hijos surgidos de la post-parentalidad, de la era post-paternal, es decir,
que no dependen más del padre de la tradición.
Los sociólogos sostienen la idea de que hemos salido de la parentalidad antigua,
aquella del imperio del padre de la autoridad, de la tradición y de la ley. Hoy es la
paternidad responsable y negociada por contrato. La ventaja, nos dicen, es que
en estas prácticas tan diversas, se tiene una paternidad pacificada: se acabaron
los dramas de los antiguos tiempos, terminaron las dramatizaciones que los
psicoanalistas habían conservado con la referencia al Complejo de Edipo. Hay,
ciertamente, una paternidad pacificada, pero el problema de la autoridad se
trasladó al exterior. El Otro social ordena, en efecto, a los padres de mantener a
sus hijos, de poner su familia en regla, o amenaza de poner a todo el mundo en
internados militares. De este modo, los padres se han transformado en agentes
del orden público.
¿Podemos creer en esta buena novedad sociológica, que reduce la paternidad a
normas? La política desapareció, ya no quedan sino normas a negociar. Un mismo
método es empleado para construir Europa, el Orden Internacional, y también las
familias.
Pero esto supone resuelto el problema del residuo, de la concentración de goce
sobre el niño y los padres. Hemos salido del patriarcado, del machismo de la
tradición y de la promesa de antaño: “Si te conduces como un hombre debe
conducirse, entonces podrás gozar de una mujer”. El único problema es que es
imposible definir una relación entre los sexos, homo o hétero, que fuera la buena.
Con el goce, eso jamás es posible. Ninguna norma llega a estabilizar el empuje a
gozar, y a cada uno le queda la contingencia del encuentro del partenaire, y el
síntoma/fantasma que lo define. Este encuentro no puede reducirse a normas. El
lugar del padre es el de un residuo que viene como nombre a recubrir este
imposible. Ser padre no es una norma, sino un acto que tiene consecuencias,
fastas y nefastas. La filiación contemporánea remite, más allá de las normas, al
deseo particularizado cuyo producto es el niño. El padre contemporáneo es un
residuo y un nombre, que resta de un modo inconmensurable como una apuesta
pasional. Toda esperanza de pacificación de la paternidad es, entonces, una
ilusión. Es la fuerza de la ilusión de la teoría sociológica de la felicidad de las
normas.
La apuesta de la investigación psicoanalítica consiste en demostrar, sin
conservadurismo, sin entusiasmo progresista, pero con el modo de pesimismo
lúcido lacaniano-freudiano, las redistribuciones clínicas a las cuales asistimos. He
aquí el desafío de sus próximos años.

Traducción: María Inés Negri

Bibliografía:
[1] Commaille J., « Le procès d’Angers et la faillite de la solidarité sociale », Le
Monde, Édition du 23 avril 2005.
[2] Freud S., « Pegan a un niño », Obras Completas, Tomo XVII, Buenos Aires
Amorrortu, 1988, pp. 173-214.
[3] Lévy B-H., Réflexions sur la guerre, le Mal et la fin de l’histoire, Paris : Éd.
Grasset, 2001.
[4] Correspondance 1906-1914, S. Freud - C.G. Jung, Paris : Éd. Gallimard, 1992.
[5] Van Renterghem M., « Le calvaire des enfants d’innocents », Le Monde,
Édition du 03 juin 2006.
[6] Lacan J, La familia, Buenos Aires, Argonauta, 1978.
[7] Lacan J., « Dos notas sobre el niño », Intervenciones y Textos 2, Buenos Aires,
Manantial, 1991, p. 56.
[8] Lacan J., « Allocution sur les psychoses de l’enfant », op. cit., p.361 à 371.
[9] Lacan J., Le Séminaire, Livre XVI, D’un Autre à l’autre, Paris : Éd. Seuil, 2006,
p. 279 à 293.
[10] Lacan J., « Dos notas sobre el niño », op.cit., p. 56.
[11] Lacan J., Le Séminaire, Livre XVI, D’un Autre à l’autre, op. cit., p.293.
[12]Ibid.
[13]Jacques Lacan, « Dos notas sobre el niño», op. cit., pp. 56/57.
[14]Ibid.
[15] Freud S., « Introducción del narcisismo», Obras Completas, Tomo XIV, Buenos
Aires, Amorrortu, pág. 88.
[16]Jacques Lacan, « Dos notas sobre el niño », op. cit., p. 56.
[17]Ibid.
[18]Jacques-Alain Miller, « Vers les prochaines Journées de l'Ecole », Lettre
Mensuelle n° 247, avril 2006, page 6.
[19]Jacques Lacan, Le Séminaire, Livre XVI, D’un Autre à l’autre, op. cit.
[1] Leer los artículos de Franck Johannès en Le Monde sobre este proceso. En
particular el del 6 de abril y el del 29 de julio de 2005.
[2] Palabras del ex-responsable del tribunal de menores recogidas el 6 de abril en
Le Monde.
[3] N. del T.: En inglés en el original.
viernes, 19 de septiembre de 2008 | Publicado por Almadía en 20:02

Unreal y la Familia

Mónica Pelliza (responsable), Adriana Meza y Ana Ricaurte

Esta investigación se inscribe en el trabajo preparatorio hacia el IX Congreso de


la AMP “Un real para el siglo XXI”. Se trata de un trabajo que intenta una
elucidación sobre “un real” y “la familia”. El equipo que participó en esta
exploración está compuesto por Adriana Meza y Ana Ricaurte, ambas colegas de
la NEL.

Introducción: Consideraciones sobre la familia

Partimos de la pregunta: ¿Qué es una familia? El Diccionario de la Lengua


Española de la Real Academia Española, 2001, dice:

1. “Grupo de personas emparentadas entre sí que viven juntas”.


2. “Conjunto de ascendientes, descendientes, colaterales y afines de un linaje”.
3. “Hijos o descendencia”.

El concepto refiere a un conjunto, sabemos que comparten algunas propiedades,


pero no necesariamente las mismas. Pueden estar emparentadas por razones de
linaje, casamiento o algún otro tipo de enlace. Pero a diferencia de la pareja
donde el componente gira en torno al deseo por un hombre o por una mujer, el
elemento que parece consolidar el conjunto familiar es el deseo y el cuidado del
niño.

Desde este punto de vista, el acto de ser padres se consolida en un deseo por un
niño. Un deseo que no sea anónimo por cuanto es en la estructura familiar donde
se trasmite la subjetividad.
Subrayamos que la familia ofrece un marco a los grupos sociales para asegurar la
reproducción, los cuidados, la transmisión de una subjetividad, de los modos de
goce, de algo que resta como presencia de lo real y de una cultura en una
organización social en una época determinada.

Es en definitiva el niño quien define a la familia más allá de la forma de goce y de


la elección de objeto de los padres. A principios del siglo XX se trataba de un
niño ubicado como ideal de los padres; ahora se trata de un niño colocado como
objeto de goce.

En la Presentación del IX tema para el Congreso de la AMP, “Un Real para el Siglo
XXI”, (1) Miller subraya que la familia era una puesta en orden de los grupos
humanos y que el Nombre del Padre era la clave de lo real simbolizado.

Principalmente Lacan concibió el Nombre del Padre como un mecanismo que


regulaba el funcionamiento de la familia. El deseo de la madre es metaforizado
por el padre produciendo significación fálica. Con la caída de los semblantes que
sostenían esta regulación se trastoca el ordenamiento familiar tradicional.
Conocemos algunos nuevos ordenamientos: familia homoparental, monoparental,
ampliada, reconstituida etc.

En una familia tradicional la función del padre es un referente que ordena de


manera simbólica la autoridad, la prohibición del goce, los ideales, la nominación
de la descendencia. La función paterna establece una diferencia en relación a la
función materna, apuntando a la diferencia sexual. La organización de la familia
se apoya en la diferencia. M.-H. Brousse (2) destaca una disimetría entre las dos
funciones que tiende a dispersarse con el avance del discurso capitalista que
enumera a lo humano como objetos, se ubica en el orden del número; y el
discurso de la ciencia que redujo el padre a lo biológico amputándolo de su
función simbólica. Ambos discursos atacan la función simbólica del padre.

Es importante destacar que en nuestros países la familia clásica sigue teniendo


una presencia considerable en nuestras estructuras sociales. Si bien el
casamiento era un referente para definir la familia está claro que actualmente,
según Eric Laurent, (3) ésta incluye múltiples formas de lazos de facto o de
derecho. Por otra parte, la familia clásica o tradicional no asegura una defensa
efectiva en contra de la cosificación producto del discurso capitalista y de la
ciencia por lo cual igualmente se observan nuevos arreglos al interior de este
grupo.

Muchos niños son concebidos dentro de la pareja; pero es cada vez más
frecuente encontrar concepciones asistidas por la ciencia. Se trata de niños
producidos como objetos de la ciencia mostrando un divorcio entre la sexualidad
reproductiva y la estructura de la familia.

Marie–Heléne Brousse (4) plantea que con el desvanecimiento de la función


paterna, la familia se organiza en torno al concepto de “parents”, dando lugar a
un neologismo “parentalidad” que ilustra la simetría, la igualdad entre la función
paterna y materna. Se diluye la función de autoridad del padre dando lugar a una
autoridad compartida donde la crianza de los niños se ejerce en función a
escuchar y comprender que tienen derechos.
Este sujeto de derecho se independiza cada vez más del sujeto del inconsciente
sujeto a la cadena significante. La función de limitar del padre se sustituye por
mecanismos de control, manuales de comportamientos, en fin por estrategias
psicológicas.

E. Laurent plantea que más allá del Ideal, se trata de “un niño tomado en el goce,
el suyo y el de sus padres. Es lo que se resume con el objeto a”. (5) Este niño
como objeto de goce tapa la falta en la madre y en la familia. El niño como objeto
a organiza a la familia y se ubica como objeto de goce de la civilización; se trata
del objeto a liberado, producido. Por lo tanto, es fundamental tomar en cuenta
que las familias se reconfiguran a partir del objeto a.
Conocemos a los así llamados “niños tiranos” objetos de goce donde las leyes del
mercado han sustituido a las tradiciones. Estamos dominados por la dictadura del
plus de gozar que hace estallar la tradición, el discurso del amo.

¿Que plantea el psicoanálisis?

En el mito individual del neurótico -1953- Lacan (6)subraya el valor del mito, que
se muestra al interior de la experiencia analítica, como una forma discursiva para
decir una verdad que no podría ser trasmitida de otra manera. Esto se
comprueba espontáneamente en la experiencia subjetiva de los neuróticos y gira
en torno a la construcción edípica que muestra las relaciones fundamentales –
familiares– de un sujeto en una época determinada. Acá se subraya el valor de
ordenación subjetiva que tiene el mito y la constelación fantasmática que
constituyen una leyenda familiar.

En la década de 1960, el mito cede lugar a la estructura y al discurso. Lacan


concibe que la familia, a través de sus dichos, se conecte con el discurso del Otro
apoyándose en el operador de la metáfora paterna. Cuando pensamos en el lugar
del Otro consideramos el lugar del Código, tesoro significante, lugar de
identificaciones, nos encontramos con una historia-ficción imaginaria que teje el
sujeto con lo que él mismo consintió escuchar y retener de las palabras del Otro.
Es importante destacar que se trata del significante del Otro y de la falta de
significante. En este momento el lazo social se articula a partir de los matemas
lacanianos.

Este Otro basado en la estructura del lenguaje del inconsciente, está acoplado al
padre como garante, como referente para el sujeto y la familia. Pero más allá del
Edipo y del discurso del Otro: ¿qué estatuto darle a la familia desde el
psicoanálisis?

En “El revés de la familia”, J.-A. Miller llama la atención sobre el planteamiento de


Lacan en el texto de octubre de 1969 “Nota sobre el niño” en el cual habla del
fracaso de las “utopías comunitarias”. Sigo a Miller: “se puede observar la lucidez
de Lacan cuando destaca que la familia conyugal tiene una función de residuo en
la evolución de las sociedades, y que ella se mantendrá precisamente porque se
encuentra en el estado de residuo, en el estado de pequeño objeto a”. (7)

La subjetividad, la humanidad, el sujeto mismo se construye a partir de la familia


conyugal. Por esto la familia conyugal resiste. No se trata sólo de la satisfacción
de las necesidades. Se trata de la transmisión del estatuto del deseo; de que la
madre tenga un deseo no anónimo por el niño, un interés particularizado por ese
niño y que el padre sostenga una encarnación de la ley en el deseo. Esto se
funda en una función del decir, es un acontecimiento que implica contingencia.

¿Qué nombra el padre? En la última enseñanza de Lacan, como efecto de la


forclusión generalizada y de la pluralización de los nombres-del-padre, el nombre
del padre se reduce a la nominación con su efecto de anudamiento como
suplencia. Nombra lo que no es significante, es decir que nombra los objetos: su
mujer, sus hijos y al hacerlo anuda a lo simbólico y a lo imaginario el goce que lo
constituye enlazando, así, algo de lo real. Lo real es agujereado por el significante
pero anudado al nombre para que el deseo no sea anónimo.

En el Seminario 24, lección del 15 de marzo de 1977, Lacan plantea: “La relación
sexual, no la hay, pero eso no va de suyo. No la hay, salvo incestuosa. Es
exactamente eso lo que me adelantó Freud- no la hay, salvo incestuosa, o
asesina. El mito de Edipo designa esto, que la única persona con la cual uno
tiene ganas de acostarse, es su madre, y que al padre, se lo mata…. Eso quiere
decir en suma que sólo la castración es verdadera. Al menos, con la castración
uno está seguro de escapar a ello”. (8)

Frente al incesto –el goce absoluto– la castración establece un orden que articula
el “no hay”. Esta interdicción que recae sobre la madre permite la elección de los
otros objetos. La familia en definitiva es una respuesta, una invención frente a
este imposible real sin ley.

¿Qué descubre el análisis?

A través de un análisis se intenta agotar la construcción fantasmática, llamada


por Freud la novela familiar que ampara en sí una verdad así llamada mentirosa.
Se trata de que al tomar la palabra el hablante ser cree que habla por sí, pero en
realidad es hablado por los Otros, por la familia. El fundamento del inconsciente
se sostiene en la manera en que lalengua fue hablada y escuchada por cada
quien. En la “Conferencia de Ginebra” (9) Lacan subraya la importancia que
tiene para el sujeto en análisis la manera en que fue deseado o no. En definitiva
los padres modelan al hablante ser, pero es a través de una marca, un rasgo que
se verifica en el equívoco de lalengua.
En el Seminario 24 Lacan dice sorprenderse de que los analizantes no hablen
más que de sus relaciones de parentesco. Sigue: “La observación incontestable
de que el parentesco tiene valores diferentes en las diferentes culturas no impide
que la machaconería por parte de los analizantes de sus relaciones con sus
parientes próximos, además, es un hecho que el analista tiene que soportar”.
(10)

Finalmente un psicoanalista protege a los niños de los delirios familiares de sus


padres, y lo ayuda a construir un fantasma propio comenta E. Laurent. (11)
En el Curso “El ultimísimo Lacan” Miller plantea que un psicoanálisis permite
acceder a lo singular del sinthome. Dirá: “Identificarse con eso, ser su sinthome
es librarse, después de haberlas recorrido, de las escorias heredadas del discurso
del Otro”. (12) El ser hablante se separa del discurso del Otro para acceder a lo
singular.

Conclusiones:

La familia, cualquiera que sea la manera como está constituida, en su función de


trasmitir la imposibilidad del goce y el deseo, es estructurante para el sujeto
humano. De este modo le ofrece una posibilidad de hacer con lo real sin ley
propio de las relaciones parentales, transformando este real en un goce singular
sustitutivo que le permite un ordenamiento y acceder al lazo social. El sinthome
es una expresión de la singularidad con la que el sujeto hace propio el goce
heredado de la pareja parental.

El discurso de la ciencia y el capitalista han causado cambios en el ordenamiento


del goce en la familia, que trae como consecuencia nuevos síntomas en el lazo
social en la actualidad.

El psicoanalista lacaniano permite separarse del discurso heredado, dejar de ser


hablado por el discurso del Otro. Permite al sujeto la invención de un goce
singular en el que el mito familiar ya no tenga el lugar de causa.

Bibliografía

1. Miller, “Lo real en el siglo XXI”, El orden simbólico en el siglo XXI, Grama,
Buenos Aires, 2012, p. 426.
2. Brousse, M.-H., “Las declinaciones del padre y los cambios en la familia”,
¿Amar al padre o al Sinthome? Grama, Buenos Aires, 2007, p. 79.
3. Laurent, É., “El niño, ¿resto?”, Psicoanálisis con niños y adolescentes 3, Grama,
Buenos Aires, 2011, p.26.
4. Brousse, M.-H., ¿Amar al padre o al Sinthome? op. cit., p.80.
5. Laurent, É., “Las nuevas inscripciones del sufrimiento en el niño”, Psicoanálisis
con niños y adolescentes 1, Grama, Buenos Aires, 2001.
6. Lacan, J., “El mito individual del neurótico”, Imago 10 Neurosis Obsesiva, Ed.
Letra Viva, Buenos Aires, 1981, p. 54.
7. http://www.revconsecuencias.com.ar/ediciones/008/template.asp?
arts/Alcances/El-reves-de-la-familia.html
8. Lacan, J., Seminario 24,”L’insu que sait de l´une-bevue s´aile a mourre”,
lección del 19 de abril de 1977, inédito.
9. Lacan J., “Conferencia en Ginebra sobre el síntoma”, Intervenciones y Textos
2, Manantial, Buenos Aires, 1988, p. 115.
10. Lacan, J., “Seminario 24”, op. cit.
11. http://www.blogelp.com/index.php/el_nino_como_real_del_delirio_familiar_e
12. Miller, J.-A., “Inconsciente y Sinthome”, El ultimísimo Lacan, Paidós, Buenos
Aires, 2013, p. 140

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