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Digámoslo, el señor Head y Nelson no es que sean hombres de gran mundo. Incluso,
cuando el joven ve por primera vez a un negro en su viaje a la ciudad no lo reconoce. Este
será su primer encuentro con ellos. Pasará desde uno opulento con alfiler de rubíes en su
corbata en el tren, hasta la mayor degradación posible de un ser humano, su conversión en
sirviente inanimado en los barrios ricos.
El viaje de abuelo y nieto no es sólo de descubrimiento racial, aunque más para Nelson que
para el señor Head, sino también de la relación que ambos mantienen. Me río de ti porque
no reconoces a un negro y tú te enfadas. Después me burlo de la arrogancia de un
camarero afro-americano y te sientes otra vez orgulloso de mí. Después nos perdemos y me
echas la culpa y entonces nos separamos. Y te crees más listo porque has nacido en la
ciudad y yo soy un viejo de campo. Y al final Nelson, se podría decir que lo estropea
atrayendo incluso a la policía y terminado por perderse. Sin embargo, son abuelo y nieto y
se dan cuenta que, aún perdidos y enfadados el uno con el otro se necesitan. O’Connor aquí
tuvo un giro demasiado romántico, o en cierto modo realista, pero demasiado bonito de
hecho.
La autora nos introduce desde los años 50 en los años 80 o incluso 90. Su visión abierta,
transgresora e igualitaria rompe con la sociedad del momento. No existen colores, existen
personas. Nelson no reconoce al primer hombre negro que ve. Sólo ve a un hombre. La
imagen del negro artificial supone el punto culmen del relato, el clímax sobre el que todos
los demás elementos giran alrededor. Esas eran las maravillas de la gran ciudad:
segregación racial. Hasta el punto de crear un “negro artificial”.
Este relato de Flannery O’Connor es un must. La novela siempre está ahí y siempre hay
millones de aspirantes a escribir una paperback o cualquier otro tipo de literatura FNAC,
pero existen muy pocos que se atrevan a adentrarse en el cuento literario. Flannery
O’Connor lo domina.