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https://www.youtube.com/watch?

v=CuEnC_3uymY bojangles y Hines

https://www.youtube.com/watch?v=CuEnC_3uymY Bojangles y Hines

https://www.youtube.com/watch?v=3X4A9mI5bxw Shirley Temple y Bojangles

https://www.youtube.com/watch?v=EyEE8UAB67I Billie Holiday Strange fruit

https://www.youtube.com/watch?v=ss8GEIV0ycU presentación de Lo que el viento se llevó

https://www.youtube.com/watch?v=FZ7r2OVu1ss Escarlet y Mammy

James Baldwin: Bueno, es... La cuestión del color esconde las cuestiones más serias del individuo
y por eso es tan difícil de superar y por qué es tan peligroso para nuestra sociedad. Dejé América
porque pensé que si sobrevivía, me ahogaría como escritor en la amargura. Quería ser un escritor,
no un escritor negro. Quería saber cómo mi experiencia me conectaba con los demás, no cómo me
separaba de ellos. Y descubrí en Europa que era tan americano como un tejano, o incluso más si
eso es posible. Todos los americanos que conocí en París tenían eso en común. No importaba que
los orígenes de los americanos blancos fueran europeos y los míos fueran africanos. No estaban
más a gusto en Europa que yo. Una vez que fui capaz de aceptar que teníamos eso en común - y
me llevó mucho tiempo - me liberé de la ilusión de que odiaba a América, y era hora de volver.
Había hecho mi primer avance y ganado mi primera batalla conmigo mismo.

Bill «Bojangles» Robinson (Richmond, Virginia, 25 de mayo de 1878 – Nueva York, 25 de noviembre
de 1949) fue un bailarín de claqué y actor estadounidense, el más conocido y el mejor pagado
artista afroamericano de la primera mitad del siglo XX. Su número más característico era el baile en
escaleras.
Hoy en día es recordado por bailar junto a Shirley Temple en una serie de películas de los años
1930, y por protagonizar el musical Stormy Weather (1943), basado parcialmente en la vida del
propio Robinson.
Robinson utilizó su fama para superar diferentes barreras raciales:

 fue uno de los primeros artistas de minstrel y vodevil en actuar sin usar el maquillaje
blackface (cara pintada de negro)
 fue uno de los primeros afroamericanos en bailar claqué solo, sin acompañamiento
 fue estrella del primer show afroamericano de Broadway, Blackbirds of 1928
 también fue el primer afroamericano en participar en un film de Hollywood en un baile
interracial (con Shirley Temple en The Little Colonel)
 finalmente, fue el primer afroamericano en ser protagonista de una producción interracial en
Broadway

A lo largo de su vida, sin embargo, Robinson fue también criticado por su participación y aceptación
tácita de los estereotipos raciales de la época, con críticas que le llamaban una figura Tío Tom.
Robinson se resintió de dichas críticas, especialmente debido a sus esfuerzos para superar los
prejuicios raciales. En ese sentido, en su vida pública, Robinson tuvo las siguientes actuaciones:

 persuadió a la policía de Dallas para contratar a sus primeros policías afroamericanos


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 presionó al Presidente Roosevelt durante la Segunda Guerra Mundial para que los soldados
afroamericanos obtuvieran un trato más equitativo

 A pesar de ser el artista negro mejor pagado de su época, Robinson murió arruinado en
1949, y su funeral fue pagado por su amigo Ed Sullivan.

Nacido en Richmond, Virginia, se crio en el barrio Jackson Ward de dicha ciudad.

A los cinco años de edad, Robinson empezó a bailar en cervecerías y frente a teatros a cambio de
unas monedas. Fue descubierto por un promotor cuando bailaba en el exterior del Globe Theater de
Richmond, que le ofreció trabajar en un show minstrel. En esa época los minstrels eran
protagonizados por artistas blancos con la cara pintada, pero en los mismos actuaban niños negros
que cantaban, bailaban y contaban chistes.

Hizo equipo con un joven Al Jolson, de manera que, por unos peniques, Jolson cantaba mientras
Robinson bailaba. En 1891 fue contratado para viajar con un show llamado The South Before the
War. Estuvo de gira durante más de un año haciéndose demasiado mayor para interpretar con
credibilidad su papel.
En 1898 volvió a Richmond, alistándose en una unidad del ejército como tambor cuando se inició la
Guerra hispano-estadounidense.

En 1905 Robinson cooperó con George Cooper formando pareja de vodevil, actuando con el
nombre de Cooper & Robinson, siendo uno de los seis únicos números negros que formaban parte
del Circuito Keith, el cual iba dirigido a público blanco. El circuito pagaba 100 dólares semanales,
con 26 semanas garantizadas, aumentando significativamente los ingresos de Robinson.

En 1928, un empresario blanco, Lew Leslie, produjo Blackbirds of 1928 en el circuito de Broadway,
una revista negra para público blanco y que protagonizaba Adelaide Hall y Bill Robinson junto
a Aida Ward, Tim Moore y otras estrellas negras. El show fue un gran éxito en Broadway. A partir de
entonces, el papel público de Robinson fue el de un embajador en el mundo blanco, manteniendo
una conexión con el mundo del espectáculo negro a través de su mecenazgo del Hoofers Club, en
Harlem.

Carrera cinematográfica
A partir de 1930, las revistas negras disminuyeron su popularidad, pero Robinson mantuvo su fama
gracias a su participación en unas catorce películas de compañías como RKO Pictures, 20th Century
Fox y Paramount Pictures.

Trabajo junto a Shirley


La idea de contar con un bailarín negro para bailar con Temple en The Little Colonel fue realmente
propuesta por el directivo de Fox Winfield Sheehan tras una discusión con D. W. Griffith. Sheehan
no estaba seguro de la habilidad de Robinson como actor, aunque el bailarín finalmente superó la
prueba dramática, y fue contratado para actuar con Temple y para enseñar claqué a la actriz.

Temple ya había actuado en cinco filmes estrenados en 1934, y había interpretado un número de
claqué con James Dunn en Stand Up and Cheer!10 Tras ser contratado por 20th Century Fox, se
decidió que Robinson bailara su famoso número de la escalera junto a Temple. Robinson y
Temple formaron la primera pareja interracial de bailarines de la historia de Hollywood.
La escena fue controvertida en su época, y por ello fue cortada en los estados sureños
junto con otras tomas en las cuales ambos entraban en contacto. En total, Temple y
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Robinson actuaron juntos en cuatro películas: The Little Colonel, The Littlest Rebel, Rebecca of
Sunnybrook Farm y Just Around the Corner.

A pesar de ser el artista negro mejor pagado de la primera mitad del siglo XX, Robinson murió
arruinado en Nueva York en 1949, a los 71 años de edad a causa de un fallo cardiaco. Su funeral
fue organizado y pagado por su amigo y presentador de televisión Ed Sullivan.

Bojangles (film)
2001

2020 Hace unos días HBO sacó de su catálogo el film de 1939 por reflejar “prejuicios étnicos y
raciales”.

“Lo que el viento se llevó es un producto de su tiempo y refleja algunos de los prejuicios étnicos
y raciales que han sido comunes, desgraciadamente, en la sociedad estadounidense. Estos retratos
racistas eran equivocados entonces y lo siguen siendo hoy, y sentimos que mantener esta obra sin
explicarlos y denunciarlos sería irresponsable", dijeron en los últimos días desde HBO para contar
los motivos por los que habían decidido sacar del catálogo el clásico filme de 1939. Al momento de
su estreno, el filme fue calificado por la crítica como “racista” ya que su forma de mostrar el trato
de los O’Hara hacia sus criadas “resaltaba la esclavitud”.

Hace ochenta años, la actriz que interpretó a la criada de Scarlett O’Hara marcaba un antes y un
después en Hollywood. Mammy fue interpretada por Hattie McDaniel y hasta se encargaba de
vestir a la protagonista y era de a momentos una especie de consejera para la joven “Escarlata”,
como ella la llamaba.

Era una de las primeras veces que Hollywood le daba espacio a artistas afroamericanos, incluso
Hattie McDaniel fue la primera afroamericana en la historia en ganar un Oscar, luego de
que la Academia la destacara como Mejor Actriz de Reparto.

A pesar de haber ganado la estatuilla, ni ella ni su compañera McQueen estuvieron en el salón


principal con el resto del staff del elenco. Meses atrás, cuando la película estrenó con una gran
fiesta que duró tres días en la ciudad de Atlanta, ellas habían sido las grandes ausentes. El mismo
Gable se solidarizó y amenazó con no ir al estreno si no estaba su compañera, pero fue ella quien lo
convenció de que él debía estar.
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En un país segregado, la mujer que interpretó a Mammy tampoco conseguía el apoyo del resto de
la comunidad afroamericana que veía como “indignos” los personajes que le tocó interpretar.

Apartada de sus compañeros de Hollywood, el nombre de McDaniel, quien murió en 1952, quedará
en la historia del cine para siempre, donde supo ganarse sus dos merecidas estrellas en el paseo de
la fama. Por su papel en la película de Victor Fleming y otros tal vez no tan recordados, fue
duramente criticada, ya que la acusaban de “encasillarse” en el rol de “buena criada”, a lo que ella
con su humor e ironía respondía: “Prefiero actuar de sirvienta y ganar 700 dólares semanales que
ser una sirvienta y ganar 7”.

Nacida en Kansas en 1895, Hattie era hija de padres esclavos liberados y en 1930 se fue a
vivir a Los Ángeles, donde trabajó como empleada doméstica, aunque su plan y su sueño eran
otros: llegar a la pantalla grande. Oportunidad que llegó dos años más tarde.

Aunque anteriormente había trabajado en la compañía de uno de sus hermanos, recordó la primera
vez que subió a un escenario: “Alguien me dijo que en el hotel Suburban Inn de Sam Pick buscaban
una asistente para el baño de mujeres. Salí corriendo y cogí el trabajo. Una noche, cuando todos
los artistas se habían ido, el gerente pidió que algún voluntario se subiese al escenario, pedí una
canción a los músicos y comencé a cantar. No volví a trabajar en los baños. Durante dos años
protagonicé el espectáculo del local”.

Varios años después de Lo que el viento se llevó, se convirtió en la primera afroamericana en


tener su programa de radio propio, ciclo que se canceló debido a sus problemas de salud. En 1950
sufrió un infarto y tras su recuperación, le diagnosticaron cáncer de mama. Murió en octubre de
1952 a los 57 años y sin dinero, a pesar de haber participado en más de trescientas películas
(aunque solo en menos de un tercio figuró en los créditos) y de ser parte de la historia del
cine.

Sus restos no pudieron ser depositados en el cementerio Hollywood Forever, donde ella había
expresado que deseaba que reposaran, ya que a mediados del siglo pasado el lugar no aceptaba
afroamericanos. Sin embargo, años más tarde luego de que la sociedad avanzara con la inclusión
de los derechos de los afroamericanos, pusieron una placa en su honor.

El linchamiento, la muerte de personas por la acción extrajudicial de una muchedumbre, ha existido


en Estados Unidos sobre todo desde finales del siglo XVIII hasta la década de los 60 del siglo XX. El
mayor linchamiento en la historia del país ocurrió en 1891, cuando una turba linchó a 11
inmigrantes italianos. Entre 1880 y 1970, se linchó a 3265 negros, 1082 blancos, 71 mexicanos, 38
indios, 10 chinos, y un japonés; el apogeo de este tipo de crimen fue en 1892.2 Los linchamientos
también fueron muy comunes en el Viejo Oeste, aunque en este caso, las víctimas pertenecían a
distintas etnias o nacionalidades, como amerindios, mexicanos o chinos.

El Instituto Tuskegee, hoy Universidad Tuskegee, ha definido las condiciones que constituyen un
linchamiento reconocido:

Tuskegee sigue siendo la fuente única más completa de estadísticas y registros de este delito desde
1882. Hasta 1959, año en que se publicó su último informe anual de linchamientos, habían muerto
un total de 4 733 personas por linchamiento desde 1882. Citando el informe,

«Excepto en 1955, en que se registraron tres linchamientos en Misisipi, no se ha conocido ninguno


en Tuskegee desde 1951. En 1945, 1947 y 1951, solo hubo un caso por año. El caso más reciente
conocido por el instituto fue el linchamiento de Emmett Till, de 14 años, un negro al que golpearon,
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mataron de un disparo y arrojaron a un río en Greenwood (Misisipi) el 28 de agosto de 1955 (…)


Durante un periodo de 65 años hasta 1947, se registró al menos un linchamiento por año. El año
más letal fue 1892, con 231 linchamientos. De 1882 a 1901, el promedio es superior a los 150
linchamientos por año. Desde 1924, se produce un marcado descenso en su número, no siendo
ningún año superior a 30, que fue el número de casos sucedidos en 1926 (...)».

Chester Himes

Sus detectives : Coffin y Grave Digger (Ataúdes y Sepulturero)

• For Love of Imabelle (Por amor a Imabelle)

• All Shot Up (Todos muertos)

• The Big Gold Dream (El gran sueño del oro)

• The Heat's On (Empieza el calor)

• Cotton Comes to Harlem (Algodón en Harlem)

• Blind Man With A Pistol (Un ciego con una pistola)

Todos fueron escritos entre 1957 y 1969 (boicot de autobuses es en 1955 y la muerte de M. L. King
en 1968)

Uno de los aspectos más extraordinarios cuando se penetra en lo más oscuro de la serie noir, es el
ciclo de novelas Harlem Detective del escritor negro Chester Himes, quien introdujo, por primera
vez, el racismo con mayúsculas en el género.

Nueve libros sofocantes cuya publicación coincide con la heroica lucha por extender el acceso pleno
a los derechos civiles y la igualdad ante la ley de los ciudadanos negros en Estados Unidos, y que
usualmente se sitúa en el periodo que comienza en 1955, con el boicot de autobuses de
Montgomery y termina en el 68, con el asesinato de Martin Luther King.

El ciclo que comprende las historias protagonizadas por sus singulares detectives negros, Ed
“Ataúd” Johnson y “Sepulturero” Jones nace en Francia y transgrede todos los esquemas para
colocar ante los ojos del lector una amarga y violenta comedia segregacionista del absurdo.

La cualidad del dolor


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Chester Himes nació en Jefferson City, Missouri, en 1909, frente al Instituto Lincoln, donde su
padre era profesor. A los diecinueve años de edad fue condenado a veinte años de prisión, por
atraco a mano armada. Y en su celda se inspiró en la obra de Dashiell Hammett para comenzar a
escribir unos relatos que, cuando cumple los veintisiete —y recibe la libertad condicional—,
aparecían publicados en las revistas negras y en la sacrosanta y blanca Esquire.

Sí, la misma de Hemingway y Scott Fitzgerald.

Unos relatos con un lenguaje incisivo y quemante que exprimían los entresijos del corazón roto, y
reflejaban una profunda exploración de los temas más crueles de raza y su dignidad, que Himes
exploró (reconoció) a lo largo de su vida, y psíquicamente lo lastimarían hasta su muerte.

Es por eso que abismarse en sus dos libros autobiográficos —La cualidad del sufrimiento y El
absurdo de mi vida, escritos a los sesenta, poco antes de morir en Mallorca a orillas del
Mediterráneo—, es asistir no únicamente a la indagación más recóndita del alma de su raza, sino
también a la armazón de una bomba de relojería permanentemente a punto de estallar.

Como recordaba el poeta estadounidense Ishmael Reed, cuando Himes había cumplido los 19 años,
había sufrido más desgracias que las que la mayoría de las personas experimentan durante toda su
vida.

Y las experimentó en todos los sentidos. Incluso cuando luchó por medio de la literatura. Nunca
supo, como él mismo reflexionaría, si a causa de ser él un degenerado ex presidiario que rehusaba
llevar el hábito de la penitencia, por ser un negro que no aceptaba el problema de los suyos como
propio, por no conformarse con la existencia preestablecida para los de su raza, o por ser —y ésta
será una de sus claves narrativas— un hombre de color al que le daban lástima las mujeres
blancas.

Dos tomos autobiográficos de pura pasión, escritos con sincera minuciosidad, al mismo tiempo
despojados del romanticismo de la vida artística los expatriados, en los que abunda la indignación,
la soledad y la frivolidad. A diferencia de Hemingway y compañía, Himes llegó a París indigente,
enfermo de amargura, y como escribió, necesitado desesperadamente de mujeres, «no solo por
sexo sino por seguridad; para ayudarme a controlar mi temperamento, a restaurar mi ego y
asegurarme que no estaba solo”.

Como comentaba Al Young, a diferencia de James Baldwin, que diseñaba con el cerebro sus perfiles
raciales, Himes lo hace con las vísceras. Y al igual que en El fin de un primitivo, en toda su obra se
reitera su obsesionada búsqueda de un significado en las relaciones interraciales; relaciones que
sacan a flote la violencia racial y física a que se hallan encadenadas ambas razas. Tanto así, que no
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se inmuta en dar detalles de sus relaciones sexuales. Tras una vehemente escena de amor con
Marlene —una alemana a la que doblaba en edad—, Himes se sienta ante la máquina de escribir y
redacta: “Lo que importa ahora es seguir pensando en lo impensable y escribir lo impublicable, a
ver si rompo de una vez esta jodida barrera racial que nos sofoca a los negros”.

Y en una de sus visitas a Nueva York, donde lo aguardaba Alva, su antigua amante, le hace el amor
hasta desecarse. “Yo mismo me sorprendía de que el sexo y la literatura fueran mis dos
obsesiones: la literatura era mi profesión, mi ambición, mi meta y mi salvación; y el sexo era mi
espada y mi escudo contra las heridas y frustraciones de la primera. Aquello resultaba puro
masoquismo”.

Al parecer, Himes necesitaba del sexo para controlar su carácter. También necesitó a las mujeres
para restaurar su propio ego, buscando en ellas consuelo, permanencia, aliento, una reafirmación
de que no se hallaba solo. Hasta que conoció a Lesley Packard.

Su segunda y última esposa.

Casi al final de su vida.

Hasta entonces, Himes describió con pelos y señales sus intimidades con todas las mujeres que
conoció. A partir de entonces interrumpe para siempre sus efusiones y se limita a darles un trato
leve y respetuoso. Es más, algunos notan la mano de Lesley en la redacción de ciertos pasajes de
My Life of Absurdity.

Pero en verdad Himes no recibió nada cercano al reconocimiento hasta que tuvo más de cincuenta
años. Y eso, como dijimos, fuera de Estados Unidos, en Francia, donde había ido a dar autoexiliado,
y donde se aventuró en la creación de su fabuloso “Harlem Cycle”.

Un ciclo del que el gran amante de la novela negra Manuel Caballero, con su saludable sentido del
humor característico exclamaría, que “solo los franceses pudieron tener la desfachatez, el
esnobismo y la inteligencia para sacar esta nueva picaresca del arroyo, ponerla bajo la dirección de
Marcel Duhamel, cuyo apellido podría hacerlo confundir con un académico, y calzarla con el
prestigioso pie de página de la Nouvelle Revue Française, la endiablada NRF de Gastón Gallimard”.

Una existencia abarrotada de giros repentinos, contradicciones, incertidumbre, violencia rancia,


como su ficción llena de centros oscuros en el corazón de la luz. Como si toda su experiencia se
redujera en un único stock oscuro y rico. Y en la que este expresidiario está atrapado por tantas
tensiones dentro de él, que solo una colosal fuerza centrípeta impide que vuele en pedazos,
compelido a recrear un nuevo y el mismo mundo siempre.
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El racismo en la casa

Es un hecho que las diferencias y el fuerte choque entre su padre de piel negra oscura y su madre,
ochavona de piel más clara, separó a la familia. Y parecen haber dejado en su tejido emocional más
cicatrices incluso que su condena en prisión, su primer matrimonio fallido, o los trabajos serviles
que se vio obligado a realizar después de haberse establecido como autor.

Estelle Bomar era una bella mujer mestiza de blanco y cuarterona, de ojos avellana y cabello
castaño oscuro. Descendía por el lado de la madre de una esclava india, que Himes recuerda como
la litografía de una squaw india vieja y arrugada fumando en pipa. “Como sacada de una película de
Hollywood”. Y del lado del padre, de un abuelo alto, rubio, confederado, que por un lado era su
amo y por el otro medio hermano. Estelle aseguraba muy orgullosa que era descendiente directo de
una familia noble inglesa.

Ochavona: adj. Cuba. Dicho de una persona: Nacida de blanco y cuarterona, o de cuarterón y
blanca

Cuarterona: Adjetivo. En la América colonial, nacido de mestizo y española, o de español y mestiza.

La mayoría de los castigos y regaños que sufrirían Chester y sus hermanos, Edward el mayor y
Joseph el menor, obedecieron al deseo de que se comportasen “como corresponde a nuestra
herencia”, de acuerdo a Estelle. Amén de mandarlos a apretarse el puente de la nariz para que no
les quedara chata.

Rigor y absurdo, pero sí: disciplina racista.

El profesor Joseph Sandy Himes, por el contrario, era un negro bajito con las piernas arqueadas, el
cráneo perfectamente elipsoidal, y el rostro arábigo coronado por una nariz grande y curvada, cuyo
abuelo por parte de padre había sido un esclavo herrero de un judío probablemente llamado Heinz,
cuyo nombre tomó cuando fue liberado. Y por eso se llamaría Himes, y nunca supo su nombre.

Chester es bisnieto de este esclavo

Únicamente que había sido comprado fuera del bloque de esclavos, y entrenado como herrero por
el amo en la plantación; de donde al final de la guerra civil se escapó, después de una pelea con el
capataz, a quien seguramente agredió, y quizá mató, abandonando su primera familia.

Según James Sallis —uno de los mejores autores de novela negra, devoto de Himes—, Mary la
segunda esposa de este abuelo sin nombre le dio cinco hijos antes de morir, de los que el gentil
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Joseph Sandy sería el hijo del medio, y quien con un esfuerzo inaudito, a los catorce años , cuando
Mary muere, además de trabajar en una variedad de oficios, pasa por el Clatiin College de Carolina
del Sur y asiste al Boston Mechanical Institute.

Era un buen herrero y carpintero. Hacía carruajes, carretas, joyas, lamparas, platos de oro y plata.
Fue un artista de la fragua y el yunque. Un hombre entero que enseñó herrería y manejo de ruedas
en las universidades negras en todo el sur, antes de que la familia migrara a Cleveland. Y es casi
seguro que fue esa ambición de Joseph, lo que atrajo a Estelle hacia él.

En todo lo demás eran diametralmente antagónicos.

Himes hablaba de la mentalidad de esclavo de su padre, quien para su disgusto aceptaba la


premisa de que los blancos sabían más que él. Mientras que Estelle odiaba toda clase de
condescendencias de los blancos. No obstante, admiraba en Joseph su consagración al ascenso
propio y el de su propia familia, a través del trabajo duro y una excepcional voluntad.

Aunque siempre pensó que su matrimonio había estado por debajo de su nivel. Creía que las
universidades negras eran degradantes, por lo que, maestra como Joseph, se encargó
personalmente de educar a sus hijos en casa. Consideraba que las circunstancias estaban
deteniendo su avance, sobre todo por la falta de arrojo de Joseph por igualar el suyo. Y hubiera
podido hacerle concesiones, decía Himes, si su padre hubiera sido un hombre de mayor éxito
propio.

Esa falla tectónica se fue ampliando cada vez más, hasta que fue configurando un infierno
doméstico donde dominó la ansiedad, la incertidumbre y finalmente la depresión. Una y otra vez se
peleaban sin cesar, al tiempo que Chester y sus hermanos miraban con gemidos y temblores de
terror.

“—Quiero que mis hijos se parezcan a mí —murmuraba él.

—¿Para qué? —respondía ella— ¿Para que puedan crecer discapacitados y despreciados?

—¡Despreciados! —su rostro adquirió una mirada débil— ¿Qué quieres decir con despreciados?
¿Supongo que crees que soy discapacitado y despreciado?

—¿No es así? —la pregunta lo sobresaltó— ¿No puedes ver?… Quiero que los niños lo tengan
mejor, no solo que sean unas cosas vulgares.

—¡Pickaninnies! —cortó él, irreflexivo, con aquel término racista caricaturesco de los niños negros, y
agregar: (pickaninny = es negrito / negrita , término despectivo)
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—¡Eso es mejor que solo ser restos de un hombre blanco!

Ella se puso blanca de furia. Era la segunda vez que arrastraba a sus padres, pero esta vez fue mas
doloroso porque estaban muertos y ella veneraba su memoria.

En respuesta dijo con voz contundente:

—¡No amarías nada mejor que hacer que mis hijos sean tan bajos y vulgares como tú!”

Con los años, renunciando a las expectativas que había tenido con su propio padre, Estelle parece
haberlas transferido a Chester. Y Joseph comenzó a desvanecerse fulminado.

Es difícil evaluar —escribe Sallis— en qué medida la derrota de Joseph surge de dentro de él más
por su falta de voluntad que de su limitada experiencia y mansa actitud como hombre negro
mínimamente educado en una sociedad blanca, o del orgullo y capricho de la esposa.

The “Black Bourgeoisie”

Cada vez que Estelle dice a sus hijos: “Mira lo lejos que hemos llegado con nuestra sangre y
reproducción superiores”, replica la misma letanía que en casi todas las familias de la reciente
burguesía negra de fines de los 20, penetrada por ideales burgueses blancos. Años después, Himes
diría de sus compatriotas negros que “la cara puede ser de África, pero el corazón tiene el latido de
Wall Street”.

Mucho se ha escrito del alto precio que tuvo y tiene que pagar la clase media negra estadounidense
por salir de la oscuridad económica y política: segregación, frustración por no poder asimilarse a la
sociedad blanca. E. Franklin Frazier en Black Bourgeoisie destaca la poderosa energía que une a los
tenaces y emprendedora negros, y cómo ese pegamento finalmente puede adherirse a sus hijos.

Y parte de la enorme fuerza como artista de Himes—lo que lo separó aún más del resto de los
escritores negros de su época, como Wright o Baldwin, dice Frazier—, fue la forma en que trató de
catapultarse a sí mismo desde ese enigmático arcano particular”.

De ahí la polémica ambivalencia existencial y literaria del autor de Si grita, suéltalo, quien jamás
escribió con reverencia sobre su clase y no glorificó a los negros como perdedores o perseguidos.
Por el contrario, pintó de ellos una imagen desordenada y a menudo fea, pero que estaba iluminada
desde adentro por su propio sentido de la verdad.

A Himes no le interesaba la protesta social, puesto que toda protesta implica cierta esperanza de
reforma, y la escena americana le parecía irredimible. En palabras de Edward Margolies, el acento
de la obra recae sobre las consecuencias de una civilización deformada y enferma. Que Himes
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reitera, según el autor, en su obsesionante búsqueda de un significado en las relaciones


interraciales, relaciones que sacan a flote la violencia racial y física a que se hallan encadenadas
ambas razas.

El accidente del pequeño Joseph

A los once años, en una demostración de química, a su hermanito Joe, tras mezclar nitrato potasio
con sílice, le estalla el mortero en la cara. Todavía, medio siglo después, Himes recordaría aquel
momento de su infancia como el más “espantoso, dramático y terrible”.

Entran por la puerta de emergencias de un hospital para blancos. Su padre había comprado un
Studebaker de segunda mano en Memphis durante el ultimo año de la guerra, con lo que se había
convertido en el único negro con vehículo de su región de Mississippi —Himes confesaba que aún,
fuera donde fuera, encontraba a blancos que odiaban a un negro porque tenían un carro grande y
caro—. Pero el caso es que cuando llegan al hospital aparecen asistentes y doctores todos de
blanco.

El episodio sería decisivo.

“Recuerdo que estaba sentado en el asiento de atrás, mientras Joe contemplaba la pantomima que
se le brindaba a la luz de los faros del coche. Un hombre blanco se negaba a algo. Mi padre
suplicaba. Abatido, mi padre se dio la vuelta. Lloraba como un niño. Mi madre revolvía en su bolso
buscando un pañuelo. Yo desee que fuese una pistola. Joe estaba extrañamente callado. Lo
llevamos al hospital para negros. Ninguno de los que estaban allí sabía exactamente qué hacer.
Finalmente, le pusieron un vendaje en la cara y sobre los ojos y lo metieron en una cama. No
quedó desfigurado pero sí ciego”.

Desde entonces el profesor Himes trabajaría aun más duro, reubicándose continuamente donde
hubiese alguna posibilidad de avance profesional. Y cuando Chester se gradúa en East High School,
en Cleveland, donde se han establecido, los Himes han vivido en Alcorn, Mississippi, St. Louis,
Missouri, y Pine Bluff, Arkansas con una escala en Augusta, Georgia. Con el tiempo se
desprenderían algunas capas de piel muerta de los ojos de Joe. Quien haciendo gala de un gran
esfuerzo de superación, se convertiría en un sociólogo de prestigio internacional y profesor en el
North Caroline College de Durham.

Caída libre

Los años en Cleveland son funestos. Marcados por una especie de tragedia. En 1926, después de
graduarse en la secundaria, Chester encuentra trabajo como ayudante de camarero en el Wade
Park Manor, hotel donde ocurre el famoso accidente de su caída. Al parecer estaba coqueteando
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con dos chicas blancas del trabajo (siempre tendría mucha suerte con ellas), cuando, no se sabe
por qué, se cayó por el hueco abierto del ascensor de servicio de una altura de cuarenta pies.

Se aplastó las tres ultimas vértebras y los dos huesos del brazo izquierdo. Se rompió la mandíbula y
se hizo añicos los dientes. Por lo que durante un tiempo llevará un arnés de cuero con soportes de
acero inoxidable.

La Comisión Industrial de Ohio le otorga un estipendio por discapacidad, y el hotel promete seguir
pagándole el sueldo pero si renuncia a reclamar y demandar, con lo que Joseph Sandy está de
acuerdo.

Estelle se enfurece. Odia todo tipo de paternalismo de los blancos hacia los negros, y odia a los
negros que lo aceptan. Llama a su esposo “apocado y lameculos”. La situación se enrarece. Sin
embargo, la cosa pasa. Pero Chester se matricula en la Universidad Estatal de Ohio, y se alegra de
que llegue septiembre para largarse.

Rinde un examen para determinar su coeficiente intelectual, y saca el cuarto mejor coeficiente de
todos los que entran ese año. Está orgulloso. Pero los estudiantes negros no pueden dormir en los
colegios mayores de la universidad, y en todas las residencias del interior del campus se les niega la
entrada. Lo más que puede conseguir cualquier estudiante de color es entrar allí como camarero o
lavaplatos. No obstante, este joven Himes de clase media no se inmuta, y va y se compra un abrigo
de piel mapache de trescientos dólares, un traje, una pipa de cañón largo, y un Ford T Roadster.

Y se convierte en un colegial.

Debido a sus lesiones está exento de las obligatorias clases de gimnasia, y los carajitos veteranos
blancos de la clase —que son quienes se encargan de hacer cumplir las reglas— no saben que es
novato y no lo sacuden a trompadas en el bautizo porque nunca llevará el uniforme. Por otra parte,
tiene suerte con las bellas negritas de la pensión donde alquila.

A las hermandades de estudiantes de la universidad, Kappa y Delta, solo entran las chicas con clase
y de piel blanca, y los blancos manejan todas las funciones sociales de los negros, y las fiestas.
Según sus memorias, Chester insinúa con cierta jactancia, que con su Roadster y su abrigo de
mapache hubiera podido habérselas levantado a todas de calle. Pero lo mata un complejo de
inferioridad. Se siente tímido en su compañía.

Prefiere mujeres más adultas y sin prejuicios. Y se cierra. Se aísla. Y a aquella caída por la boca del
ascensor en el el Wade Park Manor ahora le seguirá otra existencial. Entra en una profunda
depresión. No le va nada bien en los estudios y desarrolla una actitud negativa. Quiere que lo
echen, pero por alguna razón no lo hacen, mientras se prepara para volver a Cleveland en Navidad.
https://www.youtube.com/watch?v=CuEnC_3uymY bojangles y Hines

Para entones —cuenta en La cualidad del sufrimiento— estaba cansado de la Ohio State University
y su política de discriminación, harto de su paternalismo —“avergonzado de mí mismo por mi
afición a las prostitutas, mi renuncia instintiva a la intimidad, y mis impulsos esquizofrénicos por
llamar la atención y pasar desapercibido al mismo tiempo”.

Fue mucho más tarde cuando comprendió que simplemente no había aceptado su status de
“negro”. Y algo termina de romperse dentro de él. Frecuenta los músicos de la calle Warren, que
pasa a través del peor de los suburbios negros donde hay tantos asesinatos entre hermanos que la
llaman “calle Birmania”. En los cines del centro de Columbus hay una gran discriminación racial. No
se admiten negros o bien se les confina al gallinero. No se les sirve comida en ningún restaurante
blanco.

La realidad es irracional, contradictoria, nociva. Pocas veces habla con blancos. Siempre le miran y
él por su parte los ignora. No los odia aún. No pueden rechazarle más de lo que él los rechaza a
ellos.

Se embriaga de entusiasmo con las esbeltas negras de los musicales, de Running Wild, Josephine
Baker y Ethel Waters. Las navidades son un desastre. Sus padres se pelean continuamente. Joe se
escapa con los amigos.

Su hermano Eddie hace años que no está.

La calle 55 y la cárcel

En la calle 55 se encuentra el Cabaret de Elks. Los Cotton Pickers de Bud Jenkins tocan allí. Chester
no puede desprenderse del solo que hace un trompetista en Bugle Blues, que conmociona y
enloquece a las negras que se suben a las mesas, se desvisten. Para él enseñan sus piernas largas
como cuando eran vendidas como esclavas. Era fácil hacerse con una mujer negra y convertirla en
una ardorosa amante.

Las criadas son las mas fáciles. Las putas de buen ver las mas difíciles. “Me gustaba el brillo
aterciopelado de su piel. Me gustaba el cojín de su vello púbico”, escribe. Le gustan porque él les
gusta. Y prácticamente todas las noches durante las vacaciones sube embriagado con alguna al
hotel Majestic. Estelle está furiosa. Su padre, cansado y derrotado, le defiende. Chester se alegra
de marcharse y volver a la universidad.

Pero está harto. Hastiado de las limitaciones de los estudiantes negros. Se supone que no debería
estarlo. Él es uno de los elegidos. Tiene la mezcla de piel negra lo bastante clara para ser aceptable
en un varón, es de “buena familia”, y posee los signos externos de la riqueza: piel de mapache,
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ropas de corte inglés, un automóvil, fuma en pipa. Pero aun así rechaza las distinciones que se
hacen en clase basadas en el color y la cantidad de sangre blanca que corre por sus venas.

En los alrededores de la Calle 55 están los autos, la ropa, el juego, y un yo imprudente es atraído
por el brillo de la vida baja, de los proxenetas negros y las puntas de los cigarrillos manchadas del
lápiz labial de las chicas blancas que trabajaban para ellos.

Scovill Avenue es la calle de tugurios más degradada que jamás haya visto. La mayoría de las
prostitutas negras en Scovill han pasado la treintena, son vulgares, con cicatrices, tontas, enfermas
y afectadas por la pobreza. Y “los niñatos blancos y los inmigrantes, los hunkies (inmigrante de
ascendencia eslava o húngara con poca preparación para trabajar), son los imbéciles que acuden
por este tipo de mujer”, escribe.

Lo expulsan de la universidad.

La atmósfera de casa es deprimente. “Los recuerdos de mí mismo eran deprimentes”. Su amigo


Ramsey le lleva a ver a su pana Bunch Boy, un viejo de mirada seca, a su club de juego, muy
conocido en el gueto negro, solo frecuentado por criados, botones, choferes y negros de cualquier
condición, donde juegan como Chester. Y le dan a los dados y al blackjack.

Su papá tiene un trabajo de conserje en un club nocturno, desde la medianoche hasta las ocho o
nueve de la mañana limpiando el club después de cerrar. Chester dice que tiene un empleo
nocturno. Nadie le para. Y aprende pronto y bien. Se convierte en un excelente jugador de
blackjack.

Sale con los amigos, los chulos y las madames importantes. Asimila la cara oculta de aquella vida
febril. Y para cuando se percata, además de los ingresos de la prostitución, vende whisky ilegal que
destila y embotella. Aprende a masticar una especie de raíz para no envenenarse con aquel
brebaje. Y cuando es declarado culpable de intentar estafar a un negro YMCA, su Estelle pide
clemencia y lo saca.

“Parecía que estaba en trance. Creo que era el resultado de tantas conmociones”. Las peleas en
casa habían llegado a su punto álgido; a veces su padre pegaba a su madre, ella devolvía las
trompadas, y él debía separarlos. “Entonces, no recuerdo cuándo dónde, me encontré con un
carterista llamado Benny, grande, simplón y bruto, y aprendía a fumar opio y a robar carros”.

Y ocurre lo del robo a una rica pareja de ancianos en su residencia a punta de pistola. Es
sorprendido tratando de empeñar las joyas. Es arrestado, y en la oficina de detectives, colgado
boca abajo y golpeado en las costillas y los testículos. Confiesa el crimen. Y es enviado a la
penitenciaría estatal de Ohio a pagar veinte años.
https://www.youtube.com/watch?v=CuEnC_3uymY bojangles y Hines

«La ventaja que tenía sobre otros convictos negros era que conocía mi propia mente. La mayoría de
los ellos eran estúpidos, sin educación, prácticamente analfabetos, ligeramente por encima de los
animales. Y empecé a escribir. Eso también me protegió tanto de los convictos como de los
guardias”. Ni siquiera él mismo se explica cómo desarrolla la concentración que encuentra para
aislarse en ese mundo sombrío y escribir.

Una cruzada en solitario

Sus primeros relatos cortos son sobre su vida en prisión. Y como dijimos, aparecen en magazines
negros —Abbott ‘s Monthly y The Atlanta World—, y en 1934 Esquire compra sus ficciones. Si
Fitzgerald y Hemingway, describían el desencanto del sueño americano entre jazz, la champaña y
las flappers de faldas cortas, o los safaris, Himes escribe sobre “la invisible clase de los negros”. Se
hace un hombre en aquella penitenciaría. Y es en la cárcel donde aprende a considerar que “la
gente es capaz de cualquier cosa, absolutamente cualquier cosa”.

Después de la publicación de su primera novela, Cast the First Stone (1937), poco después de
pasar siete años en prisión —sobre el voraz incendio que presenció en la penitenciaría de Ohio en
1930—, Himes se da cuenta de que parte de su manuscrito ha sido eliminado.

Los editores se han espantado por el potencial de controversia que encierra: la espantosa
corrupción moral y material de presos y burócratas, las palizas, los tiros y las violaciones; aunque
sobre todo, sospecha, por el tratamiento autentico y positivo que con valentía suficiente hace del
homosexualismo. Y cuando en 1972 se publica una versión no expurgada con el título de Por el
pasado, llorarás, se verificará que se había ido mas allá, se habían eliminado secciones completas.
Como diría Jabari Asim, no había sido simplemente editada, “sino agresivamente eviscerada”.

Según algunos críticos los libros más convincentes, Si grita, suéltalo, considerada un retrato de la
raza como una prisión económica y psicosexual, una celda acolchada, Una cruzada en solitario, en
la que se entremezclan tensiones raciales y políticas cuando el protagonista es Gordon Lee, un
negro que ha sido elegido para organizar un sindicato, o La tercera generación, además de
Yesterday Will Make You Cry, Himes se atrevió a formular preguntas que pocos de sus
contemporáneos negros se atrevían.

¿Cómo se puede crear una literatura sobre negrura sin identificarse con la clase más pobre?
¿Debería uno sentirse obligado a retratar una experiencia que no es propia? ¿Debería el novelista
negro promulgar una política personal o general? Y, lo que es más importante, ¿cuál es la relación
del hombre negro con esa otra clase marginada, las mujeres blancas?
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Sus primeros escritos en la cárcel carecen de tinte racial. Desde su celda sólo escribió sobre
crímenes y criminales. Lo de los negros en un mundo blanco vendría más adelante, con Si grita,
suéltalo (1945), donde emergerá con potencia el viejo tema de la violación de una mujer blanca por
un negro.

Cuando en el verano de 1936 recibe la libertad condicional y regresa a Cleveland, se encuentra con
Jean Johnson, a quien conocía desde antes de su arresto. Se casan y se van a Los Ángeles. Aquella
ciudad lo hiere racialmente todavía más. Trabaja de camarero, de botones en grandes hoteles y
escribe. Le duele que mientras él está desempleado, Jean trabaje de directora adjunta de una
directora blanca del departamento de actividades de la mujer de la USO, una organización sin
ánimo de lucro que provee servicios recreacionales y morales a los miembros de las Fuerzas
Armadas de los Estados Unidos.

“Bajo la corrosión mental de la discriminación racial en Los Ángeles me volví áspero y me llené de
odio”, dice. Se siente incapaz de apoyar a su esposa, a la que ama desesperadamente. Tiene
miedo. Y se van a Nueva York. Que le lastima de forma distinta: aceptándole. Se pierde en otro
maremagno de sexo y borracheras donde casi pierde a su mujer. Entonces deciden irse al rancho
del hermano de ella, Hugo. Donde termina Una cruzada en solitario. Para luego regresar a Nueva
York donde la publican.

Y ocurre otra vez.

Cancelan sus presentaciones de promoción. Las entrevistas. La publicación comunista The New
Masses abre fuego con un ataque venenoso encabezado por la silueta de un negro llevando una
bandera blanca que dice “Himes lleva la bandera blanca”. El Atlantic Monthly anuncia que “El odio
corre por este libro como un hilo de bilis amarillenta”. Los comunistas atacan las tiendas donde la
venden. La izquierda lo odia. La derecha lo odia. Los judíos lo odian. Los negros lo odian.

Todo el mundo odia Una cruzada en solitario.

Sin embargo, sucede que el más grande novelista estadounidense de color y el primero en escribir
un best seller, Native Son, Richard Wright, celebra su traducción francesa.

Y esto entusiasma a Chester.

Por lo que después de regresar a la Costa Este, y bregar con el agua al cuello en varios trabajos,
cuidador en Nueva Jersey, botones, almacenista de un museo en Nueva York, y mantenerse con las
ganancias de su esposa y una subvención, Estados Unidos ya le parece tan absurdo como opresivo.
Y finalmente decide separarse de su mujer y probar en París.
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En su Chester B. Himes, A Biography, el profesor de Johns Hopkins Lawrence Jackson, nos ofrece
un retrato en profundidad. Ahí donde ya vive Richard Wright.

París no es una fiesta

Chester Himes llega a París con poco más de doscientos dólares en cheques de viaje, con su baúl,
la máquina de escribir, una maleta y “un deseo desaforado de mujeres”.

No es un desconocido en Europa.

Aunque sea una nulidad editorial en su patria, Si grita, suéltale ha sido publicada en Inglaterra, y
Una cruzada en solitario con prólogo de Dick Wright lo ha sido el año anterior. Los críticos la han
elegido como uno de los mejores libros americanos publicados aquel año en Francia, junto a otros
de Herman Wouk, William Faulkner, Ernest Hemingway y Scott Fitzgerald.

Dick Wright ha sentido siempre curiosidad por Himes. Conoce su historial en prision y sospecha que
ha vivido una vida salvaje y rabiosa. Lo acoge. Himes se convierte en uno más de la comunidad
parisina de expatriados negros posterior a la Segunda Guerra Mundial, como Ollie Harrington,
William Gardner Smith y James Baldwin.

Al tiempo que se acopla con Wright.

Se necesitan mutuamente.

Himes necesitaba un guía para París, sus escritores y editores y las maravillas de los cafés. Y
Wright, según Lawrence Jackson en su Chester B. Himes, A Biography, la compañía de otro duro
escritor «realista negro”. Particularmente después de recibir las permanentes críticas cáusticas de
James Baldwin.

Himes observa que todos los negros norteamericanos que conoce en París, Wright, Harrington, Van
Bracken, Gary el pintor, Bill Smith, tienen mujeres blancas. Y a veces dos o tres, o más. Y que lo
único que le impide convertirse en alcohólico, es su increíble apetito.

También considera que que la vida de un negro en París necesita de una imagen diferente a la de
ser únicamente víctima del racismo. “Éramos algo mas que víctimas. No sufríamos, éramos
extrovertidos. Éramos individuos únicos, divertidos sin ser unos payasos, solemnes pero no serios,
heridos pero no quejumbrosos, llenos de apetito sexual pero sin ser promiscuos en el sentido
normal que tiene la palabra, sin ser prostibulófilos; trinábamos por el amor a la vida, al sexo, al
amor propio. Éramos absurdos”.
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Y no conseguía que sus razonamientos alcanzasen una conclusión irrefutable. Por ejemplo el verbo
joder, fornicar. “Me preguntaba qué pasaba con aquel verbo sencillo, transitivo o intransitivo, joder
o jodido, que no dependía tanto del sexo del hablante como de sus gustos o actitudes. ¿Qué
demonios tenían los censores contra aquel verbo cuando se usaba como verbo, una palabra fuerte,
dura, excitante?”.

Su ocupación esencial era buscar dinero. Y aunque los de la Libraire Plon le habían comprado la
novela autobiográfica La tercera generación para su famosa colección Feux Crocites, por trescientos
dólares, los editores franceses, como le había advertido ya Dick Wright, no pagaban. Había escrito
El primitivo y cargaba el manuscrito de su novela Mamie Mason, pero pensaba que las escenas
sexuales entre negros y blancas, era lo que la paraba.

Y ocurrió.

Marcel Duhamel y la “Serie Noir”: Il sorpasso

Su encuentro con el dramaturgo Marcel Achard en 1944 fue determinante. Achard le dio a
conocer dos novelas negras de Peter Cheyney. Entusiasmado, Marcel Duhamel las tradujo y
propuso a Gallimard que las publicara en una colección de novelas. En octubre de 1945 creó la
«Série noire (Serie negra)» dirigiendo la colección hasta el momento de su muerte en 1977, y
popularizando de ese modo la novela negra americana.

Acaeció que cuando llevó a Gallimard sus manuscritos y andaba por allí, intentando publicarlos, se
topó con un tipo que había traducido su primera novela al francés, Marcel Duhamel, quien por
entonces era el director de la colección de novelas de detectives y misterio, La Serie Noire. La única
en Francia.

“Me preguntó si le gustaría escribir una novela para su colección.

—Me gustaría hacerlo si supiera hacerlo —le dije—, pero ahora mismo lo que necesito es dinero.

—Léete un par de libros de la colección —me dijo Marcel—. Así te harás una idea.

—No puedo leer en francés.

—Pues mucho mejor. Lee algo de Peter Cheyney o de Raymond Chandler. Lee a Dashiell Hammett;
sí, a ése es al que tienes que leer. Ha sido el mejor escritor del género de todos los tiempos.

—De novelas policiacas.

—El mejor de todos.


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—Pues que no te oiga un francés decir esas cosas.

Marcel se rió, y cogiéndome del brazo me llevó hasta la esquina de una sala de espera.
Probablemente tenía miedo de que alguien oyera nuestra conversación, pensé.

—Hay que coger una idea —me dijo Marcel—, empezar con algo de acción: alguien hace algo, por
ejemplo un hombre extiende un brazo y abre una puerta, una luz le deslumbra, un cadáver en el
suelo, se da la vuelta, mira por todos lados en el corredor… Siempre hay que dar detalles cuando se
describe una acción. Crear imágenes. Como si fuera una película. Las escenas tienen que ser
siempre visibles. Nada de monólogos interiores ni de narración psicológica. Nos importa un bledo
qué piensan los personajes, sólo cuenta lo que hacen. Siempre tienen que estar haciendo algo.
Pasar de una escena a otra. Sin preocuparse de que todo encaje y tenga sentido. Eso solo importa
para el final. Entrégame doscientos veinte folios a máquina.

—Pero yo no puedo escribir así —le dije mientras sentía una especie de pánico de escena. Me sentir
como si una vez más me estuvieran haciendo confidencias.

—Escribe como en la novela que te traduje. Frases cortas y al grano. Todo acción. Es un estilo
perfecto para una novela policiaca.

“Tengo noticias que darte”, pensé. Había empezado a escribir una novela policiaca cuando me puse
a escribir aquella novela, pero no podia ponerle un nombre al blanco que era el culpable, porque
para mí todos los blancos son culpables.

—No tengo ni para papel—le dije.

Marcel trató de matar dos pájaros de un tiro.

—¿Te hace falta dinero ahora mismo?

—No es exactamente que me haga falta, es más bien cuánto me hace falta.

Marcel volvió a esbozar una especie de sonrisa, y se metió la mano en el bolsillo.

—¿Te bastarían cincuenta mil?

—Supongo que sí —le dije mientras cogía los billetes.

Marcel me dio una palmadas en el hombro.

—Cuando hayas escrito cien paginas, tráemelas para que las vea.

—Lo que quiero es un adelanto —le dije mientras trataba desesperadamente de encontrar alguna
forma de salirme de aquel lío.
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—Te pagaremos mil dólares.

Me quedé helado: corazón, cerebro y cuerpo dejaron de funcionar. Después de un instante para
recuperar la respiración y conseguir que me volviera a latir el corazón y que mis pensamientos
volvieran a cuajar, le contesté:

—Bueno, de acuerdo—. Y pensando al instante en que mi voz había sonado igual que la de Marlene
cuando me entregaba su cuerpo; sospecho que también estaba consintiendo en ser seducido.”

Y así, teniendo que enfrentarse a la página en blanco y a la perspectiva de recibir mil dólares que
bailaban ante él como un buen cebo, a un arruinado Chester Himes en París solamente se le ocurrió
una historia en la que tenía confianza: el timo de un tipo que presumía de ser el único en el mundo
que poseía la fórmula química de aumentar el dinero convirtiendo un billete de diez en uno de cien
dólares.

A Duhamel le gustó.

—Sólo tienes que añadir otras ciento veinte páginas, y ya está.

—¿Te parece que haga intervenir a la policía? —preguntó Himes, tratando de decir algo inteligente.

—No se puede escribir una novela policiaca sin policías —le dijo Marcel—, pero deja que siga
habiendo suspenso. Que tus personajes de Harlem no charlen demasiado. Usa el dialogo para
narrar, como Hammett. Que los personajes vean las descripciones. Y tú no tienes que aparecer
para nada.

—De acuerdo.

Marcel le dio unas palmadas en la espalda.

—Ya sabes cómo hay que hacerlo. Léete El Halcón Maltés”.

Y de este modo, nació La reine des pommes, la primera novela policiaca de Chester Himes, también
conocida en español Por amor a Imabelle, que le valdría el premio del Quai des Orfebres en 1958, y
donde conoceríamos a los dos policías negros Ed “Ataúd” Johnson y “Sepulturero” Jones.

Que Himes consideraba como absurdas, pero que le salvaron de la estrechez y la indigencia, y por
las que abandonaría para siempre sus novelas de protesta naturalistas, con excepción quizá de los
dos tomos de su conmovedora autobiografía, La cualidad del sufrimiento y El absurdo de mi vida,
donde cuenta su historia con estilo novelístico vigoroso, atrevido, duro, a la vez tierno, libre y
franco.
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De aquí en adelante —y en la Francia que le brindará una excepcional veneración—, alcanzaría la


celebridad y el prestigio de los que goza hasta hoy, con la épica de sus dos personajes Ed “Ataúd”
Johnson y “Sepulturero” Jones. Una nueva carrera que entre 1957 y 1969 producirá las once
novelas de los dos inspectores negros, incluidas dos que se convertirían en películas populares,
Algodón en Harlem su séptima novela, y Empieza el calor, su octava, en 1966.

Según él las únicas ocasiones en que estaba contento, era cuando escribía la epopeya urbana de
sus dos inspectores, si no más brutales y violentos que a quienes acosan, en bastante medida
identificados con los habitantes del barrio, sus esperanzas y decepciones, recorriendo
infatigablemente los vericuetos de Harlem tras asesinos, ladrones y estafadores.

Como reseñará en su memorable critica “la cruzada solitaria de Chester Himes” en Le Monde,
Schofield Coryell.

“Las observaciones desilusionadas y a menudo mordaces de ‘Ataúd’ y ‘Sepulturero’ expresan las


ideas del propio Himes. Desempeñan el papel de una especie de coro griego que comenta los
acontecimientos sangrientos—gargantas cortadas, balas en la nuca, muertes accidentales, motines,
enfrentamientos —que se suceden en ese mundo desconcertante en el que las carcajadas se
mezclan inextricablemente con los gritos de alarma”.

Según Himes él se suelta a escribir libros en los que víctimas y criminales negros, quizás fueran
imbéciles y tuvieran cerebro de chorlito, “pero los hermanos de color criminales eran tan malvados,
peligrosos y crueles como cualquiera otros criminales —y lo sabía perfectamente porque yo había
sido uno de ellos—, aunque la diferencia estaba en que eran absurdos”.

Concepto que Himes tomaría de Camus, quien comentó cierta vez que el racismo era absurdo, y el
escritor negro consideró no solo que lo era, sino que introducía el absurdo dentro de la condición
humana, y no solo expresa el absurdo de los racistas, sino que además genera el absurdo en sus
víctimas. Y que “si se vive en un país en el que el racismo es un valor aceptado y presente en todos
los aspectos de la vida, al cabo, y no importa que uno sea víctima o racista, se llega a sentir el
absurdo de la vida”.

Himes fue galardonado con el Grand Prix de Littérature Policière, el prestigioso premio literario
francés.

Sexo, racismo y armagnac

Al ahondar en las claves creativas de Himes podemos encontrar que, amén del sexo, es esa gracia,
esa sal, esa socarronería trágica de sus historias, lo que le caracteriza.
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Para Hilton Als, el arquetipo del héroe de Himes sigue siendo una de las pocas imágenes que posee
Norteamérica del hombre negro claramente urbano, y que tiene poca si es que tiene alguna,
relación con el sur profundo y su legado de violencia, injusticia y segregación forzada. “Himes,
además, produjo personajes masculinos que realmente eran noir, de hecho y en sensibilidad”.

Con una narrativa sin disculpas de pura testosterona. Sus héroes están satisfechos de haberlo
hecho mal y arrebatados por su propia bravuconería, reclaman ese derecho, y ven el sexo como
una lucha por el poder, y más aún: como la única forma de intimidad que los involucra. Himes
quería ser un hombre de verdad. Su idea de un verdadero hombre negro, era la de “alguien que, en
lugar de vivir presionado contra la pared de vidrio que lo separa de todo lo que desea (mujeres
blancas, tiempos rápidos, autos rápidos, una gran porción del pastel americano), la rompe”.

El resentimiento hacia la madre de sus héroes a menudo se extiende a las relaciones con otras
mujeres —en particular las mujeres blancas—, que ejemplifican quizás tanto el elitismo de Estelle y
la opresión de la sociedad blanca, como la despreciable debilidad de la víctima. En la escena de Si
grita suéltalo que los editores de Himes intentaron eliminar, el personaje Jones se enfrenta a
Madge, una mujer blanca que trabaja en el astillero y se niega a tener a un «negro» como su
supervisor.

“Ella se veía como el infierno —escribe Himes—. Era una bestia perfecta, de aspecto vago y puro
renacimiento; y como ya había perdido mi filo de cable vivo, me preguntaba en primer lugar qué
demonios había visto en ella”.

Himes fetichizó a las mujeres blancas y, como muchos fetichistas, vio a las mujeres con las que
estaba involucrado no como personas sino como accesorios en su drama. Y como James Sallis
suscribe en su biografía, los amigos notaron que, en el caso de Marlene —la estudiante alemana de
drama particularmente perturbada, con la que Himes se involucró—, él la percibió solo como un
reflejo o un aspecto de sí mismo, mientras falló por completo en advertir lo joven y problemática
que era.

Y se percibe que Himes no puede disculparse por su preferencia por las mujeres blancas, porque
finalmente, como dice Als, “no era una preferencia sino una patología, una por la cual sus
compañeras blancas también se sentían erotizadas”.

Para otros, las relaciones de Himes con las mujeres blancas no hicieron mas que seguir el esquema
tradicional, admirablemente descrito por Calvin Hernton, para quien el sistema racista implantado
en el sur de Estados Unidos ha conducido a una distorsión del concepto de sexualidad en el negro,
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hasta convertirlo en una pesadilla, por lo que existe un estereotipo de los hombres negros como
dotados de una destreza física y finura corporal que los hace sexualmente irresistibles.

“Pero las leyes contra el contacto de negros con blancas (¡no al revés!) han sido severas. La mujer
blanca ha llegado a creer, porque su cultura se lo ha enseñado, que el negro es un animal sexual
superior”. Y así, “condenado el negro al ostracismo, la mujer blanca le convierte en el centro de sus
fantasías, elevándole a la condición de dios-falo, con toda la adoración, el temor, el deseo y el odio
que ello comporta”. Por lo que no es extraño que “ambos antagonistas, al decidir romper el tabú,
quieran mantener en secreto sus relaciones y a sobrellevar insuperables complejos de culpabilidad”.

Y Himes rompió con el tabú pero no lo ocultó.

En su discurso de 1948 titulado El dilema del escritor negro en Estados Unidos, Himes respondía a
sus críticos: “Si este trabajo de fontanería por la verdad revela dentro de la personalidad negra
manía homicida, lujuria por las mujeres blancas, un sentimiento patético de inferioridad, paradójico
antisemitismo, arrogancia, “tíotomismo”, odio y miedo al odio a sí mismo, éste es el efecto de la
opresión en la personalidad humana. Estos son los horrores diarios, las realidades diarias, las
experiencias diarias de una minoría oprimida”.

No en vano se han establecido conexiones textuales entre Frantz Fanon, el psiquiatra y


revolucionario martiniqueño de Los condenados de la tierra, y Chester Himes, y sus preocupaciones
por los aspectos psicosexuales del racismo. Como se sabe, salvo en su primer matrimonio con una
mujer de color, Jean Lucinda Johnson, Himes nunca dejó de buscar la compañía de mujeres
blancas, manteniendo con ellas —Vandi, Alba, Marlene— relaciones muy confusas y turbias.

Hasta encontrar a Lesley Packard.

The lost generation of black

Se dice que pocos países han producido ciudadanos tan orgullosos de su origen como Estados
Unidos. Sin embargo, tal vez por eso llamaría poderosamente la atención aquel notable grupo de
escritores blancos —John Dos Passos, Erskine Caldwell, William Faulkner, Ernest Hemingway, John
Steinbeck, Sherwood Anderson y Francis Scott Fitzgerald—, que vivirán en París desde el fin de la
Primera Guerra Mundial hasta la Gran Depresión.

Ese goteo de expatriación no se detuvo. Por el contrario, en años sucesivos continuó como una
moda intelectual, pero también como una imperiosa necesidad de escapar de un ámbito muy hostil.
Como fue el caso de los escritores negros Frank Yerby, James Baldwin, Richard Wright y William
Demby, víctimas del laberinto racial, a la vez que innegablemente atraídos por el particular aroma
de Paris. Y sin lugar a dudas fue el caso de Chester Himes, ferozmente dispuesto a fabricarse una
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identidad en ese mundo del exilio, donde, como en todo grupo, aparte del vino y de la risa, también
permeaban las mezquindades, las envidias, la miseria.

Cuenta Himes que un día Richard Wright le preguntó si conocía a James Baldwin.

Y aquí la proverbial anécdota.

Himes dijo que no, pero que había oído hablar de él a Jesse Jackson quien consideraba que Baldwin
era un genio. Wright estaba resentido con Baldwin porque después de haberlo apoyado firmemente
éste lo atacó en sus artículos sin piedad. “Y ahora Baldwin tiene el valor de llamarme para pedirme
cinco mil francos”, le decía entonces Dick a Himes exultante, antes de pedirle que le acompañara a
Les Deux Magots, el café de Saint-Germain-des-Prés, donde estaría Baldwin esperándolo. Y donde
sucedería la famosa reunión entre Wright y Richard Wright.

“Me sorprendió en cierto modo —relata Himes— ver que Baldwin era un joven pequeño, intenso y
muy excitable. Wright se sentó como un lord y empezó inmediatamente a pinchar a Baldwin, que se
defendía con tal intensidad que su cuerpo le temblaba. Dick acusó a Baldwin de mostrarle la
gratitud que le debía a través de sus artículos difamatorios. Y Baldwin se defendió diciendo que
Dick que cuando había escrito Hijo nativo, un bestseller inmediato, “no le había dejado ni a él ni a
ningún otro escritor negro americano, nada de qué escribir”.

Y en este punto Himes confiesa que se perdió.

A diferencia de Baldwin, Himes no se había sentido personalmente amenazado por la novela Hijo
nativo de Wright. Tampoco había sido influenciado por el trabajo de Baldwin.

Mucho después, en un viaje por Creta, leyó el libro de Mary Renault The King Must Die, que le
recordó la frase de Baldwin de aquella noche: “Los hijos deben matar a sus padres”. En verdad
Chester Himes no sintió lo mismo que Baldwin, y quiso ser el sucesor de Richard Wright.

Cuando muere Richard Wright, Chester se llevó un susto de muerte.

“Nunca me había dado cuenta con anterioridad de cuanta influencia ejercía Dick sobre mí. No
deseaba en absoluto escribir como Dick: Faulkner era la gran influencia que había en mis escritos;
pero Dick tenia influencia en mi vida, y no es que quisiera vivir como Dick: lo que quería era evitar
tener que vivir como Dick. No tenía en consideración a nadie más”.

Lesley o la tierra firme de Alicante

Chester conoció a Lesley Packard, una inglesa hermosa y refinada, en París en 1959, después de la
explosión final de su traumática relación con Marlene en la ciudad de Vence —la ciudad musa de
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Chagall, Matisse y Dubuffet—,en los Alpes Marítimos. En El absurdo de mi vida , Himes describe así
su primer encuentro con su segunda esposa:

“Llegué a París alrededor de las cuatro de la mañana siguiente, llamé al departamento de Lesley
Packard y le pregunté si me dejaría dormir allí en el sofá el resto de la noche. Había conocido a
Lesley antes en uno de mis viajes a París. Era bibliotecaria y escribía una columna que firmaba
como ‘Mónica’ para la edición de París del New York Herald Tribune. Era una anglo-irlandesa con
ojos azul grisáceo y era muy bien parecida”.

Tenía un amigo inglés enorme y fue este el que le preparó una especie de cama en el sofá de la
sala. Tanto ella como su amigo ingles, Nick, se habían ido cuando se despertó, así que les dejó una
nota diciendo que la invitaba a cenar aquella noche.

Los dos se sintieron atraídos casi de inmediato.

Cuando sufrió un derrame cerebral en 1962, Lesley se convirtió en su cuidadora y lo alimentó hasta
que recuperó la salud, y después de un largo compromiso, Chester se casaría con ella en 1978,
convirtiéndola así en su segunda esposa y en su quinta compañera. Durante los siguientes catorce
años vivieron juntos en Francia, Italia, Alemania y España, donde adquiriría una casa en Moraima,
en el rico barrio de Teulada, en la Marina Baja, Alicante, donde se retiraría a escribir.

Y donde aquejado del mal de Parkinson moriría.

La correspondencia en los documentos de Chester Himes, informa plenamente de la naturaleza


lúdica de su relación y de la capacidad aparentemente interminable de paciencia y apoyo de Lesley.

En marzo de 2008, un veterano de la guerra de Vietnam, el pastor Jeremiah Wright, el hombre que
casó a Barack y Michelle Obama y bautizó a sus hijas, hizo unas polémicas declaraciones en que
comparaba la nación negra en América con la nación judía en la época de la esclavitud de Egipto.

Y Malcolm X, a quien Himes conoció personalmente, consideraba que “Vivir en América no te


convierte en americano. La verdadera libertad —dijo—está en hacer saber a tu enemigo que harás
todo lo que esté en tus manos para alcanzarla. Sólo entonces la consigues.”

Chester Himes la conoció.

Y la vivió como un valor absoluto.

Categórico.
https://www.youtube.com/watch?v=CuEnC_3uymY bojangles y Hines

Sin embargo,“En América —pensaba Himes—, existe el convencimiento de que sólo la adversidad
ayuda al negro a superar los obstáculos. Pues bien. Estoy absolutamente convencido de que sin la
adversidad yo podría haber sido muchísimo mejor escritor”.

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