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SEPARACIÓN DE PODERES,
CLIENTELISMO
Y PARTIDOS EN ESPAÑA
Instituciones rotas
SEPARACIÓN DE PODERES,
CLIENTELISMO
Y PARTIDOS EN ESPAÑA
© Rafael Jiménez Asensio
ISBN: 978-84-09-55530-7
Depósito Legal: D-00992-2023
BIBLIOGRAFÍA..................................................................... 131
“Muerta la notabilidad, acceden las medianías”.
Mariano José de Larra,
“Cuasi pesadilla política”
introducción:
Enfoque del presente ensayo
1
H. Heclo. H. (2010): Pensar institucionalmente, Paidós.
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1. ¿División o equilibrio?
El principio de separación de poderes es uno de los pila-
res básicos de la arquitectura institucional del Estado liberal
de Derecho y del propio Estado Constitucional. El Rule of
Law siempre se ha vinculado con la necesidad de garantizar
el imperio de la Ley, los derechos fundamentales y la divi-
sión de poderes. La peculiaridad que ofrece el principio de
división de poderes (y las soluciones institucionales propias
del liberalismo), es que tal principio se formula antes de la
entrada en escena del Estado Constitucional democrático
(Manin 1998); pero aún así se adaptó bien a esa gradual
transformación institucional y ha acompañado a los siste-
mas democráticos occidentales hasta nuestro días. Eso sí,
con diferentes variantes y no pocos matices.
La formulación convencional o “trinitaria” del principio
de división de poderes es hija, por tanto, de las revolucio-
nes liberales de los siglos XVII y XVIII. Los sistemas de
pesos y contrapesos se fueron corrigiendo con el paso del
tiempo. Los frenos entre Legislativo y Ejecutivo en el sis-
tema parlamentario británico se articulaban por medio de
la Cámara de los Comunes, que era el centro institucional
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2
Comunicación de la Comisión, Informe sobre el Estado de Derecho en 2023.
Situación del Estado de Derecho en la Unión Europea, Bruselas 5-VII-2023, SWD
(2023), 809 final.
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tal, pues si bien es cierto que exige como premisa que quien
es designado sea previamente funcionario, no lo es menos
que el factor determinante no es esa condición (que se con-
vierte en requisito de entrada) sino la proximidad ideológi-
ca (incluso la militancia) con el partido en el poder.
El hecho cierto es que el corporativismo funcionarial en-
contró amplio espacio de desarrollo en los sistemas autori-
tarios y dictatoriales que hipotecaron buena parte de la vida
de España durante el siglo XX, ante la inexistencia real de
un partido único efectivo que sirviera de provisión exclusi-
va de cargos públicos. Y ello implicó que el corporativismo
funcionarial terminara alimentando la premisa equivocada
de que la cobertura de los altos niveles gubernamentales o
administrativos por altos funcionarios (a través del sistema
de libre nombramiento o libre designación) era un signo de
profesionalización (siquiera sea en su acepción débil) de la
alta Administración Pública. De mentiras piadosas también
ha vivido la Administración española y tales autoengaños
han retroalimentado la propia doctrina jurisprudencial, Tri-
bunal Supremo y Constitucional incluidos. El fuerte cor-
porativismo judicial también puede explicar esa benevo-
lencia en el análisis del fenómeno. Frente a los desmanes
del clientelismo político, se erige, así, al corporativismo
funcionarial como aparente solución. Pero no es tal, como
se ha expuesto. En última instancia lo que se ha hecho en
España es mezclar fatalmente el clientelismo político con el
corporativismo funcionarial. Y en esa fusión asimétrica, por
esencia, siempre termina dominando la política.
El corporativismo no solo impregnó la alta función pú-
blica, sino sobre todo la conformación del poder judicial en
España, pues la ley orgánica provisional del poder judicial de
1870 persiguió erradicar la politización existente en la justi-
cia con unas fuertes dosis de medicina corporativa; esto es,
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1. El parto de la criatura
La consolidación de los partidos políticos de masas a
partir de finales del siglo XIX y principios del XX, tuvo
importantes consecuencias institucionales, abriendo un de-
bate doctrinal con implicaciones prácticas innegables. En
realidad, la evolución del papel de los partidos políticos en
los sistemas democráticos, más aún por lo que respecta a
Europa, estuvo muy ligada a la crisis del parlamentarismo
que también se abre por aquel período, y que dio lugar a
esas expresiones de corporativismo político, social e ins-
titucional que terminaron alumbrando regímenes autorita-
rios, dictatoriales o expresiones extremas de totalitarismo.
El debate sobre el papel de los partidos políticos en un
Estado democrático y, en particular, en su sistema institu-
cional, se abrió de forma diáfana en el período de Entre-
guerras, particularmente entre diferentes pesos pesados de
la Teoría política y constitucional, como fueron los casos
de Kelsen, Schmitt y Triepel. Pero ese debate tenía hondos
precedentes que ahora no pueden ser tratados, y algunos
más cercanos en el tiempo que conviene abordar sucinta-
mente, pues ello nos dará una perspectiva más adecuada del
problema de la emergencia de lo que se acuñó en Alema-
nia como Estado de partidos, precisamente en ese período
de Entreguerras. Esta fórmula se extendió después a buena
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En su excelente obra, Panebianco (1990:95) se refiere a los partidos en los que
el peso de las clientelas es importante, y en los que, por tanto, prevalecen incentivos
selectivos vinculados a la distribución de beneficios materiales (por ejemplo, reparto
de cargos propio del patronazgo), y a tal efecto su juicio es contundente y preclaro:
“Mientras la continuidad en la remuneración de las clientelas esté asegurada, los líde-
res podrán dormir tranquilos: su poder será reconocido como legítimo por una mayoría
satisfecha. Pero sí, por una u otra razón, la continuidad en el flujo de los beneficios se
interrumpe, se producirá con todas seguridad una crisis de ‘autoridad’ en el partido”.
4
Von Beyme (1992), por su parte, enmarca su tesis sobre los partidos en un
período de expansión de la política sobre el sistema económico e institucional de los
Estados democráticos, y analiza, por ejemplo, la profesionalización de los políticos,
proceso que, según el autor, conduce a un necesario extrañamiento del político con
razón a su profesión de origen (p. 122). También premonitoriamente se ocupa de la
colonización de la sociedad por el Estado de partidos, y de lo que el autor denomina
como “la colonización inversa”, expresión de la corrupción en el Estado de partidos:
“Cuanto mayor es la necesidad de vivir de la política, tanto más grave es el riesgo
de que se viva bien de la política”; y “cuanto mayor es la clase política, tanto más
probable el aumento de casos de corrupción” (p. 94). Si estos razonamientos se ex-
tienden a un país en el que no funcionan adecuadamente los sistemas de control de
las instituciones (altamente colonizadas por los partidos políticos), esos riesgos se
multiplican, como es en el caso de España.
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1
Un buen análisis, por ejemplo, centrado en esa institución, es el de Germán
Fernández Farreres (2016): “Sobre la reforma del Tribuna Constitucional y la de-
signación de los magistrados constitucionales”, en José María Baño León (coord.),
Memorial para la reforma del Estado. Estudios en homenaje al profesor Santiago
Muñoz Machado, CEPC, pp. 1035-1065.
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2
Findley, M. I. (2016): El nacimiento de la política, Crítica, 2016.
3
Rocchini, P. (1993): La neurosis del poder, Alianza.
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P.V.P.: 15,60 €
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