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Paidós Comunicación/63

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10. P. Pavis - Diccionario del teatro


11. L. Vilches - La lectura de la imagen
12. A. Komblit - Semiótica de las relaciones familiares
13. G. Durandin - La mentira en la propaganda política y en la publicidad
14. C. Morris - Fundamentos de la teoría de los signos
15. R. Pierantoni - El ojo y la idea
16. G. Delcuze - La imagen-movimiento. Estudios sobre cine /
17. J. Aumont y otros - Estética del cine
18. D. McQuail - Introducción a la teoría de la comunicación de masas
19. V. Mosco - Fantasías electrónicas
20. P Dubois - El acto fotográfico
21. R. Barthes - Lo obvio y lo obtuso
22. G. Kanizsa - Gramática de la visión
23. P.-O. Costa - La crisis de la televisión pública
24. O. Ducrot - El decir y lo dicho. Polifonía de la enunciación
25. L. Vilches - Teoría de la imagen periodística
26. G. Deleuze - la imagen-tiempo. Estudios sobre cine 2
27. Grupo p - Retórica general
28. R. Barthes - El susurro del lenguaje
29. N. Chomsky - La nueva sintaxis
30. T. A. Sebcok y J. Umikcr-Sebeok - Sherlock Holmes y Charles S. Peirce
31. J. Martínez Abadía - Introducción a la tecnología audiovisual
32. A. B. Sohn. C. Ogan y J. Polich - La dirección de la empresa periodística
33. J. L. Rodríguez Hiera - Educación y comunicación
34. M. Rodrigo Alsina - La construcción de ¡a noticia
35. L. Vilches - Manipulación de la información televisiva
36. J. Tusón - El lujo del lenguaje
37. D. Cassany - Describir el escribir
38. N. Chomsky - Barreras
39. K. Krippcndorff - Metodología de análisis de contenido
40. R. Barthes - La aventura semiológica
41. T. A. van Dijk - La noticia como discurso
42. J. Aumont y M. Marie - Análisis del film
43. R. Barthes - La cámara lúcida
44. L. Gomis - Teoría del periodismo
45. A. Matlclart - La publicidad
46. E. Goffman - Los momentos y sus hombres
47. J.-C. Carriére y P. Bonitzer - Práctica del guión cinematográfico
48. J. Aumont - La imagen
49. M. DiMaggio - Escribir para televisión
50. P. M. Lewis y J. Booth - El medio invisible
51. P. Weil - la comunicación global
52. J. M. Floch - Semiótica, marketing y comunicación
53. M. Chion - La audiovisión
56. I.. Vilches - La televisión
57. W. Littlewood - La enseñanza de la comunicación oral
58 K Debray - Vida y muerte de la imagen
59. C. Baylon y P. Fabre ■ La semántica
60 T. II Quallcr Publicidad y democracia en la sociedad de masas
61 A Pralkams y E. Aronson - La era de la propaganda
62 E Noellc Neunmnn la espiral del silencio
63 V Pnce la opinión pública
a
Vincent Price
íl

La opinión
«*A
pública
Esfera pública
y comunicación

^Ediciones Paidós
Barcclona-Buenos Aires-México
Título original: Public opinión
Publicado en inglés por Sage Publications. Ncwbury Park. California

Traducción de Pilar Vázquez Mota

Cubierta de Mario Eskenazi

/.“ edición, 1994

Quedan rigurosamente prohibidas. sin lu autorización escrita de los titulares del «Copyright», bajo
las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier
método o procedimiento, comprendidos la reprografíu y el tratamiento informático, y lu distribución
de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos

© 1992 by Sage Publications. Inc.


© de todas las ediciones en castellano.
Ediciones Paidós Ibérica. S.A..
Mariano Cubí, 92 - 08021 Barcelona
y Editorial Paidós. SAICF.
Defensa. 599 - Buenos Aires

ISBN: 84-493-0067-3
Depósito legal: B-25.121/1994

Impreso en Hurope. S. L.,


Recaredo. 2 - 08005 Barcelona

Impreso en España - Printed in Spain


Sumario

Prefacio ................................................................................ 9
Ellen Wartella y Steve II. Chufee
Agradecimientos ............................................................. 11
1. Introducción .................................................................... 13
Esquema del libro......................................................... 14
2. Problemas respecto a la opinión pública .................... 17
Orígenes de la idea ...................................................... 18
El nacimiento de la opinión pública ....................... 22
La opinión pública como objeto de estudio .... 29
Principales problemas relativos a la opinión pública 30
3. El concepto de «público» ............................................ 39
Multitud, público y masas .......................................... 42
Las cuestiones y los públicos ....................................... 48
La observación del público.......................................... 52
4. Conceptualización de opiniones.................................... 65
Opiniones y actitudes .................................................. 67
La inferencia de bases psicológicas para las opiniones 71
8 LA OPINIÓN PÚBLICA

Observación de opiniones .......................................... 83


5. Conceptualización del proceso de la opinión pública 97
Aspectos colectivo e individual................................... 98
La noción de debate público ...........................................100
Actores de la política, periodistas y público atento . 105
Observación de la opinión pública ........................... 110
Observación del proceso de debate público .... 117
Conclusión: la opinión pública como concepto comuni­
cativo ................................................................................. 120

Bibliografía....................................................................... 123
índice analítico ........................................................................ 139
Prefacio

A través del análisis y la interpretación de las publicaciones


universitarias, especialistas de cada área investigan hasta dónde
se ha llegado en el uso de un determinado concepto y señalan
prometedoras direcciones para trabajos posteriores.
En este volumen dedicado a la opinión pública, Vincent Pri-
cc analiza uno de los temas principales de nuestro campo. La
comunicación, en muchos aspectos, ha estado inextricablemen­
te unida al análisis de la opinión pública durante generaciones,
pero gran parte de los vínculos no se han explicado hasta ahora.
Price aclara las muchas formas en que la opinión pública es, en
lo esencial, un concepto relacionado con el proceso y los efectos
de la comunicación. Para los estudiantes de la comunicación,
esto realza la relevancia del libro; para los que se acercan al
tema procedentes de otros campos, esta característica les pro­
porciona un fácil acceso a las publicaciones sobre comunica­
ción. El análisis de Price ocupa una posición destacada entre los
tratamientos típicos de la opinión pública por parte de los es­
10 LA OPINIÓN PÚBLICA

pecialistas en ciencias políticas, sociólogos y socio-psicólogos.


El texto empieza con una visión histórica del concepto de
opinión pública tal como surgió en la filosofía de la Ilustración.
Esto implica tener en consideración las variadas concepciones
de lo que significaba público en la teoría democrática clásica.
Este primer estudio va seguido de una cuidada explicación de
los diversos usos, en el siglo XX, de opinión y otros conceptos
relacionados. Queda claro que la aparición de la industria de
encuestas de opinión y la conexión, investigada por los psicólo­
gos, entre opinión y actitud han removido la opinión pública de
sus raíces intelectuales al tiempo que han abierto nuevas y fasci­
nantes líneas de investigación.
El libro integra estas nociones divergentes en un modelo dis­
cursivo de opinión pública, enfocándolo a las interacciones en­
tre (y dentro de) las agrupaciones sociales, lo que anticipa la
discusión sobre cuestiones públicas. Price presenta una inter­
pretación convincente de modelos reunidos basados en datos de
nivel individual y modela «un público» que se define respecto a
una situación. Su modelo revisa lo publicado actualmente y se­
ñala el camino a futuras investigaciones que quisieran incorpo­
rar el papel de periodistas, políticos y encuestadores en el mode­
lado del discurso público.
El libro yuxtapone el trabajo de historiadores, filósofos, psi­
cólogos, especialistas en ciencias políticas y sociólogos de varias
tendencias y ofrece a los estudiosos en tales disciplinas una vi­
sión de la opinión pública tal y como se utiliza en los estudios
sobre comunicación. Para el estudiante que aún desconoce la
materia, proporciona una concisa introducción a un vasto tema
y. además, también considera intrincados problemas concep­
tuales que continúan ocupando las mejores mentes de este cam­
po.

Ellen Wartella. editor asociado


Steven H. Chaffee, director de la serie
Agradecimientos

He disfrutado de la ayuda de varios colegas y amigos durante


la preparación de este libro. Las sugerencias editoriales de Steven
Chaffee y Ellen Wartella han sido de gran ayuda, como también
lo fueron los comentarios sobre borradores previos hechos por
Jon Cowan, Susan Herbst, Hayg Oshagan, Diana Owen, John
Peters, David Ritchie, Caroline Schooler, Howard Schuman,
Eleanor Singer. Michael Traugott y John Zaller. A través de su
participación en mis publicaciones previas sobre el concepto de
opinión pública, Richard Cárter y Donald Roberts han realizado
igualmente valiosas contribuciones. Éstas y otras personas, espe­
cialmente Annette Price, merecen gran parte del crédito del libro;
yo únicamente soy responsable de su contenido. El trabajo sobre
el manuscrito contó con el apoyo parcial del Marsh Center para
el Study of Joumalistic Performance del Departamento de Co­
municación y del Media and Politics Program del Center for
Political Studics de la Universidad de Michigan.
Vincent Price
1. Introducción

El concepto de opinión pública es uno de los más importan­


tes y vitales de las ciencias sociales. Se aplica extensamente en
psicología, sociología, historia, ciencias políticas y comunica­
ción, tanto en investigaciones universitarias como en el entorno
de su aplicación. Pocos conceptos han creado un interés social y
político y un debate intelectual tan extensos. Pocos tienen, cier­
tamente, unas raíces tan profundas en el pensamiento occiden­
tal. Pueden encontrarse ideas respecto a la opinión pública en la
filosofía del siglo XVI11, en la literatura del Renacimiento, e
incluso en trabajos de Platón y Aristóteles. Las publicaciones
sobre opinión pública abarcan el paisaje completo de la infor­
mación social, desde los argumentos de influyentes teóricos de
la democracia y críticos sociales (por ejemplo, Rousseau, 1762/
1968; Bentham, 1838/1962; Bryce, 1888; Lowell, 1913; Lipp-
mann, 1922) hasta destacados trabajos de sociología y psicolo­
gía social (por ejemplo, Tarde, 1890/1903; McDougall, 1920;
Allport, 1924) y los estudios empíricos seminales sobre los efec­
14 LA OPINIÓN PÚBLICA

tos de los medios de comunicación de masas (Lazarsfeld, Berel-


son y Gaudet, 1944; Hovland, Lumsdaine y Sheffield, 1949).
A pesar de su uso. el concepto de opinión pública continúa
siendo controvertido. Desde el advenimiento de las técnicas de
encuestas y su aplicación a la opinión pública, a principios del
siglo XX, los analistas se han visto continuamente forzados a
refinar, adaptar y ampliar viejos conceptos y nociones teóricas a
la luz de esfuerzos empíricos de investigación. A lo largo del
camino, los investigadores se han enfrentado frecuentemente
por sus aproximaciones conceptuales, e incluso en sus propias
definiciones de opinión pública. ¿Es la simple suma de puntos
de vista individuales (Childs, 1939)? ¿O es, por el contrario, un
nivel colectivo, producto emergente del debate y la discusión
que no puede «reducirse» a individualidades (Cooley. 1902;
Blumer, 1948)? La dificultad de definir la opinión pública como
un objeto empírico de estudio quedó mejor expresada, tal vez,
por Key, en 1961. «Hablar con precisión de opinión pública»,
escribió, «es un empeño no muy diferente de vérselas con el
Espíritu Santo» (pág.8).
Las publicaciones sobre investigación en lomo a la opinión
pública son ya muchas, van en continuo aumento, y dependen
del debate teórico. Incluso para los investigadores activos de
este campo, el trabajo de clasificación de los escritos dedicados
a la opinión pública puede ser bastante desalentador. Por tal
razón, el presente libro está pensado como un plano para este
extenso terreno de investigación, diseñado para servir como in­
troducción a los principales caminos conceptuales y los puentes
que unen la investigación sobre opinión pública a través de di­
versas disciplinas.

Esquema del libro

Baker (1990) sugirió que la idea de opinión pública, como se


concebía durante el siglo XVIII, era implícitamente paradójica.
Al otorgar el título de «pública» a la opinión, los pensadores de
la Ilustración implicaban universalidad, objetividad y raciona­
lidad. Por otra parle, el propio concepto de opinión sugiere una
considerable fluctuación y una gran incertidumbre (Baker, 1990,
pág. 168). Unir los conceptos de pública y de opinión representó
un intento filosófico-liberal de unir el «uno» y los «muchos»,
unir el bienestar colectivo a las ideas y preferencias individua-
INTRODUCCIÓN 15

les. No es extraño, pues, que los esfuerzos para definir el con­


cepto vacilen entre puntos de vista opuestos que localizan la
opinión pública en el reino de la colectividad, y definiciones
reduccionistas que la encuentran en los individuos.
En vista de su compleja, incluso paradójica naturaleza, la
opinión pública se analiza en este libro mayoritariamente en
forma dialéctica. Este método es evidente en el esquema general
del libro, que primero trata separadamente y después intenta
unir los aspectos colectivo e individual del concepto. La discu­
sión intenta asimismo aclarar otras dialécticas importantes
-entre estabilidad social y cambio social, entre pensamiento y
acción, entre elite y masa- que encuentran su expresión, si no su
resolución, en el concepto de opinión pública. Se previene a los
lectores que el libro no propone una sencilla y comprensible
definición de opinión pública. Se propone, en cambio, identifi­
car los temas principales que circulan a través de las diversas
publicaciones que invocan el concepto.
El libro sigue asimismo una trayectoria cronológica. Empie­
za presentando algunos de los conceptos más afianzados, cues­
tiones filosóficas y problemas políticos que han modelado el
pensamiento sobre la opinión pública. El capítulo segundo in­
vestiga la historia que hay tras el desarrollo del concepto, espe­
cialmente sus orígenes en la filosofía político-democrática de
los siglos XVIII y XIX, e identifica algunas de las principales
cuestiones e intereses normativos sobre la opinión pública que
han motivado la investigación científica social.
El capítulo tercero trata aproximaciones conceptuales para
el entendimiento de público como una entidad colectiva. En él
se investigan concepciones sociológicas -desarrolladas princi­
palmente en la primera parte del siglo XX- que definen al pú­
blico como un grupo social transitorio e imprecisamente orga­
nizado que emerge de la discusión y debate sobre un asunto.
Esta formulación de público, considerándolo esencialmente
como un ejemplo de conducta colectiva, quedó eclipsada por la
investigación de la opinión en el nivel individual tras el adveni­
miento de las técnicas de encuesta y los avances en la medición
de la actitud. Sin embargo, una revisión de los agrupamientos
colectivos, que se invocan de forma diversa en la investigación
contemporánea sobre opinión pública, sugiere que los modelos
sociológicos tradicionales, al menos implícitamente, aún no nos
han abandonado.
El capítulo cuarto trata sobre aproximaciones conceptuales
16 LA OPINIÓN PÚBLICA

para el entendimiento de opiniones. El refinamiento de las téc­


nicas de investigación y medición de la actitud llevó la investi­
gación sobre opinión pública a la vanguardia de las ciencias
sociales, en América, en los años treinta y cuarenta, y, con este
florecer de la investigación llegó un aumento de la atención
conceptual y teórica hacia la opinión de los individuos y sus
determinantes. Los temas tratados en el capítulo cuarto inclu­
yen las principales propiedades de las opiniones tal como se
conceptualizan y miden en la mayoría de las investigaciones; el
origen y desarrollo de las opiniones a través de la comunicación;
y las relaciones entre opiniones y otros conceptos íntimamente
relacionados tales como actitudes, creencias y valores.
Las principales secciones del libro abordan la opinión públi­
ca en términos de conducta colectiva (capítulo 3) o como un
fenómeno individual (capítulo 4). El capítulo final se dirige ha­
cia un punto de vista integrador de la opinión pública que im­
plique los dos aspectos, colectivo e individual. Se atiende, espe­
cíficamente, a los procesos comunicativos que permiten a las
personas organizarse como público y ejercer su influencia. El
capítulo 5 se enfoca hacia una explicación del concepto de deba­
te, acabando con una revisión sobre las formas en que los inves­
tigadores de la opinión pública intentan observar este proceso
tal como se despliega en el tiempo.
2. Problemas respecto a la opinión pública

Muchos escritores sobre el tema de la opinión pública co­


mienzan, con bastante razón, por hacerse la pregunta básica:
¿qué entendemos exactamente por opinión pública? Cualquier
búsqueda de una definición clara y simple del concepto se de­
mostrará, sin embargo, infructuosa. En un artículo sobre inves­
tigación de la opinión pública preparado para la Iniernational
Encyclopedia of íhe Social Sciences, Davison (1968) anotaba
que no hay «una definición generalmente aceptada» del térmi­
no (pág. 188). La ausencia no se debe, ciertamente, a una falta
de interés. Noelle-Neumann (1984) señala que «generaciones
de filósofos, juristas, historiadores, teóricos de la política, y pe­
riodistas universitarios se han estrujado el cerebro en un intento
de proporcionar una definición clara» (pág. 58). Childs (1965)
consiguió reunir cuatro docenas de definiciones diferentes del
significado de opinión pública, y observó que lo publicado en
este campo está «plagado de intentos entusiastas» (pág. 14).
Admitir que una definición general aceptable del concepto
18 I.A OPINIÓN PÚBLICA

queda fuera de nuestro alcance, no significa, sin embargo, que


«opinión pública» sea algo, en ningún sentido, carente de signi­
ficado. El concepto continúa utilizándose en investigación, en
artículos sobre el gobierno, y en explicaciones de la conducta
social humana, tanto desde el punto de vista científico como
desde cualquier otro. Y el propio hecho de su uso continuado
puede considerarse como firme testimonio de la existencia del
significado. Más que llegar a una definición simple de la opi­
nión pública, nuestro objetivo es entender sus diferentes usos.
Como indicó Kaplan (1964): «El significado de un término es
un asunto de familia entre sus varios sentidos» (pág. 48).
Los problemas que originariamente dieron vida al concepto
de opinión pública no son necesariamente los mismos proble­
mas que afectan a su uso hoy en día. Aun así hay muchos temas
comunes que aparecen en artículos sobre la opinión pública,
extendiéndose a lo largo de varios siglos. El propósito de este
capítulo es, en consecuencia, doble. Primero, se revisan los orí­
genes históricos de la opinión pública como concepto, obser­
vando las varias formas en que se aplicó tal idea al formularse
modelos democráticos de sociedad en los siglos XVIII y XIX. A
continuación, avanzando en el tiempo, se comenta la intensa
relación entre el interés por la nueva fuerza de la opinión públi­
ca en la sociedad, y el crecimiento expansivo de los medios de
comunicación de masas a finales del siglo XIX y principios del
XX, prestando especial atención a algunas preocupaciones y
miedos recurrentes sobre el status de la opinión pública moder­
na. Como veremos en los capítulos subsiguientes, muchas apli­
caciones de la investigación contemporánea no sólo comparten
el legado conceptual de la opinión pública en su evolución his­
tórica, sino que continúan reflejando las mismas preocupacio­
nes fundamentales sobre su solidez.

Orígenes de la idea

El concepto de opinión pública es claramente un producto de la


Ilustración. La idea esta íntimamente ligada a las filosofías polí­
ticas de finales del siglo XVII y del siglo XVIII (por ejemplo.
Locke. 1690/1963; Rousseau, 1762/1968) y especialmente a la
teoría democrática del siglo XIX (por ejemplo, Bentham, 1838/
1962). Aunque no es mi intención realizar una revisión del de­
sarrollo histórico del concepto de opinión pública -y, cierta-
HH Ull I MAS RESPECTO A LA OPINIÓN PÚBLICA 19

un ule. menos aún revisar la evolución de la filosofía política-


i . sin embargo, útil revisar las formas originarias de uso de este
leí mino.1
Inticipaciones y aproximaciones. Aunque el concepto no se
(impuso explícitamente hasta el siglo XVIII, muchos escritores
.interiores incluyeron «anticipaciones y aproximaciones a la
teoría moderna sobre la opinión pública» (Palmer, 1936, pág.
'' 11. La filosofía política de la antigua Grecia, por ejemplo,
tintaba de los peligros y beneficios potenciales del gobierno po­
pular. Platón menospreció pronto a los políticos democráticos,
considerando la filosofía como la legítima rectora de los asuntos
humanos, y poniendo en cuestión la competencia de cualquier
(■i upo numeroso de personas para deliberar asuntos filosóficos.
Aristóteles, por otra parte, creía que los sentimientos colectivos
de la demos podían contribuir, con una especie de sentido co­
mún, a los asuntos políticos (Minar. 1960, págs. 38-39). A pesar
de las referencias, en las obras clásicas, a fenómenos que se
asemejan a la opinión pública, sin embargo, la distinción mo­
derna entre Estado y sociedad en general y entre funcionarios
especializados y el público común, no formaban parte, cierta­
mente, de la filosofía política de Atenas (Held, 1987, págs. 17-
18). La combinación de los términos opinión y pública en un
concepto compuesto, con significado político, aparece mucho
después, en las filosofías democráticas y liberales del siglo
XVII.
Concepciones primitivas sobre la opinión. Bastante antes de
su definición en términos liberales y democráticos, existían, en
general, dos sentidos discemibles de la palabra opinión, que aún
persisten (Habermas, 1962/1989, págs. 89-90). El primer senti­
do es esencialmente epistemológico y proviene de su uso para
distinguir una cuestión de juicio de un asunto de hecho, o algo
incierto de algo que se sabe ser cierto, sea por demostración o fe.
Esta noción -tomada de la expresión latina opinio y tal vez el1

1. La disertación doctoral de Palmer de 1934 (resumida por Palmer. 1936)es


un análisis muy citado de la historia del interés por la opinión pública. Otros
tratamientos históricos de utilidad incluyen Speier (1950). Minar (1960). Gunn
(1983), Ozouf'l 1988) y Baker (1990). Tratamientos de la longitud de un libro
aparecen en Noelle-Neumann (1984) y Habermas (1962/1989). Aunque menos
directamente interesados por la propia opinión pública, trabajos sobre la teoría
democrática, tales como los de Schumpeter (1943), Pateman (1970). Dahl
(1956. 1971. 1985) y Held (1987. especialmente págs. 13-143). son también
valiosos para entender el desarrollo del concepto.
20 LA OPINIÓN PÚBLICA

sentido primitivo del término- se refleja aún hoy en su uso


general, cuando alguien se refiere a una aserción en particular
como «una cuestión de opinión» más que a un hecho (véase
Hume, 1777/1975, para la distinción entre relaciones de ideas y
asuntos de hecho). Cuando se une a la sociedad en general, el
término toma a veces un sentido peyorativo que se refleja en
expresiones tales como «opinión común», «opinión general» y
«opinión vulgar» (incorporando este último el latín vulgus, con
el significado de «gente corriente, la multitud»). A pesar de sus
connotaciones, a veces negativas, opinión, usado en esta forma
epistemológica, se relaciona esencialmente con un estado cog­
noscitivo, una forma menor de conocimiento.
Un segundo sentido de opinión, que aparece en algunas con­
sideraciones contemporáneas más estrechamente relacionadas
con sus connotaciones modernas, la considera equivalente a
maneras, morales y costumbres (Noelle-Neumann, 1979,1984).
En estos casos se destaca el papel de la opinión popular como
una clase informal de presión y control social. Opinión es equi­
valente a reputación, a consideración y a visión general de los
demás, de interés principalmente porque restringe la conducta
humana (Speier, 1950, pág. 378). Esta forma de entender la
opinión quedó cristalizada en los escritos de Locke (1690/
1975), que identifica tres leyes generales que gobiernan la con­
ducta humana: la ley divina, la ley civil y la «ley de opinión o
reputación» (que él denomina «ley del uso» y «ley de la censura
privada»). Más que considerar la opinión como una forma de
conocimiento, este sentido del término se enfoca hacia una
aprobación o censura social: opinión como una manera infor­
mal de condonar o condenar. La opinión, bajo esta luz, es gene­
ralmente perjudicial y no racional, relacionada con el senti­
miento como opuesto a la razón (Ozouf, 1988, págs. S1-S2).
Concepciones primitivas de público. El término públiccrtuvo
muchas acepciones diferentes en su uso primitivo, pero, de nue­
vo aquí, podemos señalar dos, en particular, que merecen desta­
carse. La palabra latina publicus fue, con mucha probabilidad,
un derivado de poplicus o populus, que quería decir «el pueblo».
Pero había, al menos, dos sentidos diferentes de «el pueblo» pre­
sentes en los primeros usos de la palabra público. En un sentido,
el término hacía referencia al acceso común, como en «lugar
público». Según Habermas (1962/1989, pág. 6), la res publica
era cualquier propiedad generalmente abierta a la población, y
en los tiempos feudales ciertos espacios comunes se considera­
PROBLEMAS RESPECTO A LA OPINIÓN PÚBLICA 21

ban públicos porque se proporcionaba acceso abierto a la fuente


y a la plaza del mercado. El concepto fundamental es de apertu­
ra o accesibilidad. En su gran mayoría esta noción continúa en
uso en la actualidad, cuando por ejemplo empleamos la expre­
sión hacer público para referirnos al proceso de hacer algo am­
pliamente accesible.
Tal vez tuvo mayor predominio el uso del término «públi­
co» en referencia a cuestiones de interés general y. más específi­
camente, a asuntos relacionados con la administración y el Es­
tado (Speier, 1950). Este segundo sentido del término tiene
poco que ver con acceso común, refiriéndose sin embargo a
interés común o bien común. Tal como señala Ozouf (1988,
pág. S2), antes de 1830 los diccionarios franceses oponían públi­
co no a privé («privado»), sino a particulier («particular, indivi­
dual»), La misma idea persiste hoy día en referencia a «trabajos
públicos» y «leyes públicas». Un edificio gubernamental puede
considerarse público, incluso si no está permitido el acceso a
nadie. Antes de la evolución del concepto contemporáneo de
gobierno, los equipos personales y actividades de los mandata­
rios se consideraban públicos. En los escritos medievales, lordly
(«señorial») y público se utilizaban como sinónimos y publicare
significaba pedir al señor (Habermas. 1962/1989). Según la teo­
ría del absolutismo real, predominante en Europa antes del si­
glo XVI11, el monarca era considerado la única persona pública:
«origen y principio de unidad en una sociedad particularista»
(Baker,1990). El término público pasó a referirse más tarde al
Estado, al evolucionar hacia «una entidad que tiene existencia
objetiva sobre y contra la persona que gobierna» (Habermas,
1962/1989. pág. 1 1). Hoy día. inspirándose en gran manera en
estas conexiones primitivas entre el término público y el bienes­
tar colectivo, apenas se puede evitar la asociación de asuntos
públicos con asuntos gubernamentales.
Aunque la noción de opinión pública no emerge hasta la
Ilustración, los términos opinión y público llevaban consigo, an­
tes de dicho tiempo, múltiples usos que continúan relacionados
a nuestro entendimiento contemporáneo de tales conceptos.
Principalmente, opinión se utilizaba para referirse a racional/
cognitivo y a no racional/proceso social, dualidad que ha pasa­
do virtualmente a lodos los escritos subsiguientes sobre la opi­
nión pública. El término público comparte una dualidad de uso
similar. Siguiendo las famosas palabras de Abraham Lincoln, la
palabra «público» significaba originalmente dos cosas: «del
22 LA OPINIÓN PÚBLICA

pueblo» (al referirse a acceso común) y «para el pueblo» (al


referirse al bien común). Sólo llegó a significar «por el pueblo»
(es decir, realizado por la gente corriente, en el sentido en que, a
menudo, pensamos en el término hoy día) mucho más tarde.

El nacimiento de la opinión pública

La combinación de público y opinión en una expresión única,


utilizada para referirse a juicios colectivos fuera de la esfera del
gobierno que afecten a la toma de decisiones políticas, apareció
siguiendo varias tendencias políticas, económicas y sociales
europeas (Speier. 1950; Lazarsfeld. 1957; Ginsberg, 1986).
Aunque al menos un historiador acredita que los ingleses usa­
ban frases tales como «opinión del pueblo» y «opinión del pú­
blico», en época tan temprana como 1741 (Gunn, 1983), se con­
sidera a los franceses, la mayoría de las veces, como inventores
y popularizadores del concepto (Habcrmas, 1962/1989; Noelle-
Neumann, 1984;Ozouf. 1988). Noelle-Neumann (1984) acredi­
ta a Rousseau como primer usuario de la frase l'opinion publi­
que. hacia 1744, utilizándola en el segundo sentido de opinión
anteriormente definido, como referencia a las costumbres y mo­
dos de la sociedad (véase también Baker, 1990). De cualquier
forma, hacia 1780 los escritores franceses hacían uso extensivo
de la opinión pública para referirse a un fenómeno más político
que social, a menudo en unión con «bien público» (bien publie),
«espíritu público» (esprit publie). «conciencia pública» (eons-
cience publique), y otros términos relacionados (Ozouf. 1988.
pág. S3).
Los hechos históricos involucrados comienzan en época
temprana, en el siglo XV. con el advenimiento de la imprenta
de tipos móviles (Childs, 1965). Este desarrollo tecnológico per­
mitió una amplia difusión de las publicaciones, que se reforza­
ron en el siglo XVI con el incremento de comerciantes y clases
dirigentes y una expansión de la alfabetización. La última ten­
dencia fue impulsada por la Reforma protestante, que creó un
amplio público lector, sin mediación formal de la iglesia, con
respecto a la literatura religiosa escrita en lenguas vernáculas
(Speier, 1950. pág. 381). La profesionalización de las artes, es­
pecialmente la literatura, reemplazó el primitivo sistema de me­
cenazgo por otro en el cual autores y artistas dependían, para su
sustento, del apoyo popular (Habcrmas, 1962/1989). Socieda­
PROBLEMAS RESPECTO A LA OPINIÓN PUBLICA 23

des de lectores y librerías de segunda mano empezaron a flore­


cer. y hacia finales del siglo XVII la literatura moral y política
era bastante popular entre las clases cultas (Speier, 1950; Ha­
bcrmas. 1962/1989; Darnton. 1982).
La Reforma fue importante por varias razones, más allá de
sus efectos en la circulación de la literatura. Las enseñanzas de
Calvino y Lutero cuestionaron el orden sociopolítico de la auto­
ridad y la jurisdicción papal, de tan larga permanencia. Tal vez
de forma más crítica, las enseñanzas protestantes contenían en
su esencia una nueva concepción individualista de la persona.
Sancionaron la autoridad seglar en todo, excepto en los domi­
nios directamente morales o religiosos de la vida, y apoyaron la
idea de que los individuos son «dueños de sus propios destinos»
(Held, 1987. pág. 40). A finales del siglo XVII, las ideas desen­
cadenadas por la Reforma habían evolucionado hacia filosofías
liberales más profundas (por ejemplo, Locke. 1690/1963), que
afirmaban que los individuos deberían ser libres de seguir sus
propias preferencias en todos los aspectos de la vida: religiosos,
económicos y políticos (Held, 1987. págs. 51-54).
Emergencia de lina esfera pública. Habcrmas (1962/1989)
indicaba que estas tendencias históricas. íntimamente unidas al
crecimiento del capitalismo y el dominio de una burguesía
europea, con el tiempo dieron como resultado una esfera públi­
ca de razonamiento crítico. A lo largo de finales del siglo XVII y
principios del XVIII. una diversidad de nuevas instituciones
sociales empezaron a destacar: los cafés de Inglaterra (se decía
que había más de 2000 en Londres a principios del siglo XVIII).
los salones de París, y las sociedades de tertulias de Alemania
(Tistchgesellschaften) (Speier. 1950). Estos sitios de reunión, en
los que la devoción a la literatura y el arte de la conversación se
tenían en gran estima, llegaron a convertirse -especialmente los
salones franceses- en lugares donde la autoridad de la argumen­
tación suplantó a la autoridad de un título. Según Habermas, el
público ilustrado del siglo XVIII ganó fuerza pública al consoli­
darse la burguesía y empezar a articularse una crítica liberal del
Estado absolutista existente, al principio, a través de la circula­
ción de publicaciones políticas y su amplia discusión en salones
y cafés. El libre intercambio de información y crítica, y el razo­
namiento abierto se convirtieron en los instrumentos de la
«afirmación pública» en cuestiones políticas (Nathans, 1990,
pág. 625). Con el incremento de una esfera pública política acti­
va, la opinión pública emergió como una nueva forma de auto­
24 LA OPINIÓN PÚBLICA

ridad política, con la cual la burguesía podía desafiar al gobier­


no absoluto.
Habermas (1962/1989) destaca las características de iguali­
tarismo y raciocinio de la opinión pública durante la Ilustración
(págs. 36-37). Primero, se la considera como procedente del dis­
curso razonado, la conversación activa y el debate. El debate es
«público» en el sentido de intentar determinar la voluntad co­
mún. el bien común, no es un simple encuentro de intereses
individuales. El debate es. asimismo, abierto; el proceso es «pú­
blico» en el sentido de que la participación abierta, si no total­
mente asegurada, es lo que se desea. Es soberano c igualitario;
opera independientemente del status económico y social, abrien­
do camino al mérito de las ideas más que al poder político.
Finalmente, el debate, si persigue opiniones correctas, debe
ilustrarse a través de una publicidad de los asuntos políticos y
sus consecuencias. Como veremos, estas nociones tendrán mu­
cho que ver con los últimos intentos sistemáticos de los sociólo­
gos (por ejemplo, Park. 1904/1972; Blumer, 1946; Milis, 1956)
por definir de forma más precisa la naturaleza del público como
un colectivo social (capítulo 4). Estas características proporcio­
naron el esquema de lo que se llamaría más larde el modelo
«clásico» de opinión pública (Berelson, 1950: Lazarsfeld, 1957),
así como un conjunto de estándares con los cuales, incluso en
las sociedades modernas, se juzga a veces a la opinión pública
(véase Carey, 1978; Peters, 1989).
Ambigüedades en cuanto al significado de opinión pública. El
estudio de Habermas (1962/1989) ha tenido mucha influencia,
aunque los historiadores se han preguntado respecto a la exacti­
tud de su interpretación, especialmente su lectura marxista de
la esfera pública como un aspecto del dominio burgués-
capitalista (Nathans, 1990, pág. 626). Es igualmente debatible si
las características de igualitarismo, crítica y racionalidad, ads­
critas a la opinión pública del siglo XV111, casan bien con los
puntos de vista sobre la opinión pública que prevalecían (espe­
cialmente en Francia) en aquel momento. Por ejemplo, el análi­
sis de Darnton sobre el periodismo francés del siglo XVIII cues­
tiona la imagen racional del discurso público. Darnton indica
que gran parte de las publicaciones políticas que circulaban en
la Francia prerrevolucionaria no eran de una filosofía liberal
imparcial, sino bastante sensacionalistas y de un criticismo mo­
ral orientado hacia las celebridades («político-pornografía» en
términos de Darnton) que abordaba temas de depravación se­
xual y corrupción (págs. 34-38).
PROBLEMAS RESPECTO A LA OPINIÓN PÚBLICA 25

Otros historiadores han sugerido que los intelectuales de la


Ilustración distaban de ser igualitarios incondicionales (Nat-
hans.1990). Muchos eran, de hecho, profundamente ambiva­
lentes respecto al individualismo y el valor de la contestación
abierta en política. Baker (1990) indica que los pensadores polí­
ticos franceses de mediados del siglo XV1I1 se mostraban caute­
losos de la libertad extrema que disfrutaban los ingleses, que
parecía invitar a la división, confrontación sin fin e inestabili­
dad política. Había, pues, una considerable renuencia a la hora
de aceptar la emancipación completa del individuo (Ozouf.
1988). Rousseau (1762/1968), aunque decía que el bien común,
o «voluntad general», sólo es discernible por medio de la parti­
cipación continua y directa de individuos libres que debaten
elecciones colectivas, no abogó por la unión de los intereses
individuales. Sin embargo, creía que los miembros del pueblo,
decidiendo juntos lo que es mejor para su comunidad, sometían
sus intereses privados y sus asuntos al bienestar común (véase
Pateman. 1970, pág. 25; Held. 1987). El problema de cómo
adivinar la opinión pública a partir de una masa contradictoria
de opiniones individuales era el dilema central de la filosofía
política liberal. La razón innata de la autonomía de la opinión
pública fue una solución. Aunque imprecisos para indicar exac- /
tamente qué era la opinión pública, una gran mayoría de escri­
tores indicaba claramente que no era la opinión de la multitud.
Era. en cambio, un «tribunal anónimo e impersonal», una nue­
va corle que tenía muchos de los mismos atributos -«infalibili­
dad, extcrnalización, y unidad»- que caracterizaban a la anti­
gua autoridad absolutista (Ozouf. 1988, págs. SI 1-S12; Baker,
1990). Esta noción -que la opinión pública trasciende la opi- \
nión individual y refleja un bien común abstracto, más que un
mero compromiso de intereses individuales- continuaría influ­
yendo en el pensamiento sobre la opinión pública hasta bien
entrado el siglo XX (por ejemplo, Lowell, 1913, págs. 8-10; Be-
relson, 1950).
Los que escribieron al principio sobre opinión pública, rara­
mente fueron explícitos en relación a lo que se referían. Ozouf
(1988. pág. S6) sugiere que la opinión pública fue, con frecuen­
cia, implícitamente equiparada por los franceses con la opinión
de «los hombres de letras», refiriéndose a su papel (en gran
parte autoconcedido) de árbitros de los asuntos sociales y políti­
cos. Un segundo «grupo sociológicamente calificado de porta­
dores de opinión eran los parlements, que se lomaron la licencia
26 LA opinión pública

de hacer circular sus protestas contra el rey en un esfuerzo por


ganarse el «entusiasmo» público en su favor (pág. S7). Tal como
Ozouf(1988) y Baker (1990) señalan, sin embargo, la opinión
pública no se invocó únicamente en el contexto de la crítica a la
monarquía. Baker indica que el concepto arraigó como conse­
cuencia de una disipación gradual de la autoridad absoluta. En
medio de una crisis del absolutismo, la corona francesa así
como sus oponentes, «inventaron y apelaron a un principio de
legitimidad más allá del sistema (existente) para presionar sobre
las demandas de sus competidores» (Baker. 1990, pág. 171). El
público era principalmente una creación política o ideológica
sin un referente sociológico claro; proporcionó un nuevo siste­
ma implícito de autoridad en el que el gobierno y sus críticos
tenían que pedir el juicio de la opinión pública para asegurarse
sus respectivos objetivos. «Ciertamente uno puede entender los
conflictos de la prerrcvolución como una serie de luchas para
fijar el referente sociológico del concepto en favor de uno u otro
grupo competidor» (Baker, 1990, pág. 186). A pesar de Haber-
mas, la opinión pública era más que un simple instrumento de
la naciente burguesía.
Necker, la persona a la que normalmente se atribuye la po­
pularización de la frase /'opinión publique durante la década de
1780/1790. sirvió a la corona francesa como Ministro de Ha­
cienda (Palmer. 1936. Baker, 1990). De alguna forma, la aplica­
ción que Necker hace de la frase es bastante moderna en su
espíritu. Utilizaba el término para referirse a una creciente de­
pendencia del status financiero del gobierno con respecto a la
opinión de sus acreedores. Necker reconocía que era necesario
el apoyo de la elite francesa para el éxito de la política del go­
bierno. Con este fin. abogaba por la publicidad total de las acti­
vidades estatales. Publicó un informe de las cuentas del gobier­
no (Compte Rendo de 1781) principalmente para calmar a los
acreedores públicos y reafirmarles en la seguridad del tesoro
nacional (Speier, 1950; Baker. 1990). Necker puede, en conse­
cuencia, haber sido de los primeros en proponer relaciones sis­
temáticas entre público y gobierno. «Sólo los locos, los teóricos
puros, o los aprendices», observó en 1792, «dejan de tener en
cuenta a la opinión pública» (citado en Palmer, 1936).
Opinión pública dominio mayoritario. Aunque los cafés y
salones de la Ilustración dieron lugar a la idea original de opi­
nión pública, los escritos del siglo XVIII dejaron el concepto
indefinido en muchos aspectos. La opinión pública iba unida a
PROBLEMAS RESPECTO A I.A OPINIÓN PÚBLICA 27

la discusión y al libre flujo de información, se suponía que refle­


jaba el bien común, y se modeló como un nuevo y poderoso
tribunal para revisar las acciones del Estado. Pero otros aspec­
tos clave de nuestra concepción contemporánea sobre la opi­
nión pública tienen sus orígenes en escritos posteriores de la
democracia representativa, tales como los de Madison (1788/
1966) y especialmente los del teórico «utilitarista» ingles Bent-
ham (1838/1962) y Mili (1824/1937).
Escritos del siglo XVIII. que emplean generalmente el térmi­
no opinión pública referido a la conducta social, generalmente,
o cuando se refieren a su impacto político, no son claros respec­
to al mecanismo preciso por medio del cual habría de influir en
los asuntos del gobierno. A lo largo de finales del siglo XVIII y
principios del XIX, sin embargo, los trabajos de Mili y Bentham
atribuyeron un papel político mucho más formal a la opinión
pública en el gobierno, basado en términos legislativos y electo­
rales. En contraste con Rousseau, estos escritores opinan que la
gente actúa primariamente para satisfacer sus deseos individua­
les y para evitar el dolor (Schumpeter, 1943; Held, 1987). La
sociedad consiste, pues, en una serie de individuos que intentan
satisfacer al máximo sus propios intereses y servicios. Se necesi­
taba un mecanismo que armonizase estos intereses dispares. La
respuesta al problema de resolver intereses distintos y opuestos
fue el gobierno de la mayoría, establecido por medio de eleccio­
nes regulares y plebiscito. La opinión pública, en esta visión
mayoritaria, quedó mejor expresada como «la reunión de inte-
reses de los hombres de una comunidad» (Minar. 1960, pág.
36). El Estado había de desempeñar esencialmente el papel de
árbitro sobre individuos y grupos que rivalizan en conseguir el
máximo de sus intereses por medio de la competencia económi­
ca y el libre intercambio. De ahí que «el voto libre y el mercado
libre fueran el sino qua non» (Held, 1987, pág. 67).
Minar (1960) indica que el modelo democrático utilitarista
es la visión moderna más característica de la opinión pública, y
básicamente subyace en los esfuerzos del siglo XX por medirla
y cuantificarla regularmente a través de la institución del son­
deo de opinión. Los puntos de divergencia entre la concepción
utilitaria de la opinión pública y las primeras nociones de la
ilustración residen principalmente en las diferentes propuestas
para determinar el bien común. El primitivo pensamiento libe­
ral (por ejemplo Rousseau) vio la opinión pública como una
forma de realizar la voluntad común, bien discernida por medio
28 LA OPINIÓN PÚBLICA

de la implicación popular continua en forma de debate igualita­


rio y razonado. En la nueva formulación, la opinión pública se
resuelve, en cambio, extremando la función de las voluntades
de individuos diversos, esto es, a través del gobierno de la ma­
yoría. La idea más fiel a la voluntad general deja paso en la
estructura utilitaria a la idea más comúnmente sostenida. Esto
no quiere decir, ni mucho menos, que el debate público activo
no forme ya parte del conjunto. La libertad de prensa fue vigo­
rosamente apoyada por Bentham y Mili. Siguiendo el punto de
vista de Necker, Bentham consideró a la prensa como un órgano
especialmente importante de lo que él llamó «el tribunal de la
opinión pública». Volviendo a las nociones de opinión común
como presión social, pidió la publicidad regular de todas las
actividades del gobierno, como una salvaguarda contra los abu­
sos del poder (Palmer, 1936, pág. 245). Tal visión de la prensa
anticipó en forma significativa nuestra noción contemporánea
de libertad de información y la moderna condición de los me­
dios de comunicación como vigilantes públicos (Comisión para
la Libertad de Prensa. 1947; véase también Macaulay, 1898,
sobre la prensa como cuarto poder). Pero la implicación popu­
lar continua en el debate de las cuestiones públicas no fue. en sí
misma, propuesta como el mejor o el más práctico mecanismo
para determinar el bien común; es más, la resolución de los
deseos populares estriba en la elección de la mayoría, expresada
a través de elecciones regulares.
Un segundo cambio en la conceptualización acompañó tam­
bién a la filosofía democrática mayoritaria. El propio público,
definido vagamente en las primeras publicaciones como aque­
llos miembros de las clases ilustradas que frecuentaban los cafés
y salones, se identifica en las nuevas estructuras con el electora­
do deseable. Bentham abogaba en sus últimos escritos por el
sufragio universal y las elecciones parlamentarias anuales para
mantener una vigilancia pública cercana sobre los representan­
tes, los «diputados» del pueblo (Pateman. 1970). El resultado
fue una considerable expansión en el tamaño y heterogeneidad
del «público». Algunos sugieren que el modelo de democracia
de Bentham -como el de Rousseau- asume que lodo ciudadano
debería ser competente para formarse opiniones políticas en los
asuntos urgentes de cada día (por ejemplo, Schumpeter, 1943).
Sin embargo. Pateman (1970) concluye que ni Mili ni Bentham
abrigaban expectativas especialmente elevadas respecto a la ha­
bilidad de este amplio electorado para deliberar activamente en
PROBLEMAS RESPECTO A LA OPINIÓN PÚBLICA 29

política. Estos teóricos estaban más preocupados, insiste Pate­


man (1970), por la habilidad pública para seleccionar o recha­
zar representantes que por su capacidad de sostener opiniones
políticas informadas en cuanto tales (págs. 18-19).

La opinión pública como objeto de estudio

Hacia mediados del siglo XIX, la mayor parte de las publica­


ciones que trataban sobre opinión pública eran normativas y
filosóficas en su naturaleza, al ser estudios de política teórica
más que estudios de la propia opinión pública. (Los escritos de
Necker son una notable excepción.) Aunque la teoría democrá­
tica representativa ganó apoyo creciente a lo largo del siglo
XIX, las publicaciones de esta época no eran, en absoluto, fir­
mes, resueltas, al evaluar la competencia de la opinión pública.
Los partidarios de las reformas liberales democráticas la veían
«como la voz de la clase media ilustrada, como una salvaguarda
contra el desgobierno, y como un agente de progreso», mientras
que críticos más conservadores, la entendían antitéticamente,
como potencialmente peligrosa, superficial y transitoria; en
gran medida desinformada, y necesitada de limitaciones prácti­
cas como fuerza política (Palmer, 1936. pág. 247).
Hacia el final del siglo XIX. la opinión pública se encontró
enfrentada a crecientes análisis sistemáticos a la manera empí­
rica característica de las ciencias sociales en desarrollo (Lazars-
feld. 1957). Los escritores estaban intrigados por la «nueva
fuerza» de la opinión pública en la sociedad, que parecía ir
ganando poder y expandiéndose hacia prácticamente todas las
clases sociales, con muchos logros en educación y con la apari­
ción de medios de comunicación de masas más eficientes
(Bryce, 1888; Tarde. 1890/1903; Cooley. 1902; Lowell. 1913).
Al aproximarse 1900. hubo un cambio de enfoque y método en
el análisis de la opinión pública. A consecuencia del crecimien­
to de las ciencias sociales en la universidad, los trabajos del siglo
XX sobre opinión pública reflejan con más claridad preocupa­
ciones sociológicas y psicológicas, más que políticas o filosófi­
cas. Mientras que muchas de las primeras disquisiciones sobre
opinión pública habían tratado principalmente sobre el proble­
ma filosófico de transmutar deseos individuales e independien­
tes en la voluntad del Estado, ahora los analistas vuelven, con
mayor frecuencia, su atención al problema de comprensión de
30 LA OPINIÓN PÚBLICA

aspectos sociales y de conducta de la opinión pública. El interés


se ha vuelto hacia «la cuestión de la función y los poderes de la
opinión pública en la sociedad, los medios con los que puede
modificarse o controlarse, y la relativa importancia de los facto­
res emocional e intelectual en su formulación» (Binkley, 1928,
pág. 393). Esta linca de investigación llevó al estudio de la opi­
nión pública en nuevos campos académicos: conducta colectiva
y psicología social, investigación sobre la actitud y la opinión,
análisis de la propaganda, conducta política e investigación so­
bre los medios de comunicación de masas.

Principales problemas relativos a la opinión pública

A comienzos del siglo XX, muchos de los conceptos subya­


centes y distinciones conceptuales que aparecerían en las últi­
mas publicaciones teóricas e investigaciones empíricas sobre la
opinión pública habían, de una u otra forma, salido ya a la luz
(Lasswell, 1957). Aunque basada principalmente en términos
de debate informado y gobierno mayoritario (como un legado
de la Ilustración y de la teoría democrática representativa, res­
pectivamente). la expresión «opinión pública» llevaba consigo,
también, otros sentidos importantes. Los escritores de la Ilus­
tración. a pesar de su énfasis en la razón humana y el progreso
de la sociedad a través de la educación, no dejaron de compren­
der los aspectos no racionales y emocionales de la opinión pú­
blica. Por ejemplo, Speier (1950) refiere el esfuerzo de algunos
pensadores de la Ilustración para establecer espectáculos públi­
cos y celebraciones nacionales deliberadamente dirigidos a con­
seguir sentimientos patrióticos más que apoyo razonado. A lo
largo del siglo XVIII y XIX, el papel de la opinión general como
valedora de tradiciones y costumbres sociales, cumpliendo con
la «ley del uso» de Lockc, no escapó a la atención crítica (Noe-
lle-Neumann, 1984). Ciertamente, las huelgas generales y los
motines del siglo XIX dieron a los estudiosos de la opinión qué
pensar sobre el asunto de la supuesta naturaleza racional de la
opinión pública. Los aspectos no racionales de la conducta pú­
blica fueron cuidadosamente estudiados en la última parte del
siglo XIX por escritores que dedicaron especial atención a la
conducta imitativa y al «contagio» emocional en las multitudes
(por ejemplo. Tarde. 1890/1903; LeBon. 1895/1960; véase tam­
bién Mackay, 1841/1956; capítulo 3).
PROBLEMAS RESPECTO A I A OPINIÓN PÚBLICA 31

Aunque, en cierta medida, la investigación científica social y


el análisis filosófico normativo de la opinión pública han segui­
do caminos separados desde principios del siglo XX, aún hay
una importante y animada conexión entre ambos. Los descubri­
mientos empíricos que tratan sobre cómo se desarrolla y opera
la opinión pública en la sociedad no pueden por menos que
interpretarse a la luz de cómo consideramos que debería funcio­
nar la opinión pública (Berelson. 1950). Serias consideraciones
de las cuestiones normativas subyacentes que conciernen a la
opinión pública, han continuado apareciendo a lo largo del siglo
XX: Lowcll (1913), Lippmann (1922), Dewey (1927), Lasswell
(1941), Milis (1956), Schattschncider (1960) y Ginsberg (1986),
son sólo unos pocos ejemplos de tales pensadores.
Para cerrar este capítulo -y fijar una estructura alrededor de
los conceptos científico-sociales y las investigaciones aplicadas
de los próximos capítulos- consideraremos brevemente algu­
nos de los principales miedos y preocupaciones que han moti­
vado y sostenido la investigación sobre la opinión pública. Por
mor de la simplicidad, podemos organizar esta discusión alre­
dedor de cinco problemas básicos que acosan al público moder­
no: dos relativos a su potencial superficialidad -falta de compe­
tencia y falta de recursos- y tres relativos a su potencial
susceptibilidad, hacia la tiranía de la mayoría, hacia la propa­
ganda o la persuasión de masas, y hacia una sutil dominación
por parte de elites minoritarias.
Falta de competencia. Las reservas respecto a la capacidad
del público en general para dirigir los asuntos públicos datan de
antiguo, como hemos visto, al menos desde Platón, y fueron
importantes durante la Ilustración. Pero tal vez las criticas más
fuertes al gobierno de la opinión popular sean producto del siglo
XX: Public Opinión, de Lippmann (1922). y su secuela T/ie
Phantom Public (V)25). El principal argumento de Lippmann es
que la teoría democrática pide demasiado a los ciudadanos or­
dinarios. No puede esperarse de ellos que actúen como legisla­
dores. que sean activos y se impliquen en lodos los asuntos
importantes del momento. Parte del problema, en la estimación
de Lippmann, es la desatención general del público y su falta de
interés por las cuestiones políticas. Tal como Bryce (1888) ha­
bía observado, «las cuestiones públicas ocupan el tercer o cuar­
to lugar entre los intereses de la vida» (pág. 8). Las personas
invierten poco tiempo y poca energía en aprender los necesarios
«hechos no visibles» del mundo político. Complicando el pro­
32 LA OPINIÓN PÚBLICA

blema aparece la forma en que las opiniones -basadas en las


«imágenes que leñemos en la cabeza», como dijo Lippmann
(1922, pág. 3)- se desarrollan. El conocimiento exacto de los
asuntos públicos, en los que deben basarse las opiniones sólidas,
es sencillamente inalcanzable para el ciudadano ordinario. El
mundo político queda «fuera de su alcance, de su vista y de su
mente» (Lippmann, 1922, pág. 29). Los ciudadanos forman sus
ideas a partir de informaciones gravemente incompletas, man­
teniendo poco o ningún contacto con los hechos reales; filtran lo
que ven y oyen a través de sus propios prejuicios y temores.
Aunque en sociedades más simples el gobierno dirigido por la
opinión pública pueda tener éxito, el mundo industrial moder­
no se ha convertido en demasiado grande y complicado. «El
ciudadano privado de hoy día», observó irónicamente Lipp­
mann, «llega a sentirse como un espectador sordo de la última
fila, que debiera mantener su atención fija en la trama general,
pero apenas puede conseguir mantenerse despierto» (1925, pág.
13).
La prensa, considerada por los demócratas progresistas un
instrumento para educar y formar al público (por ejemplo. Coo-
ley, 1909), sólo contribuye a los males de la opinión pública,
según el punto de vista de Lippmann. «No es factible», indicó
terminantemente, «y cuando consideras la naturaleza de las no­
ticias, no es ni siquiera pensable... Si se ha de confiar a los
periódicos el deber de interpretar toda la vida pública de la
humanidad, seguro que fracasarán, pues están condenados al
fracaso, y en cualquier futuro continuarán fracasando» (1922.
pág. 362).
Lippmann no fue el primero en señalar la discrepancia entre
la imagen de la participación pública en la democracia -hereda­
da de los salones y cafés de la época anterior- y los trabajos
sobre la opinión pública en una nación legislativa moderna
(véase Tocqueville 1835/1945; Bryce, 1888), pero sus escritos
fueron notables por su vigor y penetración y, especialmente, por
su recomendación de una radical remodelación de la gobernabi-
lidad democrática. Abandonando la esperanza de una opinión
popular competente, Lippmann cree que la opinión pública mo­
derna no puede mejorar a menos que una organización inde­
pendiente y experta, con personal de «ciencias políticas», pueda
hacer «inteligibles los hechos invisibles» para quienes hubieren
de tomar decisiones, y «organizar la opinión pública» para la
prensa (1922, pág. 32). Soñaba con una red de agencias de reco­
PROBLEMAS RESPECTO A LA OPINIÓN PÚBLICA 33

lección de información (una para cada gabinete federal) con


fuentes de fondos independientes, ocupación garantizada, y un
«acceso a los hechos» sin restricciones, para cumplir tales tareas
(1922, pág 386).
Falta de recursos. Críticos posteriores, aunque no en desa­
cuerdo con el retrato general de Lippmann sobre la opinión
pública moderna, sin embargo, consideran una excepción su
valoración de la capacidad del público para el gobierno demo­
crático. Con mayor insistencia. Dewey (1927) consideraba que
el problema no era la incompetencia por parte del público, sino
más bien una falta de métodos suficientes para la comunicación
pública. «Los medios físicos y externos de recoger informa­
ción», observó, «han sobrepasado con mucho la fase intelectual
de investigación y organización de los resultados» (pág. 180). Al
contrario que Lippmann. que consideraba que la «Gran Socie­
dad» nunca podría convertirse en la «Gran Comunidad» que se
requería para una auténtica democracia nacional, Dewey
(1927) creía que ello era realmente concebible, aunque nunca
pudiera poseer todas las cualidades de una comunidad local
(pág. 211). La respuesta, en parte, es la educación. No es necesa­
rio que la gente tenga el conocimiento y la habilidad necesarios
para llevar a cabo investigaciones sistemáticas para cada asunto
general, sugería Dewey, únicamente debían tener la habilidad
de juzgar el conocimiento proporcionado por expertos en tales
asuntos (pág. 209). Estaba de acuerdo con Lippmann sobre que
las ciencias sociales desempeñarían un papel central en la co­
rrección del Estado democrático, pero Dewey pensaba en un
tipo de papel muy diferente. No proponía un sistema de infor­
mación de alto nivel sino, en su lugar, un tipo de ciencia social
basada en la comunidad que difundiera sus interpretaciones al
público por medio de ingeniosas presentaciones en la prensa
popular. «La necesidad esencial, en otras palabras, es la mejora
de los métodos y condiciones de debate, discusión y persuasión.
Éste es el problema del público» (Dewey, 1927, pág. 208). En
una línea similar, el título de un capítulo del libro de Lasswell
(1941) Democracy Through Public Opinión presenta el asunto
de forma sucinta: «La democracia necesita una nueva forma de
hablar».
Otros han considerado también un objetivo principal el pro­
porcionar recursos adecuados al público. Schattschneider
(1960). por ejemplo, proclamaba que si en realidad hay un pro­
blema con la opinión pública, reside en las asunciones pretendí-
34 LA OPINIÓN PÚBLICA

das por la teoría democrática clásica (por ejemplo, la necesidad


de ciudadanos omnicompetentes), no en el propio público. «La
gente es capaz de sobrevivir en el mundo moderno aprendiendo
lo que necesita saber y lo que no necesita saber», indicaba (pág.
137). Los ciudadanos no necesitan implicarse en todos los deta­
lles diarios de gobierno. Cuando es necesario, quedan envueltos
de forma natural en el conflicto, al correr riesgo sus asuntos e
intereses. Lo que los ciudadanos necesitan, sugiere Schattsch-
neider, es un sistema político competitivo con un liderazgo
fuerte, controversia y alternativas claras (pág. 129). Otros críti­
cos han establecido argumentos similares, culpando, de una u
otra forma, no al público sino a la cámara de representantes o a
la oficina del editor (por ejemplo, Entman, 1989). La solución,
se ha sugerido, radica en ofrecer mejores recursos -especial­
mente a través de los medios de comunicación- para que los
utilice el público (Commission. 1947).
Tiranía de la mayoría. Un tercer problema de importancia
que concierne a los analistas de la opinión pública es el peligro
de que prevalezca una mediocridad en la opinión -el menor
denominador común- creada y mantenida por la presión de la
mayoría. Desde otro punto de vista, el peligro es que frente a
amplias mayorías, los puntos de vista de minorías importantes,
aun siendo válidos, no puedan hacerse valer con fuerza. Este
temor lo expresó pronto, en el siglo XIX, Tocqueville (1835/
1945), quien advirtió que en una sociedad de iguales, los indivi­
duos de una minoría quedarían «solos y desprotegidos» frente a
la mayoría dominante (pág. 138). A lo largo del siglo XX. el
problema de la conformación respecto a la opinión mayoritaria
ha sido un tema persistente, en la crítica social y en las ciencias
sociales (White, 1961; Alien, 1975). Noelle-Neumann (1984)
reafirmó estas preocupaciones en la investigación sobre la opi­
nión pública, refiriéndose al retraimiento de la minoría frente a
la presión de la mayoría como «una espiral de silencio».
Muchos analistas han advertido que el poder de la mayoría
podría resultar crecientemente problemático con el tiempo.
«Cuanto más tiempo haya gobernado la opinión pública», suge­
ría Bryce (1888), «más absoluta será la autoridad de la mayoría,
menos probabilidades tendrán las minorías activas de rebelar­
se, y más dispuestos estarán los políticos a preocuparse, no de
formar la opinión, sino de descubrirla y apresurarse a obedecer­
la» (pág. 23). La respuesta al problema, proponen Bryce y otros
críticos, es la apropiada socialización democrática y la educa­
PROBLEMAS RESPECTO A LA OPINIÓN PÚBLICA 35

ción (véase Lowell, Í913). Una democracia debe cultivar una


individualidad vigorosa en sus ciudadanos para asegurar que
los asuntos minoritarios sean apoyados adecuadamente.2
Susceptibilidad a la persuasión. Una cuarta preocupación se
centra en la susceptibilidad del público a la persuasión y, en
particular, a llamamientos altamente emocionales y no raciona­
les. Esta preocupación parece justificada. Hasta qué punto las
apelaciones emocionales forman parte de la política es algo que
puede observarse bastante comúnmente (Komhauser, 1959;
Edelman. 1964). Lippmann (1925), para hablar de un modelo
temprano, observó que «la consecución de una voluntad gene­
ral de entre una multitud de deseos diferentes no es un misterio
hcgeliano, como muchos filósofos políticos han imaginado, sino
un arte bien conocido por los líderes, políticos y comités diri­
gentes. Consiste esencialmente en el uso de símbolos que unan
emociones tras haber sido separados de sus ideas» (pág. 47).
El éxito de los regímenes fascistas en Europa entre las dos
guerras, a la par que su intenso uso de los medios de comunica­
ción. alentó un tremendo interés entre los científicos sociales de
América por el análisis de la propaganda y la persuasión. El
pánico causado por la transmisión de Orson Welles de La gue­
rra de los mundos, de H.G. Wells, en 1938 (Cantril, Gaudet y
Herzog, 1940) sugirió que la capacidad de los medios de comu­
nicación para precipitar la conducta irracional de las masas era
considerable. No es de extrañar que, a lo largo de este siglo, la
investigación sobre opinión pública y el interés sobre la persua­
sión de masas hayan ido de la mano. Desde 1927, en que Lass-
well publicó su influyente Propaganda Technique in the World
War, hasta bien entrados los años cincuenta, el estudio de la
opinión pública y la propaganda estuvieron muy estrechamente
conectados. Muchas de las primeras obras sobre este campo,
por ejemplo, llevan la palabra «propaganda» en sus títulos (por
ejemplo, Smith. Lasswell y Casey, 1946; Doob, 1948; Katz,
Cartwright. Eldersveld y Lee. 1954).
Dominio de las elites. Aunque algunos habían temido una

2. El cultivo de la individualidad puede presentar sus propias dificultades.


Una de ellas, comentada por Lowell (1913). sucede cuando, tras un debate
razonable, una irreconciliable minoría rechaza totalmente la opinión de la ma­
yoría. Una democracia requiere, según estima Lowell. un equilibrio entre la
tolerancia para los puntos de vista de las minorías y la aceptación de la voluntad
de la mayoría (véase su discusión de la doctrina de la armonía de intereses, págs.
28-29). '
36 LA OPINIÓN PÚBLICA

sobreabundancia de poder en manos del público, a muchos


otros les preocupa que sea demasiado poco. Una quinta causa
de interés respecto a la opinión pública se enfoca hacia lo que
Ginsberg (1986) ha llamado «la domesticación de las creencias
de la masa». Se considera el problema desde el punto de vista de
la creciente pasividad por pane del público, que lo conduce,
de varias maneras, a su dominio por parte del gobierno y las
clites agrupadas. Milis (1956), por ejemplo, vio la sociedad
americana compuesta de tres estratos jerárquicos: el primero,
una fina capa de elites poderosas: el segundo, un grupo estanca­
do de fuerzas políticas contrapuestas; y el tercero, una amplia, y
cada vez con menos poder, masa de ciudadanos. Lejos de dis­
frutar de la idealizada y libre discusión del debate democrático.
Milis indicaba que la población americana había sido transfor­
mada por los medios de comunicación en un mercado que con­
sume, más que en un público que produce, ideas y opiniones
(véase también Habermas, 1962/1989; Gitlin, 1978).
Otros críticos contemporáneos, que ven mecanismos dife­
rentes de control de la elite (por ejemplo. Hermán y Chomsky.
1988), han descrito más formas de dominio. Ginsberg (1986)
indica que con el advenimiento de la democracia electoral, la
relación tradicionalmente adversa entre el pueblo y el gobierno
se ha suplantado por una relación de dependencia. Ahora las
personas apoyan voluntariamente al Estado, pues se han con­
vertido en crecientemente dependientes de sus servicios. Tal
como lo indica él. «con el desarrollo de las instituciones electo­
rales. la expresión de la opinión de la masa se ha hecho menos
subversiva; cuando los ciudadanos empezaron a ver al gobierno
como una fuente de beneficios, la opinión se hizo fundamental­
mente menos hostil hacia la autoridad central... En resumen, los
regímenes occidentales convirtieron la opinión de la masa, de
una fuerza hostil, impredecible y, con frecuencia, destructiva en
un fenómeno menos peligroso y más tratable» (pág. 58). Gins­
berg ve la propia industria de sondeos de opinión, a pesar de sus
intenciones establecidas de aumentar la voz democrática del
pueblo (Gallup y Rae, 1940), como parte central de este proceso
de domesticación. En líneas similares, Habermas (1962/1989)
indica que los mecanismos de formación del consenso político
en las naciones democráticas, tales como las elecciones regula­
res y las campañas electorales populares -aunque ciertamente
aseguren una presión periódica sobre el gobierno para satisfacer
las necesidades básicas de la población- no fomentan, y pueden
PROBLEMAS RESPECTO A I A OPINIÓN PÚBLICA 37

incluso suprimir, la argumentación racional o la discusión po­


pular de amplia extensión, característica de una verdadera esfe­
ra pública (págs. 211-222; pero véase también Crespi, 1989,
págs. 93-130).
Hay otros asuntos importantes, pero estos cinco han atraído
de forma más continuada la atención. En un nivel general, la
cuestión clave es si los procesos de la opinión pública en su
actuación natural son, de hecho, realmente democráticos en el
sentido implícito en las primeras nociones de la Ilustración; en
otras palabras, si la «verdadera» opinión pública, o la que influ­
ye en la elección política (Key. 1961), está en realidad formada
por una comunicación igualitaria, de arriba abajo, de los intere­
ses públicos y las ideas a los políticos. Cuando volvamos a nues­
tra discusión sobre el tratamiento científico social de la opinión
pública, veremos no sólo cómo los investigadores en opinión pú­
blica han aproximado sus trabajos conceptualmente sino tam­
bién cómo han derramado, de distintas formas, nueva luz sobre
estas importantes cuestiones.
3. El concepto de «público»

Tal vez la concepción más común de «opinión pública» hoy en


día la equipare a una unión más o menos sencilla de opiniones
individuales, o «lo que intentan medir los sondeos de opinión»
(P. Converse, 1987, pág. SI3; Childs, 1939; Minar, 1960).
Cuando comparamos esta noción con las que prevalecían a
principios del siglo XX, el contraste es impresionante. Los pri­
meros analistas estaban mucho más predispuestos a formular la
opinión pública_como un fenómeno supraindividuabnherente^
mente colectivo o, como señaló Cooley (1909), como «un pro­
ducto cooperativo de comunicación c influencia racional» (pág.
121). Aunque la existencia de los sondeos de opinión tenderá
más tarde a individualizar el concepto -poniéndolo estrecha­
mente en línea con la visión mayoritaria discutida anteriormen­
te- la opinión pública era considerada, por lo general, en los
primeros años del siglo, como una clase especial de producto
social, no como una colección de opiniones públicas diversas,
sino como la opinión de un público.
40 LA OPINIÓN PÚBLICA

Esta tendencia a concebir la opinión pública en términos


supraindividuales era parte integrante de la época. Los estudio­
sos de la vida psicológica y social humana a comienzos del siglo
XX, tanto en Europa como en América (por ejemplo. Tarde,
1890/1903; James, 1890: Baldwin, 1893; LeBon, 1895/1960;
Cooley, 1902/1909), estaban claramente intrigados por las im­
portantes manifestaciones de conducta colectiva tipificadas en
ese período: multitudes espontáneas, huelgas, manifestaciones
masivas y disturbios. Los analistas estaban igualmente fascina­
dos por el papel que los modernos medios de comunicación
-especialmente la prensa- parecían desempeñar a la hora de
configurar y guiar la «psicología de las masas». Los primeros
intentos de proporcionar un tratamiento científico social a la
opinión pública se presentaron sobre un telón de interés intelec­
tual general en fenómenos tales como la conducta de las masas y
las multitudes.
El objetivo de este capítulo es revisar estos primeros e influ­
yentes tratamientos del público', concepciones que identificaban
la opinión pública como bastante próxima a la conducta colecti­
va, y la enfocaban básicamente explicando la naturaleza socio­
lógica del público como un grupo estructurado imprecisa y tran­
sitoriamente (véase Park, 1904/1972; Blumer. 1946; Davison,
1958; Foote y Hart. 1953). Es esencial en estos tratamientos la
noción de que la opinión pública podía observarse como parte
de un proceso sociológico más amplio, como un mecanismo a
través del cual las sociedades estables se adaptan a las circuns­
tancias cambiantes por medio de la discusión y el debate. Se
presta igualmente una especial atención al concepto de asunto
público, singularmente a la forma en que «el público», como
una entidad social en desarrollo, se forma, teóricamente, a tra­
vés del tiempo, por medio de argumentos espontáneos, la discu­
sión y la oposición colectiva respecto a un asunto. Por estas
razones, escritos posteriores se han referido a veces a esta con-
ceptualización del público como un modelo discursivo (Young.
1948; Bogardus, 1951; Price y Robcrts. 1987; Price, 1988).
Aunque la estructura conceptual tiene ya casi un año, continúa
conformando, a veces de forma indirecta, el pensamiento actual
sobre la opinión pública en una variedad de disciplinas (en cien­
cias políticas, por ejemplo, véase Nimmo, 1978, págs. 238-240;
Cobb y Eider. 1983, caps. 5 y 6).
Con su fuerte énfasis en la opinión pública como procedente
del debate, esta formulación sociológica es, en muchos aspectos.
EL CONCEPTO DE «PÚBLICO» 41

descendiente directa de las ideas de la Ilustración del siglo


XVIII, previamente comentadas. Pero la estructura analítica
propuesta por Park (1904/1972) y reelaborada por Blumer (1946)
representó un avance en varios aspectos importantes. Se desa­
rrollaba a partir de un interés científico general por comprender
las relaciones sociales humanas, tratando de entender la opi­
nión pública a la luz de su significado sociológico más amplio.1
Más importante aún, fusionó ideas filosófico-políticas previas
sobre la opinión pública (por ejemplo, la noción de que la opi­
nión pública expresa la «voluntad general») con modernas
preocupaciones psicológico-sociales, formando, en consecuen­
cia, un puente de unión con los últimos estudios científico-
sociales de las actitudes y las opiniones (capítulo 4). El modelo
discursivo de orientación sociológica continúa vertiendo luz
conceptual sobre las formas en que la opinión pública es funda­
mentalmente comunicativa por naturaleza (Price, 1988) y nos
proporciona una posición ventajosa para supervisar las diferen­
tes entidades que, en la investigación contemporánea sobre la
opinión pública, se equiparan de formas distintas con el públi­
co. El objetivo de la última parte de este capítulo es revisar, a la
luz de estas concepciones sociológicas del público, el amplio
campo de agrupaciones colectivas -tales como elites, público
hostil, público atento y público general- que se invocan general­
mente en la investigación empírica de la opinión. La intención
no es argumentar a favor o en contra de ninguna concepción
concreta del público (véase Key, 1961). sino simplemente seña­
lar las formas en que investigadores y analistas continúan em­
pleando una variedad de conceptos de nivel colectivo y defini­
ciones opcracionales al describir y analizar al público.2
1. Esfuerzos analíticos como los de Park y Blumer figuran de una manera
destacada en el establecimiento de la conducta colectiva como tfn subcampo
vital en la sociología americana, campo que se ha desarrollado independiente­
mente de la investigación sobre la opinión pública (véase Turner y Killian,
1957; Elsner, 1972).
2. Key (1961). de forma similar, resiste la tentación de argumentar sobre una
definición de conjunto de el público, contentándose con decir que. «en una cues­
tión dada, el público operativo puede consistir en una asociación altamente
estructurada, mientras en otro asunto las opiniones pueden difundirse a través
de un amplio público sin una organización especial» (pág. 11). Pero esta valora­
ción de las primeras concepciones sociológicas del público es mucho menos
optimista que la ofrecida aquí. Key rechazó algunas de las principales nociones
del modelo discursivo (por ejemplo, que el público se forma y organiza por
medio de la discusión que rodea a un asunto concreto, citando a Davison
(1958)) como orgánico por naturaleza y de «utilidad más poética que práctica»
42 LA OPINIÓN PÚBLICA

Multitud, público y masas

Es útil tener en mente que las concepciones sociológicas de


«público», originalmente, se desarrollaron junto con la nueva
ciencia psicológica de la multitud, a finales del siglo XIX y prin­
cipios del XX. Moscovici (1985) indica que la totalidad de la
psicología social moderna puede seguirse a través de los intere­
ses surgidos en este período sobre la «masificación» de la socie­
dad y sus males concomitantes: estallidos violentos, pánico ma­
sivo y otras vividas indicaciones de las «transformaciones
radicales» que las personas pueden experimentar en entornos
colectivos (pág. 347). El rompecabezas que había de resolverse
consistía en el hecho de cómo individuos por lo demás civiliza­
dos podían transformarse en multitudes coléricas o manifestan­
tes entusiastas. Esta cuestión fue analizada por LeBon (1895/
1960) en su influyente libro La Psychologie des I'oules. en el
cual buscaba sentar las bases para una ciencia de la psicología
de la multitud. Aunque el concepto de multitud se invoca rara­
mente hoy en día. aclara y refleja algunas de las características
esenciales de dos conceptos colectivos contemporáneos: las ma­
sas y el público.
La multitud. Al argumentar sobre el estudio científico de las
multitudes. LeBon (1895/1960) observó que el ascenso de las «cla­
ses populares» en la vida política era, tal vez, el desarrollo más
significativo de la sociedad moderna (pág. 9). Vio a la multitud
como uno de los principales mecanismos con los que estas cla­
ses, de forma creciente, presionaban para conseguir sus deman­
das, con intensificación de la destrucción y la violencia. «El
derecho divino de las masas», observó, «está a punto de reem­
plazar al derecho divino de los reyes» (pág. 10). Una compren­
sión científica de estas multitudes, y su forma de conducta, ha­
bría de ocupar, por esta razón, un lugar primordial en el estudio
de la sociedad moderna.
«La ley de la unidad mental de las multitudes» de LeBon, se
basaba ampliamente en los descubrimientos psicológicos del
momento, especialmente en las ideas de hipnosis y sugestión
inconsciente. Identificó tres causas básicas de la conducta de la

(págs. 8-9). Generalmente, menosprecia los esfuerzos para conceptualizar al


público como «una especie de asociación imprecisamente organizada u otra
fantasmal entidad sociológica» (pág. 15).
EL CONCEPTO DE «PÚBLICO» 43

multitud. Primera, el anonimato consistente en formar parte de


una multitud relaja las limitaciones civilizadas sobre los instin­
tos básicos de las personas. Segunda, las emociones y las accio­
nes se extienden rápidamente por imitación espontánea y
«contagio» (véase también Tarde, 1890/1903). Tercera, y más
importante, la «personalidad consciente se desvanece» bajo la
influencia de una multitud, y el individuo queda sujeto a la
persuasión y la sugestión inconsciente, es decir, queda esencial­
mente hipnotizado por la voluntad colectiva de la multitud (Le­
Bon, 1895/1960. pág. 27; Park, 1904/1972, pág. 50). Es este
estado hipnótico el que permite a la multitud actuar al unisono,
a menudo con efectos terroríficos.
Los análisis posteriores de la conducta colectiva no compar­
tieron necesariamente las terribles caracterizaciones de la vida
en la «era de las multitudes», y la mayoría abandonó su marco
conceptual hipnótico. Sin embargo, continuaron no menos inte­
resados por las asociaciones multitudinarias, imprecisamente
estructuradas, y las diversas funciones sociales a las que servían
(por ejemplo Blumer, 1946). Al desarrollarse el campo de estu­
dio de la conducta colectiva, se tomó en consideración, no sólo
a las multitudes sino también muchas formas semejantes, tales
como las modas, las manías y los movimientos sociales. Foote y
Hart (1953) indicaron que diversos tipos de conducta colectiva,
incluyendo fenómenos multitudinarios, podían estar implica­
dos en la formación de la opinión pública, especialmente en sus
primeros estadios. Sugirieron que los analistas sacarían prove­
cho de la atención a estos procesos colectivos relativamente in­
definidos, preparatorios o provisionales, de los cuales emergen,
finalmente, los modos de acción social más organizados y racio­
nales, tales como el debate público (pág. 309). Sin embargo,
muchos conceptos del campo de la conducta colectiva, tal como
la propia idea de multitud, no se han utilizado nunca demasia­
do en estudios de la opinión pública. Al contrario, «multitud»
ha servido principalmente comp concepto contrario al que se
define como «el público».
El público. El logro conceptual de Park (1904/1972) es que
consideró a la multitud y al público como fundamentalmente
similares en un aspecto clave: ambos son mecanismos de adap­
tación social y cambio, formas sociales transitorias utilizadas
por grupos sociales para «transformarse» en nuevas organiza­
ciones. Por otra parte, el público y la multitud pueden servir,
ambos, como caminos iniciales para la creación de entidades
44 LA OPINIÓN PÚBLICA

sociales totalmente nuevas; en otras palabras, métodos por los


que personas de diferentes grupos establecidos pueden organi­
zarse en grupos nuevos (pág. 79). Tanto la multitud como el
grupo son dominados por una especie de fuerza colectiva, o
voluntad general, propuso Park, pero se trata de una fuerza que
aún no ha asumido el status de norma social clara. No pueden,
en consecuencia, considerarse una sociedad. La multitud y el
público no son grupos formalmente organizados, sino un «esta­
do preliminar empírico» en el proceso de formación de un gru­
po (pág. 80).
Por otro lado, hay diferencias conceptuales importantes en­
tre la multitud y el público. Park (1904/1972) sugirió que la
multitud está marcada por la unidad de experiencia emocional
(según LeBon). mientras que el público está marcado por la
oposición y el discurso racional. La multitud se desarrolla como
respuesta a emociones compartidas; el público se organiza
en respuesta a un asunto. Entrar en la multitud requiere única­
mente «la capacidad de sentir y empatizar». mientras que unir­
se al público requiere también «la capacidad de pensar y razo­
nar con otros». La conducta del público puede, al menos
parcialmente, guiarse por una campaña emocional compartida,
pero «cuando el público deja de ser crítico, se disuelve o se
transforma en multitud» (pág. 80).
El concepto de público como una entidad colectiva elemen­
tal recibió, tal vez. el tratamiento conceptual más completo por
parte de Blumcr (1946). quien amplió y aclaró los primitivos
análisis de Park. Blumcr propuso que «el término público se
utilice para referirse a un grupo de gente que a) están enfrenta­
dos por un asunto, b) se encuentran divididos en su idea de
cómo enfocar el asunto, y c) abordan la discusión del asunto»
(pág 189; véase también Milis, 1956. págs. 303-304. para una
definición similar). El desacuerdo y la discusión alrededor de
un asunto concreto hacen existir a un público. Un problema
fuerza a la gente a actuar colectivamente para dar una respues­
ta, pero les faltan tradiciones, normas o reglas que indiquen
claramente qué tipo de acción ha de llevarse a cabo. Como la
multitud, el público «carece de los rasgos característicos de una
sociedad» (Blumer, 1946. pág. 189) y sus miembros no tienen
papeles de status fijos (recuérdense las nociones igualitarias pre­
dominantes en el pensamiento del siglo XVIII). Como indicó
Blumer, «el público es una especie de grupo amorfo cuyo tama­
ño y número de miembros varía según el asunto; en vez de tener
El. CONCEPTO DE «PUBLICO» 45

una actividad prescrita, se empeña en un esfuerzo para llegar


a una acción, y en consecuencia se ve forzado a crear su acción»
(pág. 190).
En consecuencia, según Blumer, argumentación y contra­
argumentación se convierten en los medios por los cuales se
modela la opinión pública (pág. 191). Para que esta discusión
se realice, es necesario un lenguaje común de términos funda­
mentales, un «universo de discurso». Las personas y grupos in­
volucrados necesitan ser capaces de tener en cuenta las posicio­
nes de los otros y deben tener la voluntad de comprometerse
para determinar un transcurso de la acción colectiva aceptable
(pág. 191). Sin embargo, Blumer se dio cuenta enseguida de que
el debate público podía darse en un marco desde «altamente
emocional y lleno de prejuicios» hasta «altamente inteligente y
serio» (pág. 192). Siguiendo a Lippmann (1925), sugirió que el
público se forma generalmente, por una parte, a través de gru­
pos de interés que tienen un interés inmediato por la forma en
que se resuelve un asunto y que participan bastante activamen­
te para conseguir sus peticiones, y por otra parte, «un grupo más
independiente y con actitud de espectador». La alineación final
de los miembros del público menos interesados (que no c/c.sinle-
resados) determina, finalmente, cuál de los puntos de vista que
compiten será el que predomine. En sus esfuerzos por conseguir
apoyo, los grupos interesados pueden subvertir parcialmente el
discurso racional intentando despertar emociones y proporcio­
nando mala información. A pesar de ello, en la visión de Blumer
(1946), «el auténtico proceso de discusión fuerza a una cierta
cantidad de consideración racional» que ayuda a asegurar una
conclusión más o menos racional. Así pues, «la opinión pública
es racional, pero no necesariamente inteligente» (pág. 192).
La masa. Tal como Park anteriormente, Blumer (1946) ob­
servó que bajo condiciones de excitación emocional común, el
público podría transformarse en una multitud, dando lugar, en
consecuencia, a «un sentimiento público» más que a una opi­
nión pública. Sin embargo, indica que en los tiempos moder­
nos. el peligro de que el público se convierta en multitud es
menos inquietante que el peligro de que pueda verse «despla­
zado por las masas» (Blumer. 1946. pág. 196). Un tercer agol­
pamiento colectivo elemental, la masa, se distingue en varias
formas importantes de la multitud y el público. La masa se com­
pone de individuos anónimos y se distingue por tener una inte­
racción y comunicación entre sus miembros realmente muy pe­
46 LA OPINIÓN PÚBLICA

queña. Es extremadamente heterogénea, e incluye personas de


todos los estratos de la sociedad y «de todas las profesiones»
(Blumer, 1946, pág. 185). La masa es muy dispersa geográfica­
mente. Está más imprecisamente organizada que la multitud o
el público, y sus miembros son incapaces de actuar concertada­
mente.
Lo que une a las masas no es la emoción compartida (como
en la multitud) ni el desacuerdo o la discusión (como en el pú­
blico). sino un foco de interés común o atención, algo que atrae
a la gente fuera de los límites de su experiencia restringida. «El
objeto del interés de las masas», sugiere Blume (1946), «consis­
te en atraer la atención de la gente fuera de su cultura local y su
esfera vital, dirigiéndola hacia un universo más amplio, hacia
áreas que no están definidas o cubiertas por reglas, regulaciones
o expectativas» (pág. 186). La atención compartida es un vínculo
único entre los miembros de la masa; no actúan bajo la guía de
ningún tipo de voluntad colectiva. Dado que son incapaces (o no
tienen intención) de comunicarse entre ellos, excepto en la forma
más limitada, se ven conducidos a actuar separadamente. La
masa «consiste meramente en un conjunto de individuos que son
diferentes, independientes, anónimos» y que actúan en respuesta
a sus propias necesidades (págs. 186-187). Blumer presentó va­
rios ejemplos de masas en la vida contemporánea: aquellos «que
se excitan ante cualquier acontecimiento nacional, los que se in­
teresan por un juicio criminal que aparece en la prensa, o los que
participan en grandes migraciones» (pág. 185).
Blumer sugiere también que la conducta de las masas devie­
ne crecientemente significativa en la vida industrial y moderna
urbana al «haber impulsado a los individuos a alejarse de las
raíces costumbristas y haberlos empujado a un mundo más am­
plio», junto con la creciente movilidad, los medios de comuni­
cación de masas y la educación (pág. 187; Kornhauser, 1959;
Escarpit, 1977). Peor aún, consideró al público como gradual­
mente sobrepasado por la masa: «El creciente desarraigo de la
gente con respecto a la vida local, la multiplicidad de asuntos
públicos, la expansión de las agencias de comunicación junto
con otros factores, ha conducido a las personas a actuar cada
vez más por selección individual, más que participando en una
discusión pública» (pág. 196). Como resultado, sospecha Blu­
mer, el público y la masa estarán cada vez más entremezclados y
serán más difíciles de diferenciar.
EL CONCEPTO DE «PÚBLICO» 47

La preocupación de Blumer fue elaborada por Milis (1956),


que indicó que la masa había suplantado al público en la vida
política americana. Haciéndose eco de la visión «discursiva»
del público, Milis observó que los canales de comunicación en­
tre un verdadero público eran abiertos y estaban dispuestos a
responder, permitiendo a muchas personas tanto expresar opi­
niones como recibirlas. Basándose en la noción de soberanía en
la formación del público, propia de la Ilustración (capítulo 2),
indicó que las instituciones autoritarias de la sociedad no pene­
tran en el público, que es «en consecuencia, más o menos autó­
nomo en su funcionamiento» (pág. 304). Lamentablemente, en
la estimación de Milis, las condiciones modernas aparecen mu­
cho más favorables a la masa que a la opinión pública, por
cuatro razones básicas:

En una masa, a) son muchas menos las personas que expre­


san opiniones que las que las reciben, pues el conjunto de públi­
cos se convierte en una colección abstracta de individuos que
recibe impresiones de los medios de comunicación, b) Las co­
municaciones que prevalecen están tan organizadas que es difí­
cil o imposible para un individuo responder de forma inmediata
o con algún efecto, c) La realización de la opinión en acción está
controlada por las autoridades, que organizan y controlan los
canales de tal acción, d) La masa no tiene autorización de las
instituciones; por el contrario, agentes de las instituciones auto­
rizadas se incorporan a esta masa, reduciendo cualquier autono­
mía que pudiera haber en la formación de opinión por medio de
la discusión (pág. 304).

En consecuencia, según los cálculos de Milis, hay pocas dis­


cusiones públicas auténticas en la vida política moderna, y cual­
quier discusión que tenga lugar no puede considerarse propia­
mente soberana, en el sentido de que su «universo de discurso»,
para usar la expresión de Blumer, se ha visto en gran medida
circunscrito por los medios de comunicación. Otros investiga­
dores han adoptado un punto de vista mucho más optimista con
respecto a la comunicación pública (Katz y Lazarsfeld, 1955),
pero la distinción básica conceptual entre masa y público sigue
siendo muy compartida (véase Graber, 1982).
48 LA OPINIÓN PÚBLICA

Las cuestiones y los públicos

La concepción sociológica del público contempla a este


como una colectividad imprecisamente organizada que surge
del transcurso de la discusión en torno a una cuestión. En con­
traste con la masa, que se basa únicamente en una atención
común hacia algún asunto y que está formada por respuestas
idiosincráticas formadas lejos de cualquier debate o discusión,
el público se distingue por una resolución colectiva de algún
problema por medio de argumentos y réplicas. Una inferencia
mayor de esta concepción, ya evidente en las observaciones de
Blumer (1946) y Milis (1956), es que el público discursivo repre­
senta sólo una pequeña porción del electorado moderno (Al-
mond. 1950; Berelson, Lazarsfeld y McPhee, 1954; Roscnau.
1961; Key, 1961; Devine, 1970; Neuman. 1986). Otra impor­
tante inferencia es que un público no es una entidad fija. Cam­
bia en cuanto a su tamaño y su composición al tiempo que
primero se identifica un asunto, se varia con la discusión, y
finalmente se resuelve (Blumer, 1946,1948; Price v Roberts,
1987).
Fases del desarrollo. El modelo discursivo formulado por
Park y Blumer es esencialmente desarrollisla por naturaleza, y
mantiene que la opinión pública se forma a través de una se­
cuencia de estadios (Bryce. 1888. Foote y Han, 1953; Davison
1958).’Según estas líneas. Foote y Hart (1953) identifican cinco
fases colectivas en la formación de la opinión pública. La pri­
mera es la fase del problema, en la que alguna situación es consi­
derada problemática por una persona o grupo determinado y
con el tiempo se considera generalmente como tal. En este pri­
mer estadio, una falta de definición rodea tanto al problema
como a sus consecuencias, y por esta razón el público pertinente
es indeterminado. Tal como sugieren Foote y Hart. «público y
problema surgen juntos en el transcurso de una interacción»
(pág. 312). Tal interacción es rudimentaria y provisional en este

3. Incluso antes de comienzos de siglo. Bryce (1888. págs. 2-5) describió la


formación de la opinión pública como procedente de una secuencia de etapas
notablemente similar a aquellas más tarde identificadas por sociólogos tales
como Foote y Hart (1953) y Davison (1958). Más recientemente, analistas de
una gran variedad de campos han propuesto etapas de desarrollo de la opinión
pública que son aproximadamente comparables con las de Foote y Hart (1953)
descritas anteriormente. Véase, por ejemplo. Downs (1972). Nintmo (1978.
págs. 238-240) y VanLeuvcn y Slater (1991).
EL CONCEPTO DE «PÚBLICO» 49

punto, porque «la gente a menudo no sabe lo que quiere en una


situación» (pág. 31 7). Hacia el final de la primera fase, sin em­
bargo, el problema ha cristalizado en un asunto reconocido y la
gente implicada, el público de este asunto, tiene alguna idea de
lo que quiere. Pero pueden no saber aún suficientemente bien
cuál es la mejor forma de conseguirlo. Entonces tenemos el se­
gundo estadio, la fase de propuesta, en el que se formulan una o
más líneas potenciales de acción como respuesta al problema.
De nuevo, una considerable ambigüedad rodea el proceso, pues
surgen y se descartan muchas ideas. Aunque más claramente
discursiva que el primer estadio, la fase de propuesta aún impli­
ca «algunas de las características de la conducta colectiva: mo­
vimientos a tientas, emociones efímeras, ondas esporádicas de
rumores y presiones, clamor desorganizado» (pág. 313). En este
punto del proceso, según Foote y Hart, los miembros del públi­
co tantean colectivamente las dimensiones del problema y de­
terminan una o varias formas de resolverlo.
A continuación viene la fase politica, estadio durante el cual
los méritos y debilidades de las propuestas alternativas, que ya
han sido determinadas, se debaten activamente. Es la fase más
claramente idenlificable como discurso público, en la que los
miembros más activos del público buscan el apoyo de aquellos
menos involucrados, intentando conseguir un consenso para
sus propuestas. Los encuestadores controlan activamente las
opiniones sobre el asunto durante esta fase, y en los medios de
comunicación aparecen editoriales y cartas de apoyo o de oposi­
ción a propuestas específicas. La fase política, finalmente, cul­
mina con una decisión para acometer un plan específico de ac­
ción, iniciando, en consecuencia, la fase programática, durante
cuyo transcurso se realiza la acción aprobada. Finalmente, hay
un quinto estadio, ¡a fase de valoración, en el que se realizan
evaluaciones periódicas de la efectividad de la política llevada a
cabo, especialmente por parte de las minorías de no convenci­
dos que se formaron durante el debate público. Incluso si la
política es generalmente un éxito, sugieren Foote y Hart (1953),
«la gente puede encontrar que lo que buscaba no era lo que se
quería, después de todo, o que el éxito a la hora de satisfacer
deseos previos ha dado lugar a problemas imprevistos» (pág.
318).
Actores v espectadores. \ lo largo de estas fases de desarrollo,
el público cambia de tamaño, aumentando desde los pocos que
primero se dieron cuenta del problema hasta los muchos que
50 LA OPINIÓN PÚBLICA

finalmente participaron de alguna forma en su resolución (Da-


vison, 1958). El público cambia también en su composición,
ampliándose desde aquellos más directamente implicados en la
definición del asunto, los que formulan propuestas y debaten
sus méritos, hasta otros muchos que simplemente siguen la es­
cena según se desarrolla. Lippmann (1925) y Blumer (1946)
consideran al público, por naturaleza, formado esencialmente
por dos niveles: los elementos activos y los elementos relativa­
mente más pasivos. Lippmann habla generalmente de actores y
espectadores. Los actores son aquellos que -tanto si son funcio­
narios como si son ciudadanos interesados- intentan influir di­
rectamente en el curso de los asuntos políticos. Se dan cuenta de
los problemas, proponen soluciones, e intentan persuadir a los
demás de su punto de vista. Los espectadores, por otra parte,
componen la audiencia de los actores, siguiendo sus acciones
con diversos grados de interés y actividad (Dewey, 1927; Al-
mond, 1950: Schattschneider. 1960). Pero la distinción entre
actores y espectadores en el público no es definitiva, y «hay, con
frecuencia, una mezcla de los dos tipos de conducta» (Lipp­
mann, 1925, pág. 110).4 Además, los miembros de estos dos
estratos, no claramente delimitados, cambian con cada asunto.
Tal como indica Lippmann. «los actores de un determinado
asunto son espectadores en otro, y los hombres pasan continua­
mente de uno a otro lado» (pág. 110).
Aunque difícil de definir con límites precisos, la distinción
entre actores y espectadores es, sin embargo, importante para
los analistas de la opinión pública. Los asuntos públicos surgen,
en gran parte, de las acciones recíprocas de estos dos elementos.
Cuando hablamos de asuntos públicos, nos referimos general­
mente a cuestiones en pugna entre los actores (grupos o indivi­
duos. dentro o lucra del gobierno) que han conseguido obtener
una audiencia más amplia entre los espectadores. Los asuntos
pueden originarse en pequeños grupos de personas que están en
desacuerdo sobre alguna cuestión o que presionan para conse­
guir un cambio: pero un problema o un desacuerdo no se con­
vierte en una preocupación extendida -un asunto público- has­
ta que no consigue el interés y la atención de un grupo más
amplio (Davison. 1958; Lang y I.ang. 1983; Taylor, 1986).

4. Siguiendo la terminología de Blumer. podríamos decir que la conducta del


público es. en el extremo más activo del espectro, verdaderamente pública (en el
sentido discursivo) y, en el otro extremo del espectro, más comparable con la
conducta de masas (véase la discusión de la relación elite-masa. a continua­
ción).
EL CONCEPTO DE «PÚBLICO» 51

Extensión del debate público. El éxito a la hora de conseguir


una audiencia mayor se da en parte, y quizá principalmente,
debido a los esfuerzos concertados de los actores para hacer
públicas sus pugnas y desacuerdos. Numerosos analistas han
observado que la política consiste, en gran manera, en la crea­
ción y supresión de asuntos: la consecución de público para
problemas específicos, o la definición de problemas de tal for­
ma que el público no se forme en su entorno (Cobb y Eider,
1983, cap. 5; Taylor. 1986). Tal como indica Schattschneider,
«lo que sucede en política depende de la forma en que la gente
se divida en facciones, partidos, grupos, clases, etc.» (pág. 62).
Siguiendo estas líneas, las recientes investigaciones experimen­
tales sugieren que alterar las imágenes de los medios de comuni­
cación sobre los grupos sociales que componen las partes opues­
tas de un determinado asunto, puede producir diferencias en la
forma de responder de la audiencia (Price, 1989). Los actores
gastan considerable energía intentando presentar el conflicto en
la forma que mejor convenga a sus intereses.
Por otro lado, los asuntos no surgen únicamente debido al
esfuerzo de los actores. «Se hacen millones de intentos», obser­
va Schattschneider (1960). «pero un asunto tiene lugar única­
mente cuando se produce la batalla» (pág. 74). ¿Por qué unos
asuntos tienen éxito en conseguir una audiencia amplia y otros
no? Las posibles líneas de escisión política entre el electorado
son numerosas, y según Schattschneider, la constelación de po­
sibles escisiones ayuda a determinar si un problema específico
despierta finalmente mucho interés y divide al electorado. Mu­
chos conflictos potenciales de la comunidad no consiguen con­
vertirse en asuntos porque se ven desacreditados por fuertes
antagonismos (pág. 68), pero otros asuntos son «fácilmente re-
lacionables con grupos de adhesiones semejantes en la misma
dimensión general» (pág. 74). Las propias características de un
asunto, tales como su complejidad, importancia social o impli­
caciones a largo término, pueden también influir en la probabi­
lidad de que se extienda desde el círculo de los inmediatamente
interesados hacia un público más amplio (Cobb y Eldel. 1983).
Hasta cierto punto, estas características de un asunto pueden
manipularse en el transcurso de un debate público. La clave del
éxito político, arguye Schattschneider, reside en las formas en
que los actores definen el problema y las acciones alternativas
(1960, págs 67-70). Los primeros estadios de la formación de la
opinión pública -la fase del problema y la fase de la propuesta-
52 LA OPINIÓN PÚBLICA

determinan principalmente qué facciones del electorado se acti­


varán y en consecuencia hasta qué punto y con qué profundidad
se dividirá el público durante la fase política.
Tras la resolución de un asunto. En la conclusión de la fase
política, una vez que el asunto está debatido y decidido, su pú­
blico. teóricamente, retrocede debido al agotamiento y la reduc­
ción de la comunicación. Pero las asociaciones, alineaciones y
escisiones formadas a través de la respuesta pública al problema
específico persisten; los elementos del público más altamente
activos y organizados, una vez formados, pueden funcionar por
largos períodos de tiempo, consiguiendo, finalmente, un status
casi institucional (por ejemplo, grupos de interés, tales como la
American Association of Rctired People. o la National Rifle
Association). El público remanente de un asunto forma, de este
modo, la materia prima para nuevos asuntos y nuevos públicos.
Del proceso de tratar públicamente una sucesión de asuntos, se
deduce la existencia de los partidos políticos y otros grupos de
interés altamente organizados, con las doctrinas e ideologías
que representan. Estos grupos relativamente estables y las orga­
nizaciones forman un trasfondo lentamente cambiante sobre el
que se suceden los ascensos o caídas de los asuntos específicos y
sus públicos. Tal como sugiere Park (1904/1972), los públicos
permiten a estos grupos estables adaptarse y cambiar, igual que
favorecen la formación de nuevas asociaciones colectivas.

La observación del público

El público es una entidad difícil de identificar de forma pre­


cisa. Está imprecisamente organizado a través de la comunica­
ción que rodea a un asunto, incluye un estrato activo y uno
pasivo, cambia en tamaño y forma según se desarrolla, y tiene o
deja de tener existencia al mismo tiempo que un asunto. No es
extraño que las declaraciones generales respecto a la naturaleza
del público sean problemáticas. Como indica Key (1961), «en
un determinado asunto, el público puede ser un sector de la
población; en otro, un sector bastante diferente. No puede espe­
rarse muchas coincidencias entre los profundamente interesa­
dos por la política referente a la caza en las tierras altas y aque­
llos interesados por las prácticas de despido de los fontaneros»
(pág 15). Cómo identificar públicos tan absolutamente diferen­
tes a través de asuntos de amplia extensión se convierte, de este
EL CONCEPTO DE «PÚBLICO» 53

modo, en un desafio de vital importancia para la investigación


sobre la opinión pública.
Al intentar responder a este desafío, los primeros investiga­
dores que abordaron el estudio empírico sistemático de la opi­
nión pública (por ejemplo, Allport, 1937) acabaron por descar­
tar muchas de las nociones principales del modelo discursivo.5
Relacionado como está con el concepto del público como una
entidad cambiante y amorfa, el modelo sociológico se demostró
mal pertrechado para cualquier modo de descripción empírica
(P. Converse, 1987). Cuando se emprendieron la investigación
de sondeo y las encuestas de opinión, en los años treinta, la
tarea desalentadora de observar empíricamente al público
como un grupo fluido y complejamente estructurado, de forma
consecuente con el modelo sociológico, llevó a su sustitución
por una aproximación mucho más manejable, esencialmente
una acepción global, «una persona, un voto», una formulación
consecuente con las nociones mayorilarias de la opinión públi­
ca (capítulo 2) y con los ideales democráticos populistas (véase
Gallup y Rae, 1940).
El modelo global más simple era ciertamente más práctico.
Aunque los investigadores, periódicamente, presentan objecio­
nes y se resisten a este avance en la conceptualización (princi­
palmente el propio Blumer en 1948), hay pocas dudas de que
permite a los investigadores realizar análisis empíricos sistemá­

5. Allport (1937) rechazó, en general, la concepción discursiva de la opinión


pública, no como una ficción absoluta, sino como un camino sin salida para la
investigación. Bajo tal modelo, indicó, la opinión pública «se considera como
un nuevo producto que emerge de una discusión integrada en un grupo, un
producto del pensamiento individual concertado que es diferente del promedio
o consenso de puntos de vista y de la opinión de cualquier individuo» (pág. 10).
El rechazo de Allport del modelo discursivo proviene de varias cuestiones. Pri­
mero. el enfoque en productos que emergen de la interacción de grupos parece
invitar al sofisma de separar el pensamiento de las mentes de los individuos.
Segundo, y quizá más importante, estos productos emergentes no son fácilmen­
te identificados por medio del análisis empírico. «Simplemente decimos que. si
existe tal producto emergente, no sabemos dónde está, cómo puede descubrirse,
identificarse o comprobarse, o con qué valores ha de juzgarse» (pág. 11). Pero
expresa cierta ambivalencia. Más tarde, por ejemplo. Allport habla de los aspec­
tos transitorios de la opinión pública en términos bastante similares a los pro­
puestos en el modelo discursivo (págs. 16-18). Y en una extensa nota a pie de
página, discute posibles alineaciones colectivas como fuerzas dentro del públi­
co. reconociendo que si estas fuerzas realmente existen, entonces «una formula­
ción que hemos rechazado por estéril deviene válida, c incluso necesaria, como
un principio de trabajo para la investigación» (págs. 21-22).
54 LA OPINIÓN PÚBLICA

ticos de opiniones y actitudes en la población en general (capí­


tulo 4). Pero el cambio de perspectiva tuvo consecuencias. El
nacimiento de las encuestas de opinión y la investigación de
sondeo redirigió la atención hacia intereses psicológico-sociales
por oposición a intereses ampliamente sociológicos, y colocó los
problemas de medición de la opinión a escala individual en el
centro del campo. Tal como observó Bogart (1972), «el mundo
de la opinión pública en el sentido actual, empezó con las en­
cuestas Gallup de mediados de los años treinta, y es imposible
para nosotros retrotraernos al significado de opinión pública tal
como lo entendían Thomas Jefferson en el siglo XVIII, Alexis
de Tocquevillc y Lord Bryce en el siglo XIX, o incluso Walter
Lippmann en 1922» (pág. 14).
¿Es, sin embargo, «imposible retrotraernos», como dice Bo­
gart? De muchas maneras, el modelo sociológico de público,
aunque eclipsado por nociones globales con el advenimiento del
sondeo, nunca se ha abandonado totalmente. Si bien es cierto
que estamos predispuestos a entender la opinión pública como
lo que «los sondeos intentan medir», investigadores rigurosos
del fenómeno (incluyendo aquellos que contribuyeron material­
mente al avance de las técnicas de sondeo) han continuado es­
forzándose por resolver los tipos de procesos colectivos analiza­
dos por Park. Blumer y otros (véase, por ejemplo, Berelson,
1950; Stouffer, 1955). Los estudiosos contemporáneos de la
opinión pública no están necesariamente forzados, sólo por
adoptar el método de sondeo, a considerar la opinión pública
como una reunión de «opiniones de igual valor de individuos
dispares» (véase Blumer, 1948). La tecnología de las encuestas
de opinión ha contribuido, sin embargo, a tal concepción, pero
no requiere forzosamente que los analistas apliquen un modelo
conceptual concreto a los datos recogidos por medio de encues­
tas. Existe la opción de obtener otras mediciones de la opinión
pública, por ejemplo, entresacando grupos selectos del mucs-
treo total o ponderando diferencialmente según la importancia,
la implicación o la participación activa (véase Schuman y Pres-
ser, 1981, cap. 9). O si se cree que ciertos aspectos colectivos de
la opinión pública no pueden observarse en absoluto a través
de mediciones de los individuos integrantes, pueden emplearse
otras técnicas tales como los análisis de contenidos (capítulo 5).
Decir que el dominio del sondeo ayuda a establecer concepcio­
nes globales de la opinión pública no es decir nada respecto a la
adecuación inherente de las técnicas de sondeo como un modo
EL CONCEPTO DE «PÚBLICO» 55

de observación, sólo dice algo sobre la forma típica de interpre­


tar tales observaciones. Como veremos más tarde, no todos los
investigadores -ni siquiera cncuestadores- son partidarios es­
trictos del modelo de una persona, un voto.
La realidad del asunto es que los analistas de «el público»,
hoy día, podrían equipararlo, a través de diferentes situaciones
de investigación, con colectividades muy diferentes. Algunos lo
equiparan con aquellas personas y grupos que participan activa­
mente en el debate público de una cuestión concreta; otros con­
sideran al público más generalmente como aquel sector de la
población que aparece informado o atento sobre las cuestiones
públicas en general; otros aún pueden equiparar ampliamente al
público con el electorado o más ampliamente aún, con la pobla­
ción como conjunto.6
El público en general. Una concepción extendida de público
es la de que corresponde a una población dada en su totalidad.
En el número inaugural de la revista insignia de la materia,
Public Opinión Quarlerly, Allport (1937) presentó un resumen
que influyó mucho sobre la investigación futura sobre la opi­
nión pública. Decía que cualquier concepto de público que no
sea totalmente inclusivo -que no incluya a cada individuo de
una población dada- es demasiado ambiguo. Allport concep-
tualizó el público como una población definida por la jurisdic­
ción geográfica, comunitaria y política, o por otros límites.
Como indicó «las opiniones son reacciones de individuos; no
pueden asignarse al público sin convertirse en ambiguas e inin­
teligibles para los investigadores» (pág.9). La identificación del
público que hace Allport con la totalidad de la población, arrai­
gó con fuerza en los círculos de investigación y pudo pronto
considerarse como la noción subyacente de la mayoría de las
prácticas actuales de encuesta (véase también Childs, 1939.
1965).7 Philip Converse (1987) observa que la adopción volun­
taria de esta concepción del público no solamente se debió a su
practicabilidad. Los pioneros de las encuestas de opinión e in­
vestigación de sondeos, que comenzaron a trabajar en los años
treinta -George Gallup, Elmo Roper y Archibald Crossley, en­

6. l.a organización de esta discusión se debe en parte a las útiles ideas pro­
porcionadas por Steven Chaffee.
7. En la práctica, raramente se muestrea a toda la población. Siempre se la
delimita de alguna forma, por ejemplo, utilizando sólo a las personas de IX años
o más, excluyendo a los que no tienen casa o los que residen en instituciones, o
incluyendo sólo a las personas con teléfono.
56 LA OPINIÓN PÚBLICA

tre otros- «eran de sólidos principios democráticos y estaban


encantados de proporcionar un medio para que la voz del pue­
blo pudiera oírse claramente» (P. Converse. 1987, pág. SI 5). El
compromiso de considerar al público como un conjunto de to­
dos los miembros de la sociedad fue una decisión democrática
populista.
Pero el «público en general», cuando se le equipara con la
población general, no es claramente un público en el sentido
más tradicional del término. Cincuenta años de investigación
de sondeos han confirmado abrumadoramente las primeras sos­
pechas de Brycc (1888) y Lippmann (1922) acerca de que el
grueso de la población general es desinteresada y está desinfor­
mada sobre la mayoría de las materias que podrían considerarse
asuntos públicos (véase, por ejemplo. Erksine, 1962, 1963; Ti­
mes Mirror Centcr for the People and the Press [Times Mirror],
1990). Key descubrió en 1961 que casi el 10 % no presta aten­
ción en absoluto ni siquiera a las más evidentemente visibles
campañas presidenciales. La concurrencia de votantes en elec­
ciones presidenciales es actualmente cercana al 50 %. Neuman
(1986) llegó a la conclusión de que aproximadamente el 66 %dc
la población americana tiene poco o ningún interés en la políti­
ca (pág. 10; Kinder y Sears. 1985). Según algunas estimaciones,
una cantidad tan alta como el 33 % de las opiniones recogidas
en los sondeos de población general son simplemente las res­
puestas que se les pasa por la cabeza, ofrecidas sin dedicarles
ninguna reflexión o discusión previa (Bishop, Oldendick, Tuch-
farber y Bennett. 1980; Grabcr. 1982; Neuman. 1986). Es, en
consecuencia, difícil aceptar que toda la población sea un grupo
comprometido en una consideración o discusión seria de la ma­
yoría de los asuntos. Los puntos de vista dados a los cncuestado-
res son, a menudo, desorganizados, desconectados, respuestas
individuales, formadas fuera del foro del debate público. En
otras palabras, son opiniones de la masa. Tal como señaló Cres-
pi (1989), «entendiendo la opinión pública como la suma de las
opiniones de los individuos que componen el electorado, más
que como una fuerza que emerge de una sociedad organizada,
los encuestadores, implícita, si no explícitamente, definen su
trabajo como la medición de la opinión pública en la sociedad
de masas» (pág. 1 I ).*

8. Por otro lado, los sondeos permiten estimar cuánta gente no tiene ninguna
opinión respecto a un asunto, lo que no es. en ningún caso, una información
trivial (capítulo 4).
EL CONCEPTO DE «PÚBLICO» 57

Esto no quiere decir que las opiniones recogidas del público


en general sean, en ningún sentido, carentes de significado o de
importancia para la resolución de las cuestiones públicas. Inclu­
so las pseudo-opiniones irreflexivas, aunque evidentemente no
reflejan las opiniones públicas que disfrutan de una amplia con­
sideración o debate, pueden ser esfuerzos significativos para
responder a las preguntas de la encuesta (Bishop y otros, 1980;
Schuman y Presser, 1981). Más aún, el mero hecho de que los
sondeos de opinión tengan un papel institucionalizado en la
esfera política (Sabato, 1981) ha dado probablemente a la opi­
nión de masas un impulso creciente en la configuración de la
política. Aunque se reconoce que la opinión de masas es superfi­
cial, y se ha observado que en algunos casos se separa considera­
blemente de la opinión pública efectiva (por ejemplo, el asunto
del control de armas; véase Schuman y Presser. 1981), la pobla­
ción en su totalidad continúa equiparándose con el público en
muchos estudios.
El público que vota. Otra entidad comúnmente identificada
con el público es el electorado, un colectivo masivo e indiferen­
ciado que representa como máximo el 70% de la población
occidental y en algunos casos (por ejemplo en las elecciones
municipales) una parte aún menor. Directamente alineado con
la teoría democrática representativa (capítulo 2), el electorado
es una de las definiciones operacionales más comunes del públi­
co, y los resultados electorales son, tal vez, el ejemplo más visi­
ble de la opinión pública en la sociedad occidental.
Dada la variabilidad en la afluencia de votantes a las di­
versas elecciones, el problema de identificar aquel sector de la
población general más dispuesta a votar en un caso específico
presenta dificultades para los cncuestadores: un ejemplo simpli­
ficado del problema más amplio inherente al hecho de situar
empíricamente públicos variables, como se concebía en el mo­
delo sociológico, a lo largo de asuntos diferentes. Aún más, la
capacidad de las encuestas de opinión para predecir los resulta­
dos de las elecciones ha sido durante mucho tiempo considera­
da como una indicación de su validez general. Si la afluencia
fuera uniformemente alta, las muestras de la población general
podrían funcionar bastante bien. Pero una fuente de error reco­
nocida para predecir los resultados de las elecciones es la baja
afluencia de votantes (Crespi, 1989; Cantril. 1991). Puesto que
muchos de los que responden a los sondeos masivos no están
predispuestos a votar, los encuestadores. a veces, intentan iden­
58 LA OPINIÓN PÚBLICA

tificar a los no volantes cuando realizan sus proyecciones. Se


han desarrollado técnicas estadísticas para ajustar los sondeos
estimativos preelectorales con el fin de tener en cuenta la proba­
bilidad de voto (por ejemplo. Traugotl y Tucker, 1984), pero
hasta ahora pocas organizaciones de sondeo las han adoptado
(Crespi, 1989).
No hay duda de que el acto de votar es una clara expresión
conductista de la opinión y puede incluso considerarse como
una forma de participación en un debate público (si bien limita­
do por las alternativas electorales específicas ofrecidas). Sin em­
bargo. el hecho de que una persona haya votado en una elección
no debe, en ningún caso, considerarse como una indicación de
que se haya ocupado activamente de considerar las posibilida­
des enjuego. Las investigaciones indican que muchos votantes
van a votar sin mucha información que guíe su elección. «La
imagen de votantes desinformados ante la cabina, mirando fija­
mente hacia sus pies en busca de claves que les ayuden en su
decisión de voto no es. según todas las probabilidades, una hipér­
bole» (Neuman, 1986. pág. 173). O como dice Key (1961) «una
parte sustancial de la ciudadanía... “puede preocuparse” por
cómo se desenvuelven las elecciones, y puede tener un cierto
“interés” en las campañas. Esta implicación suele llevar implícito
un cierto sentido de compartir el proceso político... aunque las
actividades asociadas con este sentido de la implicación son de
tipo diferente de aquéllas de los públicos altamente atentos cuyos
miembros están especialmente bien informados y en contacto
bastante directo con los procesos políticos» (pág. 547).
El público alento. Del 70 % aproximado de la población ge­
neral que vota, al menos ocasionalmente, sólo el 50 % está gene­
ralmente atento a los asuntos públicos (véase Devine, 1970). En
reconocimiento al hecho de que el electorado incluye a muchas
personas que generalmente no están implicadas ni son activa­
mente políticas, Almond (1950) indica que es necesario obser­
var un grupo mucho más pequeño de ciudadanos para obtener
respuestas realistas a preguntas sobre el modo en que la opinión
pública configura la política actual. En su análisis sobre forma­
ción política exterior, identifica un grupo que llama público
atento, «que está informado e interesado por los problemas de
política exterior, y que constituye la audiencia para las éli­
tes de la política exterior» (pág. 138). Más generalmente, Key
(1961) postula que un pequeño número de ciudadanos de entre
la población tenderá a «manifestar un gran interés por las cam­
El. CONCEPTO DE «PÚBLICO» 59

pañas e incluso a mantener un interés continuado por el flujo de


acción entre campañas» (pág. 544). Como resume Devine
(1970. pág. 34). «el público atento se concibe como un público
importante para el sistema político americano». Es éste el grupo
que presta una atención continuada a los asuntos políticos, se
implica seriamente en asuntos públicos, y habla ocasionalmente
con los demás sobre estas cuestiones. Éstos son los espectadores
sobre los que escribió Lippmann (1925).
La investigación sobre la atención a las noticias políticas
confirma la idea de que hay un estrato razonablemente estable
de la población que presta atención a los asuntos públicos. Es
cierto que para distintos tipos de historias la medida de la
audiencia atenta varía, pero para las noticias políticas más típi­
cas, los grupos atentos son bastante pequeños (Robinson y
Levy, 1986; Times Mirror, 1990). Price y Zallcr( 1990) analiza­
ron modelos sobre conocimiento de las noticias a través de 16
noticias referentes a tipos muy variados (desde asuntos sobre
política internacional hasta noticias sobre el juicio al telepredi­
cador Jim Bakker y la actriz Zsa Zsa Gabor). La mejor y más
consecuente predicción de conocimiento, incluso para las histo­
rias no políticas, resultó ser una medición global de conoci­
miento político de fondo. El conocimiento y la atención de los
asuntos públicos parecen ir de la mano, y la población parece
estar bien estratificada respecto a ese continuum información/
atención (Neuman, 1986; Price y Zallcr. 1990).
¿De qué modo identifican los investigadores como grupo a
un público atento? Devine (1970) utiliza cinco medidas de reco­
nocimiento: interés general en política, interés en campañas de
elecciones nacionales, hablar sobre política, exposición a las no­
ticias de los periódicos sobre política, y lectura sobre política en
las revistas. Sobre esta base, clasificó aproximadamente un ter­
cio del total de la población como generalmente atento (pág. 55,
véase también Kingdon, 1970). Devine encontró que el grupo es
bastante heterogéneo, aunque, como podía esperarse, las varia­
bles socioeconómicas están claramente correlacionadas con la
pertenencia al público atento. Los miembros de este grupo son
mucho más activos que los otros en los debates públicos, se
unen con mayor probabilidad a las manifestaciones o llevan
emblemas de las campañas, y tienen diez veces más probabili­
dades que los demás de escribir sobre temas de interés público
(Devine 1970. pág. 1 19). Dado esto, podríamos esperar que un
examen de cartas al director daría un número desproporciona­
60 LA OPINIÓN PÚBLICA

do de miembros del público atento. Con todo, este grupo se


distingue principalmente por su atención a los asuntos públicos
más que por su actividad.
El público activo. Un escalón más arriba en la escala del
interés y actividad pública, hay un grupo mucho más pequeño
que podríamos llamar el público activo, que puede llegar hasta el
15 % del público atento (véase Neuman, 1986). Aquí tenemos a
los actores del esquema conceptual de Lippmann (1925). Como
en la distinción previa entre el público general y el público aten­
to, sin embargo, la demarcación entre los activistas políticos y el
público tipo espectador «debe considerarse más una zona gris
que una línea definida» (Key. 1961, pág. 543). El compromiso
de este grupo en asuntos políticos incluye tanto medios forma­
les de participación política -contribución monetaria, perte­
nencia organizativa y asistencia a mítines- como una participa­
ción informal muy activa, tal como discusiones públicas y
debates con los demás.
El término elite se utiliza bastante frecuentemente para refe­
rirse a estos miembros más activos de la población (Campbell,
Converse, Miller y Stokes, 1960). Por ejemplo. Key (1961) en­
tiende la elite política «en un sentido amplio que incluye los
líderes políticos, funcionarios gubernamentales, activistas de
partido, creadores de opinión, y otros de este estrato vagamente
definido de la sociedad que habla y actúa en roles políticos»
(pág. 259). Esta concepción encaja bastante bien con la visión
de Lippmann de los actores. Como indica Key, «la elite política
-los que hablan, los que persuaden, los que defienden, los que se
oponen- media entre el mundo de acontecimientos remotos y
complejos y la masa del público» (pág. 261). De forma similar,
cuando Almond (1950) usa el término elite. se refiere al «estrato
de población relacionado con la política que da estructura al
público» (pág. 138). Dentro de este estrato. Almond distingue
varias clases diferentes de elites: los líderes políticos del gobier­
no (las élites políticas), miembros de los cuerpos profesionales
que disfrutan de poderes especiales por su familiaridad y con­
tacto con el gobierno (elites burocráticas), los representantes de
grupos privados de orientación política (grupos de interés), y las
elites de las comunicaciones, que incluyen no sólo a los medios
de comunicación de masas, sino también a los líderes de opi­
nión efectivos, que utilizan canales interpersonales, clérigos, lí­
deres de las órdenes fraternales y clubs, etc. (pág. 139-140). Es­
tos miembros del público activo compiten en el mercado de
EL CONCEPTO DE «PÚBLICO» 61

opinión (es decir, entre el público atento) en busca de seguidores


y conversos para sus causas.
Analistas como Almond y Key, generalmente, equiparan la
opinión de elite con la opinión efectiva. El público activo es más
directamente responsable de configurar la acción gubernamen­
tal. Como dice Almond, «casi podría decirse "Quien moviliza a
las elites moviliza al público". Tal formulación estaría al menos
más cerca de la verdad que algunas de las ardientes proclamas
de los ideólogos de la democracia» (1950, pág. 138). Por su gran
influencia en muchas decisiones políticas, la división interna y
la competición entre las elites es importante para el funciona­
miento de un gobierno democrático (Dahl, 1961). Se discute,
sin embargo, la interpretación de descubrimientos empíricos
que apoyen este asunto (véase Dahl. 1985). Aunque las clases
altas contribuyen, de hecho, desproporcionadamente al público
activo, pueden encontrarse activistas procedentes de todas las
clases (Key. 1961; Boynton. Patterson y Hedlund, 1969; Neu-
man, 1986). La heterogeneidad de la elite es crucial, porque si
las elites se convierten en grupos demasiado cohesivos, esto
realmente anulará cualquier oportunidad para la elección públi­
ca. En otras palabras, debe haber pluralismo entre las elites: una
multiplicidad de centros de poder, con cierta autonomía e inde­
pendencia económica (Key, 1961, pág. 540; pero véase también
Milis, 1956).
Asuntos públicos. Las caracterizaciones del público atento y
del público activo sugieren -y varios descubrimientos empíri­
cos parecen confirmarlo- la existencia de estratos generales en­
tre la población, más o menos delimitados por crecientes nive­
les de interés, atención y participación en los asuntos públicos a
través de una variedad de asuntos (Neuman. 1986). Pero el mo­
delo sociológico de público, recordaremos, postula una fluctua­
ción bastante considerable en el tamaño y composición de los
diferentes públicos para los problemas variados. Ciertamente,
la variabilidad de la afluencia de votantes en las elecciones pres­
ta alguna credibilidad a la idea de que la actividad y el interés
público crecen y decrecen con los diferentes asuntos, y estas
fluctuaciones en el tamaño del público pueden ir de la mano
de fluctuaciones en su organización. Las nociones de asuntos
públicos y públicos especiales se refieren a este fenómeno (Al­
mond. 1950). Las diferencias en los distintos asuntos pueden
extenderse a espectadores y actores; si así fuere, podríamos ha­
blar separadamente de públicos activos respecto a un asunto y
públicos atentos respecto a un asunto.
62 LA OPINIÓN PÚBLICA

Parece, así, haber variabilidad a Iravés de los asuntos, por


ejemplo, en la composición del componente activo o de elitedel
público. Referencias al «estrato de elite de la sociedad» pueden
frecuentemente oscurecer el hecho de que muy diferentes secto­
res de la población pueden devenir activamente comprometi­
dos en intentar resolver diferentes problemas. Los grupos orga­
nizados se unen claramente para asuntos concretos. Operation
Rescue, por ejemplo, existe como respuesta al debate del abor­
to, y Molhers Against Drunk Driving se formó para tratar sobre
otro problema bastante distinto. No hay duda de que hay ten­
dencias globales para que los individuos particulares se convier­
tan en generalmente activos, o no. en política. Pero no pueden
olvidarse las sustanciales diferencias en la composición de la
elite para cada asunto específico (Key, 1961).
Está menos claro si el público atento es, en forma similar,
específico respecto a los asuntos. Parece haber variabilidad de
un asunto a otro en la composición y tamaño de las audiencias
interesadas. Como indica Key (1961), más allá del público ge­
neralmente atento, con interés en un conjunto de aconteci­
mientos políticos, «existe una población compleja de públicos
especiales cuyas atenciones se centran más o menos continua­
mente en agencias específicas gubernamentales o campos polí­
ticos» (pág. 544). Ser miembro de un público atento respecto a
un asunto puede basarse parcialmente en estar, por lo general,
bien informado, pero también en un interés especial sobre un
problema en particular o un conjunto de asuntos. Problemas
diferentes tienen consecuencias para diferentes personas; así
pues, los públicos pueden formarse de forma natural a partir
de aquellos grupos más directamente afectados (Dewey. 1927).
Un curioso ejemplo de este fenómeno lo proporcionó el debate
del congreso norteamericano en 1989 sobre el posible rechazo
del catastrófico programa de salud del gobierno, l.as personas
de más de 64 años estuvieron interesadas, probablemente,
unas dos veces más que el resto de la población. A pesar de
ello, entre los mayores había también una fuerte relación entre
el conocimiento general de las cuestiones públicas y el conoci­
miento del debate de la seguridad social. Aproximadamente el
75 % de las personas mayores mejor informadas tenían con­
ciencia del asunto, mientras que sólo el 20 % de los que esta­
ban peor informados generalmente estaban al corriente de ello
(Price y Zaller, 1990).
La reciente investigación de Krosnick (1990) indica también
EL CONCEPTO DE «PUBLICO» 63

claramente la variable importancia de los diferentes asuntos


públicos para diferentes grupos dentro de la población general.
Krosnick descubre que. aunque sólo un pequeño porcentaje de
ciudadanos concede un alto nivel de importancia a cualquier
asunto específico, cerca de la mitad de la población americana
concede gran importancia a, al menos, un problema. Además,
encuentra sólo débiles interrelaciones entre las medidas de la
importancia de diferentes asuntos, sugiriendo que hay públicos
discretamente atentos estimulados por problemas diferentes.
Por otra parte, hay también evidencias que apoyan la perspecti­
va de que el público atento es relativamente estable a través de
los asuntos. Recientes investigaciones en liderazgo de opinión,
por ejemplo, han descubierto que ser un líder de opinión en un
campo está relacionado con ser líder también en otro campo
(Kalz y Lazarsfeld. 1955; Marcusy Bauer, 1964). La cuestión de
la estabilidad general o de la especificidad distributiva del pú­
blico atento es conceptualmente importante, aunque esté lejos
de una respuesta empírica. Ciertamente, influiría en la forma en
que uno trata de vérselas pragmáticamente con la opinión pú­
blica. como, por ejemplo, en el diseño de campañas políticas.
Una campaña puede concebir su audiencia como el público ge­
neralmente atento (como posiblemente hacen muchas campa­
ñas), o intentar una aproximación más específica apelando a
aquellas personas que están especialmente atentas a un proble­
ma dado.
Nuestro breve resumen, en consecuencia, señala varias ob­
servaciones interesantes. Primera, hay un grado relativamente
alto de coherencia entre el modelo sociológico de público, como
se formulaba en la primera parte del siglo XX, y el esquema
conceptual que emerge de las recientes investigaciones empíri­
cas. Los cuatro principales conceptos colectivos comúnmente
invocados en la investigación de la opinión pública -el público
general, el electorado, el público atento y la elite o público acti­
vo- corresponden aproximadamente a un continuum de masa a
público. Dentro del tercer público -el público atento- es donde
encontramos entremezclados la masa y el público que Blumer
(1946) predijo. Aunque pudiéramos concebirlos útilmente
como cuatro estratos generales de la población, hay también
ciertas evidencias de que estos grupos -especialmente el públi­
co activo- están, a menudo, compuestos de modo distinto para
diferentes problemas, tal como sugiere el modelo tradicional.
Una segunda observación es que cada una de estas cuatro
64 LA OPINIÓN PÚBLICA

colectividades -tanto si se consideran formalmente como públi­


co como si no- puede desempeñar un papel significativo en la
formación de la opinión pública (véase Lang y Lang, 1983). En
este sentido, la búsqueda de el público tiene probabilidades de
resultar vana. Equiparar al público con uno de estos grupos
puede oscurecer la contribución de los otros en el proceso. Cier­
tamente. miembros del público activo (grupos de interés y elites
organizadas) disfrutan de una influencia desproporcionada en
la política y merecen una atención más sistemática por parte de
la investigación de la opinión pública (como indica Key. 1961; y
Graber, 1982). Pero al prestar atención a los actores, no debe­
mos olvidar el papel de los espectadores, o como Bryce (1888)
indicó hace más de un siglo, «la acción refleja de la clase pasiva
sobre la clase activa» (pág. 11). Es en la interacción entre estos
grupos -cómo se forman y cambian con el tiempo- donde de­
ben, posiblemente, buscarse las respuestas concernientes a la
formación colectiva y el impacto en la opinión pública (Lang y
Lang, 1983). El capítulo cinco considerará esta posibilidad con
mayor detalle.
4. Conceptualización de opiniones

Los años treinta representaron un importante giro en el pen­


samiento respecto a la opinión pública, marcado por un aleja­
miento general del punto de vista que lo consideraba como un
fenómeno colectivo, supraindividual (Coolcy. 1909), hacia una
perspectiva más individualista que lo considera como un con­
junto de opiniones dentro de una población designada (Childs,
1939). Esta variación de enfoque fue propiciada, principalmen­
te. por dos importantes avances metodológicos interrelaciona­
dos, que configuraron no sólo la investigación sobre la opinión
pública sino la totalidad de la ciencia social americana. El pri­
mero fue el desarrollo de la medición psicológica, especialmen­
te el desarrollo de las técnicas cuantitativas para medición de
las actitudes (Thurstone, 1928; Thurstone y Chave, 1929; Li-
kert, 1931). La disponibilidad de tales técnicas permitió a los
investigadores interesados en opiniones y actitudes (a menudo
consideradas como esencialmente la misma cosa) realizar in­
vestigaciones empíricas sistemáticas de sus propiedades, deter­
minantes y relaciones con la conducta.
66 LA OPINIÓN PÚBLICA

Un segundo avance clave fue la aplicación de la teoría del


muestreo científico a la investigación social, tanto en la teoría
como en la práctica. El sondeo social se había ya usado antes de
este momento, principalmente para obtener datos objetivos ta­
les como información relativa a las condiciones económicas de
diferentes localidades (Flcming, 1967, pág. 344; J. Converse,
1987). A finales de los años veinte y los años treinta, los investi­
gadores, equipados con nuevos dispositivos para medir actitu­
des y opiniones, se embarcaron también en el muestreo del fe­
nómeno subjetivo (Lynd y Lynd, 1929). El uso de técnicas de
muestreo científicamente diseñadas -aunque bastante toscas
para los niveles de hoy en día- permitió a Gallup. Crossley y
Roper predecir con cierta exactitud el resultado de las eleccio­
nes presidenciales de 1936, basándose en relativamente pocas
entrevistas, mientras descomunales pero fortuitas «encuestas
de voto», llevadas a cabo por muchos periódicos y revistas del
momento, sobre lodo el prestigioso Literary Digest, erraron el
resultado (Crossley, 1937).
La combinación del avance en las mediciones y los mués­
treos colocó a los investigadores en posición de estudiar opinio­
nes y actitudes, en grandes poblaciones, y también de recoger lo
que se consideraba, cada vez más, como una lectura muy exacta
de la opinión pública en asuntos de importancia política y so­
cial. A principios de los años cuarenta, grandes centros de inves­
tigación de sondeos se establecieron en las universidades, des­
pachos gubernamentales e industrias privadas (J. Converse.
1987; Sudman y Bradburn, 1987). La revista Pubtic Opinión
Quarterly se publicó por primera vez en 1937, y la American
Association for Public Opinión Research (AAPOR) se estable­
ció diez años después. Ambas se convirtieron en claves para el
intercambio de descubrimientos cuantitativos de estudios de
opinión y actitud, así como de investigación sobre sondeos.
(Davison, 1987).
Desde los comienzos, la investigación sobre la opinión pú­
blica había puesto gran énfasis en cuestiones concernientes a
cómo conceptualizar las opiniones individuales (Allport. 1937;
Riesman y Glazer, 1948;Wicbe, 1953) y cómo medirlas adecua­
damente (Cantril, 1944; Lazarsfeld,1944; Payne, 1951; Sudman
y Bradburn. 1974: Schuman y Presser, 1981). En este capítulo,
discutiré cada una de estas dos amplias cuestiones por orden,
empezando con una revisión de la primera adaptación del con­
cepto a la investigación. En especial, me centraré en el estrecho
parentesco conceptual que une a la opinión con la actitud.
CONCEPTUAIJZACIÓN DE OPINIONES 67

Opiniones y actitudes

La historia de la investigación de la opinión pública es pro­


bablemente inseparable de la historia de la investigación sobre
la actitud. De hecho, ios dos términos se utilizan, a menudo, de
forma intercambiable (véanse Berelson y Steiner, 1964, pág.
557; McGuire. 1985). Doob (1948) equiparó directamente opi­
niones y actitudes en su definición de opinión pública: «Se re­
fiere a las actitudes de las personas sobre un determinado asun­
to cuando son miembros de un mismo grupo social» (pág 35).
Childs (1965) describió una opinión como «una expresión de la
actitud por medio de palabras» (pág. 13).'
Aunque se tiende a usar los dos términos de forma intercam­
biable, ocupan posiciones conceptuales de alguna forma dife­
rentes. Las opiniones y las actitudes, con frecuencia, se con­
trastan en las publicaciones, y se ha dicho que difieren concep­
tualmente en, al menos, tres formas. Primera, a las opiniones se
las ha considerado habitualmente como observables, respuestas
verbales ante un asunto o cuestión, mientras que una actitud es
una predisposición secreta o una tendencia psicológica. Segun­
do. aunque ambas, actitud y opinión, implican aprobación o
desacuerdo, el término actitud se dirige más hacia el afecto (es
decir, gustos o fobias Fundamentales), y la opinión, más intensa­
mente. hacia el conocimiento (por ejemplo, una decisión cons­
ciente de apoyar u oponerse a alguna política, político o grupo
político). Tercero, y tal vez más importante, una actitud se con-
ceptualiza tradicionalmentc como una orientación global, per­
durable, hacia una clase general de estímulos, mientras que una
opinión se considera más situacionalmente, perteneciendo a un
asunto concreto en un entorno conductista específico.

1. Podrían citarse otros numerosos ejemplos de actitud y opinión usados de


forma intercambiable. Por ejemplo. Berelson y Steiner (1964, pág. 557) obser­
van que los términos opinión, actitud y creencia «no tienen significado fijo en
las publicaciones, pero en general se refieren a las preferencias de una persona
por una u otra postura de un asunto controvertido de competencia pública: un
asunto político, una idea religiosa, una posición moral, un gusto estético, una
cierta práctica (del tipo de cómo educara los niños). Las opiniones, actitudes y
creencias... son juicios racionales y/o emocionales sobre tales cuestiones». In­
tentaremos aquí distinguir entre opiniones, actitudes y creencias de forma con­
secuente con las tendencias de uso mayoritario y lo suficientemente precisa
como para evitar confusiones conceptuales. Debe reconocerse, sin embargo,
que el perfil presentado aquí está lejos del convcncionalmente establecido en las
investigaciones diarias.
68 LA OPINIÓN PÚBLICA

Las opiniones como expresiones. Fleming (1967) acreditó a


Thurstone (1928) como uno de los primeros que diseñó una
distinción conceptual precisa entre actitud y opinión. Al tratar
el problema de medir actitudes. Thurstone observó que éstas no
son nunca directamente accesibles para el investigador. Deben
inferirse de las «opiniones» verbalizadas, o de otra conducta
pública. Thurstone concebía una actitud como una disposición
latente a responder ante una situación de una forma dada, y una
opinión como la respuesta en sí. Las opiniones eran, en resu­
men, indicadores manifiestos de las actitudes no observadas.
La forma de Thurstone de distinguir las opiniones de las
actitudes era más metodológica que sustancial y. como observó
Fleming (1967), «el propio Thurstone ignoraba repetidamente
la distinción que el había trazado entre ellas, e instintivamente
hablaba de “actitud" cuando sus propios preceptos requerían
“opinión”» (pág. 348). Sin embargo, pronto aparecieron en las
publicaciones manifestaciones explícitas que delimitaban la de­
finición de opinión según estas líneas: las opiniones tenían que
verbalizar.se o expresarse mediante cualquier otra forma de ma­
nifestación de apoyo u oposición hacia alguna acción (Allport,
1937; Childs. 1939).
A pesar de este refinamiento en su significado, el concepto
de opinión continúa aplicándose de forma más o menos cohe­
rente con la actitud, refiriéndose tanto a estados psicológicos
internos como a conductas. Por ejemplo, aunque Allport (1937)
insiste en que las opiniones han de expresarse, sugiere que el
análisis de la opinión pública no debe descuidar las opiniones
que las personas pueden tener pero no expresar (pág. 15). Esto
implica claramente que las opiniones puede ser tanto juicios
mentales secretos como conductas abiertas. Más aún, a pesar de
un compromiso definicional de las opiniones como expresiones
abiertas, los analistas de la opinión pública continúan hablando
también de opiniones no expresadas, privadas, internas y laten­
tes (Doob, 1948; Lañe y Sears, 1964; véase Hennessey, 1985,
págs. 11-12). La distinción tiene un cierto significado teórico,
pues se argumenta, con frecuencia, que únicamente las opinio­
nes expresadas o «públicas» pueden tener fuerza política (All­
port, 1937, pág. 20). Para ser efectivas, las opiniones han de
expresarse. Pero también aquí los límites pueden a veces ser
borrosos. Como indicó Key (1961), «los gobiernos pueden (y a
veces lo hacen) conceder peso a la opinión latente; al anticipar
una acción, necesitan hacer una estimación del tipo de opinio­
CONCEPTUA1.IZAC1ÓN DE OPINIONES 69

nes que pueden expresarse si se propone o se sigue una determi­


nada dirección» (pág. 17: véase también Allport. 1937, pág. 15).
Aunque las publicaciones sobre definición de la opinión públi­
ca, con frecuencia, se comprometen formalmente con una defi­
nición de las opiniones como expresiones verbalizadas. debe­
mos admitir que en la práctica los investigadores operan
generalmente con una visión mucho menos restrictiva.
Las opiniones corno algo meditado. La distinción inicial de
Thurstone (1928) respecto a la indicación manifiesto-latente no
sólo fue responsable de la división eventual en dos posturas
conceptuales diferenciadas para opinión y actitud. También fue
importante el hecho de que la opinión se considerara como un
juicio consciente, generalmente visto como más «racional» y
menos afectivo en su construcción que una actitud (Fleming,
1967. pág. 361). Uno decide una opinión, mientras una actitud
no se entiende generalmente como formada conscientemente o
decidida casi de la misma forma. Por el contrario, una actitud
se siente como un impulso afectivo, una inclinación a responder
positiva o negativamente a algo.
Aquí muestra su persistencia la conexión entre opinión y
debate razonado que se estableció durante la Ilustración. Inclu­
so aunque no se mantenga que las opiniones necesitan forjarse a
través de la discusión (lo que las convertiría en opiniones públi­
cas en el sentido tradicional) permanece una tendencia a consi­
derarlas como más pensadas que las actitudes. Establecido en
los términos más simples, las opiniones son juicios y las actitu­
des son el puro «agrado y desagrado» (Bem, 1970) que alimenta
aquellos juicios.
Una vez más. ha de admitirse que la distinción no es espe­
cialmente firme. Los analistas se muestran, a veces, remisos a
concederle demasiado cálculo o reflexión a las opiniones, que
a veces parecen reflejar sentimientos intensos más que fría deli­
beración. Como observamos en el capitulo 2, el término «opi­
nión» lleva consigo, incluso en sus usos más tempranos, conno­
taciones tanto no racionales y afectivas como racionales, de
manera especial cuando se aplica a colectividades como «la gen­
te común». Más aún. los psicólogos han conceptualizado tradi­
cionalmente las actitudes como ambas cosas, cognitivas y afec­
tivas en su composición; con el reciente modelo de la
perspectiva cognitiva en la psicología social, esta tendencia, si
cabe, es cada vez más pronunciada (Markus y Zajonc, 1985).
Así pues, aunque se considera que actitud y opinión difieren en
70 LA OPINIÓN PÚBLICA

términos de su relativo equilibrio de afecto versus cognición,


ninguno de los términos se identifica enteramente con un extre­
mo o el otro.
Las opiniones como adaptaciones de las actitudes ante asun­
tos específicos. Una tercera distinción general entre actitudes y
opiniones -que resume las anteriores- considera las actitudes
como parte de la materia prima, los bloques de construcción
que forman las opiniones. Fleming (1967) sostiene que la elec­
ción realizada por encuestadores como Gallup y Ropcr de utili­
zar el término «opinión pública» con referencia a sus resultados
de encuesta (más que a las actitudes públicas o políticas) ayudó
a marcar una cierta distancia conceptual entre actitud y opi­
nión. Aquí encontró su expresión natural (capítulo 2) la tradi­
cional asociación entre opinión pública y gobierno. El resultado
fue que la distinción inicial de Thurstone, manifiesto-latente,
dio un importante paso más allá. Una vez adoptada por los
encuestadores, opinión se convirtió en el término generalmente
aceptado para una posición expresa en favor o en contra de una
cuestión política. Las opiniones fueron, en consecuencia, el fe­
nómeno conductista inmediato que había de explicarse (posi­
ciones respecto a una cuestión), mientras que el término actitud
se reservó para referirse a los motivos más profundos subyacen­
tes a tales conductas (Fleming, 1967, pág. 349). Las opiniones
ya no fueron los suplentes para medir las actitudes; fueron pro­
ductos conceptualmente diferentes de las actitudes.
Se hicieron muy pocos esfuerzos para distinguir de forma
precisa los dos conceptos según estas líneas, sin embargo, hasta
que Wiebe (1953) intentó explicar su relación en detalle. En su
formulación, una actitud representa una predisposición estruc­
tural: una orientación permanente para responder a algo de for­
ma favorable o desfavorable. Una opinión, por otra parte, se
desarrolla como respuesta a una cuestión concreta en una situa­
ción específica, es «una decisión que adapta las actitudes rela­
cionadas con un asunto a la percepción que tiene el individuo
de la realidad en la cual la conducta debe tener lugar» (pág.
333). En consecuencia, opiniones y actitudes pueden muy bien
diverger, especialmente cuando un problema pone enjuego dos
o más actitudes potencialmente conflictivas.2 Tal como Wiebe
2. Thurstone (1928) reconoció que las opiniones podrían ser imperfectos
indicadores de la actitud, porque las personas podrían, en algunas ocasiones,
ocultar sus verdaderos sentimientos. Esto sugería un abismo conceptual entre
opiniones y actitudes, bastante parecido al identificado posteriormente por
CONCEPTUAL1ZAC1ÓN DE OPINIONES 71

vio la relación, una actitud es una orientación intuitiva inme­


diata y una opinión es una elección meditada entre alternativas
específicas dadas en un entorno social específico (véase tam­
bién Hovland, Janis y Kelley. 1953).

La inferencia de bases psicológicas para las opiniones

Tal como sugiere todo lo anterior, el uso del término «opi­


nión» es variable. Unas veces se refiere a fenómenos conductis-
tas, y otras veces a fenómenos psicológicos. En lo inmediato, en
un nivel superficial, podemos hablar de opiniones abiertas, pú­
blicas, que son juicios expresos sobre acciones específicas o ac­
ciones propuestas de interés colectivo, realizados en un entorno
conductisla específico.’ Éstos son los datos principales recogi­
dos en la investigación de la opinión pública, cuyo entorno con-
ductista es una entrevista de sondeo. Claramente, sin embargo,
las opiniones pueden expresarse en discusiones informales, car­
tas escritas a funcionarios o a directores de periódicos, la deci­
sión de voto, participación en manifestaciones, huelgas labora­
les. etc. Podemos hablar en forma separada de opiniones
secretas que son juicios formados en la mente sobre acciones
concretas o acciones propuestas de interés colectivo. Aunque
este tipo de opinión se infiere, a menudo, de las respuestas a
encuestas, discutiremos brevemente unas cuantas razones por
las que tal interpretación no es tan poco complicada como al
principio pudiera parecer. Como las opiniones expresadas, los

Wiebe (1953). I hurstone. poniendo su prineipal interés en la medición de la


actitud, opinaba de la distinción opinión-actitud principalmente en términos de
la relación epislémica entre una observación empírica (opinión) y su referente
conceptual no observado (actitud). El análisis de Wiebe proponía una relación
teórica más sustantiva entre los dos como conceptos únicos.
3. Las personas, naturalmente, pueden tener opiniones sobre más o menos
cualquier cosa, pero nuestra definición, de acuerdo con la práctica general, se
limita a los juicios sobre «acciones o propuestas de acción de interés general».
Éstas pueden distinguirse de las opiniones privadas (Key, 1961, pág. 11), que no
se relacionan en forma alguna con los intereses públicos. Esta definición de
ninguna forma implica que las opiniones públicas se interesen necesariamente
por cuestiones de política gubernamental. En tanto que los juicios traten sobre
alguna forma de preocupación colectiva pueden considerarse, según esta defini­
ción. una opinión pública. La naturaleza de la expresión no ha de ser necesaria­
mente verbal, mientras sea «posible traducirla fácilmente en palabras» (Allport.
1937, pág. 14).
72 LA OPINIÓN PÚBLICA

juicios secretos se conceptualizan como respuestas a asuntos


específicos, es decir, pertenecen a políticas específicas que se
refieren a algún problema compartido. Más globales que las opi­
niones expresadas y que las opiniones secretas, son las actitudes
que, según la conceplualización de Wicbc (1958), se infieren
como predisposiciones permanentes que responden positiva o
negativamente a una clase general de estímulos.4
Las opiniones expresadas, los juicios secretos y las actitudes
pueden estar relacionados, pero hay razones importantes por
las que merecen distinguirse conceptualmente. Primero, las
personas pueden expresar opiniones que difieran notablemente
de los puntos de vista que mantienen de forma privada, espe­
cialmente si están expuestos a presión social (Asch.1951). Por
ejemplo, en las recientes elecciones americanas, en las que can­
didatos negros se habían presentado a las elecciones contra opo­
nentes blancos, los sondeos de opinión exhibieron considera­
bles cambios en el recuento del apoyo expresado a los
candidatos, dependiendo de la raza del entrevistador del son­
deo (Edelman y Mitofsky. 1990). Los blancos entrevistados por
negros estaban más predispuestos a decir que apoyaban al can­
didato negro que los blancos entrevistados por otros blancos
(Keeter, 1990: Finkel. Guterbock y Borg. 1991). Cuando se
espera oposición, algunas personas pueden alterar su posición

4. Como se ha observado anteriormente, esta reciente distinción no es am­


pliamente compartida por los investigadores de la opinión, o al menos no se
refleja claramente en el uso diario. Una defensa de la práctica de usar opinión y
actitud de forma intercambiable es el argumento de que para propósitos prácti­
cos no son empíricamente distinguibles (McGuire. 1985. pág. 241). En otras
palabras, puesto que generalmente dependemos en la medición de opiniones de
la valoración de las actitudes, ¿cómo podemos separarlas? ¿Cómo puede dife­
rir la medida de una actitud de la de una opinión? Ciertamente, las medidas
fisiológicas, tales como la respuesta galvánica de la piel, la contracción de las
pupilas, o la tensión facial muscular, no deben confundirse con opiniones, aun­
que todas ellas se hayan empleado para medir actitudes. Concedemos, sin difi­
cultad. que las distinciones conceptuales trazadas aquí entre opiniones y actitu­
des han de traducirse aún a distinciones operacionalcs precisas. Por otro lado,
pueden surgir algunas confusiones importantes del hecho de interpretar opinio­
nes como actitudes, principalmente por la posterior historia moderna del con­
cepto en sociopsicología. Uno se pregunta, por ejemplo, que si las expectativas
de estabilidad general en las opiniones individuales no hubieran sido tan difíci­
les de desvanecer, quizá los investigadores no hubieran equiparado directamen­
te opiniones con actitudes. Hay pocas cosas en la historia del propio concepto
de opinión enraizado como está en intercambio, debate y argumentación que
apoyen tal expectativa, y aun asi se ha vislumbrado como uno de los principales
asuntos de la investigación.
CONCEPTLIAL1ZAC1ÓN DE OPINIONES 73

expresada o abstenerse totalmente de dar opiniones, en lugar de


tener puntos de vista claramente formados o actitudes fuertes
(Noelle-Neumann, 1979, 1984).
Más allá del problema de potenciales desemparejamientos
entre las opiniones expresadas y los puntos de vista encubiertos,
hay un problema aún más fundamental. Una persona no necesi­
ta haber desarrollado ningún juicio subyacente o preferencia
-menos aún mantener una perdurable predisposición para con­
ducirse hacia una clase de objetivos- para expresar una opi­
nión. Las investigaciones han ilustrado claramente que la gente
se muestra deseosa de ofrecer sus opiniones sobre los asuntos
incluso cuando no parezcan existir juicios internos o actitudes
respecto a ellos. Es decir, como se indicó en el capítulo 3, los que
responden a encuestas, a veces, proporcionan a los entrevista-
dores juicios repentinos o pseudo-opiniones.
Converse (1964. 1970) encontró que la mayoría de las opi­
niones de las personas que responden a las encuestas son extre­
madamente inestables. En lugar de dar las mismas respuestas a
las mismas preguntas de opinión en 1956. 1958 y 1960. muchas
personas cambiaron de idea con una pauta bastante aleatoria.
Los entrevistados eran también notablemente inconsecuentes
en sus puntos de vista políticos: muchas personas podían tomar
una posición decididamente liberal respecto a un asunto, y des­
pués expresar un punto de vista conservador en el siguiente
(Converse, 1964, págs. 227-231). Converse concluyó que las
mediciones sobre opiniones políticas, en muchos sondeos, lejos
de reflejar puntos de vista políticos cristalizados, pueden fácil­
mente reflejar elecciones mentales a cara o cruz. Otros investi­
gadores atacaron la interpretación de Converse, atribuyendo la
inestabilidad de las respuestas de sondeo a errores de medición
más que a una falta de opiniones bien formadas (Achen. 1975),
o argumentando que la intensidad de la política durante los
años sesenta había producido muchos más pensamientos «ideo­
lógicos» y opiniones en el electorado (Nie. Verba y Petrocik,
1976). De acuerdo con la tesis de Converse, los estudios experi­
mentales indican que una considerable proporción de personas
que responden a las encuestas expresan puntos de vista en asun­
tos sobre los cuales no tienen información o sobre los que no
han meditado (Bishop y otros. 1980). Incluso estas opiniones,
con mala información y sobre la marcha, pueden, sin embargo,
ser conjeturas instruidas que se forman sobre disposiciones sub­
yacentes y. en consecuencia, no ser totalmente al azar (Schuman
y Presser, 1981, pág. 159).
74 LA OPINIÓN PÚBLICA

Tal investigación ha inducido al escepticismo sobre la inter­


pretación de una opinión expresada como un referente empíri­
co directo de una actitud no observada (siguiendo a Thurstone)
o incluso como una adaptación meditada de varias actitudes en
un entorno conduelista específico (siguiendo a Wicbe). Se su­
giere, en cambio, que las opiniones expresadas deben tomarse
únicamente por lo que manifiestamente son: conductas superfi­
ciales que no necesariamente implican una decisión subyacente
o una actitud. Ésta ha sido, en efecto, la tendencia general al
conceplualizar opiniones, al menos aquéllas recogidas en en­
cuestas típicas sobre asuntos públicos (Zaller y Feldman, 1987).
Los investigadores han abandonado la noción de que reflejan
una estructura psicológica preexistente (es decir, una actitud),
aceptando la idea de que son, con frecuencia, creaciones más
transitorias. Las opiniones pueden reflejar sólo respuestas efí­
meras, ensambladas al momento.
Aunque menos inclinados que los investigadores primiti­
vos a ver las opiniones sobre asuntos públicos como una co­
rrespondencia exacta con las actitudes fijadas respecto a ellas,
los estudiosos contemporáneos de la opinión pública no han
perdido, en ningún caso, el interés por los apuntalamientos
psicológicos de las opiniones expresadas. Con este fin, una
gran variedad de conceptos teóricos -entre ellos, esquemas,
valores e identificaciones de grupo- se invocan en los informes
sobre formación y cambio de opiniones. Como la actitud, com­
parten las características generales de a) ser inferidos, no direc­
tamente observables; b) interpretados como más básicos y fun­
damentales que las opiniones, que son situacionales y
superficiales; y c) usados como explicación teórica para las
expresiones públicas de opinión. Aunque los significados de
estos términos son tan variables como el de la propia opinión
(los artículos psicosociológicos sobre cada uno de ellos po­
drían fácilmente llenar un volumen por sí mismos), son útiles
para considerarse como indicativos del pensamiento actual so­
bre la naturaleza de las opiniones.
Esquema. La declaración de Converse (1964) acerca de que
la mayoría de los americanos no posee ningún sistema bien inte­
grado de actitudes respecto a la política -es decir, ninguna ideo­
logía política liberal o conservadora que encuadre sus puntos de
vista- ha contado, principalmente, con apoyo empírico, y ha
llegado a aceptarse de forma general (Kánder y Sears, 1985;
I
CONCEPTUALIZACIÓN DE OPINIONES 75

Neuman, 1986; Luskin, 1987).5 Si los puntos de vista políticos


no están generalmente organizados en un sistema o ideología
principal, entonces, ¿cómo están organizados? Una respuesta
común a esta pregunta implica otro concepto, popular hoy en
día en psicología social y cognitiva. llamado esquema. Un es­
quema es «una estructura cognitiva que representa el conoci­
miento general de uno sobre un concepto dado o un campo de
estímulo» y que incluye «tanto los atributos de un concepto
como las relaciones entre los atributos» (Fiske y Taylor, 1984,
pág 13). En otras palabras, un esquema puede relacionarse con
cualquier estructura informativa. Puede considerarse como un
sistema inferido de ideas relacionadas sobre cualquier concepto
en concreto, sea este concepto una persona (por ejemplo,
«Juan»), un grupo (por ejemplo, «los abogados»), un aconteci­
miento (por ejemplo, «ir a clase»), o incluso alguna noción abs­
tracta (por ejemplo, «libertad»). Los investigadores han forma­
do hipótesis sobre una variedad de formas estructurales para los
esquemas. Algunos proponen sistemas jerárquicos de proposi­
ciones interconectadas (equivalentes a teorías), mientras otros
proponen estructuras asociativas más simples como secuencias
de sucesos (o guiones, Abelson, 1981). í
La investigación psicológica ilustra que un esquema, uná.
vez activado, proporciona una especie de taquigrafía mental del
pensamiento y la percepción. Presta atención a ciertas caracte- V
risticas del entorno, forma una base con inferencias sobre acon­
tecimientos y personas, y también facilita un catálogo informa­
tivo de personas en la memoria (Fiske y Taylor, 1984; Markus y
Zajonc, 1985). Teóricamente, la esqucmatización influye en la
formación de la opinión de varias maneras. Primero, los esque­
mas constituyen filtros perceptuales a través de los cuales ha de
pasar la información relevante respecto a una cuestión pública.
Graber (1984) aplica esta noción a una serie de entrevistas en
profundidad con un grupo de residentes del área de Chicago,
concentrándose en cómo procesan las noticias. Sus entrevista­
dos parecían emplear una esqucmatización simple sobre los
asuntos públicos -pequeños pero organizados conjuntos de
creencias respecto a las personas y los políticos- para recoger
detalles específicos del caudal de información facilitada por los

5. Aunque Converse utiliza el término creencia, analiza (como hacen otros


científicos-políticos que estudian los sistemas de creencias de la masa) la organi­
zación de opiniones, como se describe aquí.
76 LA OPINIÓN PÚBLICA

medios de comunicación. Graber argumenta, de acuerdo con


sugerencias anteriores de Lañe (1962), que las personas «frag­
mentan» sus pensamientos respecto a las cuestiones políticas:
realmente interpretan diferentes cuestiones públicas, pero en su
mayoría interpretan cada cuestión de forma separada, ayuda­
dos por una variedad de esquematizaciones, sin inspirarse en
una ideología o filosofía global, política en su construcción.
Segundo, los esquemas pueden forman la base para las infe­
rencias hechas en respuesta a informaciones sobre cuestiones
públicas. Un esquema activado trae a la mente un conjuntó de
ideas interrelacionadas y así altera las asociaciones que las per­
sonas hacen al considerar información nueva. Gillovich (1981)
proporciona un ejemplo especialmente claro. Las personas que
intervinieron en su estudio leyeron varios guiones que descri­
bían una hipotética crisis militar que implicaba a una nación
extranjera y. además, estaban expcrimcntalmente preparados de
tal forma que pudieran desencadenar un «esquema Vietnam»
(por referencia a helicópteros Chinook, invasiones de ataque
rápido, etc.) o un «esquema segunda guerra mundial» (refirién­
dose a transportes de tropas e invasiones relámpago). Gillovich
descubrió, como se había previsto, un mayor apoyo para la in­
tervención militar de los Estados Unidos en la hipotética crisis
entre aquellos que leyeron la versión tipo segunda guerra mun­
dial, presumiblemente porque formaron asociaciones más favo­
rables al conflicto e infirieron un resultado positivo. No es sor­
prendente que las formas en que las noticias formulan de
manera esquemática las cuestiones públicas, estén ganando
considerable interés entre los investigadores de la opinión
(lyengar. 1987; Iyengar y Kinder, 1987; Gamson y Modigliani,
1989). Por ejemplo, descripciones televisivas de la pobreza, en
términos de víctimas individuales en vez de en términos de
circunstancias y tendencias de ámbito nacional, pueden condu­
cir a los espectadores a pensar en términos de causas de la po­
breza de nivel individual y no de nivel de sistema (por ejemplo,
hábitos de trabajo en vez de fuerzas económicas). Esto puede, a
su vez, influir en sus evaluaciones expresadas respecto a la ac­
tuación del gobierno en este problema, tales como los índices de
la buena actuación del presidente (lyengar. 1987. 1990).
Las teorías sobre procesamiento de información esquemáti­
ca han tenido un profundo impacto en la investigación sobre la
opinión pública. Incluso el concepto de actitud ha sido reciente­
mente recreado como una subclase especial de esquema (Prat-
CONCEPTUALIZAC1ÓN DE OPINIONES 77

kanis y Grcenwald, 1989). Las actitudes son, según esta concep­


ción, «haces» de creencias interconectadas respecto a un objeto
particular fusionado en un sentimiento global -bueno o malo-
respecto a él. Pralkanis y Grcenwald (1989, pág. 249) proponen
que una actitud está representada en la memoria por a) las ca­
racterísticas de un objeto y las reglas de aplicación (por ejemplo,
«Un abogado es alguien que estudió leyes»), b) un resumen eva-
luativo de tal objeto (por ejemplo, «No me gustan los aboga­
dos»), y c) una estructura de conocimiento que apoya la evalua­
ción (por ejemplo, un conjunto de creencias respecto a los
abogados). Como todo esquema, las actitudes sirven como ins­
trumentos perceptuales y cognitivos que ayudan a organizar los
pensamientos sobre los objetos. Su función principal, sin em­
bargo, se considera que es heurística; simplifican la tarea de
evaluar objetos. Las actitudes, también teóricamente, realizan
otras funciones respecto a la personalidad. Pueden ser defenso­
ras del ego, por ejemplo, realizando su papel al establecer, man­
tener e intensificar el sentido de autovaloración de una persona
(Pralkanis y Grcenwald, 1989: véanse también Smith. Brunery
White. 1956; Katz. 1960).
En caso de que tales estructuras de actitud existan realmen­
te, su función heurística reducirá tremendamente la necesidad
constante y onerosa de evaluación de la nueva información.
Como sugieren Smith. Bruner y White (1956, pág. 41), las acti­
tudes permiten a las personas medir una situación y hacer un
juicio, bueno o malo. Cuando una actitud fuertemente sosteni­
da respecto a un objeto concreto, se evoca, se puede formar un
juicio rápidamente en la mente, de tal forma que la información
subsiguiente queda sujeta a una interpretación selectiva. Una
demostración temprana de este fenómeno la proporcionaron
Cooper y Jahoda (1947), quienes descubrieron que las caricatu­
ras diseñadas para ridiculizar el prejuicio racial fueron interpre­
tadas de formas muy poco intencionadas por personas con mu­
chos prejuicios. Quizás en defensa de sus egos, las propias
personas representadas en los dibujos los interpretaron como
un apoyo a sus propias actitudes de prejuicio. Pueden encon­
trarse ejemplos más recientes del posible papel de la actitud en
la formación de la opinión. Por ejemplo, la evidencia concer­
niente a la respuesta pública respecto a la crisis del SIDA -que
se identifica generalmente con la comunidad homosexual- in­
dica que aquellas personas con predisposición negativa hacia
los homosexuales fueron menos receptivas que otras a la infor­
78 LA OPINIÓN PÚBLICA

mación científica sobre cómo se transmite la enfermedad. Estas


personas se muestran también dispuestas a apoyar severas polí­
ticas restrictivas respecto a los pacientes de SIDA (Slipp y Kerr,
1989; Price y Hsu, 1992).
Valores. Como las actitudes, los valores se conceptualizan
como creencias evaluadoras, pero tienen una cualidad prescrip-
tiva especial (Rokeach, 1973). Los valores son creencias respec­
to a lo que es deseable, sea como un fin o un estado (Rokeach los
llama valores terminales, por ejemplo: «Todo el mundo debe
tener iguales oportunidades de prosperar»), o como un medio
hacia un fin (lo que Rokeach denomina valores instrumentales,
por ejemplo «Las personas deben prosperar según su propio
trabajo»). Los valores funcionan teóricamente como pautas
para la conducta personal o social y. en general, como planes
que guían la acción personal. Rokeach los distingue de las acti­
tudes en varias formas. Primero, mientras una actitud se refiere
a una organización de varias creencias enfocadas a un solo obje­
to, un valor es una sola creencia que concierne a un fin o estado
deseado o forma de conducta preferida. En vez de estar unido a
un objeto, un valor se refiere a un objetivo. Según esta concep­
ción, los objetos específicos se evalúan en situaciones específi­
cas cuando influyen en la consecución de objetivos valorados.
Los valores sirven como pautas explícitas para juzgar estados y
conductas, según Rokeach, mientras que las actitudes simple­
mente implican agrados y desagrados. Puesto que las personas
tienen únicamente tantos valores como creencias respecto a fi­
nes o estados deseables o modos de conducta, es probable que
éstos se cuenten «sólo por docenas, mientras las actitudes se
cuentan por miles» (pág. 18). Los valores son también, según
indica Rokeach, más importantes para la personalidad que la
mayoría de las actitudes.
Los valores han sido incorporados a la investigación sobre
los efectos de los medios de comunicación (Ball-Rokeach, Ro­
keach y Grube. 1984) y empleados, más generalmente, en estu­
dios sobre la opinión pública (Rokeach. 1960, 1968, 1973;Fcld-
man. 1983). Feldman (1988) descubrió que las mediciones del
apoyo hacia algunos valores políticos básicos podrían explicar
una cantidad sustancial de variaciones en las opiniones sobre
políticas públicas específicas. Un compromiso con el valor de
igualdad de oportunidades, por ejemplo, se relacionó amplia­
mente tanto con posiciones políticas sobre una variedad de
cuestiones internas, como con un amplio campo de evaluacio­
CONCEPTUAIJZACIÓN DE OPINIONES 79

nes sobre la actuación de Ronald Reagan como presidente, in­


cluso después de controlar, por identificación con un partido,
las tendencias liberales o conservadoras y los factores socioeco­
nómicos. Tal como sugieren Kinder y Sears (1985), la investiga­
ción sobre el papel de los valores esenciales en la configuración
de la opinión pública es muy tentadora. En principio, observan,
los valores esenciales «mantienen una posición intermedia en­
tre las amplias estructuras de referencia ideológica que los ro­
dean, que han demostrado ser de poca utilidad para compren­
der el pensamiento político público de Estados Unidos, y las
opiniones específicas sobre temas concretos y sobre candidatos,
que van y vienen como cambian las estaciones» (pág. 676).
Identificaciones de grupo. Otra construcción teórica que se
considera, a veces, subyacente a la formación de opinión es el
propio autoconcepto, que en gran medida se basa en las diversas
identificaciones de grupo de la persona. Los psicosociólogos se
han interesado mucho por la forma en que la unión con los
grupos puede influir en los pensamientos y conductas de las
personas (como testifica la cantidad de artículos sobre grupos
de referencia; por ejemplo, Hyman, 1942; Hyman y Singer,
1968). Shibutani (1955) expresó que tal vez el problema princi­
pal de la psicosociología moderna sea descubrir qué perspectiva
de grupo emplea una persona al definirse y reaccionar en situa­
ciones diversas (pág. 569). Turner (1985,1987) define el auto-
concepto como un sistema integrado cognitivo que incluye dos
subsistemas primarios: la identidad personal, o creencias sobre
la unicidad de las propias características, gustos personales y
atributos (por ejemplo: «Soy honesto», o «Soy perezoso»), y la
identidad social, compuesta de creencias sobre la propia perte­
nencia a varios grupos o categorías sociales formales f informa­
les (por ejemplo, «Soy católico», o «Soy padre»). En otras pala­
bras. el autoconcepto es el sistema de creencias organizado de
una persona sobre sus propias características sociales y persona­
les.
Aunque se conceptualiza como una simple estructura cogni-
tiva organizada, el autoconcepto, en su forma de operar, es
adaptable y específico para una situación. Sólo unos elementos
concretos se activan en un determinado momento (Tajfel y Tur­
ner, 1979; Turner, 1982). Un entorno conductista, especial­
mente uno que implique conflicto o competición dentro del
grupo, puede provocar autoidentificación como miembro del gru­
80 I.A OPINIÓN PÚBLICA

po; esta perspectiva de grupo se adopta, entonces, percibiendo y


respondiendo al entorno. En la formulación de Turner, las iden­
tidades del grupo activado funcionan como esquema de grupo
que puede dirigir tanto el proceso perceptual como el de infe­
rencia. Los investigadores de la opinión pública han encontrado
apoyo empírico para estas proposiciones. En casos de conflicto
o competición de grupo, los miembros que interactúan con los
grupos contendientes desarrollan percepciones exageradas o
«extremas» percepciones de las normas de la opinión con la que
compiten (Mackie, 1986; Price 1989). La investigación indica
también que el aumento de la importancia de un grupo concreto
conduce a las personas a expresar opiniones de grupo más este­
reotipadas (Charters y Newcomb, 1952; Kelley, 1955; Reid,
1983; Price, 1989).
Como sugiere Price (1988), la identificación social puede
estar intimamente implicada en la formación de opiniones so­
bre asuntos públicos, dado que se pide a los miembros del públi­
co espectador que se alineen con uno u otro de los grupos acti­
vos, dentro del «sistema en conflicto», de la política de elite
(Schattschneider, 1960). En otras palabras, las identidades de
grupo de las personas, con frecuencia, sobresalen en conexión
con los asuntos públicos por la naturaleza de base de grupo de
muchos debates políticos. No es de extrañar que Converse
(1964), al examinar las respuestas a preguntas abiertas en en­
cuestas sobre cuestiones políticas, descubriera que cerca del
50 % de una muestra de alcance nacional se refería a sus propias
afiliaciones de grupo o de intereses de otros grupos, mientras
sólo el 3 % o 4 % de la población utilizaba abstracciones ideoló­
gicas tales como «liberal» o «conservador». Para grandes por­
ciones del electorado, concluyó Converse, los lazos de grupo son
importantes para sus pensamientos políticos.
Formación de opiniones. Hay, sin duda, un solapamicnlo
conceptual entre los términos esquema, actitud, valore identifi­
cación de grupo. Todos se refieren a estructuras de información
que reflejan diferentes aspectos del proceso de información que
pueden influir en el cálculo y expresión de opiniones. El grado
en que estos diferentes conceptos y procesos puedan delimitarse
operacionalmente de forma precisa continúa siendo incierto
(McGuirc, 1985, pág. 241). Lo cierto es que el estudioso de la
opinión pública encontrará a lodos y cada uno de ellos mencio­
nados en los esfuerzos por explicar cómo y por qué las personas
expresan sus opiniones particulares.
CONCEPTUA1.IZACIÓN DE OPINIONES 81

Teóricamente, cuando se presenta cualquier asunto, única­


mente se activan esquemas, o actitudes, o valores o adhesiones
de grupo, seleccionado.'!. Una vez activados, sin embargo, estos
materiales base son el factor principal que configura los juicios
internos y las opiniones expresadas. Sin embargo, ellos solos no
determinarían completamente la respuesta. Nuevas informa­
ciones asequibles sobre el problema (por ejemplo, creencias que
aún no se han integrado en estructuras existentes) y percepcio­
nes sobre cómo responderían al problema los amigos y los gru­
pos que se valoran, desempeñan también un papel importante
(Allport. 1937; Wiebe. 1953; Davison, 1958). Las opiniones se
basan parcialmente en el propio sistema establecido de valores,
y parcialmente en un esfuerzo por dar significado a una nueva
situación, a un asunto público. En el transcurso de la medita­
ción sobre un problema concreto, las creencias y actitudes acu­
den a la mente y se combinan con cualquier nueva información
asequible. En el contexto de un entorno conductista específico
(por ejemplo, una encuesta, una fiesta, o una discusión durante
el desayuno), estas ideas se conforman en una opinión expresa­
da. Esta combinación podría parecerse a lo que Abelson (1968)
llama una opinión molécula compuesta de tres átomos: a) una
creencia (por ejemplo, «Esta proposición requerirá nuevos im­
puestos»). b) una actitud (por ejemplo. «Odio los impuestos»); y
c) la percepción de algún tipo de apoyo social (por ejemplo,
«Todo el mundo odia los impuestos»).
Así. una opinión expresada resulta, teóricamente, de una es­
pecie de cálculo mental. Pero unos cuantos aspectos importantes
de este cálculo deberían tenerse en cuenta. Primero, no necesita,
en absoluto, ser complicado. La investigación en torno a los tipos
de atajos o «juicios heurísticos» que las personas emplean para
tomar decisiones en condiciones de incertidumbre, ha estableci­
do que los juicios, con frecuencia, se ven fuertemente determina­
dos por muy pocas -quizás una sola- informaciones realmente
sobresalientes (Tvcrsky y Kahneman, 1982;Taylor. 1982). Dado
que una opinión calculada depende en gran medida de las creen­
cias específicas, las actitudes, los valores o las identificaciones de
grupo evocadas por la mente, las diferencias entre entornos con-
ductistas específicos producen muy diferentes opiniones, incluso
por parte de la misma persona.
Segundo, las expresiones públicas de opiniones deben tener
tanto que ver con la configuración de las estructuras cognitivas
internas como a la inversa (Bem. 1970). Las personas pueden
82 LA OPINIÓN PÚBLICA

hacer uso activo de diferentes oportunidades de expresar opi­


niones variadas, como una forma de tomar decisiones. Esto es
lo que el modelo discursivo de la opinión pública (capítulo 3)
implicaría en el nivel individual. Igual que el público necesita
tiempo para responder colectivamente a un problema, así tam­
bién un juicio secreto de un individuo respecto a un asunto
puede también necesitar algún tiempo para desarrollarse, ga­
nando coherencia y estabilidad en respuesta a meditaciones so­
bre el problema, a la recogida de información, a la considera­
ción de los diversos aspectos del asunto y a su examen en
conversaciones con los demás (Price y Roberts, 1987; Hochs-
child, 1981).
La sensibilidad ante este fenómeno conduce a los investiga­
dores a hablar de la opinión considerando que tiene varios esta­
dos de «definición» o «cristalización» (Bryce, 1888, págs. 4-5;
Katz. 1940; Kelman. 1974; Berelson y otros, 1954, pág. 183;
Crcspi, 1989, págs. 59-60). En el transcurso de la formación de
un juicio interno coherente, una persona puede muy bien expre­
sar un conjunto de diferentes opiniones en una variedad de
entornos conductistas (Atkin y Chaffee. 1972). Tal modelo pue­
de reflejar no tanto una serie de pseudo-opiniones, como la inte­
racción natural de la cognición y la conducta a lo largo del tiem­
po. Como sugería Kelman (1974), acción y reflexión meditada
se despliegan juntas, con frecuencia en una forma dialéctica. Al
discutir un asunto, las personas hacen, presumiblemente, una
serie de intentos de expresar su punto de vista evolutivo. Al
mismo tiempo, pueden inferir activamente sus ideas y juicios al
observar su propia conducta (Bem. 1970). Las opiniones expre­
sadas pueden constituir, de esta forma, tests de conductas que
ayuden a una persona a encaminarse hacia un juicio definitivo,
bien formado, sobre la materia. El proceso discursivo de la for­
mación de la opinión no es sólo un fenómeno de nivel interper­
sonal o colectivo, sino que se da también en el nivel individual.
El primer encuentro de alguien con un problema nuevo produ­
cirá con probabilidad una opinión relativamente impulsiva e
irreflexiva.6 Pero cada oportunidad de pensar sobre ello y cx-

6. Esto no quiere decir que las respuestas iniciales a un asunto nuevo sean
necesariamente provisionales. Si un problema concreto evoca actitudes espe­
cialmente fuertes que se inclinan claramente hacia una respuesta concreta, en­
tonces la opinión inicial puede muy bien ser fuerte y determinada. Pero lo cierto
es que para muchas personas, al tratar sobre muchas cuestiones, las respuestas
CONCEPTUALIZACIÓN DE OPINIONES 83

presar una opinión sobre el asunto puede ser un nuevo paso


hacia un punto de vista más cristalizado o decidido (Price y
Roberts, 1987). Sólo cuando una opinión secreta ha cristalizado
podrán las opiniones expresadas mostrar altos niveles de cohe­
rencia en las distintas situaciones. La lección de la investigación
sobre las pseudo-opiniones es que dichos juicios cristalizados se
dan con demasiada poca frecuencia entre la población general,
al menos sobre las cuestiones típicas de interés de los analistas
políticos.

Observación de opiniones

Dadas tales complejidades, los intentos de observar las opi­


niones pueden comprensiblemente implicar mucho más que
una grabación directa de nivel superficial de respuestas del tipo
«sí/no». Aunque el dato fundamental para la investigación de la
opinión pública es justamente una expresión de apoyo u oposi­
ción a alguna política o candidato, los investigadores tienen
buenas razones para comprobar estas preferencias establecidas
más cuidadosamente y aprender más sobre los juicios secretos,
si los hay, que subyacen en dichas expresiones. Además de des­
cubrir cuándo dice situarse una persona en pro o en contra de
una propuesta, el analista riguroso de la opinión pública busca
aprender mucho más. ¿Cuánta y qué tipo de información apoya
esta opinión? ¿Hay valores o actitudes subyacentes a ella? ¿Con
qué firmeza se sostiene? ¿Tiene sus raíces en alguna identifica­
ción concreta de grupo? ¿Qué probabilidad tiene de cambiar?
Ya hemos observado anteriormente que la investigación so­
bre la medición de la opinión ha sido desde hace tiempo vital
para este campo.7 Esta línea de investigación puede verse, bajo

iniciales van marcadas por una cierta ambivalencia (Hochschild, 1981). Una
progresión desde la incertidumbre hasta una opinión cristalizada puede descri­
bir bien el proceso típico de formación de la opinión.
7. Schuman y Presser (1981) apuntan, sin embargo, que esta investigación se
ha dado en ciclos. Durante los años cuarenta, se realizaron muchos estudios
experimentales sobre los términos utilizados en las preguntas y la forma de las
preguntas (Cantril, 1944; Payne, 1951). Estos estudios demostraron hasta qué
punto las distribuciones marginales de las respuestas podían alterarse incluso
por mínimos cambios en los términos. En parte debido a que estos efectos
llegaron a ser ampliamente reconocidos -si bien no completamente comprendi­
dos-, los años cincuenta y sesenta produjeron una investigación mucho menor
84 LA OPINIÓN PÚBLICA

un cierto prisma, dedicada a fines puramente prácticos: obtener


una indicación exacta de una opinión. Ciertamente, algunos
estudios metodológicos, especialmente en los años treinta y
cuarenta, tenían este objetivo en mente. Desde finales de los
setenta, sin embargo, la investigación sobre medición de la opi­
nión se ha orientado más hacia la opinión (Bishop, Oldendick y
Tuchfarber, 1978. 1982; Schuman y Presser, 1981; Sudman
y Bradburn, 1982; Tourangeau y Rasinski, 1988; Schwarz,
1990). Al descubrir cómo influye en las personas el cambio de
palabras, qué diferencia causa el orden de las preguntas, y cómo
influye la variación de las opciones de respuesta en las opinio­
nes dadas, los analistas se colocan en mejor posición para enten­
der la naturaleza de las opiniones. Una revisión de algunas de
las cuestiones clave en la medición de la opinión es instructiva,
pues cada una tiene importantes implicaciones conceptuales.*
¿De qué trata? Por definición, una opinión debe ser sobre
algo. Las preguntas diseñadas para obtener opiniones deben
centrar con éxito la atención de las personas en asuntos o pro­
blemas específicos. Converse y Presser (1986) acentúan la nece­
sidad de proporcionar una estructura común de referencia para
las preguntas de encuesta, de tal forma que todos los entrevista­
dos puedan reaccionar al mismo estímulo al formular su res­
puesta. Puede presentarse una diversidad de dificultades. Algu­
nas son obvias, como en el comúnmente reconocido problema
de los elementos de encuesta de doble fondo, que hacen más de
una simple pregunta (por ejemplo, «¿Debería permitirse a los
espectadores de menos de 17 años ver películas violentas o ex­
plícitamente sexuales?»). Pero otros casos pueden ser más suti­
les. como cuando una política se asocia con un grupo o un indi­
viduo, por ejemplo «¿Apoya usted o se opone a la política del
presidente Clinton en Oriente Medio?». Esta situación permite
respuestas selectivas a dos estímulos: la política y el presidente
(a veces llamado problema de prestigio: Rugg y Cantril, 1944).

cr> preguntas y respuestas de sondeo. No fue hasta la mitad de los años setenta
cuando los investigadores, tina vez más, dirigieron una sistemática atención a
analizar el impacto de las variaciones en los términos de las preguntas, el orden,
las opciones de respuestas, ele. (véase Schuman y Presser, 1981, págs. 1-10).
8. Evidentemente, intento una revisión no exhaustiva de lo que es un Corpus
de publicaciones amplio y en expansión. Sudman y Bradburn (1974) y Schuman
y Presser (1981) tocaron la mayoría de los asuntos básicos. Una colección más
reciente de ensayos es la de Hippler. Schwarz y Sudman (1987).
CONCEPTUALIZACIÓN DE OPINIONES 85

El objeto de enfoque específico seleccionado por un entrevista­


do puede traer a la mente un conjunto diferente de ideas.
Las frases o palabras usadas en las cuestiones sobre opinión
alteran, aunque sea muy ligeramente, el enfoque de la opi­
nión dada en respuesta. Incluso pequeños cambios en el léxico
utilizado en la pregunta pueden a veces producir variaciones
con consecuencias en los resultados. Por ejemplo, unos cuantos
experimentos han mostrado de forma coherente que la propor­
ción de personas que apoya la libertad de expresión es aproxi­
madamente un 20 % más alta cuando responde a la pregunta
«¿Cree usted que los Estados Unidos deberían prohibir los dis­
cursos públicos contra la democracia?» que cuando se les pre­
gunta «¿Cree usted que los Estados Unidos deberían permitir
discursos públicos contra la democracia?» (Rugg, 1941; Schu­
man y Presser, 1981). Smith (1987) descubrió que el uso de la
expresión personas a cargo de la asistencia social en oposición a
personas pobres en preguntas sobre el gasto federal tendía a pro­
ducir respuestas notablemente menos generosas, aproximada­
mente un 40 % menos. El efecto se explica como un producto de
las diferentes creencias y actitudes presumiblemente evocadas
por las dos expresiones. Una referencia a la asistencia social
provoca nociones de despilfarro gubernamental y burocracia,
mientras el término «pobre» no las provoca. Las referencias a la
asistencia social pueden evocar también actitudes raciales en
mayor cantidad que las referencias a la pobreza.
Los efectos documentados del uso de un determinado léxico
son abundantes (Cantril. 1944: Payne. 1951; Schuman y Pres­
ser, 1981). Sin embargo, los efectos del léxico de la pregunta
son. con frecuencia, impredecibles, y en algunos casos pregun­
tas ostensiblemente predispuestas no consiguen producir los re­
sultados anticipados. Schuman y Presser (1981). por ejemplo,
presentaron experimentos donde frases aparentemente inten­
cionadas en preguntas sobre la libertad de expresión, tales como
referencias a personas cuyas ideas se consideran dañinas y peli­
grosas, no afectaron al modelo de respuesta. Tampoco la susti­
tución de la aséptica frase poner fin a un embarazo por tener un
aborto en cuestiones sobre el derecho al aborto tuvo ningún
impacto apreciable.
Algunas variaciones en el enfoque de la pregunta sí que pro­
ducen resultados sistemáticos e interpretables. Por ejemplo, el
apoyo entre los americanos a las libertades civiles en abstracto
es bastante alto, del mismo modo que el apoyo para las realiza-
86 LA OPINIÓN PÚRI.1CA

cioncs políticas específicas de aquellos principios generales es


mucho más bajo (McClosky, 1964; Roll y Cantril, 1972). Las
personas están, con frecuencia, dispuestas a apoyar principios
tales como libertad de expresión, incluso cuando prefieren no
apoyar algunas aplicaciones aparentemente claras de tales prin­
cipios, tal como permitir la libre expresión de los comunistas
(Prothro y Grigg, 1960). El cambio de pregunta varía el foco de
atención y en consecuencia el asunto en cuestión también varía:
en este caso desde la bastante agradable noción de «libertad de
expresión» a la perspectiva menos atractiva de «propaganda co­
munista».
¿Cuáles son las posibilidades de elección? Las preguntas no
sólo se centran en un asunto o problema concreto, sino que son
también elecciones sobre lo que se debe hacer. Expresan una
preferencia sobre un curso de acción concreto. En la práctica,
los investigadores de la opinión no solicitan directamente las
preferencias populares, no al menos en el sentido de preguntarle
a las personas sobre sus propias soluciones preferidas a los pro­
blemas públicos. En su lugar, a los encuestados se les ofrece
habitualmente una o dos propuestas que han surgido en debate
público y que se consideran opciones políticas viables, y se pide
a los encuestados que indiquen su apoyo u oposición a aquellas
propuestas. En el caso de candidatos que se presentan para el
gobierno, simplemente se les pregunta a cuál preferirían.
Qué tipo de elecciones y cuántas de ellas referentes a un
problema dado deben ofrecerse a los encuestados son preguntas
de importancia metodológica y conceptual. Hay una tendencia,
al menos en encuestas comerciales, a confiar en respuestas del
tipo sí o no a preguntas sencillas como indicadores de la opinión
pública sobre diferentes asuntos, una práctica que Crespi
(1989) sugiere que refleja un modelo implícito de voto de la
opinión pública. Pero como observa Crespi, «las opiniones que
subyacen a la conducta de voto no pueden descubrirse con una
simple pregunta» (pág. 77). Se necesitan, insiste, en cambio,
una variedad de preguntas que se enfoquen hacia diferentes
aspectos de un problema y que aborden puntos de vista de las
personas sobre las formas alternativas de tratarlo. Riesman y
Glazer (1948) reaccionaron de forma similar a opciones de res­
puesta simplificadas. «Deberíamos, al menos, asumir que pue­
de existir otra estructura de opinión», dicen, «en la que cada
cuestión tenga muchos lados, y muchas perspectivas desde las
que observarse, cada una matizada con diversos grados de signi­
ficado e influencia» (pág. 634).
conceptijalización de opiniones 87

Por esta razón, los investigadores de la opinión, a menudo,


intentan medir reacciones a una variedad de propuestas que se
basan en el mismo problema general, para conseguir una mejor
apreciación de las tendencias principales de la persona al res­
ponder ante un problema (construyendo, muchas veces, escalas
de opinión de múltiples ítems en vez de apoyarse en una sola
pregunta). Las elecciones alternativas pueden captarse median­
te diferentes formatos de pregunta. Las propuestas que compi­
ten pueden colocarse ordenadamente, evaluarse las alternativas
por medio de parejas de comparaciones, o utilizarse preguntas
abiertas (Converse y Presser, 1986).
Las medidas utilizadas en la investigación sobre la opinión
pública, generalmente tienen una doble calidad básica, favor u
oposición. Esto puede reflejar, tanto como cualquier otra cosa,
la controvertida naturaleza del debate público, que tiende a re­
solverse en campos opuestos (Noelle-Neumann, 1970).910 Entre
los formatos más comúnmente empleados está la pregunta equi­
librada que opone dos alternativas. Por ejemplo, una pregunta
del National Election Studies utiliza este formato equilibrado:
«Algunas personas piensan que hombres y mujeres deberían
desempeñar igual papel en la sociedad, mientras otras opinan
que el lugar de la mujer es el hogar... ¿Usted qué opina?». En
tales casos, las alternativas contraequilibradas deben seleccio­
narse con cuidado para asegurarse de que son propiamente
opuestas e igualmente extremas: de otro modo, acabarán con­
virtiéndose en dos preguntas diferentes o proporcionando una
elección intermedia, inherentemente ambigua (Rosenstone y
Diamond, 1990).'°

9. Se ha observado generalmente que el debate público consta de dos posi­


ciones y que la opinión pública, aunque inicialmente desorganizada, finalmente
se simplifica, en líneas bipolares, en dos alternativas que compiten (véase
Brycc, 1888). Si las opiniones son. en cierto modo, naturalmente bipolares en la
naturaleza, es algo que aún no se ha investigado demasiado. Pero hay al menos
una cierta evidencia de que las estructuras conocidas que subyacen en las actitu­
des y opiniones son generalmente bipolares en su forma (Judd y Kulik. 1980:
Hymes. 1986; véase Pratkanis y Greenwald. 1989, págs. 264-266).
10. La alternativa más simple es utilizar cuestiones diferentes, sin equilibrar,
que pregunten sobre el acuerdo respecto a una sola proposición (por ejemplo
«¿Cree usted que hombres y mujeres deben desempeñar el mismo papel?»),
mejor que forzar una elección entre dos alternativas equilibradas. Pero estas
preguntas no equilibradas están sujetas a un problema diferente, generalmente
conocido como decir si, o respuestas de aquiescencia. F.s decir, las personas
tienden a estar de acuerdo con las proposiciones. Para estropear aún más las
cosas, los entrevistados con menor nivel educacional son más proclives a la
88 LA OPINIÓN PÚBLICA

La elección de un formato y la elección de alternativas de


respuesta influirán de alguna forma en el modelo consiguiente
de resultados. Schuman y Presser (1981) observan que las per­
sonas, una vez que aceptan ser entrevistadas, «aceptan también
el sistema de las preguntas e intentan trabajar rigurosamente
dentro de ese sistema» (pág. 299). Estos analistas consideran el
impacto causado por la forma de la pregunta principalmente en
términos de limitación de pregunta. Es decir, las opciones pro­
porcionadas por el investigador son aquellas que la mayoría de
los entrevistados seleccionarán, aunque hubieran podido selec­
cionar una forma de respuesta diferente si se les hubiera ofreci­
do. Cualquier formato, proponen Schuman y Presser (1981),
limitará, de algún modo, las respuestas."
¿Está bien meditada? Una dimensión clave de una opinión
es la cantidad de información que la apoya. Hemos observado
lo notablemente bajos que son los fondos de información apa­
rentemente al alcance de la mayoría de las personas como para
ser considerados al formar sus juicios sobre cuestiones públicas.
Como señalan Lañe and Sears (1964), «uno de ios más interesan­
tes aspectos de la opinión sobre cuestiones públicas es el grado
con que las personas mantienen “firmes” puntos de vista sobre
asuntos de los que apenas tienen información» (pág. 11). Las
preguntas alrededor de) nivel de información de apoyo son insis-*

aquiescencia que los mejor educados, y en consecuencia, esto influye sistemáti­


camente en la distribución de la opinión en tales cuestiones. L.a evidencia sugie­
re que las preguntas no equilibradas que utilizan respuestas del tipo sí-o-no. o a
favor/en contra, producen generalmente resultados bastante similares a las pre­
guntas equilibradas, aunque pueden evitarse las escalas de respuestas acuerdo/
desacuerdo, dado que aparecen específicamente unidas a una propensión a la
aquiescencia (Schuman y Presser. 1981). Hay también una cierta evidencia de
que una serie de cuestiones equilibradas en ramificación y distribuidas en mu­
chas categorías (por ejemplo, siete) totalmente etiquetadas, aunque necesiten
más tiempo que otros formatos de pregunta, producirán los resultados más
fiables (Krosnick y Berent, 1990).
11. La elección entre preguntas abiertas o cerradas proporciona un caso
aparte. Hay pocas dudas acerca de que la selección concreta de respuestas en
una pregunta cerrada limita los resultados. Pero es también cierto que las pre­
guntas abiertas pueden limitar a los entrevistados, bien sea por fracasar en el
intento de recordar las respuestas que podrían haber seleccionado, o por no
hacerles conscientes del amplio margen de respuestas posibles (véase Schuman
y Presser. 1981, cap. 3). Entrevistados con nivel educativo relativamente bajo,
por ejemplo, pueden no estructurar espontáneamente sus respuestas a pregun­
tas abiertas en la misma forma o tan elaboradamente como los entrevistados
con mejor nivel educativo o los investigadores.
CONCEPTUA1.IZACIÓN DE OPINIONES 89

temes, pues pesan directamente sobre la capacidad del público


en general para sostener opiniones (capitulo 2). Hay también
implicaciones prácticas para describir la opinión pública: ¿qué
opiniones han de tenerse en cuenta? Dado que muchas personas
no parecen seguir en absoluto las controversias públicas, los ana­
listas intentan a veces discernir qué segmentos de la población
tienen base informativa para una opinión y cuáles no.
En algunas ocasiones, los investigadores intentan valorar la
provisión de información asequible a una persona para formar
una opinión, haciendo preguntas erróneas sobre el problema.
Pero la identificación del conocimiento relevante es complica­
da. La información considerada relevante por el investigador
puede no serlo para el entrevistado y viceversa. Generalmente,
los analistas se basan en la propia estimación de las personas
respecto a su capacidad de proporcionar una opinión. Un méto­
do básico es mencionar un explícito «No lo sé» como opción de
respuesta. Una aproximación similar es la utilización de cues­
tiones filtro, preguntando si el entrevistado ha oído o meditado
sobre el asunto antes de hacerle la pregunta. Estos procedimien­
tos reducen en gran medida, frecuentemente, la proporción de
personas que ofrecen su punto de vista. La investigación de­
muestra que ofrecer «No lo sé» como una categoría de respuesta
asequible, habitualmente produce un incremento de un 20 %
entre los que no dan opinión (Schuman y Presser, 1981).12
Hay otras razones, quizá más importantes, para considerar
el marco de ideas que la gente es capaz de evocar al meditar
sobre asuntos públicos. Las consideraciones concretas que una
pregunta trae a la mente determinan qué tipo de opinión se
expresa. Zaller y Feldman (1987) pidieron a entrevistados
en un estudio que elaboraran sus respuestas a preguntas de opi­
nión describiendo, con sus propias palabras, «el tipo de cosas
que les viene a la mente» cuando meditaban sobre los asuntos
implicados; en un 50 % de los casos este procedimiento se llevó
a cabo antes de que las personas respondieran, y en otro 50 % de
los casos se hizo retrospectivamente, tras responder a la cues­
tión. El resultado sugiere que las personas -incluso relativa­
mente desinformadas- no generan sus opiniones en un vacio
informativo. Hubo un promedio de cuatro comentarios sustan­

12. Es interesante que la creciente proporción de respuestas del tipo «No lo


sé» tienda a no influir en las proporciones relativas de personas que favorecen o
se oponen a propuestas concretas (Schuman y Presser. 1981, caps. 4, 6).
90 IA OPINIÓN PÚBLICA

tivos por cuestión opinada, y virtualmente todos los entrevista­


dos dieron al menos una consideración inteligible. Alrededor
del 30 % ofrecieron pensamientos que observaban ambas posi­
ciones frente al asunto. El proceso se repitió con las mismas
personas un mes después, y cerca del 33 % expresaron pensa­
mientos en pugna respecto al mismo asunto. Como afirman
Zaller y Feldman, «la misma persona puede responder a la mis­
ma pregunta, en dos ocasiones diferentes, como si fueran dos
preguntas distintas... Una pregunta sobre los servicios del go­
bierno puede evocar un espectro de intereses especiales y de
exageradas burocracias en una entrevista, y una imagen de edu­
cación, seguridad social y seguridad aérea en otra» (pág. 11).
Como vimos anteriormente, es posible que una sola persona
proporcione opiniones opuestas sin cambiar las actitudes o
creencias subyacentes, si el sistema de referencia para la cues­
tión ha variado de alguna forma. Una mayor provisión de infor­
mación asequible, dado que multiplica la gama de ideas que
puede convocar la mente, podría producir menos coherencia en
diferentes ocasiones, al menos hasta que se determina un juicio
cristalizado.
¿Están bien organizadas? Una cuestión conexa concierne a
lo bien organizadas que pueden estar las opiniones de una per­
sona. Una vez formada en la mente, una opinión puede inte­
grarse fuertemente con otras opiniones, conectarse imprecisa­
mente o aislarse completamente (Lañe y Sears, 1964). Una
persona puede intentar conscientemente mantener un conjunto
coherente de puntos de vista interrelacionados sobre las cues­
tiones públicas, mientras otra puede abrigar una colección de
opiniones que han sido escasamente meditadas en relación unas
con otras. Referencias a la organización de las opiniones en la
investigación se refieren no tanto a las estructuras subyacentes
de cualquier juicio dado como al contexto cognitivo de tal opi­
nión: cómo se integra, si lo hace, con otras opiniones. Como
observó Converse (1964), muchas personas no mantienen opi­
niones que se organicen de forma consecuente con una ideolo­
gía global liberal o conservadora. Las opiniones pueden, en
cambio, organizarse en «conjuntos de opiniones» o grupos de
opiniones relacionadas, manteniéndose cada grupo en un aisla­
miento relativo (Lañe y Sears, 1964). O simplemente pueden
desperdigarse.
¿Con qué fuerza se sostienen? Otro conjunto de característi­
cas se relaciona de una u otra forma con la fuerza con que la
CONCEPTUAL1ZACIÓN DE OPINIONES 91

opinión se sostiene. Hay varias dimensiones relacionadas pero


conceptualmente distintas que debemos considerar a este res­
pecto: intensidad (la fuerza de los sentimientos de alguien res­
pecto a un asunto concreto), destacabilidad (lo mentalmente
accesible que es una opinión dada), importancia (cuán crítico se
considera que es el asunto o la opinión), y certeza (qué seguri­
dad se tiene de que la opinión es correcta).
A la intensidad de opinión se le ha dedicado la mayoría de la
atención empírica y puede enjuiciarse de distintas formas. Un
procedimiento implica dos pasos. Primero, se requiere la opi­
nión de una persona (a favor o en contra), seguida de una segun­
da pregunta sobre con qué fuerza cree en ella. Más común aún
es un procedimiento de un solo paso, que pide a los entrevista­
dos que indiquen sus opiniones en escalas de cinco o siete pun­
tos que van desde «intensamente de acuerdo» a «intensamente
en desacuerdo» (aunque, según Converse y Prcsser [1986], esta
práctica puede confundir la opinión extremada con la intensi­
dad del sentimiento). Las mediciones de intensidad son analíti­
camente bastante útiles para los investigadores de la opinión,
pues les permiten la separación de los entrevistados en aquellos
cuya opinión está profundamente enraizada y aquellos cuya res­
puesta está ligeramente sostenida (Riesman y Glazer, 1948).
Los estudios indican que las opiniones intensas son más esta­
bles a través del tiempo y también más altamente interrelacio­
nadas (es decir, más altamente organizadas) que las opiniones
débilmente sostenidas (Schuman y Presser. 1981).
La destacabilidad c importancia de una opinión se abordan,
frecuentemente, como intercambiables, aunque deben distin­
guirse conceptualmcnte (Krosnick, 1988a pág. 196). Una opi­
nión es destacada cuando es el foco de atención y es importante
cuando es objeto de interés. Los dos atributos están, tal vez,
causalmente relacionados; cuanto más tiempo se pasa conside­
rando algo, más importante parece. A la inversa, cosas consi­
deradas importantes pueden acaparar una gran parte de nuestra
atención. Krosnick (1988a) indica que las personas están gene­
ralmente enteradas de y son capaces de transmitir cuán impor­
tantes consideran que son los distintos asuntos. Ha descubierto
que la estabilidad, a través del tiempo, de las opiniones sobre
programas de bienestar social, gastos de defensa, distensión y
garantías de empleo, es claramente superior para aquellos entre­
vistados que confiesan que tales asuntos son para ellos perso­
nalmente importantes (Krosnick, 1988b). Además, las opinio­
92 l.A OPINIÓN PÚBLICA

nes sobre aquellos asuntos que las personas consideran impor­


tantes parecen desempeñar un rol más trascendental en su eva­
luación de las realizaciones del gobierno (Krosnick, 1988a,
1990).
Quizá no se haya explorado tanto empíricamente la certeza
con que se sostiene una opinión, es decir, hasta qué punto con­
fia una persona en que su opinión es correcta. Esta dimensión
puede juzgarse de varias formas, tales como preguntarle hasta
qué punto está segura de su punto de vista o qué probabilidad
cree que tiene de cambiar de opinión. Riesman y Glazcr propu­
sieron incluso en 1944, que «puede experimentarse con esto
haciendo recusar o argumentar al entrevistado con la respues­
ta» (pág. 635); sin embargo, esta técnica puede ser bastante in­
cómoda y los resultados potencialmente erróneos. Un tipo de
personalidad beligerante puede confundirse con una opinión
firmemente sostenida, y un introvertido puede ser una persona
de principios estables. Probablemente la certidumbre será co­
rrelativa a la cantidad de información (por ejemplo, el número
de creencias) que apoya una opinión, aunque la propia confian­
za en aquellas creencias subyacentes será de importancia críti­
ca. Un hecho bien puede valer muchas informaciones de veraci­
dad desconocida.
¿Conducirá a comprometerse en una acción? Una cuestión
muy relacionada con la fortaleza de la opinión es si una opinión,
una vez forjada en la mente, encontrará una salida en una deter­
minada acción política. Las opiniones expresadas verbalmente
-incluso cuando parecen firmemente sostenidas- pueden no es­
tar de acuerdo con las opiniones expresadas a través de acciones
tales como unirse a grupos de protesta, escribir sobre asuntos
públicos, o dar dinero para una causa. Cantril (1948) observó
que las opiniones abstractas o intelectuales pueden no traducirse
en «opiniones sobre las que se basen juicios y acciones concre­
tas» (Cantril. 1948. pág. 41). Por ejemplo, hay más personas que
aprueban la forma de actuar de un presidente que las que dicen
que le votarían en unas elecciones «si se realizasen hoy» (Crespi,
1989). Se ha publicado mucho sobre las relaciones en general de
la actitud respecto a la conducta (Kelman, 1974; Schuman y
Johnson, 1976; Liska, 1975; Cushman y McPhee, 1980; Cialdini.
Petty y Caccioppo. 1981; J. Cooper y Croyle. 1984), pero la pre­
gunta actual es más específica en su naturaleza. ¿Se traducirá un
juicio a favor de una determinada política en acciones políticas
comprometidas a asegurar tal fin?
CONCEPTUALIZACIÓN DE OPINIONES 93

Schuman y Presser (1981) han investigado esta cuestión


considerando dos asuntos: el derecho al aborto y el control de
armas, comparando diferentes medidas de intensidad de senti­
miento, importancia (lo que denominan centrality) y compro­
miso de acción (medido por el envío de cartas y donaciones
monetarias). Los dos asuntos produjeron resultados diferentes.
En el caso del derecho al aborto, la intensidad de la adhesión y
la importancia predijeron altos niveles de acción política, y de
forma uniforme para las personas a favor de las dos posibles
posturas respecto al asunto. Pero en el caso del control de armas
hubo un desequilibrio interesante. Los entrevistados que se
oponían a la existencia de licencias de armas -decididamente
una minoría- traducían sus sentimientos subjetivos de impor­
tancia en acción política, mientras las personas del grupo mayo-
ritario que estaban a favor del control de armas no lo hacían.
Schuman y Presser (1981) conjeturaron que la Nalional Rifle
Association colaboró a movilizar a la oposición al control de
armas. Factores organizativos nos recuerdan que no debemos
asumir que en el nivel individual la intensidad, importancia o
certeza conducirán necesariamente a una implicación activa.
La opinión pública efectiva que depende en gran medida de la
actividad política puede muy bien diverger del conjunto total
de la opinión expresada.
¿Cómo se relaciona con otras personas? Las percepciones de
apoyo u oposición social pueden ser críticas para la formación y
expresión de opiniones. Como observó Allport (1937), «puede
suponer una considerable diferencia en la propia conducta,
apoyando u oponiéndose a una medida concreta, si se es cons­
ciente, o incluso se imagina, que otros reaccionan de igual ma­
nera» (pág. 18). Igualmente, puede tener consecuencias la im­
presión de que los otros reaccionan de forma diferente, en otras
palabras, que se es una minoría aislada (Noellc-Neumann.
1984). Básica también para la opinión de una persona es la
comprensión de quién está de cada lado, qué tipo de personas
están a favor de la proposición y qué tipo de personas se oponen
a ella. Las percepciones de un individuo de las alineaciones
sociales y las escisiones dentro del público constituirán el con­
texto social dentro del cual se forman las opiniones (Price,
1988, 1989).
Noelle-Neumann (1984) indica que no es posible una com­
prensión total de la opinión pública a menos que se examinen
también las estimaciones subjetivas del clima de opinión. Esto
94 1J\ OPINIÓN PÚBLICA

puede realizarse preguntando a las personas, además de sus pro­


pias opiniones, qué suponen que las otras personas o grupos
piensan sobre cuestiones específicas, cuál creen que será la ten­
dencia futura de la opinión pública, o qué parte finalmente ga­
nará (Noelle-Neumann, 1984: Glynn y McLeod, 1984; Glynn,
1987; Glynn y Ostman, 1988). Estas estimaciones subjetivas
son objeto de distorsiones perceptuales sistemáticas que pueden
provocar que la realidad percibida diverja de la realidad objeti­
va del conjunto de opiniones (Fields y Schuman, 1976). Por
ejemplo, cuando el enfrentamiento político entre los grupos de
la comunidad es muy visible, las personas menos implicadas
pero atentas pueden desarrollar una percepción exagerada de la
polarización de opinión entre el público (Pcarce. Stamm y
Strentz, 1971; Grunig y Stamm. 1973). Davison (1983) ha suge­
rido. y la evidencia parece confirmarlo, que las personas tien­
den a sobreestimar el impacto que un acontecimiento concreto
o un mensaje puedan tener en la opinión pública en conjunto;
este fenómeno se llama efecto de la tercera persona (Cohén,
Mutz, Price y Gunther, 1988; Lasorsa, 1989; Mutz, 1989; Per-
loff. 1989). Las percepciones distorsionadas de la opinión pú­
blica pueden influir en la disposición de las personas a discutir
sus ideas, alterando, en consecuencia, la dinámica de la comu­
nicación del público y de la formación de opinión (Noelle-
Neumann, 1979).13
Las circunstancias sociales y las expectativas no sólo confi­
guran la formación de opinión sino que también afectan direc­

13. Hay evidencia de que las personas, implícitamente, se comparan con los
demás cuando responden a encuestas, incluso con preguntas sobre conductas
relativamente inocuas, tales como la totalidad de horas que emplean viendo la
televisión. Schwarz (1990), tras extensos estudios sobre las alternativas de res­
puesta ofrecidas por las preguntas en las encuestas, concluyó que la gama de
alternativas de respuesta ofrecidas es interpretada generalmente por los entre­
vistados como un reflejo de la distribución de respuestas en la población en
general (véase también Schwarz, Strack, Muller y Chasscin, 1988). Como dice
Schwarz (1990), «los extremos de la escala se asume que representan los extre­
mos de la distribución y los valores del centro de la escala se considera que
representan la conducta usual o media» (pág. 281). En consecuencia, los entre­
vistados utilizan la escala como su estructura social de referencia al estimar su
propia respuesta. Pueden, igualmente, realizar variadas inferencias respecto a
ellos mismos, comparando su propia respuesta con la distribución implicada
por la serie de la escala de respuestas (por ejemplo, si se consideran como televi­
dentes empedernidos, con referencia a la población en general, tienen mayor
tendencia o probabilidad de considerar la televisión como importante para
ellos).
C0NCEPTUALIZAC1ÓN DE OPINIONES 95

tamente al propio proceso de medición. Las opiniones tienen


variados términos de revelación. Pueden expresarse fácilmente
en un entorno y suprimirse totalmente en otro. Los investigado­
res de la opinión, que se han sensibilizado mucho ante esta
cuestión, han adoptado la práctica común de intentar llevar al
máximo la relación entre entrevistador y entrevistado. Se inten­
ta habitualmente, por ejemplo, mediante el uso de un lenguaje
común y seleccionando entrevistadores que encajen tanto como
sea posible en las características sociales del entrevistado. Algu­
nos investigadores han sugerido, sin embargo, que una relación
demasiado intensa entrevistador-entrevistado puede también
producir respuestas menos válidas (Hyman. Cobb, Feldman,
Hart y Stember, 1954; Dohrenwend, Colombotos y Dohrcn-
wend, 1968; Weiss, 1968).
Para resumir, los investigadores de la opinión tienen, al me­
nos, siete preguntas conceptuales importantes de que ocuparse
al recoger e interpretar opiniones observadas:
1. ¿De qué trata exactamente? ¿Cuál es el enfoque de la opi­
nión?
2. ¿Qué elecciones alternativas han estructurado o limitado
la respuesta?
3. ¿Está bien considerada la respuesta?
4. ¿Cómo se relaciona esta opinión, si lo hace, con otros
puntos de vista?
5. ¿Con qué fuerza se mantiene? ¿Con qué grado de certe­
za?
6. ¿Qué oportunidades hay de que resulte en una acción de
compromiso político?
7. ¿Cuál es el contexto social percibido dentro del cual se ha
formado y expresado esta opinión?
Las respuestas a estas preguntas no son, en ningún caso, fáci­
les de obtener, pero están esencialmente implicadas en los es­
fuerzos por ensamblar las opiniones individuales, una vez ob­
servadas, en una imagen compuesta de la opinión pública.
Volveremos a esta tarea en el capítulo 5.
5. Conceptualización del proceso de la opinióú pública

Nuestro análisis sobre este punto ha separado los aspectos


colectivo e individual de la opinión pública, tratándolos se-
cuencialmente, y más o menos independientemente, en los dos
últimos capítulos. Aunque este orden de presentación sigue la
tendencia histórica de conceptualizar la opinión pública y los
servicios como una útil organización heurística, tiende a supo­
ner un cierto estado de la cuestión. De hecho, los aspectos colec­
tivo e individual de la opinión pública nunca se han separado
diestra o fácilmente en la investigación.
Ha habido, sin duda, un cambio general, de la postura colec­
tiva a la individual, en la conceptualización de la opinión públi­
ca (Carey, 1978; Price y Roberts, 1987; P. Converse. 1987). Esta
oscilación fue parcialmente un movimiento de alejamiento de
nociones abstractas, y difíciles de investigar, de la opinión pú­
blica como un complejo orgánico total, hacia una aproximación
más manejable que comienza con una muestra representativa
de opiniones individuales «en toda su estrechez y firmeza» (P.
98 LA OPINIÓN PÚBLICA

Converse, 1987. págs. S13-S16). Lo que los teóricos de la men­


talidad colectiva intentaban crear conceptualmente de arriba
abajo, los investigadores empíricos intentaron construirlo,
como si fuera ladrillo a ladrillo, de abajo arriba. La tendencia
refleja también los esfuerzos determinados de contrarrestar las
afirmaciones subjetivas y autoservidas sobre la opinión del pú­
blico con sondeos más desapasionados y representativos de los
puntos de vista populares.
La mayoría de los investigadores actuales reconocen el valor
de los datos de opinión de nivel individual conseguidos a través
de investigaciones de sondeo como un útil primario para estu­
diar la opinión pública. Sin embargo, otros tantos reconocen
que un teórico control de la opinión pública y la forma en que
funciona en la sociedad requiere también atención al más am­
plio proceso colectivo dentro del cual las opiniones individuales
se forman y expresan. El analista de la opinión pública continúa
enfrentándose al reto de intentar entender procesos políticos y
sociales de gran escala: la constitución del público alrededor de
problemas compartidos, la negociación de propuestas políticas
enfrentadas, la aparición de asuntos y la formación de coalicio­
nes entre elites políticas, ensombrecidas por coaliciones más
amplias entre sus seguidores o detractores entre el público es­
pectador. En el transcurso del intento de observar estos proce­
sos, sin embargo, el investigador inevitablemente se enfrenta a
la necesidad de entender fenómenos individuales: la atención
prestada a asuntos públicos, la determinación de qué asuntos
son personal o socialmente relevantes, la adquisición de infor­
mación, la formación de opiniones en la mente de las personas,
y la traducción de estas opiniones en acciones políticas.

Aspectos colectivo e individual

La investigación sobre la opinión pública debe, de alguna


forma, cubrir siempre los intereses colectivos c individuales.
Tal vez sea inevitable un campo de investigación bifurcado, que
incluya unas personas que estudien el proceso sociológico y
otras de una inclinación más psicológica que estudien las opi­
niones individuales. Es más, la mayoría de las ciencias sociales
parecen haberse desarrollado en especialidades de nivel especí­
fico (Paisley, 1984). Como señala Eulau (1986), sin embargo, la
tendencia a separar la teoría en niveles individual y colectivo e
EL PROCESO DE LA OPINIÓN PÚBLICA 99

investigarlos y seguirlos independientemente puede limitar el


análisis de la conducta política. Esta separación fomenta una
tendencia, bien sea a adoptar un modelo reduccionista, que in­
tenta explicar el fenómeno colectivo enteramente en términos
de procesos individuales, o a adoptar el punto de vista de que
grupos y colectividades deben, de alguna forma, tratarse como
una totalidad y explicarse únicamente en términos de sus cuali­
dades integrales, supraindividuales.
Aceptar tal división es fracasar en cuanto a considerar seria­
mente la simultaneidad de la acción colectiva e individual. La
acción de grupo, sostiene Eulau, surge a la vez que las acciones
de los miembros individuales dentro del grupo. Por ejemplo,
cuando un comité de admisión de una facultad universitaria
debate los méritos de un aspirante, determina su «opinión» y
«decide» admitir al estudiante, la decisión del grupo se desplie­
ga simultáneamente al pensamiento individual, la formación de
opinión y la toma de decisión dentro del comité. A mayor esca­
la, la decisión de una comunidad de recaudar un nuevo impues­
to. para edificar refugios para los desprotegidos, se despliega
simultáneamente a muchas acciones individuales (prestar aten­
ción. pensar, hablar y decidir) que llevan a cabo los cuerpos
públicos dentro de la comunidad. Muchas unidades diferentes,
individuales y colectivas, actúan juntas. En el transcurso de una
acción colectiva, hay una reciprocidad continua entre las con­
ductas individuales y las estructuras sociales dentro de las cua­
les se desarrolla. Como señala Chaffee (1975), «es la acción de
los individuos lo que da vida a las propiedades estructurales
de los sistemas políticos, así como estos últimos, a su vez, limi­
tan las conductas individuales» (pág. 86).
Podemos muy bien conceptualizar la opinión pública como
surgiendo de un proceso colectivo, pero, si no reunimos infor­
mación sobre los individuos del público y sobre cómo se com­
portan, nuestras ideas sobre el proceso de surgimiento queda­
rán, en su mayor parte, en mera especulación. Por otro lado,
la investigación que se limita a las opiniones de los individuos
investiga la conducta en colectivos, pero descuida la conducta
de los colectivos (véase Eulau. 1986, pág. 77). Se necesita alguna
forma de hacer inteligibles los procesos de formación de la opi­
nión pública, por medio de observación, medición y análisis,
sin descomponerlos en procesos de opinión de individuos dife­
renciados.
Sin pretender una solución sencilla a este dilema, podemos
100 LA OPINIÓN PÚBLICA

considerar de una forma más integradora los aspectos colectivo


e individual de la opinión pública.1 Mejor que estudiar públicos
u opiniones per se, conceptualizaremos los procesos de comuni­
cación por medio de los cuales se constituyen los públicos y
dentro de los cuales se forman las opiniones sobre cuestiones
públicas. El concepto de debate público, como observamos en el
capítulo 2, está fuertemente entrelazado con el concepto de opi­
nión pública. Con todo, las nociones de discusión y debate, aun­
que no problemáticas como descripciones de comunicación in­
terpersonal y formación de opinión en pequeños grupos cara a
cara, pueden requerir traducción cuando se aplican a procesos a
gran escala de formación de la opinión pública. Examinamos
aquí más cuidadosamente las formas de discusión y debate que
caracterizan públicos amplios y heterogéneos (tales como «el
público-americano») y los diversos tipos de unidades compo­
nentes, colectivas c individuales, que entran en el proceso. Re­
visaremos también algunas de las formas en que los investiga­
dores de la opinión intentan observar el debate público.

La noción de debate público

Como observamos en el capítulo 3, los públicos se constitu­


yen por problemas compartidos (o podríamos decir que las per­
sonas constituyen públicos cuando se unen en consideración a
las formas de responder ante un problema compartido). Puesto
que el público es una colectividad dinámica, que se organiza en
torno a un asunto discutiendo sobre él. las relaciones entre
miembros activos dentro del público están en continuo cambio.
El término dehale público intenta describir una masa de gente
que se organiza en público; en otras palabras, personas que re­
conocen un problema, que producen ideas en conflicto sobre lo
que hay que hacer, considerando tales alternativas, e intentan­
do resolver el asunto a través de la creación de un consenso
sobre una línea de acción. ¿Cómo podemos conceptualizar estas
actividades?

I. Los problemas teóricos y metodológicos de tratar con niveles de análisis


de investigación (frecuentemente llamados miera-muero asuntos) son muchos y
han atraído considerable atención de las ciencias sociales. Los artículos recopi­
lados en Knorr-Cetina y Cicourcl (1981) y en Alexandcr. Gicscn, Munch y
Smelser (1987) exploran muchas de las cuestiones fundamentales. Para discu­
siones generales sobre niveles de análisis en la investigación de la comunica­
ción, véase Pan y McLeod (1991) y Nass y Reeves (1991).
EL PROCESO DE LA OPINIÓN PÚBLICA 101

Dinámica de la tama de decisión en un grupo. La dinámica


colectiva de formación y cambio de opinión es más fácil de
entender en el nivel interpersonal o de pequeño grupo, donde
los conceptos de discusión y debate son directamente aplica­
bles. Los psicosociólogos han estudiado durante mucho tiempo
las formas en que las personas interactúan al resolver los desa­
cuerdos en entornos comunicativos frente a frente, y especial­
mente la influencia social en estas situaciones (Lewin. 1948:
Cartwright y Zandcr, 1953). Moscovici (1985) propone que la
influencia social se «fundamenta en la pugna y los esfuerzos por
conseguir un consenso» (pág. 353). Cuando se da un conflicto o
pugna dentro de un grupo, los miembros intentan mitigarlo y
controlarlo por medio de la discusión, restaurando así el con­
senso del grupo o creando un nuevo consenso. El conflicto entre
miembros del grupo estimula la discusión y, a través de ella, la
formación o cambio de opinión dentro del grupo. Los intentos
por resolver los desacuerdos son a la vez exploratorios y persua­
sivos, mientras las personas indagan sobre el asunto, reflexio­
nan sobre sus propias ideas al respecto, y consideran las ideas,
opiniones y motivos de los demás. Estos procesos de comunica­
ción y cambio de opinión, propone Moscovici (1976), son nece­
sarios para que los grupos sobrevivan. Permiten a la colectivi­
dad adaptarse a nuevas condiciones sociales (compárese con el
modelo conceptual del público discutido en el capítulo 3).
La investigación sobre la toma de decisiones de grupo ilustra
la dependencia mutua entre los aspectos colectivo e individual
de la formación de una opinión discursiva. Las relaciones den­
tro del grupo -tales como el tipo de desacuerdo del momento-
pueden ser críticas para determinar la forma en que proceden la
influencia social y la toma de decisión individual. Cuando se
cuestiona un punto de vista de una mayoría firmemente atrin­
cherada, por ejemplo, se presiona a los que se desvían para que
se conformen, dado que los miembros individuales de la mayo­
ría se sienten fuertemente comprometidos a hacer cumplir la
norma (Alien. 1965). Por otro lado, cuando una minoría persis­
tente defiende una posición que se desvía y la mayoría no está
firmemente comprometida con su posición, puede crearse in­
certidumbre sobre la corrección de la norma en las mentes de la
mayoría de los miembros; la incertidumbre, a su vez, puede
conducir a la conversión de lodo el grupo hacia el punto de vista
de la minoría (Moscovici. 1976. 1985). Otras características del
grupo, tales como la disparidad entre opiniones sostenidas por
102 LA OPINIÓN PÚBLICA

distintas facciones, tienen también implicaciones conductistas


en un nivel individual..Cuando hay muchos puntos de vista
expuestos, ninguno de ellos fuertemente sostenido o que consti­
tuya una clara mayoría, los miembros tienden a converger por
medio de un proceso de cálculo del término medio del grupo
(Moscovici, 1985) o un acuerdo (Riecken, 1952). Desavenen­
cias más profundas entre mayorías bien definidas y facciones
minoritarias, sin embargo, conducen a intentos por parte de la
mayoría de influir en la minoría, al menos hasta cierto punto
(Schachter, 1951). Cuando los desacuerdos devienen demasia­
do grandes, los intentos de influencia social pueden cesar total­
mente, y los miembros desviados quedar condenados al ostra­
cismo o abandonados (Festingcr, 1950).
En cada una de estas situaciones, diversas características del
colectivo (por ejemplo, la existencia previa de una norma de
grupo, hasta qué punto los miembros de la mayoría se sienten
fuertes respecto a su punto de vista, o el grado de escisión mayo-
ría/minoría) se asocian con diferentes modelos en las respuestas
conductistas individuales (por ejemplo, aumento o disminu­
ción de comunicación o cambios en la certeza o intensidad).
Estas respuestas conductistas contribuyen a la reestructuración
de las relaciones de grupo (por ejemplo, expulsión del grupo de
los miembros desviacionistas, realineaciones de la opinión,
conversión a una nueva norma de grupo, etc.). En el transcurso
de un debate de grupo, ocurren dos fenómenos interrelaciona­
dos: primero, se acumulan ideas en el dominio público del gru­
po. que constituyen una reserva de sistemas compartidos de
referencia sobre el problema y propuestas para resolverlo. Se­
gundo, los miembros responden a estas ideas y propuestas de
forma privada y/o pública. Pueden alinearse con una de las pro­
puestas. apostar por una postura a favor o en contra de otros
miembros del grupo. El debate permite que ocurran tales proce­
sos. A través de la discusión se intercambian ideas e informa­
ción, que permiten al grupo establecer un entendimiento co­
mún, y si es necesario, puntos de referencia para construir el
asunto en cuestión. La discusión sirve también como medio
para la expresión y negociación de corrientes de opinión dentro
del grupo.
Incluso en el nivel de un grupo pequeño, la resolución de los
desacuerdos por medio de debate no es siempre (o tal vez ni
siquiera usualmente) igualitaria. Las diferencias de poder y las
normas de comunicación pueden dar un peso extra a una opi­
EL PROCESO DE LA OPINIÓN PÚBLICA 103

nión (en el caso de un comité de admisión, puede ser el director


de admisiones), mientras rebajan otras opiniones (por ejemplo,
la de los miembros más noveles y menos experimentados). Las
características estructurales del grupo pueden producir diferen­
tes niveles de participación. Algunos (en el ejemplo, los miem­
bros más noveles) pueden seguir la discusión con atención e
interés, pero permanecer reticentes. Un miembro puede prestar
gran atención a ciertos asuntos (por ejemplo, la admisión de
solicitantes desventajosos) y, como consecuencia, enzarzarse
agresivamente en el debate sobre aquellas cuestiones. En otros
asuntos, sin embargo, la participación de la misma persona pue­
de ser menos intensa. En otras palabras, incluso en pequeños
grupos, la distinción entre actores y espectadores (capítulo 3) es
importante para comprender la dinámica de la formación y
cambio de opinión.
Debate público en entornos sociales mayores. Los analistas,
con frecuencia, aplican también los términos discusión y debate
a la formación de la opinión pública a gran escala. Se debe ser
extremadamente cuidadoso, sin embargo, al hacer la analogía
de grupos cara a cara con grandes públicos. El modelo concep­
tual del público como un grupo que ha establecido una discu­
sión (capítulo 3) dirige nuestra atención, provechosamente, ha­
cia procesos inlcrdependicntes en la formación de la opinión
pública que pueden ser similares en líneas generales a aquellos
que encontramos en grupos de comunicación más pequeños
(Price y Roberts. 1987; Price, 1988; véase Blumer, 1948). Pero
nuestra tarea al explicar este proceso de comunicación macros­
cópico es. al menos, doblemente complicada.
Primero, la gran variedad de individuos y grupos que pue­
den desempeñar un papel, y los papeles más diferenciados que
desempeñan, hacen la descripción y el análisis mucho más difí­
cil. Los miembros del grupo incluyen, por ejemplo, a políticos
individuales, comités gubernamentales, grupos organizados de
presión, miembros menos directamente implicados del público
activo (por ejemplo, los que escriben cartas y los contribuyen­
tes), e incluso miembros más ampliamente dispersos del públi­
co atento que sigue el proceso con interés pero que sólo actúa en
participación directa con su voto o en las encuestas de opinión.
En muchos asuntos, una gran proporción de la población no se
implica nunca, o si lo hace, es de forma mínima, de manera que
no influye en el resultado.
Segundo, los medios de comunicación empleados en el de­
104 LA OPINIÓN PÚBLICA

bate público son casi inversos. Hay discusiones informales-dis­


persas y no demasiado frecuentes- entre miembros individua­
les del público. El gobierno e instituciones educativas propor­
cionan ocasionalmente escenarios más formalizados para el de­
bate. Los medios de comunicación de masas proporcionan pun­
tos comunes y un cierto intercambio, si bien de una naturaleza
mucho menos interactiva, entre los diferentes grupos. Los pú­
blicos a gran escala difieren tremendamente de los pequeños
grupos cara a cara en cuanto a las tecnologías utilizadas por sus
miembros para comunicarse. Los públicos grandes, geográfica­
mente dispersos, requieren formas más sistemáticas de partici­
pación colectiva, no simplemente débiles coaliciones interper­
sonales, sino organizaciones políticas formales y partidos. Estas
organizaciones pueden comunicar las opiniones populares ha­
cia arriba, a las agencias encargadas de actuar en nombre del
público; pueden también comunicar las opiniones de la elite
hacia abajo, sirviendo como canales para informar, persuadir y
activar a los miembros del público atento. Los grandes públicos
requieren medios de intercambio de ideas más sistemáticos: no
simplemente discusiones libres, sino intercambio de opinión a
través de los medios de comunicación y recogida organizada de
opinión y distribución (por ejemplo, editoriales, cartas y en­
cuestas de opinión), para establecer el fondo de consideraciones
compartidas en el campo público.
La dependencia de los medios de comunicación para el de­
bate público introduce comunicaciones prejuiciadas que no
aparecen en los pequeños grupos. Los participantes en un deba­
te cara a cara no necesitan apoyarse en intermediarios para sa­
ber qué está pasando, enviar mensajes o seguir las deliberacio­
nes del grupo. Los canales de los medios de comunicación que
sirven como medio para el debate público son. sin embargo,
muy diferentes. A pesar de los intentos de una transmisión obje­
tiva, los medios son selectivos al determinar qué tipos de men­
sajes se retransmiten. Más allá de su papel de facilitar la recogi­
da e intercambio de ideas, los comunicadores de masas asumen
también un papel mucho más dirigente al intentar configurar y
moldear la opinión. Las elites de los medios de comunicación
no son transportadores pasivos del debate y la información pú­
blica, sino también participantes activos (véase más abajo la
discusión sobre la función de «correlación» de los medios de co­
municación).
Los términos debate y discusión podrían haberse aplicado a
EL PROCESO DE LA OPINIÓN PUBLICA 105

los intercambios culturales en los salones del siglo XVIII de


París, pero son, como mucho, metáforas imprecisas para descri­
bir los medios de comunicación de masas altamente organiza­
dos de los públicos modernos. La maquinaria electoral de las
democracias representativas y los partidos políticos constan en­
tre las primeras disposiciones desarrolladas (capítulo 2). Estas
instituciones se han complementado con formas más interacti­
vas tales como campañas de cartas escritas a las masas, encues­
tas de voto y otros rápidos mecanismos de realimentación o
feedback (véase Bcniger, 1986, cap. 8). A pesar de estos sofisti­
cados medios de comunicación, sin enibargo. los vínculos lite­
ralmente interactivos entre todos los miembros de un público
realmente grande no son posibles, sin lugar a dudas, de la mis­
ma forma en que se realizan en los grupos pequeños y localiza­
dos (Price y Roberts, 1987). Las modernas tecnologías de la
comunicación pueden haber permitido la ampliación de la con­
ciencia del público (Cooley, 1909), pero no se han acercado a
crear ningún tipo de juicio global de ámbito urbano (véase Ar-
terton, 1987, sobre la «teledemocracia»).

Actores de la política, periodistas y público atento

Aunque los modelos de liderazgo se muestran incluso en las


discusiones de pequeños grupos, la diferencia entre líderes y
seguidores -entre actores de la política y espectadores de la polí­
tica- surge como una de las características principales de un
debate público a gran escala (capítulo 3). Los actores de la polí­
tica (o élites) son aquellas personas que intentan hacer variar la
conducta del colectivo. Los actores, dentro y fuera del sistema
político establecido, y con frecuencia organizados en grupos de
presión, crean asuntos públicos, en primer lugar, formulando y
después defendiendo políticas alternativas. El debate público se
refiere principalmente a un debate entre actores de la política
contendientes, que se retransmite por los medios de comunica­
ción para que las personas del público atento lo observen y me­
diten (y. mucho menos frecuentemente, participen). Aunque la
implicación del público activo (miembros de la prensa inclui­
dos) se dirige a formular un plan escogido para actuar y persua­
dir a los otros de sus méritos, la implicación de los espectadores
del público activo consiste principalmente tanto en meditar so­
bre lo que leen o ven, como en formar y expresar (a veces) opi­
106 LA OPINIÓN PÚBLICA

niones sobre la cuestión. Los espectadores se distinguen entre el


público por varias razones: pueden estar especialmente intere­
sados sobre el asunto concreto, habitualmente siguen las noti­
cias y les gusta hablar sobre asuntos públicos, o pueden verse
cogidos por casualidad en una situación social (por ejemplo,
una conversación en el trabajo) en que sean solicitadas sus opi­
niones respecto al caso.
Público como espectador. Aunque el tamaño relativo del
público activo y del público atento puede variar según los dife­
rentes asuntos, en cualquier asunto dado los espectadores so­
brepasan ampliamente a los actores. La perspectiva de audien­
cia asumida por la gran mayoría que toma parte en un debate
público es digna de atención. Carey (1978) ve el eclipse del pú­
blico como una competencia del discurso activo en la sociedad
moderna. Los medios de comunicación de masas, según Carey,
han transformado al «publico lector -un grupo de personas que
hablaban entre ellos de forma crítica y racional- en una audien­
cia de lectores y oyentes» (pág. 854; véase también Milis, 1956).
Pero esta característica estructural de los públicos a gran escala,
para mejor o para peor, no es, ciertamente, nada nuevo. Bryce
ya lo observó en 1888. Las masas contribuyen al gobierno de­
mocrático, decía Bryce, no tanto con ideas en contienda o polí­
ticas (que los líderes políticos extraen entre ellos) sino con un
«sentimiento» respecto a las acciones y propuestas de sus líde­
res, que, cuando se expresa públicamente -por medio de voto,
manifestaciones, cartas u otros medios de comunicación-, limi­
ta la conducta de los actores (Bryce, 1888, págs. 7-8). En el mismo
sentido, Lang y Lang (1983) observan que las opiniones de los
que forman el público atento son básicamente «expresiones de
aprobación o censura» dirigidas hacia los individuos o grupos
activos en política (pág. 23). Sin embargo, un público atento es
algo más que una audiencia.2 Sus miembros aportan no sólo
atención sino también meditación respecto al asunto en cues­
tión. Un público atento es una audiencia que se ocupa lo sufi­
cientemente de un asunto como para pensar sobre él. descubrir

2. El termino público se ha usado, ciertamente, de vez en cuando, en una


forma que lo considera como sinónimo de audiencia o seguimiento. Los ejem­
plos incluirían referencias al público del golf, los aficionados al cinc y similares,
o referencias a los fans de una celebridad del mundo del espectáculo («el público
que la adora»), A lo largo de nuestro estudio hemos usado el concepto de una
forma más distintiva, confinándolo a asuntos de desacuerdo general o interés
compartido, en otras palabras, a asuntos y cuestiones públicas.
EL PROCESO DE LA OPINIÓN PÚBLICA 107

lo que otros piensan, y formar ideas respecto a lo que se habría


de hacer. Es el sostenimiento de las opiniones lo que caracteriza
a sus miembros (capítulo 4).
El poder político de un público atento se ejerce directamente
en un momento dado (por ejemplo, en unas elecciones), pero
también se ejerce indirectamente y de forma más continuada a
través de percepciones de los actores políticos que representan
para la audiencia y que calibran su propia eficacia en el mundo
político por los indicadores de la respuesta del público. Baker
(1990) indica que la idea de opinión pública surgió en el siglo
XVIII en gran medida como una invención política, una especie
de autoridad que podía utilizarse para legitimar una determina­
da política o propuesta. Las clites han usado la opinión pública
como un arma retórica en el debate político desde entonces. Los
actores se esfuerzan intensamente por interpretar la opinión del
público atento (por ejemplo, a través de encuestas de segui­
miento), quizá tanto como lo hacen por intentar configurarla y
dirigirla (véase Sabato, 1981). Aunque las élites puedan no ne­
cesitar un amplio apoyo para sus políticas, la mayoría quisiera,
al menos, tener una indicación de que no hay una oposición
insuperable a su causa. Las propuestas de los actores adquieren
un considerable peso cuando se asocian con cierta evidencia de
que el público está de su lado (o de que un número considerable
de personas, incluso aunque no sea una mayoría, les apoya). Por
ejemplo, la evaluación de la aprobación pública puede ser una
fuente importante de influencia presidencial en el congreso (Ri-
vers y Rose, 1985). El poder político del público atento se basa,
pues, «no tanto en lo que hace, sino en las percepciones de los
actores políticos de lo que podría hacer» (Erice y Roberts, 1987,
pág. 805; Key, 1961; Lang y Lang, 1983. págs. 22-25).
El papel desempeñado por los periodistas. Los periodistas, al
cubrir los acontecimientos políticos y siguiendo las actividades
de los actores políticos, permiten a los públicos atentos formar­
se alrededor de desacuerdos con la elite. A este respecto, los
medios de comunicación realizan una función de vigilancia
para sus audiencias (véase Lasswell. 1948). Esta función vigi­
lante de la prensa es. tal vez. el servicio público más importante
que se le atribuye y que reclaman los medios de comunicación.
Se refleja bastante comúnmente en los nombres de ciertos pe­
riódicos: sentinel, monitor, clarión, observer e intelligencer.
Como agentes de vigilancia, los periodistas intentan alertar al
público de los problemas. Presentan noticias sobre la conducta
108 LA OPINIÓN PÚBLICA

de las elites políticas -sus acciones, presumibles intenciones y


desacuerdos internos- ante la atención de sus audiencias. Al
hacer esto, los reporteros proporcionan el principal mecanismo
para permitir a un público atento seguir el entorno político, al
menos el limitado por factores institucionales, profesionales y
organizativos (Breed, 1955; Roshco, 1975: Ettema, Whitney,
y Wackman, 1987). La prensa es, después de todo, dependiente
en gran manera de los actores políticos para obtener noticias, la
mayoría de las cuales se establecen en virtud de hábiles relacio­
nes públicas en forma de emisiones, entrevistas y conferencias
de prensa.
El periodismo tiene también una función de correlación para
el público atento, ayudándole a coordinar sus propias respues­
tas internas al entorno político (véase Lasswell, 1948). Es decir,
los noticiarios reúnen puntos de vista e ideas que contrastan
dentro del público atento, comunican a sus miembros lo que
piensan los demás, y en consecuencia ayudan a organizar su
reacción colectiva. Schramm (1964, pág. 38) asociaba esta fun­
ción a los consejos tribales en sociedades menos desarrolladas,
que solicitan los puntos de vista y debaten las alternativas inten­
tando coordinar las acciones de un pueblo. Aunque Price y Ro-
berts (1987) llaman a esto la función encuesta de los medios de
comunicación, se ejerce no sólo (o incluso principalmente) por
medio de encuestas de opinión, sino también a través de cartas
al director, entrevistas hechas por reporteros en las calles, y
otras caracterizaciones informales de la opinión pública. En re­
sumen. los medios de comunicación permiten al público atento
seguir la huella a los actores políticos (vigilancia) y organizar sus
respuestas hacia ellos (correlación).
El periodismo realiza también estas dos mismas funciones
para las elites respecto al público activo. La misma noticia o
comentario puede realizar funciones opuestas, dependiendo de
una perspectiva concreta: como espectador o como actor en el
proceso. Las caracterizaciones de los medios de comunicación
de la opinión entre el público atento (que ayudan a correlacio­
nar sus respuestas internas) son simultáneamente un medio de
vigilancia para las elites (ayudándoles a seguir las reacciones del
público atento). Los actores prestan gran atención a las noticias
para ver cómo se considera lo que están haciendo. Hasta qué
punto los medios de comunicación de masas ayudan a correla­
cionar las respuestas de las elites hacia los asuntos es algo que
puede ser menos aparente, pero no menos importante para el
EL PROCESO DE LA OPINIÓN PUBLICA 109

proceso. Las noticias sobre otros actores políticos ofrecen a las


elites un área para aprender, comprender y reaccionar respecto
a los demás. Las elites políticas usan los medios de comunica­
ción no sólo para comunicarse con sus seguidores y opositores
del público atento sino también para hablar entre ellas. Declara­
ciones que pronuncian ostensiblemente para el público general
(conferencias de prensa y apelaciones al público a través de los
medios de comunicación) son, con frecuencia, mensajes inten­
cionados para las otras elites (véase Lang y Lang, 1983; Linsky.
1986).
Los noticiarios proporcionan, en consecuencia, un impor­
tante medio por el que los miembros del público se comunican.
Y tal vez más importante aún. el periodismo permite a los acto­
res y espectadores políticos interactuar. Las noticias proporcio­
nan una relación continua de lo que se está desarrollando en el
plano de la elite política (vigilancia para el público atento, co­
rrelación para el público activo). El periodismo también regis­
tra cómo reacciona la audiencia hacia el modo en que se realiza
el juego (correlación para el público atento, vigilancia para los
actores). Como las elecciones, encuestas y fiestas políticas,
los medios de comunicación de masas son mecanismos -tal vez
hoy día los mecanismos dominantes- que permiten al público
llevar a cabo su tarea.
Como se ha observado, los medios de comunicación son
algo más que los portadores del debate público. Además de pro­
porcionar los canales a través de los que los actores cruzan sus
mensajes, los medios de elite promulgan sus propios puntos de
vista a través de análisis políticos partidistas y a través de apo­
yos editoriales a políticas y candidatos. Este papel activista de
los medios, especialmente periódicos, asegura el continuo inte­
rés sobre posibles partidismos en las prácticas editoriales y en
las noticias, debido a los conocimientos políticos de ejecutivos
de las cadenas, publicistas, productores y periodistas comunes.
Los críticos conservadores acusan, frecuentemente, a los me­
dios de comunicación de partidismo liberal, diseñando estudios
que sugieren que los periodistas, especialmente aquellos de los
medios de elite. son desproporcionadamente liberales (Lichter
yRolhman. 1981; véase también Noelle-Ncumann, 1984). Pero
los cánones del periodismo ejercen una estricta limitación con­
tra el partidismo, y la inclinación liberal en la cobertura de noti­
cias actual es mucho más difícil de establecer (Robinson, 1983;
Mertcn, 1985). Si hablamos de editoriales, donde no existe tal
110 LA OPINIÓN PÚBLICA

censura contra el partidismo, se puede presentar fácilmente el


caso opuesto de partidismo conservador. Una revisión del apo­
yo periodístico en las elecciones presidenciales norteamerica­
nas desde 1972, por ejemplo, demuestra un modelo coherente
de apoyo más fuerte a los candidatos republicanos que el refleja­
do en la predilección por los partidos o los modelos de voto de
la población en general (Stanley y Niemi, 1988, pág. 59).
Los críticos también están preocupados por la capacidad de
la prensa de llevar a cabo con éxito sus papeles de vigilante y
correlacionador. A los ojos de algunos observadores, la prensa
parece más interesada, y tiene más éxito, en llamar simplemen­
te la atención que en servir como vigilante efectivo de los asun­
tos públicos o como foro de debate libre (Lasswell, 1948; La-
zarsfeld y Merton. 1948; Carey, 1978; Bagdikian. 1985).
Lasswell (1948) aducía que los medios de comunicación ensam­
blan más fácilmente conjuntos de atención que públicos intere­
sados e implicados en los asuntos políticos. Lazarsfeld y Merton
(1948) especulaban sobre la posible disfunción narcotizadora de
la comunicación de masas. Un caudal continuo de atractiva
información sobre asuntos públicos, teorizan, puede permitir a
las personas quedarse demasiado asentadas en su papel especta­
dor. Al destacar lo único, lo inusual, y lo reciente, el periodismo
puede ganar la atención de la audiencia, pero como efecto supri­
me la implicación y actividad del público. Estar informado o
una «información hacia el interior» puede sustituir al hecho de
estar interesado y activamente implicado (Riesman y Glazer,
1948).’Como sugirió Dewey (1927) el reto más difícil pero vital
del periodismo -Lippmann (1922) diría su reto imposible- es
primero llamar la atención y después activar al público.

Observación de la opinión pública

El interés por el proceso del debate público, la preocupación


sobre su calidad, y las preguntas sobre su papel en la realización
política, alimentan una gran variación de aplicaciones específi­
cas de la investigación. La investigación sobre la aplicación de

3. A pesar de la persistente especulación sobre la posible intervención de los


medios de comunicación a la hora de cultivar la pasividad pública, los críticos
de los medios de comunicación no presentan evidencia clara de tal efecto. Es
más. como se observaba en el capítulo 3, la atención a las noticias va de la mano
de más altos -no más bajos- niveles de participación política.
EL PROCESO DE LA OPINIÓN PÚBLICA 1 11

la opinión pública, en forma de encuestas de opinión comercial,


participa institucionalmente en el debate público. La preocupa­
ción práctica por la investigación comercial se centra en propor­
cionar a las audiencias medias o a los clientes de elites políticas
datos exactos y puestos al día de sondeos basados en los asuntos
del momento. Aunque hay también preocupaciones normati­
vas. Algunos encuestadores han presionado para educar a
los consumidores sobre la susceptibilidad de las encuestas a los
errores, defendiendo al mismo tiempo el diseño de encuestas
que contribuyan más útilmente al debate público (Crespi, 1989;
Cantril, 1991). Los investigadores universitarios añaden a estos
intereses varios objetivos teóricos y metodológicos, tales como
la comprensión de ios matices de la medición de la opinión, de
la formación y el cambio de la opinión pública, de la influencia
en ésta del contenido de los medios de comunicación (incluyen­
do los resultados públicos de las encuestas), y del papel que
desempeña en la formación política. Sin tener en cuenta sus
motivos, estos investigadores comparten intereses básicos en la
observación de la opinión pública, cómo toma forma y cambia
en el transcurso de un debate público. Aunque tanto los investi­
gadores sobre la opinión universitarios como los comerciales se
apoyan enormemente en métodos de encuestas de muestreo,
utilizan también otras técnicas de observación, dependiendo de
los objetivos particulares en cuestión.
Los indicadores de la opinión pública se obtienen de muchas
fuentes, generalmente por medio de una de estas tres técni­
cas: H 4
• Entrevistas estructuradas, reuniendo autoinformes de indi­
viduos, grupos u organizaciones (usadas principalmente en son­
deos de muestras representativas, pero también cnientornos cx-

•Análisis de contenido de plataformas políticas, memoranda


organizativos, correspondencia privada, o noticias y editoria­
les.
•Entrevistas en profundidad o discusiones de grupo relativa­
mente poco estructuradas con funcionarios, elites organizati­
vas, activistas o grupos interesados.
Aunque ninguna de estas observaciones es suficiente para
describir la opinión pública en su totalidad -objetivo que exce­
de con mucho nuestro propósito-, cada una puede contribuir de
forma diferente a conseguir una visión de la opinión pública en
un momento determinado, así como a través del tiempo. Cada
112 LA OPINIÓN PÚBLICA

observación es una instantánea de la opinión pública, lomada


desde un ángulo diferente. Estas imágenes nos permiten obser­
var partes diferentes de un mismo proceso general. La bondad
de cada imagen, o grupo de imágenes, que lomamos como re­
presentación de la opinión pública, dependerá de si nuestro ob­
jetivo es hacer el proceso político más sensible a la mayoría de
puntos de vista (Gallup y Rae, 1940), ampliar el campo del
debate público (Crespi, 1989, págs. 102-104). comprender las
estructuras de referencia de las personas para las cuestiones po­
líticas (Gamson y Modigliani, 1989). o identificar a aquellos
cuyas opiniones son más influyentes en la dirección de la políti­
ca (Dahl, 1961; Key, 1961, cap. 21; Cook y otros, 1983).
-* Utilización de ¡os datos de sondeo. Uno de los principales
usos de los datos de sondeo de la población en general es la
descripción resumida de la opinión pública. El descriptor senci­
llo más común utilizado es la proporción de gente a favor de un
determinado candidato o propuesta cuando se enfrenta con una
pregunta del tipo apoyo/oposición (Cantril, 1991).
El porcentaje de respuestas de apoyo a una determinada po­
lítica o candidato, sin embargo, representa sólo una faceta de la
opinión pública, tal como la inclinación, en pro o en contra, es
sólo una dimensión de la opinión en el nivel individual. Pueden
observarse muchas otras variables por medio de la investiga­
ción de sondeo. Por ejemplo, una incertidumbre aproximada de
nivel colectivo análoga a la de nivel individual podría indicar el
grado de descontento o consenso. Imaginen muestras de opinio­
nes individuales de dos comunidades, y la distribución de aque­
llas opiniones dentro de cada comunidad, como ordenadas en
una escala desde «fuerte acuerdo» a «fuerte desacuerdo». Un
estado de profundo desacuerdo en una comunidad se observa­
ría como una distribución en forma de U de puntos de vista
individuales, una distribución, digamos, en la que aproximada­
mente la mitad de las personas están en fuerte oposición y apro­
ximadamente el mismo número están intensamente a favor. Un
estado de consenso en la segunda comunidad, por otra parte, se
observaría como una distribución con forma de campana con
una fuerte tendencia central y relativamente pocas personas en
los extremos de la escala. No quisiéramos hablar de estas comu­
nidades como representativas en sus estados colectivos de opi­
nión, aunque las posiciones medias o promedio podrían muy
bien ser similares.
No se trata tanto de tener conceptos competitivos de la opi­
EL PROCESO DE LA OPINIÓN PÚBLICA 113

nión pública como de poseer varias descripciones posibles. Hay


una variedad de mediciones que pueden describir las opiniones
individuales, no sólo su inclinación a favor o en contra, sino
también el nivel de apoyo informativo, intensidad, estabilidad,
importancia, etc. (capítulo 4). Estos datos pueden usarse en la
investigación sobre la opinión pública no simplemente para es­
tudiar las formas en que se desarrollan y varían las opiniones en
un nivel individual, sino también para describir las opiniones
en conjunto y los cambios a través del tiempo. Las representa­
ciones empíricas totales sobre la opinión pública pueden ex­
traerse de cualquiera de estas clasificaciones o dimensiones
analíticas, siempre que. naturalmente, se hayan reunido las ade­
cuadas mediciones de sondeos.4 El equilibrio del apoyo en una
comunidad respecto a las dos posturas sobre un asunto, puede
analizarse, no simplemente en términos de los porcentajes rela­
tivos que expresan el apoyo u oposición a unas determinadas
propuestas (como un informe típico de encuesta) sino también
en vista de los niveles comparativos de intensidad de opinión,
certeza, o la proporción de actividad política observada en cada
postura sobre el asunto (Schuman y Presser, 1981, recuérdese el
capítulo 4).
La razón para centrarse en una característica específica de la
opinión pública procede de las preocupaciones teóricas sustan­
tivas. Algunas investigaciones sobre la opinión pública, por
ejemplo, se han centrado no en la opinión de la gente per .ve sino,
en su lugar, en conjuntos de agendas de asuntos, los temas sobre
los que las personas tienen opinión (Cohén, 1963). El estudio
sobre la preparación de la agenda investiga hasta qué punto la
atención del público hacia un problema específico depende del
volumen de la cobertura de noticias que se le dedica (Cohén,
1963; McCombs y Shaw, 1972; Weaver, Graber, McCombs y

4. La suma de mediciones individuales para describir unidades colectivas es


extremadamente útil en los análisis, pero no sin añadir sus riesgos conceptuales
potenciales (Eulau. 1986; Pnce, Ritchie y Eulau, 1991). La transformación de
propiedades de unidades de un nivel al próximo (porejemplo, de los individuos
al grupo) deriva, frecuentemente, en características que no son isomórficas en
los distintos niveles. Como ilustraron Lazarsfeld y Menzel (1961), por ejemplo,
un jurado no es decisivo en el nivel colectivo, pero lo es en el nivel individual
(de hecho, el caso es bastante opuesto; los miembros de un jurado están dema­
siado decididos a comprometerse). Con cuidado, sin embargo, un analista pue­
de identificar y explorar muchas propiedades útiles, distributivas y relaciónales
de un colectivo de unidad relevante, utilizando los datos recogidos de sus subu­
nidades.
1 14 LA OPINIÓN PÚBLICA

Eyal, 1981: lyengar y Kinder. 1987; lyengar, 1990). En estudios


sobre el desconocimiento plural, los investigadores han reunido
las percepciones de las personas sobre los puntos de vista de los
demás para describir el clima o ambiente general de opinión
percibidos, que pueden compararse con distribuciones de la
opinión real. Esto permite la descripción de una situación bas­
tante compleja: hasta qué punto el colectivo percibe correcta­
mente su propio estado de opinión (O'Gorman. 1975: Fields y
Schuman, 1976; O’Gorman con Garry, 1976; véase también la
espiral de silencio, Noelle-Neumann, 1984; y el efecto de tercera
persona, Davison. 1983). Otras investigaciones se centran en el
nivel de conflicto entre las opiniones dentro de las comunida­
des. lo que se relaciona con la estructura de la comunidad (Ti-
chenor, Donohue y Olicn, 1980). En resumen, los investigado­
res pueden describir algo más que la simple dirección global de
los estados de opinión colectivos, del mismo modo en que in­
tentan determinar mucho más sobre las opiniones individuales
que simplemente qué postura favorece la gente.
Aunque las descripciones de la opinión pública basadas en
sondeos se diseñan principalmente sobre los datos recogidos de
individuos en estudios sobre la población en general, no es nece­
sario limitar el seguimiento a este tipo de aplicación. Pueden
seguirse también grupos que pueden desempeñar un papel en la
configuración de la opinión pública, tales como organizaciones
profesionales o empresariales, bien sea por medio de sus porta­
voces oficiales (Namenwirth, Miller y Weber. 1981). o por me­
dio de sus miembros (Granberg. 1984). Las elites políticas, que
comprenderían únicamente una pequeña proporción de una
muestra de la población general, pueden seguirse de forma inde­
pendiente. Los investigadores han sometido a encuesta, por
ejemplo, a directores de periódicos (Olien, Tichenor, Donohue.
Sandslrom y McLeod. 1990), expertos en política exterior (Ro-
senau, 1963). líderes comerciales (Russett y Hanson, 1975),
funcionarios del gobierno (Jennings, 1969) y lobbyistso grupos
de presión políticos (Milbrath, 1963). En un estudio sobre las
elecciones estadounidenses al congreso de 1958, Miller y Stokes
(1963) encuestaron a importantes miembros del congreso y sus
oponentes respecto a asuntos de la campaña, percepciones de
las opiniones de sus constituyentes, y sus ideas sobre qué podía
influir en el voto. Las técnicas de sondeo y medición, en conse­
cuencia pueden utilizarse para enjuiciar muchos rasgos de dife­
rentes unidades -colectivas o individuales- que desempeñan
un papel en el proceso de formación de la opinión pública.
EL PROCESO DE LA OPINIÓN PÚBLICA I 15

Utilización del análisis de contenidos. Aunque la investiga­


ción de sondeo es el método más común de observar y estudiar
la opinión pública, no es en modo alguno el único sistema. Sub­
productos que se producen de forma natural en el debate públi­
co proporcionan a los analistas observaciones en absoluto obs­
tructoras desde diferentes ángulos. Los reglamentos oficiales,
memoranda, informes y minutas de los encuentros públicos son
de bastante utilidad para estudiar la conducta de los actores de
la política (Cook y otros. 1983). El contenido de los medios
de comunicación populares puede investigarse como estímulo
persuasivo que configura la reacción pública ante un asunto
(Fan, 1988), como inputs para la realización política (Cook y
otros. 1983), o como el fondo compartido de información del
campo público (Gamson y Modigliani, 1989). Estos materiales
proporcionan datos que complementan los recogidos por medio
de entrevistas de sondeo. Para el análisis de tales contenidos,
son ventajosos los métodos cuantitativos (Holsti, 1969: Krip-
pendorff, 1980), pero otras aproximaciones interpretativas pue­
den igualmente ser de utilidad (Gamson y Modigliani, 1989).
El análisis del contenido de los medios de comunicación
desempeña un papel destacado en la investigación de la opinión
pública. Aunque Allport (1937) prevenía, tempranamente, con­
tra el peligro de malinterpretar opiniones que aparecen en la
prensa como opiniones públicas (lo que él denominaba el «pe­
riodismo-falacia»), reconocía, sin embargo, que las noticias y
descripciones editoriales sobre la opinión pública podrían con­
vertirse en autorreforzadoras (pág. 21). Los puntos de vista
ofrecidos por los medios de comunicación no han de confundir­
se conceptualmente, sin lugar a dudas, con los de sus audien­
cias. pero hay buenas razones para sospechar que aquéllos tie­
nen un papel signi ficante en la formación de éstos. A lo largo de
la última década, los investigadores han comenzado a controlar
las tendencias reunidas en el contenido de los medios de comu­
nicación y a estudiar sus relaciones con las tendencias en la
opinión de la audiencia, calculada por medio de encuestas
(MacKuen y Coombs, 1981; Page, Shapiro y Dempsey, 1987;
Fan y Tims, 1989). Fan (1988) había desarrollado un modelo
«ideodinámico», adaptado de las ciencias biológicas, para pre­
decir los resultados de las votaciones en la campaña electoral a
partir de un análisis de contenidos de la Associated Press. El
modelo de Fan. que estimaba el impacto de los mensajes positi­
vos o negativos sobre los candidatos basándose en factores tales
116 LA OPINIÓN PÚBLICA

como el número de mensajes en el entorno de las noticias y el


tamaño de la población-objetivtí, parece producir una estima­
ción de voto muy acertada. Sus controvertidos métodos y los
resultados provocaron de nuevo preguntas sobre la autonomía
de la opinión pública y sobre si ésta es una reproducción más o
menos mecánica de la opinión de la elite expresada a través de
los medios de comunicación (capítulo 2).
La investigación sobre opinión pública ha realizado también
una aproximación más interpretativa al análisis del contenido
de los medios para formarse una idea sobre la manera en que los
medios de comunicación estructuran los términos del debate
público. Gamson y Modigliani (1989), por ejemplo, lo centran
en identificar las culturas que rodean a los diferentes asuntos.
Cada asunto, dicen, tiene su propio «catálogo de metáforas,
tópicos, apelaciones a los principios y similares» (pág. 2). Los
participantes en un debate público tropiezan con ello, no como
puntos individuales, sino como esquemáticas agrupaciones de
ideas o conjuntos interpretativos. Por «cultura de un asunto»,
Gamson y Modigliani entienden «el conjunto completo de pa­
quetes interpretativos que son asequibles para darle sentido»
(pág. 2). Para investigar la evolución de estos paquetes y las
culturas de los asuntos, analizan una amplia gama de contenido
de los medios de comunicación, incluyendo las noticias de las
cadenas de televisión, artículos de revistas, tiras cómicas, y co­
lumnas de las publicaciones sindicadas, siguiendo un solo tema
cada vez.
Uso de técnicas desondeo menos estructuradas. Si el análisis
de contenido tiene sus comparativamente más estructuradas y
más interpretativas versiones cualitativas, lo mismo sucede con
los intentos de medición del pensamiento público. Además de
las formas más estructuradas de entrevistas, tales como las
de preguntas cerradas, más generalmente halladas en largos
cuestionarios para muestras grandes, los investigadores, a ve­
ces. utilizan aproximaciones menos estructuradas, como entre­
vistas en profundidad y grupos enfocados.
La relación entre hacer preguntas altamente estructuradas
-con categorías de respuesta definitivas y predeterminadas- y
entrevistas más flexibles -dejando la estructura de respuestas
y preguntas a gusto del entrevistado- es algo ya muy reconocido
en la investigación de la opinión pública desde hace muchos
años(Skott. 1943; Link, 1943; Lazarsfeld, 1944; Merton y Ken-
dall. 1946). Merton (1987) observa que las entrevistas enfoca­
EL PROCESO DE LA OPINIÓN PÚBLICA 117

das se utilizaron en muchos estudios primitivos sobre los efec­


tos de los medios de comunicación, tales como el estudio de
maratones de radio (Merton, Fiske y Curtís, 1946/1971), para
«ayudar a configurar la interpretación de los datos cuantitati­
vos» de encuestas representativas (pág. 555). Las entrevistas
enfocadas se utilizaban principalmente para generar nuevas
ideas e hipótesis, que se sometían más tarde a nuevas pruebas
por métodos más definitivos. En tales casos, los procesos más
interpretativos y cualitativos se usan como complemento más
que como alternativas a técnicas más estructuradas.
La investigación con grupos enfocados es especialmente po­
pular en estudios sobre las actitudes y conducta de los consumi­
dores (Calder, 1977), pero también tiene aplicación en la inves­
tigación sobre la opinión pública. Se reúnen grupos de gente
para discutir juntos un tema concreto, y se graban y estudian sus
interacciones. Aunque estas técnicas sacrifican la representati-
vidad (una fuerza innegable de las técnicas de muestreo), la
utilización de preguntas abiertas en grupos enfocados puede
ayudar al investigador a comprender los procesos mentales uti­
lizados para llegar a las opiniones (Hochschild, 1981; Graber,
1984). Gamson (1988) apoya los grupos enfocados como parte
de una metodología constructista para evaluar la opinión públi­
ca. Dice que los investigadores necesitan alguna forma de hacer
«visibles los esquemas subyacentes, preferiblemente permitién­
donos una ojeada al proceso mental implicado» (pág. 20). Esto
puede realizarse observando conversaciones de grupos parejos
(discusiones entre amigos o conocidos en casa de uno de los
miembros) enfocadas a un tema de interés público y guiadas por
un facilitador. Las transcripciones de estas conversaciones son,
después, interpretadas por el analista, en parte para ver qué
elementos del discurso de los medios de comunicación se han
convertido en parte del equipo de herramientas del público
para entender los asuntos públicos (Gamson. 1988).

Observación del proceso de debate público

No importa qué técnicas de observación se utilicen, estudiar


la dinámica del debate público -la forma en que actores y espec­
tadores interactúan a través del tiempo- es bastante estimulan­
te. En 1948, Blumer acusó a la investigación sobre la opinión
pública de estar fracasando totalmente en su trabajo. Aducía
118 17k opinión pública

que los encuestadores estaban «obstinados en la naturaleza fun­


cional de la opinión pública en nuestra sociedad» (pág. 543).
enfocándola en opiniones individuales para la exclusión de gru­
pos funcionales y canales organizados de influencia política.
Sugería que los investigadores empezaran investigando a los
políticos, determinando qué formas específicas de expresión
atraían su atención e influían en sus acciones. La investigación
podría entonces proceder «siguiendo estas expresiones hacia
atrás a través de sus diversos canales y. al hacerlo, observar los
canales principales, los puntos de importancia clave y la forma
en que cualquier expresión dada se ha desarrollado y consegui­
do un respaldo organizado a partir de lo que inicialmente debía
de ser una condición relativamente amorfa» (Blumer. 1948,
pág. 549).
Hyman (1957) se hizo eco del interés de Blumer. Aunque la
investigación ha hecho considerables progresos en teoría psico­
lógica sobre la formación y cambio de la opinión. Hyman afir­
ma que tiene mucho menos que decir sobre procesos sociales a
gran escala o sobre las relaciones entre la opinión pública y los
procesos de gobierno. Esto es así porque los investigadores rara­
mente recogen datos en series temporales, que sigan el desarro­
llo de la opinión pública sobre un asunto concreto o la interac­
ción de la opinión pública con el sistema político formal. Los
datos de encuesta, observa, se recogen sólo cuando un asunto ha
salido al foro público y sólo en tanto que dicho asunto continúe
presionando. Los datos sobre las fases inicial y final del debate
público son, en gran manera, inasequibles (capítulo 3). Para que
avance la teoría de la opinión pública se necesitarían datos so­
bre el transcurso de la vida de un asunto (Hyman, 1957).
Hasta ahora, el campo ha ido respondiendo en una variedad
de formas a las llamadas de Blumer y Hyman para una investi­
gación orientada hacia el proceso. Son ejemplares los estudios
llevados a cabo por un equipo de investigación interdisciplinar
en la Northwestern University (Cook y otros, 1983; Protess,
Leff. Brooks y Gordon. 1985; Leff, Protess y Brooks. 1986;
Protess y otros. 1987).5 Han realizado una investigación típica

5. Otro ejemplo notable de las ciencias políticas es la investigación de Rartcls


(1988) acerca del ímpetu de los candidatos en las primarias presidenciales nor­
teamericanas. Bartels analiza el proceso de nominación como un proceso diná­
mico, en el cual las preferencias del público se forman y varían en respuesta a la
cobertura de los medios de comunicación y las maniobras de la campaña. Bar-
EL PROCESO DE LA OPINIÓN PÚBLICA 1 19

sobre las noticias publicadas por los medios de comunicación


en el área de Chicago, siguiendo las huellas de su influencia
tanto en la opinión pública como en los políticos. Aprovechan­
do los avisos sobre los informes de noticias de próxima investi­
gación. los investigadores recogían información en determina­
dos puntos varias veces, antes y después de que los medios de
comunicación revelaran un problema. Realizaron sondeos
de muestreo fortuito del área metropolitana de Chicago y entre­
vistas con muestras intencionadas de líderes de grupos de inte­
rés. periodistas y políticos. Analizaron documentos legislativos,
presupuestarios y reguladores, portadas de los medios de comu­
nicación, transcripciones de escuchas y otras grabaciones. Los
investigadores estudiaron, por ejemplo, un programa de televi­
sión sobre el cuidado de la salud en casa, fraudes y abusos, una
serie en un periódico local sobre violación, dos reportajes de la
televisión local sobre brutalidad policial y emplazamiento de
desechos tóxicos. Se encontraron influencias en las audiencias,
en las elites políticas o en soluciones políticas, en cada caso,
pero estas influencias quedaban lejos de ser uniformes en los
distintos asuntos. El papel de la opinión popular, en particular,
variaba. Las noticias que parecían producir la respuesta política
más fuerte -una sobre el cuidado de la salud en casa y el fraude-
parecían haberlo hecho, en gran medida, sin participación de
público activo. Se influyó en la política incluso antes de que la
noticia fuera presentada al público, a través de los esfuerzos
colaboradores de políticos y periodistas investigadores (Cook y
otros, 1983). Sin embargo, cuando el programa salió al aire tuvo
efectos apreciables, tanto entre los miembros del público atento
como entre las elites políticas. La principal respuesta de los po­
líticos, sin embargo, puede que fuese prioritaria en anticipación
a la esperada influencia del programa (un resultado que podría
haber sido la intención del programa desde el principio; véase
Davison, 1983).

lels caracteriza el sistema primario, por todas sus particularidades visibles,


como un mecanismo efectivo para la elección del público, en el que «las diver­
sas preferencias individuales pueden configurarse y modificarse por la interac­
ción social para producir, si no un consenso, al menos una mayoría auténtica
para una única alternativa» (pág. 307).
120 LA OPINIÓN PÚBLICA

Conclusión: la opinión pública como concepto comunicativo

Las cuestiones alrededor de la opinión pública -normativa,


teórica y empírica- han persistido durante dos siglos y sin duda
alguna continuarán. En este libro hemos considerado los con­
ceptos generales que subyacen a tales cuestiones, más que las
respuestas que se han propuesto. Esta revisión no tiene la inten­
ción de proporcionar una definición singular de la opinión pú­
blica. En su lugar, intenta identificar los temas básicos que apa­
recen en los diversos escritos que utilizan el concepto.
Tal vez el tema más importante que emerge de nuestras in­
vestigaciones es la íntima conexión de la opinión pública con
los procesos de discusión, debate y toma de decisiones colecti­
va. Esta conexión se ha seguido, en el capítulo 2, hasta los oríge­
nes de la opinión pública y su primera historia como concepto
político-filosófico. Los lazos con la discusión y el debate se con-
•SET vaTOTi a Través áe ’ia ccrrisiguierhe adaptación y eiabcnación
de la opinión pública como construcción sociológica (capítulo
3) y, aunque en menor medida, psicológica (capítulo 4). Dados
estos vínculos, la opinión pública -ya se contemple en términos
filosóficos, políticos, sociológicos o psicológicos- sigue siendo
fundamentalmente un concepto de la comunicación. El capítu­
lo 5 sugiere que el debate público se da principalmente en virtud
de interacciones entre los actores de la elite política y sus espec­
tadores atentos, facilitadas en varias importantes formas por la
prensa.
Conceptualizar la opinión pública en términos de procesos
discursivos tales como los que se esbozan aquí, no debe confun­
dirse con la adhesión a ningún modelo popular de toma de deci­
siones políticas. La base democrática del concepto de opinión
pública es indiscutible; mucho menos lo es la base democrática
de las decisiones políticas diarias, incluso cuando se han ex­
traído del debate público. La discusión puede, desdichadamen­
te, implicar un proceso demasiado deliberativo, demasiado
igualitario (el debate aún más). Las decisiones que se apoyan en
la opinión pública se hacen por medio de publicidad y comuni­
cación, pero la comunicación es, simplemente, una herramienta
tanto para la persuasión como para la recogida de información,
potencialmente útil tanto para controlar las opiniones como
para solicitarlas. El debate público, no importa cuán esclarece-
dor o razonado sea, implica cada uno de estos procesos, en algu­
na medida. Podemos comparar el debate público con una asam­
EL PROCESO DE LA OPINIÓN PÚBLICA 12 1

blea ciudadana, siempre que tengamos en mente que aunque


algunas de ellas disfrutan de un flujo de debate libre, hay otras
en las que prácticamente no aparece, en las que poderosos líde­
res y coaliciones organizadas dominan, y en los que se silencia o
se rechaza a las personas con puntos de vista minoritarios. En­
tre las acusaciones a la investigación sobre la opinión pública,
tal vez la principal sea descubrir qué analogías se acercan más a
describir cómo conducimos por lo general nuestros asuntos pú­
blicos.
136 LA OPINIÓN PÚBLICA

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Alexander, J. C., 102 69, 84
Alien, V. L., 36, 103 Berent. M. K... 90
Allport, F. H„ 15, 55-57, 68-71, 83, Binkley, R. C., 32
95, 117. Bishop. G. F„ 58. 59. 75, 86
Almond, G., 50, 52, 60. 62, 63 Blumer, H„ 16,26.42-51,55, 56,65,
Arterton. F. C., 107 105. 119
Asch, S. E„ 74 Bogardus. E. S., 42
Atkin, C. K.. 84 Bogart, L., 56
Borg, M. J„ 74
Boynton, G. R.. 63
Bagdikian, B., H., 112 Bradbum, N. M., 68, 86
Baker, K. M.. 16,23, 24, 27,28, 109 Breed, W., 110
Baldwin, J. M„ 42 Brooks, S. C., 120
Ball-Rokeach, S. J., 80 Bruner, J. S., 79
Bartels, L. M.. 120 Bryce, J„ 15. 31, 34-36, 50, 56. 58,
Bauer, R. A., 65 66, 84. 108
Bem, D. J., 71, 83, 84
Beniger, J. R.. 107
Bennctt, S. E., 58. 59. 75 Cacioppo, J. T„ 94
138 LA OPINIÓN PÚBLICA

Calder, B. J„ 119 Donohue, G. A.. 116


Campbell. A.. 62 Doob, L. W„ 37. 69, 70
Cantril. A. H.. 59, 87, 113, 114 Downs, A., 50
Cantril. H., 37, 68, 86, 87, 94
Carey, J. W„ 26, 99, 108. 112
Cartwright, D., 37, 103 Edelman, M., 37, 74
Casey, R. D., 37 Eider, C. D., 42. 53
Chaffee. S. H.. 84, 101 Eldersveld, S.. 37
Charters. W. W„ 82 Elsner, H., Jr., 43
Chassein, B.. 96 Entman. R. M„ 36
Chave, E. J„ 67 Erksine, H. G., 58
Childs. H. L.. 16. 19, 24. 41, 57. 67- Escarpil, R., 48
69 Ettema, J. S., 110
Chomsky, N., 38 Eulau. H., 100
Cialdini. R. B., 94 Eyal, C. H„ 116
Cicourel, A. V„ 102
Coob. R. W„ 42. 53
Coob. W. J„ 97 Fan, D. P., 117
Cohén. B., 115 Feldman, J. J., 97
Cohén. J., 96 Feldman. S.. 76, 80, 91
Colombotos, J.. 97 Festinger, L„ 104
Comisión para la Libertad de Pren­ Fields. J. M., 96. 116
sa. 30, 36 Finkel, S. E., 74
Converse. J. M.. 68. 86. 89. 93 Fiske. M.. 119
Converse. P. E.. 41, 55. 57. 62, 75, Fiske, S. T„ 77
76, 82. 92. 99 Fleming. D.. 68, 70-72
Cook. F. L„ 114, 117, 120 Foote. N. N., 42, 45. 50, 51
Cooley, C. H„ 16,31. 34. 41. 42. 67,
107
Coombs. S. L., 117 Gallup, G„ 38. 55, 114
Cooper. E., 79 Gamson, W. A., 78, 114, 117-119
Cooper. J„ 94 Garry, S. L., 116
Crespi, I.. 39, 58-60, 84. 88. 94, 113, Gaudet. H„ 16. 37
114 Giesen. B„ 102
Crossley, A. M.. 57. 68 Gillovich, T„ 78
Croyle. R. T„ 94 Ginsbcrg, B„ 24, 33, 38
Curtin. T. R.. 120-121 Gitlin, T„ 38
Curtís, A.. 119 Glazer, N.. 68. 88. 93, 94, 112
Cushman, D. P.. 94 Glynn. C. J., 96
Goetz. E. G„ 114, I 17, 120-121
Gordon, M. T., 117, 120
Dahl, R. A„ 63. 114 Graber. D. A.. 49, 58. 66. 77. 115,
Darnton, R., 25, 26 119
Davison, W. P„ 20.42. 50-52.68. 83. Granberg. D.. 116
96, 116. 121 Grcenwald. A. G., 79
Dcmpsey, G. R.. 117 Grigg, C. M.. 88
Devine. D. J.. 50. 60, 61 Grube, J. W., 80
Dewey, J., 33, 35. 52, 64, 112 Grunig. J. E.. 96
Diamond. G. A., 89 Gunn. J A. W„ 24
Dohrcnwend, B. P., 97 Gunther, A.. 96
Dohrenwend. B. S., 97 Guterbock, T. M.. 74
ÍNDICE ANALÍTICO 139

Habermas. J.. 21-26. 28. 38 Lang, G. E„ 52. 66. 108-111


Hanson. E. C., 116 Lang, K.. 52. 66. 108-111
Hart, C. W.. 42. 45. 50, 51. 97 Lasorsaz. D. L„ 96
Hedlund, R. D.. 63 Lasswell. H. D„ 32. 33. 35. 37. 109-
Held, D„ 21. 25, 27. 29 112
Hennesscy. B. C„ 70 Lazarsfeld, P. F.. 16. 24, 26. 31. 49.
Hermán. E. S., 38 50, 65. 68. 84. 112. 118
Herzog. H„ 37 LeBon. G„ 32. 42-46
Hippler, H. 1. 86 Lee, A. M.. 37
Hochscbild, J.. 84. 119 Lcff. D.. 114. 117. 120
Holsti. O. R., 117 Levy, M. R., 61
Hovland, C. I.. 16. 73 Lewin. K.. 103
Hsu. M. L„ 80 Lichter, S. R.. 111
Hume. D„ 22 Likert. R.. 67
Hyman, H. H., 81, 97, 120 Link, H. C.. 118
Hymes. R. W.. 89 Linsky. M.. 111
Lippmann. W.. 15. 33-35. 37, 47. 52.
56, 58. 61.62. 112
lycngar. S„ 78, 116 Liska, A. E.. 94
Locke, J..20. 22. 25. 32
lowell, A. L„ 15. 27, 31. 33, 37
Jahoda, M.. 79 Lumsdaine, A. A.. 16
James. W.t 42 Luskin, R. C„ 77
Janis. 1. L„ 73 Lynd. H. M.. 68
Jennings, M. K., 116 Lynd. R. S., 68
Johnson. M. P.. 94
Judd. C. M.. 89
Macaulay, T. B., 30
Mackay. C„ 32
Kahncman. D„ 83 Mackie. D. M.. 82
Kaplan, A.. 20 Mackuen. M. B., 117
Katz. D.. 37. 79, 84 Madison. J„ 29
Katz, E.. 49. 65 Marcus, A. S„ 65
Keeter. S.. 74 Markus. H.. 71. 77
Kelley, H. H„ 73. 82 McCIosky, H.. 88
Kclman. H. C., 84. 94 McCombs, M. E„ 115, 121
Kendall. P. L.. 118 McDougall, W„ 15
Kcrr. D.. 80 McGuire, W. J„ 69, 82
Kcy. V. O.. Jr.. 16. 39. 43. 50. 54. 58. McLcod, D. M„ 116
60, 62-66. 70. 109. I 14 McLeod, J. M., 96
Killian, L. M., 43 McPhee. R. D.. 94
Kinder, D. R.. 58, 76. 78. 81 McPhee, W.. 50. 84
Kingdon, J. W., 61 Merten, K.. III
Knorr-Cctina, K., 102 Merton. R. K.. 112. 118
Kornhauser, W.. 37. 48 Milbrath. L„ 116
KrippendorfT. K., 117 Millcr. P„ 120-121
Krosnick. J. A.. 64, 93. 94 Miller, R. L., 116
Kulik, J. A.. 89 Miller, W. E.. 62. 116
Milis. C. W„ 26, 33, 38. 46. 49. 50,
63. 108
Lañe. R. E„ 70. 78. 90-92 Minar. D. W„ 21. 29. 41
140 LA OPINIÓN PÚBLICA

Mitofsky, W. J„ 74 Rae, S„ 38. 55, 114


Modigliani, A., 78. 114, 117, 118 Rasinski, K. A., 86
Molotch, H. L„ 114, 116-117, 120- Reeves, B., 102
121 Reid. F. M„ 82
Moscovici, S., 44, 103. 104 Rieckcn. H. W.. 104
Muller, G„ 96 Riesman. D., 68. 88, 93, 94, 112
Munch, R„ 102 Ritchie, L.,115
Mutz. D. C„ 96 Rivers. D., 109
Robens, D. F„ 42, 50, 84, 85. 99.
105. 107. 109, 110
Namenwirth, J. Z„ 116 Robinson, J. P.. 61
Nass, C. I„ 102 Robinson, M. J., 111
Nathans. B., 25, 27 Rokeach, M.. 80
Neuman, W. R„ 50, 58. 60, 61. 63, Roll, C. W„ 88
77 Rose. N. L., 109
Newcomb, T. M.. 82 Rosenau. J„ 50, 116-117
Nie, N. H„ 75 Rosenstone, S. j.. 89
Niemi, R. G„ 112 Roshco, B„ 110
Nimmo, D., 42 Rothman, S„ 111
Noelle-Neumann, E„ 19. 22. 24. 32, Rousseau, J. J„ 15, 20.24,27,29. 30
36,75, 89. 95, 96. 116 Rugg, D„ 87
Russett, B. M., 116

O'Gorman. H. J„ 116
Oldendick, R. W„ 58, 59, 75, 86 Sabato. L. J„ 59, 109
Olien. C. N„ 116 Sandstrom. K. L., 116
Ostman, R. E„ 96 Schachter, S., 104
Ozouf, M„ 22-24, 27 Schattschneider, E. E., 33, 35, 52-53,
82
Schramm, W.. i 10
Page, B. I„ 117 Schuman, H„ 56, 59, 68, 75. 86-90,
Paisley. W., 100 93-96, 115
Palmer, P. A„ 21, 28, 30, 31 Schumpeter, J. A., 29, 30
Pau, Z„ 102 Schwarz, N„ 86
Park. R. E„ 26,43,45-47. 50.54. 56 Sears, D. O., 58, 70, 76. 81, 90-92
Pateman. C., 27, 31 Shapiro. R. Y., 117
Patterson, S. C„ 63 Shaw, D. L., 115
Payne, S. L„ 68, 87 Sheffield, F. D.. 16
Pearce, W. B.. 96 Shibutani, T„ 81
PerlofT, R. M„ 96 Singer, E„ 81
Peters, J. D., 26 Skott, H, E„ 118
Petrocik, J. R.. 75 Slater. M. D., 50
Petty, R. E., 94 Smelser. N. J„ 102
Pratkanis, A. R.. 78-19 Smith, B. L„ 37
Presser. S„ 56, 59, 68, 75, 86-90, 93- Smith, M. B„ 79
95. 115 Smith. T. W„ 87
Pnce, V„ 42. 43. 50, 53, 61.64. 80- Speier, H.. 22-25. 28, 32
85,95,96,99,105-107.109,110 Stamm, K. R., 96
Protess. D. L., 114. 116-117 Stanley, H. W„ 112
Prothro, J. W„ 88 Steiner, G. A., 69
Stembcr, C, H., 97
ÍNDICE ANALÍTICO 141

Stipp. H., 80 Tversky, A.. 83


Stokes, D. E.. 62, 116 Tyler. T. R.. 114, 117. 120-121
StoufTer, S. A., 56
Slrack, F.. 96
Strentz, H., 96 VauLeuven, J. K., 50
Sudman, 68. 86 Verba, S., 75

Tajfel, H.. 81 Wackman, D. B., 110


Tarde. G., 15, 31, 32. 42, 45 Weaver, D. H.. 115
Taylor. D. G., 52-53 Wcber. R. P.. 116
Taylor, S. E„ 52-53, 77. 83 Weiss. C. H.. 97
Thurstone, L. L„ 67, 70-72, 76 Whitc. R. W„ 79
Tichenor, P. J., 116 White, W.. 36
Times Mirror Center for the People Whitnev. D. C., 110
& the Press. 58, 61 Wicbe, G. D.. 68, 72-76
Tims, A. R., 117
Tocqueville, A. de, 34. 36. 56
Tourangeau. R., 86 Young. K., 42
Traugott, M. W.. 60
Tuchfarber. A. J„ 58. 59, 75. 86
Tuckcr, C., 60 Zajonc. R. B.. 71, 77
Turncr. J. C., 81 Zaller.J.. 61.64. 76.91
Tumer, R. H.. 43 Zandcr, A.. 103

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