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QUADERNI FIORENTINI

per la storia del pensiero giuridico moderno

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(2019)
ÁNGEL M. LÓPEZ Y LÓPEZ

POR QUÉ CICERÓN NOS SIGUE INTERPELANDO HOY


(A propósito de Fernando H. Llano Alonso, El gobierno de la razón:
la filosofía jurídico política de Marco Tulio Cicerón, Madrid,
Thomson Reuters Aranzadi, 2017, pp. XXIII-201)

1. Presentación. — 1.1. Un libro global que ilustra e interpela. — 1.2. La hipótesis


historiográfica implícita, de carácter idealista. El predominio de las ideas liberales en la
cultura occidental. — 2. Cicerón nos interpela como juristas. — 2.1. Teoría del Derecho,
equidad e interpretación. La aparición de la formulación de una juridicidad mínima: vi
e interpretatio. — 2.2. Los inicios de un nuevo saber jurídico estructurado por princi-
pios. — 3. Cicerón nos interpela como ciudadanos. — 3.1. Patriotismo republicano y
legado doctrinal de Cicerón en el pensamiento político. — 3.2. Algunas consideraciones
sobre el patriotismo republicano. La concordia ordinum. El patriotismo como virtud
cívica y la teoría de las dos patrias. — 3.3. El legado ciceroniano en la teoría política
renacentista italiano y en la tradición jurídico-liberal anglosajona. — 4. Cicerón nos
interpela como hombres. — 4.1. El Humanismo cosmopolita como clave de bóveda. —
4.2. Eclecticismo y potencia de la dimensión ética: razones de una larga fortuna. —
5. Epílogo.

1. Presentación.

1.1. Un libro global que ilustra e interpela.


El libro del que surgen estas reflexiones tiene una acentuada
característica: es un libro global sobre Cicerón. Puesto que hablamos de
la obra de uno de los autores más preeminentes de nuestra cultura
occidental, objeto de innumerables análisis y exposiciones que confi-
guran una literatura de la que se desconocen sus confines, apellidarlo
libro global tiene un preciso y buscado propósito, poner de relieve que
el libro persigue una presentación de conjunto de la filosofía jurídico
política de Cicerón; aspira a ser un libro global, no un libro total; el
propio Llano visualiza su obra en la forma de un cuadro que resulta
vagamente familiar, pero del que se necesitan desvelar las claves (p. 12).
Ese cuadro, en la visión ideal del autor, está compuesto como tríptico.
El tropo no pretende ser una mera manifestación de elegancia literaria
(por otro lado difusa a lo largo del libro), sino un modo de expresar la
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inescindibilidad epistemológica del pensamiento ciceroniano, del que


se ha de tener presente como un todo su posición jurídica, el iusnatu-
ralismo ecléctico; su ideología política, el republicanismo; el huma-
nismo cosmopolita, como postura ética ante la vida. De esa posición, de
esa ideología y de esa postura ética cabe hacer un tratamiento diferen-
ciado, pero como una única estructura tridimensional (p. 5): el cuadro
es un tríptico, pero el cuadro es uno. Por eso hablamos de libro global,
y podría hacerse un mínimo reparo al título de la obra, cuyo encabe-
zamiento primero da, a mi juicio, una visión reduccionista del conte-
nido del libro. Cierto es que la recta ratio es la íntima osatura del
pensamiento ciceroniano, pero creo que no resulta aprehensible o
explicable sino desde una dimensión global y polifacética, que es por
cierto la adoptada por Llano.
Decíamos que el libro no es un libro total, ni pretende serlo. El
riquísimo aparato bibliográfico, no solo en cantidad sino también en
calidad, permite la visita a cualquier aspecto del cuadro para percibir
con el íntimo detalle, que es la única forma de adentrarnos en un
pensamiento trascendido, como todos están de acuerdo, a Cicerón y a
su época, perfundido como está por doquier en las íntimas estructuras
de nuestra civilización. Obra es para conocer a Cicerón y para profun-
dizar en Cicerón; preciosa ayuda en este último aspecto es el afán de
Llano (y consiguiente logro) de contextualizar en función del concepto
la en algunas ocasiones mudable terminología jurídica ciceroniana, cosa
no fácil y muy necesaria para no ver confusión donde no la hay, e
incluso para resaltar que alguna confusión puede dar lugar a fértiles
consecuencias (1). Por otro lado, no se puede esperar otra cosa del
profundo eclecticismo de Cicerón, de su visión pragmática, que tanto
resplandecerá en todas sus obras, de su idea de que el mejor criterio de
la verdad es el consenso general (2) Es más, lo que ha hecho que el
pensamiento ciceroniano haya devenido hasta cierto punto intemporal

(1) Como señala G. FASSÒ, Storia della filosofia del diritto, I. Antichità e
medioevo, edición puesta al día por Carla Faralli, Roma-Bari, 2001, pp. 108-109, a
propósito del pasaje en De haruspicum responso, 32, « Vetera fortasse loquimur;
quamquam hoc si minus civili iure perscriptum est, lege tamen naturae, communi iure
gentium sanctum est ut nihil mortales a dis immortalibus usu capere possint », de donde
se infiere la existencia de un ius gentium « por ley de la naturaleza ».
(2) « Omnes tamen esse vim et naturam divinam arbitrantur, nec vero id
conlocutio hominum aut consessus efficit, non institutis opinio est confirmata, non
legibus; omni autem in re consensio omnium gentium lex naturae putanda est »,
Disputationes Tusculanae, I, 13, 30. El fragmento, reportado por FASSÒ (Storia, cit., I) en
su contexto inmediato no sería en sí mismo, a mi modo de ver, susceptible de la
formulación de una regla valorativa epistemológica tan extensa como pretende el gran
iusfilósofo italiano, y es Llano quien indica, con mayor precisión, la validez del mismo
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y de permanente actualidad (3) es su carácter de abierto, de profundi-


dad que no impide su remeditación y adaptación práctica a lo largo de
la formulación de las ideas políticas de bien diversos tiempos.
Trazado con mano firme y precisa el diseño general de las ideas
jurídico-políticas ciceronianas, el autor abunda en las claves más íntimas
de aquel diseño general. Para el lector, este recorrido está lleno de
ilustraciones esenciales, unas veces de acuerdo con visiones mayorita-
rias, otras veces incorporando formulaciones distanciadas de ellas, otras
desde su propia y personal interpretación; pero el resultado es de una
radical originalidad. En la tradición académica norteamericana tiene
profunda raigambre la distinción entre critical analysis y creative synthe-
sis como una suerte de summa divisio que indica dos formas de posible
originalidad en los trabajos científicos, y a la segunda habría, según mi
juicio, adscribir la obra de Llano, al ofrecer un panorama del ideario
ciceroniano, con metodología propia, con aproximación epistemológica
propia, con claves propias.
Esta cualidad resplandece de modo singular porque es un libro
que no solo nos ilustra de modo global y original, sino que precisamente
por ello nos interpela, y en este aspecto es fiel transmisor de Cicerón. En
efecto, cuando los hombres de Occidente desde hace dos mil años nos
hemos interrogado sobre lo justo y lo legal, sobre la forma ideal de
gobierno, sobre la común naturaleza de la Humanidad, ha sido en gran
medida porque hemos sido interpelados por el pensamiento cicero-
niano. A esa interpelación hemos respondido con el escrutinio del
mismo, encontrando en él la ilustración, sí, pero como válida guía para
la reconstrucción del pasado y la construcción del presente, de acuerdo
con sus especiales inquietudes e intereses. Al hilo de la obra de Llano,
nos gustaría exponer una respuesta ciceroniana a algunas preguntas
como juristas y como ciudadanos.

1.2. La hipótesis historiográfica implícita, de carácter idealista.


El predominio de las ideas liberales en la cultura occiden-
tal.
Para descanso de equívocos, se ha de decir que la hipótesis
historiográfica implícita en la obra de Llano es de carácter idealista,
frente a una posible versión materialista de aquella. Dicho en otras
palabras, se asume como guía una metodología de historia de las ideas,
sin demasiada contextualización histórico-política y prácticamente nin-
guna histórico-económica.

por su conexión con el humanismo cosmopolita de Cicerón, que no puede desligarse de


su concepción iusnaturalista y universalista del Derecho natural (p. 27).
(3) Estas dos características son apuntadas por el propio Llano, p. 12.
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Lo que sucede es que a mi modo de ver, ninguna de las contex-


tualizaciones era necesaria para el propósito del autor, plenamente
logrado, porque el predominio de las ideas liberales en la cultura
occidental es evidente, y el largo eco de Cicerón en Immanuel Kant
(como el propio Llano nos pone de relieve) (4), es la demostración más
palmaria, dado que la última estructura de las sociedades occidentales
modernas, salvo experiencias históricas liquidadas, se ha vertebrado
bajo el pensamiento kantiano, no sobre su « alternativa » hegeliana,
aunque a algunos nos siga pareciendo que la suprema racionalidad
reside en el Estado, y no en el individuo, lo que no impide el
reconocimiento de que esta idea ha sufrido « duras réplicas de la
historia » (5). Con esta premisa, una mayor contextualización no sería
útil, pudiendo incluso resultar perturbadora por reductora, habida
cuenta de la vitalidad del pensamiento ciceroniano a lo largo de siglos
de eventos políticos y económicos cambiantes (6).

2. Cicerón nos interpela como juristas.

2.1. Teoría del Derecho, equidad e interpretación. La aparición


de la formulación de una juridicidad mínima: vi e inter-
pretatio.
La vitalidad del pensamiento ciceroniano tiene una esencial ma-
nifestación desde el punto de vista de la constitución de los saberes
jurídicos, desde el instante en que su dimensión moral y teórica de la
justicia como virtud total posee una vertiente práctica. En su pensa-
miento se da una estrecha combinación entre la teoría jurídica y la

(4) En muchos lugares de su obra, con afirmación explícita en pp. 147-149.


(5) Sobre estas cuestiones me permito reenviar a mi ensayo Estado social y sujeto
privado: una reflexión finisecular, en estos « Quaderni », 25 (1996), pp. 404-419.
(6) Esta afirmación no excluye que el pensamiento de Cicerón, sobre todo en el
terreno político, no pueda ser explicado en clave de materialismo histórico, para ahondar
en su significado de época. A mi modo de ver, hay en su pensamiento un ingrediente de
defensa conservadora de la República, cuando la propia gobernanza de Roma, por
diversos motivos, pero sobre todo económicos y sociales no podía subsistir, herida por
las guerras sociales y la necesidad de racionalizar la explotación del imperio. La
República que defiende Cicerón hace largos años que, bajo un manto de apariencias,
había dejado de existir y vivía su propia corrupción, lo que, como ha de verse, ni al
propio Cicerón escapaba. Dicho de otro modo, en su propia época, sus ideas eran una
ideología de un determinado grupo social. Pero, se repite, ello no significa que sus ideas,
trascendidas a su tiempo, no hayan sido una de las grandes canteras de construcción
política y jurídica de Occidente.
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praxis jurídica en general y la justicia y los principios en particular. Este


es un punto crucial para todos los juristas, y muy singularmente los que
vivimos regularmente en la práctica, y del cual nos da puntual noticia el
autor, estructurando con exacto ordo mentis, después de un proemio
sobre la discutida y discutible reducción de Cicerón al sólo papel de
jurisconsulto (pp. 15-21), la idea del Derecho Natural en Cicerón, las de
justicia y equidad (pp. 27-47) y la entraña de su distinción entre ius
gentium y ius civile (pp. 47-49). A nosotros nos van a interesar espe-
cialmente, por la razón antes dicha, ligada a nuestro desempeño diario,
lo atinente a la vertiente práctica de la justicia y las relaciones entre
equidad e interpretación.
La estupenda página del autor, con breve pero poderosa síntesis
(pp. 31-32), expone las ideas de Cicerón que combinan de modo
inseparable la teoría y la praxis jurídica en general, y de la justicia y los
principios del Derecho en particular, articuladas a través de la aplica-
ción de los officia como deberes morales a la vida cotidiana, mediante
el principio suum cuique tribuere, que impone obligaciones derivadas de
la justicia, que finamente consisten en la defensa de la sociedad humana
« dando a cada uno lo suyo y observando la fidelidad de los contra-
tos » (7), añadiendo más tarde que « puesto que aquellos bienes, que
antes que antes eran comunes, se han convertido en propiedad privada,
que conserve cada uno lo que le ha tocado en suerte; y quien pretenda
utilizarlo para sí, violará las leyes de la sociedad humana » (8).
Para un privatista de hoy resulta impresionante que en dos
pinceladas, Cicerón muestre el entero esqueleto del Derecho Civil:
propiedad, contrato, buena fe, Ello es especialmente claro en el caso de
esta última, a la que da el general valor que hoy predicamos, tanto como
canon general de corrección, cuanto como protección de la confianza
entre sujetos (9) tal como es en nuestro propio tiempo (10), propiciando

(7) De officiis, I, 5, 15, reportado por Llano, pp. 31-32.


(8) De officiis, I, 7, 21, reportado por Llano, ibídem.
(9) A este respecto, merece la pena, creo, traer a colación en su casi integridad,
por su enorme expresividad, el propio dictum ciceroniano, reportado también por Llano,
De officiis, I, 5, 15: « Sed omne, quod est honestum, id quattuor partium oritur ex aliqua.
Aut enim in perspicientia veri sollertiaque versatur aut in hominum societate tuenda
tribuendoque suum cuique et rerum contractarum fide aut in animi excelsi atque invicti
magnitudine ac robore aut in omnium, quae fiunt quaeque dicuntur ordine et modo, in
quo inest modestia et temperantia. Quae quattuor quamquam inter se colligata atque
implicata sunt, tamen ex singulis certa officiorum genera nascuntur, velut ex ea parte,
quae prima discripta est, in qua sapientiam et prudentiam ponimus, inest indagatio atque
inventio veri, eiusque virtutis hoc munus est proprium ». Como se, ve el papel de la fides,
es una de las medidas, íntimamente implicada y coligada con con omne quod est
honestum. Después dirá (I, 7, 23) « Fundamentum autem est iustitiae fides, id est
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incluso los tiempos de su evolución histórica y doctrinal, por cierto no


enteramente cumplidos ni siquiera hoy en lo relativo al contrato como
causa civilis obligandi (11), pero absolutamente dominado en su cele-
bración, ejecución, integración e interpretación por el principio de la
buena fe, al menos en la cultura del civil law (12).
Por lo que hace a la propiedad, el autor nos enseña un aspecto en
el que Cicerón se aparta de una idea bastante común y extendida y
siempre muy defendida en el pensamiento occidental, y desde luego en
el de la Iglesia y la Ilustración (por mucho que en tantos casos se les
pueda considerar antitéticos), y es la de que encuentra su fundamento
en el Derecho natural, ya que reconoce que el origen de la misma puede
ser una presa bélica, al lado de otros posibles. Sin embargo, no escapa

dictorum conventorumque constantia et veritas », con indicación inmediata del origen


del aserto: « Ex quo, quamquam hoc videbitur fortasse cuipiam durius, tamen audeamus
imitari Stoicos, qui studiose exquirunt, unde verba sint ducta, credamusque, quia fiat,
quod dictum est appellatam fidem ».
(10) Sobre la esencialidad de la buena fe en el Derecho moderno, no cabe sino
remitirse a D. CORRADINI, Il criterio della buona fede e la scienza del diritto privato,
Milano, 1970, passim (clásico de titulo bien significativo). Relieves críticos muy intere-
santes en A. DI MAJO, Lettura en estos « Quaderni », 2 (1973), pp. 722-822, proponiendo
una relectura del tema en clave política, desde una perspectiva marxista implícita. A
nuestro juicio (estando incluso mas cerca del approach de Di Majo), ello no quita valor
alguno a una obra escrita desde otra mirada, cuyo arsenal de datos y análisis otorga a la
obra de Corradini su papel de referencia. Como se comprenderá este no es el lugar de
profundizar sobre esta cuestión. Una reciente reevaluación de principio de la buena fe
en el conjunto del ordenamiento, validando sustancialmente las tesis de Corradini, en B.
BISCHI, La buona fede del diritto privato e del diritto pubblico: dalla ragione dell’origine
alla cultura della dicotomia, 2012, paduaresearch.cab.unipd.it/4403/1/Tesi_Bischi.pdf.
Fecha de descarga digital 20 dic. 2018.
(11) Solus consensus obligat es una adquisición muy reciente en el Derecho
moderno (y no completa para la total eficacia del contrato: exigencia de « causa de la
obligación » en civil law, exigencia de consideration en common law), con basamento en
la fides canónica y las necesidades de libertad de forma en el comercio. Para una
ilustración sumaria pero, creo, suficiente al efecto, permítaseme remitir a Á. LÓPEZ Y
LÓPEZ, El contrato, ahora en Derecho Civil Constitucional, Sevilla, 2015. En relación con
la fides canónica, no es de excluir que llegara al Derecho de la Iglesia por la traslación
al pensamiento cristiano de las doctrinas estoicas, en primer momento a la Patrística,
después a la Escolástica, traslación que se produjo por la intermediación de Cicerón. Ad
rem, FASSÒ, Storia, cit., pp. 99-100.
(12) El principio de la buena fe tiene un alcance mucho mas limitado en la
cultura clásica del common law. Análisis y prospectiva, últimamente en M. MATO PACÍN,
El papel de la buena fe en el Derecho contractual inglés, en « Indret », 2018, 2.
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a la crítica (13) de que el Derecho Romano al configurar la occupatio


como modo originario de adquisición de la propiedad, configura un
mundo de res nullius en una nebulosa temporal que no aclara si para
incluirlas en el estatuto de propiedad privada fueron necesarios o no
actos de violencia, de tal forma que no se plantea nunca la legitimidad
de su título: Cicerón no lo excluye, pero no por ello deja de merecer la
misma crítica, al situar al usurpador, una vez establecido el statu quo, en
la categoría nada menos que de violador de las reglas de la sociedad
humana (14). En este punto, Cicerón es esencialmente conservador,
pero curiosamente, de su postura ha derivado toda una teoría de la
« juridicidad mínima » y la posibilidad de ajustar la jurisprudencia a
principios, más allá de la literalidad de la lex, entendida como un puro
mandato qui in sola voluntate consistit. Nos da el pie para entender esta
cuestión esencial en todo el arco histórico del Derecho de Occidente la
presentación de Llano cuando discurre sobre la equidad en Cicerón,
abundado sobre su naturaleza (pp. 36-42), sobre su carácter de princi-
pio de interpretación del Derecho (pp. 42-47), del mismo Derecho civil
como equidad constituida (pp. 47-49) que la traslada del mundo moral
al mundo jurídico, aunque sea en un marco de alguna confusión entre
ius civile, lex naturalis y ius gentium.
Debemos detenernos en el punto de la equidad como principio
de interpretación del Derecho, porque, dice el autor, « al igual que la
doctrina de la justicia, el pensamiento jurídico ciceroniano en relación
con la equidad no se limita tan solo a un enfoque teórico, sino que
también posee una connotación práctica que recorre toda su obra
iusfilosófica » (p. 42), proponiendo como dos ejemplos ilustrativos la
Oratio pro Caecina y la IX Philippica contra Marco Antonio, subrayando
en la primera una ampliación de la protección contra la violencia, hasta
comprender la más ligera violencia (15), proponiendo la superación del
literalismo poniendo las palabras al servicio de la intención y voluntad
de los hombres (16), espiritualismo base de la interpretación que
también propondrá en la citada Philippica (17). El pensamiento cicero-
niano supone un decisivo desarrollo en dos frentes que marcarán el
Derecho Romano para siempre, y en la conocida secuencia histórica, el
Derecho civil de Occidente, sobre todo el del área del civil law, y es de
nuevo un importante trazo diferencial con la del common law, aunque
funcionalmente haya llegado a resultados similares. Podemos rubricar

(13) Ciertamente que no movida desde un plano estrictamente jurídico.


(14) De officiis, I, 7, 21, también reportado por Llano.
(15) Pro Aulo Caecina, 16, 47, reportado por Llano.
(16) Pro Aulo Caecina, 18, 52, reportado por Llano.
(17) IX Philippica, 18, 52, también reportado por Llano.
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estos dos frentes, uno con la palabra vis, otro con la palabra interpre-
tatio.
Nos enseña L. Labruna en un libro que ya ha devenido clásico en
estas incumbencias (18) que durante un largo periodo de de tiempo no
fue atribuida en la sociedad romana relevancia jurídica negativa, ni
pública ni privada, a la vis. Aparte del reconocimiento de hipótesis de
autotutela, las fuentes harán referencia en bastantes ocasiones a la vis
como fuerza, incluso declaradamente violenta, pero no antijurídica; el
pensamiento jurídico romano no percibía la intrínseca y autónoma
peligrosidad social del uso de la violencia, pudiendo incluso reprimir
los resultados de esta, pero nunca a considera que fueran relevantes
para dicha represión el uso de medios violentos. Ello no acaecerá hasta
la emergencia de la tutela interdictal, y en general, la tutela posesoria, en
la que emerge la regla vim fieri veto, en los interdictos prohibitorios, y
la consideración de la vis en vía de exceptio, precisamente la exceptio
vitiosae possessionis. Para el despliegue de estas ideas, acabando con el
sistemático entendimiento de la vis como violencia ilícita, poniéndola en
el centro de la actividad del pretor, habrá que esperar la primera parte
de siglo I. a. C, habiendo sin duda influido los turbulentos aconteci-
mientos después de la dictadura de Sila. De la existencia de una
« formula Octaviana » alrededor de los años 78 o 79, dirigida contra la
vis y el metus, será precisamente Cicerón quien nos dará noticia (19), lo
que explica el soberano conocimiento de que hace gala en Pro Caecina
y la IX Philippica, expresiones sin duda no solo excelsas por la forma y
el vigor retórico, sino reflejos de una trabada doctrina (20), más allá de
su utilización forense o instrumento de acción política.

(18) Vim fieri veto. Alle radici di una ideologia, Camerino, 1970.
(19) CICERÓN, in Verrem, II, 152, reportado por Labruna: « ...postulavit ab L.
Metello ut ex edicto suo iudicium daret in Apronium, qvod per vim avt metvm
abstvlisset, quam formulam Octavianam et Romae Metellus habuerat et habebat in
provincia »; también citado por Labruna, CICERÓN, ad Quintum fratrem, I, 21: « Adiun-
genda etiam est facilitas in audiendo, lenitas in decernendo, in satisfaciendo ac dispu-
tando diligentia. Iis rebus nuper C. Octavius iucundissimus fuit, apud quem proximus
lictor quievit, tacuit accensus, quoties quisque voluit dixit et quam voluit diu; quibus ille
rebus fortasse nimis lenis videretur, nisi haec lenitas illam severitatem tueretur: coge-
bantur Sullani homines, quae per vim et metum abstulerant, reddere; qui in magistra-
tibus iniuriose decreverant, eodem ipsis privatis erat iure parendum. Haec illius severitas
acerba videretur, nisi multis condimentis humanitatis mitigaretur ».
(20) Cuyas primeras expresiones ya se encontraba en Pro Tullio (81 a. C). Véase
parte del fragmento 4, de los a nosotros llegados: « Cum omnes leges omniaque iudicia
quae paulo grauiora atque asperiora uidentur esse ex improborum iniquitate et iniuria
nata sunt, tum hoc iudicium paucis hisce annis propter hominum malam consuetudinem
nimiamque licentiam constitutum est. Nam cum multae familiae dicerentur in agris
longinquis et pascuis armatae esse caedisque facere, cumque ea consuetudo non solum
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Esa doctrina no es otra sino que la presencia de la violencia, de


cualquier violencia, la necesidad del Derecho y el proceso son exigen-
cias de una « juridicidad mínima »: que ello haya sido en la Republica
romana fruto de una decidida defensa de los intereses de los grandes
latifundistas, que ejercientes de la violencia ayer, no pueden ser objeto
de la violencia hoy, bien puede haber sido, como es la tesis de Labruna.
Pero sucede que, formulada desde Cicerón y en forma general y
axiomática por él por primera vez (21), ha acompañado hasta hoy a
nuestro pensamiento jurídico (22), en el cual la autocomposición como
principio no existe, y los casos de autotutela son excepcionales. Así nos
lo cuenta el autor, poniendo de relieve que la violencia inaceptable es
no solo la vis fisica sino también la vis compulsiva. Un mínimo apunte,
en estos tiempos en los que la distinción o indistinción de una u otra vis
está en el fuego de la actualidad, en materia de delitos contra la libertad
sexual o contra el orden constitucional (23). No es este el lugar para
disquisiciones técnicas sobre la diferencia de efectos de una y otra
violencia, pero es claro que, en aras de la eficacia, el discurso forense en
Pro Caecina se abona a la indistinción. Pero esto es pura anécdota, si se
tiene en cuenta que, aunque sea de con rigor diferente, el ordenamiento
moderno reacciona frente a una u otra violencia, y con independencia
de las necesidades del gran abogado, que siempre son saldadas sobre el
caso concreto, hemos visto que para Cicerón la interdicción de la
violencia tiene valor axiomático (24).

ad res priuatorum sed ad summam rem publicam pertinere uideretur, M. Lucullus, qui
summa aequitate et sapientia ius dixit, primus hoc iudicium composuit et id spectauit ut
omnes ita familias suas continerent ut non modo armati damnum nemini darent uerum
etiam lacessiti iure se potius quam armis defenderent ».
(21) De legibus, 3.XVII, 42: « Deinceps sunt cum populo actiones, in quibus
primum et maximum, ‘vis abesto’. Nihil est enim exitiosius civitatibus, nihil tam
contrarium iuri ac legibus, nihil minus civile et inhumanius, quam composita et
constituta re publica quicquam agi per vim ». Nótese que estamos fuera de la necesi-
dades del discurso forense, en una obra filosófica muy anterior (circa 80 a. C) a Pro
Caecina (69 o 68 a. C son las fechas comúnmente aceptadas).
(22) Acompañada por la idea de que la violencia legítima corresponde solo al
Estado. Como se ha de comprender, que éste sea un orden de propietarios o integre
políticamente también a los « no poseedores » es discurso de otro lugar, y aquí
perfectamente extravagante, en el sentido originario del término.
(23) Española, pero no cabe la menor duda de que se puede plantear, y de
hecho se ha planteado en otras latitudes jurídicas. Es evidente que me refiero a la
polémica levantada sobre la diferencia entre violación y abuso sexual (caso « La
Manada »), y la aplicación del tipo penal de rebelión a los independentistas catalanes que
atentaron contra el orden constitucional.
(24) De legibus, 3, XVII, 42, antes invocado.
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2.2. Los inicios de un nuevo saber jurídico estructurado por


principios.
Con todo, hay que concederle quizá una superior importancia a
otro aspecto de Pro Caecina, como muestra Llano (p. 44), y es que la
equidad como principio es fuente de entendimientos de la ley más allá
del puro literalismo, atendiendo a la utilidad común, lo que se repite
también en la IX Philippica, en otro contexto y otra situación, pero con
el mismo espíritu (pp. 45-47).
En efecto, hay que decir que estos textos ciceronianos son
paradigmas de un grand tournant jurídico, acaecido durante los tiempos
maduros y finales de la República: el formalismo se atenúa fuertemente,
y la interpretación se inspira en la mens y en la voluntas legis y persigue
el aequum y el bonum (25). Ahora bien, pasar del formalismo (en este
dominio, literalismo) a la interpretatio, no es, o no es tan sólo, cambiar
de canon hermenéutico, sino abrir vías a una praxis orientada por
principios, y el estudio conjunto de estos ya supone un saber formali-
zado, al que podemos llamar convencionalmente ciencia, prescindiendo
de querellas gnoseológicas y terminológicas sobre si tal término con-
viene al Derecho o sólo a las Ciencias de la Naturaleza. Este salto, por
vía de la interpretación, a la ciencia, es absolutamente impropio de la
jurisprudencia romana clásica, cuyo método no es guiarse por reglas
prefijadas, sino irlas induciendo, y siempre con gran flexibilidad, de una
lenta decantación a través de los casos concretos: un ideal sistemático,
más allá de lo meramente clasificatorio, no lo habrá en el Derecho de
Roma hasta los Digesta, que son lato sensu, una codificación de inspi-
ración griega, aunque sus materiales sean, en gran medida, los del
Derecho romano de Occidente (26).

(25) F. SERRAO, Interpretazione della legge (dir. rom), en Enciclopedia del diritto,
XXII, Milano, 1972, pp. 246-247. El mismo autor nos dice como en la contraposición
scriptum-voluntas, la interpretatio ex voluntate se identificaba con la aequitas, lo que es
recurrente en las obras de Cicerón (ibídem, p. 244), como nos ha mostrado orgánica-
mente y con pormenor, y con preciso encaje conceptual en el entero pensamiento
iusfilosófico ciceroniano el proprio, Llano, pp. 27-47. Serrao asimismo añade el dato
significativo de la estrecha relación ideológico-cultural entre el famoso paso de De
officiis, I, 10, 33: « Existunt etiam saepe iniuriae calumnia quadam et nimis callida, sed
malitiosae iuris interpretatione ex quo illud ‘summum ius summa iniuria’ factun est iam
tritum sermone proverbium... » y D. 10,4,19, Paulo l. 4 epit. Alf: « respondit non
oportere ius civili calumniari neque verba captari, sed qua mente quid diceretur
animadvertere convenire », de derivación serviana, ibídem, p. 245.
(26) Sobre todos estos aspectos, la autoridad incontestable de F. SCHULZ,
Principios del Derecho Romano, traducción española, a cargo de M. García Abellán,
Madrid, 1990, pp. 27-38.
A PROPOSITO DI... 717

No obstante, el principio romano de desconfianza hacia la abs-


tracción, y en concreto la de la norma, como es sabido enderezó en la
época clásica los derroteros jurídicos. a través de un camino casuístico.
Casuismo que se traslada no solo al mecanismo de decisión de un
conflicto concreto, a través de la acción y su fórmula, sino también a la
literatura jurídica (donde priman reunión de opiniones y precedentes y
estos últimos, con el valor de que se dirá), y al estilo de las leyes,
asimismo eminentemente casuístico. En la época postclásica, hay una
tendencia a la abstracción y, singularmente en las obras que aspiraban
a ser elementales, intentos de construcción de sistemas, desde Q.
Mucio, Sabino y Gayo, en especial, en las Instituciones de este; pero
con gran descuido, licencias e imperfecciones, lo que redunda en que
determinadas partes del discurso y la ilación entre ellas parecen no
responder a ningún plan o programa, y prima un interés por las
particularidades; en las obras no elementales apenas hay trazos por una
trabazón única, y prevalece casi absolutamente el dicho interés. En
suma, aunque en la época postclásica hay un cierto esfuerzo por crear
categorías o distinciones, no llega a la formación de un sistema y desde
luego a ninguno como tal responde el Digesto: sus criterios de ordena-
ción son otros (27). Estos apuntes no vendrían a cuento en este lugar, si
no fuera porque Cicerón se aparta de este modo de ver las cosas: hay
una auténtica exigencia de sistema jurídico en el pensamiento de
Cicerón (28).
Este es un punto crucial del legado de Cicerón, más allá de que
no tuviera éxito en su época (29), ni él intentara nada más allá directa-
mente del opúsculo perdido De iure civili in artem redigendo del que

(27) Sigo en todo a Schulz, ibídem, pp. 61-89.


(28) Vid. ibídem, pp. 86-87 sobre la « exigencia de sistema » ciceroniana.
(29) El mismo Schulz nos lo cuenta, ibídem, pp. 88-89, subrayando el nulo eco
de Cicerón en la jurisprudencia romana, « con un silencio cortés », en sus palabras, al
tiempo que hace gran elogio del método casuístico, dotado de vivacidad y frescura,
encontrando precisamente en él la admiración de la posteridad. Es esta afirmación de
Schulz cierta, aunque, como siempre en él, transida de ferviente amor, un poco en
exceso, en alguna ocasión, por el Derecho Clásico; pero para un civilista educado en los
Códigos, es difícil no pensar que el Derecho Romano se ha constituido en uno de los más
valiosos legados para el Derecho de Occidente, no solo por aquella vivacidad y frescura
del Derecho Clásico, sino también por el vehículo de su transmisión y acomodación, el
Corpus Iuris Civilis, del que deriva su papel esencial de formante del ius commune. Esta,
por otra parte, es vieja discusión (y con muchas vertientes) en la que ni siquiera cabe
entrar aquí. En cuanto a la cuestión de la relación de Cicerón con la jurisprudencia,
desde todos los aspectos es esencial el libro de A. CASTRO SAENZ, Cicerón y la jurispru-
dencia romana. Un estudio de historia jurídica, Valencia, 2010, passim.
718 QUADERNI FIORENTINI XLVIII (2019)

apenas tenemos noticia, y con mayor densidad en De Oratore (30),


Brutus (31) y Topica ad Trebacium donde, se dice (32), realmente
tampoco hay un ideal de sistema, salvo algo en el primero y más en la
forma de recomendar clasificaciones que remedien la oscuridad de la
exposición escolar, mientras que los dos últimos se mueven dentro del
plano de lo que hoy llamamos argumentación jurídica (ars dialectica, loci
argumentorum). En efecto, así han llegado a nuestros días, en especial
tras la reconsideración de la Tópica por obra de Theodor Viehweg (33)
y toda la literatura generada alrededor de esta recuperación (34).
No obstante, aun aceptando esa interpretación de los textos, creo
que el papel de Cicerón en la articulación posterior de un sistema
jurídico, o si se quiere de una ciencia (con el mínimo sentido de saber
formalizado), es absolutamente decisivo, aunque dicho papel haya de
buscarlo aliunde, o más bien contemplando aquellos textos en un
contexto más global, vertebrado por el papel de la aequitas. Es esta
contemplación un gran logro del libro de Fernando Llano, cuando
resalta (al lado del esencial papel fundante del Derecho natural como
ratio summa, insita in natura, pp. 22-27) no solo la dimensión moral de
aquella, por su relación con la iustitia, sino también su vertiente práctica
como ya hemos tenido ocasión de ver (35). La secuencia de conjunto es

(30) De oratore, I, 42, 190: « Hisce ego rebus exempla adiungerem, nisi apud
quos haec haberetur oratio cernerem; nunc complectar, quod proposui, brevi: si enim
aut mihi facere licuerit, quod iam diu cogito, aut alius quispiam aut me impedito
occuparit aut mortuo effecerit, ut primum omne ius civile in genera digerat, quae
perpauca sunt, deinde eorum generum quasi quaedam membra dispertiat, tum propriam
cuiusque vim definitione declaret, perfectam artem iuris civilis habebitis, magis magnam
atque uberem quam difficilem et obscuram ».
(31) Brutus, 41, 152: « Hic Brutus: ain tu? inquit: etiamne Q. Scaevolae Servium
nostrum anteponis? Sic enim, inquam, Brute, existumo, iuris civilis magnum usum et
apud Scaevolam et apud multos fuisse, artem in hoc uno; quod numquam effecisset
ipsius iuris scientia, nisi eam praeterea didicisset artem, quae doceret rem universam
tribuere in partes, latentem explicare definiendo, obscuram explanare interpretando,
ambigua primum videre, deinde distinguere, postremo habere regulam, qua vera et falsa
iudicarentur et quae quibus propositis essent quaeque non essent consequentia ».
(32) Al respecto, la opinión de F. Cuena Boy, que da sobre el punto riquísima
noticia en Sistema jurídico y Derecho romano, Santander, 1998, pp. 70-87.
(33) Topik und der Jurisprudenz, München, 1953.
(34) Noticia, un tanto acrítica, en J. DORANTES, La tópica, en « Alegatos », 1996,
32, passim. Interesantes consideraciones en P. SANZ BAYÓN, Sobre la tópica jurídica en
Viehweg, en « Revista Telemática de Filosofía del Derecho », 2013, 16, pp. 83-108. Un
apunte sobre las limitaciones de la « tópica », se puede encontrar en mi trabajo
Conversaciones con difuntos: Luigi Caiani, en estos « Quaderni », 29 (2000), pp. 315-317.
(35) En los apartados 1.1 a 1.8, esencialmente, de este trabajo.
A PROPOSITO DI... 719

un trazo que dibuja Llano con precisión, partiendo precisamente desde


la afirmación en la Tópica del ius civile como « equidad consti-
tuida » (36), a la afirmación de la superación del formalismo y el
literalismo, resplandecientes en Pro Caecina, con el resultado de la
amplia apertura a la interpretatio (37), como exigencia de la propia
aequitas.
Aquí es donde hay que ver, según mi juicio, el papel fundacional
del pensamiento ciceroniano a la hora de construir un sistema, más allá
del éxito o fracaso de sus intentos, antes narrados, de reivindicarlo para
su época. Lo acaecido es una muestra más de como el pensamiento
ciceroniano trasciende a su época, no tanto por desprenderse de su
contexto, cuanto por la posibilidad, fuertemente marcada por su carác-
ter ecléctico y su legado ético, de inspirar nuevas realidades que, se dice
de nuevo, alcanzan respuestas interpelando a Cicerón. En efecto, el
sistema jurídico romano de la época republicana y el primer periodo del
imperio, encontró su modo de producción y evolución en la interpre-
tatio prudentium, que se ha inspirado en muchas ocasiones en decisio-
nes para casos análogos. Nótese bien que no hay propiamente una
doctrina del precedente porque las decisiones tenían una eficacia
particular, fundada no en aquella doctrina, sino en la auctoritas del que
las emitía; pero de hecho, la tradición poseía tanto peso, que imponía la
solución al quid novum, y exigencias jurídicas objetivas, que son exi-
gencias de equidad, empujaban a adoptar soluciones jurídicas análogas
en los casos que presentan relaciones de similitud (38). En suma, de la
equidad y de la interpretación espiritualista nace el argumentum a
simile, cuya expresión sería la analogía: en su escalón mas bajo la
analogia legis, en el más alto la analogia iuris. Ahora bien, no hay
analogía sin toto iure perspecto, sin visión de conjunto, y esta visión
conduce a la elaboración de principios, y con ellos está dada la del
sistema. Esta operación intelectual, que hoy nos parece fácil (39), pero
que ha necesitado la superación de siglos de literalismo y formalismo, es

(36) Tópica, 2, 9 (reportado por Llano): « ...Ius civile est aequitas constituta eis
qui eiusdem civitatis sunt ad res suas obtinendas; eius autem aequitatis utilis cognitio est;
utilis ergo est iuris civilis scientia ».
(37) Amplia apertura de la interpretatio, que se considera por uno de los
mayores romanistas españoles, J. Santa Cruz Teijeiro, el mas potente mensaje del citado
discurso: vid. La oratio pro Cecina y la interpretación espiritualista, en « Anuario de
Historia del Derecho español », 1942-43, pp. 609-620.
(38) Sigo a V. PIANO MORTARI, Analogia: premessa storica, en Enciclopedia del
Diritto, II, Milano, 1958, pp. 349-350.
(39) Lo que no obsta a que en sus realizaciones mas concretas, el procedimiento
analógico esté lleno de dificultades. Como un primer esbozo, teniendo en cuenta que la
literatura sobre la analogía es desbordante, me permito remitir de nuevo a mi trabajo
Conversaciones con difuntos: Luigi Caiani, cit., passim.
720 QUADERNI FIORENTINI XLVIII (2019)

la de Cicerón en Pro Caecina, y dota de profundo sentido, mas allá del


valor de la propia Topica, a la afirmación de que ius civile est aequitas
constituta. De este modo, el pensamiento ciceroniano, abre el camino a
un pensar jurídico sistemático. El libro de Fernando Llano muestra con
nitidez la dicha operación, con un discurso fielmente fundado en las
fuentes y limpio de excrecencias que impidan verla, en el profundo y
final sentido que tendrá en el tiempo hasta la era de la modernidad.

3. Cicerón nos interpela como ciudadanos.

3.1. Patriotismo republicano y legado doctrinal de Cicerón en


el pensamiento político.
En la visión del tríptico que el autor nos anunciaba como un viaje
intelectual a la obra de Cicerón, hay un segundo panel, cuyas bisagras
no expresan una conjunción o yuxtaposición, sino una íntima relación
(el cuadro, repitámoslo, es uno) dedicado al pensamiento republicano y
a su legado doctrinal (pp. 117-123). Son estas páginas ricas de fermen-
tos que alimentan ideas que están hoy casi en el fuego de la actualidad,
con un legado ético tan impresionante que trasciende al análisis del
contexto histórico del momento de su formulación, como de hecho
sucede en toda la obra de Cicerón; es idea que ya hemos expresado
antes, aunque al final expresemos alguna reserva sobre los fundamentos
materiales de aquel contexto, tal vez necesaria no tanto por reevaluar
críticamente el pensamiento ciceroniano, cuanto por ver su completa
dimensión histórica, el significado de su imponente trazo en la historia
jurídico-filosófica-política hasta a nuestros días.
Este segundo panel tiene dos partes que se pueden diferenciar (al
menos, tanto como puedan diferenciarse en un libro global), la primera
destinada al tratamiento del patriotismo republicano y la idea de
libertad en el pensamiento jurídico-político ciceroniano (pp. 53-78), la
segunda sobre la recepción del legado jurídico político del pensador de
Arpino en el republicanismo humanista italiano y la tradición
republicano-liberal anglosajona (pp. 78-122).

3.2. Algunas consideraciones sobre el patriotismo republicano.


La concordia ordinum. El patriotismo como virtud cívica
y la teoría de las dos patrias.
Por lo que hace al patriotismo republicano, Llano nos muestra,
entre otras fuentes, un agudo análisis de importantes pasajes con clara
visión del conjunto, del tratado De republica (pp. 53-77, passim). Nos
marca una guía para entender la gran obra: el acentuado eclecticismo de
Cicerón, embebido de la percepción de lo real propia de los estoicos, lo
A PROPOSITO DI... 721

que redunda en una acentuada diferencia con los planteamientos


idealistas, a pesar de los innegables paralelismos de De republica y De
legibus con los tratados homónimos de Platón (pp. 55-56). Con ello, su
discurso tal vez no esté construido con materiales originales, pero es
original en su metodología, que conjuga la vía del pensamiento espe-
culativo de cuño griego con la vía del conocimiento de la experiencia
histórica del pueblo romano. Este subrayado del autor me parece una
de las afirmaciones más brillantes del libro (p. 56), porque a mi juicio
en esa original conjugación, llena de contenido ético y práctico, reside
una de las razones profundas por las que el pensamiento ciceroniano ha
hablado a través de tantas y tan diversas épocas de la cultura de
Occidente.
Aunque hemos repetido una y otra vez la relatividad del contexto
histórico de Cicerón para valorar su influencia y determinación en otros
momentos, sí que me hubiera parecido o una referencia más crítica a la
idea de la concordia ordinum y de necesidad del tutor reipublicae para la
salvaguarda de aquella, en el diseño de la teoría de la « Constitución
mixta ». A mi modo de ver, cuando el autor aborda este punto (pp.
75-78) asevera que el ideal de concordia terminaría chocando con la
turbulenta realidad de su tiempo dado que caballeros y nobles repre-
sentaban una mínima fracción, achacando que el enfrentamiento entre
optimates y populares, sumió a la Republica en una grave crisis de la que
o pudo sobrevivir; además Cicerón no dispuso de apoyo financiero,
dando el primer triunvirato y su renovación el golpe a « la república
soñada » por aquel. Ante el desorden previsible, comienza a considerar
la figura del tutor reipublicae como guardián de la concordia ordinum
(pp. 75-76) (40).
Las afirmaciones de Llano se pueden compartir sin dificultad,

(40) La figura del tutor reipublicae ideada por Cicerón se considera, con razones
de peso (sobre el punto, con decidida afirmación vid. F. DE MARTINO, Storia della
costituzione romana, IV, primera parte, Napoli, 1974, pp. 51-53), el principal antece-
dente de la figura del Princeps, que encarnará después en Octaviano Augusto, con el
resultado que es bien conocido: apariencia formal de conservación de las instituciones
republicanas absolutamente condicionada por la atribución a aquel del título de
imperator. El significado de las complejas figuras de imperia es muy controvertido, pero
parece fuera de discusión que su atribución a Augusto no se correspondía con ninguna
de las magistraturas extraordinarias republicanas. En la práctica, ello suponía la subor-
dinación de cualquier decisión política al poder militar, y en concreto, al poder personal
del que ostentaba aquel título. Es obvio que, aunque la estructura jurídica del imperium
no era la de un poder absoluto, está destinado a devenir el título específico de un
monarca, aunque el Principado de Augusto, fue una forma de gobierno ni estrictamente
republicana, ni estrictamente monárquica. Ampliamente sobre el tema, De Martino,
ibídem, pp. 107-309.
722 QUADERNI FIORENTINI XLVIII (2019)

pero de alguna forma abonan, en este concreto punto, un Cicerón


utópico, cuyo pensamiento ya no puede trascender a su tiempo, porque
la añoranza de la vieja Republica no puede ocultar que desde hace
tiempo, su estructura estaba destruida y era un régimen basado en la
explotación de los resultados de las conquistas territoriales y, sobre
todo, por una confiscatoria fiscalidad impuesta a todos los ciudadanos
que no pertenecieran al orden senatorial o al ecuestre, empobrecidos
por las deudas, que veían su única esperanza en la quita de estas y la
munificencia de los grandes capitanes militares (41).
El propio autor, con la suma probidad que caracteriza su dis-
curso, nos dice que cabe predicar del pensador de Arpino la búsqueda
de un equilibrio entre poder, autoridad y libertad, y visión compartida
del bien común « más allá de la verdadera motivación que pudiera tener
para mantener la concordia ordinum » (p. 76). En todo caso, me parece
que la idea de la concordia ordinum es uno de los puntos del legado
ciceroniano, salvo como instrumento retórico a parti pris, que menos
influencia ha tenido, porque la tal concordia predica siempre desigual-
dad (42).

(41) Suma munificencia, fiscalidad menos confiscatoria y quita de deudas eran


los más importantes fundamentos de la popularidad de Cesar, como apunta De Martino,
ibídem, p. 6. La historiografía tradicional ha presentado una interpretación in malam
partem de Catilina y de Cesar, que hoy se tiende a revisar: ni Catilina pretendía más
reformas sociales de las que se empezaban a encontrar muestras en el periodo de Sila, y
después se realizaron parcialmente, sobre todo en la estructura latifundista y la condo-
nación de las deudas, por César (que, por cierto, es la primera medida que toma en
España, 62 a. C), y Augusto. De todos modos, las reformas augusteas, destinadas a
perdurar, no pueden considerarse, en forma alguna, ejecutoras de las ideas del partido
popular: más bien su propósito fue el de restaurar los principios tradicionales (ibídem,
pp. 7-15). Tampoco es claro que las aspiraciones de César a la monarquía existieran
como tales, y desde luego, jamás intentó una alianza con Catilina. Finalmente, la
autorización del senatus consultum ultimun, tras haberse pronunciado la tercera catili-
naria, y la ejecución sumaria de los conjurados (salvo Catilina que, como es conocido,
murió posteriormente en la batalla de Pistoia) nos presentan un Cicerón actuando fuera
de los principios defendidos por él. Sobre este punto, la indiscutible autoridad de J.M.
BLÁZQUEZ MARTÍNEZ, Lucio Sergio Catilina, un gran reformador social y líder de la juventud
romana, versión digital, Gabinete de Antigüedades de la Real Academia de la Historia.
Fecha de descarga digital 23 noviembre 2018. El trabajo presenta una visión totalmente
peyorativa de Cicerón con la grave acusación de que las Catilinarias fueron compuestas
ex post facto, precisamente para justificar las ejecuciones sumarias. No es momento de
hacer cuestión de esto, pero sí de constatar melancólicamente que las grandes ideas de
los hombres trascienden a sus virtudes personales.
(42) Sin que mi afirmación, aquí y ahora, prejuzgue ninguna valoración sobre el
origen de la misma, o sobre la conveniencia o inevitabilidad de la misma, ni mucho
A PROPOSITO DI... 723

Todo lo contrario, a mi juicio, cabe decir de la idea ciceroniana de


patriotismo republicano, como virtud cívica, con su espléndida mani-
festación en la teoría de las dos patrias, como expone el autor (pp.
64-69), resumiendo precisamente que la patria natural es la comunidad
de tradiciones y usos ancestrales, de costumbres familiares, de creencias
compartidas, a cuyo amor no se debe renunciar, pero es a la patria
política a la que se debe prestar la lealtad inquebrantable, en cuanto
garante de la civilidad y la libertad. Esta lealtad se expresa en la
obediencia a las leyes, y esta obediencia no es más que fruto de la
libertas y al tiempo garantía de la misma. Esta idea de la conexión entre
libertas y servidumbre a la ley es bien distinta a la parecida de Platón,
porque se extiende a todos los ciudadanos. Pero hay más: la teoría de
las dos patrias es una manifestación de un patriotismo republicano de
naturaleza universal, alejándose de toda idea de nacionalismo xenófobo.
Es difícil evitar que la idea ciceroniana no resuene fuertemente en
nuestros oídos, cuando la idea de exclusión del « otro », como núcleo
de la construcción de nuevas patrias, se propaga por nuestro mundo. La
teoría de las dos patrias se convierte en parola d’ordine de nuestros
agitados tiempos.

3.3. El legado ciceroniano en la teoría política renacentista


italiano y en la tradición jurídico-liberal anglosajona.
En el capítulo III, desenvuelve Llano la recepción del legado
jurídico político de Cicerón en el republicanismo humanista italiano y
la tradición jurídico liberal anglosajona, dedicando especial atención a
la Italia del « Trecento » y del « Quattrocento », al « Cinquecento » a
través de Guicciardini y Maquiavelo (pp. 79-97), observando que en
pocos países se hicieron tan operativos los ideales del neorrepublica-
nismo romano y los modelos de pensamiento maquiavélico como en
Inglaterra, en la etapa que va de la English Civil War a la Glorious
Revolution (pp. 97-117), dedicando finalmente (pp. 117-120) un enjun-
dioso apunte a la influencia de Cicerón en la tradición republicana
atlántica, subrayando el favor del que gozaba entre algunos de los
Founding Fathers norteamericanos, en especial John Adams y Thomas
Jefferson.
Perfectamente armónica con el resto del libro, esta parte del
mismo, tiene algunos rasgos de un tratado autónomo, aunque obvia-
mente solo puede ser leída como lo que es, una secuencia de aquel, e
ilustra perfectamente la vitalidad e inspiración del pensamiento cicero-
niano a través de grandes hitos del pensamiento jurídico-político de

menos sobre el hecho de que la concordia ordinum pueda ser un pacto social fundante
y viable, sobre todo en determinadas incumbencias, o ante determinadas circunstancias.
724 QUADERNI FIORENTINI XLVIII (2019)

Occidente Esto dicho, el contenido es tan rico y tan sugerente, que


excedería claramente de la dimensión de mi propósito otra cosa que no
fuese dar noticia. Noticia para juristas, para historiadores, para filóso-
fos, para estudiosos de la teoría política, y, ojalá, para políticos.

4. Cicerón nos interpela como hombres.

4.1. El Humanismo cosmopolita como clave de bóveda.


Esta es la última razón, creo, de que Cicerón nos siga interpe-
lando hoy, más allá de la mudanza histórica, más allá de su época, más
allá de su papel personal en ella. Nos lo muestra Llano en colmadas
páginas (pp. 123-159), en las que, entre tantas cosas, se convocan a
dioses mayores de la libertad y la civilidad, Vitoria, Puffendorf, Kant,
páginas que culminan el empeño del autor, cuya clave de bóveda la
expresan con singular precisión tanto el título del capítulo: « El Hu-
manismo cosmopolita de Marco Tulio Cicerón », como la frase que lo
finaliza: « Cicerón contribuyó con su doctrina iusfilosófica a ampliar los
límites del republicanismo romano al proyectar a toda la humanidad su
defensa del gobierno de la razón, el imperio del Derecho y la garantía
de la libertad » (p. 159).

4.2. Eclecticismo y potencia de la dimensión ética: razones de


una larga fortuna.
En ese Humanismo cosmopolita (como subraya con exactitud el
autor, « más allá del ius gentium », pp. 137-142), se hunden principales
razones de la inmensa aceptación del pensamiento ciceroniano, para mí
dos esenciales: el carácter ecléctico de su doctrina y la potencia de la
dimensión ética de la misma. El eclecticismo, convendría tenerlo en
cuenta, no es solo una forma de integrar el pensamiento ajeno, sino que,
precisamente por ello, solo puede nacer del respeto y la tolerancia a los
diversos sentires de los otros. En un pensador ecléctico siempre hay un
modo de reconocerse, una manera propia de interpretarlo y reinterpre-
tarlo. El eclecticismo no es, ni axiológica, ni epistemológicamente, un
enfoque filosófico menor.
Añádase a ello la potencia de la dimensión ética. P. Frezza lo ha
dicho con frase insuperable: « È gran mérito (forse il più gran merito)
del pensiero giuridico dell’ultimo secolo della repubblica (ossia
appunto del secolo di Cicerone) aver messo in evidenza la necessità di
concepire l’esperienza giuridica come inseparabile dai valori etici » (43).

(43) Fides bona, en Studi sulla buona fede, Milano, 1975, p. 16. Cursiva del autor.
A PROPOSITO DI... 725

La experiencia jurídica y, conexa con ella, la política y filosófica,


añadimos.
En estas dos razones se funda, creo, la fortuna de Cicerón a través
de los tiempos, fortuna, anhelamos, destinada a perdurar.

5. Epílogo.
Concluye Llano su obra con un « Epilogo », donde campean la
reivindicación de los clásicos, la del propio Cicerón, y agudas referen-
cias a la realidad de hoy; páginas llenas de fervor intelectual. Educados
en otra tradición de la historia de las ideas, algunos quizá no estamos en
grado de compartirlo en su totalidad, lo que carece de toda importan-
cia, precisamente porque se trata de un clásico, del que importan sus
libros; y « clásico es aquel libro que una nación o un grupo de naciones
o el largo tiempo han decidido leer como si en sus páginas todo fuera
deliberado, fatal, profundo como el cosmos y capaz de interpretaciones
sin término. ...Clásico no es un libro... que necesariamente posee tales
o cuales méritos; es un libro que las generaciones de los hombres,
urgidas por diversas razones, leen con previo fervor y con una miste-
riosa lealtad » (44). Es este « previo fervor » el que siempre nos unirá
leyendo a Cicerón.

(44) Jorge Luis BORGES, Sobre los clásicos, en Otras inquisiciones, 1952, cito por
Obras Completas, II, Buenos Aires, 1997, p. 151.

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