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Pablo Martínez Gramuglia

constitución del corpus del trabajo crítico. Si bien el centro de su inte-


rés es la figura de José Martí, al estudiar otros escritores que también
produjeron su obra para la prensa periódica más que para libros, en
el marco de distintos exilios y viajes (Andrés Bello, Domingo Fausti-
no Sarmiento, Eugenio María de Hostos), Ramos logró una imagen
más ajustada del letrado americano del siglo XIX que debe situarse
frente a los Estados más o menos organizados, según el caso, tanto
como frente a mercados literarios ya en formación. La distinción
clave, entonces, es entre la esfera pública y un mercado de bienes
culturales, que, con metonimia, formula como el paso de “las letras”
a la literatura en un sentido moderno, como discurso especializado
con fines estéticos; así, la modernización “desigual” de América Lati-
na (un capitalismo internacional que se impone más rápido que un
Estado liberal republicano) desarticula las instituciones en las que el
letrado había fundado su autoridad (la retórica, las leyes, el “buen de-
cir”) para dar lugar al escritor artista en el último tercio del siglo. La
“fragmentación de la república de las letras” (título del tercer capítu-
lo de su libro) en ese período lo lleva a considerar “a los escritores de
la época como nuestros primeros intelectuales modernos, no porque
fueran los primeros en trabajar con ‘ideas’, sino porque ciertas prác-
ticas intelectuales, sobre todo ligadas a la literatura, comenzaban a
constituirse fuera de la política y frecuentemente opuestas al Estado,
que había ya racionalizado y autonomizado su territorio socio-dis-
cursivo” (Ramos, 1989: 71, destacado en el original).
Junto con el paso del letrado al literato, así, en las décadas finales
del siglo XIX, surgen otras descendencias de aquel concepto proteico
ahora estallado: el científico (de las ciencias naturales o de las nuevas
ciencias sociales), el periodista, el académico, el militante político. La
profesionalización de los letrados marca entonces una pérdida de
poder real de intervención sobre la sociedad, y en ese sentido tam-
bién la condición de “autonomía” es central para delinear la figura
del letrado americano. Ramos, como Halperín Donghi, concibe la
autonomía del letrado como prescindencia de la actividad política
concreta y refugio en la estética, mientras que, en la visión de Rama
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letrado americano

–recuperada por Myers y otros autores–, la autonomía del letrado de


la primera mitad del siglo XIX implica en verdad menor dependen-
cia del poder y, en consecuencia, mayor capacidad de intervención.
Más allá de los matices en su concepción, letrado, tanto en la crí-
tica literaria como en la historia y en las ciencias sociales, permite
referir a un tipo de productor de discursos que difiere de modo signi-
ficativo del escritor de ficciones y del intelectual público (conciencia
crítica de la sociedad) del siglo XX. Pero su especificidad de americano
parece estar dada en sus distintas versiones por esa relación cercana
o distante –pero siempre definitoria– con el poder, como si las condi-
ciones de producción intelectual en el continente reclamasen a sus
ejecutores un posicionamiento que resulta él mismo una de las con-
diciones. “Letrado americano” dice más que la conjunción de la mera
capacidad de lectoescritura (o la pertenencia a un grupo profesional)
y una localización; habla también de los límites y los anhelos de la
actividad reflexiva y escrituraria llevada a cabo en nuestro pasado.

Lectura recomendada

Halperín Donghi, Tulio (2013). Letrados y pensadores. El perfilamiento del


intelectual hispanoamericano en el siglo XIX. Buenos Aires: Emecé.

Myers, Jorge (2008). “El letrado patriota: los hombres de letras hispanoa-
mericanos en la encrucijada del colapso del imperio español en Améri-
ca”. En Jorge Myers (coord.). Historia de los intelectuales en América Latina
I: La ciudad letrada, de la conquista al modernismo (pp. 121-144). Buenos
Aires: Katz.

Rama, Ángel (1984). La ciudad letrada. Hanover: Ediciones del Norte.

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Pablo Martínez Gramuglia

Ramos, Julio (1989). Desencuentros de la modernidad en América Latina.


Literatura y política en el siglo XIX. México: Fondo de Cultura Económica.

Vitulli, Juan (2013). Instable puente: la construcción del letrado criollo en la


obra de Juan de Espinosa Medrano. Chapel Hill: University of North Caro-
lina Press.

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los raros
Rodrigo Caresani

Si bien la locución no fue objeto de una reflexión sistemática ni se


impuso como un concepto consolidado, resulta legítimo sostener
una incidencia constante del término en la crítica latinoamericana
desde su formulación inaugural por Rubén Darío hasta un presente
reciente en donde parece ocurrir que “la noción de lo raro se ha per-
dido en la disolución de fronteras” (Blixen, 2010: 55). La cristalización
como palabra clave puede reconocerse y datarse con precisión en el
título de una serie de vidas de escritores que Darío publica, en buena
medida aunque no solamente, en el diario La Nación de Buenos Aires
entre agosto de 1893 y septiembre de 1896 (la primera con el epíteto
es “Los raros – ‘Filósofos finiseculares’ – Nietzsche – Multatuli”, del
2 de abril de 1894). Hacia fines de 1896, Darío selecciona diecinueve
de sus raros (Leconte de Lisle, Paul Verlaine, Villiers de L’Isle-Adam,
Léon Bloy, Jean Richepin, Jean Moréas, Rachilde, Théodore Hannon,
Lautréamont, Max Nordau, Georges d’Esparbès, Augusto de Armas,
Laurent Tailhade, Domenico Cavalca, Édouard Dubus, Edgar Allan
Poe, Henrik Ibsen, José Martí y Eugénio de Castro) y los recoge en
uno de los volúmenes más debatidos de su tiempo, Los raros (Bue-
nos Aires, Talleres de “La Vasconia”); el tomo tendrá una reedición
de gran circulación al otro lado del Atlántico en 1905 (Barcelona,
Maucci), con dos nuevos retratos agregados (Camille Mauclair y Paul
Adam). A partir de estos umbrales, el archivo de la comprensión de
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Rodrigo Caresani

los raros presenta en América Latina un devenir proliferante, de di-


fícil sistematización, pues se configura de manera regular como un
enclave de discusiones críticas: en términos de Hugo Achugar se tra-
ta, en todos los casos, de “una situación o un producto donde se ejer-
cen distintas formas del disenso de lo raro” (2010: 23). A pesar de esta
proliferación, que habilitó a la par su riqueza y sus múltiples modu-
laciones, es factible encontrar en la compleja formulación dariana
del término los núcleos de sentido expandidos luego por la crítica,
en un espiral que se ejemplifica más adelante con las propuestas de
Ángel Rama (1966), Noé Jitrik (1997) y Carina Blixen (2010).
Para Darío, los raros constituyen un modo de conceptualizar
la modernidad literaria latinoamericana (v.) y, en particular, un
planteo táctico o una respuesta transcultural dirigida a lograr un
emplazamiento válido y activo en sus procesos. Esa respuesta invo-
lucra, por un lado, un posicionamiento respecto a las tradiciones
locales y universales y, por otro, una reflexión sobre el lugar del
escritor y del artista en las condiciones de una incipiente –aunque
nunca acabada– institucionalización de la literatura, correlativa a la
crisis de la figura del letrado tradicional y a lo que Julio Ramos dio
en llamar “la fragmentación de la república de las letras” (2009: 117)
(v. máscaras democráticas del modernismo). En el primer frente,
los raros conforman un modelo de comunidad que no se explica por
las dinámicas de la herencia y la descendencia, por las jerarquías,
órdenes y escalafones de las representaciones genealógicas arbo-
rescentes, sino desde un patrón horizontal, sin origen esencial, afín
a la “multiplicidad de manada” que Gilles Deleuze y Félix Guattari
imaginaron desde el concepto de “rizoma”. Tal como lo asume Darío,
un escritor raro no es, ni puede ser, el padre fundador de otro raro,
ni su epígono, ni su causa o consecuencia. Los raros darianos no se
someten a la autoridad consagrada, no adoran el aura de “la” figura,
no nacen del ejercicio de contemplación pasiva de un fetiche. Por el
contrario, como modo de leer, operan una desmitificación del ori-
gen, alejan aún más la lejanía, difieren una presencia –la del escritor
retratado– desde el principio irrecuperable. Concebido el término no
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los raros

solo como una apuesta de religación (v.) sino también de relación


entre literaturas, el raro se percibe entonces como una discontinui-
dad en la tradición heredada, que desestabiliza las coordenadas de
tiempo (originario versus secundario, fundador versus epígono) y es-
pacio (adentro versus afuera, autoctonía versus extranjería). De esta
sospecha arrojada sobre el origen y su correlativa crisis del funda-
mento y del linaje se desprende una concepción del lenguaje litera-
rio como cita de citas o “navegación de biblioteca”, que trabaja en las
posibilidades de apropiación y traducción de tradiciones literarias
heterogéneas y pauta el deslinde entre el importador –en el aduane-
ro que le proporciona el capital simbólico faltante a la Nación, para
estabilizarla– y el modelo dariano del portador –en el enfermo que
deshace la organicidad de los órganos, degenera el cuerpo nacional
o en-rarece la ciudad letrada (v.). Bajo estos presupuestos, y consi-
derados desde la perspectiva de Mariano Siskind, los raros resultan
los agentes privilegiados de un cosmopolitismo que se asume como
una “práctica literaria estratégica” (2016: 18). De un lado, Darío iguala
lo autóctono latinoamericano al ideal de la modernidad (parisina)
en un gesto que busca conjurar los patrones de automarginación
propios de los discursos nacionalitarios. Del otro, los raros darianos
profanan los monumentos culturales con sus operaciones de traduc-
ción, saqueo y pastiche y desafían con esto el eurocentrismo, pues ya
no aceptan a la latinoamericana como una modernidad degradada o
de segundo grado.
En cuanto a la otra cara de la respuesta dariana a la moderniza-
ción, la relativa al rol del escritor en los procesos de institucionali-
zación o autonomización “desigual” –por decirlo con el matiz de
Ramos– del arte y la literatura, los raros fijan posición, nuevamen-
te, en una compleja dialéctica entre autoctonía y extranjería, entre
lo local y lo mundial (v. política de la pose). Los dos raros latinoa-
mericanos de los volúmenes de 1896 y 1905, José Martí y Augusto de
Armas, colocan la escritura de Darío en la discusión por la polis, es
decir, ante la pregunta por la viabilidad de un “nosotros america-
no”. Como embajador solitario de la “estirpe latina” en el continente,
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