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PIERRE BOURDIEU: ¿DIJO USTED “POPULAR”?

ARSS n°46, marzo 1983, páginas 98-105.

PIERRE BOURDIEU
¿Dijo usted “popular”?

POPULAR [popular]. Adj. (Populeir, Siglo XII; lat.


Popularis).

1° Que pertenece al pueblo, emanado del pueblo. Gobierno


popular. “Los políticos griegos que vivían en el gobierno
popular” (MONTESQ.). V. Democrático. Democracias
populares. Insurrección, manifestación popular. Frente
popular: unión de fuerzas de la izquierda (comunistas,
socialistas, etc.). Las masas populares. 2° Propio del
pueblo. Creencias, tradiciones populares. El buen sentido
popular. – Ling. Que es creído, empleado por el pueblo y no
está más en uso entre la burguesía y entre las personas
cultivadas. Palabra, expresión popular. Latín popular.
Expresión, locución, paseo popular.  En el uso del pueblo
(y lo que surge de él o no). Novela, espectáculo popular.
Canciones populares. Arte popular. (V. Folklore). –
(Personas) Que se dirige al pueblo. “No debe usted tener
éxito como orador popular” (MAUROIS).  Que se recluta
del pueblo, que frecuenta al pueblo. Término medio, clases
populares. “Encontraron una nueva fórmula: trabajar para
una clientela francamente popular” (ROMAINS). Orígenes
populares. V. Plebeyo. Bailes populares. Sopas populares.
3° (1959). Que le gusta al pueblo, a la mayoría. Henri IV
era un rey popular. Medida popular. “Hoffmann es popular
en Francia, más popular que en Alemania” (GAUTIER). 4°
Sust. (Vx). Lo popular, el pueblo.  ANT. (del 3°)
Impopular.

Diccionario, Petit Robert, 1979.

Las locuciones que componen el mágico epíteto de “popular” están protegidas ante un
examen por el hecho de que todo análisis crítico de una noción que toque de cerca o de
lejos al “pueblo” se expone a ser inmediatamente identificado con una agresión
simbólica contra la realidad designada – por tanto inmediatamente fustigado por todos
aquellos que sienten del deber de tomar el hecho y la causa del “pueblo” y asegurarse
así los beneficios que puede también procurar, sobre todo en coyunturas favorables, la
defensa de “buenas causas” 1. Igualmente con la noción de “lenguaje popular” que, a la
manera de todas las locuciones de la misma familia (“cultura popular”, “arte popular”,

1
El hecho de que los costos de objetivación científica sean particularmente elevados con un beneficio
especialmente débil – o negativo – no está para nada en el ámbito de conocimiento de estos tópicos.
Texto para uso académico del Dr. David Velasco Yáñez, sj – ITESO
1
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“religión popular”, etc.), no es definida más que relacionalmente, como el conjunto de


lo que es excluido de la lengua legítima, entre otras cosas por la acción duradera de
inculcación e imposición combinada de sanciones que ejerce el sistema escolar.

Como lo revelan con toda claridad los diccionarios del argot o del “francés no
convencional”, el léxico llamado “popular” no es otra cosa que el conjunto de palabras
que están excluidas de los diccionarios de la lengua legítima o que aparecen solamente
afectados como “marcas de uso” negativas: fam., familiar, “es decir corriente en la
lengua hablada ordinaria y en la lengua escrita un tanto libre”; pop., popular, “es decir
corriente en los medios populares de las ciudades, pero reprobado o evitado por el
conjunto de la burguesía cultivada” 2. Para definir en todo rigor esta “lengua popular” o
“no convencional”, con lo que de hecho se aventajaría mucho llamándolo desde ahora lo
pop., con el fin de prohibirse y de olvidar las condiciones sociales de producción, sería
necesario entonces precisar lo que se encasilla bajo la expresión de “medios populares”
y lo que se entiende por uso “corriente”.

Como los conceptos de la geometría variables de “clases populares”, de “pueblo” o de


“trabajadores” que deben sus virtudes políticas al hecho de que se puede a voluntad
extender el referente hasta incluir – en período electoral por ejemplo – a campesinos,
cuadros y pequeños patrones o, al contrario, restringirlo solamente a los obreros de la
industria, incluso a los de la metalurgia (y a sus representantes habituales), la noción de
extensión indeterminada de “medios populares” debe sus virtudes mistificadoras en la
producción erudita al hecho de que cada uno puede, como en un examen proyectivo,
manipular inconscientemente la extensión para ajustarla a sus intereses o a sus
fantasmas sociales. Es así que, tratando de designar los locutores de la “lengua popular”,
todo el mundo estará de acuerdo en pensar en el “medio”, por la idea de que los “duros”
juegan un papel determinante en la producción y en la circulación del argot,
decididamente alejado de los diccionarios legítimos. No faltaría incluir también a los
obreros indígenas de abolengo urbano que la palabra “popular” evoca casi
automáticamente mientras que se rechazaría sin mayor justificación a l os campesinos
(sin duda porque se les sabe condenados a la región., regional). Pero uno tampoco se
preguntará – y es una de las funciones más preciosas de las nociones que sirven para
todo – si sería o no necesario excluir a los pequeños comerciantes, y pa rticularmente a
los patrones de bar que la imaginación populista alejará sin duda, mientras que, para la
cultura como para el habla, están indiscutiblemente más cerca de los obreros que de los
empleados y de los cuadros medios. Y en todo caso es cierto que el fantasma, más
alimentado de los filmes de Carné que de observaciones, que orienta más a menudo la
recolección folklorista de tránsfugas nostálgicas hacia los más “puros” representantes y
los más “auténticos” del “pueblo” excluye sin análisis a todos los inmigrantes, españoles
o portugueses, argelinos o marroquíes, malienses o senegaleses, que sabemos que
ocupan en la población de obreros un lugar más importante que en el proletariado
imaginario 3.

2
Petit Robert, 1979, p. XVII.
3
Basta pensar en la utilización que el nacional -socialismo hizo de la palabra völkisch (que tiene las
connotaciones de “folklórico” y “populista”. N de la T) para saber algo del papel que pueden jugar
semejantes exclusiones consientes o inconscientes.
Texto para uso académico del Dr. David Velasco Yáñez, sj – ITESO
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Bastaría con someter a un examen análogo a las poblaciones que se supone producen o
consumen lo que se llama “cultural popular” para encontrar la confusión en la
coherencia parcial que recubren casi siempre a las definiciones implícitas: el “medio”,
que jugaba un papel central en el caso del “lenguaje popular”, aquí será excluido, así
como el lumpenproletariat, mientras que la eliminación de los campesinos ya no será
tan evidente, si bien la coexistencia de los obreros, inevitables, y de los campesinos no
se dé sin dificultades. En el caso del “arte popular ”, como lo mostrará la evidencia de un
examen de esta otra objetivación de lo “popular” que son las “Musas de las artes y las
tradiciones populares”, el “pueblo” al menos hasta una época reciente, se reducía a los
campesinos y a los artesanos rurales. ¿Y qué decir de la “medicina popular” o de la
“religión popular”? En este caso no podemos pasar de los campesinos o de las
campesinas, como si fueran “duros” en el caso de la “lengua popular”.

En su intento por tratarla como una “lengua” – es decir con todo el rigor que se le
reserva normalmente a la lengua legítima –, todos aquellos que han intentado describir o
escribir lo pop., lingüistas o escritores, se han condenado a producir artefactos casi sin
relación con el habla ordinaria que los locutores más extraños a la lengua legítima
emplean en sus intercambios internos 4. Es así que, para conformarse con el modelo
dominante del diccionario que no debe registrar más que las palabras que prueban tener
“una frecuencia y una duración apreciables”, los autores de diccionarios del francés no
convencional se apoyan exclusivamente en textos 5 y, operando una selección al interior
de una selección, hacen sufrir a los hablantes referidos una alteración esencial, lindando
con frecuencias que hacen toda la diferencia entre los hablantes y los mercados más o
menos tensos 6; olvidan, entre otras cosas, que para escribir un habla que, como la de las
clases populares, excluye la intención literaria (y no transcribirla o grabarla), debe
surgir de situaciones e incluso de la condición social donde se habla y que el interés por
los “hallazgos”, o incluso el solo hecho de la recolección selectiva, excluyendo todo lo
que se encuentra también en la lengua estándar, transforma la estructura de frecuencias.

Si, a pesar de sus incoherencias y de sus incertidumbres, y también gracias a ellas, las
nociones pertenecientes a la familia de lo “popular” pueden dar tantos servicios, y hasta
en el discurso científico, que están profundamente encerradas en la red de
representaciones confusas que los sujetos sociales engendran, para las necesidades del

4
Cf. H. Bauche, Le langage populaire, Grammaire, syntaxe et vocabulaire du français tel qu'on le parle
dans le peuple de Paris, avec tous les termes d'argot usuel , París, Payot, 1920; P. Guiraud, Le français
populaire, París, Ediciones Universitarias de Franci a, colección Que sais-je?, n. 1172, 1965 (y, también,
en la misma perspectiva, H. Frei, La grammaire des fautes, París-Ginebra, 1929, Ginebra, Ediciones
Slatkine, 1971).
5
Cfr. J. Cellard y A. Rey, Dictionnaire du français non conventionnel, París, Hachette, 1980, p. VIII.
6
Baste indicar por ejemplo que en el discurso recogido en el mercado menos tirante – una conversación
entre mujeres –, el léxico del argot está casi ausente ; en el caso observado, no aparece más que cuando
una de las interlocutoras cita los dichos de un hombre (“te me desapareces de inmediato”), de la que ella
enseguida dice : “como si fuera la gran cosa, él, es un viejo pajarillo de París, sí, tiene una cierta pose,
con la gorra siempre de lado, oh sí, ¡habría que verlo!”. Un poco más l ejos, la misma persona reutiliza
la palabra “varo” justo después de haber referido lo dicho por un dueño de bar donde esta palabra
aparecía (cfr. Y. Delsaut, L'économie du langage populaire, Actes de la recherche en sciences sociales,
4, julio 1975, pp. 33-40). El análisis empírico debería tener como objetivo determinar el sentimiento
que los locutores poseen de la pertenencia de una palabra al argot o a la lengua legítima (en lugar de
imponer la definición desde el observador); lo que permitiría entre otra s cosas comprender numerosos
rasgos descritos como “faltas”, que son el producto de un sentido de la distinción mal ubicado.
Texto para uso académico del Dr. David Velasco Yáñez, sj – ITESO
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conocimiento ordinario del mundo social, y cuya lógica es la de la razón mítica. La


visión del mundo social, y, especialmente, la percepción de los otros, de su hexis
corporal, de la forma y del volumen de su cuerpo, y especialmente de su rostro, y
también de su voz, de su pronunciación y de su vocabulario, se organiza en efecto según
las oposiciones interconectadas y parcialmente independientes de las que se puede hacer
una idea inventariando los recursos expresivos depositados y conservados en la lengua,
especialmente en el sistema de pares de adjetivos que los usuarios del lenguaje legítimo
emplean para clasificar las otras y juzgar su calidad y en los cuales el término que
designa las propiedades imputadas a los dominantes representan siempre el valor
positivo 7.

Si la ciencia social debe hacer un lugar privilegiado a la ciencia del conocimiento


ordinario, del mundo social, no es solamente en una intención crítica y con vistas a
deshacerse del pensamiento del mundo social de todos los presupuestos que tiende a
aceptar a través de las palabras ordinarias y los objetos que construyen (“lenguaje
popular”, “argot”, “patois”), etc.). Es también que este conocimiento práctico, contra el
cual la ciencia debe construirse – y de entrada intentando objetivarla –, es parte
integrante del mundo mismo que la ciencia intenta conocer: contribuye a hacer este
mundo contribuyendo a construir la visión que los agentes pueden tener de él y
orientando así sus acciones, y en particular aquellas que se dirigen a conservarlo o a
transformarlo. Es así que una ciencia rigurosa de la sociolingüística espontánea que los
agentes ponen en marcha para anticipar las reacciones de otros y para imponer la
representación que quieren dar de sí mismos, permitiría entre otras cosas comprender
una buena parte de lo que, en la práctica lingüística, es el objeto o el producto de una
intervención consiente, individual o colectiva, espontánea o institucionalizada: como
por ejemplo todas las correcciones que los locutores se imponen o que uno les impone –
en la familia o en la escuela – sobre la base del conocimiento práctico, parcialmente
registrado en el lenguaje mismo (“acento puntilloso”, “marsellés”, “faubouriano”, etc.)
correspondencias entre las diferencias lingüísticas y las diferencias sociales y a partir de
una marcación más o menos consiente de los rasgos lingüísticos marcados o remarcados
como imperfectos o erróneos (particularmente en todos los costumbristas lingüísticos de
la forma “Di… no digas”) o, al contrario, como valorados y distinguidos 8.

La noción de “lenguaje popular” es uno de los productos de la aplicación de las


taxonomías dualistas que estructuran el mundo social según las categorías de lo alto y
lo bajo (el lenguaje “bajo”), del fin y de lo grosero (las malas palabras) o de lo vulgar
(bromas vulgares), de lo distinguido y de lo vulgar, de lo raro y lo común, de lo
sostenido y de lo relajado, en resumen, de la cultura y la naturaleza (¿no se habla de
“una lengua verde”, o de “palabras crudas”?). Se trata de categorías míticas que
introducen un corte contrastado en el continuo de los hablantes, ignorando por ejemplo
todas las imbricaciones entre la habla relajada de los locutores dominantes (lo fam.) y el
habla sostenida de los locutores dominados (que observadores como Bauche o Frei

7
Es lo que hace que, bajo la apariencia de darse la media vuelta o dejar en el vacío, como tantas
definiciones circulares o tautológicas de la vulgaridad y de la distinción, el lenguaje legítimo muy a
menudo incline la balanza a favor de los dominantes.
8
Dado el rol que la sociolingüística espontánea y las intervenciones expresas de las familias o de la
escuela que suscita y orienta juegan en el mantenimiento o la transformación de la lengua, un análisis
sociolingüístico del cambio lingüístico no puede ignorar esta suerte de derecho o de costumbre
lingüística que comanda particularmente las prácticas pedagógicas.
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ubican en lo pop.) y sobre todo la diversidad extrema de hablantes que son igualmente
rechazados en la clase negativa del “lenguaje popular” 9.

Pero, por una suerte de repetición paradójica, que es uno de los efectos ordinarios de la
dominación simbólica, los dominados mismos, o al menos ciertas fracciones de entre
ellos, pueden aplicar a su propio universo social los principios de división (tales como
fuerte/débil, sumiso; inteligente/sensible, sensual; duro/blando, flexible; derecho,
franco/retorcido, astuto, falso, etc.) que reproducen en su orden la estructura
fundamental del sistema de oposiciones dominantes en materia de lenguaje 10. Esta
representación del mundo social retoma lo esencial de la vis ión dominante a través de la
oposición entre la virilidad y la docilidad, la fuerza y la debilidad, los hombres
verdaderos, los “duros”, los “tipos” y los otros, seres femeninos o afeminados,
destinados a la sumisión y al desprecio 11. El argot, de donde se ha extraído la “lengua
popular” por excelencia, es el producto de esta repetición que lleva a aplicar a la
“lengua popular” misma los principios de división de la que es el producto. El
sentimiento obscuro que la conformidad lingüística encierra una forma de
reconocimiento y de sumisión, propio para hacer dudar de la virilidad de los hombres
que la sacrifican 12, junto con la búsqueda activa de la separación distintiva, que hace el
estilo, conducen al rechazo de “hacer demasiado” que lleve a rechazar los aspectos más
fuertemente marcados del habla dominante, y particularmente las pronunciaciones o las
formas sintácticas más tirantes, al mismo tiempo que a una búsqueda de la expresividad,
fundada en la transgresión de las censuras dominantes – particularmente en materia de
sexualidad – y sobre una voluntad de distinguirse de las formas de expresión
ordinarias 13. La transgresión de las normas oficiales, lingüísticas u otras, está dirigida al
menos tanto contra los dominados “ordinarios”, que se someten a ellas, co mo contra los

9
Todo esto aceptando la división que se ubica en el origen de la noción misma de “lenguaje popular”,
Henri Bauche observa que “el habla burguesa en su uso familiar presenta numerosos rasgos comunes
con la lengua vulgar” (op. cit., p. 9). Y aún más: “Las fronteras entre el ar got – los diversos argots – y
el lenguaje popular algunas veces son difíciles de determinar. Igualmente vagos son los límites entre el
lenguaje popular y el lenguaje familiar, por una parte, y, por otra, entre el lenguaje popular propiamente
dicho y el lenguaje de las personas vulgares, de la prole, de aquellos que, sin ser precisamente del
pueblo, no tienen instrucción o educación: aquellos que los „burgueses‟ califican de comunes” (op. cit.,
p. 26).
10
Si bien, por razones complejas que habría que examinar , la visión dominante no le da un lugar central,
la oposición entre lo masculino y lo femenino es uno de los principios a partir de los cuales se
engendran las oposiciones más típicas del “pueblo” como populacho “femenino” (en francés, N de la
T.), versátil y ávido de goce (según la antítesis de la cabeza y del vientre).
11
Es esto lo que hace la ambigüedad de la exaltación de hablar de “verdades de verdad”: la vis ión del
mundo que ahí se expresa y las virtudes viriles de los “duros más duros” encuentran su prolongación
natural en lo que se ha llamado la “derecha popular” (cfr. Z. Sternhell, La droite révolutionnaire, 1885-
1914. Les origines françaises du fascisme, París, Seuil, 1978), combinación fascistoide de racismo, de
nacionalismo y de autoritarismo. Y se comprende mejor la aparente rareza que representa el caso de
Céline.
12
Todo parece indicar que, por la prolongación de la escolaridad, el personaje “duro” se constituye hoy
en día desde la escuela, y contra todas las formas de sumisión que ésta reclama .
13
Es uno de los efectos del racismo de clase, para el que todos los “pobres”, como los Amarillos y los
Negros, se parecen entre sí, que lleva a excluir inconscientemente la posibilidad misma de una
diferencia (de tacto, de invención, de competencia, etc. ) y de una búsqueda de la diferencia. La
exaltación indiferenciada de lo “popular” que caracteriza al populismo también puede conducir a
extasiarse de confianza delante de las manifestaciones que los “indígenas” juzgan estúpidas, imbéciles o
groseras o, lo que es lo mismo, puede llevar a no retener sino lo que sale de lo ordinario en lo “común”
y a tomarlo como algo representativo del habla ordinaria.
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dominantes o, a fortiori, contra la dominación en tanto que tal. La licencia lingüística es


parte del trabajo de representación y de escenificación que los “duros”, sobre todo
adolescentes, deben llevar a cabo para imponer a otros y a sí mism os la imagen del
“tipo” que lo ha visto todo y está listo para todo y que rechaza ceder ante el sentimiento
y sacrificarse ante las debilidades de la sensibilidad femenina. Y de hecho, incluso si
divulgándose se pudiera encontrar la propensión de todos los dominados a hacer
funcionar la distinción, es decir la diferencia específica, en el género común, es decir en
la universalidad de lo biológico, por la ironía, el sarcasmo o la parodia, la degradación
sistemática de los valores afectivos, morales o estéticos, en los que todos los analistas
reconocen “la intención” profunda del léxico de argot, de entrada se trata de una
afirmación de aristocratismo.

Forma distinguida – a los ojos mismos de ciertos dominantes – de la lengua “vulgar”, el


argot es el producto de una búsqueda de distinción, pero dominada, y condenada, de este
hecho, a producir efectos paradójicos, que no se pueden comprender cuando se les
quiere encerrar en la alternativa de la resistencia o de la sumisión, que comanda la
reflexión ordinaria sobre la “lengua (o la cultura) popular”. Basta en efecto con salir de
la visión mítica para percibir los efectos de contra-finalidad que son inherentes a toda
posición dominada: cuando la búsqueda dominada de la distinción lleva a los dominados
a afirmar lo que les distingue, es decir aquello mismo a nombre de lo cual son
dominados y constituidos como vulgares, según una lógica análoga a aquella que lleva a
los grupos estigmatizados a reivindicar el estigma como principio de su identidad,
¿habría que hablar de resistencia? Y cuando, a la inversa, trabajan para perder lo que les
marca como vulgares y para apropiarse de lo que les permitiría asimilares, ¿habría que
hablar de sumisión?

Para escapar a los efectos del modo de pensar dualista que lleva a oponer una lengua
“patrón”, medida de toda lengua, y una lengua “popular”, hay que volver al modelo de
toda producción lingüística y redescubrir ahí el principio de la extrema diversidad de los
hablantes que resulta de la diversidad de las combinaciones posibles entre las diferentes
clases de hábitus lingüísticos y de mercados. Entre los factores determinantes del
hábitus que parecen pertinentes desde el punto de vista de una parte de la propensión a
reconocer (en el doble sentido) las censuras constitutivas de los mercados dominantes o
a beneficiarse de las libertades obligadas que ofrecen ciertos mercados francos y por
otra parte de la capacidad de satisfacer las exigencias de los unos o de los otros, se
puede así deducir: el sexo, principio de relaciones muy diferentes en mercados posibles
muy diferentes – y en particular en el caso del mercado dominante –; la generación, es
decir el modo de generación, familiar y sobre todo escolar, de la competencia
lingüística; la posición social, caracterizada particularmente desde el punto de vista de
la composición social del medio de trabajo y de los intercambios socialmente
homogéneos (con los dominados) o heterogéneos (con los dominantes – en el caso por
ejemplo del personal de servicio –) que favorece; el origen social, rural o urbano, y en
este caso, antiguo o reciente, y finalmente el origen étnico.

Es evidentemente entre los hombres y, de entre ellos, en el caso de los más jóvenes y los
menos integrados, actualmente y sobre todo potencialmente, en los órdenes económi co y
social, como los adolescentes provenientes de familias de inmigrantes, que se encuentra
el rechazo más marcado de la sumisión y de la docilidad que implica la adopción de las
maneras de hablar legítimas. La moral de la fuerza que encuentra su logro en el culto a
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la violencia y a los juegos cuasi-suicidas, motocicletas, alcohol o drogas duras, en donde


se afirma la relación con el porvenir de aquellos que no tienen nada qué esperar del
futuro, es sin duda una de las maneras de hacer de la necesidad una virtud. La opción
llena de realismo y de cinismo, el rechazo del sentimiento y de la sensibilidad,
identificados con una sensiblería femenina o afeminada, esta suerte de deber ser duro,
consigo mismo y con los otros, que conduce a audacias desesperadas del aristocratismo
de paria, son una forma de tomar partido de un mundo sin resultados, dominado por la
miseria y le ley de la selva, la discriminación y la violencia, donde la moralidad y la
sensibilidad no reportan ningún beneficio 14. La moral que constituye la transgresión por
deber impone una resistencia conforme las normas oficiales, lingüísticas u otras, que no
puede ser sostenida en su permanencia salvo bajo una tensión extraordinaria y, sobre
todo por los adolescentes, con el refuerzo constante del grup o. Como el realismo
popular, que supone y produce el ajuste de las esperanzas ante las oportunidades, esta
resistencia constituye un mecanismo de defensa y de sobrevivencia: aquellos que son
orillados a ubicarse más allá de la ley para obtener las satisfacciones que otros obtienen
en los límites de la legalidad conocen demasiado bien el costo de la rebeldía. Como bien
lo dijo Paul E. Willis, las poses y las posturas rebeldes (por ejemplo a la luz de la
autoridad y de la policía) pueden coexistir con un conformismo profundo para todo
aquello que toca las jerarquías, y no solamente entre los sexos; y la dureza ostentadora
que impone el respeto humano no excluye para nada la nostalgia de la solidaridad,
incluso de la afección, que, a la vez satisfecha y reprimi da por los intercambios
sumamente censurados de la pandilla, se expresa o se traiciona en los momentos de
abandono 15. El argot, y lo anterior, con el efecto de imposición simbólica, una de las
razones de su difusión más allá de los límites del “medio” propiamente dicho, constituye
una de las expresiones ejemplares y, si se puede decir, ideales – la cual la expresión
propiamente política deberá tomar en cuenta, incluso transigir – de la visión, pues lo
esencial es edificado contra la “debilidad” y la “sumisión” femeninas (o afeminadas),
que los hombres más desprovistos de capital económico y cultural tienen en su identidad
viril y en un mundo social por completo ubicado bajo el signo de la dureza 16.

De cualquier manera se debe evitar ignorar las transformacio nes profundas que sufren,
en su función y su significación, las palabras o las locuciones artificiales cuando
suceden en el habla ordinaria en los intercambios cotidianos: es así que ciertos
productos típicos del cinismo aristocrático de los “duros” pueden, en su empleo común,
funcionar como una suerte de convenciones neutralizadas y neutralizantes que permiten
a los hombres expresar, en los límites de un muy estricto pudor, la afección, el amor, la
amistad, o, simplemente, nombrar a los seres amados, los p adres, el hijo, la esposa (el
empleo, más o menos irónicos, de términos de referencia como “la patrona”, la “reina -
14
Los jóvenes “duros” provenientes de familias de inmigrantes representan sin duda el límite en lo que
se refiere a un rechazo total de la sociedad “francesa”, simbolizada por la escuela e incluso por el
racismo cotidiano, y la revuelta de los adolescentes provenientes de las familias más desposeídas
económica y culturalmente que encuentra su origen en las difi cultades, las decepciones o los fracasos
escolares.
15
P. E. Willis, Profane Culture, London, Routledge y Kegan Paul, 1978, especialmente pp. 48 -50.
16
A título de manifestación ejemplar de este principio de clasificación y de amplitud de su campo de
aplicación, bastará citar a este albañil (antiguo minero) que, invitado a clasificar los nombres de
profesiones (en un test concebido bajo el modelo de las técnicas empleadas para el análisis
componencial de términos de parentesco) y a dar un nombre a las clases de ahí producidas, remitía
señalando el paquete de profesiones superiores, del cual para él el paradigma era el presentador de
televisión, diciendo: “todos unos maricones” (Encuesta Yvette Delsaut, Denain, 1978).
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madre” o “mi burguesa” permiten por ejemplo escapar a locuciones tales como “mi
mujer” o el simple pronombre, considerados como demasiado fam iliares) 17.

En el extremo opuesto en la jerarquía de las disposiciones a la luz de la lengua legítima,


se encontrarían sin duda los más jóvenes y los más escolarizados entre las mujeres que,
aunque vinculadas por el oficio o el matrimonio al universo de lo s agentes débilmente
dotados de capital económico y cultural, tienen sin duda una sensibilidad ante las
exigencias del mercado dominante y una capacidad para responder a éstas que les
emparenta con la pequeña-burguesía. En cuanto al efecto de la generación , se confunde
en su esencia con el efecto de cambios en el modo de generación, es decir del acceso al
sistema escolar, que representa sin duda el más importante de los factores de
diferenciación entre las edades. De todas formas, no es seguro que la acción escolar
ejerza el efecto de homogeneización de las competencias lingüísticas que se asigna y
que se está tentado a imputarle. De entrada, porque las normas escolares de expresión,
cuando son aceptadas, pueden permanecer circunscritas, en su aplicación, a las
producciones escolares, orales y sobre todo escritas; luego, porque la Escuela tiende a
distribuir a los alumnos en clases tan homogéneas como posibles bajo la relación de los
criterios escolares, y, correlativamente, desde el punto de vista de los cri terios sociales,
de tal suerte que el grupo de pares tiende a ejercer efectos que, en medida que uno
desciende en la jerarquía social de los establecimientos y de las secciones, por tanto de
los orígenes sociales, se oponen cada vez más fuertemente a aquellos que la acción
pedagógica puede producir; finalmente, porque, paradójicamente, creando grupos
duraderos y homogéneos de adolescentes en ruptura con el sistema escolar y, a través de
él, con el orden social, y ubicados en situación de cuasi -inactividad y de
irresponsabilidad prolongada 18, las secciones de la relegación a las cuales están
destinados los niños de las clases más desposeídas – y particularmente los hijos de
inmigrantes, sobre todo magrebíes – sin duda han contribuido a ofrecer las condiciones
más favorables a la elaboración de una suerte de “cultura delincuente” que se expresa
entre otras manifestaciones en un habla en ruptura con las normas de la lengua legítima.

Nadie puede ignorar completamente la ley lingüística o cultural y todas las vec es que
entran en un intercambio con los detentores de la competencia legítima y sobre todo
cuando se encuentran ubicados en situación oficial, los dominados están condenados a
un reconocimiento práctico, corporal, de las leyes de formación de precios tan
desfavorables a sus producciones lingüísticas que les condena a un esfuerzo más o
menos desesperado hacia la corrección o al silencio. Resulta que se pueden clasificar los
mercados ante los cuales son enfrentados según su grado de autonomía, desde los más
completamente sometidos a las normas dominantes (como aquellos que se instauran en
las relaciones con la justicia, la medicina o la escuela) hasta los más completamente
emancipados de estas leyes (como aquellos que se constituyen en las prisiones o las
pandillas juveniles). La afirmación de una contra-legitimidad lingüística y, al mismo
tiempo, la producción de discurso fundada en la ignorancia más o menos deliberada de

17
De manera más general, por la evocación más o menos brutal de cosas sexuales y la proyección
aplastante de lo sentimental sobre el plano de lo fisiológico a menudo tienen el valor de eufemismos
hiperbólicos o antífrasis que, a la inversa de la lítote, dicen más para decir menos, este léxico camb ia
completamente de sentido cuando cambia de mercado, on la transcripción novelesca o la recolección
lexicológica.
18
El equivalente de esta situación no se encuentra sino hasta la forma del servicio militar, que era sin
duda uno de los lugares principales de la producción y de la inculcación de formas de hablar argóticas.
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las convenciones y conveniencias características de los mercados dominantes no son


posibles salvo en los límites de los mercados francos, regidos por leyes de formación de
precios que les son propias, es decir en espacios propios de las clases dominadas,
guarecidos o refugiados de los excluidos de donde los dominantes son excluidos de
facto, al menos simbólicamente, y para los detentores de la competencia social y
lingüística que es reconocida en los mercados. El argot del “medio”, en tanto que
transgresión real de los principios fundamentales de la legitimidad cultural, constituye
una afirmación consecuente de una identidad social y cultural no solamente diferente
sino opuesta, y la visión del mundo que se exprime ahí representa el límite hacia el cual
tienden los miembros (masculinos) de las clases dominadas en los intercambios
lingüísticos internos a la clase y, más especialmente, en los más controlados y elevados,
como los de café, que son completamente dominados por los valores de fuerza y de
virilidad, uno de los únicos principios de resistencia eficaz, con la política, contra las
maneras dominantes de hablar y de conducirse.

Los mercados internos se distinguen en sí mismos según la tensión que les caracteriza y,
al mismo tiempo, según el grado de censura que imponen, y se puede hacer la hipótesis
de que la frecuencia de las formas más rebuscadas (del argot) decrece en medida que
decrecen la tensión de los mercados y la competencia lingüística de los locutores:
mínimo en los intercambios privados y familiares (estando en el primer rango los
intercambios al interior de la familia), donde la independencia en relación con las
normas del habla legítima se marca sobre todo por la libertad más o menos completa de
ignorar las convenciones y conveniencias del habla dominante, llega a su máximo sin
duda en los intercambios públicos (casi exclusivamente masculinos) que imponen una
verdadera búsqueda estilística, como justas verbales y demagogias ostentadoras de
ciertas conversaciones de café.

A pesar de la gran simplificación que supone, este modelo hace ver la extrema
diversidad de discursos que se engendran prácticamente en la relación entre las
diferentes competencias lingüísticas correspondientes a las diferentes combinaciones de
las características dadas a los productores y las diferentes clases de mercados. Pero
permite además resaltar el programa de una observación metódica y constituir como
tales los casos de particulares más significativos, entre los cuales se sitúan todas las
producciones lingüísticas de los locutores más desprovistos de capital lingüístico: o sea,
primeramente, las formas de discurso ofrecidas por los virtuosos sobre los mercados
francos más tirantes – es decir públicos –, y particularmente el argot; en segundo lugar,
las expresiones producidas por los mercados dominantes, es decir por los intercambios
privados entre dominados y dominantes, o por las situaciones oficiales, y que pueden
tomar la forma de habla incómoda o deteriorada por el efecto de intimidación o del
silencio, la única forma de expresión que es dejada, a menudo, a los dominados; y
finalmente, los discursos producidos por los intercambios familiares y privados – por
ejemplo entre mujeres –, estas dos últimas categorías de discurso siendo siempre
excluidas por aquellos que, caracterizando las producciones lingüísticas solamente por
las características de los locutores, deberían por lógica considerarlas como “lenguaje
popular”.

El efecto de censura que ejerce todo mercado relativamente tirante se ve en el hecho de


que las conversaciones que tienen lugar en los lugares públicos reservados de hecho (al
menos a ciertas horas) para los hombres adultos de las clases populares, como ciertos
Texto para uso académico del Dr. David Velasco Yáñez, sj – ITESO
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PIERRE BOURDIEU: ¿DIJO USTED “POPULAR”?

cafés, están fuertemente ritualizados y sometidos a reglas estrictas : no se va a un bar


solamente para beber, sino también para participar activamente en un divertimento
colectivo capaz de procurar a los participantes un sentimiento de libertad en relación
con las necesidades ordinarias, de producir una atmósfera de euforia social y de
gratuidad económica a la cual el consumo de alcohol no puede sino contribuir,
evidentemente. Se está ahí para reír y hacer reír, y cada quien debe, en la medida de sus
posibilidades, contribuir al intercambio con sus mejores palabras y bromas, o, al menos,
aportar su contribución a la fiesta otorgando a los éxitos de otros el refuerzo de sus
risas, de sus exclamaciones aprobatorias (“¡Ah! ¡Este tipo!”). La posesión de un talento
de alma de grupo, capaz de encarnar, a costa de un trabajo consiente y constante de
búsqueda y de acumulación, el ideal del “tipo divertido” que lleva a su cumplimiento
una forma aprobada de sociabilidad, es una forma de capital muy precioso. Es así que el
buen patrón de bar encuentra en el dominio de las convenciones expresivas convenientes
a este mercado, bromas, anécdotas, juegos de palabras, que su posición permanente y
central le permite adquirir y exhibir, y también en su conocimiento especial y de las
reglas del juego y de las particularidades de cada uno de los jugadores, nombres,
sobrenombres, manías, defectos, especialidades y talentos de los que puede tomar
partido, los recursos necesarios para suscitar, entretener y también contener, por las
incitaciones, discretos llamados al orden, los intercambios capaces de producir la
atmósfera de efervescencia social que sus clientes vienen a buscar y que deben ellos
mismos aportar 19: la calidad de la conversación ofrecida depende de la calidad de los
participantes, que depende en sí misma de la calidad de la conversación, por tanto de
aquel que está en el centro de la misma y que debe saber denegar la relación mercantil
afirmando su voluntad y su capacidad de inscribirse como un participante ordinario en el
circuito de intercambios, – con “la expresión del patrón” o las partes de 421 ofertas a
los habituales –, y contribuir así al suspenso de las necesidades económicas y las
limitantes sociales que se esperan del culto colectivo a la buena vida 20.

Se comprende que el discurso que tiene lugar en este mercado no da la apariencia de


libertad total y naturaleza absoluta más que para quienes ignorar las reglas o los
principios: así la elocuencia que la percepción extraña aprehende como una suerte de
inspiración desbocada, no es ni más ni menos libre en su género que las improvisaci ones
de la elocuencia académica; no ignora ni la búsqueda del efecto, ni la atención al
público y a sus reacciones, ni las estrategias retóricas destinadas a captar su bondad o su
complacencia; se apoya en esquemas de invención y de expresión demostradas pero
propias para dar a aquellos que no las poseen el sentimiento de presenciar
manifestaciones fulgurantes de la fineza del análisis o de la lucidez psicológica o
política. Por la enorme redundancia que su retórica tolera, por el lugar que le da a la
19
El pequeño comerciante, y sobre todo el dueño de bar, particularmente cuando detenta las virtudes de
sociabilidad que son parte de los requisitos profesionales, no es objeto de ninguna hostilidad estatutaria
de parte de los obreros (contrariamente a lo que tienden a suponer los intelectuales y los miembros de la
pequeña burguesía con capital cultural que son separados de éste por una verdadera barrera cultural). A
menudo disfruta de una cierta autoridad simbólica – que puede ejercerse incluso en el plano político,
aunque el tema sea un tabú tácito en las conversaciones de café – en razón de la soltura y la seguridad
que debe entre otras cosas a su desahogo económico.
20
Sería preciso verificar si, además de los dueños de cafés, los comerciantes, y en particular las
profesiones en las que se necesita labia, como los vendedores ambulantes de las ferias y los mercados,
pero también los carniceros y, en un estilo diferente, correspondiente a e structuras de interacción
diferentes, los estilistas, no contribuyen más que los obreros, simples productores ocasionales, a la
producción de estos hallazgos.
Texto para uso académico del Dr. David Velasco Yáñez, sj – ITESO
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PIERRE BOURDIEU: ¿DIJO USTED “POPULAR”?

repetición de formas y de fórmulas rituales que son las manifestaciones obligadas de una
“buena educación”, por el recurso sistemático de las imágenes concretas del mundo
conocido, por la obstinación obsesiva que intenta reafirmar, hasta la renovación formal,
los valores fundamentales del grupo, este discurso expresa y refuerza una visión del
mundo profundamente estable y rígida ; en este sistema de evidencias, incansablemente
reafirmadas y colectivamente garantizadas, que asigna a cada clase de agentes su
esencia, por tanto su lugar y su rango, la representación de la división del trabajo entre
los sexos ocupa un lugar central, tal vez porque el culto a la virilidad, es decir a la
rudeza, de la fuerza física y de la ordinariez tosca, instituida en rechazo selectivo del
refinamiento afeminado, es una de las maneras más eficaces de luchar contra la
inferioridad cultural en la que se encuentran todos aquellos que se sienten desposeídos
de capital cultural, aunque sean ricos en capital económico, como los comerciantes, o
no 21.

En el extremo opuesto a la clase de mercados francos, el mercado de intercambios entre


familiares, y especialmente entre mujeres, se distingue en que la idea misma de
búsqueda y de efecto está más o menos ausente, de tal suerte que el discurso que ahí
circula difiere en su forma, como se ha visto, de aquel de los intercambios públicos de
café: es en la lógica de la privación, más que del rechazo, que se define en relación con
el discurso legítimo. En cuanto a los mercados dominantes, público y oficiales o
privados, les plantean a los más desposeídos económica y culturalmente problemas tan
difíciles que, si uno se atuviera a la definición de los hablantes fundada sobre las
características sociales de los locutores que adoptan implícitamente la defensa del
“lenguaje popular”, sería necesario decir que la forma más frecuente de este lenguaje es
el silencio. De hecho, es aún según la lógica de la división del trabajo entre los sexos
que se resuelve la contradicción resultante de la necesidad de afrontar los mercados
dominantes sin sacrificarse ante la búsqueda de la corrección. Porque es admitido (y de
entrada por las mujeres, que pueden fingir deplorar) que el hombre se define por el
derecho y el deber de constancia a lo que es constitutivo de su identidad ( “es como es”)
y que puede sostenerse de un silencio que le permita salvaguardar su dignidad viril, a
menudo esto incumbe a la mujer, socialmente definida como débil y sumisa por
naturaleza, de hacer el esfuerzo necesario para afrontar las situaciones peligrosas,
recibir al médico, describirle los síntomas y discutir con él el tratamiento, hacer los
trámites con la institutriz o en la seguridad social, etc. 22. Luego sucede que las “faltas”
que se originan en una búsqueda desafortunada de la corrección o una preocupación de
distinción mal orientada y que, como todas las palabras deformadas, particularmente las
médicas, son despiadadamente señaladas por los pequeño-burgueses – y por los
gramáticos de la “lengua popular” –, sin duda a menudo son hechas por mujeres (y “sus”

21
Esta representación asigna a lo masculino una naturaleza social – la del hombre “duro de roer” y
“hosco”, avaro en confidencias y que rechaza los sentimientos y las sensiblerías, sólido y entero, “de
una pieza”, franco y fiable, “con quien se puede contar”, etc. –, que la propia dureza de las condiciones
de existencia le impondrían en todo caso, per o que se siente en deber de escoger, porque se define por
oposición a la “naturaleza” femenina, débil, dulce, dócil, sumisa, frágil, cambiante, sensible, sensual (y
en “contra-natura” afeminado). Este principio de división no solamente se da en su campo de aplicación
específico, es decir en el campo de las relaciones entre los sexos, sino de manera muy general,
imponiendo a los hombres una visión estricta, rígida, en una palabra, esencialista, de su identidad, y, de
manera más general, de otras identidades sociales, y, al mismo tiempo, de todo el orden social.
22
Es evidente que estas conductas están sujetas a variación según el nivel de instrucción de la mujer y
sobre todo según la distancia de los niveles de instrucción entre los esposos.
Texto para uso académico del Dr. David Velasco Yáñez, sj – ITESO
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PIERRE BOURDIEU: ¿DIJO USTED “POPULAR”?

hombres seguramente se burlan de ellas – lo que es otra manera de regresar a las


mujeres a su “naturaleza” vergonzosamente presuntuosa y afectada ) 23.

De hecho, incluso en este caso, las manifestaciones de docilidad no son nunca,


desprovistas de ambivalencia y amenazan siempre con convertirse en agresividad a la
menor provocación, el menor signo de ironía o de distancia, que les convierte en
homenajes obligados de la dependencia estatutaria: aquel que, al entrar en una relación
social demasiado desigual, adopta demasiado visiblemente el lenguaje y las maneras
apropiadas se expone a ser orillado a pensar y vivir la reverencia selectiva como
sumisión obligada o servilismo interesado. La imagen de lo doméstico, que debe una
conformidad dada a las normas dominantes del decoro verbal y la propiedad en el vestir,
atormenta todas las relaciones entre dominados y dominantes, y particularmente los
intercambios de servicios, como lo atestiguan los problemas cuasi sin solución que
plantea la “remuneración”. Es por esto que la ambivalencia a la luz de los dominantes y
de su estilo de vida, tan frecuente en los hombres que ejercen funciones de servicio, que
oscilan entre la inclinación a la conformidad ansiosa y la tentación de permitirse
familiaridades y degradar a los dominantes poniéndose a su nivel, representa sin duda la
verdad y el límite de la relación que los hombres más desprovistos de capital lingüístico
y destinados a la alternativa de la vulgaridad y del servilismo, mantienen con el modo
de expresión dominante 24. Paradójicamente, es solamente en las ocasiones en las que la
solemnidad justifica a sus ojos que se sitúan, sin sentirse ridículos o serviles, en el
registro más noble – por ejemplo para expresar su amor o para manifestar su simpatía en
el duelo –, que pueden adoptar el lenguaje más convencional, pero el único conveniente
a su entender para decir cosas serias; es decir en el caso mismo en que las normas
dominantes demandan que uno abandone las convenciones y las fórmulas hechas para
manifestar la fuerza y la sinceridad de los sentimientos.

Parece así que las producciones lingüísticas y culturales de los dominados varían
profundamente según su inclinación y su aptitud para beneficiar libertades reguladas que
ofrecen los mercados francos o para aceptar las limitantes que imponen los mercados
dominantes. Lo que explica que, en la realidad polifórmica que se obtiene considerando
todas las hablas producidas por todos los mercados por todas las categorías de
productores, cada uno de ellos que se sienta con el derecho o el deber de hablar del
“pueblo” puede encontrar una base objetiva, para sus intereses o sus fantasmas.

23
Se ve que, según esta lógica, las mujeres siempre tienen la culpa, es decir en su naturaleza
(apasionada). Podríamos multiplicar al infinito los ejemplos: en el caso de que a una mujer se le
encargue algo, si tiene éxito, es que el encargo era fácil, si no lo tiene, es que no supo hacer bien las
cosas.
24
La intención de mancillar simbólicamente (por la injuria, el chisme o la provocación erótica por
ejemplo) lo que es percibido como inaccesible encierra el más terrible testimonio de reconocimiento de
la superioridad. Es así que, como bien lo muestra Jean Starobinski, “la habladuría ordinaria, lejos de
subsanar la distancia entre los rangos sociales, la mantiene y la agrava; bajo un tono de irreverencia y
de libertad, abunda en el sentido de degradación, es la auto confirmación de la inferioridad”. (Se trata
de habladurías de empleados domésticos a propósito de Mademoiselle de Breil – cfr. J. J. Rousseau,
Confessions, III, in Oeuvres complètes, París, Gallimard, Pléyade, 1959, pp. 94-96 – tal como los
análisis de Jean Starobinski en La relation critique, París, Gallimard, 1970, pp. 98-154.
Texto para uso académico del Dr. David Velasco Yáñez, sj – ITESO
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