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ANNIE COLLOVALD: DESÓRDENES SOCIALES EN LA VIOLENCIA URBANA

Actes de la recherche en sciences sociales.


2001-n°136-137. Páginas 104-113

Annie Collovald
«Desórdenes sociales en la violencia
urbana»

Le Seuil/ Actes de la recherche en sciences sociales . 2001-n°136-137. Páginas 104-113. Artículo


disponible en línea en la dirección: http://www.persee.fr/web/revues/home/prescript/arss_03335-
5322_2001_num_136_1_2715
Para citar este artículo: Collovald, Annie, «Desórdenes sociales en la violencia urbana» Actes de la
recherche en sciences sociales, Vol. 136-137, marzo 2001, p.104-113.

Resumen
El « problema de los suburbios » surgió en Francia en 1981, con las carreras de coches y motos -con el
propósito de aterrorizar y cometer desmanes- realizadas en el barrio Los Minguettes, de la región
parisina. Desde entonces, toda una serie de modificaciones afectó a las representaciones de
comentaristas y políticos, así como a las características de las medidas implementadas por los poderes
públicos, destinadas a hacerles frente. La aparición y la inmediata aceptación de la categoría «violencia
urbana» como esquema de percepción y acción política constituyen uno de sus signos más importantes.
En este articulo, la autora, que se dedica a esbozar la historia de la formación de esa categoría en el
debate público, distingue tres fases, cada una de las cuales remite a contextos sociales y mentales
diferentes. Dichas fases permiten observar un cambio radical de los puntos de vista que antiguamente se
exponían respecto del problema social de los «suburbio ». Este cambio trastoca los intereses en juego y
borra sus orígenes políticos: el problema de la inmigración y el de los jóvenes descendientes de
inmigrantes.

Aunque ya hubiera estado presente en el debate político de fines del septenio


giscardiano, el «problema de las periferias» 1 no surge verdaderamente más que hasta
1981. Los incidentes espectaculares de los Minguettes colocan, en efecto, bajo el día
inquietante del «motín» a una juventud «inmigrante» que, hasta entonces, no había
llamado la atención: la perspectiva sobre la inmigración seguía estando focalizada, en
efecto, sobre los «trabajadores inmigrados» víctimas, a los ojos de la mayoría de los
contemporáneos, de una explotación sin límites, de condiciones de vivienda intolerables
y de actos racistas estigmatizados 2 . Desde entonces y a lo largo de estos últimos veinte
años, toda una serie de modificaciones han afectado a la vez las representaciones de los
comentadores y hombres políticos y las modalidades de las acciones destinadas a hacer
frente al malestar social de las afueras. La aparición y el éxito de la categoría de
«violencia urbana» como esquema de percepción y de acción política son unos de los
mayores indicios 3 . Es la historia de su formación en el debate público la que nos
dedicamos a esbozar aquí intentando reconstituir las configuraciones cambiantes de las
1
Aparece en el registro del urbanismo y de la calidad de vida. «Cambiar la ciudad, cambiar la vida»,
como lo dicen tanto los socialistas de «la segunda izquierda» como la derecha reformadora.
2
De la misma forma cuando es cuestión de «delincuencia», los comentarios como las fotografías de la
época describen «delincuentes» y «gamberros» como jóvenes provenientes de las clases populares.
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relaciones que unen, dividen y movilizan a múltiples interventores. Podemos distinguir


tres fases que remiten, cada una, a contextos sociales y mentales diferentes. Éstas
forman la trama de una inversión de perspectivas sobre el problema social de las
periferias, que transforma los objetivos y elimina los orígenes políticos: la cuestión de la
inmigración y más precisamente la de los jóvenes provenientes de la inmigración.

Del desasosiego político al desasosiego moral sobre la inmigración (1981-1992)

Frente a los desórdenes de 1981, para el nuevo gobierno socialista y comunista y un


gran número de periodistas que lo apoyaron, es la incomprensión, en tanto las promesas
de renovar los grandes conjuntos y «cambiar la ciudad» se ven en curso de realización
es que las medidas favorables a la inmigración 4 vienen a ser tomadas.

Frente a este «hecho sin precedente» que se vuelve inmediatamente un objetivo político
mayor inscrito de entrada sobre la agenda gubernamental 5 , las interpretaciones se buscan
y los primeros comentarios son desordenados. Si algunos periódicos cercanos a la
derecha 6 concuerdan su interpretación sobre el caso inglés 7 - se trata de un motín de
inmigrados delincuentes y la situación, explosiva, es la del apartheid y de los ghettos
étnicos- y discuten sobre la política de la inmigración del gobierno, los demás dudan
entre un complot de la extrema derecha manipulando a los «jóvenes inmigrados» y la
revuelta de aquellos que viven en la miseria de los hábitats deteriorados y del
desempleo. La controversia pública es entonces abierta y animada (hombres de Iglesia,
sindicatos, asociaciones de lucha contra el racismo y a favor de los derechos del
hombre, intelectuales, periodistas y candidatos de todas las opiniones intervienen) y la
línea de partición que separa a la derecha y a la izquierda carece de ambigüedad 8 . Pero
si los comentarios periodísticos coinciden, sobre todo en la izquierda, con las tomas de
posición de los hombres políticos, la derecha, a la inversa, parece dividida. El Figaro
anuncia una posición más radical que aquellas, disparatadas, de los miembros de la
oposición 9 , difundiendo, en el contexto de una derecha electoralmente laminada, los
3
Una parte de este trabajo fue financiado por la delegación inter-ministerial en la Ciudad. Una versión
abreviada del reporte al cual dio lugar la encuesta es publicado en las ediciones de la DIV en 1999
bajo el título «Violencia y delincuencia en la prensa. Politización de un malestar social y
tecnificación de su tratamiento».
4
El 26 de mayo de 1981, el ministro del Interior, Gaston Defferre, decide suspender la ejecución de
toda medida de expulsión de los inmigrados. En abril de 1981, el padre Christian Delorme y el pastor
Jean Costil emprenden una huelga de hambre contra la expulsión de jóvenes inmigrados. Un poco más
tarde, más de una centena de intelectuales lanzan un llamado intitulado «No a la Francia del
apartheid».
5
Algunas medidas de urgencia son tomadas, créditos desbloqueados para impedir el regreso de nuevos
«veranos calientes».
6
«En los barrios de fuerte densidad magrebí, la situación se vuelve explosiva […] El gobierno,
suprimiendo las expulsiones de individuos dudosos, alienta entonces a los descarriados», Le Figaro, 7
julio 1981. «Los dos tercios de los procesos verbales para robos, agresiones y delitos diversos son
dirigidos al encuentro de los jóvenes árabes. Ahora que Defferre ha suprimido las expulsiones, nos
van a robar nuestros autos y violar a nuestras hijas», Le Quotidien de Paris, 7 septiembre 1981.
7
Algunos enfrentamientos se desarrollaron en Brixton en abril de 1981 entre policías y habitantes.
8
Es además muy clara sobre las políticas sociales, las elecciones económicas, etc. Véase A. Collovald
y B. Gaïti, «Discursos bajo vigilancia: lo “social” en la Asablea», D. Gaxie (bajo la dirección de), Lo
«Social» transfigurado, París, PUF-CURAPP, 1990.
9
Las obras que publican entonces sobre la inmigración atestiguan su división sobre esta cuestión: por
un lado, A. Griotteray, Les Immigrés: le choc, París, Tribuna libre, 1984, y D. Bariani, ¿ Les Immigrés
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argumentos intelectuales de una derecha renovada (que extraen, por clubs de reflexión
interpuestos, de la «nueva derecha» 10 ). Es en esta ocasión que más allá de las divisiones
ideológicas, el «malestar de las periferias» está estrictamente asociado al problema de la
inmigración y que esta asociación se impone en los periodistas como en los responsables
políticos, de derecha como de izquierda, incluso si, en la izquierda, no carece de
reticencia. Los incidentes de Vénissieux en 1983 cristalizan, reforzándolas, estas
interpretaciones y su marca política 11 . La marcha «por la igualdad contra el racismo» de
los Beurs de octubre a diciembre de 1983, y después el movimiento SOS Racismo en
1984 atestiguan, a su manera, que el objetivo remite entonces al racismo en el cual los
jóvenes «inmigrantes» son el objeto y que la solución pasa por la movilización política,
autónoma o no, de los principales interesados 12 .

El interés recae después hasta 1990 (una decena de artículos por año en la prensa),
acaparado por un debate político sobre la inmigración de otra amplitud y focalizado
sobre otros «problemas»: controversia en 1986 sobre la «ley Pasqua» y el código de la
nacionalidad, que consagra el consenso parlamentario de 1984 entre la izquierda y la
derecha clásica, sobre la división entre inmigración regular y clandestina y, con ello, la
visión jurídica y moral de su tratamiento: controversia aún y más animada, a partir de
las presidenciales de 1988 a propósito de «la preferencia nacional» agitada por un Frente
nacional que parece enraizarse en la vida política y ganar siempre más electores. Si la
polarización del debate sobre la inmigración y la presencia persistente del FN sobre la
escena política nacional perturban el juego político establecido suscitando alianzas y
estrategias anteriormente impensables, éstas perturban igualmente los comentarios
haciendo aparecen nuevos intérpretes y nuevas interpretaciones: el conjunto de las
tomas de posición periodísticas, intelectuales y políticas e encuentra parcialmente
redefinido.

La movilización es, en efecto, intensa: ésta reagrupa hombres políticos, sindicalistas,


defensores de la causa «inmigrada», pero también periodistas, historiadores, politistas,
sociólogos, todos afectados en su práctica por razones diferentes por la aparición del
FN. Lo son tanto más cuando perciben como un desafío a la democracia traduciendo, en
proposiciones racistas y xenófobos, un mal ser social. Vigilancias cruzadas se instauran
sobre las declaraciones percibidas como actos de fe democrática o antidemocrática y
trazan una nueva línea de demarcación. Ésta turba la división derecha-izquierda y
vuelve posibles discursos hasta entonces inaudibles: promesas electorales locales de
lucha contra «la inmigración», justificaciones en nombre del realismo político de

pour ou contre la France? , París, France-Empire, 1985; del otro lado, B. Stasi, L’immigration, une
chance pour la France, París, Robert Laffont, 1984, y M. Hannoun, Français et immigrés au
quotidien, París, Albatros, 1985.
10
Sobre los lazos entre Le Figaro (especialmente Le Figaro Magazine), «la nueva derecha» y el Club
de l’Horloge, véase P.-A. Taguieff, «La estrategia cultural de la nueva derecha en Francia, 1968-
1983», Vous avez dit fascismes?, París, Arthaud-Montalba, 1984.
11
Sobre estos puntos, véase Y. Gastaud, L’Immigration et l’opinion en France sous la Vme République ,
París, Le Seuil, 2000, p.488-498.
12
El malestar de las periferias suscita investigaciones sociológicas que se interrogan sobre la
emergencia de un «nuevo movimiento social» en el que «los jóvenes inmigrados» serían los nuevos
actores. Esta cuestión, inspirada por la problemática de A. Touraine, orienta el análisis de F. Dubet
sobre «la esclavitud» (en donde responde por la negativa), véase La Galère. Jeunes en survie, París,
Le Seuil, 1987, o la de A. Jazouli, L’Action collective des jeunes Maghrébins de France , París,
L’Harmattan, 1986, y después Les Années banlieues, París, Le Seuil, 1992.
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negociaciones o de reclasificaciones con el FN, «demostraciones» de la imposibilidad


cultural de la asimilación de inmigrados venidos del Sur, sondeos en los que la
inmigración es presentada como un factor de delincuencia, sondeos antes considerados
como «racistas» 13 . Si hasta entonces los «inmigrados» eran presentados como víctimas
del racismo, especialmente el de la extrema derecha, su simple presencia parece ahora
deber alentar un voto FN o la expresión de un «autoritarismo» popular propio a facilitar
la adhesión de Jean-Marie Le Pen de una fracción del electorado comunista. Encuestas
electorales son lanzadas sobre este tema y ampliamente comentadas: la «abertura» del
FN en las periferias se explica por la anomía que reina. ¿Habrán girado las periferias del
rojo al negro? Qué importa si, en el encuentro del estereotipo del «gaucho-lepenismo»,
no hay desplazamiento masivo de los electores comunistas hacia el FN 14 . Historiadores,
sociólogos y periodistas sin profetizar menos el «aumento de los extremos»,
denunciando el peligro de un populismo, que gana tanto a la derecha como a la
izquierda, y de un nacionalismo «cerrado» hecho para resucitar los viejos demonios de
los años 1930. A menudo concebidos desde el punto de vista de la acción política- ¿qué
soluciones predicar? ¿Qué deben hacer los ciudadanos y los hombres políticos?-, estos
análisis imponen la idea que, no solamente hay una urgencia por proceder contra el FN
(especialmente encontrando un remedio al problema de la integración nacional de los
«inmigrados»), sino también que es posible hacerlo afrontando estas preguntas de lleno
sin hacerse ilusiones antiguas 15 . Las interrogaciones sobre la inmigración se encuentran
entonces desviadas hacia su «asimilación» (querida o rechazada, lograda o fracasada) 16 y
hacen surgir nuevas preguntas: sobre las causas del racismo, el multiculturalismo, la
identidad nacional. Así invitan a leer los desórdenes urbanos a través del prisma de las
cuestiones de ciudadanía y de participación cívica.

En esta configuración intelectual y política renovada, solos, durante este periodo, El


Figaro y France Soir continúan a hacer del «malestar de las periferias» un tema de
predilección. En la «página principal», bajo forma de reportaje, «periferias, inmigración
y delincuencia» se volvieron indisociables. El tema de «la inseguridad» encuentra su
justificación en el descubrimiento repetido de fenómenos vinculados a la violencia
urbana: policías heridos (1984), violencias en el colegio (1986), ataques de empleados
SNCF (1989). Las riñas de Vaulx-en-Velin a fines de 1990 y la aparición de incidentes
similares en otras ciudades, (Argenteuil, después, en 1991, Satrouville, Mantes-la-Jolie,
Montfermeil, Grenoble, Épinay) reactivan la producción mediática (más de ciento

13
Ejemplo: «¿Acaso es normal que los inmigrados tengan acceso gratuitamente a la escuela, toquen
subsidios familiares cuando pierden su empleo, tengan mezquitas para practicar su religión, etc.?»
Para un análisis de este desbloqueo de lo indecible en materia de inmigración, véase D. Gaxie (bajo la
dirección de), «Reporte sobre el análisis secundario de las encuestas de opinión relativas a la
inmigración y a la presencia extranjera en Francia», universidad París I, APRED, 1995.
14
H. Rey, La Peur des banlieues, París, Prensas de Ciencias Políticas, 1996.
15
Esta idea se impone a los hombres políticos de izquierda como de derecha. La extrema derecha,
declara entonces Laurent Fabius, «plantea las preguntas correctas pero aporta malas respuestas».
Pierre Méhaignerie, ministro centrista de Ambiente, hará presión sobre el gobierno Chirac de 1986
para mantener la política de los DSQ impulsada por los socialistas; ésta es vista entonces como una
respuesta a los miedos suscitados por la inmigración y un instrumento eficaz para oponerse al
aumento de poder del FN en las periferias.
16
Los especialistas de la inmigración debaten entonces sobre la pertinencia de las nociones por
emplear para interpretar y explicar el proceso por el cual los inmigrados se vuelven «franceses».
Véase G. Moiriel, La Tyranie du national, París, Calmann-Lévy, 1991, y A. Sayad, La Double
Absence, París, Le Seuil, 1999.
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cincuenta artículos). Sucediendo al «caso del velo islámico» de 1989, que cobró el
aspecto de un verdadero caso nacional haciendo temer por la laicidad republicana
«amenazada» por una etnización anunciada y un «militantismo integrista velado», los
comentarios de estos incidentes, contemporáneos de la guerra del Golfo y de los temores
ampliamente relevados de un retorno del terrorismo islámico, registran y marcan a la
vez una reorientación de las interpretaciones y de las acciones políticas: «el motín»
entra definitivamente en el vocabulario de la descripción de los desórdenes sociales en
las periferias. Por otro lado, la interpretación por la degradación de los grandes
conjuntos es desmentida por el «alzamiento» de la ciudad del Mas du Taureau, que, en
1990, viene a ser enteramente renovada 17 . La mayoría de los órganos de prensa insisten,
entonces, sobre las periferias y, más específicamente, las «minorías de lo peor» y sus
acciones «violentas». Designándolas por su origen étnico más que pos su situación
social en el seno de las clases populares en desherencia, se autorizan no obstante para
decir que «la inmigración de segunda generación» plantea un verdadero problema social
y político, incluso si le prestan significaciones diferentes. Algunos ven una amenaza de
subversión que pone en peligro el orden público: son ellos los que monopolizan el
debate.

Ahora bien, El Figaro y France Soir se unen por las publicaciones semanales cuyas
editoriales juegan con el miedo y la emoción: «periferia en donde lo peor es posible» ( El
Figaro, 9 octubre 1990), «el depósito de las periferias» ( L’Express, 11-17 octubre
1990), «la primera bomba» (L’Événement du jeudi, 11-17 octubre 1990), «la guerra de
las piedras» o «La Intifada» (Le Nouvel Observateur, 18-24 octubre 1990) 18 ; «las
periferias que dan miedo a Francia», concluye Le Point en un largo reportaje (11-17
octubre 1990). Los «sinvergüenzas» de los primeros tiempos ceden el lugar a los
«alborotadores de los ghettos» (Le Nouvel Observateur, L’Express, 22-28 noviembre
1990) y a las «clases peligrosas» (Le Nouvel Observateur es el primero en establecer, en
1992, la comparación con la «jungla» de Los Angeles). Con otras consideraciones,
National hebdo insiste sobre «el depósito de las periferias» (18-24 octubre 1990), las
«periferias inmigradas» (4-10 abril 1991), Aspects de la France sobre «el peligro
jóvenes» (30 mayo 1991). Si algunos evocan claramente la tesis de la manipulación de
los comandos del «medio» para desestabilizar a la policía y no ven en los autores de
problemas más que traficantes de droga que llevan una «guerrilla urbana» ( Le Figaro,
Le Figaro Magazine realizan varios documentos sobre el aumento de la inseguridad y
acusan de «angelismo» y de laxismo a los socialistas en el poder), otros ( Le Nouvel
Observateur, L’Événement du jeudi) recuerdan no obstante «la condición» de los niños
inmigrados, evocando la economía «subterránea» o «paralela» ligada a la droga.

Le Monde, Libération, L’Humanité, Témoignage Chrétien persisten en ver en estos


incidentes la expresión de un malestar social pero, inspirados por el humor intelectual
del momento, los relacionan al problema de la integración (los «hijos de harkis» son
antepuestos). Incluso cuando permanezcan en la retaguardia, como si encontraran
difícilmente sus marcas para intervenir sobre este tema, esta redefinición de la «cuestión
17
Para una crítica de los saberes movilizados en las explicaciones de la delincuencia y de las violencias
colectivas, véase P. Juhem, «”Civilizar” la periferia. Lógicas y condiciones de eficacia de los
dispositivos estatales de regulación de la violencia en los barrios populares», RFSP, 1, febrero 2000.
18
Este tema del Intifada como modelo de protesta de las periferias va además a inspirar las
investigaciones sociológicas, véase R. Leveau, «Inquietudes del Sur», Esprit, (número especial
«Europa de todas las migraciones»), 183, 1992; G. Kepel, À l’ouest d’Allah, Parìs, Le Seuil, 1994.
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de las periferias», operándose sobre un fondo de inestabilidad de las convicciones


antiguas y de desarrollo moral, les abre la posibilidad de críticas mezzo voce dirigidas a
todas las autoridades que no han sabido «discernir y medir la gravedad del problema».
En Le Monde (9 octubre 1990), Robert Solé, editor, ulteriormente autor de novelas
históricas sobre el Imperio otomano (donde se mezclan reflexiones sobre el
multiculturalismo, el fanatismo y el terrorismo), escribe: «Francia paga actualmente dos
errores considerables por los cuales no es fácil designar a los responsables, así de
numerosos son. Primero- es una banalidad decirlo- un desarrollo irreflexivo de las
ciudades que fue sinónimo de exclusión… Y después una formidable negligencia,
durante años, a propósito de la inmigración. Ya que no es necesario velarse los ojos: en
muchas periferias «calientes», los jóvenes que plantean los mayores problemas, aquellos
que se hunden más fácilmente en la delincuencia y el tráfico de droga, aquellos que
están más desesperados, pertenecen a menudo a familias inmigradas». Este «nuevo
realismo» es confortado por la difusión de los usos de la noción de «violencias urbanas»
en la prensa, pero también y sobre todo en los sociólogos que solicita. Unos como otros
toman, en efecto, el argumento de la repetición de los incidentes y de su amplitud para
acreditar la noción de «violencias urbanas» cuya historia comienza en los motines de
Minguettes 19 . La visión de las periferias oscila actualmente entre dos representaciones
competitivas. La especificidad de este territorio no dependen de la precarización de
clases populares a las cuales pertenecen las poblaciones inmigradas (la segregación
espacial y la exclusión social estando al principio de un «desafecto» social propio, en
los más jóvenes, de la desocupación ostentadora como a la delincuencia), sino a la
composición de una población en la que los inmigrados son mayoritarios. La disolución
de los lazos sociales sería tal que todas las relaciones sociales estarían desordenadas.
Ahora bien, esta visión nueva, que tiende a establecerse como punto de vista profesional
en la prensa, vecina con la que se esboza entonces- conflictivamente- en el seno del
gobierno socialista. El ministerio de la Ciudad, creado en diciembre de 1990, ve sus
fracciones definidas en términos de tratamiento «territorializado» de la exclusión y de
las formas locales de delincuencia 20 , y su concepción está como atormentada por el
problema de la integración de los inmigrados 21 , que queda sin embargo al cargo de un
secretariado de Estado y de sectores administrativos distintos. La ley de orientación
sobre la ciudad estaba además inicialmente etiquetada ley «anti-ghetto» 22 . El cambio de
denotación no es indiferente: éste señala, en los responsables socialistas, la tentativa de
evacuar o de rodear el objetivo político de la inmigración (al menos la que reside en

19
Los sociólogos llamados a analizar la historia de las «violencias urbanas» estuvieron entre los
primeros en movilizarse sobre el caso de Minguettes. Estuvieron también entre los primeros en
establecer un diagnóstico experto sobre las medidas «anti-verano caliente». F. Dubet, A. Jazouli y D.
Lapeyronnie consignaron (con F. Schaller) un reporte para la MIRE, «Operación verano 82» (en
1983). Consignaron igualmente L’État et les Jeunes, París, Ediciones obreras, 1985.
20
Véase, por ejemplo, J.-M. Delarue, Banlieues en difficulté. La relégation, París, Syros, 1991. Desde
1981 son instaurados diferentes sectores (la escuela, especialmente, con las «zonas de educación
prioritaria») políticas sociales territorialistas en las que el número de inmigrados es uno de los
principales criterios de atribución de la calificación y de los créditos.
21
Además es instaurado al mismo tiempo que el alto consejo de la Integración con el cual, como la
DIV (delegación interministerial en la Ciudad, creado en 1988) antes, estará en competencia después
de una breve alianza. Véase V. Viet, La France immigrée, París, Fayard, 1998.
22
Para una crítica argumentada de este calificativo, venido de Estados Unidos, véase L. Wacquant,
«Para terminar con el mito de las ciudades-ghettos», Les Annales de la recherche urbaine, 54, marzo
1992.
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Francia desde hace mucho 23 ). Las declaraciones sostenidas parecen en efecto cada vez
más sujetas a resbalones incontrolados 24 o inspirados por cálculos políticos o
electorales 25 . La coyuntura siguiente va de algún modo a limar los obstáculos que
impiden a los diferentes puntos de vista ponerse de acuerdo, pero a precio de una
inversión de perspectivas que modifican los términos del debate.

Inversión de las perspectivas y constatación sobre la «violencia urbana» (1992-


1997)

Los años 1992-1997 están en un periodo de poca actividad para la rúbrica «desórdenes
urbanos» en la prensa: pasamos de una treintena de artículos en 1992 a una decena en
1996, y después a una cincuentena en 1997. El Figaro y las publicaciones semanales
monopolizan siempre el tratamiento de los «problemas de las periferias», imponiendo el
tema de la inseguridad. Pero un cambio se produce: su visión alarmista, en la que el caso
americano prefigura los peligros inminentes incurridos por la sociedad, le gana a los
otros diarios.

Le Nouvel Observateur (21-27 abril 1995) evoca «a los desesperados de la periferia


Este» cuando da cuenta del libro de François Dubet y Didier Lapeyronnie, Quartier
d’exil (París, Le Seuil, 1992), titula un documento «el nivel de alerta sobrepasado» (24-
30 noviembre 1995) sobre los nuevos incidentes en la periferia lionesa, recuerdan que
hubo «28 explosiones de violencia en 1994, 3 veces más que en 1993». «Las periferias
han estallado en París», anuncia Le Figaro (11 marzo 1994) durante la manifestación de
estudiantes de liceo contra el CIP, las guerrillas se volvieron incesantes y larvadas ( Le
Figaro, 30 abril 1993), la violencia reina en el metro («la serie negra»); la autoridad del
Estado está quebrantada y debemos restablecerla 26 . Entonces se unen por los demás
periódicos. Le Monde, a partir de 1994-1995, evoca, en sus páginas, una policía que
inquieta «la banalización de la violencia urbana» (21 de julio de 1995), de los
transportes públicos ganados por la inseguridad 27 , una población delincuente
considerablemente rejuvenecida (desde los 10 años, es precisada citando el reporte
parlamentario de la comisión de Asuntos sociales firmado por Julien Dray). Libération
titula (18 abril 1994) «Periferia: incendiada de violencia metódica en torno a Lyon»;
«Escenas de guerrilla urbana», escribe La Croix (15 noviembre 1994).

23
Lo que va sin duda con el abandono, por el gobierno Rocard en 1990, de la inscripción del derecho
de voto de los inmigrados a las elecciones municipales durante el debate parlamentario sobre la
inmigración.
24
En la Asamblea nacional, en 1990, Michel Rocard, para justificar el endurecimiento del control de
los flujos migratorios, dirá esta frase: «Las sociedades europeas no ya no pueden acoger a toda la
miseria del mundo». Ésta provocará algunas agitaciones.
25
Algunos hombres de derecho y entre los más diplomados toman el léxico del FN para justificar sus
propuestas en materia de inmigración: «invasión» (V. Giscard d’Estaing) , «umbral de tolerancia»
(que resurge en esta ocasión) o incluso «olores» (J. Chirac). Ahora bien estos términos (al menos los
dos primeros) son empleados a nivel europeo para pensar los flujos migratorios y su control. Sobre
este punto, véase Didier Bigo, Police en réseaux, L’experience européenne , París, Prensas de
Ciencias Políticas, 1996.
26
Le Quotidien de Paris (10 de marzo 1994) titula: «Se debe restablecer la autoridad del Estado en
nuestras ciudades», una entrevista con el diputado RPR Pierre Lellouche.
27
«Los transportes urbanos, víctimas del malestar de la inseguridad y objetivo del lazo social»,
constata (3 de noviembre 1995).
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No obstante, algunos análisis estadísticos atestiguan la objetividad del fenómeno. La


dramatización se vuelve así un modo de tratamiento rutinario de los desórdenes urbanos,
pero encuentra ahora crédito e inspiración en reportes parlamentarios o de organismos
semi-oficiales, y análisis de especialistas que confirman la progresión de la «violencia»
y de la «delincuencia», su carácter «inédito» sugiriendo un cambio radical de
comportamientos de las jóvenes generaciones.

Le Figaro presenta el reporte de «Periferioscopía», restablecido por Adil Jazouli de


François Loncle, secretario de Estado socialista en la Ciudad e intitulado «Periferias: las
nuevas fronteras interiores» (18 noviembre 1992); él entrevista al reportero RPR Guy
Larcher sobre la ley de orientación sobre la ciudad (27 de abril 1993) 28 , y después a una
especialista en violencias en Estados Unidos, Sophie Body-Gendrot (30 abril 1993); a
partir de 1996, él cita cifras de fuentes policíacas sobre los delitos al alza, el número de
agentes de la RATP agredidos cada día. Le Monde se apoya sobre el reporte de Julien
Dray 29 y publica estadísticas del ministerio de la Justicia. Diferencia de las referencias
que hace la distinción en la competencia: poco importa de hecho ya que a menudo son
intercambiables y que la inspiración y las conclusiones son las mismas. «Los chavos de
la violencia», titula L’Express (15 febrero 1996): así pasamos de las «violencias
urbanas» a la «violencia» a secas y es esta cultura de «la violencia» o esta «cultura
malvada», según las palabras de François Dubet, quien define a partir de ahora a la
juventud de las afueras. Si Le Figaro evoca «a los salvajes» que invaden los lugares
mejor preservados (las periferias, pero también los centros de las ciudades, la escuela,
los transportes públicos), si insiste, siendo aún el primero, sobre «las incivilidades» y
sus peligros, la temática es ampliamente retomada en todos los órganos de la prensa.

La distinción ya no pasa por el reconocimiento o la disputa de la existencia y de la


significación de acciones violentas, sino por la designación de aquellos que son
reputados en ser los autores: «los jóvenes inmigrados» para unos, «los jóvenes» para
otros. En la derecha como en la izquierda, en la prensa más movilizada como en la que
ha permanecido siempre reservada, la palabra es dada a los candidatos locales, a los
profesores «deprimidos» y a los choferes de autobuses que atestiguan agresiones de las
que son víctimas. Se retoman declaraciones de los miembros del gobierno («zonas
grises» 30 , «zonas de no-derecho», «inseguridad» y «represión reforzada») vehiculando
en contrabando el léxico policíaco de los combates contra las infracciones de los
«inmigrados». Algunos sociólogos son llamados a dar su opinión sobre la autopsia de un

28
«No esperemos el gran miedo», declara Guy Larcher, además autor, en 1992, de un reporte de
información sobre el tráfico de droga en el espacio de Schengen en el cual las minorías extranjeras y
especialmente «los jóvenes magrebís» de las periferias francesas son señalados.
29
Julien Dray, es un antiguo líder de «SOS Racisme» reconvertido en el tratamiento de las periferias.
Este análisis se une al del reporte parlamentario que trata de los medios de lucha contra las mafias,
elaborado por François d’Aubert en el cual las periferias son designadas como uno de los principales
lugares de su implantación. F. d’Aubert, diputado PR que pasó a la Democracia liberal en 1997,
especialista de la denuncia del «dinero sucio» (según el título de una de sus obras publicadas en Plon
en 1993), de los fraudes (véase Coup de torchon sur Bruxelles, París, Plon, 1999) y más ampliamente
del crimen organizado.
30
Antes de ser empleado a propósito de las periferias, «zonas grises» es una expresión utilizada por los
servicios de información para designar las regiones amazónicas no controladas que sirven a los
traficantes para la producción y el tránsito de la cocaína. Véase D. Bigo, Polices en réseaux….,
op.cit., p.302.
Texto para uso académico del Dr. David Velasco Yáñez, sj – ITESO Página 8 de 16
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motín, la inseguridad urbana, «la ciudadanía, la civilidad y la seguridad» 31 : nuevos


sociólogos especializados (como Sébastian Roché) 32 o sociólogos reconvertidos en el
análisis de «la violencia» y de «la inseguridad» (como Hugues Lagrange, Christian
Bachmann), «explican la inseguridad» por «fallas» o «fracasos» de la socialización, que
remiten a la dislocación de la autoridad parental, al conformismo desviado en la
sociedad de consumo, o incluso a una «desventaja socio-violenta» 33 . Los estilos de vida
de esta juventud, antes percibidos como extraños, se vuelven radicalmente extranjeros a
las normas de toda sociedad civilizada 34 y demuestran un «debilitamiento del auto-
control». Un consenso que une a todos los comentadores autorizados del «malestar de
las periferias» se instaura así, a pesar de los desacuerdos políticos o intelectuales, sobre
el carácter radicalmente inédito y patológico de los comportamientos observados. La
coyuntura política e intelectual es propicia a esta recomposición del marco cognitivo
aplicado a las periferias (es decir también a la pobreza, a la inmigración, a la juventud
sin porvenir) llevando a olvidar todas las formas de violencia, especialmente aquellas
sufridas o que van en contra de sí (desempleo, inseguridad salarial, malos tratos,
discriminaciones sociales, agravación de las sanciones penales, suicidio, consumo de
alcohol y de droga).

La legitimación de la dramatización como modo de comentario de los desórdenes


urbanos intensifica la competencia en la prensa. Ésta se traduce por un refuerzo de la
división del trabajo periodístico remitiendo a lo más bajo de la jerarquía de la excelencia
profesional a los periodistas y reporteros sociales, de modo que los observadores que
«se adecúan» más al mundo social son también aquellos cuyo punto de vista es el menos
susceptible de ser reconocido 35 . Así se tema la separación social y política entre la cima
de la jerarquía periodística (que define el punto de vista a adoptarse sobre la actualidad)
y los jóvenes sin futuro, inmigrados o no, de la periferia de las grandes ciudades. La
improbabilidad social de su encuentro se ve duplicada por el desasosiego moral que crea
en estos intérpretes cuando observan a las periferias y a sus habitantes, y que se expresa,
en los más radicales por la indignación, en los más reservados por el lamento
«humanista», miradas distanciadas que, por reducción y abstracción, no perciben más
que «ghetto», «desolación» y «superpoblación inmigrada», ahí mismo donde residentes,
sociólogos de campo, etnólogos, trabajadores sociales o periodistas locales ven primero
heterogeneidad social, dificultades de las condiciones de vida, formas de sociabilidad

31
Véase S. Body-Gendrot, Ville et violence, París, PUF, 1993; C. Bachmann y N. Le Guennec,
Violences urbaines, París, Albin Michel, 1996; C. Bauchmann y N. Le Guennec, Autopsie d’une
émeute. Histoire exemplaire du soulèvement d’un quartier, París, Albin Michel, 1997.
32
S. Roché, Le Sentiment d’insécurité, París, PUF, 1993; Insécurités et libertés, París, Le Seuil, 1994;
La Société incivile (en donde se evoca la decadencia del Estado), París, Le Seuil, 1996; Sociologie
politique de l’insécurité, París, PUF, 1998 (en la cual insiste sobre el aumento de la violencia
homicida y la «deficiencia» de la socialización). Escribe en Projet (238, 1994), Le Débat (8, 1995) y
reportes para los ministerios de la Justicia y del Interior sobre estos temas.
33
Sobre la imposición de esta constatación y la dificultad de cuestionarla, véase B. Charlot, J.-C. Emin
(bajo la dirección de), Violences à l’école. État des savoir, París, Armand Colin, 1997.
34
Escenificación antes reservada a la derecha y a las publicaciones semanales: basura tirada por las
ventanas, edificios deteriorados y «graffiteados», niños descontrolados, jóvenes que «deambulan» o
«se oxidan» al pie de los inmuebles y que insultan a los transeúntes, véase los agreden físicamente,
etc.
35
Para un análisis de este fenómeno y de sus efectos, véase A. Accardo (bajo la dirección de),
Journalistes au quotidien, Bordeaux, Le Mascaret, 1995.
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popular y diversidad de los estilos de vida 36 . Las alarmas sobre la «des-civilización» de


la sociedad francesa nutridas por la temática del multiculturalismo y de la sociedad
fragmentada, de la Francia dividida y de la República amenazada, etc., que alertan sobre
«la crisis de las instituciones republicanas» y «el fin del crisol francés» confortan la
precisión intelectual de su punto de vista. Estas representaciones, que traicionan la
inquietud moral de una élite intelectual a menudo cercana de los universos periodístico y
político, sacan en todos los acontecimientos de la actualidad sus argumentos sobre el
carácter excepcional amenazante del momento: después del «caso del velo islámico» enn
octubre de 1989, el atentado de Marrakech en 1994 37 , después «el caso Kelkal» en 1995,
validan el peligro de la islamización de las periferias y del terrorismo 38 . Éstas prueban
su realismo en la singularidad aparente de las actitudes de los «jóvenes inmigrados».
«Agentes trastornados» 39 , así son considerados estos jóvenes «inmigrados» y sin duda
primero que nada porque no se trata de inmigrados, sino de hijos de inmigrados,
nacionales de origen extranjero. Desde el retorno al islam de algunos de ellos aparece
como «una inquietante extrañeza». Esta identidad islamista «imaginada» aparece
incomprensible a los ojos de los intelectuales que han hecho de los «extremismos
políticos» y del «racismo» su especialidad, tanto parece haber dado razón a las
denuncias del comunitarismo étnico y encontrar su traducción política en los éxitos
repetidos del FN. Además, «alborotadores», «rompiendo las reglas del juego», estos
jóvenes parecen muy poco aptos para «la ciudadanía» 40 .

La alternancia de las fuerzas políticas en el gobierno, su cohabitación y finalmente la


intensificación de la cooperación europea han estrechado el campo de los posibles en
materia de políticas sociales, de política de la ciudad y de política de la inmigración,
36
Véase, por ejemplo, D. Lepoutre, Coeur de banlieu. Codes, rites et langage, París, Odile Jacob,
1997; G. Mauger, «Espacio de los estilos de vida de los jóvenes de medios populares», C. Baudelot y
G. Mauger, Jeunesses populaires. Les générations de la crise , París, L’Harmattan, 1994; G. Mauger,
«Descalificación social, desempleo, precariedad y aumento de ilegalismos», Regards sociologiques,
20, 2001; En marge de la ville, au coeur de la société: ces quartiers don ton parle, La Tour d’Aigues,
L’Aube, 1997.
37
Atentado contra turistas en el cual están implicados jóvenes de la ciudad de los 4000 de La
Courneuve y de la Goutte-d’Or (jóvenes provenientes de la inmigración y jóvenes que no lo son).
38
Véase G. Kepel, Les Banlieues de l’Islam, París, Le Seuil, 1987.
39
Según las palabras de A. Sayad, «La inmigración y el pensamiento de Estado. Reflexiones sobre la
doble pena», S. Padilla (bajo la dirección de), Délit d’immigration. La construction sociale de la
déviance y de la criminalité parmi les immigrés en Europe , Bruxelles, COST A2 Migrations-CE,
1996.
40
Es verdad que la precariedad vuelve improbable toda implicación en acciones colectivas
convencionales (reconocidas pertinentes por los actores políticos, administrativos o periodísticos).
Las actitudes veleidosas e individualistas, pero también la desconfianza ante aquellos que acceden a
responsabilidades minan constantemente las tentativas de auto-organización: así el destino de los
promotores de SOS Racismo o del mercado de los «Beurs» juega aún como cincel en una «juventud
inmigrada» buscando no obstante una vía posible para hacerse escuchar. Las representaciones
dominantes como las acciones públicas llevadas para resolver «sus» problemas contribuyen aún a
desalentar esta fracción de la juventud popular que acumula a los desventajados sociales y considera
que la política, es sobre todo «el mundo de los otros». La acogida extremadamente favorable
recibida, en 1999, por los promotores de «Detengan la violencia», todos jóvenes «Blacks, Blancs,
Beurs» de las periferias (escolarizados y sabios) muestra a contrario cuáles son las expectativas en
materia de toma de palabra política «joven» sobre «el malestar de las periferias» y las pocas
oportunidades que tienen aquellos de «la galera» de poder responder. Véase G. Mauger y C. Poliak,
«La política de las bandas», Politix, 14, 1991; O. Masclet, «El fracaso de una movilización. La
emergencia del barrio como categoría política», Critiques sociales, 5/6, 1994.
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privilegiando el control de los flujos migratorios y la lucha contra el terrorismo e


imponiendo, con los criterios de Schengen, el rol central de la policía y de la justicia 41 .
Las movilizaciones de 1993 contra la reforma del código de nacionalidad y la limitación
del derecho de asilo por el gobierno Balladur o incluso contra la «ley Debré» del
gobierno Juppé en 1996 42 conciernen poco al personal político (los socialistas son
entonces «fastidiados» por su derrota legislativa). En cambio, de múltiples colectivos, a
veces distanciados de la actividad política pero más a menudo ligados al Estado,
intervienen contra «la violencia» y «la delincuencia». Los alcaldes, los sindicatos (de la
RATP y de la enseñanza), la SNCF, los arrendadores sociales, los habitantes de los
barrios concernidos manifiestan, en efecto, públicamente su lasitud frente a las
agresiones de las que son objeto, hacen huelgas o desfilan en la calle. La cobertura de
prensa de la que se benefician contribuye a conferir a «la violencia» el aspecto de una
constatación indiscutible fuera de toda preocupación política o electoralista 43 . Sin
embargo algunos desacuerdos existen entre observadores y actores políticos (y en el
seno de cada uno de estos grupos), no tanto sobre la definición o la significación del
fenómeno como sobre sus modalidades de existencia y por lo tanto sobre el tipo de
soluciones por instaurar. Todos ven en esta violencia una acusación del Estado y del
orden democrático, pero, aunque la mayoría de los comentadores la consideran como la
expresión espectacular de una desregulación social, los responsables políticos (aquellos
del Estado, de la administración y de los organismos que le están ligados) la enfrentan
primero bajo el ángulo del desafío que plantea su visibilidad social a su autoridad. La
violencia les parece ligada a los diferentes «enfrentamientos» en los que se encuentran
confrontados los representantes más cercanos del «terreno» de las diferentes
instituciones estatales o para-estatales y una juventud, sobre todo inmigrada, «privada
de referencias». Además de las sanciones predicadas y la redistribución de las fuerzas de
policía, dispositivos con miras a encauzarlo, a falta de erradicarlo, han sido imaginadas:
todos buscan actuar, por medio de la mediatización, sobre estas interacciones. En 1994,
algunos empleos provisorios de intermediarios son instaurados en las escuelas, los
colegios y los liceos, en la RATP y en la SNCF: primero llamados «Hermanos Grandes»
en referencia a los criterios étnicos que prevalecen más o menos explícitamente para su
reclutamiento y a la autoridad que suponen ejercer frente a jóvenes problemáticos, se
volverán ulteriormente «mediadores» que ocupan «empleos-jóvenes». Otros
procedimientos de mediación son instaurados: casas de derecho y de justicia (plantadas
en 1990 por iniciativa local de los procuradores y alcaldes, desarrollados por Pierre

41
Sobre la intensificación de la cooperación europea de los policías, véase D. Bigo, Polices en
réseaux…, op.cit.
42
Se trata de asociaciones de defensa de los «sin-papeles» o de los «inmigrados», de intelectuales y
sobre todo de las jerarquías de cada Iglesia. Véase Y. Gastaud, L’Immigration et l’opinion…, op.cit.,
p.177-181. Pero esta movilización que tiene por corolario la conversión general de las protestas
públicas desde los años 1980 de un apolitismo reivindicado (véase A. Collovald y B. Gaïti, «Causas
que “hablan”…», Politix, 16, 1991; o. Fillieule, «Consciencia política, persuasión y movilización de
los compromisos», Sociologie de la protestation, París, L’Harmattan, 1993), deja vacante el lugar
para un debate político sobre la inmigración y la democracia, la nación, la República.
43
Por ejemplo, el INSEE señala, a partir de enero de 1996, dispositivos de encuesta en los cuales los
indicadores de «violencia» son construidos para evaluar las condiciones de vida de los hogares y
permitir una comparación con los demás países de la Unión europea. El análisis llega a la interesante
constatación de que aquellos que están más expuestos a la violencia y que la temen más son los
jóvenes hombres de menos de 25 años. Véase E. Crenner, «inseguridad y preocupaciones de
seguridad», Données sociales, 1999.
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Méhaignerie en 1994) 44 , policía de proximidad con los isleños. Estos dispositivos se


conjugan con la creación de múltiples observatorios de la violencia de los que se dotan
la mayoría de las instituciones (escuelas, RATP, SNCF, hábitats sociales), encargados
de censar las infracciones, pero también de detectar, gracias a este saber acumulado
sobre las poblaciones «de riesgo» (especialmente los «jóvenes» y los «jóvenes
inmigrados»), los momentos críticos en los que se puede cambiar todo. Este marco
cognitivo, instaurado por los responsables socialistas, aplicado por aquellos de derecho
e informado por un mismo pensamiento tecnocrático, se inspira de los procedimientos
nuevos de mantenimiento del orden destinados a prevenir situaciones conflictivas y
necesitadas por lo que aparece como un problema esencial: la explosión de la pequeña
delincuencia, atestiguada por todas las estadísticas oficiales. Ésta parece, en efecto,
desmentir todos los saberes y experiencias constituidas e interiorizadas: escapa a las
categorías jurídicas comúnmente aplicadas, pone en crisis el trabajo policíaco, perturba
la autoridad de los alcaldes y, pareciendo obedecer a otros procedimientos sociales que
la gran criminalidad (erosión del tejido social, crisis de las instancias de socialización y
de transmisión de las normas, familia, escuela), vuelve visible el fracaso de las políticas
sociales elaboradas y el carácter inoperante de las leyes menos violadas que ignoradas.
La repetición de los incidentes espectaculares en la periferia, su presencia en la
«primera página» en toda la prensa, la dramatización y los análisis que se hacen
refuerzan las convicciones políticas y administrativas, y confirman retrospectivamente
la pertinencia del diagnóstico de las relaciones Peyrefitte (1977) y Bonnemaison (1983)
sobre las cuales se funda la orientación sin cesar reorganizada de las políticas con
respecto a la delincuencia: territorialización y contractualización de las acciones
públicas bajo la égida del ministerio de la Ciudad, focalización sobre públicos
determinados (especialmente inmigrados) en razón de su propensión virtual a «la
insumisión al derecho» y situados en las zonas de gran vulnerabilidad social («las
afueras»). Algunas tentativas de reformas de la policía («planes locales de seguridad») 45
han acompañado la instauración de una política de la ciudad para hacer frente al
«sentimiento de inseguridad», pero las medidas adoptadas suscitan más críticas que
adhesión en las diferentes administraciones 46 expuestas a la violencia y ante los
comentadores.

Desde 1994, algunos candidatos municipales, de derecha como de izquierda, comienzan


a desempatar los «jóvenes inmigrados» entre «integrados» y «delincuentes» y a reclamar
sanciones (económicas y penales) contra estos últimos y su familia. Han tomado, desde
1991, múltiples iniciativas (refuerzo de los policías municipales, instauración de
sistemas de video-vigilancia, denuncias públicas de las familias más «molestas» para el
orden público local, creación de secciones «seguridad» para «tomar la temperatura de la
población») que escapan al control del Estado y provocan agitaciones no solamente
entre los observadores y actores políticos, sino igualmente en el seno de las
administraciones (policía y justicia) que se sienten sometidas a competencias ilegítimas
en su papel de garante de la tranquilidad pública 47 . En 1997, el gobierno socialista, por
la voz del Premier ministro, Lionel Jospin, hace de la lucha contra la delincuencia uno
44
Éstas serán oficializadas por la ley en 1999 bajo el gobierno de Lionel Jospin.
45
J.-M. Berlioz, «La gestión de proyectos de servicios en la policía nacional», Cahiers de la sécurité
intérieur, 2, 1990.
46
Sobre las resistencias encontradas por la instauración de la policía comunitaria y con relación a la
cultura profesional de la policía, véase D. Montjardet, Ce qui fait la pólice. Sociologie de la force
publique, París, La Découverte, 1996.
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de sus dos objetivos principales, y después, durante el coloquio de Villepinte en octubre


del mismo año, retoma el tema de la seguridad en nombre de las libertades y del
combate contra las «desigualdades sociales»: intenta así retomar la iniciativa buscando
poner un término a todos estos desbordes políticos, burocráticos e intelectuales y
encontrar una solución a las diferentes contradicciones en las cuales es tomado.
Conminado a regular este problema mayor que se volvió «la violencia» manteniendo su
diferencia y teniendo en cuenta las coacciones europeas, el gobierno socialista debe, al
menos simbólicamente, coordinar todos los procedimientos políticos y administrativos
destinados a reducir la delincuencia y la inseguridad y darles una coherencia sin volver
a ignorar la cuestión candente de la inmigración. Sus declaraciones que ratifican la
realidad de «la violencia delincuente» y la pertinencia de la «inseguridad» subrayan el
retorno simbólico al cual se debe obligar para mostrar su conversión al realismo
político 48 , permaneciendo no obstante fiel a sus compromisos pasados.

Éxito y competencia de los expertos (desde 1998)

Desde entonces, «la violencia» ya no es solamente un problema de Estado que no puede


más que parecerse a todos aquellos que están vinculados a la continuidad de la autoridad
estatal y del orden público, sea cual sea su opinión política, se vuelve también el prisma
a través del cual los desórdenes sociales son comprendidos y tratados por la prensa, el
Estado, los intelectuales, los expertos.

Más de ciento cincuenta artículos se publican en 1998 a propósito de la noche agitada de


Saint-Sylvestre de Strasbourg. Las «primeras planas» se multiplican sobre «la»
violencia, firmadas por periodistas políticos. Algunos nuevos periodistas más
especializados (especialmente en derecho) aparecen para cubrir este tema, a menudo en
las páginas interiores de los diarios. Paralelamente, aquellos que hicieron «arder
Strasbourg» (Le Nouvel Observateur, 8-15 enero 1998) pierden su origen social y
étnico: Le Figaro (2 enero 1998) como La Croix, Libération, Le Nouvel Observateur
hablan de los «niños alborotadores» y de «la violencia de los jóvenes». Éstos pierden
incluso su «género»: la mayoría de los comentarios notan, en efecto, la emergencia de
bandas de niñas tan violentas como las de los niños. Le Figaro y Le Monde (14 enero
1998) insisten sobre la violencia que ganan las generaciones cada vez más jóvenes. «Los
nuevos rostros de la violencia», titulan Le Figaro (9 enero 1998), y después Libération
(2 noviembre 1998). Los relatos se atienen a los resultados para constatar la amplitud de
las devastaciones cometidas, la impotencia de los policías para impedirlas y a encauzar
la ola de «motines» que tienen la apariencia de acciones colectivas organizadas y
estratégicamente programadas por jóvenes «depredadores»: la «violencia» así
presentada, asociando definitivamente «motines» y «delincuencia», hace que cambien
los comentarios hacia el objetivo de la seguridad pública. Después de los
acontecimientos de Strasbourg, la mayoría de los periódicos analizan las disensiones

47
Véase F. Ocqueteau, Les Défis de la sécurité privée. Protection et surveillance dans la France
d’aujourd’hui, París, L’Harmattan, 1997. La FASP, por la voz de su patrón, Richard Gerbaidu,
pregunta, desde 1991, después el asesinato de Djamel Chettouh por un vigilante en Sartrouville, un
debate en el Parlamento sobre la seguridad interior tomando medidas apropiadas para controlar las
oficinas privadas y las policías municipales y definir una política clara con respecto a las periferias.
48
«Seguridad: porqué la izquierda ha cambiado», explica sobre varias páginas Libération (27 de
octubre de 1997). «Jean-Pierre Chevenement se ataca a las zonas de no-derecho», afirma La Croix (28
octubre 1997).
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entre la policía y la justicia, el ministro del Interior y el ministro de Justicia (sobre las
formas de penalización o los medios por elaborar). Tomado como pretexto en artículos y
juicios, la competencia entre ministerios dominantes no puede más que reforzar su
rivalidad y tomarse en serio el objeto de su desacuerdo: la sanción como «recuerdo de
las normas» de la sociedad y de la vida democrática, si bien como la reforma de la
justicia de los menores en 1999 (desarrollo del posicionamiento precoz de los jóvenes
delincuentes, de los centros de posicionamiento inmediato y de los centros de educación
reforzada) aparece como una escalada de la administración de la Justicia con respecto al
crecimiento del total de policías, al despliegue de las fuerzas del orden sobre el
territorio, a su modernización, al acercamiento de las nuevas brigadas de menores con
los ciudadanos. Si la focalización de los periodistas sobre las políticas conducidas por el
gobierno las legitima legitimando las preguntas que plantea, contribuye más aún a
inscribir la visión tecnocrática de los desórdenes urbanos propios de los responsables
jerárquicos de cada uno de los sectores concernidos en sus comentarios de los
acontecimientos. Este nuevo marco cognitivo se acompaña en la prensa de un uso
creciente de las informaciones entregadas por la justicia y la policía: las estadísticas que
subrayan el aumento de la delincuencia y de la violencia vienen a sostener los
comentarios y justificar la pertinencia de los problemas tratados 49 .

Los reportes ministeriales son auscultados y presentados tanto en Le Figaro como en Le


Monde (reporte al ministro del Interior sobre las violencias urbanas por Sophie Body-
Gendrot y Nicole Le Guennec, reporte Sueur, alcalde de Orléands, «Mañana la ciudad»,
presentado al ministro del Empleo y de la Solidaridad), limitando el espacio de los
analistas a algunos expertos entre los cuales se encuentran los sociólogos especialistas
de la delincuencia y de la seguridad, pero también recién llegados como consejeros en
seguridad urbana 50 o los comisarios de policía (Lucienne Bui-Trong, comisario de
policía, es entrevistado en Le Monde, sobre su escala gradual de la violencia) 51 quienes
adquieren de este modo una visibilidad social poco acostumbrada 52 . Le Monde quien

49
Para una crítica reciente de las estadísticas sobre la «violencia», véase L. Mucchieli, «La experticia
policíaca de la “violencia urbana”», Déviance et Société, 4, 2000.
50
A. Bauer, por ejemplo, presentado como experto, toma posición en las páginas «Debates», de
Libération (28 enero 1998) bajo el título: «Violencias urbanas: hechos y pistas». Es el autor con X.
Raufer de un Que sais-je?, Violences et insécurité urbaines (París, PUF, 1998) en los que la tesis más
radicales sobre la pregunta son expuestos.
51
Le Monde, 8 diciembre 1998. La presentación de esta mujer comisaria de policía, en la cual es
recordada su formación de normalista, tiende a mostrar que este problema es tratado de forma
«intelectual» (a la vez sabia y desapasionada) por aquellos que están a cargo, en el seno de la policía,
de encontrarle una solución. A través de ella, es otra imagen de policía la que se presenta, menos
sujeta a las relaciones de fuerza violentas, más reflexiva e «inteligente», lo que justifica que se
escuchen sus análisis, véase se retomen puntos de vista que ella propone. L. Bui-Trong escribió
múltiples artículos sobre esta cuestión, pero en revistas reservadas a «conocedores» y practicantes,
véase, por ejemplo, «Bandas en los saqueos y después en los motines: problemáticas del
mantenimiento del orden», Les Dossiers du CNEF, Gif-sur-Yvette, 1993; «La inseguridad en los
barrios sensibles: una escala de evaluación», Les Cahiers de l’IHESI, 14, 1993; «Incivilidades y
violencias juveniles colectivas en los barrios sensibles», Les Cahiers dynamiques, revue de la
protection judiciaire de la jeunesse, 4, 1996.
52
Por ejemplo, R. Bousquet, Insécurité: nouveaux enjeux, París, L’Harmattan, 1999; A. Ballestrazzi
con la colaboración de P. Katz, Madame le commissaire, París, Prensas de la Ciudad, 1999; C.
Pellegrini, Flic de conviction, París, Anne Carriere, 1999; M. Felkay, Les Interventions de la pólice
dans les zones de violence urbaine, París, L’Harmattan, 1999, y Le Commissaire de tranquilité
publique, París, L’Harmattan, 1999. Comisaria Broussard, Mémoires, París, Plon, 1998.
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consagra, en enero de 1999, páginas enteras a las «violencias en Francia» cumple un


«objetivo de sociedad», confortando su estatus de hecho social irrefutable. La
publicación (es entonces una novedad) de sondeos sobre el sentimiento de inseguridad
de los franceses (Le Nouvel Observateur, Le Figaro) atestigua la gravedad de la
situación presente, contribuye a legitimar las expectativas en materia de orden y de
seguridad y a hacer de las sanciones las únicas soluciones políticas posibles al problema
planteado 53 .

La clausura de lo pensable y de la argumentación en una problemática propiamente


institucional transforma definitivamente «el malestar de las periferias». De objetivo
social y político, se transforma en una cuestión técnica cuyo examen, consagrado por los
numerosos reportes 54 , informes o discursos oficiales, llama el debate entre expertos y
cuyo «tratamiento» depende más de una administración sectorizada de las «violencias
urbanas» que de una política social amplia. Incluso si siempre ha habido algo de
arbitrario al oponer «represión» y «prevención», la sanción, no obstante, no es
simplemente represiva: se convierte en «la» medida social preventiva de todo desorden
público. La política judicial es así pensada como política de seguridad por anticipación
y política de prevención social y moral. Lo más sorprendente, en la historia de esta
transformación de los esquemas mentales y prácticos que desembocan n la constitución
de la categoría de «violencia urbana», no es tanto la naturalización de los
comportamientos de los grupos populares más vulnerables, sino el recurso a la
sociología y ya no a la psicología como era el caso en el periodo anterior a 1981.
Debemos sin duda ver la parte de herencia cultural de los socialistas que, más que otros
partidos políticos, han contado en sus rangos y entre sus consejeros a universitarios e
intelectuales, sino apasionados por la sociología, al menos que encuentran en ella los
argumentos científicos por oponer a sus adversarios en la competencia por el análisis y
la acción sobre el mundo social. Pero es igualmente la marca dejada por las diferentes
coyunturas atravesadas. La sociología, entre todas las demás ciencias sociales 55 , se ha
encontrado en posición de ofrecer nuevos saberes y experiencias en un mundo político y
administrativo desorientado por los nuevos objetivos que debía afrontar y en un campo
periodístico dividido entre una fracción fuerte de convicciones políticas, pero sin
argumentos intelectuales, y una fracción intelectual, desamparada política y moralmente.
Esta oferta interpretativa, llevada por «hombres dobles», a la vez sabios y expertos, e
inscribiéndose en una internacionalización de los conocimientos, se vio primero
53
Sólo L’Humanité y Le Parisien abren sus colonias a etnólogos, psicólogos, trabajadores sociales,
sacerdotes o a candidatos de las periferias: todos aquellos que se han profesionalizado desde hace
mucho en la contención de los más desposeídos y no en el control o la observación de la violencia o
de los comportamientos agresivos.
54
Por ejemplo, S. Body-Gendrot y N. Le Guennec, Mission sur les violences urbaines, París, La
Documentación francesa, 1998; «Juventud, violencias y sociedad», Regards sur l’actualité, 243,
julio-agosto 1998; Affaiblissement du lien social, enfermement dans les particularismes et intégration
dans la cité, París, reporte oficial del alto consejo de la Integración, 1997.
55
La ausencia de la historia es sintomática del endurecimiento de las categorías de pensamiento y de la
evidencia que confiere a los problemas sociales tratados su única actualidad mediática y política. El
recurso a esta disciplina habría bastado no obstante, al menos intelectualmente, para mostrar qué tan
recurrentes son, desde fines del siglo XIX, los problemas (y su lamento) que suponen deber su forma
y su urgencia a un presente social desestructurado. Véase el proceso de «regateo colectivo por el
motín» descrito por E. Hobsbawm a propósito de la clase obrera naciente percibida también como
peligrosa («The Machine Breakers», Past and Present, 1, 1952). Sobre los «jóvenes», véase M.
Perrot, «En la Francia de la Bella Época, los “Apaches”, primeras bandas de jóvenes», Les Marginaux
et les exclus dans l’histoire, París, UGE, 1979.
Texto para uso académico del Dr. David Velasco Yáñez, sj – ITESO Página 15 de 16
ANNIE COLLOVALD: DESÓRDENES SOCIALES EN LA VIOLENCIA URBANA

traducida en una ciencia cameral mucho más eficaz ya que era el objeto de producciones
científicas «autónomas», antes de ser reinvertida por los recién llegados, más inclinados
a responder a las demandas institucionales. Bajo este ángulo, el papel jugado por el
IHESI (Instituto de altos estudios de la seguridad interior), creado en 1989 por Pierre
Joxe, fue esencial: la mayoría de aquellos que intervienen actualmente sobre «el
problema de las periferias» y de «la violencia» lo han frecuentado. Este instituto ha
favorecido a una renovación intelectual de la policía y de su imagen. Estrategia de
extensión del dominio de competencia de las técnicas policíacas y voluntad anunciada
de producir políticas profesionalizadas y sectorizadas se conjugan para destronar a la
Justicia del campo de las reflexiones sobre la seguridad, suplantar el Equipamiento en el
análisis de los desórdenes urbanos y rivalizar con las policías europeas y sobre todo las
de Estados Unidos, percibidas como el nec plus ultra de la competencia en este dominio.
Pero el IHESI (como antes la Investigación urbana) fue también un lugar de reciclaje de
los saberes sociológicos, de intercambios interdisciplinarios (entre sociólogos,
politólogos, policías, prefectos, alcaldes) y de importación de concepciones y de
experiencias prácticas, ya sea venidas de Estados Unidos y elaboradas para contener los
motines raciales de los ghettos negros, o ya sea inspiradas del modelo canadiense que
predica una «policía comunitaria» de la que la policía de proximidad es el símbolo. Si
ha permitido «sociologizar» los saberes policíacos 56 , ha permitido también
«cameralizar» las investigaciones financiadas haciéndolas responder a las preguntas
prácticas que se planteaban los «responsables» o los «actores» de la seguridad 57 . No
obstante, la fortuna de la visión «policíaca» de los desórdenes urbanos de la que
atestigua el uso cada vez mayor de la noción de «violencias urbanas» se debe más al
cambio simbólico que al éxito práctico. La policía no monopoliza ni el empleo ni sobre
todo el tratamiento que remite a la Justicia, como si ésta hubiera trabajado sin quererlo
en preparar un terreno sobre el cual sus competidores más inmediatos no pudieran
llevarlo.

56
La policía ha abierto sus puertas a los investigadores, facilitando así la multiplicación de los trabajos
exteriores con sus propias preocupaciones. Véase D. Montjardet, Ce que fait la pólice…, op.cit.
57
La suma de los números de los Cahiers de la sécurité intérieur da una estimación. Véase
especialmente «Juventud y seguridad», 5, 1991; «La gestión de la crisis», 6, 1991; «Sistemas de
policía comparados y cooperación», 13 y 14, 1993; «Seguridad sin frontera», 1, 1995; «Los oficios de
la urgencia», 22, 1995; «Mantener el orden», 27, 1997; «¿Un peligro “jóvenes”?», 29, 1997.
Atestiguan igualmente algunos ejemplos de trabajos comandados por el IHESI: J.-P. Grémy, Les
Violences urbaines: comment gérer et prévoir les crises dans les quartiers sensibles , febrero 1996; A.
Midol, Sécurité dans les espaces publics. Huit études de cas sur des équipements ouverts au public ,
junio 1996; A. Bauer y R. Brégeon, Grands Équipements urbains et sécurité, febrero 1997; J.-P.
Grémy, Les Francais et la sécurité: trois sondages en 1996 sur l’insécurité et ses remedes , octubre
1997; M. Aubouin, F. Delannoy y J.-P. Grémy, Anticiper et gérer les violences urbaines, abril 1998.
Texto para uso académico del Dr. David Velasco Yáñez, sj – ITESO Página 16 de 16

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