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EL DERECHO ADMINISTRATIVO

El Derecho Administrativo es el conjunto de normas que regula la organización y la

actividad de la administración pública.

Es una rama del derecho público referida al funcionamiento de las distintas entidades el

Estado y a sus relaciones con los administrados.

Uno de los temas más importantes que trata es el relativo a la prestación de los servicios

públicos, toda vez que la administración pública tiene como una de sus funciones

esenciales satisfacer las necesidades de la colectividad.

Los principios del Derecho Administrativo constituyen la base de esta rama del

derecho. Son constantes subyacentes en el ordenamiento jurídico que deben ser tenidas

como guías para la interpretación y aplicación de las normas del Derecho

Administrativo, y deben ser aplicados en caso de ausencia de norma legal.

Los principios del Derecho Administrativo son los siguientes:

a. Principio de Interés Público: El interés público predomina sobre el interés particular.

El fundamento de este principio está dado por el carácter solidario del Estado peruano.

En este marco, la actuación de la administración pública debe dirigirse hacia la

obtención del bien común.

b. Legalidad: Toda actuación del Estado y de las entidades que componen la

administración pública debe fundamentarse en las disposiciones legales. En ningún caso

la autoridad administrativa puede actuar de manera arbitraria y sin fundamento legal.

c. Actuación de oficio: El Estado puede, por propia iniciativa, iniciar y desarrollar

procedimientos administrativos. Asimismo, debe continuar los procedimientos iniciados

por los administrados sin que sea necesario que ellos los activen.
d. Publicidad: Los administrados tienen derecho a acceder a la información referida a

los procedimientos en los que son parte.

e. Doble instancia: En todo procedimiento administrativo el interesado tiene derecho a

recurrir a una instancia superior a fin de que revise o revoque la resolución emitida por

la instancia inferior.

f. Doble Vía: Las resoluciones emitidas por la administración pueden ser impugnadas

ante el Poder Judicial.

g. Presunción de Veracidad: Se presume que las afirmaciones de los administrados se

ajustan a la verdad, lo cual no excluye que puedan ser materia de fiscalización.

h. Eliminación de exigencias y formalidades: El Estado debe eliminar los gastos y

formalidades innecesarios que puedan constituirse en un obstáculo para que el

administrado pueda hacer efectivos sus derechos frente a la administración o frente a

terceros.

i. Participación ciudadana en el control de los servicios públicos: Los ciudadanos

pueden, de manera individual o colectiva, remitir sus quejas o propuestas en relación a

la actuación de la administración y a sus procedimientos.


LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA

Definición

Por administración pública se entiende al conjunto de entidades que componen el

Estado. El artículo I del Título Preliminar de la Ley del Procedimiento Administrativo

General (Ley Nº 27444) señala cuáles son las entidades integrantes de la administración

pública:

1. El Poder Ejecutivo, incluyendo Ministerios y Organismos Públicos Descentralizados;

2. El Poder Legislativo;

3. El Poder Judicial;

4. Los Gobiernos Regionales;

5. Los Gobiernos Locales;

6. Los Organismos a los que la Constitución Política del Perú y las leyes confieren

autonomía.

7. Las demás entidades y organismos, proyectos y programas del Estado, cuyas

actividades se realizan en virtud de potestades administrativas y, por tanto se consideran

sujetas a las normas comunes de derecho público, salvo mandato expreso de ley que las

refiera a otro régimen; y

8. Las personas jurídicas bajo el régimen privado que prestan servicios públicos o

ejercen función administrativa, en virtud de concesión, delegación o autorización del

Estado, conforme a la normativa de la materia.


De manera general, podemos decir que la administración pública es la encargada de

cumplir con la función administrativa del Estado. Para ello, la administración pública

desarrolla las siguientes actividades:

a) Actividad de policía: Consiste en la obligación de establecer y mantener la seguridad

y el orden. Para tal efecto, la administración pública puede establecer limitaciones y

otorgar licencias o autorizaciones para el desarrollo de determinadas actividades.

b) Actividad Prestacional: Consiste en la administración de los servicios públicos,

entendidos como servicios de carácter esencial para la población. Esta función no

significa que la administración pública prestará de manera directa los servicios pues

puede recurrir a entidades del sector privado para tal efecto. En estos casos deberá

desarrollar una actividad de fiscalización y control encaminada a asegurar la

satisfacción de las necesidades de la colectividad.

c) Actividad de fomento: Esta función se refiere a la promoción de la realización de

determinadas actividades que son de interés público, por parte de las entidades de la

administración pública.

d) Actividad normativa: La Administración emite continuamente normas jurídicas. Parte

de ellas constituyen una expresión de su función de reglamentar las leyes emitidas por el

Congreso. Asimismo, emite normas de distinto nivel o rango para establecer sus propios

procedimientos y reglas de actuación, así como para establecer obligaciones y derechos

de los administrados en el marco de la Constitución y de las leyes

e) Actividad de sanción: La administración se encuentra facultada para aplicar sanciones

a los particulares en el caso de la comisión de infracciones.


EL SERVICIO PÚBLICO

El Tribunal Constitucional ha establecido en su sentencia Nº 00034-2004-PI/TC que los

principales rasgos del servicio público son los siguientes:

a) Su naturaleza esencial para la comunidad.

b) La necesaria continuidad de su prestación en el tiempo.

c) Su naturaleza regular, es decir, que debe mantener un estándar mínimo de calidad.

d) La necesidad de que su acceso se dé en condiciones de igualdad.

A partir de ello podemos señalar que el servicio público constituye una prestación de

naturaleza esencial para la comunidad que debe presentarse de manera continua y

regular, garantizando que su acceso se dé en condiciones de igualdad.

La naturaleza esencial del servicio público se encuentra en el fundamento de la

disposición contenida en el artículo 58º de la Constitución que señala que una de las

funciones del Estado es actuar en el área de los servicios públicos. Ello no significa que

la prestación de los servicios públicos deba estar a cargo del propio Estado, toda vez que

éste puede optar por encargar su prestación a entidades particulares, sino que el Estado

tiene la obligación de garantizar su prestación.

De este modo, aun cuando el Estado haya decidido que la prestación del servicio esté a

cargo de un particular, tiene la obligación de intervenir a través de la supervisión y de la

regulación.
RÉGIMEN JURÍDICO DE LA ADMINISTRACIÓN

La actividad administrativa debe realizarse con arreglo a las leyes; en este sentido, las

normas jurídicas obligan a la Administración en dos zonas: la zona del fondo y la de la

forma. Es decir, la actuación administrativa debe, no sólo atenerse al cumplimiento de

los requisitos formales que impone la ley, sino también observar el espíritu de la ley en

cuanto ésta protege un determinado interés que justifica la existencia de la norma.

Cuando la Administración actúa incorrecta o injustamente, puede ser objeto

de reclamación por el administrado, que tratará de reencauzar la actividad

administrativa en la norma y, en su caso, ser resarcido de los perjuicios que se le

hubieren derivado de tal irregularidad. En este sentido, se habla de sistema

de recursos para aludir a los instrumentos de reclamación con que cuenta el

administrado para plantear su demanda ante la Administración debiendo

ésta resolver los recursos interpuestos.

La administración pública desarrolla sus actividades por medio de los funcionarios

públicos, empleados de confianza y servidores públicos.

Los funcionarios públicos son aquellos que desarrollan funciones predominantemente

políticas, reconocidas por norma expresa, que representan al Estado o a un sector de la

población, desarrollan políticas del Estado y/o dirigen organismos o entidades públicas.

Pueden ser: de elección popular directa y universal, de nombramiento o remoción

regulados y de libre nombramiento y remoción.


Los empleados de confianza son aquellos que desempeñan cargos de confianza técnicos

o políticos distintos a los del funcionario público. Se encuentran en el entorno de quien

los designa o remueve.

Los servidores públicos desarrollan distintas funciones en la administración pública,

pudiendo ser:

 Directivos superiores, si desarrollan funciones administrativas relativas a la dirección

de un órgano, programa o proyecto, la supervisión de empleados públicos, la

elaboración de políticas de actuación administrativa y la colaboración en la formulación

de políticas de gobierno.

 Ejecutivos, si desarrollan funciones administrativas, entendiéndose por ellas el

ejercicio de autoridad, de atribuciones resolutivas, asesoría legal, supervisión,

fiscalización, entre otras que requieran la garantía de actuación administrativa objetiva,

imparcial e independiente.

 Especialistas, quienes desempeñan labores de ejecución de servicios públicos, sin

ejercer función administrativa.

 De apoyo, quienes desempeñan labores auxiliares de apoyo y/o complemento.

La responsabilidad de la función pública implica el cumplimiento de las obligaciones

del cargo y el resarcimiento de los daños que pudieran causarse. Puede ser de dos

clases:

a. Política: Este tipo de responsabilidad se relaciona con la trasgresión de deberes

políticos propios de un cargo. Sólo recae en el caso de empleados públicos de carácter

político como podría ser el Presidente de la República o los Ministros.

b. Jurídica: Este tipo de responsabilidad admite tres modalidades:


 Administrativa: Es consecuencia de la infracción respecto de algún precepto que guía

la gestión del funcionario o servidor público. Se presenta por ejemplo en casos de

negligencia en la tramitación de procedimientos administrativos. La responsabilidad

administrativa tendrá como consecuencia una sanción aplicada por la propia

administración luego de un procedimiento administrativo de carácter disciplinario. La

sanción puede ser amonestación, suspensión, cese temporal o destitución.

 Civil: Es aquella responsabilidad referida a la afectación a los bienes o derechos del

Estado o de terceros como consecuencia de la acción u omisión del empleado público.

Tiene como consecuencia la obligación de indemnizar por los daños causados.

 Penal: Es la que se genera como consecuencia de la comisión de delitos. En estos

casos corresponde al Poder Judicial la aplicación de la sanción pertinente.

Una misma acción del funcionario o servidor público puede generar los tres tipos de

responsabilidad jurídica, tal como sucedería en caso de apropiación de los recursos del

Estado. En este supuesto, la apropiación constituirá un delito, generando

responsabilidad penal; además acarreará responsabilidad civil por el daño económico

causado al Estado y por último, responsabilidad administrativa por la violación de los

procedimientos administrativos que debieron seguirse en el manejo de los fondos

públicos.

Si las acciones de la administración pública generan perjuicios a los bienes o derechos

de los administrados, la entidad está obligada a indemnizarlos, salvo que el daño se

derive de fuerza mayor. Para generar una indemnización el daño debe ser efectivo,

evaluable económicamente e individualizado con relación a un administrado o grupo de

ellos. El monto de la indemnización incluirá los intereses legales y se calculará con

referencia al día en que el daño se produjo.


En caso que la entidad indemnice a los administrados, podrá solicitar judicialmente el

reembolso de lo pagado, actuando contra las autoridades y demás personal a su servicio

por la responsabilidad en que hubieran incurrido. Para ello se tendrá en cuenta la

existencia o no de intencionalidad, la responsabilidad profesional del personal

involucrado y su relación con la producción del perjuicio.

EL ORDEN NORMATIVO ADMINISTRATIVO

El orden normativo administrativo integra un sistema orgánico que tiene autonomía

respecto de otras ramas del Derecho. Por ello existen fuentes que son particulares a este

sistema y que deben ser aplicadas con preferencia a otras fuentes.

Al momento de resolver los temas de su competencia, las autoridades administrativas

deben aplicar estas fuentes y, en caso de existir vacíos o deficiencias en las fuentes,

podrán recurrir a los principios del procedimiento administrativo y, en su defecto, a

otras fuentes supletorias del derecho administrativo, y sólo subsidiariamente a éstas, a

las normas de otros ordenamientos que sean compatibles con su naturaleza y finalidad.

Las fuentes del ordenamiento jurídico administrativo son las siguientes:

- Las disposiciones constitucionales.

- Los tratados y convenios internacionales incorporados al ordenamiento jurídico

nacional.

- Las leyes y disposiciones de jerarquía equivalente.

- Los decretos supremos y demás normas reglamentarias de otros poderes del Estado.

- Los demás reglamentos del Poder Ejecutivo, los estatutos y reglamentos de las

entidades de la administración pública, así como los de alcance institucional o

provenientes de los sistemas administrativos.


- Las demás normas subordinadas a los reglamentos anteriores. La aplicación de las

normas jurídicas a casos particulares requiere una actividad interpretativa. En el caso

del ordenamiento jurídico administrativo, las interpretaciones realizadas por los

tribunales judiciales o administrativos competentes también adquieren la calidad de

fuentes de interpretación normativa. Estas fuentes son las siguientes:

- La jurisprudencia proveniente de las autoridades jurisdiccionales que interpreten

disposiciones administrativas.

- Las resoluciones emitidas por la Administración a través de sus tribunales o consejos

regidos por leyes especiales, estableciendo criterios interpretativos de alcance general y

debidamente publicadas.

- Los pronunciamientos vinculantes de aquellas entidades facultades expresamente para

absolver consultas sobre la interpretación de normas administrativas que apliquen en su

labor, debidamente difundidas.

LOS SUJETOS DEL PROCEDIMIENTO ADMINISTRATIVO

Los sujetos que intervienen en el procedimiento administrativo son el administrado y la

autoridad administrativa.

El administrado es la persona natural o jurídica que, cualquiera sea su calificación o

situación procedimental, participa en el procedimiento administrativo. Se consideran

administrados quienes promuevan un procedimiento administrativo como titulares de

derechos o intereses legítimos individuales o colectivos. Asimismo, aquellos que, sin

haber iniciado el procedimiento, posean derechos o intereses legítimos que pueden

resultar afectados por la decisión a adoptarse.


La autoridad administrativa es el agente de las entidades que, bajo cualquier régimen

jurídico, y ejerciendo potestades públicas conduce el inicio, la instrucción, la

sustanciación, la resolución, la ejecución, o que de otro modo participa en la gestión de

los procedimientos administrativos.

DERECHOS Y DEBERES DE LOS ADMINISTRADOS

Los administrados, respecto al procedimiento administrativo, tienen los siguientes

derechos:

1. La precedencia en la atención del servicio público requerido, guardando riguroso

orden de ingreso.

2. Ser tratados con respeto y consideración por el personal de las entidades, en

condiciones de igualdad con los demás administrados.

3. Acceder, en cualquier momento, de manera directa y sin limitación alguna a la

información contenida en los expedientes de los procedimientos administrativos en que

sean partes y a obtener copias de los documentos contenidos en el mismo sufragando el

costo que suponga su pedido, salvo las excepciones expresamente previstas por ley.

4. Acceder a la información gratuita que deben brindar las entidades del Estado sobre

sus actividades orientadas a la colectividad, incluyendo sus fines, competencias,

funciones, organigramas, ubicación de dependencias, horarios de atención,

procedimientos y características.
5. A ser informados en los procedimientos de oficio sobre su naturaleza, alcance y, de

ser previsible, del plazo estimado de su duración, así como de sus derechos y

obligaciones en el curso de tal actuación.

6. Participar responsable y progresivamente en la prestación y control de los servicios

públicos, asegurando su eficiencia y oportunidad.

7. Al cumplimiento de los plazos determinados para cada servicio o actuación y exigirlo

así a las autoridades.

8. Ser asistidos por las entidades para el cumplimiento de sus obligaciones.

9. Conocer la identidad de las autoridades y personal al servicio de la entidad bajo cuya

responsabilidad son tramitados los procedimientos de su interés.

10. A que las actuaciones de las entidades que les afecten sean llevadas a cabo en la

forma menos gravosa posible.

11. Al ejercicio responsable del derecho de formular análisis, críticas o a cuestionar las

decisiones y actuaciones de las entidades.

12. A no presentar los documentos prohibidos de solicitar las entidades, a emplear los

sucedáneos documentales y a no pagar tasas diferentes a las debidas según las reglas de

la presente Ley.

13. A que en caso de renovaciones de autorizaciones, licencias, permisos y similares, se

entiendan automáticamente prorrogados en tanto hayan sido solicitados durante la

vigencia original, y mientras la autoridad instruye el procedimiento de renovación y

notifica la decisión definitiva sobre este expediente.

14. A exigir la responsabilidad de las entidades y del personal a su servicio, cuando así

corresponda legalmente, y
15. Los demás derechos reconocidos por la Constitución Política del Perú o las leyes.

De otro lado, los administrados respecto del procedimiento administrativo, así como

quienes participen en él, tienen los siguientes deberes generales:

1. Abstenerse de formular pretensiones o articulaciones ilegales, de declarar hechos

contrarios a la verdad o no confirmados como si fueran fehacientes, de solicitar

actuaciones meramente dilatorias, o de cualquier otro modo afectar el principio de

conducta procedimental.

2. Prestar su colaboración para el pertinente esclarecimiento de los hechos.

3. Proporcionar a la autoridad cualquier información dirigida a identificar a otros

administrados no comparecientes con interés legítimo en el procedimiento.

4. Comprobar previamente a su presentación ante la entidad, la autenticidad de la

documentación sucedánea y de cualquier otra información que se ampare en la

presunción de veracidad.

DEBERES DE LA AUTORIDAD ADMINISTRATIVA

Son deberes de las autoridades respecto del procedimiento administrativo y de sus

partícipes, los siguientes:

1. Actuar dentro del ámbito de su competencia y conforme a los fines para los que les

fueron conferidas sus atribuciones.

2. Desempeñar sus funciones siguiendo los principios del procedimiento administrativo

previstos en el Título Preliminar de la Ley Nº 27444 – Ley del Procedimiento

Administrativo General.
3. Encausar de oficio el procedimiento, cuando advierta cualquier error u omisión de los

administrados, sin perjuicio de la actuación que les corresponda a ellos.

4. Abstenerse de exigir a los administrados el cumplimiento de requisitos, la realización

de trámites, el suministro de información o la realización de pagos, no previstos

legalmente.

5. Realizar las actuaciones a su cargo en tiempo hábil, para facilitar a los administrados

el ejercicio oportuno de los actos procedimentales de su cargo.

6. Resolver explícitamente todas las solicitudes presentadas, salvo en aquellos

procedimientos de aprobación automática.

7. Velar por la eficacia de las actuaciones procedimentales, procurando la simplificación

en sus trámites, sin más formalidades que las esenciales para garantizar el respeto a los

derechos de los administrados o para propiciar certeza en las actuaciones.

8. Interpretar las normas administrativas de forma que mejor atienda el fin público al

cual se dirigen, preservando razonablemente los derechos de los administrados.

9. Los demás previstos en la ley o derivados del deber de proteger, conservar y brindar

asistencia a los derechos de los administrados, con la finalidad de preservar su eficacia.


LA CONSTITUCIÓN Y EL PROCEDIMIENTO ADMINISTRATIVO

En la Constitución nicaragüense de 1987 y en las sucesivas reformas, no aparece de

forma explícita un artículo sobre la administración pública. Este fenómeno es un tanto

extraño. La explicación es, sin embargo, bien sencilla: en Nicaragua ha existido desde

siempre una muy difusa y en muchos casos, inexistente separación entre gobierno y

administración.

Esta situación es fruto y causa de la inestabilidad política y social que ha acusado el

Estado nicaragüense a lo largo de su historia. Por lo que se refiere a lo primero, la

rápida y traumática sucesión de regímenes políticos contradictorios ha dado al traste con

toda posible tentativa de formar un aparato administrativo estable y neutral.

Este fracaso en la construcción de un substrato burocrático no politizado ha sido, por

otro lado, una pesada losa a la hora de buscar soluciones a la delicada coyuntura

político-social de este país. La utilización de los puestos públicos como una vía de

recompensa para los acólitos en el poder en la más pura tradición del spoil system, a la
que ha dado lugar el clientelismo vigente durante décadas ha contribuido a radicalizar

una vida política ya de por sí agitada en grado extremo, y ha dificultado notablemente

que los cambios en el poder político discurriesen de forma serena y calmada.

Sabido es que una administración pública sólida y estable minimiza notablemente los

problemas políticos, ya que otorga protección mínima a los ciudadanos, aunque sea a

nivel administrativo, y permite un funcionamiento continuado de los servicios públicos,

que, como cuestión eminentemente técnica, no se ve afectada al menos en parte

importante por las disputas ideológicas y partidistas.

De ninguna de estas ventajas ha disfrutado, por desgracia, una Nicaragua que se ha visto

envuelta en un trágico círculo vicioso, en la que los vaivenes políticos han destrozado

todos los intentos por conseguir una mínima estabilidad social y económica.

En los últimos tiempos, estamos asistiendo a nivel de derecho ordinario a una

esperanzadora introducción de un régimen administrativo avanzado, equiparable en sus

aspectos esenciales al que rige en las naciones más desarrolladas del planeta. Aunque su

instauración práctica va a encontrar está de hecho encontrando grandes y múltiples

dificultades falta de capacitación del personal administrativo, ausencia de una doctrina y

tradición administrativa, falta de medios materiales, excesiva politización de las

instancias administrativas, etcétera, constituye un paso gigante para la normalización

política y social de este país.

in embargo, el funcionamiento del sistema administrativo integrado en sus elementos

principales por la Ley de Regulación de la Jurisdicción de lo Contencioso-

Administrativa (ley 350), por la Ley de Servicio Civil y de la Carrera Administrativa

(ley 370), y por la Ley de Contrataciones del Sector Público (ley 737), estaba ya

seriamente perturbado sin que se le adicionara este elemento central, y se mostraba


como un edificio majestuoso, pero débil, por faltarle justamente su viga maestra: la Ley

de Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas y Procedimiento Administrativo

Común.

II. SURGIMIENTO DE LA PROPUESTA DE LEY DE RÉGIMEN JURÍDICO

DE LAS ADMINISTRACIONES PÚBLICAS Y PROCEDIMIENTO

ADMINISTRATIVO COMÚN

La idea de elaborar una Ley de Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas y

Procedimiento Administrativo Común surgió, en primer lugar, como producto de una

necesidad de dar a los administrados un trato similar y no discriminatorio, similar al que

reciben en la actualidad producto de la utilización de una multiplicidad de normas

dispersas y carentes de coherencia y unidad. Esto también ocurre debido a la intención

de garantizar los derechos de los ciudadanos y la eficacia de la actividad administrativa.

Además, es evidente que una ley de este tipo brinda una mayor confianza de la

ciudadanía en el funcionamiento de la administración, ya que permite a aquella conocer

que esta no actúa de forma arbitraria y según sus deseos, sino siguiendo un discurrir

prefijado y adecuado a las necesidades que tiene que resolver, lo que provoca que vea

en ella un ente encargado de la aplicación del ordenamiento jurídico, y no un arbitrario

poder que decide según su propia voluntad.


Esta propuesta surgió también para garantizar el mayor acierto de las decisiones

administrativas y encauzar el funcionamiento de la administración pública, al obligarla a

seguir una línea de actuación ordenada y sistemática, además de para fomentar la

participación de los ciudadanos en el desarrollo de las tareas administrativas y para

garantizar la transparencia en el desarrollo de estas. Una ley de este tipo tiene entre sus

principales contenidos la regulación de los procedimientos, trámites y derechos de los

administrados, a través de los que se les permite tomar conocimiento de la actuación

desarrollada por la administración y hacer llegar su voz a los administrados de forma

efectiva.

A lo largo de la historia del Derecho administrativo nicaragüense se ha carecido de una

ley única que regule el procedimiento administrativo, razón por la que,

tradicionalmente, dicha materia ha sido regulada por una normativa dispersa e

incoherente, lo que ha provocado que rijan en la actualidad una multiplicidad inmensa

de procedimientos administrativos carentes de la más mínima uniformidad e, incluso,

contradictorios entre sí.

Por ello, es urgente dotar a Nicaragua de una Ley de Procedimiento Administrativo que

dé uniformidad y orden al sistema, y que establezca un procedimiento general que sirva

de cauce legal a la actuación de los órganos de la administración que quedarían

compelidos a seguirlo para la realización y cumplimiento de sus tareas dentro del

ámbito de su respectiva competencia

Este vacío legal ha tratado de ser suplido a través de mecanismos diversos que, como ya

dijimos, han provocado que rija toda una serie de procedimientos administrativos

diseminados en un gran número de leyes especiales, en las que se han fijado

procedimientos propios y diferentes entre sí, lo cual genera una enorme confusión e

inseguridad jurídica para los administrados que carecen de una vía única y coherente
desde la cual sustanciar sus pretensiones y peticiones frente al Estado desde su calidad

de administrador.

La necesidad impostergable de una ley que regule esta área de actividad de la

administración quedó plasmada en la Ley de Organización Competencia y

Procedimientos del Poder Ejecutivo (ley 290), la cual en su artículo 46 establece que «lo

no previsto sobre procedimiento administrativo se regulará de conformidad con lo que

establezca la ley de la materia».

Para el estado nicaragüense y para sus ciudadanos, sigue siendo una necesidad

imperante contar con una norma jurídica que establezca el procedimiento administrativo

común a toda la administración pública, que regule las formalidades para la formación,

ejecución y revisión —dentro de la esfera administrativa de los actos de la misma

administración, que sirva de garantía jurídica a los administrados, y que evite el riesgo

de que se adopten decisiones apresuradas, mal estudiadas y vejatorias a sus derechos.

El 22 de octubre de 1997, la Corte Suprema de Justicia presentó ante la Asamblea

Nacional un proyecto de ley de procedimiento administrativo y de lo contencioso

administrativo, cuyo primer capítulo estaba dedicado al procedimiento administrativo.

En este proyecto de ley, por razones de técnica legislativa, se terminó por obviar el

título primero. Dicha decisión, sin duda acertada, quiso que una materia tan relevante,

como lo es el procedimiento administrativo, fuera objeto de regulación en un texto

legislativo diferente, que diese una mayor entidad a la materia, como ocurre en los

países más avanzados el caso de España es paradigmático al respecto: dicha materia está

regulada en la de Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas y del

Procedimiento Administrativo Común (ley 30/92).


En el año 2001, la bancada sandinista retomó este título y lo presentó como iniciativa de

ley en la Asamblea Nacional. El referido proyecto contemplaba: (a) la finalidad de la ley

como la eficaz satisfacción del interés público en el quehacer de la administración,

debido a que su ámbito de aplicación es toda la actuación pública sujeta al Derecho

administrativo; (b) la iniciación del procedimiento administrativo, que se puede

producir de oficio o a petición de parte interesada; (c) la ordenación e instrucción del

procedimiento administrativo, a fin de que se ocupe de que impulsen de oficio las

normas de actuación administrativa, los medios de prueba y la audiencia del interesado;

(d) la terminación del procedimiento administrativo por medio de resolución motivada,

la notificación y la ejecutoriedad del acto administrativo y el silencio administrativo; (e)

los recursos en la vía administrativa, incluyendo el de revisión y el de apelación; (f) las

normas comunes al acto administrativo, la nulidad y anulabilidad de los actos; (g) el

agotamiento de la vía administrativa; y (h) la irrevocabilidad de los actos

administrativos declarativos de derechos en la vía administrativa.

LOS ADMINISTRADORES DE LAS SOCIEDADES DE CAPITAL

El Título VI de la Ley de Sociedades de Capital (LSC) se ocupa del régimen de los

administradores de todas las sociedades de capital, cuyo régimen común se ve

modificado solo en cuestiones de detalle respecto a los distintos tipos que integran esa

categoría. A los administradores les corresponde la gestión y la representación de la

sociedad en los términos establecidos en la Ley (art.209 LSC)

1. La administración social viene entendida en general de una manera amplia, como un

conjunto de actos tendentes a la consecución del objeto social. El órgano dedicado a la

administración de la sociedad es necesario por tener conferida la gestión y la

representación de la sociedad
2. La actuación de los administradores se orienta fundamentalmente en dos direcciones:

la primera, el cuidado permanente de la gestión de la sociedad; y la segunda, la

organización de la vida de la sociedad, en especial su funcionamiento

3. Dentro de la estructura de la sociedad, los administradores tienen un campo

competencial autónomo respecto a los demás órganos sociales, aunque ciertamente la

junta general nombra a los administradores y puede acordar su separación en cualquier

momento

4. En cualquier sociedad de capital, todo acuerdo que altere la administración de la

misma, se consignará en escritura pública y se inscribirá en el Registro Mercantil

(art.210.4 LSC)5.

PRINCIPIOS GENERALES SOBRE EL RÉGIMEN DE LOS

ADMINISTRADORES:

Capacidad y prohibiciones para ser administrador: Para ser nombrado administrador no

se requiere la cualidad de accionista salvo que los estatutos dispongan lo contrario

(art.212.2 LSC) y puede serlo tanto una persona física como jurídica (art.212.1 LSC)6 .

El administrador persona jurídica tiene el deber de designar a una persona natural para

el ejercicio permanente de sus funciones.

Los administradores que incurran en incapacidad o estén sometidos a alguna

prohibición deben ser destituidos inmediatamente. También deben cesar, previo acuerdo

de la junta general y a petición de cualquier socio, los administradores que lo fueran de

otra sociedad competidora o que tengan intereses opuestos a los de la sociedad.

Nombramiento:
El nombramiento de los administradores corresponde a la junta general. Los

administradores ejercerán su cargo durante el plazo que señales los estatutos sociales, el

cual no podrá exceder de seis años, y podrán ser reelegidos una o más veces por

periodos de igual duración máxima. Los administradores deben aceptar el

nombramiento, y desde ese instante el nombramiento produce sus efectos, ya que la

inscripción en el Registro Mercantil es obligatoria pero no constitutiva, siendo en

principio válidos los actos realizados por los administradores antes de la inscripción

A los administradores de las sociedades de capital les corresponde la administración y la

representación de la sociedad. En estos términos se pronuncia el art. 209 LSC al

establecer cuáles son las competencias de este órgano social.

El modo de organizar la administración de la sociedad no ha sido objeto de reforma, de

tal modo que la administración de la sociedad podrá atribuirse a un administrador único,

a varios administradores que actúen de forma solidaria o de forma conjunta o a un

consejo de administración (art. 210. 1 LSC).

Las modificaciones relativas al órgano de administración se centran, fundamentalmente,

en las siguientes cuestiones:

- La remuneración de los administradores.

- Los deberes de diligencia y de lealtad.

- El régimen de responsabilidad de los administradores.

- El funcionamiento del consejo de administración

La ley 31/2014, de 3 de diciembre, ha modificado de manera notable las normas

aplicables a los administradores en las sociedades de capital. El objetivo de dicha

reforma es la mejora del gobierno corporativo. El gobierno corporativo es un tema de


gran importancia debido al valor reconocido generalmente de una gestión adecuada y

transparente, y debido también a la compleja estructura que pueden alcanzar las

sociedades.

EVOLUCIÓN LEGISLATIVA.

Los deberes inherentes al cargo de administradores y el régimen de responsabilidad son

materias en permanente evolución, objeto también de una muy cualificada atención

doctrinal, y especialmente, de una decisiva configuración por parte de nuestra

jurisprudencia.

La Ley de sociedades Anónimas de 1989 (Real Decreto Legislativo 1564/1989, de 22 de

diciembre, por el que se aprueba el texto refundido de la Ley de Sociedades Anónimas)

presentaba una simple delimitación de los deberes exigibles a los administradores,

reproduciendo la inicial formulación contenida en la LSA de 1951: el desempeño del

cargo debía realizarse “con la diligencia de un ordenado empresario y de un

representante leal”. En relación al deber de lealtad, el Real Decreto Legislativo

1564/1989 añadió un "deber de secreto sobre las informaciones de carácter

confidencial", de carácter postcontractual, es decir, aún después de que el administrador

cese en sus funciones.

En el caso de las sociedades anónimas, esa formulación varió con la reforma introducida

en el año 2003 por medio de la Ley de transparencia (Ley 26/2003, de 17 de julio, por la

que se modifican la Ley 24/1998, de 28 de julio, del Mercado de Valores, y el texto

refundido de la Ley de Sociedades Anónimas, aprobado por el Real Decreto Legislativo

1564/1989, de 22 de diciembre, con el fin de reforzar la transparencia de las sociedades

anónimas cotizadas), que afectaba sobre todo al deber de lealtad.


La Ley de Transparencia de 2003 plasmó en la regulación positiva un sistema más

desarrollado de los deberes generales de los administradores o deberes inherentes a su

cargo. De forma que el deber de diligencia resultó transformado en un deber de

"diligente administración", al cual se incorporó un deber de información y un deber de

fidelidad, todo ello tomando como referente el "interés social", entendido como interés

común de los socios o de la sociedad.

LOS DEBERES DE LOS ADMINISTRADORES.

El régimen de los deberes de los administradores y la responsabilidad por su

incumplimiento buscan restablecer la confianza en el gobierno de las sociedades.

La Ley 31/2014 ha pretendido una revisión de los principales aspectos del gobierno

corporativo. Ese propósito se ha traducido en una profunda revisión de la delimitación

normativa de los deberes inherentes al cargo de administrador en una sociedad de

capital. El rigor del deber de lealtad pretende sancionar las conductas más graves y

evitar que el administrador anteponga su propio interés al de la sociedad.

El régimen del deber de diligencia es menos riguroso; por un lado, el criterio para

valorar su cumplimiento se encuentra en una cláusula general, y por otro, se presume la

diligencia de los administradores en las decisiones empresariales.

la relación entre los deberes típicos:

Diligencia, lealtad y secreto son deberes inherentes al buen desempeño del cargo de

administrador, de manera que la observancia de todos ellos es imprescindible.

Observancia que muchas veces afecta de manera simultánea a varios de esos deberes.
Es decir, no se trata de deberes autónomos o sometidos a una graduación desde el punto

de vista de su exigibilidad, cumplimiento o infracción.

1.1 EL DEBER DE DILIGENCIA.

El deber de diligencia de los administradores de las sociedades mercantiles es uno de los

que más tempranamente se incluyó en la legislación de sociedades anónimas en nuestro

país; en la ley de 1951 habla del nivel de diligencia exigible al administrador para

referirse al ordenado comerciante. El concepto de ordenado empresario es un aspecto

del deber general de diligencia. El art.225.1 LSC15 establece que los administradores

desempeñarán su cargo con la diligencia de un ordenado empresario. El art.225 LSC se

ha visto ampliado en el contenido de lo que ha pasado a llamarse el deber general de

diligencia.

1.2 UN DEBER GENERAL:

Estamos ante un deber aplicable a cualquier administrador y en cualquier tipo de

sociedad de capital, por lo que se concluye que la Ley acierta al proponer una

delimitación genérica de este deber. Diligencia es sinónimo de orden, de prudencia, de

oportunidad, y de otro tipo de criterios que dependerán de la naturaleza del cargo y de

las funciones atribuidas. La diligencia se impone en atención a la actividad a la que se

dedica la sociedad, a su composición subjetiva, y desde la reforma, a la naturaleza y las

funciones asignadas a cada administrador (art.225 LSC).

Es necesaria una valoración individual de la posición de los administradores porque la

participación en la gestión social de cada uno de los componentes del órgano de

administración puede ser distinta. No puede esperarse una idéntica diligencia del

presidente ejecutivo, del consejero delegado o del consejero común. No puede aplicarse

un baremo similar en lo que es el desempeño diligente del cargo.


El deber de diligencia también depende de la estructura del órgano de la administración.

Si son varios los administradores y actúan colegiadamente, todos responden de forma

solidaria cuando intervinieron en la adopción del acuerdo.

Y como el deber de diligencia se modula en función de la naturaleza del cargo y de las

facultades asumidas, para liberarse de responsabilidad al administrador le bastaría

demostrar que el acto es ajeno al ámbito de sus funciones.

El parámetro de conducta que se exige al administrador en el deber de diligencia tiene

un carácter profesional, el objetivo de la gestión es actuar en el mejor interés de la

sociedad. Y el interés social se corresponde con el común del conjunto de los socios,

aunque esto no impide a los administradores atender los intereses de otros stakeholders.

Pero esto solo se justifica si a largo plazo puede producir ventajas a los socios, los

administradores no pueden defender intereses ajenos.

No obstante, últimamente tienden a extenderse las tesis que obligan a gestionar la

sociedad atendiendo los intereses de los acreedores. El art.225 LSC incorpora una nueva

expresión de la diligencia al reclamar de los administradores dos circunstancias.

La primera es que los administradores deberán tener la dedicación adecuada, es decir,

ser cuidadosos y activos. Esto nos devuelve a las distintas clases de administradores, ya

que en este sentido la diligencia está tomando en cuenta las circunstancias particulares

de cada administrador.

Junto a ello, la dimensión y actividad de la sociedad operarán también como criterios

decisivos de lo que constituye una dedicación adecuada. Es diligente quien está en

condiciones de hacer frente a la gestión de la sociedad, y habrá sociedades cuya

dedicación adecuada solo la pueden ofrecer quienes están personalmente cualificados.


La segunda concreción es que a los administradores se les considerará diligentes no sólo

por su desempeño individual sino también por cómo organizan la gestión de la sociedad,

lo que nos conduce de nuevo a los criterios habituales del sistema del buen gobierno.

1.3 LA DILIGENCIA Y LA INFORMACIÓN:

El deber de diligencia debe interpretarse como un deber individual de información.

Todo administrador está obligado a informarse diligentemente de la marcha de la

sociedad. Todo administrador tiene que desempeñar de manera activa su cargo, lo que se

traduce en imponerle un deber de conocer cuanto pueda afectar al desempeño de sus

funciones. La ley 31/2014 ha añadido un apartado 3 al art.225 LSC en el que establece

que en el desempeño de sus funciones, el administrador tiene el deber de exigir y el

derecho de recabar de la sociedad la información adecuada y necesaria que le sirva para

el cumplimiento de sus obligaciones. De manera que los administradores, además de

actuar con la diligencia de un ordenado empresario, tienen que tener información

adecuada.

Por esta razón, no se puede limitar el derecho de un administrador a informarse, pues

ello impediría un ejercicio diligente de sus funciones.

El deber de información es objeto también de una enunciación general22. Su concreción

va a depender en cada momento de cuál es la información adecuada y necesaria para el

cumplimiento por el administrador de sus funciones.

El administrador también tiene un derecho de información, aunque está objetivamente

limitado; recabar información es un comportamiento correcto y leal siempre que guarde

relación con sus funciones. Si un administrador utiliza el derecho de información sin

poder conectarlo con sus obligaciones puede incluso convertirse en un ejercicio desleal.
Aunque el deber de actuar con diligencia sea una obligación de medios23, la prueba de

su cumplimiento no se agota acreditando el mero hacer diligente. El deber de diligencia

es fuente de obligaciones que a veces se acreditan en la ley o en los estatutos. En estos

casos, hay que probar que se cumplieron esas obligaciones

1.4 LA DISPONIBILIDAD DEL DEBER DE DILIGENCIA DE LOS

ADMINISTRADORES:

Con anterioridad a la reforma introducida por la Ley 31/2014 en la Ley de Sociedades

de Capital, el régimen de deberes y responsabilidad de los administradores venía

establecido en los artículos 225 y siguientes. La LSC establecía mediante normas

imperativas la exigencia de los deberes con diligencia y lealtad. Y ante el

incumplimiento de los deberes los administradores eran responsables frente a la

sociedad, frente a los socios y frente a los acreedores, sin que en ningún caso pudieran

exonerarse por el hecho de que el acto o acuerdo lesivo hubiera sido adoptado,

autorizado o ratificado por la junta general.

Con la reforma de la Ley 31/2014 se introduce en el deber de diligencia la regla de

origen anglosajón de la protección de la discrecionalidad empresarial (business

judgment rule) en el art.226 LSC.

Tras la reforma se viene defendiendo la disponibilidad o modificabilidad del deber de

diligencia por vía estatutaria, en base a una interpretación a contrario de la

imperatividad contemplada expresamente para el deber de lealtad. Es decir, se entiende

que el deber de diligencia es de carácter dispositivo. Se afirma que atendiendo al

silencio que guarda la LSC sobre el carácter imperativo del deber de diligencia, frente al

tratamiento realizado en el deber de lealtad donde declara de forma expresa su


imperatividad, debería concluirse, sensu contrario, la validez de las cláusulas

estatutarias que modifiquen el régimen del deber de diligencia.

La protección de la discrecionalidad empresarial o business judgment rule (sobre la que

trataremos más adelante) es un mecanismo para delimitar y proteger a los

administradores entendiendo cumplido un estándar de diligencia. La regla de la

discrecionalidad empresarial establece un espacio de inmunidad para los

administradores.

1.5 LA AUSENCIA DE EXONERACIÓN DERIVADA DE LOS ACUERDOS DE

LA JUNTA GENERAL Y LA AFECTACIÓN DE LA ANTIJURIDICIDAD DE

LAS CONDUCTAS LESIVAS:

La exoneración de responsabilidad de los actos de los administradores porque el acto

lesivo haya sido adoptado, autorizado o ratificado por la junta general no es un

problema de culpa sino de antijuridicidad. En estos casos el legislador ha determinado

que el consentimiento de la sociedad no tiene eficacia, por lo que la conducta lesiva no

puede autorizarse, y se hacerse, conlleva la asunción de los resultados por cuenta y

riesgo de los administradores.

El consentimiento de la junta no hace desaparecer la responsabilidad por actos lesivos a

la sociedad. No obstante, también se ha afirmado que sería posible la exoneración de los

administradores si la junta estimara que el acto no es contrario a la ley. En todo caso, la

junta solo puede renunciar a la acción social, porque los administradores sí que

responderían ante los accionistas minoritarios o los acreedores.

Por otro lado, la exoneración, la atenuación y la disponibilidad solo pueden darse en

sede de responsabilidad, pero no en sede del deber de diligencia, que es siempre

exigible. Las previsiones que contengan los estatutos en materia de responsabilidad no


se pueden establecer en perjuicio de terceros. Por eso, la eficacia de las cláusulas

estatutarias se reduce a exonerar de la responsabilidad, mientras que es cuestionable que

el contenido del deber de diligencia se pueda modificar.

El consentimiento de la junta no hace desaparecer la responsabilidad por actos lesivos a

la sociedad. No obstante, también se ha afirmado que sería posible la exoneración de los

administradores si la junta estimara que el acto no es contrario a la ley. En todo caso, la

junta solo puede renunciar a la acción social, porque los administradores sí que

responderían ante los accionistas minoritarios o los acreedores.

Por otro lado, la exoneración, la atenuación y la disponibilidad solo pueden darse en

sede de responsabilidad, pero no en sede del deber de diligencia, que es siempre

exigible.

Las previsiones que contengan los estatutos en materia de responsabilidad no se pueden

establecer en perjuicio de terceros. Por eso, la eficacia de las cláusulas estatutarias se

reduce a exonerar de la responsabilidad, mientras que es cuestionable que el contenido

del deber de diligencia se pueda modificar.

1.6 LA NECESARIA DISCRECIONALIDAD EN LA GESTIÓN DE LA

EMPRESA:

En una economía de mercado la facultad de administrar una empresa con

discrecionalidad, libertad e independencia es una condición necesaria, que además se

ampara en la libertad de iniciativa económica y la libertad de empresa.


Por eso esta discrecionalidad en la toma de decisiones obliga a limitar la revisión

judicial de las mismas, sobre todo cuando esas decisiones tuvieron que adoptarse, como

sucede frecuentemente, con celeridad o bajo presión, o sin poder disponer de datos que

serían relevantes.

La justificación de la regla de la discrecionalidad empresarial se encontraría en la

asunción por los administradores de los riesgos que conlleva la toma de decisiones y

que generan incertidumbre.

La finalidad de la regla es reducir la aversión al riesgo de los administradores sociales y

proporcionar seguridad jurídica al generar certidumbre en su actuación y las

consecuencias de la misma.

Por ello, el art.226 LSC permite una limitación del ámbito de la infracción del deber de

diligencia, puesto que o existiría la infracción del mismo, si los daños se causan por una

conducta cubierta por esa regla. En estos casos al juez le estaría vedado examinar la

conducta realizada

En cuanto a la naturaleza de la regla, existen dos posturas: La primera postura considera

esta regla como un estándar de revisión de la conducta de os administradores, que

determina la adecuación de éstos al modelo fijado por el legislador.

La segunda postura considera esta regla como un puerto seguro que impide la revisión

de las conductas mientras no se acredite que o se han cumplido los presupuestos que

permiten su reconocimiento.

1.7 LOS PRESUPUESTOS DE LA REGLA DE LA DISCRECIONALIDAD

EMPRESARIAL
Para que sea de aplicación la regla, es necesario que los administradores tomen su

decisión en base a un procedimiento adecuado, con información suficiente, de buena fe

y sin interés personal en el asunto.

El primer presupuesto, actuar de acuerdo a un procedimiento adecuado implica la

objetivación de los procesos de toma de decisiones empresariales, ya que éstas se deben

aprobar en el marco de un procedimiento apropiado a las características y al tipo de

sociedad.

Por ello, cabe exigir que los administradores establezcan protocolos aptos para la

adopción de decisiones. Estos protocolos tienen especial sentido en empresas de gran

tamaño, donde la administración se organiza en forma de consejo de administración. Por

tanto, este deber se vincula a la dimensión de la empresa o al tipo de actividad que

desarrolla.

La diligencia en la administración puede exigir también el establecimiento de sistemas

de denuncia para controlar irregularidades, pero si la sociedad no establece estos

sistemas, no cabrá aplicar la regla de la discrecionalidad. Aunque, por sí sola esta falta

no basta para que los administradores respondan, sino que será necesario demostrar el

daño causado.

El segundo presupuesto es que la decisión debe tomarse con la información pertinente y

con asesoramiento. En este sentido, no se puede determinar cuánta es la información

adecuada, y por tanto, exigible. Por eso debe concluirse que la determinación de la

información necesaria entra dentro de la discrecionalidad, es decir, serán los propios

administradores los que valoren esta cuestión.


EL DEBER DE LEALTAD.

La Ley de Sociedades de Capital enuncia el contenido básico del deber de lealtad a

través de normas que podríamos describir como preventivas y otras de carácter

prohibitivo o sancionador.

El contenido fundamental del deber de lealtad.

El Derecho de Sociedades moderno ha venido enunciando el deber de lealtad como

aquél consistente en el desempeño del cargo de administrador como un representante

leal. Esta idea se reitera en la LSC, pero con un mayor desarrollo puesto que se exige

que la actuación del administrador se haga conforme al criterio de la lealtad propia de

un fiel representante.

A ello se añade la exigencia de la buena fe, que nos devuelve a la relación entre los

deberes de todo administrador, puesto que en una actuación de buena fe no sólo se

advierte un comportamiento leal, sino también diligente.

El art.227 LSC termina con la definición del deber de lealtad por medio de la referencia

al interés social, aunque hay que recurrir a la jurisprudencia para determinar lo que es el

interés social: el interés común a los accionistas.

Con independencia de la indeterminación de ese interés de la sociedad, destaca su

significado jerárquico y principal: atender a la defensa de ese interés de la sociedad es la

función esencial que debe respetar todo administrador, es una primacía absoluta; debe

atender el interés social e ignorar cualquier otro. No hay lealtad en una actuación

destinada a una correcta satisfacción del interés de la sociedad motivada por la voluntad

de la simultánea consideración de otros intereses. Lo que el administrador debe elegir es


la actuación que conlleva la mejor defensa del interés de la sociedad, aunque sea

perjudicial para otros intereses.

los sujetos del deber de lealtad

Las personas afectadas por el deber de abstención son los administradores, pero el

art.229 LSC dice que las previsiones en materia de abstención son también aplicables en

todos los supuestos en los que el beneficiario de las actividades prohibidas sea una

persona vinculada al administrador.

Aquí se extiende el régimen de responsabilidad a todas aquellas personas que, aún sin

ostentar la posición formal de administrador, desempeñan en la sociedad un papel de

índole similar.

La extensión alcanza en la reforma a las personas físicas que representan a los

administradores personas jurídicas (art. 236.5 LSC); al más alto directivo (el primer

ejecutivo) cuando se le ha situado fuera del consejo de administración (art. 236.4 LSC);

y, sobre todo, a los administradores de hecho, a los que se define con amplitud.

Ahora el art. 236.3 LSC engloba, en efecto, no sólo a los que tradicionalmente se

reconocían como tales sino también a los conocidos como "administradores ocultos",

que el precepto define como aquellas personas "bajo cuyas instrucciones actúen los

administradores de la sociedad".

La razón que justifica la extensión se comprende sin esfuerzo: si prácticamente actúan

como administradores, normativamente deben responder como administradores, sobre

todo en el terreno de la deslealtad.


Las obligaciones derivadas del deber de lealtad.

La lealtad implica que el administrador no ejercita sus facultades con fines distintos de

aquellos para los que le han sido concedidos.

 El deber de guardar secreto: Es una de las obligaciones derivadas del deber de

lealtad. Es un deber de contenido amplio, se refiere a informaciones, datos,

informes o antecedentes que hayan sido objeto de conocimiento como

consecuencia del ejercicio del cargo. Esta es la regla general, de manera que los

administradores no debieran compartir esa información salvo que hubiera una

justificación por la propia evolución del asunto o por resultar una obligación

legal, la posibilidad de compartir esa información tiene que estar expresamente

permitida por la ley. La confidencialidad tiene que ser respetada por el

administrador incluso cuando haya cesado en el cargo.

 El deber de abstención en la adopción de decisiones o acuerdos en

situaciones de conflicto de interés.

Otra de las obligaciones básicas que derivan del deber de lealtad, cuando hay un

conflicto de interés entre el propio administrador y el interés social. Esta

obligación se ha ido precisando ya que el administrador debe abstenerse no solo

en la votación del acuerdo, sino también en la deliberación, tiene que abandonar

la sesión del órgano de administración tan pronto como éste pase a tratar el

acuerdo conflictivo. De esta manera se impide que el administrador pueda influir

en la voluntad de quienes hayan de tomar la decisión decantando dicha decisión

a favor de sus intereses. Sin embargo, de lo que no está privado el administrador

es de la posibilidad de participar en la reunión, de modo que en el consejo habrá

que contar con el administrador afectado a efectos de quórum de asistencia,

aunque no en el de votación.

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