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La doctrina cristiana sobre Dios no se presenta como una conquista humana, sino
como el resultado de una revelación de Sí mismo que Dios ha hecho a los hombres y de la
acogida que los hombres han hecho de esa revelación. En la Sagrada Escritura no
encontramos al hablar de Dios un ascenso humano, sino una historia en la que de modo
sucesivo y constante Dios actúa y, en esa actuación, se va revelando, el pueblo lo va
conociendo. La iniciativa es del Dios de la alianza: es Dios mismo el autor de la Escritura y,
en este sentido, Él es el que ofrece los datos para la reflexión teológica sobre Dios. El hombre
no buscaría a Dios si no estuviese ya siendo buscado por Él; pero el encuentro no se produce
si el hombre no responde libremente a la llamada divina. Esto implica la afirmación de que el
hombre es capax Dei.
Hay que mantener a la vez tanto la originalidad del mensaje neotestamentario como la
permanente validez del AT para los cristianos. La distinción entre los dos testamentos no debe
hacernos olvidar su unidad profunda, y viceversa. DV 16: «Dios, inspirador y autor de ambos
Testamentos, dispuso las cosas tan sabiamente que el NT está latente en el Antiguo, y el
Antiguo está patente en el Nuevo». Los libros del AT adquieren su plena significación en el
NT, ilustrándolo y explicándolo al mismo tiempo. «Sin el AT, el Nuevo sería un libro
indescifrable, una planta privada de sus raíces y destinada a secarse» (Pontificia Comisión
Bíblica, El pueblo judío y sus Sagradas Escrituras en la Biblia crisitana).
Sería demasiado simplista pensar que la revelación del AT nos da a conocer al Dios
uno y la del NT al Dios en cuanto trino (aunque algo de verdad hay en esta afirmación). Los
dos Testamentos en su unidad nos han dado a conocer progresivamente la revelación de
Dios, dirigida primeramente a su pueblo elegido, y después, en Jesús, a todas las naciones sin
distinción. Es cierto que el AT no nos da a conocer a Dios en el misterio insondable de su
trinidad, pero no es ajeno a él. Todo el AT, al preparar la venida de Jesús, prepara la
revelación definitiva del Dios uno y trino.
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monoteísmo veterotestamentario, o como un «monoteísmo debilitado», sino como una
profundización en la vida íntima del Dios único.
A) Antiguo Testamento:
2) El Dios de la Alianza
La Biblia comienza con lo que podría llamarse un prólogo de once capítulos (Gn 1-
11), que narra la creación del mundo y el exordio de la historia. Aparece claro, desde las
primeras páginas, que el principal dilema de la historia es la aceptación o rechazo de Dios por
parte del hombre, es decir, el centro de la historia bíblica es la relación del hombre con
Dios. Por parte de Dios esa relación es descrita como acercamiento, llamada, elección. Así se
ve por ejemplo en la alianza con Noé (Gn 9, 9-17) y en la alianza con Abraham (Gn 15, 17).
Así se pone especialmente de manifiesto en la alianza establecida en el Sinaí (Ex 19-24).
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Desde la teología de la Alianza, se comprende mejor un elemento fundamental de toda
la experiencia veterotestamentaria en torno a Dios: el carácter efectivo de la revelación
divina. Dios se revela actuando, salvando, liberando. Su palabra es omnipotente y creadora, es
eficaz. Esta efectividad viene acompañada por otro rasgo esencial en el concepto bíblico de
Dios: Yahvé no es un ser caprichoso y arbitrario, sino que es Alguien de quien uno puede
fiarse siempre, es eternamente fiel.
La alianza con Yahvé es, sobre todo, una promesa, en la que se incluyen unas claras
exigencias éticas. Esto conlleva también el hecho de que la imagen veterotestamentaria del
Dios de la Alianza guarda una relación inmediata con la historia: se confía en el como Señor
de la historia, se cree que Él salvará al pueblo y a la historia. La religión de Israel es una
religión de elección, entendiéndola en el sentido de que esta elección divina distingue la
religión de Israel de la religión natural (que pensaba en una relación natural entre el dios
nacional y sus adoradores, ya sea una especie de parentesco de sangre o una vinculación con
el país, que ligue al dios con sus habitantes).
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designar a Dios: El Sadday, Dios omnipotente; El Olam, Dios Eterno; El Elyon, Dios
Altísimo; Adonai, Señor.
Yahvé es el nombre propio del Dios de los israelitas. Consta de cuatro letras: YHWH.
Las nociones de santidad, trascendencia, unicidad y salvación están unidas indisolublemente a
este nombre como atributos propios y exclusivos de Él. En los ambientes judíos, la
denominación «el Señor» se convierte en sinónimo de Yahvé. El Éxodo dice que este es el
nombre que Dios revela a Moisés en la teofanía de la zarza ardiendo (Ex 3, 13-15): Yo soy el
que soy. Dios se manifiesta a Moisés como una realidad viviente que está por encima del
tiempo. Los Patriarcas conocían a Yhavé con el nombre de El, conocido a todos los semitas, y
con la cualidad de Sadday, todopoderoso. Escogiendo ahora a su pueblo y liberándolo con su
poderosa intercesión, Dios se da a conocer como el Dios de la alianza; al elegir un nombre
relacionado con algo tan universal como existir, sin vincularlo a ningún clan o lugar, se
presenta como alguien; no es un dios nacional.
Hay dos aspectos que sobresalen del concepto bíblico de Dios. Por un lado, está el
carácter «personal» de Dios, un Dios cercano con el que los hombres pueden entrar en
relación. Y, por otro lado, Dios permanece indisponible, libre de toda sujeción a un lugar y a
un tiempo. Dios es el Dios de los hombres cercano e inmanente a su historia, pero es a la vez
el Dios trascendente, el Dios que trasciende el tiempo y el espacio.
Tan solo vamos a citar estos atributos de Dios que se extraen de la Escritura y decir
algo muy brevemente de cada uno de ellos:
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2) Eternidad y fidelidad de Dios. En el pensamiento bíblico, a diferencia del entorno
de Israel, Dios es el que nunca muere. El concepto de eternidad en la Biblia se entiende
negativamente abstrayéndolo de límites temporales. Dios es el viviente: la existencia es algo
inseparable de la divinidad. Los profetas recalcan este atributo al señalar la fidelidad de Dios
a sus promesas. La fidelidad divina implica una cierta inmutabilidad de la voluntad. Otros
textos que atribuyen a Dios arrepentimiento y cambios de actitud muestran la convicción
hebrea de la oración y de la misericordia divina.
El carácter personal del Dios de Israel, es decir, que Yahvé es un ser de naturaleza
personal que no puede confundirse con una fuerza anónima de la naturaleza, sino que
posee una individualidad propia, con inteligencia, voluntad y libertad, aparece destacado
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desde las primeras páginas de la Biblia. Dios crea, impone un precepto a los primeros padres,
pasea con ellos por el paraíso, les impone un castigo y les promete un redentor (Gn 1-3). Dios
es Aquel que a lo largo de los siglos es fiel a la Alianza en la que Él mismo tuvo la iniciativa
(Ex 19, 1-6). Por esta razón, el panteísmo es totalmente ajeno al concepto bíblico de Dios. En
la Biblia, Dios no está al nivel de la naturaleza y tampoco es una idea abstracta, sino un ser
entrañablemente personal. En la Biblia, Dios no es una abstracción filosófica para explicar el
esquema del universo como su causa primera, no tampoco se confunde con el cosmos. Dios
controla y dirige las fuerzas cósmicas y la marcha de la historia, siempre al servicio de sus
designios de salvación.
En el AT, este carácter personal de Dios queda subrayado por el abundante uso de
antropomorfismos y antropopatismos. En efecto, el hecho de hablar de Dios como Alguien
que se indigna, se compadece, se arrepiente, etc., implica necesariamente concebirlo como un
ser personal. Este uso de antropomorfismo al hablar de Dios no implica un desconocimiento
de la absoluta trascendencia de Dios, sino que refleja la imposibilidad de expresar
adecuadamente con palabras humanas la grandeza de Dios. De hecho, estos antropomorfismos
están enmarcados en afirmaciones y manifestaciones de la trascendencia e inefabilidad de
Dios: Dios habla (Gn 1, 3), oye (Ex 16, 12), ve (Gn 6, 12), modela del barro y sopla (Gn 2, 7),
etc.
Este concepto de la naturaleza personal de Dios está ligado a toda la doctrina en torno
a la Alianza. En ella, la divinidad presenta un carácter personal expreso por el hecho de que se
subrayan todas las cualidades propias de un ser que toma decisiones. También al revelar su
nombre, Dios se muestra como un ser trascendente y personal a la vez. Finalmente, el AT
también pone de relieve el carácter personal de Dios al llamarle el Dios vivo: un Dios que no
permanece inerte, sino que ve, oye y actúa. Dios es esencialmente el viviente que aparece en
la Biblia en oposición a los dioses de las naciones que no son más que dioses muertos e
impotentes.
B) Nuevo Testamento:
5) La revelación de la Trinidad en el NT
Dios es el abbá de Jesús (cf. Mc 14,36; Mt 26,53; Lc 22, 42). La expresión abbá tiene
una gran importancia teológica y marca definitivamente la comprensión teológica de Dios. Es
claro que Jesús llamá a Dios su Padre en una forma exclusiva. La relación filial de Jesús con
el Padre se encuentra a un nivel distinto y superior del que tienen los demás hombres con
Dios. Jesús no habla de nuestro Padre, sino que siempre distingue entre mi Padre y vuestro
Padre, mi Dios y vuestro Dios (cf. Mt 5, 45, Jn 20, 17). La intimidad entre Jesús y el Padre se
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manifiesta con rasgos inconfundibles en la forma en que Jesús ora: al orar siempre llama
Padre a Dios. Para san Juan, la filiación de Jesús al Padre es esencial y en ella se fundamenta
la afirmación de su preexistencia (cf. Jn 1, 18). Al hablar de la teología de Dios Padre, la
atención se dirige a aquellos textos en los que Jesús llama Padre suyo a Dios y a la conciencia
de filiación al Padre que Jesús muestra.
Esta especial paternidad de Dios sobre Jesús se recoge ya en los primeros discursos de
san Pedro en Hechos: Hch 2, 32-33. Así se refleja también en los escritos de san Pablo: Dios,
padre de todos los hombres, es Padre de Jesucristo de una manera única y exclusiva, pues
Jesús es Hijo suyo por naturaleza y no por adopción: Gal 4,4-5; Rom 8,3.
Los testimonios del NT, sobre todo en las fórmulas triádicas, muestran tres cosas de
suma importancia:
a) Que desde el primer momento de la vida de la Iglesia estuvo clara y explícita la fe
trinitaria.
b) Que esta fe comporta la afirmación de la unicidad de Dios y de la trinidad de
personas.
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c) Que esta fe comporta la afirmación de un orden inalterable en la Santísima
Trinidad: el Padre es la primera Persona, el Hijo la segunda, y el Espíritu Santo, la tercera.
Esto es así porque el Hijo y el Espíritu proceden realmente del Padre.
DV 4: «Jesucristo -ver al cual es ver al Padre (cf. Jn 14, 9)- con su total presencia y
manifestación personal, con palabras y obras, señales y milagros, y, sobre todo, con su muerte
y resurrección gloriosa de entre los muertos, finalmente con el envío del Espíritu de la verdad,
completa la revelación y la confirma con el testimonio divino que vive Dios con nosotros».
Cristo es a un tiempo, «mediador y plenitud de la revelación» (DV 2). La Encarnación del
Hijo de Dios revela que Dios es el Padre eterno.
El Evangelio de san Juan ha sido escrito para mostrar la divinidad de Cristo (cfr. Jn
20,31). El texto fundamental: Jn 1, 1-14. También: Yo y el Padre somos una sola cosa (Jn 10,
30), y, entre otros muchos: Jn 14, 10-11.
c) El Espíritu Santo como persona divina. Destacan los pasajes en los que el Espíritu
Santo aparece como sujeto de verbos como habitar, distinguir, querer (1 Cor 2, 10; 6,11) y
otros como 2 Cor 13,13 y 1 Cor 12, 4-5. Los textos más explícitos están en la narración
joánica de la Última Cena: Jn 14, 15-17; Jn 15, 26; Jn 16, 13-15 son los textos más
importantes sobre la «personalidad» del Espíritu Santo. El Espíritu Santo es don enviado por
el Padre y el Hijo y las misiones del Hijo y del Espíritu son una misión conjunta.
8) La unidad de Dios en el NT
C) Excursus:
Solo en el libro griego de la Sabiduría (Sab 13, 1-9), al polemizar contra la idolatría,
indica una prueba de la existencia de Dios Creador: el hombre puede y debe reconocer al
artífice del mundo precisamente en la estructura misma de este mundo. La belleza y armonía
de lo creado es una llamada al reconocimiento de Dios dirigida a todos los hombres. Se da en
esta pasaje un auténtico valor al itinerario mental que lleva de la admiración de las cosas al
descubrimiento de la existencia de Dios.
El autor quiere afirmar que el Dios al que llegan los filósofos es el mismo Dios de la
Biblia. Si critica a los filósofos no es por su caminar intelectual, sino porque este caminar,
debería haberlos llevado más allá de la existencia de Dios: a descubrir algo de la verdadera
naturaleza de Dios. Este pasaje presenta el camino analógico como una vía de acceso a lo
divino segura y universal. El raciocinio que se usa es lineal: son vanos aquellos hombres que
no saben leer en toda su profundidad el libro de la Creación y, por esta razón, no conocen al
Creador. El pasaje concluye con un juicio moral sobre este desconocimiento del Creador.
La enseñanza del NT en esta cuestión prosigue en las mismas coordenadas del AT.
Hay dos textos fundamentales:
Rom 1, 18-23 (texto citado por el Vaticano I en Dei filius). Se evoca el iter
argumentativo del libro de la Sabiduría. El pensamiento paulino puede sintetizarse en torno a
tres grandes afirmaciones:
a) La inteligencia humana tiene capacidad para trascender el mundo creado y llegar al
conocimiento de Dios.
b) El mundo es revelación de Dios.
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c) El hombre tiene capacidad de conocer y reconocer a Dios.
Bibliografía:
Estudio:
J. Coppens, La notion biblique de Dieu, Leuven 1985.
Manuales:
L.F. Mateo-Seco, Dios Uno y Trino, 41-142.
L.F. Ladaria, El Dios vivo y verdadero, 43-125.
J. Auer, Dios Uno y Trino, 135-182.
Síntesis:
J.-H. Nicolas, Synthese Dogmatique, Beauchesne 1986.
M. Schmaus, Dogmática.
«Dios» en el Diccionario de Teología, 237-245.
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