Está en la página 1de 11

TEMA 6: EL MISTERIO DE DIOS REVELADO EN JESUCRISTO

Este tema es fundamentalmente el estudio de la parte bíblica del tratado de Misterio de


Dios. El eje del tema puede ser: distinguir (sin contraponer) la Revelación del AT y NT. Así lo
haremos, comenzando por la explicación de la continuidad y unidad entre el AT y el NT, para
pasar a describir la revelación de Dios en el AT (el Dios de la Alianza, la cuestión del nombre
de Dios y sus propiedades y Dios como ser personal) y en el NT (la revelación de la Trinidad,
el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo y cuestión de la unidad de Dios en el NT). Concluiremos
con un apartado dedicado a la temática de «la Escritura y la razón humana ante el misterio de
Dios».

La doctrina cristiana sobre Dios no se presenta como una conquista humana, sino
como el resultado de una revelación de Sí mismo que Dios ha hecho a los hombres y de la
acogida que los hombres han hecho de esa revelación. En la Sagrada Escritura no
encontramos al hablar de Dios un ascenso humano, sino una historia en la que de modo
sucesivo y constante Dios actúa y, en esa actuación, se va revelando, el pueblo lo va
conociendo. La iniciativa es del Dios de la alianza: es Dios mismo el autor de la Escritura y,
en este sentido, Él es el que ofrece los datos para la reflexión teológica sobre Dios. El hombre
no buscaría a Dios si no estuviese ya siendo buscado por Él; pero el encuentro no se produce
si el hombre no responde libremente a la llamada divina. Esto implica la afirmación de que el
hombre es capax Dei.

1) Continuidad y unidad entre el AT y el NT

Hay que mantener a la vez tanto la originalidad del mensaje neotestamentario como la
permanente validez del AT para los cristianos. La distinción entre los dos testamentos no debe
hacernos olvidar su unidad profunda, y viceversa. DV 16: «Dios, inspirador y autor de ambos
Testamentos, dispuso las cosas tan sabiamente que el NT está latente en el Antiguo, y el
Antiguo está patente en el Nuevo». Los libros del AT adquieren su plena significación en el
NT, ilustrándolo y explicándolo al mismo tiempo. «Sin el AT, el Nuevo sería un libro
indescifrable, una planta privada de sus raíces y destinada a secarse» (Pontificia Comisión
Bíblica, El pueblo judío y sus Sagradas Escrituras en la Biblia crisitana).

Sería demasiado simplista pensar que la revelación del AT nos da a conocer al Dios
uno y la del NT al Dios en cuanto trino (aunque algo de verdad hay en esta afirmación). Los
dos Testamentos en su unidad nos han dado a conocer progresivamente la revelación de
Dios, dirigida primeramente a su pueblo elegido, y después, en Jesús, a todas las naciones sin
distinción. Es cierto que el AT no nos da a conocer a Dios en el misterio insondable de su
trinidad, pero no es ajeno a él. Todo el AT, al preparar la venida de Jesús, prepara la
revelación definitiva del Dios uno y trino.

La continuidad entre los dos testamentos emerge con especial claridad en la


reafirmación del monoteísmo veterotestamentario que se hace en el NT. La afirmación
neotestamentaria del misterio trinitario no puede entenderse como una «atenuación» del

1
monoteísmo veterotestamentario, o como un «monoteísmo debilitado», sino como una
profundización en la vida íntima del Dios único.

En conclusión, la relación que existe entre la revelación de Dios en el NT y la


revelación en el AT puede explicarse con tres palabras: continuidad, discontinuidad y
progreso. El AT prepara y anuncia proféticamente la venida de Cristo, así como Cristo
culmina la revelación que se inició en el AT. La persona y obra de Cristo se sitúan en la
prolongación de la historia de Israel. Sin embargo, no podemos negar que el paso de un
Testamento al otro implica una ruptura, que no anula la continuidad radical entre ambos:
«Muchas veces y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros antepasados por
medio de los profetas; ahora en este momento final nos ha hablado por medio del Hijo» (Heb
1, 1-2). No hay ruptura, pero sí una novedad. En el NT, Dios no sólo ha dicho palabras sobre
Sí mismo, sino que ha enviado a su Palabra hecha carne.

Si la revelación que Dios hace de sí mismo en el NT es realizada a través de una


economía de la salvación que está estructurada trinitariamente, esta forma y figura trinitaria
de comunicación tiene que estar de una u otra manera anticipada y prefigurada en el AT.
Ahora bien, hay que ser cautos a la hora de identificar esas raíces de la revelación del Dios
trinitario en el AT, es decir, no se puede hacer buscando solamente textos aislados (Gn 1, 26;
18), sino viendo en la historia de la salvación narrada en el AT una incipiente y preparatoria
estructura trinitaria de la ulterior revelación de Dios.

A) Antiguo Testamento:

2) El Dios de la Alianza

Según el AT, el pueblo de Israel debe su existencia a la libre elección divina; él es el


portador de la Promesa mesiánica. En ese diálogo entre Dios y su pueblo es Dios quien toma
la iniciativa, es Él quien ha decidido establecer su Alianza con el pueblo y la ha llevado a
cabo. Por esta razón, el AT se nos muestra en todo momento como una revelación in fieri,
como una revelación progresiva que Dios hace de su voluntad, de sus designios, y al hacerla,
revela algunos rasgos de cómo es Él mismo. La Alianza constituye el hecho central de la
reflexión veterotestamentaria. Si se habla de la creación del mundo o de la historia de los
orígenes, no es por curiosidad hacia el origen del mundo, sino porque tanto la creación como
la providencia de Dios están relacionados con la Alianza.

La Biblia comienza con lo que podría llamarse un prólogo de once capítulos (Gn 1-
11), que narra la creación del mundo y el exordio de la historia. Aparece claro, desde las
primeras páginas, que el principal dilema de la historia es la aceptación o rechazo de Dios por
parte del hombre, es decir, el centro de la historia bíblica es la relación del hombre con
Dios. Por parte de Dios esa relación es descrita como acercamiento, llamada, elección. Así se
ve por ejemplo en la alianza con Noé (Gn 9, 9-17) y en la alianza con Abraham (Gn 15, 17).
Así se pone especialmente de manifiesto en la alianza establecida en el Sinaí (Ex 19-24).

2
Desde la teología de la Alianza, se comprende mejor un elemento fundamental de toda
la experiencia veterotestamentaria en torno a Dios: el carácter efectivo de la revelación
divina. Dios se revela actuando, salvando, liberando. Su palabra es omnipotente y creadora, es
eficaz. Esta efectividad viene acompañada por otro rasgo esencial en el concepto bíblico de
Dios: Yahvé no es un ser caprichoso y arbitrario, sino que es Alguien de quien uno puede
fiarse siempre, es eternamente fiel.

La alianza con Yahvé es, sobre todo, una promesa, en la que se incluyen unas claras
exigencias éticas. Esto conlleva también el hecho de que la imagen veterotestamentaria del
Dios de la Alianza guarda una relación inmediata con la historia: se confía en el como Señor
de la historia, se cree que Él salvará al pueblo y a la historia. La religión de Israel es una
religión de elección, entendiéndola en el sentido de que esta elección divina distingue la
religión de Israel de la religión natural (que pensaba en una relación natural entre el dios
nacional y sus adoradores, ya sea una especie de parentesco de sangre o una vinculación con
el país, que ligue al dios con sus habitantes).

Antes de continuar con el tema de la revelación de Dios en el AT es bueno destacar


que se trata de una revelación progresiva al igual que la historia de la salvación. Dios se va
revelando a medida que va actuando en la historia. Una primera etapa correspondería a las
tribus nómadas, donde Dios acompaña a los patriarcas como su protector. Una segunda etapa,
el período previo al asentamiento de Israel en Canaán, en la que Yahvé se manifiesta a Moisés
como «el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, el Dios de
vuestros padres, El Shaddai» (Ex 3, 6). En una tercera etapa, la acción de Yahvé aparece
estrechamente ligada al reino de Judá y a la dinastía davídica, es también la época de los
profetas, con afirmaciones orientadas al monoteísmo. Una cuarta etapa, marcada por los
oráculos proféticos que recalcan cada vez más la fe un Dios único y trascendente. En el
período persa se abre la quinta etapa, destacando en ella la reflexión sapiencial con el
desarrollo de la teología sobre Dios.

3) Los nombres de Dios y sus propiedades en la Escritura

A) La revelación del nombre de Dios:

Dios trasciende todo conocimiento y, en consecuencia, trasciende toda palabra que


pueda ser dicha sobre Él. Pero, si no se le pudiese atribuir ningún nombre, Dios se nos
presentaría como una fuerza anónima e impersonal, incapaz de ser designado e invocado. La
cuestión del nombre de Dios es, pues, inseparable de la consideración de Dios como ser
personal. La revelación que Dios hace de su nombre es «una especie atenuada de encarnación
de Dios» (M. Schmaus). Al revelar su nombre, Dios entra definitivamente en la historia
humana como un ser personal al que se le puede invocar.

La Biblia da una gran importancia al nombre de Dios. Así se muestra en la solemnidad


con que se presenta la revelación del nombre de Dios en el monte Horeb: Ex 3, 13-15. El
nombre propio del Dios de Israel es el de Yahvé. Pero hay otras formas complementarias de

3
designar a Dios: El Sadday, Dios omnipotente; El Olam, Dios Eterno; El Elyon, Dios
Altísimo; Adonai, Señor.

El es el nombre genérico de cualquier dios en la Biblia. Se trata de la palabra común


de todas las lenguas semitas para designar a la divinidad. El AT utiliza también el término
Elohim para designar a Dios. Se trata de una forma plural aunque con ella se designa muchas
veces al Dios único en una forma que se suele entender como «plural mayestático» o «plural
de grandeza». Elohim designa casi siempre al Dios verdadero.

Yahvé es el nombre propio del Dios de los israelitas. Consta de cuatro letras: YHWH.
Las nociones de santidad, trascendencia, unicidad y salvación están unidas indisolublemente a
este nombre como atributos propios y exclusivos de Él. En los ambientes judíos, la
denominación «el Señor» se convierte en sinónimo de Yahvé. El Éxodo dice que este es el
nombre que Dios revela a Moisés en la teofanía de la zarza ardiendo (Ex 3, 13-15): Yo soy el
que soy. Dios se manifiesta a Moisés como una realidad viviente que está por encima del
tiempo. Los Patriarcas conocían a Yhavé con el nombre de El, conocido a todos los semitas, y
con la cualidad de Sadday, todopoderoso. Escogiendo ahora a su pueblo y liberándolo con su
poderosa intercesión, Dios se da a conocer como el Dios de la alianza; al elegir un nombre
relacionado con algo tan universal como existir, sin vincularlo a ningún clan o lugar, se
presenta como alguien; no es un dios nacional.

Hay dos aspectos que sobresalen del concepto bíblico de Dios. Por un lado, está el
carácter «personal» de Dios, un Dios cercano con el que los hombres pueden entrar en
relación. Y, por otro lado, Dios permanece indisponible, libre de toda sujeción a un lugar y a
un tiempo. Dios es el Dios de los hombres cercano e inmanente a su historia, pero es a la vez
el Dios trascendente, el Dios que trasciende el tiempo y el espacio.

B) Las propiedades de Dios en la Sagrada Escritura:

En la Sagrada Escritura se ofrecen algunos rasgos de cómo es Dios. Dichas


características, atributos o perfecciones divinas se van presentando en la medida en que se
narran las intervenciones de Dios en la historia. Dada la infinita perfección y simplicidad de
Dios, estos atributos no son distintos de la naturaleza divina: Dios es aquello que tiene.
También por ello son idénticos entre sí. Por ello, hay que respetar la ley de la analogía para no
convertir los atributos divinos en fórmulas que pretendan explicar lo que Dios es.

Tan solo vamos a citar estos atributos de Dios que se extraen de la Escritura y decir
algo muy brevemente de cada uno de ellos:

1) La omnipotencia de Dios. Viene destacada ya en el libro del Génesis en la creación


del mundo: todo ha sido creado por Él y todo lo que existe es sostenido por Él en el ser. Se
muestra con especial fuerza en la forma en que Dios salva al pueblo elegido. En el AT se
designa especialmente con las figuras del poder de la palabra que Dios pronuncia, del poder
del brazo o mano de Yahvé y de su espíritu que lo alcanza todo. En el NT se continúa
afirmando. Nada hay imposible para Dios (cfr. Lc 1, 37).

4
2) Eternidad y fidelidad de Dios. En el pensamiento bíblico, a diferencia del entorno
de Israel, Dios es el que nunca muere. El concepto de eternidad en la Biblia se entiende
negativamente abstrayéndolo de límites temporales. Dios es el viviente: la existencia es algo
inseparable de la divinidad. Los profetas recalcan este atributo al señalar la fidelidad de Dios
a sus promesas. La fidelidad divina implica una cierta inmutabilidad de la voluntad. Otros
textos que atribuyen a Dios arrepentimiento y cambios de actitud muestran la convicción
hebrea de la oración y de la misericordia divina.

3) Omnipresencia, omnisciencia y sabiduría. Estos atributos están de modo implícito


en los pasajes de la Escritura los que se afirma la trascendencia y omnipotencia divinas. Ya
desde el libro del Génesis se presenta a Dios interviniendo en los distintos lugares de que se
nos habla: llama a Abraham de Ur de Caldea, lo conduce a la tierra de Canaán, lo protege en
Egipto, obliga al Faraón a dejar libres a las tribus de Israel, etc. La omnisciencia es aún más
explícita: Dios conoce desde siempre el futuro, conoce lo que sucede en todas partes. Dios,
pues, posee la sabiduría en total plenitud, una sabiduría insondable (cfr. Is 55, 8-9). Se trata de
un atributo que incluso se tiende a personalizar (Prov 8-9; Sab 7, 21-27). De hecho, esta
personalización de la sabiduría hasta el punto de otorgarle cierta autonomía ha de considerarse
como una preparación de la revelación del misterio trinitario

4) Verdad y fidelidad. Comenzamos ahora a exponer los atributos morales de Dios en


la Escritura. En el AT verdad y fidelidad aparecen con significado prácticamente
intercambiable, indicando siempre estar firme, ser estable. Dios es siempre aquel que es fiel a
lo que debe ser. Yahvé es siempre fiel a lo que promete: un Dios que se compromete en la
historia. De ahí que émet (verdad, fidelidad) vaya siempre tan unido a hesed (bondad, gracia).

5) La justicia divina. La justicia de Dios (seqed) es la conformidad en el obrar con


arreglo a lo que debe ser. El concepto de justo tiene un marcado sentido religioso. El Dios de
Israel, ligado por la alianza, hace justicia a Israel de sus enemigos y establece justicia entre los
miembros del pueblo de Israel. Frente a toda injusticia, Dios es el valedor de los débiles. Al
leer por primera vez el AT puede extrañar la forma en que Dios ejerce justicia contra los
enemigos de Israel. Conviene tener presente que la peculiar forma de hablar de los hebreos
atribuye a Dios lo que es propio de las causas segundas, sin distinguir lo que Dios quiere de lo
que Dios permite.

6) La misericordia y el amor de Dios. En la Biblia se invoca a Dios con confianza al


mismo tiempo en que se insiste en que para obtener la misericordia de Dios se debe cumplir
personalmente con las exigencias de la alianza. Dios no quiere la muerte del pecador sino que
se convierta y que viva (cf. Ez 33, 11). En el contexto de la teología de la alianza, el amor de
Dios es descrito especialmente como el amor del esposo a la esposa o del padre al hijo (cf. Os
2-3). Incluso a veces se describe con la ternura del amor maternal (cf. Is 49, 15).

4) Dios como ser personal

El carácter personal del Dios de Israel, es decir, que Yahvé es un ser de naturaleza
personal que no puede confundirse con una fuerza anónima de la naturaleza, sino que
posee una individualidad propia, con inteligencia, voluntad y libertad, aparece destacado
5
desde las primeras páginas de la Biblia. Dios crea, impone un precepto a los primeros padres,
pasea con ellos por el paraíso, les impone un castigo y les promete un redentor (Gn 1-3). Dios
es Aquel que a lo largo de los siglos es fiel a la Alianza en la que Él mismo tuvo la iniciativa
(Ex 19, 1-6). Por esta razón, el panteísmo es totalmente ajeno al concepto bíblico de Dios. En
la Biblia, Dios no está al nivel de la naturaleza y tampoco es una idea abstracta, sino un ser
entrañablemente personal. En la Biblia, Dios no es una abstracción filosófica para explicar el
esquema del universo como su causa primera, no tampoco se confunde con el cosmos. Dios
controla y dirige las fuerzas cósmicas y la marcha de la historia, siempre al servicio de sus
designios de salvación.

En el AT, este carácter personal de Dios queda subrayado por el abundante uso de
antropomorfismos y antropopatismos. En efecto, el hecho de hablar de Dios como Alguien
que se indigna, se compadece, se arrepiente, etc., implica necesariamente concebirlo como un
ser personal. Este uso de antropomorfismo al hablar de Dios no implica un desconocimiento
de la absoluta trascendencia de Dios, sino que refleja la imposibilidad de expresar
adecuadamente con palabras humanas la grandeza de Dios. De hecho, estos antropomorfismos
están enmarcados en afirmaciones y manifestaciones de la trascendencia e inefabilidad de
Dios: Dios habla (Gn 1, 3), oye (Ex 16, 12), ve (Gn 6, 12), modela del barro y sopla (Gn 2, 7),
etc.

Este concepto de la naturaleza personal de Dios está ligado a toda la doctrina en torno
a la Alianza. En ella, la divinidad presenta un carácter personal expreso por el hecho de que se
subrayan todas las cualidades propias de un ser que toma decisiones. También al revelar su
nombre, Dios se muestra como un ser trascendente y personal a la vez. Finalmente, el AT
también pone de relieve el carácter personal de Dios al llamarle el Dios vivo: un Dios que no
permanece inerte, sino que ve, oye y actúa. Dios es esencialmente el viviente que aparece en
la Biblia en oposición a los dioses de las naciones que no son más que dioses muertos e
impotentes.

B) Nuevo Testamento:

5) La revelación de la Trinidad en el NT

En el AT hay una paternidad de Dios ad extra, pero en el NT se revela una paternidad


de Dios ad intra: Dios es Padre. La novedad principal del mensaje de Jesús sobre Dios estriba
en la forma en que le llama Padre y, en consecuencia, en la revelación de la paternidad que
existe en Dios. Dios es el Padre de nuestro Señor Jesucristo (cf. 2 Cor 1,3) en el más radical
de todos los sentidos.

Dios es el abbá de Jesús (cf. Mc 14,36; Mt 26,53; Lc 22, 42). La expresión abbá tiene
una gran importancia teológica y marca definitivamente la comprensión teológica de Dios. Es
claro que Jesús llamá a Dios su Padre en una forma exclusiva. La relación filial de Jesús con
el Padre se encuentra a un nivel distinto y superior del que tienen los demás hombres con
Dios. Jesús no habla de nuestro Padre, sino que siempre distingue entre mi Padre y vuestro
Padre, mi Dios y vuestro Dios (cf. Mt 5, 45, Jn 20, 17). La intimidad entre Jesús y el Padre se

6
manifiesta con rasgos inconfundibles en la forma en que Jesús ora: al orar siempre llama
Padre a Dios. Para san Juan, la filiación de Jesús al Padre es esencial y en ella se fundamenta
la afirmación de su preexistencia (cf. Jn 1, 18). Al hablar de la teología de Dios Padre, la
atención se dirige a aquellos textos en los que Jesús llama Padre suyo a Dios y a la conciencia
de filiación al Padre que Jesús muestra.

La filiación divina de Jesús de Nazaret es la clave para comprender la razón de


fondo en que se apoya la enseñanza del NT sobre el misterio de la Santísima Trinidad.
Toda la enseñanza veterotestamentaria sobre la paternidad divina aparece absolutamente
renovada. La Buena Noticia no es que Dios sea «como un padre» para nosotros, sino que Dios
es, con toda propiedad, el Padre de Jesús, y que, en Jesús, somos hechos realmente hijos
suyos. Jesús revela también su filiación divina cuando afirma su total igualdad con el Padre.
Ya Jesús niño dice de sí mismo que tiene que estar en las cosas que son de su Padre (Lc
2,49), y advierte que no todos entrarán en el reino de los cielos sino sólo aquel que hace la
voluntad de mi Padre que está en los cielos (Mt 7,21). Especialmente significativos son
aquellos textos en los que se habla de la igualdad de conocimiento entre Jesús y el Padre (cf.
Mt 11,27; Lc 10,21; Jn 10, 22-42). A la afirmación de su filiación divina añade en este último
pasaje un pensamiento de gran importancia en teología: la descripción de su unión con el
Padre como un mutuo estar el uno en el otro (Jn 17,21-23).

Esta especial paternidad de Dios sobre Jesús se recoge ya en los primeros discursos de
san Pedro en Hechos: Hch 2, 32-33. Así se refleja también en los escritos de san Pablo: Dios,
padre de todos los hombres, es Padre de Jesucristo de una manera única y exclusiva, pues
Jesús es Hijo suyo por naturaleza y no por adopción: Gal 4,4-5; Rom 8,3.

En los próximos apartados se tratará de la revelación de la divinidad del Hijo y del


Espíritu Santo. Por ello, aquí tan solo concluimos el apartado con algunas expresiones
trinitarias del NT. Aparecerán de nuevo citadas, pero es muy importante no olvidarlas:

- El Bautismo de Jesús. Las tres personas se manifiestan como distintas.


- La Transfiguración. Es una teofanía trinitaria.
- El mandato misional de Mt 28,19. Cada uno de los nombres lleva un artículo que los
personaliza, apareciendo claramente la distinción de las tres personas divinas.
- Pasajes joánicos. La concepción triádica aparece especialmente en los textos de la
Última Cena y también en las cartas (1 Jn 3,23-24).
- Fórmulas paulinas. Son especialmente significativos y deben conocerse: 2 Tes 2,13-
14; 2 Cor,13-13; 1 Cor 12, 4-6; Ef 4, 4-6; Ga 4, 6.

Los testimonios del NT, sobre todo en las fórmulas triádicas, muestran tres cosas de
suma importancia:
a) Que desde el primer momento de la vida de la Iglesia estuvo clara y explícita la fe
trinitaria.
b) Que esta fe comporta la afirmación de la unicidad de Dios y de la trinidad de
personas.

7
c) Que esta fe comporta la afirmación de un orden inalterable en la Santísima
Trinidad: el Padre es la primera Persona, el Hijo la segunda, y el Espíritu Santo, la tercera.
Esto es así porque el Hijo y el Espíritu proceden realmente del Padre.

6) El Hijo encarnado: plenitud de la revelación del misterio de Dios

DV 4: «Jesucristo -ver al cual es ver al Padre (cf. Jn 14, 9)- con su total presencia y
manifestación personal, con palabras y obras, señales y milagros, y, sobre todo, con su muerte
y resurrección gloriosa de entre los muertos, finalmente con el envío del Espíritu de la verdad,
completa la revelación y la confirma con el testimonio divino que vive Dios con nosotros».
Cristo es a un tiempo, «mediador y plenitud de la revelación» (DV 2). La Encarnación del
Hijo de Dios revela que Dios es el Padre eterno.

La naturaleza del Unigénito determina la novedad y definitividad de la revelación que


tiene lugar «en lo último de estos días» (Hb 1,1-3). En este texto se señala la plenitud y
definitividad de la revelación hecha por Dios en el Hijo. Esto se debe a la singularidad del
Unigénito, a sus superioridad sobre los profetas y los ángeles. La revelación última y
definitiva se hace por medio del Hijo. Dios se revela en toda la acción y todas las palabras
del Hijo, pues en Él habita la divinidad corporalmente. En Jesús, Dios se hace accesible a los
hombres con rostro humano. El Hijo es de la misma naturaleza del Padre, es Dios. Es en la
revelación de la filiación natural de Jesús al Padre donde comienza la revelación del misterio
de la Santísima Trinidad.

En los Evangelios sinópticos Jesús manifiesta su dignidad y poder divinos asumiendo


el título de Hijo del Hombre: se declara superior al Templo, a los reyes, a la ley, etc.
Identificándose con el Hijo del hombre de Daniel se presenta como Hijo de Dios igual a Dios:
Mc 14,62. Otro aspecto de los sinópticos es el título de Hijo de Dios. El Padre mismo da
testimonio del Hijo en el Bautismo de Jesús llamándolo Hijo muy amado. También en la
transfiguración como el Hijo amado en quien el Padre se complace.

En la epístolas paulinas destaca el célebre himno de Flp 2, 5-11. Se trata de un himno


cristológico con apertura trinitaria desde una teología de la kénosis. Junto con él, otro himno
importante es Col 1, 12-20. San Pablo se refiere habitualmente a la divinidad de Jesús,
utilizando el término Señor (Kyrios), y reservando el nombre de Dios (Theós) para el Padre.
Sin embargo alguna vez aplilca el sustantivo Theós a Jesucristo: Tt 2,13.

El Evangelio de san Juan ha sido escrito para mostrar la divinidad de Cristo (cfr. Jn
20,31). El texto fundamental: Jn 1, 1-14. También: Yo y el Padre somos una sola cosa (Jn 10,
30), y, entre otros muchos: Jn 14, 10-11.

7) El Espíritu Santo como don

El Espíritu Santo se encuentra constantemente presente en el NT. En la Última cena,


Nuestro Señor no sólo habla del Padre, sino también del Espíritu Santo: el Espíritu es el
8
Abogado que estará siempre con los Apóstoles, el Espíritu verdad que él enviará (Jn 14, 16-
17; 16, 7-13). Estas palabras son una fuente de especial importancia para la pneumatología.
Dada la estrecha relación del Espíritu con el Padre y con el Hijo, al Espíritu Santo se le
designa, unas veces, como Espíritu del Padre o que procede del Padre (Jn 15,26-27); otras
veces, como Espíritu del Hijo (cf. Gal 4,6), Espíritu de Cristo (cf. Rom 8, 11), Espíritu del
Señor (cf. 2 Cor 3,17). Se le llama también Espíritu de Dios (Rom 15,19). Para nuestro
estudio, podemos clasificar los textos del NT sobre el Espíritu Santo en tres grandes grupos:

a) El Espíritu de Dios como fuerza carismática. Jesús es concebido de un modo


excepcional, como obra maestra de la intervención carismática de Dios en la historia. El Hijo
engendrado por María se llamará, por eso, de forma exclusiva e única, Hijo de Dios e Hijo del
Altísimo (Lc 1,32-35). En el Bautismo, este Espíritu desciende sobre Jesús en forma única y
total, tomando posesión de Él para su manifestación mesiánica. Jesús es aquel que es siempre
conducido por el Espíritu de Dios. Él mismo llama la atención sobre su unción mesiánica por
el Espíritu (Lc 4,18-30) . También la resurrección es obra del Padre por medio del Espíritu
Santo (Rm 8,11).

b) La santificación, obra del Espíritu. Ya en la vida terrena de Jesús los personajes


más conectados a su misión mesiánica reciben el Espíritu en forma especial (el Bautista,
Zacarías, Simeón, Santa María). Al abandonar este mundo, Jesús envía su Espíritu sobre los
Apóstoles para continuar su obra: Jn 20, 22; Hch 1, 8. El poder del Espíritu Santo se
manifiesta en la acción apostólica especialmente en el libro de los Hch: Hch 1, 15-26; 6,3-6;
15, 28. Los bautizados han sido santificados por el Espíritu (1 Cor 6,11), se trata de la
regeneración de la que habla Jn 3,3. Los cristianos son templos del Espíritu Santo (1 Cor
6,19).

c) El Espíritu Santo como persona divina. Destacan los pasajes en los que el Espíritu
Santo aparece como sujeto de verbos como habitar, distinguir, querer (1 Cor 2, 10; 6,11) y
otros como 2 Cor 13,13 y 1 Cor 12, 4-5. Los textos más explícitos están en la narración
joánica de la Última Cena: Jn 14, 15-17; Jn 15, 26; Jn 16, 13-15 son los textos más
importantes sobre la «personalidad» del Espíritu Santo. El Espíritu Santo es don enviado por
el Padre y el Hijo y las misiones del Hijo y del Espíritu son una misión conjunta.

8) La unidad de Dios en el NT

En el NT se sigue afirmando la unidad de Dios en continuidad con el AT: Mc 12, 29-


30. En este texto en particular (remitiendo al Dt) se reafirma el monoteísmo
veterotestamentario. Se hace repetida profesión de fe en un solo Dios (cfr. 1 Cor 8, 4-6; 1 Tim
2, 5), en un Dios que es único y de quien proceden todas las cosas. También en las doxologías
y los primeros himnos cristianos aparece la afirmación de la unicidad de Dios (Rom 16, 27;
Ap 7, 10-12).

El misterio trinitario es la forma misteriosa en que el Dios Único es un Dios personal.


La revelación del misterio trinitario no puede considerarse como una suavización de la unidad
de Dios, sino como una misteriosa profundización en la misteriosa vida de este Ser infinito y
eterno. A partir de la revelación de Jesucristo, la confesión de la unidad y unicidad de Dios es
9
inseparable de la confesión del misterio trinitario. Confesar que Jesús es Señor es lo propio de
la fe cristiana. Esto no es contrario a la fe en el Dios único. De igual forma, creer en el
Espíritu Santo no introduce ninguna división en el Dios único.

La confesión de un Dios único (monoteísmo) pertenece a la entraña misma del


misterio trinitario. La confesión de fe trinitaria no ha de concebirse como algo que se añade a
la idea de un Dios único, sino la forma en que, al llegar la plenitud de los tiempos, se
manifiesta la unicidad de ese Dios. La unidad de Dios excluye la multiplicidad de dioses, pues
es la unidad máxima.

C) Excursus:

9) La Escritura y la razón humana ante el misterio de Dios


Sb 13, 1-9; Rm 1, 18-23 y Hch 17, 22-31

Los escritores sagrados no se preocupan de demostrar la existencia de Dios porque


consideran que la realidad de Dios se impone por sí misma, ya que se manifiesta en la
intervención de Dios en el acontecer histórico. Paralelamente al hecho de dar por supuesta la
existencia de Dios, la Sagrada Escritura llama la atención sobre la responsabilidad del hombre
en la aceptación o rechazo de Yahvé, es decir, en su reconocimiento.

Solo en el libro griego de la Sabiduría (Sab 13, 1-9), al polemizar contra la idolatría,
indica una prueba de la existencia de Dios Creador: el hombre puede y debe reconocer al
artífice del mundo precisamente en la estructura misma de este mundo. La belleza y armonía
de lo creado es una llamada al reconocimiento de Dios dirigida a todos los hombres. Se da en
esta pasaje un auténtico valor al itinerario mental que lleva de la admiración de las cosas al
descubrimiento de la existencia de Dios.

El autor quiere afirmar que el Dios al que llegan los filósofos es el mismo Dios de la
Biblia. Si critica a los filósofos no es por su caminar intelectual, sino porque este caminar,
debería haberlos llevado más allá de la existencia de Dios: a descubrir algo de la verdadera
naturaleza de Dios. Este pasaje presenta el camino analógico como una vía de acceso a lo
divino segura y universal. El raciocinio que se usa es lineal: son vanos aquellos hombres que
no saben leer en toda su profundidad el libro de la Creación y, por esta razón, no conocen al
Creador. El pasaje concluye con un juicio moral sobre este desconocimiento del Creador.

La enseñanza del NT en esta cuestión prosigue en las mismas coordenadas del AT.
Hay dos textos fundamentales:

Rom 1, 18-23 (texto citado por el Vaticano I en Dei filius). Se evoca el iter
argumentativo del libro de la Sabiduría. El pensamiento paulino puede sintetizarse en torno a
tres grandes afirmaciones:
a) La inteligencia humana tiene capacidad para trascender el mundo creado y llegar al
conocimiento de Dios.
b) El mundo es revelación de Dios.
10
c) El hombre tiene capacidad de conocer y reconocer a Dios.

Hch 17, 22-29. El discurso de Pablo en el Areópago manifiesta el convencimiento de


la unión indisoluble entre conocimiento natural de Dios y re-conocimiento de Dios. No se
pretende demostrar la existencia de Dios, sino explicar el verdadero ser de Dios, para que los
oyentes puedan reconocer como Dios a Aquel que se ha revelado en su creación, aunque la
trasciende.

Bibliografía:

Estudio:
J. Coppens, La notion biblique de Dieu, Leuven 1985.

Manuales:
L.F. Mateo-Seco, Dios Uno y Trino, 41-142.
L.F. Ladaria, El Dios vivo y verdadero, 43-125.
J. Auer, Dios Uno y Trino, 135-182.

Síntesis:
J.-H. Nicolas, Synthese Dogmatique, Beauchesne 1986.
M. Schmaus, Dogmática.
«Dios» en el Diccionario de Teología, 237-245.

11

También podría gustarte