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Dios, en lo que se refiere a la Iglesia ha procedido como en la totalidad del misterio cristiano,
revelándola no de modo teórico o nocional, sino que nos la ha revelado entregándola,
realizándola, al igual que nos entregó el misterio de su Hijo único (Jn.1, 18).
Este designio presidía ya la creación. Históricamente empezó a tomar forma con Abraham y
Moisés. Dios se comprometió entonces con solemne promesa y eligió entre las naciones de la
tierra un pueblo concreto, convirtiéndolo en su pueblo con el que concluyó la primera alianza,
anuncio y prefiguración de la alianza definitiva. Pues de hecho, sólo con Cristo y en Cristo
muerto y resucitado se ha cumplido verdaderamente ese designio y se ha revelado en
plenitud, y sólo en él se ha dado la verdadera y definitiva alianza. A partir de ese momento el
misterio se opera en y por la Iglesia que es el cuerpo de Cristo, en espera de su total y
definitiva consumación en la gloria de la Jerusalén celestial.
A. DE LA CREACIÓN A LA PROMESA
1. La creación
2. La caída
Sin embargo aparece la misericordia divina con la promesa de la salvación (Gn. 3,15). Aparece
el misterio de la Iglesia como instrumento de comunión y medio de salvación.
El pecado persiste y las páginas que preceden al diluvio nos lo presentan prosiguiendo
implacablemente su marcha por el mundo (Gn.6,1-13). Dios mantiene su propósito de
salvación y efectivamente salva al hombre. No sólo acepta el sacrificio de Noé, sino que
constituye con él la primera alianza. Alianza que tiene cuatro características: es esencialmente
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una restauración del orden natural perturbado por el pecado (al término de la alianza el hombre
es nuevamente consagrado rey de la creación (Gn.9,2), es una alianza universal (Gn.9,9-10.16)
pese haber sido constituida sobre un reducido número de personas. El instrumento de esa
salvación y fidelidad divina es el arca que Noé construye por orden de Dios (imagen remota de
la Iglesia) (Gn.6,14; 7,1; 1Pe.3,20-21). Dios pone una sola condición: que el hombre que
reconozca y respete el derecho soberano de Dios sobre todo lo que tiene vida (Gn. 9,1-6).
b. Babel
Es una historia-tipo significativa que trata del mismo misterio de comunión de los hombres con
Dios y de los hombres entre sí. El autor J nos propone una explicación de la diversidad de
pueblos existentes. Ve en ello el castigo de una falta colectiva (Gn. 11,1-9). Es el pecado de
idolatría del género humano, empeñado en alcanzar su unidad al margen e Dios. Este hecho
concluye en la desmembración y el fracaso, en la dispersión. La unidad de la raza humana es
parte integrante el designio de Dios sobre el mundo. Dios enviará a su Hijo a fin de rehacer por
él la unidad del género humano, rota por el pecado (Jn. 11,52) y se producirá entonces el gran
misterio de Pentecostés con el símbolo del don de lenguas, símbolo de la universalidad de la
Iglesia (Hch. 2,5-12) y preludio de la Jerusalén celestial (Ap. 7,9-10).
Dios irrumpe en la historia de los hombres para realizar en ella un misterio de salvación. Es
una realidad que es a la vez eterna e histórica, no abstracta e intemporal. Para explicarlo es
necesario elevarse hasta el acontecimiento que trasciende absolutamente el orden de la
historia y que no es otro que la intervención libre y personal de Dios.
Las nociones de llamada y elección serán claves en toda la economía de la salvación. Pues
Dios se compromete irrevocablemente dando un sentido nuevo a la historia humana (Gn.15,1-
17; 17,3-8). Hay que subrayar el carácter universal de esta promesa, apunta a la totalidad de
las naciones (Gál. 3,8 ) Israel aparece desde sus inicios como un perpetuo misterio de
superación. Con respecto al objeto se trata a un tiempo de un heredero y de una herencia (Gn.
17,6-8).
La fe es la única respuesta exigida por Dios a esta promesa. Sin la fe el hombre no podrá
recibir jamás el don de Dios, porque Dios no impone sus dones. Sólo los comunica a aquellos
que los aceptan libremente en la fe. Pueblo de Dios que será pueblo de los creyentes
(Gn.12,1; 15,5-6). Expresión suprema de esta fe es el sacrificio de Isaac (figura privilegiada del
sacrificio pascual. Promesa, fe, descendencia de Abraham son términos en que está
prácticamente contenido el misterio de la Iglesia. En efecto, la verdadera descendencia de
Abraham son aquellos que por la fe forman una sola osa con aquel que es a su tiempo el único
heredero, el único objeto y el único artífice de la promesa: Jesucristo. La Iglesia es hoy la
realización in Cristo de esta promesa hecha antaño a Abraham (Gál. 3,16-18. 28-29; 2Cor.1,20)
Dios pasa a los hechos, empieza a realizar la promesa. Para ello constituye a su pueblo
privilegiado que quiere consagrado totalmente a su servicio. Dicho pueblo es qahal YHVH
imagen por excelencia de la Iglesia en el AT.
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Dios elige un pueblo carnal y limitado, pero la promesa es universal. Dios constituye a su
pueblo liberándolo y otorgándole la ley. Sin duda alguna ningún acontecimiento ha marcado
tanto al pueblo como la convicción que es realmente pueblo de Dios y que en adelante podrá
contar siempre con su omnipotencia y con su amor. De un pueblo de esclavos hizo Dios por la
pascua un pueblo de hombres libres, prefigurando ya de este modo la gran liberación de los
hombres pecadores en la sangre del cordero pascual (Ex. 12,1-15, 22, 1Cor. 5,7; Lc. 2,15s).
Con el pueblo Dios realiza una alianza sobre el Sinaí. En la que resalta con mayor nitidez el
carácter bilateral de la misma. Dios exige una cierta contrapartida humana a la promesa. No
es que esta deje de ser don gratuito de Dios, sino que en adelante Dios manifiesta su intención
de no llevar a cabo su designio sin una cierta colaboración humana. Ahí radica el sentido de la
ley dada por Dios a Israel. Dicha ley debe ser el signo de la fidelidad de Dios y el instrumento
de la colaboración del pueblo con él (Ex. 19-32) Con el éxodo y el Sinaí el pueblo queda
constituido definitivamente (Jer. 2,3; Dt. 7,6, Ex. 19,6, Ex. 4,22; Dt. 14,1; 32,5. Is. 1,2)
Tras el éxodo y el Sinaí sigue la tercera etapa decisiva en la fundación del pueblo. Es el
sentido de los cuarenta años en el desierto como conciencia de su misterio. Los profetas
hablarán de los desposorios de YHVH con su pueblo (Jer. 2,2-3) pues los años en el desierto
han forjado el alma de Israel. También a partir de aquí es preciso comprender la fuerza
evocadora que tendrá en adelante el recuerdo de las asambleas litúrgicas del desierto. El
mismo término que sirve para designarlas es característico: qahal (según los LXX ekklesia).
Etimológicamente se aplica a la asamblea convocada, por ejemplo a la de los ciudadanos
llamados a deliberar sobre los asuntos que afectan a la ciudad (Eclo. 23,24). En el AT qahal es
esencialmente el pueblo de Israel reunido por convocación divina para el culto y la alabanza de
YHVH. Qahal es fundamentalmente el pueblo de Dios en su actividad de pueblo de Dios (Dt.
4,10; 9,10, 2Cr. 1,3.5; 6,3) El qahal es la comunidad santa de Israel (Dt. 23,3; Neh. 13,1). Será
un día la comunidad de los santos el nuevo pueblo (Mt. 16,18; 18,17), la asamblea de los
llamados por Dios a su reino y a su gloria (1Tes. 2,12).
El período de los jueces es el gran misterio de la paciencia divina. Discurre en una serie de
dramas en cuatro actos: cometieron el mal a los ojos de YHVH; YHVH como castigo los
entregó en manos de los enemigos. En su desgracia clamaron a YHVH y YHVH suscitó un
liberador. Es la época de una verdadera teocracia. Dios conduce a su pueblo no por medio de
una institución humana, sino a través de unos jueces que él suscita cuando y como quiere.
Al principio muchos desechaban la idea de un rey, pues el único y verdadero rey es YHVH
(1Sm. 8,7). Sin embargo Dios avaló el reinado e hizo con David una alianza eterna (2Sm. 7,11-
16; 23,5; Sal.89,4.35; Is.55, 3). Pues así como YHVH era el Dios sin intermediario hasta e
momento, el rey será el lugarteniente de Dios (1Cr.28,5).
En este sentido Jerusalén no es sólo la capital política del nuevo reino, sino que es la ciudad
santa de Israel (2Sm.5,9), la morada de YHVH en medio de su pueblo. E incluso Jerusalén
terminará por personificar la totalidad del pueblo elegido (Sal.76,3; Ez. 23. Is. 62).
De ahí también la importancia del templo, destinado a albergar el arca de la alianza, símbolo de
la presencia de YHVH en medio del pueblo, sede de su gloria (1Re.5,15 – 7; 8,10-13). La
psicología del pueblo está orientada hacia el momento en que Jerusalén sea al fin centro del
mundo (Lc. 2,38)
El período que sigue es definitivo en la preparación del Israel futuro: sufrimiento y esperanza.
Humanamente todo parece perdido: se produce el cisma del norte y del sur, luego la
destrucción del norte (721) y luego la ruina de Judá (587) y el exilio, la esclavitud y la
deportación. Pero precisamente aquí se levanta la voz de los profetas para recordar a ese
pueblo infiel que Dios sí permanece fiel y que mantiene su palabra.
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a. El resto y el Mesías
Dios no se arrepiente de sus dones (Is. 46,10; 40,8; Sal. 33,11). El castigo no es la última
palabra de YHVH. El pequeño resto subsistirá y de eso resto brotará el Mesías que salvará
con su sacrificio la multitud de los hermanos (Is.4,2-3. Am. 3,12; 5,15; 9,8, Miq. 4,7; 5,2; Sof.
2,7-9; 3,13; Jer. 5,18. Ez. 5,3; 6, 8 Zac. 13,8; 14,2; Is. 6,13; 10,19; 11,11; 28,5; 37,4.31).
La noción del resto no es tan clara, pues más que una noción abstracta es una esperanza, es
la supervivencia cualitativa del pueblo elegido, es un reducido grupo que pese a todo subsistirá
y será testigo de la cólera de YHVH contra su pueblo y sobre todo de su gracia y de su
fidelidad. No es un simple resto sociológico, sino un germen y una esperanza, un Israel
cualitativo, en quien se recapitula y totaliza todo el pueblo de Israel. A este resto se une la
noción de Mesías.
El decir claramente quién es el Mesías no es fácil, puesto que a veces aparece como un
personaje colectivo y otras como un ser individual (Is. 42,1 nota), su misión es salvar a Israel y
por medio de Israel al mundo entero (Is.49, 5-6), su misión se llevará a cabo en el silencio y
hasta en fracaso (Is.50, 4-5)
Es esta quizá una de los aportes más ricos del AT. Toda la vida religiosa de Israel pasará por el
crisol de la historia y poco a poco saldrá de él purificada, espiritualizada, madura para
universalizarse.
Dado que la primera alianza fue rota por Israel (Jer. 31,31, Ez. 36,25ss), Dios concluirá otra
alianza cuyas características esenciales son: incluirá el perdón (Ez 36, 25.29; Jer. 31.34; Sal.
51,3.4.9), tendrá un carácter personal (Ez.14,12s), será más interior y no se contentará con
proponer externamente la ley del Señor, sino que transformará al hombre por dentro
infundiéndole su Espíritu (Ez 36,27) y será definitiva y eterna (Jer.31,31; Is.55,3; 59,21; 61,8).
Con ella se alcanzará el objetivo final de la alianza: “Vosotros seréis mi pueblo y yo seré
vuestro Dios” (Ez.36,28).
Consecuencia de esta renovación profunda: las relaciones entre YHVH Y su pueblo alcanzará
un grado de intimidad con su pueblo no conseguido hasta entonces. Los títulos de Israel se
multiplican: pueblo santo (Is. 60,14; 62,12) rebaño (Ez 34; Jer. 31.10) viña (Is. 5,1; Jer. 2,21) su
hijo (Os. 11,1), es la esposa de YHVH, a menudo infiel, pero nunca abandonada ni menos
amada.
También aquí debemos señalar la continuidad y la ruptura al a vez. Persisten las antiguas
estructuras, pero sirven ahora de soporte a un contenido nuevo: se adivina una nueva creación
( Is. 65,17; 66,22), un nuevo éxodo (Is. 40,3) una nueva travesía por el desierto (Os. 2,16-17)
una nueva entrada en la tierra prometida (Is. 49,28.20. Ez. 34,13-14).
Desde su inicio Israel fue un pueblo elegido para un designio universal. Pero Israel era un
pueblo particular, un pueblo separado (Lv.20,26). Israel con frecuencia optó por subordinar el
designio de Dios a su destino nacional. El exilio le permitirá purificar y superar estas
perspectivas. Cabe distinguir tres etapas:
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Al principio la solución parece simple: si Dios ha confiado en Israel una misión universal,
ésta se llevará a cabo contra y por encima de todo. (Sal. 2,9; 9,6-7; 74,10-11)
Para conseguir la propia superación será necesario esperar la llegada del Mesías, quien dará el
verdadero sentido universalista a la salvación.
Todo el mensaje de los sinópticos está dominado por el gran tema del reino de Dios (Mc. 1,15;
Mt.3,2; 4,17; 24,14). Esta expresión puede indicar tres cosas: a) el poder soberano de Dios, su
poder “real” b) el ámbito en que ejerce ese poder c) los súbditos.
En el AT el término “reino” (o rey) a propósito de Dios aparece por primera vez en el cántico de
Moisés (Ex.15,17-18) A partir de ese momento el término entra a formar parte del vocabulario
bíblico. Dios es rey. Es rey, primero, del universo creado, de Israel el pueblo elegido y es rey
sobre todos aquellos que han aceptado libremente su realeza. En cuanto a la expresión “reino
de Dios” es más bien tardía y más frecuente en la literatura apocalíptica y apócrifa.
Cristo hizo de esta expresión una de sus preferidas y los evangelistas la convirtieron en el
núcleo de todo el Evangelio. Tal vez por su carácter vago y sugerente, o por tratarse de una de
esas expresiones que estimulaban y provocaban la reflexión sin fijar por ello el movimiento del
pensamiento. Pero precisamente de esa espera y de esa idea partiría Cristo para revelarnos
el misterio de su Iglesia.
En efecto la fundación del reino no se realizó de golpe. Hay que discernir más o menos tres
etapas: hubo primero toda la vida publica, donde se proclamó la buena nueva procedente de
Dios (Mc.1,15). Sin embargo esa fundación no se hizo efectiva hasta que Cristo selló con su
sacrificio la nueva y eterna alianza entre Dios y los hombres. Por último la venida del Espíritu
Santo inauguró la última etapa de la manifestación y de la misión de la Iglesia.
Cristo inicia la fundación del reino predicando y organizando visiblemente ese reino. Cristo
promulgó el advenimiento del reino, reveló su misterio profundo y subrayó su carácter
escatológico, al mismo tiempo evidenció inequívocamente su intención de hacer de ese reino
una organización visible, por lo que puso las primeras bases de la misma.
Hablar del reino no era de suyo una novedad absoluta. Lo realmente nuevo era la promulgación
de ese reino, tal es la gran noticia que Cristo viene a proclamar: la inauguración del tiempo
escatológico.
Las palabras usadas por Cristo son fuetes: “para esto he venido” (Lc. 4,43; Mc. 1,38) para
predicar la “buena nueva del reino” su advenimiento. En imágenes habla de haber llegado el
tiempo de las bodas (Mc. 2,19-20), el tiempo de la mies (Mt. 9,37-39) el tiempo del vino nuevo
(Mc. 2,22). Con la llegada de Cristo se abre el tiempo de la salvación, el reino deja de ser
simple promesa para hacerse ya una realidad. Algunos términos aparecen oscuros: parecen
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hablar de la inminencia del reino mucho más que de su presencia (Mc. 1,15; Mt. 3,2; Lc. 21,31),
pero tal ambigüedad arranca del hecho de que el reino sea en definitiva el mismo Cristo. Así
en la medida en que Cristo está presente cabe hablar ya del advenimiento del reino, pero no
habrá realización plena hasta que Cristo no haya culminado su misión, por su misterio de su
muerte y resurrección. Pero una cosa es cierta: con la presencia de Cristo está también
presente el reino de Dios (Mt.12,28) y se abre ya la era de la salvación.
Jesús no se contenta con hablar. Al testimonio de su palabra añade el de los actos. Sus
milagros, en particular, y otros tantos signos de la presencia tangible del reino aquí abajo
(Mt.11,4-5; Mt.12,28 Lc.11,20)
El reino realiza definitivamente en Cristo la promesa hecha antaño a Abraham, realización que
es de orden esencialmente espiritual y religioso, por cuanto se trata de una nueva y eterna
alianza entre Dios y los hombres en y por su Hijo Jesucristo. Esta realización es al mismo
tiempo un misterio de universalidad.
El cumplimiento de las promesas. Una y otra vez se repite la frase: “todo esto sucedió para
que se cumpliera la palabra” (Mt.1,22; 2,5.15.17; 4,14; 8,17). Así: el reino es el cumplimiento
de la promesa porque Dios es fiel, pero ese cumplimiento no se llevará a cabo sin una crisis
profunda y un auténtico enfrentamiento por razón de su misma novedad y las exigencias del
reino. Concretamente se llevará a cabo gracias al sacrificio del Siervo doliente.
Cristo se presenta como aquel que viene a dar cumplimiento a la Escritura (Mt. 5,17) dice de si
que es el Mesías, el Hijo del hombre, el Pastor. Su actitud aparece a veces chocante y puede
sorprender y desconcertar, pues parecer preocuparse por Israel (Mt.15,24). Cristo se mantiene
fiel a la lógica profunda de la alianza: por Israel debe realizarse el designio de Dios y debe la
salvación llegar a todo el mundo (Rm.15,8).
Por su parte el siervo sufriente es una de las paradojas más extrañas y desconcertantes. A
causa de la novedad y de las exigencias del reino Cristo será rechazado por quienes hubieran
tenido que ser los primeros en acogerle. Donde solo debiera haber continuación hay ruptura y
enfrentamiento (Lc. 2,34; 7,23; 12,51-53). Pero la fidelidad de YHVH a su pueblo será
indefectible y se manifestará del modo más sorprendente y maravilloso ya que la paradoja del
reino radicará precisamente en el hecho de que éste se realice en ese mismo fracaso y en el
hecho de que Cristo elija como instrumento y signo de su fidelidad el signo m s monstruoso de
la infidelidad y de la maldad de los hombres.
En cuanto misterio de perdón, el reino es anunciado como gran liberación espiritual (Ez 36,25;
Jer.3,34; Mt. 1,21), expresión equivalente a destrucción del reino de Satán . La verdadera
esclavitud del hombre no es la de afuera sino la de adentro, la de Satán (Mt. 4,1ss; 8,29; 12,28
Mc. 4,15; Lc. 10,17-19). De ahí que la primera condición para entrar en ese reino es la de la
conversión.
Pero además el reino es un misterio de comunión. Las bodas entre la humanidad y Dios. Se
trata aquí del lado positivo: el reino es un misterio de los desposorios que se hacen realidad en
la persona de Cristo. En esta perspectiva los sinópticos subrayan especialmente cuatro
aspectos: *el reino es un don gratuito (Lc.12,32; 14,16-24; M. 4,26-29; Mt.20,1-16; 22,1-14)-
*El reino es un misterio de acogida y de opción libre, constriñe efectivamente al hombre hacer
una elección, dejarlo todo, sacrificarlo todo y apostar hasta la propia vida (Lc.9,60-62; 18,24-30.
* El reino se realiza en la persona misma de Jesús, él es autobasileia (Orígenes) acceder al
reino es seguir a Cristo y arriesgar la vida por él. A la inversa, negar a Cristo es perder la vida
y excluirse del reino (Lc.9,61; Mc. 8,34ss; 10,17-21). Por último el reino es el misterio de la
comunión (Mt. 8,11; 22,2-14; 26-29; Lc. 14-15; Mt. 25,31)
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El reino universal. También bajo este aspecto prosigue y culmina el gran movimiento de
apertura y superación del AT. De los sinópticos Lucas es el que más insiste en el
universalismo. Pero es sobretodo la actitud de Cristo la que manifiesta ese universalismo. Sin
embargo Cristo, aun queriéndose universal, conforme a la misión recibida de su Padre
(Lc.2,32) respeta la elección de Israel. De ahí la aparente dureza de algunas de sus fórmulas
(Mt.6,7; 15,21-27) El papel de Jesús es inducir a Israel a asumir las responsabilidades de
pueblo-testigo, pero Israel se cierra. El universalismo adopta entonces un nuevo sesgo: no se
trata ya de una simple superación, sino de una transferencia (Mt.21,43; Mt. 21,28 – 22,15).
Pero sólo a partir de la resurrección y luego con Pentecostés se afirmará el universalismo del
reino con toda su fuerza y en plenitud. “Sobre ese hombre universal podrá edificarse la Iglesia
mundial, cuyos miembros no serán judíos, ni griegos, ni bárbaros” (Durrwell).
En el fondo el reinado es de origen divino, debe mirarse como intemporal, o mejor como
supratemporal. Pero también se inscribe en la historia, siendo al mismo tiempo una realidad
humana.
El reino es realidad ya presente. En la medida en que Cristo está presente el reino ya es una
realidad, una realización, no una simple promesa. Pero la perspectiva presente no agota al
reino. Es un misterio de crecimiento (Mt. 13-31-33.33) Actualmente nos encontramos en fase
transitoria, pero tendrá una fase definitiva, la designada con la expresión “reino del Padre” (Mt.
13,41-43; 1Cor. 15,24.28). El reino es un misterio escatológico. De ahí la importancia de la
vigilancia y de la espera (Mt. 25,1-30). ¿Por qué la larga espera? Precisamente porque el reino
no es simplemente un don de Dios, sino también una opción libre del hombre (Mc. 4,28; Mt.
13,3-24), en tanto los hombres no hayan optado, el reino tendrá una mezcla (Mt. 13,34-51)
Este es uno de los puntos más importantes y más impugnados. Loisy “Jesús anunciaba el
reino y lo que vino fue la Iglesia”. Los críticos piensan que Cristo nunca tuvo la idea de fundar
la Iglesia; para algunos fue un simple predicador moral, un profeta que espera el final. En
ambos casos los dos textos de Mt. 16,18 y 18,17 serían interpolados. Pero en realidad el
testimonio de los sinópticos es muy claro.
Aun cuando el reino sea un misterio primordialmente interior e invisible, todo el período de su
crecimiento no puede reducirse a este solo aspecto. Por expresa voluntad del fundador está
vinculado a una comunidad visible y estructurada, que tiene por objeto a un tiempo encarnarlo y
establecerlo en este mundo. Es a la vez un acontecimiento de gracia y una institución de
salvación. El término reino indica primordial y esencialmente (aunque no exclusivamente) el
misterio profundo; el término Iglesia subraya más vigorosamente (aunque no exclusivamente)
el aspecto de institución visible y organizada.
El reino necesita unas estructuras visibles para realizarse plenamente y para ser, a todo lo
largo de su crecimiento en este mundo, un misterio de alianza. Algunas parábolas relativas al
crecimiento nos confirman este dato (Mt. 13,34-51). Ahora bien, Jesús se presenta como el
mesías, el Hijo del hombre, el pastor... nunca podemos imaginar al Mesías sin una comunidad
mesiánica y a un pastor sin un rebaño.
Los textos más explícitos. Varios textos presentan a Cristo haciendo de su reino una
institución visible y estructurado. NO se limita a predicar el Reino sino que va esbozando una
organización visible de la Iglesia:
Los discípulos. El propósito de Cristo de reunir unos discípulos a su alrededor aparece claro
desde el principio y forma parte de su misión mesiánica (Mc. 1,17; 2,14; Mt. 4,19; 8,22) Este
grupo, a pesar de ser pequeño se presenta como un grupo organizado y específico (Mt. 9,14;
12,2; 15,2; Mc. 9,38; Lc. 12,1ss). Inicialmente no se trata de un grupo totalmente distinto de
Israel y Cristo no pretende provocar una ruptura (Lc.13,34-35;Mt. 23,37-39; Lc. 19,41-42).
Israel se niega y Cristo no puede evitar las consecuencias de esta negativa. Con su rechazo la
Jerusalén oficial se excluye del reino (Lc.19,43-44; Mt.23,39). Jesús manifiesta su intención de
organizar con ese pequeño resto fiel, agrupado en torno a su persona, un nuevo Israel ,
sociológicamente distinto del primero, aunque religiosamente sea su prolongación y cabal
realización.
Los “doce” y la estructura del nuevo Israel. La elección de los doce está consignada por los
tres sinópticos (Mt.10,1-4; Mc. 3,13-19; Lc. 5,1-11; 6.12-16) que subrayan el carácter gratuito
de la llamada y el sentido profundo de su vocación. Son doce como las tribus de Israel, en este
sentido son a un tiempo el resto del antiguo Israel y el núcleo del Israel futuro (Mt. 19,28; Lc.
12,32). Se les designa con el nombre de apóstoles (shaliha) término que significa a la vez
enviado y representante. Esto significa que deben representar ante sus hermanos a aquel que
los ha enviado (Lc.6,13; 10,16; Mt.10,40). Cristo los forma en la convivencia (Mt.3,14; Lc.9,10-
12) les confía algunas tareas y les otorga poderes especiales (Mt.10,1; Lc.9,1ss; Mc. 3,15; 6,7-
13).
Llega un momento en que Cristo les habla con mayor claridad: sobre ellos, y fundamentalmente
sobre Pedro, ha decidido edificar su Iglesia, tal el sentido de las tres declaraciones (Mt.16,16-
20; Lc. 22,32 y Mt. 18,28 en donde Jesús anuncia a los doce que también ellos tendrán el
poder de “atar y desatar”
Sin embargo solo hasta después de la resurrección Cristo no comunicará efectivamente sus
poderes a los apóstoles, pues en su humanidad mediadora, sólo después de la resurrección y
en virtud de ella será investido Cristo de la totalidad de sus poderes (Mt. 28,18; Rm. 1,4).
Esta es la etapa definitiva. Sacrificándose por el pueblo, Cristo sella con su sangre la nueva y
definitiva alianza entre Dios y la humanidad y hace de su carne resucitada y gloriosa el
encuentro efectivo y la comunión real de los hombres y de Dios. Por esto mismo constituye a
su Iglesia como realidad eficiente de salvación (acontecimiento de gracia) y como sacramento
eficaz de salvación (como institución de salvación)
una simple sustitución sino de una verdadera realización, en la resurrección de Cristo una
nueva economía comienza a surgir. Cristo instituye también el medio de hacer efectiva esa
alianza: la eucaristía y el orden, la eucaristía para hacer la Iglesia y el orden para hacer la
eucaristía. Pero más allá de estos dos sacramentos es toda la Iglesia la que Él consagra
como organismo sacramental e institución de salvación. A este respecto es significativo el
encargo de bautizar dado a los apóstoles después de la resurrección (Mc. 16,15; Mt. 28,18).
La exégesis contemporánea cobra cada vez mayor conciencia de esta idea que constituyó una
de las creencias fundamentales de la nueva comunidad cristiana. Por la resurrección aparece
el sacrificio de la cruz tal como es en realidad no como un fin en sí mismo y un fracaso, sino
como la verdadera realización del designio de Dios sobre el mundo. La muerte era una
condición previa, pero el objetivo final era la gloria (Lc. 24,26). La resurrección constituye la
inauguración del reino.
En esta tercera etapa accedemos a una nueva fase del misterio, la fe de la manifestación y
promulgación de la Iglesia. “La Iglesia que Cristo ha fundado en sí mismo por su pasión sufrida
por nosotros, la funda ahora en nosotros y en el mundo mediante el envío del Espíritu”
(Congar)
El don del Espíritu y la Iglesia. Para los judíos Pentecostés era la fiesta de las siete
semanas, era la fiesta de las primicias y de la fecundidad (Ex. 23,16; 34,22; Dt. 16,9-12).
Además en algunos círculos era la fiesta de las alianzas entre Dios y el pueblo y en particular
de la alianza del Sinaí. El número cincuenta evocaba a la vez el tema del año jubilar (Lev.
25,8-17; 3-55) y por tanto la idea de liberación. Todas estas prefiguraciones tenían un
simbolismo muy rico para el nuevo Pentecostés que habría de ser la verdadera fiesta de las
primicias, el verdadero Sinaí y la gran fiesta de la liberación universal, gracias al Espíritu de
libertad (Gál. 5,13).
a. Una comunidad. Por estar llenos del Espíritu tienen “un solo corazón y una sola alma”, todos
son hermanos (1,15; 9,30, 10,23; 11,1; 15,23) Por eso mismo constituyen la prueba viviente de
que el designio de Dios sobre el mundo se ha cumplido ahora y que este designio es misterio
de comunión en Cristo y en la Iglesia.
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c. Los responsables. Son dos a un tiempo: el Espíritu y la jerarquía. El espíritu que es el Señor
supremo del apostolado. No sólo se advierte su presencia en todas partes, sino que además
es el que presita toda la vida y la actividad de la Iglesia (8,39; 9,12-17; 16,7; 20,23-28). Y la
jerarquía indisolublemente unida al Espíritu “El espíritu no se da normalmente a la comunidad,
sino a través de la jerarquía. El Espíritu es como el principio interior de la actividad exterior de
los apóstoles (15,28; 16,6-7)
La idea es capital para san Pablo. Pablo está convencido de que a través de la negativa y del
rechazo actual de Israel, se da un nuevo Israel que alcanza su cabal cumplimiento. Se plantea
un doble problema: ¿Cómo la Iglesia es hoy el verdadero Israel, por oposición al Israel carnal?
¿cómo el misterio del antiguo Israel puede ayudarnos a comprender el misterio de ese nuevo
Israel que es la Iglesia de Cristo?
Sobre todo en las cartas a los Gál y a los Rom desarrolla Pablo su punto de vista, resumiendo
su pensamiento en tres afirmaciones: La Iglesia es la consumación in Christo del misterio de
Israel. La lglesia es el único Israel verdadero. Hasta el retorno de Israel no alcanzara
plenamente la Iglesia su consumación.
Para Pablo judío todo se resume en dos cuestiones: ¿se ha cumplido la promesa divina?
¿quién es hoy su beneficiario?. Las respuestas que Pablo escucha son confusas: para uno
número de judeocristianos sólo pueden alcanzar la promesa quienes se hacen circuncidar (Gál.
5,2), en el fondo se mantienen aún en el AT. Otro grupo, los helenocristianos, no aceptan el
privilegio de Israel, razonan como si la lglesia no tuviera un pasado y no existiera el AT. Pablo
responde: propiamente hablando no hay más que un heredero Jesucristo; pero Jesucristo solo
es una expresión que designa también a todos aquellos que son uno con Él. La Iglesia es pues
la consumación en Cristo de todo el misterio de Israel.
1) El único heredero es Cristo. (2Cor.1,20; Gál. 3,15-18) Pablo tiene la convicción de que
todo el misterio de Israel se resume, se totaliza hoy en Cristo: él es a un tiempo el objeto, el
artífice y el heredero de la promesa.
2) Coherederos con Cristo. (Gál.3,26-29) Al hablar de ese único heredero habla también de
aquellos que forman una realidad con Él y constituyen un único pueblo de creyentes, la Iglesia:
Por ser Cristo el único heredero y por formar la Iglesia una sola cosa con Él, esta última es
ahora descendencia de Abraham y partícipe de la promesa (Gal. 3,29; 4,7.26; 6,16)
Afirmar esto equivale a recordar la fidelidad indefectible de Dios por un lado, y por otro el lugar
privilegiado de Israel en esta nueva economía de salvación, cuestión difícil de aceptar para los
helenocristianos, pero defendida por Pablo (Rm.11,16-19)
Para Pablo, la culminación de Israel no ha tenido lugar sin una verdadera renovación y unas
profundas superaciones. El resultado es la existencia de dos Israel: el que ha aceptado ese
misterio de culminación y de novedad que es Cristo y el que lo ha rechazado y ya no merece
llamarse Israel
1) El Israel según la carne y el Israel según el Espíritu. Todo está dominado por la idea de la
fe. A la incredulidad del primer Israel responde la fidelidad del nuevo Israel. La infidelidad
perdió a los judíos quienes siendo hijos de la promesa debían vivir como tales, pero renegaron
de esa promesa y edificaron su vida no sobre la fe, sino sobre la ley. Debían consentir ser
salvados por la fe, pero prefirieron salvarse a sí mismos por la ley y en virtud de sus obras.
(Rm.9,32; Is.28,16; 8,14).
El nuevo pueblo de Dios. La alianza según el Espíritu. (Gál 3,7) Se ha producido una
transferencia, al antiguo Israel sucede un Israel fundado sobre la fe en aquel cumplimiento y en
aquella promesa, el Señor resucitado. Con este pueblo se ha sellado una nueva alianza según
la sangre del Hijo (1Cor. 11,25) y alianza según el Espíritu, la nueva libertad (Gál 4,21-31, 5,13;
Rm. 6,15 – 7,25). Alianza que es definitiva y su finalidad es el encuentro permanente con el
Señor (1Ts. 4,17).
Para Pablo este retorno forma parte del misterio que él debe anunciar al mundo Rm. 11,25-29.
Pablo está convencido que el rechazo de Israel es una etapa permitida por Dios para despertar
los celos del pueblo elegido (Rm. 11,11.25-33), Israel regresará y entonces se habrá
consumado el misterio de la salvación. La convicción de Pablo se funda en la indefectible
fidelidad de Dios para con su pueblo
12
a. Un pueblo de llamados
La Iglesia es para Pablo esencialmente una asamblea de llamados (Rm. 1,6; 8,28, 1Cor.1,2.24;
1Ts. 2,12). A partir de su propia llamada el apóstol ha forjado progresivamente su gran idea de
la convocación divina.
1) La llamada es ante todo un acto gratuito de Dios. La elección depende de aquel que
llama y no de las obras (Rm. 9,12) Llama al que quiere (1Cor.1,28-29). Así la Iglesia aparece
como don gratuito y no mero fruto del mérito o del genio humano.
2) Esa llamada es una llamada comunitaria. No son los hombres que se reúnen primero,
sino que Dios es quien primero reúne a los hombres. Por tanto que si es un solo Dios quien
llama, únicamente debe existir una sola Iglesia (Ef. 4,4).
3) Es una llamada permanente. Dios nos llama, no simplemente no “ha llamado” (Gál. 5,8;
1Ts. 5,24)- Así la Iglesia es una comunidad en continuo crecimiento que se constituirá
incesantemente hasta la parusía.
b. Una asamblea cultual, una ecclesía. Para los judíos la imagen ideal de la comunidad
mesiánica era el qahal, la ecclesia del desierto. Como verdadero hijo de Israel, Pablo conserva
esta visión bíblica. A su juicio, la Iglesia del Señor no puede tener más que un solo objetivo y
un solo ideal: imitar y llevar a cabo esa comunidad del desierto. De ahí su nombre: Iglesia de
Dios, de ahí el título de santos dado a los cristianos (1Cor.1,2; Rm. 15,26; 1cor.
16,1.15:2Cor.8,4; 9,1), de ahí la insistencia de Pablo en el culto espiritual, razón de ser y
actividad primera de la Iglesia (Rm. 1,9; 12,1; Flp. 3,5). Para subrayarlo mejor Pablo recurre a
la imagen tradicional del templo y dice que nosotros somos templo de Dios (1Cor.3,16-17).
b. La comunidad de vida nueva “in Christo”. Una vez ingresados a esta comunidad nueva,
vivimos una vida nueva. Es la vida misma de Cristo en nosotros (Gál. 2,19-20), es una vida en
comunión con Cristo en el sentido de que:
Por la encarnación somos uno en Cristo, no por título jurídico sino ontológico. Significa
que todos los hombres de algún modo estamos en él.
Vivimos en Cristo y Cristo vive en nosotros . Formamos una sola cosa con Cristo,
también en el sentido de que por el sacrificio pascual, actualizado en el bautismo, nos
identificamos con él. “Nosotros en Cristo” esta expresión es utilizada 164 veces por el
13
apóstol, 35 veces en la carta a los Efesios, pero no se trata de una vida estática, no
queda absorbido el creyente en un medio inerte, sino que es arrastrado a una vida
nueva, además no se trata simplemente de una vida personal, sino de una vida eclesial
(Gál 3,27-28). “Cristo en nosotros”, subraya en particular el hecho de que esa vida
nueva no debe concebirse como un simple marco exterior en cuyo recinto nos
encontraríamos, sino que es realmente la vida de Cristo penetrado y permaneciendo en
nosotros.- Ambas fórmulas traducen la inclusión recíproca, la compenetración mutua de
Cristo y de los cristianos.
Estamos identificados con Cristo, formamos un mismo ser (Rm.6,5) pero hasta dónde
llega esta identificación?, Pablo dice que Cristo nos identifica directa y propiamente
hablando con su humanidad glorificada, pero no con su ser total, o sea, que la Iglesia es
realmente Cristo, pero no todo lo que Cristo es (Col. 2,9ss)y que esa identidad o
suprime las personas humanas que nosotros somos y pro esta razón existe a un tiempo
entre la Iglesia y Cristo, identidad y distinción.
Somos uno en Cristo porque participamos en el misterio de su muerte y resurrección .
Pablo lo expresa en sus famosos compuestos con la partícula “co”. Su interés es
mostrar que la Iglesia no sólo se identifica con el ser vivo de Cristo sino que participa
efectivamente de su vida y de su historia, y en particular del acto que resume totaliza
toda su vida: el sacrificio pascual.
Somos uno los unos con los otros y en la medida en que estamos unidos a Cristo (Gál
3,26-28; Col. 3,11; Ef. 2,14-16) Cristo ha hecho saltar las barreras que nos separaban,
es una estirpe que va más allá de todas las divisiones humanas, el genus christianorum.
c. El sentido trinitario de esta vida nueva. Por Cristo también participamos de la vida
trinitaria (Ef. 2,18)
La Iglesia, hijos en el Hijo. Se trata de hacerse hijos en y con el Hijo único, sin que esta
filiación constituya una pluralidad con la suya, y sin que le haga perder el carácter de
Hijo único (Rm.8,14-16; 8,29; Gál. 4,6).
La Iglesia y el Padre. Ad gloriam Patris. Como resulta Cristo incompresible sin la
relación con el Padre, así también la Iglesia, Cristo total, consiste en clamar “Abbá”
(Rm.8,15) en ser alabanza de su gloria (Ef. 1,14)
La Iglesia y el Espíritu. La vida en este misterio sólo es posible con la fuerza del
Espíritu. Sólo pueden tener acceso al Padre aquellos a quienes el Espíritu anima (Rm.
8,14, Gál. 4,6; 1Cor. 12,7-13; Ef. 1,13; 2,22; 4,3-6).
e. Las estructuras visibles de la Iglesia. Tampoco para Pablo la Iglesia es una comunidad
puramente mística. Subraya vigorosamente el papel que desempeñan los sacramentos, la
jerarquía y los carismas.
Los sacramentos son factores de unidad, especialmente insiste en el bautismo (por el
que somos agregados a la Iglesia) y la Eucaristía (gran sacramento de la comunión
[koinonia[
La jerarquía y los carismas son factores del bien común (1Cor. 12,28; Ef. 4,11; Rm.
12,6-8). La Iglesia se halla estructurada jerárquicamente y sus jefes no son
simplemente en la acepción humana de la palabra, sino que son ministros de Dios, los
intendentes de sus misterios, deben, a un tiempo gobernar y administrar los
sacramentos (1Tm.3,5) y sobre ellos se edifica la Iglesia (Ef. 3,20; 1Co. 4,1; 2Co. 11,23;
14
1Tm.4,6). Por su parte los carismas son don del único Espíritu y persiguen el bien
común, Pablo no pretende mencionarlos todos, sino mostrar con qué plenitud y riqueza
opera el Espíritu en la Iglesia y subrayar su unidad: unidad interna por la fidelidad al
único Espíritu, unidad externa por la obediencia a los jefes.
Pablo utiliza unas imágenes tradicionales para hablar de la Iglesia: la plantación (la viña)
(1Co.3,6-9; Rm. 11,17-24) el edificio (y el templo) (1Co.3,9-11.16; 6,19; 2Co.6,16). Pero la
principal imagen es la del cuerpo, unida a la imagen de la esposa.
a) La imagen del cuerpo. Para nosotros el cuerpo es esencialmente el elemento físico del
hombre por oposición al alma; para los semitas el cuerpo era el conjunto de la persona humana
en cuanto se manifiesta y actúa... es en este sentido utiliza Pablo el término cuerpo. Ser
cuerpo de Cristo significa pertenecerle a Cristo, ser uno con él. En modo alguno podemos
considerar la Iglesia como un segundo cuerpo de Cristo, sino que para Pablo sólo existe un
cuerpo de Cristo, su cuerpo resucitado. Sin embargo en el desarrollo de la imagen del cuerpo,
Pablo tiene dos etapas: la primera expuesta en las grandes cartas; la segunda en sus cartas de
cautividad.
b) La imagen de la esposa. Ef. 5,23-32: 1Co.6,13-17; 2Cor.11,2-3. Junto con la imagen del
cuerpo Pablo nos enseña: la personalidad distinta de la Iglesia; el misterio de la fecundidad de
la Iglesia y la elección gratuita que Cristo ha hecho de la Iglesia.
Reaparecen muchas características paulinas. El uso del término Iglesia es escaso pero la
comunidad así designada está constituida en virtud de una llamada universal (1Tm.2,4;
4,10;Tt. 2,11) totalmente gratuita (2Tm.1,9; Tt.3,4-5) de Dios salvador (1Tim. 2,3; Tt. 3,4) cuyo
amor misericordioso se ejerce por la venida a este mundo de su Hijo (1Tm.1,15) que se entregó
por todos nosotros (1Tm.2,6). La primera acogida a esta gracia de la salvación es la fe en el
Dios que no miente ( 1Tm.1,15; 2,4; Tt.1,1-2) y que en el bautismo nos purifica de toda
iniquidad y nos da su espíritu convirtiéndonos en su pueblo , orientado hacia la manifestación
gloriosa de Cristo Jesús(Tt. 2,13-14; 3,5-6).
Se recoge la imagen de la “casa de Dios” (1Tm 3,15) pero la columna de la verdad sugiere más
bien la estabilidad del edificio acabado y no la obra en fase de construcción evocada por Ef.
2,19-22. La actividad creadora del constructor cede su lugar a la vigilante administración de un
intendente, digno de respeto por su irreprochabilidad, con el que es comparado el epíscopo
(1Tm. 3,4-5; Tt.1,7) encargado de proveer al buen orden y a la vida de la comunidad.
La comunidad es variada en sus miembros (1Tm 1,9-15; 5,1-16; Tt, 2,2-7; 2Tm.6,1-2.17-19;
Tt.2,9-0) están bajo la dirección de aquel, por joven que sea (1Tm.4,12) a quien el Apóstol ha
15
confiado la autoridad que debe ejercer sin timidez ni debilidad (1Tm.4,12; 2Tm 1,7; Tt.2,15;
3,8.10) pero también con dulzura y paciencia (2Tm.2,25) sabiendo él mismo sufrir por el
Evangelio (2Tm 1,8) a fin de salvar a los demás salvándose a sí mismo (1Tm 4,16, 2Tm.2,25).
Esa autoridad se prolonga en la de los Presbíteros y epíscopos establecidos por ellos por
imposición de las manos (1Tm.4,14; 5,23; 2Tm.1,6) con la responsabilidad de mantener en las
Iglesias una vida conforme al evangelio (1Tm. 1,10-11).
En Juan el término Iglesia nunca aparece como vocablo que designe a toda la comunidad
cristiana. En 2Jn y en Ap.1-3 designa solamente a las comunidades locales. Podríamos más
bien señalar tres temas: la Iglesia misterio de comunión, la Iglesia como sacramento de esa
comunión en este mundo, y el misterio de la Iglesia en la historia.
a. La comunión in Christo. Fuera de Cristo sólo hay sufrimiento, esclavitud, tiniebla y muerte.
Tal es el estado del hombre sujeto por el pecado (Jn. 1,10; 7,7; 12,31; 14,30; 16,11; 1Jn. 1,15-
17; 5,19). De ahí el sentido de la misión de Cristo: librarnos y comunicarnos su propia vida
(1,12; 1Jn. 3,2; Jn. 3,16). Este designio solo se cumple por el misterio de la muerte y
resurrección ,misterio que haciendo de la humanidad de Cristo una humanidad glorificada y
santificada (17,1-19) la constituye por esto mismo en fuente del Espíritu (7,39; 16,7-8; 20,22)
como principio de glorificación y santificación de todos los hombres (1,16ss; 2,19-21; Ap. 21,22)
¿Cómo podremos entrar en esta comunión in Christo que es la Iglesia? Juan responde con dos
palabras: la fe (6,47; 20,31; 1Jn. 5,4) y los sacramentos de esa fe: bautismo (3,3) y eucaristía
(6,53)
Para hablar de esa comunión Juan utiliza también varias imágenes, siendo las más clásicas la
de la vid y la del templo. La vid es una imagen tomada del AT donde designa el amor
incansable de YHVH por su pueblo y la ingratitud de éste (Is.5,1; Os. 10,1; Jer. 2,21; Ez. 15,1-
8). Juan presenta a Jesús como la vid verdadera, el que no contrariaría ni romperá la alianza
entre Dios y los hombres. Además hay unidad entre la vid y los sarmientos, “lo que presupone
que hay una naturaleza común para él y para nosotros, que hay íntima unidad hasta formar un
solo cuerpo con él y que hay una influencia interior de Jesucristo sobre nosotros” (Bossuet).
Cristo no dice que solamente que es el la parte principal de la Vid de la que nosotros somos
parte secundaria, sino que él dice que es toda la vid, de la cual nosotros no somos sino los
sarmientos.
El templo (Jn.2,19-21) Pero el equívoco está en qué clase de templo. Cristo habla del templo
de su cuerpo que se convertirá en el templo de toda la humanidad, lugar de comunión de todos
los hombres (Ap.21,22).
c. La comunión fraterna. Unidos al Padre y al Hijo, cómo no podríamos estar unidos como
hermanos?(1Jn. 1,3; Jn.17,21-22). Para Juan la misma unidad que hace de las tres Personas
divinas un mismo Dios, hace asimismo de los cristianos un único ser vivo: somos “uno” porque
participamos en Cristo de la vida misma de Dios. Esta comunión fraterna antes que un deber
es una realidad, es el don de Dios comunicado en Cristo y por su Espíritu a todos los hombres.
16
Tampoco para Juan la Iglesia es una comunidad mística e invisible. La Iglesia es el nuevo
Israel reunido por Cristo con miras a realizar en este mundo el designio de Dios y está dotado
de una estructura propia.
a. La Iglesia, nuevo Israel. Hay tres grupos de textos principales: Cristo fundador por su
muerte del nuevo pueblo de Dios (Jn. 11,51-52, Jn. 1,29; Jn 10,11-18). La ciudad-esposa
(Ap.21,2) subraya que el misterio de los desposorios de Dio y su pueblo sólo en la Jerusalén
celestial será una realidad perfecta y acabada (Ap.21,3), sin embargo esa realidad se inicia
aquí abajo (1,29.36-39; 2,1-11; 3,29). Encontramos esa misma idea eclesiológica en la figura
de la mujer (Ap.12).
En resumidas cuentas, mediante imágenes clásicas, Juan repite lo que Pablo y los sinópticos
habían ya revelado: la Iglesia fundada por Cristo no es solamente un misterio interior, sino
también un misterio visible- Es el nuevo pueblo de Dios que encarna y realiza en este mundo
el designio divino, el misterio de comunión.
b. Las estructuras visibles de este nuevo Israel. Juan subraya tres puntos: el papel que
han de desempeñar los apóstoles y, a través de ellos, la jerarquía. Los sacramentos y el
mandamiento de la caridad fraterna.
Las estructuras apostólicas, punto de partida de las estructuras jerárquicas . Los
sinópticos consignaron dos promesas: una hecha a Pedro (Mt. 16,19) y otra al conjunto
de apóstoles (Mt. 18,18). Juan nos muestra la realización de ambas promesas (Jn.
20,21-22; Jn. 21,15-17). Juan subraya el sentido de la misión poniéndola en estrecha
vinculación con la misión de Cristo, los apóstoles son enviados como Cristo es enviado
y el fiador de esta misión no es otro que el Espíritu.
Las estructuras sacramentales. Juan presenta los sacramentos administrados por la
Iglesia como prolongación y actualización de los gestos salvíficos de Cristo. El vincula
los sacramentos al Espíritu (1,33; 3,5; 6,63) y señala además la necesidad del bautismo
y la eucaristía para poder participar de la vida y entrar en el reino (3,5; 6,53).
Las estructuras comunitarias, el mandamiento del amor fraterno. La comunión fraterna
se sitúa en tres planos: es uno de los aspectos fundamentales de la Iglesia, es el signo
por excelencia de este misterio y es un mandamiento fundamental de la ley nueva.
(Jn.13,34-35, 1Jn.2,8; Jn. 15,12.17; 17,21-23). El mandamiento dado por Cristo no es
un mandamiento sobreañadido, sino una exigencia normal del misterio mismo. La
Iglesia perdería su sentido si no fuera aquí sacramento visible del amor en medio de lo
hombres. Don de Dios, la comunión entre los hermanos es una tarea fundamental del
hombre aquí en la tierra. Por ser don de Dios está siempre asegurada, por ser tarea
humana es fatalmente imperfecta y siempre perfectible.
Si la Iglesia forma con Cristo una sola comunidad de ser y de vida es normal que esté
asociada a él incluso en su historia, y que también ella lleve el sello de la muerte y de la
resurrección. Podemos destacar en Juan: la Iglesia de la persecución y del combate y la
Iglesia de la victoria y del triunfo, el primer aspecto es la vivencia diaria de la Iglesia, el segundo
es fruto de la experiencia y de la consumación final.
a. La Iglesia de la persecución y del combate. Es uno de los temas más importantes del
cuarto evangelio. Todo el relato de la pasión está dominado por el misterio del enfrentamiento
(13,2;14,30; 7,7; 8,41). Con la Iglesia prosigue este mismo enfrentamiento, no pudiendo atacar
ya al Maestro, sigue ahora con los discípulos (Jn. 15,17-21; 1Jn.. 3,12-13; 4,1-6). Entre la
Iglesia y el mundo la oposición es fatal e irreductible. Una Iglesia que no fuera perseguida
dejaría de ser Iglesia del Crucificado..
advierte la diferencia del Apocalipsis con el Evangelio y las cartas. Mientas que estos últimos
ponen su acento en un presente ya vivido y en una victoria ya alcanzada (Jn. 13,33; 1Jn. 5,4) el
Ap sigue una perspectiva esencialmente futura y escatológica.
Para Juan esta Iglesia victoriosa sigue siendo la Iglesia de los mártires y de los perseguidos.
Concluye todo con una visión triunfal de la Jerusalén celestial (Ap.21.2-4). Llegada a este
último estado la Iglesia no necesita ya de ninguna estructura y de ningún condicionamiento: le
basta el Verbo (Ap. 21,22-23) La Iglesia de este mundo sólo puede pronunciar unas palabras,
aquellas que el Espíritu le inspira y que la definen: ¡Ven Señor Jesús! (Ap. 22,20).
A. LA CARTA DE SANTIAGO
Esta Carta utiliza el término Iglesia para designar a la comunidad local (5,14). Dice que todos
los cristianos son hermanos y deben considerarse como tales (1,2.9.16), pero esta comunidad
fraterna no es sólo comunidad de corazones, sino también comunidad estructurada. Tiene su
ley, sus jefes (los Presbíteros y doctores) (5,14; 3,1) , sus ritos (5,14) . Así en forma práctica la
carta presenta una serie de datos ya inventariados sobre la Iglesia.
En esta carta se subrayan dos textos fundamentales: uno dedicado al carácter sacerdotal del
nuevo pueblo de Dios (2,4-10) y el otro relativo a las responsabilidades y deberes de los jefes
de ese nuevo pueblo (5,1-4).
1. Un pueblo sacerdotal (2,4-10). Se pone de relieve el fin cultual del nuevo pueblo de Dios,
como en el antiguo qahal, debe ofrecer sacrificios que serán ahora espirituales y agradables a
Dios pro Jesucristo. Además cada cristiano es una piedra viva y debe prestarse a la
edificación del edificio espiritual cuya piedra angular es Cristo. La totalidad del pueblo es
nación santa, sacerdocio regio (2,5.9). Además se insiste en el carácter universal de este
pueblo de Dios (2,9-10)
2. Responsabilidades de los jefes (5,1-4). Deben apacentar el pueblo sin tiranizarlo y siendo
modelos del rebaño (v.3) y tendrán derecho de recibir de él la corona que no se marchita (v.4).
Tiene además otros dos pasajes que han sido interpretados en su carácter eclesiológico (1Pe.
3,20 y 3,19; 4,6) referentes al arca de Noé y al descenso de Cristo a los infiernos.
2. El pueblo de Dios en marcha hacia su reposo. Es esta la aportación más nueva y original
de la carta. Comentando el salmo 95 (versión LXX) así como el pueblo antiguo estaba en
marcha hacia el lugar de su reposo, así también el nuevo pueblo está a su vez invitado a
marchar hacia el reposo de Dios (4,1-11). Cristo ha sido el primero en salir de este mundo para
entrar en es lugar de reposo que es el cielo (6,20) Cristo es nuestro precursor. Tras él también
nosotros debemos abandonar el mundo, en donde no tenemos morada perpetua para llegar al
trono de Dios en el cielo, ciudad verdadera (4,16; 12,2; 11,13-16).
CONCLUSIONES
3. La tensión escatológica del misterio. Aun cuando sea una realidad, el reino sigue siendo
asimismo un objeto de esperanza, puesto que debe crecer todavía. No será total y definitivo
hasta la Jerusalén celestial. De momento es un misterio de crecimiento. Es un cuerpo que se
desarrolla para alcanzar la talla perfecta.
TESIS I: La Iglesia es el pueblo elegido por Dios para ser su heredad. Es el nuevo Israel,
preparado y prefigurado por el antiguo pueblo de Israel.
TESIS II: La Iglesia ha sido fundada por Cristo. Quien empezó su edificación cuando
expuso sus enseñanzas, la consumó cuando pendió públicamente en la Cruz y la
manifestó y promulgó cuando envió visiblemente el Espíritu Santo sobre sus discípulos
(M.C.).
La Iglesia como organismo vivo enfrenta una triple tarea: cobrar conciencia de sí misma,
manifestarse al mundo y realizarse como designio de Dios sobre este mundo, triple tarea que
se vincula y se determina mutuamente.
I. PERIODO PATRISTICO
Los primeros cristianos no empezaron por sistematizar su fe, sino por vivirla, así se fueron
descubriendo los principales problemas de la teología.
Su principal carta eclesiológica es la dirigida a los Corintios con motivo de las distintas
disensiones que allí se presentaron. Dos puntos merecen resaltarse : la visión de la Iglesia
considerada como misterio de paz y unidad (aspecto interior), y las indicaciones sobre la
significación y el papel que desempeña en la comunidad eclesial la autoridad, y sobre todo el
testimonio de lo que era el primado romano (aspecto exterior)
Para Clemente no hay don mayor que la unidad y la paz, don precioso del Señor en su Espíritu,
unidad y paz que constituyen la esencia misma del misterio de la Iglesia. De ahí la gran
culpabilidad de quienes con disputas y disensiones comprometen dicha unidad y desgarran el
cuerpo de Cristo. “¿Por qué esas riñas entre vosotros? ¿Acaso no tenemos un solo y mismo
Dios, y un solo y mismo Cristo y un solo y mismo Espíritu de gracia que fue derramado sobre
nosotros? “Clemente coloca los ejemplos de la creación (19-20) del cuerpo humano (37,5-38,1)
y de las legiones romanas (37,1-3).
Dado el conflicto, Clemente recuerda a esos primeros cristianos el papel que desempeña la
jerarquía en la comunidad eclesial. Insistencia tanto más necesaria en cuanto que los corintios
procedentes del mundo pagano no habían sido preparados como los judíos para las realidades
cristianas y les resultaba ver en los jefes cristianos algo más que funcionarios. Clemente se
remonta hasta Aarón y el sacerdocio levítico (32,2; 43) y luego muestra como esa institución
de los Presbíteros se remonta al mismo Cristo. Clemente concluye “si alguno no se deja
persuadir por lo que hemos dicho nosotros de parte de Dios sepan que incurre en una falta y un
peligro graves”.
Además existe una homilía que se le atribuye donde habla de una Iglesia que existía incluso
antes de la creación del sol y de la luna, pero como una Iglesia invisible, espiritual y estéril;
Iglesia que ahora se ha hecho carne y que es el cuerpo de Cristo y su esposa.
2. Ignacio de Antioquia
Ignacio se define a sí mismo como un hombre dispuesto siempre a la unidad (Flp.8,1). Para él
la Iglesia es misterio de unidad, de ágape y subraya vigorosamente la unión indisoluble de esta
Iglesia de Cristo entre lo visible y lo invisible, lo corporal y lo espiritual, lo segundo se ha
encarnado en lo primero. Subraya así el carácter sacramental de la Iglesia, encarnación
permanente del Hijo de Dios.
El Obispo visible es sólo un sacramento, un representante del Obispo invisible. “Es necesario
considerar al Obispo como al Señor mismo” (Ef. 6,2, Mag.3,2; Rm. 1,9; Ef. 5,3) De ahí la
imposibilidad de mantener la unidad con este último, si no se está unido al primero. El propio
Espíritu garantiza la autoridad del Obispo (Filp.7,2) y tan pronto como queda asegurada la
unidad con el Obispo visible, se opera el gran misterio del ágape... El presbiterio debe estar
unido al Obispo como las cuerdas de la lira (Ef. 4).
La visión global de Ignacio incluye siempre el movimiento de la unidad divina a la unidad del
Cuerpo Místico. La Iglesia es esencialmente una fraternidad, un ágape, una comunión y esto
es lo que la hace, en profundad universal, es decir católica (Esm.8,2)
Frente a la gnosis Ireneo presenta su visión de la Iglesia con dos palabras: recapitulación y
tradición.
1) Cristo recapitulación de todos los hombres. Como restauración del hombre y del universo
según el designio primitivo de Dios. Cristo asume pero en modo positivo el papel de cabeza
desempeñado ya por el primer Adán. Por su encarnación ha recapitulado en si mismo la
historia de los hombres para que recuperemos en Jesucristo lo que habíamos perdido en Adán,
a saber, la imagen y semejanza de Dios (Ad.H.III,18,1). Ireneo insiste en la encarnación
(contra el docetismo) y así no duda en el éxito de la redención.
b. La tradición.
4. Tertuliano
Se toma sólo en sus escritos católicos. El signo de la verdad no es otro que la prioridad de lo
verdadero. Así para él apostolicidad y verdad son dos términos prácticamente sinónimos. La
Iglesia de hoy detenta la verdad porque posee la tradición auténtica. Y cuál es el signo de esta
tradición auténtica: la sucesión ininterrumpida de los Obispos desde la época de los apóstoles.
Esta insistencia de Tertuliano en la tradición resulta más interesante cuanto que emana de un
hombre que pronto sólo querrá oír hablar de la Iglesia de los espirituales, Iglesia que
identificará con el mismo Espíritu, oponiéndola a la Iglesia de los psíquicos (la Iglesia colección
de Obispos)
21
En fin, Tertuliano da a la Iglesia el título de Madre, aun cuando no es él el iniciador de este uso,
pues ya se le llamó así desde el NT (Gál. 4,26; Ap. 21,2.9; Ef. 5,25-32).
5. San Cipriano
Las ideas de Cipriano sobre la Iglesia podrían resumirse en una sola palabra: la unidad, que es
el fermento, el signo y el vínculo de la verdadera Iglesia. Algunos intentan romper esa unidad,
sembrando el odio entre los fieles y haciendo lo posible por separarlos de sus pastores. ¿Cuál
es vínculo y la garantía de esa unidad? El Obispo, o más exactamente, el cuerpo episcopal
La Iglesia es la comunidad de hijos de la paz que conocen y aman el vínculo de la caridad (De
unitate 24) la Iglesia es una fraternidad. A todos los niveles, tanto al nivel de las Iglesias
particulares, en el sentido de que cada una de ellas constituye una verdadera comunidad de
hermanos, una fraternidad, como al nivel de la Iglesia universal en el sentido de que todas las
Iglesia particulares forman una misma y única Iglesia, la Iglesia del Señor aquí en la tierra. El
fundamento de la unidad de la Iglesia no es otro que la misma unidad de Dios, la unidad del
Espíritu (De orat.dom. 23)
Tampoco Cipriano pretende reducir la Iglesia a una comunidad invisible. Nos ha hablado de los
vínculos invisibles de la unidad: El Espíritu, la fe en el mismo Señor, la caridad. Pero muestra
los vínculos visibles de esa unidad y subraya dos en particular: la Eucaristía y el Obispo. El
Obispo es el servidor puesto a la cabeza de la familia del Señor, es el jefe de la Iglesia, el
pastor del rebaño, el guardián de la fe.
La visión de Cipriano sigue siendo muy similar a la de Ignacio, pues en ambos casos el Obispo
es el representante, el sacramento de Cristo. Sin embargo Cipriano ante los problemas de
unidad de las Iglesia va a desarrollar también una teología del episcopado.
El Obispo no está aislado. Es esencialmente un miembro, forma parte de esta totalidad que es
el cuerpo episcopal. Aun cuando seamos muchos pastores, el rebaño que apacentamos es
único y nosotros debemos recoger y cuidad las ovejas que Cristo ha adquirido al precio de su
sangre y de su pasión (Ep. 68,4). La dignidad episcopal es una y cada Obispo participa
solidariamente de ella sin división de la totalidad. Sin embargo Cipriano no establece
claramente el principio de unidad del episcopado, pues él se queda en lo místico (El Espíritu),
pero no llega a afirmar lo visible (el papado)
6. Orígenes
Para Orígenes la Iglesia es al mismo tiempo la realidad visible y provisional que nuestros ojos
humanos pueden contemplar aquí en la tierra, y la realidad invisible y misteriosa de la que la
primera es sólo la imagen y la preparación.
22
Para él también la Iglesia es el cuerpo de Cristo, como el alma impulsa y anima al cuerpo, que
en su defecto estaría inerte, así el Verbo da fuerza e impulso para el bien a todo ese cuerpo
que es la Iglesia, mueve a cada miembro y ninguno hace nada sin él” (Cont.Cels.6,48), de aquí
se desprenden dos consecuencias:
1) La Iglesia es tan antigua como el mundo, preexiste incluso a la misma creación. Y así
solo puede tratarse antes de la creación de una Iglesia ideal, concebida a la manera de
las formas platónicas.
2) Por lo tanto, la Iglesia definitiva es la Iglesia del cielo, que es el modelo y el ejemplar
conforme al cual debe realizarse la Iglesia aquí en el mundo. No significa esto que la
Iglesia celestial carezca de existencia real, ni que sea una realidad diferente de la
Iglesia de este mundo
Conclusiones
1. La Iglesia es en lo más profundo de sí misma una comunión con la vida divina, en y por
Cristo. Algunos poden de relieve el aspecto Trinitario de esta comunión y en particular
el papel que en ella desempeña el Espíritu Santo.
2. Esta comunión se manifiesta y realiza en el plano visible. Casi todos subrayan el papel
que desempeña la Eucaristía y la jerarquía en esta participación
Subsiste una cuestión que ocupará la atención de los pensadores cristianos: ¿cómo interpretar
exactamente ese misterio de comunicación de la vida divina in Christo que constituye la
Iglesia?
1. LA TRADICIÓN GRIEGA
“Todo lo que la Escritura dice que el Verbo ha recibido, lo dice a causa de su cuerpo que
constituye las primicias de la Iglesia... nos ha dado a todos las primicias del Espíritu para que
todos nos convirtamos en hijos de Dios, a semejanza del Hijo de Dios” (Atanasio, De
Incarnatione 12). La Iglesia es pues la consumación del misterio de Cristo, por extensión
gratuita a todos los hombres de la gracia del Hijo único, siendo el Espíritu el principio de esta
comunicación y su término en la unidad del cuerpo (De Incarnatione,8)
A los Padres griegos lo que les interesa no es la Iglesia en sí misma, cuanto esa Iglesia
considerada en su origen divino y cristológico; no tanto el aspecto eclesiológico de la
cristología, sino el aspecto cristológico de la eclesiología.
2) El principio de esta divinización. El Espíritu Santo. Cirilo escribe “El Espíritu es como
perfume de su esencia (de Dios) perfume viviente y activo que transmite a las criaturas lo que
es de Dios, y les asegura por sí mismo la participación en la sustancia que está por encima de
todo” “únicamente por el Espíritu se ha formado Cristo en nosotros y en nosotros graba de
algún modo sus propios rasgos, haciendo revivir así en la naturaleza del hombre la belleza de
la divinidad.
a) Nada autoriza para poner en duda la adhesión de los Padres griegos a la comunión
exterior. Este interés por el lado visible de la Iglesia se manifiesta más en su caso,
mucho más en e el orden de la vida que en el orden del pensamiento.
b) También en el ámbito exterior y visible cabe subrayar precisamente la importancia vital
que todos atribuyen a la eucaristía y su sentido de la jerarquía como “diaconía del
Espíritu”
b. San Atanasio
Iglesia, como el áncora de la fe, no habrían naufragado en lo respecta a esta fe” (Contra
arrianos,58)
Cristo es uno, en él no hay de un lado el Verbo de Dios y de otro el hombre Jesús que sólo nos
santificaría desde el exterior. En otras palabras la humanidad de Cristo está santificada y es
santificante precisamente por ser la humanidad misma de Dios, por ser el cuerpo de la vida
misma (In Ioh.6,64) De todos los demás podría decirse: “La carne no sirve de nada”, pero no
podrá decirse esto de Cristo, porque en su carne habita la vida. El Verbo hace por sí mismo
que su cuerpo sea vivificante, porque lo transporta en su propia energía. Su propia carne
forma una sola cosa con él. En efecto se trata de su carne misma y no de un cuerpo extraño”.
Pero Cristo no es un ser solitario. Nos contiene a todos. La humanidad está enteramente en
Cristo en cuanto hombre. Por la sola entrada del hombre-Dios en nuestra raza en el momento
de la encarnación, todos los hombres, buenos y malos, quedan inmediatamente implicados en
un parentesco radical con Dios. Sin embargo este tipo de unión natural subyacente a todo lo
que seguirá es solo un comienzo con miras a la participación efectiva de todos y cada uno en la
unión de gracia, en la vida divina. Esta culminación es precisamente el misterio de la Iglesia,
porque en razón de su Espíritu y de a unidad de vida que nos comunica, Cristo nos incluye en
él en razón de un título nuevo. Esta segunda inclusión no contradice la primera ni se confunde
con ella, sino que esta segunda inclusión comprende a los creyentes
e. San Hilario
* El papel que desempeña la Eucaristía. ¿Cómo está Cristo en nosotros y nosotros en Cristo?
“El verbo se ha hecho verdaderamente carne y nosotros en la cena del Señor, tomamos
verdaderamente la carne del Verbo” “nos da a un tiempo la realidad de su carne y la realidad
de su divinidad en el sacramento de esa carne suya que debemos comer” “Cristo está en el
Padre por la realidad de su divinidad, nosotros en él por su nacimiento corporal y él en nosotros
por el misterio de la eucaristía” (De Tr. 8). La insistencia de Hilario en la Eucaristía contribuye a
hacer de este Padre un puente de unión entre dos eclesiologías, la más mística de oriente y la
más estructurada de occidente.
2. LA TRADICION LATINA
a. San Agustín
Agustín dará la primera síntesis global de eclesiología. La idea de la gracia anima esta
síntesis. Se trata primordialmente de una eclesiología interior, tanto que se ha hablado a
menudo de un unilateralismo de Agustín. Su eclesiología se centra en torno a la idea de la
unidad::
Unidad perdida y recobrada: el drama de la unidad
El misterio de la unidad: Cristo total.
Las estructuras visibles de la unidad
La unidad católica
La consumación de la unidad.
La perspectiva pelagiana entraña el riesgo de reducirlo todo a una moral y a una ascesis
individuales, a un cristianismo del que han quitado dos misterios, que son en buena medida
misterios de solidaridad. La solidaridad en Adán y la solidaridad en Cristo. “En la historia de los
dos hombres… uno de los cuales nos perdió en sí mismo… y el otro nos salvó en sí mismo…
en la historia de estos dos hombres se asienta propiamente toda la fe cristiana” (De grat.24)
“Según hemos de observar en las Escrituras cuando hablamos de nuestro Señor Jesucristo hay
tres modos de considerarle y designarle. En primer lugar, en esa naturaleza divina en la que
es, antes de la encarnación, igual y coeterno a su Padre. En segundo lugar, en razón de la
encarnación los textos apuntan a ese Dios que es hombre y a ese hombre que es Dios,
investido de una superioridad que les propia…y que hace de él el mediador y la cabeza de la
Iglesia. En tercer lugar, tenemos de algún modo a todo el Cristo entero, en su plenitud de la
Iglesia; es decir, la cabeza y el cuerpo, en la plenitud de un hombre completo, cuyos miembros
somos cada uno de nosotros…. En efecto la cabeza y los miembros forman un solo Cristo. No
se dice que Cristo no sea completo sin ese cuerpo, sino sencillamente que se ha dignado
formar una sola unidad con nosotros, él que es siempre completo sin nosotros, no sólo como
Verbo, Hijo único igual al Padre, sino también en esa humanidad que él ha asumido y en la que
es a un tiempo Dios y hombre” (Sermo 341)
Cristo y la Iglesia constituyen una sola cosa, una sola alma, un solo hombre, una sola persona,
un solo justo, un solo Cristo un solo Hijo de Dios. Así, Cristo entero no es el Salvador solo, sino
la cabeza y el cuerpo. Él es nosotros y nosotros somos él… Además para Agustín esa
identidad mística entre Cristo y su Iglesia es tan esencial al cristianismo que pasa a convertirse
en un verdadero principio de exégesis: “Para comprender la Escritura, es absolutamente
necesario pensar en el Cristo total y completo, es decir, en la cabeza y los miembros. Cuando
habla lo hace a veces en nombre de la cabeza sola… y a veces en nombre de su cuerpo que
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es la Iglesia extendida por toda la tierra” (Sal.37,6) Nos muestra entonces a Cristo hablando en
nosotros, orando en nosotros, sufriendo en nosotros, obrando en nosotros.
¿Cuál es el principio directo de esa unidad viva que formamos nosotros con y en Cristo? Es el
Espíritu que es el alma de ese cuerpo lo único que nosotros formamos con y en Cristo. “Lo que
el alma es para el cuerpo del hombre,, lo es el Espíritu Santo para el cuerpo de Cristo, es decir,
la Iglesia” (Sermo 267)
a) La comunión con el Cuerpo de Cristo. Para Agustín, como para Pablo (1Cor10,17) comulgar
el cuerpo (eucarístico) de Cristo y comulgar con la vida de su cuerpo eclesial es un mismo
misterio ¿No equivale esto a afirmar que también la Iglesia es un misterio sacramental y por lo
tanto visible e invisible a la vez?
d) Las estructuras temporales al servicio de la vida divina. Agustín inicia la dialéctica de la res
y el sacramentum, utilizada en la edad media, para afirmar la finalidad puramente espiritual de
las estructuras visibles de la Iglesia en marcha hacia la consumación final. “En medio de los
andamiajes provisionales el arquitecto construye una casa permanente” (Sermo 362).
La Iglesia abarca de derecho a todos los hombres, cualesquiera que sean su país de origen y
el siglo en que vivan. Su difusión por todo el orbe terráqueo no es simple hecho histórico, sino
el cumplimiento del designio divino de unidad. Los propios pecadores no están excluidos de la
Iglesia, en contra de los donatistas para quienes la Iglesia solo la componen los santos.
Agustín dice que estamos en la época del crecimiento y no de la siega. Ahora el cuerpo de
Cristo está mezclado como en la era de grano y la paja, pero el Señor conoce a los suyos.
“Dios sabe en su presciencia cuántas ovejas yerran aún por fuera y cuántos lobos andan
disimulados por dentro” (In Joh. 27). “Mientras permanece unido el cuerpo cabe esperar la
curación, pero cuando se produce la separación ya no hay remedio ni esperanza” (Ep.53)
5) La consumación de la unidad. Una sola Iglesia “in coelo fundata, in terra peregrinans”
A. LA SINTESIS ESCOLÁSTICA
a) La Iglesia comunidad de vida divina. Para Tomás, como para los escolásticos de la
época, este primer aspecto es fundamental. “La belleza de la Iglesia consiste ante todo en su
riqueza interna. Pero también contribuye a ella su actividad externa en la medida en que
procede del interior y mantiene esa belleza interior”. Como traducción de esa posición es de
destacar la importancia dada por todos los escolásticos de la época a la tesis de la gracia
capital, fuente y causa de la Iglesia. Subraya la identidad profunda entre Cristo y la Iglesia;
evidencia mejor el hecho de que la vida y la constitución misma de Cristo no tienen en definitiva
otra finalidad que convertirle en cabeza de la Iglesia.
* Dos aspectos una sola realidad. El aspecto visible y el aspecto invisible están siempre en los
escolásticos íntima e indisolublemente vinculados. El aspecto vital es primero y determinante,
el aspecto jurídico está en segundo lugar y subordinado al primero. La Iglesia como sociedad
externa no es otra realidad que la comunidad de la vida divina in Christo: es su sacramento.
De otro lado, en virtud de este recurso a la idea de signo, se comprende mejor que la
pertenencia a la unidad visible no implique necesariamente, para Tomás, que el sujeto viva de
la vida de Cristo, pues advierte bien cómo se puede pertenecer a la Iglesia numero et merito,
numero tantum o simplemente voto (S. Th. II-II. q.1, a.9, ad. 3). Aflora esta misma visión
sacramental en el modo como Tomás presenta la doble misión que está en el origen de la
Iglesia: misión visible de la jerarquía y misión invisible de cada una de las almas por la gracia
santificante.
* Precisiones sobre el aspecto institucional de la Iglesia. Sería vano buscar en los escolásticos
una presentación completa del organismo externo de salvación que es la Iglesia, sin embargo
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todos los elementos “institucionales” están presentes de una u otra manera en los escritos
teológicos de la época.
Los primeros tratados separados sobre la Iglesia hacen su aparición a comienzos del siglo XIV.
El primero de Santiago de Viterbo (1302) con el título “De Regimine Christiano”, luego le siguen
otros de Juan de París, Gil de Roma, Occam… Tienen dos rasgos característicos: un
considerable desarrollo del aspecto institucional de la Iglesia y una tendencia cada vez más
acentuada a establecer una distinción entre la Iglesia y el conjunto de la civilización. Ambos
rasgos traslucen el mismo fenómeno profundo: un interés creciente por la realidad eclesial en
sí. Al parecer dos clases de causas han intervenido:
a. Las causas externas. A finales del siglo XIII y comienzo del XIV se da el conflicto que
opone al rey de Francia, Felipe el Hermoso, con el Papa Bonifacio VIII. Más que un conflicto
entre dos personas está en juego una civilización. Hasta el momento la sociedad civil, por el
hecho de ser cristiana, se identificaba en la práctica con la Iglesia, hasta el punto de constituir
con ella una sola realidad, la Respublica Christiana. Ahora surge un nuevo estilo de estado
que pugna por la independencia total de la Iglesia. Y esto se da en un clima de enfrentamiento
y oposición. Amenazada por una especie de absolutismo, la Iglesia reacciona y defiende su
libertad y su misión espiritual.
b. Las causas internas. Como es lógico se plantean a los pensadores problemas relativos a
los poderes pontificios (excomunión, infalibilidad, cuestiones de orden canónico) Incluso los
excesos de algunos herejes (albigenses, valdenses, pobres de Lyon, etc.) con su pretensión de
reducir la Iglesia a una sociedad exclusivamente interior, obligan a pastores y teólogos a insistir
en el lado institucional y visible de la Iglesia.
Con mayor razón, se seguirá este camino en ocasión del cisma de Luis de Baviera, al que
presta Occam su apoyo teológico y más todavía en ocasión del gran cisma y de la crisis
impregnada de galicanismo y que facilita el poner en tela de juicio la civilización cristiana por
parte de determinadas corrientes del Renacimiento.
Este documento trasciende las circunstancias que los provocaron y el objeto inmediato que
especifica su contenido a nivel de las relaciones entre el papado y el poder civil. Bonifacio VIII
recuerda primero lo que es la Iglesia y en qué consiste su misión esencial en este mundo. “Una
sola es la anta Iglesia católica y apostólica, la fe nos obliga expresamente a creerlo y a
mantenerlo. Lo creemos firmemente. Lo confesamos sin rodeos. Fuera de ella no hay
salvación, ni perdón de los pecados… la Iglesia representa el único Cuerpo Místico, cuya
cabeza es Cristo, siéndolo Dios a su vez de Cristo” (DZ. 468).0
Dos textos son reveladores de la óptica desde la que Lutero aborda el misterio de la Iglesia: “La
primera (realidad) que es esencial, fundamental y verdaderamente la Iglesia, la llamaremos la
cristiandad espiritual, interior; la otra, que s una creación humana, un hecho externo, la
llamaremos la cristiandad corporal, exterior” (Tratado sobre el papado, 1520) Y a propósito del
sacerdocio jerárquico: “Ten por cierto y nunca te dejes persuadir de lo contrario, que no hay en
el NT ningún sacerdocio visible y externo, como no sea el que Satanás ha erigido gracias a las
mentiras de los hombres. Para nosotros hay un solo sacerdocio, el de Cristo, según el cual se
ofreció él por nosotros y nos ofreció a todos con él… En efecto, todos nosotros somos
sacerdotes del mismo sacerdocio de que Cristo es sacerdote, todos los que somos cristianos,
es decir, hijos de Cristo sumo sacerdote. Y no tenemos necesidad alguna de otro sacerdote, de
otro mediador que Cristo” (Missa privata)
Las conclusiones son lógicas. Poco a poco se pone en entredicho el orden sacramental e
institucional, todo lo que es mediación (Papa, poder de los obispos, magisterio, sacerdocio,
autoridad de la tradición) El Cuerpo Místico parece ahora un alma desencarnada. Y cuando
Lutero habla de la visibilidad de la Iglesia, no designa una nota esencial de la Iglesia y no
corresponde a la transparencia sacramental del reino de Dios.
También para Calvino no existe ninguna institución de salvación que sea algo más que el
simple signo del don de Dios, que sea una verdadera causa (instrumental) en y por la cual Dios
nos comunique su propia vida.
Como consecuencia, la Iglesia aun cuando sea considera como esposa y cuerpo de Cristo,
queda distanciada de todo lo que hay de divino en él. Y aunque Calvino llegue a considerar la
Iglesia como uno de los medios externos o ayudas de que se sirve Dios para llevarnos a
Jesucristo su Hijo, no alcanza en su teología al realismo paulino de la Iglesia Cuerpo de Cristo
y al concepto de la “gracia capital”
2. La respuesta católica
La Iglesia no podía quedar reducida a una comunidad invisible de gracia. Puesto que los
reformadores ponen en entredicho el aspecto visible e institucional de la Iglesia, será en el que
más va a insistir la reforma católica.
El Catecismo Romano define la Iglesia como “la asamblea de aquellos que han sido llamados
por la fe a la luz de la verdad y al conocimiento de Dios, para que disipadas las tinieblas de la
ignorancia y del error, adoren con piedad y santidad al Dios vivo y verdadero y le sirvan de todo
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corazón” (I° parte). Aunque se cambia de tono y se recupera lo interior, lo cierto es que, en
conjunto, sigue siendo cierto que los teólogos de esta época han insistido poco en el aspecto
interno de la Iglesia y en su carácter de Cuerpo Místico.
La teología de los siglos siguientes no aporta ningún cambio apreciable. El jansenismo ponía
en tela de juicio la autoridad viva de la Iglesia. Sin embargo el corazón de la reforma pastoral y
espiritual que la Iglesia misma lleva a cabo encontramos en Francia sobre todo en Bérulle y
sus discípulos, la vena eclesiológica de san Pablo y de los padres. Restauran la doctrina del
Cuerpo Místico. Bossuet escribe: “lejos de hacer una Iglesia cuya comunión sea meramente
externa por naturaleza e interior solamente por accidente (como se nos acusa) el fondo de la
Iglesia es, por el contrario, la comunión interior de la que es sello la comunión exterior… Se ve
también que los elegidos son el fin último por }el que todo se hace en la Iglesia…, la parte más
esencial y, por así decir, el fondo mismo de la Iglesia” Y de él también es la definición: “La
Iglesia es Jesucristo, pero Jesucristo difundido y comunicado” (Pensées chrétiennes)
Sin embargo, la crisis racionalista se opone cada vez más radicalmente a la autoridad
sobrenatural de la Iglesia y a sus estructuras. Los teólogos y pastores se ven inducidos a
reforzar siempre la autoridad del poder pontificio, única garantía de la libertad espiritual de las
Iglesias locales.
Aparecen desde inicio del siglo XIX en Alemania, bajo la influencia del romanticismo algunos
teólogos de la Escuela de Tubinga; Moehler, en particular, que se dedicaron a considerar la
Iglesia en su aspecto interior y vital de Cuerpo Místico de Cristo, redescubriendo así la realidad
teándrica y pneumatológica. Pronto se orientaron en la misma línea los teólogos de la Escuela
de Roma: Pasaglia, Perrone, Franzelin, Scrhader y Scheeben, además hay que recordar la
influencia de Newman. Todos estos pensadores daban prioridad definitiva al aspecto místico y
vital de la Iglesia por encima de las estructuras y de la institución, aunque no en detrimento de
la misma. Una de sus enseñanzas constantes era el carácter teándrico y sacramental de la
Iglesia, por cuanto ésta es el Cristo continuado “la encarnación permanente del Hijo de Dios”.
Se iniciaba una nueva fase del tratado de eclesiología. Se veía que la Iglesia no es una simple
institución humana entre otras muchas, sino que es realmente un sacramento, un misterio de
fe, que sólo se explica por la realidad divina que lleva en sí, o mejor que la constituye.
2. El Vaticano I
El esquema distribuido a los padres del concilio el 21 de enero de 1870 se abría con un
capítulo esencial consagrado al Cuerpo Místico. Las notas anejas al esquema daban la
explicación: “para describir la naturaleza de la Iglesia, según la doctrina verdadera y católica, se
declara que ella es el Cuerpo Místico de Cristo. He aquí los motivos: - en las escrituras este
modo de representarla es el más frecuente. –Se muestra así su esencia íntima y trascendente.
– Se pretende descartar desde el principio una objeción de los innovadores… que pretenden
que los católicos reducen toda la doctrina de la Iglesia a elementos externos y visibles”
Se trata de un esquema, no de una definición. Pero sí marca una nueva óptica de reflexión.
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El 25 de junio de 1896 León XIII publicaba la encíclica Satis Cognitum (DS. 3300.3310) en la
que mostraba que: *La Iglesia es primordial y fundamentalmente el cuerpo de Cristo.
*Precisamente por esto es asimismo una realidad visible. *La Iglesia sólo es realmente la
Iglesia porque sus partes visibles extraen su fuerza y su vida de los dones sobrenaturales y de
los otros elementos invisibles”.
Los años siguientes continuarán esta renovación, además las preocupaciones pastorales y
espirituales estimulaban esta tarea. La mentalidad general de un mundo cada vez más
angustiado por el problema de su unidad y de su destino, sobre el telón de fondo del a
influencia creciente del marxismo y del materialismo ateo, y las preocupaciones eclesiales
propiamente dichas, las que brotaban de la vida misma católica con la renovación bíblica,
litúrgica, mística y muy pronto el nacimiento de la acción católica.
Publicada por Pío XII el 29 de junio de 1943 coronaba y consagraba el inmenso trabajo al
tiempo que realizaba algunas precisiones.
Tres afirmaciones principales están a la base de este documento: *La Iglesia es el Cuerpo
Místico de Cristo. Cristo es la cabeza de este Cuerpo Místico y el Espíritu Santo, su alma.
Cabeza y cuerpo unidos forman una sola Persona Mística. Otra expresión complementaria de
este mismo y único misterio: la Iglesia es la esposa, imagen que subraya mejor la distinción de
personas. * Por ser ella Cuerpo de Cristo, el cuerpo de Cristo acabando en este mundo su
crecimiento, la Iglesia es como Cristo un misterio de encarnación, como él es a un tiempo
visible e invisible, exterior e interior, humana y divina. La pretensión de considerar sólo uno de
estos aspectos es no comprender su misterio y caer en grave error; así como Cristo no se
comprende sólo si se considera de la naturaleza humana visible, o solo de la divina e invisible.
* Por ser inseparables ambos aspectos, entre los miembros de la Iglesia solo se han de contar
de hecho los que recibieron las aguas regeneradoras del bautismo y, profesando la fe
verdadera no se hayan separado de la contextura del cuerpo, ni hayan sido apartados de él por
la legítima autoridad a causa de gravísimas culpas. En otras palabras: la Iglesia Cuerpo
Místico de Cristo y la Iglesia católica romana son una misma y única realidad. Pío XII volverá
sobre este mismo punto en la Humani Generis.
5. El Concilio Vaticano II
Siempre hay necesidad de hacer dos preguntas fundamentales: ¿Qué es la Iglesia? (su
misterio fundamental y eterno, sus estados (terrestre y celestial), su carácter visible e
institucional) y ¿Cuál es la misión de la Iglesia? El sentido de esta misión y los principales
problemas que plantea tal misión.
I. EL MISTERIO DE LA IGLESIA
Comunidad de vida, institución de salvación, señala los dos aspectos: el interior y el exterior
que guardan el equilibrio global de la eclesiología.
TESIS III. La Iglesia, que es el nuevo pueblo de Dios, es también la esposa de Cristo y
su Cuerpo Místico. Cristo es la cabeza de este cuerpo y el Espíritu es el alma.
San Pablo precisa el principio profundo de este misterio de participación de la vida divina en
Cristo es el propio Espíritu Santo. En el Espíritu Santo tenemos por Cristo acceso al Padre (Ef.
2,18).
“Al meditar esta doctrina (la Iglesia) nos viene desde luego a la mente las palabras del apóstol:
“donde abundó el pecado sobreabundó la gracia “ (Rm. 5,20)… mas el misericordiosísimo Dios
de tal modo amó al mundo que le dio a su Hijo unigénito (Jn.3,16), y el Verbo del Padre eterno,
con aquel mismo único divino amor, asumió de la descendencia de Adán la naturaleza
humana…, para que del nuevo y celestial Adán, se derivase la gracia del Espíritu a todos los
hijos del primer padre” (Mys.Cor. t,1. A.G.3).
Como enseña la Escritura: Cristo por su sacrificio ha salvado la totalidad del género humano.
Merece pues el título de nuevo Adán, puesto que en él recobran todos los hombres la vida que
el primer Adán les hizo perder.
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Esta salvación universal no es una posibilidad que los hombres pueden alcanzar, sino que está
ya realmente adquirida (Col. 1,13; Ef. 2,4-6). Desde que Cristo murió y resucitó no sólo
tenemos la posibilidad de salvarnos, sino que, ya estamos salvados. Sin embargo para que
esta salvación alcance nuestra vida necesita convertirse en nuestra salvación, ser ratificada y
“personalizada” por la fe y os sacramentos de la fe (Gàl. 3,26; Rm. 6). Desde este punto de
vista hay conciencia de un doble aspecto del misterio salvador: en un sentido estamos ya
salvos, y en otro sentido tenemos que salvarnos aún. “Así como no hay, ni hubo, ni habrá
hombre alguno cuya naturaleza humana no haya sido asumida por Cristo, así tampoco hay, ni
hubo ni habrá hombre alguno por el cual Cristo no haya sufrido, aunque no todos estén
(efectivamente) redimidos por el misterio de su pasión. El hecho de que no todos estén
efectivamente redimidos por el misterio de su pasión nada tiene que ver con la magnitud y la
abundancia del precio (pagado por ellos), por cuanto se trata de aquellos que no han creído, o
que no han creído con aquella fe que opera por la caridad; ya que la copa de la salvación
humana, confeccionada con nuestra fragilidad y con el poder divino, de por sí contiene todo lo
necesario para aprovechar a todos, aunque si uno no bebe de ella, no curará” (Concilio de
Quierzy-sur-Oisa del 835, GS. 22,2).
Los teólogos hacen distinción entre redención objetiva y redención subjetiva. En sentido de
que la redención ya ha sido adquirida por Cristo y está vinculada a un instante muy concreto
del tiempo, a sabe, la pascua histórica en que se desarrolló el sacrificio de Cristo. Pero la
redención está también incompleta y es coextensiva a la historia del mundo y depende de la
aceptación de los hombres y de su libre colaboración. Así podríamos entender la Iglesia como
la extensión de todos los frutos de la redención a todos los hombres, la pascua del Hombre-
Dios haciéndose pascua de toda la humanidad. Es la realización cabal de toda la redención.
La idea que se desea afirmar es: Cristo no ha sido solamente aquí en la tierra nuestro fiador
externo, sino que ha sido realmente nuestro representante (en el que todos estábamos
presentes) y precisamente por habernos representando de este modo, ha podido en ocasión de
su sacrificio introducirnos con él frente al padre y salvarnos. El valor universal de su sacrificio
hunde pues sus raíces en el valor universal de su naturaleza humana. En la misma medida en
que Cristo nos ha asumido a todos, ha podido efectivamente salvarnos a todos por sus
sufrimiento y su muerte.
Los padres griegos son quienes más han desarrollado la idea del alcance universal de la
naturaleza humana de Cristo, haciendo de ella una tesis capital. Aunque algunos teólogos han
acusado esta tesis de platonismo, sin embargo es más bien una verdad cristiana fundamental.
En cuanto a su importancia eclesiológica de esta tesis, Karl Adam escribe: “En el misterio
mismo de la encarnación, la Iglesia se encontraba ya, de derecho, como comunidad orgánica…
a la luz del dogma de la redención, ha aquí como debemos representarnos las cosas: la Iglesia
no nace solamente el día en que Pedro, Juan y Pablo creyeron en Jesús, sino que existía ya
realmente tan pronto como el Verbo de Dios se unió a la humanidad, es decir, el conjunto de
los hombres que debían ser redimidos, para formar una naturaleza humano-divina” (La esencia
del catolicismo). San León había dicho: “el nacimiento de Cristo es el comienzo del pueblo
cristiano y el aniversario de la cabeza es también el aniversario del cuerpo”.
a-) El papel desempeñado por la humanidad de Cristo. Escribe el apóstol: “el único mediador
es Cristo Jesús Hombre (1Tim.2,5, Jn.2,19; Lc.8,46; 22,20). Santo Tomás escribe: “La causa
principal de la salvación de los hombres es Dios. Pero, por ser la humanidad de Cristo el
instrumento de su divinidad, resulta, en consecuencia, que todas las acciones y sufrimientos de
Cristo operan al modo de instrumentos, por la virtud de la divinidad, para la salvación del
género humano” (III, q.9, a.48, ad 6). Y es así a todos los niveles:
* En su humanidad, Cristo, nuevo Adán, nos llevaba a todos en él.
* En su humanidad, nos ha merecido, por su muerte en la cruz, la salvación y la reconciliación
* En su humanidad resucitada y gloriosa, nos hace partícipes hoy de su propia vida de Hijo de
Dios.
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b-) El alcance cósmico del sacrificio redentor. Hablar de la humanidad no es suficiente. Con el
hombre, a causa del hombre, todo el universo entero es a la vez redimido y liberado (Ef. 1,10;
Col. 1,16.20). Esta liberación no es total y definitiva aún, como tampoco es la del hombre. Se
consumará en la Jerusalén celestial, con los “cielos nuevos y la tierra nueva” (Ap.21), ahora
mantiene un estado de espera (Rm. 8,22). Pero uno de los aspectos esenciales de la misión de
la Iglesia consiste en preparar con su trabajo la entrada de este universo material “en la libertad
gloriosa de los hijos de Dios”, transformación sin la cual la libertad gloriosa del hombre mismo
es fatalmente incompleta.
Esta tesis de Cristo Cabeza de la Iglesia es una de las afirmaciones particularmente explícitas
den la Escritura (Col. 1,18, 2,19; Ef. 4,15.16; 5,23; Jn. 15,25, 31ss). Ha sido precisada por los
escolásticos y se repite en la enseñanza oficial de la Iglesia: en la Unam Sanctam se dice “La
Iglesia representa el único Cuerpo Místico, cuya cabeza es Cristo (DZ 468), en Trento: “El
mismo Cristo comunica su fuerza a os justificados como a cabeza al os miembros” (Dz 809),
En la Mystici Corporis “ Èl es la cabeza, partiendo de la cual todo el cuerpo, dispuesto con
debido orden, crece y se aumenta para su propia edificación” En la Lumen Gentium “La
cabeza de este cuerpo es Cristo… por él todo el cuerpo, alimentado y trabajado por las
coyunturas y ligamentos, crece en aumento divino (Col. 2,19” (LG 7)
Los teólogos hablan de la gracia capital de Cristo, entendiendo con esta expresión la plenitud
de gracia con la que el Padre ha colmado su alma humana (Jn. 1,14) precisamente para que
pueda ser la cabeza del cuerpo, es decir, de la Iglesia (Col. 1,19; 2,9; Jn. 1,16). Hoy esta
gracia capital es la que difundiéndose de la cabeza a la totalidad e los miembros, comunica la
vida y hace de todos aquellos que la acogen miembros de ese cuerpo. No hay que vacilar en
afirmar que esa gracia capital es la fuente y la causa de la Iglesia. Es la causa eficiente,
formal, y ejemplar. Ya ahora y en la eternidad seremos y seremos filii in Filio.
Esta gracia capital no es otra que la gracia personal de Cristo. “La gracia personal por la que el
alma de Cristo resulta santificada es esencialmente la misma que aquella en cuya virtud como
cabeza de la Iglesia, santifica a las demás. Entre ellas media solamente una distinción
conceptual.” (STh. III q.8 a.5)
La gracia capital merece en razón ese calificativo capital. La encíclica Mystici Corporis da
cuatro razones por las cuales Cristo merece ser llamado “cabeza de la Iglesia”: una razón de
prioridad o de excelencia: la cabeza es primera en el organismo, Cristo en la Iglesia es
también primero, porque es a un tiempo Hijo único (Jn.1,14), el mediador único (1Tm.2,5) el
primogénito de entre los muertos (Col. 1,18; 1Cor. 15,20, Ap. 1,5) Una razón de plenitud, la
cabeza posee la plenitud de la vida, la totalidad de los sentidos, también Cristo posee la
plenitud de la vida sobrenatural, la plenitud del ser. Una razón de influencia, se llama a Cristo
cabeza en el sentido de que Él influye su propia vida en todo el organismo, o sea hace pasar
su fuerza vital a todo el cuerpo, le infunde su vida, su luz (Jn.1,16. 6,68; 18,37; Hb. 12,2), su
santidad (Jn. 15,5; 17,19) su gracia (Jn.1,16; 17,22). Una razón de semejanza. La cabeza y el
cuerpo son de la misma naturaleza, el Hijo se ha hecho hombre para hacer de los hombres
hijos de Dios
La gracia capital hace de Cristo cabeza de los ángeles. Cristo es cabeza no sólo del género
humano, sino también de los ángeles pero no del mismo modo. En el sentido de que al igual
que los hombres están ordenados al mismo y único fin último: la gloria divina. Forman, pues,
con los hombres un solo cuerpo, cuya cabeza es Cristo (STh. III q.8, a.4). Pero no es cabeza
de los ángeles en el mismo sentido que lo es de los hombres, y por dos razones: porque no ha
asumido la naturaleza angélica, y porque Cristo no es salvador de los ángeles sino de los
hombres (Hb. 2,10-18).
Recogemos también el pensamiento de Pablo: “Dios lo dio como cabeza de todas las cosas, a
la Iglesia que es su cuerpo” (Ef.1,22; Col. 2,9-10) La Iglesia en su aspecto fundamental es la
comunidad de vida, resultante de la participación de todos los hombres en la plenitud de la
gracia capital de Cristo, por lo que la Iglesia representa en este sentido la culminación de su
misterio, el Cristo total (LG.7, G.S. 32,4; 40,2; 42,1). Se trata pues de una participación, de una
comunidad de vida, de una consumación.
1-) Un misterio de participación. (Gal.3, 29; Co. 2,9). Es una participación real, por esta
participación nos hacemos realmente consortes divinæ naturæ, en ese sentido puede decir que
la Iglesia no es solo la Iglesia de Cristo (Ecclesia Christi) sino Cristo mismo (Ecclesia-Christus).
Estamos asociados no solo a su ser, sino también a sus misterios, configurados con él a su
muerte y resurrección (Flp. 3,21, 2Tm2,11, Ef.2,6, Col. 2,12 LG.7). Es una participación
gratuita, donde radica la gran diferencia entre Cristo y nosotros, él posee la gracia en plenitud
y por derecho de naturaleza; nosotros la poseemos a titulo e miembros, en virtud de un don
gratuito. Es una participación libre, si Cristo ha instituido la Iglesia es porque nos ha
considerado seres capaces de responder libremente al don que nos hace (la noción de libertad
des fundamental (G.S.16; DH.9; 9; 10). No es que Dios niegue su gracia a ciertas categorías
de seres humanos, sino que sólo puede comunicarlas a quienes consienten de recibirla y de
vivir en ella. (STh. III.q,8, a.3 grados diversos de la influencia capital).
2-) Una comunidad de vida, una sola Persona Mística. Por ser participación en la plenitud de
Cristo, la Iglesia constituye con él un solo Hijo, una sola Persona Mística. La Escritura nos
habla de esta mística unión: Gà. 3,28; Rm. 6,5; Ef. 2,15-16; 1Cor.12,12. También los padres lo
afirman: San Agustín “La cabeza y los miembros forman un solo hombre” (Sermo 45), Santo
Tomás “La cabeza y los miembros forman una sola mística persona” (Sth. III, q.48,a.2,ad.1), y
la Mystici Corporis “El redentor divino constituye con su cuerpo social una Persona Mística, o
como dice san Agustín, el Cristo íntegro”. Existe pues una identificación calificada como
mística entre Cristo y la Iglesia. Cabeza y miembros forman un solo y único viviente, una sola
Persona Mística.
Pero hay que tener en cuenta dos peligros: el uno, saber que la unidad mística no es una
unidad física, ni una unidad puramente moral, sino una unida sui generis que salvaguarda a la
vez la unidad real del Cristo total y la pluralidad de las personas. La unidad física provocaría la
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desaparición de la pluralidad, sería un pancristismo, una negación pura y simple del carácter
incomunicable de la unión hipostática. Pero tampoco es una unidad moral o jurídica análoga a
la que existe entre los miembros de una asociación sin vínculo interior alguno, sin principio
interno de unidad.
Es una unidad mística que indica a un tiempo unidad real y pluralidad real. Hay un solo Cristo
total, un solo Hijo y muchos hijos. Habría una semejanza y diferencia con la unión hipostática
de Cristo. Hay semejanza, porque en ambos casos (Cristo, Iglesia) tenemos una unidad real a
partir de un doble dato; humano y divino, tal es la razón de que se utilice la misma palabra:
persona. En la cristología se afirma la naturaleza humana del hombre Jesús y la naturaleza
divina del Verbo que están unidas en la única persona: la del Verbo. En la eclesiología, el
Cristo total, cabeza y cuerpo, forman una sola Persona Mística.
Del mismo modo que Cristo es uno y que el principio de esa unidad vital es la persona misma
del Verbo, así también de modo análogo, el Cristo total es a la vez uno y el principio de esa
unidad es Cristo mismo que hace vivir a la Iglesia de su propia vida sobrenatural, por lo que de
algún modo es su Yo profundo. “Ya no vivo yo, es Cristo que vive en mí” (Gàl 2,20) (M. C).
3-) La Iglesia, consumación de Cristo. La Iglesia evidentemente nada tiene que añadir a
Cristo. La Iglesia es como la creación, lo recibe todo y no añade nada. Y sin embargo no se
debe vacilar al hablar de consumación de Cristo por su Iglesia. Por ser participación la Iglesia
es asimismo pleroma. Completa en cierto modo a Cristo. “Cristo viene en cierto modo a
complementarse del todo en la Iglesia” (M.C.) Bossuet había escrito: “Cristo no será entero
hasta que se haya completado el número de los santos. Tengamos siempre la vista fija en esta
consumación de la obra de Dios”. Santo Tomás escribe: “La Iglesia es la plenitud de Cristo en
el sentido de que todo lo que es en potencia en Cristo alcanza su cumplimiento, del algún modo
en los miembros de su Iglesia”. De la cabeza recibe el cuerpo su crecimiento; en este sentido
la Iglesia nada exterior aporta a Cristo, ni nada le añade que no haya recibido de él y sin
embargo, se produce al mismo tiempo un crecimiento y por lo tanto una culminación.
Para expresar este misterio de comunión se han recurrido fundamentalmente a tres imágenes:
el cuerpo, la esposa, y el pueblo de Dios.
1
Ninguna expresión podría dejarnos intuir mejor la unidad que existe entre Cristo y los
hombres, hasta tal punto de formar un “mismo ser con él” (Rm.6,5). San Pablo tan sensible a
esta unidad hizo de esta imagen una síntesis eclesiológica, mostrando que precisamente por
ser cuerpo de Cristo la Iglesia es per ipsum, cum ipso et in ipso pueblo de Dios, y que a este
título participa de los frutos de la promesa. El lugar otorgado por la LG a la imagen del cuerpo
(3.8) muestra la gran importancia de esta imagen.
Frente a esta imagen hay que tener en cuenta algunos elementos que pueden descuidarse: * la
tentación de olvidar el carácter gratuito de nuestra incorporación a Cristo, pues los miembros
forman naturalmente parte del cuerpo, en el caso de la Iglesia sólo por un don gratuito de Dios
somos miembros de Cristo. *La tentación de minimizar las relaciones y por tanto la distinción
entre Cristo y quienes integran su cuerpo, la comunión que nos une a Cristo de persona a
persona no es solamente una unidad vital, sino que es asimismo una comunión de amor que
supone entre él y nosotros y entre todos nosotros un diálogo y unas relaciones personales,
cosas todas ellas que no son espontáneamente evocadas por la imagen del cuerpo. * La
tentación de cierto corporativismo jurídico, deslizándonos hacia un cuerpo social, o pensando
de qué manera pueden ser miembros aquellos que no participan plenamente de la vida del
cuerpo. Así el Vaticano II no ha querido hacer de esta imagen por prestigiosa que sea, la
imagen única, invitándonos de este modo a no omitir ninguna de las riquezas de la Escritura.
Esta metáfora fue recogida por Pablo y Juan para expresar las relaciones que unen a Cristo
con su Iglesia (Ef. 5,22-30; 2Cor. 11,2. Ap. 19,7. 21,9-11. 22,27) La imagen en el fondo
1
APÉNDICE: LA EXPRESIÓN “CUERPO MÍSTICO”
Al principio se habla prácticamente de un solo cuerpo de Cristo que es a un tiempo el Cuerpo Eucarístico y la Iglesia.
Más adelante el Cuerpo Místico designa explícitamente la Eucaristía. Y finalmente se aplica a la Iglesia.
La primera mención de la expresión “Cuerpo Místico” parece ubicarse en el siglo V, bajo Hesiquio de Jerusalén
(+438) “también nosotros nos convertimos en el cuerpo de Cristo, recibiendo su Cuerpo Místico”, aquí se refiere a la
Eucaristía; la Iglesia por su parte, es simplemente denominada cuerpo.
Cuando los padres hablan del cuerpo de Cristo se refieren tanto a la eucaristía como a la Iglesia, puesto que por la
Eucaristía nos convertimos en el Cuerpo de Cristo. San Agustín escribe: “vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus
miembros, es vuestro propio misterio el que está situado en la mesa del Señor. Vuestro propio misterio es el que
recibís. A la afirmación de lo que vosotros sois respondéis: Amén. Sed lo que veis, y recibid lo que sois” (Sermo
272). De este modo Cuerpo eucarístico de Cristo y cuerpo de Cristo que es la Iglesia, pertenecen al mismo misterio,
el de Cristo. Así fue prácticamente hasta el siglo IX.
Sólo a partir de las controversias en torno a la Eucaristía, se comenzó a hablar de diferentes cuerpos de Cristo. Se
distinguían tres: el cuerpo nacido de la Virgen María; el cuerpo Eucarístico generalmente llamado Sacramentum
Corporis o corpus mysticum; y el cuerpo de Cristo que es la Iglesia, llamado verum corpus. Podemos observar que
el Cuerpo Místico es aquí la Eucaristía. En efecto recibe el apelativo de místico todo aquello que es del orden del
misterio de Cristo, aquello que se opera en el misterio (la eucaristía) a partir de un misterio (Cristo) y para un
misterio (la Iglesia). En resumen: todo aquello que produce más allá de sí mismo una realidad que es tan bien a su
vez, del orden del misterio y recibe por esto mismo el nombre de realidad verdadera. Esta realidad verdadera, este
fruto real del misterio, era precisamente la Iglesia. De ahí la expresión verum corpus.
La herejía de Berengario a propósito de la presencia real en la eucaristía hizo replantear la cuestión. A fin de cortar
todo equívoco y de afirmar la identidad real entre el cuerpo de Cristo presente en la eucaristía y el cuerpo de Cristo
nacido de la Virgen María, se reservó el calificativo verum para el cuerpo eucarístico. Pero ¿cómo designar la
Iglesia? Se reservó la expresión Cuerpo Místico, que llegó a ser clásica en el siglo XIII y fue oficializada en la Bula
Unam Sanctam (1302).
Con la crisis de la reforma, sobrevino como reacción católica, el relieve sobre los valores visibles y jerárquicos. En
tales circunstancias algunos se preguntaron si tal expresión “Cuerpo Místico” no era susceptible de cierta confusión,
hipertrofiando el carácter interior e invisible de la Iglesia, en detrimento del organismo exterior. De ahí la
desconfianza de algunos con la expresión “Cuerpo Místico”. Desconfianza que perduró hasta el Vaticano I.
Al asumir solemnemente la expresión, Pío XII en su encíclica Mystici Corporis, convirtió la expresión en el centro de
su visión teológica de la Iglesia: “Para definir y describir esta verdadera Iglesia de Cristo nada mas noble, nada más
excelente, nada más divino que aquella frase con que se la llama “el Cuerpo Místico de Cristo”. Expresión que brota
y aún germina de todo lo que en las Sagradas Escrituras y en los escritos de los santos Padres frecuentemente se
enseña”
38
expresa el mismo misterio que la del cuerpo, pero subrayando fundamentalmente cuatro
aspectos:
* El amor mutuo de Cristo y de la Iglesia. Esta es sin duda la mayor riqueza de la imagen
de la esposa. El misterio constitutivo de la Iglesia es un misterio de amor. La Iglesia esposa se
sabe amada en este mundo por su esposo (Ef. 5,25) y tiene un solo deseo: responder lo más
posible a su llamada, pertenecerle enteramente y unirse eternalmente (Ap. 22,17).
* La imagen de esposa subraya la personalidad colectiva d lea Iglesia considerada como una
totalidad unida a Cristo y distinta de él a la vez.
Esta distinción es importante para la comprensión total del misterio de la Iglesia. La Iglesia es
una persona colectiva una y distinta de Cristo a la vez. “Como cuerpo la Iglesia forma con
Cristo una caro, una persona mística; pero considerada como constituyendo a su vez ella
misma una persona, hay que llamarla esposa; el culto de la Iglesia en cuanto que no es la
simple celebración sacramental del culto de Cristo, sino del suyo propio, es el culto de la
esposa” (Congar)
La Constitución SC. 7 afirma que Cristo “asocia siempre consigo a su amadísima esposa la
Iglesia, que invoca a su Señor y que por él tributa culto al Padre eterno”
* La gratuidad del don de Dios. No elige uno su cuerpo, pero sí elige su esposa. La imagen
de esposa subraya el aspecto sobrenatural y gratuito del don que Dios hace a la Iglesia,
aspecto que la imagen del cuerpo no pone de relieve. La Iglesia no es sólo una esposa
apasionadamente amada, sino también una esposa perdonada (por su infidelidad) (Ef.5,27).
Por eso subraya esta imagen el aspecto dramático de este misterio de comunión, nos recuerda
que el baño que ha purificado a la esposa es un baño de sangre.
Es tal vez la imagen más subrayada por el Vaticano II. Es una imagen tradicional en el AT y el
mismo NT la aplica a la Iglesia (Rm. 9-11, 1Pe.). También aquí se trata de un misterio de
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comunión de los hombres con Dios en Jesucristo, tal como ha sido llevado a cabo en la pascua
de Cristo y tal como se completa hoy antes de consumarse definitivamente en la Jerusalén
celestial. La expresión pueblo de Dios designa el mismo misterio que las imágenes del cuerpo
y de la Iglesia, pero al presentarlo esclarece ciertos aspectos que pueden quedar un tanto
olvidados:
La idea de la vocación. La Iglesia para ser misterio de comunión tiene que ser primero
misterio de llamada (Rm 8,30). La expresión Iglesia cuerpo de Cristo subraya el
aspecto de justificación y de participación en la vida divina, pero no acentúa la
imposibilidad de acceder a esta comunión con Dios como no sea después de una
llamada, a la que se habrá respondido con fe .
La idea de consagración y de alabanza a Dios . El pueblo de la Biblia es un pueblo
sacerdotal constituido para la glorificación y la alabanza de Dios (Ap.1,6; 5,9-10;
1Pe.2,4-10; Rm. 12,1).
La idea de alianza y de colaboración con Dios. El pueblo de Dios es aquel que debe ser
“en manos de Cristo el instrumento de la redención de todos los hombres” (LG 9)
*La igualdad básica de todos los miembros del pueblo de Dios. En un pueblo todos los
miembros son fundamentalmente iguales, aun cuando desempeñen papeles distintos en la
organización y la vida del pueblo. El Vaticano II insiste en el sacerdocio de los fieles (LG 10) y
señala que todos los miembros del pueblo son cristianos que participan por igual del mismo
misterio de Cristo. En fin, la expresión pueblo sugiere espontáneamente la organización y la
estructura de la Iglesia en el mundo.
Todas estas nociones conjugadas son las que permiten expresar cumplidamente la riqueza del
misterio de la Iglesia. No sólo se complementan, sino que además precisan y presentan una
profundización progresiva de tal misterio. La imagen de la esposa muestra ya la intimidad y la
profundad del vínculo que une a Dios con su pueblo; la imagen del cuerpo subraya de un modo
incomparable el realismo y el vigor con que es preciso entender el término comunión. Y la
noción de pueblo es como el concepto de extensión, mientras que la del cuerpo lo es de
comprensión: la Iglesia es el pueblo de Dios existente como cuerpo místico de Cristo.
Además de las imágenes tratadas hay otras presentes en la Escritura: la del rebaño en donde
cada oveja es conocida personalmente (Jn.10,1-20) por el Pastor que da la vida por ella. La
del templo, con todo el inmenso poder de evocación religiosa de tal palabra (1Pe 2,5; 1Cor 3,9;
Ap. 21,2-3; Ef. 2,19-22; Mt. 21,42; Hch. 4,11; Sal.118,22). La de la nueva Jerusalén que es
libre (Gàl 4,26). La de la vid (Jn. 15, Mt. 21,33;1 Cor 3,9; Rm. 11,16-25).
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1- La fe
Con la Pascua de Cristo quedó constituida definitivamente la salvación del mundo. No se trata
pues en la actualidad de que el hombre rehaga la salvación. Lo que sí debe hacer es acoger
libre y personalmente esa salvación que Dios le ofrece en y por su Hijo Jesucristo para
convertirse así en miembro de su cuerpo (Jn. 1,12). Por la fe se realiza este misterio y se
opera el encuentro entre Dios y el hombre. La fe es la libre acogida que el hombre hace del
don de Dios con todo lo que tal acogida supone: compromiso vital, entrega de sí mismo, muerte
a la propia seguridad (a las propias obras)( y al propio egoísmo. Para desempeñar su papel la
fe debe estar acompañada por la caridad (DZ 800). De ahí el carácter progresivo de la
incorporación a Cristo, con las tres etapas descritas por Santo Tomás: *la posesión por la fe
sola. * La posesión por la caridad. *La posesión por la visión beatífica, que no es más que el
completo desarrollo de la fe.
2- Los sacramentos de la fe
Los sacramentos son los signos externos y eficaces de la fe. De ahí su papel: constituyen la
expresión y el acompañamiento normal de la fe; en su defecto, la fe no alcanzaría su plenitud.
No sólo los sacramentos suponen la fe, sino que la robustecen y la expresan, por eso se llaman
“sacramentos de la fe” (SC 59), por ellos se edifica también el cuerpo de Cristo.
Los sacramentos son en efecto, la prolongación lógica y normal de las vías de la redención por
la encarnación. Dios nos ha salvado de manera visible por medio de la humanidad de Cristo,
de tal modo que esa encarnación no solamente ha merecido la salvación, sino también la ha
producido. Por consiguiente, nada más natural que Dios utilice asimismo, para la realización de
esta redención en los individuos, medios externos y visibles.
Dos sacramentos merecen especial mención: * El bautismo, por el que nos hacemos
semejantes a Cristo, sumergiéndonos en el misterio mismo de su muerte (1Co. 12,13; Rm. 6,3-
5) y participando ya en el misterio de su resurrección. *La eucaristía, participando realmente
del cuerpo de Cristo en la fracción del pan eucarístico, para convertirnos en su cuerpo
(1Cor.10, 17).
“Para que nos renováramos incesantemente en él (Ef. 4,23) nos concedió participar de su
Espíritu, quien siendo uno solo en la cabeza y en los miembros, de tal modo vivifica todo el
cuerpo, lo unifica y lo mueve, que su oficio pudo ser comparado por los santos padres con la
función que ejerce el principio de vida o el alma en el cuerpo humano” (LG. 7)
Muchos testimonios de la Escritura sugieren esta doctrina: Rm. 8,14-17; Ef. 2,18; Jn.7,39; 1Cor.
12,4; Jn.14,17; 20,22, textos que implican la idea de que el principio de nuestra incorporación a
Cristo es el propio Espíritu Santo.
También la Tradición ha sostenido esta doctrina: “Allí donde está la Iglesia, allí está el Espíritu
de Dios y allí donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda su gracia” (Ireneo,
Ad.Hæ,III,24). Y en la Tradición apostólica de Hipólito se dice que “se debe profesar la fe en el
Espíritu Santo dentro de la Santa Iglesia”. San Agustín expresará “El alma da la vida a todos
los miembros del cuerpos y confiere a cada uno una función determinada… ahora bien, lo que
el alma es para el cuerpo humano, lo es el Espíritu Santo para el cuerpo de Cristo, la Iglesia…
pero así como el alma no acompaña a un miembro amputado del cuerpo, así tampoco
acompaña el Espíritu Santo al miembro separado del cuerpo de la Iglesia” (Sermo 267). Y
Santo Tomas: “Credo in unam Sanctam Ecclesiam… significa Credo in Spiritum sanctus
sanctificantem Ecclesiam” (S.Th.II-II, q.1, a.9).
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La Mystici Corporis añade: “A este Espíritu de Cristo, como principio invisible ha de atribuirse
también el que todas las partes del cuerpo estén íntimamente unidas, tanto entre sí, como con
su excelsa cabeza, estando como está todo en la cabeza, todo en el cuerpo, todo en cada uno
de los miembros… Él ha de ser considerado como el principio de toda acción vital y saludable
en todas las partes del cuerpo místico”. Por su parte el Vaticano II tomando por su cuenta la
expresión alma de la Iglesia, ha subrayado que el Espíritu es quien santifica la Iglesia, porque
él es aquel por quien el Padre vivifica a los hombres muertos por el pecado hasta que resucite
sus cuerpos mortales en Cristo. El Espíritu Santo es también quien edifica y guía a la Iglesia
en este mundo con diversos dones jerárquicos y carismáticos” (LG 4)
El Espíritu Santo merece el nombre de alma (Agustín) o corazón (Tomás) de la Iglesia, porque
él vivifica y unifica invisiblemente la Iglesia. Puesto que la imagen de la cabeza cuadra
perfectamente a Cristo, Tomás precisa el cometido del Espíritu en el seno del Cristo total. “El
corazón vivifica todo el cuerpo, pero de manera desigual y de modo diferente. Vivifica primero
la cabeza, por ser ella el órgano más noble y por ejercer asimismo una influencia vital sobre los
demás miembros. Así sucede en la Iglesia, el Espíritu vivifica primero a cristo en su
humanidad, luego de un modo derivado a todos aquellos que están unidos a su humanidad.
Cristo mismo no ejerce su moción capital como no sea en dependencia del Espíritu: mediante
corde” (Contra gentiles, III,68). La M.C afirma que este cometido del Espíritu en la Iglesia no
hace más que prolongar aquel que él ejerce con respecto a la humanidad de Cristo y que es a
su vez una prolongación de su eterna procesión a partir del Padre y del Hijo”.
b) El Espíritu de Cristo. Desde el comienzo el alma humana de Cristo fue consagrada por el
Espíritu (Lc. 1,35; 4,18). Por esa consagración la humanidad de Cristo es realmente
humanidad del Hijo de Dios, es decir, que el Hijo de María es el mismísimo Hijo de Dios y el
instrumento divino de la comunicación de Dios a los hombres. De ahí la expresión común: el
Espíritu Santo es el principio de la unión hipostática”. A lo largo de su ministerio Jesús muestra
que él obra en y por el Espíritu y lo promete a los suyos (Mt.4,1; Lc.4,14; 10,21; Jn.3,34; 14,16-
17.26; 16,7).
b) Una participación. Sólo Cristo por ser cabeza ha recibido el Espíritu en plenitud (Jn. 3,34).
Sus miembros no hacen más que participar en esa plenitud y la medida de esa participación
depende de la medida del don de Cristo (Ef. 4,7) y de la respuesta personal de cada uno.
c) Moción directa y moción indirecta. “Él, aunque se halle presente por sí mismo en todos
los miembros y en ellos con sus divino influjo, se sirve del ministerio de los superiores para
actuar en los inferiores” (M.C, DZ 2288). “El Espíritu habita en la Iglesia y en el corazón de los
fieles como en un templo… Esta Iglesia… la provee y gobierna diversos dones jerárquicos y
carismáticos (LG 4). La Escritura también subraya este doble aspecto de influencia del Espíritu
(Rm. 8,14s) y muestra que no hay oposición entre la iglesia de la autoridad y la Iglesia del
Espíritu, sino que hay estrecha complementariedad (Jn. 20,22; Hch. 15,28; 20,28).
d) Alma increada y alma creada. Algunos teólogos no aceptan el nombre del Espíritu como
alma de la Iglesia, pues a diferencia del alma con respecto al cuerpo, el Espíritu desborda a la
Iglesia. El Espíritu no es una realidad de límites coincidentes con los de la iglesia, mientras que
la participación de la Iglesia en el Espíritu está limitada por nuestra acogida insuficiente, por la
lentitud de nuestro caminar hacia Dios y, de modo más fundamental, por el hecho mismo de
nuestra capacidad finita propia de creaturas. Cabe pues aplicar al Espíritu la expresión “alma
increada con toda su penetrante virtud, pero también con su independencia trascendente. Pero
ni la M.C, ni la L.G. han querido mantener tal controversia.
a) Identidad entre la Iglesia de Cristo y la Iglesia del Espíritu. Evidenciada en el NT, fue
puesta a veces en entredicho por algunas teologías En los orígenes esta fue la bandera del
montanismo y de Tertuliano. En la edad media Joaquín de Fiore y en la edad contemporánea
algunos teólogos del mesianismo político. Todos han olvidado la era nueva que se inició en
Pentecostés y que es idéntica a la de Cristo, según palabra de Ireneo “communicatio Christi, id
est Spiritus Sanctus” (Ad.Hæ. III,24). No hay que esperar otra alianza definitiva, pues con
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Cristo hemos entrado en los últimos tiempos (Hc.2,17; Hb. 1,2; 2Tm. 3,1; St. 5,3). Significa
esto que la Iglesia, aunque deba reformarse continuamente, jamás será superada.
b) La eterna juventud de la Iglesia. “Con la fuerza del Evangelio (el Espíritu santo)
rejuvenece la Iglesia, la renueva sin cesar y la conduce a la unión consumada con su Esposo”
(LG 4).. Así pues en la media en que el Espíritu nos incorpora a Cristo, debemos atribuirle
también a él esa eterna juventud de la vida cristiana.
1) Una palabra puede caracterizarla, la Iglesia del cielo es la Iglesia de la gloria, con todo lo
que esta palabra supone de interioridad total, de santidad sin defecto y de perfección definitiva.
La Iglesia del cielo es la Iglesia plenamente realizada (Ap. 21,23.27, Ef. 5,27) es la Iglesia de la
comunión total y definitiva en la caridad y la visión cara a cara; comunión total de los hombres
con Dios y comunión total de los hombres entre sí in Christo.
¿Cómo concebir el misterio de esta comunión y de esta identificación mutua? Ante todo es
preciso recordar que en nuestra actual situación de hombres pecadores en camino hacia su
destino eterno, dos obstáculos se oponen irremediablemente a la comunión total de los unos
con los otros. Y estos son: el pecado y la condición carnal.
Nuestro pecado nos hace fatalmente extraños los unos a los otros. Cualesquiera que sean las
apariencias externas, la única comunión auténtica es la comunión de los santos. Por su
naturaleza misma el pecado sólo puede oponer y dividir (Jn. 11,52).
De otro lado, y como consecuencia de nuestra condición carnal actual, nuestros cuerpos, al
tiempo que son medios de comunicación, son asimismo auténticas pantallas.
2) La Iglesia de la gloria sólo al final será total y definitivamente realizada, cuando resucitados
todos los elegidos, Cristo Cabeza les haga participar plenamente de su gloria, el universo
mismo quede asociado a esta glorificación de los hijos de Dios (Rm. 8,21).
3) Por el momento esta comunión celestial existe únicamente en estado de primicias. Con
Cristo y en Cristo estas primicias son ante todo la Virgen María en el estado glorioso de la
asunción “La Iglesia ha alcanzado en la santísima Virgen la perfección en virtud de la cual no
tiene mancha ni arruga” (LG 65) y nada mejor puede decirnos mejor el sentido y la grandeza
eclesial de María que esta posición única. Junto con María constituyen asimismo estas
primicias, aunque en menor grado y sin gozar aún de la gloria de la resurrección, todos los
santos que contemplan ya a Dios cara a cara.
b. La Iglesia de la tierra.
2) Sus imperfecciones y sus límites. Es la Iglesia encerrada en los límites de la carne, la Iglesia
de las kenosis, y aunque necesite de ciertos modos humanos para cumplir su misión no fue
instituida para buscar la gloria terrena, sino para proclamar la humildad y la abnegación
también con su propio ejemplo (LG 8). La Iglesia de la tierra se ve entorpecida en su marcha
por el pecado y por la defección de algunos miembros suyos. Asimismo, la Iglesia de la tierra
es la Iglesia de las persecuciones y de los combates, es la iglesia militante.
1) La Iglesia de la tierra es la misma Iglesia que está en cielo, ambas tienen una misma y sola
cabeza, Cristo.
Debe ser considerada también en esta misma perspectiva escatológica. Es por definición la
Iglesia de la última purificación, aquella que no es ya de la tierra y aún no es del cielo, aquella
que, pese haber concluido su elección definitiva, no ha completado todavía su purificación total.
Normalmente no deberíamos tener necesidad del purgatorio, deberíamos pasar directamente a
la Iglesia del cielo. Pero la Iglesia del purgatorio es un estado necesario solamente a aquellos
para quienes la etapa de la tierra no fue suficiente y no están aún lo bastante maduros como
para entrar en la Iglesia de cielo. En este sentido, la Iglesia del purgatorio se sitúa mucho más
en el plano de las personas que en el plano de las estructuras esenciales de la Iglesia.
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Se deben considerar fundamentalmente dos puntos de esta iglesia de la tierra: cómo la Iglesia
es aquí a un tiempo el misterio de la comunión en Cristo y el orden de los medios y
condicionamientos externos de esta comunión, cómo es a un tiempo visible e invisible, interior y
exterior. Y en segundo lugar, cómo es una sociedad orgánica y jerárquica, estructurada y
gobernada por los obispos, bajo la autoridad del Sumo Pontífice, sociedad en la que todos los
miembros, sin excepción tienen un papel activo que desempeñar.
TESIS V. Del mismo modo que Cristo es uno en dos naturalezas, así también la Iglesia
es una sola realidad constituida por un doble elemento. Es, a un tiempo, humana y
divina, visible y dotada de elementos invisibles, presente en el mundo y sin embargo,
peregrina, pero de suerte que lo humano esté ordenado y subordinado a lo divino, lo que
es visible a lo invisible, y lo presente a la ciudad futura que buscamos.
Es este elemento uno de los puntos de choque con los protestantes. Ni para Lutero, ni para
Calvino, la visibilidad constituye una nota esencial de la Iglesia de Cristo; para ambos la Iglesia
es sólo accidentalmente visible. Por eso el concilio de Trento y la teología posterior insistieron
en este aspecto visible e institucional. Ni la Escritura, ni la Tradición autorizan la menor duda
al respecto; durante su peregrinación y su crecimiento, la Iglesia no es solamente un misterio
de vida y de comunión in Christo, lo que constituye su realidad profunda, sino que es también
una institución exterior y visible de salvación… pero la institución tiene por objeto encarnar aquí
en la tierra e impulsar su crecimiento hasta el día en que el Hijo entregue el Reino al Padre
(1Cor. 15,24.28)
Así pues, el Concilio no ha hecho más que recoger la corriente de la tradición cristiana
siguiendo la línea de la M.C, subrayando el sentido ministerial de la Iglesia institución. Y
manteniendo un equilibrio entre los dos aspectos. (LG 8, SC 2)
“Estas gracias pudiera Cristo haberlas repartido por sí mismo al género humano, pero quiso
hacerlo por medio de una Iglesia visible en que se reunieran todos los hombres, para que todos
cooperasen con él y por medio de aquella comunicarse mutuamente los frutos de la redención”
(MC) “Debe afirmarse, aunque parezca extraño, que Cristo también necesita de sus
miembros…para el desarrollo de su misión redentora. Lo cual no proviene de necesidad o
insuficiencia, sino más bien porque él mismo así lo dispuso, para mayor honra de su esposa
inmaculada” (DZ. 3805)
a) Se trata de una disposición libre de Cristo. Este ha organizado su Iglesia así, no porque no
pudiera hacerlo de otro modo, sino para “mayor honra de su esposa inmaculada”
los hombres con su propio salvador Jesucristo. Pero el hombre es verdadera y cabalmente él
mismo sólo en sus relaciones personales con los hombres. Ahora bien, la Iglesia ayuda a los
hombres a ser en este sentido, lo más posible ellos mismos en ese encuentro que constituye el
misterio de su salvación. Prolongando el nuevo modo de relación inaugurado por el Hombre-
Dios entre Dios y los hombres, la Iglesia permite a éstos encontrar a Dios de una manera
adaptada a su condición humana, a saber, en el seno de unas relaciones personales que
operan un intercambio mutuo.
2) El modelo: el Hombre-Dios
“Por eso se la compara, por una notable analogía (la realidad compleja de la Iglesia) al misterio
del Verbo encarnado, pues así como la naturaleza divina asumida sirve al Verbo divino como
de instrumento vivo de salvación, unido indisolublemente a él, de modo semejante la
articulación social de la Iglesia sirve al Espíritu de Cristo, que la vivifica, para el
acrecentamiento del cuerpo” (LG 8)
No es sorprendente que estos dos misterios susciten dificultades análogas y tropecemos hoy
con las dificultades de antaño a propósito de Cristo bajo las formas del docetismo, el
monofisismo o del nestorianismo, el querer suprimir o reducir lo humano en nombre de lo divino
(monofisismo) o de atenuar lo divino en nombre de lo humano (naturalismo) o separar lo que
Dios ha unido indisolublemente (nestorianismo)
“Esta Iglesia, establecida y organizada en este mundo como una sociedad, subsiste en la
Iglesia católica” (LG 8) “Desde la Encarnación, Dios no es sino Cristo. Desde Pentecostés
Cristo no es sino la Iglesia. Unidad hipostática en el primer caso, unidad mística en el segundo.
En ambos, unidad real” (Mersch). De ahí la imposibilidad del hombre, tras el acontecimiento de
la Pascua de encontrase con Cristo y de unirse a él fuera de esa sociedad visible e institucional
que es su Iglesia con la que forma de hecho una sola cosa.
Significa que existe entre el cuerpo místico y la institución visible de la Iglesia una identificación
y una equivalencia absolutas? Antes del concilio muchos teólogos casi lo creían así. En el
Vaticano II se ve que aunque la identificación es absoluta en el orden esencial, debe ser
matizada en el orden existencial e histórico, de allí que se haya cambiado la fórmula cuya
primera redacción decía “Esta Iglesia, establecida y organizada en el mundo como una
sociedad, es la Iglesia católica”, en cambio en la redacción final se dice “esta Iglesia… subsiste
en la Iglesia católica” (LG 8).
(Ef. 4,11-13) La LG insiste en este papel instrumental de la sociedad exterior con respecto a la
comunidad de vida “así como la naturaleza humana sirve al Verbo divino como instrumento
vivo de salvación… de modo semejante la articulación social de la Iglesia sirve al Espíritu de
Cristo, que la vivifica, para el acrecentamiento de su cuerpo” (8). Esa función instrumental es
esencial. Es la razón principal de la sociedad exterior. Esta constituye el orden de los medios
de la comunicación de vida (comunica a los hombres el don de Dios) y el orden de los
condicionamientos externos de dicha comunión (ayuda a los hombres a vivir al máximo de ella).
La Iglesia es instrumento visible para completar la obra de la redención y para distribuir los
frutos, como lo fue la humanidad de Cristo para operar tal redención. A través de lo visible
entra el hombre en comunión con lo invisible.
1-) El nivel del sacramentum tantum . Considerada aquí la Iglesia es el conjunto de signos, o
dicho de otro modo, de realidades visibles que la constituyen como institución: palabras,
gestos, hombres: la asamblea visible (LG 8). Sin embargo a ese nivel hemos de cuidarnos de
no asimilar la Iglesia a una realidad simplemente visible, como si fuera posible reducir su signo
a pura materialidad. Incluso en su realidad material la Iglesia sigue siendo un misterio de fe,
impenetrable a la sola mirada humana.
2-) El nivel del sacramentum et res. En teología sacramental este nivel es el de los caracteres
sacramentales. Así la Iglesia es la comunidad sacramental de los fieles, estructurada por los
caracteres del bautismo, de la confirmación y del orden, y capacitada en consecuencia para
participar activamente en el sacrificio eucarístico, comulgando con el Cuerpo Real de Cristo.
2-) La comunidad de los sacramentos. Es éste el aspecto central, según el cual la Iglesia es la
comunidad sacramental de los hombres en la caridad, en cuanto realizada y manifestada por
los sacramentos, en particular, por la Eucaristía.
3-) La comunidad jurídica. Este aspecto es a veces muy difícil de captar, y responde la
necesidad que tiene la Iglesia de una organización exterior que le permita mostrare en su vida
cotidiana como lo que ella es efectivamente, como sacramento del a caridad (Jn.13,35)
Por ser toda la Iglesia la que constituye el sacramento de Cristo, toda la actividad es en cierto
modo sacramental. Sin embargo conviene distinguir en la sacramentalidad global de la Iglesia
diversos grados o círculos concéntricos. En el centro está toda la actividad eucarística, “fuente
y cumbre de la vida cristiana” (LG 11), luego el conjunto de la actividad sacramental
propiamente dicha. Y más allá de esta actividad sacramental el conjunto de la actividad y de la
vida doctrinal y pastoral de la Iglesia (SC 10).
Pero la sacramentalidad de la Iglesia va más lejos y se despliega incluso hasta la realidad del
mundo material e histórico, en la medida en que esta misma realidad se haya bajo el dominio
del Cristo Resucitado y Glorioso. Esta sacramentalidad en sentido amplio puede ser para
todos los hombres el medio de encontrar a Dios gracias a la mediación de su Iglesia.
Cristo no se interpone entre el creyente y Dios como un tercer personaje. Y por ser su cuerpo,
lo mismo cabe decir de la sociedad humana e institucional que es la Iglesia: tampoco se
interpone ni constituye una pluralidad con Cristo. Esto es incluso lo que la hace más preciosa,
necesaria al diálogo entre hombre y Dios, sin interferir de esta manera en la intimidad de ese
diálogo.
5) Algunas consecuencias
48
b) La necesidad de la institución
No puede haber institución como no sea para la comunidad. Pero asimismo no hay
comunidad posible sin institución. Según san Cipriano “nadie puede tener a Dios por Padre, si
no tiene a la Iglesia por madre” (De Unit. 6). El hombre necesita constantemente de la Iglesia
para seguir siendo hijo de Dios y serlo cada vez más.
Nada sería más grave que concebir una Iglesia institucional capaz de subsistir por sí misma y
supuestamente fundada sobre la fuerza de las instituciones y no en la omnipotencia divina. En
ese sentido importa no reducir la fundación de la Iglesia exclusivamente al acto histórico inicial
que la proyectó a la existencia. De hecho la Iglesia es constantemente fundada por Cristo.
Depende de él histórica y ontológicamente.
Precisamente por ser ella el misterio de Cristo que se prolonga y se completa, la Iglesia, al
igual que su cabeza está implicada aquí abajo en una lucha difícil y dolorosa contra Satanás y
sus cómplices. Pero el resultado de esta lucha no sólo es seguro, sino que ya está adquirido.
La LG habla de esta doble realidad diciendo que “la Iglesia va peregrinando entre las
persecuciones del mundo y los consuelos de Dios... está fortalecida con la virtud del Señor
resucitado, para triunfar con paciencia y caridad de sus aflicciones y dificultades...(n.8)
“caminando en medio de las luchas se ve confortada con el poder de la gracia de Dios... hasta
que la cruz llegue a aquella luz que no conoce el ocaso” (n.9).
Dado que la Iglesia fundada por Cristo es a la vez visible e invisible, es asimismo del tiempo y
está por encima del tiempo (n.9). Hay que considerarla en el plano exterior de la historia como
una sociedad aparecida en una fecha precisa: la de su fundación por Cristo. Pero hay que
considerarla en el plano más profundo de la predestinación divina.
Así considerada la Iglesia aparece como una realidad que domina todos los tiempos, aparece
así como la Iglesia que va a tempore iusti Abel usque ad ultimum electum. San Gregorio
escribe, “la pasión de la Iglesia comenzó con la sangre de Abel; y sólo hay una Iglesia de los
elegidos, tanto de los que preceden como de los que siguen”. ¿Cómo conciliar ambas
afirmaciones? Santo Tomás indica “los santos padres (del AT) no consideraban los
sacramentos de la antigua ley como realidades, sino como imágenes y sombra de lo que había
49
de llegar más adelante. Ahora bien, por un mismo movimiento se aplica uno a la imagen en
cuanto tal y a la realidad por ella representada... por eso los antiguos padres, en la observancia
de las prácticas legales y sacramentales, eran remitidos a Cristo por la misma fe y el mismo
amor que nos impulsa a nosotros mismos. Así pues, igual que nosotros, pertenecían realmente
al cuerpo de la Iglesia “ (III q.8.a.3) ¿Iglesia antes de la Iglesia? Sí, en cierto sentido; pero por
referencia al único mediador.
b. Una Iglesia de santos y la Iglesia de los pecadores
Tesis VI. La Iglesia es santa, y sin embargo no excluye a los pecadores. Es a la vez la
Iglesia de los santos y la Iglesia de los pecadores.
En primer lugar es de fe que la Iglesia es santa. Se trata de una afirmación fundamental del
cristianismo La Escritura desde el principio anuncia la intención divina de constituir un pueblo
de santos y muestra luego el cumplimiento de este designio en in Christo et in Ecclesia (Ex
19,6; Ef. 5,25-27; Jn. 17,19). Esta santidad es expresada desde el comienzo en el símbolo de
la fe: Credo in Sanctam Ecclesiam”. (DZ 1794. L:G 39).
Mystici Corporis ha indicado cómo debe hacerse conciliación entre ambos aspectos: “No
puede pensarse que el cuerpo de la Iglesia por honrarse con el nombre de Cristo conste
únicamente de miembros eminentes en santidad, o se forme por el grupo del os que han sido
ya predestinados a la felicidad eterna. Porque la infinita misericordia de nuestro Redentor no
niega ahora un lugar en u cuerpo a quienes en otro tiempo negó la participación en el convite”
y la LG 8 dice “Cristo... no conoció el pecado... La Iglesia encierra en su propio seno a
pecadores y siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación avanza por la senda de
la penitencia y de la renovación.”
Absolutamente hablando sólo Dios es santo. Todo el AT esta dominado por la gran idea de la
santidad de YHVH (Ex. 33,20- nota) Según la Biblia es santo en dos sentidos:
a) La Iglesia es santa
La santidad es un misterio de unión con Dios. La Iglesia es santa porque es el misterio mismo
de la comunión de los hombres con Dios en Jesucristo. (LG 39) De modo preciso la Iglesia es
santa a título doble:
En un primer momento, la Iglesia es santa en el sentido de que ella es Dios mismo santificando
a los hombres en Cristo por medio del Espíritu (misterio de la comunicación activa. Es lo que
podemos llamar la santidad objetiva o santificante.
Incluso antes de utilizar el nombre de Cristianos, el nuevo pueblo de Dios adoptó el de santos
(Hch.9,13 nota) hombre llamados por Dios a la santidad (1Ts 4,3;Ef. 1,4).
Pero la Iglesia no será plena y definitivamente santa hasta el final de los tiempos cuando será
totalmente ella misma en la Jerusalén celestial, cuyas primicias están constituidas ahora por la
Virgen María y los santos del cielo. En esta tierra la Iglesia es una comunidad de santos in
fieri. Ya santa la Iglesia tiene que serlo sin embargo cada vez más. El Vaticano II considera el
deber cotidiano de la santificación como la tarea fundamental del cristiano aquí en la tierra (LG
V).
Pero hay que evitar yuxtaponer simplemente estos dos aspectos de la santidad de la Iglesia,
como si fueran dos misterios diferentes. No existe por un lado la Iglesia santificante y por otro
la Iglesia santificada, sino una sola: la Iglesia santa, santificante y santificada al mismo tiempo.
Se advierte pues el error de algunos al reducir la santidad de la Iglesia a la adición pura y
simple del os méritos (santidad efectiva) de todos sus miembros. De ser así sólo hubiéramos
podido decir que la Iglesia es más o menos santa según los tiempos y lugares. En efecto,
antes de ser santa en cada miembro es Santa en sí misma o mejor, en Dios. No es santa por
la santidad efectiva de los hombres, sino que lo es primordial y esencialmente por la santidad
de Dios, que la ha unido en sí en su Hijo invitando en ella y por ella a todos los hombres a ser
santos.
b) La Iglesia y el pecado
* ¿Por qué la Iglesia santa no excluye a los pecadores? Pío XII dice en M.C. “aborrezcan
todos el pecado... pero quien hubiere pecado... sea acogido con amor... pues no es
desesperada la curación de lo que aún está unido al cuerpo, mientras que lo que hubiere sido
amputado no puede ser ya sanado ni curado...”
En la Iglesia cabalmente consumada el cielo, no habrá ya lugar para los pecadores. podrán
formar parte de ella aquellos que han sido total y definitivamente purificados de sus pecados.
Serán para siempre miembros vivos de Cristo. Pero nosotros no estamos todavía en la Iglesia
del cielo. La Iglesia de este mundo es todavía la redención en marcha. Es Dios santificando a
los hombres y los hombres siendo santificados por Dios. De ahí las dos actitudes
aparentemente contradictorias de la Iglesia: la intransigencia frente al pecado y la acogida
frente al pecador. La Iglesia pone una sola condición a esta acogida: que el pecador no se
obstine en su pecado. Incluso la excomunión nunca es una condenación definitiva, es una
pena medicinal que tiene un doble objetivo la salud del cuerpo y el retorno del interesado en la
medida en que éste cobre conciencia de la gravedad de su falta y decida volver a la Iglesia
(Can. 2241,1; 2243,3; 2248,2)
* ¿En qué sentido los pecadores son miembros de la Iglesia? El pensamiento de la Iglesia
a este respecto no ha sido siempre el mismo. Incluso san Agustín piensa si los pecadores
forman parte siquiera de la Iglesia. En el medioevo se procuraba era salvar la santidad de la
Iglesia y buscaba apartar a los pecadores. Belarmino habla de los pecadores como “miembros
muertos de la Iglesia” Pío XII no los llama miembros muertos, sino miembros manchados y
enfermos y recuerda que “ni la vida se aleja completamente de aquello que, aun cuando hayan
51
perdido, por el pecado la caridad y la gracia divina..., retienen sin embargo la fe y la esperanza
cristianas”. De esto podemos sacar las siguientes líneas de reflexión:
* El pecador no es miembro de la Iglesia en el mismo sentido ni del mismo modo que el justo,
podríamos decir con Journet “entre más se peca, menos se es Iglesia” y así podríamos decir
que una Iglesia integrada exclusivamente por pecadores es inconcebible.
* Si los pecadores son miembros de la Iglesia lo son no en razón de sus pecados, sino a causa
de los valores espirituales que subsisten en ellos y en cuya virtud permanecen de algún modo
vivos todavía: valores espirituales personales (fe y esperanza teologales, caracteres
sacramentales, aceptación de la jerarquía...) a los que podemos añadir impulsos interiores del
Espíritu y la influencia de la comunidad cristiana que los envuelve y protege. Siguen
asociados al destino de los justos a la manera del miembro paralítico que participa aún el los
desplazamientos y traslados de la persona humana”
¿Sería entonces necesario quitar la expresión Iglesia pecadora? Journet dice que la Iglesia no
está libre de pecadores, pero está sin pecado. Y entonces no puede decirse que la Iglesia sea
pecadora, ni puede ésta pedir perdón a Dios por sus pecados. Pero la verdad es que la
Escritura nunca habla de una Iglesia pecadora. Muchos teólogos e incluso la Liturgia han
hablado de la necesidad de purificación de la Iglesia 3. Y afirman que la Iglesia santa sólo existe
en el cielo. No parece contradictorio sostener que la Iglesia de este mundo es a un tiempo
santa y pecadora. El concilio dice que la Iglesia es santa pero a la vez necesitada de
purificación (LG 8).
c) Precisiones complementarias
2
“La Iglesia lleva dentro de su corazón a Cristo luchando contra Belial”. Ch. Journet
3
Oración del primer domingo de cuaresma: “Oh Dios que año tras año purificas a tu Iglesia con las
prácticas cuaresmales..”
52
remedio divino a su mal. No desde fuera sino desde dentro puede la Iglesia reformarse y el
único medio es que cada miembro se deje purificar y reformar por ella (N.AE. 4.6)
* La Iglesia signo de Dios por su santidad. ¿Cómo la Iglesia puede ser en este mundo
signo de santidad? Podríamos decir que por: la santidad ideal que ella propone al mundo y
que constituye una invitación constante a la superación. Además ella pone los medios de
santidad y por otra parte hay modelos vivos que ella presenta en la persona de sus santos, que
constituyen la encarnación de ese ideal. Sin embargo no es un signo deslumbrante, sino un
signo velado “signo de contradicción” que se revela tan solo a los que tienen alma de pobre (Mt
9, 12-13)
Tesis VII. Por voluntad de Cristo, que la ha constituido, la Iglesia es una sociedad
orgánica, jerárquica, animada por el Espíritu Santo y gobernada por los Obispos,
sucesores de los apóstoles, en comunión con el sucesor de Pedro, vicario de Cristo y
cabeza visible de toda la Iglesia. Es deber de todos los miembros de la Iglesia no
permanecer pasivos, sin participar positivamente, en comunión de espíritu, de su
actividad.
Es también una tesis de fe. La Iglesia aquí en la tierra no es pura comunidad de gracia, ni
simple organización religiosa externa, sino que es a la vez comunidad de vida y sociedad
exterior. Una sociedad jerárquica estructurada por los obispos, que tiene por cabeza visible la
persona del romano Pontífice, y sociedad orgánica en la que todos los miembros sin excpeción
tienen un papel activo que desempeñar.
Declarar que la Iglesia es una sociedad jerárquica es, pues, esencialmente afirmar su carácter
estructurado y diferenciado, lo que significa que la Iglesia es una sociedad cuyos miembros no
desempeñan el mismo papel ni son, en este sentido, absolutamente iguales. El CIC lo declara
en el canon 107 “por institución divina, en la Iglesia, los clérigos son distintos de los laicos” Así
pues, la constitución jerárquica de la Iglesia es una tesis de fe, puesta en entredicho por los
reformadores que sólo querían, según palabra de Lutero, admitir en la Iglesia un único
sacerdocio común a todos los fieles, invisible y espiritual. Posición precisada por Trento (DZ
966), por el Vaticano I (DZ 1821) y el Vaticano II (LG 18). El pensamiento de la Iglesia es pues
que su estructura jerárquica es de institución divina y debe durar hasta el fin de los tiempos
Cristo mismo dio a su Iglesia una constitución jerárquica, comunicando a los apóstoles sus
propias funciones de doctor, de rey y de sacerdote. Según LG 19 “El Señor Jesús después de
haber hecho oración al Padre llamó a sí a los que él quiso e instituyó a doce que viviese con él
y para enviarlos a predicar el Reino (Mc. 3,13-19; Mt. 10,1-42)... los envió primeramente a los
hijos de Israel y después a todas las gentes (Rm. 1,16) para que participando de su potestad,
hiciesen discípulos de él a todos los pueblos y los santificasen y gobernasen (Mt. 28,16-20; M.
16,15; Lc. 24,45-48 Jn. 20,21-23) y así propagasen en la Iglesia y la apacentasen,
gobernándola bajo la dirección del Señor todos los días hasta la consumación de los siglos (Mt.
28,20). Esta voluntad de Cristo de fundar sobre los apóstoles una Iglesia jerárquica se
desprende pues de un lado de la intención de Cristo y de otro del pensamiento y de la actitud
de los apóstoles.
53
a) La intención de Cristo
Dos texto principales Mt 28,18-20 y Jn. 20,21-22, a estos hemos de añadir Mc. 16,15ss; Jn.
14,16ss; 16,5ss;17,18; Mt. 18,18, Lc. 24,49. El sentido de estos textos es claro: llega el
momento en que Cristo debe completar su misión ascendiendo al Padre. Antes de abandonar
visiblemente su Iglesia y para permitirle ser en el mundo una institución sacramental de
salvación, le hace entrega de un doble don: un don interior el Espíritu santo que será su alma
y su vida; y un don exterior, el cuerpo apostólico que de algún modo suplirá la ausencia visible
de su humanidad, representándola en medio de los hombres conforme a su triple función de
sacerdote, de rey y de profeta. De este modo él y sólo él seguirá siendo la cabeza de su
Iglesia (Mt. 16,18) y los apóstoles no serán sus sucesores sino sus vicarios. En resumen: el
papel de la cabe y pastor único lo ejercerá en adelante invisiblemente por su Espíritu y
visiblemente por el cuerpo apostólico, agrupado a su vez en torno a su cabeza que es Pedro.
* Ministros del Señor.- Los apóstoles obran en el nombre del Señor (Hc. 4,17; 8,12-16; 9,15)
administran los sacramentos (8,12-16; 10,48; 1Cor. 11,23) toman decisiones de orden doctrinal,
moral o disciplinar (1Cor, 5,4-5; 7,10) tienen poder de hacer milagros (Hch.3,6) y deben
comportarse como tales (1Cor. 4,1) El término ministros no es simple ejecutor, sino que los
apóstoles no vacilan en asumir responsabilidades (1Cor. 7,12) y vemos como deliberan bajo la
acción del Espíritu (Hch. 15,28)
2) La sucesión apostólica
Cristo ha querido que los apóstoles tuvieran sucesores en su tarea jerárquica. Estos sucesores
son los obispos. Esta es una verdad de fe LG 18. 20). También lo habían afirmado Trento (DZ
960, 966) y el Vaticano I (Dz. 1821; 1828). Es necesario distinguir entre el principio misión de
la sucesión (fondo del problema) y las modalidades históricas que ha revestido a través de los
siglos.
a) La intención de Cristo
54
Mt. 28,18-20 Aun cuando Cristo no haya dejado ninguna declaración explícita sobre la
sucesión apostólica, sí debemos ver su profunda intención: De un lado ha fundado la Iglesia
para perdurar hasta el fin de los tiempos 4, y de otro ha confiado a los apóstoles unos poderes
tales que su supresión no permitiría ya a la Iglesia seguir siendo fuente de vida. De un lado
están los poderes unidos a su función de fundadores de la Iglesia y que como tal son
intransmisibles y por otro lado los poderes vinculados a la estructura de la Iglesia como es el
caso de los poderes de predicar, de administrar los sacramentos y de gobernar, si uno de esos
poderes desapareciera todo el edificio eclesial se vendría abajo.
San Clemente Romano (95) escribe que “los apóstoles han sido para nosotros mensajeros de
la buena nueva de parte del Señor Jesucristo. El Señor Jesús fue enviado por Dios. Cristo,
pues, de parte de Dios, y los apóstoles de parte de Cristo. Ambas cosas proceden, en buen
orden de la voluntad de Dios”... “en presciencia perfecta del futuro, instituyen y fijaron la regla
de que después de su muerte, otros hombres probados tomaran el relevo de su ministerio:
aquellos que fueron comisionados por los apóstoles o más adelante por otros personajes
eminentes con la aprobación de la Iglesia.
Ignacio de Antioquia. Esboza una primera teología del episcopado, donde no reconocer al
obispo sería no reconocer la encarnación de Cristo. Sin el obispo, los presbíteros y los
diáconos, no hay Iglesia (Tral. 3,2) Es evidente la necesidad de considerar al obispo como al
Señor mismo (Ef. 6,2) pues obrar a escondidas del Obispo es servir al diablo (Esm. 8,1-2),
pero lo que le interesa a Ignacio es más el lado ontológico (relación Obispo- Cristo,
apostolicidad vertical) que el lado histórico (apostolicidad horizontal)
Tertuliano. Montanista al final de su vida con un desprecio por la jerarquía a la que llama
“numerus episcoporum” (colección de obispos) invitaba a los herejes a que demostraran el
origen apostólico de las Iglesias si querían que se les diese crédito.
Así pues podemos concluir diciendo que precisamente para responder a la misión que Cristo
les había confiado, los apóstoles establecieron la institución jerárquica de la Iglesia, tal como
existe desde los principios del siglo II y que es ya sustancialmente la que hace vivir hoy a la
Iglesia de Cristo. Así pues, esta institución no es una invención humana, sino que responde al
a voluntad formal de Cristo, es un don de Dios una institución divina.
Cristo hubiera podido instituir otra economía de salvación. Eligió de hecho la que más honra al
hombre en cuanto convierte a éste en colaborador de Dios; la que al miso tiempo parece más
apta para prolongar a todo lo largo de los siglos el nuevo tipo de relaciones establecido entre
Dios y los hombres por la encarnación; y la que permite hoy encontrar a Dios y sumergir así su
vida en la verdad y la autenticidad de un diálogo personal y humano. Gracias al ministerio
jerárquico podemos decir que Cristo glorificado sigue siendo de algún modo contemporáneo a
cada hombre. De ahí arranca la grandeza y los límites de este ministerio jerárquico: “los
individuos por sí mismos no tienen poder alguno, simplemente son vicarios de Cristo. Deben
4
Mt. 28,20 y Mt. 16,17-19; Lc. 24,49; Jn. 14,16-17; Mt. 13, la Iglesia es un largo misterio de crecimiento
que debe durar tanto como el mundo.
55
apacentar con una solicitud que no es suya, en unos campos que no son los suyos, a unas
ovejas que no son las suyas. Pero sólo ellos deben apacentar y las ovejas sólo deben
escuchar a ellos, no su voz claro está, sino la voz del único pastor. Por eso la Iglesia no es una
monarquía, ni una democracia, pues todo en ella es don gratuito de Dios y procede de Cristo
cabeza.
b) En este sentido y por esta razón, son el elemento constitutivo de la Iglesia considerada como
institución de salvación. Por ser la jerarquía sacramento viviente de Cristo, ella estructura a la
Iglesia considerada como institución de salvación. La Iglesia institución de salvación queda
esencialmente constituida por cuanto aquélla le asegura oficialmente la comunicación de la
salvación. Así pues la jerarquía por ser sacramento de Cristo aquí en la tierra es instrumento
eficaz, capaz de llevar hasta los confines del mundo y hasta el fin de los siglos la verdad que
libera (magisterio) la gracia que salva (sacramentos) y los preceptos que orientan la marcha
hacia Dios (jurisdicción) Solo los miembros de la jerarquía por ser los representantes
ministeriales de Cristo son asimismo capaces de hablar y obrar en su nombre y con su
autoridad, haciendo de la Iglesia el misterio de la comunicación activa del don de Dios a los
hombres: una Iglesia docente, santificante y divinizadora.
c) Tres consecuencia se desprende pues del papel desempeñado por la jerarquía: * La función
jerarquía es esencialmente un ministerio al servicio de todo el cuerpo. Consiste en hacer del
conjunto del cuerpo una nación santa, un pueblo sacerdotal. El Vaticano II recuerda que “este
encargo que el Señor confió a los pastores de su pueblo es un verdadero servicio, que en la
Santa Escritura se llama con toda propiedad diakonia o sea ministerio (Hch 1,17.25;
21,19;Rm. 11,13; 1Tm 1,12” (LG 24.27.32). * Los miembros de la jerarquía son asimismo los
representantes del pueblo cristiano, capaces de ofrecer a Dios la plegaria y el sacrificio de todo
ese pueblo, y puede desempeñar este papel porque son primordialmente representantes
ministeriales de Cristo. *La función de la jerarquía es una función transitoria (Terrestre) al igual
que toda institución de salvación dicha función está vinculada a la fase del crecimiento de la
Iglesia (LG 18) al final sólo subsistirá la jerarquía de la santidad aquella para cuya germinación
y crecimiento ha sido constituida la jerarquía funcional.
b. El primado romano
La Iglesia tiene una cabeza visible en la persona del Pontífice romano, sucesor de Pedro y
cabeza del colegio episcopal. Este principio es de fe definida (Vat I. LG 18) “Para que el
episcopado mismo fuera uno e indiviso y la multitud entera de los creyentes se mantuviese en
launidad del a fe y de la comunión gracias a la íntima y recíproca cohesión de los Pontífices
poniendo (Cristo) al bienaventurado Pedro a la cabeza de los demás apóstoles, instituyó en su
persona el principio perenne y el fundamento visible de esa unidad.” Y el Vaticano I ponía dos
anatemas contra los que pretendieran que: el apóstol Pedro no fue constituido por Cristo como
cabeza de todos los apóstoles y cabeza visible de la Iglesia militante y que el Pontífice
Romano no es el sucesor de Pedro en este primado” Ds 3055.3058). El Concilio no hacía sino
recoger y explicitar lo que se había afirmado en el transcurso de los siglos. El Vaticano II
reafirma esta tesis de la eclesiología católica: “sobre la institución validez, poder y razón de ser
del primado romano y de su magisterio infalible que el Concilio propone como objeto de fe
inconmovible a todos los fieles (LG 18). Esta tesis es impugnada por los protestantes, los
ortodoxos y en el transcurso de los siglos por los febronianos, los viejos católicos y los
modernistas.
1) El primado de Pedro
Cristo ha constituido a Pedro como cabeza de los apóstoles y cabeza visible de toda la Iglesia
militante. Es fe definida.
1-) El conjunto del Evangelio: Una lectura que se interese por Pedro, advierte como en el
conjunto de los hechos se prepara y se subentiende la institución de su primado poniendo sus
premisas. Pedro encabeza siempre la lista de los doce (Mt 10 // Hch. 1,13) y viene a ser el
portavoz autorizado de los doce (Mc.10,28; 11,21; Mt. 14,28; 15,15; 16,15-16; 16,22; 26,33; Jn.
6,68; 13,6). Junto a Santiago y Juan es testigo privilegiado de la resurrección de la hija de
Jairo (Mc. 5,37) de la transfiguración (Mt.17,1) de la agonía (M6. 26,37) A menudo Cristo lo
tata como no trata a ningún otro apóstol: predica desde su barca (Lc. 5,3) se aloja en su casa
(4,38) le ordena que venga caminando sobre las olas (M6. 14,28) le dice que coja un pez para
paga el impuesto por ambos (Mt. 17,27) le lava los pies antes que a los demás ( Jn.13,6). Le
reserva la primera aparición (Lc. 24,34, Mc. 16,7; 1Cor. 15,5). Hay un deseo de familiarizar a
los otros apóstoles con la misión especial de Pedro.
2-) Los tres textos principales : Mt. 16,18-19; Lc. 22,31-32 Jn. 21,15-17
Mt. 16,18-19. La promesa. A la profesión de fe de Pedro, Cristo responde con una promesa
solemne. La principal objeción hecha a la autenticidad de este texto es el uso del término
ecclesia. Pues este término es usado sólo dos veces en los Evangelios (el otro es Mt. 18,17),
pero los críticos de hoy reconocen el alcance eclesiológico del conjunto de los evangelios
sinópticos. Los padres han insistido mucho en la fe de Pedro, esa fe es esencial. Cristo
evidentemente no dice que la Iglesia será edificada sobre la fe de Pedro, sino que será
edificada sobre Pedro. Ahora bien, está claro que la elección de Pedro como cabeza visible del
pueblo de los creyentes y como fundamento de la Iglesia tiene algo que ver con el acto de fe
inmediatamente anterior a dicha elección. De ahí precisamente la oración que Cristo hará para
que esa fe de Pedro no desfallezca (Lc. 22,32)
“Tú eres Pedro” El texto cobra fuerza si se lee a la luz de todo el AT. La roca era una imagen
clásica con la que se designaba a YHVH y muy próxima a la del templo. En el AT, está Is
28,14-18 donde se encuentra la idea de una piedra cimiento de todo el edificio y figura del
Mesías; la misma vinculación con la fe y la misma mención del sheol... Cristo anuncia ahora la
intención de edificar su Iglesia sobre esa piedra viva que es el apóstol. A esa nueva
comunidad (ecclesia, quehala) Cristo promete una cabeza visible en la persona de Pedro. Y el
Señor añade que las puertas del Hades no podrán contra ella. La Iglesia fundada ahora sobre
Pedro será la realización victoriosa del designio de salvación. Esa Iglesia constituirá la
respuesta definitiva de Dios al problema del mal y de la muerte. De ahí la amplitud de los
poderes prometidos a Pedro: por ser la cabeza de la Iglesia, recibe la misión e liberar a los
hombres del imperio e la muerte para hacerles entrar en el reino de la vida. San León Magno
escribe: “Cristo es la piedra angular y el único fundamento de la Iglesia; sin embargo, tras la
profesión de fe de Cesarea comunica a Pedro su nombre incomunicable. Le une así a una
unidad indivisible y dispone que se le llame como es llamado él mismo. Tú eres Pedro le dice...
y aquí lo que debemos entender: aún siendo yo mismo la piedra inconmovible, la piedra
angular, la que de dos hace uno (Ef 2,14) aún siendo yo mismo el fundamento fuera del cual no
puede haber otro, tú, sin embargo eres también piedra (Pedro) porque eres consolidado por mi
propia fuerza y porque las prerrogativas son y siguen siendo propiedad mía te son comunes
conmigo por la comunicación que yo te hago de ellas”
“Te daré las llaves...” se trata del papel propio del mayordomo (Is 22,22) equivale a decirle que
tendrá la responsabilidad total de la casa de Dios aquí en la tierra. En Ap. 3,7 la posesión de
las llaves es presentada como el privilegio del santo.
“Todo lo que ates”. Es la tercera imagen: atar- desatar, clásica de la literatura rabínica. Se
aplicaba sobre todo en el ámbito jurídico y disciplinar. Pero no queda circunscrita a este
dominio, podría aplicarse al ámbito doctrinal. Atar-desatar expresan una totalidad, en esta caso
totalidad de poderes que le serán necesarios a Pedro para introducir a los hombres en el reino
de Dios. Lo que se dice de Pedro es presentado antes como característico de los demás
apóstoles, también ellos son los representantes, los sacramentos vivos de Cristo. Pero
precisamente el papel de Pedro consiste en recapitular y personificar de algún modo el colegio
de los doce.
Lc. 22,31-32. Es la oración de Cristo por Pedro y el papel de Pedro con respecto a sus
hermanos. Pedro es llamado a ser cabeza del pueblo de creyentes, para ello debe ser la roca
sólida sobre la que se asiente l edificio constituido por ese pueblo de creyente. Es evidente
que Pedro podrá cumplir su función en tanto que su fe no desfallezca. La oración de Cristo
57
tiene por objeto merecer para Pedro esa fidelidad. En segundo lugar manifiesta la misión
especial de Pedro con respecto a los demás apóstoles.
Desde los primeros días Pedro asume su papel de cabeza. No sólo los demás apóstoles no se
oponen a este primado de Pedro, sino que lo aceptan con total normalidad. Ciertamente no
encontramos en la primera Iglesia un ejercicio y una conciencia del primado pontificio que
correspondan a las normas jurídicas actuales. Pero ya desde el principio se vio el papel propio
y particular de Pedro: la elección de Matías (Hch 1,15); la predicación del reino (2,14; 12-26,
4,5-22) Las primeras conversiones (2,37) la comparecencia ante el sanedrín (4,8; 529) la
cuestión de la admisión de los gentiles (10. 11) el concilio de Jerusalén (15,7-22). Pedro se
conduce como cabeza y efe del colegio apostólico. De otro lado suele encabezar la lista de los
apóstoles (1,13) y siempre nominalmente aun cuando los demás sean mencionados sólo
globalmente (2, 14; 2,37; 5,29)
Pablo no constituye una excepción, como pretendió un día el jansenista Arnauld con su teoría
de una doble cabeza de la Iglesia (DZ 1091). Pero hay que mencionar las notables deferencias
de Pablo hacia Pedro: cuando habla de los doce pone siempre a Pedro en lugar destacado
(1Cor. 1,12; 3,22; 9,5; 15,5) y sube hasta Jerusalén para encontrarse con él (Gál 1,18-19). Y
es significativo que lo mencione siempre con el nombre arameo de Cefas que Jesús le impuso
y que lo vincula a su misión. Pero lo más característico es la actitud adoptada por Pablo frente
a Pedro en ocasión del incidente de Antioquia (Gál 2,11) por un lado Pablo no se siente con
derecho a traicionar la misión que ha recibido de Cristo con respecto a los gentiles, pero por
otro juzga esencial la aprobación de los demás apóstoles y muy especialmente de Pedro. La
actitud de Pablo sería incomprensible si considerara a Pedro como un apóstol más. Benoit
escribe “si Pablo menciona este incidente es siempre porque san Pedro es para él el primero”.
Cristo ha dispuesto que Pedro tenga sucesores en su función de pastor supremo de la Iglesia.
El sucesor de Pedro es ahora el obispo de Roma. Es de fe definida (DZ 694. 1825) Este
principio tiene dos verdades: una verdad dogmática (Pedro debía tener sucesores) y una
verdad de hecho (el sucesor de Pedro es el obispo de Roma)
Lo dicho sobre la sucesión apostólica en general es válido también para lo que respecta a la
sucesión de Pedro en particular. Dado que la Iglesia que Cristo funda sobre Pedro es una
Iglesia que debe durar hasta el final de los tiempos (Mt. 28,18-20) y puesto que Pedro es mortal
(Jn. 21,19) tiene que haber unos sucesores en función de fundamento y pastor supremo de la
Iglesia. En caso contrario la Iglesia de hoy no sería la misma Iglesia fundada por Cristo y
vendría a ser un edifico sin fundamento (Mt. 16,18) un rebaño sin pastor (Jn. 21,17)
* La posición católica. El dogma afirma aquí una cosa solamente: el vínculo existente de hecho
entre el primado y la sede romana. No define la naturaleza de este hecho. Para algunos
teólogos es de derecho divino e indisoluble por lo tanto: ya sea jurídicamente, el Papa será el
obispo de Roma cualquiera que sea el destino de esta ciudad y aun cuando llegara el día en
que no pudiera residir en ella (Perrone) o ya sea de hecho en el sentido de que la Iglesia de
Roma no desaparecerá jamás (Belarmino). Para otros teólogos sin embargo es fruto de una
libre decisión de Pedro, en cuyo caso no es indisoluble ni resulta inconcebible de que un día el
Papa deje de ser el obispo de Roma.
El Papa Víctor en la controversia pascual interviene para poner punto final a una discusión de
cuarenta años entre las Iglesias asiáticas y las demás Iglesias. Nadie pone en duda el poder
de excomunión que el Papa ejerce.
San Ignacio en su carta a los romanos (107) habla de esa Iglesia santa, venerable,
bienaventurada, digna de elogios y de éxitos, que preside a la caridad”. El término caridad en
Ignacio es sinónimo de Iglesia. Además Ignacio quiere ingresar en la escuela de los romanos
porque estos tienen para sí a Pedro y a Pablo.
San Ireneo habla de la tradición doctrinal a la que todos deben mantenerse fieles. Y pregunta
dónde se encuentra hoy esa tradición apostólica? En principio en todas las Iglesias apostólicas,
pero especialmente en la Iglesia de Roma por su más sólida autoridad de fundación.
Además durante los siglos II y III Roma se convierte en el centro de la Catholica al que se
recurre y que rige la totalidad del mundo cristiano. Pero solo progresivamente ha encontrado el
primado pontificio sus modalidades concretas de ejercicio y la potestas papal no se ha ejercido
en todas partes de una manera uniforme..
Es difícil comprender la posición de san Cipriano que reconoce a la Iglesia de Roma una misión
de centro. Pero tiende a reducirlo a una especie de secretariado central investido de un simple
primado de honor.
A partir del siglo IV cada vez más los Pontífices hablan y actúan como cabeza de la Iglesia
conscientes de su responsabilidad y de su poder específico. Y cada vez más el conjunto de la
Iglesia acepta y traduce en su vida este primado romano. Se llega así a la época de las
grandes herejías y de los grandes concilios. El papel del Papa se precisa. Encuentra su
fórmula con san León y san Gregorio. Conocidas son las frases de la carta final del concilio de
Calcedonia a san León : “Tú has sido el intérprete y el portavoz del bienaventurado Pedro...
estábamos uno 520 obispos a los que tú conducías como la cabeza conduce a los miembros”.
San León declara que Pedro se perpetúa (perseverat) porque su dignitas no sufre menoscabo,
su sollicitudo vela, su potestas vive, su auctoritas sobresale, tiene siempre en sus manos el
timón de la Iglesia. Así como permanece lo que Pedro ha creído en Cristo, así también
permanece lo que Cristo ha instituido en Pedro.
La dificultad de este primado se ha encontrado sobre todo en las Iglesias de oriente, actitud
que fue presidida por la gran crisis del arrianismo Entre el concilio de Tiro y el concilio de
Sárdica (335-343) la afirmación de la potestas papal no ha encontrado en oriente más
adversarios que aquellos que lo eran también del credo de Nicea. A partir de entonces la
59
Por ser vicario de Cristo el Papa es la cabeza visible de toda la Iglesia, el principio y
fundamento perpetuo y visible de su unidad. Ejerce esta función en comunión con el colegio
episcopal del que es asimismo la cabeza. Esta es una tesis de fe a título del magisterio
ordinario y universal de la Iglesia, confirmado y precisado por el Concilio Vaticano I (Dz 1826-
1831) y recordado por el Vaticano II (LG 18)
Se resume en una sola palabra: la unidad (LG 18) La realidad de esa comunión visible es lo
que se trata de garantizar y promover. El romano Pontífice es el fiador, el principio y la fuente
de ese misterio visible de comunión que es la Iglesia. Gracias a él la Iglesia es exteriormente
aquí en la tierra lo que ella es interior e invisiblemente: un misterio de comunión. Así como la
Iglesia invisible tiene una sola cabeza: Cristo y una sola alma: el Espíritu, así tiene una sola
cabeza visible: el romano Pontífice. El Papa no es sólo el dirigente máximo sino que es aquel
en quien y por quien la Iglesia institución manifiesta y realiza lo que ella es en el mundo:
sacramento de unidad. De allí las palabras de san Ambrosio: “Ubi Petrus, ibi Ecclesia”
Esta ha sido una de las preocupaciones principales del Vaticano II (LG 22). El Concilio expresa
tres puntos en particular:
* La unidad del cuerpo episcopal. San Cipriano pone de relieve este aspecto, “el
episcopado es uno e indivisible... la dignidad episcopal es una y cada obispo participa
solidariamente de ella sin división de la totalidad”. Desde el comienzo la Iglesia tuvo conciencia
de esa unidad y la más antigua disciplina según la cual los obispos esparcidos pro todo el orbe
comunicaban entre sí y con el Obispo de roma en el vínculo de unidad, de la caridad y de la
paz, y también los concilios convocados para decidir cosas en común manifiesta la naturaleza y
la forma colegial del orden episcopal. El Vaticano II dice “se hace uno miembro del cuerpo
episcopal en virtud de la consagración sacramental y por la comunión jerárquica con la cabeza
y con los miembros del colegio” (LG 22). Se habla de “colegio” pero se aclara que no se
entiende en sentido estrictamente jurídico “como asamblea entre iguales que delegan la
autoridad sobre su propio presidente, sino como una asamblea estable cuya estructura y
autoridad deben deducirse de la revelación”. Pío XII había observado en Fidei donum que si
bien cada obispo es pastor propio únicamente de su diócesis, sin embargo, en cuanto sucesor
de los apóstoles es solidariamente responsable de la misión apostólica de la Iglesia”.
c-) Precisiones sobre la función y los poderes del Papa y los Obispos
Se desprende pues que el poder del Papa sobre la Iglesia es un poder *universal (se extiende a
la totalidad de la Iglesia) y *supremo (no depende de ningún otro)5. *total (comprende la
plenitud de los poderes que Cristo ha confiado a la Iglesia, poderes que son necesarios para
cumplir su misión. *Ordinario (forma parte de su tarea y el Papa no necesita e ninguna
delegación para ejercerlo). *Inmediato (se ejerce sin intermediario alguno)6
En cuanto a los poderes de los obispos hay que decir que son encargados colegialmente con
el Papa de la responsabilidad de la Iglesia. En su diócesis cada obispo detenta un poder
ordinario e inmediato, o sea que no es un delegado del Romano Pontífice, sino el representante
directo de Cristo en la Iglesia particular que le ha sido confiada y de la que es cabeza visible.
Sin embargo, él no puede ejercer independientemente este poder de la totalidad del cuerpo del
que forma parte y que está representado por su cabeza, el soberano Pontífice. O sea que el
poder del obispo aunque es ordinario y propio no es independiente (LG 27). En cuanto
miembro del colegio episcopal cada obispo comparte con los demás miembros de ese cuerpo
la responsabilidad de la totalidad de la Iglesia. Aunque cada obispo no tiene personalmente
autoridad alguna sobre las demás Iglesia ni sobre la Iglesia universal. Además el colegio
episcopal no tiene autoridad sobre la Iglesia universal como no sea en unión con el romano
Pontífice.
Diríamos que los obispos pueden ejercer su responsabilidad colegial reuniéndose en diferentes
organismos, ya goce de un largo pasado (los patriarcados) o sean nuevas organizaciones
(conferencias episcopales) (LG 23).
La Iglesia es una comunidad orgánica en la que todos los miembros tienen un papel activo que
desempeñar. Sociedad jerárquica no quiere decir sociedad reducida sólo a la jerarquía.
1) Los laicos
Etimológicamente la palabra viene del griego laos (pueblo) reservado por los LXX para
designar el pueblo de Dios en contraposición con las naciones paganas. En el seno del pueblo
e Dios sirvió para designar a los cristianos que se definen exclusivamente por el carácter de
miembros, es decir todos aquellos que no pertenecen al clero (Clemente Romano; Clemente de
Alejandría, Orígenes) todos dicen que el término laicos tiene un doble significado: indica la
pertenencia al pueblo de Dios y su distinción de aquellos que tienen un papel especial que
desempeñar. “Fieles que incorporados a Cristo por el bautismo, integrados en el pueblo de
Dios y hechos partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen
en la Iglesia y en el mundo la misión propia de todo el pueblo cristiano, en la parte que a ellos
corresponde. El carácter secular es propio y peculiar de los laicos” (LG 31. AA 2,7). Hay
confusión cuando se aplica a los laicos el término cristianos, pues este es un nombre genérico
que abarca también a los clérigos y a los religiosos.
El laico es un cristiano que tiene que vivir su cristianismo en medio del mundo de ahí su función
privilegiada en el encuentro entre la Iglesia y el mundo.
5
Sin embargo no hay razón para interpretar supremo como absoluto, ya que en el ejercicio de este poder
debe el Papa debe respetar la voluntad positiva de Cristo y tener en cuenta a esos colaboradores de
derecho divino que son los obispos
6
Sin embargo no debe sacarse la conclusión de que el Papa es personalmente el obispo de todos y de
cada uno de los cristianos (Dz 3112-3117), “el Papa es el obispo de Roma, pero no obispo de otra
diócesis o de otra ciudad” (Pío XII)
61
El plano de la comunidad de vida: por ser miembro de Cristo y definido en su ser mismo de
cristiano por su relación con Cristo, rey, sacerdote y profeta, todo cristiano participa de la vida
de todo el cuerpo en la medida en que está vivo. (Ex. 19, 6; 1Pe 2,5.9 Rm. 12,1). Todos los
cristianos por ser miembros de Cristo son miembros activos de su cuerpo místico, la Iglesia
(LG 32) A este nivel indudablemente se evidencia la igualdad entre laicos y sacerdotes; por
ser miembros de Cristo, todos son por igual cristianos que responden a Dios. San Juan
Crisóstomo dirá “a veces no hay diferencia entre el sacerdote y el siempre fiel, por ejemplo
cuando se trata de beneficiarse de los santos misterios” y san Agustín “para vosotros soy
obispo, con vosotros soy cristiano”. Esta igualdad profunda de todos los miembros no es
estrictamente individual, sino que es esencialmente personal y comunitaria a la vez. Este es el
gran misterio de la comunión de los santos.
A este nivel institucional se evidencia también mejor la diferencia entre los laicos y los
miembros de la jerarquía. Estos últimos al tiempo que siguen siendo miembros de Cristo y en
este sentido constituyen el elemento estructurante de la Iglesia, los primeros en cambio quedan
ya suficientemente caracterizados pro u cualidad de miembros. Su papel se sitúa en el plano
de la vida, deben vivir el don de Dios, y son responsables de la vida y de la acción de la Iglesia
y aun cuando esta responsabilidad no sea del orden de la autoridad, sino de la influencia, esta
responsabilidad es también importante para poder hablar de Iglesia en la acepción plena de la
palabra. Aunque la Iglesia se constituye por la jerarquía, no se plenifica, no llega a la verdad
de su misión y de sus vidas que en y por los fieles.
* El laico miembro activo en el mundo. Tal es el carácter propio y peculiar de los laicos... pues
los miembros del orden sagrado están destinados principal y expresamente al ministerio
sagrado en virtud de su peculiar vocación. A los laicos les corresponde tratar de obtener el
reino de Dios precisamente a través de la gestión de los asuntos temporales y ordenándolos
según Dios... llamaos por Dios para que desempeñando su propia profesión contribuyan a la
santificación dl mundo desde dentro, a la manera de un fermento y guiados por el espíritu
evangélico (LG 31 AA 5. 7 GS 43,2). Para los laicos lo esencial es asumir y vivir
cristianamente todas sus responsabilidades de hombres y de ciudadanos, siendo testigo y
apóstol en el mundo
2) Los religiosos
El término religioso designa a los cristianos que, por los tres votos llamados de religión
(castidad, pobreza y obediencia) se han consagrado exclusivamente a Dios en su Iglesia,
procurando anticipar por la forma misma de u vida, y evidentemente en la medida en que es
posible a un hombre en el mundo, lo que constituye ya la vida de los bienaventurados. Ellos
son quienes profesan explícitamente que Dios es suficiente, “quienes se esfuerzan por
62
organizar su vida en función de Dios solo y de su voluntad” viviendo únicamente para Dios:
solus Deus.7
De ahí el nombre que se ha dado a este estado de vida: estado de perfección. Expresión que
no indica sólo la continuidad de un esfuerzo hacia lo mejor, sino también un estado que anticipa
en el mundo el estado de perfección, o sea de consumación, estado propio de la Jerusalén
celestial, estado en que efectivamente Dios será “todo en todos” (1Cor. 15,28)
Por ser anticipación de la ciudad celestial, su función en el seno de la Iglesia es una profecía
viviente de esa consumación objetivo mismo hacia el que tiende toda la vida de la Iglesia aquí
en la tierra. Así, pues constituye un estimulo constante para este pueblo de Dios en marcha,
en cuanto le recuerda sin cesar que nuestra verdadera patria no está aquí abajo y que el
tiempo sólo tiene valor en la medida en que prepara la eternidad. (LG 44)
Se trata pues de un valor capital para la vida de la Iglesia. Pero u importancia no se sitúa en el
plano de las estructuras sino al nivel de la vida y de la santidad. El estado religioso constituye
precisamente una especie de encarnación viva de esa voluntad y de esta aspiración
escatológica de la Iglesia.
También por eso aunque no pertenece a la estructura jerárquica de la Iglesia (LG 44) el estado
religioso es de algún modo necesario a su vitalidad 8. La profesión de los consejos evangélicos
aparece como un signo que puede debe ejercer una influencia eficaz sobre los miembros de la
Iglesia en el sentido de un cumplimento más animoso de los deberes de su ovación
cristiana”(LG 44).
Instituida y enviada por Cristo para hacer de todos los hombres partícipes de su pascua, la
Iglesia debe en consecuencia realizar efectivamente esta tarea y convertirse así plenamente en
lo que ella es ya en el fondo de su misterio. La Iglesia “católica” la reunión de todos los
hombres en Cristo. Por eso la misión de la Iglesia no terminará hasta que Dios sea todo en
todos (1Cor. 15,28; Ef. 4,13) cuando subsista la comunidad espiritual de los hijos de Dios, el
Cristo total entermanete vuelto hacia el Padre. Por eso ahora en el mundo la Iglesia es
necesariamente una Iglesia en estado de misión (LG 17)
TESIS VIII. La Iglesia es católica. Instituida por Cristo para perpetuar y culminar su obra,
la Iglesia aúna la oración y el trabajo para que el mundo entero, en todo su ser, se
transforme en pueblo de Dios, en cuerpo del Señor y en templo del Espíritu Santo. Todo
esto se lleva a cabo bajo la autoridad de la jerarquía y la guía del Espíritu Santo.
La expresión Iglesia católica (katolikos= universal) aparece por primera vez en Ignacio de
Antioquia. Luego cuatro veces en las actas del martirio de san Policarpo: tres en el sentido de
universal, y una en el sentido de verdadera por oposición a las sectas heréticas. Poco a poco
esta expresión pasó a ser el nombre propio de la Iglesia ya en el siglo IV san Cirio de Jerusalén
comenta: “cuando te acerques a las ciudades no preguntes por la casa del Señor, ya que las
sectas de los impíos tienen incluso el atrevimiento de dar a sus tabernas el nombre de “casa
del Señor”, tampoco preguntes por la Iglesia simplemente, sino por la Iglesia católica ya que es
éste el nombre propio de la santa Iglesia, madre de todos... se la llama católica porque está
extendida por toda la tierra... porque enseña universalmente todos los dogmas que los hombres
deben conocer... porque conduce a todo el linaje humano al culto del verdadero Dios y porque
cura universalmente toda clase de pecados... y porque posee en ella todas las formas de todo
lo que lleva el nombre de virtud” (Cat XVIII)
Así pues la Iglesia recibe el nombre de católica no sólo porque está extendida por toda la tierra
(catolicidad de hecho, espacial o cuantitativa) sino más profundamente porque s esposa del
Hijo único de Dios, es Madre de todos nosotros y ha recibido de é la fuerza de cristianizar
efectivamente todo el universo (catolicidad virtual o de derecho) “La catolicidad no es cuestión
de cifras ni de geografía... es esencialmente una realidad intrínseca de la Iglesia” (De Lubac) Y
7
Los laicos van desde su vida hasta la cruz... los religiosos van desde la cruz (votos) hacia lo
escatológico.
8
Los religiosos son una estructura en la Iglesia. La jerarquía es una estructura de la Iglesia
63
el Vaticano II dice “este pueblo mesiánico aunque actualmente no incluya a todos los
hombres... es sin embargo para todo el género humano, un germen segurísimo de unidad, de
esperanza y de salvación” (LG 9)
La misión pues se desprende del misterio mismo de la Iglesia, como la definió Bussuet “La
Iglesia es Jesucristo difundido y comunicado”, por eso su misión no es otra que la de Cristo que
prosigue y continúa.
León XIII se pregunta “qué objetivo persiguió Cristo al fundar la Iglesia? Transmitir la misma
misión y el mismo mandato que él había recibido de su Padre” (S.C.) El Vaticano I dice “Cristo
Pastor eterno decidió fundar la Iglesia para perpetuar la obra salvífica de la redención “ (DZ
1821) Y el Vaticano II “esta misión continúa y desarrolla en el transcurso de la historia la
misión del propio Cristo” (AG 5)
La Iglesia nada puede añadir a la obra de Cristo (Jn. 15,5) La misión de la Iglesia no es
consecuencia de un esfuerzo humano, sino especialmente un don de Dios. Sin embargo es
preciso añadir que constituye una verdadera tarea para el hombre, prosigue el misterio de la
alianza. Cristo ha comunicado a la Iglesia sin colaboración alguna por parte de ésta el tesoro
ilimitado de su redención. Sin embargo, cuando se trata de distribuir este tesoro no solo
comunica a su esposa la obra de la santificación, sino que quiere que en alguna manera
provenga del propio trabajo de ella (MC) Así como el Verbo ha querido servirse de nuestra
naturaleza para redimir a los hombres, así también se sirve de su Iglesia en el transcurso de los
siglos para perpetuar la obra emprendida (MC)
Es ya perceptible una doble influencia de Cristo en su vida de este mundo, al tiempo que
obraba visible y externamente con autoridad y poder, obraba internamente por su gracia (Jn.
4,10-14 Lc. 24,32). Este mismo misterio se prolonga en la Iglesia: antes de morir, Cristo hace
entrega a los hombres de un doble don: confiere su propio Espíritu que es el don supremo...
pero también les deja el conjunto de estructuras visibles y vivientes que designamos como
“institución de la salvación” y que son pare integrante de la Iglesia a tolo lo largo de su
peregrinación terrena y están ordenadas a su crecimiento (LG 18). La misión de la Iglesia en el
mundo es pues interior y exterior, es acción de la gracia santificante (misión invisible del
Espíritu) y actividad visible de todo el cuerpo bajo la autoridad de la jerarquía (AG 4).
La reciprocidad de ambos aspectos es absoluta: no hay misión como no sea la de una Iglesia
en forma sacramental, que incluya por esto mismo un doble aspecto, y no hay Iglesia en forma
sacramental como no sea para la misión. Así pues, mientras la Iglesia esté en crecimiento
ambos aspectos serán necesarios a su triple ministerio (palabra, santificación y gobierno). El
símil del cuerpo y del alma utilizado por Pío XII en la MC debe entenderse en este doble
sentido: el alma no obra si no es por el cuerpo y a la inversa; el cuerpo es activo no por sí
mismo, sino porque sirve de instrumento al alma. Así ambos aspectos de la Iglesia se
reclaman, se completan y se precisan mutuamente.
La misión de la Iglesia por ser la de Cristo es universal. Tiene un único objetivo: reconciliar en
Cristo y para Cristo a todos los seres del cielo y de la tierra (Col. 1,20; Ef. 1,10) LG 17 Se trata
pues de una triple totalidad: totalidad de los hombres, totalidad de lo humano, totalidad del
universo.
* Totalidad de los hombres. Todos los hombres están llamados a ser parte del nuevo pueblo
de Dios (LG 13). No se trata de que la Iglesia convierta a todos los hombres por la fuerza, ni se
64
trata de sustituirles, pues ada cual debe asumir sus propias responsabilidades y nadie puede
decidir en lugar de otro. En el caso de la Iglesia se trata de asumir el papel de mediadora
universal: *ofreciendo verdaderamente a todos los hombres la salvación y los medios
necesarios para participar de la misma y *ayudándole materialmente a adherirse a esa
salvación y a participar de ella personal y libremente.
* La totalidad de lo humano. “Todo cuanto es humano tiene que ver con nosotros” (Paulo VI,
Eccesiam suma). La misión de la Iglesia no es sólo en el orden cuantitativo, sino también
cualitativo. No se trata de cristianizar al mayor número de hombres posible, sino de
cristianizarlos enteramente en la totalidad de su ser, de modo que la totalidad del hombre pase
así a Dios. Tal es la catolicidad con profundidad o cualitativa. Además ambos aspectos están
estrechamente vinculados: en la medida en que la Iglesia llegue al mayor número posible de
hombres, tanta más probabilidad tendrá de descubrir mejor y de alcanzar en ellos a totalidad
del hombre, e inversamente, alcanzando la totalidad del hombre, podrá llegar a todos los
hombres.
También se comprende mejor el interés civilizador que apunta al crecimiento del hombre. No es
que sea suficiente hacer obra humana, pero es cierto que este Reino no podría establecerse y
crecer sin una materia preexistente proporcionada por el trabajo del hombre
* La totalidad del universo. En el designio de Dios, hombre y universo están siempre unidos.
(Gn.1,28; 1Cor. 3,22-23) y el universo sólo por el hombre puede alcanzar su destino (LG 48).
Por eso la Iglesia debe a la vez: *acoger ampliamente en su seno todo lo que constituye un
valor humano auténtico (LG 13) *Respetar la variedad y la diversidad de todas estas riquezas,
pues quien dice totalidad dice diversidad. El Apocalipsis presenta una Jerusalén celestial no
diluida en anonimato sino una multitud de hombres de toda tribu, raza y color (Ap. 7,9; 21,24-
26) (1Pe. 4,10)
La misión de la Iglesia es no sólo dejar que no se pierda nada de la riqueza auténtica, sino
lograr que todas ellas se purifiquen, se eleven y se perfeccionen para gloria de Dios, de modo
que el mundo entero se transforme en pueblo de Dios, cuerpo del Señor. Así pues la Iglesia no
sólo ha de llegar a todas las realidades sino que debe además salvarlas, reconciliándolas y
recapitulándolas todas en Cristo (LG 13). En esta perspectiva el adjetivo católico es un buen
adjetivo para la Iglesia, pues sugiere el paso de la totalidad a la unidad en Cristo, lo que
constituye efectivamente todo el sentido y todo el objetivo de la misión de la Iglesia en el
mundo. En un lenguaje más técnico cabría decir que la catolicidad de la Iglesia supone a la
vez una materia (la totalidad del mundo creado) y una forma (la plenitud de la gracia capital de
Cristo o del poder unificante de su Espíritu). Como escribe Charles: “La Iglesia es mucho más
que el instrumento para salvar las almas. En efecto, la Iglesia es la forma divina del mundo, el
único punto de encuentro en el cual toda la obra del Creador vuelve junto al Redentor, el único
punto de confluencia en que el Redentor mismo entra en posesión de su herencia universal”.
* Por ser una purificación y una culminación la tarea misionera de la Iglesia no puede menos
de incidir en la tarea civilizadora misma, aunque respetando totalmente su relativa autonomía.
“De este modo cree la Iglesia poder contribuir ampliamente a dar un sentido más humano al
hombre y a su historia “ (G.S. 40,3; 58,4; AG 8). Según Pío XII “La Iglesia no evangeliza
civilizando, sino que civiliza evangelizando”. Karl Rahner precisa “lo que recibe el nombre de
‘autonomía relativa’ de los dominios propios de la naturaleza y de la cultura no significa, según
la doctrina católica, que las cosas puedan, en estos dominios, alcanzar plenamente el destino
inscrito en el fondo de sí mismas al margen de la gracia de Jesucristo. Todo aquello que no
consigue la salvación eterna, tampoco consigue la cabal realización de su propia naturaleza”.
Tal es pues la paradoja del hombre: o acepta esta superación de su propio ser que lo
constituye sobrenatural, en cuyo caso el hombre es más que él mismo, o bien no acepta esta
superación, en cuyo caso el hombre acaba siendo menos que él mismo. Se hace evidente que
es erróneo considerar ambas tareas (civilizadora y evangelizadora) como sucesivas,
imaginando la primera como un preámbulo y la segunda como un complemento. Ambas son
simultáneas ya que un mismo ser debe a un tiempo crecer como hombre y culminarse como
cristiano mediante la participación en la vida trinitaria.
65
* Una tarea misionera auténtica entraña necesariamente los dos aspectos esenciales del
cristianismo a saber, la muerte y la resurrección. Cabe encontrar en toda realidad humana
elementos que podrán y habrán de seguir viviendo y elementos que habrán de morir. En
cuanto a los primeros (positivos y honestos) la Iglesia necesita de ellos para culminarse a sí
misma y ellos necesitan de la Iglesia para alcanzar su cabal realización. Referente a los
segundos (impurezas y desviaciones) la Iglesia debe rechazarlos implacablemente por fidelidad
a su misión y al mundo mismo (AG 8; GS 58).
* No hay cosa más contraria a la misión católica que el particularismo, fenómeno que nada
tiene que ver con el respeto y el sentido a la diversidad. Pues el respeto a la diversidad es un
signo de apertura y de vida, mientras que la primera constituye un signo manifiesto de
repliegue sobre uno mismo. Una es signo del Espíritu, la otra del diablo. También la Iglesia
debe mostrarse acogedora de todas las culturas del universo, rechaza todo aquello que bajo
falsas apariencias proviene del particularismo. Debe luchar para que todos se sientan en la
Iglesia como en su casa.
Para que la Iglesia pueda asegurar eficazmente el encuentro de todos los hombres con el único
Salvador, se requieren normalmente dos condiciones, que definen las dos etapas de la
actividad misionera:
Es necesario en primer lugar que la Iglesia esté presente en todas partes
Y es necesario que, presente en todas partes la Iglesia lleve a cabo la tarea pastoral
para la que ha sido fundada.
*Motivo de salud y vitalidad. La misión se nos muestra como una especie de regulación y cabal
realización de un estado religioso anormal por ser incompleto. Así para el cuerpo se trata de
una aspiración de mejor estado, de plenitud de vida. “Es necesario que se incorporen
plenamente todos los que de algún modo pertenecen ya al pueblo de Dios “(UR 3. AG 7)
*Motivo de caridad. La Iglesia tiene por ley de su vida el ejercicio de la caridad, y debe facilitar
que todos los hombres encuentran las máximas posibilidades de salvación (UR 3. AG 7).
La responsabilidad misionera no se reduce a la implantatio. Sino que debe buscar todos los
medios para comunicar la vida de Dios (AG 6). Algunos para distinguir estas dos etapas:
llaman a la primera “misionera” y a la segunda “pastoral”. Pero debe utilizarse para ambas el
término “misión” para evidenciar mejor la tarea apostólica. Pero la segunda etapa “pastoral”
tiene también en cuenta:
* Que obedece a la ley del crecimiento que preside toda la vida del organismo. Pues a todos
los que le han sido confiados, la Iglesia debe otorgar vida en abundancia (Jn. 10,10).
* Esta tarea alcanza su punto culminante en la celebración eucarística, objetivo y expresión
máxima de la vida eclesial terrena.
* Esta tarea trasciende los límites estrictos de la institución eclesial y se extiende hasta el
corazón mismo de la naturaleza y de la civilización. Para poner a los hombres en contacto con
66
3. La indefectibilidad de la Iglesia
Con el término indefectible los teólogos quieren precisar: que la Iglesia no perecerá. Que la
Iglesia no desfallecerá y que la Iglesia subsistirá hasta el final como Cristo la ha querido y
fundado.
a) La Iglesia es indefectible
La Escritura nos manifiesta la voluntad de Dios de operar la salvación del mundo y nos
presente, primero a Israel, y luego a la Iglesia como instrumentos privilegiados de esta
designio. NO admitir esta indefectibilidad sería suponer:
Que el AT ha mentido en sus repetidas afirmaciones de que Dios es fiel, de que nos ha
dado su palabra y no se retractará (Is 55,3; 61,8; Jr.32,40; Sal 88, 37-38.
Que Cristo mismo nos ha engañado con su proclamación de que las puertas del Hades
no prevalecerán contra la Iglesia que Él ha fundado (Mt. 16,18)
Que el NT globalmente considerado, nos ha confundido con su pretensión de que la
Iglesia constituye la nueva y eterna alianza entre Dios y lo hombres (1Cor. 11,26).
En la Tradición también esta verdad es constantemente afirmada: San Juan Crisóstomo dice
“que es más fácil extinguir el sol que destruir la Iglesia”. San Jerónimo “La Iglesia, fundada
sobre la roca, no será resquebrajada por ninguna tempestad, ni hundida por ninguna tormenta”.
San Agustín “Nadie destruye en el cielo el plan de Dios, nadie destruye en la tierra la Iglesia de
Dios” “La Iglesia se tambalearía si su base viniera a tambalearse. Pero ¿cómo iba Cristo a
tambalearse?... mientras Cristo no se tambalee, tampoco la Iglesia se tambaleará”. Esta
constante afirmación es recogida en el Vaticano I cuando atribuye a la Iglesia una estabilidad
inconmovible (DZ 1794) ya que “edificada sobre la roca, subsistirá hasta el fin de los tiempos”
(Dz 1824).
La indefectibilidad de la Iglesia se reduce, en el fondo, a la fidelidad de Dios para con ella: Dios
le ha dado su palabra y no se retractará. Así pues para darle sentido a esta indefectibilidad no
hay que separarla del concepto de alianza, que traduce la voluntad de Dios de no llevar a cabo
su designio de salvación sin la colaboración del hombre. La indefectibilidad no hace superfluo
el trabajo del hombre sino que lo supone y estimula.
Pero hay que cuidar el confundir la indefectibilidad de la Iglesia con el triunfo o con su
perfección. Cristo ha prometido a la Iglesia que sería victoriosa, no triunfante. Incluso le predijo
positivamente lo contrario (Jn. 15,20), nunca le prometió que iba a ser perfecta. En su
indefectibilidad la Iglesia de este mundo estará marcada hasta el final por los límites, las
imperfecciones, los pecados de sus miembros. Evitamos así minimizar la realidad humana en
67
Entendemos por “notas” ciertas propiedades esenciales de la Iglesia que la hacen reconocible y
discernible.9
Una Iglesia que no pudiera reconocerse aquí en la tierra con certeza no sería ella misma,
puesto que al no poder ser el sacramento (signo eficaz) de Cristo en medio de los hombres, no
podría llevar a cabo la misión recibida de él. Por eso las notas son una consecuencia de su
realidad sacramental y una condición sine qua non de su misión. Las notas de todos modos
deben ser colocadas en la trasparencia del misterio de la Iglesia
Casi por unanimidad se han tenido las cuatro notas propuestas por el símbolo
nicenoconstantinopolitano : la unidad, la santidad, la catolicidad y la apostolicidad.10
1) La unidad
Puesto que la Iglesia es ante todo misterio de comunión de todos los hombres con Dios en
Cristo, el lógico que la unidad se haga patente en toda su vida y su actividad. La unidad
aparece en todo: su fe (gracias al magisterio infalible) su misterio litúrgico (Ef. 4,4) y en toda la
vida gracias al poder de su jurisdicción. “La unidad es quizá la que se manifiesta mejor al
exterior, la que dice más sobre la Iglesia y aquella ala que remiten las palabras de Cristo más
explícitas”. Pero la unidad es don de Dios y tarea del hombre. Procedente de Dios y
garantizada por el Espíritu santo, es seguro que jamás desaparecerá y la Iglesia seguirá siendo
9
Las notas, como su misma palabra indica (lo que hace notable y perceptible) serían aquellas
cualidades de la Iglesia que a) fuesen accesibles a todos los espíritus (aun los más rudos) b) por eso
debería ser más conocidas qu la misma Iglesia y aptas para dar a conocer la verdadera Iglesia. C)
serían inseparables de la Iglesia verdadera hasta el punto que no se pueideran encontrar (en su
conjunto) fuera de ellas. Las propiedades serían aquellas cualidades de la Iglesia que pertenecen sin
lugar a dudas ella pero que no permiten reconocer a la verdadera Iglesia a primera vista o por parte de
aquellos que se encontrarsen fuera de ella (por ejemplo la indefectibilidad, el ser necesaria para la
salvación. (Cfr. Eclesiogénesis. Leonardo Boff, pg. 52)
10
A partir de las polémicas contra los valdenses en el siglo XIII (bajo el Papa Inocencio III DS 792) y con
todo el énfasis de los eclesiólogos de finales del siglo XIX (Pasaglia, Perrone, Mazzela) se añadió una
quinta: la romanidad (ibid p. 52)
68
un signo. Pero como tarea del hombre será susceptible de un más y un menos; por eso podría
hablarse de la unidad como un deber (1Cor. 12).
2) La santidad
Es quizá la nota más preciosa y rica y la de más difícil captación desde el exterior, ya sea en
razón de esta misma riqueza, ya sea a causa de nuestros pecados e imperfecciones que la
oculta y la enmascaran.
3) La catolicidad
4) La apostolicidad
Este argumento de la apostolicidad fue el que más pronto se utilizó para demostrar al mundo la
legitimidad de la misión. Cipriano escribe “cómo es posible tener por pastor a aquel que no
sucede a nadie y que es ya de entrada un extraño y un profano?”
No sólo las notas son inseparables, sino que están vinculadas orgánicamente y se determinan
mutuamente.
Tesis XI. Así como Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres, así también la Iglesia es el medio universal y único de
salvación. Ningún hombre puede salvarse sin pertenecer a la Iglesia, ya sea con toda la realidad, ya sea cuando menos por su
disposición profunda. (reapse vel voto)
La Iglesia por ser sacramento universal de salvación es único organismo capaz de producirla efectivamente.
Universalidad, unidad, unicidad son tres aspectos de un mismo misterio: el de la catolicidad de la salvación. Lo dicho
sobre Cristo mediador único y universal de la unión de todos los hombres con Dios es aplicable también a la Iglesia.
Esta doctrina, sin embargo ha producido algunas dificultades pues cómo afirmar simultáneamente que: Dios quiere
realmente la salvación de todos los hombres; que la Iglesia es el único sacramento de salvación, que no hay dos Iglesias
(una invisible y otra visible), sino que existe solamente una misma y única Iglesia a la vez visible e invisible, mística e
institucional.
11
Para las notas de la Iglesia se puede remitir al curso de Pneumatología donde se hace el paralelismo
entre la unidad y la catolicidad, la santidad y la apostolicidad, como movimientos ad intra y ad extra.
69
Una doble serie de afirmaciones jalonan todo el NT: Cristo es la única fuente de la salvación el único lugar de encuentro
entre Dios y lo hombres (Hch. 4,11-12,Rm. 10, 1-14; Lc. 12,8-10, Jn. 14,1-6...
En la comunicación de la salvación a los hombres Cristo y la Iglesia forman una sola cosa (Lc. 10,16; Jn. 3,5; 13,20; Mt.
18,17; Mc. 16,16; Gá. 1,8 Tit 3,10) Esta doble afirmación podría significar claramente que fuera de Cristo y de la Iglesia no
hay salvación, remontándose en su sustancia al Evangelio mismo. El Vaticano II afirma entonces que “al enseñarnos
explícitamente la necesidad de la fe y el bautismo confirmó (Cristo) al mismo tiempo la necesidad de la Iglesia (LG 14)
Ya a comienzos del siglo II escribía san Ignacio “Todo aquel que sigue a quien siembra el cisma no heredará el reino de
Dios”. La fórmula “fuera de la Iglesia no hay salvación” aparece por primera vez en Cipriano en Orígenes, que ha sido una
de las más tradicionales interpretada y traducida por muchos padres. Se advierte pues que es esencial a la Iglesia ser
única, pues de lo contrario no sería la esposa del único mediador y su cuerpo, el sacramento de la comunión universal
entre Dios y los hombres. Cuando afirma esta unicidad la Iglesia no reivindica unos derechos o privilegios (tentación de
imperialismo espiritual), sino que da testimonio de la misión que ella ha recibido con respecto al a humanidad. Su
exclusivismo es otro nombre de su fidelidad y de su caridad universal. Admitir una pluralidad de Iglesias equivaldría a no
admitir a ninguna y a rechazar la noción misma de Iglesia.
A simple vista el axioma es susceptible de una doble interpretación: una objetiva a institucional:
la Iglesia es el único organismo apto para comunicarnos la salvación de Cristo; otra
esencialmente subjetiva e individual: todos los que no se encuentran en la Iglesia están
necesariamente condenados.
2. Los Padres. Algunos son fuertes al interpretar el axioma, por ejemplo Fulgencio de Ruspe
“No cabe la menor duda de que no sólo todos los paganos, sino también los judíos, todos los
herejes y los cismáticos que mueren fuera de la Iglesia católica irán al fuego eterno preparado
para el diablo y sus ángeles”. Pero otros matizan más las cosas, por ejemplo san Agustín
quien distingue entre hereje material y hereje formal; “Aquel que defiende su opinión aunque
sea errónea y perversa, sin animosidad pertinaz, sobre todo cuando dicha opinión no es fruto
de su audaz presunción, sino una herencia de unos progenitores seducidos y arrastrados por el
error, si busca la verdad escrupulosamente, pronto a abrazarla en cuanto la conozca, no debe
ser clasificado entre los herejes. En conjunto, la problemática no favorece la distinción entre
dos planos: institucional y personal.
Por una parte rechaza todo indiferntismo cuyo principio entrañe la negación del misterio de la
salvación (encíclica Mirari Vos de Gregorio XVI (DZ 1613s). Alocución de Pio IX (9 diciembre
de 1954) (DZ 1677) y el Syllabus (Dz 1716-1717)... donde se mantiene el principio “fuera de la
Iglesia no hay salvación)
Por otra parte la condenación implicada en este axioma no apunta jamás a las personas
mismas. Aunque el principio se formule de modo absoluto, abunda en precisiones cuando se
trata de textos referentes a la salvación efectiva de las personas que no están en contacto
visible e institucional con la Iglesia. El mismo Pío IX es quien introduce la doctrina de la buena
fe (DZ 1646-1647) igualmente lo encontramos en León XIII (Satis cognitum) y en Pío X (E
Supremi Apostolatus). En el esquema preparatorio del Vaticano I había una exposición en la
que se mencionaba la ignorancia invencible que excusa de toda falta. Así el Vaticano II no ha
hecho sin desarrollar una amplia toma de conciencia de la Iglesia, cuando en LG matiza la
aplicación de este principio a las diferentes categorías humanas: cristianos no católicos, judíos,
musulmanes, adoradores del Dios único y aquellos en fin que “buscan todavía en sombras e
imágenes al Dios que desconocen” (LG 9). Ya la M.C había mencionado a quienes por cierto
deseo o aspiración inconsciente están ordenados al cuerpo místico (Dz 3821.
En estos puntos se insiste en una orientación global de la vida y además todo esto no puede
llevarse a cabo y tener en efecto salvación como no sea bajo la influencia de la gracia
c) Consecuencias.
Por ser la Iglesia sacramento universal de la salvación, toda gracia llega a través de ella y toda
gracia tiende hacia ella.
No solamente el camino normal previsto por Cristo para comunicar su vida es el canal de los
sacramentos, sino que además, siendo como es la Iglesia “Jesucristo difundido y comunicado”,
71
toda participación en la vida de Cristo será eclesial, aun en el caso de que sus beneficiarios no
tengan conciencia de ello, ya que no existen dos especies de una misma vida cristiana
supuestamente distintas en razón de la pertenencia o no pertenencia a la Iglesia. La mediación
ejercida por la Iglesia no es la de una canalización material, sino la propia de una persona, de
una esposa y de una orante, la de un cuerpo vivo que forma una sola cosa con la cabeza de la
que depende. Concretamente dicha mediación se ejerce de dos maneras sobre todo:
Más cierto aún es que toda gracia ordena necesariamente a quien la recibe hacia la Iglesia,
para que pertenezca a ella cada vez más y mejor. Cristo es un esposo fiel y esta fidelidad
forma parte de su misterio.
Además los catecúmenos que, movidos por el Espíritu solicitan con voluntad expresa ser
incorporados a la Iglesia, por este mismo deseo ya están vinculados a ella y la madre Iglesia
los abraza con amor y solicitud como suyos (LG 14)
Aun sin estar plenamente incorporados ala Iglesia es posible, sin embargo, estar unido a ella y
en este sentido pertenecer a ella de algún modo. La LG 15-16 habla de esta pertenencia a
propósito de los cristianos no católicos y de los cristianos, y en el decreto sobre ecumenismo
3-4 recuerda el deseo de Cristo de que se incorporen plenamente todos los que de algún modo
pertenecen al pueblo de Dios.
La incorporación plena: que requiere las tres condiciones de profesión de fe, vida
sacramental y comunión con la jerarquía.
Una pertenencia en sentido amplio o incompleta, caso de faltar uno o dos de los
elementos antes citados
Un cierto vínculo con la Iglesia cuando no se da ninguna de las condiciones.
2. Iglesia y ecumenismo
Tesis XII. Puesto que existe un solo cuerpo de Cristo, la verdadera unidad de los
cristianos únicamente puede lograrse por ella y en ella. Aun cuando lo esencial se haya
realizado, dicha unidad no se consumará plenamente hasta que se dé la unión en esa
única Iglesia de todos aquellos que creen en Cristo e invocan su nombre.
a) El problema ecuménico
El término ecuménico del griego oixoumene (tierra habitada) no significa otra cosa, pues en
este sentido etimológico la Iglesia de Cristo es necesariamente ecuménica en cuanto ha
recibido el deber y el poder e congregar “en él” a todos los hombres. Si hay problema
ecuménico es porque históricamente a consecuencia de dramáticas divisiones de la unidad
visible, muchas comuniones cristianas se presentan a sí mismas ante los hombres como
verdadera herencia de Jesucristo ( UR 1). El segundo sentido del término ecuménico apunta a
72
los esfuerzos emprendidos para remediar esta situación la más dolorosa que la Iglesia de
Cristo pueda conocer. Estos esfuerzos arrancan de tres sentimientos sobre todo:
La conciencia dolorosa de esta división y el escándalo que la misma constituye para los
no creyentes
La firme voluntad de lograr un día la reunión efectiva de todos los cristianos
La certeza de que el Espíritu de Dios es más fuete que todas nuestra divisiones.
Principio primero: existe una sola Iglesia de Cristo, la Iglesia católica. Dicha Iglesia ya está
realizada y es a la vez visible e invisible. Este principio nos recuerda que la unidad de la Iglesia
es un hecho y no simplemente algo que debe alcanzarse. Se corren dos tentaciones:
Reconocer una pluralidad de Iglesias igualmente salvíficas, lo que sería admitir una
pluralidad de congregaciones universales
Pensar que una Iglesia no estará realizada hasta el término de la congregación y de la
reunión. Sería pensar que la Iglesia sólo existe en estado de miembros dispersos,
inconexos e incompletos y que sólo al final, cuando el esfuerzo ecuménico haya logrado
el objetivo, la Iglesia será por fin digna de ese nombre.
Ambas tentaciones contradicen los principios más sólidos de la eclesiología. “Esta unidad la
concedió Cristo a su Iglesia desde el principio, subsiste en la Iglesia católica y esperamos que
crezca hasta la consumación de los siglos” (UR 4) Si la unidad de la Iglesia no se halla
actualmente realizada en su esencia, es que el Espíritu Santo no está ya presente en medio de
nosotros.12
Segundo principio: Las Iglesias y comunidades separadas, aun cuando presentan deficiencia,
no están de modo alguno desprovistas de significación y de valor en el misterio de la salvación
(UR 3). Hay que reconocer cuatro elementos.
La Iglesias y comunidades cristianas representan una herencia cristiana y poseen
auténticas riquezas religiosas. Las partes separadas de una roca aurífera son también
auríferas. UR 15.17. 20-23 pone de relieve las riquezas cristianas de los ortodoxos
(riquezas litúrgicas y sacramentales), de los protestantes (fe en Cristo, amor a la
Escritura vida cotidiana vivida en unión a Cristo) e invita a reconocer gozosos y en su
preciso valor esas riquezas.
Esas riquezas se dan no sólo a nivel de los individuos, sino también de las
comunidades mismas, por eso el Concilio habla de Iglesias o comunidades eclesiales
(UR 3.19).
Estas Iglesias separadas presenta un cierto número de deficiencias precisamente por
hallarse separadas y no poder gozar de la unidad que Cristo quiso dar a todos los que
regeneró y convivificó en un solo cuerpo” (AG 6)
En razón de los valores que han conservado estos cristianos merecen el nombre de
hermanos, ya que están en cierta comunión, aunque o perfecta, con la Iglesia católica.,
puesto que todos los que por el bautismo se han justificado por la fe, se hallan por este
hecho incorporados a Cristo. (UR 3)
12
Esto no es aceptar un imperialismo espiritual sino una concepción particular de la Iglesia y de su
unidad. (Skydsgaard)
73
TESIS XIII. Por ser la Iglesia el cuerpo de Cristo existe entre todos sus miembros una
unión íntima que llamamos “comunión de los santos”
Fausto de Rietz (+485) “los artículos que siguen al nombre del Espíritu Santo pertenecen a su
conclusión, a saber que creemos en a santa Iglesia, en la comunión de los santos, en la
remisión de los pecados, en la resurrección de la carne y en la vida eterna”
¿Cuál es el sentido original de esta expresión “comunión de los santos”? Es muy discutido:
Para algunos es la comunión de todos los creyentes entre sí (los sancti). Nicetas
parece haberlo entendido así.
Otros limitan esa comunión sólo a los bienaventurados que están en el cielo.
Probablemente lo interpreta Fausto de Rietz
Una tercera acepción es el sentido de la comunión con las cosas santas (sancta) la
eucaristía y quizá el bautismo. En este sentido se entendería mejor el lugar que ocupa
el artículo en el credo (lugar de los sacramentos)
Entendida en este primer sentido la comunión de los santos no es sino el misterio mismo de la
Iglesia considerado en uno de sus aspectos fundamentales: la comunión entre todos aquellos
que componen el cuerpo de Cristo. La expresión indica que la finalidad profunda de esta
comunión es la santidad, o sea la unión con Dios. Pues sólo Dios puede unir perfectamente a
los hombres ente sí, pues no puede haber verdadera comunión entre pecadores, pues el
pecado divide y opone necesariamente (Gn.11, Hch 2; Rm. 12,4s; 1Cor. 12, 25-27. Gál 3,26-
27).
El término “santos” debe entenderse aquí en el sentido más amplio y designa a todos los que
están ya en la gloria del cielo (triunfantes) los que atraviesan la purificación (dolientes) y los que
tienen que luchar contra las tentaciones y el pecado (miltantes)
74
El principio vivo de esta comunión interpersonal es el propio Espíritu Santo, quien asegura la
unidad en la comunión (LG 4) a imagen de la unidad trinitaria.
Esta comunión visible tiene lugar entre todos los cristianos que comparten actualmente la
condición terrestre; los vincula asimismo, como también a los santos del cielo, con aquellos
cuya purificación prosigue después de la muerte (purgatorio). Asocia a los que peregrinan con
los que participan ya de la gloria celestial.
1) La comunión entre los fieles que viven sobre la tierra. “en el cuerpo místico todo lo
bueno y justo que obra cada uno de los miembros redunda en bien de todos” El AT nos
muestra la eficacia de determinadas intercesiones: Abraham (Gn. 18,23-31) Moisés (Ex. 32,11-
14) Jeremías (Jer. 18,20) Samuel (1Sm. 7,5; 12,19), también el NT nos habla de esto Rm. 1,9;
Ef. 6,18-20; 1Tim. 2,1-8, St. 5,16. ¿Cómo opera esta comunicación de bienes sobrenaturales?
Hay que distinguir entre los fieles que están en estado de gracia y los otros.
* Los que están en estado de gracia pueden intervenir a favor de todos por su oración (doctrina
cierta), por sus méritos (doctrina probable) y sus satisfacciones (doctrina cierta) y beneficiarse
de estos mismos auxilios fraternos en su vida de comunión con Dios. Pues según el principio
tomista “la obra de aquel que forma una sola cosa conmigo es también en cierto modo mía”
(Supl. q 71, a. 1), La pertenencia vital al mismo cuerpo hace que la vida cristiana de cada uno
sea fecunda para los demás. Sin poder añadir nada al mérito de Cristo, único mediador,
participamos de su acción a modo de un eco vivo y personal. 13 La satisfacción apunta
directamente a la reparación del desorden resultante del pecado, desorden no
automáticamente abolido por la gracia del arrepentimiento y del perdón. Se habla así del
tesoro de la Iglesia constituido por los méritos de Cristo y de los santos.14
* Los fieles que no están en estado de gracia pueden beneficiarse de las gracias obtenidas a
favor de su conversión por los demás miembros del cuerpo místico. Pero además, si su
intención es recta pueden colaborar al bien sobrenatural de todos con su oración, ya que
“cualquier pecador que ore por su hermano puede obtener lo que pide (en virtud de la fe) y tal
vez incluso con sus méritos de congruo.
* Estando el mérito esencialmente vinculado a la etapa terrestre, las almas del purgatorio ya
no pueden merecer ni por sí ni por las demás.
13
Se distingue entre el mérito de condigno de Cristo, del mérito de congruo o de conveniencia (I-II
q.114.a. 6)
14
Doctrina de la distribución de la gracia en la Iglesia
75
* Pero sí pueden recibir el auxilio de nuestras oraciones, según lo definido por el concilio de
Lyon (1274) y Florencia (1439) (DZ 464. 693), puesto en entredicho por los reformadores, pero
afirmado por Trento (Dz 983). Esta doctrina ya viene de la época Macabea (2Mac. 12,42-46) y
que ha inspirado la conducta cristiana
* Los santos del cielo pueden también con su oración ayudar a los fieles del purgatorio, como
doctrina común sostenida por la Iglesia
* ¿Pueden los fieles del purgatorio orar por nosotros? Santo Tomás responde negativamente,
pues ellos tienen tanta necesidad de nuestros auxilios que no pueden ayudarnos (II:II q.83,
a11) Belarmino y Suárez opinan afirmativamente. La Iglesia nunca ha zanjado la controversia y
jamás ha desautorizado la invocación a los fieles del purgatorio.
3) La comunión entre la Iglesia de la tierra y la Iglesia del Cielo. El Vaticano II insiste en ella
en su sentido, importancia y amplitud. “Pues contemplando la vida de los hombres que
siguieron fielmente a Cristo, nuevos motivos nos impulsan a buscar la ciudad futura (Hb. 11,10;
13,14)... En ellos Dios nos habla y nos ofrece un signo de su reino (Hb. 12,1). Veneramos la
memoria de los santos por su ejemplo, pero más aún con el fin de que la unión de toda la
Iglesia en el Espíritu se vigorice gracias al ejercicio de la caridad fraterna (Ef. 4,1-6) LG 50. (Dz
984) “en la santa liturgia se opera de modo más elevado nuestra unión con la Iglesia del cielo
(SC 8)
* La tradición Antigua da un amplio testimonio de invocar a los santos con mayor frecuencia
por los vivos que por los difuntos. E incluso la intercesión de los santos llegó a revestir
modalidades abusivas que provocaron la reacción hostil de los reformadores, opuestos más a
la invocación de los santos que a su intercesión. Trento confirma el valor dogmático del culto a
los santos (veneración, imitación, invocación) (Dz 941, 952; 984, 988)
* Con la entrada en el cielo los santos han concluido su destino espiritual, y sin gozar aún de la
resurrección su caridad es perfecta les une más estrechamente que nunca a todo el cuerpo de
Cristo, comprendidos sus miembros aún peregrinantes.
* Entre todos los santos hemos de reservar un lugar especialísimo a la Virgen María (LG 69)
c. La comunión de acción
1) Este papel activo de todos los miembros del cuerpo místico no está justificado únicamente
por una razón de eficacia apostólica, sino que tiene su fundamento en la ontología misma de la
Iglesia. Por ser miembros del cuerpo vivo todos los cristianos son de derecho miembros activos
y artífices responsables del crecimiento de este cuerpo. No se trata de un derecho tan sólo
sino primordialmente un deber.
2) Esta tarea común no debe resultar de una mera yuxtaposición, sino de una verdadera
colaboración a todos los niveles:
* Colaboración entre los miembros de la jerarquía en la medida en que forma toda ella un solo
cuerpo “el orden episcopal” constituido por el conjunto de los obispos unidos a su jefe y cabeza
y asistidos para el cumplimiento de su tara por los restantes ministros jerárquicos (presbíteros y
diáconos).
Al concluir este tratado podemos comprender mejor la dificultad con que tropieza la teología
cuando trata de condensar en una definición toda la riqueza y complejidad de la Iglesia.
Algunos piensan que la riqueza y el misterio de la Iglesia se resiste a una definición simple (Y
76
Congar) pues nos enfrentamos “con dos aspectos irreductibles y aparentemente antagónicos, a
saber, el aspecto institucional y el aspecto de cuerpo místico. Nos encontramos ante una
dualidad relativa no susceptible de desembocar en una definición totalmente simple y unificada”
Así pues es mejor mantener una doble presentación de la Iglesia, correspondiente una a su
misterio interior y otra a su misterio institucional y jerárquico, subrayando al mismo tiempo la
complementariedad y la jerarquía existentes entre ambas presentaciones.
AMDG
TESIS I: La Iglesia es el pueblo elegido por Dios para ser su heredad. Es el nuevo Israel,
preparado y prefigurado por el antiguo pueblo de Israel.
TESIS II: La Iglesia ha sido fundada por Cristo. Quien empezó su edificación cuando expuso
sus enseñanzas, la consumó cuando pendió públicamente en la Cruz y la manifestó y promulgó
cuando envió visiblemente el Espíritu Santo sobre sus discípulos (M.C.).
TESIS III. La Iglesia, que es el nuevo pueblo de Dios, es también la esposa de Cristo y su
Cuerpo Místico. Cristo es la cabeza de este cuerpo y el Espíritu es el alma.
TESIS IV. La Iglesia a la que todos estamos llamados en Cristo no tendrá su consumación
hasta la gloria celestial, cuando sobrevenga el tiempo en que todas las cosas serán renovadas.
Hasta ese día de la venida del Señor en majestad, unos discípulos prosiguen sobre la tierra su
peregrinación; otros, habiendo concluido su vida en el mundo, se purifican aún; y, otros, en fin,
están en la gloria. Todos sin embargo, constituyen, bajo formas y grados diversos, una sola
Iglesia.
TESIS V. Del mismo modo que Cristo es uno en dos naturalezas, así también la Iglesia es una
sola realidad constituida por un doble elemento. Es, a un tiempo, humana y divina, visible y
77
dotada de elementos invisibles, presente en el mundo y sin embargo, peregrina, pero de suerte
que lo humano esté ordenado y subordinado a lo divino, lo que es visible a lo invisible, y lo
presente a la ciudad futura que buscamos.
TESIS VI. La Iglesia es santa, y sin embargo no excluye a los pecadores. Es a la vez la Iglesia
de los santos y la Iglesia de los pecadores.
TESIS VII. Por voluntad de Cristo, que la ha constituido, la Iglesia es una sociedad orgánica,
jerárquica, animada por el Espíritu Santo y gobernada por los Obispos, sucesores de los
apóstoles, en comunión con el sucesor de Pedro, vicario de Cristo y cabeza visible de toda la
Iglesia. Es deber de todos los miembros de la Iglesia no permanecer pasivos, sino participar
positivamente, en comunión de espíritu, de su actividad.
TESIS VIII. La Iglesia es católica. Instituida por Cristo para perpetuar y culminar su obra, la
Iglesia aúna la oración y el trabajo para que el mundo entero, en todo su ser, se transforme en
pueblo de Dios, en cuerpo del Señor y en templo del Espíritu Santo. Todo esto se lleva a cabo
bajo la autoridad de la jerarquía y la guía del Espíritu Santo.
TESIS X. La Iglesia de Cristo posee cuatro notas que la hacen exteriormente reconocible: la
unidad, la santidad, la catolicidad la apostolicidad. Están tan profundamente unidas que
resultan inseparables.
TESIS XI. Así como Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres, así también la Iglesia es el medio universal y
único de salvación. Ningún hombre puede salvarse sin pertenecer a la Iglesia, ya sea con toda la realidad, ya sea cuando
menos por su disposición profunda. (reapse vel voto)
TESIS XII. Puesto que existe un solo cuerpo de Cristo, la verdadera unidad de los cristianos
únicamente puede lograrse por ella y en ella. Aun cuando lo esencial se haya realizado, dicha
unidad no se consumará plenamente hasta que se dé la unión en esa única Iglesia de todos
aquellos que creen en Cristo e invocan su nombre.
TESIS XIII. Por ser la Iglesia el cuerpo de Cristo existe entre todos sus miembros una
unión íntima que llamamos “comunión de los santos”