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Para abordar este problema, decidió someter todas sus creencias a una duda radical y
sistemática en busca de cualquier cosa que fuera indudable.
Descartes comenzó por cuestionar la confiabilidad de los sentidos, así como ya lo hizo
previamente el filósofo presocrático Parménides, mediante su explicación de la compresión de
la realidad a través de la división de ésta en dos caminos o vías: la vía de la verdad y la vía de
las apariencias.
Parménides sostenía que la realidad verdadera contaba con ciertas características; ésta era
inmutable, eterna y única, mas no infinita, ya que eso concedería a la realidad una connotación
relativa a lo imperfecto o lo inacabado.
La physis para Parménides era sencillamente homogénea en su totalidad, por lo que, según él,
el cambio, la multiplicidad y la variación son meros acontecimientos ilusorios.
Para él, la vía de la verdad debía necesariamente basarse en la razón, la lógica (el denominado
“logos”); ya que solamente, mediante dichas cualidades el ser humano es capaz de alcanzar el
conocimiento verdadero en su totalidad.
Asumiendo esta conjetura, podemos llegar al corolario de que, cada ser pensante puede
asumir única y exclusivamente su propia existencia, mas no la del resto de individuos que lo
rodean; lo que genera una paradoja ciertamente absurda y contradictoria.
Además, si únicamente los seres pensantes son capaces de asumir su propia existencia, ¿acaso
los seres u objetos inanimados o aquellos que no cuentan con una conciencia propia no pueden
ser considerados verídicamente reales?
En primer lugar, nos encontramos con la arcaica tradición del dualismo religioso.
Dicha convicción o dogma aplicada a la conciencia humana se basa en la idea de que la mente
y el cuerpo son entidades separadas y que la mente es de naturaleza espiritual o divina, mientras
que el cuerpo pertenece al mundo material o terrenal.
Este enfoque sostiene que mente y cuerpo interactúan entre sí, pero son fundamentalmente
distintos en su esencia y origen. La conciencia no es parte del mundo físico, sino que ésta
pertenece al mundo sagrado, pertenece al alma y el alma en sí misma no pertenece a la realidad
física. Ésta posee el don de la inmortalidad, ya que es creada por un ser supremo, como Dios;
esa es su tradición, la relación entre Dios y el concepto de la eternidad.
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Al ser creada por un ente divina, el alma es poseedora igualmente de una naturaleza
sacra, siendo ésta considerada sede de la conciencia y la identidad individual.
Para Searle existe otra tradición que se opone frontalmente a este dualismo religioso
anteriormente citado, aunque tomar esta opción supone aceptar el peor de los supuestos, pues
implica asir la vía del materialismo escéptico.
Tras exponer ambas teorías que para Searle forman los dos pilares principales de la
compresión del mundo que nos rodea bajo la mirada de la sociedad actual, debemos regresar a
la consigna que nos ocupaba inicialmente: ¿qué es la realidad?, y si existiese, ¿qué podríamos
entender como “real”?
En su teoría sobre la realidad humana, Kierkegaard también acuña la idea de los “estadios de
existencia”. Estos estadios representan diferentes modos de vida y estados de la existencia
humana. Kierkegaard creía que los individuos podían moverse y variar entre dichos estadios a
lo largo de sus vidas.
Son tales los estadios existentes, que éstos se organizan niveles tales como el “estadio
estético”, caracterizado por la búsqueda del placer y la gratificación inmediata. En este estado,
las personas buscan la satisfacción de sus deseos y apetitos sensoriales. Están orientadas hacia
la experiencia estética, como la belleza, el placer y la sensualidad, mas es un estadio que
conduce a la insatisfacción y al vacío, ya que no proporciona un sentido duradero de significado
y propósito.
Para Heidegger, la existencia humana se puede dividir en dos estancias: la existencia auténtica
(eigentliches Dasein) y la existencia inauténtica (uneigentliches Dasein). La existencia
inauténtica es el estado en el que la mayoría de las personas viven, caracterizado por la
alienación, la conformidad social y la evasión de la responsabilidad existencial.
En contraste, la existencia auténtica es un estado de autenticidad en el que el individuo se
enfrenta a su propia finitud, asume la responsabilidad de sus elecciones y se relaciona
auténticamente con su propio ser y con el mundo.
Como hemos podido observar, el ser humano a lo largo de su existencia ha sido incapaz
de hallar un mismo consenso acerca de los ideales que rigen su propia existencia, así como la
propia realidad que lo rodea.
Ya que, según palabras del propio Martin Heidegger: “No tenemos ninguna relación clara,
común y simple con la realidad y con nosotros mismos. Ese es el gran problema del mundo
occidental”.