Está en la página 1de 9

TEMA 3. DEL COGITO A LA NADA.

1.- CONCIENCIA Y COGITO.


1.1.- El paradigma de la conciencia. La filosofía moderna.

Las teorías que hemos visto hasta ahora durante la Antigüedad y el Medievo han sido clasificadas
por los investigadores de la filosofía como un “paradigma ontológico” o “paradigma realista”. Si nos
fijamos en ellas, podemos apreciar cómo, independientemente de qué sea el ser y dónde se quiera situar,
este:

• Es el primer objeto de importancia, que permite conocer la realidad.


• Su comprensión es la comprensión de la verdad, y la verdad se transmite “sin filtros” a nuestros
estados mentales.

Pero para la filosofía moderna, en materia metafísica, si la realidad verdadera existe con
independencia del pensamiento, tiene que cuestionarse la idea que se tiene acerca de que la certeza (mis
estados mentales) posea el contenido de verdad.

La filosofía moderna defiende que el mundo, lo que nos rodea, tiene un carácter subjetivo. Ante
la cantidad de cosas que nos rodean, nosotros “las pensamos”, tanto lo externo (pienso en ese árbol que
puede haber delante) como lo interno (pienso sobre mis pensamientos). Para la filosofía moderna todo es
una representación mental, todo pasa por ese “filtro”, por eso no se capta lo externo inmediatamente, y
la verdad siempre queda como un “más allá” al que algunos pensarán que sí se puede acceder y otros
pensarán que no. Es con Descartes cuando la distinción entre los estados mentales y los estados de las
cosas se ve de forma clara.

1.2.- El cogito cartesiano.

René Descartes (1596 – 1650) quiere empezar desde cero el “árbol del conocimiento”, al verse
inspirado por la Revolución Científica que se estaba dando en su época, y al querer los avances que
lograban las ciencias en la filosofía. Para ello va a ver en el paradigma ontológico un problema.

Para poder hallar algo que sea verdadero, Descartes va a usar el acto de dudar como si este fuera
un método, es decir: Descartes va a poner en suspenso todo aquello que hasta ahora ha considerado como
cierto, hasta poder hallar algo que sea indudable. Aquello que sea indudable deberá ser evidente, claro,
distinto y necesario.

La duda metódica

En primer lugar va a dudar de que los sentidos puedan ser fuente fiable de conocimiento, pues
podemos percatarnos de que, lo que a una determinada distancia para nosotros tiene una forma
determinada, conforme nos vamos acercando, podría darse el caso de que su forma fuera completamente
distinta.

Esta duda podría llevarse un paso más allá, como Descartes hace, dudando de que aquello que
está viviendo y sintiendo pueda ser real, es decir: el siguiente paso de la duda es considerar que
estuviéramos soñando en lugar de estar despiertos, ya que nada nos garantizaría que esta realidad que
captamos fuese la verdadera.

24
Incluso lleva la duda hasta el punto de no confiar en que las verdades más abstractas, como las
de las matemáticas, fuesen verdaderas. Podría darse el caso, para Descartes, de que 2 + 2 realmente no
fuesen 4, sino otro número distinto.

Todos estos conocimientos falsos podrían haber sido colocados, según Descartes, en la mente por
parte de un Genio Maligno sobrenatural que haga errar a cosa hecha a los humanos.

Este método de la duda tiene una idea clara: cuando se está dudando de todo lo anterior, se está
dudando de que nuestras representaciones, nuestra certeza, por muy evidentes que puedan parecer,
no tienen por qué representar la verdad de las cosas reales. Aunque dudemos de toda la realidad, hay
algo para Descartes de lo que no podemos dudar.

El cogito

La duda alcanza todo, llegando Descartes hasta dudar de la propia duda. Pero, si nos damos
cuenta, cuando dudamos de que pueda existir la duda, estamos confirmando su existencia. Dudar es un
acto mental, al igual que pensar en general, independientemente de que aquello que pensemos sea cierto
o sea falso.

Para Descartes es indudable que, quien duda, quien piensa, tiene existencia. “Cogito ergo sum”:
Pienso, luego existo. Dudo de mis representaciones porque soy yo el que realiza las representaciones, y
aunque mi mente pueda estar engañada por el Genio Maligno, es indudable de que mi mente exista y, por
tanto, Yo.

Esta verdad es de la que Descartes va a partir para poder alcanzar otras verdades igual de claras
y evidentes. A partir de su procedimiento él encuentra que no solo “piensa, luego existe”, sino que el
“Yo” ha de ser “algo”: una “sustancia pensante” que no solo tiene una mente, sino que va acompañada
de una sustancia “finita”: un cuerpo. Pero también existe una sustancia pensante e infinita que sería
aquello que garantiza que mis representaciones (lo que capto) sean verdaderas: Dios.

25
2.- DESPUÉS DEL COGITO. EL RACIONALISMO.
2.1.- Las verdades tras el cogito.

René Descartes inauguraba un nuevo paradigma en la filosofía que tenía por tarea superar la
subjetividad de mis representaciones y la verdad del objeto externo. El francés en cuestión halla en su
método algo que se muestra con evidencia, y esto es su existencia, sea solo mental o sea también física.
Descartes garantiza la existencia del sujeto que crea representaciones, pero, ¿habría algo más que el yo
en la realidad?

En la metafísica cartesiana la primera verdad que se nos muestra evidente es clara y distinta:
“yo soy una cosa que piensa”. El Yo pensante es una sustancia, la primera de las tres que Descartes
considera que existen. La res cogitans (sustancia pensante, o “Yo”) es un tipo de información inmediata
y que se encuentra dentro de nosotros.

Pero tiene que haber, según Descartes, algo aparte del Yo que tenga existencia y que pueda ser
evidente, claro y distinto como dicha verdad. Cuando Descartes reflexiona acerca de la res cogitans,
detecta que el Yo puede realizar actos “volitivos” (acciones donde está presente la voluntad del Yo), y
que, curiosamente, estos actos tienden a una cantidad que no se puede contar.

Descartes experimenta en su pensamiento el carácter “infinito” de estas acciones, por lo que


deduce que debe existir necesariamente algo que sea “infinitamente infinito”. O lo que es lo mismo, una
“res infinita”, debido a que el propio Descartes deduce que él no puede ser algo infinito, sino que tiene
que ser necesariamente una “res extensa”, es decir: algo con extensión o algo “finito”.

Para deducir la existencia de la res extensa, o más bien para deducir Descartes que no solamente
es “una cosa que piensa”, nota que la mente también realiza acciones tales como son la imaginación o el
hecho de sentir. Este tipo de acciones o percepciones requieren de algo más que el pensamiento abstracto
y aislado. Requieren de un cuerpo que pueda transmitir información de aquello que capta al pensamiento.

El humano es entonces un conjunto del Yo (o alma, o mente) y su cuerpo. Pero, ¿cómo puedo Yo,
como “conjunto” inseparable, saber que aquello que hay fuera de mi extensión y mi pensamiento es real?
Para Descartes lo perceptible tanto externo (los objetos) como interno (mis ideas y pensamientos) es
verdadero porque está garantizado por Dios. La entidad poderosa que antes se presentaba como Genio
Maligno ahora queda completamente rechazada y reemplazada por la suma verdad y bondad, ante la
imposibilidad para Descartes de la existencia del Mal como sumamente poderoso.

Con Descartes vemos que se ha producido un cambio muy importante en la orientación de la


metafísica. En la Antigua Grecia, todos los pensadores se habían puesto a pensar en la realidad partiendo
de las cosas que nos rodean. Platón y Aristóteles, aunque diferentes, cuando se preguntaban acerca de
lo que eran verdaderamente las cosas, siempre habían construido su conocimiento tomando como base el
ser de los objetos. Pero Descartes adopta un punto de vista diferente: para él si queremos encontrar
una realidad indudable, debemos fijarnos en el sujeto que piensa. La novedad cambia por completo la
orientación del pensamiento, teniendo importantes repercusiones filosóficas.

2.2.- El racionalismo y la metafísica

La metafísica cartesiana habla de entidades existentes y evidentes: las sustancias pensante,


extensa e infinita. Habría por tanto unos principios que se situarían más allá de las representaciones
(ciertas o falsas) y que estarían antes de la existencia o que serían la propia existencia. Estos principios
son a priori o innatos. En Descartes está claro que el principio a priori sería la idea de Dios, pues es la
condición necesaria para poder conocer la realidad externa y para que ella exista.

26
La metafísica de la filosofía moderna está protagonizada principalmente por el Racionalismo
y más tarde por Immanuel Kant. Los filósofos que defiendan la importancia de la metafísica defenderán
que existe algo que trasciende la certeza de mis representaciones. Eso que trasciende forma parte de la
“realidad formal” y sería el principio o principios a priori de la realidad.

El Racionalismo defiende la existencia de unos principios innatos en la realidad y en los humanos


más concretamente, dándoles prioridad a esos principios que a lo captado por los sentidos. Dentro de
esta corriente metafísica y epistemológica tenemos al propio Descartes (1596 – 1650), a Nicolas
Malebranche (1638 – 1715), a Baruch Spinoza (1632 – 1677), a Gottfried Leibniz (1646 – 1716),
entre otros.

2.3.- La metafísica de Spinoza

Malebranche detectó en la argumentación de Descartes sobre Dios como garantía de la verdad


de las representaciones cierta circularidad, ya que Él era lo que permitía conocer las ideas sobre lo
existente, pero Dios se conocía como idea clara y distinta, no como realidad evidente. Esta problemática,
junto al papel de la divinidad y su relación con la realidad externa será tratada de una forma atípica por
Spinoza.

Spinoza defiende la existencia de Dios. Pero la idea de este (y por tanto, su realidad) es la del
Ente sumamente perfecto. Dios para Spinoza es la idea de una esencia que implica necesariamente su
existencia. El Ente absolutamente perfecto de Spinoza equivale a la Sustancia (“aquello que no necesita
de ninguna otra cosa para existir”) y solo puede haber una única Sustancia (a diferencia de Descartes,
que habla de tres).

Su postura defiende una única sustancia, infinita: Dios. Esta sustancia o esencia es la causa de
su propia existencia. Existe en ella misma, no en otra realidad. Podríamos decir que Dios sería la realidad
para Spinoza. Y que lo que “hay” en ella son los atributos.

Entendemos como atributos de Dios las características, la mente, la materia,… Lo que en otros
filósofos hemos entendido como sustancias independientes entre ellas mismas ahora son solo atributos
de Dios. La mente o la materia serían “modos” de, por ejemplo, los atributos divinos del pensamiento y
extensión. Habría infinitos atributos.

No podrían existir “otras sustancias” según Spinoza porque una “Sustancia” propiamente dicha
limitaría la existencia de Dios y, por lo tanto, sería contradictorio. El pensamiento de Spinoza choca
completamente con el pensamiento teológico de la religión cristiana, ya que si para estas últimas las
sustancias dependen de la causa primera, para Spinoza esas “sustancias” (atributos) son como
predicados acerca del Sujeto (Dios).

Spinoza y Descartes, más allá de las diferencias y objeciones a sus respectivos pensamientos,
muestran una profunda importancia por lo a priori, sea trascendente o sea inmanente. La comprensión
de esa primera realidad o de esa realidad como totalidad permite salvar el problema entre mis
representaciones y el estado de cosas para la metafísica racionalista. Pero no será hasta casi finales del
Siglo XVIII cuando Kant lleve a la metafísica a una situación más “profunda”.

27
3.- KANT Y LA NUEVA METAFÍSICA.
3.1.- El problema de la metafísica para Kant

Desde que Parménides plantea en el Siglo VI a.C. su teoría sobre el Ser, en la filosofía se han
dado todo tipo de interpretaciones metafísicas acerca de la realidad. Para algunos autores la realidad es
permanente, y para otros es cambiante. Unos mantienen que la realidad es única y otros que es múltiple.

No se deja nunca de discutir sobre la metafísica. Esto contrasta con lo que sucede en la ciencia,
donde la mayoría de los científicos están de acuerdo. La ciencia avanza sólidamente, pero la metafísica
sigue debatiendo los mismos problemas que preocupaban a Platón y Aristóteles sin encontrar respuestas
definitivas. ¿Qué le impide progresar a la metafísica? ¿No sería posible convertir la metafísica en ciencia
para salir de esta lamentable situación?

Similar a Descartes, Immanuel Kant (1724 – 1804) piensa que la metafísica y la filosofía hasta
su época no han podido definir adecuadamente aquello que quieren tratar, siendo un claro ejemplo las
múltiples ideas acerca del ser que ha habido con anterioridad. Frente a ello, la física, la matemática y
otras disciplinas tienen claro tanto aquello que tratan como el modo de tratarlo.

En primer lugar, para Kant el ser ha sido tratado como una correspondencia sin filtro entre “lo
que conocemos” y “lo que es real” durante la antigüedad. Y durante la modernidad ha sido tratado con
el filtro de “lo mental”, es decir: “lo que puede ser” solo es “lo pensable”.

Pero este paso a lo mental tiene un problema, y es que la metafísica y la filosofía no se han
encargado de autoevaluarse, es decir: no han investigado ni sus límites ni sus posibilidades, dando por
supuestas ciertas formas de trabajar y definiciones acerca del ser que podrían no ser ciertas.

3.2.- La metafísica como crítica

Por ello, para Kant, la metafísica tiene que ser, en primer lugar, una crítica de la razón. La
metafísica debe hallar su origen y sus límites. Y el modo con el que tiene que realizar su labor es
identificando aquello que permite que se dé la experiencia y el conocimiento en el sujeto.

Si conocemos, ¿cómo lo hacemos? Para Kant, necesitamos algo que permite la experiencia (algo
que nos permita captar los objetos), pero que no sea la propia experiencia y que esté antes que ella. Si la
metafísica hasta ahora era “la reflexión sobre el ser”, Kant va a defender que la metafísica sea un
pregunta tal como “¿Podemos conocer el ser en lugar de afirmarlo?”

Así, la metafísica mostraría que, para conocer, el sujeto que conoce (el Yo) posee elementos
previos a la experiencia, los cuales están presentes en su mente. Estos elementos son los que permiten
conocer aquellos objetos que se aparecen a los sentidos. Pero si nos damos cuenta, tanto lo sensible como
lo pensado guardan una relación necesaria para poder conocer.

¿Y el ser? Al defender Kant una “nueva metafísica”, aquellos problemas de los que se encargaba
la metafísica tradicional (el concepto de Persona, Dios o Mundo), deben desplazarse a un ámbito
práctico; a la ética, ya que para Kant solo tienen validez dentro de dicho ámbito al no poder demostrar
teóricamente la existencia de estos conceptos.

El “Yo” que conoce se vale de unos elementos previos a la experiencia presentes en la mente,
que le permiten establecer conceptos. Pero estos conceptos necesitan de un contenido, el cual solo se
puede obtener a partir de lo externo, de los objetos del exterior.

28
4.- EL PROBLEMA DE LA REALIDAD. HEGEL Y MARX.
4.1.- El cambio dialéctico. Hegel.

En el Siglo XIX, la concepción de la realidad como algo dinámico es un tema tratado con
profundidad en el pensamiento de G.W.F. Hegel (1770 – 1831). Para este autor, todo cuanto existe
está sometido a un proceso de cambio y transformación continua, basado en el contraste entre
elementos opuestos.

La lucha entre contrarios crea una tensión que, al resolverse, hace que la realidad evolucione en
un movimiento permanente. Hegel utilizaba el término dialéctica para describir este proceso de cambio
a partir de la lucha entre contrarios.

En la Antigüedad, “dialéctica describía el arte de conversar y discutir, defendiendo nuestras ideas


y combatiendo los puntos de vista contrarios. En el proceso de diálogo, si los interlocutores están
dispuestos a escuchar y revisar críticamente sus puntos de vista, las posiciones iniciales pueden
modificarse durante el transcurso de la conversación. Y puede ocurrir finalmente que las dos partes
lleguen a ponerse de acuerdo, alcanzando un consenso sobre el tema que se estaba discutiendo.

Al igual que sucede en una conversación, Hegel creía que la realidad y la historia evolucionan
mediante el enfrentamiento de elementos contrapuestos. Hegel denominaba tesis a la primera posición,
que se enfrenta a una posición opuesta, llamada antítesis. De la lucha entre la tesis y la antítesis puede
surgir una nueva situación, conocida como síntesis, que incluye elementos procedentes de ambas, pero
que logra superarlas resolviendo la tensión que había entre ellas.

Hegel ve que la historia no es una mera sucesión de acontecimientos, sino que tiene un desarrollo
racional. Este desarrollo es el del Espíritu (la “idea” de existir, la cual se imprime en el individuo y se
desarrolla en él a medida que se percata de la libertad tanto en él como en el resto de los individuos). A
medida que el Espíritu evoluciona, la historia y los pueblos o naciones también lo hacen. La Historia es
el despliegue del Espíritu durante el proceso de elaboración de su autoconocimiento. Y dicho desarrollo
solo se plasma en el conjunto de los individuos.

Para Hegel, el desarrollo de la historia y por ende del Espíritu, comprende una estructura lógica,
en la que aparecen proposiciones que entran en conflicto. Este conflicto, que acaba con la victoria de una
sobre la otra, es lo denominado como dialéctica. Y la dialéctica comprende tres niveles: la tesis (una
proposición determinada), la antítesis (una segunda proposición opuesta a la primera) y la síntesis (una
tercera proposición que sale victoriosa de la contradicción y que pasa a ser una nueva tesis, que recibirá
su correspondiente antítesis, y así sucesivamente). La evolución dialéctica se encamina hacia el progreso,
que Hegel interpretaba como la identificación de la realidad con lo racional.

4.2.- La dialéctica en el pensamiento de Marx

La filosofía de Marx (1818 – 1883) está muy influida por el pensamiento hegeliano. Marx
también creía que la realidad avanza mediante la contradicción entre elementos contrarios. Sin
embargo, criticaba duramente a Hegel por su carácter idealista. Según Marx, la visión del cambio
dialéctico que propone Hegel considera que la realidad evoluciona por el contraste de ideas contrarias.

Hegel era un filósofo idealista porque para él la verdadera realidad (Espíritu), es inmaterial.
Frente a esta opinión, Marx defendía el materialismo filosófico. Según Marx, la realidad es un proceso
dinámico de continuo cambio que se basa en la contradicción entre elementos materiales. La historia
avanza porque existe una tensión entre clases sociales enfrentadas. Según esta interpretación, si

29
queremos comprender la evolución dialéctica de la realidad, debemos analizar las condiciones materiales
de vida que explican la situación en la que se encuentran los seres humanos que hacen la historia.

Y el hecho de que las condiciones materiales sean las que determinan a los individuos muestra
una aportación importante que Marx realiza a la filosofía. Si bien hemos mencionado muy por encima la
“conciencia”, sumamente importante no solo para Hegel sino también para Kant, Marx sospecha de que
la conciencia sea captada voluntariamente por los individuos. La conciencia está determinada por las
relaciones de producción, y ellas a su vez están condicionadas por quien las controla.

Las relaciones de producción comprenden la interacción que existe entre la clase que controla los
medios de producción (los objetos con los que se trabaja: la materia prima, materia bruta) y clase que
aporta la fuerza de trabajo (la labor realizada). El materialismo histórico expone que estas relaciones de
producción determinan los modos de producción a lo largo de la historia, que llega hasta el modo de
producción burgués-capitalista, donde los medios de producción son poseídos por la clase dominante y la
fuerza de trabajo es ejercida por la clase oprimida.

El hecho de que la clase dominante sea quien controla los medios de producción, y por ello las
relaciones y el modo de producción se debe a la acumulación indebida que la burguesía obtiene al
comercializar el producto que surge de la fuerza de trabajo. Oponiéndose a las tesis de David Ricardo,
Marx considera que el valor del producto no equivale realmente al trabajo realizado, generándose un
valor extra en su comercialización, el cual no es devuelto al trabajador y queda en manos de quien posee
los medios de producción. Esta diferencia es la que Marx denomina “plusvalía”.

La acumulación de riqueza por parte de la clase dominante y la retención de los medios de


producción que también realizan da lugar a que las dimensiones de la sociedad estén controladas por
dicha clase. Marx diferencia entre “infraestructura” (la que condiciona todo el proceso de producción) y
la “superestructura” (el conjunto de niveles o instancias tales como el estado y la política, el derecho y
lo jurídico, la ideología: literatura, filosofía, religión, apoyadas en la base económica y que determinan la
forma de comportamiento político, jurídico, económico e ideológico).

30
5.- ¿CRISIS EN LA METAFÍSICA?
5.1.- El positivismo de Comte

Auguste Comte (1798 – 1857) se opone a Kant, al no creer que la metafísica fuera una tendencia
esencial en la naturaleza humana. Para Comte, el interés por las cuestiones metafísicas es solo una etapa
en el desarrollo de la humanidad. Comte vivió en el Siglo XIX, y como testigo que fue del avance de la
ciencia y de la técnica a través de la Revolución Industrial, creía que la ciencia puede proporcionar un
conocimiento mucho más firme y útil para la humanidad.

Los seres humanos siempre se han planteado preguntas sobre el mundo que les rodea. Los
cambios, los peligros y las incertidumbres de la vida nos impulsan a buscar respuestas a nuestras
inquietudes. Pero, según Comte, la forma en la que las personas han tratado de responder estas
preguntas ha ido variando a lo largo del tiempo. El modo en que han ido cambiando estas respuestas
puede describirse con la ley de los tres estados.

Para responder a las inquietudes, en un primer momento se parte de la creencia en dioses y seres
sobrenaturales. Este es el estado teológico, que corresponde al primer paso en la evolución espiritual de
los seres humanos.

En una segunda etapa, las personas abandonan la creencia en los dioses y tratan de explicarse la
realidad mediante razonamientos abstractos. Este es el estado metafísico, en el que la humanidad ha
vivido desde los comienzos de la filosofía en Grecia hasta la modernidad.

Sin embargo, el estado superior y más evolucionado es el tercero. En esta última etapa, la ciencia
es capaz de ofrecer respuestas claras y eficaces a nuestras preguntas. Cuando conocemos las leyes de la
naturaleza, podemos utilizarlas para mejorar nuestras condiciones de vida. Comte denomina estado
positivo a este tercer momento. Al llamarlo “positivo” pretende resaltar que se basa en un conocimiento
real, útil, efectivo, provechoso y constructivo, en contraste con lo que sucedía en los estados anteriores.

La filosofía de Comte se denomina positivismo porque hace hincapié en la importancia de superar


las etapas anteriores y alcanzar este último estado positivo. El positivismo afirma la fe en la ciencia, y
confía en que una vez alcanzado este tercer estado la humanidad podrá progresar hacia un creciente
bienestar social.

5.2.- ¿…y si en vez del ser existe la nada? El nihilismo.

El ser no es la única pregunta que tiene la metafísica. Podemos intuir cómo, desde la antigüedad,
cuando se habla del ser y se define, parece que se haga para negar la existencia o la verdad de su
contrario, o sea: la negación de la nada. Esta distinción entre el ser y la nada que hace Parménides,
aunque siempre ha estado presente en la filosofía de alguna forma, no será hasta la segunda mitad del
XIX y del Siglo XX cuando adquiera la suficiente importancia.

El nihilismo podríamos decir que es una especie de diagnóstico que se hace a la creencia acerca
de los valores y el progreso que se supone que existe en la sociedad. Históricamente sabemos que a la
Ilustración se la conoce como “El Siglo de las Luces”, y que en ella se da un progreso y una confianza en
la razón. Pero el nihilismo se preguntará si ese progreso del que hablaban los ilustrados era cierto. ¿Ese
progreso ha ido acompañado de una mejor y un avance en otros ámbitos y más concretamente en la
moral? ¿Hemos progresado moralmente tanto como tecnológicamente?

Tendríamos tres tipos de nihilismos principalmente: el de carácter epistemológico, el de carácter


moral (que niega la existencia de valores morales universales) y el metafísico (que es una negación pura

31
y simple de la realidad como la ha entendido la metafísica). Nos vamos a centrar en este último y en la
figura de uno de los principales autores que reflexionan acerca del nihilismo: Friedrich Nietzsche (1844
– 1900).

Para Nietzsche el nihilismo es una consecuencia producida por valores anteriores. El nihilismo
es la pérdida total de importancia de los valores que hasta ese momento se consideraban supremos.

Dicha pérdida comienza con “la muerte de Dios”. Esta “muerte” es el derrumbe de los valores e
ideales cristianos, dando lugar a una crisis en Europa que da alas al nihilismo: si todo aquello en lo que
se creía y se consideraba tanto verdadero como bueno ahora se descubre como falso, para Nietzsche
parece que los valores por lo que la vida se guiaba “ya no valen nada”. Y además de que aquellos no
valen nada, al eliminarse podemos comprobar que “la propia vida tampoco vale nada”.

Los valores cristianos para Nietzsche no son una solución a “tapar” esa nada, sino que contribuye
a mostrar que la vida no pueda valer nada, pues esos valores se dedican a cimentar la existencia de un
mundo más allá de este, quitándole valor a la vida en nuestro mundo. Cuando los valores cristianos son
desvelados, para Nietzsche es cuando se muestra algo más profundo y oscuro: se muestra ese abismo,
esa nada, ese sinsentido que es el mundo al no existir valores absolutos.

Ante todos esos valores falsos, Nietzsche afirma que el ser se identifica más bien con la nada, y
que la metafísica, en lugar de reflexionar y debatir acerca de esos valores falsos, ha de ser un nihilismo:
ha de rechazar aquel mundo y afirmar la importancia de este, del hombre que habita en él y de su vida.
Ante un mundo y una vida que no vale nada, es cuando el hombre la tiene que hacer valer con nuevos
valores que no estén construidos sobre falsas ficciones.

5.3.- ¿Tiene sentido el lenguaje de la metafísica?

A comienzos del Siglo XX, las ideas del filósofo austríaco Ludwig Wittgenstein (1889 – 1951)
contribuyeron decisivamente a agudizar la crisis de la metafísica. Wittgenstein estaba muy interesado
por el lenguaje. Su investigación sobre este tema le llevó a pensar que la mayor parte de los problemas
filosóficos no eran más que sinsentidos causados por un mal uso del lenguaje.

Wittgenstein trató de analizar los límites de lo que tiene sentido decir, elaborando para ello una
teoría sobre el lenguaje. Este defiende que una proposición (una frase que afirma o niega algo) solo
tiene sentido cuando se refiere a un hecho. Las únicas proposiciones que se refieren a hechos son para
Wittgenstein las de la ciencia. Estas afirmaciones pueden verificarse para determinar si son verdaderas
o falsas.

Según Wittgenstein, como las proposiciones de la metafísica no se corresponden con hechos,


estas frases no tienen sentido. No es que las grandes teorías filosóficas sean falsas, lo que sucede es que
no significan nada.

Las ideas de Wittgenstein condujeron a un grupo de pensadores a desarrollar la filosofía


neopositivista. Para el neopositivismo, el único conocimiento válido es el de la ciencia. Como la metafísica
carece de sentido, lo mejor sería abandonarla y confiar únicamente en el saber científico.

Pero Wittgenstein señalaba que había un ámbito de gran importancia que estaba al margen de lo
que se puede decir. La religión, la ética o la estética eran para él campos de gran valor, aunque en ellos
no pudiera decirse nada con sentido. Para Wittgenstein existe “lo místico”, a pesar de que no pueda
expresarse mediante el lenguaje.

32

También podría gustarte