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U na carta mensual

Dedicado a problemas espirituales y filosóficos por Manly P. Hall


Setiembre 1934 – Los Angeles, California.

Estimado amigo:
El séptimo y último departamento de la Metafísica trata de la Naturaleza de las
Relaciones Divinas y Humanas. El término teológico se aplica generalmente a la rama de la
metafísica que intenta coordinar las leyes espirituales y físicas.
El universo visible es considerado por los filósofos místicos como la sombra o el reflejo
en la materia del universo espiritual invisible. En los escritos antiguos, el universo espiritual se
denomina esfera superior, porque en él residen los principios de todas las cosas. El término
"principios" en este caso infiere no sólo la sustancia esencial o la parte espiritual de cada
naturaleza, sino también las leyes y los patrones por los que estas partes espirituales existen y se
despliegan. La antítesis del espíritu es la materia, por lo que el universo material es considerado
como una especie de suelo o tierra en la que los principios espirituales se siembran como semilla
y en la que cada uno crece según su propia ley. Así como las formas físicas de las plantas crecen
hacia el sol físico y se despliegan en y por su energía, así las disposiciones espirituales de todas
las criaturas se expanden hacia el sol espiritual, son sostenidas en y por él, y llegan a sus
perfecciones en su efusión.
Los filósofos iniciados, en armonía con este concepto de orden divino, clasificaron todo
el conocimiento en dos categorías: sagrado y profano. Definieron el aprendizaje sagrado como
conocimiento primario, y el profano como conocimiento secundario. El término "conocimiento
primario" implica un conocimiento basado en la comprensión de las causas espirituales. El
conocimiento secundario infiere la ausencia del factor espiritual. Cualquier sistema de
pensamiento que ignore el fundamento divino de la vida se dice que carece de hecho primario y
es, por tanto, secundario o profano.
El materialismo es una invención relativamente moderna de la mente humana. El
materialismo no sólo ignora, sino que de hecho niega el factor metafísico en el pensamiento y la
acción. La antigüedad estaba dedicada a sus dioses. Los príncipes de los estados antiguos
reconocían su vasallaje a ese reino divino que se extiende por todo el espacio y es absoluto en su
dominio. El mundo moderno no reconoce ninguna autoridad más allá de los pequeños
despotismos que establece y circunscribe con su pequeña visión y propósito. El hombre se ha
exiliado del imperio del espacio y se conforma con vivir sin sabiduría y morir sin esperanza.
Una de las principales funciones de la metafísica es inclinar la razón humana hacia
una consideración inteligente del lugar del hombre en el plan divino. La metafísica busca
establecer una armonía más estrecha entre la voluntad divina y la acción humana. La metafísica
no infiere una fe ciega, ni la adoración incuestionable de dioses desconocidos, sino que busca
establecer una simpatía racional entre el cielo y la tierra, una cooperación consciente e
inteligente entre el hombre y las leyes que lo rigen. Los numerosos males que afligen a la raza,
los crímenes y desastres que sufrimos, son en su mayoría atribuibles a la ausencia del factor
metafísico en la educación y la vida.
Creemos que una definición filosófica del cielo, distinta del concepto teológico
moderno, puede dar lugar a una mejor comprensión de los factores espirituales. Los teólogos,
cegados por sus credos, han llegado a considerar el cielo como un lugar distante y formal,
poblado por un género espiritual y gobernado por una deidad antropomórfica caprichosa. Este
despotismo celestial no existe en ninguna parte, excepto en la imaginación de los no iluminados.
El cielo de los sabios es el espacio mismo, un imperio inconmensurable que se extiende
por los extremos del ser. Este imperio de la Vida Universal, establecido sobre los fundamentos
inamovibles de la existencia, está poblado por una miríada de príncipes - "energías luminosas"
como las llamaban los antiguos- "dioses" como los conocían los paganos.
El cielo es el imperio de la verdad y de los hechos. Aquel que permanece en la verdad
y según los hechos, habita en el mundo celestial, pero aquel que vive en sus opiniones y
engreimientos es desterrado a las tinieblas exteriores. Hermes decía que la ley de la analogía
era la clave inestimable de los misterios divinos. Con la ayuda de esta ley los antiguos filósofos
exploraron el mundo celestial, creando una ciencia divina que conservaron en sus templos,
impartiendo sus elementos sólo a aquellos que consideraban dignos de tan noble aprendizaje.
Aunque el hombre brota como una planta de la tierra y, como la planta moribunda,
vuelve a ella de nuevo, los antiguos afirmaban que su crecimiento daba testimonio de una Energía
Divina. No es el cuerpo del hombre el que crece, es una vida que crece dentro del cuerpo la que
causa la apariencia de crecimiento. Tampoco la muerte es la muerte de esta vida, sino su
desviación de la finalidad física. El hombre permanece un poco de tiempo en la concepción de la
materia y luego, en palabras de Homero, regresa a su tierra natal perdida hace mucho tiempo:
el imperio del espíritu. ¡Qué noble es, pues, esa filosofía con la que el ser humano se prepara
para la ciudadanía universal!
El misterio de las relaciones divinas y humanas se conserva en la literatura mística de
los griegos bajo la fábula de las andanzas de Ulises. Como gran parte de la filosofía metafísica
se deriva de la teología de los griegos, es apropiado que recurramos a sus mitologías para
obtener las claves de su sabiduría espiritual. Se dice que Homero, el mayor poeta de los griegos,
era ciego, pero las tradiciones esotéricas declaran que esta ceguera significaba que Homero
había sido iniciado en los Misterios. Su vista se había vuelto hacia el interior de las cosas
externas, de modo que ya no contemplaba el mundo material, sino que miraba las verdades
espirituales.
La Ilíada y la Odisea son obras maestras de la alegoría mística. Ninguna otra obra
literaria se acerca a ellas en cuanto a riqueza simbólica. Con la excepción de un breve artículo
de Thomas Taylor, que forma un apéndice a su traducción de Porfirio, no se ha hecho ningún
intento, hasta donde podemos descubrir, de interpretar el oscuro simbolismo de la Guerra de
Troya. La ciudad de Troya, o más correctamente, Ilión, fue fundada por Ilus, el abuelo de Príamo,
el último rey de Troya. El nombre de Ilión se deriva de la palabra "Ulus", un término utilizado
antiguamente por los griegos para significar el barro, es decir, la materia primaria, mezclada
con el principio generativo fluido de la vida. Así, la ciudad de Ilión significa el fango primitivo
del que proceden todos los cuerpos materiales, y que incluso la ciencia material reconoce que
fue la fuente de la que surgieron las creaciones reptiles del mundo ante-deluviano. La Ilíada de
Homero es, pues, el relato místico del descenso de las almas humanas (los griegos) al Ulus o
lodo de la generación.
En la Ilíada, los griegos son denominados extranjeros, para indicar que representaban
los principios espirituales del hombre, que son ajenos al estado material en el que se encuentran.
Los griegos se consideraban antiguamente como de origen divino, y Homero hace uso de esta
tradición para enfatizar su punto. Los troyanos, por otra parte, son representados como en casa
en su propia ciudad, y como autóctonos de la tierra en la que vivían, mientras que los griegos
llegaron desde una gran distancia en barcos, a través de un vasto océano. Según Proclus, los
troyanos representan las sustancias, energías y leyes intrínsecas a la materia. La conquista de
Troya por parte de los griegos simboliza, por tanto, que al principio del proceso creativo la esfera
irracional o Caos (Troya) fue superada o conquistada por la razón divinamente iluminada (los
griegos).
Los ejércitos que los griegos dirigieron contra Troya estaban bajo la dirección de siete
Héroes. Estos son los dioses creadores de los antiguos mitos cosmogónicos. Tenemos paralelos
a ellos en los artífices Amonianos de los egipcios y en los Elohim de los judíos. Son las divinidades
que se mueven en las profundidades o en el Illus, conquistándolo y llevándolo a un estado de
orden, o, como dice Hesíodo, sacaron el Cosmos del Caos. El líder de los ejércitos griegos era
Agamenón, que representa al planeta Júpiter, el Archimago de las huestes celestiales, y sus
compañeros generales son las esferas restantes del antiguo sistema. Menalaus, el marido de
Helena, es la Luna, la fuente del principio generador del que Helena es el símbolo. El rapto de
Helena por parte de Paris es otra forma del mito en la que se la describe como cayendo de la
Luna en un huevo de plata.
Aquiles, el más ilustre de los guerreros con su armadura de oro, es el Sol, el San Miguel
de la cristiandad. Diomedes, segundo en gloria después de Aquiles, es Venus, que es el segundo
en luz después del Sol. Áyax, de fuerza y valor gigantescos, pero de mente lenta, es Marte. Ulises,
famoso por su estrategia y sus numerosos y excéntricos viajes, es Mercurio, el más rápido y
errático de los planetas y patrón del intelecto. Por último, el anciano Néstor, consejero y sabio
al que todos los generales acudían en busca de consejos profundos, es el antiguo Saturno, el más
viejo y sabio de los dioses.
Bajo los siete líderes o planetas se encuentran los ejércitos de almas: la hueste griega.
Son las olas de vida que se encarnan en el mundo material. Son los mortales nacidos en las
estrellas que reconocen su lealtad a sus estrellas-padre. Una vez terminada la guerra de Troya,
cada uno de estos ejércitos, bajo su propio liderazgo, regresó por un camino diferente a su propia
tierra. Los diversos recorridos de estos ejércitos representan los muchos caminos de evolución
por los que las oleadas de almas humanas regresan finalmente a su estado espiritual.
En la Odisea seguimos a Ulises, un alma heroica del orden de Mercurio, a lo largo del
curso aventurero de la evolución. Representa el alma humana que, habiendo descendido a la
materia y estableciéndose en la esfera material por medio de una acción honorable y heroica,
busca ahora mejorar y perfeccionar su condición y regresar a su padre celestial y a su reino
eterno. Ulises entra, pues, en el ciclo de las iniciaciones, representado magníficamente por sus
andanzas. Este ciclo se llama "año sagrado" o los Doce Meses de los Dioses. Está representado,
como siempre en las tradiciones mistéricas, por el paso del Sol a través de los doce signos del
Zodíaco. Así, Ulises realiza sus doce trabajos de regeneración, haciéndose merecedor a su
debido tiempo de ser restablecido en su naturaleza divina.
Es evidente, por el orden de las "pruebas", que la Odisea, en su forma actual, data de
la época en que el equinoccio de primavera tuvo lugar en el signo de Tauro y, como dice Virgilio,
"el toro del año rompió el huevo anual con sus cuernos". Las "aventuras" de la Odisea pueden,
pues, ordenarse de la siguiente manera, según el año sagrado:
TAURO: la aventura de los Lotófagos o de los Comedores de Loto. Aquí Ulises y sus
compañeros son tentados por los placeres embriagadores de los apetitos. Se les invita a olvidar
sus aspiraciones espirituales y a satisfacer sus almas con lujos terrenales. Pero Ulises, bajo el
patrocinio de Minerva, la iniciadora, rescata a sus seguidores de la ilusión y los impulsa a una
acción más noble.
GÉMINIS: La aventura de los cíclopes, o de los gigantes tuertos. Simbolizan el intelecto
inferior con su falta de perspectiva. Son los monstruos primitivos y descerebrados del instinto y
la costumbre. Ulises debe superar sus excesos irracionales, lo que consigue clavando una estaca
en el único ojo con el que ciega al demonio y escapa de vuelta a sus naves.
CÁNCER: La aventura de Eolo, el dios de los vientos. Los vientos representan aquí el
poder de la fantasía y la imaginación, por el que la nave de la vida se desvía de su curso. Esto
ocurre cuando Ulises está dormido y sus compañeros (sus instintos) se quedan sin guía espiritual.
LEO: La aventura de los Lestrigones. Se trata de una raza de gigantes que hunden las
naves de los griegos, a excepción de un barco en el que escapa Ulises. Aquí, el impulso de Leo
hacia la tiranía y la ambición se representa como una raza de inmensas fuerzas destructivas que
aterrorizan a los indefensos.
VIRGO-. La aventura con Circe, la hechicera. Circe convierte a sus víctimas en cerdos,
como Dellilah, la Virgo de los cabalistas, destruyó la fuerza de Sansón. Ella es la ilusión de la
materialidad y el poder de los sentidos. Mediante el uso de la rama sagrada "moly" que se llevaba
en los ceremoniales de iniciación, Ulises pudo vencer los encantos de Circe y rescatar a sus
compañeros (impulsos) del hechizo de la mundanidad.
LIBRA: La aventura del descenso a los infiernos. Con Libra se completa la primera
mitad del misterio zodiacal. El Sol desciende a los infiernos en el misterio del invierno. En el
Hades, Ulises contempla las recompensas del mal y se instruye en la justicia kármica de los
dioses.
ESCORPIO: La aventura con las sirenas o tentadoras. Aquí Ulises y sus compañeros
caen bajo el hechizo de las emociones carnales. Son atraídos de su rumbo por el canto mágico
del alma animal. Ulises se protege atando su cuerpo al mástil de su barco. El mástil es el principio
o la verdad, y las cuerdas que lo atan son el autocontrol.
SAGITARIO: La aventura en el juicio. Este signo es el caballo de Troya original que
contiene en su interior el ejército de pequeñas estrellas por el que la ciudad de Troya es
finalmente vencida. Las andanzas de Ulises consisten en que este intrépido marino dirige el
rumbo de su nave con seguridad entre las rocas de Escila y Caribdis. Esto representa el equilibrio
de la mente en el que los extremos del pensamiento y la acción se equilibran. El sabio debe evitar
todo exceso.
CAPRICORNIO: La aventura de la isla de Trina. Aquí, mientras Ulises duerme (es
decir, mientras el alma está oscurecida por el impulso material) sus compañeros matan algunas
de las reses sagradas del Sol. Esta es la lección de la sacralidad de toda vida. Así como las pieles
muertas del ganado se movieron sobre la tierra, así las malas acciones viven para condenarnos.
Aquí también se vence a Calipso, el instinto posesivo.
ACUARIO: La aventura de los Feacios. Representa el dominio de la razón y las Islas
Afortunadas. Aquí Ulises ve a Minerva disfrazada de doncella con una vasija de agua al hombro.
Ulises tiene la tentación de habitar en el país de los sabios y los felices, pero busca una meta aún
más elevada y sigue adelante más allá de cualquier bien que pueda alcanzarse en el mundo
material.
PISCIS: La aventura de la ira de Neptuno. En esta alegoría Neptuno representa al señor
del mundo generador, y cuando Ulises intenta ascender a los dioses que están arriba, se
representa a Neptuno intentando impedir esta huida creando tormentas de problemas materiales
para desviar al aventurero divino de su propósito.
ARIES: En este ciclo el final se alcanza en el signo de Aries. Ulises, disfrazado de
mendigo, para significar que ha desechado todos los apegos materiales, ha vuelto por fin a su
tierra. Está solo, ya que todas las actitudes y opiniones (sus compañeros mientras estaban en el
estado material) se han perdido en el camino. Ulises se revela a su hijo Telémaco, que representa
la verdad en su estado divino e incondicionado. Telémaco es el hijo de Ulises, el alma racional,
en unión con Penélope, la personificación de la Escuela de los Misterios o, como indica Homero,
la filosofía divina.
Los pretendientes de Penélope, que intentan arrebatarle el reino a su marido,
representan las corrupciones que han intentado destruir las instituciones sagradas y pervertir
las filosofías espirituales. Ulises, que regresa como hierofante de los misterios, destruye a los
pretendientes como Jesús azotó a los prestamistas desde las escaleras del templo. Así, tras una
larga lucha en el estado material, Ulises, el neófito en filosofía metafísica, logra su reencuentro
final con la sabiduría sagrada de la que partió en su ciclo de experiencias. Homero invita a todos
los estudiantes de las filosofías espirituales a seguir este curso, exclamando:
"¡Deprisa, volemos y despleguemos todas nuestras velas, para ganar nuestra querida,
nuestra largamente perdida tierra natal!"

Tuyo sinceramente

Traducido y editado por AURA

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