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HISTORIA DE ESPAÑA.

Hasta el siglo XV

1.- LA APARICIÓN DE LOS PRIMEROS POBLADORES.

El Paleolítico se inició con la aparición en África de los primeros representantes del


género “Homo” hace aproximadamente 2.5 millones de años, y finalizó con el
surgimiento de las primeras comunidades neolíticas a partir del 10000 a. C.

Durante este período tuvo lugar el proceso de evolución del ser humano hasta su
configuración actual gracias a la sucesión de distintas especies de homínidos con
distintos rasgos físicos y cognitivos: practicaban una economía depredadora basada en
la caza y la recolección, se organizaban en pequeños grupos con lazos de
consanguinidad, era nómadas y desarrollaron una industria en la que predominaban los
útiles de piedra tallada. Con el paso del tiempo se fue haciendo más compleja y diversa.

Hace 40000 años se desarrolla el Paleolítico Superior. En este período se


establece en la Península Ibérica una especie procedente del continente africano, el
Homo Sapiens, conocido como el hombre de Cromañón, que presentaba rasgos físicos y
cognitivos similares a los del ser humano actual.

Cromañones y Neandertales convivieron hasta la extinción de los primeros,


probablemente como consecuencia de su menor adaptación a las condiciones climáticas
surgidas tras el final de la última glaciación.

El Homo Sapiens llevó a cabo una rápida evolución, tanto tecnológica como
sociocultural. La alimentación se fue haciendo más diversificada, el incluir la
recolección de frutos, la pesca y el marisqueo. La industria fue cada vez más sofisticada
y complementada con instrumentos de hueso, marfil ricamente decorados, y una
organización social más compleja.

Además, desarrollaron un universo simbólico y religioso tal y como reflejan sus


rituales funerarios y la aparición de las primeras manifestaciones artísticas, entre las que
destacan las pinturas rupestres. Los restos del Paleolítico superior son abundantes en la
Península y destacan las cuevas de Nerja, en Málaga, la cueva de Parpalló en Valencia o
las cuevas de Altamira en la Cornisa Cantábrica.

Si seguimos avanzando en el tiempo, nos encontramos con el Neolítico. En este


período el ser humano protagonizó una serie de transformaciones revolucionarias, ya
que sustituyó la economía depredadora por un modelo de economía productora, gracias
a la aparición de la agricultura y la ganadería, como consecuencia de una progresiva
sedentarización de los grupos humanos. Esto facilitó un mayor dominio del entorno.

El desarrollo de la agricultura y ganadería propició el crecimiento demográfico y


una mayor especialización del trabajo. De esta forma, las sociedades se hicieron más
complejas naciendo así los primeros rasgos de jerarquización social. Desde el punto de
vista tecnológico, se sustituye la piedra tallada por la piedra pulimentada, la confección
de útiles más elaborados, el desarrollo de la industria textil (cerámica, cestería).
En la Península, la irrupción del Neolítico se produjo en torno al 4000 a. C.
gracias al contacto con otros pueblos del Mediterráneo.

2.-LAS COLONIZACIONES.

Desde comienzos del primer milenio antes de nuestra era, tuvieron lugar una serie de
colonizaciones en la Península cuyos protagonistas fueron responsables de la
introducción de la metalurgia y de la aparición de los primeros textos. Con ello se inició
la Edad de Hierro y un período conocido como la Protohistoria porque hace referencia a
los primeros testimonios escritos referidos al territorio peninsular.

A partir del año 1100 a. C. se produce la penetración en la Península de pueblos


provenientes del noreste de Europa que reciben el nombre de Indoeuropeos. Estos
pueblos presentan algunas características culturales de origen Celta.

En torno al año 900 a. C. llegaron a las costas de Andalucía los fenicios, un


pueblo procedente del Mediterráneo oriental. Su presencia en la Península ha de
relacionarse con su intensa actividad comercial y con su interés por lograr abundantes
recursos mineros existentes en la región.

Los fenicios fundaron Gadir, la actual Cádiz, así como Malaka (Málaga) o
Abdera (Adra). Desde allí establecieron intensos lazos con los pueblos hispanos, que se
vieron influidos por su presencia. Estos pueblos peninsulares aprendieron de los
fenicios la utilización del hierro y la escritura. Además, se extendieron por la Península
creencias religiosas fenicias como el curto a la diosa Astarté.

A partir del siglo VIII a. C., las distintas polis griegas iniciaron una expansión
por el mar Mediterráneo mediante la fundación de colonias (igual que habían hecho los
fenicios) en las que buscaban los recursos que escaseaban en su territorio de origen.

En el año 600 a.C., una de estas polis, Focea, creó un asentamiento en Massalia,
la actual Marsella. Desde allí establecieron una primera colonia en Emporion
(Ampurias) y una posterior en Rhodes (Rosas), ambas en la actual provincia de Gerona.

La presencia griega en la Península fue intensa, y los intercambios comerciales


con los pueblos autóctonos, abundantes. Influyeron mucho en las culturas autóctonas.

En el año 820 a. C., los fenicios fundaron Cartago en la actual Túnez. Tras la
decadencia de las ciudades fenicias, los cartagineses pasaron a controlar las rutas
comerciales del Mediterráneo occidental e incrementaron su presencia en la Península,
atraídos por su riqueza minera .

El dominio cartaginés del Mediterráneo se vio cuestionado desde el siglo III a.


C. por Roma, lo que provocó el enfrentamiento entre ambas potencias. Hubo tres
Guerras Púnicas. La Primera (264-241) los enfrentó por el control de Sicilia y se saldó
con la victoria de Roma. Cartago fue obligada a pagar cuantiosas indemnizaciones.
Quedó sumida en una profunda crisis interna. Para solucionarlo, incrementó su
presencia en la Península como medio de recobrar su estabilidad y sus ingresos
económicos.

3.- LOS PUEBLOS PRERROMANOS.

A partir del año 800 a. C. se desarrolló en la Península la Edad de Hierro, coincidiendo


con la llegada de los colonizadores indoeuropeos y mediterráneos. La llegada de estos
pueblos influyó de manera clara en la evolución de las diversas culturas autóctonas, que
alcanzaron un desarrollo notable antes de la colonización romana.

Tartesos.

A partir del 1200 a. C. se extendió por el suroeste peninsular la cultura tartésica. Su


origen se encontraría en la evolución de las culturas autóctonas del Bronce Final, si
bien, su máximo esplendor coincidió con la presencia en la zona de los colonizadores
mediterráneos, sobre todo fenicios, que la influyeron en los planos cultural, social y
político.

De esta forma, desarrollaron una escritura con clara influencia fenicia, si bien
todavía no se ha podido descifrar, e incorporaron algunos de los dioses y ritos religiosos
fenicios, así como un modelo social aristocrático también de clara influencia oriental.

Los tartesos practicaban la agricultura y la ganadería, aunque su pujanza


económica se fundamenta en la explotación minera de la plata y el cobre, así como el
control de las rutas comerciales que conducían al estaño proveniente de las islas
británicas.

La ausencia de hallazgos arqueológicos concluyentes ha contribuido a dotar a


esta cultura avanzada de un carácter enigmático. Las referencias a Tartesos en textos
griegos e incluso en la Biblia son comunes, pero todas ellas parecen responder al terreno
de la mitología. Solo el rey Argantonio parece ser un personaje histórico. Más allá, los
conocimientos de la civilización tartésica se limitan a algunos tesoros, como los de La
Aliseda, en Cáceres, o El Carambolo, en la provincia de Sevilla.

Cuando los romanos llegaron a la Península, Tartesos había desaparecido, si bien


los habitantes de la región, llamados turdetanos, evidenciaban un desarrollo superior al
de otras zonas de la Península.

Los pueblos Íberos.

Iberia es el nombre que los pueblos griegos dieron a la Península, pero el término íbero
hace referencia a un conjunto de pueblos prerromanos que se extendieron por el litoral
mediterráneo y entre los valles del Ebro y Guadalquivir.

Su origen fue el resultado de una evolución a partir de los poblamientos finales


del Neolítico, de la Edad de Cobre y de la Edad del Bronce, probablemente relacionados
con las primeras oleadas de pueblos indoeuropeos.
Pese a ser pueblos diferentes entre sí, presentaban rasgos comunes, muchos de
los cuales están relacionados con la intensa influencia que los pueblos colonizadores
mediterráneos ejercieron sobre la región. Entre ellos, estaba la religión, que incorporó
divinidades y ritos fenicios; la lengua, también influida por las lenguas orientales; un
sistema de escritura de ascendencia griega y fenicia; la jerarquización social en castas
(guerreros, sacerdotes, artesanos), o el aspecto de sus poblados amurallados, ubicados
en zonas elevadas y con calles bien delimitadas, lo que les confería un carácter urbano.
Entre ellos cabe citar Castellar de Meca en Valencia o Cástulo en Jaén. Igual de decisiva
fue la influencia oriental en sus manifestaciones artísticas, que alcanzaron una gran
calidad. Ejemplo es la Dama de Elche.

Entre los pueblos iberos más importantes destacaron los layetanos, establecidos
en Cataluña, los edetanos, propios de Valencia, o los turdetanos, que ocuparon las
tierras de los antiguos Tartesos.

Los pueblos celtíberos.

La influencia de las culturas mediterráneas fue menos en el interior de la Península,


donde resultó más determinante el influjo de los pueblos indoeuropeos de cultura
céltica. Su origen se hallaría en las culturas del Bronce Final, como la de los Campos de
Urnas en Ávila. La posterior evolución de estos pueblos hay que relacionarla con el
contacto comercial con los pueblos iberos.

Sus actividades económicas esenciales eran la ganadería y la agricultura,


mientras que la artesanía y el comercio tuvieron una implantación menor. También
desarrollaron una metalurgia del hierro.

Desde el punto de vista social, la característica principal es el carácter tribal de


los pueblos que habitaban zonas extensas en torno a núcleos de poblaciones fortificadas,
como es el caso de Numancia.

Los pueblos del norte.

Desde la costa atlántica hasta el Pirineo, habitaron diversos pueblos cuyos rasgos has de
relacionarse con las culturas de tipo céltico desarrolladas en la época a lo largo del
Occidente europeo. Se trataba de pueblos ganaderos, con escaso desarrollo cultural.
Entre estos pueblos destacan:

Lusitanos. Se establecieron en el oeste peninsular, entre los ríos Duero y Tajo.


Opusieron una feroz resistencia a la ocupación romana. Aquí destacó uno de sus
caudillos, Viriato.

Galaicos. Se establecieron en poblados fortificados, conocidos como “castros”,


compuestos por viviendas circulare con techo de paja.
Vascones. Se trata de una tribu de origen discutido sobre cuya procedencia hay
diversas hipótesis, si bien parece que compartían rasgos con el resto de pueblos de la
cornisa cantábrica.

4.- LA ÉPOCA ROMANA.

Los romanos llegaron a la Península a finales del siglo III a. C. e iniciaron un proceso
de conquista tras el que prolongó su presencia hasta el siglo V a. C. Este pueblo dejó
una profunda huella en la cultura hispana.

La primera presencia de Roma en la Península se relaciona con el estallido de la


Segunda Guerra Púnica, que se desarrolló entre el 218 y el 201 a. C. Su origen se
encuentra en la voluntad de Roma de reducir la influencia cartaginesa en Hispania. Para
ello, en el año 226 a. C. se firmó el Tratado del Ebro, que estableció en dicho río el
límite de las áreas controladas por ambas potencias.

Roma firmó una alianza con Sagunto, ciudad ibera que se ubicaba en el área de
influencia cartaginesa, lo que provocó la destrucción por parte de Cartago de la ciudad y
la intervención romana en Hispania.

El periodo romano termina con las Invasiones Bárbaras del siglo V. Fueron los
Visigodos principalmente (Vándalos, Suevos, Alanos, Bizantinos) los que llegaron a
ocupar la totalidad de la Península Ibérica formando un único reino.

En cuanto a la organización social. Los habitantes de la Península siguieron la


misma estructura social que había en el resto del Imperio.

La presencia romana en Hispania supuso la implantación de un sistema


esclavista. Durante la conquista, aquellas poblaciones que se opusieron a la ocupación
se convirtieron en esclavos, mientras que los que no mostraros resistencia no fueron
considerados ciudadanos de Roma, sino que tuvieron que pagar un tributo y contribuir
con efectivos a las legiones.

Los territorios fueron reconocidos como territorios romanos de pleno derecho


paulatinamente. En el año 74 a. C., Vespasiano promulgó el edicto por el que todas las
ciudades de Hispania pasaron a ser reconocidas como municipios latinos. Y en el 212,
Caracalla divulgó el Edicto de Caracalla, que otorgó la ciudadanía romana a todos los
habitantes libres del Imperio.

Igual que en todo el Imperio, la sociedad se dividía en honestiores, propietarios


de la tierra y hombres de negocios, y los humiliores, el resto de la población, como
campesinos y artesanos.

La romanización de Hispania.

Es el proceso de expansión de la civilización romana en los territorios conquistados Por


Roma. Este fenómeno es el resultado de la asimilación de la cultura romana por parte de
la población autóctona, principalmente de las élites sociales y también, por medio del
establecimiento de colonos romanos, sobre todo soldados desmovilizados tras las
sucesivas guerras, aunque también de civiles provenientes de la península itálica
atraídos por la riqueza del territorio peninsular.

La romanización fue consecuencia de la superioridad cultural de Roma respecto


de los pueblos colonizados, lo que llevó a una rápida asimilación de las leyes y las
costumbres romanas. Con ellos, salvo algunas zonas del norte donde la presencia
romana fue escasa, desaparecieron las lenguas y los rasgos culturales previos a la
invasión romana, y fueron sustituidos por los romanos.

Un vehículo fundamental de la romanización fue la lengua latina, incorporada


por la mayoría de la población peninsular. Además, la implantación del Derecho
Romano fue fundamental para la organización de la vida social y política de la
Península.

Otro de los aspectos fundamentales de la romanización fue la religión.


Inicialmente, el politeísmo romano convivió con los cultos preexistentes, pero tras la
proclamación del Imperio, las autoridades se preocuparon de imponer el culto al
emperador, para así cohesionar mejor el territorio.

Durante el Bajo Imperio, a partir del siglo III, se propagó, tanto por Hispania
como por el resto del Imperio, el cristianismo. En el año 313 el emperador Constantino
promulgó el Edicto de Milán por el que el cristianismo dejó de ser perseguido. El
cristianismo se convirtió en el principal elemento de la romanización cuando Teodosio
la proclamó religión oficial en el año 380 con el Edicto de Tesalónica.

Uno de los elementos más significativos de la romanización hispánica fue el


establecimiento de un sistema urbano. Los romanos ocuparon las ciudades existentes,
pero además fundaron otras muchas, entre las que destacaron Emerita Augusta (Mérida)
o Caesaraugusta (Zaragoza).

Todas ellas quedaron conectadas a través de una extensa red de carreteras o


calzadas que articularon el territorio, lo cual facilitó el comercio y el desplazamiento de
tropas y personas.

Estas ciudades fueron construidas siguiendo el modelo urbano de Roma, en el


que se establecía un trazado en cuadrícula dispuesto a partir de dos calles principales,
que se cruzaban en un espacio central en el que solía situarse el foro. La ciudad fue un
espacio idóneo para la romanización ya que en ellas se reproducía el estilo de vida
romano. De hecho, muchas ciudades fueron fundadas para acoger a veteranos de las
legiones. Dentro de las ciudades se construían edificios públicos como termas, teatros,
templos o circos.

De igual forma se implantó en las ciudades hispanas un régimen municipal


similar al romano.
Fruto de esta intensa romanización, ha quedado un importante legado artístico y
arqueológico en nuestro país: puente romano de Alcántara, Mérida, Itálica.

5.- LA PRESENCIA VISIGODA EN HISPANIA.

A partir de la crisis del siglo III (a este período se le conoce como el Bajo Imperio), el
Imperio Romano se sumió en una profunda crisis que tuvo su origen en el deterioro de
la economía debido a la disminución de los impuestos del Estado, a la reducción de los
botines de guerra tras el final de las conquistas y el retroceso del sistema de producción
esclavista.

El declive económico trajo consigo una profunda crisis social caracterizada por
el descenso demográfico, el aumento de la conflictividad e inseguridad social y el
progresivo abandono de las ciudades. De esta forma, se produjo un proceso de
ruralización de la población que anticipó el modelo social y económico de la Edad
Media: el Feudalismo.

El cristianismo tuvo una gran aceptación social y supuso la asunción por parte de
la población de unos valores nuevos, distintos a los de la religión romana.

Esta inestabilidad también se reflejó en el plano político, de modo que se


sucedieron numerosas luchas de poder, lo que se conoce como anarquía militar, que
concluyó en el 285.

La debilidad del Imperio facilitó la penetración de distintos pueblos germánicos.


Algunos de ellos llegaron acuerdos con Roma, como ocurrió con los Visigodos, pero
otros irrumpieron en el Imperio de forma violenta.

Para combatirlos, en el año 418 Roma firmó un pacto con los Visigodos, que
penetraron en Hispania y lograron expulsar a los Vándalos, que se establecieron en el
norte de África. También expulsó a los Alanos. Por el contrario, los Suevos
permanecieron en el noroeste peninsular. Como recompensa hacia los Visigodos, Roma
les permitió establecerse en el sur de la Galia, donde fundaron un reino con capital en
Tolosa, actual Toulouse.

Tras la desaparición del Imperio Romano, los Visigodos controlaron buena parte
de la Península desde su reino de Tolosa. Solo Gallaecia, donde los Suevos habían
creado un reino, el sureste estaba dominado por el Imperio Bizantino, y las montañas
cantábricas, controladas por cántabros y vascones, quedaron al margen de su dominio.

En el año 507 otro pueblo germánico, los Francos, derrotaron a los visigodos e la
batalla de Vouillé y los expulsaron de la Galia. Los Visigodos se desplazaron entonces a
Hispania donde configuraron un nuevo reino con capital en Toledo.

A finales del siglo VI, Leovigildo completó el dominio de la Península, tras


derrotar a los Suevos e incorporar las posesiones bizantinas. Así, la totalidad de
Hispania quedó bajo poder Visigodo.
Organización del reino Visigodo. Los Visigodos establecieron en la Península
un reino en el que asumieron las bases económicas, sociales y políticas del Bajo
Imperio, como la organización territorial en provincias, el colonato, una fórmula por la
que los campesinos quedaban adscritos a la tierra de un señor, o el Derecho Romano,
mezcladas con elementos de la tradición visigoda, como el carácter electivo de la
monarquía o la implantación de determinadas instituciones:

Aula Regia. Era un gabinete de notables con carácter consultivo que colaboraba
con el rey en el gobierno, promulgaba leyes y administraba justicia.

Concilios. Eran asambleas convocadas por el rey y presididas por el obispo de


Toledo. A ella acudían miembros de la nobleza y de la Iglesia y se trataban temas
políticos y religiosos.

El principal reto de los Visigodos en la Península fue imponer su autoridad


porque en realidad, los Visigodos eran una minoría (100.000) en relación con los
habitantes hispanorromanos de la Península (4.000.000). Los que les diferenciaba era la
religión. La mayoría de la población hispana era cristiana mientras que los Visigodos
eran Arrianos. Fue el rey Recaredo quien, en el III Concilio de Toledo (589), decidió
adoptar el cristianismo para facilitar la unificación religiosa y social de visigodos e
hispanorromanos.

Desde el punto de vista cultural, la presencia visigoda supuso un gran retroceso


respecto a la época romana. Aún así, destaca la figura de san Isidoro de Sevilla, que
rescató parte del legado cultural romano y llevó a cabo una recopilación de la historia
visigoda en sus “Etimologías” o en su “Historia de los Godos, Vándalos y Alanos”.

6.- LA HISPANIA MUSULMANA.

A comienzos del siglo VIII desembarcaron en la Península los musulmanes. Su


presencia se prolongó durante ocho siglos.

La ocupación musulmana del territorio peninsular ha de ser entendida como una


fase más dentro de la expansión del Islam por el Mediterráneo y Oriente Próximo. En
este caso, la conquista fue facilitada por las disputas sucesorias entre los nobles
visigodos a la muerte de Witiza, ya que uno de los pretendientes al trono solicitó apoyo
al gobernador musulmán del norte de África: Musa.

En el año 711 se produjo la invasión de tropas al mando de Tariq que derrotaron


a los Visigodos de don Rodrigo en la batalla de Guadalete. Tras ello, Musa desembarcó
con un nuevo ejército.

A partir de ahí la ocupación se realizó con facilidad gracias a la alianza con parte
de la nobleza visigoda, a la que fueron respetados sus bienes y su religión. La máxima
expresión de dicho entendimiento se vivió con el noble visigodo Teodomiro, que
conservó su poder mediante su subordinación a los musulmanes. En el año 719, solo
una franja montañosa del norte permanecía fuera del dominio islámico.
Los musulmanes siguieron su avance al norte de los Pirineos, pero fueron
derrotados por los francos en la batalla de Poitiers (732 por Carlos Martel). Esto supuso
el freno definitivo de la expansión musulmana por Europa y provocó que aumentara el
dominio efectivo de la Península, a la que llamaron Al-Ándalus.

Etapas de la evolución política de Al-Ándalus.

Emirato dependiente (711-756). Al-Ándalus quedó convertido en una provincia


dependiente del Califato Omeya de Damasco. Su capital se estableció en Córdoba.

Emirato independiente (756-929). En el año 750, los Omeyas fueron derrocados por la
familia de los Abasíes, que trasladaron la capital del califato a Bagdad. Un príncipe
Omeya huyó a Al-Ándalus, y en el 756 se proclamó Emir como Abderramán I. Con
ello, asumió la autoridad política, pero reconociendo la autoridad religiosa del Califa de
Bagdad. Los conflictos internos debilitaron el poder musulmán y permitieron la
expansión hacia el sur de los reinos cristianos. Con Abderramán II el emirato pudo
reorganizarse y recuperar algunos territorios. Además, su reinado fue un período de
esplendor económico y cultural.

Califato (929-1031). En el año 909 accedió al poder Abderramán II, quien aprovechó la
disgregación del califato abasí para proclamarse Califa, asumiendo la autoridad política
y religiosa. En las décadas siguientes, el califato cordobés se consolidó como el Estado
más importante del Mediterráneo y su capital, Córdoba, fue la principal ciudad del
Occidente europeo. Tras un período de esplendor, los conflictos internos debilitaron el
poder califal, sobre todo con Hisham II, quién delegó la autoridad en el caudillo militar
Almanzor. Sus victorias contra los cristianos lo afianzaron en el poder, pero a su
muerte, en el año 1002, el califato entró en crisis. En treinta años, nueve califas se
sucedieron en el trono hasta su desaparición en el año 1031.

Primeras Taifas (1031-1085). Tras la disgregación del califato, se crearon numerosos


reinos de taifas. Se trataba de antiguas provincias cuyos gobernadores habían adquirido
mucha autonomía. La debilidad de estos reinos favoreció la expansión de los cristianos
hacia el sur, que en ocasiones impusieron tributos (parias) a cambio de respetar su
integridad territorial. Este sistema exigía un enorme esfuerzo económico por lo que,
pese al esplendor comercial y cultural de muchos de estos reinos, fueron debilitándose.
En el año 1085, el rey de Castilla y León, Alfonso VI, conquistó Toledo, lo que provocó
la intervención de los almorávides, una tribu bereber del norte de África.

Período almorávide (1085-1147). Los almorávides eran un pueblo militar que


practicaba un Islam rigorista. Tras derrotar a Alfonso VI en la batalla de Zalaca (1086),
convirtieron Al-Ándalus en una provincia de su imperio, con capital en Marrakech. Su
dominio fue breve, debido a la oposición de la población hispano-musulmana, como
consecuencia de su radicalismo religioso, de la excesiva carga fiscal y a la presión
ejercida por otro pueblo bereber, los almohades.
Período almohade (1195-1224). La decadencia almorávide dio paso a una nueva
fragmentación de Al-Ándalus, lo que se conoce como las segundas taifas, hasta que en
el año 1195 los almohades llegaron a la Península, derrotaron a los cristianos en la
batalla de Alarcos y controlaron el territorio desde su capital establecida en Sevilla.
Finalmente, una coalición de reinos cristianos los derrotó en las Navas de Tolosa (1212)
y poco después abandonaron Al-Ándalus.

Terceras Taifas y reino de Granada (1224-1492). El debilitamiento almohade dio


paso a una nueva división de Al-Ándalus y al rápido avance cristiano por el valle del
Guadalquivir. En el año 1238, Mohamed ben Nazar fundó el reino nazarí de Granada,
que abarcaba los territorios de Granada, Almería y Málaga, así como algunas zonas de
Córdoba, Sevilla, Jaén y Cádiz. Ante la expansión cristiana, se convirtió en reino paria
de Castilla, una situación que se mantuvo hasta la conquista de Granada por parte de los
Reyes Católicos e 1492.

7.- LA FORMACIÓN DE LOS REINOS CRISTIANOS.

La ocupación musulmana de la Península no fue absoluta, sino que hubo algunas zonas
del norte que quedaron al margen de su dominio. En estas zonas concluyeron algunos
visigodos refugiados en las montañas y se mezclaron con las poblaciones preexistentes
en la zona.

Los reinos cristianos occidentales.

La zona de la cordillera Cantábrica había sido un territorio escasamente romanizado y


poco poblado durante los primeros siglos de nuestra era. Sus habitantes se terminarían
mezclando con los grupos de visigodos que huyeron de la invasión musulmana y que se
refugiaron en las montañas del norte.

El primer núcleo de resistencia cristiana surgió en la cordillera Cantábrica. Allí


tuvo lugar la batalla de Covadonga (722), en la que el noble visigodo Pelayo derrotó a
los musulmanes. La importancia de la batalla es menor pero simboliza el inicio del
proceso de resistencia en la zona asturiana.

Los sucesores de Pelayo consolidaron el dominio sobre la zona. Alfonso I


estableció la capital del reino astur en Cangas de Onís e inició la primera expansión
hacia el valle del Duero. Alfonso II trasladó la capital a Oviedo y expandió su dominio
hacia Galicia y hacia el este, donde se constituyó un territorio fronterizo que recibió el
nombre de condado de Castilla.

En la segunda mitad del siglo IX, Alfonso III aprovechó la debilidad de los
emires para ocupar los territorios hasta el río Duero. Para controlar mejor las nuevas
tierras y proteger a los campesinos que repoblaron la zona, Ordoño II trasladó la capital
a León y el reino pasó a denominarse reino de León.

Por entontes, el condado de Castilla fue adquiriendo una creciente autonomía,


sobre todo cuando Fernán González unificó los territorios y los legó a sus herederos. A
comienzos del siglo XI, Sancho III de Navarra incorporó el territorio a su reino, hasta
tras su muerte en el año 1035, su hijo se convirtió en rey de Castilla como Fernando I.

El núcleo pirenaico.

La zona pirenaica servía de frontera entre los musulmanes y los francos. El emperador
Carlomagno había establecido la Marca Hispánica, una franja fortificada que protegía su
imperio de la presencia musulmana. A partir del siglo IX, los territorios del sur de los
Pirineos fueron adquiriendo mayor autonomía, hasta llegar a convertirse en
independientes.

Navarra. En la zona occidental de los Pirineos se produjo un primer enfrentamiento


entre los vascones y los francos en la batalla de Roncesvalles (778). Poco después, y
tras una corta ocupación musulmana, Íñigo Arista fundó el reino de Pamplona con el
apoyo de la familia muladí de los Banu Qasi. En el siglo X, la dinastía Íñiga fue
sustituida por la dinastía Jimena y el reino de Pamplona consiguió expandirse por las
actuales Álava y La Rioja. La máxima extensión del reino coincidió con el reinado de
Sancho III (1000-1035) que amplió sus dominios a Aragón y Castilla. A su muerte,
dividió sus dominios entre sus hijos.

Aragón. La zona central de los Pirineos estaba dividida en tres condados, todos bajo
dominio franco: Ribagorza, Sobrarbe y Aragón. Fue el conde de Aragón, Aznar
Galíndez, quien en el siglo IX rompió su relación con los francos, unificó los tres
condados y situó la capital en Jaca, aunque pronto los condados aragoneses pasaron a
formar parte del reino de Pamplona. Tras la muerte de Sancho III de Navarra, en el año
1035, su hijo se convirtió en primer rey de Aragón como Ramiro I.

Condados catalanes. La zona oriental de los Pirineos contó con una intensa presencia de
los francos, que habían conquistado Gerona en el año 785 y Barcelona en el año 801. La
zona estaba dividida en condados, entre los que pronto destacó el condado de
Barcelona. A finales del siglo IX, Wifredo el Velloso redujo la influencia de los francos
y consiguió controlar el resto de condados catalanes y, a finales del siglo X, Borrell II
convirtió sus dominios en hereditarios y logró la independencia plena de los francos.

La expansión castellano-aragonesa.

A partir del siglo XI, los reinos cristianos aprovecharon la debilidad del califato y la
disgregación de Al-Ándalus en reinos de taifas para emprender su expansión hacia el
sur, intensificando así el proceso conocido como Reconquista.

La Hasta el siglo XI, la expansión del reino astur-leonés hacia el valle del Duero
se realizó sin apenas resistencia, ya que se trataba de una zona casi despoblada. Tras el
contraataque musulmán realizado por Almanzor, la crisis del califato permitió una
nueva expansión cristiana hacia el sur.

El proceso se intensificó con Alfonso VI rey de Castilla y León, quién anexionó


Álava, Guipúzcoa, Vizcaya y la comarca burgalesa de La Bureba antes de adentrarse al
sur del Sistema Central. En el año 1085 llevó a cabo la conquista del reino de Toledo e
impuso parias a otros reinos de taifas. Este hecho propició la llegada a la Península de
los almorávides, que derrotaron a los cristianos en la batalla de Zalaca (1086) y frenaron
su expansión hacia el sur.

Tras los reinados de Urraca I y Alfonso VII, el reino fue dividido y, durante los
siguientes años, fueron constantes los enfrentamientos entre los reyes castellanos y
leoneses. Además, reinando Alfonso VII se produjo la independencia de Portugal,
ratificada con la firma del Tratado de Zamora en 1143.

Solo tras la batalla de las Navas de Tolosa (1212) fue posible la pacificación de
Castilla y León, lo que unido a una política matrimonial propició la reunificación
definitiva de ambos reinos en la persona de Fernando III en 1230.

Durante su reinado, aprovechó la debilidad de los reinos de taifas para dominar


buena parte del valle del Guadalquivir y el reino de Murcia. Le sucedió su hijo, Alfonso
X, quién culminó el dominio del Guadalquivir con la conquista de Cádiz en 1264.
Durante su reinado, se produjeron las invasiones de los benimerines, la nueva dinastía
bereber que controlaba el norte de África, pero consiguió derrotarlos, lo que permitió el
dominio definitivo del estrecho de Gibraltar. Desde entonces, la presencia musulmana
se limitó al reino nazarí de Granada, que se extendía por el sureste de la actual
Andalucía.

La creación de la Corona de Aragón.

La expansión aragonesa hacia el sur se realizó, sobre todo, con Alfonso I, quien
confirmó su dominio del valle del Ebro con la conquista del Bajo Ebro, como hacia el
norte de los Pirineos, donde se llevó a cabo la anexión del Rosellón y la Cerdaña.

En el año 1137, el matrimonio del conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV,


con Petronila, hija del rey de Aragón, significó la unión de ambos territorios.

Su hijo, Alfonso II, fue el primer rey de la Corona de Aragón. Su ascenso al


trono coincidió con la presencia almohade e la Península, lo que frenó las campañas de
conquista hacia el sur. Esto intensificó los intereses aragoneses en las regiones francesas
de Provenza y Occitania. Pero tras la victoria en las Navas de Tolosa, se reanudó la
expansión meridional. Fue clave en esta empresa la labor de Jaime I el Conquistador,
que ocupó las islas Baleares, Castellón y Valencia.

El avance de los reinos cristianos había incrementado la rivalidad entre las


Coronas castellana y aragonesa por ello, e 1151 se firmó el Tratado de Tulidén, que
delimitó las zonas de expansión de ambos reinos. El acuerdo fue revisado e 1179 con la
firma del Tratado de Cazola, por que el Murcia le fue asignada a Castilla, y el 1244 con
el Tratado de Almizra, se fijó los límites del reino de Valencia.

La repoblación de los territorios.


La expansión de los cristianos vino acompañada de un proceso de repoblación que se
realizó con distintas fórmulas.

Marca hispánica. El sistema dominante fue la aprisio o presura, que otorgaba la


propiedad de la tierra a quien la trabajase. Se basaba en el Derecho Romano. Aquellas
personas que ponían en valor un terreno baldío, se convertía en propietario del mismo.

Aragón. En el valle del Ebro, la participación de la nobleza en la conquista determinó la


constitución de grandes dominios nobiliarios, que eran trabajados por la población
mudéjar a cambio de tributos. En Valencia y Murcia el sistema de repoblación más
habitual fue el de los repartimientos, que suponía la cesión de tierras entre quienes
hubieran participado en la conquista.

Castilla. El en valle del Duero, la repoblación se hizo mediante el sistema de presura,


mientras que al sur del Duero se siguió la fórmula de repoblación concejil, por la que las
tierras eran administradas por concejos (asamblea de vecinos de una localidad que
participaban en el gobierno de las mismas), que repartían la tierra entre campesinos
libres.

En el valle del Tajo y el Guadiana, la ocupación del territorio se realizó con la


participación de las órdenes militares de Calatrava y Alcántara que terminaron
controlando grandes extensiones de tierras, estas tierras eran trabajadas por colonos. Por
último, en el valle del Guadalquivir, fue la nobleza la que atesoró grandes posesiones
adquiridas por la fórmula del repartimiento.

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