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Hasta el siglo XV
Durante este período tuvo lugar el proceso de evolución del ser humano hasta su
configuración actual gracias a la sucesión de distintas especies de homínidos con
distintos rasgos físicos y cognitivos: practicaban una economía depredadora basada en
la caza y la recolección, se organizaban en pequeños grupos con lazos de
consanguinidad, era nómadas y desarrollaron una industria en la que predominaban los
útiles de piedra tallada. Con el paso del tiempo se fue haciendo más compleja y diversa.
El Homo Sapiens llevó a cabo una rápida evolución, tanto tecnológica como
sociocultural. La alimentación se fue haciendo más diversificada, el incluir la
recolección de frutos, la pesca y el marisqueo. La industria fue cada vez más sofisticada
y complementada con instrumentos de hueso, marfil ricamente decorados, y una
organización social más compleja.
2.-LAS COLONIZACIONES.
Desde comienzos del primer milenio antes de nuestra era, tuvieron lugar una serie de
colonizaciones en la Península cuyos protagonistas fueron responsables de la
introducción de la metalurgia y de la aparición de los primeros textos. Con ello se inició
la Edad de Hierro y un período conocido como la Protohistoria porque hace referencia a
los primeros testimonios escritos referidos al territorio peninsular.
Los fenicios fundaron Gadir, la actual Cádiz, así como Malaka (Málaga) o
Abdera (Adra). Desde allí establecieron intensos lazos con los pueblos hispanos, que se
vieron influidos por su presencia. Estos pueblos peninsulares aprendieron de los
fenicios la utilización del hierro y la escritura. Además, se extendieron por la Península
creencias religiosas fenicias como el curto a la diosa Astarté.
A partir del siglo VIII a. C., las distintas polis griegas iniciaron una expansión
por el mar Mediterráneo mediante la fundación de colonias (igual que habían hecho los
fenicios) en las que buscaban los recursos que escaseaban en su territorio de origen.
En el año 600 a.C., una de estas polis, Focea, creó un asentamiento en Massalia,
la actual Marsella. Desde allí establecieron una primera colonia en Emporion
(Ampurias) y una posterior en Rhodes (Rosas), ambas en la actual provincia de Gerona.
En el año 820 a. C., los fenicios fundaron Cartago en la actual Túnez. Tras la
decadencia de las ciudades fenicias, los cartagineses pasaron a controlar las rutas
comerciales del Mediterráneo occidental e incrementaron su presencia en la Península,
atraídos por su riqueza minera .
Tartesos.
De esta forma, desarrollaron una escritura con clara influencia fenicia, si bien
todavía no se ha podido descifrar, e incorporaron algunos de los dioses y ritos religiosos
fenicios, así como un modelo social aristocrático también de clara influencia oriental.
Iberia es el nombre que los pueblos griegos dieron a la Península, pero el término íbero
hace referencia a un conjunto de pueblos prerromanos que se extendieron por el litoral
mediterráneo y entre los valles del Ebro y Guadalquivir.
Entre los pueblos iberos más importantes destacaron los layetanos, establecidos
en Cataluña, los edetanos, propios de Valencia, o los turdetanos, que ocuparon las
tierras de los antiguos Tartesos.
Desde la costa atlántica hasta el Pirineo, habitaron diversos pueblos cuyos rasgos has de
relacionarse con las culturas de tipo céltico desarrolladas en la época a lo largo del
Occidente europeo. Se trataba de pueblos ganaderos, con escaso desarrollo cultural.
Entre estos pueblos destacan:
Los romanos llegaron a la Península a finales del siglo III a. C. e iniciaron un proceso
de conquista tras el que prolongó su presencia hasta el siglo V a. C. Este pueblo dejó
una profunda huella en la cultura hispana.
Roma firmó una alianza con Sagunto, ciudad ibera que se ubicaba en el área de
influencia cartaginesa, lo que provocó la destrucción por parte de Cartago de la ciudad y
la intervención romana en Hispania.
El periodo romano termina con las Invasiones Bárbaras del siglo V. Fueron los
Visigodos principalmente (Vándalos, Suevos, Alanos, Bizantinos) los que llegaron a
ocupar la totalidad de la Península Ibérica formando un único reino.
La romanización de Hispania.
Durante el Bajo Imperio, a partir del siglo III, se propagó, tanto por Hispania
como por el resto del Imperio, el cristianismo. En el año 313 el emperador Constantino
promulgó el Edicto de Milán por el que el cristianismo dejó de ser perseguido. El
cristianismo se convirtió en el principal elemento de la romanización cuando Teodosio
la proclamó religión oficial en el año 380 con el Edicto de Tesalónica.
A partir de la crisis del siglo III (a este período se le conoce como el Bajo Imperio), el
Imperio Romano se sumió en una profunda crisis que tuvo su origen en el deterioro de
la economía debido a la disminución de los impuestos del Estado, a la reducción de los
botines de guerra tras el final de las conquistas y el retroceso del sistema de producción
esclavista.
El declive económico trajo consigo una profunda crisis social caracterizada por
el descenso demográfico, el aumento de la conflictividad e inseguridad social y el
progresivo abandono de las ciudades. De esta forma, se produjo un proceso de
ruralización de la población que anticipó el modelo social y económico de la Edad
Media: el Feudalismo.
El cristianismo tuvo una gran aceptación social y supuso la asunción por parte de
la población de unos valores nuevos, distintos a los de la religión romana.
Para combatirlos, en el año 418 Roma firmó un pacto con los Visigodos, que
penetraron en Hispania y lograron expulsar a los Vándalos, que se establecieron en el
norte de África. También expulsó a los Alanos. Por el contrario, los Suevos
permanecieron en el noroeste peninsular. Como recompensa hacia los Visigodos, Roma
les permitió establecerse en el sur de la Galia, donde fundaron un reino con capital en
Tolosa, actual Toulouse.
Tras la desaparición del Imperio Romano, los Visigodos controlaron buena parte
de la Península desde su reino de Tolosa. Solo Gallaecia, donde los Suevos habían
creado un reino, el sureste estaba dominado por el Imperio Bizantino, y las montañas
cantábricas, controladas por cántabros y vascones, quedaron al margen de su dominio.
En el año 507 otro pueblo germánico, los Francos, derrotaron a los visigodos e la
batalla de Vouillé y los expulsaron de la Galia. Los Visigodos se desplazaron entonces a
Hispania donde configuraron un nuevo reino con capital en Toledo.
Aula Regia. Era un gabinete de notables con carácter consultivo que colaboraba
con el rey en el gobierno, promulgaba leyes y administraba justicia.
A partir de ahí la ocupación se realizó con facilidad gracias a la alianza con parte
de la nobleza visigoda, a la que fueron respetados sus bienes y su religión. La máxima
expresión de dicho entendimiento se vivió con el noble visigodo Teodomiro, que
conservó su poder mediante su subordinación a los musulmanes. En el año 719, solo
una franja montañosa del norte permanecía fuera del dominio islámico.
Los musulmanes siguieron su avance al norte de los Pirineos, pero fueron
derrotados por los francos en la batalla de Poitiers (732 por Carlos Martel). Esto supuso
el freno definitivo de la expansión musulmana por Europa y provocó que aumentara el
dominio efectivo de la Península, a la que llamaron Al-Ándalus.
Emirato independiente (756-929). En el año 750, los Omeyas fueron derrocados por la
familia de los Abasíes, que trasladaron la capital del califato a Bagdad. Un príncipe
Omeya huyó a Al-Ándalus, y en el 756 se proclamó Emir como Abderramán I. Con
ello, asumió la autoridad política, pero reconociendo la autoridad religiosa del Califa de
Bagdad. Los conflictos internos debilitaron el poder musulmán y permitieron la
expansión hacia el sur de los reinos cristianos. Con Abderramán II el emirato pudo
reorganizarse y recuperar algunos territorios. Además, su reinado fue un período de
esplendor económico y cultural.
Califato (929-1031). En el año 909 accedió al poder Abderramán II, quien aprovechó la
disgregación del califato abasí para proclamarse Califa, asumiendo la autoridad política
y religiosa. En las décadas siguientes, el califato cordobés se consolidó como el Estado
más importante del Mediterráneo y su capital, Córdoba, fue la principal ciudad del
Occidente europeo. Tras un período de esplendor, los conflictos internos debilitaron el
poder califal, sobre todo con Hisham II, quién delegó la autoridad en el caudillo militar
Almanzor. Sus victorias contra los cristianos lo afianzaron en el poder, pero a su
muerte, en el año 1002, el califato entró en crisis. En treinta años, nueve califas se
sucedieron en el trono hasta su desaparición en el año 1031.
La ocupación musulmana de la Península no fue absoluta, sino que hubo algunas zonas
del norte que quedaron al margen de su dominio. En estas zonas concluyeron algunos
visigodos refugiados en las montañas y se mezclaron con las poblaciones preexistentes
en la zona.
En la segunda mitad del siglo IX, Alfonso III aprovechó la debilidad de los
emires para ocupar los territorios hasta el río Duero. Para controlar mejor las nuevas
tierras y proteger a los campesinos que repoblaron la zona, Ordoño II trasladó la capital
a León y el reino pasó a denominarse reino de León.
El núcleo pirenaico.
La zona pirenaica servía de frontera entre los musulmanes y los francos. El emperador
Carlomagno había establecido la Marca Hispánica, una franja fortificada que protegía su
imperio de la presencia musulmana. A partir del siglo IX, los territorios del sur de los
Pirineos fueron adquiriendo mayor autonomía, hasta llegar a convertirse en
independientes.
Aragón. La zona central de los Pirineos estaba dividida en tres condados, todos bajo
dominio franco: Ribagorza, Sobrarbe y Aragón. Fue el conde de Aragón, Aznar
Galíndez, quien en el siglo IX rompió su relación con los francos, unificó los tres
condados y situó la capital en Jaca, aunque pronto los condados aragoneses pasaron a
formar parte del reino de Pamplona. Tras la muerte de Sancho III de Navarra, en el año
1035, su hijo se convirtió en primer rey de Aragón como Ramiro I.
Condados catalanes. La zona oriental de los Pirineos contó con una intensa presencia de
los francos, que habían conquistado Gerona en el año 785 y Barcelona en el año 801. La
zona estaba dividida en condados, entre los que pronto destacó el condado de
Barcelona. A finales del siglo IX, Wifredo el Velloso redujo la influencia de los francos
y consiguió controlar el resto de condados catalanes y, a finales del siglo X, Borrell II
convirtió sus dominios en hereditarios y logró la independencia plena de los francos.
La expansión castellano-aragonesa.
A partir del siglo XI, los reinos cristianos aprovecharon la debilidad del califato y la
disgregación de Al-Ándalus en reinos de taifas para emprender su expansión hacia el
sur, intensificando así el proceso conocido como Reconquista.
La Hasta el siglo XI, la expansión del reino astur-leonés hacia el valle del Duero
se realizó sin apenas resistencia, ya que se trataba de una zona casi despoblada. Tras el
contraataque musulmán realizado por Almanzor, la crisis del califato permitió una
nueva expansión cristiana hacia el sur.
Tras los reinados de Urraca I y Alfonso VII, el reino fue dividido y, durante los
siguientes años, fueron constantes los enfrentamientos entre los reyes castellanos y
leoneses. Además, reinando Alfonso VII se produjo la independencia de Portugal,
ratificada con la firma del Tratado de Zamora en 1143.
Solo tras la batalla de las Navas de Tolosa (1212) fue posible la pacificación de
Castilla y León, lo que unido a una política matrimonial propició la reunificación
definitiva de ambos reinos en la persona de Fernando III en 1230.
La expansión aragonesa hacia el sur se realizó, sobre todo, con Alfonso I, quien
confirmó su dominio del valle del Ebro con la conquista del Bajo Ebro, como hacia el
norte de los Pirineos, donde se llevó a cabo la anexión del Rosellón y la Cerdaña.