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La sensibilidad estética medieval1

De acuerdo con Umberto Eco (1997, p. 13) la Edad Media dedujo sus problemas estéticos,
en gran parte, a partir de la Antigüedad clásica; no obstante, les confirió a tales problemas un
significado nuevo, a partir del mundo que ayudó a configurar el cristianismo. Encotramos, de este
modo, que junto con la idea según la cual se ve el mundo desde la perspectiva de la trascendencia
divina, al mismo tiempo se estima que se puede vivir la sensibilidad estética en todos sus aspectos.

Desde este punto de vista habría que entender, dice Eco, el concepto de Belleza desde la
perspectiva de la Edad Media. Para un medieval la Belleza remite a una concepción inteligible; la
Belleza es, ante todo, un atributo de Dios. Es por eso, que al parecer del autor, los modernos han
tendido a sobreestimar las artes plásticas, toda vez que han perdido el sentido de la belleza
inteligible, propia del platonismo y de la Edad Media. Eco añade a este respecto, además, que la
Edad Media está lejos de aparecer como una época de negación moralista de la belleza sensible.
Por el contrario, encontramos en los místicos y en los rigoristas, quienes sienten a tal profundidad
el atractivo de los gozos sensibles que su reacción es preciesamente tender en actitud ascética
hacia lo sobrenatural.

La negación de los templos demasiado llenos de ornato y demasiado ricos en esculturas se


vive desde dentro de la polémica entre cistercienses y cartujos, desarrollada en el siglo XII. Los
ascetas y los místicos de esta centuria no desconocen (al contrario, sus descripciones vivas de los
templos suntuosos manifiestan una sensibilidad estética muy pregnante) la realidad estética;
contrariamente, lo que llega a discutirse es, ante todo, su uso para “finaliades extraculturrales”
(Eco, 1997, p. 17). Desde esta óptica, el ornato es un distractor de la oración, así como para San
Agustín, en las Confesiones (libro X) representaba también un distractor ser seducido por la belleza
de la música sagrada. Para Tomás de Aquino, tambiés es necesario evitar el uso de instrumentos
musicales en la liturgia, puesto que provoan un agudo deleite que desvían el ánimo de los
feligreses (Eco, 1997, p, 19).

Al existir cierta desconfianza hacia la belleza exterior, la Edad Media tendió a refugiarse en
la belleza de las Escrituras, así como también en el goce de los ritmos interiores del alma en estado
de gracia (Eco, 1997, p. 19). Se establece, de este modo, una distinción entre la belleza exterior y la
belleza interior, y se advierte que la belleza terrenal es fugaz y y pasajera. La celebración o culto a
la muerte, los cuerpos de los mártires, manifiestan una mentalidad en la que, por un lado, se
rescata la idea de la fugacidad de la belleza terrenal y se exalta la belleza interior, que no muere.

Desde el punto de vista de Eco, la Edad Media nunca fue capaz de fundir la categoría
metafísica de belleza con la categoría técnica del arte, de manera que “ambas constituyeron dos
mundos distintos y desprovistos de cualquier relación” (Eco, 1997, p. 23). La belleza,
experimentada por ejemplo como sentido de comunión con lo divino o con la mera alegría de vivir,
es ante todo un sentimiento medieval que no tendrá correlativo en la Modernidad; excepto si se
1
El texto corresponde a un resumen de las tesis expuestas en Umberto Eco. (1997). Arte y belleza en la
estética medieval. Traducido por Helena Lozano Miralles. Barcelona: Lumen, pp. 13-67.
hace referencia al sentimiento religioso ante la vida, propio de los románticos, que, a falta de
religión han creado el concepto de cultura y, de alguna manera, le han endilgado las características
de lo divino, en una suerte de giro teológico, tal como lo ha podido ver Gustavo Bueno en El mito
de la cultura (2013).

Para la Edad Media, si lo bello es un valor, no cabría la posibilidad de pensar en una


“belleza maldita” tal como ocurrirá más adelante en el siglo XVII. Para una mejor comprensión del
gusto medieval de lo bello, Eco remite a la figura de Suger, abad de Saint Denis (siglo XII), quien en
el plano arquitectónico e inspirado en la figura de Salomón, constructor del primer templo de
Jerusalén, pensaba que la casa de Dios deberría ser un receptáculo de belleza. Suger aprecia los
materiales preciosos: gemas, oros, desde la perspectiva de lo asombroso. Aquí calza, al mismo
tiempo, la peculiar recepción del gusto estético, desde la perspectiva de Suger de Saint Denise,
que, al mismo tiempo cabe colocar en relación con la estética tal como era percibida por los
medievales. Al respecto, señala Eco,

El paso del gozo esético al gozo del tipo místico es casi inmediato. La degustación estética
del hombre medieval no consiste, pues, en un fijarse en la autonomía del producto
artístico o de la realidad de la naturaleza, sino en un captar todas las relaciones
sobrenaturales entre el objeto y el cosmos, en advertir en la cosa concreta un reflejo
ontológico de la virtud participante de Dios (1997, p. 27).
De este modo, la belleza del arte sagrado obtiene, al mismo tiempo y como se ha dicho antes, una
función didascálica, puesto que, en relación con lo que ya había establecido el sínodo de Arras de
1025, “lo que los simples no pueden captar a través de la escritura debe serles enseñado a través
de las figuras” (Eco, 1997, p. 27). Desde esta perspectiva, se estableció que pictura est laicorum
litteratura.
Según sostiene Eco, los medievales hablaban todo el tiempo acerca de la belleza de todo el ser.
Esta idea, de orígenes platónicos se veía también relacionada con el relato del Génesis, donde se
dice que al final del sexto día de la creación Dios vio todo cuanto había hecho y le parecía bueno
“en gran manera” (Génesis 1.31). Esta es la misma perspectiva que podemos ver en el Pseudo
Dionisio, específicamente en De Divinis nominibus, donde el universo aparece como una
manifestación de la belleza de Dios. Es también, la idea ue encontramos en Escoto Erígena, quien
pensaba que el cosmos era una revelación de Dios y de su belleza inefable.

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