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La acción creadora
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La acción creadora
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Esa idea e la proporción cósmica, pareja a la belleza musical, expresada en canon matemático, se
plasmará en Boecio. Para la escuela de Chartres, sin embargo, ese orden del kósmos nace de la
fuerza ínsita en las cosas de la Naturaleza: la armonía cósmica expresa la metáfora de la idea de
perfección orgánica de una forma individual, de un organismo de la naturaleza o del arte.
Como síntesis de esa perspectiva naturalista y la concepción matemática, se desarrolla otro
elemento claramente derivado de las cosmologías pitagóricas, a saber, la teoría del homo
quadratus: el cosmos, como gran hombre y el hombre como pequeño cosmos. De ahí nace buena
parte de las alegorías medievales, pues en esa teoría, el número, como principio del universo
adopta significados simbólicos que, fundados en correspondencias numéricas, son
correspondencias estéticas (de nuevo, la "mística pitagórica del número"). Mística, matemática y
arte se unen de nuevo y se expresan en la simbología del número:
a) Ya sea del número cuatro, número gozne y resolutor: cuatro son los puntos cardinales, los
vientos principales, las fases de la luna, las estaciones, el tetraedro timaico del fuego, las notas
musicales descubiertas por los antiguos y las descubiertas por los modernos, las letras del nombre
ADAM. Es el número, como señalaba Vitrubio, el número del hombre pues "la longitud del hombre
con los brazos abiertos corresponderá a su altura dando así la base y la altura de un cuadrado.
Cuatro será el número de la perfección moral, de suerte que tetrágono será denominado el hombre
moralmente bueno" (Umberto Eco, p.51). Además esa fuerza moral del tetrágono nos recuerda que
la armonía de la honestas es alegóricamente armonía numérica y, más críticamente, proporción de
la acción correcta a la finalidad.
b) Ya sea del número cinco; porque es un "número lleno de arcanas correspondencias y la péntada
es una entidad que simboliza la perfección mística y la perfección estética" (ibidem). Cinco es el
número circular, pues siempre vuelve sobre sí (5x5=25x5=125x5=625x5...), son las esencias de las
cosas, los géneros vivientes (pájaros, peces, plantas, animales y hombre); está en las Escrituras
(Pentateuco); pero también en el hombre (baste recordar la conocidísima imagen pentagonal del
hombre de Leonardo da Vinci, creada en realizada por Villard de Honnecourt).No es extraño pues
que la mística de Hildegarda de Ebingen (con su concepción del anima symphonizans) se basa en
la simbología de las proporciones y en la fascinación misteriosa de la péntada.
Pero, al mismo tiempo que se le da gran importancia a esa regularidad matemática, a la proporción
armónica, también destacan otros dos ejes en la estética medieval: el gusto por la luz y el color
(como forma inmediata y simple de belleza) y una visión simbólico-alegórica del universo.
Desde el punto de vista de la emoción estética como enlace entre sujeto y objeto, Agustín atribuye
valor estético a las sensaciones visuales y a los valores morales (para el oído y los sentido
inferiores no se produce pulchritudo, sino suavitas). Sin embargo, Tomás de Aquino readmitirá
dentro de la dignidad estética -igual que en el pensamiento clásico- los objetos percibidos también
por el oído. Esa emoción estética pasa por el gozo experimentado al percibir la armonía sensible,
como prolongación natural del gozo físico; pero, al mismo tiempo, como una contemplación
cognoscitiva y afectiva de la recta proporcionalidad de la obra de arte, corolario de una visión
mística.
Por su parte, Witelo en De perspectiva (1270) presenta una moderna concepción interactiva del
conocimiento. Apunta cómo en la percepción de las realidades estéticas interviene no sólo la
captación intuitiva de las formas sensibles (en la que ya actúan de forma casi instantánea la
memoria, la imaginación y la razón) sino también una compleja interacción entre la multiplicidad de
esos aspectos objetivos y la actividad del sujeto, que compara y relaciona.
Incluso intenta determinar las condiciones objetivas psicológicas por las cuales las formas visuales
resultan agradables: la magnitudo, la figura o contorno o dibujo de la forma, la continuidad, la
discontinuidad, la rugosidad o la planities del cuerpo herido por la luz, la sombra que atenúa la
luminosidad demasiado viva, el juego de proporciones. Pero además señala dos principios
sumamente interesantes: la relatividad del gusto según diferentes tiempos y países, aunque -a
pesar de ese cambio de costumbres- cada persona pueda tener su propio sentido estético sombra;
y, sobre todo, "el enfoque subjetivo como medio de exacta valoración y disfrute estético de los
objetos sensibles: hay aspectos que han de verse de lejos porque tiene, por ejemplo, manchas
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desagradables; ortos de cerca, como las miniaturas, para poder notar todos los matices [...]
Distancia y proximidad son, pues, factores esenciales de una correcta visión estética, así como es
importante el eje de visión, por el que los mismos objetos parecen diferentes si se los mira ex
obliquo" (Eco, p. 105-106).
En definitiva, la estética medieval culmina en los tres aspectos que establece Tomás de Aquino -
coetáneo de Witelo-: proportio entre materia y forma del objeto artístico, ya como adecuación de la
cosa a sí misma (perfectio prima) ya como adecuación de la cosa a la propia función (perfectio
secunda), la integritas de la intención moral del hecho artístico y la claritas como verdadera
capacidad expresiva del organismo concreto para mostrarse resplandeciente y ser gozado
plenamente, sin turbación, sin esfuerzo, en paz y sosiego.
En cuanto a los elementos simbólicos que no sólo adornan, sino que sobre todo llenan de sentido
las creaciones artísticas medievales cabe recordar la función didáctica y apologética de una
determinada concepción del mundo y de la vida: el cristianismo en su forma medieval, ideológica y
políticamente.
Finalmente nace en el pensamiento medieval "una teoría sistemática [que] necesariamente
retrasada con respecto al fermento y a la tensión práctica, lleva a cumplimiento la imagen estética
del ordo político y del ordo teológico cuando éste está ya minado por mil partes: por la conciencia
nacional, por las lenguas romances, por las nuevas tecnologías, por un nuevo sentimiento místico,
por el cambio social, por la duda teorética. En un cierto momento, la Escolástica, doctrina de un
Estado universal católico del que las Summae son la constitución, las catedrales la enciclopedia, y
la Universidad de París la capital, tiene que vérselas con la poesía en romance, con Petrarca que
desprecia a los "bárbaros" de París, con nuevos fermentos hereticales, con el aflorar de textos más
o menos arcaicos, escritos en lenguas que la Edad Media había olvidado, con la nueva ciencia
experimental y cuantitativa, con distintas concepciones del individuo y de la sociedad, de lo lícito y
de lo ilícito, de la felicidad y del pecado, de la seguridad y de la inquietud; y, por lo tanto, fatalmente,
también de lo bello, de lo feo y del arte
ECO, U.
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