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Tema 1 – Doctrina Social de la Iglesia

Prof. Antonio José Palazón Cano

Tema 1
Aproximación a la Doctrina Social de la
Iglesia
En este primer tema de la asignatura nos marcamos como objetivo acercarnos al
concepto de Doctrina Social de la Iglesia (en adelante DSI) y como esta se ha desarrollado en
el tiempo. Hay una fecha clave que da origen a la DSI, es el año 1891, con la publicación de la
Encíclica1 Rerum Novarum (RN) del Papa León XIII. Con esa encíclica comienza a gestarse una
nueva reflexión en el corpus magisterial De la Iglesia, no ya desde una perspectiva dogmática,
sino abordando las situaciones concretas que el hombre se encuentra en la sociedad en la
que está viviendo, es decir, la política, la economía y las transformaciones a las que se ve
sometida la sociedad. De este modo podríamos decir que la DSI sería una reflexión moral
sobre la sociedad en su conjunto o, más acertadamente, aplicar los principios generales de la
moral (entendemos, evidentemente la moral católica) a los acontecimientos nuevos que cada
día se van presentando.
Hasta aquí, supongo que se nos plantee una primera cuestión que sería: ¿La Iglesia no
se preocupó antes de finales del siglo XIX por los problemas que realmente ocupaban y
preocupaban a la sociedad? Parece evidente que, aunque se sitúe el nacimiento de la DSI en
esa fecha concreta, la Iglesia como tal ya había reflexionado y enseñado sobre cuestiones
concretas referente a la moral social. Veamos algunos de los antecedentes principales en la
historia de la Iglesia que terminaran dando lugar a este corpus magisterial denominado
comúnmente como DSI

1. Antecedentes a la DSI
1.1. En el Nuevo Testamento (NT)
La enseñanza social nunca estuvo al margen de la vida de la Iglesia, sino que ya en sus
mismos orígenes nos encontramos una forma nueva de vida entre las comunidades de los
cristianos que suponía un choque cultural con las formas de vida de la gente en el contexto
en que nace la Iglesia, el mundo romano. Tal es así que el libro de los Hechos de los apóstoles
nos describe como era la forma de vida de la primitiva comunidad cristiana de Jerusalén:
“Todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común. Vendían sus posesiones y
haciendas y las distribuían entre todo, según las necesidades de cada uno. Unánimes y
constantes, acudían diariamente al templo, partían el pan en las casas y compartían los

1
Una encíclica es un documento del magisterio ordinario del Papa donde, generalmente, trata de dar
respuesta a situaciones concretas para el pueblo cristiano. Cuando hablamos de encíclica social entendemos
que supone una reflexión sobre algunas de las cuestiones que preocupan a la sociedad y que el Papa, como
cabeza De la Iglesia, trata de orientar a los fieles cristianos ante esas cuestiones.
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alimentos con alegría y sencillez de corazón; alababan a Dios y se ganaban el


favor de todo el pueblo” (Hch 2, 44-47b). Aparece, por tanto, una vida en común no ligada ya
a los límites de la mera familia de la carne, sino que se extendía a todos aquellos que
compartían una misma fe, de tal manera, que los bienes de unos ayudaban a socorrer las
necesidades de los otros porque las necesidades que se presentaban en algún miembro de la
comunidad eran necesidades de la comunidad, no individuales: “El grupo de los creyentes
pensaban y sentían lo mismo, y nadie consideraba como propio nada de lo que poseía, sin que
tenían en común todas las cosas” (Hch 4, 32).
Otro ejemplo más de la forma de vida de la primera comunidad cristiana es que esta
se preocupa por las viudas de la comunidad2, es decir, la comunidad les servirá de sustento a
aquellas mujeres que por haber perdido al marido no tienen modo alguno de sustento.
Recordemos aquí que en el siglo I donde nace el cristianismo, es solo el hombre el que trabaja,
y por tanto puede traer lo básico para el sostenimiento de la familia, al tiempo que tampoco
había una compensación económica a la mujer por haber enviudado como sí suceden en
nuestros tiempos con la paga de viudedad de la Seguridad Social. Esto que hemos referido de
las viudas puede ser dicho también de los que quedaban huérfanos. Por tanto, el
sostenimiento de los huérfanos y las viudas era compromiso propio de la comunidad. No
había ningún estamento social que se preocupara de esta situación. En el Imperio Romano ni
el niño ni la mujer tenían dignidad, por tanto, no eran nadie en la sociedad y mucho menos
sino tenían la referencia de un hombre. La exhortación del apóstol Santiago nos puede ayudar
a comprender como era el deber de la comunidad para con las viudas y los huérfanos: “Si uno
piensa que se comporta como un hombre religioso y no sólo no refrena su lengua, sino que
conserva pervertido su corazón, su religiosa es falsa. La religiosidad auténtica y sin tacha a los
ojos De Dios Padre consiste en socorrer a huérfanos y viudas en su tribulación y en mantenerse
incontaminado del mundo” (Sant 1, 26-27).
Para concluir este apartado vamos a presentar la Carta de San Pablo a Filemón, que
por su brevedad sería muy recomendable que todos pudieran acercarse a leerla. Este tal
Filemón era un colaborador de la misión apostólica de Pablo que había abrazado la fe en
Jesucristo, haciendo posible que otros cristianos se reunieran en su casa para las oraciones y
alabanzas3. Pablo, desde la cárcel le escribirá una carta exhortándole a vivir una fe activa:
“¡Ojalá que esa tu fe, que no es común, se vuelva activa y llegues a conocer todo el bien que
podemos realizar por Cristo!” (Film 6). ¿Qué es lo que le iba a pedir Pablo? Pues que aceptara
como hermano suyo en la fe en su casa a un tal Onésimo, que había conocido en la cárcel y
que había abrazado la fe por la predicación de Pablo en prisión. Hasta aquí podríamos decir
que todo entra dentro de la normalidad, puesto que ya hemos visto como la comunidad todo
lo tenía en común, sin embargo, lo verdaderamente difícil que se le pedirá a Filemón es que
reintegre de nuevo en su casa a este tal Onésimo que era su esclavo4 y que estaban en la

2
Cf. Hch 6, 1; 9, 39-40
3
Hasta el siglo IV no encontramos templos cristianos, sino que el lugar habitual de reunión para celebrar los
sacramentos y la oración en común eran las mismas casas de los cristianos, normalmente aquella que era más
grande teniendo la capacidad para albergar a una comunidad.
4
La esclavitud en el siglo I era la nota común en todas aquellas casas que contaban con abundancia de bienes
económicos. El esclavo no tenía ningún derecho porque no era considerado si quiera como persona, puesto
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cárcel por el delito de haberle robado a Filemón, su amo. Como vemos la


pertenencia a la comunidad cristiana suponía una nueva forma de vida, no solo a nivel
individual, sino también en cuanto a las relaciones sociales se refiere. No hay distinción en el
seno de la comunidad entre esclavos o libres, hombres o mujeres, adinerados o sin él: “Ya no
hay distinción entre judío o no judío, entre esclavo o libre, entre varón o mujer, porque todos
vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gal 3, 28).

1.2. En la tradición teológica


No seremos exhaustivos en la exposición de la tradición teológica puesto que no
pretendemos más que hacer una aproximación al pensamiento social de la Iglesia. Acabamos
de ver como aparece un nuevo orden social en la forma de vida de la primitiva comunidad
cristiana y que seguirá sosteniéndose en el tiempo. Baste recordar el martirio de San Lorenzo
en el siglo III. El emperador Valeriano había prohibido el culto cristiano de tal modo que
muchos sacerdotes y obispos fueron perseguidos y condenados a muerte, mientras que los
demás cristianos, que podían pertenecer a la nobleza, eran privados de sus bienes y exiliados
fuera del imperio. Lorenzo era diácono y tenía a su cargo la administración de los bienes de
la Iglesia. El gobernador de Roma le ordenó a Lorenzo que le entregara todos los bienes de la
Iglesia, teniendo como plazo tres días. El Papa Sixto II acababa de ser decapitado. Después de
tres días, Lorenzo se presenta ante el gobernador con los pobres que eran atendidos por la
Iglesia de Roma diciéndole que estas eran las riquezas que administraba la Iglesia. Por su
osadía fue condenado a morir en a parrillas un 10 de agosto del año 258.
1891, Leon XIII
En cuanto a la reflexión teológica se refiere es cierto que no nos encontramos con
ningún tratado específico sobre doctrina social, sin embargo, sí que nos encontramos
abundante reflexión moral que sería la raíz de la posterior DSI. Es indudable que Santo Tomás
de Aquino con su Summa Theologica está compendiando todo el saber tanto filosófico como
teológico de la antigüedad. Tendríamos que referirnos a su tratado De Iustitia, donde recoge
y sintetiza todas las tradiciones diversas que le precedieron. En este tratado una base esencial
será el libro V de la Ética de Aristóteles. El centro de la reflexión para Santo Tomás será la
justicia como virtud, haciendo una distinción entre la justicia distributiva y conmutativa. Los
siglos posteriores no harán otra cosa más que repetir estos mismos principios, pero
simplificándolos y empobreciéndonos, de tal modo que terminará dándose más importancia
a los preceptos que a la virtud, cayendo en el error de un excesivo individualismo, por un lado,
y de cosificación de la justicia conmutativa, por otro, buscando exclusivamente la igualdad,
cosa a cosa, de los bienes que se intercambian.
Así llegamos a siglo XIX donde los acontecimientos que se desarrollan en ese siglo (que
veremos con más profundidad más adelante) terminan desbordando la reflexión moral sobre
la vieja idea de justicia. Es aquí donde aparecen nuevos campos de reflexión ética, dando lugar
a lo que podemos denominar como ética social, puesto que los materiales que teníamos de
la tradición anterior se quedaban cortos ante los acontecimientos que se desarrollan en el
siglo XIX. En este siglo comienza a adquirir también gran protagonismo la figura del papado

que este es un concepto que estaba ligado a la dignidad y los esclavos no tenían dignidad. Sin embargo, el
esclavo, por su buen hacer, podía obtener la carta de libertad, condición necesaria para tener dignidad y, por
tanto, ser considerado como persona, sujeto, pues, de derechos.
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en el terreno doctrinal que, prácticamente, hasta estos momentos, se había


quedado en manos de los teólogos y moralistas. Ahora será el papado el que comience a
ejercer su labor docente basándose en los principios de la fe cristiana (la revelación),
aplicándolos a las situaciones nuevas y cambiantes que van apareciendo en cada momento.
Así pues, el surgimiento de a DSI está estrechamente vinculado al papado y en su nueva forma
de ejercer el magisterio a través de cartas encíclicas que, sin ser documentos dogmáticos, sí
que tienen la misión de orientar al pueblo de Dios ante las situaciones que se van
presentando. Es aquí donde León XIII a finales del siglo XIX hará surgir una nueva disciplina,
podríamos decirlo así, en los documentos magisteriales al que conocemos, comúnmente, con
el nombre de Doctrina Social De la Iglesia. 1891-1962
1965-2023
entre el 62-65 concilio vaticano
2. Dinamismo de la Doctrina Social de la Iglesia
Acabamos de decir que la Doctrina Social de la Iglesia tiene su origen en una sociedad
cambiante que nada tiene que ver con los siglos precedentes y sus formas de entender tanto la vida
como la sociedad. Será el Renacimiento, con el llamado giro antropocéntrico, fundamentalmente,
auspiciado por Descartes y más tarde la Ilustración con el predominio de la razón, los que harán que
los cimientos sobre los que se había instalado tanto el mundo del pensamiento, como la sociedad en
general quedaran caducos. Por último, será la Revolución Industrial la que acelerará ese proceso de
desintegración de lo antiguo, tal y como se conocía, para renacer un nuevo estilo se ser tanto
individual como en colectividad. Está claro que esto supone una gran renovación también en la Iglesia
que trata de atajar la situación con el Concilio Vaticano I (año 1870), pero que apenas había nacido
tuvo que clausurarse cuando las tropas de Garibaldi entraron en la ciudad de Roma, poniendo fin a los
viejos estados pontificios y dando lugar a la nueva nación italiana. Este hecho determinante en la
historia de la Iglesia va a suponer también una aceleración en la necesidad de repensar el mundo
presente en el que se vivía con la verdadera dificultad de adaptar la revelación cristiana a las nuevas
condiciones de vida de las gentes, al tiempo que se hace necesario delimitar lo que se ajusta a la fe
católica de aquello que se distancia de la fe en la praxis.

Este nuevo ejercicio de la Iglesia va a suponer una reinterpretación de la vida social a la luz de
los principios evangélicos, como por otra parte siempre se hizo, sobre todo en los comienzos de la
Iglesia. Sin embargo, desde los comienzos hasta prácticamente el siglo XX eran muchos los
acontecimientos que habían ido surgiendo que había supuesto no pocas transformaciones en la vida
de la Iglesia. Mientras que al comienzo aquellos que iban abrazando la fe tenían claridad de que no
podían vivir como si no hubieran hecho profesión en la fe de Jesucristo, incluso en medio de un
ambiente que invitaba justo a lo contrario de lo que les animaba la fe, después del siglo IV y sobre
todo en el siglo V, con la caída del Imperio Romano, la Iglesia comenzará a ostentar un poder terrenal,
que le hará apartarse de los orígenes, de tal modo que ahora la sociedad va a conformarse conforme
a esos criterios evangélicos e incluso serán perseguidos, como antes lo fueron los cristianos, a todos
aquellos que no estaban dispuestos a vivir según ésta determinada manera. La Revolución Francesa
en el Siglo XVIII supondrá un fuerte latigazo en el poder terrenal de la Iglesia, que tras la pérdida de
los Estados Pontificios como antes señalábamos, supondrá la salida de la esfera de poder de la Iglesia
en la conformación de los Estados y, por tanto, de la sociedad. Esta pérdida de influencia social de la
Iglesia será la ocasión que otras ideologías aprovecharán para usurpar el vacío que había supuesto la
salida de la Iglesia o del papado de los ámbitos de poder. Las nuevas ideologías imperantes
provenientes de la Modernidad ocasionarán también grandes estragos en los fieles que quedan
1) pensar la situacion
renacimiento : modernidad identificacion de errores no
revolucion francesa compatibles con la fe.
revolucion industrial Como vivir en medio de esta
sociedad
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confundidos, en no pocas ocasiones, sobre cómo actuar en la sociedad civil en la que


viven, sobre todo cuando sus principios no se rigen por los criterios cristianos de aquellos que profesan
la fe de Jesucristo. Si nos fijamos esta última etapa de la historia de la Iglesia es igual que la primera
en la que surge, una sociedad ajena al pensamiento cristiano.

Esta situación comporta que el papado tienda a transformarse para lo que verdaderamente
fue constituido, no como un poder terrenal, sino como un poder espiritual. Así el papado irá
orientando a los fieles sobre los errores que no pueden ser sostenidos por los cristianos a la vez que
el horizonte por el que los cristianos están llamados a deambular. Esto supondrá que la doctrina social
de la Iglesia no sea estática, es decir, no pretende fijar principios inamovibles, puesto que no pretende
ser dogmática en sus formulaciones, aunque en algunos casos parezca tajante en sus condenas a
determinadas ideologías o movimientos. Así pues, podemos encontrarnos que, aunque aparezca una
condena tajante a una determinada ideología o comportamiento social, sin embargo, más adelante,
puedan verse vías de diálogo o beneficios que puede llegar a aportar esa misma determinada ideología
o comportamiento. Esta situación en el magisterio social es debido, precisamente, a lo dinámico de
esta enseñanza que tiene que ver con el tiempo concreto y con las formas concretas. También, de la
misma manera que ha podido ir matizándose posicionamientos del magisterio, también se ha podido
producir una transformación en la ideología concreta o comportamientos desde sus inicios hasta
épocas posteriores. Para tratar de ejemplificar esto nos ayudamos del ejemplo que Ildefonso Camacho
nos presenta en su libro Doctrina Social de la Iglesia. Una aproximación histórica:

“Nada tan ilustrativo como los ejemplos: Aduzcamos uno, referente a la


doctrina sobre la propiedad privada. Y para ellos vamos a comparar dos
textos, uno de 1891, otro de 1981. El primero es de la Rerum Novarum. Tras
hacer la crítica de la solución propuesta por los socialistas para resolver la
cuestión social (la abolición de la propiedad privada), se concluye con el
siguiente resumen:
la doc. social es una realidad dinamica
“De todo lo cual se sigue claramente que debe rechazarse de
plano esa fantasía del socialismo de reducir a común la
propiedad privada, pues que daña a esos mismo a quienes se
pretende socorrer, repugna a los derechos naturales de los
individuos y perturba las funciones del Estado y la tranquilidad
común. Por lo tanto, cuando se plantea el problema de mejorar
la condición de las clases inferiores, se ha de tener como
fundamental el principio de que la propiedad privada ha de
conservarse inviolable” (RN 11).

Noventa años después, Juan Pablo II afirma que toda la vida socioeconómica
debe estar presidida por un principio: la prioridad del trabajo sobre el
capital. A tenor de esto se revisa la doctrina sobre la propiedad con estas
palabras:

“Los medios de producción no pueden ser poseídos contra el


trabajo, no pueden ser ni siquiera poseídos para poseer, porque
el único título legítimo para su posesión -y esto ya sea en la
forma de la propiedad privada, ya sea en la propiedad pública
o colectiva- es que sirvan al trabajo; consiguientemente, que,
sirviendo al trabajo, hagan posible la realización del primer
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1891-1965
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principio de aquel orden, que es el destino universal de los


X
bienes y el derecho a su uso común” (LE 14c)”5 Juan XXII
concilio vaticano
Después de ver los dos textos que I. Camacho, nos presenta uno podría pensar queIIse da
contradicción entre uno y otro con respecto a la propiedad privada. Sin embargo, lo que
1965-2021
verdaderamente cambia es el punto de referencia que nos permite hablar de propiedad privada.
Mientras en el primero la propiedad privada se entiendo como garante del orden social, en el segundo,
se entiende desde el prisma del trabajo. Veamos otro ejemplo que tiene que ver con lo cultural que
nos ayude a contemplar esta misma situación. La cultura no siempre se ha entendido de la misma
manera. En la antigüedad cuando algo ya no era utilizado quedaba viejo y, por tanto, podría ser
reutilizado para cualquier otra cosa. De este modo, en el siglo XVI, el mármol de las gradas del Coliseo
en Roma es utilizado para la construcción de la Basílica de San Pedro de El Vaticano. El Coliseo ya no
tenía uso y se entiende que se puede reutilizar el mármol para otro aprovechamiento. Sin embargo,
si esto lo observamos con los criterios culturales actuales esto nos puede parecer una aberración
cultural, ya que se termina expoliando una obra de arte de reconocido nivel internacional. No consiste
en contemplar los acontecimientos de la historia con criterios actuales, sino tratar de adentrarnos en
el momento concreto de los acontecimientos. Está claro, por tanto, que nosotros no vivimos hoy con
los criterios del siglo XIX que tiene lugar la revolución industrial, luego, no podemos acercarnos con
nuestros criterios, sino con los que había en el momento. Eso no solo nos permitirá acercarnos
adecuadamente a los hechos, sino que favorecerá la correcta interpretación, así como nos ayudará a
comprender algo del presente en que vivimos.

Teniendo en cuenta esto parece claro que la Iglesia, en su magisterio social, no puede decir
ahora lo mismo que decía hace un siglo, por ejemplo, sobre el capital, puesto que el capitalismo de
hace un siglo o tras la II Guerra Mundial o la llamada sociedad del bienestar actual, no tiene las mismas
formas de expresión. De este modo tendrá que señalar en cada momento las bondades del sistema,
los errores y los peligros para el ser humano. Sin embargo, los principios éticos o morales que
sostienen la enseñanza si son permanentes, de tal modo que esta enseñanza se tiene que contemplar
como un sistema articulado que solo adquiere sentido en su conjunto, tratando de contemplar cómo
hay principios que quedan subordinados a otros principios de orden superior. No se trata pues de una
moral de situación cuyos principios entre diversas situaciones no tienen por qué tener conexión
alguna, sino que la correcta interpretación del magisterio siempre es teniéndolo en cuenta en el
conjunto donde podremos comprobar como hay principios superiores que articulan todo un sistema
de principios jerárquicos, que en definitiva, no es más que tratar de responder como se puede vivir y
manifestar la fe en Jesucristo en los distintos momentos de la historia de los hombres y de cada
hombre.

Ahora pues, nos surge una pregunta, la forma correcta de darle nombre este magisterio como
sería ¿doctrina social o enseñanza social? La palabra doctrina, no suena a una realidad inamovible, ya
fijada de una manera permanente. Parece claro que no es esto lo que pretende este magisterio
eclesiástico, si bien es cierto que, prácticamente hasta finales del siglo XIX, las enseñanzas
magisteriales de la Iglesia siempre fueron doctrinales, es decir, tratar de mostrar donde se cimienta la
fe que profesa, sin embargo, con esta enseñanza más bien pretende mostrarnos, no los cimientos,
sino como vivir la fe ante determinadas situaciones, para lo cual, es necesario que tengamos claridad
donde se encuentra anclada la fe. Por tanto, podríamos decir, que este tipo de magisterio eclesiástico
se encuentra en un punto intermedio entre lo doctrinal la mera enseñanza, puesto que requiere del

5
CAMACHO, I., Doctrina Social de la Iglesia. Una aproximación histórica, San Pablo, Madrid, 1991, 3ª Ed., p. 17
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conocimiento de la doctrina de la Iglesia (lo permanente) llevándolo a lo cambiante de


las épocas y del mundo en que vivimos.

El Concilio Vaticano II y Pablo VI prefieren utilizar el término enseñanza social, sin embargo,
Juan Pablo II volvió a retomar la formulación tradicional de Doctrina Social. Personalmente, creo que
es suficiente con que tengamos en cuenta que supone una enseñanza dinámica y que no pretende
instaurar nada de forma permanente sino contemplando la realidad a la luz del Evangelio de
Jesucristo. De hecho, aunque Juan Pablo II prefiere utilizar la terminología clásica, sin embargo, la
presenta como un proceso dinámico que tiene que cumplir tres pasos, ver-juzgar-actuar, siendo esta
una exigencia para toda comunidad cristiana. Movimientos de la Iglesia como la Acción Católica,
hicieron de esto la forma habitual de vida en sus grupos.

3. Influencia del Concilio Vaticano II y periodificación de la DSI


Son varios los autores que coinciden en afirmar que la celebración del Concilio Vaticano II
(1962-1965) va a su poner un antes y un después a la hora de entender la Doctrina Social de la Iglesia.
El concilio fue convocado por el Papa San Juan XXIII a finales del año 1958, cuando apenas llevaba
unos meses como sucesor del apóstol san Pedro. Esta convocatoria sorprenderá incluso a los más
estrechos colaboradores del ministerio pretino en Roma y, por supuesto, a todos los obispos del
mundo. Conviene recordar aquí que desde el Concilio de Trento (Siglo XVI) solo se había convocado
un concilio ecuménico para toda la Iglesia universal, en el año 1870, el Concilio Vaticano I, concilio
este, que tuvo que interrumpirse porque las tropas de Garibaldi entraron en la ciudad eterna
suponiendo el fin de los Estados Pontificios, como hasta entonces se conocía. Por tanto, el Concilio
era una novedad para todos los obispos del mundo, no era algo habitual en la historia reciente de la
Iglesia. Esto también tiene una razón de ser. Los concilios, normalmente, se convocaba para salir al
frente de cuestiones doctrinales que se habrían puesto en duda o negado por parte de alguien o de
grupos concretos. Sin embargo, desde que la Iglesia salió al frente ante la herejía luterana en el siglo
XVI, prácticamente no había tenido la necesidad de poner en claro la doctrina, porque no se había
alterado nada en la vida de la Iglesia. De hecho, el Concilio Vaticano II no pretende abordar ningún
aspecto doctrinal, sino que más bien, se ha dado en llamar un concilio pastoral, es decir, la
convocatoria de San Juan XXIII tiene como referente el que la Iglesia pueda pensarse a sí misma, esto
es, cómo se ubica dentro de un mundo cambiante y cada vez más secularizado. De este modo, las
conclusiones del concilio, podríamos decir, supone una reconciliación con de la Iglesia con el mundo
nuevo en que estaba viviendo. La Iglesia había perdido toda fuerza terrenal, como ya antes
mencionábamos, sin embargo, anhelaba, ese poder o esa influencia.

El concilio, pues, supondrá situarse con lo propio que es en la sociedad en la que vive, no se
trata, por tanto, de perder identidad, sino siendo lo que es, como se sitúa en el mundo presente. La
sociedad ahora es cambiante y plural, no hay una forma única de pensar, sino que como piensa la
sociedad la Iglesia, es una más entre tantas otras que conviven y es allí donde puede aportar en ese
diálogo social, lo propio y particular de la comprensión de la realidad. De este modo, la Iglesia se siente
llamada a aportar luz ante los graves problemas que vive la humanidad, desde el mensaje de salvación
aportado por Jesucristo.

3.1. De León XIII (1891) al Concilio Vaticano II (1965)


Este periodo de tiempo contiene a cinco pontífices en la sede de San Pedro: León XIII, San Pio
X, Benedicto XV, Pío XI, Pío XII y San Juan XXIII. Como grandes acontecimientos sociales de este periodo
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destacan, por encima de los demás, las dos grandes guerras mundiales. Se caracteriza
este periodo por un duro combate de la Iglesia frente a los nuevos sistemas sociales que van tomando
cuerpo en la última parte del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. Es cierto, que, con el transcurso
del tiempo, la contundencia de las denuncias realizadas desde las enseñanzas magisteriales ha dado
la razón a la Iglesia, puesto que aquellos nuevos sistemas sociales, concluyeron con las dos grandes
guerras mundiales y totalitarismo de distinto signo político que, lejos de alcanzar la prosperidad que
prometían, terminaba convirtiéndose en un sistema ideológico cerrado donde todo aquel que no
fuera afín debía ser eliminado, fiel reflejo de esto sería el comunismo y el nazismo, como ha quedado
perfectamente constatado en la historia de Europa. Las enseñanzas del magisterio en este periodo
suponían duras condenas contra estos sistemas ideológicos nacientes e imperantes en determinados
momentos, en el fondo también encerraban una cierta nostalgia por la pérdida de la centralidad de la
Iglesia a la hora de conformar la sociedad. De este modo, podríamos decir, que las primeras encíclicas
sociales se dirigen contra alguien (Liberalismo, Socialismo, Capitalismo, Comunismo, Nacismo),
mientras que ya con el magisterio de san Juan XXIII, comienza a experimentarse un cambio de actitud,
no ya un enfrentamiento directo, sino una forma nueva de la Iglesia de posicionarse en la sociedad.
Este impulso de San Juan XXIII será lo que propicie el punto de inflexión, del que ya hemos hablado,
que supone el Concilio Vaticano II en la Doctrina Social de la Iglesia.

3.2. Del Concilio Vaticano II (1965) a Francisco (2020)


Dos grandes corrientes teológicas van a encontrarse en el trasfondo del cambio de rumbo que
supondrá el Concilio Vaticano II, nos referimos, por un lado, a la teología política occidental y, por otro
lado, a la teología de la liberación desarrollada, fundamentalmente, en los países latinoamericanos. El
Concilio va a suponer la reconciliación oficial de la Iglesia con la sociedad moderna después de los dos
últimos siglos de tensión. Lejos de vivir la confrontación antigua ahora la Iglesia va a terminar
entendiendo que está en medio de una sociedad plural donde no ejerce la influencia que tenía en
otros tiempos, lo que va a suponer un reto para seguir llevando adelante la misión que le es propia,
es decir, llevar un mensaje de salvación que no ha perdido su vigencia en medio del nuevo ordo
mundial. Esto es lo que el papa san Juan XXIII llamaba la necesidad de un “aggiornamiento” en la
Iglesia, es decir, conociendo el mundo en que se encuentra y siguiendo dando luz desde Jesucristo a
los diversos problemas sociales que amenazan nuestro mundo. Ahora la Iglesia se entiende en medio
del mundo como sacramento universal de salvación, es decir, un signo de Dios en medio del mundo;
a la vez que se concibe como pueblo de Dios, no como una forma privilegiada de pertenencia sino con
una misión concreta que realizar.

Pontífices de este nuevo periodo son San Pablo VI y San Juan Pablo II con un abundante
magisterio social, aunque no será ya tarea exclusiva de los papas, sino que también los sínodos de los
obispos y asambleas locales reflexionarán sobre estas cuestiones, aunque sea después el Papa quien
lo asuma ofreciendo un documento magisterial. Los dos últimos pontífices Benedicto XVI y Francisco
también han tenido su aportación al magisterio social. En este periodo no se tienen como contrincante
ningún sistema político en concreto, sino más bien se reflexiona sobre situaciones que forman parte
de la vida humana y de la sociedad, como por ejemplo el trabajo, el progreso o, más recientemente el
papa Francisco, sobre la ecología.

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