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Hechos

Programa No. 0356

Capítulo 2:1 - 13

Continuamos hoy nuestro estudio en el libro de los Hechos de los Apóstoles y llegamos al
capítulo 2. Pero antes de entrar en el estudio de este capítulo 2, quisiera mencionar una vez más,
cómo es que el capítulo 1 de los Hechos trae a un punto de enfoque común a los cuatro evangelios. El
evangelio según San Mateo concluye con la Resurrección. El evangelio según San Marcos concluye
con la Ascensión. El evangelio según San Lucas concluye con la Promesa del Espíritu Santo. Y el
evangelio según San Juan, termina con la Promesa de la Segunda Venida. Y el capítulo 1 de los Hechos
los junta a todos cuatro y menciona cada uno de ellos. Los cuatro evangelios desembocan por decirlo
así, en el libro de los Hechos de los apóstoles. Y los hechos constituyen un puente entre los evangelios
y las epístolas. Bien, y ahora sí vamos a entrar en nuestro estudio del capítulo 2. Este capítulo 2
podemos dividirlo en dos partes principales. Los versículos 1 hasta el 13 contienen la Venida del
Espíritu Santo. Y entonces el primer sermón dado por el apóstol Pedro en la edad de la iglesia, se
registra en los versículos 14 al 47. Leamos pues el primer versículo de este capítulo 2 de los Hechos:

Hechos 2:1 “. . . Pentecostés, estaban todos unánimes juntos.”

Las palabras, “Cuando llegó el día” pueden ser traducidas: “Cuando se cumplió el día.” Cuando
el día de Pentecostés se cumplió, estaban todos unánimes, juntos.

El día de Pentecostés debía celebrarse cincuenta días después de la fiesta de las primicias. Usted
recordará que en nuestro estudio del libro de Levítico aprendimos que la fiesta de las primicias
hablaba de la resurrección de Jesucristo. Y el apóstol Pablo en su primera carta a los Corintios capítulo
15, versículo 23 dice: “Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida.” La pascua en
cambio habla de la muerte de Jesucristo. El apóstol Pablo una vez más en su primera carta a los
Corintios capítulo 5, versículo 7 dice: “. . .porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por
nosotros.”

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La Pascua se ha cumplido en la muerte de Cristo. La fiesta de las primicias se ha cumplido en la


resurrección de Cristo. Todo esto entonces, nos da la impresión de que la fiesta de Pentecostés aquí
representa algo; es decir, que es el cumplimiento de algo. Y ¡lo es! Es el día en que nació la Iglesia, el
día cuando la Iglesia llegó a existir.

La expresión “cuando llegó el día de Pentecostés,” o cuando se cumplió, significa que éste era
el cumplimiento del designio y propósito para el cual fue dado originalmente. En Pentecostés debía
haber una ofrenda de nuevo grano al Señor, y ésta debía ser ofrecida en dos panes de flor de harina
cocidos con levadura, como lo vimos en el capítulo 23 de Levítico. Esto debía representar el principio
y el origen de la Iglesia. Esta fiesta hablaba de la venida del Espíritu Santo para un ministerio muy
particular, para tomar del mundo el cuerpo de Cristo, la Iglesia.

Cinco minutos antes del día de Pentecostés no había la Iglesia. Cinco minutos después que el
Espíritu Santo vino en el día de Pentecostés, ya existía la Iglesia. En otras palabras, lo que Belén fue
para el nacimiento de Cristo, Pentecostés y Jerusalén fueron para la venida del Espíritu Santo. El
Espíritu comenzó a bautizar a los creyentes. Esto significa que los hizo parte del cuerpo de Cristo,
identificándolos con Cristo como Su cuerpo acá en la tierra. El apóstol Pablo en su primera carta a los
Corintios capítulo 12, versículo 13 explica: “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un
cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu.”

El Espíritu Santo comenzó a hacer una obra en el día de Pentecostés. El día de Pentecostés se
cumplió con este evento. La expresión “Cuando llegó,” no quiere decir que fue a las 12, ni a las 7 de la
mañana, ni a las 2 de la tarde. Significa que se cumplió. Veamos ahora el versículo 2 de este capítulo
2 de los Hechos:

Hechos 2:2 “. . . llenó toda la casa donde estaban sentados.”

Permítanos ahora dirigir su atención hacia algo que consideramos muy importante. Cuando el
Espíritu Santo vino, no fue en forma visible. Sin embargo, dio a conocer Su presencia de dos maneras.

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Hizo llamamiento a dos de las vías mediante las cuales el género humano recibe su conocimiento.
Adquirimos la mayor parte de nuestro conocimiento por la vía del oído y por la vía del ojo. Oímos y
vemos. Pues bien, el Espíritu Santo hizo uso de ambas vías.

“. . .vino del cielo un estruendo como de un viento.” Este ruido llenó toda la casa donde estaban
sentados. Lo percibieron por la vía del oído. Y quisiéramos hablar más en cuanto a esto porque
muchos lo han pasado por alto. No fue ningún viento. Fue un estruendo como de un viento. Tenía el
ruido de un huracán o de un tornado. No fue como el ruido de la brisa que sopla suavemente por la
copa de los árboles. Fue un ruido como de un tornado, y creemos que toda la ciudad de Jerusalén lo
pudo escuchar.

Una señorita que pasó por la experiencia de un tornado que no destruyó su casa, pero la
destrucción llegó cerca, hasta sólo dos cuadras de su casa, le escribía a una amiga y le contaba lo
siguiente: “Lo primero que notamos fue un ruido como de mil trenes de carga llegando al pueblo.”
Amigo oyente, ese fue un viento recio que sopló en realidad. Y ese fue su ruido. Y fue esa misma clase
de ruido que oyeron en el día de Pentecostés. Leamos ahora el versículo 3 de este capítulo 2 de los
Hechos:

Hechos 2:3 “. . . asentándose sobre cada uno de ellos.”

Una vez más permítanos dirigir su atención hacia algo importante. Note usted que las lenguas
eran como de fuego. No eran fuego, sino que eran como de fuego. Quizás una mejor traducción para
este versículo sería: “Se les aparecieron unas lenguas como de fuego, que dividiéndose se posaron
sobre cada uno de ellos.” Esto llamó la atención por medio de la vía del ojo. Por tanto, en aquel día
de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo vino a la Iglesia, bautizándolos al cuerpo de Cristo, hubo un
llamamiento al oído y al ojo.

Esto no debe ser confundido con el bautismo de fuego. El bautismo de fuego es el juicio que
todavía ha de venir. En el libro de Apocalipsis vemos la ira de Dios que descendió del cielo, fuego del

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cielo. Ese será el bautismo de fuego. Si los hombres no reciben el bautismo del Espíritu Santo,
entonces tendrán que experimentar el bautismo del fuego que es juicio. El bautismo de fuego es sólo
para aquellos que han rechazado a Jesucristo. Porque el fuego, es juicio. El fuego consume. Pero,
ese fuego es algo todavía venidero, en el futuro. El Espíritu Santo vino, no en fuego, sino como de
fuego, a fin de que los hombres pudieran ver. Continuemos ahora con el versículo 4 de este capítulo
2 de los Hechos:

Hechos 2:4 “. . . Espíritu les daba que hablasen.”

Este versículo dice que ellos fueron llenos del Espíritu Santo. Ahora, alguien dudará el hecho de
que hemos estado diciendo que fueron bautizados con el Espíritu Santo. ¿Fueron de veras
bautizados? Creemos que sí. El Señor Jesús les dijo que así lo serían. Dice allá en el capítulo 1 de este
libro de los Hechos, versículo 4 y 5: “Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino
que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. Porque Juan ciertamente bautizó
con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días.” El mismo
hecho de que fueron llenos del Espíritu Santo indica que todos los otros ministerios del Espíritu Santo
a los creyentes habían sido realizados.

En primer lugar, debe haber una regeneración. Un hombre tiene que nacer de nuevo. Allá en el
evangelio según San Juan, capítulo 3, versículo 5, Jesús respondió: “. . . De cierto, de cierto te digo, que
el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.” En el momento del
renacimiento, el Espíritu de Dios viene a morar en el creyente. Dice el apóstol Pablo en su carta a los
Romanos, capítulo 8, versículo 9: “Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que
el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él.”

La morada del Espíritu de Dios sella al creyente en una relación eterna con Dios. El apóstol Pablo
en su carta a los Efesios, capítulo 1, versículos 13 y 14 dice: “En él también vosotros, habiendo oído la
palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el

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Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión
adquirida, para alabanza de su gloria.” Y una vez más en el capítulo 4 de la misma carta a los Efesios,
versículo 30 dice: “Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la
redención.” Ahora es posible contristar al Espíritu Santo de Dios, pero no es posible contristarlo hasta
el punto de que salga de uno. El Espíritu de Dios sella al creyente para el día de la redención. Nunca
se nos manda a pedir el sello del Espíritu Santo. Eso es algo que Dios hace “habiendo creído nosotros
en El.” La fe en Jesucristo nos da el sello del Espíritu Santo para el día de la redención.

El bautismo del Espíritu Santo fue predicho por Juan el Bautista en el capítulo 3 del evangelio
según San Lucas, versículo 16, y fue repetido por el Señor Jesús como vimos allá en el capítulo 1 de
los Hechos, versículo 5: “Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados
con el Espíritu Santo dentro de no muchos días.” Este bautismo tuvo lugar en el día de Pentecostés.
Puso a los creyentes en el cuerpo de Jesucristo. Señaló el principio de la Iglesia. Desde ese día en
adelante, todo creyente en el Señor Jesucristo es puesto en el cuerpo de Cristo por el bautismo del
Espíritu Santo. Como dice el apóstol Pablo en su primera carta a los Corintios, capítulo 12, versículo
13: “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean
esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu.”

Ahora, la plenitud del Espíritu Santo también tuvo lugar en el día de Pentecostés. Note usted
que dice aquí en el versículo 4: “Y fueron todos llenos del Espíritu Santo.” Esta plenitud del Espíritu
Santo fue para servicio. La experiencia del día de Pentecostés resultó de la plenitud del Espíritu Santo.
Hoy ocurre lo mismo. La plenitud del Espíritu Santo es para servicio. Esta es la única obra del Espíritu
Santo que debemos pedir. Se nos manda a ser llenos del Espíritu Santo, como dice el apóstol Pablo
en su carta a los Efesios, capítulo 5, versículo 18: “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución;
antes bien sed llenos del Espíritu.” Note usted que antes de Pentecostés los creyentes clamaban por
esta plenitud del Espíritu. En el capítulo 1 de los Hechos, versículo 14 leímos: “Todos éstos

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perseveraban unánimes en oración y ruego.” Ahora, ¿De qué trataría su ruego? Pues, de la promesa
del Señor Jesús que les enviaría el Espíritu Santo.

El bautismo del Espíritu Santo no es un mandamiento que nos es dado. No es una experiencia.
Es un hecho de Dios por medio del cual el Espíritu Santo viene a morar en el creyente en Jesucristo,
sellándolo para el día de la redención, y poniéndolo en el cuerpo de Cristo mediante Su bautismo.
Ahora, la plenitud del Espíritu de Dios, le capacita para servicio. Se nos manda pues a ser llenos del
Espíritu Santo.

Después de que fueron llenos del Espíritu Santo, dice el versículo 4 de este capítulo 2 de los
Hechos, que: “comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen.”

Ahora estas “. . . otras lenguas. . .” no eran lenguas desconocidas. Había muchas lenguas
habladas por los judíos en todas partes del Imperio Romano. Estos adoradores habían venido de las
diferentes partes del Imperio Romano para la fiesta de Pentecostés. Recuerde que a todos los varones
judíos se les requería ir a Jerusalén para la celebración de tres de las fiestas. Estaban pues, en
Jerusalén por eso, y muchos de éstos no podían hablar hebreo.

Ahora, esto no es extraño. Hay muchos judíos en nuestros países hoy en día, que tampoco
pueden hablar hebreo. Por muchos años fue un idioma casi sin uso. Ahora, hoy en Israel, el hebreo se
habla nuevamente.

Ahora, escuche bien lo que vamos a decir, amigo oyente. El día de Pentecostés no puede ser
duplicado. Fue un punto preciso en la historia. No podemos duplicarlo de ninguna manera, como
tampoco podemos duplicar en el tiempo de la Navidad el nacimiento de Cristo.

Ahora supóngase usted que los magos hubieran regresado una vez más a Jerusalén el próximo
año y que hubieran dicho: “Bueno, buscamos al rey de los judíos, que ha nacido en Belén.” Herodes
entonces les diría: “¿No estuvieron aquí el año pasado?” “Sí, estuvimos aquí,” le contestarían ellos.
“Pues, ¿no lo encontraron?” “Si, lo encontramos.” Y Herodes les diría entonces: “Bueno, si nació en

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Belén el año pasado, de seguro que no nació allí este año.” “¡Ah! sí, pero nos gozamos tanto aquí el
año pasado, y tuvimos una experiencia tan maravillosa, que pensamos regresar para repetirla.” No
creen ustedes que Herodes les hubiera respondido: “Miren, señores, no pueden duplicar ustedes eso.
El nació en Belén una sola vez.”

Pues bien, tampoco se puede duplicar el Pentecostés. El Espíritu Santo vino en el día de
Pentecostés. No es necesario pedirle que venga de nuevo. Ya está aquí. El Espíritu Santo de Dios está
en el mundo hoy en día. Y Jesús nos dijo lo que haría después que viniera Su Espíritu. Él dijo allá en
el capítulo 6 del evangelio según San Juan, versículo 14: “El me glorificará; porque tomará de lo mío, y
os lo hará saber.” Cuando usted oiga hablar a alguien acerca de las cosas de Cristo, glorificando a
Cristo, entonces usted sabrá que el Espíritu Santo de Dios está obrando.

Ahora, el versículo 4 de este capítulo 2 de los Hechos termina diciendo: “. . . según el Espíritu les
daba que hablasen.” Estos apóstoles eran de Galilea. No podían hablar todos los otros idiomas que
más adelante son mencionados en este pasaje. Pero ahora los están hablando. El Espíritu les daba
que hablasen. Ahora, leamos el versículo 5 de este capítulo 2 de Hechos:

Hechos 2:5 “. . . de todas las naciones bajo el cielo.”

Habían llegado de todas partes para participar en la fiesta de Pentecostés. Este era el motivo
por el cual estaban allí en Jerusalén. Ahora el versículo 6 dice:

Hechos 2:6 “. . . cada uno les oía hablar en su propia lengua.”

Una mejor traducción de las palabras: “Y hecho este estruendo,” es: “Habiendo ocurrido este
estruendo.” Creemos que se refiere a aquel estruendo como de un viento recio que soplaba, que
Jerusalén escuchó y por eso se juntó la multitud. Creo que nunca me olvidaré la primera vez que
escuché cuando uno de estos aviones supersónicos rompió la barrera del sonido. Todos salieron para
ver qué había pasado. De dónde había procedido ese estruendo. Nunca habíamos oído tal ruido.
Pues bien, creemos que este estruendo aquí fue algo que el pueblo de Jerusalén nunca había oído. Y,

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por tanto, salieron con precipitación para ver de dónde procedía ese estruendo. Y creemos que esto
tuvo lugar en el área próxima al templo y que había allí unos ciento veinte creyentes como se
menciona en el capítulo 1, versículo 15 de este libro de los Hechos.

Ahora, los que se juntaron allí estaban confusos debido a que, y por favor permítanos dar aquí
una mejor traducción; “estaban confusos debido a que cada hombre les oía hablar en su propio
dialecto. No fue solamente que hablaban el idioma de su país, sino que también cada hombre oyó su
propio dialecto. Es decir, así como era hablado en una parte del país.” Estos hombres no hablaban
galimatías amigo oyente. No hablaban en lenguas desconocidas. Estos hombres estaban hablando
los dialectos de los hombres que se hallaban en la multitud. A mí no me sería posible hablar ningún
otro idioma o dialecto sin conocerlo previamente. Pero eso es lo que hicieron estos hombres. Ahora,
hay otro aspecto que debemos mencionar. Es posible que los apóstoles no hablaran en lenguas
extrañas de ninguna manera. Es posible que hablaran en sus propias lenguas con una intrepidez que
fue algo nuevo para ellos, dando el nuevo mensaje del Cristo resucitado, según el Espíritu les daba
que hablasen. Pero pudieran haber estado hablando en su dialecto galileo. El milagro bien pudo
haber ocurrido en el oír. Cada hombre les oía hablar en su propio dialecto.” Ahora, el milagro que
destruyó la barrera del idioma estaba en el hablar o en el oír. En realidad, no importa en cual estaba.
El caso es que se trata de un milagro. A los apóstoles, amigo oyente, les fue posible hablar y a las
multitudes les fue posible oír. Cada hombre en su propio dialecto. Leamos ahora los versículos 7 al
11:

Hechos 2:7-11 “. . . les oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios.”

Aquí había gente de tres continentes. Ciertamente hablaban diversos idiomas y dialectos.
Todos oyeron hablar a estos galileos en un dialecto comprensible. Permítanos decir amigo oyente,
que no se trata aquí de lenguas desconocidas. Se trata de lenguas que los oyentes entendieron.
Versículo 12 ahora:

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Hechos 2:12 “. . . ¿Qué quiere decir esto?

Es decir, no comprendían lo que estaba ocurriendo. Ahora el versículo 13:

Hechos 2:13 “. . . están llenos de mosto.”

Es decir, que creían que estos hombres estaban ebrios, estaban borrachos.

Y aquí amigo oyente, vamos a detenernos por hoy porque nuestro tiempo ya ha tocado a su fin.
Continuaremos la consideración de este capítulo 2 de los Hechos de los apóstoles en nuestro próximo
programa Dios mediante. Será pues hasta entonces, que Dios le bendiga abundantemente.

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