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Apuntes sobre el trabajo etnográfico │ 63

CAPÍTULO IV
Etnógrafos/as y etnografías.
Consideraciones en torno
a una relación compleja
Agustina Girado

Introducción
La escritura del presente capítulo persigue el propósito pedagógico
de ofrecer -principalmente a estudiantes- reflexiones en torno a los vín-
culos que construimos con las personas que conforman nuestras inves-
tigaciones, aspecto relevante en lo que hace al quehacer antropológico.
Como bien nos recuerda Guber, “La Antropología Social trata precisa-
mente sobre y con personas, sobre y con todas las que nos encontramos
en ese terreno común que desde la jerga metodológica hemos denomi-
nado campo” (2014: 30).
En este sentido, entendemos al trabajo de campo etnográfico como
relación social; a partir del cual se habilitan diferentes situaciones de in-
teracción en el que las y los antropólogos no están ajenos del proceso de
conocimiento. Por este motivo, no existen normas ni recetas que pue-
dan establecer -de manera arbitraria- qué es lo que se puede o no ha-
cer en la interacción etnográfica ya que está fuera de nuestro control. En
todo caso, el desafío debe colocarse en lograr rigurosidad metodológica
a partir del reconocimiento de cómo opera nuestra reflexividad y la de
nuestros interlocutores en el proceso de comprensión e inteligibilidad del
tema/problema de investigación.
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El participar de un proceso de interacción social, marcado por en-


cuentros y desencuentros, proyecciones e indeterminaciones, malesta-
res, alegrías, cambios, tipificaciones, identificaciones, expectativas, temo-
res, resulta, desde el punto de vista metodológico, crucial en el proceso
de producción de conocimiento. Por este motivo, debemos someter a
análisis nuestro transcurrir y el de las personas con las cuales cons-
truimos -o no- relaciones sociales durante el desarrollo del trabajo de
campo, teniendo presente que toda buena etnografía busca a través de
esas interacciones poder repensar y redefinir los objetivos iniciales de
investigación, las formas en que se había delimitado el campo, supues-
tos, la trama de relaciones construida, entre otros aspectos que hacen al
proceso de investigación (Rockwell 2009).
A lo largo del capítulo se buscará problematizar y reflexionar respec-
to a la relación compleja entre etnógrafo/as y etnografías, haciendo eje en
aspectos tales como: la construcción de vínculos “durante” y al “finalizar”
el trabajo de campo, la publicación de escritos académicos, y la participa-
ción en instancias de la vida cotidiana de las personas que no se limitan al
desarrollo de nuestras investigaciones personales. Estos aspectos, junto
con otros que se pueden desprender de la lectura del artículo, hacen a las
condiciones propias de la antropología “en casa”. Asimismo, resulta nece-
sario aclarar que lo escrito en las siguientes páginas no sólo se sustenta
en material académico abordado en los diversos talleres metodológicos,
sino también en experiencias personales y de los propios estudiantes,
tratando de ponderar la experiencia vívida del quehacer antropológico.

Algunas consideraciones respecto a la


práctica etnográfica
En la investigación antropológica la realización de etnografía posibilita
un proceso de construcción de conocimiento respecto a diversas proble-
máticas, a partir de documentar lo no documentado (Rockwell 2009), lo
implícito, lo oculto, lo no formalizado, y de este modo acceder al univer-
so socio-cultural de las personas dando cuenta de sus representaciones y
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acciones; tratando de describirlas, interpretarlas, explicarlas y ponerlas en


contexto.
Existen diferentes corrientes epistemológicas y metodológicas a la
hora de brindar una definición de la práctica etnográfica. Creemos perti-
nente recuperar las conceptualizaciones de la antropóloga Guber (2001)
puesto que permiten considerar a la etnografía en su triple acepción de
enfoque, método y género textual. En tanto enfoque busca comprender
los procesos sociales desde la perspectiva de las personas implicadas.
En tanto método abarca distintos procedimientos y técnicas (con énfasis
en el trabajo intensivo y prolongado con los interlocutores y el registro
de información de primera mano), que se incluyen dentro de lo que co-
múnmente designamos como “trabajo de campo”. Y finalmente, en tanto
género textual, la etnografía no solamente designa a la forma de proceder
en la investigación sino también al producto final que se obtiene de la
misma sobre la base de la reflexividad, y de un peculiar modo de teorizar,
de problematizar la realidad, de hacer preguntas y de atender a los pro-
cesos sociales en su discurrir y en su devenir (Grassi 2003).
Un aspecto central de la práctica etnográfica, y que se advierte en
la conceptualización esgrimida por Guber, es que el trabajo de campo
resulta un aspecto central, aunque no el único que la define. Por este
motivo quisiéramos reflexionar a través del presente escrito respecto a
la compleja relación que vamos construyendo en el andar de nuestras
investigaciones con las diversas personas que son parte de la misma, y
que integrarían eso que denominamos “campo”.
Como comúnmente suele señalarse en trabajos etnográficos, el in-
greso al campo es un proceso social y relacional que comienza antes
de la vez que se llega a tal o cual lugar, es decir, que aquello que de-
nominamos campo resulta una modalidad de vinculación. Ello no niega
la posibilidad de ser delimitado territorialmente pero siempre teniendo
presente que resulta un espacio dependiente de interrelaciones entre
personas (Eilbaum y Sirimarco, 2006; Quirós, 2014), siempre plausible
de redefinición en virtud de nuestros intereses de investigación y de las
relaciones sociales que vamos tejiendo en el transcurrir de la misma.
Atendiendo a la pregunta ¿qué hacemos las y los antropólogos en eso
que construimos y definimos como “campo”?, Quirós (2014) responde
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que básicamente acompañamos y vivenciamos fragmentos del proceso


social en su propio discurrir, y para ello resultan centrales las relaciones
personales y de confianza que se van construyendo durante el trabajo
de campo, puesto que nos posibilita producir conocimiento a partir de
nuestra participación en un universo de vínculos. En este punto, tam-
bién resulta pertinente mencionar que el grado de confianza, inclusive de
afecto, que logramos construir con nuestros diversos/as interlocutores
descansa -parcialmente- en las diversas formas de comunicación que
entablamos con ellos/as.
No sólo nos vinculamos por formas de comunicación verbales, ocu-
pando un lugar destacado la palabra dicha; sino también por formas de
comunicación no verbales que involucran el cuerpo, la sensación, el
juicio, el afecto, entre otras (Wacquant 2002; Guber 2014; Fernández
Álvarez et.al. 2015). Sumado a ello, en la medida que vamos establecien-
do vínculos más próximos con las personas, resulta posible desbordar
aquellas prácticas y discursos “visibles y oficiales”, o dicho de otra ma-
nera, podemos registrar lo que las personas dicen pero también lo que
las personas hacen11 por fuera de determinados contextos de situación
socialmente hechos para decir y hacer.
Ahora bien, atendiendo a lo mencionado, creemos central la premisa
esbozada por Goldman (2006) En tanto que para las y los antropólogos el
hacer relaciones -la sociabilidad- no sólo es objeto de investigación, sino
también principal medio de investigación. Es a través de la relaciones que
construimos con nuestros interlocutores que logramos conocer y compren-
der determinados aspectos del mundo social que investigamos. Sumado a
ello, estas relaciones juegan un papel fundamental en lo que hace al “ingre-
so” y “permanencia” en el trabajo de campo, lo que la mayor parte de las
veces implica cambiar, redefinir e incluso reiniciar nuestras investigaciones.
En este punto, y a modo de experiencia personal, durante la reali-
zación de la tesis de doctorado en Antropología, la trama de relaciones
sociales que logré tejer con diversas personas vinculadas a la temática

11.- En este aspecto Malinowski (1995). ya nos señaló que el “decir” es inseparable del “hacer” cobrando
centralidad los “contextos de situación” para su comprensión, y que aquello que denominamos como el
punto de vista nativo no es sólo una forma de representarse y ver el mundo sino también un cierto “sabor
de la vida” que es posible capturar gracias al trabajo de campo.
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seleccionada, resultó fundamental para sortear obstáculos en la continui-


dad del trabajo de campo, lo que al mismo tiempo habilitó la redefinición
del problema de investigación y la población de estudio. Cuando final-
mente logré “encauzar” mi trabajo de campo a través de vincularme con
una agrupación social de la ciudad de Tandil, tuve el temor de que ello
significara circunscribirme territorial y organizacionalmente lo cual po-
día comprometer –desde mis representaciones iniciales- la riqueza et-
nográfica. Fue a través de un ejercicio continuo de reflexividad que pude
advertir que ello no significaba un “punto de llegada” sino un “punto de
partida” para continuar desplazándome por diversos espacios y eventos
a través de las relaciones sociales -múltiples y heterogéneas- que mis
interlocutores entretejían y que me permitían a mí también construir y
transitar; posibilitándome entender -en clave situada y relacional- diver-
sas dimensiones de sus vidas.
Sumado a ello, mi experiencia etnográfica me obligó a problematizar
sobre las formas en que nos vinculamos con las personas en pos de lle-
var adelante nuestras investigaciones ya que muchos de los vínculos que
se construyeron con mis interlocutores perduraron en el tiempo, forján-
dose un involucramiento emocional, de cercanía metodológica y muchas
veces también de cercanía política y/o ideológica, que por momentos
se tradujo en cierta incomodidad con la cual se trabajó entendiendo que
resulta parte integral del proceso de comprender a un “otro” (Sirimarco,
2011); al tiempo que esas relaciones sociales se reactualizaron en el mar-
co de proyectos de voluntariados universitarios que se desarrollaron pa-
ralelamente a la investigación doctoral y de los cuales algunos interlocu-
tores fueron co-partícipes.
El hecho de seguir vinculándome con algunos de ellos, desbordán-
dose el tiempo y espacio definido de manera ad hoc en el marco de la
investigación, obligó a repensar la manera en que realizamos etnografía
en contextos familiares, y de ciudades medias12, y el sentido de nuestra

12.- La medianidad de una ciudad no se puede reducir a la existencia de indicadores estructurales y de funcio-
nalidad, ni tampoco a un rango poblacional amplio que abarca desde los 50.000 a los 500.000 habitantes.
Como advierten los trabajos del grupo de investigación PROINCOMSCI (FACSO-UNICEN), resulta pertinen-
te dar cuenta de las dinámicas simbólicas que se juegan en la construcción de la “medianidad”, de sus
especificidades, atendiendo tanto a los diversos actores sociales cuanto a los contextos socio-históricos
más amplios.
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producción académica teniendo en cuenta las posibles implicancias que


tiene aquello que publicamos, difundimos, en definitiva hacemos, para
las personas, organizaciones e instituciones con las que nos vinculamos.
Por este motivo, a continuación daremos cuenta de algunos dilemas y/o
desafíos frecuentes a la hora de problematizar la compleja relación entre
el hacer etnografías y nuestro rol como etnógrafos/as.

La etnografía “en casa”: desafíos


en la construcción de vínculos sociales
En el capítulo I del presente cuaderno se hizo alusión a un punto
de inflexión en la historia de la Antropología Social durante las déca-
das del ‘60/’70, específicamente en lo que hace a la etnografía, lo cual
significó que las y los antropólogos comenzaran a estudiar sus propias
“sociedades complejas” sobre la base de conceptualizar a lo exótico ya no
como un atributo detentado por las personas/sociedades investigadas,
sino como una operación teórico-metodológica realizada por el propio
investigador13.
El desarrollo de la Antropología “en casa” o en contextos “familiares”
como también suele denominarse, ha generado una serie de discusiones
sobre diversas cuestiones; no obstante, quisiéramos referir a las impli-
cancias sociales y éticas que se presentan en la práctica profesional y que
conllevan a la redefinición del trabajo etnográfico, no solamente en rela-
ción a la construcción del objeto de estudio, sino también a la elección de
las estrategias y metodologías que orientan la investigación.
En relación a ello, Ginsburg (2007) manifiesta que cuando la investi-
gación involucra a un grupo de nuestra propia sociedad, y muchas veces
objeto de controversias, afloran preguntas sobre el cómo trabajar de la
“mejor manera”, si es que ello resulta posible de concretar. Asimismo,
solemos repreguntarnos respecto al para qué y para quiénes es el trabajo

13.- El antropólogo brasilero Lins Ribeiro (2004). esboza al respecto el principio de extrañamiento (unidad
contradictoria de acercamiento y distanciamiento). en tanto recurso metodológico y punto de partida
necesario de toda investigación antropológica.
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etnográfico, qué tipo de relación se establece con las personas investi-


gadas y qué repercusiones les puede generar nuestras producciones e
intervenciones. Pero además, cuando se investiga procesos sociales en
contextos de ciudades medias (como es el caso de Olavarría, Tandil y
Azul), la escala de la trama de relaciones sociales que se suele expresar
bajo representaciones “acá nos conocemos todos”, adquiere una signi-
ficación especial en la identificación colectiva de las personas con las
cuales trabajamos y en cómo nos desplazamos nosotros mismos en un
campo co-producido, volviéndose objeto de reflexión constante la mane-
ra en que realizamos etnografía.
Asimismo, esa representación advierte respecto a relaciones de in-
terconocimiento “lo conozco, me conoce, nos conocemos” que se jue-
gan en la construcción de vínculos (Quirós, 2017); es decir, es frecuente
que en ciudades medias se conozca a las personas por cuestiones que
hacen a sus vidas personales como por ejemplo dónde residen, dónde
estudiaron, quiénes son sus familiares y personas allegadas. Este aspecto
posibilita acceder a nuestros interlocutores por vías no necesariamente
institucionales y formales. El presentarnos como docentes, estudiantes e
investigadores de la Universidad, así como también en calidad de “amigo,
colega, vecino, conocido de x persona” se juega en la entrada y perma-
nencia en el campo así como en las características que adopta el contex-
to de interacción. Sumado a ello, resulta relevante poder identificar qué
lugar ocupa el/la antropólogo/a en ese contexto de interacción puesto
que ello supone un conjunto de representaciones preexistentes por par-
te de los interlocutores, pudiendo influir en sus prácticas y discursos.
Cuanto antes se pueda identificar ese lugar, antes se podrá someterlo a
un análisis en términos etnográficos.
Generalmente no todos los interlocutores significan lo mismo para
el/la antropólogo/a, y el rango de relaciones que puede establecerse con
ellos es muy amplio, estando además sujeto a los vaivenes que conlleva
toda relación humana. En este sentido, más allá de atender en calidad
de qué nos vinculamos con las personas, el grado de proximidad que
se genere con algunas de ellas puede vincularse a cuestiones de mera
intuición y empatía así, como también cimentarse en la centralidad que
adquieren en el entendimiento del tema/problema de investigación.
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Ahora bien, una vez que logramos comenzar a tejer vinculaciones


con las personas que serán parte de nuestras investigaciones, resulta pri-
mordial la obtención del consentimiento libre e informado, lo que suele
vivenciarse como una entrada “exitosa” al campo. Esta tranquilidad ini-
cial se consolidaría a partir de la creación y afianzamiento de los víncu-
los a través del estar ahí de manera prolongada, de realizar “observación
participante” y/o “participación observante” (Guber 2001), buscando ga-
rantizar el acceso más directo y menos distorsionado al campo.
Si durante el transcurrir del trabajo etnográfico podemos asistir a
cierta tranquilidad de que hemos hecho “las cosas bien” en relación a
nuestro desenvolvimiento en la vida cotidiana de nuestros interlocutores,
a partir de acceder y poner en contexto el “punto de vista nativo” en re-
lación a cierto tema/problema, la mayor parte de las veces esa sensación
comienza a ser puesta en jaque cuando llegamos “al final” del proceso
de investigación. En este sentido, uno de los aspectos más complejos de
nuestra labor como antropólogos/as descansa en cómo traducir la expe-
riencia del trabajo de campo en algo narrable para alguien que no estuvo
allí; pero además, ese ejercicio de traducción e interpretación, tiene el
desafío de no perder dimensiones de análisis que permitan hacer inteli-
gible esa experiencia etnográfica. Por este motivo, podríamos decir que
los mayores dilemas se nos presentan a la hora de materializar el trabajo
de campo en escritos académicos, lo cual supone la exposición pública
de ciertas situaciones que pueden resultar confidenciales, íntimas y pro-
blemáticas. Tarde o temprano nos preguntamos sobre las posibles impli-
cancias que le acarrearán a nuestros interlocutores así como a la propia
continuidad del trabajo de investigación, y a nosotros mismos en tanto
habitantes –generalmente- de la misma ciudad e insertos también en esa
trama de relaciones locales, la publicación de nuestros trabajos.
Como señala Renoldi (2014), la necesidad que tiene el/la
antropólogo/a de narrar y analizar “todo” lo que acontece en el cam-
po14, buscando legitimar su labor científica, hace que la mayoría de las
veces termine afirmando su lealtad para con la comunidad científica en

14.- Como señala Rockwell (2009). en la tradición etnográfica se insiste en observar y registrar “todo”, aunque
de hecho esto sea imposible. Esta premisa obliga a que el/la antropólogo/a aprenda a “abrir la mirada”,
evitando realizar selecciones en función de categorías –sociales y teóricas- previas.
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detrimento de las personas. Inclusive, la antropóloga nos advierte que al


intentar mostrar minuciosamente nuestras investigaciones se puede caer
en la denuncia, la cual parte de un principio moral que defiende como
correctos determinados valores vinculados a un “deber ser”, perdiéndose
de vista que uno de los principales compromisos y desafíos que tiene la
práctica antropológica es dar cuenta de la vida de los “nativos” en sus
propios términos.
Una manera de “salvar” tanto las relaciones que se lograron cons-
truir y consolidar con los interlocutores, tratando de evitar que se sien-
tan “usados” y/o “robados”15 en la búsqueda de información, cuanto la
confidencialidad y privacidad de ciertas situaciones sociales, es a través
de la utilización ficcional de referencias geopolíticas y sociales, es decir,
alterando el nombre de las ciudades, personas e instituciones. Fonseca
(2008) plantea que la utilización o no del anonimato es una discusión
relevante en lo que hace a la práctica etnográfica, principalmente a sus
aspectos éticos y políticos. Reconoce que la utilización del anonimato
busca garantizar la ética de la investigación y el consentimiento infor-
mado. Sin embargo, no siempre el anonimato es visualizado como una
señal de respeto, de resguardo de nuestros interlocutores; incluso puede
generar un efecto contrario entendiendo que el no nombramiento literal
de personas y localidades responde al supuesto de que tendrían algo que
esconder. Pero además, esta estrategia válida de escritura puede conlle-
var el riesgo de omitir aspectos relevantes para la contextualización de
las tramas en las que se dan y desarrollan las situaciones sociales, debi-
litando así la riqueza etnográfica que permite acceder a un conocimiento
situado y específico.
En añadidura a lo mencionado, y asumiendo que la veracidad del
relato etnográfico no descansa en la utilización literal de los nombres de
las “cosas” sino en la descripción pormenorizada de la vida social, puede
suceder que a través de una descripción densa, que recupere detalles
contextuales de las personas y los lugares -aun habiendo utilizado la es-
trategia del anonimato-, aquellos lectores próximos a las investigacio-
nes identifiquen sin dificultad a qué y a quiénes nos estamos refiriendo

15.- Estas representaciones pueden dar lugar a la imagen del antropólogo “espía” “sospechado”, tópico
recurrente en la literatura de la mencionada disciplina (Guber 2007; Sirimarco 2012).
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realmente. Por este motivo, y teniendo presente que entendemos a la


etnografía como un enfoque en tanto no existen “recetas” preestablecidas
que orienten y garanticen el proceso de investigación, la utilización o no
del anonimato así como de otros recursos que permitan minimizar y/o
evitar tensiones con nuestros interlocutores (como por ejemplo: el uso
de documentos históricos y textos públicos que se prestan a diferentes
interpretaciones; y la recuperación de aquellos aspectos de la vida so-
cial de nuestros interlocutores que ellos mismos aprueban). Dependerá
en última instancia del desarrollo de nuestras investigaciones, de los
vínculos forjados, de los límites éticos y políticos que nos tracemos, de
nuestros dilemas personales y del trabajo analítico. Como nos señala
Fonseca: “El investigador anda en una cuerda floja, procurando garanti-
zar la riqueza de detalles que mantienen fidelidad al texto etnográfico, al
mismo tiempo que ejerce una vigilancia constante a los límites éticos de
su osadía” (2008: 7; traducción propia).
Otra manera de evitar tensiones, y de algún modo preservar el vín-
culo construido con los interlocutores, recae en la selección del trabajo de
campo. La decisión metodológica -y también teórica- de cuánto espacio
dedicar a la descripción detallada de ciertos eventos y situaciones sociales
se encuentra íntimamente vinculada con las dimensiones de análisis esta-
blecidas. Podríamos decir que aquello que recuperamos de los registros se
somete a un trabajo de montaje y edición en tanto sirve para iluminar di-
versos aspectos del mundo social. De este modo, buscamos hacer foco en
ciertos eventos, acciones y personas en detrimento de otros que también
acontecieron y/o estuvieron presentes. En este sentido, el/la antropólogo/a
puede evitar recuperar fragmentos de sus registros que conciba como in-
necesarios y no pertinentes a los fines de su argumentación. Sin embargo,
resulta preciso señalar que aquellos eventos y situaciones sociales que
abordan aspectos íntimos, sensibles e inclusive controvertidos de las per-
sonas, por más que se eviten recuperar en los escritos académicos, no de-
ben ser excluidos de los análisis, de las preguntas y materiales que hacen
a una indagación propiamente antropológica.
Finalmente, quisiéramos hacer alusión a cómo tramitamos las rela-
ciones sociales construidas una que vez que se “finaliza” con una inves-
tigación. Al respecto Guber menciona
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“Los antropólogos sociales preferimos creer que el conocimiento se


exhibe en productos terminados que, simultáneamente, concluyen el
conjunto de relaciones que les dio lugar. Pero esta ficción puede ser
desafiada y entonces las antropólogas permanecemos ‘enredadas’
en una trama que contribuimos a tejer, y de la que ahora quisiéramos
vanamente liberarnos” (Guber 2014: 32).

Salir del campo resulta un momento delicado del proceso de investi-


gación en tanto se busca dejar las relaciones con los interlocutores abier-
tas puesto que no sabemos si luego del proceso de análisis del trabajo de
campo y durante la escritura de la etnografía se deba volver a vincularse
con ellos en busca de una comprensión más acabada sobre determina-
dos ejes de la investigación; y porque además el “terminar en buenos tér-
minos” le posibilitará acceder al campo a otros/as antropólogos/as que
puedan venir después.
Un hecho deseable de nuestro trabajo -no sólo en términos éticos
sino también propiamente cognoscitivos- es la socialización de la inves-
tigación con nuestros interlocutores, atendiendo a que pasamos meses
y años con esas personas vivenciando diferentes experiencias. Sin em-
bargo, operaciones como la obtención del consentimiento libre e infor-
mado y la construcción y consolidación de vínculos no previenen nece-
sariamente posibles problemas que deriven de los propios procesos de
producción de sentido respecto a lo que producimos académicamente16.
Inclusive este aspecto se complejiza atendiendo a algunas condiciones
propias de la antropología “en casa”, como es la posibilidad para nuestros
“nativos” de acceder vía Internet a lo que escribimos sobre ellos.
El poder dialogar con nuestros interlocutores sobre lo que hicimos y
produjimos, a modo de darle “un cierre formal” -y arbitrario- al proceso
de investigación, puede resultar una situación cómoda y placentera así
como todo lo contrario. En relación a esto, Fasano plantea la importancia
de reflexionar sobre el carácter ficcional del trabajo de campo y de los
vínculos construidos en ese contexto:

16.- Se recomienda la lectura del artículo de Patricia Fasano “Enredada. Dilemas sobre el proceso etnográfico
de investigación de un chisme y su publicación” (2014), ya que reflexiona respecto a las consecuencias
que generó en un barrio popular de la ciudad de Paraná (Entre Ríos, Argentina) la publicación en formato
libro de su investigación respecto a qué es y cómo funciona el chisme.
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“Y al decir ‘ficcional’ aludo específicamente al hecho de tratarse


de un espacio-tiempo de relaciones y vínculos construido ad
hoc, con sus propias reglas de verosimilitud y sus propios límites
temporales. La publicación, con su sola existencia, revela que la
ilusión antropológica de “ser nativos”’ por un momento es sólo eso,
una ilusión; y dura, por lo tanto, un momento. Nos ‘enamoramos’ de
esas personas y ellas de nosotros, y queremos fundirnos con ellas,
ser ellas, y ahí nos con-fundimos; esa con-fusión produce dolorosas
y desagradables consecuencias”. (Fasano 2014: 17).

En relación a lo mencionado, y como parte de un ejercicio de reflexi-


vidad, resulta preciso “dejarse alcanzar por la incomodidad” que gene-
ran indefectiblemente los encuentros con las personas a los fines de que
resulte una experiencia significativa, no sólo para el/la etnógrafo/a sino
también para nuestros interlocutores. Debemos intentar dejar en claro
que nuestras producciones resultan una “simple historia” que pudo ser
contada por muchas personas y desde diferentes puntos de vistas (Wolf
1992).
Antes de concluir, consideramos oportuno introducir una referencia
a la importancia que cobran, principalmente durante los últimos años, las
actividades de extensión y voluntariado universitario en el desarrollo de
investigaciones sociales, complejizando la relación entre etnógrafos/as
y etnografías. Por un lado, quisiéramos hacer referencia a que este tipo
de actividades permite tensionar rutinas de investigación cristalizadas,
articular temporalidades diversas y asumir otros modos de establecer
vínculos en el campo. En este sentido, y a modo de experiencia personal,
el participar de diversos proyectos de extensión durante el desarrollo de
mi investigación doctoral no sólo resultó central para redefinir el objeto y
preguntas de investigación, sino que también me posibilitó fortalecer los
vínculos con gran parte de mis interlocutores, quienes co-participaron
de estas actividades; pero además habilitaron a que continuara vinculada
con ellos/as una vez concluida la investigación doctoral, ya no necesaria-
mente desde objetivos que en términos reduccionista podrían englobarse
en “académicos”, sino tanto desde objetivos “políticos” relacionados con
la búsqueda por dotar de legitimidad a ciertas demandas y propuestas
que los/as involucraban.
Apuntes sobre el trabajo etnográfico │ 75

Por otro lado, dado que los proyectos de extensión y voluntariado


universitario suelen abordar problemáticas reconocidas como significa-
tivas por las personas, es habitual que la línea que separa la investigación
de la intervención se haga más tenue, en tanto el objetivo inicial de cono-
cer ceda al de transformar ciertas condiciones de la vida social de esas
personas, complejizando el proceso etnográfico, particularmente las im-
plicancias éticas y políticas del proceso de investigación. Compartimos
con Fasano el reconocimiento de la necesidad de dar una discusión al
interior de las ciencias sociales sobre la debida relación entre conoci-
miento y transformación de la vida social
“Sólo diré que me inclino a pensar, siguiendo entre otros a Geertz
(2002) que filósofos, antropólogos, historiadores y cientistas sociales
en general deberíamos trabajar para ‘decir algo útil’ sobre el mundo;
y que esa ‘utilidad’ sólo puede surgir de un conocimiento situado
(Haraway, 1995), específico y comprometido. Los límites y la forma
que adopte ese compromiso es algo que deberá discutirse en cada
caso.” (Fasano 2014: 165).

Consideraciones finales
Atendiendo a lo desarrollado en el presente capítulo, se buscó ofre-
cer pistas para pensar nuestro quehacer etnográfico, entendiéndolo como
un proceso complejo, con muchos frentes simultáneos y sucesivos, y en
constante redefinición en virtud de nuestros intereses de investigación,
del trabajo de campo realizado y del abordaje teórico desplegado. En este
sentido, se podría sostener que existen tantas etnografías como etnógra-
fos/as posibles; articulándose de múltiples maneras el campo, la teoría y
las personas en la búsqueda por producir conocimiento sobre determi-
nados aspectos del mundo social.
El hacer etnografía, y específicamente lo que refiere a uno de sus
componentes: el trabajo de campo, implica situaciones de interacción y
participación con otras personas, resultando una instancia que no puede
pensarse como una mera “recolección de datos” a través de la utilización
de tal o cual técnica de registro, porque además estos se construyen y no
se “recolectan”; sino que permite que el/la investigador/a pueda someter
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a revisión sus categorías teóricas y prácticas a partir de considerar las


categorías de los “nativos”.
Ante las preguntas válidas de ¿cómo se logra un “buen” trabajo de
campo?, ¿qué es lo que se debería hacer?, no puede esgrimirse una res-
puesta unánime ya que justamente la etnografía nos provee de un conjun-
to de herramientas para comenzar a tejer vinculaciones entre el campo
y la teoría en pos de obtener un conocimiento más profundo sobre de-
terminado tema/problema; no obstante la manera en que lo hagamos no
sólo dependerá de cuestiones que hacen al investigador a nivel personal
y profesional, sino también de la manera en que se construyó un proyec-
to de investigación, la delimitación del campo, los vínculos con los diver-
sos interlocutores y la selección de categorías teóricas; así como también
jugará un papel central los procesos históricos, sociales y políticos más
amplios en lo que se inscriben nuestras prácticas e investigaciones.
Atendiendo a lo mencionado, buscamos recuperar algunos dilemas
que se nos presentan en nuestra labor como antropólogos/as, en pos de
que puedan ser problematizados metodológicamente. Particularmente
buscamos hacer eje en algunas tensiones que se desprenden de nuestra
participación en la cotidianidad de las personas, con las cuales -en mayor
o menor medida- forjamos vínculos sociales que pueden trascender al
proceso de investigación. En este sentido, creemos pertinente volver a
decir que si bien asumimos compromisos con las personas estudiadas,
no debe olvidarse que la Antropología Social es una ciencia y como tal
tiene fundamentalmente el compromiso de producir conocimiento sobre
el mundo social de las personas; o dicho de otra manera, lejos de tomar
posiciones prefiguradas sobre los procesos sociales se debería buscar
asumir la incomodidad que genera involucrarnos –a través de la expe-
riencia vincular del trabajo de campo- en un mundo social plagado de
controversias, imbricaciones, redefiniciones y porosidades sólo com-
prensibles en sus contextos de producción, siendo la etnografía una vía
privilegiada para lograrlo.
Apuntes sobre el trabajo etnográfico │ 77

Bibliografía
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