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<<<Ejes del evento:

Colaboración como proceso de construcción de saber

Título:
¿Me ayudás con…? Experiencias de investigación etnográfica y militancia
con jóvenes y organizaciones populares

RESUMEN

El objetivo del trabajo es el análisis de nuestras prácticas investigativas etnográficas


con jóvenes y organizaciones populares, con las que desarrollamos distintas formas de
articulación o somos parte, y se construyen diversas formas de implicación. Somos tres
antropólogas que venimos dialogando hace un tiempo en el marco de proyectos colectivos
de investigación orientados a la cuestión juvenil y las desigualdades en Argentina
(singularmente Misiones y Provincia de Buenos Aires). Llamadas a reflexionar sobre nuestra
manera de producir conocimiento antropológico, revisaremos esta producción etnográfica
en tanto profesionales universitarias, de clase media, mujeres y con diferentes edades.
Pondremos en cuestión las miradas sobre nuestro papel en campo, y su cruce, muchas
veces tensionado por diversos actores sociales, con nuestra adscripción y compromiso
militante con juventudes de sectores populares.
Desde esta -por lo menos- doble pertenencia presentaremos la discusión estructurada
en dos ejes. El primero refiere a cómo la forma de entender al otrx organiza nuestra forma
de hacer antropología, sea desde revisar qué temas elegimos, cómo armamos el proyecto,
qué metodologías planificamos, qué acciones de transferencia (para usar provisoriamente
ese término), cómo producimos textualidades, cómo disputamos su circulación y legitimidad
tanto en los ámbitos de eventos y publicaciones científicas, como en términos de
divulgación y/o medios de comunicación diversificados. El segundo eje se focaliza en cómo
un sentido y proyecto político conlleva disposiciones, habilita u obstaculiza miradas, en
definitiva, cómo organiza nuestra praxis.
Las autoras formamos parte del Laboratorio de Estudios en Cultura y Sociedad
(LECyS -FTS- UNLP) y del CONICET, Mariana Chaves como investigadora y directora de
proyectos y de las tesis doctorales de Barriach (junto a Karen Avenburg de UNDAV) y de
Gareis (junto a Mabel Grimberg), ambas becarias CONICET. Las tres se han formado y
nutrido con una impronta antropológica militante, construida desde fines de los noventa para
la primera y más recientemente en las dos más jóvenes. En este sentido, comparten la
manera de hacer antropología y el proyecto político que acompaña la investigación. Dos de
las autoras (Chaves y Barriach) comparten el territorio donde hasta la fecha realizan su
trabajo de campo, en un barrio popular de la Ciudad de La Plata, por su parte Gareis en el
marco de su investigación doctoral ha vivido más de un año en un pueblo de Misiones
trabajando con una cooperativa de productores rurales. Las tres investigaciones analizan
experiencias juveniles de sectores populares donde existen carencias materiales, fronteras
simbólicas y culturales urgentes y cotidianas. La desigualdad estructural existente genera
que “investigadoras” y “sujetxs” nos encontremos en posiciones diferentes de la estructura
social que elegimos explicitar: contamos como investigadoras con mayor capital económico
(trabajo en blanco asegurado y asalariado), social (redes de apoyo constituidas por
personas de poder económico y status social) y cultural (estudios universitarios alcanzados)
que muchas de las personas de los sectores populares no logran acceder. Estas
experiencias de “acumulación de ventajas estructurales” están en juego a la hora del
quehacer antropológico, y son puestas a disposición para el intercambio con lxs sujetxs con
quienes nos vinculamos. Ellos también ponen a disposición sus vidas al aceptar participar
de las investigaciones, y en ello elaboramos conocimiento y diversas estrategias de
intercambios. Esta forma de pensarnos y constituirnos en campo es nuestra carta de
presentación, nuestro devenir para la construcción de datos y lente de lectura comparativa
en lo sociocultural, asi como una herramienta para disputar legitimidad y veracidad en las
interpretaciones.
El primer eje que deseamos discutir es sobre las características que posee nuestra
forma de hacer investigación. Algunas características ya fuimos dando cuenta en párrafos
anteriores, remarcamos que es central construir lazos de respeto y reciprocidad con las
personas que nos vinculamos en el trabajo de campo. Es aquí donde encontramos la noción
de “ayuda mutua” como fructífera para describir los modos que cobran nuestras
interacciones. Esa frase que nos dió título al trabajo de “¿me ayudas con?” ha sido dicha
por nosotras para ocupar parte de su tiempo, y ha sido dicho por ellxs para ocupar parte del
nuestro. Desde los primeros acercamientos al campo, nuestro estar ahí fue activo. La
pregunta por “¿qué es lo que se necesita hacer?” o “¿cómo puedo dar una mano?”
permitieron conocer deseos, proyectos y/o necesidades de lxs sujetos. Es así que desde
nuestros primeros acercamientos la intervención o rol militante fue, frente a nuestra figura
de investigadoras, probablemente el que protagonizó nuestro quehacer. Era un rol conocido
por ellxs para ubicar adultas en un estar en el barrio, las instituciones y las organizaciones;
era un rol-habitus para nosotras que debíamos ir armando otro, más interrogador, con
ejercicios de extrañamiento para objetivar lo vivido. Algunas de las actividades que
hacíamos eran elaborar proyectos, informes técnicos, acompañar a hacer trámites, “hacer
puentes” para el acceso a la educación, salud, bienes o recursos, dar talleres, gestionar
eventos, entre otras tareas que hemos compartido. De esta forma nos oponemos a la
“lógica extractivista” para fomentar un tipo de investigación científica fundada en la
reciprocidad y en la praxis en tanto coherencia entre los desarrollos conceptuales con los
que concebimos a lxs sujetxs y las situaciones sociales, y el actuar metodológico en
coherencia.
La concepción del otrx no puede ser solo para citar el respeto en los inicios de los
textos, debe ser una praxis del trabajo de campo, una empatía humana del inicio de la
relación, un compromiso con la vida de lxs otrxs en tanto ellxs también se están
comprometiendo con la mía. Intentamos estar atentas a las contestaciones y reparos de
nuestrxs interlocutorxs con nuestra disponibilidad, limitación y posicionamiento político. En
un “estar ahí prolongado y activo” es que las personas también van sabiendo cuáles son
nuestras posibilidades y, desde esos saberes mutuos, nos han tenido en cuenta para
pensar o accionar juntxs frente a una urgencia, a un nuevo proyecto y también para
momentos de ocio o diversión y felicidades. A su vez, nosotras consideramos -y así lo
explicitamos en cada interacción relacionada con nuestra investigación- que lxs sujetos “nos
ayudan” con nuestro trabajo al darnos una entrevista, asistir a un focus group, abrirnos las
puertas de sus casas, etc. Sus sentidos de la vida constituyen la materia prima que permite
la elaboración del producto conocimiento. La forma en que nos relacionamos con las
personas que estudiamos implica necesariamente compartir tiempo, vivencias, experiencias
de vida que trascienden a los objetivos de la investigación.
Si bien una de las características de la disciplina antropológica es tener un diseño
flexible que pueda amoldarse a los eventos “inesperados” que ocurren en el campo, nuestro
quehacer antropológico también presenta esta impronta en relación a lo que lxs sujetos nos
solicitan tanto como investigadoras -en relación a nuestra trayectoria académica/laboral-
como militantes o personas que estamos dispuestas a “ayudar” en lo que podamos.
Adoptamos una actitud de “disponibilidad” para acudir si surge un inconveniente o si hay un
evento a celebrar o un proyecto para el futuro. Esta característica vuelve por momentos
errático el trabajo de campo, lo cual si bien puede ofrecer nuevos datos o experiencias a la
investigación, también puede hacer que nos “sintamos perdidas”, “nos alejemos” demasiado
de nuestros objetivos propuestos o nos encontremos en situaciones incómodas para
nuestra investigación. En muchas ocasiones, hemos contribuido a forjar o fortalecer
articulaciones interinstitucional: vincular la universidad o ciertos profesionales, o un centro
de salud, o un centro educativo con una organización social que trabaja en el barrio o en el
paraje; vincular algún organismo del Estado (INTA, SAF, etc) con lxs sujetos con quienes
nos vinculamos; vincular organizaciones sociales o cooperativas entre ellxs para realizar
trabajos concretos donde nosotras -investigadoras- somos el canal de comunicación. En
este sentido, podemos pensar que al relacionarnos de este modo, somos parte de la red de
relaciones y recursos, del soporte social, con que lxs sujetxs o las organizaciones cuentan.
El segundo eje es la dimensión política que poseen nuestras investigaciones y el
modo en que hacemos trabajo de campo. Por un lado, como ya dijimos nos vinculamos con
las personas así como lxs entendemos teóricamente. Consideramos que lxs jóvenes son
actores sociales completos que deben ser abordados en una triple complejidad: contextual
(espacial e históricamente situada), relacional (conflictos y consensos) y heterogénea
(diversidad y desigualdad) (Chaves, 2010). Nos relacionamos con ellxs ubicándolxs en el
centro de la hoja usando la expresión de Chaves (2013), o la de “dejar de estar en un
cumple” (Chaves, 2021): como sujetos con derechos plenos, con capacidad de decisión y
acción, con capacidad de proyección/transformación sobre su vida y sobre la sociedad que
los rodea, con capacidad análitica y voz para mostrarla, diversos, creativos, divertidos,
tristes, aburridos y contradictorios, como todes. En el vínculo cotidiano intentamos no
reproducir ni el adultocentrismo, ni el patriarcado, ni la estructura de clases, ni el racismo, ni
ninguna forma de discriminación y/o dominación que nomine y subjetive al otre como
inexistente, incapaz, inferior o víctima.
Nuestra posición ideológica no sólo aparece en los objetivos de investigación de analizar las
producciones culturales de lxs jóvenes, las prácticas políticas, las experiencias de trabajo o
las trayectorias educativas, sino también en los textos que producimos y los circuitos y
espacios donde los ponemos en evaluación y difusión. Desde nuestra posición tejemos
relaciones con lxs sujetxs en el territorio fundadas en el compromiso, respeto, en donde
circula el afecto y la escucha mutua. Con ellxs vamos negociando qué hacer y cómo
hacerlo: hacer una banda de cumbia, un taller de fotografía, dar apoyo escolar, cambiar la
actividad que se propuso “desde la universidad”, hablar con los padres/madres/totorxs,
practicarse un aborto, ir a una comisaría, entre otros. Pero también decidimos cosas
unilateralmente en función de otros campos sociales donde debemos sostener posiciones.
Más de una vez nos hemos encontrado imposibilitadas de dar curso a muchas de sus
propuestas o de tener en cuenta sus deseos, aunque muchas veces hemos podido
explicitar nuestras limitaciones (monetarias, de nuestras propias familias quienes demandan
tiempo de cuidado, de obligaciones laborales que requieren atención, de falta de subsidios
externos, entre otras) para con ellxs y pedir disculpas en caso necesario.
Como proyecto político estamos convencidas que debemos luchar para terminar con el
mecanismo de explotación del hombre por el hombre, dicho en genérico usando una vieja
expresión marxista. En términos actuales podemos decir disminuir las brechas de
desigualdad; combatir las relaciones patriarcales; develar la estructura colonial y racista de
nuestro país y nuestra América; modificar el modelo productivo de los agronegocios y
políticas extractivistas; destruir las imágenes de las juventudes como sujetxs revoltosxs,
problemáticxs, desordenadxs, incompletxs, o que su único papel es estudiar y estar de joda,
entre otras. Los textos que producimos intentan dar cuenta de representaciones de estas
poblaciones que sean herramienta política, arma de sentido para combatir representaciones
estigmatizantes y visibilizar la desigualdad multidimensional en la que vivimos.
El sentido y compromiso político con la comunidad, el barrio, la cooperativa con la cual
trabajamos también constituyen el prisma desde el cual entendemos y organizamos nuestra
praxis y desde donde construimos el dato antropológico. Nuestra forma de ver, escuchar,
relacionarnos con el otrx, accionar y producir textos se configuran motorizados por esta
apuesta política de querer vivir en un mundo más justo y bajo la convicción que algo
tenemos que hacer para lograr esto.Y lo hacemos. Será poco, mediano o mucho, pero hay
un hacer transformador que no puede ser individual, funciona y tiene su razón de ser en lo
colectivo.
Por último, deseamos plantear las dificultades sobre estas formas de
producción etnográfica. Algunas ya fuimos mencionando al describir las interacciones
cotidianas: no cumplir con las expectativas generadas, “perdernos” de nuestros objetivos de
investigación, sentir frustraciones en el camino de la transformación social y lucha colectiva,
entre otras. Otras tienen que ver con la naturalización de situaciones sociales producto a
veces del accionar constante sobre la coyuntura y el prolongado estar ahí. Nuestras
miradas deben ser revisadas y hay que mantenerse alertas para objetivarlas, y no perder la
capacidad de extrañamiento y pregunta, para ello también son fundamentales los espacios
colectivos de trabajo y la participación en circuitos de diálogo científico. Sin embargo,
encontramos dificultades que nos exceden como investigadoras y como militantes. Esta
forma de hacer antropología “comprometida” requiere muchas veces un tiempo mayor de
producción de conocimiento que el exigido por el sistema científico que nos evalúa, así
como se precisa avanzar en la legitimidad de producciones colaborativas y proyectos que
contengan objetivos de transferencia y desarrollo social. Para cerrar el resumen abrimos
entonces la pregunta sobre cómo seguir viviendo de la antropología con otrxs, mientras sus
vidas también sean posibles en condiciones dignas, ¿nos ayudan a hacerlo?

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