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UAB: Máster en Antropología Antropología del espacio

Evaluación final
Kearney Vidal, Josefina

Objetivo

Desarrollo teórico de algún concepto, autor/a o enfoque de interés para el alumno/a.

Introducción

En el siguiente ensayo, se llevará a cabo una contextualización de la antropología del


espacio provista por los conceptos vistos en clase frente a una presentación del apartado
“Sentido de pertenencia y cultura local en la metrópoli global” del texto de Ángela Giglia
(2012) y una breve reflexión a modo de conclusión.

Desarrollo

Es evidente ante nuestras retinas la creciente globalización de las regiones que componen
nuestro mundo sumamente interconectado y comunicado. Este contexto obliga un
replanteamiento del tipo de estudio que realizaba la antropología positivista del siglo XX la
cual anclaba la cultura a un territorio específico, concebida como entidades discretas y
discontinuas. La aportación de la antropología en el estudio del uso del espacio surgió de
la crisis de la antropología urbana en 1980. A partir de entonces, lo que se va a considerar
es el entorno construido por la población que la conforma, entendida por Lawrence y Low
(1990) como “cualquier alteración del entorno natural que fuesen edificios físicamente
delimitados, áreas abiertas o elementos de estos”. Al estilo Bourdieu, habitar se convierte
en la forma del espacio construido. El foco no recae tanto en un único espacio sino también
en las personas que lo elijen, las formas de vinculación, las costumbres y los rituales que
los caracterizan, entre otras cuestiones. Esto da origen a los principios básicos del campo
de lo espacial vistos en clase, compuestos por tres capas: la primera abarca lo físico,
aquello que es tangible; la segunda el uso de dicho espacio y, la tercera, las percepciones
de los integrantes que ocupan el espacio. Rapoport enumera distintos pilares que aportó la
antropología en la relación del espacio físico como comportamiento social:
- El primero sostiene que el espacio físico permite la interacción, hace recordar las
identidades cotidianas porque actúa de soporte a las prácticas sociales cotidianas y
refuerza las normas y valores del grupo. Según él, el entorno construido cumple tres
funciones: genera que el grupo mantenga su identidad y exprese su diversidad,
recuerde el código de comportamiento -lo que ayuda a la enculturación y apoya la
conducta individual- y sirva de recurso mnemotécnico.
- El segundo remarca la importancia del eje tempo-espacial de dichas prácticas
sociales cotidianas, que resalta cuando no estamos presentes en el mismo espacio
en el que se aprendió. Esto surge de cambios en el tiempo y en el espacio. En este
punto específico se encuentra la ensayista, migrante argentina en el país catalán,
en pleno proceso de adaptación, intentado mantener algunas costumbres centrales
para su identificación personal a la vez que incorpora nuevas.
- El tercero supone la solapación del espacio construido al físico imaginado que
dilucida las diferencias entre la representación mental de los objetos tangibles y
permite vislumbrar las percepciones de un individuo.
- El cuarto se centra en la construcción tradicional en las formas, los materiales
seleccionados y el tipo de diseño implementados. Estos anticipan comportamientos
testeados por la práctica social cotidiana.
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Para el análisis del espacio construido, vimos en clase distintos instrumentos que
Giglia tomará y citará de otros autores para dar luz sobre la relación con el espacio
construido, que no siempre es evidente. Se precisa de instrumentos analíticos, mapas
cognitivos, focos y sistemas de actividad -aportados por Rapoport-, esquemas -aportados
por Hillier y Hanson y Lawrence-. La autora, en el ejercicio del estudio de las culturas locales
y globales de México, contextualiza distintos autores y conforma una nueva visión para el
estudio de estas cuestiones. Problematiza la paradoja del discurso de las ciencias sociales,
que sostienen el cuestionamiento del significado de la cultura local y global al mismo tiempo
que desarrolla un aumento de interés en sus distintos puntos y disciplinas. Por tanto, Ángela
su busca “razonar sobre las condiciones de posibilidad para seguir estudiando la cultura en
la dimensión local en el mundo contemporáneo (globalizado)” (p. 147). Concluye que lo
local no desaparece, sino que se regenera en función de su especificidad superando sus
propios límites e imponiéndose a los niveles globales. Ampliemos.
A lo largo de todo su apartado, la autora cita a Arjun Appadurai, antropólogo indio
que señala cómo la forma de ejercicio de estudio de dicha ciencia -la etnografía- juega un
rol central en la producción de lo local como dimensión específica de la existencia social:
estudia de forma exclusiva las múltiples técnicas culturales que los grupos humanos
emplean para la producción de lo local y contribuye a dicha producción de realidad y a la
validación de esas etiquetas dentro de cada localidad. Appadurai suma la conceptualización
de la ”imaginación” para la fabricación de nuevas posibles vidas sociales y la contrastación
en la realidad de dicha vida imaginada. Así, sostiene que el concepto de habitus de
Bourdieu (1977) no por el ejercicio repetitivo de costumbres, dado el desdibujamiento del
límite entre lo local y lo global, sino por la capacidad de improvisación ante los nuevos
estímulos. Posteriormente, la autora reflexiona, tomando como eje a Appadurai, la
conformación histórica de espacios que definen “vecindarios” o “paisajes étnicos” que se
ancla, desde la época de los colonizadores, a la violencia que requiere para su producción
sobre un contexto físico y en un entorno determinado. Según el antropólogo, la
conformación y transformación de estos espacios necesita de un momento consciente,
donde afirma un poder socialmente organizado sobre escenarios que se ven caóticos o
rebeldes y que podrían adoptar otra forma de vecindad. Así, define el concepto de
vecindario como inestable por definirse en relación a otros y consiste en “las formas sociales
concretas de lo local” (p. 150). Este contexto global es el marco de referencia para dar
sentido a la identidad de la cultura local y este, a su vez, es el marco de referencia para dar
sentido a las prácticas sociales que suceden dentro. Entre ambos espacios se establece
una relación sistemática, no eventual o aleatoria, es una referencia mutua. Esta acción
social es generada e interpretada a la vez, posee múltiples sentidos y en el mismo ejercicio
que se crean se mantienen en el tiempo. Por tanto, “lo local sería un resultado de la cultura
que se hace posible en relación con otros ámbitos, locales, supralocales y reales como
imaginarios” (p. 154).
En línea con esto, la autora toma una etnografía realizada en Manchester por
Savage, Bagnall y Longhurst que explora la relación entre el sentido de pertenencia local y
la globalización como demostración empírica de lo desarrollado. El objetivo de la
investigación es cuestionar cómo el cosmopolitismo se manifiesta en las vidas locales de
los habitantes de los distintos vecindarios. Los resultados dan sentido a nuevas definiciones
claves a considerar para los estudios de las culturales locales y globales. Recapitulemos
los puntos más importantes.
La etnografía sostiene que los límites del apego local radican en la relación de sus
integrantes y su elección del lugar en el que vivir. “El sentimiento de sentirse en casa se
relaciona con procesos reflexivos en los cuales las personas pueden de manera
satisfactoria dar cuenta para sí cómo llegaron a vivir donde viven” (Savage et al 2005:29).
Toman el concepto de “pertenecer electivo” que arroja luz sobre los procesos urbanos

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actuales y articula los sentidos del apego al espacio, la posición social y las formas de
conexión con otros lugares. El pertenecer no es fijo, sino fluido y los lugares son sitios para
realizar identidades (performing). Vinculan su biografía con su localización residencial para
dando sentido a su mundo y la caracterización del lugar -como desarrollamos
anteriormente- depende estrictamente del sentido relacional. Las diferencias encontradas
entre los grupos terminaron radicando más entre los habitantes por elección frente a los
que no eligieron que entre inmigrantes u originarios “nacidos y criados”. Los resultados
iluminaron que se sienten “más en casa” aquellos que eligen, contienen la fuerza del
argumento de la decisión y la coherencia en el discurso frente a quienes no decidieron. Esto
afecta dos aspectos: la búsqueda de identidad congruente con la historia biográfica y los
procesos que hacen cíclicos de formación, consolidación y decadencia. Savage et al
sostienen que es indefendible el apego por raíces históricas. Para ellos, hay que resistir la
corriente nostálgica porque la sensación de familiaridad con el lugar no va de la mano de
pertenecer en él. De hecho, solo aquellos que vivieron afuera de sus lugares de nacimiento
o pasaron por varios lugares, tuvieron presente en las entrevistas la noción de otras
vecindades y localidades. La comparación y el diálogo entre los distintos contextos permite
la reflexividad de lo cosmopolita, no quienes fueron expuestos a cuestiones globales en un
mismo vecindario. “Solo quien ha vivido en distintos vecindarios puede tener conciencia de
la amplitud de ciertos paisajes étnicos y puede situar y valorar su experiencia de lo local en
la creación a contextos diversos” (p. 159). Los etnógrafos evidenciaron que estos nuevos
elementos dan pie a un nuevo tipo de población regional de vínculos globales parciales,
selectivos con modalidades propias al pertenecer imaginario.
En resumen, los autores proponen cinco conclusiones para entender el vínculo entre
local y global: en primer lugar, la forma y la naturaleza de las conexiones globales depende
del campo preciso de prácticas; en segundo lugar, el espacio de residencia es un arena
donde cada integrante define su posición en relación con otros campos; en tercer lugar, los
lugares son sitios escogidos por grupos sociales particulares que quieren de este modo
hacer manifiesta su identidad y no por residuos históricos; y en cuarto lugar, el sentido de
pertenencia electivo, posee su propia temporalidad y da sentido biográfico a su decisión.
Este es relativo a la fijación y la movilidad de sus imaginaciones culturales.
Así, la autora concluye que “La cultura local sigue existiendo, pero hay que repensar
su definición y su vinculación con contextos más amplios, dinámico y relacional (…) Su
estudio tiene sentido solo a condición de situarla con respecto a otros vecindarios o
metrópolis del mundo” (p 170). “Está anclada en las prácticas cotidianas y en las imágenes
del lugar (porque) aunque la globalización nos ofrezca estímulos importantes no se puede
reorientar el sentido de la existencia todos los días, entonces las prácticas cotidianas se
convierten en el lugar por antonomasia del conocimiento local de la repetición
reaseguradora de la ilusión del control ejercido sobre el ámbito reducido y delimitado del
día a día” (p. 170-171). Por tanto, el sentido de local y arraigo y pertenencia no tiene que
ver con la cultura tradicional y comunitaria sino con la globalización, la movilidad y las
elecciones individuales. La autora sostiene que la relación entre prácticas urbanas y
espacios materiales sigue siendo importante en la medida en que nos permite aprender la
metrópoli de manera diferencial y darle sentido a la experiencia urbana concreta y cotidiana.
Y si no se puede pensar lo local sin vincularlo con estas prácticas -que poseen sentidos
específicos para cada habitante en su mundo biográfico- que hacen posibles los procesos
diferenciados de otras localidades, la antropología de la dimensión local no puede seguir
siendo etnográfica.

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Conclusión

Es central incluir a la antropología como disciplina a la hora de hacer algún tipo de estudio
de un espacio concreto o proyecto de intervención. Esto es así porque considera un
componente central que forma parte del espacio y lo hace, que son sus individuos, sus
formas y percepciones, sus actividades y su vínculo entre sí, entre otras cuestiones. Al
concluir que el espacio no es solo una cuestión física sino también su uso y su percepción
es central sumar a los proyectos de intervención a sus integrantes: tanto para el estudio del
contexto, el diagnóstico, el armado del proyecto de intervención y su aplicación como para
hacer una análisis de los resultados o el impacto que trajo dado que son ellos quienes harán
uso del espacio. Discursos como el presente en el documental “El negocio de la carencia”
señalan y critican la mirada etnocéntrica y colonial todavía sigue intacta en el nuevo siglo.
Sin embargo, el método de estudio para la inclusión de dichos individuos deberá ser otro a
la etnografía. Como ya sucedió inicialmente, será interesante realizar un escrutinio de las
formas que toman las nuevas investigaciones del espacio y conformar el próximo camino
metodológico.

Bibliografía

Giglia, Ángela (2012) “Sentido de pertenencia y cultura local” en la metrópoli global” en


Angela Giglia & Amalia Signorelli (Eds) Nuevas topografías de la cultura. México:
Universidad Autónoma Metropolitana. Juan Pablos Editor.

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