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Introducción
El presente escrito tiene la finalidad de describir las ideas principales del libro "¿Qué
es la historia cultural?" de Peter Burke, el cual muestra a la historia, como disciplina,
es un vasto y diverso campo que busca comprender y analizar los acontecimientos
del pasado para entender el presente y proyectar el futuro. En el escrito, se nos
presenta una amplia descripción de la articulación entre historia y cultura,
explicando cómo las creencias, las expresiones artísticas y las prácticas cotidianas
han influido en la evolución de la humanidad.
A lo largo su obra, Burke nos invita a cuestionar y profundizar en la esencia
misma de la historia, examinando cómo la cultura se entrelaza con las narrativas
históricas y cómo, en última instancia, da forma a la manera en que percibimos y
experimentamos el mundo que nos rodea. Desde un inicio se enfatiza en que es
cada vez más difícil decidir a qué se le considera cultura, por lo que historiadores,
se cuestionan la combinación de la historia y la cultura. No obstante, la diversidad
cultural complica dar una respuesta concreta.
A continuación, se exploran los principales conceptos y temas presentados
en el libro mencionado, desglosando su estructura y abordando los argumentos
clave que el autor nos presenta. A través de este análisis, se busca comprender la
relevancia y el impacto de la historia cultural en nuestra comprensión global de la
historia y su papel en la configuración de identidades individuales y colectivas. A
medida que se aborden las ideas presentadas por Burke, también se pueden
establecer conexiones con cuestiones contemporáneas, como la influencia de la
cultura en la sociedad actual y cómo las representaciones culturales pueden
moldear nuestra percepción de fenómenos como la violencia y la creación de
movimientos sociales en la era digital.
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lo largo de la historia, las sociedades han experimentado un proceso de pacificación
y autodisciplina, lo que ha llevado a una reducción en la violencia y un aumento en
el autocontrol.
La lista de historiadores e intelectuales que se incluyen en el primer capítulo
es amplia, pero considero pertinente mencionar que, en conjunto, la suma de otros
aportes de Warburg, Gombrich y Panofsky resaltan la importancia de la
comunicación visual, la percepción y la interpretación simbólica en la historia
cultural. El autor utiliza estas perspectivas para analizar cómo las representaciones
visuales y culturales transmiten significados, emociones y valores a través del
tiempo y las distintas sociedades.
La gran diáspora resulta ser un fenómeno que nos permite vislumbrar los
efectos que trajo consigo la dispersión de varios historiadores del XX, esto debido
a que el instituto había sido fundado por un judío, y dadas las problemáticas de ese
momento los eruditos se vieron en la necesidad de refugiarse al extranjero. Lo
anterior afecto gravemente a la historia cultural. Gracias a ello (en parte), se dio el
fenómeno de la enseñanza de los cursos sobre “civilización” en Estados Unidos,
esta era una palabra clave para referirse a cultura, y trajo consigo el movimiento de
la “Nueva Historia”, en el que estaban involucrados historiadores radicales. Cabe
mencionar que la gran diáspora también afectó el desarrollo de la historia cultural
en Gran Bretaña.
Para concluir este apartado, cabe mencionar que, a lo largo del capítulo,
Burke resalta la importancia de situar la historia cultural en su contexto histórico y
social. Destaca cómo las corrientes intelectuales y las circunstancias históricas
influyen en la forma en que se aborda y se comprende la cultura. Además, el autor
subraya la relevancia de considerar las interacciones entre diferentes enfoques
historiográficos y las teorías emergentes en el estudio de la cultura.
Se nos muestra una visión amplia de los fundamentos de la historia cultural,
desde sus raíces en la etapa clásica hasta las reacciones marxistas que ampliaron
su alcance. A través del análisis de las ideas de figuras influyentes, el autor nos
muestra cómo la historia cultural ha evolucionado como respuesta a distintos
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enfoques y perspectivas. También se hace referencia al nacimiento de los “estudios
culturales” en la década de 1960 en Gran Bretaña.
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cultural. Aunque reconoce su valor en destacar las dimensiones sociales y
económicas, también advierte sobre la simplificación excesiva y la reducción de la
complejidad cultural que pueden surgir al aplicar una lente marxista de manera
dogmática.
Otro tema que se explora es el de las paradojas de la tradición. Burke explora
cómo las tradiciones culturales no son estáticas ni inmutables, sino que están en
constante cambio y adaptación. A medida que las sociedades cambian y se
desarrollan, las tradiciones culturales también se ven influenciadas y modificadas.
Sin embargo, en medio de este proceso de cambio, a menudo se desarrollan
paradojas que desafían nuestras percepciones lineales de la tradición.
Se propone un debate sobre la cultura popular, en donde se hace el
cuestionamiento si el término “popular” debe incluir a toda una sociedad
determinada, o excluir a la élite de dicha población, por lo menos en ciertos
periodos. Cuestionar la cultura popular implica ir más allá de las interpretaciones
superficiales y estereotipadas de las expresiones culturales que a menudo se
asocian con las clases populares. Burke sugiere que, en lugar de asumir que la
cultura popular es homogénea, uniforme y estática, es esencial adoptar un enfoque
más reflexivo y examinarla desde una perspectiva más amplia y contextual.
Un poco más problemático que precisar el término “popular” Burke se
propone definir el de “cultura”. Este último abarca una amplia gama de expresiones
humanas que incluyen no solo las manifestaciones artísticas y las ciencias, sino
también las prácticas sociales, las creencias, los valores, las costumbres, los
símbolos y las formas de vida en general. La cultura se entiende como un conjunto
de significados compartidos y simbólicos que las personas utilizan para
comunicarse, expresarse y comprender el mundo que les rodea.
Es en 1990 cuando cobra fuerza el interés por estudiar lo relacionado con el término
cultura, en este sentido, se produce una expansión del mismo. Burke se refiere ello
como el proceso mediante el cual la cultura se difunde, se transforma y se enriquece
a través de la interacción entre diferentes grupos humanos, ya sea dentro de una
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misma sociedad o a través de intercambios culturales entre distintas regiones. De
hecho, se los historiadores comienzan a etiquetar las formas de estudiar distintas
diciplinas con perspectiva cultural, anteponiendo la palabra “cultura”, por ejemplo:
la cultura del amor, la cultura del juego, etc.
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En el marco del capítulo 3 considero pertinente incluir el trabajo de Darnton.
Él hace énfasis en la importancia de examinar la cultura popular y las mentalidades
de las clases subalternas. En su obra, Darnton ha destacado cómo las formas de
expresión cultural de las clases menos privilegiadas, como los cuentos populares,
los panfletos y las canciones, pueden proporcionar una visión única de las
creencias, deseos y preocupaciones de grupos históricamente marginados. Este
enfoque se alinea con la historia cultural, que busca comprender las experiencias y
perspectivas de una amplia gama de actores sociales. Por otra parte, define la tarea
del historiador cultural como “la captura de la alteridad".
Un suceso que llama mi atención es la relación entre la historia cultural y la
antropología como dos disciplinas que comparten intereses y enfoques en el estudio
de la sociedad y la cultura. Burke destaca cómo la historia cultural y la antropología
comparten una preocupación por comprender las prácticas y significados culturales
de las personas en contextos específicos. Aunado a ello, la antropología nos permite
una comprensión más amplia de la diversidad cultural. Además de promover
métodos etnográficos que involucran la observación y participación directa en las
comunidades estudiadas, lo que ha influido en la historia cultural al resaltar la
importancia de las experiencias individuales y las prácticas cotidianas en la
construcción de la cultura y la identidad.
Para 1970 surge la “microhistoria”, asociada a un pequeño grupo de
historiadores: Ginzburg, Levi y Grendi. Esta disciplina se refiere a un enfoque
historiográfico que busca explorar y comprender la historia a través de un análisis
detallado y minucioso de casos individuales, eventos locales o contextos
específicos. La microhistoria se caracteriza por su atención a los detalles, su énfasis
en las experiencias individuales y su enfoque en aspectos aparentemente pequeños
o marginales de la vida cotidiana.
Para finalizar el capítulo, se cierra con una breve mención a aportes iniciados
por Kelly para la visibilización del feminismo, centrados en la época del
Renacimiento. Resaltando los obstáculos a los que se enfrentaron mujeres artistas
de esa época. Kelly invita a los historiadores culturales a reconsiderar las fuentes
históricas desde una perspectiva de género. Argumenta que muchas veces las
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fuentes tradicionales pueden ocultar las voces y experiencias de las mujeres, por lo
que es esencial buscar activamente evidencia de su participación y contribuciones
en la cultura.
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En el ámbito del poder y el conocimiento, Michel Foucault plantea cuestiones
fundamentales para la nueva historia cultural al explorar cómo las estructuras de
poder y las verdades históricas se construyen en diferentes discursos culturales.
Por último, Pierre Bourdieu enriquece esta perspectiva al analizar cómo la cultura y
el poder interactúan en la sociedad, su teoría del "capital cultural" ilumina cómo los
recursos culturales afectan la posición social y la reproducción de la desigualdad.
En conjunto, estos aportes amplían las fronteras de la nueva historia cultural,
proporcionando lentes conceptuales para analizar la multiplicidad, las interacciones
y las dinámicas de poder en la cultura a lo largo de distintos contextos históricos.
A manera que se avanza en la narración del capítulo, podemos encontrar el
término “prácticas”, que resulta ser un elemento esencial dentro del enfoque de la
nueva historia cultural. Dicho término se refiere a las acciones, comportamientos y
actividades realizadas por individuos y grupos en su vida cotidiana, que están
imbuidas de significado cultural y que contribuyen a la construcción y reproducción
de la cultura en una sociedad dada. Estas prácticas pueden abarcar una amplia
gama de actividades, desde rituales y ceremonias religiosas hasta formas de vestir,
comer, hacer deporte, interactuar y comunicarse.
Las prácticas también pueden ser indicadores de cambios y continuidades
culturales a lo largo del tiempo, ya que reflejan las formas en que las tradiciones
culturales evolucionan y se adaptan en respuesta a diferentes contextos históricos
y sociales. El enfoque en las prácticas dentro de la nueva historia cultural permite a
los historiadores profundizar en la relación entre cultura y sociedad, destacando
cómo las expresiones culturales se entrelazan con la vida cotidiana y cómo influyen
en la cosmovisión de las personas en un contexto específico.
Otro enfoque que se le dio a la nueva historia cultural y que en lo particular
llama mi atención, es la “imaginación social”, comprendida como un elemento
central en la perspectiva de la nueva historia cultural. Este concepto se refiere a la
capacidad de las personas para construir representaciones mentales, imágenes y
narrativas que dan forma a su comprensión del mundo, sus creencias y sus
interacciones sociales. Burke argumenta que esta facultad cognitiva es esencial
para comprender cómo se forma y transforma la cultura a lo largo del tiempo.
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La "imaginación social" abarca la manera en que las personas visualizan,
interpretan y conceptualizan su entorno y su realidad. A través de esta capacidad,
las sociedades crean mitos, historias, símbolos y narrativas que influyen en sus
acciones y decisiones. Estas construcciones mentales no solo son individuales, sino
que también se comparten y transmiten en las interacciones sociales y a través de
diferentes medios culturales, como la literatura, el arte, los medios de comunicación
y más. Encaja en esta línea la idea del purgatorio, la historia de los sueños,
combinaciones de rituales, la santidad, entre otros.
Otra dimensión crucial en el marco de la NHC es la “historia de la memoria”,
también llamada: memoria social o memoria cultural. Nace a partir de los aportes
de Pierre Nora, y se refiere a la exploración y análisis de cómo las sociedades
construyen, mantienen y transmiten recuerdos colectivos a lo largo del tiempo.
Burke destaca que la memoria no es simplemente un reflejo objetivo del pasado,
sino que es una construcción social y cultural que está influida por una variedad de
factores, incluyendo la política, la ideología y las representaciones simbólicas.
La “cultura material” se suma las dimensiones de la NHC, misma que es
observable en los aportes de Elías, por mencionar algunos: la historia del tenedor y
del pañuelo. Este enfoque se refiere al estudio y análisis de los objetos y artefactos
tangibles que conforman la vida cotidiana de una sociedad o grupo en particular. La
cultura material abarca una amplia gama de elementos, desde herramientas y
utensilios hasta obras de arte, vestimenta, arquitectura, alimentos y cualquier otro
objeto que haya sido creado, utilizado o modificado por las personas.
Esta cultura no solo se refiere a la mera descripción de objetos, sino que
también se adentra en su contexto histórico y cultural, así como en las
interpretaciones y significados que las personas atribuyen a estos objetos. Esto
implica analizar cómo los objetos son producidos, utilizados, intercambiados,
valorados y descartados, y cómo contribuyen a la construcción de identidades
individuales y colectivas.
Para concluir la descripción de aportes de este capítulo me gustaría incluir la
dimensión de la NHC llamada “la historia del cuerpo”. Un ámbito que ha cobrado
fuerza en los últimos años. Se adentra en cómo las diferentes épocas y culturas han
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concebido y percibido el cuerpo humano, cómo se han establecido normas de
belleza, salud y comportamiento, y cómo estas percepciones han influido en las
prácticas individuales y colectivas. Este enfoque implica explorar una amplia gama
de temas, como la moda, la medicina, la alimentación, las representaciones
artísticas, la sexualidad, las prácticas religiosas y las concepciones de la identidad.
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Este enfoque cobró más fuerza con la influencia del trabajo de las
aportaciones de Benedict Anderson, Eric Hobsbawm y Terence Ranger. Estos
historiadores contribuyeron significativamente al análisis de cómo las identidades,
las tradiciones y las representaciones culturales son construidas y negociadas en
contextos sociales.
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Capítulo 6. Más allá del giro cultural
El capítulo final del libro propone una revalorización de los enfoques propuestos por
Burckhardt, inclusive se le llama a este fenómeno “el retorno de Burckhardt”. Aunque
el trabajo de Burckhardt se centraba en una época específica, sus ideas sobre la
interconexión de la cultura, el arte, la sociedad y la mentalidad humana tienen
aplicaciones más amplias en el estudio de la historia cultural en general. En este
contexto, dicho acontecimiento se refiere a la influencia continua de sus ideas en la
forma en que los historiadores culturales contemporáneos abordan el análisis de las
manifestaciones culturales, las prácticas sociales y las mentalidades históricas. No
obstante, cabe destacar que realmente Burckhardt nunca se fue, a pesar de los
nuevos enfoques que se fueron incluyendo entre 1970 y 1980, la historia de la alta
cultura nunca se abandonó.
Un enfoque que en lo personal evoca mucho interés es el de la “historia
cultural de la violencia”. Este busca comprender las manifestaciones y significados
de la violencia a lo largo del tiempo desde una perspectiva cultural y contextual.
Esta aproximación reconoce que la violencia no es un fenómeno aislado, sino que
está arraigada en sistemas de creencias, valores, prácticas sociales y estructuras
de poder que varían según el tiempo y el lugar. Principalmente destacan aportes de
las violencias en masas, como lo es la guerra. Algunos investigadores que destacan
son: Blok, Dougles, Turner, Crouzet y Davis.
Cerca de terminar el texto, se habla de la “fragmentación de la cultura”. Bruke
se refiere a ella como un fenómeno en el que la cultura no es una entidad
homogénea y unificada, sino más bien está compuesta por una diversidad de
expresiones, prácticas y manifestaciones que pueden coexistir en un mismo
contexto. Esta fragmentación implica que la cultura no sigue una estructura única y
lineal, sino que está formada por múltiples capas, perspectivas y voces.
Se destaca que esta fragmentación cultural puede ser resultado de diversas
dinámicas históricas, sociales y políticas que han dado lugar a la coexistencia de
diferentes tradiciones, valores, grupos sociales y formas de expresión en una
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sociedad. Además, esta fragmentación puede ser evidente en la multiplicidad de
prácticas culturales, desde las formas de entretenimiento hasta las creencias
religiosas, y en cómo estas prácticas pueden ser experimentadas y reinterpretadas
de maneras variadas por diferentes individuos y grupos. También se deja ver que la
cultura a menudo fomenta la fragmentación, y se enumeran algunos ejemplos de
distintos países, entre ellos Estados Unidos e Irlanda.
En conclusión, en su libro Burke nos presenta una obra fundamental que
descifra las complejidades de la intersección entre la historia y la cultura, revelando
cómo estas dos dimensiones se entrelazan y se influyen mutuamente en la
conformación de las sociedades y la percepción del pasado. A través de un análisis
detallado y una exploración profunda, el autor nos lleva de la mano a través de las
diversas etapas de la historia cultural, desde sus raíces en la antigüedad hasta su
influencia contemporánea en la configuración de identidades y valores.
Es importante destacar que esta obra no solo nos brinda una visión más
amplia de la historia cultural, sino que también nos desafía a cuestionar nuestras
propias perspectivas. Nos invita a considerar cómo nuestra propia cultura influye en
nuestra interpretación del pasado y cómo las interpretaciones históricas están
inevitablemente influenciadas por nuestras experiencias y creencias actuales. Todo
lo dicho nos evoca un pensamiento más crítico y reflexivo, reconociendo la
complejidad de las fuerzas culturales que han moldeado el curso de los
acontecimientos.
Finalmente, en cuanto a la relación de la lectura con mi proyecto de
investigación, encuentro aportes significativos. En su relación con la violencia en el
contexto mexicano actual y la creación de movimientos sociales a través de las
redes sociales digitales, es importante señalar que, aunque estos temas no son
tratados directamente en el libro, existe una conexión subyacente en términos de
cómo la cultura, la representación y el poder influyen en la formación y la respuesta
de la sociedad ante estos problemas.
En el caso de la violencia en México, el enfoque en la representación cultural
podría ayudarnos a entender cómo las narrativas culturales y mediáticas influyen en
la percepción pública de la violencia. La representación visual y verbal de la
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violencia en los medios de comunicación, el arte y la literatura puede influir en cómo
se abordan estos problemas a nivel social y político. Aunque los medios digitales de
comunicación y las redes sociales no se abordan directamente en el libro, se puede
establecer un paralelo entre la forma en que las representaciones culturales
históricas y contemporáneas influyen en la opinión pública y cómo las plataformas
digitales desempeñan un papel similar en la formación de movimientos sociales y la
creación de conciencia.
En particular, considero que el enfoque de “la historia de la violencia” nos
lleva a una profunda reflexión sobre el presente. En el contexto de México, un país
que ha enfrentado desafíos persistentes en términos de violencia criminal, este
enfoque adquiere una relevancia inmediata. La historia de la violencia nos invita a
desentrañar las raíces históricas y culturales de la situación actual, a cuestionar
cómo las narrativas, símbolos y prácticas han contribuido a la formación de una
realidad marcada por el sufrimiento humano.
En un México donde la violencia sigue siendo un desafío apremiante, la
historia cultural emerge como un faro que nos guía hacia una exploración profunda
y contextualizada de las raíces de la violencia. El libro nos impulsa a preguntarnos
cómo las representaciones culturales moldean nuestras percepciones y respuestas
a la violencia, y cómo podemos utilizar esta comprensión para tejer un futuro más
justo y pacífico.
Como señala Burke, la historia cultural nos invita a considerar cómo los seres
humanos han intentado dar sentido a sus vidas, y especialmente cómo han
expresado sus aspiraciones y frustraciones a través de las diversas obras. Esta
reflexión puede aplicarse al análisis de cómo la cultura y las expresiones artísticas
pueden influir en la forma en que la sociedad aborda la violencia y cómo las redes
sociales digitales se utilizan como plataformas para crear conciencia y movilizar a
las comunidades.
Referencia
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