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Entre abuelos y nietos.

Reflexiones sobre la
abuelidad.

Autores: Lic. Gastón Moisset de Espanés – Dr. Andrés I. Urrutia.


Universidad Nacional de Córdoba. Facultad de Psicología.
Cátedra: Psicología Evolutiva del Adulto y la Senectud.

Introducción.
El presente trabajo se propone como objetivo reflexionar sobre la “abuelidad”, término que se
utiliza cada vez con mayor frecuencia y que hace referencia a una vinculación intergeneracional en
el ámbito familiar; considero que la “abuelidad” requiere de ciertas discusiones para precisar su
significado, ya que la misma puede esconder prejuicios o generar una cierta mirada “naif” e
ingenua sobre “los abuelos”. Enmarcaremos a la abuelidad en tanto que fenómeno normativo pero
no universal de la segunda mitad de la vida. En los últimos años han proliferado las investigaciones
sobre la abuelidad. Ciertamente son casi innumerables los trabajos que abundan sobre la temática
(son más bien innumerables los “papers” sobre “grandparenthood”, pues hay una muy
desbalanceada producción de investigación empírica en lengua inglesa y castellana). Pero más allá
de la cantidad de datos empíricos, es mi intención realizar una lectura de la abuelidad que integre
distintas perspectivas. Aspiro a poder evidenciar los aspectos más invariantes y estructurales de la
abuelidad, en sus dimensiones intrapsíquicas y vinculares (rescatando aportes del psicoanálisis
como teoría del desarrollo) y a su vez también poder enmarcar a la abuelidad como tarea en el
curso de la vida.

Comentarios sobre el término.


En primer lugar es necesario hacer un comentario sobre el coloquial uso del término “abuelo” tan
común en nuestro país para hacer referencia a las personas adultas mayores. Deseo arrancar por
este punto ya que a esta altura de los tiempos no podemos darnos el lujo de dejar pasar por alto
algo que considero una de las más naturalizadas formas de “viejismo”. Entendemos por viejismo el
conjunto de estereotipos y de prejuicios hacia las personas por el simple hecho de pertenecer a
cierto grupo de edad (Salvarezza, 2002). La expresión “abuelo”, muchas veces expresada con cierta
confianzuda y hasta quizás bienintencionada manera, etiqueta a la persona mayor con una categoría
que es del orden de lo familiar, y de una manera simbólicamente violenta despoja a la persona
mayor de su condición de ciudadano, desconoce muchos pilares identitarios que todas las personas
hemos construido a lo largo de la vida, y que incluso son previos a la transición hacia la abuelidad.
En el caso de las personas que no han tenido descendencia, se les asigna una denominación que no
corresponde. Al tratar de “abuelos” a los mayores se asocia este vínculo a la edad, desconoce que
la abuelidad puede acontecer en la adultez media, incluso antes de los cuarenta años. En definitiva,
hablar de las personas mayores como “abuelos” constituye una expresión de sentido común que
esconde un modo de funcionamiento social dominante y una cultura viejista. “Abuelo” o “abuelito”
en muchos casos también infantiliza, o reduce la vida emocional a cierta imagen estereotipada de
ternura y cariño. Como bien lo expresa Iacub (2001) “… el lenguaje está atravesado por relaciones
de fuerza, ya sean de edad, clase, sexo o raza; es en y por el lenguaje y sus imágenes que se juega
la dominación simbólica, es decir, la definición y la imposición de las percepciones del mundo y de
las representaciones socialmente legitimadas”. Considero que es un deber de los espacios de
formación de profesionales de la salud generar capacidades críticas para deconstruir ciertos
imaginarios sociales, y en el caso del envejecimiento, con necesidad y con urgencia; y en el caso de
la “abuelidad”, con más razón. Necesitamos que un profesional pueda tener un amplio marco de
comprensión conceptual para que en sus prácticas profesionales pueda dimensionar lo que la
abuelidad puede significar para una persona (dimensiones intrapsíquica y vincular) y saber de las
luchas simbólicas que se esconden detrás de las palabras (dimensión transubjetiva).
Las miradas viejistas hacia las personas de edad no sólo se apoyan en conocimientos del sentido
común; tristemente ciertos modelos “pseudo científicos” colaboraron en la construcción de una
mirada viejista aún dentro de la psicología del desarrollo humano; necesitamos de los aportes de
Paul Baltes para llegar a cierta redefinición del concepto de desarrollo (Villar, 2005). Con la
primacía de modelos biologicistas, mecanicistas y organicistas del desarrollo, la visión del mismo
en tanto que ganancia y crecimiento lo limitó a las primeras etapas de la vida. El modelo de “U”
invertida colaboró en la construcción de una mirada decremental del proceso de envejecimiento. En
este sentido, las perspectivas contextuales dialécticas han posibilitado redefinir el desarrollo
humano, considerar el balance entre ganancias y pérdidas a lo largo de todo el ciclo vital, y a
permitirnos pensar las etapas de la adultez y la vejez de una manera compleja
(multidimensionalidad y direccionalidad del desarrollo). A su vez estas perspectivas han puesto el
foco en la enorme heterogeneidad que presentan los procesos singulares de desarrollo (siendo la
vejez la etapa más heterogénea claramente), la incidencia crucial de los factores socio culturales e
históricos en el mismo, y a su vez el rol central que los individuos, en tanto que agentes del propio
desarrollo, tienen para direccionar las trayectorias vitales.
Dentro de este marco considero que es posible pensar la abuelidad como un fenómeno normativo,
esperable, en la segunda mitad de la vida (e incluso en etapas aún previas a los cuarenta años);
siendo normativo, no es universal. Claramente se trata de un fenómeno que no necesariamente
atraviesan las personas, y que, a diferencia de la paternidad, no está completamente en sus manos y
decisiones. A su vez, se trata de un fenómeno en donde es evidente que existen claras normativas
de época histórica en la definición del ejercicio del rol de abuelo, o la valía que una cultura (tan
diversas según contextos geográficos e históricos) le asignan. La abuelidad es un término que
referencia la dimensión familiar, y somos muy conscientes de las transformaciones de las familias
y su moldeamiento según las épocas.
Abuelidad como potencial ganancia. Ejemplos narrativos.
A partir de pensar el desarrollo como un balance de ganancias y pérdidas, considero que la
abuelidad puede ser comprendida como una posible ganancia vincular en un tiempo en donde las
pérdidas comienzan a tener un peso cada vez mayor. Ganancia vincular que puede hacer de la
relación entre abuelos y nietos una experiencia potencialmente de gran significación y sentido; para
transmitir y ejemplificar el especial significado que la relación entre abuelos y nietos puede tener
he escogido dos narrativas.
La primera corresponde a Ramón J. Cárcano (1860-1946), destacado líder político que fue
gobernador de la provincia de Córdoba. En un escrito autobiográfico realizado al tener 80 años,
Cárcano recuerda los años de infancia y relata en sus primeras páginas cierta contrastante actuación
ejemplar de su abuelo materno y un maestro de escuela. Ante la situación de peste de cólera, la
familia se ha trasladado a San Francisco del Chañar, en el norte cordobés. El joven Cárcano tiene
siete años, y en la escuela rural en donde está asistiendo a clases se produce una situación
conflictiva:
“El maestro Doroteo se encuentra un sapo muerto sobre su mesa de trabajo. Se sorprende e irrita.
¿Quién ha puesto eso? Grita todo encendido ¿quién ha puesto eso, quién ha puesto es? Nadie
responde.
El maestro levanta la palmeta e interroga a cada uno de los escolares. Nadie sabe nada. Resuelve
castigar a todos los alumnos. Anuncia con grito estridente la terminación de la clase, y que cada
uno recibirá un palmetazo al retirarse. La palmeta es de madera de algarrobo.
Principia el desfile. Cada niño al salir estira la mano abierta y recibe un duro golpe. (…) cuando
me toca el turno, no me detengo, salgo corriendo y continúa mi fuga desesperada hasta entrar a
casa. Mis padres resuelven que no vuelva más a recibir las lecciones del maestro Doroteo”
Cambio de maestro. Mi abuelo toma a su cargo mi instrucción primaria. (…)
Mi abuelo me conduce a su escritorio, la pieza más fresca de la casa, atestada de diversas
mercaderías, y frente a una ventana me sienta sobre una petaca de cuero crudo, cubierta de
blandos tejidos elaborados en Tulumba. Pone en mis manos una cartilla y un puntero de hoja de
palma, planta abundante en el lugar, y empieza la lección de papa Francisco, como le llamaba.
Ese día aprendo muy bien la lección y recito el abecedario de memoria. Mi abuelo me acaricia,
abre una gaveta del almacén y me ofrece un puñado de pasas de uva. Las lecciones se repiten con
el mismo éxito y la misma recompensa: pasas de higo, pelones, patay, chancaca, nueces,
almendras (…) siento cariño por mi cartilla (…)
La palmeta está vencida. Nada se edifica con el golpe y el dolor. El cómitre Doroteo queda
derribado por la escuela de mi abuelo sin haber leído a Pestalozzi. Todo florece con amor”.
La segunda narración corresponde a un fragmento de una entrevista realizada por el Dr. Ricardo
Iacub (2001) a la reconocida actriz Cipe Lincovsky (1929-2015).
Entrevistador: Y con la familia ¿cómo es su relación? Veo que tiene nietos, ¿cómo es una abuela
con tanta actividad? No es la bobe típica.
Cipe Lincovsky…. Te voy a contar una sola anécdota, como actriz siempre quise saber cómo es
volar, vos sabés que los actores hacemos ejercicios de lo más locos, improvisaciones. Hasta con
Strasberg fui una vez y le plantee que quería sentir esa cosa que es volar. Veo los pájaros acá a la
mañana y me pregunto qué es eso, cómo hacen, qué se siente. El 5 de noviembre de 1986, mi hija
Taibele me llamó por teléfono y me dijo: “Mamá me voy al sanatorio”… “Voy para el sanatorio”,
“No, yo te voy a llamar” Me quedé sentada ahí al lado del teléfono, a las tres de la tarde me llamó,
me dijo, “Mamá, Bruno está aquí, al lado mío”, yo bajé, dejé el teléfono y sé lo que es volar… y
eso me lo dio mi primer nieto. Es algo que no se puede describir, nada más que con esto lo pude
describir”
He escogido estas dos narraciones por su complementariedad: una narración desde la posición de
nieto y otra desde la posición de abuela.
En la primera se puede observar, desde la posición de nieto, la huella generativa imborrable que la
generación de los abuelos puede imprimir en nuestro desarrollo. En investigaciones sobre
desarrollos excepcionales en la vida adulta (Urrutia et al, 2009), hemos encontrado que las
atmósferas generativas de la infancia pueden ser las simientes de una vida adulta plena, productiva
y creativa. Ramon J. Cárcano es un paradigma de un desarrollo cumbre de la generatividad (*). En
la segunda narrativa, desde la posición de una abuela, se transmite con claridad el efecto
potencialmente transformador y embelesante que puede significar la transición hacia la abuelidad.
Se trata de dos narraciones que, con la intensidad y la potencia del testimonio personal, considero
logran transmitir la posibilidad vincular amorosa que se inaugura en la transición hacia la
abuelidad. Pero recalco ahora la palabra “potencial”. ¿Acaso todas las experiencias de abuelidad se
asemejan a estos relatos? Desconocer que en las relaciones intergeneracionales también se
transmiten abusos y perversidades sería de una ingenuidad imperdonable. Es necesario pensar la
abuelidad desde una teoría comprensiva de los vínculos humanos, sus ambigüedades y sus
ambivalencias; y a su vez poder comprender que en las historias vinculares familiares el amor es
una difícil tarea y construcción y no el destino de todas las relaciones.
La psicología del desarrollo intenta delimitar aspectos que puedan tener cierta invariabilidad más
allá de lugares y épocas (invariantes culturales) e identificar los aspectos que están más asociados a
un determinado momento socio-histórico.
Trasladando este interrogante a la abuelidad, ¿será posible identificar aspectos centrales o
invariantes de la abuelidad y aspectos variables y producto de emergencias históricas particulares?
Para tratar de responder a estos interrogantes rescataré aportes desde el psicoanálisis (la abuelidad
como una crisis) y de la psicología del curso de la vida (abuelidad como transición).

Aportes de Paulina Redler.


Paulina Redler es una psicoanalista argentina cuyos aportes considero ayudan a abordar y
desarrollar una mirada comprensiva de los aspectos estructurales de la naturaleza intrapsíquica e
interpersonal que caracteriza a la abuelidad (Redler, 1986). El psicoanálisis ha centrado sus
preocupaciones en la infancia y en la adolescencia (por ejemplo, al desarrollar los conceptos de
narcisismo y el complejo de Edipo); ser hijo y ser padre son, desde la perspectiva psicoanalítica,
nucleares en la estructuración mental. Poder tener y amar un hijo, el amarse y desear a través del
hijo. Ahora bien, ser abuelo, ¿es intranscendente? Y la palabra “trascendencia” es utilizada ex
profeso, pues la trascendencia narcisista es lo que está en juego en la transición de la paternidad y
también está presente en la estructuración trigeneracional. Los hombres y las mujeres cuyos hijos
no tienen o no pueden tener descendencia, de una u otra forma suelen revelar sentimientos penosos
que ese déficit produce; no hay cabida para cierta esperanza de “infinitud”, cierto daño en la
autoestima. Al decir de Freud, el punto más espinoso del sistema narcisista es la inmortalidad del
yo; realidad asedia duramente semejante apetencia desmesurada, pero estas apetencias se refugian
en un hijo. Corresponde ahora agregar que la seguridad de inmortalidad se potencia con el nieto.
Claramente se trata de una satisfacción imaginaria, la ilusión de una completud e infinitud, el
cumplido anhelo de la supervivencia. La tercera generación provee de unificación al yo, se
desmiente la idea de castración y muerte. La presencia en el nieto de rasgos semejantes a sí mismo
o al propio hijo, la encarnación de algún nombre familiar, fomentan su eficacia salvadora.
“Algo sucedió aquel día de vacaciones en el restaurante frente al mar, con una comida que
compartíamos mi esposo y yo con nuestros tres nietos varones. (…) ese día aparecieron unas
sardinitas que habían escapado sabrosas de alguna lata con salsa de tomate. Primero, Tomás las
probó curiosamente de mi plato y se le notó una alegría tan conmovedora como la que le habíamos
visto ante la pileta olímpica (…) el acababa de incorporar, junto con el sabor inédito de una
humilde sardinita, la felicidad de parecerse a su papá en los sabores predilectos. (…) Recordé a mi
hijo eligiendo ese plato siempre deseado y me recordé a mi misma deseándolo. Una sucesión de
papilas. Una sucesión de preferencias tan heredadas, quizás, como el gurpo sanguíneo. El hilo
conductor de la herencia (…)” Juana Rottemberg. “Los nietos nos miran”.
Ahora bien, la completud narcisística, como la vivida en estados enamoramiento, está destinada a
resquebrajarse y en algún momento nos reencontraremos con nuestra propia incompletud y
precariedad. El nieto, en tanto objeto investido narcisísticamente, también se transforma en objeto
que señala una violenta contrastación: el paso del tiempo, la edad, la cuña que se establece entre las
generaciones, la separación del abuelo respecto de sus propios hijos. Junto a la cara idealizada, el
nieto se transforma en un mensajero de la difícilmente soportable idea de mortalidad.
Entrevista a Alicia Moreau de Justo a los 94 años.
“Uno va a morir, pero, felizmente, en los nietos, en los bisnietos, uno ya tiene la intimidad de los
tejidos, la seguridad de que la vida continua. Al ver a mis nietos, a mis bisnietos, no puedo reprimir
un estado de angustia por el mundo que dejamos detrás nuestro”.
En este breve extracto se aprecia la paradójica lucha entre cierta sensación lograda de unidad y
trascendencia, y por otro lado, la angustiosa percepción del quebrando del yo ideal. Promesas de
vida pero, simultáneamente, evidencias de muerte. Claramente, en términos psicoanalíticos, la
salud mental estará ligada a los recursos psíquicos y la creatividad posible para elaborar las
situaciones críticas. Tanto la paternidad como la abuelidad son caminos posibles hacia la integridad
en la vejez; pero no son los únicos ni los excluyentes, son los caminos en el ámbito de la vida
familiar.
Cierta resistencia de algunas personas a ser nominadas “abuelas” posiblemente guarden relación
con las ansiedades que hemos comentado y que los nietos, simplemente con su presencia, pueden
colaborar a movilizar. Con mucho humor, Juan Carlos Mesa comentaba en una entrevista al diario
clarín en noviembre de 1983: “con mi mujer me casé hace 28 años, y tengo tres hijos estupendos y
un nieto que está aprendiendo a decirme tío”. El humor, en tanto recurso psíquico, no desmiente la
realidad y al mismo tiempo se produce una ganancia de placer a partir de un triunfo sobre ciertos
aspectos sufrientes.
Como en todo amor narcisista, se produce la subordinación del amante al amado, el abuelo al nieto.
Pero el amor requiere del resquebrajamiento narcisístico, requiere de la emergencia del otro en
tanto objeto de amor y no sólo de proyección narcisística; si se produce el pasaje del amor
narcisístico al amor objetal, si tal vicisitud vincular es mutua, si el ideal se cumple, cuando los
abuelos aman a sus nietos y los nietos aman a sus abuelos, la sensación de completud prevalece. Y
se producen alianzas amorosas, un vínculo muchas veces llamado “cómplice” entre las
generaciones. La “complicidad” implica que se ha realizado cometido algún tipo de delito. ¿Qué
delito se esconde tras la complicidad entre abuelos y nietos? La relación entre abuelos y nietos es
un vínculo que circula por los márgenes de la generación intermedia (nuclear); abuelos y nietos
tienen adversarios comunes, objetos de las tendencias hostiles (parricidas y filicidas), y al mismo
tiempo también disputan sus amores y reconocimientos. Abuelos y nietos “se identifican en la
ambivalencia amorosa hacia la generación intermedia y como terceros excluidos de la pareja
nuclear”.
Las relaciones narcisísticas y edípicas del hijo con su padre, y luego la relación padre de un hijo
son más cercanas, más nucleares y más intensas que el posterior vínculo abuelo-nieto. Los abuelos
experimentan con menor rigor que los padres los efectos del amor y la rivalidad presentes en toda
relación paterno-filial, en toda relación erótica nuclear.
La elaboración de la “crisis de la abuelidad” según la autora, requiere de la posibilidad de elaborar
la propia castración; requiere de la aceptación de la propia paternidad y sus conflictivas inherentes,
la aceptación y la empatía con la paternidad del hijo. Surge así la posibilidad de asumir la posición
estructural de abuelo dentro de una dinámica familiar trigeneracional, posición que en algún punto
representa también una renuncia a cierta centralidad que brinda el rol parental. Pero renuncia que
promueve la mejor alianza entre las generaciones adultas, las alianzas en el cuidado y el amor
compartido por la generación naciente.
Las construcciones conceptuales del psicoanálisis se apoyan en la práctica clínica de los
psicoanalistas, y han recibido siempre cierta crítica por la falta de base empírica que sustente
alguna de sus afirmaciones. Aun asumiendo estas críticas considero que los aportes de P. Redler
contribuyen a construir una mirada teórica comprensiva de dinamismos intrapsíquicos y vinculares
relacionados con la posición de un sujeto en una tercera generación, un énfasis en aspectos
estructurales universales más allá de las singulares formas de experimentar la abuelidad tan
variables según épocas y lugares.

Lo variable en tanto que cambios de época, y lo estructural.


Si en el apartado anterior me ha interesado desarrollar las ideas de Redler es porque considero que
cierta visión estructural del psicoanálisis brinda un marco conceptual de cierta firmeza (siempre y
cuando no se caiga en dogmatismos) para entender algunos fenómenos en lo dinámico y complejo
de los cambios sociales.
Y las dinámicas sociales actuales, por momentos son vertiginosas. Y de hecho, la preocupación por
el estudio de la abuelidad ha venido de la mano de las grandes transformaciones demográficas y
sus impactos en la organización de las estructuras familiares. Constituye una emergencia histórica
el aumento de la expectativa de vida y la disminución de la fertilidad; esto ha generado el
fenómeno de verticalización familiar. Cada vez es más habitual la convivencia (no la cohabitación)
de tres o cuatro generaciones en familias con pocos crecimientos laterales; el rol de abuelo es un
rol que se vivencia a lo largo de más años que antes. Los abuelos actuales es más probable que
vivencien relaciones con nietos también adultos (Hank et al, 2018).
Otros cambios significativos se vinculan al ingreso de las mujeres al mercado laboral, la
redefinición de las tareas y su vinculación al género, la diversificación de las estructuras familiares
(tradicionales, pero también monoparentales, ensambladas, homoparentales) (Roudinesco, 2002).
Esta diversificación de modelos de “familias” cuestiona incluso la definición de quien es un abuelo
y quien es un nieto. Una mujer mayor inicia una relación de pareja con un señor ya viudo y cuya
hija tiene una familia ensamblada con dos hijos y un hijastro; la mujer se interrogaba ¿puedo
considerarme abuela de un nietastro de mi pareja? Silvia Bleichmar (2011), con su enorme
capacidad para producir pensamiento en las personas sin escandalizar sino simplemente
desnaturalizar lo que nos parece obvio, comentaba del niño hijo de una familia ensamblada que se
apenaba por su compañero: “Pobre, ¿así que vos sólo tenés cuatro abuelos?”
Además del mencionado fenómeno de “verticalización de las familias” se ha producido la
“nuclearización” de las mismas (tendencia a la convivencia de sólo dos generaciones), lo que
también incide en los modos de contrato tácito de la participación de los abuelos en las dinámicas
familiares. Dicha participación se caracteriza por ser demandados como apoyos y soportes tanto en
dimensiones instrumentales como emocionales, pero al mismo tiempo sin márgenes para la
definición de los lineamientos centrales de la formación y educación de los niños que recae en la
generación intermedia. Hay múltiples investigaciones que reportan el elevado porcentaje de
abuelos que colaboran en tareas de cuidado de los nietos como estrategias para posibilitar o
facilitar el desarrollo de la carrera laboral de los hijos, y de las hijas mujeres especialmente (Villar
et al, 2012).
Al pensar en el abuelo de Cárcano (un hombre, en un contexto rural, cristiano, de mediados del
siglo XIX) y en Cipe Lincovsky en tanto abuela (mujer, contexto urbano, judía, inicios del siglo
XXI) se hace evidente como una época histórica define y estructura, en gran medida, las
trayectorias vitales de las personas. Y aun así, nuestro desafío es poder construir conceptos que nos
permiten ver, más allá de la diversidad que imponen los cambios, aspectos de mayor invariabilidad
como lo son las humanas necesidades de trascendencia. En este punto, pero sin poder desarrollarlo
por exceder las posibilidades en el presente escrito, se deben rescatar los aportes de Erik Erikson
(1950). Este autor integró aspectos del psicoanálisis con una perspectiva de ciclo vital;
especialmente significativo es el concepto de generatividad (necesidades de trascendencia,
inmortalidad simbólica) para comprender la abuelidad (como expresión generativa en el ámbito
familiar) en la mediana edad o vejez.
Transición hacia la abuelidad.
Una transición es un cambio en estatus, en roles y también en la identidad. Las personas en el
desarrollo vital consideran la transición hacia la abuelidad como evento vital de mucha
significación y de importancia emocional. En el trabajo de Noy, Taubman y Ari (2016) se presenta
una muy buena síntesis del esfuerzo de ubicar a la abuelidad en la perspectiva del ciclo vital y en el
marco de otras transiciones que se realizan en la segunda mitad de la vida.
La transición hacia la abuelidad no ha sido tema de estudio con la intensidad que ha tenido el
estudio de la transición que implica la paternidad. La transición hacia la abuelidad puede ocurrir
dentro de un rango de edad muy grande y flexible; desde la perspectiva del curso de la vida de
Glen Elder se postula que las sociedades definen relojes sociales que determinan el “timing” que se
considera apropiado para cada transición; también dichos relojes sociales determinan las
expectativas y las creencias respecto a lo que es esperable en cada edad (Blanco, 2011). En el caso
de la abuelidad, la transición está dada por el nacimiento de un hijo de un hijo; en ese punto el
evento tiene un componente incontrolable.
La edad en que se produce la transición es significativa. Se han hallado evidencias de que las
personas que son abuelos de manera muy temprana o muy tardía suelen presentar mayores
ambivalencias, dificultades con el rol y conflictos familiares; en cambio aquellas personas que
consideran que han sido abuelos en el “momento apropiado” reportan una transición aceptada
positivamente (Kaufman y Elder, 2003). No está de más recordar en este punto que lo “apropiado”
varía según épocas y contextos sociales (es esperable ser abuela cercana a la mediana edad en
contextos con menor acceso a la educación formal, y quizás ese mismo hecho es considerado fuera
de tiempo en las clases altas).
Las transiciones vitales, al implicar cambios sustantivos, posibilitan experimentar aspectos
positivos como negativos. En relación a los aspectos positivos de la abuelidad se han reportado
sentimientos de logro y sentido; también hay evidencias de mejoras en la autoestima y menores
síntomas depresivos, y deseos de vivir más años. Respecto al bienestar, las evidencias asocian la
transición a la abuelidad con el bienestar eudaimónico, no así con medidas de bienestar hedónico.
Las personas además tienden a reportar un grado de disfrute del rol de abuelo mayor al que habían
esperado (Findler et al, 2013).
Ahora bien, entender que las transiciones son también cambios y pérdidas de roles e identidades
previas, nos permite comprender que también haya estudios en los que se encuentran pensamientos
y sentimientos negativos en relación a la abuelidad. Aspectos positivos y negativos no son
necesariamente opuestos, pueden presentarse de manera concurrente.
Los abuelos muy implicados en el cuidado de los nietos evidencian y reportan los costos del rol. La
abuelidad puede constituirse una carga y ocurre cuando las transiciones se producen a menor edad,
y coinciden con momentos de las carreras laborales o familiares con muchas demandas. También
se reportan incidencias negativas de la transición hacia la abuelidad cuando hay motivos muy
estresantes que llevan a que los abuelos deban hacerse cargo de los roles parentales. Otras
emociones negativas se asocian simplemente al hecho de que hay una asociación simbólica entre la
abuelidad y la vejez (Noy, Taubman y Ari, 2016).
La literatura profesional tiende a ignorar los aspectos negativos de la transición hacia la paternidad,
haciendo foco generalmente en los aspectos positivos. Nuestra sociedad presenta un sinnúmero de
publicaciones, revistas, programas de preparación para la paternidad, pero prácticamente nada en
relación a la abuelidad.
Otra variable de importancia en cómo se produce la transición hacia la abuelidad es el género. Las
investigaciones muestran sistemáticamente a las mujeres con mayores capacidades para adaptarse
positivamente al nuevo rol, reportar mayores grados de involucramiento en el cuidado de los
nietos, aunque no hay evidencias de que la satisfacción con el rol sea distinta a la de los varones.
Posiblemente en estas diferencias de género el factor cultural sea el de mayor peso explicativo.
También hay hallazgos consistentes de mayor implicación en el rol y mayor involucramiento entre
abuelos y nietos en la línea materna; las madres tienden a buscar a sus propias madres para
consejos respecto a la crianza y al cuidado (Noy, Taubman y Ari, 2016)
Las personas poseen diferentes recursos (materiales, salud física, atributos de personalidad, etc)
para afrontar los desafíos de una transición vital. Las investigaciones evidencian que los recursos
personales con los que se cuenta antes de una transición se constituyen en los mejores predictores
de cómo tal transición será. A mayor salud mental, más recursos para afrontar los desafíos que las
transiciones implican. Hay evidencias de mayor adecuación y aceptación de la transición hacia la
abuelidad en personas con mayor autoestima y sensación de dominio (Ben Shlomo et al. 2012).
Finalmente, la abuelidad puede ser también pensada en términos de “crecimiento personal”, un
cambio psicológico experimentado a partir del afrontamiento de eventos difíciles y desafiantes.
Hay evidencias de este tipo de crecimiento ante eventos traumáticos, pero también ante eventos
normativos como la paternidad y maternidad; ¿por qué no podría ser el caso de la abuelidad? Los
procesos de crecimiento personal implican una dimensión cognitiva y emocional y se reflejan en
tres grandes dominios: cambios en la autopercepción (comprensión de sí mismo, integridad y
sensación de fuerza interna), cambios en la percepción de los vínculos con los otros (importancia
de los vínculos y habilidad para ganar lo mejor en ellos), y cambios en la filosofía de vida (modos
de apreciar la vida, establecimiento de prioridades). En estudios recientes se hallaron pensamientos
y sentimientos que evidencian crecimiento personal en personas con reciente transición a la
abuelidad (Taubman et al. 2012).

Consideraciones finales.
En este trabajo hemos intentado ajustar el significado de la abuelidad en tanto concepto en el
campo de la psicología. Lo hemos distinguido del uso coloquial. Hemos argumentado porqué las
personas mayores no deben ser etiquetadas con esa palabra; podemos estar asignando una posición
que la persona no tiene (no todos los mayores son abuelos), y estamos confundiendo abuelidad con
una edad avanzada (que tampoco es necesario en todos los casos).
La abuelidad se circunscribe a una dimensión familiar, y no se trata de una normativa universal.
Tanto la paternidad como la abuelidad son una dimensión posible para el desarrollo personal en la
vida adulta; pero sabemos de sobremanera que la generatividad no se restringe a las dimensiones
familiares, y que los caminos hacia una vida plena e íntegra incorpora dimensiones extrafamiliares
(trabajos, amistades, actividades sociales, etc). La integridad psíquica en la vejez no se reduce a
una lograda resolución de las dialécticas de la vida familiar y la descendencia.
Tras esta aclaración, se hace también evidente que la abuelidad es una potencial ganancia en el
proceso de envejecimiento. Los vínculos amorosos entre abuelos y nietos otorgan placeres y
satisfacciones profundas, en tanto y en cuanto puedan resolverse las ambigüedades presentes en
todos los vínculos humanos (amor – odio y angustia). Enfatizamos lo “potencial”, pues así como la
paternidad también puede desencadenar grandes dificultades y angustias, los vínculos con los
nietos pueden reeditarlas. Por esto consideramos de valor rescatar aportes del psicoanálisis que
provee una mirada profunda de la dimensión vincular.
Al mismo tiempo, en discrepancia con la idea de “crisis de abuelidad”, considero que es preferible
pensarla y ubicarla como una transición. No todas las personas vivencian la abuelidad como una
“crisis”, más bien al contrario. Posiblemente la abuelidad se transforme en algo penoso y difícil
para aquellas personas que en sus historias familiares previas aún no hayan podido elaborar las
dialécticas del amor. Pero las investigaciones actuales nos evidencian que generalmente las
personas vivencian la transición hacia la abuelidad como uno entre tantos eventos vitales
desafiantes y al mismo tiempo promotores del desarrollo y el crecimiento personal.

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* Ramón J. Cárcano.
Ya en su juventud (año 1884 aproximadamente), Cárcano revoluciona la Córdoba sedentaria y
tradicionalista de fines del siglo XIX al plantear en su tesis de grado la “Igualdad de derechos entre hijos
legítimos, naturales, adulterinos y sacrílegos”. Generó una transformación simbólica de fuste en un
contexto de primacía de ideas clericales. Sus dos períodos de gobernación fueron muy exitosos. Sus
expresiones generativas lograron una excepcional expresión y equilibrio tanto en la vida privada y familiar
como en la laboral y social.

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