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pensar las consecuencias de las transformaciones de época en los sujetos y en los lazos
que establecen entre sí, que se traducen en esos “nombres del malestar” recurrentes en las
instituciones. .
En esta clase, Daniel Korinfeld, propone volver a mirar cómo se expresa el malestar en las
instituciones, pero esta vez en el terreno del vínculo entre generaciones, vínculo que
siempre supone un conflicto, pero que intentaremos dilucidar cómo se expresa en la
actualidad.
Es necesario, plantea el autor, concebir a los adolescentes como sujetos plenos de derechos
y de cuidados por su condición de tales, dejando de lado perspectivas que los piensan como
aquello inacabado, como pura carencia.
Y concluye esta clase ensayando algunas orientaciones respecto de distintos modos en que
los adultos podrían ubicarse en el lazo con los adolescentes, uno por uno, para lo cual se
sirve de los conceptos de transferencia e impostura
¿ un modo de retomar las cuestiones que nos suscita el trabajo con adolescentes y jóvenes.
Todo intento por saltear este punto, por sortear la cuestión de la intensa implicación* no
hace más que desviar el punto nodal del tema que estamos tratando.
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Hace algunos años titulé Adolescentes ¿esos desconocidos?, un texto breve en el que
señalaba el proceso de extrañamiento percibido desde las figuras parentales que tan bien
ilustraba la frase:
“… se han ido haciendo mayores sin que nos diéramos cuenta y se nos vuelven unos
desconocidos, huéspedes huraños de nuestra misma casa, encerrados en esos cuartos que
se han vuelto madrigueras sombrías, de las que salen a veces músicas insufribles, olores o
ruidos que preferimos no identificar”. Antonio Muñoz Molina.
Caja de herramientas
Algo sobre lo que me parece importante insistir, es que lo que llamamos objeto de la
ciencia no sólo trata de dar cuenta de un cierto fenómeno u objeto de estudio, sino que
cuando se lo nombra, en ese mismo acto se lo configura. Ese carácter performativo* es
fundamental,
Nos orienta una perspectiva que parte desde el psicoanálisis para abordar el tema de la
adolescencia como una experiencia de subjetividad. Sin embargo, los procesos psíquicos
se producen en la trama de las relaciones intersubjetivas de una época en particular,
por tanto, la caja de herramientas que proponemos y que cada uno/a a su vez debe poder
armar para agregar y quitar elementos, se refiere a un conjunto de disciplinas y campos
de estudio. Entre ellos figuran estudios sociológicos, históricos, antropológicos, de las
subjetividades, de los fenómenos biopolíticos*, desde perspectivas inter y
multidisciplinares así como lecturas de un conjunto de producciones estéticas, expresivas
como la literatura, el cine, el cómic, la música que hoy son fuentes de saber y analizadores
del estado de las cosas.
Las herramientas las pensamos como marcos teórico-prácticos en discusión que pueden
expresarse en nudos, verdaderos puntos de referencia, que nos señalan, advierten o
iluminan respecto de nuestras posiciones y pueden permitirnos abrir nuevas vías para
desarrollar nuestras prácticas.
Adolescencias-adolescentes
Ponerlo en plural, adolescencias y juventudes*, es sin duda más sencillo que hacernos
cargo del alcance de las diferencias que están en juego. Es decir, que al cuestionar los
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enfoques que hacen de la adolescencia un conjunto homogéneo, nos comprometemos a las
dificultades de particularizar y singularizar la experiencia de lo adolescente.
Con particularizar, nos referimos aquí, a las diferencias entre jóvenes de 13, 15 o 20 años
según las condiciones de existencia (socio culturales – género, etnia, sector social, región, a
veces barrio y sus interrelaciones); con singularizar nos referimos a la diferencia radical
entre los sujetos.
No existe entonces “La" adolescencia, no hay una esencia en el ser del adolescente, hay
sujetos que llevan 14 o 18 años de vida, que atraviesan un período de mutación* y que
según las épocas y las culturas son nombrados y mirados de determinada manera, esto
incluye lo que se espera de ellos (sabiendo que las expectativas –lo que se espera del otro-
no siempre abarcan aquello que una sociedad valora como positivo…), y como decíamos,
en sociedades complejas distintos grupos de edad pueden compartir un conjunto de
atributos y características y simultáneamente diferenciarse en muchos otros.
Hay al menos dos aspectos que tienen pregnancia en los modos de mirar e interactuar con
los adolescentes.
Ambivalencias y contradicciones
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La adolescencia ha sido y es capaz de condensar representaciones plenamente negativas, y
al mismo tiempo ha sido beneficiaria de valores muy ponderados por el ideal social
hegemónico, convirtiéndose en paradigma de identificaciones y contraseña de la época.
En cambio nos gusta pensarlo más como el efecto de un complejo juego de relaciones de
fuerzas entre actores y grupos sociales. Entre ellos, lo sabemos bien, ciertos sectores, tienen
una posición y una accesibilidad privilegiada a los bienes simbólicos, a los recursos
culturales y económicos que son los espacios importantes para la construcción y
estabilización de determinados imaginarios. Su palabra, el recorte de la realidad que
propugnan, tiene un peso específico que es capaz de adquirir un valor de verdad para las
mayorías. Es importante aclarar que esto se efectúa en un determinado tiempo y lugar y con
un carácter que no es total ni absoluto y por tanto, es objeto de disputa social.
Salta a la vista que aquellos que definen (¿definimos?) los problemas juveniles son
(somos), no es difícil de adivinar: adultos.
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real.
¿Generaciones?
Pero, más allá de lo cronológico-biológico, otras definiciones apuntan a los cambios en las
condiciones de existencia que provoquen que los individuos sean generados de una manera
distinta, que actúen y piensen distinto. Pertenecer a una generación nos inscribe en la
historia, y remite aparentemente a una experiencia común. Queda claro que se trata de una
categoría relacional (comparativa) y a una percepción desde lo común.
Tiempos de metamorfosis
Los tiempos actuales (¿tiempos de metamorfosis?) entre otras cosas corren algunos velos,
tal vez este sea uno de ellos, no se confía en esos saberes o porque han demostrado sus
fracasos o por que se han multiplicado las versiones y alternativas posibles.
Con ese “no saber qué hacer” es posible hacer distintas cosas, o para decirlo de otro modo,
esa posición puede convertirse en una posición de ignorancia (no sé, no hay lo que saber ni
hacer, ni por lo qué saber y hacer) o derivarse a una posición de no saber
Abusando de la analogía y jugando con esta idea, podemos decir se despliegan dos
vectores, uno de ellos es del de los adolescentes cuya metamorfosis es incompleta –es decir,
que sus formas juveniles, comportamientos, sensibilidades y prácticas y modos de relación
al otro son parecidas a las de los adultos-, y por otra parte, adolescentes cuya metamorfosis
son completas –cuando sus comportamientos, sensibilidades y prácticas y modos de
relación al otro difieren del adulto-. Allí, para el adulto la identificación se dificulta, no hay
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reconocimiento de esa alteridad transitoria que el joven nos presenta. Hay un estado
perfecto, es otro, otro que no voy a reconocer porque debería ser, debería presentarse –más
o menos- como uno…
Ustedes acordarán conmigo que uno u otro caso generan situaciones muy distintas en las
relaciones intergeneracionales.
Sin dudas, afrontar, acompañamiento no son palabras nuevas, pero recuperarlas de otros
contextos de producción no permite estar a su vez acompañados.
Estas dos palabras bajo estas perspectivas pueden formar parte de nuestra caja de
herramientas.
La idea de acompañamiento antes referida –si dejamos de lado quizás lo primero a lo que
la palabra nos convoca, algo, probablemente, más cercano a un tutelaje- podemos pensarlo
como un conjunto de ofertas que van desde la presencia física, a las políticas, de las
representaciones -discursos sobre la sociedad y los jóvenes- y a los dispositivos
específicos para este tiempo de pasaje.
Pero sabemos que el “invento” del concepto de adolescencia estuvo desde el inicio
acompañado por medidas administrativas, médicas y psicopedagógicas. Esa respuesta
social es lo que hoy necesitamos cuestionarnos.
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resonancias sociales que esas imágenes logran, nos dicen mucho sobre los niveles de
fragmentación y polarización social. También de la posición como sociedad ante la deuda
intergeneracional, o en términos de Hanna Arendt de la falta de hospitalidad hacia los
nuevos; allí en la brutal ambivalencia en acto hacia los jóvenes se configura de algún modo
lo intergeneracional como síntoma del campo social.
Las muertes violentas de los jóvenes por accidentes, las muertes por homicidios, como
víctimas y como victimarios, las muertes por violencia estatal o “gatillo fácil”, el altísimo
porcentaje de jóvenes que hoy conforma la población carcelaria, son el resultado de un
conjunto de operaciones sacrificiales sistemáticas. La criminalización de sus acciones y de
ciertos territorios urbanos en donde viven en condiciones de existencia compleja.
Son formas del sacrificio que son formas de la segregación, que se despliegan en y a través
de las instituciones, con la participación de gran parte de los adultos y casi siempre con la
pretensión del bien del otro y la sociedad toda.
En gran parte de las instituciones por las que circulan los adolescentes y en las prácticas
pedagógicas, de trabajo social e incluso terapéuticas, no parece sencillo cambiar un
paradigma sostenido en un modo de lazo social en el que predomina la objetalización.
Pero creemos que no se trata de una salida voluntarista, ni individual, lo que proponemos es
construir y renovar los interrogantes sobre las prácticas y sobre las alternativas y sostener el
debate y una acción colectiva.
¿Los tiempos en los que se perciben mayores niveles de indeterminación, son más propicios
para el ejercicio de imposturas? La impostura parece verse facilitada en tiempos inciertos.
Es necesario poder diferenciar la idea de ser tomado por otro, algo inherente a lo
transferencial, que se evidencia en los vínculos con los jóvenes, que tiene que ver con las
movimientos identificatorios, al como si del adulto, una máscara de adulto, a esa impostura
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a la que nos estamos refiriendo. Algo bien diferente a habilitar una dimensión lúdica, un
espacio para no creerlo todo, ni del todo, que no deberíamos confundir con no creer en
nada, ni con la imposibilidad de sostener fuertes convicciones y posiciones…
Un compromiso
Los que trabajamos-pensamos en estos temas y problemas, tenemos una responsabilidad
siempre compleja y es no plegarnos a la proliferación de sentidos de una narrativa
catastrófica sobre las condiciones, características y actitudes de la juventud, con los que se
constituyen los discursos y las prácticas punitivas (conservadores o progresistas)…
Nos interesa, nos importa, los modos de afrontar los cambios y las demandas en las
instituciones porque son el punto de partida en el que se generan, se alimentan, se producen
y reproducen sentidos, discursos, mecanismos y políticas hacia los adolescentes y esos
sentidos, discursos, mecanismos y políticas constituyen un tipo de “entre”, un espacio
disciplinador o vacío, controlador o aparente, y producen a su vez un vaciamiento de
palabras y sentidos aparentemente subjetivantes…
“Entre” es un operador, una pieza que nos posibilita y nos conduce a hablar de nosotros y a
postular lo que hay allí de configurante y en el que tenemos una función…