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generatividad.
Andrés Urrutia, Gastón Moisset de Espanés, Elena Guzmán & Virginia Dottori
Índice
1. Introducción
2. Generatividad: transformación del amor recibido.
3. Objetivos del trabajo
3.1 Metodología
4. La adultez en la narrativa vital: expansión generativa.
5. La infancia en la narrativa vital: una atmósfera generativa.
5.1 Adjetivación condensada y positiva sobre la infancia
5.2 Amor y protección
5.3 Libertad y alegría
5.4 Expansión lúdica
5.5 Los personajes significativos de la infancia
6. Conclusiones
Agradecimientos
Referencias
Autores
1. Introducción
Si las expresiones de cuidado y amor han sido dadas y recibidas, tal como la
leche materna que se incorpora y se transforma en energía vital, estos esfuerzos
habrían generado una reserva de potencial amatorio, que será transmitida a la
otra generación. En este sentido nos interesa determinar qué aspectos de esta
transmisión intergeneracional se han consolidado en las personas y aún perduran
en sus narraciones vitales. Asimismo, sabemos que las identificaciones se
producen con las personas amadas, y este proceso permite apropiarnos de las
mejores características de estos modelos, transformándolas y realizando una
síntesis muy personal de estos legados. En este sentido buscamos determinar
cuáles son las características genéricas de un buen ejercicio de la generatividad,
a tal punto que trascienden a las otras generaciones y perduran en el tiempo
transformándose en valores que sustentan una ética del cuidado y da cierto
sentido, orden y significado al ciclo de la vida.
3.1 Metodología.
Señora AS.: “... yo me recibí casi a los diecisiete años de profesora, empecé con
cátedras... seguí trabajando hasta después de casada... bueno entonces entramos en
la etapa de la juventud propiamente porque yo a pesar de que me casé a los
veinticuatro, seguí trabajando, seguí en la acción católica, en el grupo...”.
Señora SP.: “... tuve tres embarazos seguidos, es decir que en los cuatro años tuve los
tres hijos y eso fue lo más importante, el nacimiento de mis hijos que fue un cambio, un
cambio en la familia, pero ya estábamos instalados, ya mi marido trabajando y yo a
partir de allí fui mamá, mamá para todo”.
Señora P.: “Tuve un lindo matrimonio, una linda familia, se casaron los hijos, volví a
reiniciar el camino solos con mi esposo y bueno tuvimos que madurar los dos, volver a
relacionarse sin los chicos no es fácil...”.
Señora AA.:“Salí adelante, y mis hijos ya son grandes, ya soy abuela y ya me jubilé, es
otra etapa que estoy disfrutando, también haciendo las cosas que me gustaban, porque
laburaba y no tenía tiempo. Crié dos hijos que son muy buenos y estoy recogiendo los
frutos”.
“... ahora estoy en una etapa gratificante, porque estoy disfrutando de todo lo que me
esforcé en hacer, para salir adelante. Y bueno en la docencia tuve muchas
satisfacciones, me jubilé hace tres años y fue muy lindo, porque me dediqué de lleno a
los niños preescolares y allí también pude trabajar con la música que es lo que más me
gusta”.
Señora M.: “ejercer el papel no de madre pero si de abuela con esa criatura fue la
misma cosa, ella, inmadura, cómoda... ella se iba ahí y es de noche... yo la atendía a la
nena, la atendía a ella, atendía a la escuela, fue realmente mucho... una tarea bastante
ardua pero feliz...”.
Es importante señalar que en todas las narraciones las adjetivaciones con las que
se califica la etapa de la adultez son positivas. Las expresiones están cargadas de
placer, disfrute, y satisfacción. En las narraciones analizadas palabras como
felicidad, alegría, gusto, dedicación y construcción, aluden a significaciones que
siempre acompañan a las expresiones de trabajo, responsabilidad y esfuerzo.
Podría decirse que si bien las entrevistadas narran estas acciones vinculadas a la
crianza como importantes y significativas en sus vidas, siempre tiñen las
narraciones con expresiones que denotan realizaciones personales positivas y
satisfacción con los logros alcanzados. En ningún caso aparece la crianza de los
hijos, la educación de los niños o el cuidado de los enfermos como tareas
agobiantes, desgastantes, rutinarias o pesadas. Muy por el contrario en muchas
expresiones además de reflejarse la satisfacción por la tarea cumplida o la
realización del deseo, las entrevistadas manifiestan un anhelo de continuidad; es
decir desean a sus hijos realizaciones similares a aquellas que ellas tuvieron la
oportunidad de vivir.
Señora L.: “... hacerte cargo de los otros cuando vienen los hijos, entonces viene la
etapa de la responsabilidad para mí, tuve tres hijos, los crié sanos gracias a Dios, con
los problemas que uno tiene con la crianza de los hijos, alguna enfermedad, con algún
problema, pero no demasiado profundos, sin demasiados problemas económicos,
empecé a trabajar a ver lo que era la realización profesional que me subyugó siempre
porque fue un poco… la realización profesional me dio voluntad, ímpetu para seguir
trabajando…”.
Señora Y.: “Como que me tocaron responsabilidades, tenía libertad para todo, como
que tenía que madrugar y hacerme cargo de todo ahí, ahí termino mi magisterio, pero
yo estaba haciendo lo que quería, quería ser maestra y no me importaba cuanto me
costara”;
“Ahí me dediqué a dar clases muchísimo, después me fui a San Francisco, tenía otro
grado, siempre estudiando con mucho sacrificio, pero siempre dedicada a mis chicos,
después me casé...”.
Señora G.: “...yo ya estaba dando clases en La Plata, un pueblo en Banfield, fue una
etapa felicísima en mi vida porque me tocó un colegio con un director fantástico y con
toda gente de pueblo fantástica, en mi vida no me puedo quejar de las cosas que me
fueron pasando porque fue un modelo de vida tan bien, con cosas, pero era entrar al
colegio y estar todo el mundo riéndose, después yo me sentí muy cómoda en esa
escuela que la amé y la sigo amando, creo que fue la mejor que tuve en mi vida...”.
“Y bueno, después en esa etapa, yo logro sobrellevar un poco todo esto, con mis
alumnos, con mi trabajo, con mi gente entonces yo ya está, trabajé mucho, incluso hice
un libro con una compañera, cumplí con todo, planté un árbol, cumplí con todas las
cosas y bueno dije que yo ya me quiero ir de la docencia y me jubilé en la provincia,
pero me quedo una horas y me quedé para ayudar a los chicos, hasta que se
recibieran”.
En todos los casos y como lo sostiene la teoría, las inclinaciones por el cuidado y
guía de las otras generaciones no se concentra sólo en la familia, sino que estos
intereses son más amplios, involucrándose las entrevistadas en la docencia, en el
amor por la educación, la salud, el crecimiento o el desarrollo de otros niños. En
este sentido las personas escogidas para este estudio mantuvieron a lo largo de su
vida adulta responsabilidades laborales vinculadas a la dirección, jefatura,
organización y guía de instituciones educativas o relacionadas a la salud. También
las entrevistadas reflejan iniciativa, amor y fundamentalmente, compromiso en las
elecciones vocacionales y las tareas laborales desempeñadas. No aparecen en
sus relatos expresiones de aburrimiento, hastío, cansancio o desinterés por el
trabajo, sino que por el contrario, identifican los ambientes laborales que
transitaron y las tareas que desarrollaron como interesantes, desafiantes,
subyugantes y en muchos casos como ámbitos alegres. Podría decirse que
además de la vida familiar las entrevistadas hicieron de sus trabajos un ámbito de
expansión yoica, lugar de crecimiento personal, espacio de interacciones
enriquecedoras. En ningún caso aparecen las motivaciones económicas, de
desarrollo de carrera o ascenso, como factores de interés o gravitantes; por el
contrario lo que identifican como central en sus tareas ha sido la posibilidad de
promover el desarrollo y el cuidado de otras personas.
Señora B.: “...era una escuela revolucionaria, muy buena y todos me decían por favor
te vas a volver loca, no sabés lo que es esa escuela; pero estaba mi vida de familia en
esa escuela con mis dos hijos, y me incorporé a la escuela Gabriela Mistral, donde
pasé unos años hermosísimos… tuve que estudiar mucho, y mi marido me ayudaba,
nos levantábamos temprano, estudiábamos… éramos halagadas en nuestros trabajos,
nos estimulaban y era una escuela de avanzada y bueno ahí pasé unos años
hermosos y termine ahí como vice directora”.
Señora S.: “... se había inaugurado el hospital infantil en el año 68 y me fui a vivir...
mejor dicho cambié, cambié de trabajo del hospital de niños pase al hospital infantil, en
una cosa nueva, en la cual éramos un grupo de gente que nos conocíamos todos, muy
jóvenes y que proyectamos y programamos todo un hospital, cosa que
profesionalmente me pareció muy bueno e importante, y para mí fue importante... con
una concepción todo mucho más moderna ... recién en esa época se comenzaba a
hablar de atención primaria... todo eso lo organizamos nosotros... y teníamos ehh...
trabajamos mucho en esa oportunidad y nos sentíamos muy cómodos...”.
Señora Bea.: “Haber trabajado en un hospital público por primera vez, yo obtuve mi
primer título de enfermería, y contrariamente a lo que colegas piensan, empecé en un
hospital público, donde la pobreza, la promiscuidad, y las carencias están por encima
de todo no es que yo viví en otro mundo, en otra burbuja, realmente no conocía eso...
...yo sabía que si a esa madre, yo no le daba una mamadera que yo le sacaba al
hospital, porque eso no se lo tienen que dar, una mamadera con leche, ese día no
comía, y si no tuviera el pecho para dar, no sé un mate cocido, esa era una realidad
muy dura; conviví muchos años con eso y endurece mucho, sobretodo lo mal repartido,
la mala equidad, pero bueno eso es algo que tuve que aprender con los años, muchos
tienen poco y otros tanto”.
“... o sea... ese para mí fue un gran logro te digo, los concursos... fue un gran logro a
nivel personal... o sea... te digo... fue un objetivo que yo me puse y fueron objetivos que
cumplí pero con gran esfuerzo... o sea... yo te diría que nadie me lo regaló, lo obtuve
así, con un tesón y una responsabilidad y un... esto quiero hacer y no es fácil...”.
Como síntesis del sentido que las mismas entrevistadas le dan a los esfuerzos y
trabajos generativos podemos decir que la expresión generativa resulta en un
ejercicio de reciprocidad amorosa que se cumple en la medida que el adulto es
capaz de amar a otro semejante más frágil y más necesitado. Se completa así un
círculo virtuoso o una cadena transgeneracional de cuidados. Haber sido amado y
haber logrado que los frutos de ese amor se arraigaran en el self, permite que
estas tempranas investiduras se transformen en potencia y luego en compromiso y
en acto generativo. Este proceso de desarrollo implica ciertas ritualizaciones
amorosas que los padres pueden brindar a los hijos, si éstos son reconocidos
como cachorros de la especie, que necesitan de cuidados y amor para
transformarse en semejantes. Este proceso humanizante que se desarrolla tras la
recepción y apropiación de los gestos de amor recibidos, son el vehículo para que
los niños incorporen y se identifiquen con esas figuras de amor, sintiendo en la
adultez, como correspondencia, esa misma necesidad de ser necesitados,
conformando lo que ERIKSON (1971) identifica como el efecto emocional que
implica un separación trascendida y a la vez una distinción confirmada.
Señora D.: “Esto yo lo hago por amor, si no lo hago por amor yo no lo hago. Brindar
algo a la sociedad como voluntaria. El objetivo sería devolver lo que me ha dado la vida
en parte a gente que lo necesita”.
5. Infancia en la Narrativa vital: Una atmósfera Generativa.
En esta sección nos interesa hacer foco en la infancia tal como es narrada por
mujeres mayores que, tal como se ha podido apreciar en el apartado anterior,
han tenido un desarrollo notable de las capacidades generativas a lo largo de su
vida. Tal preocupación se fundamenta en la intención de analizar y determinar
factores que hayan podido ser predisponentes o promotores del posterior
desarrollo cumbre de la generatividad en la adultez.
Ahora bien, nos interesa en este trabajo poder determinar en qué condiciones de
infancia y qué acciones desarrollaron otros adultos para consolidar esta
capacidad de cuidado que les es propia a las entrevistadas.
Como característica global del relato de las entrevistadas podríamos decir que
las infancias narradas nos transmiten lo que hemos denominado una “atmósfera
generativa”.
Como ejemplos hemos escogido expresiones claras en las que se puede apreciar
que la infancia es significada como una etapa fantástica, linda, luminosa,
hermosa, etc.
Señora L.: “Viví una niñez y una juventud que para mí fueron fantásticas, en términos
de cómo yo me sentía…”.
Señora Y.: “Mi infancia la más hermosa y la más simple creo yo…”; “…fue una linda
infancia…”.
Señora S.: “diría bueno que tuve una infancia yo diría buena...”.
Señora AA.: “era todo muy lindo la verdad que sí”.
Señora B.: “… los años más felices, los 6 años más felices…”.
Las expresiones más frecuentes tienen que ver con la presencia del amor, la
contención, la unidad y son expresiones de mucha intensidad evidenciadas
especialmente con giros que implican exaltación de ánimo positivo, alegría,
felicidad. Además las expresiones siempre refieren acciones vinculadas a la
protección, la contención y el cariño. Se destacan en negrilla las expresiones
textuales que son centrales para el análisis realizado:
Señora L.: “Mi infancia fue más que satisfactoria, porque fui feliz, y porque vivía en un
hogar que a pesar de todo estaba unido, había mucho amor, mucha contención, a
todo el grupo familiar, mis padres eran emigrados de Italia y no he tenido tíos, abuelos,
entonces para mí hablar de la familia es hablar de mi grupo primario, y hermanos”.
Señora ASA.: “… fui única hija, me tocaron los mejores padres y me emociona, no
porque esté triste, es de alegría simplemente, porque yo considero que soy una
agraciada porque son todos regalos. Bueno me tocaron unos padres geniales, muy
cariñosos, acogedores, en fin todo lo que uno puede esperar de un papá y de una
mamá. Estaban siempre en los momentos que los necesité y lo que rescato de ellos, a
pesar de ser hija única, supieron transmitirme los valores importantes de la vida,
reconocer los valores en las cosas por más que sean simples”;
“… mi madre como buena ecónoma y ama de casa me enseñó eso de cuidar, y mi
padre también…”.
Como se evidencia en los discursos, las adjetivaciones permiten inferir que existe
una certeza en las entrevistadas sobre los modos en que los padres y familia
favorecieron el desarrollo de las fortalezas yoicas propias de la infancia. No
aparecen dudas o vacilaciones respecto de las funciones de protección y cobijo
recibido. Los protagonistas centrales de estas narraciones son las figuras
parentales, y estas figuras están visualizadas como personas capaces de dar
cobijo, amor, afecto y contención. Estas funciones de protección y cuidado se
complementan con características infantiles propias de inocencia, debilidad o
fragilidad.
Señora S.: “... porque yo a mi mamá la quería mucho, yo a mi mamá la quería
mucho... eh… según mis hermanos... bueno, según mi hermana más bien como más
chica ella lo veía, cada uno tiene una visión distinta de cómo... ella era muy, digamos,
mi papá la protegía mucho... porque tuvo problemas... eh... de convulsiones cuando
era chiquita…”;
“y... y de alguna manera yo me acuerdo que mi mamá me protegía en ciertas y
determinadas cosas como diciendo: bueno, ya basta, no la carguemos tanto de
responsabilidades porque es la mayor, porque es sana… porque... pero también
digamos como que ser buena era como el sello; vos eras buena, entonces ibas a
lograr el cielo, el amor de todo el mundo...”.
Señora SP.: “Bueno, empezaré por mi niñez, la imagen que yo tengo es que he sido
super tímida, hija de papas grandes, yo nací cuando mi mamá tenía cuarenta y mi
papá tenía cuarenta y tres. Muy protegida, tenía una hermana menor, dos años menor
y fuimos muy consentidas…”.
Señora AA.: “…con un padre y una madre muy dedicados a nosotros; con otro
hermano mayor, somos dos, con una madre progresista en donde quería que
lográramos todo lo que nos gustaba, lo que nos interesaba, era música, a mí me dejo
la impronta de la música y es lo que más me gusta y estudié música con ella, y ella
estudió música con su mamá…”.
“El niño que ha conocido la seguridad en esa temprana infancia comienza a abrigar
la expectativa de que no “le fallarán”. Frustraciones, sí, eso es inevitable, pero que le
fallen, eso no” (WINNICOTT 2006, p. 49).
Tanto la libertad como la alegría son conceptos que no han tenido una larga
trayectoria de estudio desde la psicología en general, y desde la psicología del
desarrollo en particular. Recientemente y desde abordajes de la psicología positiva
se han sistematizado algunos aportes filosóficos y psicológicos sobre estos
conceptos o conceptos relacionados (GANCEDO 2008; PAEZ, BILBAO &
JAVALOY 2008).
La tarea generativa por lo tanto se debería amoldar al nuevo escenario surgido tras
la consolidación de la confianza.
“la tarea incluye satisfacer las necesidades cambiantes del individuo en crecimiento,
no sólo en el sentido de satisfacer los instintos sino también en el de estar presente
para recibir esa contribución que constituye un rasgo vital de la vida humana. Y,
además, significa también aceptar el estallido de desafío que implica el desligarse y
el regreso a la dependencia que alterna con la actitud desafiante” (WINNICOTT
2006, p. 119).
Señora M.: “…mis padres que han sido bastante, eh... han sido bastante eh... han sido
bastante, para la edad que les tocó criarnos, modernos eran... no coartaban tanto la
libertad, por lo menos a mí por lo que era enfermita primero y después bueno... eh...
no nos exigían demasiado por ejemplo la escuela, yo iba bien porque, que se yo, era
responsable y estudiaba y hacía los deberes, no he sido una lumbrera pero tampoco
nunca me llevé materias, ni esas cosas…”.
Señora G.: “…era una infancia donde podíamos hacer de todo, donde teníamos
bicicletas, en mi casa no había una situación económica, digamos pobre, sino al
contrario, normal de clase media. Nunca nos faltó nada, éramos mi hermano y yo, y
también ayudaban mis abuelos, así que nunca nos faltó nada, siempre teníamos todo,
pero siempre te hacían ver los valores, esto cuesta, esto es asá, eso de cumplir con la
obligación de la escuela totalmente, tal es así que mi mamá no nos dejaba faltar, salvo
que tuviéramos fiebre, entonces nos poníamos picante, salía a correr para transpirar y
agarrar calor, pero ni con eso tuve la suerte de poder faltar, y la responsabilidad era de
mi mamá, mi papá era muy trabajador”.
Françoise DOLTO tuvo una amplia experiencia clínica con niños en donde pudo
observar las tensiones entre los impulsos del desarrollo infantil con aspectos
inmaduros de los adultos tutelares.
Señora ASA.: “… desde la infancia mis padres me supieron transmitir esa libertad para
que yo la pudiera vivir realmente. Yo le pondría alegría, lo que se transmitía, los
aprendizajes, siempre, siempre estamos aprendiendo, hasta el día de hoy…”.
ERIKSON & ERIKSON (2000) sostienen que en la infancia, la niñez temprana, la
edad del juego y la edad escolar se consolidarán la esperanza, la voluntad, la
finalidad y la competencia como características egosintónicas o fortalezas del yo.
En términos de adquisiciones del desarrollo puede sintetizarse que triunfaron la
confianza básica, la autonomía, la iniciativa y la laboriosidad por sobre la
desconfianza, la vergüenza y la duda, la culpa y la inferioridad. Ahora bien según
las caracterizaciones de los recuerdos infantiles de las personas muy generativas
se desprende que las características que favorecieron esta consolidación de las
fortalezas yoicas son: un ambiente de cobijo y contenedor, evocado por las
personas como contundentes expresiones de cuidado, amor y protección. En este
sentido podría decirse que las características que deben acompañar las
ritualizaciones numinosas y judicativas son el amor y la protección lo que
complementaría el desarrollo de la confianza básica.
Señora P.: “Tuve una infancia felicísima, en una casa enorme, con cuatro hermanos
hace un montón de años atrás. Una adolescencia muy linda, no tuve problemas, y no
creo que haya sido distinta de la mayoría de mis compañeras y amigas. Es decir, pase
la etapa de una primaria hermosa, una secundaria sin ningún problemas, hasta que
llegó el momento de decidirme y allí se terminaría el capítulo de la niñez y la
adolescencia protegida…”.
“Crecer significa estar dividido en partes distintas que se mueven según ritmos
distintos. Un niño que crece tiene dificultades para dominar su cuerpo larguirucho así
como su mente dividida. Quiere ser bueno, aunque sólo sea por una cuestión de
eficacia, y siempre comprueba que ha sido malo. Quiere rebelarse y comprueba que,
casi contra su voluntad, ha cedido. A medida que su perspectiva temporal le permite
vislumbrar la cercana adultez, se ve actuando como un niño” (ERIKSON 2008, p. 190).
“El adulto que juega pasa a otra realidad; el niño que juega avanza hacia nuevas
etapas de dominio. Propongo la teoría de que el juego del niño es la forma infantil de la
capacidad humana de manejar la experiencia mediante la creación de situaciones
modelo y para dominar la realidad mediante el experimento y el planeamiento”
(ERIKSON 2008, p. 200).
Señora G.: “…nuestra niñez era el estar todo el tiempo jugando, prácticamente, por
supuesto teníamos nuestras horas de escuela”.
Señora Y.: “Cuando estábamos en la casa de campo, que nos la pasábamos jugando,
es él recuerdo más temprano, éramos muy chicas, estoy con mi hermana más chica y
por supuesto con mis padres también, y hacíamos casitas de barro, teníamos una taza
con arroz, teníamos casi todo allí”.
Señora P.: “…éramos muy protegidos; éramos más inocentes, los chicos de ahora son
distintos. Pero nosotros vivíamos en una casa muy grande, muy grande, mi papá tenía
una panadería, teníamos una huerta, una parte donde estaba la panadería, otra parte
donde estaban los animales, así que teníamos una cuadra larga, media cuadra para
jugar cuatro hermanas, amigos y jugábamos dentro de casa.
La escuela fue muy linda, porque ya habían ido mis tres hermanas a la primaria, las
maestras eran amigas de casa, mis padres estaban en la cooperativa, era un colegio
muy pobre, fue muy linda”.
Señora Y.: “Mi infancia la más hermosa y la más simple creo yo, viví en el campo, vivía
con mis padres en una estancia que no era muy grande, donde mis padres
sembraban, teníamos muchas plantas frutales... Pasaba un arroyito abajo a treinta
metros, ¿qué era lo importante para nosotros? que jugábamos muchísimo, pasando el
arroyito había una barranca y había también plantas frutales…”;
“Después a partir de tercer grado nos vinimos a Cura Brochero para terminar la
primaria, ahí fue una época hermosa porque nos juntábamos chicas de toda la
provincia, que esperábamos toda la semana, y mis padres llevaban frutos de la tierra,
maíz molido, pelones, pasas de la higuera y animales. Ellos pasaban y nos hacían la
limpieza de la ropa, de la cabeza y de todo, el lunes volvíamos al colegio y cuando
íbamos ahí era hermosísimo porque jugábamos a la pelota, a todo, cosa que en el
campo no podíamos, porque estábamos lejos unos de otros, más que todo se
trabajaba, vivíamos del trabajo, pero también jugábamos, pero no con la compañía de
tantos chicos”.
Señora S.: “... otros recuerdos que tengo de la infancia, bueno, a mí me gustaba
mucho disfrazarme, jugar a disfrazarme, con una amiga que vivía en la misma
cuadra... y entonces nos íbamos... En mi casa había un sótano... que tenía unos
baúles grandes... y en esos baúles había cosas que habían sido de mi abuela o la
ropa que mi mamá sacaba del verano para el invierno o del invierno para el verano...
entonces nosotras nos disfrazábamos con eso…”.
Señora CV.: “… la escuela era toda nuestra, el patio tenía árboles y me acuerdo que
eh... yo entonces jugaba mucho con mi hermano y con los amigos de mi hermano
entre los cuales estaba el que había sido mi novio… pero ya no era... y hacíamos las
casitas en los árboles... y entonces ellos jugaban al ejercito pero yo era la cocinera del
ejercito... y eso lo hacíamos todo el verano, entonces sí jugábamos mucho... él tenía
tres años más que yo... y sus amigos eran mis amigos... a mí me gustaba jugar…”.
Señora M.: “…una etapa luminosa hasta los once años que viví con los negritos,
pero con la gente pobre, gente que a mí me dio una libertad que yo no conocía,
porque allá, donde yo vivía, vivía en la calle buenos aires, el tranvía pasaba, las
veredas tenían un metro y medio, el tranvía pasaba ahí, ahí estaba la vía y a mí no
me dejaban asomar la nariz a la puerta si no era de la mano de algún mayor... en
cambio ahí yo salía a la calle, y bueno, era todo, todo una libertad que hasta
entonces no conocía... es como que, fue una etapa luminosa... pero fui feliz acá...
¿por qué? Porque me fui a vivir a una calle de tierra, al frente de mi casa había
ranchitos y había, cosa rara nosotros no podíamos creer, había conventillos...”;
“pero yo era feliz, porque tenía un patio adelante, patio atrás... y ahí empecé a vivir,
realmente viví una infancia de juegos”;
“…una escena... puede haber sido una escena que bailaba, bailaba clásico sin haber
ido... bailaba en el festival y no tenía más que una chica que hacía como de profesora,
entonces me gustaba, porque mi mamá me hacía el tutú y yo bailaba... mal habré
bailado... pero me gustaba, y participaba de festivales... pero no... no sé... la vida
familiar...”
Señora AA.: “…ahí había otro chalet que vivían un matrimonio mayor y tres hijas
mujeres que me adoraban y mi papá me pasaba por encima de ligustro y yo me
acuerdo del perfume de las florcitas. Me encantaba cuando mi papá me levantaba y
me pasaba y yo no volvía hasta la tarde, porque me adoraban en esa casa. Yo me
disfrazaba, me prestaban las tres mujeres grandes solteras en ese entonces, me
prestaban los tacos, me acuerdo del olor que salía del placar donde estaban los
zapatos de tantas mujeres, me encantaba el olor de los zapatos; me dejaban hacer lo
que yo quisiera porque yo era la mimada de esa casa. Todavía no tenían nietos, eso
fue muy lindo hasta los cuatro años me acuerdo bastante, la primer muñeca Marilú la
tenía una nena de al frente y me la prestaba un ratito nomás, tener una Marilú era todo
un acontecimiento”.
En esta sección hemos puesto de relieve cómo la narrativa integra los esfuerzos
vitales infantiles a través del juego. Las entrevistadas narran experiencias lúdicas
que dan cuenta del disfrute en la relación con su medio, los otros y en la
anticipación de roles adultos. En resumen, las adultas mayores que tuvieron un
desarrollo cumbre de la generatividad en la adultez se recuerdan como niñas que
disfrutaban del juego como modo privilegiado de contacto con el mundo en los
años de infancia.
Señora Y.: “…mis padres eran unas personas muy trabajadoras, muy creyentes, nos
inculcaron esa fe, yo no sé si podré inculcárselo a mis hijas. Nuestro día amanecía con
mi papá, mamá buscaba a los animales porque teníamos la leche ahí… y mientras él
se levantaba, prendía el fuego, era fuego de leña, ponía la pava y era allí que nos
llamaba a arrimar los animales. Cuando volvíamos el agua ya había hervido y mi
mamá nos esperaba con el mate y nosotros tomábamos mate con ellos. Recuerdo que
se generaba un momento de encuentro mientras nos terminábamos de levantar, en el
umbral de la villa principal, había un escalón y nos sentábamos en el umbral, había un
escalón más abajo y ahí nos terminábamos de sentar”.
“Otro recuerdo era el de estar con mis padres, de estar juntos, de charlar un ratito;
como mi papá era labriego y araba la tierra, iba yo más adelante y sembraba y más
tarde venía mi hermana y nos servía el mate cocido para que tomáramos allí. Esos
momentos me gusta recordar cuando nos sentábamos con él, a charlar un ratito
mientras descansábamos, tomábamos mate cocido, yo creo que eso ha influido en mi
vida de como soy, porque a pesar de que mi padre no leía ni escribía, a pesar de ello
él tenía una cualidad para contestarte cosas tan sabias, tan profundas, que te duran
para toda la vida y para cada momento”.
Señora L.: “Viví una niñez y una juventud que para mí fueron fantásticas, en
términos de cómo yo me sentía. No viví en un medio que fuera muy propicio para
que pueda decir hay muchas realizaciones, todo muy sacrificado. Pertenezco a una
familia muy humilde donde hacernos estudiar significó… éramos 4 hermanos,
hacernos estudiar significó todo un sacrificio para ellos y de algún modo yo esas
cosas las vivía pero no me producían ningún impacto, no me interesaba, viví feliz,
porque si bien en la casa faltaron muchas cosas materiales pero hubo mucho amor”.
Señora BEA.: “… mucha gratitud, hacia mi papá… (…) mi padre vino el día de mi
cumpleaños con una bicicleta, y yo le di gracias, hasta el día que se murió, y no se
murió hace mucho fue hace 10 años, pero es algo que se lo agradecí hasta entonces,
es algo que todavía no lo he podido olvidar, esa cuestión que viniera con la bicicleta a
mi casa porque venía por un rato son las cosas lindas que recuerdo. Y me he puesto a
pensar si le ha costado mucho conseguir el dinero, si tuvo que pedir prestados, si hizo
sacrificios, es algo que nunca se lo pregunté pero bueno, es algo que recuerdo con
cariño hacia él, y bueno es una y una, por ahí me enojo que me haya dejado en el
colegio y por ahí me acuerdo y me alegro de que me haya regalado la bicicleta”.
En algunos casos los abuelos ocupan un rol significativo en el recuerdo del período
infantil. Eso ocurre principalmente cuando, por distintos motivos, han tenido que
cumplir con roles parentales y tareas generativas. Los abuelos se transforman en
proveedores de cobijo, protección y cuidados.
Señora G.: “…comenzaría por mi infancia, una infancia completamente feliz viviendo
con mis padres y abuelos, mis abuelos maternos, y de allí hubo dos influencias muy
grandes, mi abuela que es extremadamente jovial y alegre … y mi madre”.
Señora CV.: “…yo tenía un hermano... tenía, un hermano que tenía tres años más que
yo, y vivíamos en una enorme casa donde estaban mis abuelos que fueron los que me
empezaron a criar porque cuando yo nací mi madre tuvo algo que entonces… decían
que era fiebre reumática, lo cierto que a mí me crió, me criaron mis abuelos al punto
que yo era la única nieta que les decía mamá y papá…”.
No obstante, y para no sembrar confusión, podríamos afirmar que son los padres
los que tienen un rol central en la consolidación de la atmósfera generativa en tanto
que los abuelos, en caso de estar presentes en la narrativa, tienen un rol más bien
periférico o de apoyo, constituyéndose en adultos significativos en los casos de
ausencia de los padres o bien cuándo éstos no cumplían satisfactoriamente sus
funciones generativas.
Señora D.: “…tengo muchos recuerdos, estaba con mis hermanos siempre porque
estábamos en el campo y con el mayor, especialmente, él me había hecho a mí una
especie de… en aquella época no existía lo que hoy tenemos de coches, en aquella
época había unos coches de bebé pero eran más grandes, y más duros y el jugando
me hizo un coche muy lindo hecho con maderas, eso a mí me hacía muy feliz ahí
mismo me hizo la cunita, y me la pintó… Este es uno de los momentos más
significativos”.
Señora AS.: “…yo te contaba mi infancia, yo vine después de diez años de no haber
más que dos varones en la familia, así que puedes imaginar el mimo que significó de
parte de mi mamá, de mi papá y de mis hermanos esa presencia mía... que te la
expliqué recién con esta anécdota mía, un muchacho adolescente que se dedicaba un
poco a estar con su hermana menor y que incitaba a la lectura, la lectura por ejemplo
de las cosas que leía el, era gran lector, admirador de Kant, racionalista al máximo...
pero bueno, marcó una infancia muy linda, muy ventajoso desde ese aspecto…”.
Los padres siempre aparecen con una presencia intensa y afectuosa. Tienen tanto
padres como madres un fuerte protagonismo en los recuerdos infantiles. Los
padres no están connotados como figuras a temer, ni tampoco como presencias
lejanas, contrariamente, los recuerdos están cargados de significados positivos.
Las figuras parentales parecen haber signado una potencia adulta a través de las
acciones de cuidado, gestos de amor y compañía en la infancia de las personas
entrevistadas. En todos los casos de las narrativas analizadas, los padres se
constituyeron en figuras de amor, las primeras idealizaciones infantiles, se
transformaron en figuras de identificación y en la adultez se convirtieron en
ejemplos de vida.
Señora ASA.: “… los viajes con mis padres, las vacaciones, siempre viajábamos,
hacíamos viajes largos íbamos a ver la familia…”;
“Mi papá era bárbaro, genial, divino, hermoso, mi mamá también, así que también
esos viajes los recuerdo mucho, los olores de mi mamá en la cocina, de comida, que
le gustaba mucho cocinar, cuando yo venía del colegio…”.
Señora L.: “me criaron unos padres italianos, yo diría que apenas alfabetizados, pero
que tenían una profunda admiración por el conocimiento, no por aquello de “mi hijo el
doctor” que tanto lo mencionan, sino que admiraban la gente que sabía, conocía, ellos
no tuvieron la oportunidad, eran campesinos, no tuvieron la posibilidad de formarse,
entonces todo lo que fuera formación le dieron una importancia muy grande...”.
Señora Y.: “Mi padre, sobre todas las cosas, uno de los sacerdotes y la rectora que
tuve en el colegio desde que entré a trabajar, fueron distintas personas que fueron
importantes en el desarrollo de mi vida profesional. A nivel de persona han sido mi
padre y mi mamá, ambos en su sencillez, en su calidez, han sido muy importantes
para mí”;
“…pero todo eso tuvo la base en mis padres, creo que ellos son los que sembraron la
simiente y los que me enseñaron a discernir en los pocos años que estuve con ellos”.
Señora G.: “…comenzaría por mi infancia, una infancia completamente feliz viviendo
con mis padres y abuelos, mis abuelos maternos, y de allí hubo dos influencias muy
grandes, mi abuela que es extremadamente jovial y alegre, casada con mi abuelo
severo, español, esa gente machista, el macho y mi papá totalmente jovial, totalmente
alegre, yo diría que muy chiquilín, tal vez inmaduro, uno va pensando, pero
extremadamente bueno y mi mamá una persona excepcional, que creo que influyo
mucho en mi vida, muchísimo, sumamente inteligente y ella tuvo parálisis infantil al
año de nacer(…) totalmente opuesta a mi papá, muy sería, muy inteligente, de hablar
poco, y nos dominaba con la mirada, tanto a mi hermano como a mí”.
“... es un proceso por el cual un sujeto asimila un aspecto, una propiedad o atributo de
otro y se transforma total o parcialmente, y además no alude a la constitución del
inconciente sino del yo en tanto órgano libidinal atravesado por la presencia del
semejante en la instalación de sus contenidos representacionales” (BLEICHMAR
1995).
Coincidiendo con Karen HORNEY (1961) encontramos que existe una fuerte
vinculación en la transmisión intergeneracional de fortalezas vinculadas a la
generatividad. En el intercambio complementario de fragilidad y dependencia de
los niños, con las capacidades y acciones de cuidado y protección, se sientan las
bases de un desarrollo generativo. Entre la tensión de la libertad y la
dependencia, de la creciente necesidad de autonomía y los permisos necesarios
para ejercerla, aparecen como frutos de ese encuentro la capacidad de
responsabilizarse de uno mismo y de otros más frágiles o necesitados. De estas
interacciones propias del desarrollo sano, las personas se van transformando y
en alguna medida pareciéndose a aquellos que fueron capaces de ayudarlos,
para finalmente poner en potencia esa reserva infantil, en una creación original
que sintetiza deseos de cuidados, de realización personal y la responsabilidad
intrínseca que conlleva la capacidad de cuidar a otros.
“Pero, como cualquier otro organismo vivo, el individuo humano necesita condiciones
favorables para su transformación “de alcornoque en roble”; necesita una atmósfera
cordial para darle una sensación de seguridad interior, y la fuerza íntima necesaria
que le permita tener pensamientos y sentimientos propios, y poder expresarse.
Necesita la buena voluntad de los demás, no sólo para que le ayuden en sus
muchas necesidades, sino para que le guíen y le animen para que se convierta en
un individuo maduro y fecundo. También necesita una sana fricción con los deseos y
voluntades de los demás. Si de este modo puede crecer con los demás en el amor y
en la competencia, también podrá crecer de acuerdo con su verdadero yo”
(HORNEY 1961, p. 14).
6. Conclusiones
A partir del análisis de los relatos de las vidas de personas mayores aparece con
fuerza que se trata de personas sumamente potentes y comprometidas con el
cuidado de sí mismas y de los otros, que han desplegado su máximo potencial
psíquico e interpersonal. Estas narraciones denotan plenitud, salud en la
realización personal y fundamentalmente una alta satisfacción con las vidas que
supieron construir. En este sentido podrían tomarse estas vidas como
paradigmas del buen vivir, de una adultez responsable y comprometida con la
sociedad que las sostiene, y también como ejemplos de un proceso de
envejecimiento satisfactorio y vital. Precisamente por estas características es que
fueron escogidas para este estudio estas personas y no otras.
Creemos entonces que del análisis retrospectivo puede indagarse qué se hizo
bien en su desarrollo temprano; y lo que es más importante, no sólo qué hicieron
bien sus padres y adultos cercanos en la niñez, sino qué ambientes y qué
condiciones del desarrollo infantil posibilitaron una destacada expansión en la
vida adulta y una vejez fructífera e integrada. Es decir, escogimos personas que
han realizado aportes valiosos para el desarrollo de la sociedad, personas
preocupadas en generar mejores condiciones de vida para sí mismas, para sus
hijos y para las personas en general. Podemos asegurar, por las narraciones
analizadas y por las vidas vividas que son personas con una gran capacidad de
amar, de trabajar y de cuidar. También cabría sostener que son personas
queridas en su entorno y que disfrutan a lo largo de su desarrollo vital de un alto
reconocimiento y gratitud de las personas cercanas: hijos, sobrinos, nietos,
amigos.
En este sentido nos parece que el estudio del envejecimiento desde una
perspectiva retrospectiva es una herramienta útil para definir aspectos vinculados
a la salud y el desarrollo de fortalezas a lo largo de diferentes momentos del
curso vital. Además de poder inferir sobre las consolidaciones infantiles que se
encuentran conservadas en la vejez, podemos a través del análisis cualitativo de
los relatos identificar qué aspectos relacionales se transformaron en
representaciones psíquicas estables, que forman parte del self y que están en la
base de una expresión positiva de sus potencias. Es decir, nos interesó
determinar en qué medida las relaciones afectivas tempranas, especialmente el
amor y los cuidados recibidos por parte de las madres y los padres, se
convirtieron en figuras de identificación, más que modelos a seguir, en tanto
estos ejemplos se recrearon en la adultez con recursos psicológicos propios. Así
la generatividad en la adultez aparecerá como una larga construcción del
desarrollo, que se asienta en la niñez como una preocupación por el dolor y el
padecimiento de los otros (URRUTIA et al. 2009), se construye en torno a
modelos de identificación de adultos firmes y cuidadosos y se transmite a la otra
generación bajo la certeza de haber sido amado.
“Lo que nos interesa realmente es la actitud ambiental que responde a las
necesidades del individuo en cualquier momento dado. En otras palabras, es un
tema bastante similar al del cuidado materno, que se modifica según la edad del niño
y que satisface la temprana dependencia de aquél, así como sus esfuerzos por
alcanzar la independencia. Esta segunda manera de considerar la vida puede
resultar particularmente adecuada para el estudio del desarrollo sano y,
precisamente, en este momento nos proponemos estudiar la salud” (WINNICOTT
2006, p. 118).
Señora ASA (hablando de su niñez).: “¿Y porqué linda?, fue porque siempre estuve en
contacto con la naturaleza, siempre acompañada por ellos, todos los aprendizajes,
compartíamos siempre en familia. Cerca de fin de año, todas las fiestas familiares, los
primos, los amigos, el colegio, los juegos en la calle con amigos, los de la cuadra. Y
vuelvo otra vez, padres geniales, porque a pesar de ser única hija, tuve libertad para
elegir lo que quiero, salía con mis amigos…”.
Creemos que la realización adulta tiene sus orígenes más certeros, no sólo en la
reserva de la acumulación del amor recibido, sino también en el empoderamiento
que supone tomar decisiones y riesgos en el marco de un entorno protector. La
certeza de que no nos dejarán caer, se transforma progresivamente en seguridad
en nosotros mismos, y esta nueva confianza puesta en nuestras competencias y
recursos, se da sólo en un marco que favorece la libertad y el crecimiento a una
distancia saludable de los propios padres.
“La libertad es un elemento esencial, algo que permite a las personas desarrollar lo
mejor que hay en ellas; sin embargo, debemos admitir que hay individuos que no
pueden vivir en libertad porque experimentan temor con respecto a sí mismos y al
mundo. (…) “sin duda, es un signo de crecimiento sano el que los niños comiencen a
disfrutar de la libertad que se les va otorgando gradualmente” (WINNICOTT 2006, p.
48).
Relaciones
Estadios Crisis psicosociales Virtudes Acciones complementarias
significativas
Infancia
Confianza básica vs. Persona
Esperanza
Desconfianza básica maternante Cobijo y protección
Amor y cuidado
Niñez Autonomía vs. Personas
Voluntad
temprana Vergüenza, duda parentales
Edad del
Iniciativa vs. Culpa Familia básica Finalidad
Juego
Libertad, alegría
Edad Industria vs. “vecindad,
Competencia
escolar Inferioridad escuela”
Podría afirmarse que, más allá de discusiones fugaces sobre las mejores pautas
de crianza o las cambiantes modas sobre cómo ejercer las funciones maternas y
paternas, si estas son lo suficientemente eficaces en prodigar amor y confianza, y
pueden los padres equilibrar sus propias tensiones, y estar más atentos a las
necesidades infantiles que a las propias, entonces la primera y más desafiante
empresa del cuidado habrá encontrado su cauce.
En este mismo sentido podríamos afirmar que, si por sobre las inseguridades y
temores que puede despertar la crianza y cuidado de un niño, triunfa la
seguridad, la comprensión y la firmeza, como ejes centrales de la interacción, se
consolidará un desarrollo seguro. Todo esfuerzo que resulte en el reconocimiento
de los niños como sujetos distintos al deseo propio y se transforme en
reconocimiento de las reales necesidades de abrigo y protección, será un
esfuerzo subjetivante con efectos duraderos y potentes, y que acompañará a la
persona a lo largo de su vida. Estas acciones eficazmente realizadas no son sólo
una respuesta a una demanda generativa que los niños imponen desde su
fragilidad e inmadurez. En un sentido más amplio, más allá de las dificultades y
desafíos propios del desarrollo de los adultos, éstos tendrían que ser capaces de
proteger sin anular, de cuidar sin agobiar.
“Los adultos maduros confieren vitalidad a lo que es antiguo, viejo y ortodoxo por el
hecho de recrearlo después de haberlo destruido. Así, los padres ascienden un
peldaño, y descienden otro, y se convierten en abuelos” (WINNICOTT 2006, p. 124).
Agradecimientos
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