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1.

La psicología como ciencia


de la conducta
´

L
a ciencia, al revés de las concepciones animista y religiosa, se
propone explicar todos los fenómenos del mundo sobre la base
de causas naturales, y obviamente considera los fenómenos
humanos dentro de ese ámbito. En este sentido la psicología, en
tanto ciencia, se ve comprometida con un objetivo naturalista; pero la
aparente claridad de esta suposición no ha sido determinante para la
definición de una psicología científica. En sus disquisiciones sobre las
relaciones entre la psicología y la ciencia, Th. H. Leahey (1980/1998) señala
la existencia de dos desafíos muy serios para dicha comunión: el dualismo y
la psicología popular; y continúa diciendo que, tal como es sostenido por las
religiones:
El dualismo [supone] un mundo sobrenatural poblado por seres no materiales
tales como dioses, ángeles y demonios. Se considera que los seres humanos, y los
animales en algunas ocasiones, están compuestos de dos sustancias, un alma
sobrenatural no material, contenida en un cuerpo natural material al que controla.
Los dualistas explican la experiencia y la conducta como el resultado de la
interacción entre el cuerpo y su alma rectora. (p. 25).

Mientras tanto, completando el cuadro acientífico, la psicología popular


procura explicar la conducta como resultado de creencias y deseos (algunas
veces teleológicos) que funcionan como justificaciones de la acción, mas en
realidad no son causas, sino en su mayoría simples declaraciones
influenciadas por la cultura, cuyo razonamiento carece de estructura lógica.
Contra tales concepciones se levantaron los primeros científicos ligados
a la psicología experimental de fines del siglo XIX2. Académicos como
Thordnike en los Estados Unidos, y Pavlov en Rusia, tuvieron por objetivo

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Esto, por cierto, no implica negar que antes de ella, y a través de diversas disciplinas,
incluso en siglos anteriores, hubieron hombres de ciencia que se enfrentaron a las ideas
religiosas y populares sobre las causas del comportamiento humano.

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desarrollar una ciencia natural a través de la investigación de laboratorio con


organismos, estímulos y respuestas simples3, logrando proveer a la psicología
científica de dos paradigmas sumamente poderosos que presiden, de manera
general, las leyes del aprendizaje: el condicionamiento instrumental y el
condicionamiento respondiente.

“CONDUCTISMO” Y “CONDUCTA”

Conductismo

Tanto los hallazgos experimentales de Thordnike como los de Pavlov


constituyeron antecedentes importantes para el posterior progreso de la
ciencia del comportamiento. En 1913, influenciado por tales antecedentes,
John B. Watson proclamó la irrupción de un “vino nuevo”, un nuevo objeto
de estudio para la psicología: la conducta, que vendría a reemplazar los
antiguos intereses de dicha disciplina por el alma y por la conciencia, y,
consecuentemente, bautizo su corriente como “conductismo” 4.
A partir de allí, y lo largo de su devenir, este paradigma en el sentido
teórico se fue diversificando y adoptando diversas formas. Definido
inicialmente por su creador como “una rama experimental puramente
objetiva de la ciencia natural” cuya “meta teórica es la predicción y el control
de la conducta”, y donde: “La introspección no forma parte esencial de sus

3
La elección de variables elementales para empezar la investigación del comportamiento ha
sido, a menudo, motivo de crítica y estigmatización por los anti-experimentalistas en
psicología; dejando de lado el hecho de que en todas las ciencias siempre se ha partido de
“maquetas”, es decir, de fenómenos simplificados adrede, con el fin de estudiarlos
inductivamente desde su origen y encontrar las regularidades básicas que serían cimiento, a
su vez, de nuevas regularidades progresivamente más complejas. Por lo demás, la estrategia
analítica de fragmentar los fenómenos estudiados en unidades moleculares para
dimensionarlos, organizarlos didácticamente y así poder manejarlos, es una práctica común
también en todas las ciencias. Por ejemplo, cuando el físico y el geógrafo dividen el globo
terráqueo en centímetros, metros o kilómetros, y lo estructuran en coordenadas de tiempo y
espacio, nadie pensaría que por ello están “trivializando” o “mecanizando” su objeto de
estudio.
4
Se ha solido implicar más a Watson con los estudios de Pavlov que con los de Thordnike,
debido al programa de investigación que emprendió el fundador del conductismo, ligado al
condicionamiento respondiente (aprendizaje emocional) y a su fundamentación fisiológica.
Sin embargo, no se puede subestimar el hecho de que, teóricamente, Watson se identificó
también con la estructura del conexionismo thordnikeano, concibiendo la conducta como un
gran entramado de jerarquías de asociaciones estímulo-respuesta (hábitos), que iban
creciendo conforme el individuo se desarrollaba.

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William Montgomery

métodos” (Watson, 1913, p. 158); fue luego enriquecido por una serie de
reconceptualizaciones. Así, como es conocido, algunos de los
neoconductistas sucedáneos a Watson, aún manteniendo su planteamiento
fundamental de objetividad, trataron de ampliar la magnitud de su enfoque
introduciendo variables hipotéticas. Uno de ellos, Hull (1943), disertó sobre
“constructos simbólicos, variables interventoras o entidades hipotéticas” (p.
22) de manera equivalente; y otro, Tolman (1932), las diagramó como
mediadoras (en la forma de expectativas o mapas cognitivos) entre variables
independientes y dependientes en el trabajo experimental. A estas posturas se
añadieron las de otros teóricos contemporáneos, caso Skinner (1974/1977),
quien concibió al conductismo (en su versión radical) no sólo como un
método experimental empirista, sino sustancialmente como “una filosofía de
la ciencia del comportamiento humano” (p. 13) que surge del quehacer
mismo de la disciplina y plantea cuestiones relativas a la pertinencia y
posibilidades del análisis metodológico y tecnológico aplicado a la esfera
psicológica. Igualmente Kantor (1969/1991) se refirió al conductismo como
una corriente que estudia la interacción de los organismos con sus ambientes,
renunciando a “las doctrinas del alma, la mente y la consciencia” (p. 573). Si
bien estos últimos teóricos rechazaron las variables intervinientes o
constructos hipotéticos tal como las concebían Hull y Tolman, dejaron bien
en claro ―aunque por diversos caminos― que el mundo subjetivo sí es
abordable mediante métodos científicos5.
Hasta aquí, las pistas indican que el conductismo es una manera general
de ver lo psicológico desde un punto de vista naturalista (donde no hay
entidades como la mente, el cerebro, etcétera, que trasciendan el interjuego
de variables representativas), y que privilegia el uso de métodos naturalistas
para dar cuenta de su objeto de estudio. En suma, un enfoque de la
psicología como ciencia de la conducta.

La conducta

Pero ¿qué es conducta en términos contemporáneos? El significado de


este concepto es altamente polémico en psicología, pese a que a nivel

5
Skinner (1974/1977) dejó su propia versión de lo que, según él, era el conductismo
metodológico (variantes estímulo-respuesta mediacionales en general), achacándole como
una de sus falencias el no ocuparse de eventos subjetivos (“privados”). Esto es discutible a
la luz de lo conocido sobre el trabajo teórico de Hull y Tolman, quienes, desde sus propias
perspectivas, abordaron temas de conducta compleja tanto o más frecuentemente que
Skinner.

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coloquial es de una simplicidad impresionante (el Diccionario Larousse, por


ejemplo, lo define como “comportamiento, manera de portarse”). A nivel
técnico, en cambio, su definición depende del punto de vista teórico de que
se parte. En su Diccionario de Psicología,6 Wolman (1973/2010) da, quizá, la
definición más amplia posible al anotar que conducta es: “Totalidad de las
acciones e interacciones intraorgánicas y extraorgánicas de un organismo con
su ambiente físico y social” (p. 123), apresurándose a detallar que la
psicología estudia tres tipos de fenómenos: por un lado la conducta
observable, como los tics nerviosos, los actos suicidas, u orinarse en la cama;
por otro lado los fenómenos susceptibles de ser observados
introspectivamente, como el hambre, el dolor de muelas o la preocupación; y
los procesos inconscientes. Todo eso sería conducta. Sin embargo, según
cree Wolman (de reconocida orientación psicodinámica): “Para los
conductistas, una actividad tiene que ser directamente observable y medible
para que se la pueda calificar como conducta” (ib.), mientras que otros
psicólogos sí considerarían las ideas, pensamientos y manifestaciones
neurofisiológicas enmarcadas en ese rubro.
Esta aserción de Wolman se funda en una interpretación estrecha (muy
difundida) de lo que sostenían los conductistas watsonianos y skinnerianos,
ninguno de los cuales excluyó en realidad lo “no directamente observable” de
su objeto de estudio7. Por otra parte, deja antojadizamente fuera de la
denominación de “conductistas” a todo un conjunto de enfoques alternos a
los de Watson y Skinner. No sólo a los mediacionales de corte clásico más
conocidos (Hull, Tolman, Guthrie, Eysenck, Osgood y otros), sino también a
variantes pioneras en el trabajo de indagación neuropsicológica, como las de
Lashley o Hebb8 (ver una refutación de esta creencia en una publicación de
CETECIC, 2012).
Las definiciones contemporáneas más utilizadas de conducta, hechas
por los propios conductistas, reconocen explícitamente su carácter inclusivo

6
Casualmente, denominado en su idioma original “Diccionario de Ciencias de la
Conducta”.
7
Tanto Watson, como después Hull, por ejemplo, dedicaron mucho tiempo e investigación
al análisis del pensamiento y la inteligencia (véanse Gondra, 1991, 2007). Skinner, por su
parte, trata la conducta como una relación entre aspectos del organismo y del ambiente, sin
importar su carácter público o privado (ver Gómez, García, Pérez, Bohórquez y Gutiérrez,
2002).
8
De semejante práctica, en cierto modo intencionalmente confusionista para posicionar
opciones distintas, se han valido los explotadores del “mito de la revolución cognitiva”,
como Gardner (1985/1987), entre otros.

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de eventos “encubiertos”. Por ejemplo, Hebb (1949/1968) la denomina, al


estilo watsoniano, “actividad públicamente observable de músculos o
glándulas de secreción externa...”, añadiendo inmediatamente:
“Se entiende que esto comprende también el estudio de procesos como el
aprender, la emoción o la percepción, que intervienen en la organización de la
conducta. Los términos integración u organización se refieren al tipo o la
combinación de diversos segmentos de conducta en la relación de unos u otros, o
con los acontecimientos externos que actúan sobre el organismo.” (pp. 6-7).

Por su parte, Eysenck (1972/1979) señala desde la perspectiva hulliana


que: “Para el conductista, el término «conducta» es mucho más extenso que
lo que es coloquialmente para el profano. Incluye el hablar y todas las
reacciones corporales medibles, por pequeñas e imposibles de detectar a
simple vista que puedan ser” (p. 143). A su vez, desde un punto de vista
skinneriano, según Martin y Pear (1996/2007) la conducta “puede ser
cualquier cosa que una persona hace o dice” (p. 3), extendiendo esa
descripción a los “eventos privados”. Malott, Malott y Trojan (1999/2003) son
aún más amplios, prefiriendo referirse a la conducta como “todo lo que no
puede hacer un hombre muerto” (p. 8). En fin, como dice Ardila (2012), “las
variadas definiciones de comportamiento han ido mostrando cada vez más
amplitud conceptual” (p. 6).
En suma, hay muchas formas de definir este objeto de estudio, mas,
para el autor del presente escrito, la más adecuada es la de Ribes y López
(1985): “interacción del organismo total, con su medio ambiente físico,
biológico y/o social” (p. 81), puesto que evita el problema de la cosificación
de la conducta como algo físico, connotándola como relación o sistema. La
conducta, desde este punto de vista, es una propiedad relacional. No está
ubicada en ninguna estructura interna o ambiente externo al sujeto, sino que
surge del contacto entre ambos. Freixa i Baqué (2003) ha sabido ilustrar
diáfanamente el punto, al decir que al ver comportarse un organismo
tendemos a considerar que exterioriza una conducta que poseía en su
interior, como si fuera una propiedad esencial, inherente. Con esto:
Cometemos el mismo error que si, después de frotar una cerilla en el rascador de
su caja y ver aparecer la llama en la punta del fosforo, afirmáramos que la llama se
hallaba al interior de la cerilla. A la pregunta: “¿dónde se hallaba la llama antes de
frotar el fósforo contra el rascador, en la cerilla o en el rascador?” la respuesta
correcta es: “ni en la una ni en el otro”. La llama no se encontraba en el interior de
la cerilla ni en el interior del rascador, la llama es la resultante de la interacción
entre ambos. (p. 604)

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En cualquier caso, más allá de si se concibe como acción o como


interacción, señala Bélanger (1978/1999) que “para el conductista… la
conducta es un objetivo en sí y no un medio para alcanzar una realidad
distinta, biológica o mental”. (p. 17). La conducta, además, involucra aspectos
cognitivos (lo que se “piensa”), emocionales (lo que se “siente”), motores
(actividades eferenciales observables externamente) y psicofisiológicos
(actividades del sistema nervioso); sin perder de vista que, tanto en el
quehacer conceptual como operativo, la conducta se concibe objetivamente
en función a varias propiedades: 1) ocurre dentro de un límite espacio-
temporal, pudiéndose ubicar su emisión siempre en algún momento y en
algún lugar; 2) es un continuo analíticamente fragmentable a través de
unidades de diverso tamaño y medición; 3) produce efectos en el ambiente y
es cambiada por éste, en un circuito retroalimentador; y 4) muestra aspectos
directamente o indirectamente observables, a través de las variables
interactivas u orgánicas que la componen.

NIVELES DE ARTICULACIÓN PARADIGMÁTICA

Lo que se puede considerar como un cisma existente entre ciencia


básica y aplicada se produjo ya en los comienzos de la psicología, cuando se
distinguieron dos categorías de profesionales: los interesados en la ubicación
científica de la disciplina y aquellos otros orientados al manejo de los aspectos
prácticos. Los primeros se identificaron con los estudios de laboratorio y los
procedimientos matemáticos y estadísticos, y los segundos se identificaron, a
su vez, con los procedimientos dedicados al cambio directo de los “procesos
mentales” o del comportamiento humano. El hecho es que ese separatismo,
en la medida que sacrifica una opción a expensas de la otra, influye sobre el
desarrollo deficitario del potencial experto de las teorías, metodologías y
aplicaciones que surgen a la sombra de los diversos paradigmas. En la forma
en que se ha configurado históricamente, dicho cisma no propicia una
articulación explícita entre lo que se dice y lo que se hace, y la eventual
creación de nuevas tecnologías eficaces suele ser frecuentemente de tipo
azaroso, algo así como dar “palos de ciego” en busca de dar con el objetivo
buscado.
Posiblemente la mayoría de los psicólogos —sobre todo los de
orientación conductual y cognitivo-conductual— estarían de acuerdo en que
una disciplina científica necesita mostrar una articulación paradigmática
coherente entre teoría y práctica, entre ciencia aplicada y ciencia básica, entre

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análisis experimental y tecnología, con el fin de asegurar la utilidad y eficacia


de sus procedimientos. El método científico no es un canon teórico que se
haya desarrollado ni precedentemente a, ni al margen de, la práctica científica
(Carpio, Pacheco, Canales y Flores, 2005), pero, una vez arraigado en una
tradición, es fuertemente influyente, como lo muestran recientes indagaciones
sobre su operatividad. Así, “las características de la teoría en que se es
entrenado delimitan lo que el investigador expuesto a cada tradición teórica
hará, los problemas que se planteará, las estrategias que elegirá para abordar
dichos problemas, el tipo de datos que recabará, la manera en que
interpretará dichos datos, y la forma en que comunicará a otros sus
resultados” (Padilla, 2006, p. 199), de modo que urge comenzar por el
planteamiento de la estructura teórica que aseguraría un puente fluido entre
los niveles mencionados.
Decidir cuál es la forma de construcción más viable para representar
dicha estructura, es un asunto menos claro. Hay, ciertamente, rasgos básicos
de construcción teórica que se encuentran en las clásicas propuestas de Feigl
y Arnau (ver Anguera, 1989, pp. 552-554), así como en Kantor (1959/1978,
pp 255 y ss.), con el propósito de ordenar lógicamente los niveles de
articulación entre la experiencia inmediata (conceptos empíricos) y su
interpretación conceptual, pero cada una enfatiza ciertos aspectos sobre otros
de manera no muy explícita, proporcionando la impresión de ser abstractas.
El autor del presente libro intenta exponer informalmente una
representación más concreta. Es el modelo de progresión teórico-práctica
simétrica, que se manifiesta en la articulación de niveles filosófico, teórico,
metodológico y tecnológico que están presentes en el análisis de la conducta;
cumpliendo con el precepto enunciado por Kuhn (1962/1982) acerca de lo
que debe ser un “paradigma” en su acepción más general: ejemplar que
incluye ley, teoría, aplicación e instrumentación juntas, proporcionando
modelos desde los cuales brotan tradiciones de investigación.
El análisis conductual, desde la postura de progresión teórico-práctica
simétrica adoptada aquí, muestra tres niveles de organización que se
complementan y retroalimentan recíprocamente: el conductismo, el análisis
experimental del comportamiento (AEC) y la ingeniería del comportamiento;
(IC) en representación, respectivamente, de una filosofía, una teoría-
metodología y una tecnología coherentes entre si, estructurando una
continuidad entre “saber” y “hacer” en los términos paradigmáticos de Kuhn.
Se considera en la órbita conductual que la construcción de un paradigma de
ciencia natural comienza con definiciones organizadas en taxonomías que
permiten identificar variables y parámetros de estudio, y por consiguiente,

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relaciones funcionales a cuya luz se explica la extensión de los


procedimientos experimentales de laboratorio a su aplicación para
problemas sociales. Ello da por resultado los tres niveles paradigmáticos antes
mencionados, según los explicita esquemáticamente Anicama (2010; p. 89):

Conductismo
(Filosofía)

RELACIÓN
PARADIGMÁTICA

AEC (Teoría IC
Metodología) (Tecnología)

Figura 1.1. Interrelaciones entre los niveles paradigmáticos del análisis conductual.

conductismo
Nivel 1: El conduct ismo como filosofía

El primer nivel es el de la filosofía especial, que constituye algo así


como una “filosofía de gestión” de la psicología como ciencia del
comportamiento, entendida ésta como interacción entre el individuo y su
contexto. Al respecto, todas las ciencias han desarrollado filosofías especiales
(Kantor, 1963/1990) que se encargan de discutir sobre los supuestos,
extensiones y posibilidades de sus respectivos dominios teóricos y aplicados.
Expresado en el dominio psicológico, esto implica también fijar posición y
fomentar una actitud no reduccionista ni mentalista en la búsqueda de
soluciones a los problemas de la disciplina. La filosofía especial de la ciencia
del comportamiento es, desde esta perspectiva, lo que se llama “conductismo
radical”, como lo señala Skinner (1974/1977), sin embargo, resulta notorio
que no todos los conductistas adhieren a ella en todos sus detalles. Hay un
“conductismo metodológico” (mediacionales y cognitivos) que no concuerda
con esas bases, o en algún caso las flexibiliza. Pese a ello, hay presupuestos
compartidos que lo acercan al conductismo radical, como lo especificó en su
momento uno de los autores más representantivos de la heterodoxia
conductual-cognitiva, y posteriormente “constructivista” (Mahoney,
1974/1983): 1) el reconocimiento de que la conducta está sujeta a leyes; 2) la
necesidad de la observabilidad directa de por lo menos dos de sus elementos

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(estímulo y respuesta); 3) los recursos del operacionalismo y la precisión de


las medidas; 4) la confianza en la replicación de los resultados de una
investigación como herramienta de certeza; 5) el énfasis en el control por
aislamiento de los fenómenos (atomismo analítico); y 6) la cuantitatividad y
objetividad de los datos.

experimentall del comportamiento


Nivel 2: El análisis experimenta

El segundo nivel es el de la teoría-metodología, o “análisis experimental


del comportamiento”, donde se formulan las categorías, las unidades
analíticas, los parámetros, los paradigmas de investigación, y las leyes y
principios implicados en el manejo de los datos. Según Skinner (1966/1983)
la tarea principal del análisis experimental de la conducta es describir todas
las variables de las cuales es función la respuesta, y ciertamente es así, pero
una visión más amplia hace destacar aquí las ecuaciones variabilísticas que
cubren todo el espectro organísmico y situacional que está implícito o
explícito en una contingencia. La más conocida de dichas ecuaciones es la
comprendida en la fórmula: K = f [E-O-R-C], que significa que un segmento
contingencial (K) es función (f) de las interrelaciones establecidas entre los
factores estimulares (E), organísmico-disposicionales (O), de respuesta o
clases de respuesta respondientes y operantes (R), y las consecuencias que
fortalecen a estas últimas (C).

Nivel 3: La ingeniería del comportamiento

Finalmente, el tercer nivel involucra lo tecnológico: todas aquellas


elaboraciones procedimentales que, ligadas de alguna manera a los
paradigmas de investigación básica y sus combinaciones, se han desarrollado
como aplicaciones efectivas. Dentro de este nivel, que puede denominarse
ingeniería del comportamiento de acuerdo a las directivas de Homme, C’ de
Baca, Cottingham y Homme (1968/1977), se involucra tanto la tecnología de
control por el estímulo (o de relación estímulo-respuesta) como la de
administración de contingencias.
En consonancia con sus fundamentos filosóficos y metodológicos, la
ingeniería del comportamiento supone que el comportamiento humano es
susceptible de describirse legalmente, y que sus operaciones de evaluación,
diagnóstico y tratamiento de problemas acuden al manejo tentativo de dichas

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regularidades. Dentro del rubro tecnológico, la “modificación de conducta”,


la “terapia de la conducta”, la “terapia conductual-cognitiva”, el “análisis
conductual aplicado” e incluso las terapias constructivistas recientemente
surgidas, son formas de ingeniería comportamental, algunas “ortodoxas” (más
cerca del tronco conductista original) y otras “heterodoxas”, que incorporan,
además de supuestos comportamentales, principios de otras tradiciones.
Más allá del ideal positivista de la “psicología científica perfecta” propio
de la primera mitad del siglo XX, debe anotarse que actualmente muchos
aceptan que la propuesta original de articulación simétrica es inviable, y que
lo mejor es flexibilizar la concepción de manera pragmática, combinando los
acercamientos experimental y hermenéutico. Esto significa que, aún sin
abandonar la metodología objetiva, observacional, elementalista y cuantitativa
en los diseños de investigación, se puede renunciar a la indagación de leyes
psicológicas como fundamentos generales, prefiriendo conocimientos
basados en casos particulares y en acercamientos tecnológicos orientados a la
acción (Del Pino, 2003), en función a la mejor explicación disponible.
Dentro de este contexto pragmático y flexible ―propio del post-
positivismo― es que se deben interpretar los niveles de articulación
reseñados.

DEVENIR HISTÓRICO
Como se ha dicho, a lo largo del tiempo el conductismo se fue
diversificando y adoptando diversas formas. Incluso en tiempo de la
formulación temprana del propio Watson hubo variaciones respecto a su
concepción del nuevo paradigma. J. R. Kantor, en sus Principles of
Psychology de 1924, sostenía, ya en embrión, un enfoque menos
molecularista respecto al estudio conductual, prefigurando lo que sería
posteriormente su interconductismo. También George H. Mead,
predominantemente sociólogo y filósofo, discrepó a partir de su
“conductismo social” de algunas tesis expuestas por Watson (Mead,
1934/1968), considerando el marco ambiental del simbolismo lingüístico
propio de la comunicación, como un ámbito en el cual surgen el yo, la mente
y la conciencia.
Las escuelas de Hull, Tolman, Guthrie y Skinner constituyeron el
conductismo de segunda generación (o neoconductismo), que realizó la
investigación necesaria para obtener y sistematizar una gran cantidad de datos
experimentales, con el fin de elaborar teorías deductivas e inductivas del
aprendizaje. Fue un período de intenso florecimiento académico, en el cual

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