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Fichas Practico.
Unidad 3:
-Articulación entre carácter y síntoma: los rasgos del carácter. Obstáculo a la formación de síntomas. ¿cambios de
carácter? La incidencia de lo traumático.
El diagnóstico psicoanalítico: el síntoma entre neurosis actual y psiconeurosis (Verhaeghe-6884)
Los usos de los síntomas deben ser encarados de dos formas: ¿cómo utiliza el sujeto sus síntomas? ¿Qué uso hace el
analista? El analizante presenta sus síntomas al sujeto supuesto saber (analista), en las entrevistas preliminares, las cuales
permiten captar la diferencia que divide a los síntomas: los que usa el sujeto y aquellos síntomas que utilizan al sujeto.
Los primeros pertenecen al dominio simbólico-imaginario y los segundos se producen en el registro de lo real. El síntoma
real es la angustia en tanto afecto que “no engaña”, mientras que los otros (conversión, fobia, fenómenos obsesivos) son
formas de elaboración de la angustia, es decir, defensa contra la angustia como síntoma primario.
En el diagnóstico diferencial, estas formas de síntoma implican la distinción de F entre neurosis actuales (neurosis de
angustia y neurastenia) – psiconeurosis (histeria y neurosis obsesiva).
Las NEUROSIS ACTUALES tienen como fundamento etiológico una excitación, tensión sexual acumulada, para la cual no se
dispone de mecanismos de substitución, que escapa a toda simbolización (no se adhiere a nada). Consiste en síntomas
negativos que designan algo ausente. Conciernen una reacción de angustia frente a lo real, donde la elaboración psíquica
de lo real (representación-F / ste-L) es imposible.
F plantea que el síntoma principal es la angustia bruta o sus equivalentes fisiológicos. El punto de partida es el trauma, es
decir, para L el encuentro siempre fallido con lo real, con el campo de la sexualidad. Tiene lugar fuera del complejo de
castración: para L se produce por fuera del ste, corresponde al “el otro goce”, situado por fuera del principio de placer y del
orden simbólico fálicamente fundado.
Las PSICONEUROSIS, en cuando a la etiología, también son un encuentro fallido con lo real, en el campo de la sexualidad
(trauma-F) y presenta el mismo síntoma fundamental, la angustia. En un principio hay exteriorización de terror con lagunas
psíquicas pero luego se lo supera a partir de una elaboración psíquica de la angustia. Esta última comienza con una
“representación límite”, la cual bordea lo real traumático, que el sujeto elaborará bajo la forma del fantasma. La angustia
se adhiere a la primera representación que surge, al primer ste que aparece.
La histeria (prototipo de psiconeurosis) genera falsos enlaces entre la angustia y los stes que se le adhieren
secundariamente, debido a la función del Yo de unir elementos aislados (función que vemos en la pulsión de vida =
tendencia a la ligadura de elementos).
Los síntomas psiconeuróticos son elaboraciones defensivas del encuentro fallido con el real imposible, en tanto confieren
sentido. Son síntomas positivos. Se enmarcar en el fantasma, el cual apunta a enmarcar lo real. De esto se deriva la
convicción del sujeto de que sus síntomas “significan algo” y de allí las operaciones del lenguaje en el dispositivo, como por
ejemplo, las interpretaciones.
Las PSICONEUROSIS constituyen la superestructura de la NEUROSIS ACTUAL subyacente. La NEUROSIS ACTUAL se detiene
en el punto en el que comienza la PSICONEUROSIS. La línea divisoria es la angustia libremente flotante (en la psiconeurosis,
esta angustia se añade a cualquier contexto ideacional). Lo que en las NA constituye una angustia automática, imposible de
elaborar, en la PN se torna una angustia señal, en tanto que señala la necesidad de comenzar el proceso de investidura
significante. El síntoma es pasivamente padecido en la NA y activamente defensivo en la PN, porque confiere sentido y
tiende al desplazamiento.
¿Cómo va a usar el analista estos síntomas? Estas dos categorías implican finalidades diferentes:
Cuando falta la elaboración simbólico-imaginaria (NA) desde un punto de vista terapéutico, es deseable hacerla advenir
para que el sujeto aprehenda porque cosa esta retenido. El fin en la cura no es alcanzar lo real, sino que la terapia envuelva
ese real con los stes que antes faltaban y que harán posible canalizar la angustia.
Cuando se presentan síntomas psiconeuróticos, se tratará de quitar esas envolturas y de conducir al analizante hacia el
punto de aquello que inicialmente había escapado: lo real. Sin embargo estos síntomas se desplazarán luego a la persona
del terapeuta, formándose una NEUROSIS DE TRANSFERENCIA.

Paradoja: se trata de producir a partir de una NA una PN, mientras que se trata de conducir a la PN a la NA original (las
formas nosológicas no existen). La PN es la elaboración de la NA (una neurosis de angustia aspira a ser una histeria).
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En las PN hay que desmantelar lo que el sujeto había construido, por su cuenta, como suplencia. El acercamiento centrado
en el síntoma está destinado al fracaso. Entonces, ¿Qué ocurre con el acercamiento causal?, se presta atención a la
angustia, que para F es siempre de castración y para L la carencia impuesta a lo real por lo simbólico, la parte de lo real
irreductible a lo simbólico. Se debe introducir una nueva diferenciación: una no simbolización accidental particular de cada
sujeto y una estructural de lo real (es decir, no se trata de lo no simbolizado y susceptible de ponerse en palabra, sino de
aquello imposible de simbolizar en tanto tal). Hay que interrogar ese real imposible de simbolizar.

*Frydman y Thompson, “el carácter, un obstáculo para delimitar el síntoma en la neurosis”.3343


¿Qué entendemos por carácter?
El carácter no es una noción construida por el psicoanálisis, pero ha servido para dar sentido a ciertos tropiezos
en la cura. En los comienzos del psicoanálisis, el carácter se destacó como una resistencia que se opone al tratamiento;
luego fue evaluado a paradigma, por Reich, de la transferencia negativa y obstáculo primero en la iniciación del
tratamiento, y llego a ser admitido por algunos autores como índice de lo real.
El carácter es el depositario de los modos de ser y de las condiciones de las personas con relación a otras, es
decir sus maneras, formas, estilos y actitudes. Que el termino, coincida con el nombre de los signos de escritura, las
letras, enfatiza la significación de marca que, al mismo tiempo de transmitir, fija e inmoviliza.
A la hora de dar cuenta del carácter, Freud le otorga el estatuto de sedimento: “Lo que llamamos el carácter de
un hombre está construido en buena parte con el material de las excitaciones sexuales, y se compone de pulsiones
fijadas desde la infancia, de otras adquiridas por sublimación y de construcciones destinadas a sofrenar unas mociones
perversas, reconocidas como inaplicables”.
Las marcas libidinales coagulan en rasgos de carácter que llevan el sello de sus correspondientes orígenes: anal,
oral, uretral. Posteriormente, al carácter le corresponderá ser el sitio donde sedimentaran las identificaciones; también
restos, pero de investimentos de los objetos de amor que se pierden en la historia.
Finalmente, el carácter en el análisis es aquello que se presenta como lo fijo, lo inercial e inanalizable. Freud lo
denomina un modo de consumir a la pulsión, lo que puede traducirse en términos de aquello que del fantasma queda
reabsorbido por el yo.
El carácter en disyunción con el síntoma
El valor de obstáculo al develamiento del síntoma de las así denominadas “alteraciones de carácter” explicitado
por Freud en 1916.
El carácter no es la metería en la que se centra el trabajo analítico. Este se orienta en cambio por la indagación
de los caminos de la formación del síntoma.
Advierte Freud: nota que su investigación es puesta en peligro por resistencia que el enfermo le opone, y le está
permitido imputar tales resistencias al carácter de este. Y entonces ese carácter cobra primacía en cuanto a su interés.
El carácter se revela como un elemento que grava la tarea analítica y se presenta bajo la forma de resistencia. Lo
que se resiste al trabajo analítico, especifica Freud: “no siempre son los rasgos de carácter que el enfermo confiesa y le
son atributos por quienes lo rodean”
Lo que se entiende por carácter no abarca solo aquellos elementos que coinciden con el reconocimiento
narcisistico del sujeto, en el campo transferencial se desarrollan unas “neo-formaciones” del carácter. El carácter se
impone entonces como un obstáculo, no solo al comienzo del tratamiento, sino que continúa su obra durante la
prosecución de la cura por vía del síntoma.
Lacan advierte este efecto de obstáculo ya en su esquema Lambda, esquematizando la vía imaginaria del yo y su
relación con el semejante que se pone en cruz a la vía propiamente analítica, la línea que desde el otro se dirige al
sujeto, en la que el síntoma se pone en forma como decir.
Podemos ver un ejemplo en el tropiezo con el que se encuentra Freud ante lo que describe como atrincherarse
tras una postura inabordable de dócil apatía en el caso del Hombre de los Lobos: “el paciente escuchaba, comprendía,
pero no permitía aproximación alguna”.
El carácter en conjunción con el síntoma
En inhibición, síntoma y angustia el carácter se vuelve a hacer evidente como obstáculo al aislamiento del
síntoma y efecto de la lucha como este. En la lucha defensiva contra el síntoma, dice Freud: “el yo es constreñido por su
naturaleza a emprender algo que tenemos que apreciar como intento de restablecimiento o de reconciliación”
El síntoma, que se manifiesta como un elemento discreto, extraño a la unidad imaginaria del yo, es constreñido
a subsumirse a esta. Así el yo intenta “cancelar la ajenidad y el aislamiento del síntoma, aprovechando toda oportunidad
para ligarlo de algún modo a si e incorporarlo a su organización”.
El carácter se nutre de la asimilación del síntoma al yo: “así el síntoma es encargado poco a poco de subrogar
importantes intereses, cobra un valor para la afirmación de si, se fusiona cada vez más con el yo, se vuelve cada vez más
indispensable para este”.
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Por esta vía, el síntoma no se manifiesta como un elemento ajeno que divide al sujeto sino que, por el contrario,
es funcional a la “afirmación de si”.

La novedad de 1926 consiste en situar al carácter como el precipitado de un nuevo mecanismo de defensa que
tiene como resultado la coalescencia entre el yo y el síntoma:
“podemos admitir como un nuevo mecanismo de defensa junto a la regresión y a la represión, las formaciones
reactivas que se producen dentro del yo del neurótico obsesivo y que discernimos como exageraciones de la formación
normal del carácter. Parecen faltar en la histeria, a ser en ella mucho más débiles”.
Concluimos entonces que el carácter queda definido como siendo aquella parte del síntoma que se ha fundido
en la aleación yoica, la cual queda denunciada por los rasgos de fijeza e inercia, que evidencian su fuente pulsional,
tratándose en definitiva de aquella modalidad de satisfacción que ha sido asimilada por el yo por la vía del síntoma.
Carácter y síntoma en la cura
Tal apareamiento del síntoma con el yo se traduce en la cura del siguiente modo: el síntoma, fagocitando por el
yo, se torna irreconocible, imposible, dirá Lacan, de ser “atrapado por las orejas.” Freud explicita esta dificultad:
“cuando después intentamos prestar asistencia analítica al yo en su lucha contra el síntoma, nos encontramos con que
estas ligazones de reconciliación entre el yo y el síntoma actúan en el bando de las resistencias.”
La cura debe, para delimitar el síntoma, operar en contra de la alianza que como saldo de la defensa se produce
entre el yo y el síntoma.
La cura solo puede proseguir su camino devolviéndole al síntoma su carácter de ajenidad: “el síntoma solo
queda constituido cuando el sujeto se percata de él, porque sabemos por experiencia que hay formas de
comportamiento obsesivo en las que el sujeto no solo no ha advertido sus obsesiones, sino que no las ha constituido
como tales. En este caso, el primer paso del análisis es que el síntoma se constituya en su forma clásica, sin lo cual no
hay modo de salir de él, porque no hay modo de hablar de él, porque no hay modo de atrapar al síntoma por las orejas.
¿Qué es la oreja en cuestión? Lo que podemos llamar lo no asimilado del síntoma, no asimilado por el sujeto”.
Lo asimilado del síntoma por el sujeto mediante las ligazones de reconciliación entre el yo y el síntoma, llevo a la
construcción de conductas que el sujeto reconoce como lo más propio de su ser. Aquí el sujeto se encuentra alineado a
esos modos de satisfacción pulsional, haciendo de ellos un rasgo de carácter o una personalidad, que ubicamos en el
extremo de un “yo no pienso”; posición que entendemos equivalente al rechazo del inconsciente.
La clave como cuestión preliminar al tratamiento posible del síntoma, consiste en hacer emerger la dimensión
de la causa.
En definitiva, un movimiento que implique un “yo no soy” que le devuelve al síntoma su ajenidad y que conlleve
la apertura del inconsciente por medio de la pregunta por la causa.

Ficha 3363: Dificultades en la transferencia: Los rasgos del carácter - Davidovich

Freud sitúa a los rasgos de carácter como un obstáculo para el trabajo analítico. Son continuaciones inalterables
de las pulsiones originarias, sublimaciones o formaciones reactivas contra ellas. Entonces no funciona en ellos la
represión, sino la fijación pulsional y por tanto el superyó. El síntoma está tramitado en la metáfora y la metonimia,
produce ecuaciones en lo simbólico, es una verdad amordazada que se da a leer en el retorno de lo reprimido. El rasgo
de carácter, en cambio, es un signo que se muestra y que "habrá sido letra", litoral entre el saber del significante y el
goce del objeto, una vez que haya sido señalizado.
Lo que se abroquela como rasgo de carácter es un goce congelado, intacto que ha quedado incrustado en el yo.
Reich en su libro "Análisis del carácter" plantea que las resistencias caracterológicas, no se expresan en el contenido del
material sino en los aspectos formales del comportamiento general, no es entonces lo que el paciente dice sino cómo
habla y obra, cómo sonríe, cómo camina. Esto plantea ciertas dificultades en la transferencia en la medida en que "eso
se muestra". Los rasgos de carácter se presentan del lado del ser, "soy así", cuestión que dista de la incomodidad del
síntoma y su consiguiente pregunta. De allí la dificultad en su abordaje.

RECORTE CLÍNICO: María habla en voz tan baja que apenas logro escucharla. Es una voz agónica, deslibidinizada.
Sentada, apoya su cabeza contra la pared, como si no pudiera sostenerla. Sus ojos están entrecerrados. Su ropa es típica
de una señora mayor, al igual que su peinado. No puede estudiar, está cursando cuarto año. No piensa en nada en
particular, cree que le quedó alguna secuela de la operación que le hicieron el año pasado cuando le extrajeron un
cavernoma cerebral aunque los médicos le dijeron que no tendría secuelas neurológicas. Le señalo que ese año rindió
todas las materias bien aun cuando estuvo 50 días sin ir al colegio. Subrayo el enigma de lo que estará causando
dificultades en su concentración.
Su madre murió cuando ella tenía un año. Se descompuso, el padre la llevó a una clínica cercana a su casa, pero
inmediatamente pidió que la trasladen a un centro médico de mejor calidad. Antes de ser trasladada murió, creen que
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fue un aneurisma . El padre de M decidió que lo mejor era comprarse una casa al lado de la abuela materna, y dejó a M
y a su hermano dos años mayor viviendo con su suegra. La abuela materna fue entonces quien cuidó a estos niños hasta
que M tenía seis años. En ese entonces plantea que estaba sin fuerzas para seguir haciéndose cargo de ellos y el padre
los "traslada" como presos dirá M, a vivir a La Plata, a la casa de la tía Mirta, la hermana de la madre. El padre iba a
visitarla los fines de semana. Nadie midió entonces el quiebre que esto provocaría en M.
M no puede precisar por qué vuelven a vivir con la abuela en tercer grado, sólo menciona que su hermano se peleaba
con su primo, y que su abuela los extrañaba. Esta vez, el padre compra dos departamentos en la capital para vivir él al
lado de sus hijos que vivirían con su abuela. M la pasó muy mal desde cuarto grado a tercer año. No tenía ningún amigo;
luego cambió de división y logró tener algunas amigas que la iban a visitar todos los días mientras estuvo internada.
Pero este año al comenzar las clases, le plantearon que sólo serían compañeras, no amigas porque ella no había llamado
por teléfono en todo el verano.
M tiene un rostro pálido y triste. En una ocasión se viene con el pelo suelto, cuestión que destaco especialmente. Le
digo que está hermosa y que me encanta como le queda el pelo así. Ahora cada vez que entra espera mi mirada y algún
comentario sobre su ropa. Sonríe contándome en qué negocios ha comprado esa ropa que ahora porta con un cierto
agalma.
Nuestra analizante llora muy angustiada porque en el colegio la pasa pésimo, en los recreos está sola, los fines de
semana va a la casa de la otra tía hermana de la madre. Me cuenta que el profesor de psicología, ante un pedido de ella
de no tener que hacer un trabajo le dice: ¡Vos te crees la víctima del mundo! Llora y dice: estoy mal, es el profesor, son
las chicas, es todo. Intervengo: ¿por qué no te acercás a charlar en el recreo en vez de quedarte en un rincón? NO, dice
furiosa, ¿no entendés que ellas no quieren hablar conmigo? Le digo: supongo que cuando te ponés así tus amigas se
alejan, lograste asustarme, intentando producir un recorte en ese permanente malestar que se monta sobre un real
padecido que no lograba ser horadado.

Aquí es la primera vez que habla el rasgo de carácter en una alusión transferencial. Aparece el dolor que la aqueja en
relación a la indiferencia de sus compañeras, y la encerrona trágica en la que se encuentra: no se acerca porque supone
que la rechazan; pero lo que está elidido es su propio maltrato hacia ellas. Ella rechaza al Otro presuponiendo que va a
ser rechazada. La lectura analítica será la que posibilitará que se encuentre con la gramática pulsional en su fase activa:
en lugar de me rechazan, me hago rechazar; letra que prepara la pérdida del goce.

La queja empieza a dar lugar a relatos más minuciosos de lo cotidiano. Un compañero le pegó un chicle, otro le gritó
caracúlica. En una ocasión me cuenta que habiéndose puesto de acuerdo todos los compañeros de no entregar un
trabajo en una materia, ella decidió entregarlo igual porque necesitaba levantar la nota. Dice: Son unos pobres tipos,
ellos nunca se comportaron bien conmigo, así que no se lo merecen. Le digo entonces que ella tampoco se merece estar
sola, y agrego que a veces se tiene que prender al grupo aunque no esté del todo de acuerdo. Le señalo su dificultad
para aflojar con su hermano cada vez que se pelean, es él quien siempre apacigua la furia que hay a veces entre ellos.
En la entrevista que tuve con el padre, se mostró abatido y resignado a un destino gris. Este hombre nunca volvió a
formar pareja después de la muerte de su mujer, "por los chicos”. Le preocupa que M no tenga amigas, y su encierro.
“Ahora tampoco quiere ir a La Plata, no sé qué le pasa con su tía. Es muy especial. A mí me llama cuando necesita plata”.
Me cuenta que su hermano fue siempre el preferido de sus padres, él era criticado en todo, inclusive en la elección de
su carrera a pesar de ser licenciado en física.
Al preguntarle a M por qué volvió de La Plata, me reitera desafectivizada, que el hermano se peleaba con el primo. "Y
por eso volvieron le pregunto, ¡eso a cualquiera lo enojaría!”. Claro dice aliviada, ella me quiere besar como si nada y
quiere que vaya allá de vacaciones; yo no voy a ir! Esta modalidad de cortar el vínculo sin poder dialectizarlo suele ser
frecuente en M., quedando absolutamente aislada del otro.
Trae un sueño: Era el fin del mundo. Había una bomba y estaba por estallar. Mi misión era que tenía que sacar a mi
abuela , y a mis primos. Mi hermano estaba durmiendo. Lograba salvar a todos, incluido a mi hermano. Si su misión es
salvar al Otro, la bomba no estalla.
Algo del gesto furioso de su cara comienza a ligarse a la palabra. No voy a ir a la Plata, no quiero que mi tía y mi abuela
decidan lo que tengo que hacer. Mi abuela me dice que tengo un carácter de mierda, yo le digo que a vos te escucho
porque me hablás de otro modo; vos me dijiste que a veces estaba subida a un caballo y es verdad, pero no puedo
acercarme a nadie. Es en esta línea donde habla de la tristeza que siente, y no de lo caraculica que es: revelan su falta de
lugar en el Otro. En otra ocasión dirá: Le grité a mi papá porque mandó una cama mía a La Plata y yo le había pedido
que me haga un lugar en su casa para cuando quisiera ir. Él me había dicho que sí pero después hizo lo que quiso. Me
insultó, me dijo que era una negra de mierda, que era el peor error de su vida, que siempre lo llamaba para pedirle
plata. ¡Yo tengo derecho a tener un lugar ahí!
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M sigue la lógica del padre: es éste quien no puede creer que tiene un lugar en el otro, al decirle a su hija que sólo lo
llama por la plata, cuestión que refuerza la idea de M de ser desalojada.

Mi hermano me grita y me pega. ¿Cómo puede ser tan hijo de puta conmigo cuando yo lo banqué? Mi abuela me dice
mordete, no le contestes, pero no puedo callar. A mí el año pasado me fue bien en el colegio, puede ser que esté triste,
como vos decís. Luego cuenta que una compañera la abraza luego de un desfile para juntar plata, me dejé abrazar pero
no le pude decir nada.

En los rasgos de carácter, la acumulación de goce no produce sufrimiento, y con el goce enquistado la letra arde en el
cuerpo. Al estar el yo tomado como objeto del ello, tiende a asumir los rasgos de objeto, se suspende la función
significante y el deseo no se puede articular en la medida que el Otro comanda sin restricciones. Falta la angustia
operando como señal, que es constitutiva de la función del Otro, posibilitando la emergencia del objeto a como causa
del deseo. Recordemos que el objeto del deseo no tiene sentido más que cuando fue vuelto a echar en el vacío de la
castración primordial, el a tiene que desprenderse del i(a), de la imagen narcisista; pero en los rasgos de carácter queda
incrustado en la imagen. Los signos perceptivos como primera transcripción de huellas que vienen del A, se leen en la
imagen, son la impronta del goce del A en el cuerpo, en un sujeto que sabemos se efectúa en las sucesivas pérdidas de
goce.

En los rasgos de carácter, lo que no pudo ser simbolizado se presenta como signo en la transferencia, se muestra al
analista, quien será el primer lector de la traza a diferencia de las formaciones del icc, que ya son lectoras y el analista
hace una relectura de ellas. La verdad está en manos de Otro, que no aparece como tesoro de significantes, sino como
una masa de signos que nunca pueden ser equívocos. Estos signos se enquistan en el yo como una astillas y el fantasma
no opera como pantalla.

¿Qué debiera ocurrir para que el goce no se encamine a la adquisición de los rasgos de carácter? Recordemos que las
trazas (trace de pas) guardan conexión con el cuerpo palpitante del goce del A, trazas que a la vez que fundantes,
aplastan al sujeto de no ser borradas. Solo el borramiento de la huella, posibilita la emergencia de un Sujeto en lo Real,
al forcluir el sentido fálico del A, para poder reescribir los significantes del Sujeto. Entonces lo que se abroquela como
rasgo de carácter son huellas que aún no han sido leídas y borradas, trazas que no pasan a ser significantes, hasta que el
trabajo analítico lo hace.

La dificultad que presentan los rasgos de carácter es que toman totalmente al yo haciendo al sujeto soberbio, enojado
con la vida porque el objeto fue en exceso cesible, tomando el yo en este caso las características de la pulsión anal. En
los rasgos de carácter, el moi ha perdido los paréntesis, y el objeto a se enquista en las fronteras del narcisismo, no pasa
a ser aludido en el icc bajo escala fálica. El superyó se hace oír con fuerza en la dimensión de un goce sin fin y sin ley,
punzando aquello que desde el padre no logró hacerse significante. Por lo cual sos una negra de mierda, funciona como
una voz que comanda sin resto (vuelve al caso) A la vuelta de las vacaciones la llamo porque no había venido al
consultorio, y me dice con vehemencia que yo la estaba presionando. Le digo que probablemente le cueste entender
que tiene un lugar y que a eso se debía mi llamado. M irrumpe en llanto, dice que volverá a llamarme.

El analista deberá escribir la letra aplastada, congelada en su imagen. Las alteraciones en el carácter hablan de un goce
que no ha sido perdido; dando cuenta de que el falo (como significante de la falta) no termina de operar como
distribuidor del goce trabando el circuito pulsional. En lugar de girar la pulsión alrededor de un vacío (que ofrece el
fantasma), toma al yo como objeto.

Es el amor del Otro lo que permite al goce condescender al deseo, al vacío que lo posibilita. En el seno de la
transferencia, mediante el trabajo de duelo por las características deficitarias del amor del Otro, es donde M podrá
reescribir esas trazas del goce del Otro, al borrarlas permitiendo entonces que advenga la cifra. Se trata de que las
huellas del ello sean traducidas al icc.

Caracúlica ya no se escribe en el cuerpo como signo, su ser no está sujeto al signo caracúlica, sino que esas trazas, al ser
borradas, pasan a ser leídas en relación al trato como el culo, que recibió del Otro. Lectura que al devolverle a la letra la
dimensión significante, horada (atraviesa) la fijeza de los rasgos de carácter.

-Inhibición, síntoma y angustia, su presencia en los historiales.


*Freud: “Inhibición, síntoma y angustia”.cap 1 3 4 7. 3259
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*La angustia como libido transmudada. Freud aborda el problema de la angustia en sus investigaciones sobre las
neurosis actuales.
Había adoptado como postulado fundamental "el principio de constancia", según el cual era inherente al sistema
nervioso la tendencia a reducir, o al menos a mantener constante, el monto de excitación presente en él. Ante ello,
cuando Freud hizo el hallazgo clínico de que los casos de neurosis de angustia era siempre posible comprobar cierta
interferencia de la descarga de la tensión sexual, y estableció la conclusión de que la excitación acumulada buscaba la
vía de salida transformándose en angustia. Según Freud se trataba de un proceso puramente físico, sin ninguna
determinación psíquica.
La angustia sobrevenida en las fobias o en las neurosis obsesivas plantearon desde el comienzo una complicación, ya
que era imposible descartar la presencia de fenómenos psíquicos, pero en lo tocante al surgimiento de la angustia, la
explicación siguió siendo la misma: "la excitación acumulada o libido, se trasmudaba directamente en angustia.
Ante esto Freud definía a la angustia como: *la angustia ha surgido por mudanza desde la tensión sexual acumulada. *la
angustia es un impulso libidinoso que parte de lo incc y es inhibido por lo precc. *la angustia de los sueños de angustia,
proviene de la libido en virtud del proceso de la represión. * en 1920 platea que la angustia neurótica nace de la libido,
es un producto de la trasmudación de esta y mantiene con ella la relación del vinagre con el vino es uno de los
resultados más significativos de la investigación psicoanalítica.
Ante esta última definición Freud ha resuelto considerar como factores separados, lo que produce libido y lo que
produce angustia. Freud dejó de lado la teoría que había sostenido durante tanto tiempo: "ya no concibe a la angustia
con libido transmutada, sino como una reacción frente a situaciones de peligro regida por un modelo particular". Y
plantea que en el caso de la neurosis de angustia sea el exceso de libido no aplicada el que encuentre su descarga en el
desarrollo de angustia; también en las neurosis de angustia el desarrollo de la angustia era una reacción ante una
situación traumática : "afirmando que ya kk es la libido misma la que se muda en angustia".
*Angustia realista y angustia neurótica : Freud plantea qué la primera refua a peligros externos y la segunda a amenazas
provocadas por pulsiones internas.
La psique cae en el afecto de la angustia cuando se siente incapaz para tramitar, mediante la reacción correspondiente,
una tarea (un peligro) que se avecina desde afuera; cae en la neurosis de angustia cuando se nota incapaz para re
equilibrar la excitación sexual endógenamente generada. El afecto y la neurosis se sitúan en un estrecho vínculo
recíproco, el primero es la reacción ante una excitación exógena, y la segunda, ante una excitación endógena análoga.
Freud seguirá pensando que en las neurosis actuales la angustia derivaba directamente de la libido, era difícil sostener
que en ambos casos se trataba de una misma clase de angustia.
*la situación traumática y las situaciones de peligro: una de las dificultades que Freud platea es la distinción entre la
angustia como reacción directa y la automática frente a un trauma, y la angustia como señal de peligro que anuncia la
inminencia de ese trauma. El factor determinante de la angustia automática es una situación traumática, una vivencia
de desvalimiento del yo frente a una acumulación de excitación, sea de origen externo o interno, que aquel no puede
tramitar. La angustia señal es la respuesta del yo a la amenaza de una situación traumática, amenaza que constituye una
situación de peligro.
Aunque los peligros internos cambian en las distintas etapas de la vida, tienen como carácter común el implicar la
separación o pérdida de un objeto amado, o la pérdida de su amor, dicha separación puede conducir a una acumulación
de deseos insatisfechos y, por ende, a una situación de desvalimiento.
*La angustia-señal. En lo que atañe al displacer, era esta una noción de angustia según Freud. Se describe al mecanismo
mediante el cual el yo restringe el desarrollo de vivencias penosas; donde se habría limitado cuantitativamente al
desprendimiento de displacer, su comienzo sería para el yo la señal de emprender una defensa normal.
*angustia y nacimiento. Al principio Freud planteaba la angustia como libido transmudada, y considero que sus síntomas
más notorios (falta de aliento y palpitaciones) eran elementos propios del acto del coito, que a falta de una vía de
descarga normal para la excitación , aparecerían aislados y exagerados.
Según Freud el acto de nacimiento es la primera vivencia de angustia y, en consecuencia, la fuente y el modelo del
afecto de angustia.

I
En La descripción de los fenómenos patológicos, nuestra terminología nos permite diferenciar entre síntomas e
inhibiciones.
Inhibición tiene un nexo particular con la función y no necesariamente designa algo patológico: se puede dar ese
nombre a una limitación normal de una función. En cambio, síntoma equivale a indicio de un proceso patológico.
Entonces, también una inhibición puede ser un síntoma. La terminología procede, pues, del siguiente modo: habla de
inhibición donde está presente una simple rebaja de la función y de síntoma, donde se trata de una desacostumbrada
variación de ella o de una nueva operación.
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Dado que la inhibición se liga conceptualmente de manera tan estrecha a la función, uno puede dar en la idea
de indagar las diferentes funciones del yo a fin de averiguar las formas en que se exterioriza su perturbación a raíz de
cada una de las afecciones neuróticas. Para ese estudio comparativo escogemos: la función sexual, la alimentación, la
locomoción y el trabajo profesional.
La función sexual sufre muy diversas perturbaciones, la mayoría de las cuales presentan el carácter de inhibiciones
simples. Las estaciones principales de la inhibición son, en el varón: el extrañamiento de la libido en el inicio del proceso
(displacer psíquico), la falta de preparación física (ausencia de la erección), la abreviación del acto, la detención del acto
antes del desenlace natural, etc. Otras perturbaciones resultan del enlace de la función a condiciones particulares de
naturaleza perversa o fetichista.
No puede escapársenos por mucho tiempo la existencia de un nexo entre la inhibición y la angustia. Muchas
inhibiciones son, evidentemente una renuncia a ciertas funciones porque a raíz de su ejercicio se desarrollaría angustia.
En la mujer es frecuente una angustia directa frente a la función sexual; la incluimos en la histeria, lo mismo que al
síntoma defensivo del asco, que originariamente se instala como una reacción, sobre venida con posteridad, frente al
acto sexual vivenciado de manera pasiva, y luego emerge a raíz de la representación de este.
Se emplean muy diversos procedimientos para perturbar la función: 1) el mero extrañamiento de la libido, que parece
producir a lo sino lo que llamamos una inhibición pura;2) el menoscabo en la ejecución de la función; 3) su
obstaculización mediante condiciones particulares, y su modificación por desvío hacia otras metas; 4) su prevención por
medidas de aseguramiento; 5) su interrupción mediante un desarrollo de angustia toda vez que no se pudo impedir su
planteo, y por último, 6) una reacción con posterioridad que protesta contra ella y quiere deshacer lo acontecido
cuando la función se ejecutó a pesar de todo.

La perturbación más frecuente de la función nutricia es el displacer frente al alimento por quite de la libido. Tampoco es
raro un incremento del placer de comer. Como defensa histérica frente al acto de comer conocemos el síntoma del
vomito. El rehusamiento de la comida a consecuencia de angustia es propio de algunos estados psicóticos.
La locomoción es inhibida en muchos estados neuróticos por un displacer y una flojera en la marcha. Particularmente
característicos son los obstáculos puestos a la locomoción interpolando determinadas condiciones, cuyo incumplimiento
provoca angustia (fobia).
La inhibición del trabajo, que tan a menudo se vuelve motivo de tratamiento en calidad de síntoma aislado, nos muestra
un placer disminuido, torpeza en la ejecución, o manifestaciones reactivas como fatiga cuando se es compelido a
perseguir el trabajo.
Nos decidimos, entonces, por una concepción que ya no deja subsistir grandes enigmas en el concepto de
inhibición. Esta última expresa una limitación funcional del yo, que a su vez puede tener muy diversas causas.
Conocemos bien muchos de los mecanismos de esta renuncia a la función, así como una tendencia general de ellos
Hemos obtenido esta intelección, de validez universal: la función yoica de un órgano se deteriora cuando
aumenta su erogeneidad, su significación sexual, en tal caso se comporta, si se nos permite la comparación un poco
torpe.
El yo renuncia a estas funciones que le competen a fin de no verse precisado a emprender una nueva represión,
a fin de evitar un conflicto con el ello.
Otras inhibiciones se producen manifiestamente al servicio de la autopunicion; no es raro que así suceda en las
actividades profesionales. El yo no tiene permitido hacer esas cosas porque le proporcionarían provecho y éxito, que el
severo superyó le ha denegado. Entonces el yo renuncia a esas operaciones a fin de no entrar en conflicto con el
superyó.
Las inhibiciones más generales del yo obedecen a otro mecanismo, simple. Acerca de las inhibiciones, podemos
decir, a modo de conclusión, que son limitaciones de las funciones yoicas, sea por precaución o a consecuencia de un
empobrecimiento de energía. Ahora es fácil discernir la diferencia entre la inhibición y el síntoma. Este último ya no
puede describirse como un proceso que suceda dentro del yo o que le suceda al yo.
III
Para volver al problema del Yo: la apariencia de contradicción se debe a que la separación del yo respecto del Ello
parece justificada determinadas constelaciones nos la imponen. Pero, por otra parte, el yo es idéntico al ello, no es más
que un sector del ello diferenciado en particular. Si conceptualmente contraponemos ese fragmento al todo, o si se ha
producido una efectiva bipartición entre ambos, se nos hará manifiesta la endeblez del yo. Pero si el yo permanece
ligado con el ello, no es separable del ello, entonces muestra su fortaleza. Parecido es el nexo del yo con el superyó. Y
en el caso de la represión se vuelve decisivo el hecho de que el yo es una organización, pero el ello no lo es; el yo es
justamente el sector organizado del ello. Si el acto de la represión nos ha mostrado la fortaleza del yo, al mismo tiempo
atestigua su impotencia y el carácter no influible de la moción pulsional singular del ello. En efecto, el proceso que por
obra de la represión ha devenido síntoma afirma ahora su existencia fuera de la organización yoica y con independencia
de ella. Y no sólo él: también todos sus retoños gozan del mismo privilegio, se diría que de «extraterritorialidad»; cada
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vez que se encuentren por vía asociativa con sectores de la organización yoica cabela posibilidad de que los atraigan y,
con esta ganancia, se extiendan a expensas del yo. La lucha defensiva contra la moción pulsional desagradable se
termina a veces mediante la formación de síntoma; hasta donde podemos verlo, es lo que ocurre sobre todo en la
conversión histérica. Pero por regla general la trayectoria es otra: al primer acto de la represión sigue un epílogo
escénico prolongado, o que no se termina nunca; la lucha contra la moción pulsional encuentra su continuación en la
lucha contra el síntoma.
Esta lucha defensiva secundaria nos muestra dos rostros de expresión contradictoria. Por una parte, el yo es
constreñido por su naturaleza a emprender algo que tenemos que apreciar como intento de restablecimiento o de
reconciliación. El yo es una organización, se basa en el libre comercio su aspiración a la ligazón y la unificación, y esta
compulsión a la síntesis aumenta a medida que el yo se desarrolla más vigoroso. Así se comprende que el yo intente,
además, cancelar la ajenidad y el aislamiento del síntoma, aprovechando toda oportunidad para ligarlo de algún modo a
sí e incorporarlo a su organización mediante tales lazos. Sabemos que un afán de ese tipo influye ya sobre el acto de la
formación de síntoma, ejemplo clásico son aquellos síntomas histéricos que se nos han vuelto trasparentes como un
compromiso entre necesidad de satisfacción y necesidad de castigo. El yo se comporta como si se guiara por esta
consideración: el síntoma ya está ahí y no puede ser eliminado; ahora se impone avenirse a esta situación y sacarle la
máxima ventaja posible. Sobreviene una adaptación al fragmento del mundo interior que es ajeno al yo y está
representad por el síntoma, adaptación como la que el yo suele llevar a cabo normalmente respecto del mundo exterior
objetivo real. Así el síntoma es encargado poco a poco de subrogar importantes intereses, cobra un valor para la
afirmación de sí, se fusiona cada vez más con el yo, se vuelve cada vez más indispensable para este.
Otras configuraciones de síntoma, las de la neurosis obsesiva y la paranoia, cobran un elevado valor para el yo, mas no
por ofrecerle una ventaja, sino porque le deparan una satisfacción narcisista de que estaba -privado. Las formaciones de
sistemas de los neuróticos obsesivos halagan su amor propio con el espejismo de que ellos, como unos hombres
particularmente puros o escrupulosos, serían mejores que otros; las formaciones delirantes de la paranoia abren al
ingenio y a la fantasía de estos enfermos un campo de acción que no es fácil sustituirles.
Nos es familiar como ganancia (secundaria) de la enfermedad en el caso de la neurosis. Viene en auxilio del afán
del yo por incorporarse el síntoma, y refuerza la fijación de este último. Y cuando después intentamos prestar asistencia
analítica al yo en su lucha contra el síntoma, nos encontramos con que estas ligazones de reconciliación entre el yo y el
síntoma actúan en el bando de las resistencias. No nos resulta fácil soltarlas.

IV
Como primer caso, consideremos en de una zoofobia histérica infantil; sea, por ejemplo, el de la fobia del
pequeño Hans a los caballos. Hace falta algún trabajo para orientarse y reconocer la moción reprimida, su sustituto-
síntoma, y el motivo de la represión.
El pequeño Hans se rehúsa a andar por la calle porque tiene angustia al caballo.
La incomprensible angustia frente al caballo es el síntoma; la incapacidad para andar por la calle, un fenómeno
de inhibición, una limitación que el yo se impone, para no provocar el síntoma-angustia. El primer conocimiento fugitivo
que tomamos del caso ni siquiera nos enseña cual es la expresión efectiva del supuesto síntoma. Se trata, como lo
averiguamos tras escuchas más detenidamente, no de una angustia indeterminada frente al caballo, sino de una
determinada expectativa angustiada: el caballo lo morderá. Ocurre que este contenido procura sustraerse de la
conciencia y sustituirse mediante la fobia indeterminada, es la que ya no aparece más que la angustia y su objeto. ¿Será
este contenido el núcleo del síntoma?
Se encuentra en la actitud edípica de celos y hostilidad hacia su padre, a quien, empero, ama de corazón toda
vez que no entre en cuenta la madre como causa de la desavenencia. Por tanto, un conflicto de ambivalencia, un amor
bien fundado y un odio no menos justificado, ambos dirigidos a una misma persona. Su fobia tiene que ser un intento de
solucionar ese conflicto.
Es este, una de las dos mociones en pugna, por regla general la tierna, se refuerza enormemente, mientras que
la otra desaparece. Solo que el carácter desmesurado y compulsivo de la ternura nos revela que esa actitud no es la
única presente, sino que se mantiene en continuo alerta para tener sofocada a su contraria, y nos permite construir un
proceso que describimos como represión por formación reactiva. Casos como el del pequeño Hans no presentan nada
parecido a una formación reactiva; es evidente que hay diversos caminos para salir de un conflicto de ambivalencia.
La moción pulsional que sufre la represión es un impulso hostil hacia el padre. El análisis nos brindó la prueba de
ello mientras se empeñaba en pesquisar el origen de la idea del caballo mordedor. Hans ha visto rodar a un caballo, y
caer y lastimarse a un compañerito de juegos con quien había jugado al caballito. Así nos dio derecho a construir en
Hans una moción de deseo, la de que ojala el padre se cayese, se hiciera daño como el caballo y la camarada.
Lo que la convierte en neurosis es, única y exclusivamente, otro rasgo: la sustitución del padre por el caballo. Es,
pues, este desplazamiento (descentramiento) lo que se hace acreedor al nombre de síntoma. Es aquel otro mecanismo
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que permite tramitar el conflicto de ambivalencia sin la ayuda de la formación reactiva. Tal desplazamiento es
posibilitado o facilitado por la circunstancia de que a esa tierna edad todavía están prontas a reanimarse las huellas
innatas del pensamiento totemista.
El conflicto de ambivalencia no se tramita entonces en la persona misma; se lo esquiva, por así decir, deslizando
una de sus mociones hacia otra persona como objeto sustitutivo.
La desfiguración en que consiste el síntoma no se emprende en la agencia representante (el contenido de
representación) de la moción pulsional por reprimir, sino en otra por entero diversa, que corresponde solo a una
reacción frente a lo genuinamente desagradable.
Si el pequeño Hans hubiera mostrado de hecho una conducta hostil hacia los caballos, el carácter de la moción
pulsional agresiva, chocante, no habría sido alterado en nada por la represión; solo habría mudado de objeto.
Está comprobado que hay casos de represión cuyo único resultado es ese; en la génesis de la fobia del pequeño
Hans, empero, ha ocurrido algo más. Colegiamos ese tanto en más a partir de otro fragmento de análisis.
Ya dijimos que el pequeño Hans indicaba como el contenido de su fobia la representación de ser mordido por el
caballo.
Ahora bien, la representación de ser devorado por el padre es un patrimonio infantil arcaico y típico; las
analogías provenientes de la mitología (cronos) y de la vida animal son universalmente conocidas. A pesar de tales
hechos concurrentes, este contenido de representación nos resulta tan extraño que solo con incredulidad lo
atribuíamos al niño.
Pero es el caso de la experiencia analítica nos proporciona las información requeridas. Nos enseña que la
representación de ser devorado por el padre es la expresión, degradada en sentido regresivo, de una moción tierna
pasiva: es la que apetece ser amado por el padre, como objeto, en el sentido del erotismo genital. Si rastreamos la
historia del caso, no subsistirá ninguna duda acerca de lo correcto de esta interpretación. Es verdad que la moción
genital ya no deja traslucir nada de su propósito tierno cuando se la expresa en el lenguaje de la fase de transición, ya
superada, que va de la organización libidinal oral a la sádica. Por otra parte, ¿se trata solo de una sustitución de la
agencia representante por una expresión regresiva, o de una efectiva y real degradación regresiva de la moción
orientada a lo genital en el interior de ello? No parece fácil decirlo. El historial clínico de mi paciente ruso, el hombre de
los lobos, se pronuncia terminantemente en favor de la segunda posibilidad, más seria; en efecto, a partir del sueño
decisivo se comporta como un niño díscolo, martirizador, sádico y poco después desarrolla una genuina neurosis
obsesiva. De cualquier modo, obtenemos la intelección de que la represión no es el único recurso de que dispone el yo
para defenderse de una moción pulsional desagradable. Si el yo consigue llevar la pulsión a la regresión, en el fondo la
daña de manera másenérgica de lo que sería posible mediante la represión. Es verdad que, en muchos casos, tras forzar
la regresión la hace seguir por una represión.
Desde ahora obtenemos dos intelecciones inesperadas. No cabe duda de que la moción pulsional reprimida en
estas fobias es una moción hostil hacia el padre. Puede decirse que es reprimida por el proceso de mudanza hacia la
parte contraria; en lugar si la agresión hacia el padre se presenta la agresión (venganza) hacia la persona propia. Puesto
que de todos modos una agresión de esa índole arraiga en la fase libidinal sádica, solo le hace falta todavía cierta
degradación al estadio oral, que en Hans es indicada por el ser mordido y en mi paciente ruso, en cambio, se escenifica
flagrantemente en el ser- devorado. Pero, aparte de ello, el análisis permite comprobar con certeza indubitable que
simultáneamente ha sucumbido a la represión otra moción pulsional, de sentido contrario: una moción pasiva tierna
respecto del padre, que ya había alcanzado el nivel de la organización libidinal genital (fálica). Y hasta parece que esta
otra moción hubiera tenido mayor peso para el resultado final del proceso regresivo; es la que experimenta la regresión
más vasta, y cobra el influjo determinante sobre el contenido de la fobia. Por tanto, donde pesquisábamos solo una
represión de pulsión, tenemos que admitir el encuentro de dos proceso de esa índole; las dos mociones pulsionales
afectadas forman un par de opuestos; y más aún: si apreciamos correctamente la historia del pequeño Hans,
discernimos que mediante la formación de su fobia se cancela también la investidura de objeto-madre tierna, de lo cual
nada deja traslucir el contenido de la fobia. En Hans se trata (en mi paciente ruso es menos nítido) de un proceso
represivo que afecta a casi todos los componentes del complejo de Edipo, tanto a la moción hostil como a la tierna hacia
el padre, y a la moción tierna respecto de la madre.
En lugar de una única represión, nos encontramos con una acumulación de ellas, y además nos topamos con la
regresión.
Nos saltan a la vista ciertas diferencias entre ambos; no solo acerca del pequeño Hans puede enunciarse con
exactitud que tramito mediante su fobia las dos mociones principales del complejo de Edipo, la agresiva hacia el padre y
la hipertierna hacia la madre; es cierto que también estuvo presente la moción tierna hacia la madre; desempeña su
papel en la represión de su opuesta, pero ni puede demostrarse que fue lo bastante intensa como para provocar una
represión, ni que resulto cancelada en lo sucesivo. Hans parece haber sido un muchachito normal con el llamado
complejo de Edipo “positivo”.
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En el caso del ruso, la falta se sitúa en otro lugar; su vínculo con el objeto femenino fue perturbado por una
seducción prematura, el aspecto pasivo, femenino, se plasmó en el con intensidad, y el análisis de su sueño de los lobos
no revela gran cosa de una agresión deliberada hacia el padre; a cambio de ello, aporta las más indubitables pruebas de
que la represión afecta a la actitud pasiva, tierna hacia el padre. También en su caso pueden haber participado los otros
factores, pero no se presentan en escena. Y si a pesar de estas diferencias entre los dos casos, que llegan a estar casi en
una relación de oposición, el resultado final de la fobia es aproximadamente el mismo, la explicación de ello tiene que
venirnos de otro lado; y nos viene de la segunda conclusión a que arribaos en nuestra pequeña indagación comparativa.
Creemos conocer el motor de la represión en ambos casos, y vemos corroborado su papel por el curso que siguió el
desarrollo de los dos niños. Es, en los dos, el mismo: la angustia frente a una castración inminente. Por la angustia de
castración resigna el pequeño Hans la agresión hacia el padre; su angustia de que el caballo lo muerda puede
completarse, sin forzar las cosas: que el caballo le arranque de un mordisco los genitales, lo castre. Pero también el
pequeño ruso renuncia por angustia de castración al deseo de ser amado por el padre como objeto sexual, pues ha
comprendido que una relación así tendría por premisa que el sacrificara sus genitales, a saber, lo que lo diferencia de la
mujer.
El hecho de que el texto de la fobia ya no contenga referencia alguna a la castración se debe por cierto a un
acabado triunfo de la represión.
Y ahora, la inesperada conclusión: en ambos casos, el motor de la represión es la angustia frente a la castración;
los contenidos angustiantes (ser mordido por el caballo y ser devorado por el lobo) son sustitutos desfigurados
(dislocados) del contenido “ser castrado por el padre”.
En el ruso, era expresión de un deseo que no pudo subsistir tras la revuelta de la masculinidad; en Hans,
expresaba una reacción que trasmudo la agresión hacia su parte contraria. Pero el efecto-angustia de la fobia, que
constituye la esencia de esta última, no proviene del proceso represivo, de las investiduras libidinosas de las mociones
reprimidas, sino de lo represor mismo; la angustia de la zoofobia es la angustia de castración inmutada, vale decir, una
angustia realista, angustia frente a un peligro que amenaza efectivamente o es considerado real. Aquí la angustia crea a
la represión y no la represión a la angustia (como yo opinaba antes).
La angustia de las zoofobias es la angustia de castración del yo; la de la agorafobia, parece ser angustia de
tentación que genéticamente ha de entramarse sin duda con la angustia de castración.
La actitud angustiada del yo es siempre lo primario, y es la impulsión para la represión. La angustia nunca
proviene de la libido reprimida. Suponía haber discernido el proceso metapsicológico de una transposición directa de la
libido en angustia; hoy no puedo seguir sosteniéndolo. Por lo demás, no puede indicar entonces el modo en que se
consumaría una trasmudación así.
Halle que determinadas prácticas sexuales provocan estallidos de angustia y un apronte angustiado general; ello
sucede, pues, siempre que la excitación sexual es inhibida, detenida o desviada en su decurso hacia la satisfacción. Y
puesto que la excitación sexual es la expresión de mociones pulsionales libidinosas, no parecía osado suponer que la
libido se mudaba en angustia por la injerencia de esas perturbaciones. No puede desecharse que la libido de los
procesos-ello experimente una perturbación iniciada por la represión; en consecuencia, puede seguir siendo correcto
que a raíz de la represión se forme angustia desde la investidura libidinal de las mociones pulsionales.
No es fácil reducir esos dos orígenes de la angustia a uno solo. Puede ensayarse con el supuesto de que el yo, en
la situación del coito perturbado, de la excitación suspendida, de la abstinencia, husmea un peligro frente al cual
reacciona con angustia; pero no salimos adelante con ello. Por otra parte, el análisis de las fobias, tal como lo hemos
emprendido, no parece admitir una enmienda. No está claro.

VII
Si volvemos a las zoofobias infantiles. El yo debe proceder aquí contra una investidura de objeto libidinosa del
ello (ya sea complejo de Edipo positivo o negativo), porque ha comprendido que ceder a ella aparejaría el peligro de la
castración.
En el caso del pequeño Hans ¿debemos suponer que la defensa del yo fue provocada por la moción tierna hacia
la madre, o por la agresiva hacia el padre? Esta cuestión presenta interés teórico porque solo la corriente tierna hacia la
madre puede considerarse erótica pura. La agresiva depende esencialmente de la pulsión de destrucción, y siempre
hemos creído que en la neurosis el yo se defiende de exigencias de la libido, no de las otras pulsiones. De hecho vemos
que tras la formación de la fobia la ligazón-madre tierna ha como desaparecido, ha sido radicalmente tramitada por la
represión, mientras que la formación sintomática se ha consumado en torno de la moción agresiva.
En el caso “hombre de los lobos”, las cosas son más simples; la moción reprimida es en efecto una moción
erótica, la actitud femenina frente al padre, y en torno de ella se consuma también la formación de síntoma.
Lo que aquí nos obstruye el camino es, evidentemente, una desigualdad en el desarrollo de nuestra doctrina de
las pulsiones. Primero habíamos seguido las organizaciones de la libido desde el estadio oral, pasando por el sádico-
anal, hasta el genital, y al hacerlo equiparábamos entre si todos los componentes de la pulsión sexual. Después el
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sadismo se nos apareció como subrogado de otra pulsión, opuesta al Eros. La nueva concepción de los dos grupos de
pulsiones parece hacer saltar la anterior construcción de fases sucesivas de la organización libidinal.
La investidura sádica de objeto se ha hecho también acreedora a que la tratemos como libidinosa, no nos vemos
obligados a revisar las organizaciones de la libido y la moción agresiva hacia el padre puede ser objeto de la represión a
igual título que la moción tierna hacia la madre. A pesar de ello, apartamos como tema ulteriores reflexiones la
posibilidad de que la represión sea un proceso que mantiene un vínculo particular con la organización general de la
libido, y que el yo recurra a otros métodos de defensa cuando se ve precisado a resguardarse de la libido en otros
estadios de la organización.
Dijimos que tan pronto como discierne el peligro de castración, el yo da la señal de angustia e inhibe el proceso
de investidura amenazador en el ello; lo hace de una manera que todavía no inteligimos, por medio de la instancia
placer-displacer, al mismo tiempo se consuma la formación de la fobia. La angustia de castración recibe otro objeto y
una expresión desfigurada: ser mordido por el caballo o ser devorado por el lobo, en vez de ser castrado por el padre. La
formación sustitutiva tiene dos manifiestas ventajas; la primera, que esquiva un conflicto de ambivalencia, pues el padre
es simultáneamente un objeto amado; y la segunda, que permite al yo suspender el desarrollo de angustia. Es efecto, la
angustia de la fobia es facultativa, solo emerge cuando su objeto es asunto de la percepción.
El pequeño Hans impone a su yo una limitación, produce la inhibición de salir para no encontrarse con caballos.
El pequeño ruso se las arregla de manera aún más cómoda; apenas si constituye una renuncia para el no tomar más
entre sus manos cierto libro de ilustraciones.
Ya una vez ha adscrito a la fobia el carácter de una proyección, pues sustituye un peligro pulsional interior por
un peligro de percepción exterior. Esto trae la ventaja de que uno puede protegerse del peligro exterior mediante la
huida y la evitación de percibirlo, mientras que la huida no cale de nada frente al peligro interior. Mi puntualización no
era incorrecta, pero se quedaba en la superficie. La exigencia pulsional no es un peligro en si misma; lo es solo porque
conlleva un auténtico peligro exterior, el de la castración. Por tanto, en la fobia, en el fondo solo se ha sustituido un
peligro exterior por otro. El hecho de que el yo pueda sustraerse de la angustia por medio de una evitación o de un
síntoma-inhibición armoniza muy bien con la concepción de esa angustia es solo una señal. Afecto, y de que nada ha
cambiado de la situación económica.
El contenido de la angustia permanece inconsciente, y solo deviene consiente en una desfiguración.
La sintomatología de la agorafobia se complica por el hecho de que el yo no se conforma con una renuncia; hace
algo más para quitar a la situación su carácter peligroso. Este agregado suele ser una regresión temporal a los años de la
infancia y emerge como la condición bajo la cual se puede omitir la renuncia.
La fobia se establece por regla general después que en ciertas circunstancias se vivencio un primer ataque de
angustia. Así se proscribe la angustia, pero reaparece toda vez que no se puede observar la condición protectora. El
mecanismo de la fobia presta buenos servicios como medio de defensa y exhibe una gran inclinación a la estabilidad.
Lo que acabamos de averiguar acerca de la angustia en el caso de las fobias es aplicable también a la neurosis
obsesiva. No es difícil reducir su situación a la de la fobia. El motor de toda la posterior formación de síntoma es aquí,
evidentemente, la angustia del yo frente a su superyó. La hostilidad del superyó es la situación de peligro de la cual el yo
se ve precisado a sustraerse. Aquí falta todo asomo de proyección; el peligro está enteramente interiorizado. Pero si nos
preguntamos por lo que el yo teme del superyó, se impone la concepción de que el castigo de este es un eco del castigo
de castración. Así como el superyó es el padre que devino apersonal, la angustia frente a la castración con que este
amenaza se ha trasmudado en una angustia social indeterminada o en una angustia de la conciencia moral. Pero esa
angustia esta encubierta; el yo se sustrae de ella ejecutando, obediente, los mandamientos, preceptos y acciones
expiatorias que le son impuestos.
Nuestra conclusión: la angustia es la reacción frente a la situación de peligro; se la ahorra si el yo hace algo para
evitar la situación o sustraerse de ella. Ahora se podría decir que los síntomas son creados para evitar el desarrollo de
angustia, pero ello no nos procura una mirada muy honda. Es más correcto decir que los síntomas son creados para
evitar la situación de peligro que es señalada mediante el desarrollo de la angustia. Pues bien, en los casos considerados
hasta ahora ese peligro era el de la castración o algo derivado de ella.
Si la angustia es la reacción del yo frente al peligro, parece evidente que la neurosis traumática, tan a menudo
secuela de un peligro mortal, ha de concebirse como una consecuencia directa de la angustia de supervivencia o de
muerte, dejando de lado los vasallajes del yo y la castración.
Ahora bien, en lo inconsciente no hay nada que pueda dar contenido a nuestro concepto de aniquilación de
vida. La castración se vuelve por así decir representable por medio de la experiencia cotidiana de la separación respecto
del contenido de los intestinos y la pérdida del pecho-materno vivenciada a raíz del destete; empero, nunca se ha
experimentado nada semejante a la muerte, o bien, como es el caso del desmayo, no ha dejado tras sí ninguna huella
registrable. Por eso me atengo a la conjetura de que la angustia de muerte debe concebirse como un análogo a la
angustia de castración, y que la situación frente a la cual el yo reacciona es la de ser abandonado por el superyó
protector, con lo que expiraría ese su seguro para todos los peligros. Además, cuenta el hecho de que a raíz de las
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vivencias que llevan a la neurosis traumática es quebrada la protección contra los estímulos exteriores y en el aparato
anímico ingresan volúmenes hipertróficos de excitación de suerte que aquí estamos ante una segunda posibilidad: la de
que la angustia no se limite a ser una señal-afecto, sino que sea también producida como algo nuevo a partir de las
condiciones económicas de la situación.
Hemos obtenidos una nueva concepción de la angustia. Si hasta ahora la considerábamos una señal-afecto del
peligro, nos parece que se trata tan a menudo del peligro de la castración como de la reacción frente a una perdida, una
separación.
La primera vivencia de angustia, al menos del ser humano, es la del nacimiento, y este objetivamente significa la
separación de la madre.

*Freud análisis terminable e interminable. Cap1. 6833


I. La experiencia nos ha enseñado que la terapia psicoanalítica, o sea el librar a un ser humano de sus síntomas
neuróticos, de sus inhibiciones y anormalidades de carácter, es un trabajo largo. Por eso desde el comienzo mismo se
emprendieron intentos de abreviar la duración de los análisis. Pero es probable que obrara en ellos todavía un resto de
aquel impaciente menosprecio con que en un periodo anterior de la medicina se abordaban las neurosis, como unos
resultados ociosos de daños invisibles. Y si ahora uno estaba obligado a considerarlas, trataba de acabar con ellas lo más
pronto posible.
Un intento particularmente enérgico en esta dirección fue el que hizo Otto Rank. Supuso que el acto del nacimiento era
la genuina fuente de la neurosis, pues conllevaba la posibilidad de que la “fijación primordial” a la madre superara y
prosiguiera como “represión primordial”; y estaba destinado a acompasar el tempo de la terapia analítica a la prisa de la
vida norteamericana.
Aun antes de la guerra, Freud ensayó otro camino para apresurar el decurso de una cura analítica. En esa época
emprendió el tratamiento de un joven ruso, malcriado por la riqueza, había llegado a Viena en un estado de total
desvalimiento, acompañado por su médico personal y un valet. En el curso de algunos años se logró devolverle gran
parte de su autonomía, despertar su interés por la vida, poner en orden sus vínculos con las personas más importantes
para él. Pero ahí se atascó el progreso; no avanzaba el esclarecimiento de la neurosis infantil sobre la cual sin duda se
fundaba la afección anterior y se discernía con toda nitidez que el paciente se sentía cómodo en el estado en que se
encontraba. Era un caso de autoinhibición de la cura; corría está el riesgo de fracasar a causa de su propio éxito
(parcial).
En esta situación, Freud recurrió al medio de fijarle un plazo. Le revelo al paciente que ese año sería el último del
tratamiento, sin que importase lo que él consiguiera en el tiempo que así se le concedía. Luego de que el Hombre De Los
Lobos se hubo convencido de la seriedad absoluta del propósito de Freud, le sobrevino el cambio deseado: sus
resistencias se quebraron, y en esos últimos meses pudo reproducir todos los recuerdos y hallar todos los nexos que
parecían necesarios para entender su neurosis temprana y dominar su neurosis presente. Cuando se despidió de él en el
verano del año 1914, sin sospecha alguna de los sucesos tan inminentes que habrían de sobrevenir, lo consideró curado
radical y duraderamente.
Pero en el año 1923, en una nota agregada al historial clínico, Freud informó que estaba en un error. Hacia final de la
guerra, el HDLL regresó a Viena sin recursos; Freud debió prestarle auxilio para dominar una pieza no tramitada de la
transferencia, se lo consiguió en unos meses y pudo concluir que “el paciente, a quien la guerra privó de su patria,
El paciente ha permanecido en Viena, conservando cierta posición social, aunque modesta. Ese lapso de su bienestar
fue interrumpido varias veces por episodios patológicos que sólo podían ser aprehendidos como unos vástagos de su
vieja neurosis.
La habilidad de una de mis discípulas, Ruth Mack Brunswick puso término a esos estados, uno por uno, tras breve
tratamiento; espero que ella habrá de informar pronto sobre estas experiencias. Algunos de esos ataques estaban
referidos todavía a restos transferenciales; mostraron con nitidez un carácter paranoico. En otros, el material patógeno
consistía en fragmentos de su historia infantil que en su análisis con Freud no habían salido a luz.
Después, en otros casos, Freud también ha utilizado la fijación de un plazo y también ha tenido noticias de las
experiencias de otros analistas. Ella es eficaz, bajo la premisa de que se la adopte en el momento justo, pero no puede
dar ninguna garantía de la tramitación completa de la tarea. Al contrario, se puede estar seguro de que mientras una
parte del material se vuelve asequible bajo la compulsión de la amenaza, otra parte permanece retenida y en cierto
modo enterrada; así se pierde para el empeño terapéutico.
En efecto, no es lícito extender el plazo una vez que se lo fijó; de lo contrario, el paciente no prestaría crédito a la
continuación.
Por otra parte, no se puede indicar con carácter de validez universal el momento justo para la introducción de este
violento recurso técnico; queda librado al tacto.
-Transferencia y psicosis: formas y modificaciones de la transferencia. Posición e intervenciones del analista durante el
tratamiento. Alcances y límites.
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Unidad 4
-El tratamiento en el hombre de los lobos con R. M. El diagnostico bajo transferencia. Vicisitudes de la transferencia, los
restos del tratamiento.
*R M Brunswick. Suplemento a la historia de una neurosis infantil. 3283
El análisis del hombre de los lobos que aquí se reseña duró 5 meses. Fue derivado por Freud.
Enfermedad actual:
Cuando se presentó en el consultorio sufría de hipocondría. Se lamentaba de ser víctima de un daño en la nariz
causado por la electrólisis utilizada en otro tratamiento. El daño según él, consistía en una cicatriz, en un agujero.
Habían arruinado el perfil de su nariz. Estaba desesperado, cuando se le decía que nada podía hacerse por su nariz dado
que estaba en perfecto estado, el paciente se sentía incapaz de seguir viviendo en lo que consideraba un estado
irreparable de mutilación.
La fuente de la nueva enfermedad consistía en un residuo no resuelto de su transferencia con Freud, que
después de 14 años, y bajo la presión de circunstancias peculiares constituyeron la base de una nueva forma de la vieja
enfermedad.
El Hombre de los Lobos era muy rico. El paciente se mostraba extremadamente neurótico en su actitud con el
dinero. La Revolución Rusa y el Régimen Bolchevique cambiaron esta situación. El Hombre de los Lobos y su familia
perdieron todo su dinero y sus posesiones. A fines de 1919 había abandonado Rusia y volvió a Freud creyendo que
podría pagar esos meses de análisis. Freud inició una colecta de dinero para su ex paciente, y desde ese momento repite
la colecta todas las primaveras durante 6 años. A principios de 1922 un conocido del paciente le da algunas joyas que
quedaban de la familia. La mujer del Hombre de los Lobos le aconseja que no le cuente esto a Freud, porque
sobrestimaría el valor de las joyas y dejaría de ayudarlo. En todas sus operaciones financieras aparecía ahora cierta
deshonestidad que antes no se había manifestado.
En 1923 Freud se sometió a la primera cirugía en la boca. Cuando el Hombre de los Lobos acudió a verlo para
recibir el dinero, se sintió sacudido por el aspecto de Freud. Pensó poco en eso y salió de vacaciones. Cuando volvió a
Viena en el otoño, Freud había sido operado nuevamente y todos sabían del carácter grave de su enfermedad.
En 1923 la madre del paciente llegó de Rusia con una verruga sobre la nariz, que había decidido no extirpar. El paciente
observó que la madre se había vuelto algo hipocondríaca.
A principios de 1924 el paciente comenzó a tener dificultades con sus dientes.
El síntoma principal de la enfermedad actual apareció en febrero de 1924, cuando empezó a tener extraños
pensamientos sobre su nariz. En una oportunidad, se tocó la nariz, cuando percibió el grano endurecido se lo rascó. Fue
hasta el espejo, y en el lugar donde se encontraba el grano había ahora un profundo agujero.
Siempre se había sentido insatisfecho de su nariz. Pasó por diferentes dermatólogos y odontólogos. Varias veces
visitó al profesor X. El paciente y la mujer sentían que el profesor X no trataba al pobre refugiado del mismo modo como
había tratado al rico paciente de Freud.
El curso del análisis actual:
Durante el análisis su actitud era hipócrita. No quería hablar de su nariz ni de sus aventuras con los dermatólogos. Eludía
cualquier mención a Freud. Había una gran resistencia.
Primer sueño: fue una versión del famoso sueño de los lobos. Había ocurrido un cambio: los lobos, antes
blancos, eran ahora grises. En sus visitas a Freud, el paciente había visto a su perro policía de pelaje gris, que parecía un
lobo domesticado. El hecho de que el primer sueño fuera también de lobos, fue considerado por el paciente como una
corroboración de su acierto al opinar que todas sus dificultades derivaban de la relación con su padre; razón por la que
estaba satisfecho de analizarse con una mujer. Le resultaba más seguro que lo analizara una mujer, porque así evitaba la
transferencia homosexual.
Otro sueño: delataba su posesión de las joyas. “Se halla de pie en la proa de un navío llevando una valija que
contiene joyas”. El objetivo del sueño era revelar la posesión de las alhajas por parte del paciente. El paciente se negó a
considerar toda posible deshonestidad al respecto.
El paciente se encontraba bajo el control absoluto de su mujer. La pasividad antes dirigida enteramente hacia el
padre y aun entonces enmascarada como actividad, había rebasado ahora sus límites y abarcaba sus relaciones
homosexuales tanto como las homosexuales.
Los regalos en dinero que venían de Freud eran aceptados por el paciente como algo que se le debía, como
pruebas del amor de un padre por su hijo. De este modo el paciente se compensaba de la antigua humillación que
experimentara por el hecho de que su padre prefiriera a su hermana. El paciente comenzó a hablar de la intimidad de su
relación con Freud, era una “relación mucho más amistosa que profesional”.
14

En ocasiones relataba los sueños más claros para que Ruth demostrara su pericia en la interpretación,
confirmando que se hallaba mejor en las manos de Ruth que en las de Freud.
Se negaba a hablar de su nariz y de su actitud hacia el profesor X. Aparte de reconocer que había visto a X
durante su primer análisis, que X fue recomendado por Freud y que no se pudo avanzar más al respecto.
Durante el análisis muere el Profesor X, Ruth le cuenta y él contesta “Dios mío, ya no podré matarlo nunca más”.
Ruth así lo alentó para que hablara sobre X. Observó que el mismo paciente había admitido que X era un sustituto de
Freud, y que estos sentimientos de enemistad hacia X debía tener su contrapartida en la hostilidad hacia Freud. Se
opuso a esta observación. El paciente acentuaba el carácter no profesional de su relación con Freud. Entonces, Ruth le
preguntó porqué no conocía la familia de Freud; se vio obligado a admitir esto y todo su discurso se deterioró.
No era posible progresar en el tratamiento mientras siguiera combinando sus dos técnicas de satisfacción:
1. Por un lado, culpando a Freud por la pérdida de su fortuna para poder aceptar su ayuda financiera
2. Por el otro, manteniendo su posición de hijo-favorito.
Esta pared impenetrable no permitía llegar a los síntomas principales de la enfermedad del paciente. La técnica de Ruth
consistió en minar la idea que el paciente tenía de sí mismo como hijo-favorito, ya que esta idea lo protegía contra
sentimientos de diferente naturaleza. Le hizo comprender cuál era su posición real con Freud, la ausencia total de todo
tipo de relación social o personal entre ellos.
Como resultado de estos ataques, sus sueños comenzaron a cambiar.
En el primero de este período aparece una mujer vestida con pantalones y botas altas, parada sobre un trineo que
conduce con gran maestría mientras declama versos en un ruso excelente.
El sueño siguiente: en la calle, frente a la casa del profesor X que lo está analizando, se halla una vieja gitana. Mientras
vende diarios parlotea en voz alta consigo misma.
Aquí se evidencian dos factores: el menosprecio hacia Ruth, y el deseo de volver a su análisis con Freud. El paciente le
dijo a Ruth que estaba seguro de que ella discutía todos los detalles de su caso con Freud. Ruth le dijo que no, esto lo
sorprendió dado que no podía creer que Freud pudiera mostrar tan poco interés en su famoso caso. Dejó el consultorio
rabioso con Freud, lo que condujo a un sueño donde el padre aparece castrado: El padre del paciente, un profesor en el
sueño, pero sin embargo parecido a un pobre músico ambulante que el paciente conocía, se sienta frente a una mesa y
advierte a las otras personas presentes que no hablen de cuestiones financieras delante del paciente, dada su tendencia
a las especulaciones. La nariz de su padre es larga y corva, lo que sorprende al paciente por el cambio.
La nariz es símbolo del genital, el cambio de la nariz en el padre que lo convierte en judío conduce a la circuncisión, es
decir, a la castración. La cólera contra el padre, originada en un amor al padre no correspondido, nos conduce a la
castración del padre, y en las asociaciones que siguieron al sueño, al tema de las operaciones de Freud y a la reacción
del paciente a las mismas, en otras palabras, al deseo de muerte contra el padre. Este deseo de muerte surge del amor
pasivo, insatisfecho, rechazado, del hijo.
En esa época el aspecto de Freud le había resultado chocante. El paciente esperaba que la muerte de Freud el aportara
algo.
En el sueño el padre temía ser asesinado por su dinero. Por medio de la apariencia del padre (castrado) que se parece a
Cristo, el paciente se identificaba a sí mismo con este padre castrado.
La expresión del deseo de muerte contra Freud resumía los resultados del ataque de Ruth a la megalomanía que
sobrecompensaba al paciente. A partir de entonces el análisis progresaba y el deseo de muerte reapareció en todas sus
manifestaciones. En varios sueños sobre el padre castrado el deseo de muerte estaba siendo presente.
La identificación del paciente con el padre castrado (en parte a causa de la culpa por el deseo de muerte) continúa en
otro sueño donde el paciente le muestra a Freud un gran rasguño en la mano. Freud le contesta algo, repitiendo la
palabra “todo” varias veces. Este sueño confortador contiene la afirmación de Freud de que el paciente no está
castrado. El tema de la castración también se desarrolla en el sueño siguiente: el paciente yace en un diván en el
consultorio. Repentinamente aparecen una estrella y una brillante media luna cerca del techo. El paciente comprende
que se trata de una alucinación, y desesperado porque cree estar volviéndose loco se lanza a los pies de Ruth.
El gesto de tirarse a los pies indica su pasividad.
De la castración del padre, la identificación del paciente con él, y su propia castración, y la completa pasividad
resultante, nos acercamos al material persecutorio real: en una calle ancha hay un muro con una puerta cerrada. Hacia
la izquierda de la puerta hay un guardarropa amplio y vacío con cajones. El paciente está frente al guardarropa. Su
mujer está detrás de él. Cerca del otro extremo de la pared se halla una mujer grande y pesada que mira como si
quisiera dar la vuelta y pasar al otro lado. Pero detrás del muro hay una manada de lobos grises, que se agolpan contra
la puerta o corren de un lado al otro. Tienen ojos centelleantes y quieren lanzarse contra el paciente, su mujer, y la otra
mujer. El paciente, aterrorizado, teme que logren atravesar el muro.
La mujer grande es una combinación de Ruth, y de otra mujer a quien el paciente conoce y sabe que tiene una pequeña
cicatriz en la nariz que no la perturba. Su mujer es lo femenino de sí mismo. La puerta es la ventana del sueño original
de los lobos.
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El sueño deriva su significación central de su contenido persecutorio: para el paciente el lobo siempre había sido el
padre; y ahora los lobos (todos los padres o doctores) tratan de apoderarse de él para destrozarlo. Si la puerta se abre
(la ventana original que permitía la observación del coito), los lobos lo devorarán. Con la destrucción de las ideas de
grandeza apareció toda su manía persecutoria.
Durante este período el paciente se conducía de la manera más anormal. Tenía un aspecto desaliñado, parecía fatigado
y atormentado. En las sesiones hablaba como un salvaje, entregándose a sus fantasías, completamente fuera de la
realidad. Ruth comprendió cuán necesaria y protectora había sido su megalomanía: parecía hundido en una situación
que ni él mismo ni el análisis podrían dominar.
Aparece otro sueño: el paciente y su madre se encuentran en una habitación; uno de los rincones está cubierto de
íconos. Su madre descuelga los íconos y los arroja al suelo. Los íconos se quiebran en pedazos. El paciente se sorprende
de la conducta de su madre.
Había sido la madre del paciente quien desesperada por la irritabilidad y ansiedad del niño le había enseñado la historia
de Cristo a los 4 años y medio. En consecuencia, el niño que no podía dormirse por sus pesadillas, las cambias por un
ceremonial que consistía en hacer un recorrido por la habitación antes de acostarse, mientras se persignaba y oraba,
besando uno tras otro los íconos. Este ceremonial fue el comienzo de su neurosis obsesiva.
En el sueño Ruth es la madre, pero en lugar de introducir al paciente en la religión, se la destruye. Lo que destruye es la
fantasía de Cristo con todo lo que ella implica.
El sueño del día siguiente fue una clarificación del sueño de los lobos: el paciente mira a través de una ventana hacia
una pradera, más allá de la cual hay un bosque. El sol brilla entre los árboles y salpica la hierba con reflejos; las piedras
de la pradera tienen un curioso tinte violáceo. El paciente observa las ramas de cierto árbol y admira la manera como se
entrelazan. No entiende cómo no ha pintado este paisaje.
Lo que antes era aterrador se ha convertido en hermoso y tranquilizador. Ha superado el miedo a su propia castración y
ahora puede admirar lo mismo que los otros encuentran hermoso: una escena de amor entre un hombre y una mujer.
Sus ideas de grandeza y su temor al padre, y el sentimiento de haber sido irreparablemente dañado por el padre, no
eran más que pantallas para su pasividad. Una vez que estos disfraces se descubrieron, la pasividad misma cuya
inaceptabilidad generaba el delirio se tornó intolerable. Si el paciente hubiera sido capaz de asumir el papel femenino y
de admitir su pasividad, podría haber evitado su enfermedad.
La serie de sueños que siguió aclara la relación padre-hijo y señala el comienzo de la libertad del hijo. El hijo sumiso se
yuxtapone al paciente, quien denota los comienzos de una identificación con el padre.
El paciente había sido seducido a muy corta edad por su hermana mayor. Esta seducción había activado su pasividad
latente, orientándola hacia la mujer.
En el último sueño del análisis, el paciente camina por la calle con el segundo dermatólogo, que con gran interés
discurre sobre enfermedades venéreas. El paciente menciona el nombre del médico que había tratado su gonorrea con
una medicación muy severa. Cuando oye su nombre, el dermatólogo dice “no, no, él no, otro”.
Este sueño establece el vínculo entre la enfermedad actual y la gonorrea que había ocasionado su primera crisis.
Cuando en el sueño el paciente menciona al médico que lo trató de modo tan radical, en contraste con el conservador
médico familiar, el paciente se refiere al profesor X, cuya intensa electrólisis él suponía que le había ocasionado un
perjuicio semejante al que sufrió en el anterior tratamiento radical. Y cuando el dermatólogo del sueño dice que no se
trata de este hombre sino de otro, sólo se refiere al padre (o a Freud), el responsable de todo tratamiento, así como de
la enfermedad. Esta enfermedad representa la castración.
Después de este sueño el paciente abandona el delirio. El paciente descubrió que podía leer novelas y hallar placer en
ellas. Podía pintar, planificar su trabajo, estudiar. Su carácter volvió a cambiar, esta vez para adquirir una forma normal.
Volvía a ser otra vez el hombre que conocíamos por el relato de Freud.
Diagnóstico:
El cuadro es típico de esos casos conocidos como paranoia de tipo hipocondríaco. La hipocondría pertenece al cuadro de
las psicosis. La paranoia es una enfermedad monosintomática, delirante y se la clasifica de acuerdo con la naturaleza del
delirio.
Si bien la forma es hipocondríaca, el contenido total de la psicosis es persecutorio. El paciente sostenía que su nariz
había sido intencionalmente dañada por alguien que le tenía inquina. El profesor X era el perseguidor principal: el
paciente había observado enseguida que X era un obvio sustituto de Freud. En cuanto a Freud mismo, la persecución
era menos evidente.
Los principales puntos del diagnóstico son:
1. El delirio hipocondríaco. 2. El delirio de persecución. 3. La regresión narcisística, tal como se manifiesta en el
delirio de grandeza. 4.La ausencia de alucinaciones en presencia de delirios. 5. Ligeras ideas de referencia. 6. Ausencia
de deterioro mental. 7. El cambio de carácter. 8. La naturaleza monosintomática de la psicosis. Fuera de su nariz y
cuando habla de cualquier otra cosa, el paciente se muestra completamente sano. 9. El éxtasis experimentado por el
paciente cuando X le extirpó la glándula de la nariz no puede ser considerado como típicamente psicótico, pero es
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esencialmente no neurótico. Un neurótico puede desear y temer la castración, pero no la recibe bien. El delirio
hipocondríaco oculta las ideas de persecución y les proporciona una forma adecuada al contenido de toda la
enfermedad.
La nariz representa al genital; y es un hecho que el paciente siempre había considerado pequeño a su pene y a su nariz.
La herida de su nariz fue infligida primero por él mismo y después por X. La imposibilidad del paciente de satisfacerse
con su autocastración revela un motivo adicional: el deseo de ser castrado por el padre como una expresión, en
lenguaje sádico-anal, del amor de ese padre. Existe además el deseo de convertirse en mujer para ser sexualmente
satisfecho por el padre.
El sueño de los lobos que se presentó antes de su cuarta Navidad, contenía como idea principal la expectativa de
obtener satisfacción sexual por parte de su padre como regalo de Navidad.
La forma paranoide de la enfermedad del paciente sólo puede explicarse por la profundidad y el consiguiente grado de
expresión de su apego al padre. Gran parte de esta fijación estaba representada por las enfermedades neuróticas
numerosas y variadas que padeció. Estas manifestaciones de su femineidad resultaron curables. La pasividad del
hombre puede expresarse de tres maneras: el masoquismo, la homosexualidad pasiva y la paranoia. En nuestro
paciente la parte de pasividad expresada por su neurosis era curable. La porción más profunda que permaneció intacta,
constituiría la paranoia.
La pérdida del equilibrio logrado después del primer análisis se debió a la enfermedad de Freud. El peligro de muerte de
un ser amado movilizar todo el amor de una persona. Pero el amor del paciente por el padre (representado por Freud)
constituye la mayor amenaza para su masculinidad; su satisfacción implica la castración. El narcisismo del paciente
reacciona con una fuerza tremenda contra ese peligro, el amor queda en parte reprimido y en parte se convierte en
odio. El odio a su vez genera el deseo de la muerte del padre. Así, la enfermedad de Freud, al exaltar el peligroso amor
pasivo del paciente, con la consiguiente tentación de someterse a la castración, lleva la hostilidad a un punto donde se
hace necesario un nuevo mecanismo que proporcione una salida, este mecanismo es la proyección. El paciente se libera
de su antagonismo cuando se lo atribuye a otro y al mismo tiempo se provee de una situación en la que su propia
hostilidad queda justificada.
Dos puntos tienen importancia: 1)el mecanismo de la cura. Ruth carece de explicación sobre el giro producido por el
sueño de los iconos; 2) implica la bisexualidad primaria del paciente, causa obvia de su enfermedad. Su masculinidad
siempre había encontrado su salida normal, su femineidad parece haber sido tan fuerte que el complejo de edipo
normal fue sacrificado al negativo.

*Silvestre “transferencia e interpretación en las psicosis”. 22958


No retroceder frente a la psicosis significa que toda demanda de análisis es digna de ser tomada en serio. Toda
demanda exige del analista a quien ella se dirige, que éste no retroceda frente a la oferta que tiene que hacer: es decir,
ofrecer un análisis y ofrecerse a ser su agente.
La demanda de análisis es una manifestación del sujeto a la cual el analista puede responder. este último, responde
interpretándola y aceptándola. La primera interpretación, es aceptar la demanda de análisis mediante lo cual prepara la
puesta en función del sujeto supuesto al saber.
La demanda de análisis, para ser interpretada no tiene que ser remitida, a priori, a una estructura clínica, basta con
referirla tan solo al sujeto.
Si el analista es invitado no obstante a hacerse una idea de la estructura clínica del sujeto, es solamente para modular su
respuesta, y ajustar su après-coup.
¿Cómo es posible que los psicóticos no retrocedan, tampoco frente al análisis?
Que un psicótico pueda ser analizante, que se someta a la tarea que le impone el dispositivo analítico, es aquello de lo
que habría que dar cuenta. La demanda de análisis del psicótico proviene directamente de esta forclusión. El punto de
partida de su demanda de análisis es lo que yo llamaría una significación en suspenso; se podría asimismo decir una
significación que amenaza y que, por ello, se convierte en amenazante. Y si el psicótico va a ver a un analista, es porque
espera que éste haga llegar a su término esta significación que, a falta de un significante privilegiado, no puede advenir.
El analista no tiene ciertamente el poder de injertarle el significante —pero, sin embargo, está hecha la abertura de un
saber supuesto— lo cual es esencial.
El psicótico no es el que sabe. El fenómeno de la certeza no es propia del psicótico, sino que resulta de una
interpretación de los psiquiatras ante el modo de funcionamiento de los psicóticos, por ende, el sujeto no es el que
sabe.
La confrontación del psicótico con el fenómeno elemental, es un enfrentamiento con un real sin mediación de un saber.
Por eso aparece allí la posibilidad de que busque darle significación a esos fenómenos a partir de apelar al analista,
como aquello que lo pueda liberar de ese real sin mediación de saber.
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Es justamente porque el psicótico se esfuerza por re-encontrarse en esos fenómenos —en domesticarlos—, o sea
cuando se esfuerza por darles una significación. Es entonces, en ese momento de indecisión del sujeto cuando un
analista puede ofrecer el relevo del sujeto supuesto al saber.
La función de la palabra se le escapa y lo libra eternamente a un campo de lenguaje sin hitos, sin límites, donde puede
perderse. Y su demanda inicial puede asumir la forma de no estar separada de la palabra, suponiéndole al analista un
saber hacer con la función de la palabra.
Se pudo explicar esos comienzos acercando el encuentro con el analista al mecanismo descripto por Lacan del
desencadenamiento de la psicosis; es decir, de este encuentro de un padre, real, no sostenido por ningún significante en
lo simbólico; por eso es un padre y no El padre.
Si un psicótico puede demandar un análisis y comprometerse en él, es porque este encuentro, ya se produjo para
desencadenar este accidente de la función de la palabra, cuya reparación demanda el sujeto al analista.
Lo que está excluido, sin embargo, es que aloja allí lo que repite, en la transferencia, lo que Freud llamaba una neurosis
infantil. De hecho, el analista está desprovisto del sostén de la repetición para producir significación. Si fuerza
demasiado las cosas en ese sentido, el paciente lo llamará enseguida al orden, revelándole la significación persecutoria
de todo saber prefabricado, dejando en un callejón sin salida las particularidades del sujeto.
La consecuencia primera del Nombre-del-padre, es someter la significación, es decir la representación del sujeto por el
significante, a la castración. El nombre-del-Padre, es el significante de un pacto, de un contrato que el sujeto hace con el
Otro para repartir, para compartir, el goce. Es un artificio por el cual el sujeto trata de acomodar, de conciliar, lo real y lo
simbólico. Si se puede hablar de delirio a propósito de la metáfora elaborada por el psicótico, es porque esta metáfora
fracasó en su reproducción de ese contrato. Fracasa en lograr una limitación del goce.
Si la metáfora delirante puede permitir lo que Lacan designa con el término de estabilización, es en el sentido de que
vuelve a dar una función de la palabra que basta para organizar el campo del lenguaje. En cambio, este equilibrio es
precario, pues lo deja desarmado frente a la intrusión del goce. En ese campo, el goce está desencadenado,
manifestándose a través de (por ejemplo) las voces y/o alucinaciones.
En efecto, lo que conecta al sujeto neurótico con el goce, es el fantasma. Pero su el fantasma da un marco al goce, es en
tanto que la función de castración circula en él, entre el sujeto y el objeto. La exclusión de la castración, para el
psicótico, tiene como efecto desencadenar el goce y entregarle el sujeto. En otras palabras, el psicótico no cuenta con
esta cuestión protectora vinculada a la castración que es el fantasma, que hace que algo del orden del goce quede por
fuera, quede velado. Por esto el psicótico queda entregado al goce.
Para restablecer esta conexión, la metáfora delirante no basta, hace falta otra cosa, que el analista se ofrece a encarnar.
Esa otra cosa que hace falta es la función del analista.
¿Cómo podría el analista operar para mermar el goce al cual se encuentra entregado el psicótico?
Es asimismo a través de esta pregunta cómo se manifiesta, como fenómeno, la transferencia del psicótico. Si la
demanda inicial del psicótico es una demanda de significación, lo que la instalación de la transferencia hará emerger, es
lo que recién evocaba acerca del sujeto del goce. En su demanda segunda, el psicótico propone su goce al analista para
que éste establezca sus reglas. Es incluso mediante ese rodeo como parece instalarse como objeto a y darse, entregarse,
como tal, al goce del analista. El sujeto se ofrece al goce del Otro por el rodeo del amor.
Pero, al contrario de este fenómeno erotomaniaco, el psicótico puede rehusar esta mediación del amor y ofrecerse
como aquél totalmente abandonado por el significante: puro desecho que esperará en silencio que alguien quiera
recogerlo. Tentación, sin embargo, anodina frente al riesgo que implica para el sujeto la de realizar hasta el fin lo que le
dicta la invasión del goce, hasta el anonadamiento, es decir, el suicidio.
Que la transferencia conduce al psicótico a ofrecerse como goce del Otro, explica tal vez que él sea el lugar de un
cuestionamiento errático de lo sexual. Estos fenómenos ciertamente no necesitan del análisis para aparecer. No
obstante, si se producen en la cura, pudiendo entonces ser vistos como acting-out, permite suponer que el sujeto le
pide al Otro que produzca un significante del goce. Esta ubicación en un primer plano del goce es consecuencia de que
este goce no esté negatividad por la castración, es decir, que el falo no opera allí en forma negativa (-∂), o incluso que
ninguna impotencia viene a coordinar al sujeto con el objeto del que goza. Es, sin embargo, debido a esta negativización
como la dialéctica del seseo no llega a enmascarar la instancia del goce como ocurre en el neurótico.
En el fondo, es difícil distinguir al analista del Otro. Tanto cuando el sujeto le pide que soporte su búsqueda de una
metáfora de sustitución, como cuando se ofrece a su goce: en ambas el analista es el testigo fascinado de esta
conjunción de lo real y de lo simbólico.
La paradoja des esto resulta de que el analista está tentada de asumir él la división del sujeto, de hacerse él el sujeto
dividido entre la función del significante y la del goce.
¿Quiere decir que el lugar del objeto a ya está ocupado? Toda la cuestión, en efecto, es desalojar de él al paciente. A
partir de aquí, puede ser abordada la cuestión de la interpretación en lo que concierne a la cura del psicótico.
Se trata de reintroducir el goce en una función de semblante, es decir, nuevamente de reintroducirla en el discurso, en
este caso, en el discurso analítico. Pues si el psicótico ocupa el lugar del objeto es en la medida en que él lo es como
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real. Ya sea desecho del amor por exceso erotomanía, o alguien al que la palabra dejo plantado, siempre realmente él se
hace, él es el objeto de goce.
Si bien el sujeto psicótico efectúa este proceso solo, y únicamente con un Otro a su medida, este fuera de discurso que
se le designa al analista, podría ser considerado como el objeto en espera de ser considerado como semblante, abriendo
así una indicación para que el analista se deslice en dicho proceso.
Paradójicamente, es primero por su silencio como el analista mercará su presencia. Justamente, esta presencia
silenciosa e intente provocará que el sujeto le dirija cada vez más explícitamente sus asociaciones. Estas maniobras
tienen, en el psicótico, una finalidad única: hacer reintegrar al analista en el lugar del Otro del goce. No puede haber
más de una respuesta posible a esta maniobra: oponerse a ella. Producir mediante la significación de este rechazo un
lugar vacío, evacuado de todo goce. Un lugar donde el goce está prohibido para que el sujeto del significante se aloje en
él. Después de todo, el significante de esta significación existe, es el non, no, el no del rechazo, de la pura negación.
Una vez más, se trata de resolver esta paradoja: por un lado, todo en la teoría parecería indicarnos que el dispositivo
analítico no se adecua al psicótico y, por otro, que los psicóticos permanecen en una cura sin que, aparentemente, los
analistas sean diferentes en su acto.
Así, el analista se ve obligado a hacer del goce un semblante, es decir, a delimitar, por esa vía, un lugar vacío, evacuado
de goce. Esta maniobra y su efecto implicarían que la función de interdicción que recae sobre el goce no es en tanto tal,
equivalente a la castración.

*Baur “erotomanía y transferencia en las psicosis”. 3375


Dentro del abordaje clínico de las psicosis es importante situar una particular posición del sujeto en relación con el Otro,
que ha merecido un nombre en la semiología psiquiátrica: erotomanía. En la psiquiatría clásica, la caracterización
semiológica de la erotomanía se extiende entre la de un Síndrome -que tendría una forma pura- y la de un mero
contenido delirante. El psicoanálisis se apropia de este término, dando lugar a un uso específicamente analítico del
mismo, al punto de que se entrama con la transferencia como una posibilidad que algunos autores postulan como
ineludible en el tratamiento.
EROTOMANÍA EN TRANSFERENCIA
La erotomanía indica una dirección al Otro al que, por esa maniobra se hace consistir. Otro como paradójico lugar cuya
inexistencia arrastra consigo la del sujeto, aunque su existencia lo mortifique. Schreber nos informa al detalle la
necesidad de que Dios lo amarre, le hable, le exija esas pruebas tortuosas a las que está sometido; cuando se aleja
(cuando Schreber no piensa y en consecuencia no lo atrae) aparece el milagro del alarido, el viento, los llamados de
socorro. Aimée se dirigía al Príncipe de Gales esperando su protección en un impulso que Lacan denomina necesidad de
benevolencia. En este sentido, casi que se podría decir que la erotomanía es de transferencia.
La erotomanía se desliza del contenido o tema delirante para dar cuenta de una posición del sujeto respecto del Otro.
En la relación con el Otro el sujeto se expone a un fenómeno de suposición de goce, y esto implica un riesgo para el
analista si se aviene a ocupar ese lugar: convertirse en ese Otro que toma la iniciativa para el sujeto y ante el cual éste
no encuentra reconocimiento. Este es un riesgo del que estamos advertidos y que justifica la sugerencia clínica de
ubicarnos en el lugar de testigos (aquel al que se le supone no gozar). Sin embargo, es posible dialectizar la noción
misma de erotomanía en transferencia.
Su aparición en el curso de un tratamiento puede ser leída por parte del analista como un movimiento propio de la
transferencia que indica el punto en que el analista se ha corrido de su función. Los episodios erotómanos surgen o se
manifiestan en momentos en que el analista se encuentra fatigado, a veces impotentizado por las dificultades de hacer
con el síntoma psicótico. Y este rechazo, al que el psicótico es muy sensible, es restituido con la certeza de hallar un
deseo en el lugar del Otro.
Además, existe otra declinación de la erotomanía de transferencia que se localiza en la pendiente amorosa y en la
posición de amador del paciente. Por ejemplo, el caso de Víctor, un hombre que se ubica transferencialmente
demandando amor a su analista. Es una reedición de una situación similar con su anterior psicóloga, ocasión en que su
declaración fue rechazada por ser "sólo transferencia" y se articuló con un pasaje al acto suicida. La analista que recibe
esa nueva declaración-demanda no la desestima, sólo le sugiere "ponerla entre paréntesis" en el tratamiento, y
continúa trabajando; aceptando también los regalos de connotación amorosa que el paciente venía haciéndole en cada
sesión. Esa circulación de objetos permitía recubrir una dimensión enigmática (y potencialmente desestabilizante para
este paciente) del deseo femenino: el sujeto brinda lo que la mujer quiere, y eso forma parte de un dispositivo amoroso
"platónico". Para Víctor el amor comienza a funcionar como pantalla respecto de la agresividad con la que responde a la
amenaza de fragmentación corporal, y se articula en transferencia sin por ello configurar una erotomanía mortificante.
DELIMITACIÓN CONCEPTUAL (Clérambault, Freud y Lacan)
El estudio de la erotomanía tiene sus antecedentes en la psiquiatría. El autor que delimita a la erotomanía como
síndrome es Clérambault, quien ubicó este cuadro (1920) dentro de las psicosis pasionales (junto a los delirios de
reivindicación y los delirios de celos), cuya expansión característica es en sector (es decir, los síndromes pasionales se
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encuentran polarizados en torno a un concepto director único, a diferencia de los delirios interpretativos, cuya
expansión se produce en todas direcciones). Destacó el origen del Síndrome erotomaníaco en un Postulado generador
"de los razonamientos, de las quimeras, de los actos que de ellos derivan, y de la evolución ulterior". El postulado puede
ser enunciado de la siguiente manera: "es el Objeto quien ha comenzado y que ama o el único que ama". Este postulado
se encuentra fundado en el orgullo sexual; a partir de aquí el psiquiatra francés discutía a sus colegas por el acento
puesto en el platonismo de la relación erotómana, a la que no consideró en modo alguno esencial: "aunque no lo
parezca, el Amor no es la fuente principal sino tan solo una fuente accesoria del Delirio Erotomaníaco; la fuente
principal de éste, es el orgullo; Orgullo Sexual, por cierto, pero ante todo, Orgullo" Con orgullo parece referirse a una
posición megalómana que no llega a ser "global o absurda".
El rechazo del platonismo (el que era considerado central en los clínicos contemporáneos a de Clérambault) no se funda
en un desconocimiento de la participación del fenómeno (incluso las pacientes presentadas en sus conferencias
enuncian delirios platónicos). Sino que considera que el elemento de platonismo es inconstante, inestable, incluso
accesorio y no responde a los requisitos metodológicos para delimitar una entidad clínica: ser determinante de otros
síntomas, contribuir a su asociación, dirigir la evolución del delirio. Estas características sí son encontradas en el
Postulado "el elemento que reúne a todos los otros, los vivifica y, bien mirado, los engendra".
El mismo síndrome reconoce una evolución en estadios: esperanza, despecho, rencor. Pero el amor siempre puede
volver al lugar central si se dan las condiciones. Su diferencia crucial con un pasional normal y desgraciado (sic) reside en
la ausencia del Postulado del que parten las deducciones. El pasional normal podrá esforzarse en hacerse amar,
justamente el punto de partida que no está en discusión para el delirante, gracias al postulado que sostiene su relación
con el Objeto.
Freud supo hacer también uso término erotomanía en su sentido más descriptivo e incluso dando cuenta de lo que
considero como uno de los rasgos del concepto: su deslizamiento hacia un fenómeno de goce, tal como se verifica en las
relaciones de Schreber con quien fue su médico tratante, Flechsig, y con Dios. Freud incorpora al delirio erotómano
como una de las modificaciones de la frase gramatical base del delirio: “yo lo amo” (correlato de una pulsión que se
rechaza a través de las contradicciones y el retorno proyectivo). El Postulado "X (el objeto) me ama" (que en de
Clérambault aparece como generado) no se encuentra en el origen, sino que es efecto de un complejo proceso. En el
delirio de persecución, la afirmación “yo lo odio” no se formula conscientemente, apareciendo así solo el odio del otro
como retorno en la frase "me odia, me persigue". Esto se diferencia de la formación de la erotomanía, en la cual la
contradicción a través de afirmar "yo la amo" puede ser cc. Así, incluso el retorno "porque ella me ama", puede faltar,
caso en que escuchamos posiciones de amadores certeros, con independencia de la reciprocidad (o de algún tipo de
relación) respecto del ser amado.
En los escritos del joven Lacan encontramos un abordaje psiquiátrico de la clínica de las psicosis: un estudio metódico
del estado de la cuestión de la paranoia en su tiempo, y el análisis del caso paradigmático que le permitiría dar cuenta
de sus hipótesis acerca de la peculiaridad de una paranoia pariente del delirio de reivindicación, en tanto encuentra su
génesis en la tendencia concreta de la pulsión autopunitiva. La Tesis doctoral aborda la clínica de la paciente
denominada Aimée desde esta perspectiva psiquiátrica, y le permitirá a Lacan dar cuenta de una observación realizada
en forma casi diaria durante un año y medio. Su referencia, al describir el caso, a las "relaciones con el médico" es una
oración de la que no se extraen consecuencias en términos de transferencia respecto de su operatividad en el
tratamiento: "sus relaciones con el médico no están exentas de un eretismo (excitación) imaginativo vagamente
erotomaníaco". Es al rasgo del ser amada, al que Lacan volverá en años posteriores, en mayor medida que a la cuestión
de la semiología o la estructura de la paranoia de Aimée. En 1976 Lacan se detiene en el nombre que otorgó a su
paciente, señalando que "ella tenía necesidad de serlo (amada). Tanta necesidad tenía que lo creía "
Caso Aimée: (Amada en francés) Es el nombre con el que Lacan la presenta en su tesis, tomándolo del que ella dio al
personaje de la novela que escribió. Aimée fue internada luego de un pasaje al acto en el cual agredió con un cuchillo a
una actriz de teatro a la salida de un espectáculo, ya que había entrado en la serie de las perseguidoras de su delirio. En
este se trataba de que la vida de su pequeño hijo estaba amenazada por perseguidores que se iban expandiendo desde
su entorno íntimo (ex-compañeras de trabajo) hasta personajes públicos como periodistas y actrices. En tanto su delirio
se expandía metonímicamente, Aimée desarrollaba ideas erotómanas en relación con el Príncipe de Gales, a quien
enviaba apasionadas cartas e incluso le envió la novela de su autoría. Lacan estudia el caso en relación con el descenso
del delirio posterior al pasaje al acto que derivó en su encarcelamiento y posterior internación (de allí la idea de
"autopunición"), más que en función de la erotomanía.
La erotomanía no es el tema central de la Tesis, en la cual sitúa su funcionamiento en Aimée como uno de los temas
delirantes, subsidiario en una primera instancia de los temas de grandeza (junto a las ensoñaciones y a los idealismos
altruistas). Su forma consumada y susceptible del diagnóstico, tal como fue aislado por los clásicos, es la forma platónica
que asume con el Príncipe de Gales. La elección del personaje habría estado teñida por la necesidad de benevolencia de
un protector poderoso al avanzar las persecuciones delirantes y el príncipe llega a convertirse en el último recurso ante
la inminencia del pasaje al acto.
20

Además, en la reconstrucción de la historia de Aimée, Lacan se detiene en el dato de su primer amor, un seductor con
quien no habría tenido más que pocos encuentros luego de los cuales quedó prendada, hasta que súbitamente el amor
se transformó en desprecio. La significación de este episodio será elucidada por Lacan al abordar desde una perspectiva
freudiana las transformaciones de la lógica delirante. Pero la calificación de erotomanía extiende su alcance, ya que al
abordar la génesis de las perseguidoras en el delirio de Aimée, Lacan ubica una estructura de sustituciones que le
permiten afirmar que se trata de "una auténtica erotomanía homosexual". Especificación que encuentra en el tema
persecutorio su profunda determinación amorosa. Distingue, esta última posición del tema francamente erotomaníaco
(cuyo objeto era el Príncipe de Gales): con características de puro platonismo, formado tardíamente y que se esclarece
en cuanto a su sentido al compararlo con aquel primer amor, el que fue oportuno para evitar las relaciones sexuales a
las que Aimée era poco afín. De esta manera, la situación superior del objeto queda explicada por ser "la expresión del
deseo icc de la no realización del acto sexual y de la satisfacción que se encuentra en un platonismo radical". Aquí señala
el punto en que el platonismo es recurso del sujeto, transaccional, para evitar el acto sexual.
Años después, ya en el marco de su enseñanza analítica, Lacan se aboca a la lectura de las Memorias de Schreber (1955-
56), y se refiere a la relación de Schreber con ese Dios absoluto en términos de erotomanía divina. Las relaciones aquí
distan mucho de ser platónicas: Schreber está tomado por toda clase de fenómenos de goce en el cuerpo, de
intrusiones de nervios divinos y de sensaciones de voluptuosidad. Esta fenomenología parece carecer de resortes
amorosos más que en un aspecto ligado al significante: las intenciones de Dios no son claras, pero puede "dejarlo
plantado" y ese retiro de la presencia divina acarrea un estallido de fenómenos internos "de desgarramiento, de dolor,
diversamente intolerables" Dejar plantado es un decir bastante cercano a la dramática de las relaciones amorosas y ese
es el sentido que le otorga Lacan en esta lectura; a la que podemos agregar que no los une el amor sino el espanto . Y
que no es amorosa la pacificación de la relación Schreber-Dios, sino que se produce bajo el signo de la reconciliación-
redención-ser la mujer que falta a dios para dar a luz una nueva humanidad.
El uso del término erotomanía es retomado por Lacan en 1966, con una nueva adjetivación: erotomanía mortificante. Lo
aplica a la relación de Schreber con Flechsig, cuyo efecto nocivo ya había señalado previamente: “Porque el así llamado
clínico debe acomodarse a una concepción del sujeto, de la cual se desprenda que como sujeto no es ajeno al vínculo
que para Schreber, con el nombre de Flechsig, lo coloca en posición de objeto de cierta erotomanía mortificante”.
ENTRE PLATONISMO Y GOCE
La apropiación psicoanalítica del concepto de erotomanía muestra uno de los atolladeros del amor para la psicosis, ese
borde en el cual el amor se hace platónico, o bien vira en otro sentido y se torna fenómeno de goce proveniente de un
Otro. La enunciación del Postulado es releída por Lacan como una posición del sujeto en la cual es objeto del goce en el
lugar del Otro: posición mortífera y un riesgo abierto en las psicosis. La perspectiva lacaniana respecto de la erotomanía
la ubica definitivamente lejos de las preocupaciones por el contenido delirante. Si es una posición del sujeto respecto
del Otro, es una posibilidad abierta para las psicosis en tanto afectadas por la ausencia de regulación a través de la
referencia metafórica del padre. A su vez, la erotomanía no se confunde con el amor, al cual encontramos ligado al
platonismo y en una función que podemos considerar "defensiva". Incluso cierto carácter de "demanda amorosa" se
desliza en la denominación misma de Aimée.
C. Soler propone una distinción en los funcionamientos de la erotomanía en las psicosis: por un lado la vertiente más
platónica, que funciona como prótesis de los efectos de la forclusión; por el otro la vertiente más ligada al goce invasivo,
a la que denomina erótico-manía.
Respecto a quien oficia de objeto "amoroso" ¿es pareja del erotómano?: El partenaire del erotómano parece ser ajeno
al encuentro de los síntomas y participar más bien del registro del Otro. La posición erotómana pone en relación al
sujeto con el Otro, asumiendo éste las características propias del Otro en las psicosis y la consecuente mortificación del
sujeto. Las evidencias clínicas de este funcionamiento se encuentran en esos momentos transferenciales en que
comienza a aparecer o ser confesado un amor certero, pero cuya lectura posterior permite ubicar la precisa coordenada
en que la posición del analista vaciló. Ocupó el lugar del Otro del goce (se diría); pero se trata de una posición que no es
necesaria en términos lógicos, o que es contingente clínicamente.
-Transferencia en la neurosis. Especificidad de la transferencia analística: la instalación del SSS y la puesta en acto de la
realidad sexual del INCONSCIENTE.

*Freud : recordar, repetir, reelaborar. 3327.


No me parece ocioso recordar una y otra vez a los estudiantes las profundas alteraciones que la técnica psicoanalítica ha
experimentado desde sus comienzos. Al principio, en la fase de la catarsis breuniana, se enfocó directamente el
momento de la formación de síntoma y hubo un empeño por hacer reproducir los procesos psíquicos de aquella
situación a fin de guiarlos para que tuvieran su decurso a través de una actividad cc. Recordar y abreaccionar eran en
aquel tiempo las metas que se procuraba alcanzar con auxilio del estado hipnótico. Luego, después que se renunció a la
hipnosis, paso a primer plano la tarea de colegir desde las ocurrencias libres del analizado aquellos que él denegaba
recordar. Se pretendía sortear la resistencia mediante el trabajo interpretativo y la comunicación de sus resultados al
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enfermo; así se mantenía el enfoque sobre las situaciones de la formación de síntoma y sobre aquellas otras que se
averiguaban presentes detrás del momento en que se contrajo la enfermedad; en cambio, la abreacción era relegada y
parecía sustituida por el gasto de trabajo que el analizado tenía que prestar al vencer la critica a sus ocurrencias. Por
último, se plasmó la consecuente técnica que hoy empleamos: el medico renuncia a enfocar un momento o un
problema determinados, se conforma con estudiar la superficie psíquica que el analizado presenta cada vez y se vale del
arte interpretativo, en lo esencial, para discernir las resistencias que se recortan en el enfermo y hacérselas conscientes.
Así se establece una nueva modalidad de división del trabajo: el medico pone en descubierto las resistencias
desconocidas para el enfermo; dominadas ellas, el paciente narra con toda facilidad las situaciones y los nexos
olvidados. Desde luego que la meta de estas técnicas ha permanecido idéntica. En términos descriptivos: llenar las
lagunas del recuerdo; en términos dinámicos: vencer las resistencias de represión.
El recordar, en aquellos tratamientos hipnóticos, cobraba una forma muy simple. El paciente se trasladaba a una
situación anterior, que no parecía confundir nunca con la situación presente, se daba una trasposición de los procesos
inconscientes en conscientes.
El olvido de impresiones, escenas, vivencias, se reduce las más de las veces en un “bloqueo” de ellas. Cuando el paciente
se refiere a este olvido, rara vez mite agregar: “en verdad lo he sabido siempre, solo que no me pasaba por la cabeza”.
El “olvido” experimenta otra restricción al apreciarse los recuerdos encubridores, de tan universal presencia. En muchos
casos he recibido la impresión de que la consabida amnesia infantil, tan sustantiva para nuestra teoría, esta
contrabalanceada en su totalidad por los recuerdos encubridores, de tan universal presencia. En muchos casos he
recibido la impresión de que la consabida amnesia infantil, tan sustantiva para nuestra teoría, esta contrabalanceada en
su totalidad por los recuerdos encubridores. En estos no se conserva solo algo esencial de la vida infantil, sino en verdad
todo lo esencial. Solo hace falta saber desarrollarlo desde ellos por medio del análisis. Representan tan acabadamente a
los años infantiles olvidados como el contenido manifiesta del sueño a los pensamientos oníricos.
Los otros grupos de procesos psíquicos que como actos puramente internos uno puede oponer a las impresiones y
vivencias –fantasías, procesos de referimiento, mociones de sentimiento, nexos- deben ser considerados
separadamente en su relación con el olvidar y el recordar. Aquí sucede, con el recordar. Aquí sucede, con particular
frecuencia, que se “recuerde” algo que nunca pudo ser “olvidado” porque en ningún tiempo se lo advirtió, nunca fue
consciente.
En las diversas formas de la neurosis obsesiva, en particular, lo olvidado se limita las más de las veces a disolución de
nexos, desconocimiento de consecuencias, aislamiento de recuerdos.
Para un tipo particular de importantísimas vivencias, sobrevenidas en épocas muy tempranas de la infancia y que en su
tiempo no fueron entendidas, pero han hallado inteligencia e interpretación con efecto retardado, la mayoría de las
veces es imposible despertar un recuerdo. Se llega a tomar noticia de ellas a través de sueños.
Si nos atenemos al signo distintivos de esta técnica respecto tipo anterior, podemos decir que el analizado no recuerda,
en general, nada de lo olvidado y reprimido, sino que lo actúa. No lo reproduce como recuerdo, sino como acción; lo
repite, sin saber, desde luego, que lo hace.
Uno espera que sus comunicaciones afluyan en torrente, pero experimenta, al principio, que no sabe decir palabra.
Calla, y afirma que no se le ocurre nada. Esta no es, desde luego, sino la repetición de una actitud homosexual que se
esfuerza hacia el primer plano como resistencia a todo recordar. Y durante el lapso que permanezca en tratamiento no
se liberara de esta compulsión de repetición; uno comprende, al fin, que esta es su manera de recordar.
Por supuesto que lo que más nos interesa es la relación de esta compulsión de repetir con la trasferencia y la
resistencia. La trasferencia misma es solo una pieza de repetición, y la repetición es la trasferencia del pasado olvidado;
pero no solo sobre el medico: también sobre todo los otros ámbitos de la situación presente. Por eso tenemos que estar
preparados para que el analizado se entregue a la compulsión de repetir, que el sustituye ahora al impulso de recordar.
Tampoco es difícil discernir la participación de la resistencia. Mientras mayor sea esta, tanto más será sustituido el
recordar por el actuar. Si la cura empieza bajo el patronazgo de una trasferencia suave, positiva y no expresa, esto
permite, como en el caso de la hipótesis, una profundización en el recuerdo, en cuyo trascurso hasta callan los síntomas
patológicos; pero si en el ulterior trayecto esa trasferencia se vuelve hostil o hiperintensa, y por eso necesita de
represión, el recordar deja sitio enseguida al actuar. Y a partir de ese punto las resistencias comandan la secuencia de lo
que se repetirá. El enfermo extrae del arsenal del pasado las armas con que se defiende de la continuación de la cura, y
que no es preciso arrancarle pieza por pieza.
Tenemos dicho que el analizado repite en vez de recordar, y repite bajo las condiciones de la resistencia. ¿Qué repite o
actúa, en verdad? He aquí la respuesta: repite todo cuanto desde las fuentes de su reprimido ya se ha abierto paso
hasta su ser manifiesto: sus inhibiciones y actitudes inviables, sus rasgos patológicos de carácter. Y, además, durante el
tratamiento repite todos sus síntomas. La condición de enfermo del analizado no puede cesar con el comienzo de su
análisis, y no debemos tratar su enfermedad como un episodio histórico, sino como un poder actual. Esta condición
patológica va entrando pieza por pieza dentro del horizonte y del campo de acción de la cura, y mientras el enfermo lo
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vivencia como algo real-objetivo y actual, tenemos nosotros que realizar el trabajo terapéutico, que en buena parte
consiste en la reconducción al pasado.
El hacer repetir en el curso del tratamiento analítico, según esta técnica más nueva, equivalente a convocar un
fragmento de vida real, y por eso no en todos los casos puede ser inofensivo y carente de peligro. De aquí arranca todo
el problema del a menudo inevitable “empeoramiento durante la cura”.
La introducción del tratamiento conlleva, particularmente, que el enfermo cambie su actitud consciente frente a la
enfermedad. Por lo común se ha conformado con lamentarse de ella, despreciarla como algo sin sentido,
menospreciarla en su valor, pero en lo demás ha prolongado frente a sus exteriorizaciones la conducta represora, la
política del avestruz, que practico contra los orígenes de ella.
Para la cura es preciso que el paciente cobre el coraje de ocupar su atención en los fenómenos de su enfermedad. Ya no
tiene permitido considerarla algo despreciable. Así es preparada desde el comienzo la reconciliación con eso reprimido
que se exterioriza en los síntomas, pero también se concede cierta tolerancia a la condición de enfermo. Si en virtud de
esta nueva relación con la enfermedad se agudizan conflictos y resaltan al primer plano unos síntomas, uno puede
fácilmente consolar de ello al paciente puntualizándole que son unos empeoramientos necesarios, pero pasajeros, y
que no es posible liquidar a un enemigo ausente o que no este lo bastante cerca. Sin embargo, la resistencia puede
explotar la situación para sus propósitos o querer a buscar del permiso de estar enfermo.
Ulteriores peligros nacen por el hecho de que al progresar la cura pueden también conseguir la repetición mociones
pulsionales nuevas, situadas a mayor profundidad, que todavía no se habían abierto paso. Por último, las acciones del
paciente fuera de la trasferencia pueden conllevar pasajeros perjuicios para su vida, o aun ser escogidas de modo que
desvaloricen duraderamente las perspectivas de salud.
Se dispone a librar una permanente lucha con el paciente a fin de retener en un ámbito psíquico todos los impulsos que
el querría guiar hacia lo motor, y di consigue tramitar mediante el trabajo del recuerdo algo que el paciente preferiría
descargar por medio de una acción, lo celebra como un triunfo de la cura. Cuando la ligazón trasferencial se ha vuelto
de algún modo viable, el tratamiento logra impedir al enfermo todas las acciones de repetición más significativas y
utilizar el designio de ellas como un material para el trabajo terapéutico. El mejor modo de salvar al enfermo de los
perjuicios que le causarían la ejecución de sus impulsos es comprometerlo ano adoptar durante la cura ninguna decisión
de importancia vital; que espere, para cualquiera de tales propósitos, el momento de la curación.
Ahora bien, el principal recurso para domeñar la compulsión de repetición del paciente, y transformarla en un motivo
para el recordar, reside en el manejo de la trasferencia. Volvemos esa compulsión inocua y, más aun, aprovechable si le
concedemos su derecho a ser tolerada en cierto ámbito: le abrimos la trasferencia como la palestra donde tiene
permitido desplegarse con una libertad casi total, y donde se le ordena que escenifique para nosotros todo pulsional
patógeno que permanezca escondido en la vida anímica del analizado. Con talque el paciente nos muestre al menos la
solicitud de respetar las condiciones de existencia del tratamiento, conseguimos, casi siempre, dar a todos los síntomas
de la enfermedad un nuevo significado trasferencial, sustituir su neurosis ordinaria por una neurosis de trasferencia, de
la que puede ser curado en virtud del trabajo terapéutico. La trasferencia crea así un reino intermedio entre la
enfermedad y la vida, en virtud del cual se cumple el tránsito de aquella a esta. El nuevo estado ha asumido todos los
caracteres de la enfermedad, pero constituye una enfermedad artificial asequible por doquiera a nuestra intervención.
De las reacciones de repetición, que se muestran en la trasferencia, los caminos consabidos llevan luego al despertar de
los recuerdos, que, vencidas las resistencias, sobrevienen con facilidad.
El vencimiento de la resistencia comienza, como se sabe, con el acto de ponerla en descubierto el médico, pues el
analizado nunca la discierne, y comunicársela a este.
El médico al nombrar la resistencia no puede producir su cese inmediato. Es preciso dar tiempo al enfermo para
enfrascarse en la resistencia, no consabida para él, para reelaborarla, vencerla prosiguiendo el trabajo en desafío a ella y
obedeciendo a la regla analítica fundamental. Solo en el apogeo de la resistencia descubre uno, dentro del trabajo en
común con el analizado, las mociones pulsionales reprimidas que la alimentan y de cuya existencia y poder el paciente
se convence en virtud de tal vivencia. El médico no tiene más que esperar y consentir un decurso que no puede ser
evitado, pero tampoco apurado.
En la práctica, esta reelaboración de las resistencias puede convertirse en una ardua tarea para el analizado y en una
prueba de paciencia para el médico. No obstante, es la pieza del trabajo que produce el máximo efecto alterador sobre
el paciente y que distingue el tratamiento analítico de todo influjo sugestivo. En teoría se la puede equiparar a la
“abreacción” de los montos de afecto estrangulados por la represión, abreacción sin la cual el tratamiento hipnótico
permanece infructuoso.

*Lacan seminario 11. Cap 10.


Del sujeto al que se supone saber, de la primera diada y del bien
Formar analistas ha sido, y sigue siendo, la meta de mi enseñanza. La formación de los analistas es un tema muy actual,
empero no hay una manera de dar con sus principios.
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Para el psicoanalista no hay ningún más allá, ningún más allá sustancial, al que pueda remitir aquello por lo cual se
siente autorizado a ejercer su función.
El valor de lo que obtiene es, sin embargo, inestimable –la confianza de un sujeto como tal, junto con los resultados que
ella entraña por las vías de cierta técnica. El analista no es Dios para su paciente. Entonces, ¿qué significa esta
confianza? ¿En torno a qué gira?
Indudablemente, el que se fía de ella, el que recibe de ella su recompensa, puede eludir la pregunta. Pero el
psicoanalista no puede hacerlo. El psicoanalista tiene que conocer, a él debe serle transmitido, y en una experiencia, en
torno a qué gira el asunto. Este punto axial lo designo con el nombre de deseo del psicoanalista.
La ciencia, en la que estamos atrapados todos, que forma el contexto de la acción de todos en esta época en que
vivimos, y de la que tampoco puede librarse el psicoanalista ya que también forma parte de sus condiciones, es La
ciencia, esa misma.
Con respecto a esa ciencia es que tenemos que situar al psicoanálisis. Solo podemos hacerlo articulando con el
fenómeno del inconsciente la revisión del fundamento del sujeto cartesiano que hemos llevado a cabo. Hoy partiré de la
fenomenología de la transferencia.
I
La transferencia es un fenómeno que incluye juntos al sujeto y al psicoanalista. Dividirlo mediante los términos los
términos de transferencia y contratransferencia, nunca pasa de ser una manera de eludir el meollo del asunto.
La transferencia es un fenómeno esencial, ligado al deseo como fenómeno nodal del ser humano, y que fue antes de
Freud. La transferencia quedó perfectamente articulada en El banquete de Platón.
En cuanto hay, en algún lugar, el sujeto que supone saber (S.s.S.) hay transferencia. ¿Qué sentido tiene la organización
de los psicoanalistas, con los certificados de capacitación que confiere? Pues, simplemente, que ella indica a quién
puede uno dirigirse para que represente ese sujeto al que se supone saber.
Ahora bien, es muy cierto que ningún psicoanalista puede pretender representar un saber absoluto. Por ello puede
decirse que de haber alguien a quien dirigirse, ha de haber uno solo. Este uno solo fue, en vida, Freud. El hecho de que
Freud, en lo que al inconsciente respecta, fuera legítimamente el sujeto a quien se le podía suponer el saber, pone en
una clase aparte todo lo tocante a la relación analítica tal como sus pacientes la entablaron con él.
La función y, a un tiempo su consecuencia, el prestigio, digamos, de Freud, están en el horizonte de toda posición del
analista. Constituyen el drama de la organización social, comunitaria, de los psicoanalistas.
¿Quién puede sentirse plenamente investido de este sujeto al que se supone saber? El asunto no es ese. El asunto es,
primero, para cada sujeto desde donde se ubica para dirigirse al sujeto al que se supone saber. Cada vez que esta
función pueda ser encarnada para el sujeto quienquiera que fuese, analista o no, de la definición que acabo de darles se
desprende que la transferencia queda desde entonces ya fundada.
Si ocurre que para el paciente esta función ya está encarnada en alguien determinado, en una figura asequible a él,
surgirá, para quien se encargue de su análisis, una dificultad muy especial para hacer obrar la transferencia.
El analista ocupa ese lugar en la medida en que es objeto de la transferencia. La experiencia demuestra que el sujeto, al
entrar en análisis no le concede, ni mucho menos, este lugar. El psicoanálisis muestra que, sobre todo en la fase inicial,
lo que más coarta la confidencia del paciente, el que se entregue a la regla analítica, es el peligro de que el psicoanalista
se deje engañar por él.
¿No sucede innumerables veces en nuestra experiencia que ignoremos durante mucho tiempo un detalle biográfico
muy importante? El paciente puede pensar que el analista será engañado si le proporciona ciertos elementos. Se guarda
ciertos elementos para que el analista no vaya demasiado rápido. Ahora bien, sobre quien puede ser engañado, ¿no
caerá, a fortiori, la sospecha de que puede, el mismo, engañarse?
Pues bien, allí esta, precisamente, el límite. En torno de ese engañarse se mueve el péndulo, el equilibrio, de ese sutil
punto infinitesimal que pretendo fijar.
Si se da por sentado que algunos sujetos pueden cuestionar el análisis desde su inicio y aun sospechar que no es más
que un señuelo, ¿cómo es posible que en torno a ese engañarse se detenga algo? Aun al analista cuestionado se le
atribuye cierta infalibilidad, y debido a esta infalibilidad se adjudicará a veces una intención a un gesto suyo hecho al
azar.
¿Quién no sabe por experiencia que uno puede no querer gozar? ¿Quién no sabe que uno puede no querer pensar?
Como testimonio de ello tenemos todo el colegio universal de los profesores. Pero, ¿Qué puede significar no querer
desear? Toda la experiencia analítica da fe de que no querer desear y desear son la misma cosa, con lo cual no hace más
que dar forma a lo que para cada quien está en la raíz de una experiencia.
Desear entraña una fase de prohibición que lo hace idéntico a no querer desear. No querer desear es querer no desear.
Allí es donde está citado el analista. En la medida en que se supone que el analista sabe, se supone también que irá al
encuentro del deseo inconsciente. Por eso digo que el deseo es el eje, el pivote, gracias al cual se aplica el elemento-
fuerza, la inercia que hay tras lo que se formula primero, en el discurso del paciente, como demanda, o sea, la
transferencia. El eje, el punto común de esta hacha de doble filo, es el deseo del analista, que designó aquí como una
24

función esencial. Y no me vengan a decir que no nombro ese deseo, porque es precisamente el punto que solo es
articulable por la relación del deseo con el deseo.
Esta relación es interna. El deseo del hombre es el deseo del Otro. Si el hombre sólo puede reconocer su deseo a nivel
del deseo del Otro, y como deseo del Otro, ¿no le aparecerá esto como un obstáculo a su desvanecimiento, punto en
que su deseo jamás puede reconocerse?
En la relación del deseo con el deseo se conserva algo de la alienación, aunque no con los mismos elementos, no con
esos significantes S1 S2 del primer par de significantes, del que deduje la fórmula de la alienación del sujeto en mi
antepenúltimo curso, sino más bien con lo constituido a partir de la represión originaria, de la caída, del Unterdruckung,
del significante binario, por una parte y, por la otra, con lo que aparece en primer lugar como falta en lo significado por
el par de significantes, en el intervalo que los vincula, o sea, el deseo del Otro.
-Las vicisitudes de la transferencia en los historiales.

*Freud conferencia 27. La transferencia. Selección de párrafos de historiales. 4550.


Proclamamos que en el enfermo se libra un obstinado conflicto entre la moción libidinosa y la represión sexual, entre la
orientación sensual y la ascética. Vemos que en el neurótico ha prevalecido el ascetismo, como consecuencia de lo cual,
justamente, la aspiración sexual sofocada se abre paso en los síntomas. Si por el contrario, procurásemos el triunfo de la
sensualidad, la represión sexual arrojada a un lado se sustituiría por síntomas.
El conflicto patógeno de los neuróticos es una disputa entre poderes de los cuales uno alcanzó el estadio e lo
preconsciente y consciente, mientras que el otro fue contenido en el estadio de lo inconsciente.
Debemos evitar dentro de lo posible tomar el papel de mentores; lo que más ansiamos es que el enfermo adopte sus
decisiones de manera autónoma. Por esto, le pedimos también que suspenda todas sus decisiones vitales acerca de
elección profesional, empresas económicas, matrimonio o divorcio mientras dure el tratamiento, y sólo las lleve a cabo
después de terminado este.
No somos reformadores, sino meramente observadores, pero no podemos dejar de mirar con ojos críticos, y nos ha sido
imposible tomar partido en favor de la moral sexual convencional o tener en alta estima la manera en que la sociedad
procura ordenar en la práctica los problemas de la vida sexual.
Aquello de lo cual nos valemos no puede ser sino la sustitución de lo inconsciente por lo consciente, la traducción de lo
inconsciente a lo consciente. Al hacer esto, cancelamos las represiones, eliminamos las condiciones para la formación de
síntoma y mudas el conflicto patógeno en un conflicto normal que tiene que hallar de alguna manera su solución.
El neurótico curado ha devenido en realidad otro hombre, aunque en el fondo, desde luego, siga siendo el mismo: ha
devenido lo en el mejor de los casos y bajo las condiciones más favorables podía devenir.
¿Saben a qué se llama una terapia causal? Se llama así a un procedimiento que no toma como punto de abordaje las
manifestaciones patológicas, sino que se propone eliminar sus causas. ¿Es nuestra terapia psicoanalítica causal o no? La
respuesta no es simple. En la medida en que no se propone como tarea inmediata la eliminación de los síntomas, la
terapia analítica se comporta como causal. Pero en otro respecto pueden decir que no lo es. En efecto, hemos rastreado
el encadenamiento causal a lo largo de las represiones hasta llegar a las disposiciones pulsionales, a las intensidades
relativas que presentan dentro de la constitución y a las desviaciones producidas en el curso de su desarrollo. Supongan
que nos fuese posible, acaso por medios químicos, intervenir en esta fábrica, elevar o disminuir la cantidad de libido
preexistente en cada caso o fortalecer a una pulsión a costa de otra; en tales condiciones nuestra terapia sería causal en
sentido estricto.
Pero, como ustedes saben, ni hablar por ahora de semejante influencia sobre los procesos libidinales; con nuestra
terapia psíquica hincamos en otro lugar de la trabazón, no justo allí donde creeríamos discernir las raíces de los
fenómenos, pero sí bastante lejos de los síntomas: en un lugar que unas circunstancias muy asombrosas nos han hecho
asequible.
¿Qué debemos hacer, entonces, para sustituir en nuestro paciente lo inconsciente por lo consciente?
Creíamos que nos bastaba con colegir eso inconsciente y enunciárselo. Pero ya sabemos que era un error. Nuestro saber
sobre lo inconsciente no equivale al saber de él; cuando le comunicamos nuestro saber, él no lo tiene en lugar de su
inconsciente, sino junto a eso, y es muy poco lo que ha cambiado. Más bien debemos representarnos a eso inconsciente
tópicamente; debemos rebuscar en su recuerdo el lugar en que eso se produjo por obra de una represión.
Nuestra tarea entra aquí en una segunda fase. Primero la rebusca de la represión, después la eliminación de la
resistencia que la mantiene en pie.
¿Cómo se remueve la resistencia? De la misma manera: coligiendo y presentándosela al paciente. La resistencia, en
efecto, brota de una represión; de la misma que procuramos solucionar, o de una anterior. Es producida por la
contrainvestidura que se erigió para reprimir la moción chocante. Por tanto, ahora hacemos lo mismo que ya al
comienzo quisimos hacer: interpretar, colegir y comunicarlo; pero ahora lo hacemos en el lugar correcto. LA
contrainvestidura, o resistencia, no pertenece al inconsciente, sino al yo.
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Esperamos que esta resistencia habrá de resignarse, y recogerse la contrainvestidura, tan pronto posibilitemos al yo el
conocimiento de ella por medio de nuestra interpretación. ¿Con que fuerzas pulsionales trabajamos en un caso así? Con
la aspiración del paciente a sanar, que lo movió a avenirse al trabajo, y con la ayuda de su inteligencia, que reforzamos
mediante nuestra interpretación.
Al superar las resistencias, cancelar la represión y mudar lo inconsciente en consciente, obtenemos la más clara imagen
de la encarnizada lucha que se libra e el alma del paciente en torno de la superación de cada resistencia: es una lucha
anímica normal, empeñada en un mismo terreno psicológico, entre los motivos que quieren mantener la
contraninvestidura y los que están prestos a resignarla. Los primeros son los motivos viejos, que en su tiempo
impusieron la represión; entre los segundo se encuentran los nuevos que han venido a agregarse, y que confiamos
decidirán el conflicto en favor nuestro.
La transferencia
Pasado un tiempo, no podemos dejar de notar que estos enfermos se comportan hacia nosotros de una manera muy
particular. Notamos que el paciente desarrolla un interés particular hacia la persona del médico. Todo lo que tiene que
ver con esta persona le parece mucho más importante que sus propios asuntos, y lo distrae de su condición de enfermo.
Es particularmente obsequioso, procura mostrarse agradecido en cuanta ocasión se le presenta. También el médico se
forma una opinión favorable acerca del paciente y agradece a la suerte haberle permitido prestar ayuda, justamente, a
una personalidad tan valiosa. En su casa, el paciente no cesa de alabar al médico, de ponderarle nuevos y nuevos
méritos.
En estas condiciones, el análisis hace brillantes progresos; el paciente comprende lo que ese le apunta, profundiza en las
tareas que la cura le plantea, el material de recuerdos y ocurrencias afluye en abundancia, sorprende al médico por la
seguridad y el acierto de las interpretaciones que hace, y este no puede menos que comprobar complacido cuán
prestamente asimila el enfermo todas las novedades psicológicas.
Pero un tiempo tan bueno no puede durar para siempre. Un buen día se estropea. Aparecen dificultades en el
tratamiento; el paciente asevera que nada más se le ocurre. Se tiene la definida impresión de que ya no se interesa en el
trabajo y de que pasa por alto, a la ligera, la prescripción que se le dio: la de decir todo cuanto se le pase por la cabeza y
abstenerse de toda crítica. Se comporta como lo hace fuera de la cura, como si nunca hubiera establecido aquel pacto
con el médico; le preocupa algo, pero quiere reservárselo.
El paciente ha transferido sobre el médico intensos sentimientos de ternura que ni la conducta de este ni la relación
nacida de la cura justifican. Si ese vínculo tierno del paciente con el médico se repite de manera regular con cada nuevo
caso; si una y otra vez se presenta, en las condiciones más desfavorables y originando malentendidos directamente
grotescos, aun en la mujer ya anciana y respecto del hombre encanecido, aun allí done a nuestro juicio ya no hay nada
seductor; sí tal ocurre, tenemos que abandonar sin duda la idea de una contingencia perturbadora y reconocer que se
trata de un fenómeno que está en la más íntima relación con la naturaleza de la enfermedad misma.
Llamamos transferencia a este nuevo hecho. Se trata de una transferencia de sentimientos sobre la persona del médico,
pues no nos parece que la situación de la cura avale el nacimiento de estos últimos. Toda esa prolijidad del afecto viene
de otra parte, estaba ya preparada en la enferma y con oportunidad del tratamiento analítico se transfirió sobre la
persona del médico.
La transferencia negativa y la cura
Nada se registra de ella mientras opera en favor del análisis emprendido en común. Pero si después se muda en
residencia, es preciso prestarle atención y reconocer que modifica su relación con la cura bajo dos condiciones diferente
y contrapuestas: primero, cuando en calidad de inclinación tierna se ha hecho tan fuerte que no puede menos que
suscitar una resistencia interior contra ella; y segundo, cuando consiste en mociones hostiles en vez de mociones
tiernas.
Por regla general, los sentimientos hostiles salen a la luz más tarde que los tiernos, y detrás de ellos; en su simultánea
presencia resultan un buen reflejo de la ambivalencia de sentimientos que rige en la mayoría de nuestros vínculos
íntimos con otros seres humanos. Los sentimientos hostiles importan un vínculo afectivo a igual título que los tiernos,
así como el desacato implica la misma dependencia que el acatamiento, aunque de signo contrario.
Su paramos la transferencia cuando demostramos al enfermo que sus sentimientos no provienen de la situación
presente y no valen para la persona del médico, sino que repiten lo que a él lo ocurrido una vez, con anterioridad. De tal
manera, lo forzamos a mudar su repetición en recuerdo. Y entonces la transferencia, que parecía significar la más
poderosa amenaza para la cura, se convierte en el mejor instrumento.
No olvidemos que la enfermedad del paciente sigue creciendo, y su desarrollo prosigue como el de un ser viviente. La
iniciación del tratamiento no pone fin a ese desarrollo, pero, cuando la cura se ha apoderado del enfermo, sucede que
toda la producción nueva de la enfermedad se concentra en un único lugar, a saber, la relación con el médico.
Pero cuando la transferencia ha cobrado vuelo hasta esta significación, no es incorrecto decir que ya no se está tratando
con la enfermedad anterior del paciente, sino con una neurosis recién creada y recreada, que sustituye a la primera. A
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esta se la ha seguido desde el comienzo, se la ha visto nacer y crecer, y uno se encuentra en su interior en posición
particularmente ventajosa, porque es uno mismo el que, en calidad de objeto, está situado en su centro.
Si el enfermo tiene que librar, batalla por batalla, el conflicto normal con las resistencias que le hemos revelado en el
análisis, necesita de una impulsión poderosa que influya sobre la decisión en el sentido deseado por nosotros. De lo
contrario, podría suceder que resolviera repetir el desenlace anterior y dejara caer de nuevo en la represión lo que se
había elevado hasta la conciencia. Lo que decide el resultado de esta lucha es únicamente su relación con el médico. En
la medida en que su transferencia es de signo positivo, reviste al médico de autoridad y presta creencia a sus
comunicaciones y concepciones. Si esa transferencia, o si ella es negativa, ni siquiera prestaría oídos al médico o a sus
argumentos.
Neurosis Narcisistas y la Transferencia
La razón por la cual nuestro empeño terapéutico no tiene resultados aluno en las neurosis narcisistas consiste en que,
los que adolecen de estas, no tienen ninguna capacidad de transferencia o sólo unos restos insuficientes de ella.
Rechazan al médico, no con hostilidad, sino con indiferencia. Por eso este no puede influirlos; lo que dice los deja fríos,
no les causa ninguna impresión, y entonces no puede establecerse en ellos el mecanismo de curación que implantamos
en los otros, a saber, la renovación del conflicto patógeno y la superación de la resistencia de la represión. Permanecen
tal cual son.
-Transferencia y resistencia ¿Resistencia del paciente y del analista? Detención del tratamiento. Derivación.

*Freud sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina.


Antecedentes:
• Muchacha de 18 años de una familia de elevada posición social, provoca el disgusto y el cuidado de sus padres
por la ternura con que persigue a una dama <de la sociedad>, diez años mayor que ella. (p.141)
• Sus padres no han notado nunca que su hija se interese por hombres jóvenes, en cambio tienen en claro que
esta inclinación presente hacia una mujer no hace sino proseguir lo que en los últimos años se insinuó hacia personas
del sexo femenino y esto despertó el enojo y el rigor del padre
• Su padre era un hombre serio, respetable, en el fondo muy tierno, algo distanciado de sus hijos por su
impostado rigor. La homosexualidad de su hija tenía algo que le provocaba una exasperación total. (p.142)
• La madre, era una mujer juvenil, trataba de manera muy poco equitativa a sus hijos, era dura hacia su hija y
tierna en demasía hacia sus tres muchachos, el menor de los cuales era un hijo tardío, no tenía aún tres años. Ella no se
había tomado tan a lo trágico el extravío de su hija. (p.143)
Transcurso del complejo de Edipo y segunda oleada sexual
• La muchacha había atravesado sus años infantiles de manera poco llamativa, con la actitud normal del complejo
de Edipo femenino, más tarde había empezado a sustituir al padre por el hermano un poco mayor que ella. (p.148)
• La comparación de los genitales de su hermano con los propios, ocurrida al comienzo del periodo de latencia
(hacia los 5 años),le dejó una fuerte impresión y fue preciso seguirle el rastro en sus efectos posteriores. (p.148)
• El nacimiento de un segundo hermano, ocurrido cuando ella tenía entre cinco y seis años, no exteriorizo influjo
particular alguno sobre su desarrollo. En los años escolares y de la pre pubertad se familiarizo poco a poco con los
hechos de la vida sexual, y los recibió con esa mezcla de lubricidad y desautorización horrorizada que ha de llamarse
normal. (p.149)
• Entre los trece y catorce años manifestó una predilección tierna y exagerada por un niño que aún no había
cumplido los tres años y a quien podía ver de manera regular en un parque infantil. Allí nació una relación amistosa con
los padres del pequeño. Puede inferirse que en esa época estaba dominada por un fuerte deseo de ser madre ella
misma y tener un hijo. Poco después el niño comenzó a serle indiferente y ella empezó a mostrar interés por mujeres
maduras, aunque todavía jóvenes, interés cuyas exteriorizaciones le atrajeron pronto una sentida reprimenda de parte
del padre.(p.149)
• Esta mudanza coincidió en el tiempo con un acontecimiento ocurrido en la familia, del cual nos es lícito esperar
el esclarecimiento de la mudanza: antes su libido estaba depositada en la maternidad; después fue una homosexual
enamorada de mujeres más maduras. Este acontecimiento tan importante para la comprensión de Freud fue un nuevo
embarazo de la madre y el nacimiento de un tercer hermano cuando ella tenía dieciséis años. (p.149)
• Los primeros objetos de su inclinación desde el nacimiento de su último hermano fueron madres reales, mujeres
que frisaban entre los treinta y los treinta y cinco años, a quienes había conocido, con los hijos de ellas, en los veraneos
o en el trato de familias en la gran ciudad.(p.149, 150)
Llegada al tratamiento
• Llega por sus padres para revertir su homosexualidad por heterosexualidad
• Muchacha de 18 años, bella e inteligente, de elevada posición social, que provoca el disgusto y el cuidado de sus
padres por la ternura con la que persigue a una dama “de la sociedad”, 10 años mayor que ella. P.141
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• 2 aspectos de su conducta que preocupan a sus padres en apariencia opuestos entre si: que no tuviese reparo
alguno en exhibirse públicamente por las calles concurridas con esa su dama de mala fama, y por lo tanto le tuviese sin
cuidado su propia honra, y que no desdeñara ningún medio de engaño ni mentira para posibilitar y encubrir sus
encuentros con ella. (p.142)
• 6 meses después de su intento de suicidio, arrojándose a las vías del tren, sus padres la llevaron a tratamiento y
le confiaron a Freud la tarea de “volver a su hija a la normalidad”. (p.142)
• Su llegada a tratamiento: La joven no demandaba análisis, no intentó engañar a Freud en la necesidad de ser
emancipada de su homosexualidad. Al contrario, no podía imaginar otro tipo de enamoramiento, pero por el bien de sus
padres iba a someterse al ensayo terapéutico, ya que le pesaba mucho causarles una pena así. (P. 147)
• Para los padres: Revertirle su homosexualidad
Ocasión de consulta: lo que dispara el ir a consultar
• La ocasión de la consulta es por el intento de suicidio. Les copio el texto en el que ese intento se
desarrolla:"Sidonie paseaba con la dama y el padre las encuentra y les dirige una miras colérica. Momentos después
Sidonie se arroja al coso dónde circulaba el tranvía. La explicación que ella misma sabes que le dice a la dama que el
señor que las mira es su padre y que este no aprueba que ellas se frecuenten, la dama le dice que entonces nunca más
la busque y que la relación debe terminar. Sidonie se arroja al foso. Esta tentativa de suicidio le ocasiona varios días
cama pero ninguna lesión permanente. Aproximadamente medio año después de este suceso los padres acuden a Freud
encargandolen "reintegrar a su hija a la normalidad" (sobre la psicogenesis de un caso de homosexualidad femenina)
• El intento de suicidio de la muchacha les había mostrado a sus padres que las severas medidas disciplinarias
hogareñas no eran capaces de dominar la perturbación manifestada (p. 142 último párrafo). (Por perturbación, hacían
referencia a su tendencia homosexual por la “cocotte”)
• La muchacha no era una enferma y la tarea propuesta no consistía en solucionar un conflicto neurótico, sino en
transportar una variante de la organización genital sexual
• a otra (p. 144) … Resistencia del analista: Freud piensa que la muchacha no estaba enferma, que no presentaba
síntomas, y solo iba a análisis por haber sido traída por sus padres. sin embargo trabajo con ella unas semanas y les dijo
a los padres que luego de esas semanas les diría que había descubierto. Quizás pensaba esto por qué parte de la teoría
que él pensaba acerca de la homosexualidad era que: “no es misión del psicoanálisis solucionar el problema de la
homosexualidad. Tiene que conformarse con revelar los mecanismos psíquicos que han llevado a decidir la elección de
objeto, y rastrear desde ahí los caminos que llevan hasta las disposiciones pulsionales” (pag 163).
Transferencia
• El análisis transcurrió siguiendo un esquema de dos fases, pero no fue proseguido más allá del comienzo de la
segunda.
• En la muchacha fue el factor afectivo de la venganza contra el padre, lo que posibilitó su fría reserva, lo que
descompuso nítidamente el análisis en dos fases y permitió que se hicieran tan completos y abarcables los resultados de
la primera.
• Se observa una transferencia negativa, una hostilidad latente. La joven transfirió sobre Freud esa radical
desautorización del varón que la dominaba desde su desengaño por el padre = Transferencia en acto (p.157)
• Una sola vez apareció en el análisis, una aparente transferencia positiva, como renovación en extremo
debilitada del originario, apasionado enamoramiento por el padre. (p.157) La joven le contó una serie de sueños en los
cuales expresaba su añoranza por el amor de un hombre, por tener hijos. En ellos, se mostraba un intento por ganar el
interés de Freud y por engañarlo como solía hacer con el padre. Esta ambivalencia que la muchacha tenia hacia los
padres, también podía pesquisarse en la actitud que la muchacha tenia hacia Freud, que podía verse en esta
transferencia hostil y que por momentos parecía ser positiva.
Intervenciones de Freud
• El pretextado respeto hacia los progenitores, por cuyo amor quería someterse al ensayo de trasmudación,
ocultaba la actitud de despecho y de venganza hacia el padre, actitud que la retenía en la homosexualidad. Asegurada
tras esa cobertura, la resistencia entregaba un vasto ámbito a la exploración analítica (p.156)
• Freud reconoció que la actitud que la muchacha había transferido hacia él era la radical desautorización del
varón que la dominaba desde su desengaño por el padre. Por ello, interrumpió el análisis, tan pronto como reconoció
esa actitud hacia su padre y le aconsejó que si atribuía valor al ensayo terapéutico se lo prosiguiera con una médica.
Freud no le presenta a la joven la resistencia que tenía y la deriva (p.157)
• No mucho después de comenzada la cura, la joven presentó una serie de sueños. Ellos anticipaban la cura de la
inversión por el tratamiento, expresaban su júbilo por las perspectivas de vida que ahora se le abrían, confesaban la
añoranza por el amor de un hombre y por tener hijos, y así, podían saludarse como feliz preparación para la mudanza
deseada. La contradicción respecto a sus contemporáneas exteriorizaciones de vigilia era harto grande. Freud le declaró
un día que no daba fe a estos sueños, que eran mendaces o hipócritas y ella tenía el propósito de engañarlo con solía
engañar al padre. Freud no andaba errado, los sueños de dicha clase cesaron tras ese esclarecimiento (p. 157-158)
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• Una vez que la enfrente con una pieza de la teoría, de particular importancia y que le tocaba de cerca, manifestó
con inimitable acento: “¡Ah! eso es muy pero muy interesante!. la impresión que daba su análisis se asemejaba a la de
un tratamiento hipnótico en que la resistencia se ha retirado hasta una determinada frontera donde después resulta
inexpugnable. En nuestra muchacha el factor afectivo de la venganza contra el padre posibilitó su fría reserva, lo que
descompuso el análisis en dos fases.(pag. 156)
Interpretaciones: ( si bien no se pedían en el trabajo nos pareció pertinente agregarlo porque ayuda a tener una mejor
comprensión del caso)
• el vínculo particularmente intenso con la última amada, la “dama” tenía otro fundamento que la muchacha
descubrió, sin trabajo cierto día. La silueta delgada, la belleza adusta y el carácter áspero de la dama le recordaron a su
propio hermano mayor que ella. Por consiguiente, el objeto en definitiva elegido no correspondía solo a su ideal de
mujer, sino también a su ideal de hombre; reunía la satisfacción de las dos orientaciones del deseo, la homosexual y la
heterosexual (pag.150)
• El análisis enseñó que la muchacha arrastraba de sus años de infancia un complejo de masculinidad muy
acentuado. De genio vivo y pendenciero, nada gustosa de que le relegase ese hermano algo mayor, desde aquella
inspección de genitales había desarrollado una potente envidia del pene cuyos retoños impregnaron más y más su
pensamiento (pág 161)... el examen del material que ahora emprendemos impone la conclusión de que preexistió una
homosexualidad innata que, como es habitual, solo se fijó y se exhibió sin disfraz en el periodo siguiente de la pubertad
(p. 162)
• La muchacha tenía pocas razones para sentir ternura de su madre, ya que ella misma la tomaba como una
competidora, la relegó tras los hermano, restringió su autonomía y vigiló que se mantenga alejada del padre. Frente a
esta desilusión, la muchacha se encontraba en fase del refrescamiento, en la pubertad, del complejo infantil de Edipo.
Se hizo consciente el deseo de un hijo varón que sea del padre y la réplica de él. Esto no sucedió, sino que la
“competidora odiada en lo icc, su madre” tuvo el hijo.
Sublevada y amargada dio la espalda al padre, y al varón en general. Tras ese primer gran fracaso, desestimó su
feminidad y procura otra colocación para su libido (p. 150-151)
• Ella se trasmudo en varón y tomó a la madre en el lugar del padre como objeto de amor. Y puesto que con la
madre real poco había que hacerle, de la transposición afectiva que hemos descrito resultó la busca de un sustituto del
cual pudiera prendarse con apasionada ternura (p.151)
• El análisis permitió reconocer que la dama amada era un sustituto de la madre (p.149)
• Al descubrir que su postura libidinal le resultaba desagradable al padre: ahora seguía siendo homosexual por un
desafío contra el padre ya que buscaba ofenderlo y vengarse de él (p.152)
-Fantasía: pulsión, síntoma. El síntoma en la transferencia: el sentido y la satisfacción sustitutiva.

*Freud . conferencia 17. El sentido de los síntomas


En las conferencias 16 y 17, Freud muestra porqué la teoría psicoanalítica afirma que los síntomas obsesivos, en
contraposición a la psiquiatría clásica, tienen un sentido que es preciso encontrar a través de su interpretación.
Breuer y Janet fueron algunos de los pioneros que creyeron que los síntomas neuróticos tenían un sentido, es decir que
eran manifestaciones del inconsciente. En esta conferencia Freud cita algunos ejemplos tomados de casos de neurosis
obsesivas.
A diferencia de la histeria, la neurosis obsesiva tiene síntomas netamente psíquicos, y no orgánicos o somáticos.
El neurótico obsesivo presenta tres síntomas básicos: a) tiene una idea (o representación) fija, generalmente absurda; b)
experimenta impulsos extraños a él; y c) realiza ciertos actos contra su voluntad y desprovistos de placer, actos que son
huidas de tentaciones sexuales o agresivas (como matar) y que adoptan la forma de rituales. Según cada enfermo,
podrá predominar la idea, el impulso o el acto.
El enfermo no puede suprimir la obsesión, pero sí puede desplazarla. Por ejemplo de la certeza pasa a la duda (y por ello
las polaridades se agudizan). La explicación que da la psiquiatría sobre los obsesivos es simplemente que se trata de
individuos "degenerados", explicación insatisfactoria y además peyorativa.
Freud cita entonces dos ejemplos clínicos de síntomas obsesivos, para ilustrar cómo es posible llegar a encontrar sus
sentidos.
CASO 1: Una paciente de 30 años tenía un acto obsesivo que repetía una y otra vez: corría hacia una habitación, se
ponía frente a una mesa, llamaba a su doncella y le daba una orden cualquiera (o ninguna) y luego la despedía,
volviendo la mujer a su propio cuarto.
Fue la misma paciente quien encontró sentido a su acto. Se trataba de una repetición de su noche de bodas donde su
marido, impotente, hizo varias tentativas yendo desde otra pieza a la habitación de casados, y después, para que la
criada no advirtiera la penosa situación, echó tinta roja en la cama. Efectivamente, en la mesa donde luego la paciente
se colocaba había una gran mancha roja: se había identificado con la conducta de su marido y la repetía siempre. Fue
'perfeccionando' la escena para rectificar la penosa experiencia real, y el sentido del acto obsesivo resultó que
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expresaba un deseo: "mi marido no tiene que avergonzarse ante nadie, pues él no es impotente". Al rehabilitar a su
marido, además, se obligaba a serle fiel y resistir otras tentaciones. De paso, también nadie sospechaba la causa real de
la separación.
CASO 2: Se trata de una bella e inteligente joven de 19 años, hija única. Todos tenemos ceremoniales antes de
acostarnos, pero podemos modificarlos si las circunstancias lo exigen (por ejemplo suprimirlos si tenemos mucho
sueño). Pero esta joven no: antes de acostarse sacaba primero de la pieza todo lo que pudiera hacer ruido (relojes,
jarrones que pudieran caerse, etc.). Pero paradójicamente también se aseguraba de tener la puerta entreabierta.
Además colocaba la almohada de determinado modo, ajustándola al milímetro. Como siempre dudaba de todo lo que
hacía, su ritual solía durar como una o dos horas.
A medida que fue enlazando el síntoma con recuerdos, el primero fue disminuyendo hasta desaparecer. Alejaba los
relojes pues su pulsación estaba vinculada con la pulsación de su clítoris, es decir con su excitación. Asimismo
relacionaba la posible caída de jarrones con la hemorragia de la primera relación sexual, ya que una vez se había
sangrado cuando se le cayó uno de esos objetos. De esta forma los ruidos y su evitación, no tenían nada que ver. Con la
obsesiva posición de la almohada buscaba separar a ésta (su madre) de la cabecera de la cama (su padre), vale decir
evitar la unión sexual de ambos debido a un intenso amor incestuoso hacia el padre. La puerta entreabierta le permitía
espiar a sus padres para controlarlos. Es así que en el conjunto de todo el ceremonial confluyen varias fantasías. El
sentido de dicho ritual era por un lado expresar sus deseos, pero también defenderse contra ellos.
Los casos 1 y 2 muestran que los síntomas, al igual que los actos fallidos y los sueños, poseen un sentido, que guarda
relación con la vida íntima del enfermo y con una situación del pasado. En las neurosis, por último, podemos encontrar:
a) síntomas típicos, que encuentran su sentido en situaciones pretéritas también típicas (por ejemplo la manía por la
limpieza), y b) síntomas individuales, propios de cada paciente, derivados de situaciones pretéritas y vivencias únicas y
personales.

*Conferencia 18° La fijación al trauma, lo inconsciente


Las dos pacientes nos hacen la impresión de estar fijadas a un fragmento determinado de su pasado; no se las arreglan
para emanciparse de él, y por ende están enajenadas del presente y del futuro. Están metidas ahí, dentro de su
enfermedad, como antaño era costumbre retirarse a un claustro para sobrellevar un aciago destino.
La primera paciente histérica de Breuer había quedado fijada, de manera similar, a la época en que cuidaba a su padre
gravemente enfermo. Después, y a pesar de su restablecimiento, en cierto aspecto permaneció segregada de la vida;
quedó, por cierto, sana y capaz de rendimiento, pero se apartó del destino normal en la mujer. En cada uno de nuestros
enfermos el análisis nos permite discernir que, dentro de los síntomas de su enfermedad y por las consecuencias que de
estos dimanan, se han quedado rezagados en cierto período de su pasado. Han escogido una fase muy temprana de la
vida, una época de su infancia y hasta, de su período de lactancia.
Las neurosis traumáticas no son, en su fondo, lo mismo que las neurosis espontáneas que indagamos analíticamente y
solemos tratar; Las neurosis traumáticas dan claros indicios de que tienen en su base una fijación al momento del
accidente traumático. Estos enfermos repiten regularmente en sus sueños la situación traumática. Es como si estos
enfermos no hubieran podido acabar con la situación traumática, como si ella se les enfrentara todavía a modo de una
tarea actual insoslayable y nosotros tomamos esta concepción al pie de la letra: nos enseña el camino hacia una
consideración, llamémosla económica, de los procesos anímicos. Más: la expresión «traumática» no tiene otro sentido
que ese, el económico. La aplicamos a una vivencia que en un breve lapso provoca en la vida anímica un exceso tal en la
intensidad de estímulo que su tramitación o finiquitación {Aufarbeitung} por las vías habituales y normales fracasa, de
donde por fuerza resultan trastornos duraderos para la economía energética.
Esta analogía no puede sino tentarnos a llamar traumáticas también a aquellas vivencias a las que nuestros neuróticos
aparecen fijados. Esto nos prometería brindarnos una condición simple para la contracción de neurosis. La neurosis
sería equiparable a una enfermedad traumática y nacería de la incapacidad de tramitar una vivencia teñida de un afecto
hiperintenso.
Toda neurosis contiene una fijación de esa índole, pero no toda fijación lleva a la neurosis, ni coincide con ella, ni se
produce a raíz de ella.
El sentido de los síntomas es desconocido para el enfermo, y el análisis muestra por lo regular que estos síntomas son
retoños de procesos inconscientes que, empero, bajo diversas condiciones favorables, pueden hacerse conscientes.
La posibilidad de dar a los síntomas neuróticos un sentido por medio de la interpretación analítica es una prueba
inconmovible de la existencia -o, si lo prefieren, de la necesidad de suponer la existencia- de procesos anímicos
inconscientes.
El sentido de los síntomas es por regla general inconsciente; pero no sólo eso: existe también una relación de
subrogación entre esta condición de inconsciente y la posibilidad de existencia de los síntomas, Pero, para que el
síntoma se produzca, es preciso también que ese sentido sea inconsciente.
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De procesos conscientes no se forman síntomas; tan pronto como los que son inconscientes devienen conscientes, el
síntoma tiene que desaparecer.
La formación de síntoma es un sustituto de algo diverso, que está interceptado.
El hallazgo de Breuer es todavía hoy la base de la terapia psicoanalítica. El enunciado según el cual los síntomas
desaparecen cuando se logra que se hagan conscientes sus precondiciones inconscientes fue corroborado por toda la
investigación ulterior, si bien después, cuando se ensayó su aplicación práctica, se tropezó con las más asombrosas e
inesperadas complicaciones. Nuestra terapia opera del siguiente modo: muda lo inconsciente en consciente; y sólo
produce efectos cuando es capaz de ejecutar esta mudanza.
La neurosis sería la consecuencia de una suerte de ignorancia, del no saber sobre unos procesos anímicos acerca de los
que uno debería saber. Al menos una parte del sentido inconsciente de los síntomas se tramitaría con facilidad de esa
manera; del otro sector, del nexo de los síntomas con las vivencias del paciente, el médico no puede colegir mucho, es
verdad: no conoce estas vivencias, tiene que esperar hasta que el enfermo se acuerde de ellas y se las cuente.
Los síntomas cesan tan pronto se sabe su sentido. Agreguemos, únicamente, que ese saber tiene que descansar en un
cambio interior del enfermo, tal como sólo se lo puede producir mediante un trabajo psíquico con una meta
determinada.
Lagunas del recuerdo o amnesias: la tarea del tratamiento psicoanalítico puede condensarse en esta fórmula: trasponer
en consciente todo lo inconsciente patógeno. Esa fórmula puede sustituirse también por esta otra: llenar todas las
lagunas del recuerdo del enfermo, cancelar sus amnesias. Se atribuye considerable importancia a las amnesias del
neurótico para la génesis de sus síntomas.
Tales deterioros de la capacidad de recordar son, como dijimos, característicos de la histeria; en esta se presentan, en
calidad de síntomas, estados (los ataques histéricos) que no suelen dejar en el recuerdo huella alguna. Si en la neurosis
obsesiva las cosas son diversas, ustedes podrían inferir que esas amnesias son un carácter psicológico de la alteración
histérica y no un rasgo universal de las neurosis. La importancia de esta diferencia quedará restringida por la siguiente
consideración. En el «sentido» de un síntoma conjugamos dos cosas: su «desde dónde» y su «hacia dónde» o «para
qué», es decir, las impresiones y vivencias de las que arranca, y los propósitos a que sirve. El «desde dónde» de un
síntoma se resuelve, pues, en impresiones venidas del exterior, que necesariamente fueron una vez conscientes y
después pueden haber pasado a ser inconscientes por olvido. El «para qué» del síntoma, su tendencia, es todas las
veces, empero, un proceso endopsíquico que puede haber devenido consciente al principio, pero también puede no
haber sido consciente nunca y haber permanecido desde siempre en el inconsciente.

*Freud pegan a un niño.


I
La representación- fantasía “pegan a un niño” es confesada con sorprendente frecuencia por personas que han acudido
al tratamiento analítico a causa de una histeria o de una neurosis obsesiva. Pero los casos pueden ser todavía más
numerosos: es probable que se le presente también a quienes, exentos de una enfermedad manifiesta, no se han visto
llevados a adoptar esa resolución.
A esta fantasía se anudan sentimientos placenteros en virtud de los cuales se la ha reproducido innumerables veces o se
la sigue reproduciendo. Abre paso a una satisfacción onanista, al comienzo por la propia voluntad de la persona, pero
luego también con carácter compulsivo y a pesar de su empeño contrario.
La confesión de esta fantasía sólo sobreviene con titubeos; el recuerdo de su primera aparición es inseguro, una
inequívoca resistencia sale al paso de su tratamiento analítico, y la vergüenza y el sentimiento de culpa quizá se
movilizan con mayor vigor en este caso que a raíz de parecidas comunicaciones sobre los comienzos recordados de la
vida sexual.
Las primeras fantasías de esta clase se cultivaron muy temprano, sin duda antes de la edad escolar, ya en el quinto y
sexto año. Pero cuando el niño co-presencia en la escuela como otros niños son azotados por el maestro, esa vivencia
vuelve a convocar aquellas fantasías si se habían adormecido, las refuerza si aún persistían, y modifica de manera
apreciable su contenido. A partir de entonces muchos niños, en número indeterminado son azotados. Las fantasías
habían estado presentes desde antes.
La actividad fantaseadora del propio niño empezaba a inventar profusamente situaciones e instituciones en que unos
niños eran azotados o recibían otra clase de castigos y correctivos a causa de su conducta dísicola y malas costumbres.
Puesto que la representación-fantasía “un niño es azotado” era investida en un acto de satisfacción autoerótica
placentera, cabía esperar que también contemplar como otro niño era azotado en la escuela hubiera sido una fuente de
parecido goce. Co-vivenciar escena reales de paliza en la escuela provocaba en el niño espectador una peculiar emoción,
probablemente una mezcla de sentimientos en la que la repulsa tenía participación considerable. El vivenciar objetivo
de las escenas de paliza se sentía como insoportable.
Al comienzo no fue posible decidir siquiera si el placer adherido a la fantasía de paliza debía caracterizarse como sádico
o como masoquista.
31

II
Una fantasía así que emerge en la temprana infancia quizá, a raíz de ocasiones casuales y que se retiene para la
satisfacción autoerótica, solo admite ser concebida como un rasgo primario de perversión. Uno de los componentes de
la función sexual se habría anticipado a los otros en el desarrollo, se habría vuelto autónomo de manera prematura,
fijándose luego y sustrayéndose por esta vía de los ulteriores procesos evolutivos. Una perversión de esta índole no
necesariamente dura toda la vida, más tarde puede caer bajo la represión, ser sustituida por una formación reactiva o
ser trasmudada por una sublimación. Si esto falta, la perversión se conserva en la madurez. Siempre que en el adulto
hallemos una aberración sexual tenemos derecho a esperar que la exploración anamnésica nos lleve a descubrir en la
infancia un suceso fijador de esa naturaleza.
III
Es en el periodo que abarca de los dos a los cuatro o cinco años cuando por vez primera los factores libidinosos
congénitos son despertados por las vivencias y ligados a ciertos complejos. Las fantasías de paliza sólo aparecen hacia el
fin de ese período o después de él. También sería posible que tuvieran una prehistoria, recorrieran un desarrollo y
correspondieran a un resultado final, no a una exteriorización inicial.
Esta fantasía presenta una historia evolutiva en cuyo desarrollo cambia su vínculo con la persona fantaseadora, su
objeto, contenido y significado.
1° fase de las fantasías de palizas en niñas tiene que corresponder a una época muy temprana de la infancia. En ellas
hay algo que permanece asombradamente indeterminable, como si fuera indiferente. La mezquina noticia que se
recibe de las pacientes en la primera comunicación, “pegan a un niño”, parece justificada para esa fantasía. No
obstante, hay otra cosa determinable con certeza y por cierto siempre en el mismo sentido. El niño azotado, en efecto,
nunca es el fantaseador; lo regular es que sea otro niño, casi siempre un hermanito, cuando lo hay. La fantasía no es
masoquista, sino sádica, pero no debe olvidarse que el niño fantaseador nunca es el que pega. La persona que pega, no
queda claro al comienzo. Solo puede comprobarse que no es otro niño, sino un adulto. Esta persona adulta
indeterminada se vuelve más tarde reconocible de manera clara y unívoca como el padre (de la niñita).
La primera fase de la fantasía de paliza se formula entonces acabadamente mediante el enunciado: “El padre pega al
niño”. Dejo traslucir mucho del contenido que luego pesquisaremos si digo “El padre pega al niño que yo odio”. Quizá se
trate más bien de recuerdos de esos hechos que uno ha presenciado, de deseos que surgen a raíz de diversas ocasiones;
pero estas dudas no tienen importancia alguna.
2° fase: Sigue pegando el padre, pero el niño deviene el fantaseador mismo, la fantasía se ha teñido de placer. “Yo soy
azotado por el padre”. Posee un carácter masoquista. No ha existido realmente, no es recordada ni puede devenir
consiente, es una construcción del análisis.
3° fase: esta fase se aproxima de nuevo a la primera. La persona que pega nunca es la del padre, o bien se la deja
indeterminada, como en la primera fase, o es investida de manera típica por un subrogante del padre (maestro). La
persona propia del niño fantaseador ya no sale a la luz de la fantasía de paliza. Si se les pregunta con insistencia, los
pacientes solo exteriorizan: “probablemente yo estoy mirando”. En lugar de solo un niño azotado, casi siempre están
presentes muchos niños. La fantasía es ahora la portadora de una excitación intensa, inequívocamente sexual, y como
tal procura la satisfacción onanista.
IV
Si uno prosigue el análisis a través de esas épocas tempranas en que se sitúa la fantasía de paliza y desde las cuales se la
recuerda, la niña se nos aparece enredada en las excitaciones de su complejo sexual.
La niña está fijada tiernamente al padre y posee una actitud de odio y competencia hacia la madre. Están los otros hijos,
de edad apenas mayor o menor, que a uno no le gustan por toda clase de razones, pero principalmente porque debe
compartir con ellos el amor de los padres, y a quienes, uno aparte de sí con toda la energía que la vida de los
sentimientos posee en esos años. Si hay un hermanito menor se lo desprecia además de odiarlo. Se comprende que ser
azotado, aunque no haga daño, significa una destitución de amor y una humillación. Es una representación agradable
que el padre azote a este niño odiado, sin que interese para nada q se haya visto que le pegaran precisamente a él. Esto
quiere decir “El padre no ama es ese otro niño, me ama solo a mí”.
Es evidente que la fantasía satisface los celos del niño y que depende de su vida amorosa, pero también recibe vigoroso
apoyo de sus intereses egoístas. Por eso es dudoso que se la pueda calificar de puramente “sexual”; pero tampoco nos
atrevemos a llamarla “sádica”.
En esta prematura elección de objeto del amor incestuoso, la vida sexual del niño alcanza evidentemente el estadio de
la organización genital.
La fantasía de la época del amor incestuoso había dicho: “el (el padre) me ama solo a mí, no al otro niño, a este le pega”.
La conciencia de culpa no sabe hallar castigo más duro que la inversión de este triunfo: “no, no te ama a ti, pues te
pega”. Entonces la fantasía de la segunda fase, la de ser uno mismo azotado por el padre, pasaría a ser la expresión
directa de la conciencia de culpa ante la cual ahora sucumbe el amor por el padre. La fantasía ha devenido masoquista:
32

en todos los casos es la conciencia de culpa el factor que trasmuda el sadismo en masoquismo. En estos niños se ve
particularmente facilitado un retroceso a la organización pregenital sádico- anal de la vida sexual.
La fantasía de la segunda fase, la de ser uno mismo azotado por el padre, permanece por regla general inconsciente,
probablemente a consecuencia de la intensidad de la represión.
Concebimos como una sustitución así a la fantasía notoria de paliza de la tercera fase, su configuración definitiva en que
el niño fantaseador sigue apareciendo a lo sumo como espectador, y el padre se conserva en la persona de un maestro
u otra autoridad. La fantasía, semejante ahora a la de la primera fase, parece haberse vuelto de nuevo hacia el sadismo.
V
La perversión es parte del proceso de desarrollo normal del niño; se refiere al amor incestuoso, al complejo de Edipo
que al ser quebrantado permanece como una secuela heredera de su carga libidinosa y poseedora de su conciencia de
culpa.
El complejo de Edipo es el núcleo de la neurosis y la sexualidad infantil, que culmina en él, es la condición efectiva, cuyos
restos son secuelas para la posterior enfermedad. La fantasía de paliza y otras fijaciones perversas son las cicatrices del
complejo tras su expiración como el complejo de inferioridad corresponde a la cicatriz narcisista.
El masoquismo no es una exteriorización pulsional primaria sino una reversión del sadismo hacia el Yo, por regresión del
objeto al Yo. Pulsiones de meta pasiva son dadas desde el comienzo, pero al masoquismo además de esto hay que
agregarle el carácter de displacer. El sadismo se muda en masoquismo bajo el influjo de la conciencia de culpa durante
la represión. Los efectos de ésta son: vuelve inconsciente el resultado de la organización genital; le provoca la regresión
al estadio sádico-anal (gracias a la endeblez de la organización genital); muda su sadismo en el masoquismo pasivo,
narcisista, porque a la conciencia de culpa le escandaliza tanto el sadismo como la elección incestuosa de objeto.
La tercera fase, de la fantasía de paliza suele cobrar como portadora de la excitación que esfuerza al onanismo.
VI
Los resultados hasta el momento: la fantasía de paliza de la niña pequeña recorre tres fases; de ellas, la primera y la
última se recuerdan como conscientes, mientras que la intermedia permanece inconsciente. Las dos conscientes
parecen sádicas; la intermedia – la inconsciente- es de indudable naturaleza masoquista; su contenido es ser azotado
por el padre, y a ella adhieren la carga libidinosa y la conciencia de culpa. En la primera y tercera fantasías, el niño
azotado es siempre otro; en la intermedia, sólo la persona propia; en la tercera –fase consciente- son, en la gran
mayoría de los casos, sólo varoncitos los azotados. La persona que pega es desde el comienzo el padre; luego, alguien
que hace sus veces, tomado de la serie paterna. La fantasía inconsciente de la fase intermedia tuvo originariamente
significado genital; surgió, por represión y regresión, del deseo incestuosos de ser amado por el padre. Dentro de una
conexión al parecer más laxa viene al caso el hecho de que las niñas, entre la segunda y la tercera fases, cambian de vía
su sexo, fantaseándose como varoncitos.
En la niña la segunda fase surge por represión y regresión del deseo incestuoso de ser amado por el padre. Entre la
segunda y la tercera cambian de vía su sexo, por un deseo a ser varoncito. En el niño la madre remplaza al padre, y la
segunda fase podría devenir consciente. La fantasía susceptible de conciencia cuyo contenido es ser azotado por la
madre no es primaria, sino lo es ser azotado por el padre. La fantasía notoria de ser azotado por la madre corresponde a
la tercera fase. El ser azotado es un ser amado en el sentido genital el cual se degrada vía regresión. Entonces la fantasía
inconsciente no es “Soy azotado por el padre” sino “Soy amado por el padre” que ha sido transmudada en la fantasía
consciente “Soy azotado por la madre”.
La fantasía en el varón es al comienzo pasiva nacida de una actitud femenina hacia el padre. En ambos niña y niño la
fantasía de paliza deriva de la ligazón incestuosa con el padre. En la niña la fantasía masoquista inconsciente (fase 2)
parte de la postura edípica normal, en el niño (fase 1) de la trastornada, que toma al padre como objeto de amor. En la
niña hay una fase anterior en que la acción recae sobre a quién se odia por celos lo cual falta en el varón. En el paso a la
fantasía consciente la niña (la fase 3) retiene al padre y cambia a la persona azotada; el varón (fase 2) cambia la persona
del padre a la madre y sigue siendo él mismo el azotado. En la niña la situación originariamente masoquista (fase 2) es
sustituida por una sádica tras la represión; en el varón sigue siendo masoquista. Se sustrae de su homosexualidad
reprimiendo y refundiendo la fantasía inconsciente. La niña se fantasea varón sin volverse varonilmente activa y sólo
presencia el acto como espectadora.
Todo lo reprimido y sustituido sigue siendo inconsciente y eficaz; la regresión modifica las constelaciones inconscientes
de modo que no se conservaría la fantasía pasiva de ser amado por el padre, sino la masoquista, de ser azotado por él.
El muchacho se siente mujer en su fantasía consciente y dota a las mujeres azotadoras propiedades masculinas; la niña
ha resignado su sexo no se suelta del padre y puesto que ha devenido muchacho, hace que sean ellos los azotados.
-Fantasía: articulación con el síntoma en los historiales.

Grinbaum “un buceo por el fantasma”. 3282.


Fantasía y fantasma en la obra de Freud Y lacan significan lo mismo, son meros síntomas de traducción.
JUNG contra FREUD
33

Jung decía que si en un análisis aparecen fantasías sexuales es porque se proyecta hacia la infancia la sexualidad del
adulto: proyección retrospectiva. De esa manera se recubre la verdadera fuente del conflicto que es actual.
Freud acentúa un movimiento progresivo: en la infancia hubo sexualidad y esta fue eficaz. Hay una determinación del
presente por el pasado a la que llama causalidad efectiva o efecto retardado. Es decir, para Freud hay sexualidad infantil
y esta es determinante. Sus efectos son los síntomas. El autor, quiere demostrar el valor de causa de la sexualidad
infantil. Que el sujeto recuerde la escena primaria que era la prueba para Jung.
Freud con el hombre de los lobos quiere demostrar que hubo un acontecimiento “real” y eficaz, para lo cual quiere que
recuerde. Pero aquello con que Freud se encuentra y le sorprende es que no logra hacerle recordar al hombre de los
lobos la escena primaria, escena que descubre después del relato del sueño. Si es una fantasía, no puede ser eficaz. Para
que esta escena sea “real”, debe recordarse.
Freud se encuentra con un límite al recuerdo, un agujero en el saber y trata de inventar algo, forzarlo para que
recuerde. Una de las formas es fijar un plazo al análisis.
Freud se da cuenta que no todo puede ser recordado, porque el limite al recuerdo es del orden de la estructura. Algo se
excluye del registro de la memoria.
Un límite: el fantasma
Frente a este límite Freud ha hecho dos cosas:
Conceptualizo el límite como represión primaria, aquello que no sigue las vías del retorno de lo reprimido, lo
irrecuperable. A este punto irreductible Lacan lo llamo real, aquello que no puede ser simbolizado.
Fantasías originarias: El análisis del hombre de los lobos le enseña a Freud que la elaboración de la sexualidad comporta
un límite y este límite se reencuentra en el análisis, pero no a modo de recuerdo sino como fantasías originarias, aquí se
conceptualiza la construcción.
El fantasma se construye
La escena primaria. No es recordada sino construida, es una fantasía pero no por eso le quita carácter sexual, ni
localización infantil ni eficacia traumática. Va a ser fantasía sexual infantil y eficaz. Así como Freud, renuncia a darle
realidad a la escena primaria pero a cambio le concede la verdad.
En “Fantasías histéricas y su relación con la bisexualidad” va a decir que el síntoma es la realización de una fantasía
inconsciente. Es decir que la fantasía inconsciente es de naturaleza sexual.
La fantasía inconsciente mantiene un vínculo muy importante con la vida sexual del sujeto ya que justamente esta
fantasía, es idéntica a la fantasía que le sirvió para su satisfacción sexual durante un periodo de masturbación, pero
cuando la persona renuncia a esta clase de satisfacción onanista y fantaseada, de consiente que era, pasa a ser
inconsciente, es decir, se reprime. Freud también va a decir, que no todas las fantasías fueron primero consientes y
luego cayeron bajo la represión, sino que hubo fantasías inconscientes que se formaron en el inconsciente y han sido
siempre inconscientes.
Primero hubo onanismo, luego se conectó con fantasías (que son secundarias) y encubren el autoerotismo.
Del trauma al autoerotismo
Lo que queda como causación de la neurosis es el autoerotismo, recubierto con fantasías. Dichas fantasías tienen
realidad psíquica. Freud le da al autoerotismo el lugar que antes tenía el trauma, no se trata de una sustitución. Este
lugar del trauma es retomado por las fantasías originarias, a lo que Freud le da el nombre de nódulo.
Pero Freud no renuncia a lo traumático de la sexualidad, aquello que tiene que ver con el destiempo, con el
desencuentro temporal, con el hecho de que la sexualidad aparece antes que el organismo esté preparado para
habitarla.
Una vez bajadas las resistencias, esta fantasía confiesa.
El axioma fantasmático
Freud divide esta fantasía en tres fases: 1) el padre pega al niño, odiado por mí, 2) yo soy azotado por mi padre, 3) Igual
que la primera, pero el que pega no es el padre sino un subrogado (el maestro) y el niño es reemplazado por niños.
A esta Freud le quita estatuto de fantasía. No hay goce sexual. Se la puede pensar en torno a la rivalidad.
Es la que Freud, va a situar como la fundamental. El ser pegado por el padre tiene dos funciones:
Castigo, castración, por los deseos incestuosos
Satisface el amor al padre, el amor al padre es reprimido y sustituido por ser pegado.
La castración aparece bajo la forma de ser pegado. Esta fase sí, es sexual. El ser pegado es una conjunción de la
conciencia de culpa con el erotismo. El padre esta imaginzariado como perverso. La fantasía siempre es perversa en el
neurótico y además es masoquista: el sujeto es objeto de goce del Otro. De esta manera el neurótico se asegura un
lugar Otro. “Soy en tanto pegado, en tanto me pega soy”.
La fantasía para Lacan va a tener esta doble vertiente, pone en juego la castración, al tiempo que la vela. Es la fantasía
que se construye en análisis. Es una frase gramatical.
34

El sujeto desaparece del lugar de objeto. Esta como espectador. Freud sitúa la actividad onanista. El sujeto goza
sádicamente de la visión del padre pegando a otros chicos. Esta es la manera como esta fantasía puede aparecer en la
conciencia. Cuya confesión no es sin vergüenza ni dificultad.
Freud renuncia a darle realidad a esta escena primaria, pero a cambio le da verdad. Le concede verdad histórica y
eficacia, más que verdad historia dice, verdad prehistórica. No puede ser recordada sino construida. Se construye lo no
recordado, el agujero que hay en el recuerdo.
Freud va a decir que las fantasías son el elemento necesario indispensable de la neurosis, enuncia 3: seducción (sujeto
es inducido sexualmente), castración (separación, límite del goce incestuoso) y la escena primaria (sitúa presenciar el
origen de los niños, estar excluido del goce de los padres).
Resumiendo
Freud va del trauma a la fantasía, en ella hace el intento de encontrar el núcleo traumático. Lo ubica en el lugar de la
verdad histórica, del saber de la especie, de la filogénesis. Lo simbólico para Lacan.
En el núcleo de la fantasía podemos encontrar la pulsión o el autoerotismo soldado de la pulsión. Las fantasías originales
serian una cicatriz de la ausencia de saber sobre el sexo. Inscribe la marca de esa imposibilidad, de saber sobre la
castración.
Un análisis no conduce a llenar lagunas del recuerdo mediante la reconstrucción, conduce a no saber todo, a un saber
sobre la falta, sobre los límites del saber.

Unidad 5
-Intervenciones. Construcción e interpretación ¿reconducir al pasado? Historización: ubicaciones repeticiones y
discontinuas.
*Freud construcciones en el análisis.
I
El propósito del trabajo analítico es mover al paciente para que vuelva a cancelar las represiones de su
desarrollo temprano y las sustituya por unas reacciones como las que corresponderían a un estado de madurez psíquica.
A tal fin debe volver a recordar ciertas vivencias, así como las mociones de afecto por ellas provocadas, que están por el
momento olvidadas en él. Sabemos que sus síntomas e inhibiciones presentes son las consecuencias de esas
represiones, el sustituto de eso olvidado.
El analizado debe ser movido a recordar algo vivenciado y reprimido por él, y las condiciones dinámicas de este
proceso son tan interesantes que la otra pieza del trabajo, la operación del analista, pasa en cambio a un segundo plano.
El analista no ha vivenciado ni reprimido nada de lo que interesa, su tarea no puede ser recordar algo ¿En qué consiste
su tarea? Tiene que colegir lo olvidado desde los indicios que esto ha dejado tras sí, mejor dicho tiene que construirlo.
Construir mediante el completamiento y ensambladura de los restos conservados.
II
El analista da cima a una pieza de construcción, y la comunica al analizado para que ejerza efecto sobre él, luego
construye otra pieza a partir del nuevo material que afluye, procede con ella de la misma manera, y en esta alternancia
sigue hasta el final. Se habla de construcción, que es mucho más apropiada como designación. Interpretación se refiere
a lo que uno emprende con un elemento singular del material: una ocurrencia una operación fallida. Es construcción
que al analizado se le presente una pieza de su prehistoria olvidada.
En modo alguno estamos inclinados a descuidar los indicios que derivan de la reacción del paciente a la
comunicación de una de nuestras construcciones. Es correcto que no aceptemos como de pleno valor un “No” del
analizado, pero tampoco otorgamos validez al “Sí”; es totalmente injustificado culparnos de reinterpretar en todos los
casos su manifestación como una corroboración. En la realidad las cosas no son tan simples.
El “Si” directo del analizado es multívoco. Puede en efecto indicar que reconoce la construcción oída como
correcta, pero también puede carecer de significado, o ser hipócrita. Este “Si” solo posee valor cuando es seguido por
corroboraciones indirectas cuando el paciente produce acoplados inmediatamente a su construcción. Solo en este caso
reconocemos al “Sí” cono la tramitación cabal del punto en cuestión.
El “No” del analizado es igualmente multívoco y todavía menos utilizable que su “Si”. Por tanto, el “No” del
paciente no prueba nada respecto de la justeza de la construcción pero se concilia muy bien con esta posibilidad. Como
toda construcción de esta índole es incompleta, apresa sólo un pequeño fragmento del acaecer olvidado, tenemos
siempre la libertad de suponer que el analizado no desconoce propiamente lo que se le comunico, sino que su
contradicción viene legitimada por el fragmento todavía no descubierto. Por regla general, sólo exterioriza su
aquiescencia cuando se haya enterado de la verdad integra, y esta suele ser bastante extensa. La única interpretación
segura de su “No” es, por ende, que aquella que no es integral; la construcción, ciertamente, no se lo ha dicho todo.
De las exteriorizaciones directas del paciente después que uno le comunicó una construcción, son pocos los
puntos de apoyo que pueden obtenerse para saber si uno ha colegido recta o equivocadamente.
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A modo de síntesis, podemos establecer que no merecemos el reproche de desdeñar la posición que el
analizado adopte ante nuestras construcciones. La tomamos en cuenta y a menudo extraemos de ellas valiosos puntos
de apoyo. Pero estas reacciones del paciente son las más de las veces multívocas y no consienten una decisión
definitiva. Sólo la continuación del análisis puede decidir si nuestra construcción es correcta o inviable. Y a cada
construcción la consideramos apenas una conjetura, que aguarda a ser examinada, confirmada o desestimada. No
reclamamos para ella ninguna autoridad, no demandamos del paciente un asentimiento inmediato, no discutimos con él
cuando al comienzo la contradice.
III
El camino que parte de la construcción del analista debía culminar en el recuerdo del analizado; ahora bien, no
siempre lleva tan lejos. Con harta frecuencia, no consigue llevar al paciente hasta el recuerdo de lo reprimido. En lugar
de ello, si el análisis ha sido ejecutado de manera correcta, uno alcanza en él una convicción cierta sobre la verdad de la
construcción, que en lo terapéutico rinde lo mismo que un recuerdo recuperado. Bajo qué condiciones acontece esto, y
cómo es posible que un sustituto al parecer no integral produzca, no obstante, todo el efecto.
En algunos análisis note en los analizados un fenómeno sorprendente, e incomprensible a primera vista, tras
comunicarles una construcción a todas luces certera. Les acudían unos vividos recuerdos, sin embargo, no recordaban el
episodio que era el contenido de la construcción, sino detalles próximos a ese contenido.
EI pulsión emergente de lo reprimido, puesto en actividad por la presentación de la construcción, ha intentado
llevar las huellas mnémicas importantes a la conciencia; pero una resistencia ha logrado, no por cierto detener este
movimiento, pero sí desplazarlo a objetos adyacentes de importancia menor.
Tal vez pueda ser una característica general de las alucinaciones a la que hasta ahora no se le ha concedido
atención suficiente que en ellas reaparezca algo experimentado en la infancia y luego olvidado, algo que el niño ha visto
u oído en una época en que apenas sabía hablar y que ahora esfuerza su ascenso a la conciencia, probablemente
desfigurado y desplazado por la intervención de fuerzas que se oponen a su retorno.
Su esencia es que no sólo hay método en la locura, sino también un fragmento de verdad histórica; lo cual nos
lleva a suponer que la creencia compulsiva que halla el delirio cobra su fuerza, justamente, de esa fuente infantil.
Debería abandonarse el vano esfuerzo de convencer al paciente del error de sus delirios y de su contradicción con la
realidad, y, por el contrario, el reconocimiento de su núcleo de verdad proporcionaría una base común sobre la cual
podría desarrollarse el trabajo terapéutico. Este trabajo consistiría en liberar el fragmento de verdad histórica de sus
distorsiones y sus relaciones con el presente y hacerlo remontar al momento del pasado al cual pertenece.
Los delirios de los pacientes se aparecen como los equivalentes de las construcciones que edificamos en el curso
de un tratamiento psicoanalítico: intentos de explicación y de curación, aunque es verdad que en las condiciones de una
psicosis no puedan hacer más que sustituir el fragmento de realidad que está siendo negado en el presente por otro
fragmento que ya fue rechazado en remoto pasado. Será la tarea de cada investigación individual revelar las conexiones
íntimas entre el material del rechazo presente y el de la represión primitiva. Los que están sujetos a delirios sufren por
sus propias reminiscencias. Con esta breve fórmula intento discutir la complejidad de los orígenes de la enfermedad o
excluir la intervención de muchos otros factores.
Si consideramos a la humanidad también ella ha desarrollado formaciones delirantes inasequibles a la crítica
lógica y contradicen la realidad afectiva. Si, no obstante, han podido exteriorizar un poder tan extraordinario sobre los
hombres, la indagación lleva a la misma conclusión que en el caso del individuo: deben su poder a su peso de verdad
histórico-vivencial, que ellas han recogido de la represión de épocas primordiales olvidadas.

*López, “hacer consciente lo inconsciente”.


Según López, Freud a dejado un valioso testimonio acerca del sentido que debemos otorgar a su sentencia “hacer
consciente lo inconsciente”. Para Freud, consiste en un momento lógico previo a la interpretación de un material
inconsciente. Najo la apariencia de entrar en el juego de su paciente, Freud le hace “morder el anzuelo” de la palabra,
alimentado el discurso justo allí donde la transferencia imaginaria lo había detenido. No es trabajando contra la
resistencia, sino trabajando con la resistencia, utilizándola en su favor, el modo como Freud resuelve el progreso de un
análisis.
La operación que los analistas suponían realizar era la de llevar a la conciencia del paciente su propio inconsciente en
tanto contenido reprimido.
Freud sabe que hacer consciente lo inconsciente es imposible, y que solo haciendo hablar, esto es interpolando
elementos verbales, podrá decirse, por sustitución y solo a medias, la verdad indecible del inconsciente.
En Freud “hacer cc lo incc” se refiere solo a un uso estratégico del discurso teórico, que obliga al paciente a poner en
juego sus fantasías particulares, a seguir poniendo en palabra.
En el texto, López refiere en este texto “Hacer cc lo incc” a dos notas al pie del historial del hombre de los lobos que
considera han sido pasadas por alto u olvidadas: “Lo desconcertante de estas dos notas casi perdidas en el texto
consiste en que van en un sentido exactamente contrario a la desmesurada importancia que la literatura psicoanalítica
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posterior concedió al lema “hacer consciente lo inconsciente” al punto de elevarlo a la categoría de principio y
fundamento de la técnica. Quizá nunca se hayan leído estas notas. Lo cierto es que lo que se entendió por hacer
consciente lo inconsciente" nada tiene que ver con el sentido que le otorga Freud, ni con el reducido lugar donde lo
ubica como sutileza auxiliar y preparatoria del análisis.”
Estas notas hacen referencia a las discusiones teóricas analista paciente, Freud no repara contra estas resistencias, sino
que se propone trabajar con ellas. Su intención es que el paciente siga poniendo en palabras en palabras de López
“alimentando el discurso justo allí donde la transferencia imaginaria lo había detenido”.
López plantea que en Freud "hacer consciente lo inconsciente" se refiere a un uso estratégico del discurso teórico, que
obliga al paciente a poner en juego sus fantasías particulares. No es posible hacer consciente lo inconsciente, pero en la
puesta en palabras, a la que el psicoanálisis apunta, algo de la verdad del incc podrá decirse por sustitución.

*Lombardi “la función primaria de la interpretación”.


Freud aconsejo esperar el fornecimiento de a transferencia antes de interpretar. Una transferencia operativa, un
Rapport eh regla. Esa prudencia encuentra en la práctica analítica su justificación: hay un tempo para la interpretación,
no es conveniente interpretar demasiado pronto.
Según Lombardi en el comienzo del análisis la transferencia no se estable sin la interpretación, es necesario explicar por
qué, ya que, si se entiende, se entenderá la función de la interpretación en las primeras entrevistas. Ante esto,
Lombardi plante que la interpretación es condición de la transferencia, y con esto plante que no alienta a interpretar en
los pasillos, sino a la interpretación que hace el analista que, por su propio recorrido de análisis, ha accedido a esa
posición en la que se autoriza de sí mismo. Busca situar el punto genuino en que el deseo del analista opera
efectivamente en la interpretación ya en su primer encuentro con el sujeto, que no necesariamente se produce en la
primera entrevista.
Los efectos de la interpretación de Freud que anteceden al desarrollo pleno de la transferencia son, introducir la división
del sujeto en el entendimiento de la cura. La interpretación revela, o tal vez produce la división del sujeto. El
desciframiento en que consiste la interpretación introduce al sujeto dividido entre los significantes de la asociación. Y
eso en la medida en que la interpretación no es una demanda, sino un decir que expresa un deseo que se diferencia de
la demanda.
La interpretación lleva otro efecto, que alivia esa angustia. Es la suposición de saber, que es el nombre estructural,
lacaniano, de lo que Freud llamo transferencia. El SSS, es la ficción que encubre que el vínculo analítico no es mas que
un lazo entre el analista como deseo- no saber, sino deseo- y el sujeto dividido. La ficción del SSS consiste en que el
analista, con su deseo articulado en el decir a medias de la interpretación, puede dar un sentido a algo que para el
sujeto no lo tenía. El deseo del analista articulado en la interpretación activa el sentimiento de que en alguna parte se
sabe sobre la significación del significante del síntoma.
Según Lombardi; la interpretación dispara la transferencia, la provoca. La transferencia es efecto de la interpretación. Lo
importante de eso para el análisis no es tanto la transferencia en su misma como vínculo afectivo. Lo importante es que,
como efecto de la interpretación, el síntoma pregunta. El síntoma se decide a ceder parte de su capital de goce, por
amor al deseo que viene del analista.
Lo fundamental es que la interpretación no debe ser una demanda, “la mitad de una demanda”. La demanda es un decir
que se distribuye entre dos niveles, enunciado y enunciación. Una demanda siempre recubre ambos, aunque el novel
del enunciado en general oculta el de la enunciación. La interpretación, en cambio, es la mitad de eso. Según lacan la
interpretación es un enunciado sin el contexto de enunciación, o una enunciación de la que se desconoce el enunciado.
Es por se una demanda rota la interpretación es la más eficaz innovación de lo enigmático e incomprensible del deseo-
invocación que es la función primaria de la interpretación.
Hablar de la eficacia de la interpretación analítica antes de que la transferencia se estabilice, es avanzar un paso en la
consideración de lo que el análisis tiene de más operativo en la relación del sujeto con lo real, esa relación que la
transferencia ha de velar por la indeterminación que introduce del lado del sujeto. Lombardi plantea que la función
primaria de la interpretación, es la de hacer presente en el decir el deseo, eso no es ficción, sino lo que el discurso
analítico introduce en lo real ya desde antes de la gestación de esa ficción que el análisis favorece.
-Dificultades en la cura. Trastornos con predominio de actuación. Los nuevos caminos, las interrupciones. Acting out y
pasaje al acto.

*Muñoz, la invención lacaniana del pasaje al acto.


Abunda en la literatura analítica de nuestros tiempos la referencia al "campo de las patologías actuales" como si pudiera
reconocerse allí un campo unificado cuya delimitación precisa nos orientaría respecto de nuestro proceder en la
práctica clínica. Suele caracterizárselo enfatizando la condición de posible riesgo que conllevan estas patologías, ya sea
para el mismo paciente corno para su entorno. También se fundamenta su agrupación por las dificultades que traen
aparejadas por la peculiar modalidad de presentación a la consulta, por tratarse de pacientes que se presentan en
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posición de objeto y se muestran refractarios a la palabra. Con esta argumentación se propone que constituyen un
desafío para el psicoanálisis, pues operan con una modalidad resistencial no sólo que dificulta la dirección de la cura
sino que obstaculiza la instalación de la transferencia misma.
Esta categoría es sumamente inespecífica pues no avanza en nada respecto de la díada acting out-pasaje al acto, con la
que Lacan da cuenta de estos fenómenos. En ese sentido, estas patologías no tienen nada de actuales. Es cierto que
podernos reconocer en nuestros tiempos presentaciones clínicas que no se encontraban en los tiempos de la creación
del psicoanálisis, así como Lacan ha llegado a afirmar que las histéricas de hoy día son muy diferentes a las de la época
de Freud.
Estas denominadas "nuevas formas" del pasaje al acto y el acting out (toxicomanías, anorexias y bulimias, depresiones,
ataques de pánico, etc.) no constituyen estructuras en sí mismas, se ordenan en el marco de las estructuras clínicas
freudianas.
Cuando se destaca el rechazo del Otro en el pasaje al acto, suele afirmarse que eso deja al analista inerme, sin saber qué
hacer y sumido en la impotencia. Se trata de fenómenos que, en la medida en que no se estructuran como las
formaciones del icc, no son accesibles por medio de la interpretación analítica, definida clásicamente como
desciframiento y traducción.
LA BRÚJULA DEL DESEO
Lacan construye los conceptos de acting out y pasaje al acto, sobre la base de la nueva relación que establece entre el
sujeto y el objeto, y que se expresa en la estructura del fantasma. El objeto a es un efecto de la estructura del lenguaje -
como el efecto sujeto pero radicalmente diferentes entre sí- en cuanto resto irreductible a los significantes del Otro.
Ambas modalidades de relación del sujeto con el objeto permiten reconocer que el acting out y el pasaje al acto
enfatizan dos dimensiones del objeto a:
 el pasaje al acto nos muestra el objeto en su cara real: a, desenmarcado de toda la escena
 el acting out nos lo muestra en una escena que respecto de esa dimensión real opera como un velamiento
imaginario: i(a).
Esta diferencia se entrama con otros dos distingos que establece Lacan: la distinción entre deseo y demanda, y la
distinción sujeto y Otro. Esto nos lleva a oponer la demanda del Otro al deseo del Otro. La primera, lo que el Otro pide
con palabras, sus significantes; el segundo, lo que escapa a la cadena significante aunque se encuentre articulado con la
demanda, en la medida en que Lacan entiende el deseo como aquello que nunca puede ser alcanzado por el
significante, su cara real: "La incompatibilidad del deseo con la palabra". En este sentido, el deseo del Otro se presenta
ineludiblemente como enigma, la demanda no, pues se identifica con ciertos significantes que el Otro ha usado. En
consecuencia, deben distinguirse dos demandas: la del Otro al sujeto (demanda del Otro) y la del sujeto al Otro
(demanda al Otro).
La relación del sujeto con el otro tiene dos vertientes, una imaginaria (la relación con el otro, semejante) y una simbólica
(la relación con el Otro en tanto lugar de la palabra) que se representan gráficamente en el esquema lambda. Con estos
elementos conceptuales Lacan distingue el deseo de la demanda. La intrusión del significante impone al sujeto que para
satisfacer sus necesidades debe dirigirse al otro con un pedido que no puede formularse sino con significantes que ya
están en el Otro, es decir demandarle (la célula elemental del grafo). En esto consiste la radical dependencia del Otro
del sujeto, en la medida en que ese Otro, por puro capricho, puede no responder, o puede responder aceptando o
rechazando el pedido. La omnipotencia del Otro, entonces, es decisiva porque de allí en adelante queda abierta la
brecha por la cual además que cada demanda puede ser satisfecha o no, el sujeto, más allá de lo que demande,
demanda la buena disposición del Otro. Es lo que Lacan definió como la demanda de amor que existe en el fondo de
toda demanda.
Simultáneamente, los significantes nunca coinciden con la singularidad de una necesidad. Razón por la cual ella es
estructuralmente insatisfecha, imposible de satisfacer. Así, surge el deseo como el intento de recuperar aquello que de
la necesidad, al pasar por la demanda ha quedado perdido. El deseo es incompatible con el significante, éste no lo
alcanza, el deseo lo excede; por ello Lacan lo ubica en el grafo, destacando su estructura intervalar, localizandolo entre
los dos niveles de la demanda. Pues el deseo está más allá de cada demanda particular (es lo singular que escapa a la
demanda), pero más cerca de la demanda de amor.
Sobre estas distinciones se ordenan los objetos de las pulsiones parciales (en términos freudianos), que se continúan y
completan con las diversas formas del objeto a que Lacan deslinda de su enseñanza: a los objetos oral, anal y genital se
suman los objetos que Lacan introduce: la mirada y la voz. Este esquema ordena la función del a en tanto ligado a la
constitución del sujeto en el lugar del Otro:
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Mientras que los objetos oral y anal son los objetos de la demanda, los objetos voz y mirada son objetos del deseo, en
tanto no son demandables con palabras. El objeto oral es el de la demanda al Otro, es el objeto que está implicado en el
pedido del sujeto al Otro. El objeto anal, es el de la demanda del Otro, pues es el objeto que el Otro pide al sujeto. El
objeto voz, es el objeto del deseo del Otro, el objeto mirada, el del deseo al Otro.
En este sentido, el acting out, definido como mostración dirigida al Otro, constituye una de las formas en las que lo
escópico tiene lugar: algo del “dar a ver” allí se pone en juego convocando al Otro. Es una apelación al Otro del deseo,
un deseo dirigido al Otro.
Cuando hay identificación y caída del sujeto en tanto objeto en el pasaje al acto, lo que cae es la mirada que sostiene el
deseo. Se verifica en la joven homosexual donde la ruptura que introduce el pasaje al acto implica la destitución de la
mirada. Por eso allí no leemos el llamado al Otro. Pero cuando el objeto cae, no lo hace como objeto del deseo sino que
cae como objeto de la demanda, precisamente como objeto anal: mierda, desecho. La muchacha es “deyectada”,
arrojada como un resto, una deyección, defecación. Es decir, que en la salida del acting out por la vía del pasaje al acto
se produce un giro que va del deseo al Otro al objeto de la demanda del Otro. Sustrayéndose de la escena, el sujeto
como objeto se arranca del Otro, encarna el objeto de la demanda del Otro. Se trata de una brusca reducción del deseo
a la deyección del Otro.
Debemos distinguir esta identificación con el objeto de la demanda del Otro, de aquellos casos en los que el pasaje al
acto se presenta como reducción extrema del deseo a la nada, que puede culminar en la mortificación subjetiva e
inapelable, la que se produce por el hecho de mortificar el cuerpo mismo, la muerte del sujeto que se sigue de la
nadificación del cuerpo biológico.
LA OPOSICIÓN ACTING OUT - PASAJE AL ACTO EN LA EXPERIENCIA
Lacan destaca la importancia de tomar en cuenta lo simbólico en la interpretación psicoanalítica y la acción de la
transferencia en la experiencia del psicoanálisis. Allí afirma: "La palabra plena es la que apunta, la que forma la verdad
tal y como ella se establece en el reconocimiento del uno por el otro. La palabra plena es la palabra que hace acto. Tras
su emergencia uno de los sujetos ya no es el que era antes". Así, enlaza el valor de corte entre un antes y un después de
la acción humana, como característica compartida con el registro de la palabra en tanto que plena, con el valor de acto
implícito en el orden del significante mismo. Por eso, sugiere tomar los sueños producidos en el transcurso de una cura,
y por ello dirigidos al analista, como modelos para aclarar la significación propia del término acting out. "Si hablé de
automatismo de repetición, si hablé de él esencialmente a propósito del lenguaje, es porque toda acción en la sesión,
acting out o acting in, está incluida en un contexto de palabra. Se califica como acting-out cualquier cosa que ocurra en
el tratamiento. Y no sin razón. Si muchos sujetos se precipitan durante el análisis a realizar múltiples y variadas acciones
eróticas, como, por ejemplo, casarse; evidentemente es por acting-out. Si actúan lo hacen dirigiéndose a su analista. Por
ello es preciso hacer un análisis del acting out y hacer un análisis de la transferencia, es decir, encontrar en un acto su
sentido de palabra. Ya que se trata para el sujeto de hacerse reconocer, un acto es una palabra." El acting es una acción
dada en un contexto de palabra pero que no conlleva asociaciones significantes. Es una acción que se presenta pero que
no se representa. Algo que allí busca ser reconocido. Freud plantea el concepto de agieren, que implica la actuación en
lo real de lo que no se verbaliza. De allí que Lacan indique que se trata de encontrar en un acto su sentido de palabra,
pues él está en lugar de ella.
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Lacan señala que en los análisis que se prolongan un tiempo desaparecen las enfermedades, incluso las más breves y
comunes como resfríos/gripes. Pero cuando ocurren se las atribuye al análisis: "Tienen razón, es un acting out, por lo
tanto se dirige al Otro, y si está en análisis se dirige al analista. Si él ha ocupado este lugar, peor para él. Tiene de todos
modos la responsabilidad que corresponde al lugar que él aceptó ocupar" . Es decir, tiene que responder. No cabe duda
de que esto introduce una dimensión ética, en tanto atañe a los actos y no a los pensamientos, en la medida en que las
acciones son pasibles de ser juzgadas. En ese sentido, el acting out es una demanda de simbolización dirigida al Otro que
el analista no puede desoír, mientras que el pasaje al acto es una acción no simbolizable que no demanda nada al Otro,
más bien indica su rechazo, y ante la cual, paradójicamente, también ha de haber respuesta.
Diversas fenomenologías: la presentación clínica del acting out, en tanto acción relatada a repetición y enmarcada en
una escena con contexto de palabra, a modo de un guion, supone un sostenimiento, una duración en el transcurso de
un determinado lapso; mientras que en el pasaje al acto se trata no de la perduración de una escena, sino de su ruptura,
y se presenta como algo abrupto, veloz y drástico. El 1ero subsiste un tiempo en su continuidad, el 2do se distingue por
la temporalidad del instante.
Metáfora de la canilla de agua (Lacan): “El no poder hacer algo con él (el objeto), al igual que el no saber, quedan aquí
suficientemente indicados y en su distinción. ¿Qué es síntoma? Que el grifo pierde. El pasaje al acto es abrirlo; pero
abrirlo sin saber lo que hace. Se produce algo donde se libera una causa por medios que no tienen nada que ver con
ella. En cuanto al acting out, no es el hecho de abrir el grifo, es simplemente la presencia o no del chorro. El acting out
es el chorro, lo que se produce siempre como un hecho proveniente de un lugar distinto que la causa sobre la que se
acaba de actuar”. La causa de que se trata es la del deseo, el objeto a, que en el pasaje al acto es liberada (“chorro de
agua imparable, sin control”; el dejarse caer de la joven homosexual); causa que en el acting out se presenta
anunciando que está en otro sitio que en donde se la intentó localizar a partir de una intervención desajustada del
analista. El acting out siempre supone una mostración, que se enlaza con la intervención del analista. Lacan destaca que
lo que queda como enigma, es lo que lo causa; por ello siempre se presenta como algo claro pero discordante respecto
de lo que el analizante está elaborando en su análisis, y suele relatarse como un enigmático que no se sabe por qué se
hace.
El acting out, tiene una “valor correctivo”, advierte al analista que erró. La pregunta que interesa a los analistas es cómo
traer el síntoma nuevamente a la transferencia analítica, cómo pasar del acting out al síntoma.
RECHAZO DEL OTRO DE LA INTERPRETACIÓN, NO DE LA TRANSFERENCIA
El acting out es una transferencia salvaje, sin Otro. Llama al Otro pero, paradójicamente, para que no lo interprete.
Lacan contraidica: interpretarlo, más aún prohibirlo, y descarta reforzar el Yo por el desvío del análisis que implica.
Las prohibiciones en análisis suelen ser perjudiciales; y el acting out, ya es un signo de algo se le impide al paciente. Por
eso no se trata de prohibirlo, pues en él el sujeto ya está demasiado impedido. Sancionarlo no lo reduce, lo exacerba. En
el peor de los casos, la prohibición podría acentuar la barradura y promover el pasaje al acto.
Reforzar el Yo tampoco es una alternativa analítica. La Psicología del Yo (vertiente americana del psicoanálisis) se
asienta en el trabajo sobre los mecanismos de defensa: conciben que en cada fase, el núcleo pulsional es rodeado por
una capa defensiva del yo, que se defiende de la pulsión. El acting out, en tanto impulsivo, daría cuenta de una invasión
de la pulsión en la conducta. Reforzar el Yo conllevaría un dominio de lo pulsional que sería la salida esperable. Esta
perspectiva para Lacan, deja de lado el deseo. Para él la defensa está vinculada con el sujeto y el deseo, no con la
pulsión
Tampoco se trata de interpretar el acting out, aunque sea un llamado a la interpretación. El sentido en él se presenta de
un modo muy claro, por eso está hecho para ser interpretado. Pero hacerlo deja al analista en la obviedad, la
interpretación analítica no debe dar en lo obvio, en sentidos transparentes, en interpretaciones ya sabidas que recaen
en el sentido común, sino apuntar a la revelación de lo icc. Además, aunque está en un contexto de palabra, no se
interpreta en la medida en que tampoco despierta asociaciones.
Según el autor, en la medida en que el acting out es una puesta en escena del rechazo del decir angustiante del otro
pero también el develamiento de lo que el otro no oye, el analista deberá corregir su posición transferencial, su posición
de Otro de la escucha, y abrir para el analizante la posibilidad de que se oriente de otro modo, para superar esa
conducta e insertarse nuevamente en su discurso. El acting out debe pasar a otro registro para ser interpretado pues se
dirige a otro que no está en posición de intérprete. El objeto extraño del acting out se ofrece ser recortado. El analista
debe estar en su posición, no insistir en la demanda, no sugerir, no recriminarle al sujeto que no se da cuenta de que
resiste. Su maniobra debe apuntar a que el acting out produzca un texto, que sí es interpretable. Lo que hace (dice)
Freud con Dora: “mira cuál es tu propia parte en el desorden del que te quejas”. Es decirle a Dora que eso no le sucede
por desgracia del destino, sino que ella se mantiene en esa situación por alguna razón, que eso no tiene un sentido, y
que entonces hay allí un saber que se puede producir para articular el sujeto. Esa intervención no tiene la estructura de
la interpretación, sino de un manejo que apunta a tomar ese acting out en la transferencia. “Inversión dialéctica” en los
términos de la “Intervención con la transferencia”, “rectificación subjetiva”, en los de “La dirección de la cura” (ambos
nombres del intento de somatizar aquello que se presenta sin interrogar al sujeto).
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De esta forma, quizás, se aporte un elemento para despojar al acting out de ese peso superyoico con el que suele
cargárselo, cuando se lo concibe como una respuesta automática del sujeto ante una intervención falsa del analista (que
en el sentido lacaniano no remite a un error en el contenido de la interpretación, sino que interpretó en un momento
inoportuno o en el plano de la realidad). En el transcurso de un análisis, la ocurrencia del acting out es signo de que la
dirección de la cura está en un impasse por causa del analista. Pero esto no implica necesariamente su incompetencia,
sino que revela su desfallecimiento (del que es factible recuperarse), por no haber sostenido su lugar, comportándose
como amo, o por haber formulado una interpretación que degrada el registro en el que debe sostenerse la
interpretación analítica, o haber interpretado adecuadamente pero de manera ajustada o apresurada. Su valor
correctivo es insoslayable, y también puede reconocérsela en algunas formas de pasaje al acto.
El acting out es inherente al hablanteser y no debe restringirse únicamente a las condiciones de la dirección de una cura.
El analizante se ve compelido a actuar cuando la negativa del Otro a escuchar hace imposible el recuerdo, cuando el
Otro se ha “ensordecido” momentáneamente a su palabra; el acting out expresa en acción el mensaje que el sujeto no
puede transmitirle. Pero siempre hay algo que se presenta como incompatible con la palabra, para todo hablante la
estructura de lo simbólico establece que hay algo que siempre queda por fuera de lo simbolizable.
El acting out es una señal que se dirige a alguien de un real falso que está ocupando el lugar de un imposible de decir, el
sujeto puede entrar y salir de él, salvo que se resuelva por vía del pasaje al acto. Lacan también señala la posición del
analista que puede hacer que el acting out vire hacia la modalidad más extrema del pasaje al acto: posicionarse como el
ideal que establece qué conviene desear, para orientar la paciente a la adaptación de sus deseos a la realidad
establecida de la que estarían desadaptados; cerrando de este modo (desde la perspectiva lacaniana) las vías de la
puesta en juego del deseo del sujeto. Esto acarrea ciertos riesgos, pues hay sujetos que no se ajustan bien a ordenar sus
acciones según el ideal de su analista, y se defienden de esa sugestión aplastante, resistiéndose al adoctrinamiento
normalizante del deseo; otros solo encuentran la salida en la defenestración, del pasaje al acto. El analista es
responsable de este desfallecimiento de su posición, sea cual sea su orientación. Para Lacan, la salida del pasaje al acto
no es inevitable, pues hay casos en el que el síntoma se reproduce y vuelve a dar chances al análisis, si la transferencia
se sostiene.
En el acting out no se convoca al Otro en su faz interpretante, como el nivel de la táctica. No es ese máximo nivel de
libertad en el que el analista debe responder al acting out sino, en un grado inferior de libertad, el nivel que le compete
es el de la estrategia, el del manejo de la transferencia. Una vez que lo que el acting out muestra, haya sido acogido in,
en la transferencia, habrá posibilidad de poner en forma un síntoma-formación-del-icc en transferencia, ahora sí
interpretable. Si en él, la causa del deseo está en otro escenario, convocarlo a que se actúe en la transferencia es
equivalente a ubicar al analista en relación con la causa de deseo.
RECHAZO DE LA TRANSFERENCIA, NO DEL AMOR
A partir del esquema de la división subjetiva, Lacan da cuenta de la producción del objeto a como resto de la operación
de inscripción del sujeto en el campo del Otro. El caso de la joven homosexual de Freud le da la pista que le revela esta
característica estructural de la relación del sujeto con el objeto. Esa función de resto que el a tiene para el sujeto en
relación con el Otro, Lacan la encuentra en la obra freudiana en el intento suicida de la joven: "el dejar caer” (también
significa abandonar, dejar de lado, dejar plantado). En ese sentido, comporta un desentenderse. En el pasaje al acto se
trata de desentenderse del Otro, dejarse caer del Otro. En los usos objetivo y subjetivo del genitivo: hay caída del sujeto
del campo del Otro y caída del Otro, su barradura. El sujeto destituye al Otro, pero pagando con su identificación al
objeto, destituyéndose a sí mismo. Por eso el pasaje al acto es un modo de alcanzar lo real sin la mediación de lo
simbólico, sin proteger la caída del Otro con nada (desnuda su lado ineficaz).
¿No es posible pasar del pasaje al acto, al acting out? El pasaje al acto no engaña, es una implacable salida de la escena
que no deja lugar a la interpretación, al juego significante. Los analistas deben interrogarse cómo hacer que desde allí
haya retorno posible a la transferencia, que algo vuelva a llamar al Otro. Aunque hace trastabillar el análisis (si no se
trata de un suicidio exitoso), el pasaje al acto puede ser reversible en el dispositivo analítico.
Al tratarse (el pasaje al acto), de una virulenta ruptura de subjetividad, de un efecto de desubjetivación por la que se
imposibilita la llamada al Otro, la maniobra del analista no debe apuntar a intentar comprender, a buscar motivos; eso
conduciría a justificar el pasaje al acto, y esto llevaría al perdón, a la disculpa. Esta orientación obtura la posibilidad de la
lectura de las consecuencias del acto.
En la perspectiva del Lacan la reversibilidad en el dispositivo analítico sólo es situable teniendo en cuenta las vicisitudes
de la angustia. Si en el pasaje al acto, la función del Otro simbólico deja de ser eficaz y el sujeto resulta arrojado al vacío,
la orientación clínica será reinstalar al sujeto en su relación con el Otro simbólico. Transitar del pasaje al acto al acting
out, requería entonces, reintroducir la dimensión del sujeto en su articulación con el objeto causa de su deseo,
promoviendo su desidentificación.
El pasaje al acto no demanda al Otro (como el acting) simbolización alguna. Tampoco espera interpretación, no llama al
Otro en absoluto. Entonces, se deduce que será la transferencia lo que motorice el giro que lleve del pasaje al acto al
acting out. Pero esto no es psicoanálisis, pues el acting out es transferencia salvaje, sin análisis. Por ende, luego de hacer
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que algo del rechazo expresado en el pasaje al acto se convierta en una llamada al Otro, será necesario hacer algo más:
aquello que lleve del acting out a la entrada en el dispositivo analítico: el acto del analista:

Se debe poder leer el pasaje al acto, como algo más que un firme rechazo. Según el autor, el asunto central que está en
juego, es si en ese deshecho en el que se convierte el sujeto en el pasaje al acto no hay, paradójicamente, algún orden
de requerimiento, aunque más no sea por el hecho de presentarse bajo la modalidad del rechazo de la demanda que
supone la dimensión del Otro.
El objeto anal (heces) representa para Lacan, el modelo freudiano del objeto demandable por el Otro. En efecto, es un
objeto cesible que deviene valioso, en la medida en que su cesión en las condiciones exigidas por el Otro se festejan y
premian. En esto asume la función de don. Pero a la vez, es un objeto que se tira, que se desprecia, es un deshecho. El
objeto anal es para Lacan el primer soporte de la subjetivación en tanto el sujeto es requerido a manifestarse como
sujeto, pues debe entregar lo que es como resto irreductible a lo simbólico.
En este sentido, Lacan define el pasaje al acto como identificación del sujeto con el objeto a -objeto anal-. No hay allí
una apelación a que el Otro interprete, y da cuenta de un rechazo del Otro de la interpretación y del Otro de la
transferencia. Sin embargo, que el sujeto caiga como deshecho, sustrayéndole al Otro el objeto que es el de su
demanda, según el autor, instaura la posibilidad de leer en el pasaje al acto una demanda más radical: una demanda de
amor fundamental, de reconocimiento simbólico, sobre la base de la desesperación padecida por aquel que lo único que
vive de sí mismo es su ser de desecho (deshecho) inmundo. Así, la maniobra del analista (el manejo de la transferencia),
apuntará a que algo de esa dimensión se reinstale para que lo irrecuperable/irreversible del pasaje al acto se
recupere/revierta.
EN LOS DESFILADEROS DEL ACTO
Se delinean dos dimensiones del acting out y del pasaje al acto: una, la correctiva y demandante; otra, la que los liga al
deseo y al acto. En la lectura del cuadro de las coordenadas del la angustia modificado, podemos encontrar cada uno de
sus términos como las respuestas subjetivas a las dificultades que acontecen en el camino de la realización del deseo
(articulación propia de la cadena significante, es decir, que el deseo opere en la articulación significante):

Los afectos -que engañan- pueden considerarse formas de vivir el deseo del Otro sin separarse, modos del padecer.
Incluso puede decirse que todo el cuadro está en lugar del acto, en la medida en que la tríada freudiana (I-S-A)
detiene/suspende el paso del deseo al acto, única dimensión donde el deseo y su cumplimiento se alcanzan.
Lacan liga al acting out y al pasaje al acto, en tanto participan de la dimensión del acto. El acto, es la acción en la que el
sujeto puede sostener su deseo sin el recurso del fantasma. El pasaje al acto es un “Rubicón cuyo deseo propio está
siempre camuflado”.
No hay otro cumplimiento del deseo más que en el nivel de los actos (si nos remitimos a la definición freudiana de
cumplimiento del deseo; salvo que se trate del cumplimiento alucinatorio, en sueño o fantasía). El pasaje al acto es,
ante todo, una forma de actuar (como el acting out, aunque tenga otra estructura), y en tanto tal, expresa una relación
con el deseo.
Lacan nos enseña que en estas formas de la acción humana se juega algo de ese atravesamiento propio del acto, que
aún allí cuando parece que algo se sustrae del análisis, igualmente se expresa el deseo aunque
“camuflado”/oculto/disimulado tras la inhibición del no-acto. Aun cuando el sujeto no llega al franqueamiento del acto
por su inhibición, el acting out y el pasaje al acto son modos paradójicos y desviados de expresar el deseo que no
alcanza en el acto. En este punto, acting out y pasaje al acto no se distinguen: expresan deseo, aunque sus modos de
hacerlo tengan una estructura opuesta entre sí, extraviada respecto del acto.

* Lacan seminario 10, clase 8 y 9.


CLASE 8: LA CAUSA DEL DESEO
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Hoy quisiera llegar a decirles cierta cantidad de cosas acerca de lo que les enseñé a designar como objeto a, el objeto
hacia el que nos orienta al aforismo que promoví la vez pasada en relación con la angustia: que ella no es sin objeto.
Por eso este año el objeto a viene a ocupar el centro de nuestras exposiciones. Y si efectivamente se inscribe en el
marco de aquello cuyo título es la angustia, ello se debe a que esencialmente por ese sesgo resulta posible hablar de
él, lo que significa, además, que la angustia es su única traducción subjetiva.
Si a fue introducido, sin embargo, hace mucho tiempo y por el sendero que lo lleva a ustedes, fue anunciado en otra
parte, en la fórmula del fantasma. $ (a, deseo de a: esta es la fórmula del fantasma como soporte del deseo).
Mi primer paso consistirá, pues, en recordar, articular, agregar una precisión más que a quienes me han oído no les será
imposible obtener por sí mismos, aunque subrayarla hoy no me parezca inútil como primer punto —espero llegar al
cuarto— , y para precisar esa función del objeto en tanto que la definimos analíticamente como objeto del deseo, me
referiré el espejismo nacido de una perspectiva que podemos llamar "subjetivista", quiero decir, aquella que en la
constitución de nuestra experiencia pone todo el acento sobre la estructura del sujeto. Esa línea de elaboración que la
tradición filosófica moderna llevó a su punto más extremo, digamos, en los alrededores de Husserl, con el deslinde de la
función de intencionalidad, nos hace cautivos de un malentendido en lo referente a lo que conviene llamar "objeto del
deseo". El objeto del deseo no puede concebirse a la manera como se nos enseña que el no es ningún noema, ningún
pensamiento de algo que se haya vuelto hacia algo, único punto alrededor del cual puede girar el idealismo en su
camino hacia lo Real.
¿Sucede esto en lo relativo al deseo? Para ese nivel de nuestro oído que existe en cada uno y que tiene necesidad de
intuición, diré: "¿Está el objeto del deseo adelante?". Tal es el espejismo de que se trata y que ha esterilizado todo lo
que en el análisis creyó ser un avance en el sentido de la llamada "relación de objeto". Para rectificarlo seguí ya muchos
caminos. La que ahora voy a anticipar es una nueva manera de acentuar dicha rectificación.
No le daré el grado de desarrollo que sin duda convendría, pues reservo esa formulación para algún trabajo que podrá
llegarles por otro conducto.
Pienso que a la mayoría de los oídos les bastará con escuchar las fórmulas masivas que creo serán suficientes para
acentuar hoy el punto que acabo de introducir.
Saben ustedes cuántas dificultades produjo en el progreso de la epistemología el aislamiento de la noción de causa. No
fue sin una sucesión de reducciones que acabaron por llevarla a la función más forzosa y equívoca, como la noción de
causa pudo mantenerse en el desarrollo de lo que, en el sentido más amplio, podemos llamar nuestra física.
Por otra parte, resulta claro que, así, se la someta a la reducción que fuere, la función —por así decir— mental de dicha
noción no puede ser eliminada, no puede ser reducida a una especie de sombra metafísica. Bien advertimos que hay
algo de lo que sería demasiado poco decir que lo que le permite subsistir es un recurso a la intuición, algo que
permanece alrededor de la función de causa, y pretendo que a partir del reexamen que podríamos hacer de ella desde
la experiencia analítica, toda Crítica de la Razón Pura, puesta a la luz de nuestra experiencia, podría restablecer un justo
estatuto de la causa.
Como, después de todo, lo que voy a formular no es aquí más que hecho de discurso y apenas si está anclado en esa
dialéctica, diré, para fijar nuestra mira, lo que pretendo hacerles oír: el objeto, el objeto a, ese objeto que no ha de
situarse en nada análogo a la intencionalidad de un noema (pensamiento), que no está en la intencionalidad del
deseo, ese objeto debe ser concebido por nosotros como la causa del deseo y, para retomar mi metáfora precedente, el
objeto está detrás del deseo.
De ese objeto a surge la dimensión cuya omisión, cuya elisión, cuya elisión en la teoría del sujeto produjo hasta ahora la
insuficiencia de toda esa coordinación cuyo centro se manifiesta como teoría del conocimiento, como gnoseología.
Además, esa función del objeto, en la novedad topológica estructural que exige, es perfectamente sensible en las
formulaciones de Freud, y especialmente en las relativas a la pulsión.
Si desean controlarlo en un texto de Freud, remítanse a la lección XXXII de Introducción al Psicoanálisis, que pueden
encontrar en la nueva serie de los Vorlesungen, la que cité la vez pasada: está claro que la distinción entre el Ziel el fin
de la pulsión y el Objekt, es algo muy diferente de lo que se ofrece en primera instancia al pensamiento: que ese fin y
ese objeto estarían en el mismo lugar. Y las enunciaciones que hallarán en la lección indicada emplean términos bien
llamativos, el primero de los cuales es eingeschoben el objeto se desliza allí adentro, pasa a alguna parte —se trata de la
misma palabra que sirve para la Verschiebung que designa el deslizamiento— ; el objeto, en su función esencial de algo
que se escurre, en el nivel de captación propiamente nuestro está allí, como tal, señalado.
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Por otra parte, en ese nivel se da la oposición expresa de estos términos auberes, externo, exterior e inneres, interior.
Se especifica que, sin duda, el objeto debe ser situado auberes, en el exterior, y por otra parte que la satisfacción de la
tendencia no llega a cumplirse sino en la medida en que alcanza algo que debe ser considerado en el inneres, el interior
del cuerpo; es allí que ella encuentra su Befriedigung, su satisfacción. Esto también equivale a decir que lo que introduje
para ustedes como función topológica nos sirve para formular de manera clara que lo que conviene introducir aquí para
resolver este atolladero, este enigma, es la noción de un exterior antes de cierta interiorización, de un exterior que se
sitúa aquí, a, antes de que el sujeto en el lugar del Otro se capte en X en la forma especular que introduce para él la
distinción entre el yo y el no-yo.

La noción de causa pertenece a ese exterior, a ese lugar del objeto antes de toda interiorización.
Lo ilustraré inmediatamente de la manera más simple, pues hoy me abstendré de hacer metafísica
Para representarlo, no por azar me serviré del fetiche como tal, donde se revela la dimensión del objeto como causa del
deseo. Porque lo deseado no es el zapatito, ni el pecho, ni lo que fuere que encarne el fetiche; el fetiche causa el deseo
que va a engancharse donde puede, sobre aquélla de quien de ningún modo es necesario que lleve el zapatito: el
zapatito puede estar en los alrededores; tampoco es necesario que ella lleve el pecho: el pecho puede estar en la
cabeza. Como todo el mundo sabe, para el fetichista es preciso que el fetiche esté allí, el fetiche es la condición de la
que se sostiene el deseo
Al pasar, mencionaré un término que considero poco usual en alemán y que las vagas traducciones que tenemos en
francés dejan escapar completamente la relación que, cuando se trata de la angustia, Freud indica con la Libido
Auschalt. Nos hallamos frente a un término que se encuentra entre Aushaltung, que indicaría algo del orden de la
interrupción, del levantamiento e Inhalt, que sería el contenido. No es ni lo uno ni lo otro: es el sostén de la libido.
Para decirlo de una vez, la relación con el objeto de que hoy les hablo está aquí dirigida, indicada de una manera que
permite efectuar la síntesis entre la función de señal de la angustia y su relación, sin embargo. con algo que podemos
llamar, en el sostén de la libido, una interrupción.
Volveremos a esto pues se trata de uno de los puntos que quiero desarrollar hoy. Supongo que me hice entender lo
suficiente con la referencia al fetiche, sobre la diferencia máxima que hay entre dos perspectivas posibles
concernientes al objeto como objeto del deseo, cuando, en una precisión de la cuestión, puse a en primer lugar en una
precisión esencial. Lo ilustraré un poco más adelante, la secuencia de nuestro discurso lo ilustrará cada vez más. Pero
desde ya quiero hacerles comprender adónde nos conducirá nuestra búsqueda: en el lugar mismo donde sus hábitos
mentales les indican buscar al sujeto, ese algo que pese a ustedes se perfila como tal, como sujeto, en el sitio donde
Freud indica, por ejemplo, la fuente de la tendencia, allí donde se encuentra lo que en el discurso ustedes articulan
como siendo ustedes, allí donde ustedes dicen "yo" (je), allí, hablando con propiedad, en el nivel de lo inconsciente se
sitúa a.
En ese nivel ustedes son a, el objeto, y todos saben que eso es lo intolerable y no sólo para el discurso mismo, que
después de todo lo traiciona. Lo ilustraré de inmediato con una observación destinada a introducir cierto
desplazamiento, cierto sacudimiento incluso, relativo a los carriles por donde acostumbran dejar las funciones del
sadismo y el masoquismo, como si sólo se tratara del registro de una suerte de agresión inmanente y de su
reversibilidad.
Precisamente, en la medida en que conviene entrar en su estructura subjetiva, van a aparecer rasgos diferenciales de
los cuales indicaré ahora el esencial. Si el sadismo puede figurarse por una forma que es sólo un esquema abreviado de
las mismas distinciones que organiza el grafo, en una fórmula de cuatro vértices del tipo que aquí les señalo, tenemos el
lado de A, del Otro, y el del sujeto S, el de ese "yo" (je) aún inconstituído, el de ese sujeto al que precisamente hay que
interrogar, al que hay que revisar en el interior de nuestra experiencia, y del que sólo sabemos que en ningún caso
podría coincidir con la fórmula tradicional del sujeto, a saber, lo que éste puede tener de exhaustivo en toda relación
con el objeto.
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Si hay algo allí que se llame deseo sádico, con todo el enigma que comporta, no es articulable, no es formulable si no
por el esquizo, la disociación que él apunta esencialmente a introducir en el otro al imponerle, hasta cierto límite, lo que
no podría ser tolerado, en el límite exactamente suficiente donde se manifiesta, donde aparece en el otro esa división
esa abertura el otro esa división, esa abertura (béance) que hay en su existencia de sujeto por el hecho de que sufre, de
que puede padecer en su cuerpo.
Y hasta tal punto es de ese distinción, de esa división, de esa abertura (béance) como esencial que se trata y a lo que se
trata de interrogar, que en realidad no es tanto el sufrimiento del otro lo que se busca en la intención sádica como su
angustia —precisamente aquí artículo, señalo, apunto el pequeño signo $ O de las primeras fórmulas que creo haber
introducido en la segunda lección de este año, en lo relativo a la angustia, cuando les enseñé a leer el término no como
O sino como cero—; la angustia del otro, su existencia esencial como sujeto con relación a esa angustia: esto es lo que el
deseo sádico quiere hacer vibrar.
Por eso, en uno de mis seminarios anteriores, no vacilé en vincular su estructura como propiamente homóloga a lo que
Kant articuló como condición del ejercicio de una razón pura práctica, de una voluntad moral —para decirlo con
propiedad— y situando allí el único punto donde puede manifestarse una relación con un puro bien moral.
Pido disculpas por la brevedad de esta mención. Quienes asistieron a esa comparación la recuerdan, y los que no
pudieron asistir verán aparecer, dentro de un tiempo no muy largo, lo que de ella pude retomar en un prefacio a "La
filosofía en el tocador", texto alrededor del cual, precisamente había organizado yo dicha comparación.
Lo importante de hoy, y lo único sobre lo cual entiendo aportar un aspecto nuevo, es que lo que caracteriza al deseo
sádico es el hecho de que en el cumplimiento de su acto, de su rito —pues se trata de ese tipo de acción humana en la
que hallamos todas las estructuras del rito— él no sabe lo que busca, y lo que busca es, hablando con propiedad,
realizarse, hacerse aparecer él mismo, y ya que en todo caso esa revelación no podría resultarle sino obtusa, hacerse
aparecer como puro objeto, fetiche negro. En esto se resume, en última instancia, la manifestación del deseo sádico, en
tanto que su agente se dirige hacia tal realización.
Asimismo, si evocan ustedes la figura de Sade, advertirán que no por azar de ella se desprende, de ella resta —por una
suerte de transubstanciación con el curso de les edades, con la elaboración imaginaria de su figura en las generaciones
— una forma, precisamente una forma petrificada. Muy diferente es, como ustedes saben la posición del masoquista,
para quien el fin declarado es su propia encarnación como objeto, se haga perro bajo la mesa o mercancía, item del que
se trata en un contrato al cederlo, al venderlo entre otros objetos a colocar en el mercado; en resumen, su identificación
con ese otro objeto que llamé objeto común, objeto de intercambio, es la ruta, el camino por donde busca,
precisamente, lo imposible: aprehenderse por lo que es, en tanto que, como, todos, él es un a.
Muchas condiciones particulares de su análisis podrán revelar por qué le interesa tanto ese reconocimiento, sin
embargo imposible. Pero antes de llegar a comprender tales condiciones particulares, habrá que establecer ciertas
conjunciones que son las más estructurales. Trataremos de hacerlo.
No dije que el masoquista llegue lisa y llanamente a su identificación de objeto. Como para el sádico, esa identificación
sólo se presenta sobre una escena. Sólo que, incluso sobre dicha escena, el sádico no se ve, sólo ve el resto. También
hay algo que el masoquista no ve, pero esto me permitirá introducir algunas fórmulas. La primera es la de que
reconocerse como objeto del propio deseo, en el sentido en que hoy lo artículo, es siempre masoquista. Esta fórmula
ofrece el interés de hacerles sensible la dificultad, porque resulta muy cómodo servirse de nuestro propio guiñol y decir,
por ejemplo, que el masoquismo se explica por la existencia de un superyó malvado. En el interior del masoquismo
podemos hacer, ciertamente, todas las distinciones necesarias masoquismo erógeno, masoquismo femenino,
masoquismo moral. Pero como el sólo enunciado de esta clasificación produce en cierto modo el mismo efecto que
resultaría de decir: "Tenemos el vaso, la fe cristiana y la baja de Wall Street", esto nos dejará un poco en apuros. Si el
término masoquismo puede asumir un sentido, convendría encontrarle una fórmula algo más unitaria, y si dijéramos
que el superyó es la causa del masoquismo, no abandonaríamos demasiado tal satisfactoria intuición; salvo que, como
antes dijimos que el objeto es la causa del deseo, veríamos que el superyó participa, que al menos participa en la
función de ese objeto como causa, tal como lo introduje hoy para hacerles sentir hasta qué punto es verdad. Podría
hacerlo entrar en el catálogo, en la serie de esos objetos tales que tendremos que desplegarlos ante ustedes ilustrando
ese lugar con todos los contenidos que puede tener y que son enumerables. Si no lo hice al principio, fue para que no
perdieran la cabeza viéndolos como contenido, creyendo que son las mismas cosas con las que se siguen encontrando
en lo relativo al análisis. Pues esto no es verdad, si creen conocer la función del pecho materno, o la del escíbalo han de
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saber en qué oscuridad quedan sumidos con respecto al falo. Y cuando se trate del objeto que viene inmediatamente
después ... Lo entrego; de todos modos, debo alimentar esa curiosidad el ojo como tal. Aquí ya no saben ustedes nada
de nada. Por eso conviene acercarse con prudencia, sobran motivos para ello. Si de este objeto se trata puesto que, al
fin de cuentas, sin él no hay angustia, ese objeto es peligroso. Por lo tanto, seamos prudentes, pues él falta. En lo
inmediato, será ésta ocasión de poner de manifiesto en qué sentido dije —esto retuvo la oreja de uno de mis oyentes—,
hace dos lecciones, que si el deseo y la ley eran la misma cosa, en esa medida y con este sentido el deseo y la ley tienen
su objeto común.
No basta, pues, con tranquilizarse considerando que ambos son, uno con relación al otro, como los dos lados de la
muralla o como el derecho y el revés. Esto sería abaratar demasiado la dificultad y, enfilando directamente el punto que
se los hace sentir, diré que no por otra cosa que por hacerla sentir es que vale el mito central que permitió al
psicoanálisis ponerse en marcha: el mito de Edipo.
El mito de Edipo no quiere decir sino eso: en el origen del deseo, el deseo del padre y la ley no son más que una y misma
cosa, y la relación de la ley con el deseo es tan estrecha que sólo la función de la ley traza el camino del deseo: el deseo,
en tanto que deseo de la madre, para la madre, es idéntico a la función de la ley. En la medida en que la prohíbe, la ley
impone desearla: porque, después de todo, la madre no es en sí el objeto más deseable. Si todo se organiza alrededor
del deseo de la madre, si a partir de allí se plantea que la mujer a la que ha de preferirse —pues de esto se trata— debe
ser otra que la madre, qué quiere decir esto sino que en la propia estructura del deseo se impone, se introduce una
orden y que, digámoslo de una vez, se desea porque está ordenado. ¿Qué quiere decir el mito de Edipo sino que el
deseo del padre hizo la ley?.
El masoquismo asume en esta perspectiva el valor y la función de aparecer y de hacerlo claramente —tal es su única
importancia para el masoquista— cuando el deseo y la ley se encuentran juntos; porque lo que el masoquista pretende
que aparezca —y agrego, sobre su pequeña escena, pues nunca debe olvidarse esta dimensión— es algo donde el deseo
del Otro hace la ley.
Veamos de inmediato un efecto de esto: el propio masoquista aparece en la función que llamaré del "deyecto" (déjet),
de lo que es ese objeto, el nuestro, el a del que hablamos, en la apariencia de lo "deyectado" (déjeté), de lo arrojado
(jeté) al perro, a la basura, al trasto, al desecho del objeto común, por no poder ponerlo en otra parte.
Se trata de uno de los aspectos con que puede aparecer el a tal como se ilustra en la perversión. Y eso de ninguna
manera agota lo que sólo podemos cercar contorneándolo la función del a. Pero ya que he tomado el sesgo del
masoquismo, es preciso que nos libremos a otros señalamientos para situar la función del a. Ven ustedes uno a nivel del
masoquismo. Les recuerdo que ante todo hay que tomar por su función de correlación masiva que el efecto central de
esa identidad que conjuga el deseo del padre con la ley es el complejo de castración, en tanto que la ley nace por esa
mudanza, mutación misteriosa del deseo del padre después de haber sido asesinado. Su consecuencia, tanto en la
historia del pensamiento analítico como en todo lo que podemos concebir como vínculo más seguro, es en todo caso el
complejo de castración.
Esto explica que hayan visto aparecer en mis esquemas la notación —φ en el lugar donde a falta.
Entonces, primer punto de hoy: les hablé del objeto como causa del deseo. Segundo punto, les dije reconocerse como
objeto del propio deseo es siempre masoquista; les indiqué a tal fin lo que para nosotros se perfilaba como
presentación —bajo cierta incidencia del superyó les indiqué una particularidad en cierto modo depreciada— de lo que
ocurre en el lugar de ese objeto a bajo la forma del -φ [menos phi].
Arribamos a nuestro tercer punto, el que justamente concierne a la posibilidad de las manifestaciones del objeto a
como falta. Ella le es estructural. Y para que lo comprendan, desde hace algún tiempo se presentifica y evoca para
ustedes este esquema, esta imagen destinada a tornarlo familiar.
El objeto a, a nivel de nuestro sujeto analítico, de la fuente de lo que subsiste como cuerpo que en parte nos hurta,
por así decir, su propia voluntad, ese objeto a es la roca de que habla Freud, esa reserva última irreductible de la
libido, cuyos contornos es tan patético verlo señalar literalmente en sus textos cada vez que la encuentra. No terminaré
mi lección de hoy sin decirles dónde conviene que vayan a renovar esa convicción. Al pequeño a, en el lugar en que está,
en el nivel donde podría ser reconocido si esto fuera posible —porque recién les dije que reconocerse como objeto del
propio deseo es siempre masoquista— el masoquista no lo reconoce sino sobre la escena. Y verán lo que se opera
cuando ya no puede quedarse en ella. No siempre estamos sobre la escena, a pesar de que la escena se extiende muy
lejos, y hasta en el dominio de nuestros sueños. En tanto que no sobre la escena y quedando más acá, y buscando leer
en el Otro de qué cosa él vuelve, no encontramos en X (esquema) más que la falta.
Es ese vínculo, esa coordinación del objeto con su falta necesaria allí donde el sujeto se constituye en el lugar del
Otro, es decir, tan lejos como es posible, más allá incluso de lo que puede aparecer en el retorno de lo reprimido y
constituyendo la Urverdrängung, lo irreductible del incógnito, ya que tampoco podemos decir absolutamente lo
incognoscible puesto que de él hablamos, allí se estructura, se sitúa lo que en nuestro análisis de la transferencia
produje ante ustedes con el término (escritura en griego)
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En la medida en que ese lugar vacío es apuntado como tal, se instituye la dimensión, siempre —y con motivo— más o
menos descuidada, de la transferencia. Ese lugar, en la medida en que pueda ser cercado por algo que está
materializado en esta imagen, cierto borde, cierta apertura, cierta abertura (béance) donde la constitución de la imagen
especular muestra su límite tal es el lugar elegido de la angustia.
El fenómeno de borde, en lo que se abre como esta ventana y en ocasiones privilegiadas, marca el límite ilusorio de ese
mundo del reconocimiento al que llamo la escena. El hecho de que esté ligado a ese borde, a ese marco, a esa abertura
(béance) que el esquema ilustra al menos dos veces, en el borde, aquí, del espejo, y también en el pequeño signo
([lonsage], el hecho de que tal sea el lugar de la angustia, siempre deberán retener esto como la señal de lo que hay que
buscar en el medio.
El texto de Freud al que les ruego se remitan —pues leerlo resulta cada vez más sorprendente, por esa doble cara de
debilidades, de insuficiencias que al principio se producen en los novicios, las primeras a destacar en dicho texto, y por
la profundidad con la cual todo aquello viene a toparse— revela hasta qué punto Freud rondaba el mismo campo que
tratamos de delinear. Por supuesto, primero conviene que se familiaricen con el texto de Dora; a quienes han oído mi
discurso sobre el Banquete, puede recordarles esa dimensión siempre eludida cuando se trata de la transferencia y de la
otra dimensión entre paréntesis, a saber que la transferencia no es simplemente lo que reproduce una situación, una
acción, una actitud, un traumatismo antiguo, y lo repite: siempre hay otra coordenada, aquélla sobre la cual puse el
acento a propósito de la intervención analítica de Sócrates, o sea, especialmente en los casos en que evoco un amor
presente en lo real, y nada podemos comprender de la transferencia si no sabemos que es también la consecuencia de
aquel amor, que es a propósito de ese amor presente —y los analistas deben recordarlo en el curso del análisis— de un
amor que está presente de diversas maneras, cuando está visible al menos deberán recordar que es en función de ese
amor, digamos real, que se instituye lo que configura la pregunta central de la transferencia, la que se propone al sujeto
en lo relativo al (escritura en griego): lo que le falta. Pues es con esa falta que él ama. No por nada les estoy siempre con
que el amor es dar lo que no se tiene. Se trata del principio mismo del complejo de castración para tener el falo, para
poder servirse de él, es preciso, justamente, no serlo.
Cuando se vuelve a las condiciones en que perece que se lo es —porque se lo es tanto para un hombre, de esto no hay
duda, como para una mujer, y volveremos a decir por medio de qué incidencia es llevada a serlo— bien; esto es siempre
muy peligroso.
Básteme con pedirles, antes de dejarlos, que relean atentamente el texto enteramente consagrado a les relaciones de
Freud con su paciente, esa jovencita cuyo análisis, dice, pone de manifiesto que fue esencialmente alrededor de una
enigmática decepción concerniente al nacimiento en su familia, y la aparición en su hogar de un niñito, que ella se
orientó hacia la homosexualidad.
Con un toque de ciencia de la analogía absolutamente admirable, Freud advierte que hay en ese amor demostrativo de
la joven por una mujer de sospechosa reputación, frente a la cual se conduce, nos dice, de una manera esencialmente
viril. Y si nos limitamos simplemente a leer que es aquí, mi Dios, la virilidad —estamos tan habituados a hablar de la
virilidad sin saber que no nos percatamos de lo que Freud entiende acentuar con ella—, trata de acentuarlo de todas las
maneras el poner de relieve cual es la función de lo que llaman "amor cortés" ella se comporta como el caballero que lo
sufre todo por su dama, se contenta con los favores más extenuados, menos sustanciales, incluso prefiere no tener
otros que estos, y, finalmente, cuanto más llega el objeto de su amor al punto opuesto de lo que podría llamarse la
recompensa, más sobrestima a ese objeto y lo eleva a eminente dignidad.
Cuando de manera manifiesta el rumor público no puede dejar de imponerle el hecho de que efectivamente la conducta
de su bienamada es de las más dudosas, esta dimensión de exaltación no ve sino agregarse la mira suplementaria y
reforzada de salvarla. Todo esto es admirablemente subrayado por Freud, y saben ustedes cómo llegó la joven en
cuestión a su consulta: en la medida en que un día, llevado el vínculo al exceso y verdaderamente como desafío a toda
la ciudad, en un estilo del que Freud advirtió enseguida su relación con la provocación con respecto a alguien de su
familia —y se demuestra muy pronto y con toda seguridad que se trata de su padre— ese vínculo llega a su fin por un
encuentro. La joven, en compañía de su bienamada —se nos dice— cruza, en el camino de le oficina del padre, a ese
padre que le arroja una mirada irritada; a partir de aquí, la escena se desarrollará con gran rapidez. La persona para la
cual esta aventura no es sin duda más que una diversión bastante oscura y que manifiestamente comienza a hartarse y
no quiere exponerse a grandes dificultades, dice a la joven que la cosa duró bastante y que desde ahora deje de
enviarle, como lo hace todos los días, cantidades innumerables de flores, que deje de pegarse estrechamente a sus
pasos. Entonces, inmediatamente, la joven se arroja por encima de un lugar del que recordarán que en una época
exploré minuciosamente los planos de Viena a fin de otorgar su pleno sentido al caso de Juanito; no llegaré hoy al punto
de decirles el sitio en que muy probablemente se encuentre algo comparable a lo que todavía pueden ver del lado del
boulevard Pereire, a saber una pequeña fosa en el fondo de la cual hay rieles para un trencito que ya no funciona; por
allí se lanza la joven, niederkommt, se deja caer.
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Hay varias cosas para decir a propósito de niederkommen. Si aquí lo introduzco es porque se trata de un acto del que
para agotar su sentido no basta recordar su analogía con el sentido de niederkommen en cuanto al parto. Este
niederkommen es esencial a toda súbita puesta en relación del sujeto con lo que él es como a.
No es por nada que el sujeto melancólico tenga semejante propensión, siempre cumplida con fulgurante,
desconcertante rapidez, a tirarse por la ventana.
La ventana, en la medida en que nos recuerda el límite entre la escena y el mundo, nos indica el significado de un acto
por el que en cierto modo el sujeto vuelve a esa exclusión fundamental en la que se siente, en el momento mismo en
que, en el absoluto de un sujeto, absoluto del que sólo nosotros, los analistas, podemos tener una idea, se conjugan el
deseo y la ley.
Esto es lo que efectivamente sucede en el momento del encuentro de la pareja —la caballera de Lesbos y su objeto
kareniniano, por así decir— con el padre. Pues no basta decir que el padre arrojó una mirada irritada para comprender
cómo pudo producirse el pasaje al acto. Hay algo que está allí, en el fondo de la relación, en la estructura; ¿de qué se
trata? Digámoslo en breves términos, los creo suficientemente preparados para entenderlo ¿qué va a hacer la joven
cuyo apego al padre y su decepción ante el nacimiento del hermanito, si no recuerdo mal, fue en su vida el hito
decisivo? Va a hacer de su castración de mujer lo que hace el caballero con respecto a su dama, a quien precisamente
ofrece el sacrificio de sus prerrogativas viriles para hacer de éstas el soporte de lo que está ligado en una relación de
inversión con ese sacrificio mismo, a saber la puesta, en el lugar de la falta, justamente de lo que falta en el campo del
otro, su garantía suprema: que la ley es verdaderamente el deseo del padre; estemos seguros, hay una ley del padre, un
falo absoluto Φ.
Resentimiento y venganza son decisivos, sin duda, en la relación de esta joven con su padre. El resentimiento y la
venganza son esto: esa ley, ese falo supremo; he aquí donde lo coloco: ella es mi dama, y ya que no puedo ser tu mujer
sometida y yo tu objeto, soy aquél que sostiene, que crea la relación idealizada con lo que es de mí mismo insuficiencia,
lo que fue expulsado. No olvidemos que la joven cesó en el cultivo de su narcisismo, abandonó sus cuidados, su
coquetería su belleza, para convertirse en el caballero que sirve a la dama.
En la medida en que todo esto llega con el simple encuentro y a nivel de la mirada del padre, sobre esa escena que todo
lo ganó del asentimiento del sujeto, en la medida en que esta escena aparece ante las miradas del padre se produce lo
que podremos llamar, refiriéndonos al primer cuadro de las coordenadas de la angustia que les dí, el supremo
embarazo, y se le agrega la emoción —remítanse al cuadro, verán sus coordenadas exactas— por la súbita imposibilidad
de hacer frente a la escena que le hace su amiga. Las dos condiciones esenciales de lo que se llama, hablando con
propiedad pasaje el acto (y aquí me dirijo a alguien que me pidió adelantara un poco lo que puedo tener que decir sobre
la distinción con el acting-out, volveremos sobre ella), las dos condiciones del pasaje al acto como tal están realizadas.
Lo que llega en ese preciso momento al sujeto es su identificación absoluta con ese pequeño a al que ella se reduce.
La confrontación del deseo del padre sobre el que está construida toda su conducta, con esa ley que se presentifica en
la mirada de aquel, hace que ella se sienta definitivamente identificada y, al mismo tiempo, rechazada, "deyectada"
(déjetée) fuera de la escena.
Sólo el "dejar caer", el "dejarse caer" puede realizarlo. No tendré tiempo hoy de indicarles qué dirección sigue esto, a
saber que la célebre observación de Freud con respecto al duelo, donde habla de la identificación con el objeto como
algo a lo cual se dirige lo que él expresa como una venganza del que experimenta el duelo, no es suficiente. Llevamos
luto y sentimos los efectos de devaluación del duelo, en la medias en que el objeto por el cual llevamos luto era, sin que
la supiéramos, lo que se había constituido, aquello que nosotros habíamos constituido como el soporte de nuestra
castración.
La castración vuelve a nosotros; y nos vemos como lo que somos en tanto que habremos vuelto esencialmente a esa
posición de la castración. Se advierte que el tiempo me apremia y no puedo dar una indicación. Pero lo que designa
adecuadamente hasta qué punto se trata de lo que estoy diciendo, son dos cosas: la manera en que Freud siente que
por espectacular que sea el avance de la paciente en su análisis, éste pasa sobre ella, si puedo expresarme así, como el
agua sobre las plumas de un pato; y si Freud designa especialmente ese lugar, el del pequeño a en el espejo del Otro,
por medio de todas las coordenadas posibles, sin tener, por cierto, los elementos de mi topología, no lo puede decir con
mayor claridad: "aquello ante lo cual me detengo, me topo (dice Freud), es algo así como lo que sucede en la hipnosis".
Ahora bien, ¿qué sucede en la hipnosis? Que en el espejo del Otro el sujeto es capaz de leer todo lo que hay aquí a nivel
del florerito punteado: todo lo especularizable. No por nada el espejo, la piedra pendulante y hasta la mirada del
hipnotizador son los instrumentos de la hipnosis. Lo único que no se ve en la hipnosis es, precisamente, el tapón mismo
de la garrafa, ni la mirada del hipnotizador, que es la causa de la hipnosis.
La causa de la hipnosis no se revela en las consecuencias de la hipnosis. Otra referencia: la duda del obsesivo. ¿A qué
apunta la duda radical que hace que los análisis de obsesivos lleven tanto, tanto tiempo y sean tan cautelosos? La cura
del obsesivo es una verdadera luna de miel entre el analista y el analizado, dado ese centro en el que Freud señala
perfectamente qué clase de discurso pronuncia el obsesivo, a saber: "Está muy bien ese hombre, me cuenta las cosas
más lindas del mundo; el problema es que no le creo en absoluto". Si es central, es porque está aquí, en X; en el caso de
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la joven homosexual se trata precisamente de lo que ha de darnos claridad, a saber, cierta promoción del falo como tal
en el lugar del a, y está allí —tengo escrúpulos para decirlo— porque además es un texto tan maravillosamente
esclarecedor que no necesito darles (...) en las otras propiedades, pero les ruego no lo tomen por uno de esos
ritornellos a los que se nos ha habituado; [y concluye su texto descubriendo la distinción entre los elementos
constitucionales y los elementos —poco importa cuáles— históricos de la determinación de la homosexualidad, siendo
el aislamiento como tal del objeto el campo propio del análisis, o sea la elección del objeto (Objekt wahl) que lo
distingue como tal, como si conllevara mecanismos que son originales] (Lo que va entre corchetes es interpretación de
la T. de un pasaje de sintaxis ininteligible.); todo gira, efectivamente, alrededor de la relación del sujeto con a..
La paradoja está confinada en lo que la segunda vez les indiqué como el punto en que Freud nos lega el problema de
cómo operar a nivel del complejo de castración, y está designada por lo que se halla inscripto en la observación; me
sorprende que no sea un objeto más común de asombro entre los analistas el hecho de que ese análisis termine con
que Freud se desentiende de él (la laisse tomber).
Pues ahora podemos articular mejor qué pasó con Dora; todo está lejos, muy lejos de ser torpeza, y puede decirse que si
Dora no fue analizada hasta el fin, Freud vió claro hasta el fin. Pero aquí, donde la función del pequeño a, del objeto, es
en cierto modo tan predominante en la observación de la homosexual que ésta llegó incluso a pasar a lo real en un
pasaje el acto cuya revelación simbólica tan bien comprende, sin embargo, Freud se da por vencido "No llegaré a
nada", se dice, y la pasa a una colega femenina. Es él quien toma la iniciativa de dejarla (la laisser tomber).
Aquí les dejo, entregando el término a vuestras reflexiones, pues bien advierten que esta preocupación apuntará a una
referencia esencial en la manipulación analítica de le transferencia.

Clase 9 – Pasaje al acto y Actingout


Hoy vamos a continuar hablando de lo que les designo como a minúscula.
Empezaré recordando su relación con el sujeto, y ello con el fin de mantener nuestro eje y no darles la oportunidad de
una deriva por mi propia explicación. Sin embargo, lo que vamos a acentuar hoy es su relación con el Otro con
mayúscula.
El aislamiento de a se produce a partir del Otro, y es en la relación del sujeto con el Otro que se constituye como resto.
Por eso he reproducido este esquema, que es homólogo al aparato de la división.
Arriba de todo a la derecha, el sujeto, en tanto que, en nuestra dialéctica, tiene su punto de partida en la función del
significante. Es el sujeto hipotético en el origen de dicha dialéctica. El sujeto tachado, por su parte,único sujeto al que
accede nuestra experiencia, se constituye en el lugar del Otro como marca del significante. Inversamente, toda la
existencia del Otro queda suspendida de una garantía que falta, de ahí el Otro tachado.Pero de esta operación hay un
resto, es el a.
1
La última vez, a partir del caso de homosexualidad femenina, ejemplo no único, puesto que se perfilaba detrás del de
Dora, he hecho surgir ante ustedes una característica estructural de la relación del sujeto con el a.
A esta posibilidad esencial, a esta relación que se puede llamar universal puesto que a todos los niveles la reencontrarán
ustedes en lo que a la respecta — y tal es su connotación más característica, puesto que está ligada precisamente a la
función de resto —la llamé, con un término tomado del vocabulario de Freud a propósito del pasaje al acto que le
plantea su caso de homosexualidad femenina, el dejar caer, el niederkommenlassen.
Ahora bien, recordarán ustedes, sin duda, que terminé con la observación de que, extrañamente, fue un dejar caer igual
que éste lo que había marcado la respuesta del propio Freud a una dificultad ejemplar del caso.
En todo lo que Freud nos ha testimoniado sobre su acción, sobre su conducta, sobre su experiencia, este dejar caer es
único y al mismo tiempo en su texto es tan manifiesto, hasta provocador, que para algunos se vuelve casi invisible al
leerlo.
Este dejar caer es el correlato esencial del pasaje al acto. Aún es necesario precisar desde qué lado es visto, este dejar
caer. Es visto, precisamente, del lado del sujeto. Si ustedes quieren referirse a la fórmula del fantasma, el pasaje al acto
está del lado del sujeto en tanto que éste aparece borrado al máximo por la barra. El momento del pasaje al acto es el
del mayor embarazo del sujeto, con el añadido comportamental de la emoción como desorden del movimiento. Es
entonces cuando, desde allí donde se encuentra — a saber, desde el lugar de la escena en la que,como sujeto
fundamentalmente historizado, puede únicamente mantenerse en su estatuto de sujeto — se precipita y bascula fuera
de la escena.
Ésta es la estructura misma del pasaje al acto.
La mujer del caso de homosexualidad femenina salta por encima de la pequeña barrera que la separa del canal por
donde pasa el pequeño tranvía semisubterráneo. Dora pasa al acto en el momento del embarazo en que la pone la
frase-trampa, la trampa torpísima del Sr. K., Mi mujer no es nada para mí. La bofetada que ella le da entonces no puede
expresar nada más que la más perfecta ambigüedad — ¿es al Sr. K.o a la Sra. K a quien ama? No es ciertamente la
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bofetada la que nos lo dirá. Pero semejante bofetada es uno de aquellos signos, de aquellos momentos cruciales en el
destino, que podemos ver resurgir de generación en generación, con su valor de cambio de agujas en un destino.
El sujeto se mueve en dirección a evadirse de la escena. Es lo que nos permite reconocer el pasaje al acto en su valor
propio, y distinguir de él lo que es muy distinto, ya lo verán ustedes, a saber, el acting out.
Por eso era tan útil que planteara en las primeras fases de este discurso sobre la angustia la distinción esencial de estos
dos registros — por una parte, el mundo, el lugar donde lo real se precipita y, por otra parte, la escena del Otro, donde
el hombre como sujeto tiene que constituirse,ocupar su lugar como portador de la palabra, pero no puede ser su
portador sino en una estructura que, por más verídica que se presente, es estructura de ficción.
Observen que aquí no hacemos más que volver a encontramos con una interrogación que mi discurso ya había señalado
al principio como esencial. A saber, si la angustia no es, entre el sujeto y el Otro, un modo de comunicación tan absoluto
que podemos preguntamos si no es, hablando con propiedad, común a ambos.
¿Cómo podemos estar tan seguros de un sentimiento en un animal? Ahora bien, la angustia es el único sentimiento del
que no podemos dudar que se encuentre en el animal. Encontramos allí, bajo una forma exterior, aquel carácter que he
indicado que comporta la angustia, de ser lo que no engaña.
2
Una vez planteado el gráfico de lo que espero recorrer hoy, empiezo haciendo algunas observaciones para refrescar la
memoria. El último pensamiento de Freud nos indica que la angustia es señal en el yo. Si esta señal se encuentra en el
yo, debe estar en algún lugar del yo ideal. Creo haber esbozado suficientemente para ustedes que debe estar en x en el
esquema. Esta señal es un fenómeno de borde en el campo imaginario del yo. El término borde es legítimo, pues se
apoya en la afirmación del propio Freud según la cual el yo es una superficie, incluso, añade, la proyección de una
superficie, lo recordé en su momento. Digamos, pues, que es un color, término cuyo empleo metafórico justificaré más
adelante. Este color se produce en el borde de la superficie especular, i´(a), inversión ella misma, en tanto que
especular, de la superficie real, i(a).
El yo ideal es la función mediante la cual el yo es constituido por la serie de sus identificaciones con ciertos objetos.
Si a se llama a en nuestro discurso, no es tan solo por esta función de identidad algébrica de la letra que predicamos el
otro día, sino, para decirlo, humorísticamente, porque es lo que ya no se tiene. Por eso este a que en el amor ya no se
tiene, se lo puede reencontrar por vía regresiva en la identificación, en forma de identificación con el ser. Por eso Freud
califica exactamente con el término regresión el paso del amor a la identificación. Pero, en esta regresión, a permanece
como lo que es, instrumento. Es con lo que sé es que se puede tener o no, por así decir.

Es con la imagen real, constituida, cuando emerge como i(a), con lo que se atrapa o no en este cuello la multiplicidad de
los objetos a, aquí representados por las flores reales, y ello gracias al espejo cóncavo del fondo, símbolo de algo que
debe encontrarse en la estructura del córtex, fundamento de cierta relación del hombre con la imagen de su cuerpo, y
con los distintos objetos constituibles de dicho cuerpo, con los pedazos del cuerpo original captados, o no, en el
momento en que i(a) tiene la ocasión de constituirse.

Antes del estadio del espejo, lo que será i(a) se encuentra en el desorden de los a minúscula que todavía no es cuestión
de tenerlos o no tenerlos. Éste es el verdadero sentido, el sentido más profundo a darle al término autoerotismo — le
falta a uno el sí mismo, por así decir, por completo. No es el mundo exterior lo que le falta a uno, como se suele decir
impropiamente, sino uno mismo.
Aquí se inscribe la posibilidad de este fantasma del cuerpo despedazado que algunos de ustedes han encontrado en los
esquizofrénicos. Por otra parte, esto no nos permite decidir el determinismo de este fantasma.
Permanezcamos todavía un momento en este estado antes del surgimiento de la imagen i(a) — antes de la distinción
entre todos los a minúscula y esta imagen real con respecto a la cual ellos serán el resto que se tiene o no se tiene —
para hacer la siguiente observación.
Freud nos dice que la angustia es un fenómeno de borde, una señal que se produce en el límite del yo cuando éste se ve
amenazado por algo que no debe aparecer. Esto es el a, el resto aborrecido del Otro. ¿A qué se debe que el movimiento
de la reflexión y los carriles de la experiencia hayan llevado a los analistas, Rank en primer lugar y Freud siguiéndole en
este punto, a encontrar el origen de la angustia en el nivel pre-especular y pre-autoerótico, del nacimiento, donde a
nadie en el concierto analítico se le ha ocurrido hablar de la constitución de un yo? Ahí está sin duda la prueba de que, si
bien es posible definir la angustia como señal, fenómeno de borde, en el yo cuando el yo está constituido, esto
seguramente no es exhaustivo.
Lo encontramos de nuevo muy claramente en fenómenos que se hallan entre los más conocidos que acompañan a la
angustia, los designados como fenómenos de despersonalización. Son precisamente los fenómenos más contrarios a la
estructura del yo en cuanto tal. Esto suscita para nosotros una cuestión que no podremos evitar, la de situar
auténticamente la despersonalización, en la medida en que bajo esta rúbrica, si se ven las divergencias de los autores,
se agrupan los fenómenos de una forma ciertamente ambigua desde el punto de vista analítico.
50

En otros términos, lo que hay que decir, no es que en la psicosis los objetos sean invasores. ¿Qué peligro representa
para el yo? Es la estructura misma de esos objetos lo que los hace inadecuados para la yoización.
Fenomenológicamente, parece obvio que la despersonalización empieza con el no reconocimiento de la imagen
especular. Todos saben hasta qué punto este hecho es palpable en la clínica, y con qué frecuencia es al no reconocerse
en el espejo, o cualquier cosa análoga, cuando el sujeto empieza a ser presa de la vacilación despersonalizante. Pero
esta fórmula que da cuenta del hecho no deja de ser insuficiente. Si lo que se ve en el espejo es angustiante, es por no
ser algo que pueda proponerse al reconocimiento del Otro.
Basta con referirse a aquel momento que señalé como característico de la experiencia del espejo y paradigmática de la
constitución del yo ideal en el espacio del Otro — aquel momento en que el niño vuelve la cabeza, con el movimiento
familiar que les he descrito, hacia ese Otro, ese testimonio, ese adulto que está ahí detrás de él, para comunicarle con
su sonrisa, con las manifestaciones de su júbilo, digamos, algo que lo hace comunicarse con la imagen especular. Si la
relación que se establece con la imagen especular es tal que el sujeto está demasiado atrapado en la imagen para qué
este movimiento sea posible, es que la relación dual pura lo desposee de su relación con el Otro con mayúscula.
Por otra parte, el sentimiento de desposesión fue perfectamente señalado por los clínicos en la psicosis. En ella la
especularización es extraña.
En el punto en que nos hallamos, detengámonos en lo que significa la separación ligada a la angustia del nacimiento.
Subsiste ahí alguna imprecisión, que engendra toda clase de confusiones.
Les bastará con remitirse al texto de Freud. En el plano de la angustia del nacimiento, dice, se constituye toda una
constelación de movimientos principalmente vasomotores y respiratorios, constelación real que será transportada a la
angustia en su función de señal, al modo en que se constituye el acceso histérico, reproducción a su vez de movimientos
heredados para la expresión de ciertos momentos emocionales. Esto es ciertamente del todo inconcebible. Es imposible
situar al comienzo una relación tan compleja de la angustia con el yo. Si luego podrá servirle como señal al yo, ello es
sólo por intermedio de la relación de i(a) con el a, y precisamente con lo que tenemos que encontrar en él como
estructural, o sea, el corte.
Pero entonces, la separación característica al principio, la que nos permite abordar y concebir la relación, no es la
separación respecto de la madre. El corte de que se trata no es entre el niño y la madre.
La forma en que el niño habita originalmente en la madre es en todo como la relación del huevo con el cuerpo de madre
en los mamíferos.
Como ustedes saben, hay todo un aspecto en el que es, con respecto al cuerpo de la madre, cuerpo extraño, cuerpo
parásito, cuerpo incrustado mediante raíces arteriovenosas de su corion en el órgano especializado para recibirlo, el
útero, con cuya mucosa se encuentra en una cierta intrincación. El corte que nos interesa, el que aporta su marca a de
fenómenos reconocibles clínicamente y que por lo tanto no podemos eludir, es un corte que, gracias a Dios, para
nuestra concepción, es mucho más satisfactorio que el corte del niño que nace en el momento en que cae al mundo.
¿Corte respecto a qué? A las envolturas embrionarias.
Para tener una noción completa de este conjunto pre-especular que es el a, es preciso que consideren las envolturas
como elemento del cuerpo del niño.
En suma, verán ustedes hasta qué punto es patente la analogía entre lo que es separado de estas envolturas con el
corte del embrión, y la separación, en el cross-cap, de cierto a enigmático en el que he insistido. Si luego volvemos a
encontramos con esta analogía, creo que ya la habré introducido hoy lo suficiente para hacérnoslo más fácil.
Nos queda por hacer hoy, por lo tanto, aquello que les anuncié sobre lo que indica el acting-out de la relación esencial
del a minúscula con el A mayúscula.
3
Todo lo que es acting out debe oponerse al pasaje al acto. Se presenta con ciertas características que nos permitirán
aislarlo.
La relación profunda, necesaria, del acting out con el a, ahí es donde quiero llevarlos, en cierto modo de la mano, sin
dejarlos caer.
Hay un tipo de madre que llamamos madre fálica, término que no carece de propiedad, pero que empleamos sin saber
en absoluto lo que queremos decir. Les aconsejo prudencia antes de aplicar esta etiqueta. Pero si se ocupan de alguien
que les dice que cuanto más precioso es un objeto para ella, inexplicablemente tiene la atroz tentación de no retener a
este objeto en una caída, esperando no sé qué de milagroso en esa especie de catástrofe, y que el niño más amado es
precisamente aquel que un día, inexplicablemente, dejó caer, entonces podrán identificar lo que conviene llamar en
este caso una madre fálica.
Entremos ahora en el acting out,
En el caso de homosexualidad femenina, mientras que la tentativa de suicidio es un pasaje al acto, toda la aventura con
la dama de dudosa reputación elevada a la función de objeto supremo es un acting out. Mientras que la bofetada de
Dora es un pasaje al acto, todo su comportamiento paradójico con la pareja de los K., que Freud descubre enseguida
con tanta perspicacia, es un acting out.
51

El acting out es esencialmente algo, en la conducta del sujeto, que se muestra. El acento demostrativo de todo acting
out, su orientación hacia el Otro, debe ser destacado.
En el caso de homosexualidad femenina, Freud insiste en ello, la conducta de la chica se exhibe ante los ojos de todos.
Cuanto más escandalosa resulta tal publicidad, más se acentúa su conducta. Y lo que se muestra, se muestra
esencialmente como distinto de lo que es. Lo que es, nadie lo sabe, pero que es distinto, nadie lo duda.
Lo que es, Freud lo dice de todas formas, es que ella habría querido un hijo del padre. Pero si ustedes se conforman con
eso, es que no son difíciles de conformar, porque el hijo en cuestión no tiene nada que ver con una necesidad maternal.
Por eso quería por lo menos indicarles que, contrariamente a todo ese deslizamiento del pensamiento analítico,
conviene poner la relación del niño con la madre en una posición de algún modo lateral respecto a la corriente principal
de la elucidación del deseó inconsciente.
En lo que podemos captar al menos por su incidencia económica, hay en la relación normal de la madre con el niño algo
pleno, redondo, cerrado, algo tan completo como en la fase de gestación, hasta tal punto que necesitamos cuidados del
todo especiales para hacerla entrar en nuestra concepción, y para ver cómo se aplica su incidencia a la relación de corte
entre i(a) y a.
Este niño, ella quiso tenerlo ciertamente en tanto que otra cosa distinta, y por otra parte esta cosa no se le escapa,
gracias a Dios, a Freud. Quería ese niño en tanto que falo, o sea, tal como la doctrina lo enuncia de la forma más
desarrollada en Freud, como sustituto, ersatz, de algo que cae de lleno en nuestra dialéctica del corte y de la falta, del
(a) como caída, como faltante.
Es lo que le permite, tras fracasar en la realización de su deseo, realizarlo al mismo tiempo de otra y de la misma
manera, como erastés. Se hace amante. En otros términos, se exige en aquello que ella no tiene, el falo, y para mostrar
bien que lo tiene, lo da. Es, en efecto, una forma del todo demostrativa. Se comporta respecto a la Dama, nos dice
Freud, como un caballero que la sirve, como un hombre, como aquel que puede darle en sacrificio lo que tiene, su falo.
Entonces, combinemos los dos términos, el del mostrar, o demostrar, y el del deseo, para aislar un deseo cuya esencia
es mostrarse como otro — y sin embargo, mostrándose como otro, designarse de este modo. En el acting out diremos,
pues, que el deseo, para afirmarse como verdad, se adentra en una vía en la que sólo lo consigue, sin duda, de un modo
que llamaríamos singular si no supiéramos ya por nuestro trabajo aquí que la verdad no es de la naturaleza del deseo.
El acting out es esencialmente la demostración, la mostración, sin duda velada, pero no velada en sí. Sólo está velada
para nosotros, como sujetos del acting out, en la medida en que eso habla, en la medida en que eso podría hacer
verdad. Si no, por el contrario, es visible al máximo, y por ese mismo motivo, en un determinado registro es invisible, al
mostrar su causa. Lo esencial de lo que es mostrado es aquel resto, su caída, lo que cae en este asunto.
Entre el sujeto $, aquí Otrificado, por así decir, en su estructura de ficción, y el Otro, A barrado, no autentificable, nunca
del todo autentificable, lo que surge es este resto, a.
¿Qué tiene eso de original, ese acting out y esa demostración de aquel deseo ignorado? El síntoma es parecido. El acting
out es un síntoma. El síntoma, también, se muestra como distinto de lo que es. Lo demuestra el hecho de que debe ser
interpretado. Bueno, pongamos pues los puntos sobre las íes. Como ustedes saben el síntoma no puede ser
interpretado directamente, se necesita la transferencia, o sea, la introducción del Otro.
Hay que decir, por otra parte, que el acting out llama a la interpretación, pero la cuestión es, ciertamente, saber si ésta
es posible. Les mostraré que sí, pero plantea dudas, tanto en la práctica como en la teoría analíticas. Tratándose del
síntoma, está claro que la interpretación es posible, pero con una determinada condición añadida, a saber, que la
transferencia esté establecida. En su naturaleza, el síntoma no es como el acting out, que llama a la interpretación,
puesto que— demasiado a menudo se lo olvida —lo que el análisis descubre en el síntoma es que el síntoma no es
llamada al Otro, no es lo que muestra al Otro. El síntoma, en su naturaleza, es goce, no lo olviden, goce revestido, sin
duda, untergebliebene Befriedigung, no los necesita a ustedes como el acting out, se basta a sí mismo. Es del orden de
lo que les enseñé a distinguir del deseo como goce, es decir, que este último se dirige hacia la Cosa, una vez atravesada
la barrera del bien — referencia a mi Seminario sobre la ética —, o sea, del principio del placer, y por eso dicho goce
puede traducirse como un Unlust — para quienes todavía no lo hayan oído, este término alemán significa displacer.
Todo esto, no soy yo quien lo inventa, y no soy yo quien lo articula, está dicho en sus propios términos en Freud.
Volvamos al acting out.
A diferencia del síntoma el acting out, por su parte, pues bien, es el esbozo de la transferencia. Es la transferencia
salvaje. No hay necesidad de análisis, como ustedes se lo figuran, para que haya transferencia. Pero la transferencia sin
análisis, es el acting out. El acting out sin análisis es la transferencia. De ello resulta que una de las cuestiones que se
plantean sobre la organización de la transferencia—por ello entiendo su Handlung, su manejo — es saber cómo la
transferencia salvaje se puede domesticar, cómo se hace entrar el elefante salvaje en el cercado, cómo poner el caballo
a dar vueltas en el picadero.
Ésta es una de las formas de plantear el problema de la transferencia.
Sería muy útil plantearlo por este lado, porque es la única forma de saber cómo actuar con ella en el acting out.
52

La cuestión es saber cómo actuar frente al acting out. Hay tres posibilidades, dice ella (Phyllis Greenacre). Se lo puede
interpretar, se lo puede prohibir, se puede reforzar el yo.
Interpretarlo, teniendo en cuenta lo que acabo de decirles, está condenado a tener pocos efectos, aunque sólo fuese
porque está hecho para eso, el actingout, cuando examinen la cosa de cerca, la mayoría de las veces advertirán que el
sujeto sabe perfectamente que lo que hace en el acting out es para ofrecerse a la interpretación de ustedes. Pero
bueno, no es el sentido, sea cual sea, delo que interpretan ustedes lo que cuenta, sino el resto. Entonces, por esta vez,
al menos si no se añade algo, esto es un callejón sin salida.
Es muy interesante dedicar un tiempo a escandir las hipótesis.
Prohibirlo, naturalmente, hace sonreír, hasta a la propia autora, quien dice — de todas formas, se pueden hacer muchas
cosas, pero decirle al sujeto, nada de acting out, he aquí algo bien difícil. A nadie se le ocurre, por otra parte. Sea como
sea, se observa a este respecto que siempre hay prohibiciones perjudiciales en el análisis. De hecho, se prohíbe mucho
más delo que se cree. Se hacen muchas cosas, evidentemente, para evitar los acting out en sesión.
Pero no voy a preguntarme qué hizo que se decantara hacia un reforzamiento del yo — tercera de las hipótesis — la
cuestión de cómo domesticamos la transferencia, puesto que ya me han oído decir que no es cosa nada simple.
Tampoco voy a detenerme para decir aquello a lo que siempre me he opuesto; porque, como lo reconocen los mismos
que tomaron esa vía hace mucho más de un decenio — más exactamente, hace tantos decenios que ahora ya se
empieza a hablar menos de ello —, se trata de conducir al sujeto a la identificación.

4
Volvamos a Freud y a la observación del caso de homosexualidad femenina, donde tenemos toda clase de indicaciones
del todo admirables. Al mismo tiempo que dice que nada indica en este caso que se produzca lo que se llama
transferencia, señala que tampoco se trata de detenerse ni un instante en la hipótesis de que no hay transferencia.
Ésta paciente — la cosa está articulada así — le mentía en sueños. Así es como Freud caracteriza el caso. El precioso
ágalma de este discurso sobre la homosexualidad femenina es que Freud se queda pasmado ante este hecho — él
también hace las preguntas y da las respuestas —. Así, pues, ¡el inconsciente puede mentir!
Así, ella misma le dice que miente. Y por otra parte, Freud no lo duda. De ahí precisamente la apariencia de que está
ausente cualquier relación de transferencia. Entonces a Freud se le plantea lo siguiente — Pero, entonces, este
inconsciente que tenemos la costumbre de considerar como lo más profundo, la verdad verdadera, puede engañamos.
Y todo su debate se centra en este Zutrauen, la confianza en el inconsciente. —¿Podemos mantenerla? dice.
El inconsciente siempre merece confianza, dice, y el discurso del sueño es otra cosa que el inconsciente, resulta de un
deseo que viene del inconsciente— pero admite al mismo tiempo, llegando incluso a formularlo, que por lo tanto es el
deseo lo que se expresa a través de dichas mentiras.
Ella misma le dice que esos sueños son mentirosos. Ante lo que se detiene Freud, es ante el problema de toda mentira
sintomática — vean ustedes lo que es la mentira en el niño —, el de lo que el sujeto quiere decir al mentir. Y lo extraño
es que Freud tira la toalla, ante este agarrotamiento de todos los engranajes. No se interesa por lo que los hace
agarrotarse, o sea, el desecho, el pequeño resto, lo que detiene todo y que, sin embargo, es lo que aquí surge como
pregunta.
Sin saber qué es lo que le produce ese embarazo, Freud está conmovido, como él mismo lo pone de manifiesto, sin
duda, ante esta amenaza a la fidelidad del inconsciente. Y entonces, pasa al acto.
Es el punto donde Freud se niega a ver en la verdad, que es su pasión, la estructura de ficción que está en su origen.
Pero, después de todo, lo que a Freud se le escapa es, lo sabemos, algo que falta en su discurso. Es lo que siempre
permaneció para él en estado de pregunta — ¿qué quiere una mujer? Ahí es donde el pensamiento de Freud tropieza
con algo que podemos llamar, provisionalmente, la feminidad.
-La terminación del tratamiento y sus variantes en la institución. Las terminaciones de los tratamientos en los historiales.

*Freud. “análisis terminable e interminable” cap 3 y 7


III. En épocas anteriores me veía frente a una mayoría de pacientes, que, como es natural, esforzaban hacia una
tramitación rápida; en los últimos años me dedique de manera prevaleciente a los análisis didácticos y un número
proporcionalmente menor de enfermos graves surgió conmigo un tratamiento continuado.
No estaba en cuenta na abreviación de la cura; el propósito era producir un agotamiento radical de las posibilidades de
enfermedad y una alteración profunda de la persona.
De los tres factores que hemos reconocido como decisivos para las posibilidades de la terapia analítica- influjo de
traumas, intensidad constitucional de las pulsiones, alteración del yo- nos interesa sólo el del medio, la intensidad de las
pulsiones. Por decisivo que sea desde todo comienzo el factor constitucional, es concebible que un refuerzo pulsional
sobrevenido más tarde en la vida exteriorice los mismos efectos.
Habría pues, que modificar la fórmula: intensidad pulsional “por el momento” en lugar de constitucional.
53

Acaso no sea ocioso, para evitar malentendidos, puntualizar con más precisión lo que ha de entenderse por la frase
“tramitación duradera de una exigencia pulsional”, no es, por cierto, que se la haga desaparecer de suerte que nunca
más de noticias de ella. Esto es en general imposible y tampoco deseable. No, queremos significar otra cosa, que en
términos aproximados se puede designar como el “domeñamiento” de la pulsión: esto quiere decir que la pulsión
admitida en su totalidad dentro de la armonía del yo, es asequible a toda clase de influjos por las otras aspiraciones que
hay en el interior del yo.
Si esta última se relaja, por enfermedad, agotamiento, etc.; todas las pulsiones domeñadas con éxito hasta entonces
volverán a presentar de nuevo sus títulos y pueden aspirar a sus satisfacciones sustitutivas por caminos anormales. La
prueba irrefutable de ello la proporciona ya el sueño nocturno, que frente al acomodamiento del to para dormir
reacciona con el despertar de las exigencias pulsionales.
Por dos veces en el curso del desarrollo individual emergen refuerzos considerables de ciertas pulsiones: durante la
pubertad y en la mujer cerca de la menopausia.
Todas las represiones acontecen en la primera infancia; son unas medidas de defensa primitivas del yo inmaduro,
endeble. En años posteriores no se consuman represiones nuevas, pero son conservadas las antiguas y el yo recurre en
vasta medida a sus servicios para gobernar las pulsiones.
Acerca de las represiones infantiles, acaso valga lo que hemos sostenido con carácter universal, a saber: que dependen
enteramente de la proporción relativa entre las fuerzas y no son capaces de sostenerse frente a un acrecentamiento de
la intensidad de las pulsiones.
Estos nuevos diques tienen una consistencia por entero diversa. La rectificación con posterioridad del proceso represivo
originario, sería entonces la operación genuina de la terapia analítica.
Hasta aquí nuestra teoría, a la que no podemos renunciar si no media una compulsión irrecusable. ¿Y qué dice la
experiencia sobre esto? Quizá no sea todavía lo bastante abarcadora para pronunciar una decisión segura. Uno tiene la
impresión de que no habría derecho a sorprenderse si, al cabo, resultara que el distingo entre el no analizado y la
conducta ulterior del analizado no es tan radical como lo ambicionamos, esperamos y afirmamos.
Pero hay otro Angulo desde el cual aproximarse al entendimiento de este efecto icc del análisis. Sabemos que el primer
paso hacia el dominio intelectual del mundo circundante en que vivimos es hallar universalidades, reglas, leyes, que
pongan orden en el caos. Mediante ese trabajo simplificamos el mundo de los fenómenos, pero no podemos evitar el
falsearlo también, en particular cuando se trata de procesos de desarrollo y trasmudación.
Johann Nestoy manifestó una vez: “Todo proceso nunca es sino la mitad de grande de lo que al comienzo se esperaba”.
Uno estaría tentado de atribuir validez universal a esta maliciosa sentencia. Casi siempre hay fenómenos residuales, un
retraso parcial. Si el dadivoso mecenas nos sorprende con una rasgo aislado de mezquindad, si el hiperbeno se deja
llevar de pronto a una acción hostil, he ahí unos “fenómenos residuales” inapreciables para la investigación genérica.
Nos muestran que aquellas valiosas cualidades descansan sobre una compensación y sobrecompensación, que, no han
cuajado por entero, no han cuajado en la plenitud de su monto.
En nuestra primera descripción del desarrollo libidinal dijimos que una fase oral originaria deja sitio a la fase sádico-anal
y está a la fálico-genital; la investigación ulterior no lo ha contradicho, pero ha agregado, a modo de enmienda, que
estas sustituciones no se producen de manera repentina, sino poco a poco, de suerte que en cada momento unos
fragmentos de la organización anterior persisten junto a la más reciente y aun en el caso del desarrollo normal la
trasmudación nunca acontece de modo integral; por eso, en la plasmación definitiva pueden conservarse unos restos de
las fijaciones libidinales anteriores
No hemos alcanzado siempre en toda su extensión, o sea, no lo bastante a fondo, nuestro propósito de sustituir las
represiones permeables por unos dominios confiables y acordes al yo. La trasmudación se consigue, pero a menudo solo
parcialmente.
Cabe afirmar que el título reivindicado por el análisis, de que el cura las neurosis asegurando el gobierno sobre lo
pulsional, es siempre justo en la teoría, pero no siempre lo es en la práctica. Y ello no siempre consigue asegurar
suficiente las bases para el gobierno sobre lo pulsional.
Nada hay de asombroso en ello, pues el análisis no trabaja con recursos ilimitados, sino restringidos, y el resultado final
depende siempre de la proporción relativa entre las fuerzas de las instancias en reciproca lucha.
Es sin duda deseable abreviar la duración de una cura analítica, pero el camino para el logro de nuestro propósito
terapéutico solo pasa por el robustecimiento del auxilio que pretendemos aportar con el análisis del yo.

VII. Una conferencia de rico contenido, pronunciada por S. Ferenzi, da cuenta de que “el análisis no es un proceso sin
termino, sino que puede ser llevado a un cierre natural si el analista tiene la pericia y paciencia debidas”. Opino que ese
trabajo equivale más bien a una advertencia de no poner como meta del análisis su abreviación, sino su profundización.
Ferenzi añade todavía que la valiosa puntualización de que es igualmente decisivo para el éxito que el analista haya
aprendido bastante de sus propios “errores” y cobrado imperio sobre los “puntos débiles de su propia personalidad”:
esto proporciona un importante complemento para nuestro tema. No solo la complexión yoica del paciente: también la
54

peculiaridad del analista demanda su lugar entre los factores que influyen sobre las perspectivas de la cura analítica. Los
analistas son personas que han aprendido a ejercer un arte determinado y junto a ello, tienen derecho a ser hombres
como los demás.
Tiene su buen sentido que al analista se le exija, como parte de su prueba de aptitud, una medida más alta de
normalidad y de corrección anímicas; y a esto se suma que necesita de alguna superioridad para servir al paciente como
modelo en ciertas situaciones, y como maestro en otras. Además, el vínculo analítico se funda en el reconocimiento de
la realidad objetiva.
No se olvide que el vínculo analítico se funda en el amor por la verdad, es decir, en el reconocimiento de la realidad
objetiva y excluye toda ilusión y todo engaño.
Y hasta pareciera que analizar sería la tercera de aquellas profesiones “imposibles” en que se puede dar
anticipadamente por cierta la insuficiencia del resultado. Las otras dos, ya de antiguo consabidas, son el educar y el
gobernar.
¿Dónde y cómo adquiriría el analista aquella aptitud ideal que la hace falta para su profesión?: en el análisis propio, con
el que comienza su preparación para su actividad futura. Aquel sólo puede ser breve e incompleto. Cumple su cometido
si instala en el aprendiz la firme convicción en la existencia de lo inconsciente, le proporciona percepciones de sí a raíz
de la emergencia de lo reprimido y le enseña la técnica únicamente acreditada en la actividad analítica. De todas
maneras, esto por sí sólo no bastará como instrucción.
No sería asombroso que el hecho de ocuparse de todo lo reprimido que en el alma humana pugna por liberarse
conmoviera y despertara en el analista todas aquellas exigencias pulsionales que de ordinario él es capaz de mantener
en sofocación. Este es un “peligro del análisis” y, por eso mismo, se recomienda que todo analista debiera hacerse
objeto de análisis periódicamente. Ello significaría que el análisis propio también, y no sólo el análisis terapéutico de los
enfermos, se convertiría de una tarea terminable en una interminable.
Según Freud, uno no se propondrá como meta limitar todas las peculiaridades humanas en favor de una normalidad
esquemática, ni demandara que los “analizados a fondo” no registren pasiones ni puedan desarrollar conflictos internos.
La terminación de un análisis es un asunto práctico. El análisis debe crear las condiciones psicológicas más favorables
para las funciones del yo; con ello quedaría tramitada su tarea.
VIII. Tanto en los análisis terapéuticos como en los de carácter es llamativo el hecho de que dos temas se destaquen en
particular. Ambos están ligados a la diferencia entre los sexos. Estos dos temas en reciproca correspondencia son, para
la mujer, la envidia del pene y para el hombre, la revuelta contra su actitud pasiva o femenina hacia otro hombre. Eso
común ha sido destacado en el psicoanálisis como conducta frente al complejo de castración.
Este factor, no admite la misma colocación en ambos sexos. En el varón, la aspiración de masculinidad aparece desde el
comienzo y es por entero acorde con el yo; la actitud pasiva, puesto que supone la castración es reprimida y muchas
veces sólo unas sobrecompensaciones excesivas señalan su presencia.
También en la mujer el querer alcanzar la masculinidad es acorde con el yo en la fase fálica, antes del desarrollo hacia la
femineidad. Pero luego sucumbe a aquel sustantivo proceso de represión, de cuyo desenlace dependen los destinos de
la feminidad. Del insaciable deseo del pene devendrán el deseo del hijo, portador de pene. Pero con frecuencia
hallaremos que el deseo de masculinidad se ha conservado en lo inconsciente y despliega desde la represión sus efectos
perturbadores.
Como se advierte por lo dicho, lo que en ambos casos cae bajo la represión es lo propio del sexo contrario.
La sobresaliente significatividad de ambos temas-el deseo del pene en la mujer y la revuelta contra la actitud pasiva en
el varón-no ha escapado a la atención de Ferenzi. Para el todo análisis exitoso, hay un requisito que consiste en haber
dominado estos dos complejos.
No puede establecerse una transferencia análoga desde el deseo del pene de la mujer; en cambio de esa fuente
provienen estallidos de depresión grave, por la certeza interior de que la cura analítica no servirá para nada y de que no
es posible obtener remedio.
En efecto, la desautorización de la femineidad no puede ser más que un hecho biológico, una pieza de aquel gran engina
de la sexualidad. Difícil es decir si en la cura analítica hemos logrado dominar este factor y cuando lo hemos logrado.
Nos consolamos con la seguridad de haber ofrecido al analizado toda la incitación para reexaminar y variar su actitud
frente a él.

*Rubinstein. “la terminación de tratamientos en ámbitos institucionales”.


El punto de partida de esta investigación fue el reconocimiento de las dificultades que encuentran los practicantes de
orientación analítica para decidir la terminación de los tratamientos que con dicen en instituciones, teniendo en cuenta
la tensión estructural que existe entre las condiciones del tiempo institucional, tendientes a fijar tanto normas de
tiempo como un acortamiento de la terapia, y las exigencias propias del análisis sostenidas en la atemporalidad del
inconsciente y en la inconveniencia, destacada tanto por Freud como por Lacan, de fijar límites anticipados.
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Cuando comenzamos la investigación, en la comunidad analítica predominaba la idea de que un verdadero análisis y su
fin debían llevarse a cabo en el marco del consultorio privado y sin gratuidad. Las terminaciones de tratamientos en las
instituciones eran consideradas interrupciones, marcadas con el signo menos de la insuficiencia.
Sin embargo, había tratamientos analíticos y no todas las terminaciones podrían considerarse "deserciones". En muchos
casos había efectos de tratamiento que si bien no eran finales de análisis en su forma más pura, no podían homologarse
a una interrupción. Nos pareció importante tomar el toro por las astas y explorar de qué modo terminaban los
tratamientos y que condiciones incidían en la decisión, no siempre fácil, a la que cada analista se veía confrontado en su
práctica. ¿Fidelidad a la norma o fidelidad al caso y a su singularidad?, ¿son incompatibles?
Desde aquél entonces hasta ahora las políticas del psicoanálisis, especialmente del campo freudiano, retomaron el tema
bajo la distinción y articulación entre psicoanálisis puro y psicoanálisis aplicado, recuperando el interés en los efectos
terapéuticos del psicoanálisis y dando una nueva vuelta sobre la incidencia del tiempo en los tratamientos.
Los fundamentos del tema y el marco teórico
La posibilidad del psicoanálisis en marcos diferentes al consultorio privado del analista, fue abierta por Freud en 1918,
(Freud, 1918, p. 163) cuando en "Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica", propone "prepararse mentalmente para
el futuro".
Ahora bien, la coexistencia de discursos, la incidencia de las exigencias de la salud pública, la presión y la variabilidad de
las demandas, así como las condiciones de tiempo y de dinero constituyen condiciones que dan ciertas peculiaridades a
la práctica del psicoanálisis en ellos y que requieren ser estudiadas con detenimiento. El psicoanálisis se ha insertado en
las instituciones de salud mental, pero tiene por delante el desafío de dar cuenta de la práctica que en ellas realiza.
El posible conflicto entre las normas institucionales y la atemporalidad del inconsciente así como lo inadecuado que
resulta para el psicoanalista fijar plazos anticipados para la terminación del tratamiento, confrontan al practicante con
un real problemático que debe resolver: ¿cómo y cuándo concluir los tratamientos? ¿Hasta dónde es posible sostener
un análisis cuando el tiempo es limitado? ¿Cómo conciliar esto con las observaciones de Freud y de Lacan relativas a la
imposibilidad de fijar un tiempo anticipado para la finalización del tratamiento? ¿Debemos detenernos y ha cer otra
cosa, como plantean las terapias de objetivos limitados? ¿Con qué ética respondemos por lo que iniciamos si no
podemos asegurar las condiciones para un final?
Puede decirse que existe una tensión estructural entre la presión surgida de las condiciones institucionales hacia un
acortamiento de la terapia y la atemporalidad del inconsciente.
Tanto Freud como Lacan han señalado la inconveniencia de fijar plazos anticipados para la terminación de un
tratamiento. En “Iniciación del tratamiento" (Freud, S., 1913) Freud, afirma que:
"La pregunta por la duración del tratamiento es de respuesta casi imposible".
Por su parte, Lacan afirma que:
“El tiempo desempeña su papel en la técnica bajo varias incidencias. Se presenta en la duración total del análisis, en
primer lugar, e implica el sentido que ha de darse al término del análisis, que es la cuestión previa a la de los signos de
su fin. Tocaremos el problema de la fijación de su término. Pero está claro, desde el primer momento, que esa duración
no puede anticiparse para el sujeto sino como indefinida" (Lacan, J., 1956, pp. 298-299).
Esta limitación para Lacan obedece a dos razones: la imposibilidad de anticipar el tiempo de comprender para cada
sujeto y al riesgo de enajenarlo de su verdad si se fija anticipadamente un término.
A esto agregamos la tensión entre las exigencias del psicoanálisis de llevar un análisis hasta su final y las condiciones de
la práctica que restringen el tiempo posible de duración del tratamiento. Esto confronta al practicante con el problema
de cómo y cuándo concluir los tratamientos en la institución.
El intento de reducir el síntoma en el menor tiempo posible y sin tener en cuenta la transferencia se aleja de la
propuesta freudiana de acceder a una experiencia del inconsciente y poner de manifiesto algo de la verdad del sujeto.
Puede decirse que los practicantes en la institución tienen una doble inscripción: como psicoanalistas y como agentes de
salud. Esto tiene implicancias éticas y propone a cada practicante una tensión a soportar respecto de su posición. Quien
pretenda sostener una práctica psicoanalítica en el hospital deberá despejar, en cada caso, dentro de la demanda de
asistencia, la posible demanda de análisis y soportar las impurezas con las que la diversidad de consultas lo confrontan.
El marco teórico de esta investigación parte de considerar que a pesar del conflicto entre normas institucionales y
psicoanálisis, es posible iniciar un proceso analítico en el hospital y producir resultados, aún cuando no se trate del oro
puro del análisis. Las posibilidades del psicoanálisis no dependen del espacio físico en el que se produce, sino de que se
creen ciertas condiciones de escucha, lo cual se articula decididamente con la posición del oyente. En algunos casos,
unos pocos encuentros, permiten producir efectos en tanto se ofrece al sujeto la posibilidad de ser escuchado en su
singularidad. En otros, el tiempo podrá ser más prolongado pero, aun así, esto encuentra su justificación en tanto se da
al sujeto la posibilidad de saber acerca de aquello que causa su sufrimiento y de estar por lo tanto en condiciones
diferentes para enfrentarlo.
Por otra parte, no puede dudarse que la preocupación por los resultados es intrínseca a la práctica del psicoanálisis y
que, por lo tanto, el psicoanalista no puede desinteresarse de los efectos que produce o podría producir. El problema de
56

la relación entre los efectos terapéuticos del psicoanálisis y el más allá de lo terapéutico ha sido abordado, desde Freud
en adelante, por los psicoanalistas dando lugar a diferentes respuestas.
Tal como afirma Lacan, el psicoanálisis" no es una terapéutica como las demás..." y, aunque no coincide necesariamente
con la eliminación de síntomas, no se desentiende de ellos ni del sufrimiento que producen. Pero sus efectos no pueden
medirse fácilmente por criterios estadísticos y su verificación requiere profundizar el estudio de casos.
Aun en la práctica privada hay interrupciones por lo cual la terminación del tratamiento no está siempre asegurada y,
sin embargo, puede interrogarse por los efectos producidos durante el recorrido realizado. Hay efectos terapéuticos y
efectos analíticos que se producen aun cuando el análisis no haya llegado a su fin.
Objetivos, hipótesis y variables relevantes
Nuestro objetivo general fue indagar los diversos modos en que terminan efectivamente los tratamientos de
orientación psicoanalítica en el hospital público y precisar cuáles son las variables relevantes que intervienen en la
decisión de la terminación, así como la relación que mantienen entre ellas.
Como Objetivos específicos nos propusimos:
1. Indagar la incidencia de las condiciones institucionales en la decisión de terminación del tratamiento.
2. Conocer las principales dificultades que se les plantean a los practicantes para decidir la terminación del tratamiento,
así como los modos de resolución de las mismas.
3. Indagar si hay diferencias en los modos de terminación del tratamiento en diferentes dispositivos institucionales
(externo/hospital de día), en pacientes de diferentes edades, en pacientes con diferentes patologías y modalidades de
demandas
4. Indagar si se producen modificaciones subjetivas en los pacientes que han terminado sus tratamientos y dar cuenta
de las mismas.
Nuestros objetivos se precisaron a medida que avanzábamos en la investigación y en tanto decidimos centrarnos en
casos cuya terminación hubiera sido un "momento conclusivo", decidido por un acuerdo entre paciente y analista. Nos
interesó:
1. Extraer los principios implícitos o explícitos que operan en la decisión de terminación de ese tipo de conclusiones
2. Avanzar en la construcción de principios que, a diferencia de criterios estandarizados, orienten a los practicantes en
sus decisiones para la terminación del tratamiento en la institución. Como hipótesis general consideramos que en los
modos de terminación de los tratamientos en el hospital intervienen de modo variable: a) las condiciones
institucionales: normas de tiempo y de atención, dinero, dispositivos de atención, modalidad y orientación del equipo y
de la jefatura, presión de la demanda, b) la posición y características del practicante: posición institucional, formación,
orientación teórica y concepción respecto a cómo y
cuándo terminar el tratamiento en la institución, c) la posición y características del paciente: edad, nivel
socioeconómico, tipo clínico, motivo de consulta y posición subjetiva inicial respecto de su padecimiento y respecto de
la posibilidad de hacer del mismo causa de un trabajo analítico y, d) las peculiaridades del proceso terapéutico: lógica
del caso, teniendo en cuenta fundamentalmente las relaciones entre la demanda inicial -y sus precisiones durante las
entrevistas preliminares- y los efectos producidos en los síntomas y en la posición del paciente durante el tratamiento,
teniendo en cuenta las intervenciones del analista y las vicisitudes de la transferencia).
Los modos en que los practicantes vienen resolviendo la dificultad se convirtieron entonces para nosotros en motivo de
interrogación. ¿Cuándo y por qué puede ubicarse en algunos casos un momento de concluir? ¿Qué es lo que orienta al
analista en su decisión? ¿Se maneja según las normas y cumple administrativamente con eso? ¿Lo decide según el caso?
¿Espera algún resultado terapéutico? ¿Algún cambio en la posición del sujeto?
1. Modos de terminación: interrupciones, momentos conclusivos y fin de análisis
Hay muchos modos en que los tratamientos pueden terminar en una institución, si por terminar entendemos que el
terapeuta y el paciente dejan de verse. En muchos casos, esto se produce por factores ajenos a una decisión del
profesional: deserción, fracaso del tratamiento, enfermedad o licencia del profesional, cambio de trabajo o viaje del
paciente, etcétera.
Sin embargo, hay un modo de conclusión que consideramos importante precisar, ya que de ella podrían extraerse
consecuencias teóricas de interés para la práctica. Son éstos los casos que concluyen con algún grado de acuerdo entre
el profesional y el paciente en determinado momento del tratamiento y que llamamos "momento de concluir". Hemos
decidido centrar en estos casos la investigación.
Fue necesario para eso distinguir entre:
1. El concepto teórico de final de análisis.
2. La terminación como puro hecho fáctico que en muchos casos puede considerarse deserción o interrupción.
3. Lo que podría considerarse un momento conclusivo.
2. Efectos analíticos y terapéuticos
A fines de interrogar los resultados logrados consideramos útil distinguir efectos terapéuticos y efectos analíticos.
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Supusimos entonces que aun cuando no fuera posible producir un fin de análisis en el hospital era sin embargo posible
obtener efectos tanto terapéuticos como analíticos en los tiempos de tratamiento institucional.
Dichos términos no son excluyentes y tiene entre si relaciones que deben ser exploradas. Hay efectos terapéuticos y
efectos analíticos que se producen aun cuando el análisis no haya llegado a su fin.
Llamamos efectos terapéuticos a los cambios producidos en relación a la dolencia del paciente de modo que éste
"...ya no padezca a causa de sus síntomas y haya superado sus angustias así como sus inhibiciones..." (Freud, S., 1937, p.
222)
Llamamos efecto analítico a aquellas modificaciones subjetivas que pudieran considerarse producidas por cierta
experiencia del inconsciente, aun cuando no fueran claramente terapéuticas. Por tal, entendimos una modificación
producida en la relación del sujeto con sus dichos de modo que pueda sostenerse un espacio entre sus enunciados y su
posición de enunciación. Pensamos que esa experiencia del inconsciente era la sustancia misma del efecto analítico que
puede verificarse en diferentes expresiones en los casos y que tiene consecuencias en el padecer del sujeto. Los efectos
analíticos no son necesariamente terapéuticos en el sentido de eliminación de síntomas, inhibiciones o angustias. Lo
mismo podemos decir del respeto por el síntoma al que no intentamos acallar rápidamente, pero sobre el que
buscamos producir modificaciones que seguramente irán en dirección a un menor sufrimiento causado por él.
La rectificación subjetiva también puede considerarse un efecto analítico, en la medida en que hay algo de la escucha
analítica operando allí por vía de una interpretación que apunta a una modificación en la posición del sujeto respecto de
su padecer. En algunos casos una decisión del sujeto respecto de su realidad: cambio de carrera, separación, etcétera,
que definen para el sujeto un antes y un después pueden ser indicadores de efecto analítico.
Metodología
Decidimos emprender entonces un estudio exploratorio, basado en el estudio en profundidad de algunos casos de
tratamientos terminados en instituciones hospitalarias, realizado a partir del relato del practicante que ha dirigido la
cura, para ubicar en ellos la incidencia de cada una de nuestras variables.
Nos apoyamos para eso en las referencias freudianas. Freud fundamenta reiteradamente la importancia del estudio de
casos realizado con el método analítico para la verificación de sus conceptos. Estudiando un caso en profundidad, Freud,
puede revelar no sólo los detalles singulares del mismo, sino también los elementos esenciales de la estructura y los
mecanismos generales que intervienen en su constitución. La "exposición detallada de un historial clínico" avala así sus
teorías y le permite transmitir sus resultados, ya que sólo en la trama del caso puede aislarse la especificidad de la
estructura.
En su "Respuesta al comentario de Jean Hyppolite sobre la Verneinung de Freud" (Lacan, J., 1956) Lacan introduce
algunas luces respecto a las articulaciones entre el caso y la teoría planteando que
"No es de los hechos acumulados de donde puede surgir una luz, sino de un hecho bien relatado con todas sus
correlaciones...."
El estudio de un caso se convierte así, tanto en la condición necesaria para poner a prueba la teoría, como en el punto
de partida para modificarla, si esto fuera necesario, a partir de lo producido durante la experiencia de la dirección de la
cura.
Se seleccionaron practicantes de instituciones hospitalarias que .. se reconocieran de orientación psicoanalítica, con
distintos niveles de formación y que pudieran ofrecer un caso de terminación de tratamiento bajo la forma de
"momento conclusivo".
El trabajo con el practicante a incluyó una doble perspectiva:
1. Indagación de las variables relativas a las condiciones y normas institucionales en las que se lleva adelante la dirección
del trata miento, así como de la posición del practicante en la institución, su formación y sus concepciones sobre la
terminación del tratamiento en el hospital.
2. Selección de un caso clínico, terminado con la modalidad de "momento conclusivo", y el estudio en profundidad de su
lógica, tratando de obtener una hipótesis sobre las variables que intervinieron en la decisión de la conclusión así como
de los efectos producidos durante el tratamiento.
Características de las instituciones, los practicantes y los casos examinados
Contamos con 30 recortes clínicos de tratamientos realizados en instituciones hospitalarias de la Ciudad de Buenos Aires
y el Conurbano Bonaerense: 8 (26.67%) en centros de salud, 3 (10%) en hospitales monovalentes y 19 (63.33%) en
servicios de psicopatología de hospitales generales. De los cuales, la mayoría (24) corresponden a casos de consultorios
externos (80%), 5 (16.67%) son casos atendidos en el dispositivo de hospital de día y 1 caso de internación.
Hay 23 (76.67%) casos de pacientes de sexo femenino. Hay 9 (30%) casos de niños menores de 13 años y los demás
corresponden a pacientes adultos.
Respecto de la duración del tratamiento 16 (53.33%) de los casos analizados tuvieron un año o menos de tratamiento
en el hospital y 8 (26.67%) más de 1 año y hasta 2. En algunos casos no se aclara la duración del tratamiento y
solamente hay 2 (6.67%) casos de más de dos años de duración. La mayoría de los analistas entrevistados son mujeres
entre 30 y 40 años de edad (16 / 53.33%), 4 (13.33%) son menores de 30 años y 8 (26.67%) mayores de 40 años.
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Predominan los psicólogos (28 / 93.33%) recibidos en la Universidad de Buenos Aires (25 / 83.33%) y sólo 2 (6.67%) son
médicos psiquiatras. Poco más de la mitad tiene entre 10 y 20 años de recibidos, sólo una entrevistada tiene 25 años de
recibida y el resto tiene menos de 10 años en la profesión.
Algunos resultados
Incidencia de las condiciones institucionales
a. La incidencia de las normas de tiempo y de las condiciones institucionales en la terminación del tratamiento es
variable y hemos encontrado diferentes posiciones de los practicantes al respecto.
Si bien hay normas municipales establecidas, en la mayoría de los equipos de orientación analítica las normas de tiempo
de atención no son rígidas y los plazos pueden ser renovables. Rara vez la norma de tiempo institucional es lo que
determina directamente y por aplicación automática la decisión de concluir. Si bien la norma es reconocida en la
mayoría de los casos, predominan en general las razones ligadas a la lógica de la cura.
Puede decirse que existe siempre un conflicto virtual entre la libertad del profesional y la norma institucional. Dicho
conflicto se encuentra estructuralmente en todos los casos, pero en ciertas condiciones se actualiza. La falta de
flexibilidad de la jefatura es una de las condiciones de agravamiento del conflicto y en algún caso el practicante se va de
la institución porque la rigidez de la norma no le permite trabajar como quiere.
Sición de normas por parte de las jefaturas y un aumento del conflicto.
Es interesante observar que cuando las normas de tiempo de atención son flexibles o no están estrictamente
estandarizadas, se vuelve más difícil encontrar una orientación para la conclusión ya que aparece un conflicto entre el
deseo de llevar el tratamiento siempre un poco más allá y la convicción de que el tiempo institucional es limitado y debe
concluir. La responsabilidad y posición del analista respecto de la conclusión se vuelve en esos casos crucial y es notable
la diferencia entre quienes tiene más formación y recorrido y entre los que no tienen referencias orientativas que les
permitan tomar la decisión.
Solamente 8 entrevistados sostienen que la norma institucional no incide en sus decisiones de conclusión de los
tratamientos, pero en algún caso esta incidencia aparece referida a otros "en los de planta pesan más”. Todos los demás
reconocen algún tipo de incidencia de las normas institucionales pero se diferencian por la
Si bien hay normas municipales establecidas, en la mayoría de los equipos de orientación analítica las normas de tiempo
de atención no son rígidas y los plazos pueden ser renovables. Rara vez la norma de tiempo institucional es lo que
determina directamente y por aplicación automática la decisión de concluir. Si bien la norma es reconocida en la
mayoría de los casos, predominan en general las razones ligadas a la lógica de la cura. Existe una margen de flexibilidad
y de maniobra individual que permite al practicante decidir la conclusión según su propio criterio intentando darle al
tratamiento una conclusión que contemple tanto los principios psicoanalíticos como la respuesta del paciente, tomado
en su singularidad. En algunos casos la presión de la demanda y las exigencias de horas de atención a cumplir, vuelve el
tiempo más imperativo para el practicante a la hora de decidir la conclusión, no obstante lo cual queda en él la
responsabilidad de decidir con qué pacientes continuar y con cuáles no.
Sin embargo, el tiempo está siempre presente como condición de la intervención institucional tanto en los practicantes
como en posición que toman y por el modo en que responden a ellas. Podemos esbozar aquí una pequeña tipología:
1. Aquellos analistas que reconocen la norma y la cumplen (son solamente 5) y aun en la aplicación tratan de conversar
con el equipo o con sus jefes).
2. Los que reconocen que las normas y condiciones institucionales inciden pero acentúan el conflicto entre ellas y sus
propios criterios.
3. Los que reconocen la norma y hacen un uso flexible de la misma, teniendo en cuenta las particularidades del caso. (En
esta categoría se ubican la mayoría de los casos).
4. Aquellos que distinguen claramente la norma institucional entendida como criterio estándar, de las condiciones
institucionales como condiciones reales de la práctica, restándole importancia a la primera y reconociéndosela a las
segundas.
Estos practicantes dan muestras de haber encontrado un buen arreglo a la tensión entre norma y psicoanálisis y su
solución puede servir como principio orientativo. Explorar este uso puede ser de fundamental importancia ya que
permite salir de los impasses de considerar las normas y condiciones institucionales solamente como obstáculos al
tratamiento analítico. Seguramente no es lo mismo responder burocráticamente, que hacer funcionar el límite temporal
como un real a tener en cuenta que pueda ser introducido en la economía subjetiva a los fines analíticos.
Incidencia de la concepción del practicante sobre la terminación del tratamiento
La concepción del practicante tiene incidencia a la hora de tomar la decisión y esto se transmite en el relato de los
casos. Cada analista tiene una concepción implícita o explícita respecto de la conclusión de los tratamientos
institucionales, más allá de su con sideración de la singularidad de cada caso. Incluimos dentro de la concepción del
analista no solamente su posición intelectual y consciente, sino su contratransferencia definida como: "...la suma de los
prejuicios, de las pasiones, de las perplejidades, incluso de la insuficiente información del analista..." (Lacan, J., 1951, p.
214).
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Esto incluye, también, la posición del analista respecto de su práctica institucional.


Podemos tipificar las concepciones teniendo en cuenta tres grandes ejes:
1. La valoración que el practicante hace del tratamiento institucional.
2. la concepción de las modificaciones a producir y
3. la posición del practicante respecto del saber, de las normas y del caso y el grado de elaboración conceptual al que ha
llegado.
1. Valoración del tratamiento institucional
En un intento de reducción encontramos básicamente dos modalidades diferentes aunque no necesariamente
excluyentes:
a) Los que consideran el tratamiento institucional como entrevistas preliminares que debe dar lugar a un pasaje a
privado debido a que la gratuidad implica una condición de goce que actúa como resistencia e impide la entrada en
análisis (8 casos).
b) Los que valoran el tratamiento institucional como proceso analítico y esperan producir modificaciones subjetivas y
efectos analíticos en la institución. Entre ellos algunos rechazan tajantemente la posibilidad de un pasaje a tratamiento
privado (3 casos) y los otros dejan abierta la posibilidad si el caso lo requiere, o no mencionan el tema.
Entre los primeros puede observarse a veces una inducción del pasaje a privado por un empleo estandarizado de ese
criterio que no siempre se condice con la particularidad del caso con las dificultades que esto presenta. Pero es
importante destacar que prolongar el tratamiento institucional por principio, cuando hay claros indicios de que es
necesario concluir allí e incluir algún modo de pago puede también precipitar interrupciones.
Puede decirse al respecto que, si no se ha detectado efectivamente en el discurso del paciente algún detalle que
permita decidir el paso a privado, es decir, cuando la decisión se sostiene en una concepción abstracta, sin tener en
cuenta los detalles del caso y las condiciones subjetivas del paciente, dicho pasaje fracasa.
Vemos con esto como la concepción del practicante puede hacer obstáculo cuando no se articula con la singularidad del
caso.
2. Modificaciones que se espera producir
Casi todos los practicantes entrevistados tienen en cuenta para la conclusión, la producción de modificaciones en
relación al motivo inicial de consulta y el alivio del sufrimiento. Pero todos ellos, (salvo un caso), esperan producir algo
más que efectos terapéuticos y apuntan a un cambio en la posición del sujeto y a la producción de lo que llamamos
efectos analíticos que pueden producir alivio terapéutico pero no se reducen a ello ya que introducen un deseo de saber
más allá de la resolución del síntoma.
Puede decirse, que la concepción del analista y las categorías que predominan en determinado momento en la
comunidad analítica tienen su peso en la manera de pensar los resultados. En el momento de llevar adelante la
investigación todavía se tenía en poco valor hablar de efectos terapéuticos del análisis.
3. Posición del practicante y elaboración conceptual
Podemos diferenciar dos tipos extremos entre los cuales hay que ubicar una gama de variaciones:
a) Los practicantes que tienen poca elaboración respecto al modo de concluir los tratamientos institucionales y/o que
reconocen dificultades para tomar la decisión. En algunos casos no se logra ubicar con precisión la lógica conclusiva del
caso presentado, en otros, a falta de una orientación se aplican criterios estandarizados que no siempre responden a la
lógica del caso (7 casos). Un caso paradigmático de esta posición reconoce dificultades para pensar la terminación y
piensa que cumplido el plazo de los 3 meses si el paciente tiene recursos se lo pasa a privado y sino, se recontrata.
Puede pensarse que en estos casos la concepción del practicante puede hacer obstáculo cuando no se articula con la
singularidad del caso.
b). Los analistas que han logrado una elaboración del problema y pueden encontrar un fundamento a la conclusión del
tratamiento en el hospital. Esto se observa entre los mejor formados y coincide con la posibilidad de detectar en un
momento del tratamiento los indicios que dan pie a la conclusión. Asimismo en sus relatos de casos es posible ubicar el
valor del acto del analista para producir modificaciones y hacer lugar a la conclusión. Pudo corroborarse que es
necesario que el practicante tenga presente la importancia de terminar el tratamiento en el hospital a partir de una
lógica conclusiva, para que pueda sancionar una conclusión sin el signo menos de la insuficiencia. De otro modo puede
ocurrir que se nomine como deserción (a partir del ideal de continuación) lo que podría haber sido un momento de
concluir. Hay dificultades en algunos practicantes, para encontrar ese momento, quizás por el peso de ideales analíticos
que le impiden maniobrar adecuadamente con las condiciones institucionales.
Lógica conclusiva y fundamentos de la decisión en los casos presentados
Para decidir la terminación la mayoría de los practicantes tienen en cuenta principalmente, las condiciones referidas a la
lógica del caso, tanto las que se refieren a consideraciones en torno a las modificaciones en la posición del sujeto
respecto de su síntoma o de su sufrimiento inicial, como las que se refieren a los movimientos transferenciales. Los
indicios de ambos tipos son tenidos primordialmente en cuenta para sancionar una conclusión.
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En general todos los practicantes acentúan la producción de modificaciones entre el momento inicial y la salida. Si bien
algunos practicantes no pueden dar cuenta de un modo preciso de lo que se produjo, en la mayoría de los casos
presentados se refiere haber logrado algún efecto terapéutico o el esbozo de un cambio de posición del sujeto respecto
de su padecimiento inicial. Así se destaca en algunos casos la reducción de la angustia, en otros la desaparición de un
síntoma, en otros una relación diferente del sujeto con su síntoma, una posibilidad de revisar la historia y de ubicar el
modo en que se halla involucrado en la producción de su sufrimiento. En los casos de psicosis se reconoce el logro de
alguna estabilización.
Pueden diferenciarse así dos modalidades conclusivas: las que acentúan la resolución sintomática o del motivo de
consulta inicial y la obtención de alivio terapéutico y las que acentúan la apertura de una nueva pregunta, la aparición
de un síntoma o una modificación de la posición del sujeto respecto de su padecimiento. Pero pocos se conforman
solamente con el efecto terapéutico, sobre todo si se trata de pacientes que han establecido una transferencia analítica.
Respecto al modo de orientarse para tomar la decisión pueden diferenciarse dos tipos bien definidos y extremos:
a) Aquellos que se orientan pragmáticamente escuchando y registrando los indicios transferenciales y sintomáticos del
caso y que dan cuenta de la necesidad de sancionar un momento de concluir a partir de los dichos o actos del paciente
que lo introducen en la experiencia. A veces son faltas, otras son comentarios de que se sienten bien, en los casos de
niños deseos de estar en otro lado, jugando o con amigos. Que el analista pueda sancionar estos indicios y darles el
valor que tienen en la lógica del caso es fundamental a la hora de decidir una conclusión. Los indicios transferenciales
son importantes. Hay diferencias si se ha establecido una transferencia y un trabajo analítico o si el dispositivo no ha
logrado instalarse con una transferencia operativa y si bien es más difícil producir el corte cuando el paciente quiere
continuar, en mucho depende del analista que la conclusión pueda producirse.
b) Los que se orientan más por ideales normativos -ya sea en la institución o del psicoanálisis-, con concepciones más
abstractas, con menos consideración de la singularidad del caso. En estos casos, vemos que la concepción hace
obstáculo al caso en el momento de la decisión.
Variantes en la toma de decisiones
Podríamos ubicar dos variantes en la toma de decisiones:
1. Una marcada por la señal en el paciente de que ya es suficiente, de que no tiene ya empuje para seguir luego de la
producción de algún alivio en el sufrimiento inicial, de una resolución del motivo de consulta, de la desaparición de la
angustia, o de alguna decisión que indica un cambio en las relaciones del sujeto con la realidad. Se trata de una
conclusión producida en el marco de la institución sin perspectiva de continuidad inmediata, más frecuente en los casos
de niños.
2. La otra variante es la de aquellos pacientes que han iniciado un proceso analítico o que están a punto de iniciarlo, con
una clara dirección al inconsciente, y en los que se da por concluido el tratamiento en la institución para iniciar uno · en
otras condiciones de pago, ya sea inmediatamente o más adelante a partir de un cambio detectado en su posición.
Perspectivas
Puede decirse que el tema constituye un problema crucial para los practicantes del psicoanálisis en instituciones, tema
sobre el que todavía no hay consenso.
La investigación ha despertado gran interés en diferentes servicios hospitalarios. Este interés se tradujo tanto en la
oferta de casos para la investigación y la buena disposición que mostraron los practicantes para realizar sus aportes,
como en la iniciación de proyectos de investigación sobre la terminación de los tratamientos en diferentes servicios y
equipos con el afán de profundizar en el tratamiento del tema.
Distintos miembros del equipo fuimos invitados por diversas instituciones y equipos para presentar la investigación y
conversar sobre el problema, realizándose encuentros sumamente fructíferos. Se ha participado tanto en jornadas,
ateneos como en reuniones de trabajo.
Puede decirse que la investigación ha contribuido al esclarecimiento del tema. Se ha sensibilizado a los practicantes
sobre la importancia de pensar una conclusión lógica para el tratamiento, que permita hacer un uso analítico de las
normas y evitar la prolongación innecesaria de los tratamientos que se precipita luego en interrupciones. Se ha
remarcado en tal sentido la importancia de estar atento a los indicios que el paciente ofrece, sintomáticos y
transferenciales para encontrar la oportunidad de concluir, y de reducir el peso de los ideales normativos abstractos, ya
sea institucionales como "psicoanalíticos” en las decisiones de conclusión.
Quizá más importante que el comienzo en la elaboración de principios orientadores, sea el estímulo de trabajo que
nuestro Proyecto ha despertado y que sin duda continuará produciendo sus efectos.
-Los otros recursos. Psicofármacos. Internación. hospital de día. -La formación del analista. La supervisión.

*Finales de análisis – Soler – (6956)¿Qué control?


Hay una práctica del control. Es un hecho. No hay época del psicoanálisis que no la haya conocido de algún modo, ni
siquiera en los comienzos. Su codificación ulterior en la Asociación Internacional, el hecho de que allí fuera empleado
como parte de las funciones de aprobación. le confirieron una finalidad institucional de selección y lo promovieron
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como etapa obligada de lo que se cree es un cursus del analista. Tanto más notable es el hecho de que su práctica no se
haya impuesto menos en la Escuela de Lacan, aun cuando el principio sobre el que ésta se funda -el analista no se
autoriza más que en sí mismo, implica la suspensión de todo procedimiento de aprobación previo al ejercicio del
psicoanálisis. No es menos sorprendente que las tentativas por corregir las resonancias diversamente inquisitorias del
término control y sustituirlo por otro vocablo, supervisión por ejemplo, no hayan sido verdaderamente consagradas por
el uso. Sin duda, un control se le impone entonces al analista allí mismo donde ninguna instancia se lo impone.
El analista en el banquillo
No hay que olvidar la definición: el término deriva de contra-rol que designa el registro duplicado que permite la
verificación del primero. Controlar es, en un proceso, una operación siempre segunda, que agrega a lo que allí se hace la
seguridad de una evaluación. Un "cuestionamiento con fines de examen" está allí entonces evidentemente implicado.
Sostengo, en efecto, que ésta es la verdadera apuesta de toda demanda de control: "Asegurar que hay psicoanalista".
Esta fórmula, se ve, no prejuzga saber quién es el psicoanalista y se plantea contra la experiencia, porque es de los
psicoanalizados, antes bien que del psicoanalista, de los que se habla en el control. La variedad de motivos más o menos
teñidos de ansiedad que se enuncian en cada caso es ciertamente muy larga: búsqueda o demanda de un saber sobre el
caso (su estructura y su inserción en la transferencia); invocación de los embarazos supuestamente técnicos del analista,
los subjetive o no; inquietud en cuanto a la eficiencia y las finalidades de la cura: e incluso -¿por qué no?- demanda de
reconocimiento. Pero en todos los casos el analista está en el banquillo, porque lo que está cuestionado es el acto
mismo en tanto que causa de la cura.
Ahora bien, el acto, en tanto tal excluye el acta. Lo que equivale a decir que el control se impone allí donde es
propiamente imposible. Es el "se impone" lo que subrayo, y me corrijo: allí donde sería imposible -sobreentendido en
términos de saber-, siendo la lógica la que permite explorar lo que del Otro no se sabe y que el analista encarna: a. Sin
psicoanalista, no hay psicoanálisis. A falta de un universal del psicoanalista, éste no "se asegura" más que en los efectos
de producción de la cura. Las paradojas del control no hacen sino reflejar lo que Lacan no dudó en llamar la aporía del
acto. Ellas son la consecuencia de que el acto no depende de la vía analizante mientras que el control lo apunta por esta
misma vía. Si el psicoanalista no encuentra la certeza de su acto más que en la hiancia del sujeto supuesto al saber, el
control parece-restaurar el recurso a los supuestos asideros del sujeto supuesto al saber.
Elevar la particularidad del caso al materna
Este hiato es sin duda lo que funda las críticas dirigidas a menudo a la práctica del control. Se le imputa generalmente
ser la ocasión - que además está enmascarada- de una recaída o de una distorsión de lo que la estructura del discurso
analítico impone al analista. Enunciemos las cuatro sospechas mayores del cuestionamiento a lo que allí se demanda. Se
denuncia en él, primero, un lugar donde se puede charlar con entendimiento. A no ser que se trate de un lugar donde se
contagiaría el savoir faire, aun si es deber constatar que nunca se recogen de él más que residuos. Si no es esto, será un
lugar donde hacerse reconocer, hacerse representar por el significante analista con respecto a un otro. Queda
finalmente la cuarta sospecha: que el control sea, sin decirlo, el motivo de un reinicio de la transferencia para un
complemento de análisis. Retomo de lo más a lo menos degradado. Se trataría: de reencontrar una simetría bien
contraria a la profunda disimetría de la relación analítica; de autorizarse en otro, mientras que el analista, si lo es, se
autoriza en sí mismo, en su acto: de restaurar un efecto de subjetivación allí donde la experiencia impone al analista ser
objeto: finalmente de reanimar el sujeto supuesto al saber que el análisis destituyó.
Estas críticas no dejan de esconder algunas verdades de la experiencia, pero éstas no se ordenan más que siendo
referidas a su fundamento. Controlar puede, sin duda. adquirir a veces una función subjetiva compensatoria, y siempre
le es posible al analista remediar su experiencia antes bien que pensarla. Lo que el control pone sobre el tapete no es
otra cosa, que lo que Lacan designa como la posición "insostenible" del psicoanalista. Ella es la única, según nos enseña
Lacan, en conjugar un "soy", que excluye el pensamiento, con un "sé" imposible de cambiar. Que el control llegue a
veces a comprometerla no debe ocultar el deber de control que se anuda a esta posición, sin el cual roza muy de cerca
la impostura. Que el analista no piense allí donde es operante, no lo dispensa -ansiedad, dice Lacan- de tener que
pensar el psicoanálisis, y si el sujeto supuesto al saber es espejismo, éste no es el caso del saber mismo, sobre todo no el
de la estructura en la cual está incluido y donde debe operar. Es por ella que un control no es imposible.
Hay por cierto un control distinto: el del obsesivo teniendo que asegurarse de que lo que está allí, lo está, y de que lo
hecho lo está efectivamente. Que no le crea a sus ojos proviene con seguridad de la represión. Pero el analista bien
puede creer en la certeza de su acto y querer todavía cotejarlo con sus efectos de producción con toda la razón de la
estructura porque el Otro, allí, no sabe. Aquí la seguridad, si no se asegura con ciertos "valores de control", según la
expresión de Lacan, no sería más que infatuación delirante o cínica impostura. Ahora bien. ¿dónde hallar esos "valores
de control" sino en la estructura que ordena la experiencia, la del discurso analítico? Asegurarse no tiene nada que ver
con la introspección contra-transferencia, doblemente vana: porque si se trata de asegurar que hay análisis, no hace
más que focalizarse en lo que allí hace obstáculo, y si se trata de corregir el deseo del analista. eso no está al alcance
más que de la cura misma. Sin los "desplazamientos y hendiduras del sujeto que balizan la elaboración del analizante",
¿cómo concebir siquiera su recorrido el que va de la suposición de la transferencia al relevo tomado por el acto
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analítico? El acto que el Otro deja en blanco (S (A) se controla por la cura que él causa (a--). Si es así, se ve que el control
no carece de afinidad con otro dispositivo propiamente lacaniano: el procedimiento del pase. Este también apunta al
acto analítico. Lo apunta en su agente, porque para el pasante se trata de testimoniar sobre la metamorfosis
experimentada en su análisis que condiciona su pasaje al acto analítico, no jugando el relevo de los pasadores
interpuestos entre pasante y jurado más que como placa sensible de esta mutación. El acto se aborda en el pase por el
análisis que lo hace posible, mientras que a la inversa, en el control, es abordado por la mediación de las curas que lo
suponen y que no existirían sin él. Por esto, lo que se deposita como hechos clínicos producidos por el trabajo de
transferencia, testimonia una práctica, y la parte de elaboración que puede haber en el control, con su mira ideal de
elevar la particularidad del caso al materna, es solidaria del control del acto.
Transferencia, confianza y falla del sujeto supuesto al saber
El problema-comienza cuando se trata de situar esta práctica del control en la estructura. No hay duda de que es una
puesta a prueba para verificar, a propósito de cada caso en su particularidad, que esta ordenado por la estructura del
discurso analítico, cosa que no ocurre sin el acto en el lugar del agente. Pero queda la pregunta de saber que es el
controlador para aquel que le habla. Uno duda, por cierto, en volcar su Intervención a cuenta del acto, tanto que
retroceden en decir: el control, coma, didáctico. Sin embargo, si hay un controlante tiene que haber quien responda,
porque no hay más auto-control que auto-análisis, y la elaboración que allí se hace supone su causa. Si sólo se tratara de
encontrar su Otro, no valdría la pena, porque está por todos lados.
El alguien que puede responder no es manifiestamente cualquiera para quien recurre a el: se le imputa, evidentemente,
el saber del analista-transferencia entonces-, se espera que no faltará a la ética de su discurso –confianza y sin embargo
se supone que sabemos que no nos aliviara del acto – falla del sujeto supuesto al saber-. La ambigüedad de esta petición
acrecienta por lo tanto el peso de la respuesta que -conforme a la estructura de la palabra va a fijarla en un mensaje
determinado. De golpe, es el controlador mismo el que está puesto en causa.
Un control según el discurso analítico
Todo indica, en los hechos, que las prácticas del control son muy diversas, y que son posibles muchas respuestas que
pueden flotar de un discurso al Otro. En efecto, para el controlador no es imposible operar por la sugestión, es decir
colocar algún aspecto de la doctrina en posición de ordenar el conjunto del saber analítico (S1 -- S2), así como profesar
sobre el caso (S2 -- a) o incluso encarnar la provocación histérica a una elaboración de saber($ -- S1). Falta en esta
práctica lo que contribuye a dibujar el eje de un psicoanálisis: las implicaciones del procedimiento que Freud inventó
bajo el nombre de asociación libre. A partir de allí. la respuesta del analista controlador se halla liberada de las
obligaciones del modo de la interpretación. Tiene entonces la opción, por sus intervenciones, de elegir el discurso en el
que va a ser captada la demanda que le es hecha, y debido a esto, el impacto de su posición ética se encuentra
multiplicada.
Ahora bien, las tres respuestas recién evocadas están, a este respecto, lejos de ser idénticas. Las dos primeras, donde el
controlador consiente ya sea en profesar, ya sea en sellar como amo el saber sobre el caso, son sintónicas con la
demanda, que en cuanto al saber, más bien lo invita a ser la medida. La tercera, la incitación hecha al controlan te de
elaborar los indicadores de estructura en los que puede apoyarse, se diferencia de aquellas porque es ya una torsión de
la demanda, que querría que él se haga cargo de esta elaboración. Y de hecho, si el analista, por su silencio o por su
interpretación es aquel que hace profesión de apuntar al sujeto, no a su demanda sino a su deseo, ¿por qué entonces la
demanda vehiculizada en el control seria, más que cualquier otra, tomada al pie de la letra? Hay que decir entonces
cómo un control podría inscribirse en el discurso analítico. Supondría hacer del controlante un sujeto dividido que
trabaja, opuestamente a la función de objeto que tiene en su operación de analista. ¿Qué trabajo? No el de producir sus
significantes amos, porque se saldría entonces del control para entrar en la cura. Quizás ésta sea una ocasión favorable,
pero no es nuestro asunto. Como trabajo, el control somete a la prueba de una transmisión todo lo que se pone en
juego del saber en la cura. Ese saber no es unívoco. Es lo que, como propiamente inconsciente, se descifró en el flujo de
los dichos analizantes, lo que de su decir se dedujo, así como lo que de savoir faire con la transferencia operó. Sin
embargo, haciendo esto, opera una división que no debe ser suturada -división entre lo que el analista en control recoge
y elabora del saber original del que hace nacer la cura, y la ignorancia que debe seguir animando su posición si quiere
conducir una cura hasta el término en que se confirma haber sido un psicoanálisis. Esta ignorancia, lejos de ser un "No
quiero saber nada", es por el contrario lo más cercano que existe a un deseo de saber, si hay uno. Que el analista
controlador se haga causa de la juntura disyuntiva entre la elaboración de saber y el mantenimiento necesario de la
disciplina de la ignorancia y habrá logrado, quizás, un control según el discurso analítico -aquel que dice no, que impide
que el sujeto analista "deje atrás su acto"-. Restricción: no en todos los casos de la demanda un modo tal de control es
posible.
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Fichas Teóricos.
Unidad 4.
*Freud “análisis terminable e interminable”. CAPS 2 Y 3
II. En relación a las elucidaciones sobre el problema técnico del modo en que se podría apresurar el lento decurso de un
análisis, surge una cuestión de profundo interés: si existe un término natural para cada análisis, si en general es posible
llevar a un término tal.
Primero, hay que ponerse de acuerdo sobre lo que se refiere con el “final o término de un análisis”. En la práctica es
fácil decirlo. El análisis ha terminado cuando el analista y el paciente ya no se encuentran en la sesión de trabajo
analítico. Y esto ocurrirá cuando estén cumplidas dos condiciones: la primera, que el paciente ya no padezca a causa de
sus síntomas y haya superado sus angustias como sus inhibiciones, y la segunda, que el analista juzgue haber hecho
consciente en el enfermo tanto de lo reprimido, esclarecido tanto de lo incomprensible, eliminado tanto de la
resistencia interior, que ya no quepa temer que se repitan los procesos psicológicos en cuestión.
El otro significado de “término” de un análisis es mucho más ambicioso. La pregunta es si mediante el análisis se podría
alcanzar un nivel de normalidad psíquica absoluta.
Todo analista habrá tratado algunos casos con tan feliz desenlace. No se carece de una intelección sobre las condiciones
de tales éxitos. El yo de los pacientes no estaba alterado de una manera notable, y la etiología de la perturbación era
esencialmente traumática. Es que la etiología de todas las perturbaciones neuróticas es mixta; o se trata de pulsiones
hiperintensas, refractarias a su domeñamiento por el yo, o del efecto de unos traumas tempranos. Hay una acción
conjugada de ambos factores, el constitucional y el accidental. Mientras más intenso sea el primero, tanto más trauma
llevará la fijación y dejará como secuela una perturbación del desarrollo; y cuando más intenso el trauma, tanto más
seguramente exteriorizará su perjuicio, aun bajo constelaciones pulsionales normales. Solo en el caso con predominio
traumático conseguirá el análisis aquello de que es capaz: merced al fortalecimiento del yo, sustituir la decisión
deficiente que viene de la edad temprana por una tramitación correcta. Solo en un caso así se puede hablar de un
análisis terminado definitivamente.
La intensidad constitucional de las pulsiones y la alteración perjudicial del yo, adquirida en la lucha defensiva, son los
factores desfavorables para el efecto del análisis y capaces de prolongar su duración hasta lo inconcluible. Uno está
tentado de responsabilizar a la primera –la intensidad pulsional- por la plasmación de la otra –la alteración del yo-, pero
parece que esta última tiene su propia etiología. El planteo del problema, debe referirse a los impedimentos que obstan
a la curación analítica.
Las expectativas de los optimistas presuponen muchas cosas, de ningún modo evidentes: En primer lugar, es
perfectamente posible tramitar de manera definitiva y para todo tiempo un conflicto pulsional (mejor dicho, un
conflicto del yo con una pulsión); en segundo mientras se trata a un hombre a raíz de un conflicto pulsional, es hacedero
vacunarlo, por así decir, contra todas las posibilidades de conflicto semejantes; y en tercer lugar, que uno tiene el poder
de despertar, con el fin de realizar un tratamiento profiláctico, un conflicto patógeno así.

(En el cap. 3, que está en prácticos, Freud sostiene que la afirmación de que el análisis cura las neurosis asegurando el
gobierno sobre lo pulsional, es siempre justa en la teoría, pero no siempre en la práctica. Y ello, porque no siempre se
consigue asegurar en medida suficiente las bases para el gobierno sobre lo pulsional. El análisis trabaja con recursos
limitados, y el resultado final depende siempre de la proporción relativa entre las fuerzas de las instancias en recíproca
lucha).

*Laurent, “el delirio de normalidad”.


El delirio de normalidad
Durante el crecimiento de las burocracias sanitarias Lacan anuncio su tesis sobre “ todo el mundo es o está loco”, es
decir, delirante.
Lo enuncio cuando se veía surgir la promesa de nuestras burocracias, la promesa de salud mental. Los psiquiatras no
prometían salud, más bien se dirigen a las enfermedades. Y es aquello que se ha tocado en las tareas de la OMS, cuando
en los ’90 se cambió el objetivo de la burocracia OMS. La descripción del nuevo objetivo , ya no era más un objetivo
limitado a la falta de enfermedad, es garantizar un bienestar físico y mental en el máximo nivel que se pueda alcanzar.
Efectivamente frente a la grandiosidad de los objetivos, lo más real de todo es más bien la crisis y los interrogantes
sobre los objetos producidos y los saberes que se presentan impotentes en poder ordenar el espacio que tratan de
reglamentar estas burocracias. Esto nos interesa porque es en el dialogo con las burocracias de la época que se instala el
psicoanálisis aplicado.
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El psicoanálisis aplicado es un dialogo con el discurso del amo. En lugar de considerar un síntoma, efectúan la reducción
de la patología a trastornos individualizados, especificados. Esto es lo que hacen con la lógica del síntoma, al reducirlo a
estos trastornos especializados, se diluye, se pierde cualquier aprehensión posible del síntoma.
Probablemente hemos aceptado demasiado las clasificaciones del discurso del amo y hemos perdido un poco el rumbo
frente a la invasión de las nuevas clasificaciones de los síntomas pulverizados. La presentación de los supuestos nuevos
síntomas y la tentación de pensar nuestra acción realizable en algún saber hacer con el síntoma, nos llevó a un cierto
delirio de potencia. Es así como corriendo de un lado a otro se trataba de ofrecer nuestra conversación como solución
casi universal a todo lo que se podía producir como impasse.
Necesitamos reordenar el saber hacer del psicoanalista con el síntoma acerca del núcleo central de su experiencia. La
consideración del síntoma en su fase más profunda, nos separa de las clasificaciones producidas del lado del discurso
del amo.
¿Qué es un delirio de normalidad? Es un delirio de producir nuevas formas a las cuales los sujetos pueden ser atraídos,
seducidos por nuevas normas.
Algo que tampoco existe, no es solo la salud mental, sino el lazo social. Entre agentes del lazo social en plena salud
mental, no existe este lazo social. Lo que existe son solo formas de hablar, discursos, que son los únicos que producen
un modo de lazo social.
Lo individual es lo que escapa a la lengua. Es el punto de real, y el desciframiento de este punto de real no se inscribe
fundamentalmente en el Otro, lo que hace que estemos todos “desinsertados” de la lengua. Estamos no incluidos en el
Otro, pero precisamos del Otro para descifrar lo que es este punto irreductible. Y es solo esto, el dialogo que cada uno
mantiene con su inconsciente que produce tipos de discursos, así como hay tipos de síntomas y es el único lazo social
que tiene consistencia y esto es necesario demostrarlo.
El psicoanálisis cura en la medida que permite testimoniar que un sujeto no puede “reidentificar” del todo a una
clasificación, debido a que siempre queda algo. El asunto es como el deseo de segregación masivo se puede interpretar
a partir de la demostración paradojal, que hay efectos positivos cuando uno toca lo irreductible del síntoma, su
singularidad. Optamos por mantener lo irreductible del síntoma como lazo social verdadero aunque no sea unificador.
Estos síntomas aparecen siempre en tipos variados y nunca se pueden decir en el singular del monosintoma.
Lazo social: semblante y síntoma
Síntoma, semblante y lazo social constituyen una triada de significantes que vectorizan el trabajo teórico y clínico del
campo freudiano hace algún tiempo. La relación de oposición entre síntoma y semblante apunta a la posibilidad de que,
aun siendo el síntoma una modalidad de semblante, sea tal que como mínimo permita circunscribir un real, anudarlo de
alguna manera más allá de la impotencia de lo simbólico y las trampas de lo imaginario.
En cuanto al lazo social, entra en esta triada de una forma natural, por cuanto el vínculo es una forma privilegiada de
anudamiento, en una época en que podemos decir que el Otro tiende a reducirse al Otro social.
De ahí el interés de los discursos que hablan del lazo social, y ello en una doble perspectiva: por un lado, aquellos que
apuntan a la posibilidad de algún tipo de vínculo, como posibilidad de suplencia del Otro que no existe, y de
anudamiento de lo real al goce. Por otro lado, están aquellos otros discursos que apuntan a la inexistencia del vínculo, a
su imposibilidad, a la no existencia del Otro social cuya misión era hacer existir todavía al Otro de alguna forma.
Entre unos y otros, se trata de plantear lo sintomático del vínculo, de sus formas de hacerlo existir y de sus fracasos.
En los últimos tiempos han tomado especial relieve en lo social significantes que se sitúan precisamente en ese punto de
intersección entre el vínculo como posible y sus formas de fracaso. Son en el fondo, nombres de nuevos síntomas
definidos precisamente con relación al funcionamiento o disfuncionamiento, el sostenimiento o la ruptura, el
establecimiento o restablecimiento del vínculo.
El síntoma es aquello que localiza lo imposible de enlazar en lo social, es el tropiezo al que la cadena social se ve
sometida. Pero también es lo que hace posible este enlace, es decir, el vínculo siempre es sintomático, porque lo único
que puede introducir el elemento de real en el lazo es el síntoma, y es que, a pesar de que el mismo es semblante,
vehiculiza un real que a su través se incluye en el lazo con el Otro. En este sentido el síntoma muestra en su formación la
cara de semblante del lazo, el artificio que es y al mismo tiempo lo más real que tiene en la relación con el Otro.
Dos situaciones subjetivas de exclusión que manifiestan y radicalizan la naturaleza de semblante del lazo social: el rapto
y la inmigración.
El rapto
Ser raptado, sustraído de las manos del Otro intempestiva y violentamente, deja la marca del vacío existencial sobre el
cual se funda el vínculo. El rapto brutal, el secuestro, puede ser considerado en sí mismo una discontinuidad impuesta
del lazo social a la que es sometido el individuo que es objeto de él, en este sentido, se abre un vacío entre el Otro y el
sujeto que rompe abruptamente la posibilidad de subjetivar el acontecimiento, y por ende, se trata de un feroz y masivo
franqueamiento del fantasma, que enmarca para el sujeto el mundo que habita. Así, la reinserción del individuo que ha
atravesado tal experiencia desgarradora, no puede ser entendida sino bajo la óptica de lo que de esa extracción queda
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como marca en el sujeto, en términos de lo más íntimo, esto es, el develamiento del agujero que hay en la relación con
el Otro.
Es la libertad de enlazarse de nuevo, de instituir, a partir del saldo de saber sobre la causa en juego en la relación con el
Otro, un nuevo vinculo. El sujeto tiene que poder asumir algo de la separación que se puso en juego, separación que fue
algo de lo cual recoge sus consecuencias. Las distintas modalidades, más o menos patológicas, de retorno, tienen
también que ver con la posibilidad de asumir esa participación, las formas de hacer con ella.
La inmigración
Supone la ruptura con el lazo establecido para instalarse en uno nuevo, allí todos los parámetros identificatorios se
pierden dando lugar a la puesta a prueba de los instrumentos de que dispone quien migra. Lo que se pone a prueba es
la posible inserción del fantasma y del síntoma como modos de enlazarse con el Otro, es en este sentido que se trataría
de un reacomodamiento del fantasma en la apuesta de su funcionalidad, de igual manera la brújula del síntoma
orientará el camino en el nuevo enlace.
La relación con el Otro, ahora trasladada, da lugar a pensar que el vacío al que se enfrenta el sujeto en una nueva
realidad es el vacío de referencias de lugar y de entorno. Sin embargo, lo que se devela es que el vacío es justamente un
vacío de estructura sobre el cual hay que montar, de nuevo, el semblante del vínculo.

ACA VA LA DIRECCI0N DE LA CURA CAPITULO 1,2 Y 3


ACA VAN NUEVOS CAMIMOS PERO YA ESTA EN EL PARCIAL ANTERIOR
ACA VA PUNTUALIZACIONES SOBRE EL AMOR DE TRANSFERENCIA
ACA SOBRE LA DINAMICA DE LA TRANSFERENCIA

Cap 18
El deseo del analista: el deseo tanto del analista como del analizante tiene que ver con la transferencia, en principio en
tanto hay SSS hay transferencia, siendo el analista quien ocupa ese lugar en tanto objeto de la transferencia. El paciente
al principio se guarda ciertos elementos para sí porque cree que, de contárselos al analista, este se engañará
atribuyendo a ese elemento toda causa de sintomatología. Por ejemplo “no te conté antes sobre el hecho de que haya
contraído sífilis porque seguramente habrías de atribuirle a esa causa, todos mis malestares”. Sin embargo, ni bien se le
supone al analista un saber, sería de esta forma que irá al encuentro de su deseo inconsciente. El deseo es el eje que
motoriza la transferencia y por consiguiente, el discurso del analizante, respecto a lo cuál es fundamental el deseo del
analista. Tenemos entonces que el deseo del sujeto se constituye en tanto y en cuanto es articulado a la cadena
significante del deseo del Otro.
- Lacan – El seminario. Libro 11 – ficha 6843

Análisis y verdad, o el cierre del inconsciente

El último artículo publicado por el órgano más oficial del psicoanálisis, el International Journal of Psychoanalysis, llega a
poner en tela de juicio la utilización en el análisis de la noción de transferencia.
Según su autor, el analista debe designar para el paciente los efectos de discordancia, más o menos manifiestos, que se
producen respecto a la realidad de la situación analítica, es decir, los dos sujetos reales que allí están presentes.
Tengo, pues, que situar este artículo en la perspectiva en que lo sitúa el propio autor, y considerar que opera, no en el
plano heurístico, sino en el erístico, y que manifiesta la presencia de una verdadera crisis de conciencia en la función del
analista. Esta crisis de conciencia solo nos interesa de manera lateral, ya que hemos mostrado que a ello lleva
necesariamente cierto modo unilateral de teorizar la práctica del análisis de la transferencia.
En la relación de uno con otro que se instaura en el análisis queda eludida una dimensión.
Es evidente que esta relación se instaura en un plano que no es simétrico ni recíproco. En esta relación de uno con otro
si instituye una búsqueda de la verdad en la que se supone que uno de los dos sabe, o al menos, que sabe más que el
otro. Respecto a él surge de inmediato el pensamiento no solo de que no debe engañarse sino también de que lo
pueden engañar. El engañarse, entonces, se le endilga al sujeto. No es simplemente que el sujeto, en forma estática, esté
en el error, en falta. Es que, en una forma móvil, en su discurso, está situado esencialmente en la dimensión del
engañarse.
¿Qué lleva al paciente a recurrir al analista para pedirle algo que el llama Salud, cuando sabemos que su síntoma está
hecho para procurarle ciertas satisfacciones?
A veces se hace a todas luces manifiesto que el motivo que lleva al paciente a buscar la salud, el equilibrio, es
justamente su propósito inconsciente, en su alcance más inmediato. ¡Qué buen refugio, por ejemplo, le ofrece el análisis
para restablecer la paz del hogar, cuando ha tenido tropiezos en su función sexual o cuando se le presenta algún deseo
extra marital! Desde los primeros momentos se ve a las claras que el paciente desea, en forma de una suspensión
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provisoria de su presencia en su casa, lo contrario de lo que vino a proponer como objetivo primordial de su análisis – no
la restitución de su hogar, sino la ruptura.
Aquí nos topamos con la profunda ambigüedad de toda aseveración del paciente, debido a que ella tiene, de por sí, dos
caras. Nosotros nos topamos con la dimensión de la verdad como con algo que se instaura con cierta mentira y aun por
ella, cosa que en realidad no la quebranta, pues la propia mentira se postula como tal en la dimensión de la verdad.
El punto de referencia que hemos querido destacar para una rectificación general de la teoría analítica es la relación del
sujeto con el significante, porque éste es primordial y constituyente tanto en la instauración de la experiencia analítica
como en la función radical del inconsciente.
Esto limita al inconsciente a lo que podríamos llamar su plataforma más estrecha. Pero la referencia a este punto de
división es la que permite no cometer errores por el lado de una substantificación, sea cual fuere.
Centraremos esto en el esquema de cuatro esquinas de nuestro grafo, que distingue a sabiendas el plano de la
enunciación del plano del enunciado. Su uso ilustra los absurdos a que llega un pensamiento lógico demasiado formal ,
al ver una antinomia de la razón den el enunciado yo miento, cuando cualquiera sabe que no la hay.
La división entre el enunciado y la enunciación hace que, efectivamente, del yo miento que está a nivel de la cadena del
enunciado, resulte un yo te engaño – el miento es un significante que forma parte, en el Otro, del tesoro del vocabulario
donde el je (yo), determinado retroactivamente, se vuelve significación engendrada a nivel del enunciado de lo que éste
produce a nivel de la enunciación. El yo te engaño proviene del punto donde el analista espera al sujeto, y le devuelve,
según la fórmula, su propio mensaje en su verdadera significación, es decir, en forma invertida. Le dice: en ese yo te
engaño, el mensaje que envías es lo que yo te expreso y al hacerlo, dices la verdad.
Por el camino de engaño en que el sujeto se aventura, la postura del analista le permite formular ese tú dices la verdad,
y nuestra interpretación sólo tiene sentido en esta dimensión.

En nuestro vocabulario, simbolizamos con una S tachada al sujeto en tanto que constituido como segundo respecto del
significante. Para ilustrarlo les recordaré que esto puede presentarse de la manera más simple en el rasgo unario. El
propio sujeto se ubica con el rasgo unario. Este, de entrada se señala como tatuaje, el primero de los significantes.
Cuando este significante, este uno, queda instituido, la cuenta es un uno. El sujeto tiene que situarse como tal, no a nivel
del uno, sino del un uno, a nivel de la cuenta. Así queda marcada la primera esquizia que hace que el sujeto como tal se
distinga del signo respecto del cual se pudo constituir primero como sujeto. Por ello les enseño a no confundir la función
del sujeto tachado con la imagen del objeto a, ya que es así como, por su parte, el sujeto se ve, duplicado – se ve
constituido por la imagen reflejada, momentánea, precaria, del dominio, se imagina hombre solo porque se imagina.
En la práctica analítica, situar al sujeto con respecto a la realidad tal como se supone que nos constituye, y no con
respecto al significante, ya equivale a caer en la degradación de la constitución psicológica del sujeto.
Volvemos a encontrar el islote psicológico en el concepto del yo (moi), que se ha confundido, en el pensamiento
psicoanalítico – por una desviación que, según creo, es sólo un rodeo – con el sujeto desamparado en su relación con la
realidad.
Quiero subrayar primero que esa manera de teorizar la operación discrepa, está en ruptura completa, con lo que por su
parte la experiencia nos lleva a promover y que no podemos eliminar del texto analítico – la función del objeto interno,
que por todas partes llega a ocupar el primer plano.
No podemos dejar de preguntarnos por el estatus de este objeto interno. ¿es un objeto de percepción?¿Cómo
abordarlo?¿donde adviene? En el contexto de esta rectificación. ¿Cómo se ha de concebir el análisis de la transferencia?
Si el inconsciente es aquello que se vuelve a cerrar en cuanto se ha abierto, según una pulsación temporal; si, por otra
parte, la repetición no es simplemente estereotipia de la conducta, si es repetición con respecto a algo de siempre
fallido, ya se habrán percatado de que por sí sola la transferencia (como modo de acceso a lo que se esconde en el
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inconsciente) solo puede ser una vía muy precaria. Si la transferencia no es más que solo repetición, será siempre
repetición del mismo malogro. LA transferencia no es por sí sola un modo operatorio suficiente si se la confunde con la
eficacia de la repetición, con la restauración de lo que está escondido en el inconsciente y aun con la catarsis de los
elementos inconscientes.
Cuando hablo del inconsciente como lo que aparece en la pulsación temporal puede presentárseles la imagen de la nasa
que se entreabre y en cuyo fondo se realizará la pesca el pez. Esquema de la nasa:

Tendrán que superponerlo al modelo óptico que presenté y que se refiere al yo ideal y al ideal del yo. Allí verán que el
sujeto se constituye como ideal en el Otro, que la definición de lo que adviene como yo, o yo ideal – que no es el ideal
del yo -. lo que ha de ajustar en el Otro, es decir, que su realidad imaginaria la ha de constituir en el Otro. Allí donde el
sujeto se ve, o sea, donde se forja esa imagen real e invertida de su propio cuerpo que está presente en el esquema del
yo, no es allí desde donde se mira.

Ahora bien, el sujeto se ve en el espacio del Otro, y el punto desde donde se mira está también en ese espacio. Pero, ese
es también el punto desde donde habla, pues en tanto habla, comienza , en el lugar del Otro, a constituir esa mentira
verídica con que empieza a esbozarse lo que a nivel del inconsciente participa del deseo.
Podemos concebir el cierre del inconsciente por la incidencia de algo que desempeña el papel de obturador – el objeto a
succionado, aspirado, en el orificio de la nasa. Los primeros enunciados de la asociación libre cocinados en esa gran
ruleta salen de ella en el intervalo en que el objeto no tapa el orificio. Esta imagen brutal, elemental, permite restituir la
función constituyente de lo simbólico en su contraposición recíproca.
Este esquema es del todo insuficiente, pero es un esquema bulldozer que concilia la noción de que la transferencia es a
la vez obstáculo a la rememoración y presentificación del cierre del inconsciente, que es el fracaso, siempre en el
momento exacto, del buen encuentro.
La transferencia es la puesta en acto de la realidad inconsciente.

- LACAN – LOS CUATROS CONCEPTOS FUNDAMENTALES DEL PSICOANALISIS (FICHA 6842)

Del sujeto al que se supone saber, de la primera diada y del bien


Formar analistas ha sido, y sigue siendo, la meta de mi enseñanza. La formación de los analistas es un tema muy
actual, empero no hay una manera de dar con sus principios.
Para el psicoanalista no hay ningún más allá, ningún más allá sustancial, al que pueda remitir aquello por lo cual se
siente autorizado a ejercer su función.
El valor de lo que obtiene es, sin embargo, inestimable –la confianza de un sujeto como tal, junto con los resultados
que ella entraña por las vías de cierta técnica. El analista no es Dios para su paciente. Entonces, ¿qué significa esta
confianza? ¿En torno a qué gira?
Indudablemente, el que se fía de ella, el que recibe de ella su recompensa, puede eludir la pregunta. Pero el
psicoanalista no puede hacerlo. El psicoanalista tiene que conocer, a él debe serle transmitido, y en una experiencia, en
torno a qué gira el asunto. Este punto axial lo designo con el nombre de deseo del psicoanalista.
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La ciencia, en la que estamos atrapados todos, que forma el contexto de la acción de todos en esta época en que
vivimos, y de la que tampoco puede librarse el psicoanalista ya que también forma parte de sus condiciones, es La
ciencia, esa misma.
Con respecto a esa ciencia es que tenemos que situar al psicoanálisis. Solo podemos hacerlo articulando con el
fenómeno del inconsciente la revisión del fundamento del sujeto cartesiano que hemos llevado a cabo. Hoy partiré de la
fenomenología de la transferencia.

I
La transferencia es un fenómeno que incluye juntos al sujeto y al psicoanalista. Dividirlo mediante los términos los
términos de transferencia y contratransferencia, nunca pasa de ser una manera de eludir el meollo del asunto.
La transferencia es un fenómeno esencial, ligado al deseo como fenómeno nodal del ser humano, y que fue antes de
Freud. La transferencia quedó perfectamente articulada en El banquete de Platón.
En cuanto hay, en algún lugar, el sujeto que supone saber (S.s.S.) hay transferencia. ¿Qué sentido tiene la
organización de los psicoanalistas, con los certificados de capacitación que confiere? Pues, simplemente, que ella indica
a quién puede uno dirigirse para que represente ese sujeto al que se supone saber.
Ahora bien, es muy cierto que ningún psicoanalista puede pretender representar un saber absoluto. Por ello puede
decirse que de haber alguien a quien dirigirse, ha de haber uno solo. Este uno solo fue, en vida, Freud. El hecho de que
Freud, en lo que al inconsciente respecta, fuera legítimamente el sujeto a quien se le podía suponer el saber, pone en
una clase aparte todo lo tocante a la relación analítica tal como sus pacientes la entablaron con él.
La función y, a un tiempo su consecuencia, el prestigio, digamos, de Freud, están en el horizonte de toda posición del
analista. Constituyen el drama de la organización social, comunitaria, de los psicoanalistas.
¿Quién puede sentirse plenamente investido de este sujeto al que se supone saber? El asunto no es ese. El asunto es,
primero, para cada sujeto desde donde se ubica para dirigirse al sujeto al que se supone saber. Cada vez que esta
función pueda ser encarnada para el sujeto quienquiera que fuese, analista o no, de la definición que acabo de darles se
desprende que la transferencia queda desde entonces ya fundada.
Si ocurre que para el paciente esta función ya esta encarnada en alguien determinado, en una figura asequible a él,
surgirá, para quien se encargue de su análisis, una dificultad muy especial para hacer obrar la transferencia.
El analista ocupa ese lugar en la medida en que es objeto de la transferencia. La experiencia demuestra que el sujeto,
al entrar en análisis no le concede, ni mucho menos, este lugar. El psicoanálisis muestra que, sobre todo en la fase
inicial, lo que más coarta la confidencia del paciente, el que se entregue a la regla analítica, es el peligro de que el
psicoanalista se deje engañar por él.
¿No sucede innumerables veces en nuestra experiencia que ignoremos durante mucho tiempo un detalle biográfico
muy importante? El paciente puede pensar que el analista será engañado si le proporciona ciertos elementos. Se guarda
ciertos elementos para que el analista no vaya demasiado rápido. Ahora bien, sobre quien puede ser engañado, ¿no
caerá, a fortiori, la sospecha de que puede, el mismo, engañarse?
Pues bien, allí esta, precisamente, el limite. En torno de ese engañarse se mueve el péndulo, el equilibrio, de ese sutil
punto infinitesimal que pretendo fijar.
Si se da por sentado que algunos sujetos pueden cuestionar el análisis desde su inicio y aun sospechar que no es más
que un señuelo, ¿cómo es posible que en torno a ese engañarse se detenga algo? Aun al analista cuestionado se le
atribuye cierta infalibilidad, y debido a esta infalibilidad se adjudicará a veces una intención a un gesto suyo hecho al
azar.
¿Quién no sabe por experiencia que uno puede no querer gozar? ¿Quién no sabe que uno puede no querer pensar?
Como testimonio de ello tenemos todo el colegio universal de los profesores. Pero, ¿Qué puede significar no querer
desear? Toda la experiencia analítica da fe de que no querer desear y desear son la misma cosa, con lo cual no hace más
que dar forma a lo que para cada quien está en la raíz de una experiencia.
Desear entraña una fase de prohibición que lo hace idéntico a no querer desear. No querer desear es querer no
desear.
Allí es donde está citado el analista. En la medida en que se supone que el analista sabe, se supone también que irá
al encuentro del deseo inconsciente. Por eso digo que el deseo es el eje, el pivote, gracias al cual se aplica el elemento-
fuerza, la inercia que hay tras lo que se formula primero, en el discurso del paciente, como demanda, o sea, la
transferencia. El eje, el punto común de esta hacha de doble filo, es el deseo del analista, que designó aquí como una
función esencial. Y no me vengan a decir que no nombro ese deseo, porque es precisamente el punto que solo es
articulable por la relación del deseo con el deseo.
Esta relación es interna. El deseo del hombre es el deseo del Otro. Si el hombre sólo puede reconocer su deseo a
nivel del deseo del Otro, y como deseo del Otro, ¿no le aparecerá esto como un obstáculo a su desvanecimiento, punto
en que su deseo jamás puede reconocerse?
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En la relación del deseo con el deseo se conserva algo de la alienación, aunque no con los mismos elementos, no con
esos significantes S1 S2 del primer par de significantes, del que deduje la formula de la alienación del sujeto en mi
antepenúltimo curso, sino más bien con lo constituido a partir de la represión originaria, de la caída, del Unterdruckung,
del significante binario, por una parte y, por la otra, con lo que aparece en primer lugar como falta en lo significado por
el par de significantes, en el intervalo que los vincula, o sea, el deseo del Otro.

*López. “la resistencia, guía en el análisis”.


El fenómeno de la resistencia siempre fue para Freud un eje fundamental en la dirección de la cura. A tal punto que
define la practica como un combate para vencer las resistencias psíquicas.
La doctrina de la resistencia fue siendo desvirtuada por sus seguidores que termino reducida a una especie de ocasión
para justificar un reproche: resistencias son los obstáculos que el paciente pone a la intención de curar del analista. De
esta manera concebirla deja a salvo el narcisismo herido del analista ante sus fracasos terapéuticos, pero de una forma
que no parece responder a la intención freudiana.
Mientras que Freud hablo de resistencias inconscientes, después de él se comenzó a hablar de resistencias del paciente.
Atribuirlas al paciente es suponerle una falla de voluntad, una mala fe, y en el extremo alguna intención de hacerlo
fracasar.
De la resistencia inconsciente, en cambio, el paciente no sabe nada, o en todo caso, él la soporta como un fenómeno
extraño. Ara Freud la resistencia es inconsciente. “el paciente no reconoce su resistencia como tal, y constituye un éxito
hacerle darse cuenta de ella”. Si se habla de superación de las resistencias, no solo no podemos apelar a la voluntad o
sinceridad del paciente, sino que debemos desconfiar de todo esfuerzo que el yo haga para superarla, en la medida en
que el yo, que se pretende autónomo, esta “del lado” de la enfermedad.
Por eso la resistencia como fenómeno es una manifestación clínica del aparato psíquico, que se define siempre por la
premisa defensiva. Si el aparato psíquico es defendido no puede no haber resistencia jalonando todo el recorrido del
análisis.
Para Lacan no hay discurso que no sea de la resistencia, porque el sujeto, en tanto dividido, está en el mismo campo que
el de la enfermedad. La resistencia es tratada dialécticamente en los escritos técnicos de Freud, en el campo de la
relación imaginaria yo-otro, y adjudicada al sistema ideacional.
El problema de la resistencia se vincula no solo con las primeras etapas de un análisis, (tema abordado por Freud) como
se supone habitualmente, sino que además tiene una relación íntima con el final del análisis (tema abordado por lacan).
Lacan se interrogo sobre el fin del análisis, no solo en el sentido de cómo y cuando se termina un análisis, sino también
con respecto a cuál es su estructura y cual la operación lógica que el discurso articula para que suceda algo a lo que
podemos llamar “fin del análisis”. A partir de Lacan aparece como problema nuevo la necesariedad de pensar el fin del
análisis como concepto. El fin del análisis deberá definirse desde las condiciones de la estructura y no desde las
demandas de la sociedad. Si el analista pone en juego sus identificaciones a la demanda del Otro, se convierte en su
representante frente al paciente, y el análisis entra en una vertiente moralista, educativa, donde se privilegian los
“logros” a alcanzar
Lacan habla de los ideales a los que el analista suele subordinar su acción, hasta convertirla en una práctica social más, y
nombra tres: 1) el ideal de amor genital: donde se da por supuesto que el análisis permite una maduración que llevaría a
una relación de complementariedad con el otro, determinada por la totalidad integrativa de la genitalidad. 2)el ideal de
autenticidad. El psicoanálisis no está en contra de que las personas sean auténticas. solo que se detiene un paso antes,
se pregunta si es en verdad posible la autenticidad. La idea de autenticidad es tributaria de un concepto de yo que le
supone un área libre de conflictos, una autonomía funcional. Así el análisis podría restaurar la unidad de la personalidad,
donde la autenticidad es posible, porque el sujeto ya no se desconoce a sí mismo. 3)el tercer ideal que plantea es la no
dependencia: pero conducir al paciente a la no dependencia ¿no es crear la paradoja de una doble dependencia? Por un
lado, el analista, que designa lo que es deseable en ese registro y los modos de alcanzarlo, y por otro, a la dependencia
del ideal de la no dependencia, que es de por si una verdadera cruz en la vida de muchos obsesivos y paranoicos.
Esta cuestión de los ideales forma parte del gran capítulo de la resistencia, y a la inversa; la función no resistencial del
analista es dejar que el paciente se analice, es decir, creer, confiar, en el trabajo del incc más que en el suyo, y en la
verdad que habla por si misma, más que en la que él cree poder saber o decir. Según lacan, en el análisis se trata de
preservar el lugar del deseo que es ajeno a las valoraciones del analista y a las aspiraciones yoicas del paciente. El
analista ante esto debe favorecer que haya lugar al deseo, y no dirigir al paciente.
Para que ello suceda es necesario ese otro concepto antitécnico al de resistencia, “deseo del analista”. El analista
sustrae sus propios deseos e ideales fantasmáticos, para dar lugar a esa nada que es el deseo de analista, que como
pura falta no es un deseo de ningún objeto, sino deseo de “máxima diferencia”.
Todo este análisis conduce a la afirmación de Lacan “toda resistencia es resistencia del analista”. El analista esta para
preservar en lugar del deseo., y el deseo es algo que insiste con energía propia en la cadena significante, si se trata de
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dejar que esto suceda, entonces todo lo que aparezca como obstáculo lo estará introduciendo el analista mismo, con su
persona, sus sentimientos, sus ideales, y todo aquello que sea parte del sistema ideacional.
El autor plantea dos elementos que son necesarios para poder hablar de resistencia: 1) es la enunciación de la regla
fundamental, un análisis no puede comenzar mientas no haya sido explicitada la regla de la asociación libre. Esta regla
es enunciad por el analista después de las entrevistas preliminares, es decir, en un momento de corto donde empieza el
verdadero análisis. La regla muestra su eficacia cuando no se cumple, porque a partir de allí el analista tendrá una
orientación sobre el momento de la resistencia y sus condiciones de emergencia.
Esto es muy importante porque la resistencia siempre fue pensada como un puro obstáculo, como aquello que venía a
arruinar las posibilidades de la operación analítica. La resistencia esta planteada por Freud como resistencia a la
asociación libre, como todo aquello que interrumpe, detiene, desvía el trabajo analítico.
La resistencia planteada como guía para el análisis, es la creencia de “que la aparición de esta puede amenazar la
eficacia del tratamiento, pues no constituye nada imprevisto para el analista, por lo contrario, contamos con ella y
únicamente nos desagrada cuando no logramos provocarla con una precisión suficiente, cuando no aprovechamos las
resistencias en su función de señal indicadora de que estamos cerca de algún material reprimido y que la dirección es
correcta”.
Otro elemento para poder hablar de resistencia, es un elemento teórico, metapsicológico, sobre el que aún no se habló:
2)la represión. No hay resistencia sino hay represión. La resistencia es un efecto observable de la existencia estructural
de la represión en el aparato psíquico. Así como la represión pone una barrera resistente, pero con algunas fugaces
grietas que se abren y se cierran, entre incc y cc, la resistencia es lo que manifiesta la tendencia a mantener la represión
e impedir esas grietas.
La censura se articula no como resistencia del yo, sino como resistencia del discurso, como señalando el límite de lo
posible de decir en cada momento del análisis; límite que no debemos forzar con nuestras intervenciones apresuradas.
Estamos hablando de represión secundaria aquí.
En Inhibición, síntoma y angustia aparecen las resistencias más profundas, vinculadas no al yo como aparato de defensa,
sino a la repetición como fenómeno de insistencia, que depende de la pulsión de muerte.
Cuando Freud descubre la repetición, la sitúa también como resistencia, pero como una resistencia distinta, irreductible,
que responde a los intereses del ello, y que seguirá resistiendo aun cuando el yo se haya hecho más permeable, e
inclusive incrementándose, como resistencia de la fijación pulsional, es decir: de un goce que se resiste a renunciar a los
objetos de satisfacción. Esa resistencia irá tomando más importancia, y será el problema principal del fin del análisis.
Éste consistirá en cómo entendérselas con estas resistencias del ello, y qué hacer con ellas, ya que son irreductibles.
Implican que siempre quedará algo fuera del discurso, y que “eso” no puede hacerse consciente; es una falta en la
palabra que solo puede repetirse.
La asociación libre busca caminos posibles de acercamiento verbal al denominado allí “nudo de lo reprimido”, siguiendo
una deriva marcada por las leyes del lenguaje.
Podríamos pensar este recorrido como una especie de red. Si partimos de un punto de la red, la asociación libre va
anudando a los significantes (o representantes) en una trama que no es lineal sino reticular, en dirección a lo reprimido.
Cuando el acercamiento al núcleo es demasiado apremiante, es el momento de intensificación de la resistencia del yo.
Si no hay resistencia se está siempre en el mismo lugar, todo puede ser aceptado porque no tiene ninguna
consecuencia; de esta manera no se puede saber ni siquiera dónde está el conflicto. Tengo un síntoma, pero no puedo
saber de qué conflicto es efecto y de que transformaciones es producto.
Si la función del analista es preservar el lugar del deseo, está allí para posibilitar que el discurso de un paso más en
dirección hacia él. Pero esto no implica que se deba interpretar la resistencia: allí hay que “dejar pasar”, “hacer el
muerto”.
Por supuesto que la interpretación juega un papel en todo esto porque si el analista advierte la resistencia puede
escuchar algo de lo resistido, y aludir a ello mediante una interpretación. La función de interpretación es esa: poner en
palabras lo que casi está dicho pero aún no: de alguna forma, es como completar una frase poniéndole un punto, para
que se pueda decir lo que sigue.
La resistencia no se interpreta. Usar la resistencia para hacer una interpretación es otra cosa. Si mi estrategia es analizar
resistencias, siempre encontraré que el paciente está en el error y la interpretación será lo contrario de lo que él dice. La
interpretación no es contra la resistencia, sino con la resistencia, recuperando el “grano de verdad” que insiste en el
discurso. Analizar las resistencias es creer que se puede obligar al sujeto a enfrentarse con la verdad desnuda, sin
censura.
Esto sirve también para la transferencia, lo que no se interpreta entonces es la transferencia, en el sentido de la relación
imaginaria, resistencial, del paciente con la presencia del analista. Si lo hago, empantano más el análisis en la relación yo
a yo, consolido la relación especular.
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Encontramos una diferencia clínica entre lo que es la resistencia en el análisis de un obsesivo y la resistencia en la
histeria. La resistencia no es idéntica en sí misma, asume diferentes modos y no siempre aparece como resistencia, a
veces no es fácil de identificar.
El obsesivo, tiene fundamentalmente una resistencia intelectual, razonante, que pretende ser impecable desde el punto
de vista lógico, pero que en realidad se ampara en convenciones establecidas. Si a las razones del obsesivo el analista
opone las suyas, por considerarlas más objetivas, se cae inevitablemente en la rivalidad. También aparece bajo otra
forma, y ahí está lo engañoso de la resistencia. Muchas veces no tiene apariencia de tal, se manifiesta muy lejos de la
rivalidad: aceptación, sometimiento voluntario y acuerdo con todo lo que el analista diga; son formas resistenciales
vinculadas a la “formación reactiva” como defensa.
Es necesario descubrir, localizar la resistencia, porque muchas veces su “refugio” son los múltiples e infinitos ropajes de
que se viste. Uno de esos ropajes es el aparente progreso del tratamiento. El obsesivo que entiende todo, elabora todo
pero solo alcanza un reconocimiento intelectual, que le permite no ser tocado por la angustia, algo necesario de
despertar en el análisis del obsesivo.
La resistencia de estructura histérica consiste en exacerbar la transferencia positiva hasta convertirla en transferencia
amorosa y hacer que predomine la seducción al analista, las maniobras de obtener el amor del analista. Le interesa ser
amable a los ojos del otro.
Hay un planteo metapsicológico que sirve como explicación del fenómeno clínico de la resistencia –en su modo de
transferencia-. La carga libidinal propia de los deseos reprimidos, por oficio de la censura, debe desprenderse de los
significantes que los representan en el inconsciente. Por desplazamiento, la carga pasa a investir un representante
insignificante en cuanto a su valor libidinal: el “resto diurno”. Transferencia es aquí esa operación defensiva:
desplazamiento, en el sueño, del flujo libidinal desde la representación que importa pero que sigue inconsciente, hacia
el representante que no interesa, pero que adquiere por sustitución el lugar del primero. El resto diurno “se carga” así
de un valor que no tenía, porque ha sido investido con las propiedades libidinales del objeto reprimido.
En el campo clínico sucede lo mismo. El analista adquiere un lugar equivalente al del “resto diurno” en el sueño, porque
siendo de por sí indiferente como objeto, recibe la carga libidinal del objeto inconsciente, para quedar investido de un
valor libidinal ajeno, efecto puro de desplazamiento y sustitución. Aunque esto sea una maniobra de la resistencia,
permite que lo que no se puede decir se repita en relación al analista. Así se enlaza el inconsciente al analista. Pero la
transferencia no es con la persona que está ahí, sino que esa persona sirve de soporte a la relación del paciente con el
objeto libidinal ausente, que falta por represión. Por eso, la transferencia no es solo resistencia; Freud la reconoce como
obstáculo, pero hace de ella la condición de posibilidad de todo análisis.
Lacan sitúa la resistencia de transferencia como prototipo de la relación imaginaria, como obstáculo para que el
mensaje inconsciente llegue al sujeto. Para que esto ocurra, el mensaje tiene que atravesar esa barrera a través de
ciertas grietas, de cierta ruptura en la continuidad automática del discurso. Lo que se interpreta es precisamente eso, lo
que aparece como falla en la resistencia del “sistema incondicional”. Esa falla se produce gracias a los recursos plásticos
del significante, es decir como formación inconsciente, formas verbales o literales por donde se hace posible el retorno
de lo reprimido, a pesar de la resistencia.
Tenemos a un sujeto que le supone un sentido a lo que dice, pero que desconoce que su sentido es resistencial. el
inconsciente logra una formación que sorprende, introduciendo un sinsentido en la continuidad del discurso. Otra
forma de definir la resistencia sería entonces como resistencia a la falta de sentido. ¿Cómo responde el analista a la
resistencia de transferencia? Dice Lacan: el analista juega de “muerto” en ese juego, deja pasar, solo ocupa un lugar en
el juego pero no interviene. No interpreta la resistencia de transferencia.
Digamos algo sobre la contratransferencia, concepto no muy freudiano, pero sin embargo muy difundido. Muchos
autores consideran que el elemento fundamental que tiene el analista para interpretar es su propia contratransferencia,
lo que él siente, todo lo que resuena en él en un plano afectivo, emocional, más allá de lo que puede escuchar como
mensaje verbal. Porque lo que él siente como persona estaría profundamente determinado por lo inconsciente del
paciente, que no puede hacerse consciente en él mismo, pero que por una capacidad receptiva especial se hace
consciente en el analista.
Lacan sostiene “la contratransferencia es la estupidez del analista”, en el sentido de la estupidez que tenemos todxs los
seres humanos en tanto “personas”. El analista pone en juego, peligrosamente para el análisis, aquellas reacciones que
están moldeadas por la relación especular, las rechaza como propias, y como el paranoico, las adjudica al paciente.
Entonces otra forma de resistencia del lado del analista es la puesta en acto de la contratransferencia, como si fuera una
emergencia aprovechable.
Si el sujeto se las arregla mejor con su neurosis, si no dispone de otros recursos –porque la neurosis es siempre una
solución- , hay que preguntarse si e análisis puede proporcionarle una solución mejor. Para el psicoanálisis el síntoma es
algo subjetivado, reconocido como tal por el sufrimiento que ocasiona. Si el paciente sufre porque por ej., no trabaja, sí
podría pensarse que algo del goce está implicado. Y al revés, si no sufre por eso, hay que plantearse qué estatuto
inconsciente tiene esa actitud.
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La transferencia no se agota en su condición de resistencia, se estuvo hablando en realidad no de transferencia, sino de


ciertos efectos de la transferencia, que se pueden ordenar como: a) la resistencia, b) la sugestión, y c) repetición.
Ninguno de ellos es la transferencia, pero los tres están implicados en la transferencia como observables clínicos.
La transferencia no se limita a su valor de resistencia y sugestión; a partir de la “repetición” tiene el valor de venir a
constituir la “neurosis de transferencia”, que Freud resume en su axioma: el paciente repite en lugar de recordar. ¿Qué
repite? Aquello que no puede ser simbolizado por la palabra, es decir, lo que no se somete al significante. Es lo
vinculado a las fijaciones libidinales del objeto de goce. Es decir, repite con el analista las relaciones con el objeto
incestuoso, lo que pertenece al ello como carga filogenética, y actualiza la estructura edípica.
A partir de esa transferencia de cargas, el analista se constituye un objeto que recibe esas cargas edípicas y toda la
organización de la sexualidad infantil del paciente. El analista “condensa” al objeto libidinal, objeto a de cargas
pulsionales, que no tienen una traducción verbal, y que no se articulan sino como repetición en la transferencia. Esto
configura el campo de la neurosis de transferencia porque, en relación al analista como lugar, se va a desplegar la
neurosis infantil, fuera de su lugar original, aunque aquel lugar tampoco haya sido original, ya que la madre como objeto
incestuoso es ya objeto sustituto de una pérdida siempre anterior.
Si hay elementos que no pueden ser recordados porque pertenecen a fijaciones pulsionales, pueden sin embargo ser
reconstruidas a partir de la repetición en transferencia. El análisis recupera, por construcción, aquellos significantes que
faltan al discurso, a partir de la neurosis de transferencia. Lo que se cura ahí no es la neurosis infantil, es la neurosis de
transferencia. La paradoja es que, curando la neurosis de transferencia se cura la neurosis infantil. ¿Por qué? Porque
una y otra son la misma neurosis del sujeto.
Hay imposibilidad, límite a la rememoración, pero hay repetición. Entonces voy a trabajar con lo que se repite, no contra
la repetición. Porque lo que Freud llamó “liberación de la transferencia” no consiste en dejar de repetir, cosa imposible
por estructura, sino trabajar con la repetición para resolver la neurosis transferencial.

*Freud Inhibición, síntoma y angustia (practico). ADDENDA

*Seminario Lacan, libro 10 La angustia (3275) Apartados 1 y3 - La angustia en la red de los significantes
El analista que entra en su práctica no está excluido de ninguna forma de sentir en sus primeras relaciones con el
enfermo en el diván algún tipo de angustia.
En el juego de la dialéctica que anuda tan estrechamente estas dos etapas del grafo (del deseo) es donde veremos
introducirse esta función de la angustia.
Ver en qué puntos privilegiados emerge nos permitirá modelar una verdadera ortografía de la angustia, la cual nos
conducirá directamente a un punto destacado que no es sino el de las relaciones termino a término, que constituye la
guía de nuestro discurso.
Tratándose de la angustia, cada eslabón por así decir, no tiene otro sentido que el de dejar el vacío donde está la
angustia.
Nuestros sujetos están inhibidos cuando nos hablan de sus inhibiciones, pero están impedidos. Estar impedido es un
síntoma, estar inhibido es un síntoma metido en el museo. He aquí algo que nos aproxima a lo que queremos saber, a lo
que ocurre bajo el nombre de angustia. Pongo pues, impedimento en la misma columna que síntoma.
La trampa en cuestión es la captura narcisista. Hay un límite muy preciso que introduce la captura narcisista en cuanto a
lo que puede investirse en el objeto, en la medida en que el falo, por su parte, permanece investido autoeroticamente.
La fractura que de ello resulta en la imagen especular será propiamente lo que da soporte y su material a esta
articulación significante que en el plano simbólico se llama castración. El impedimento que sobreviene está vinculado a
este círculo por el cual, con el mismo movimiento con el que el sujeto avanza hacia el goce, se encuentra con esa
fractura intima, tan cercana, al haberse dejado atrapar por el camino de su propia imagen, la imagen especular.
Aquí todavía nos encontramos en el plano del síntoma, tratemos de ir más lejos. Si llevamos más lejos la interrogación
por la palabra inhibición, el tercer término que propongo es el término de “embarazo”.
El embarazo es el sujeto S revestido con la barra $. Cuando uno ya no sabe qué hacer con uno mismo busca detrás de
donde esconderse. Esta es la experiencia de la barra.
He aquí pues, lo que se refiere a la dimensión de la dificultad. La primera fila horizontal, que empieza con la inhibición y
sigue con el impedimento, culmina en esa forma ligera de angustia que se llama embarazo.
La turbación es el trastorno, el trastornarse en cuanto tal, trastornarse más profundo en la dimensión del movimiento.
El embarazo es el máximo de la dificultad alcanzada.
Tras haber llevado la angustia mediante estas evocaciones, al nivel mismo de la experiencia, tratemos de situarla en un
marco conceptual.
La angustia no es una emoción, para introducirla diré que es un afecto. El afecto tiene una estrecha relación de
estructura con lo que es un sujeto.
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El afecto no está reprimido, esta desarrumado, va a la deriva. Lo encontramos desplazado, loco, invertido,
metabolizado, pero no está reprimido. Lo que está reprimido son los significantes que lo amarran.

SEMINARIO 10: LA ANGUSTIA. CAP I:


La estructura de la angustia es la misma que la estructura del fantasma. La angustia es la traducción subjetiva del objeto a
(cap VIII)
El analista que entra en su práctica, no está excluido de sentir angustia en sus primeras relaciones con el paciente. Hay una
relación esencial de la angustia con el deseo del Otro.
Los dos pisos del grafo, estructuran la relación del sujeto con el ste. La pregunta bisagra entre estos es ¿Qué me quieres?
No es solo que me pide el a mí, sino también una interrogación que concierne directamente al Yo ¿Qué quiere en lo
concerniente a este lugar del yo?En la dialéctica entre la relación con el deseo y la identificación narcisista, se introduce la
función de la angustia.
En “inhibición, síntoma y angustia” (Freud) estos tres términos no están en el mismo nivel. Para poder entenderlos como
una serie es necesario verlos en diagonal y rellenar los blancos. Propone un cuadro: en el eje horizontal está la DIFICULTAD
y en el vertical la de MOVIMIENTO.
EJE HORIZONTAL
INHIBICIÓN: se trata de la detención del movimiento, es el “síntoma metido en el museo”, se muestra pero no complica.
IMPEDIMIENTO: estar impedido es un síntoma. El impedimento implica caer en la trampa, es decir, en la captura narcisista,
cuando el falo permanece investido autoeróticamente. La fractura que de esto resulta en la castración. El impedimento que
sobreviene está vinculado a este círculo por el cual, con el mismo movimiento con el que el sujeto avanza hacia el goce, se
encuentra con esta fractura mínima, al haberse dejado atrapar por su imagen especular (caer en la trampa del falo
investido autoeróticamente, “yo soy el falo”, no hay castración). Avanzar implica ir más allá de la captura narcisista.
EMBARAZO: es el S revestido con la barra. Cuando uno ya no sabe qué hacer con uno mismo, busca detrás de que
esconderse y esto es la experiencia de la barra. “Quiero ir pero no puedo, no puesta estar en esa escena”. La fila horizontal
que empieza por la inhibición y sigue con el impedimento, culmina en esta forma ligera de la angustia que es el embarazo.
Es el máximo de la dificultad alcanzada.
EJE VERTICAL
EMOCIÓN: etimológicamente se refiere a “arrojar afuera de la línea de movimiento”, es el movimiento que se desagrega,
es la reacción catastrófica (muchas veces confundida con la angustia, pero en realidad no es lo mismo).
TURBACIÓN: no tiene nada que ver con la emoción, es trastorno, caída de potencia. Es el trastorno más profundo en la
dimensión del movimiento.
RELLENO
ANGUSTIA: no es una emoción, es un afecto que no está reprimido, sino desarrumado, desplazado, metabolizado. Lo que
está reprimido son los stes que lo amarran. Se evita a través del pasaje al acto, síntoma y acting out.
Teórico:
Para Freud es un modo de afectación del sujeto, que a veces solo puede decirse en la falta de palabras, no necesariamente
tiene que ver con el llanto. Refiere a algo que aparece como un desgarro. Es una enorme dificultad para decir que es lo que
pasa, aunque te concierne y sabes lo que es, se resiste a la dialectización, no hay palabras para describirlo. Afecta el cuerpo.
Es índice de separación, no de alienación. En la neurosis de angustia, es una señal de peligro ante el desvalimiento, es un
síntoma de un complejo sintomático, que implica la anticipación de pensamientos, se caracteriza por no reducirse por la
asociación. Donde percatamos que hay algo de angustia, implica que algo de lo que estabiliza al sujeto, ya no está
funcionando. Es siempre angustia de castración, de pérdida. Es señal para iniciar un proceso represivo. No es un afecto a
eliminar sino que hay que saber de qué orden es esa angustia. En el tratamiento hay que tenerla en cuenta porque es
habilitadora.

Para Lacan es un afecto de excepción, que tiene que ver con la aparición de una pregunta con respecto al deseo del otro
“¿Qué me quiere?”. Es señal de que falta la falta, algo que habitualmente está velado, nos confrontamos con algo que no
queremos saber. El deseo del Otro implica un punto de desconocimiento de nosotros mismos, ¿Qué objeto soy yo en su
deseo? Tenemos una respuesta fantástica para ello, pero cuando flanquea es cuando aparece la angustia. El ¿que soy para
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el Otro? lo relaciona con la fábula: se encuentra ante una mantis religiosa, animal enorme, sin saber la máscara animal que
lleva puesta, porque tampoco puede verla reflejada en los ojos del insecto. Esto le genera intranquilidad porque le puede
inducir al partenaire algún error sobre su identidad.

SEMINARIO 10: LA ANGUSTIA. CAP 3. LACAN. FICHA 3275.


Desde este seminario se puede pensar la cuestión de la escena. Lacan distingue entre:
 Orden del mundo: lo real, no es algo simbolizado.

 Escena: sometida a las leyes del significante. Se homologa con el fantasma. También se refiere a la escena sobre la
escena (desde acá pensamos el actingout).

Pasaje al acto y actingout son dos fenómenos clínicos que NO son síntomas, por ende no son interpretables. Tampoco
son angustia, aunque están vinculados con ella y son del orden de la acción, aunque no son actos. No son interpretables,
se piensan en relación a que le pasa al sujeto en relación a su escena en la que se sostiene el mundo (escena
fantasmática) en relación al deseo y al otro.
En Dora podemos ver el actingout en la relación en el tiempo entre padre/Sr K/Sra K. Y el pasaje al acto en el cachetazo.
Pasaje al acto:
 Supone un rechazo del otro

 Supone una caída de la escena

 Desvanecimiento de la dimensión simbólica del otro. El Otro aparece como absoluto, entonces la forma de hacerle
falta es cayendo como objeto.

 Perturbación grande en el campo del fantasma y del deseo.

 Supone ruptura del marco de la escena.

 Rechaza al otro, no demanda nada, no está dirigida, no muestra. El sujeto se reduce a lo no simbólico.

 Imposibilidad de ubicar la falta en el Otro. La relación no está sostenida en el fantasma

 No es una acción planificada

Condiciones del pasaje al acto:


 El embarazo: marcado por la división, no tiene donde meterse

 La emoción : Agitación sin rumbo, sin notar lo que pasa

Suele ubicarse fácilmente en la psicosis, donde aparece otro absoluto, invasivo, perseguidor que se resuelve con un
suicidio u homicidio. Una fuga también es un pasaje al acto.
Tratamiento: intentar restituir algo de la dimensión de lo simbólico. No buscar motivos ni justificación porque aparece la
culpabilización.
ActingOut:
 No es un rechazo al Otro, es una mostración, no es del orden del decir.

 Conflicto en cuanto al deseo: ¿qué lugar ocupo en la falta del otro?

 Dirigida al otro: supone una demanda de simbolización, dirigida al otro porque necesita que corrija algo de su
posición para alojar la causa del deseo, que el deseo pueda estar en causa, que pueda ligarse fantasmaticamente.

 Lacan habla de transferencia salvaje

 No supone la caída de la escena


75

 Acción inmotivada pero plena de sentido: sentido evidente para el observador, pero inmotivada para el sujeto.

Condiciones del actingout:


 La turbación: acción que desfallece, no se comete

 Impedimento: no está inhibido, el no poder está relacionado con no dañar la imagen narcisista, a diferencia del
pasaje al acto que el sujeto daña su imagen (si se tiene que hacer mierda, lo hace).

La escena no es interpretable, hay que hacerla interpretable. ¿Cómo? Alojando al acto, intentando ubicar la causa. No
interpretamos lo obvio.
SEMINARIO 10. LA ANGUSTIA. CLASE 8. LACAN. FICHA 6949.
LA CAUSA DEL DESEO:
La angustia no es sin objeto. El a fue anunciado dentro de la fórmula del fantasma como soporte del deseo ($ <>a), $
deseo de a.Básteme con pedirles que relean atentamente el texto de Freud llamado “la joven homosexual”.
El análisis pone de manifiesto que es esencialmente a raíz de una decepción enigmática relativa al nacimiento en la
familia de un hermanito que se orientó hacia la homosexualidad, en forma de un amor demostrativo por una mujer de
dudosa reputación, respecto a la cual se conduce de modo esencialmente viril. Ella se comporta como el caballero que
todo lo soporta por su Dama, se conforma con los favores más ínfimos, menos sustanciosos, prefiere incluso no recibir
más que éstos. Cuanto más se aleja el objeto de su amor de lo que se podría llamar la recompensa, más sobrestima
dicho objeto de eminente dignidad. Cuando el rumor público no puede dejar de imponerle el hecho de que la conducta
de su bien amada es efectivamente de las más dudosas, la exaltación amorosa se ve reforzada por el objetivo
suplementario de salvarla.
Ya saben ustedes de qué modo es conducida la muchacha en cuestión a su consulta. Esta relación tenía lugar a
sabiendas de toda la ciudad, con un estilo de desafíos del que Freud se percató enseguida que constituía una
provocación dirigida a alguien de su familia, su padre. La relación finaliza con un encuentro. La joven, acompañada de su
bien amada, se cruza con el padre que va camino a su despacho. El padre le lanza una mirada cargada de irritación.
Entonces la escena se desarrolla muy deprisa. La persona amada, para quien esta aventura no es sin duda más que una
diversión bastante oscura, que manifiestamente empieza a estar harta y no quiere exponerse a grandes dificultades, le
dice a la joven que la cosa ya ha durado demasiado, que lo dejen ahí, que deje de mandarle flores todos los días y de
pisarle los talones. Entonces, la chica se arroja inmediatamente de un puente. La chica se arroja, niderkommt, se deja
caer.
El niderkommt es esencial en toda súbita puesta en relación del sujeto con lo que él es como a. No sin razón el sujeto
melancólico tiene tal propensión, siempre llevada a cabo con la rapidez fulgurante, desconcertante, a arrojarse por la
ventana. En efecto, la ventana, en tanto que nos recuerda el límite entre la escena y el mundo, nos indica lo que
significa tal acto –de algún modo, el sujeto retorna a aquella exclusión fundamental en la que se siente. El salto se
produce en el momento mismo en que se cumple, en lo absoluto de un sujeto que solo nosotros, analistas, podemos
concebir, la conjunción del deseo y de la ley. Esto es propiamente lo que ocurre en el momento del encuentro de la
pareja de la caballera de Lesbos y su objeto kereniniano con el padre.
No basta con decir que el padre lanzo una mirada furiosa para comprender como pudo producirse el pasaje al acto. Hay
ahí algo que se deriva del fondo mismo de la relación, de la estructura en cuanto tal. ¿De qué se trata?
La hija, cuya decepción respecto al padre por el nacimiento de su hermano menor había sido el punto de inflexión en su
vida, se había dedicado, pues a hacer de su castración de mujer lo que hace el caballero con su Dama, o sea, ofrecerle
precisamente el sacrificio de sus prerrogativas viriles, lo cual, por inversión de dicho sacrificio de sus prerrogativas
viriles, lo cual, por inversión de dicho sacrificio, hacía de ella el soporte de aquello que falta en el campo del Otro, o sea,
la garantía suprema de que la ley es ciertamente el deseo del padre, de que se está seguro de ello, que hay en gloria del
padre, un falo absoluto, φ.
Sin duda, resentimiento y venganza son decisivos en la relación de esta hija con su padre. Su resentimiento y su
venganza son esta ley, este falo supremo. Ya que fui decepcionada en mi apego a ti, mi padre, y que no pude ser, yo, tu
mujer sumisa ni tu objeto, Ella será mi Dama y yo seré, por mi parte, quien sostenga, quien cree la relación idealizada
con aquello que de mí misma fue rechazado, aquello que de mi ser de mujer es insuficiencia. La muchacha ha
abandonado la cultura de su narcicismo, sus cuidados, su coquetería, su belleza, para convertirse en el caballero
servidor de la Dama.
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Todo esto, toda esta escena, es lo que se presenta ante la mirada del padre en aquel simple encuentro en el puente. Y
esta escena, que había conseguido el completo asentimiento del sujeto, pierde sin embargo todo su valor por la
desaprobación que percibe en aquella mirada. Es por eso por lo que se produce entonces lo que podríamos llamar el
supremo embarazo. Luego viene la emoción. La emoción la invade por la súbita imposibilidad en que se encuentra de
hacer frente a la escena que le hace su amiga. Las dos condiciones esenciales del pasaje al acto se cumplen en este caso:
La primera es la identificación absoluta del sujeto con él a al que se reduce. Esto es ciertamente lo que le sucede a la
muchacha en el momento del encuentro. La segunda es la confrontación del deseo y la ley. Aquí, se trata de la
confrontación del deseo del padre, en base al cual se construye toda su conducta, con la ley que se presentifica en la
mirada del padre. Esto es lo que la hace sentirse definitivamente identificada con a y, al mismo tiempo, rechazada,
expulsada, fuera de la escena. Y esto, solo puede realizarlo el dejar caer, el dejarse caer.
Dos cosas indican hasta qué punto es de esto de lo que se trata.De entrada, la sensación que tiene Freud es de que, por
espectacular que sea el avance que la paciente haga en su análisis, todo le pasa, por así decir, como el agua por las
plumas de un pato. El lugar que corresponde al a en el espejo del Otro, él lo designa perfectamente mediante todas las
coordenadas posibles. No dispone, de los elementos de mi topología. Me detengo, tropiezo, dice, con algo similar a lo
que ocurre en la hipnosis. Ahora bien, ¿Qué ocurre en la hipnosis? El sujeto, en el espejo del Otro, es capaz de leer todo
lo que se encuentra ahí, en el pequeño florero punteado, es decir, todo lo que es especularizable, no hay problema con
eso. No sin razón el espejo, el tapón de cristal, así como la mirada del hipnotizador son los instrumentos de la hipnosis.
La única cosa que no se ve en la hipnosis es precisamente el propio tapón o la mirada del hipnotizador, a saber la causa
de la hipnosis.La otra referencia es la duda del obsesivo. Una cura de obsesivo es siempre una verdadera luna de miel
entre el analista y el analizado, en la medida en que se centra en esa clase de discurso en la que se mantiene el
obsesivo.
En el caso de la joven homosexual, de lo que se trata es de cierta promoción del falo, en cuanto tal, al lugar de a. Es
precisamente esto lo que debe esclarecernos en lo referente al desenlace de la cura. No confundan con uno de estos
estribillos eso con lo que aquel hombre concluye su texto –o sea, la distinción entre los elementos constitucionales y los
históricos de la determinación de la homosexualidad, poco importa cuales. Distinguiendo en cuanto tal la Objektwahl, la
elección de objeto, mostrando que comporta mecanismos originales, aísla el objeto en cuanto tal como el campo propio
del análisis. Todo gira, en efecto, en torno a la relación del sujeto con a.
La paradoja de este análisis confina con lo que les indique la última vez como el punto donde Freud nos lega la cuestión
de saber cómo operar al nivel del complejo de castración. Esta paradoja esta designada mediante algo que se inscribe
en la observación y que me sorprende que no sea el objeto más común de la sorpresa entre los analistas, a saber, este
análisis termina en lo siguiente – Freud lo deja.
Con la joven. – que es un caso donde la fundación de a es tan prevalente que llego a pasar a ese real, un pasaje al acto,
cuya relación simbólica el comprende, sin embargo, tan bien- Freud se da por vencido. No voy a llegar a nada, se dice, y
se la pasa a una colega femenina. Es él quien toma la iniciativa de dejarla. Lo que me preocupa es una referencia
esencial en la manipulación analítica de la transferencia.
CLASE 9: PASAJE AL ACTO Y ACTING OUT.
Hoy vamos a continuar hablando de lo que les designo como a minúscula. El aislamiento de a se produce a partir del
Otro, y es en la relación del sujeto con el Otro que se constituye como resto. Por eso he reproducido este esquema, que
es homologo al aparato de la división.
A S
$ A
A 0
Segundo esquema de la división.
Arriba de todo a la derecha, el sujeto, en tanto que, en nuestra dialéctica, tiene su punto de partida en la función del
significante. Es el sujeto hipotético en el origen de dicha dialéctica. El sujeto tachado, por su parte, único sujeto al que
accede nuestra experiencia, se constituye en el lugar del Otro como marca del significante. Inversamente, toda la
existencia del Otro queda suspendida de una garantía que falta, de ahí el Otro tachado. Pero de esa operación hay un
resto, es el a.
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1- A partir del caso de homosexualidad femenina he hecho surgir ante ustedes una característica estructural de la
relación del sujeto con ela.
A esta posibilidad esencial, a esta relación que se puede llamar universal puesto que a todos los niveles la reencontraran
ustedes en lo que al a respecta,-y tal es su connotación más característica, puesto que está ligada precisamente a la
función de resto-, la llame, con un término tomado del vocabulario de Freud a propósito del pasaje al acto que le
plantea su caso de homosexualidad femenina, el dejar caer, el niederkommenlassen.
Extrañamente, fue un dejar caer igual que este lo que había marcado la respuesta del propio Freud a una dificultad
ejemplar del caso. En todo lo que Freud nos ha testimoniado sobre su accion, sobre su conducta, sobre su experiencia,
este dejar caer es único y al mismo tiempo en su texto es tan manifiesto que para algunos se vuelve casi invisible de
leerlo.
Este dejar caer es el correlato esencial del pasaje al acto. Aun es necesario precisar desde qué lado es visto, este dejar
caer. Es visto, precisamente, del lado del sujeto. Si ustedes quieren referirse a la fórmula del fantasma, el pasaje al acto
está del lado del sujeto en tanto que este aparece borrado al máximo por la barra. El momento del pasaje al acto es el
del mayor embarazo del sujeto, con el añadido comportamental de la emoción como desorden del movimiento. Es
entonces cuando, desde allí donde se encuentra –a saber, desde el lugar de la escena en la que, como sujeto
fundamentalmente historizado, puede únicamente mantenerse en su estatuto de sujeto- se precipita y báscula fuera de
la escena.Esta es la estructura misma del pasaje al acto.
La mujer del caso de homosexualidad femenina salta por encima de la pequeña barrera que la separa del canal por
donde pasa el pequeño tranvía semi-subterráneo. Dora pasa al acto en el momento del embarazo en que la pone la
frase-trampa, la trampa torpísima del Sr K., mi mujer no es nada para mí. La bofetada que ella le da entonces no puede
expresar nada más que la más perfecta ambigüedad -¿es al Sr K. o a la Sra. K. a quien ama? Semejante bofetada es uno
de aquellos signos, de aquellos momentos cruciales en el destino, que podemos ver resurgir de generación en
generación, con su valor de cambio de agujas en un destino.
El sujeto se muere en dirección a evadirse de la escena. Es lo que nos permite reconocer el pasaje al acto en su valor
propio, y distinguir de él lo que es muy distinto, el actingout. Es importante distinguir entre dos registros –por una parte,
el mundo, el lugar donde lo real se precipita y, por otra parte, la escena del Otro, donde el hombre como sujeto tiene
que constituirse, ocupar un lugar como portador de la palabra, pero no puede ser su portador sino en una estructura
que, por más verídica que se presente, es estructura de ficción.
El actingout de entrada puede parecer más bien del orden de la evitación de la angustia. Si la angustia no es, entre el
sujeto y el Otro, un modo de comunicación tan absoluto que podemos preguntarnos si no es, halando con propiedad,
común a ambos.Debemos tener en cuenta el hecho de la angustia en algunos animales. ¿Cómo podemos estar tan
seguros de un sentimiento en un animal? Ahora bien, la angustia es el único sentimiento del que no podemos dudar que
se encuentra en el animal. Encontramos allí, bajo una forma exterior, aquel carácter que he indicado que comporta la
angustia, de ser lo que no engaña.
3- Todo lo que es actingout debe oponerse al pasaje al acto. Se presenta con ciertas características que nos permitirán
aislarlo.
Se da una relación profunda del actingout con el a. Adivinen ustedes en sus observaciones clínicas hasta qué punto
sostener con la mano para no dejar caer es del todo esencial en cierto tipo de relaciones del sujeto. Esto produce
uniones de un tipo muy extendido, que no por ello son más cómodas de manejar, ya que por otra parte el a en cuestión
puede ser para el sujeto el súper yo más incómodo.
Hay un tipo de madre que llamamos madre fálica. Si se ocupan de alguien que les dice que cuanto más precioso es un
objeto para ella, inexplicablemente tiene la atroz tentación de no retener a este objeto en una caída, esperando no sé
qué de milagroso en esa especie de catástrofe, y que el niño más amado es precisamente aquel que un día,
inexplicablemente, dejo caer, entonces podría identificar lo que conviene llamar en este caso una madre fálica.
Entremos ahora en el actingout. En el caso de homosexualidad femenina, mientras que la tentativa de suicidio es un
pasaje al acto, toda la aventura con la dama de dudosa reputación elevada a la función de objeto supremo es un
actingout. Mientras que la bofeteada de Dora es un pasaje al acto, todo su comportamiento paradójico con la pareja de
los K., es un actingout.El actingout es esencialmente algo, en la conducta del sujeto, que se muestra. El acento
demostrativo de todo actingout, su orientación hacia el Otro debe ser destacado.
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En el caso de homosexualidad femenina, la conducta de la chica se exhibe ante los ojos de todos. Cuanto más
escandalosa resulta tal publicidad, más se acentúa la conducta. Y lo que se muestra, se muestra esencialmente como
distinto de lo que es. Lo que es, nadie lo sabe, pero que es distinto, nadie lo duda.
Lo que es, es que ella habría querido un hijo del padre. Pero si ustedes se conforman con eso, es que no son difíciles de
conformar, porque el hijo en cuestión no tiene nada que ver con una necesidad maternal. Contrariamente a todo ese
deslizamiento del pensamiento analítico, conviene poner la relación del niño con la madre en una posición de algún
modo lateral respecto a la corriente principal de la elucidación del deseo inconsciente.
En lo que podemos captar al menos por su incidencia económica hay en la relación normal de la madre con el niño alfo
pleno, redondo, cerrado, algo tan completo como en la fase de gestación, hasta tal punto que necesitamos cuidados del
modo especiales para hacerla entrar en nuestra concepción, y para ver cómo se aplica su incidencia a la relación de
corte entre i(a) y a. Después de todo, no basta con nuestra experiencia de la transferencia para ver en qué momento del
análisis nuestras analizadas quedan encinta y para qué les sirve eso –es siempre el escudo de un retorno al más
profundo narcisismo.
Este niño, ella quiso tenerlo ciertamente en tanto que otra cosa distinta, y por otra parte esta cosa no se le escapa a
Freud. Quería ese niño en tanto que falo, como sustituto, ersatz, de algo que cae de lleno en nuestra dialéctica del corte
y de la falta, del (a) como caída, como faltante.
Es lo que le permite, tras fracasar en la realización de su deseo, realizarlo al mismo tiempo de otra y de la misma
manera, como erastés. Se hace amante. En otros términos, se exige en aquello que ella no tiene, el falo, y para mostrar
bien lo que tiene, lo da. Es, en efecto, una forma del todo demostrativa. Se comporta respecto a la Dama, nos dice
Freud, como un caballero que la sirve, como un hombre, como aquel que puede darle en sacrificio lo que tiene, su falo.
Entonces, combinemos los dos términos, el del mostrar, o demostrar, y el del deseo, para aislar un deseo cuya esencia
es otro. Es el actingout diremos, que el deseo, para afirmarse como verdad, se adentra en una vía en la que solo lo
consigue, sin duda, de un modo que llamaríamos singular si no supiéramos ya por nuestro trabajo aquí que la verdad no
es de naturaleza del deseo. Esta articulado objetivamente, articulado con este objeto que la última vez llame objeto
causa del deseo.
El actingout es esencialmente demostración, la mostración, sin duda velada, pero no velada en sí. Solo esta velada para
nosotros, cómo sujetos del actingout, en la medida en que eso habla, en la medida en que eso podría hacer verdad. Si
no, por el contrario, es visible al máximo, y por ese mismo motivo, en un determinado registro es invisible, al mostrar su
causa. Lo esencial de lo que es mostrado es aquel resto, su caída, lo que cae en este asunto.
Entre el sujeto $, aquí Otrificado, en su estructura de ficción, y el Otro, A, no autentificable, lo que surge es este resto, a,
es la libra de carne. Lo cual significa que se pueden tomar todos los préstamos que se quiera para tapar los agujeros del
deseo, como los de la melancolía. Este es el rasgo que siempre encuentran ustedes en lo que es actingout.
¿Qué tiene eso de original, ese actingout y esa demostración de aquel deseo ignorado? El síntoma es parecido. El
actingout es un síntoma. El síntoma, también se muestra como distinto de lo que es. Lo demuestra el hecho de que
debe ser interpretado. Como ustedes saben el síntoma no puede ser interpretado directamente, se necesita
transferencia, o sea, la introducción del Otro.No llama a la interpretación como lo hace el actingout, contrariamente a lo
que podrían ustedes creer.Hay que decir, por otra parte, que el actingout llama a la interpretación, pero la cuestión es,
ciertamente, saber si esta es posible. Les mostrare que sí, pero plantea dudas, tanto en la práctica como en la teoría
analítica.
Tratándose del síntoma, está claro que la interpretación es posible, pero con una determinada condición añadida, a
saber, que la transferencia este establecida. En su naturaleza, el síntoma no es como el actingout, que llama a la
interpretación, puesto que lo que el análisis descubre en el síntoma es que el síntoma no es llamada al Otro, no es lo
que muestra al Otro. El síntoma, en su naturaleza, es goce, no lo olviden, goce revestido, sin duda,
untergeblibeneBefriedigung, no los necesita a ustedes como el actingout, se basta a sí mismo. Es del orden de lo que les
enseñe a distinguir del deseo cómo goce, es decir, que este último se dirige hacia la Cosa, una vez atravesada la barrera
del bien, o sea, del principio del placer, y por eso dicho goce puede traducirse como un Unlust (displacer).
Volvamos al actingout. A diferencia del síntoma el actingout es el esbozo de la transferencia. Es la transferencia salvaje.
No hay necesidad de análisis, como ustedes se lo figuran, para que haya transferencia. Pero la transferencia sin análisis,
es el actingout. El actingout sin análisis es la transferencia. De ello resulta que una de las cuestiones que se planteen
sobre la organización de la transferencia es saber cómo la transferencia salvaje se puede domesticar, como se hace
entrar el elefante salvaje en el cercado, como poner el caballo a dar vueltas en el picadero.
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Esta es una de las formas de plantear el problema de la transferencia. Sería muy útil plantearlo por este lado, porque es
la única forma de saber cómo actuar con ella en el actingout.La cuestión es saber cómo actuar frente al actingout. Hay
tres posibilidades dice Phyllis Greenacre. Se lo puede interpretar, se lo puede prohibir, se lo puede reforzar al yo.
En cuanto a interpretarlo, ella no se hace muchas ilusiones. Interpretarlo, está condenado a tener pocos efectos,
aunque solo fuese porque está hecho para eso, el actingout, cuando examinen la cosa de cerca la mayoría de las veces
advertirán que el sujeto sabe perfectamente que lo que hace en el actingout es para ofrecerse a la interpretación de
ustedes. Pero bueno, no es el sentido, sea cual sea, de lo que interpretan ustedes que cuenta, sino del resto. Entonces,
por esta vez, al menos si no se añade algo, esto es un callejón sin salida. Es muy interesante dedicar un tiempo a
escandir las hipótesis.
Prohibirlo, naturalmente, hace sonreír hasta a la propia autora, quien dice –de todas formas, se puede hacer muchas
cosas, pero decirle al sujeto, nada de actingout, he aquí algo bien difícil. A nadie se le ocurre. Sea como sea, se observa a
este respecto que siempre hay prohibiciones perjudiciales en el análisis. De hecho, se prohíbe mucho más de lo que se
cree. Se hacen muchas cosas, evidentemente, para evitar los actingout en sesión. Además, también se les dice a los
pacientes que no tomen decisiones esenciales para su existencia durante el análisis. Es un hecho que, allí donde
tenemos influencia, existe cierta relación con lo que se puede llamar peligro, ya sea para el sujeto o para el analista.
¿Por qué se hace todo esto? Esencialmente porque somos médicos y porque somos buenos. Que se hable del actingout
es, con todo, señal de que se impiden muchos de ellos.
Quisiera hacerles advertir en este punto cierto aspecto del análisis que no se suele ver, su aspecto de seguro de
accidente, seguro de enfermedad. Es muy curioso, de todas formas, hasta qué punto las enfermedades de corta
duración son raras durante el análisis, hasta qué punto en un análisis que dura cierto tiempo, los resfriados, las gripes,
todo desaparece, e incluso las enfermedades más prolongadas.
Inversamente, cuando ocurre el accidente –no me refiero solamente al actingout- es atribuido muy regularmente al
análisis tanto por el paciente como por su entorno. Es cargado en la cuenta del análisis como por naturaleza. Tienen
razón, es un actingout, por lo tanto se dirige al Otro, y se si está en análisis se dirige al analista. Tiene de todos modos la
responsabilidad que corresponde al lugar que el acepto ocupar.
Estas cuestiones son quizás para aclararles lo que les quiero decir cuando hablo del deseo analista y cuando me
pregunto por él. Peor no voy a preguntarme que hizo que se destacara hacia un reforzamiento del yo – tercera de las
hipótesis- la cuestión de cómo domesticamos la transferencia. No se trata de una identificación con la imagen como
reflejo del yo ideal en el Otro, sino con el yo del analista, con el resultado que señala Balint. Esta crisis, ¿Qué representa,
precisamente? La insurrección del a, que permanece absolutamente intocado.
*Lombardi “rectificación y destitución del sujeto”.
Se ha extendido en el ámbito psicoanalítico la expresión rectificación subjetiva que alguna vez empleo Lacan. Algunos
excesos invitan al revisar las condiciones en que el sujeto en cuestión sería rectificable: el analista quiere que el paciente
rectifique su condición y él, el sujeto no quiere.
Desde los comienzos del psicoanálisis Freud señaló la ventaja del neurótico modifique su postura respecto de su
padecimiento, que admita alguna participación suya en el estado de cosas en que se encuentra. Detrás de los reproches
dirigidos a otras personas suelen esconderse otros reproches, sugiere Freud.
Lacan designa como rectificación subjetiva ese viraje en el que el sujeto cambio de perspectiva sobre algo real y
concreto de sus síntomas su participación en el mismo. Se trata de liberar el sentido en el discurso, de dar al método
freudiano de la asociación libre de toda la vigencia posible. Allí es donde las escuelas se separan.
División del sujeto entonces, cómo habrá siempre que el síntoma esté activo, como debe estarlo en un análisis. La sola
presencia del síntoma implica que, alternada o simultáneamente, en lugar de responsabilidad, hay culpabilidad e
inocencia combinadas.
Por otra parte, es un hecho que se constata con frecuencia creciente no todos los pacientes se dejan seducir
rápidamente por la intervención rectificativa y algunos nunca; el paranoico es un ejemplo. La rectificación subjetiva de la
que habla Lacan no puede ser una rectificación a la fuerza. No basta entonces con que el analista sepa que algo ha de
suceder en el horizonte de la dirección de la cura, es preciso además permitir ese tiempo que el analizante necesita para
descubrir cosas por su propia cuenta y para resolverse a entregar sus síntomas.
Los empeños de rectificación a la fuerza encuentran una merecida respuesta en algunas modalidades clínicas de la
época: pacientes que desde el comienzo se niegan a entregar sus síntomas ya que entregarlos los llevaría rápidamente
evidenciar alguna relación con la causa; pacientes que sólo muestran su padecer a la manera de actuar acéfalo, de una
verdad sin sujeto que dice al analista: antes de que yo rectifique nada fíjate desde qué posición me haces tu oferta
terapéutica.
80

*Agüero “algunas referencias sobre la interpretación”.


Al primer tiempo de la enseñanza de Lacan le corresponde la idea de la interpretación por desciframiento como el
proceso contrario a lo que realiza el inconsciente; esta idea emparentada con la concepción freudiana de la
interpretación en donde se trata de que el paciente pueda anoticiarse del sentido de sus síntomas, y a través del
trabajo del análisis, revisar esa interpretación para luego poder hacer una nueva interpretación en la actualidad, que le
permita una nueva alianza con la pulsión. Las dificultades que la transferencia pone en este camino son enormes y sólo
después de vencidas las resistencias al servicio de la cual se instalan es posible avanzar en el tratamiento hasta la
conclusión del mismo.
Hablar de interpretación indica que el analista en tanto que oyente-intérprete se constituye en garante y responsable de
conservar el valor de instrumento de la palabra. para Lacan interpretar no es proponer una significación sino “indicar”
una respuesta que ha sido instaurada por la pregunta, así la interpretación tiene la forma del enigma.
Es una operación que usa como medio al significante, es un intento de tratar lo real por lo simbólico. Por ello,
trabajamos con el material significante, con los enunciados interpretativos del sujeto, esos son nuestro material,
nuestro único apoyo para orientarnos en la estructura en la que se inscribe su deseo. Es la herramienta para avanzar en
el análisis ya que de lo que se trata es de hacer consciente lo inconsciente. La interpretación, además, es la responsable
de la aparición de la transferencia y sin transferencia no hay cura posible de las neurosis.
De esta manera, se fue estableciendo la interpretación como el recurso de la técnica propio del análisis, y para alcanzar
la verdad del deseo que vehiculizan los dichos del analizante. Así funcionó en un principio el análisis, pero luego de un
tiempo la cuestión se iba a complicar.
En la enseñanza de Lacan, debemos distinguir diferentes momentos con relación a la interpretación.
Primera referencia. “La experiencia analítica no puede ser considerada por fuera de sus fundamentos en la palabra y el
lenguaje, lo que implica en primera instancia entender que la función del lenguaje no es informar sino evocar. Salir de
este fundamento de la palabra y del campo del lenguaje es volverá una experiencia inefable, y por lo tanto, desviada
completamente de la racionalidad propia del análisis”.
Para liberar la palabra del sujeto nos dirá Lacan hay que introducirlo en el lenguaje de su deseo: “es decir en el lenguaje
primero en el cual más allá de lo que nos dice de él, ya nos habla sin saberlo, y en los símbolos del síntoma en primer
lugar. Lenguaje que tiene la característica de ser lo más particular del momento de constitución de ese sujeto y al mismo
tiempo es universal”.
Una técnica renovada de la interpretación nos dirá Lacan implica recuperar los efectos simbólicos de la palabra, para así
jugar con el poder del símbolo, poder evocador, de manera calculada en las resonancias semánticas de sus expresiones.
La interpretación es simbólica y supone dos que comparten un símbolo y la interlocución incluye la respuesta del
interlocutor. Pero es fundamental salir del malentendido del lenguaje-signo que trasmitiría información por un canal
entre emisor y receptor.
El lenguaje-signo es el lenguaje del reino animal en donde hay una correlación fija entre el singo y la realidad que
significa, a diferencia del lenguaje humano en donde el valor de los signos se establece por su posición relativa: “los
signos toman su valor de su relación los unos con los otros, en la repartición léxica de los semantemas tanto como en el
uso posicional, incluso flexional de los morfemas”. Y agrega ““Pues la función del lenguaje no es informar, sino evocar.
Lo que busco en la palabra es la respuesta del otro. Lo que me constituye como sujeto es mi pregunta. Para hacerme
reconocer del otro, no profiero lo que fue sino con vistas a lo que será. Para encontrarlo, lo llamo con un nombre que él
debe asumir o rechazar para responderme”.
Así la función de la palabra en la medida en que implica la suposición de un sujeto de ella, produce en cuanto me dirijo a
otro una intimación a su función subjetiva la que debe asumir para responderme, aunque repudie lo que le digo. Así en
la intervención que hace el analista su responsabilidad será no ya de rechazar o aprobar, sino de reconocerlo o abolirlo
como sujeto. Su responsabilidad insisto es de no abolirlo como sujeto.
Luego, Lacan nos presenta la palabra en su relación con la pulsión y con la imagen del cuerpo, por lo que la
interpretación se convierte en el medio para operar una transformación en el sujeto. La palabra puede estar infiltrada
de un valor de goce, erotizada, como aparece en el silencio y concluye: “la palabra puede convertirse en objeto
imaginario, y aun real, en el sujeto y, como tal, rebajar bajo más de un aspecto la función del lenguaje. La pondremos
entonces en el paréntesis de la resistencia que manifiesta”.
La técnica consiste entonces en saber dónde está el ego del sujeto en lo que dice y saber luego por quién y para quién el
sujeto plantea su pregunta: “Mientras no se sepa, se correrá un riesgo de contrasentido sobre el deseo que ha de
reconocerse allí y sobre el objeto a quién se dirige ese deseo.”
La pregunta para orientarnos en la clínica bien puede ser, ante el discurso del paciente que tenemos al frente, “quien
habla y a quién se dirige con lo que está diciendo que es otra manera de preguntar también dónde está su yo en eso
que está diciendo. Ahora bien, no hay que olvidar que aunque es cierto en un sentido que el que escucha determina al
que habla, también el sujeto siempre se dirige en su decir al mismo otro que construyó en su fantasma”.
81

Hay que apuntar a la verdad del síntoma mediante las resonancias semánticas, el juego significante, para hacer surgir
esa verdad que se encuentra reprimida en el sujeto que ya está escrita en su inconsciente y, en virtud de que el síntoma
es metafórico, es que podemos pensar el significante del síntoma como el significante que vino al lugar del otro
significante reprimido que ahora se encuentra debajo de la barra de significación, por lo que la interpretación debe
hacer surgir ese significante franqueando la barra de la censura y produciendo un más de sentido. Así la interpretación
tiene como efecto hacer volver a la conciencia ese significado reprimido que sostenía el síntoma y por lo tanto lo libera.
Se trata en la interpretación de hacer escuchar eso que no sé, pero que aparece en mí decir. Implica al analista como
sujeto, lo que supone un compromiso subjetivo del analista, que paga con su ser. Además comporta que es decisión,
que es un acto que soporta al analista en el que debe hacerse ser en la interpretación. En la clínica entonces hay que
responder aunque no a la demanda del sujeto en los términos en que la plantea, lo que sería satisfacer la demanda,
porque podemos pensar que la palabra no puede realizar su alta función si cae en el vacío y el sujeto no puede fundarse
en la palabra sin la respuesta del Otro.
Entonces en esta vertiente intersubjetiva de la interpretación hay dos cuestiones a destacar. Primero el reconocimiento
del sujeto en lo que dice, y segundo, se trata solo de señalar el significante bajo el cual el sujeto se coloca. Ahora bien
como dijimos más arriba al incluir la dimensión de la pulsión en la palabra en la vía del silencio del analizante, termina
abandonado este enfoque intersubjetivo de la interpretación.
Segunda referencia. “Lacan habla de la interpretación como dirigida al ser por medio de un advenimiento de un más
allá de la palabra verdadera, que toma en cuenta la satisfacción que se halla incluida en el síntoma, definido como
metáfora y mostrando que no hay concordancia entre el significante y el significado. Es esta discordancia lo que pone en
cuestión su idea de la interpretación como la posibilidad de aparición del significado oculto debajo de la barra de
significación”. Lacan admite que la fuerza de la represión hace infranqueable la barra de significación, por lo que la
interpretación es posible solo en la medida en que aparece entre líneas.
Y con relación a la metonimia dice: “es la conexión del significante con el significante la que permite la elisión por la cual
el significante instala la carencia de ser en la relación de objeto, utilizando el valor de remisión de la significación para
llenarlo con el deseo vivo que apunta hacia esa carencia a la que sostiene”. La barra hace obstáculo a la significación y la
metáfora es la forma de franquearla y producir una nueva significación. La interpretación descifra: “Es la verdad de lo
que ese deseo fue en su historia lo que el sujeto grita por medio de su síntoma”.
Tercera referencia. “La interpretación, para descifrar la diacronía de las repeticiones inconscientes, debe introducir en la
sincronía de los significantes que allí se componen algo que bruscamente haga posible su traducción -precisamente lo
que permite la función del Otro en la ocultación del código, ya que es a propósito de él como aparece su elemento
faltante”. Es una alusión a la función metafórica de la interpretación en la medida que se trata de hacer aparecer eso
que se desliza en la deriva metonímica de la cadena y que sólo aparece en la medida en que esa deriva es detenida; por
eso dice en la sincronía y en ella la relación metafórica con los otros significantes que pueden venir en sustitución para
producir un sentido diferente y por eso la referencia a que es la función del Otro en su ocultación del código de la
lengua lo que haría posible la aparición de ese elemento faltante.
Es el significante que falta al sujeto en su dicho pero sin embargo es el que le da sentido a todos, pues es el que hace de
capitón y se escucha en su decir. ¿Cómo hace el analista para encontrar ese significante que falta al saber inconsciente
del sujeto? Aquí liga la interpretación al sujeto supuesto saber y dice “hay que tomar el deseo a la letra”. Esto nos indica
que no hay respuesta decisiva en el Otro, y que en la palabra está el deseo, por ello la interpretación debe hacer que el
sujeto se reconozca como deseante que es lo inverso a que se reconozca como sujeto.
El deseo no se capta sino en la interpretación. Pero en la medida en que se toma a la letra podemos decir, lo que sería el
equivalente del desciframiento freudiano. La interpretación se funda en la posibilidad que le brinda la metáfora, ahora
bien, es la metáfora primera constitutiva del sujeto, la metáfora del Nombre del Padre la que facilita esta posibilidad de
interpretar el intervalo significante por una metáfora.
Ese más allá al que apunta la metáfora de la interpretación es siempre el mismo, la castración, con relación a la cual se
ordenan todos los sentidos de los dichos del sujeto. Es hacer aparecer el significante donde no lo hay, es decir dar el
significante del “esto” en el Tú eres esto.
Cuarta referencia. La interpretación como en relación a la metonimia la hace equivaler al deseo. “Situémonos en dos
extremos de la experiencia analítica. Lo reprimido y el síntoma son homogéneos, y reductibles a funciones de
significantes. Su estructura es inscribible en términos sincrónicos. En el otro extremo está la interpretación, la cual
concierne a este factor de una estructura temporal especial, que he intentado definir por metonimia. La interpretación
apunta el deseo, y es en cierto sentido idéntico a él. El deseo es, en suma, la interpretación misma”.
Agregará que el hecho de que la pulsión esté inscripta en la estructura del significante hace que nuestra interpretación
no sea una pura mántica ya que en ella está presente la sexualidad. Y, en este sentido el campo de la interpretación no
es ajeno a la verdad del sujeto. ay una función de verdad en la interpretación ya que la verdad guarda estrecha relación
con el deseo del sujeto.
82

Da cuenta de la constitución subjetiva como un paso necesario para poder comprender como opera la interpretación:
“La consecuencia de la alienación es que la última instancia de la interpretación no reside en que nos entregue las
significaciones de la vía por dónde anda lo psíquico que tenemos ante nosotros. El objetivo de la interpretación no es
tanto el sentido, sino la reducción de los significantes a su sin-sentido para así encontrar los determinantes de toda la
conducta del sujeto”.
Entonces, si bien la interpretación en tanto apunta al deseo se la puede relacionar con la metonimia en la que el deseo
se desliza por debajo de la cadena significante, al mismo tiempo, en la medida en que produce una detención en esa
deriva y la aparición del significante al cual el sujeto se encuentra sujeto como sujeto, tiene una función de corte y en
ese sentido metafórica en la medida que permite cernir el significante que representa al sujeto en tanto deseante.
La interpretación invierte la relación por la cual, en el lenguaje, el significante tiene como efecto el significado, y lo
importante es que “el sujeto vea, más allá de esta significación, a qué significante, sin sentido, irreductible, traumático,
está sujeto como sujeto”.

*Rubinstein “a que llamar terapéutico en psicoanálisis”.


En la 34 Conferencia Freud acentúa la importancia de una formación especializada de los psicoanalistas para llevar a
cabo su práctica. Se oponen ambición terapéutica, reconoce las dificultades del psicoanálisis y sus límites, pero al mismo
tiempo sostiene que es la terapéutica más potente y dirá que su propósito no puede disminuir el respeto por el
psicoanálisis como terapia.
¿Pero qué es lo esencial, a que llamar terapéutico en psicoanálisis?
La terapéutica para el psicoanálisis pasa por hacer posible una reducción del sufrimiento, sabiendo de lo imposible de su
eliminación. La cura psicoanalítica no es curación porque hay un incurable. Neurosis, psicosis y perversión son
soluciones al encuentro traumático con la Real de la castración y del goce. La angustia y el síntoma son estructurales. La
neurosis no es una enfermedad mental.
No se trata de recuperar un bienestar perdido porque eso no es más que un mito. No hay adaptación, no hay una
armonía natural. Todo arreglo con el goce es sintomático y por ende tiene un resto. Freud en el malestar en la cultura
plantea que el malestar es estructural y la felicidad permanente es imposible.
Lacan plantea que el análisis tiene efectos beneficiosos que no duran más que un tiempo. Esto no impide que sea un
respiro y que es mejor que no hacer nada. Insistió reiteradas veces en no reducir el psicoanálisis a una psicoterapia y
sostuvo que la cura era un beneficio por añadidura. Luego se vio obligado a ocuparse de este malentendido y precisar el
alcance de sus afirmaciones planteando que nuestro deber es el de mejorar la posición del sujeto.
La terapéutico del psicoanálisis es efecto entonces de esa operación sobre el goce producida por vía de la palabra qué
resitúa a la gente en su deseo. No se trata de la adaptación y el bienestar, sino apuntar hacia lo que vibraba en el centro
en nudo hoidinal. Lo terapéutico en el psicoanálisis no se produce como consecuencia del “querer curar”, sino como
efecto un trabajo subjetivo que tiene como correlato el deseo del analista y su peculiar modo de intervención que opera
sobre la economía libidinal. El psicoanálisis no cura al modo de la medicina, pero produce efectos, no se trata de furor
curandis, no se trata de sugestión; pero tiene consecuencias: un reposicionamiento del sujeto en la relación con su
deseo y con su goce.
Freud cuando intenta definir a que llamar final o termino en un análisis invoca dos condiciones articuladas: La primera,
que el paciente ya no padezca a causa de sus síntomas y haya superado sus angustias, así como sus inhibiciones, y la
segunda que el analista juzgue haber hecho consciente en el enfermo tanto de lo reprimido esclarecido, tanto de lo
incomprensible eliminado tanto de la resistencia interior que ya no quepa temer que se repitan los procesos patológicos
en cuestión.
En esta perspectiva, puede pensarse que la acción analítica implica operar sobre los recursos del sujeto para enfrentarse
a lo Real del trauma, a lo imposible de curar para encontrar una solución menos sufriente. Se trata de apuntar a un
cambio en la posición del sujeto, en sus modalidades de defensa y en su arreglo singular con las condiciones de su goce.
Lo incurable es la pérdida de goce propia del ser hablante, un agujero en lo real, castración real efecto del lenguaje que
empuja a la repetición en búsqueda de la recuperación de algo del goce perdido. El efecto terapéutico Es simplemente
poner el sujeto en condiciones de soportar lo real.
El reposicionamiento del sujeto no es independiente de la orientación de la cura y de la posibilidad de hacer operar esa
castración real en su interior, dando lugar a la caída de la fijeza de algunos significantes amo y a modificaciones en la
relación del sujeto con su goce y con su deseo.
Efectos analíticos y efectos terapéuticos
Hay momentos en los que se verifica un empeoramiento de los síntomas, incluso cierta emergencia de angustia como
señal de lo real puede ser un efecto analítico en el curso de un tratamiento. Sin embargo, no habría que transformar esa
diferencia en un dualismo de los efectos, ya que los efectos terapéuticos del psicoanálisis son efecto de intervenciones
analíticas. No son fin sino consecuencia de un trabajo. Esto abre otra pregunta no tan sencilla de responder:
¿A qué llamamos intervenciones analíticas?
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Lacan nos enseñó a ubicar la interpretación a partir de los efectos de transmutación subjetiva que producen y no por el
enunciado ni por el modo de su formulación. La intervención analítica es del orden de las tácticas, incluso en ciertas
condiciones una intervención sugestiva puede considerarse analítica si se orienta en la pregunta por el deseo y por el
goce, es decir, si el analista opera desde el deseo del analista y no desde el discurso del amo.
El analista está bien situado en la transferencia podrá tomar distintos semblantes para producir efectos, su deseo, se
pondrá en acto desde el principio sin formas preestablecidas, su palabra se transformará en interpretación por obra del
dispositivo.
Lo terapéutico y su más allá
La intervención del analista consiste en incitar al instante a pasar por el buen agujero de aquello que le es ofrecido como
singular. Lacan plantea que un análisis no tiene que ser llevado demasiado lejos cuando el analizante piensa que se
siente feliz de vivir es suficiente.
Nuestro desafío actual será armar una casuística que permita verificar estos efectos sin ceder a las tentativas de
medición y evaluación propios de la época.

*Fisch y otros. La táctica del cambio. Cap 1 2 4 5.


CAPÍTULO I: LA PRÁCTICA Y LA TEORÍA
El centro de interés de este libro consiste en qué y cómo hacer para ayudar a solucionar de manera efectiva problemas
humanos persistentes.
Difícilmente cabría exagerar la importancia de esta relación entre teoría y práctica. Toda conducta humana intencionada
depende en gran medida de las opiniones o premisas que posean las personas, ya que dichas opiniones son las que
rigen su interpretación de las situaciones, acontecimientos y relaciones. En el específico universo de conducta que
denominamos psicoterapia, esto significa que las ideas o premisas que defienda una persona con respecto a la
naturaleza de los problemas y del tratamiento influirá notablemente en el tipo de datos sobre los cuales se centrara su
atención, la clase de personas que tratara, lo que dirá y hará -e igualmente lo que no dirá ni hará- con el paciente y las
demás personas implicadas y, lo que es más importante, como evaluará los resultados de tales acciones.
Resulta obvio que consideremos la teoría como algo importante y de veras necesario para la práctica terapéutica. Sin
embargo, hay dos vías por las que la teoría también puede llevar a dificultades y equivocaciones.
En primer lugar, la teoría puede estar elaborada en exceso o puede tomarse con demasiada seriedad cosificándola hasta
el punto de que obstaculice la observación directa y la interpretación simple de la conducta. Para evitarlo, nuestra
exposición de la teoría será tan breve y sencilla como sea posible, y deliberadamente limitada en su ámbito y en su
conceptualización.
No creemos que la teoría haya de ser por fuerza algo sofisticado, complejo o definitivo, como si de una verdad superior
o de una realidad última de algún modo trascendente a lo directamente observable se tratase, sino más bien y
únicamente un conjunto de ideas u opiniones relativamente generales que resultan útiles para integrar elementos
particulares de observación y de acción en una forma sistemática y comprensible.
En resumen, nuestra teoría no es más que el mapa conceptual de nuestro enfoque para entender y tratar la clase de
problemas que se les plantean a los terapeutas en su práctica cotidiana. Como cualquier mapa, constituye básicamente
una herramienta que ayuda a alguien a dirigirse de uno a otro sitio, en este caso desde que el terapeuta se encuentra
con el problema del cliente hasta que lo soluciona con éxito. En tanto que herramienta, un mapa nunca debe
confundirse con la realidad, es siempre algo provisional y hay que juzgarlo primordialmente por el resultado que dé.
El otro peligro de una teoría surge cuando no se hace explícita.
Si uno se sale del camino a lo largo de una terapia mientras va siguiendo un mapa implícito, si es que puede llegar a
darse cuenta de que ha extraviado el camino, lo único que puede hacer es cambiar de rumbo confiándose al azar, o bien
calificar al paciente de “intratable”. En consecuencia, intentaremos que nuestras premisas y suposiciones, y la relación
que las mismas tienen con nuestras prácticas, se vuelvan tan claras y explícitas como sea posible. Esto es de la máxima
importancia dado que muchas de nuestras premisas, al igual que nuestras prácticas, serán poco familiares e
inhabituales.
Un breve resumen de este desarrollo originario, bosquejando las ideas anteriores que hemos abandonado o modificado,
ayudará por contraste a que nuestras nociones actuales se vuelvan más claras y accesibles.
Iniciamos el camino inmerso, por formación y experiencia, en los conceptos psicodinámicos y las prácticas a ellos
vinculadas. La teoría psicodinámica se centra en el paciente individual, sobre todo en las estructuras y procesos
intrapsíquicos. Por consiguiente, no atiende primordialmente a la conducta provocada por un problema, sino a
supuestas cuestiones subyacentes. Más aún, este punto de vista considera que el presente es, básicamente, resultado
del pasado, en términos de cadenas lineales de causa a efecto, desde los orígenes hasta las consecuencias. A esto se
añade el énfasis que se otorga a lo que está debajo y atrás, a lo que sucedió hace tiempo y lejos, en vez de al aquí y
ahora. Este énfasis sobre los orígenes ocultos, en vez de sobre lo que se puede observar ahora, lleva necesariamente a
una prolongada indagación sobre el pasado y a un uso preponderante de la inferencia. Con respecto a la práctica se
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prescribe que el terapeuta debe lograr primero una comprensión de esas cuestiones complejas y ocultas, y a
continuación ayudar, mediante interpretaciones, a que el paciente obtenga la comprensión adecuada.
La terapia familiar se centra en el paciente no es solitario sino en su contexto social primario, la familia. La atención
otorgada a la comunicación y a la interacción dentro de la familia conduce a un énfasis mucho mayor sobre la conducta
real, la que tiene lugar de forma observable en el presente, más bien que en pasado, en lo interior o inferido. Este
centrarse en la forma en que un sistema está organizado o en que funciona erróneamente implica creer menos en las
carencias individuales. En lo que respecta a la práctica, esta visión propone que la tarea del terapeuta no se reduzca a
comprender el sistema familiar y el lugar que en él ocupa el problema, sino que también ha de tomar alguna medida
que cambie el sistema disfuncional, con objeto de solucionar el problema.
El Centro de terapia breve comenzó a funcionar hace quince años apelando a unas cuantas ideas sencillas que no
coincidían con las tendencias que acabamos de enumerar. Nuestro objetivo consistía en comprobar qué podía
conseguirse durante un período de tiempo estrictamente limitado (un máximo de 10 sesiones de 1 hora) utilizando en la
mayor medida posible todas las técnicas activas de estímulo para el cambio que conociésemos o pudiésemos tomar
prestadas de otro, y buscando cuál era el mínimo cambio necesario para solucionar el problema actual en vez de
pretender reestructurar familias enteras. Desde el primer momento, trabajamos en equipo. A cada caso se le asignaba
un miembro como terapeuta, y los demás miembros observaban todas las sesiones a través de un espejo unidireccional.
Los observadores podían brindar comentarios o sugerencias por el interfono.
Nuestro concepto de lo que constituye un problema y una ayuda útil puede ilustrarse mediante el conocido punto de
vista del “hombre procedente de Marte”. Es decir, ¿Qué percibiría como común y característico un observador
inteligente pero ingenuo si pudiese contemplar una muestra representativa, en especial de entrevistas iniciales, de
sesiones reales de psicoterapia? Aunque esto pueda parecer un enfoque superficial, posee las ventajas de la sencillez, la
concreción y la reducción al mínimo de las presuposiciones y las inferencias. En nuestra opinión, tal observador
advertiría una otra vez lo siguiente:
Un cliente expresa preocupación acerca de una conducta desarrollada por él u otra persona con la que se halla
significativamente comprometido.
Dicha conducta es descrita como a) desviada, infrecuente, etc y b) afectiva o dañosa para el paciente o los demás.
Se informa que el paciente o que los demás han realizado esfuerzos para detener o modificar esta conducta, pero no
han tenido éxito.
En consecuencia, el paciente o los otros implicados buscan la ayuda del terapeuta para cambiar.
Nuestra visión acerca de la naturaleza de la terapia y nuestro enfoque general de la práctica son consecuencia directa de
esta concepción de los problemas. Atribuimos escasa importancia a los hipotéticos factores subyacentes en el pasado,
concedemos importancia a una clara identificación de la conducta problemática que es, en qué aspecto es considerada
como problemática y por quién. Además, para que constituya un problema, una conducta tiene que realizarse de modo
repetido.
En nuestra opinión, toda conducta ya sea normal o problemática, y sean cuales fueren sus relaciones con el pasado o
con los factores de personalidad individual, resulta configurada y conservada de manera continuada, primordialmente
mediante reiterados esfuerzos que tienen lugar en el sistema de interacción social del individuo que manifiesta aquella
conducta. Dicho sistema incluye en especial a la familia.
Por irónico que pueda parecer, la experiencia nos ha indicado que en los modos específicos ensayados por la gente para
rectificar un problema existe algo que ayuda en gran medida al mantenimiento o exacerbación del problema. Para que
una dificultad se convierta en problema, tienen que cumplirse sólo dos condiciones: 1) que se haga frente de forma
equivocada a la dificultad, 2) que cuando no se soluciona la dificultad se aplique una dosis más elevada de la misma
“solución”.
La persistencia es con muchísima frecuencia un mero error lógico en sentido literal. No se trata de que las personas sean
ilógicas, sino de que siguen lógicamente sendas que proceden de premisas incorrectas o inaplicables. Se ajustan con
mucho cuidado a mapas deficientes.
Siempre existe posibilidad de que un cambio inicialmente pequeño de la interacción en círculo vicioso, dirigido de modo
adecuado y estratégico, pueda hacer que se inicie un círculo beneficioso, en el que un aminoramiento de la solución
conduzca a un aminoramiento del problema, y este a su vez a un aminoramiento de la solución y así sucesivamente. En
consecuencia, consideramos que el objetivo primordial de un terapeuta no tiene por qué consistir en solucionar todas
las dificultades sino en iniciar un proceso de inversión.
CAPITULO II: La capacidad de maniobra del terapeuta
Si existiese un paciente ideal para la terapia breve, tal persona diría básicamente: “Le daré toda la información que
usted solicita, seré todo lo claro que me sea posible, tomaré seriamente en consideración cualquier idea nueva que
usted me comunique acerca de mi problema, ensayaré fuera de las horas de terapia las nuevas conductas que usted me
sugiera, y me esforzaré por hacer participar en el tratamiento a los miembros de mi familia o a los amigos que puedan
ayudarme a resolver mi problema.” Por desgracia, las personas que se ajustan a esta descripción no suelen acabar
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siendo pacientes de un psicoterapeuta. Por el contrario, los pacientes reales acostumbran a no cumplir una o más de
estas condiciones. En tal sentido, adrede o no, se resisten a los intentos del terapeuta de llevar a cabo el tratamiento. En
nuestra opinión, los pacientes obstaculizan el esfuerzo terapéutico en la mayoría de los casos debido a su angustia o al
temor de que el problema llegue a empeorar. En consecuencia, una cosa es saber cuál es la mejor manera de actuar en
un tratamiento y otra muy distinta tener la libertad de actuar en la forma que uno considere más adecuada en el
transcurso del tratamiento. A esta libertad la llamamos «capacidad de maniobra del terapeuta», porque libertad es un
término que indica un estado de relativa pasividad que permanece constante. En cambio, la capacidad de maniobra
implica la posibilidad de emprender acciones dotadas de un propósito, a pesar de los obstáculos o inconvenientes que
se presenten. El terapeuta necesita mantener abierta su capacidad de opción a medida que avanza la terapia,
modificando su curso de la forma necesaria durante el curso del tratamiento. Puede parecer frío y calculador hablar de
controlar el proceso de tratamiento, pero creemos que resulta evidente que el cliente no se halla en posición de saber
cuál es la mejor forma de enfocar su problema. Como consecuencia, casi todas las terapias apelan a tácticas que
conceden al terapeuta el adecuado control del curso del tratamiento. Sin embargo, a menudo se pasan por alto los
aspectos «gerenciales» de la terapia, como si fuesen simplemente una parte del proceso de tratamiento. En
psicoanálisis, por ejemplo, el paciente tendido en el diván no tiene posibilidad alguna de observar a su analista, mientras
que éste, sentado detrás del enfermo, puede observar al paciente o no, según prefiera. Estas posiciones relativas, no
obstante, son vistas únicamente como una parte necesaria del proceso analítico. De igual modo, la noción de
«defensas» permite que el analista invalide el desacuerdo del paciente con sus interpretaciones; de hecho, al etiquetar
dicho desacuerdo como «resistencia», el analista puede utilizarlo para legitimar la supuesta exactitud de la
interpretación. La teoría analítica otorga así al analista la opción de metacomunicarse acerca de la conducta del
paciente, mientras que el sujeto analizado no posee la misma opción, al menos legítimamente. Al señalar esto no
pretendemos desacreditar otras terapias, puesto que creemos que en todos los enfoques resultan necesarios
determinados procedimientos para dirigir el tratamiento. Por el contrario, es algo éticamente coherente con nuestra
opinión de que la dirección del tratamiento constituye una responsabilidad intrínseca del terapeuta, y que si éste abdica
de tal responsabilidad provoca un perjuicio al paciente. Sin embargo se reduce apreciablemente el uso efectivo y
responsable de tales procedimientos, si éstos permanecen implícitos en la concepción básica del enfoque y no se
enuncian abiertamente como actividades deliberadas y dotadas de sentido.
¿Cómo lograr la máxima capacidad de maniobra para el terapeuta? En primer lugar, puesto que la capacidad de
maniobra del terapeuta depende de la correspondiente ausencia de capacidad de maniobra en el paciente, el terapeuta
necesita conservar sus propias opciones, limitando al mismo tiempo las del paciente. La base fundamental de dicha
maniobrabilidad reside en que el terapeuta sabe que el paciente lo necesita más de lo que él necesita al paciente.
Cualquier cosa que haga un terapeuta, al intervenir en un problema o al dirigir el curso del tratamiento, descansa sobre
la simple opción de ser capaz de poner fin al tratamiento. El terapeuta no puede manejar con efectividad la resistencia
del paciente a menos que esté preparado para ejercer esta opción última, en el caso de que sea necesario. Si está
preparado para ello, el terapeuta comprobará que rara vez necesita ejercer tal opción. Durante el tratamiento hay
ocasiones en que debe hacerse explícito este principio básico; por ejemplo, cuando el cliente intenta imponer
condiciones restrictivas, que impedirían la consecución de resultados beneficiosos:
Cliente: He venido exclusivamente para hablarle del estado en que se encuentra mi esposa. No quiere saber nada de
ningún psicoterapeuta, y en su mente alucinada se cree que no le pasa nada. Por eso, no quiero que le diga que entre
ahora; sólo serviría para crear una escena que resultaría dolorosa para mí. No, el único modo de conseguir que acepte el
tratamiento es que yo le invite a usted a comer en casa, y lo presente como si fuese un amigo que trabaja en el mismo
sitio que yo. Entonces, mientras usted esté en casa, puede comprobar su estado mental y lo enferma que se encuentra.
Seguramente podrá ganarse su confianza; después estará en condiciones de tratarla y de hacer que mejore.
Resulta improbable que un terapeuta acceda a un pacto tan flagrante contra un tercero. Si lo hiciese, habría abdicado
de casi todo su poder de elección: a quién ver, cuándo y dónde hacerlo, dentro de qué marco o contexto, la frecuencia y
el horario de las visitas, etc. En cambio, el marido estaría en condiciones de controlar todo el curso del tratamiento,
puesto que sería quien tomase todas esas decisiones. Un planteamiento de este tipo predestina el tratamiento al
fracaso casi con absoluta seguridad. Y lo que quizás es peor, el fracaso de dicho tratamiento permitiría que el marido
calificase como incurable el estado de su esposa, ya que podría aducir que había realizado el esfuerzo requerido. Por el
contrario, si el terapeuta desea que el tratamiento no comience con auspicios tan negativos, prácticamente el único
recurso que le queda en ese caso consiste en amenazar con el abandono:
Terapeuta: Aprecio su cautela al tratar de buscar ayuda para su esposa, pero, no puedo prestarme a hacer algo que
considero profundamente perjudicial para usted y para ella. Apelar a un subterfugio de esta clase provoca riesgos
demasiado elevados, y los costos probables son demasiado grandes. Me gustaría mucho ver qué puedo hacer por su
esposa, pero si usted insiste en que yo me ajuste a su plan, entonces yo no sería la persona que le conviene, y usted se
encontraría más cómodo con alguien que se halle más dispuesto a arriesgar el bienestar de usted y de su esposa.
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Si el esposo accede a olvidar sus propias condiciones para el tratamiento, habrá aceptado el control del terapeuta sobre
la terapia, y éste podrá actuar con una gran maniobrabilidad. Si el marido se niega, al dar por terminado el caso el
terapeuta habrá evitado comprometerse en una aventura fallida y quizás destructiva.

Medios para aumentar la capacidad de maniobra


Oportunidad y ritmo
La capacidad de maniobra depende en parte de que el terapeuta decida retirarse de la postura que haya asumido con
un paciente o abandonar la estrategia que haya comenzado a poner en práctica, en vez de ceñirse a ellas contra viento y
marea. Por lo general ejercerá esta afición cuando se encuentre con una resistencia significativa en el paciente. En
cambio, si insiste en utilizar una estrategia que no funciona, se estará arriesgando a un aumento de la resistencia a sus
sugerencias o a una pérdida de credibilidad a ojos del paciente. De hecho el terapeuta no debe esperar hasta que se
produzca una resistencia obvia y sólida. Tiene que cambiar de rumbo apenas aparezcan indicios concretos, aunque
pequeños, de que la estrategia no funciona. Para evitarlo puede buscar primero determinadas informaciones por medio
de un examen inicial, antes de decidirse por un enfoque definitivo. Más aún, debe efectuar comprobaciones a lo largo
del tiempo, con objeto de evaluar si el paciente acepta o no cada paso que se da. En otras palabras, el terapeuta ha de
ajustar la oportunidad y el ritmo de sus comentarios a las respuestas que manifieste el paciente. Cuando entrevista por
primera vez a un cliente, el terapeuta acostumbra a saber poco acerca de sus valores, opiniones y prioridades, todo lo
cual puede influir en la manera de afrontar el problema que le aqueja. Si de modo prematuro se asume una postura
definida, puede reducirse notablemente la propia capacidad de maniobra, si resulta que aquella posición se revela
contraria a la sensibilidad, los valores o a algún punto de vista muy arraigado del paciente. En tal situación disminuirán
de modo significativo la credibilidad del terapeuta y la disponibilidad del cliente. Para salvar el tratamiento después de
una equivocación de ese tipo se requiere un esfuerzo extraordinario y mucho tiempo, sobre todo si el error se produce
al principio del tratamiento:
Terapeuta (a unos padres y a su hijo adolescente): Sé que los tres están aquí porque cada uno, a su manera, sienten
dolor, y sé también que les gustaría entender por qué y comprenderse mutuamente.
Hijo: Bueno, me gustaría decir algo.
Terapeuta: Adelante.
Hijo: El único dolor que tengo son ellos (señalando con el pulgar hacia sus padres). Siempre están insistiendo para que
haga estupideces: que me corte el pelo, que me pase todo el tiempo en casa, que haga los estúpidos deberes. ¡Estoy
harto! ¡Piensan que soy un crío, y ahora pretenden que venga a ver a un médico de locos! .
Terapeuta (a los padres): Parece que Scott les está diciendo cuánto sufre. No ha obtenido de ustedes el reconocimiento
de que es un individuo por derecho propio, y su ansiedad no es más que un mensaje de que necesita con urgencia que
se le reconozca su individualidad. Me pregunto si tal reconocimiento representa algo amenazador para ustedes dos.
Padre: ¿Reconocimiento de su individualidad? ¡Pero, doctor, usted no tiene ni la menor idea de cómo está ahora
nuestro hogar! No hay una sola habitación en la que sus trastos no se encuentren desparramados por todas partes. Sale
y entra cuando le viene en gana. No levanta un dedo para ayudar en nada. Mi esposa y yo trabajamos y nos rompemos
el lomo para salir adelante. Le hemos dado casi todo lo que quiere, ¡y él lo rompe o lo pierde, y después se queja de que
nunca hacemos nada por él! Hace casi un año que no podemos invitar a nadie a casa. Todo está en desorden, o están los
melenudos amigos suyos escuchando música con el volumen tan alto que no se puede ni siquiera pensar. Nuestro hogar
ya no es nuestro, y si no hace lo que se le antoja, arma un escándalo de todos los diablos. ¡En casa no tenemos
autoridad, y ésta es la razón por la que estamos aquí!
En este ejemplo el terapeuta expresa de inmediato su opinión de que los padres y su hijo están allí en pie de igualdad
democrática; al permitir que el hijo hable en primer lugar, y al legitimar después su queja, está colocando al hijo en
posición superior. El terapeuta se da cuenta entonces de que los padres se encuentran allí para obtener algún tipo de
control sobre su hijo y sobre su hogar, no para mostrarse complacientes ni para cederle aún más terreno. El terapeuta
ha dejado que el caso se le vaya de las manos o ha puesto en grave peligro su ulterior labor terapéutica al enunciar una
postura firme antes de comprobar cuál era la postura de los pacientes.
Cuando hablamos de «oportunidad y ritmo» nos estamos refiriendo a «no dispararse» hasta que se hayan comprobado
cuáles son las opiniones del paciente, y a ir dando, a lo largo del tratamiento, pequeños pasos al tiempo que se evalúa el
modo como el paciente admite cada paso. Los procedimientos utilizados para recoger datos durante la sesión inicial
brindan la ocasión oportuna para averiguar cuál es la sensibilidad del cliente sin que el terapeuta tenga que tomar
posiciones prematuramente puesto que se limita a hacer preguntas para estar mejor informado y comprender al
cliente.
En dicho contexto, hay bastantes preguntas que, formuladas de la manera siguiente, pueden ser útiles para que se
explicite la postura del cliente: 1) «Usted me ha estado hablando de su problema; a estas alturas le agradecería que me
dijera por qué cree que existe ese problema.» 2) «Conozco algunos terapeutas que dicen (esto y lo otro) sobre su
problema. ¿Se le ha ocurrido a usted algo parecido, o piensa que todo eso no sirve para nada?» 3) «No estoy diciendo
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que esto sea lo adecuado para su problema, pero me pregunto si usted ha probado (esto o lo otro).» Tales preguntas
permiten que el terapeuta obtenga información sobre las opiniones del cliente con respecto a su problema y al objetivo
del tratamiento. Asimismo le permiten determinar qué gama de conductas o qué enfoque está dispuesto a poner en
práctica el cliente o, por el contrario, estaría dispuesto a rechazar. Al mismo tiempo, esas preguntas no comprometen al
terapeuta y dejan intacta su capacidad de maniobra, dado que puede dar marcha atrás con facilidad si en estos ensayos
halla resistencia en el cliente.
El tiempo necesario
La capacidad de maniobra del terapeuta también depende de que no se le presione para que actúe. Ante el apremio del
cliente, ha de salvaguardar su posibilidad de tomarse el tiempo necesario para pensar y planificar. No se requiere
ningún truco o artificio especial para saber cómo tomarse el tiempo necesario. A todos nos resultan familiares, y con
frecuencia las utilizamos, respuestas tales como «bueno, déjeme pensar un poco en ello», «creo que no puedo
contestarle a eso en este momento», que sirven para indicarle al interlocutor que en aquel preciso momento no
podemos ofrecerle una directriz específica. Lo difícil a la hora de tomarse el tiempo necesario está en reconocer cuándo
se halla uno sometido a presión.
A veces, cuando los pacientes ofrecen informaciones vagas y muy prolongadas, el terapeuta quizá se sienta apremiado y
llevado a un intento de intervención basada en datos insuficientes o equívocos. De modo semejante, al preguntar el
terapeuta sobre determinados aspectos, es posible que sólo reciba respuestas vagas. Entonces, tiene que emplear cada
vez más esfuerzo para que el paciente sea claro, mientras que éste usa cada vez de menos esfuerzo. En situaciones de
esta clase, el tomarse el tiempo necesario suele requerir que uno reconozca que está esforzándose demasiado y que no
llega a ninguna parte, y que si continúa por el mismo camino el resultado puede ser contraproducente.
El terapeuta puede hacer frente a la presión que se ejerce sobre él mediante la adopción de una postura de aparente
embotamiento: «No entiendo», «me he perdido», «a veces es mejor no moverse con demasiada precipitación en una
situación compleja».. Esta postura distendida carga al cliente con la responsabilidad de comunicarse con más claridad, y
de llevar a cabo la tarea que le corresponde. El asumir esta posición exige asimismo que el terapeuta se resista a la
opinión corriente según la cual siempre debe transmitir empatía, receptividad y comprensión. Sin embargo, el terapeuta
debe por lo general manifestar, verbal y no verbalmente, que la falta de comprensión se debe a un supuesto defecto del
propio terapeuta. Por ejemplo, se puede excusar por ser tan torpe, para pedirle a continuación al paciente que repita su
afirmación. Finalmente, presenta un peculiar inconveniente el creer que el terapeuta debe ceñirse, pase lo que pase, a
la hora entera de tratamiento tal como ha sido convenido. Hay ocasiones en que a los veinte o treinta minutos se llega a
un punto óptimo para dar por terminada la sesión. Si uno se siente obligado a rellenar el resto de la misma, quizás se
diluya el impacto de lo que ya se ha conseguido. En pocas palabras, del mismo modo que estimulamos a los pacientes
para que se tomen el tiempo necesario para solucionar sus problemas, el terapeuta debe utilizar juiciosamente en su
favor el tiempo cuando se dispone a efectuar las tareas propias del tratamiento.
El uso de un lenguaje condicional
A menudo los pacientes formulan preguntas que invitan al terapeuta a comprometerse antes de que desee hacerlo, o a
asumir una postura que no desea asumir en absoluto: «¿No cree usted que mi marido está siendo injusto conmigo?» Si
el terapeuta contesta «sí», está otorgando validez al punto de vista de la paciente, y forma con ella una coalición contra
su marido; pero si dice «no», provoca una discusión o descrédito a los ojos de la paciente. Sin embargo, el terapeuta
puede mantener intacta su capacidad de maniobra si responde de una manera condicionada: «Bueno, nunca he visto a
su esposo; pero juzgando en base a lo que usted me ha dicho, creo que me inclinaría a estar de acuerdo con usted.»
Recurriendo a esta clase de afirmaciones, el terapeuta conserva su capacidad de maniobra, su libertad para mantener
diversas opciones abiertas ante sí, y al mismo tiempo da la sensación de haber adoptado una postura concreta. En
muchos momentos del tratamiento, el terapeuta tal vez desee efectuar una intervención específica o encargarle algo al
paciente, pero no sabe si funcionará la estrategia sobre la que se basa dicha intervención. En consecuencia, no quiere
que su credibilidad dependa del éxito o del fracaso de la intervención. Si no funciona, querrá disponer de tiempo para
evaluar por qué no ha funcionado, y diseñar una nueva estrategia o una nueva táctica para poner en práctica la
estrategia anterior. En tales casos, la sugerencia puede formularse en lenguaje condicional: «Me gustaría hacerle una
sugerencia, pero no estoy seguro de cuánto nos servirá. Dependerá de su habilidad para usar la imaginación y, quizás,
de su disposición para avanzar hacia un mejoramiento.» Aquí las condiciones se muestran un poco más sutiles que en el
primer ejemplo. La segunda parte de la primera frase modifica la primera parte. La segunda frase condiciona la
adecuación o legitimidad de la sugerencia que se propone, y las expresiones utilizadas en ambas frases —«no estoy
seguro», «cuánto», «habilidad», «usar la imaginación» y «disposición para avanzar»— son de carácter condicional. Las
condiciones ponen de manifiesto que la sugerencia que se desea brindar es adecuada, pero que su éxito dependerá de
los esfuerzos del paciente más que de la bondad de la sugerencia en sí misma.
El cliente debe concretar
De igual modo que el terapeuta ha de ser capaz de asumir una postura no comprometida y fluida, hay que ayudar al
paciente a asumir posturas comprometidas y bien definidas. La capacidad de maniobra del terapeuta depende de la
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falta de capacidad de maniobra del cliente. Si a éste no se le exige que sea claro y concreto en sus comentarios y
respuestas al terapeuta podrá cambiar de posición de la manera que más le convenga. Su capacidad de maniobra se
habrá incrementado en detrimento de la del terapeuta, y por consiguiente, en detrimento de su tratamiento. La
información vaga puede plantear problemas en cualquier fase del tratamiento.
Este aspecto de la capacidad de maniobra (obtener formulaciones claras del cliente) afecta en especial a la entrevista
inicial, cuando el terapeuta debe conseguir la mayor parte de la información que necesita para planificar el tratamiento.
Sin embargo, por ningún motivo ha de limitarse únicamente a esta fase del tratamiento, dado que el terapeuta siempre
querrá que los clientes le suministren datos claros y concretos, ya se trate de la descripción del problema, la forma en
que se ha intentado afrontarlo, los acontecimientos que han tenido lugar entre las distintas sesiones, o la manera en
que han puesto en práctica las sugerencias formuladas. Con respecto a esto último, es decisivo el que el terapeuta
insista en conseguir un informe claro. Después de señalarles tareas para hacer en casa, los pacientes quizás regresen a la
próxima sesión diciendo que han hecho lo que se les había mandado, pero que no provocó ninguna diferencia en
relación con su problema. Si se les pide que concreten la forma en que llevaron a cabo las tareas señaladas, a menudo
se descubre que su actuación se ha apartado significativamente de las instrucciones recibidas. Si esto no sale a la luz, el
terapeuta puede verse confundido y el paciente puede subestimar el consejo del terapeuta como algo inútil, con lo que
disminuye la capacidad de maniobra de éste. Por el contrario, si queda en evidencia que el paciente no siguió las
instrucciones, la capacidad de maniobra del terapeuta no sólo sigue intacta sino que de hecho aumenta, puesto que el
paciente se halla ahora frente a una mayor presión que le induce a ajustarse cuidadosamente al consejo recibido.
Actitud igualitaria
El éxito del tratamiento depende en gran medida de la capacidad del terapeuta para que el cliente le comunique
información estratégica y para que éste le haga caso llevando a la práctica las sugerencias o tareas encomendadas.
Algunos pacientes pueden responder positivamente ante una imagen de autoridad o de pericia profesional; en tal caso,
dicha postura es de utilidad. Según nuestra experiencia, sin embargo, la anuencia del paciente suele reducirse
notablemente si al principio se considera que el terapeuta ocupa una posición de poder. Una posición de este tipo
intimida a muchos pacientes, que quizás se encuentran ya abrumados por sus problemas; resulta menos probable que
revelen informaciones que, en su opinión, les desmerecerán aún más. Numerosos pacientes interpretan esta actitud de
superioridad como un signo de la especial sabiduría y sagacidad del terapeuta. En consecuencia, no le darán a éste
determinada información, o no se la darán con claridad, puesto que supondrán que el terapeuta es perspicaz y lo
comprenderá de todos modos. Cuando a los pacientes se les pide que acepten ideas o sugerencias, aparecen
consideraciones del mismo tipo. A menudo se piensa que un terapeuta que manifieste pericia profesional inspira
confianza en el paciente y gracias a ello supera toda reticencia a colaborar. En cambio, nosotros suponemos que el
paciente ya se encuentra motivado por su deseo de verse aliviado de las molestias provocadas por su problema y que
está preparado para colaborar a menos que el terapeuta interfiera, por ejemplo, dando a entender al paciente que
todavía no ha conseguido dar con la solución adecuada, que toda la colaboración necesaria consistirá en cumplir las
órdenes recibidas, o que su colaboración se realiza en beneficio del terapeuta y no necesariamente en su propio
beneficio. Como es obvio, ningún terapeuta desea transmitir ninguno de estos elementos, pero corre el riesgo de
hacerlo si adopta una actitud de superioridad. Tal actitud puede transmitirse mediante los comentarios del terapeuta
“he visto muchos casos como el suyo”. No obstante, la actitud de superioridad se transmite con más sutileza, de modo
que en la práctica real es difícil discernir cuándo se está adoptando tal posición. Es muy corriente que, a lo largo de su
formación profesional, los terapeutas lleguen automáticamente a asumir una actitud de superioridad. Dejan de hablar o
de actuar como personas que mantienen una conversación. Por el contrario, introducen meditabundas y significativas
pausas antes de formular un comentario, sacuden la cabeza con astucia al tiempo que dicen en tono dramático: «mmm,
cuénteme un poco más sobre ese asunto»; adoptan una actitud de calma impersonal ante la angustia del paciente, y así
sucesivamente. La relación terapeuta-paciente implica ya de por sí una situación en la que se da por supuesto que el
primero tiene más poder que el segundo. En consecuencia, el asumir una actitud igualitaria no se justifica por la
suposición de que el igualitarismo resulte particularmente influyente, sino porque es la manera más segura de evitar
una actitud de superioridad, y de anular la tendencia del paciente a contemplar desde abajo al terapeuta. Por
descontado, no basta evitar la actitud de superioridad para que los pacientes se muestren necesariamente
colaboradores. No obstante, una actitud igualitaria servirá al menos para no obstaculizar a los pacientes que se hallan
dispuestos a cooperar. Si bien hemos defendido el que se adopte una actitud igualitaria, no queremos decir con ello que
haya que evitar siempre la actitud de superioridad. Como sucede con todas las actitudes e intervenciones terapéuticas,
éstas deben adaptarse a cada cliente y a cada situación a lo largo del tratamiento. Si se trabaja con un cliente cuya
cooperación se vería estimulada por el hecho de que el terapeuta adopte una actitud de confianza y aliento, entonces lo
adecuado sería esta actitud. Hay dos razones que justifican la importancia que hemos atribuido a la actitud igualitaria:
según nuestra experiencia, son más bien raros los clientes que responden positivamente ante la autoridad, y si desde el
principio no queda claro cuál es la mejor actitud resulta más fácil pasar del igualitarismo a la superioridad que al revés.
En consecuencia, la actitud igualitaria le concede al terapeuta mayor capacidad de maniobra.
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Sesiones individuales y conjuntas


La mayoría de nuestras sesiones terapéuticas se realizan con individuos o con dos o tres personas seleccionadas, y no
con la familia completa. Los motivos para ello son de orden estratégico y táctico. Un enfoque sistémico implica
básicamente un marco conceptual; lo que importa es cómo se encaran los problemas, y no si uno lleva a cabo una
sesión con un individuo o con dos o más miembros de una familia. Nos ocupamos primordialmente de la interacción que
tiene lugar en torno a la dolencia, recordando siempre que en definitiva lo que pretendemos es eliminar de los
participantes la conducta que mantiene vivo el problema. Coherentemente con este enfoque interaccional suponemos
que toda alteración en la conducta de uno de los miembros de la unidad de interacción — familia, u otro tipo de grupo
— influirá en la conducta de los demás miembros de esa unidad. En la mayoría de los casos, consideramos que las
interacciones que permiten la persistencia de un problema constituyen ejemplos de retroalimentación positiva o de
giros de desviación y amplificación. En otras palabras, determinada conducta del paciente suscita en otro sujeto una
conducta de intento de solución, pero esta última incrementa la conducta desviada del paciente, lo cual provoca a su
vez un esfuerzo de solución aún más fuerte, y así sucesivamente. Este ciclo puede interrumpirse si se modifica la
conducta de uno o de los dos participantes.
La pregunta «¿cuál es el miembro de la familia que está más interesado en solucionar el problema?» es, en
consecuencia, una cuestión básica para nosotros. La respuesta probable es que dicha persona es la que se siente más
perturbada por el problema. Con frecuencia, por ejemplo, en problemas infantiles, el solicitante no es el paciente. La
mayoría de los padres que plantean solicitudes esperan que el terapeuta trate a su hijo. Salvo casos muy raros nosotros
preferimos trabajar primordialmente con uno de los padres o con los dos, aunque podamos concertar algunas sesiones
conjuntas con el niño y sus padres, o una sesión individual con el niño con el propósito de reunir información inicial o de
realizar una intervención que exige un planteamiento conjunto. Las sesiones individuales pueden también incrementar
la capacidad de maniobra del terapeuta cuando dos o más miembros de la familia se hallan auténticamente afectados
por un problema, y están interesados en su solución con un deseo casi idéntico, pero se encuentran en conflicto mutuo.
Si las partes en conflicto, por ejemplo, un matrimonio, luchan entre sí durante las sesiones, la capacidad de maniobra
del terapeuta se ve obstaculizada, dado que éste debe enfrentarse con el problema de conducir adecuadamente la
sesión terapéutica. La capacidad de maniobra del terapeuta resulta mucho mayor si se reúne con ellos por separado.
Además, puesto que el terapeuta quiere la colaboración de los diversos miembros de la familia, a lo largo de las sesiones
conjuntas debe cuidarse mucho de no tomar partido cuando se produce un desacuerdo entre ellos, especialmente
cuando el desacuerdo es serio y enconado.
En resumen, cuando se entrevista a los clientes por separado, el terapeuta posee la libertad de constituirse en abierta
coalición con cada persona implicada, pudiendo obtener así con más facilidad la colaboración de todos.
Táctica con los pacientes difíciles
Existen dos grandes categorías de pacientes que con gran frecuencia plantean serios obstáculos a la capacidad de
maniobra del terapeuta, e incluso al propio tratamiento: 1) los pacientes que inician el tratamiento por coacción, y 2) los
pacientes que tratan de imponer restricciones inaceptables a la terapia. Cuando hablamos de un «paciente difícil» no
hacemos mención de aquellos obstáculos corrientes que plantean numerosos pacientes, por ejemplo, el mostrarse
vagos, discutidores o pasivos, y que pueden retrasar los efectos del tratamiento. El «paciente difícil» amenaza con
impedir que la terapia ni siquiera inicie su andadura.
El «comprador fingido»
Determinados pacientes acuden a la consulta obligados por otra persona, y entran allí por mera coacción. Esta clase de
pacientes puede formular alguna queja con respecto a su salud, pero a medida que la comenta o que explica por qué ha
buscado un tratamiento en el momento en que lo ha hecho se pone de manifiesto que no es él quien está
particularmente preocupado por aquello que le aqueja, sino otra persona. Esta última suele ser quien le ha empujado a
someterse a tratamiento. Por ello, esta clase de pacientes no se halla personalmente interesado en obtener ningún
cambio en su dolencia. Y si no se reconoce tal hecho pueden desperdiciarse muchas horas de esfuerzo en un
tratamiento que jamás ha comenzado de veras. Hemos utilizado la expresión «comprador fingido» para referirnos a esta
clase de individuos, dado que constituye una analogía cotidiana y sucinta, que sirve muy bien para caracterizar esta
postura. Un buen vendedor sabe que no le va a vender algo a cada cliente que entre en su tienda. Pero sabe también
que casi nunca le hará una venta a alguien que ha entrado en el comercio exclusivamente para guarecerse de la lluvia.
Para salvar las apariencias, esas personas tratan de actuar como si fuesen compradores interesados, pero tienen los ojos
puestos en la lluvia, y se limitan a esperar que escampe. De igual modo, los pacientes a que hace referencia esta sección
no están bajo tratamiento para obtener algún cambio en la dolencia que manifiestan, sino que se encuentran allí por
alguna clase de coacción.
Cuando el terapeuta se da cuenta efectivamente de que el cliente ha acudido a la consulta únicamente por coacción, no
tiene por qué dar el caso por acabado. Por el contrario, puede utilizar determinadas tácticas que permitan que se inicie
el tratamiento y que se logre un resultado final positivo. Antes que nada puede negociar de nuevo el contrato. De
acuerdo con nuestra experiencia, algunos pacientes que se someten a terapia por coacción quisieran en realidad
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obtener algún cambio en su dolencia, pero ésta no es la dolencia que declaran al principio, cuando se les pregunta cuál
es el problema. Como primer paso, a estos pacientes hay que brindarles la oportunidad de que declaren la verdadera
dolencia, que se convertirá a continuación en el punto focal explícito del esfuerzo terapéutico.
Terapeuta: Si no le he entendido mal, su esposa está armando un escándalo considerable con respecto a lo mucho que
usted bebe, pero desde el punto de vista de usted, en realidad eso no es ningún problema. Y si no fuera por la alharaca
que está haciendo ella, probablemente usted no...
Paciente: Sí, creo que ella habló de ir a ver al abogado.
Terapeuta: Bueno, está bien, comprendo que usted se halle desconcertado por la cuestión, pero me sentiría un poco
ridículo trabajando con usted en algo que no representa ningún problema para usted. Preferiría dedicar mi tiempo a
trabajar en algo que tenga importancia para usted, y no sólo para Dorothy. Por eso, déjeme que le pregunte una cosa:
¿Existe alguna otra clase de problema al que usted esté enfrentándose y que de veras le moleste? Paciente: Es curioso
que me pregunte eso. Verá no sé si esto es la clase de cosa con la que usted trabaja. Estoy congelado en mi empleo
desde hace ya muchos años. No me promocionan; mis tareas son cada vez más rutinarias; les dan contratos muy
jugosos a tipos que yo sé que no pueden sacarles el mismo partido que yo. Y yo no tengo la menor idea de por qué está
pasando esto, y no sé qué hacer.
Terapeuta: Y esto le fastidia mucho más que la bebida, ¿no?
Paciente: Sí, claro. ¿Trabaja usted sobre esta clase de problemas?
Este cliente ha negociado un nuevo contrato. No se encuentra interesado en trabajar sobre el alcoholismo, pero está
interesado en hacer algo con respecto a su situación laboral. Ha dejado de ser un «comprador fingido» para convertirse
en «cliente». El terapeuta no se ha comprometido a trabajar en este nuevo problema o, por lo menos, a trabajar
únicamente en este problema. En el transcurso del tratamiento, por ejemplo, podría decidir una intervención en el
problema del alcoholismo, utilizando el problema laboral como contexto de dicha intervención. De ello se desprende
que utilizamos la expresión «negociar de nuevo el contrato» en el sentido de brindarle al «comprador fingido» la
oportunidad de presentar una dolencia diferente, que esté interesado en cambiar. Si el cliente no plantea ningún
problema sobre el que desee trabajar el terapeuta puede sugerir un problema alternativo. Por ejemplo, puede
introducir un problema incontrovertible: el hecho de que el cliente está allí porque alguien le ha obligado a buscar
tratamiento terapéutico.
Un elemento básico de nuestra concepción general de los problemas consiste en que con escasas excepciones el
problema persiste y se incrementa mediante interacciones concretas entre el paciente y los demás que se hallan
involucrados en el problema. Esencialmente tales interacciones constituyen esfuerzos hechos con el propósito de
resolver el problema pero que, por el contrario, lo mantienen vigente. No es únicamente el paciente oficial quien realiza
estos intentos de solucionar el problema, sino también otros sujetos. Si existe alguna otra persona que se halle más
frustrada por el problema del paciente de lo que éste mismo lo está, es probable que esa otra persona sea la que haga
el esfuerzo más apreciable para solucionar el problema. Dicha persona es el afectado real, y el terapeuta puede
comenzar a trabajar con él más bien que con el supuesto paciente. El afectado suele ser quien coacciona al paciente
para que se someta a tratamiento.
En el caso mencionado más arriba una estrategia posible podría ser que el terapeuta se ponga en contacto telefónico
con la esposa, concertaría una entrevista a solas con ella, y comenzaría el diálogo como en cualquier otro caso: «¿Qué
problema existe? ¿Cómo ha tratado de afrontarlo? ¿Cuál sería el objetivo mínimo suficiente?» Dado que es probable
que la esposa considere que es el marido quien necesita ver al terapeuta, hay que enfocar con cierta habilidad la
llamada telefónica y el comienzo de la entrevista, para que ella acepte como algo lógico el que se le formulen preguntas.
Si gracias a este enfoque se pone de manifiesto que el terapeuta está interesado en verla otra vez más, se obtiene una
enorme ventaja: «¿Podríamos vernos al menos otra vez, para que usted me ayude a ver con más claridad cuál es la
dimensión real del problema que aqueja a su marido?» Una tercera táctica consiste en lograr que el «comprador
fingido» se decida de veras a comprar. En ciertos casos, por ejemplo, cuando quien envía al paciente es el funcionario
encargado de su libertad condicional o un juez, es difícil o incluso inviable llamar al interesado en el tratamiento. Si en
tal caso el paciente no acepta negociar sobre un nuevo problema, el terapeuta tiene que tratar de que se interese por el
tratamiento. Si lo logra, no será porque le haya exhortado a tomar en serio su problema, a obedecer al pie de la letra el
tratamiento, o cosas similares. Esto es una trampa que hay que evitar. En cambio, el terapeuta tiene ciertas
posibilidades de éxito si aplica una presión de otro orden, siguiendo el camino contrario: es decir, adoptando la misma
postura que el «cliente», según el cual el tratamiento resulta probablemente desaconsejable. Al paciente en cuestión se
le presenta ahora la oportunidad de convencer al terapeuta de lo mucho que le convendría hacer algo en relación con
su problema. El terapeuta puede ejercer aún más presión gracias a una mayor extensión de su actitud de «¿para qué
molestarse?», por ejemplo, sugiriendo razones para evitar el tratamiento que resulten inaceptables para el «comprador
fingido». Si el paciente ha manifestado que se considera a sí mismo como un sujeto benévolo y no vengativo, el
terapeuta puede redefinir el problema caracterizándolo como un arma astuta y poderosa, un arma a la que no tendría
que renunciar debido al tratamiento sino que debería utilizar contra una persona en particular: «Lo que ha estado
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haciendo usted, tanto si lo reconoce como si no, es una hermosa manera de vengarse de su cónyuge y, por supuesto,
tiene derecho a la venganza.» Al revés, si el «comprador fingido» ha expresado con fuerza su indignación contra otra
persona, el terapeuta puede sugerir que la otra persona resultaría perjudicada si el cliente solucionase su problema:
«Creo que usted no debe hacer nada para solucionar su problema. Mire, si usted asume una actitud de mayor
aceptación, esto colocará a la otra persona en situación de inferioridad con relación a usted, y me da la impresión de
que tal cosa le molestaría bastante.» Si no es factible ninguna de las intervenciones que acabamos de mencionar, o no
tienen éxito, entonces no hay razón para mantener al cliente en tratamiento. Éste constituiría una pérdida de tiempo,
una frustración, y lo que quizás es aún peor, el cliente podría más tarde convencer a otras personas de que él ha
probado un tratamiento, pero no le sirvió de nada. Por lo tanto, lo más adecuado es finalizar la relación terapéutica.
Esto plantea la cuestión de cómo finalizarla. Por ejemplo, si el terapeuta se limita a decir que no cree que el cliente se
esté tomando el problema lo bastante en serio como para que el tratamiento valga la pena, cabe la posibilidad de que el
cliente vaya a otro terapeuta y empiece otra vez el juego desde el principio. En cambio, el terapeuta podría plantearle al
cliente un pronóstico desafiante: «Bueno, usted dice que está dispuesto a ensayar el tratamiento. Pero yo sé, lo mismo
que usted, que no está decidido a hacer absolutamente nada para solucionar su problema. Creo que para usted lo mejor
sería hacer ver que se somete a tratamiento, pero no dejar que ningún terapeuta llegue a ninguna parte con usted.
Limítese a permitirles que lo intenten. Ahora, yo podría dejarle que jugase así conmigo, pero sucede que no me gusta
perder el tiempo cuidando niños pequeños, de modo que no concertaré ninguna otra entrevista con usted. Además, hay
por ahí muchos terapeutas a los que no les importa esta clase de cosas. Puede usted reírse de lo que le digo, pero no
tiene por qué creerlo. Importa poco a quién vaya a ver, usted comprobará que estoy en lo cierto.»
El paciente restrictivo
Algunos clientes amenazan con sabotear el tratamiento desde el principio, para lo cual suelen intentar establecer
condiciones terapéuticas que, si se aceptan, limitarían la libertad del terapeuta para actuar de modo constructivo. Por lo
general, esta dificultad surge de alguna creencia rígida acerca de una condición terapéutica que se presenta como
absolutamente necesaria. En el ejemplo siguiente el paciente se propone controlar el objetivo del tratamiento, después
de haberse indignado ante las sugerencias del terapeuta sobre la conveniencia de realizar ciertos cambios en relación
con su novia, que constituye el centro del problema del cliente.
Paciente: Me resulta difícil entablar una relación con usted. Volví porque la seriedad de mi propósito, por lo que se
refiere a mi propio crecimiento, exige que siga aquí, que no me mueva de aquí. Y sé que si me río de usted, en realidad
me estoy riendo de mí mismo. Me hallo profundamente preocupado acerca de mi capacidad de trabajar conjuntamente
con usted para resolver el problema que le planteé. Se me están presentando otras cosas, que podría trabajar con
usted, y que me interesan; creo que un día las dejaré que descansen. Sin duda, antes de que pueda ilustrarme al
respecto, necesito dejarlas descansar. Estoy deseoso de proseguir examinándolas a lo largo de la serie de cinco sesiones
con usted, y me preocupa el que no esté afrontando aquello a lo cual más quisiera dedicarme, que es la relación,en este
momento, más bien la ausencia de relación, con la mujer que me interesa conquistar. Mis pensamientos al respecto son
los siguientes: me hallo plenamente dispuesto, feliz y encantado de continuar trabajando con usted sobre el tema que
acabo de definir —la relación— o sobre mi ira hacia usted, que yo interpreto como una ira hacia mí mismo, o sobre
otras muchas cosas que podrían surgir; pero estaría dispuesto a ello únicamente en el caso de que se atienda a la razón
primordial por la que he venido aquí de un modo que me haga sentirme cómodo.
En cualquier caso, hay que afrontar de modo efectivo las condiciones que proponen tales pacientes, explícita o
implícitamente. De lo contrario, conseguirán atar las manos del terapeuta y resultará muy poco probable el logro de
resultados positivos en el tratamiento. Estas condiciones restrictivas pertenecen a muy pocas categorías: restringen la
libertad del terapeuta para efectuar comentarios, señalar entrevistas y marcar un ritmo al tratamiento, o para verse con
otras personas de la familia o del sistema problemático. Sin embargo, dado que plantean obstáculos serios,
consideraremos aquí algunas formas de afrontarlas con efectividad. Algunos pacientes pueden poner en grave peligro la
terapia pidiéndole al terapeuta que forme parte de una conspiración de silencio contra otro miembro de la familia, por
lo común el cónyuge. Por ejemplo, cuando el terapeuta ha visto al cónyuge o piensa verlo como parte del tratamiento,
el paciente restrictivo puede anunciar que le gustaría revelarle algo al terapeuta, pero si éste le promete no contárselo
al cónyuge. En tal eventualidad, el terapeuta debe interrumpir antes de que se produzca la «revelación», y manifestar
que él necesita ver al cónyuge sin restricciones.
Sin embargo, si el paciente insiste en exigir un pacto de silencio, se presentan dos posibles opciones. Primera, el
terapeuta puede decirle al paciente que las ventajas de ver al cónyuge quedarían anuladas por la conspiración de
silencio y que, en consecuencia, no desea ver a la esposa hasta que el paciente haya tenido tiempo de pensárselo mejor.
La otra alternativa consiste en llegar a un compromiso con el paciente: «Seguiré con lo previsto y me entrevistaré con su
mujer, y no le revelaré lo que usted me ha contado. Me limitaré a comunicar que usted me ha dicho algo que yo no
puedo confiarle a ella; si ella quiere conocerlo, tiene que ser directamente por boca de usted.» Sin duda alguna, hay
otras formas de intervenir ante estos intentos de restricción. Lo primordial consiste siempre en evitar la conspiración de
silencio. Otros pacientes quieren a veces restringir la libertad del terapeuta para entrevistarse con miembros de la
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familia cuya implicación podría resultar decisiva para la solución del problema. En la inmensa mayoría de los casos, este
intento de restricción surge cuando el paciente ha formulado alguna queja con respecto a su cónyuge, pero a
continuación se niega a que el terapeuta se entreviste con este último. En lugar de aceptar tal negativa y seguir adelante
con el tratamiento, o de discutir extensamente la causa por la que el paciente se niega a ello, o de presionarle para que
acepte, el terapeuta puede limitarse a darse por enterado del deseo del paciente. Puede comentar que tal negativa es
algo legítimo, pero que la participación del cónyuge es importante y que, por tanto, el paciente se está creando
dificultades a sí mismo para resolver el problema.
Hay otro tipo de restricción por intimidación, que puede resultar la más paralizante de todas. Consiste en la amenaza
de agresión física. Dicha amenaza, que es la que tiene más poder de intimidación porque no se explícita, suele
encontrarse con la máxima frecuencia en sujetos clasificables como paranoides. El paciente no profiere amenazas
abiertas; por el contrario, y sin ninguna explicación, se agita visiblemente, se levanta de la silla, camina por la habitación,
golpea con el puño contra la pared o sobre la mesa. Otros, de forma más calmada y fría, efectúan amenazas veladas:
«¿Sabe en lo que estoy pensando en este preciso momento?» Si estas amenazas se expresan después que el terapeuta
ha hecho algún comentario, es probable que éste se asuste bastante y, en consecuencia, se muestre cauteloso en casi
todo lo que diga o haga. La tensión también puede afectar de otras maneras a su capacidad de juicio. Esta situación se
vuelve insostenible desde el punto de vista terapéutico, y además, resulta potencialmente peligrosa. El terapeuta debe
intervenir para establecer un contexto de tratamiento en el que no exista la intimidación. Al igual que en el caso del
sujeto airado, estos pacientes necesitan ser informados acerca de la posibilidad de dar por terminado el tratamiento si
continúan con sus amenazas e intimidaciones. Aquí, sin embargo, ha de explicitarse el hecho de que las amenazas
resultan intimidantes. Creemos que el error más frecuente que comete el terapeuta consiste en ocultar su sentimiento
de intimidación. Si el paciente que amenaza está tratando de modo deliberado de aterrorizar al terapeuta, considerará
que al evitar éste el tema, es decir, al producirse un desconocimiento voluntario de la intimidación, está confesando que
el paciente ha triunfado en su propósito. Por otra parte, si las amenazas del paciente son resultado de una actitud de
defensa pasiva (no está luchando como un león sino como un animal acorralado), es probable que continúe por ese
camino dado que interpreta la calma del terapeuta como una desaprobación o como una inhibición. En cualquiera de
ambos casos, el terapeuta tiene una probabilidad muy pequeña de equivocarse si, de modo calmado pero firme,
reconoce que se siente intimidado por la actitud del paciente: «La verdad es que usted me espanta cuando me mira con
tanta fijeza y de pronto se levanta de la silla y comienza a dar vueltas alrededor de mí. No puedo pensar con sensatez
cuando me siento espantado. Y si no puedo pensar con sensatez, no le puedo ser de ninguna utilidad. Podrá parecerle
divertido, pero si quiere que yo le ayude, tendrá que ayudarme usted también a mí.» Según la respuesta que dé el
paciente, la cuestión puede quedar en estos términos. En caso necesario, habrá que proferir con más claridad la
amenaza de acabar con el tratamiento. Hemos expuesto estos tipos de restricciones que algunos pacientes tratan de
imponer al terapeuta, puesto que constituyen los casos más frecuentes y potencialmente perturbadores. Pueden darse
naturalmente otros tipos, que habrá que afrontar de modo similar.
CAPÍTULO IV:
LA ENTREVISTA INICIAL
El objetivo primordial del terapeuta a lo largo de la entrevista inicial consiste en recoger la adecuada información sobre:
naturaleza de la enfermedad, cómo se está afrontando el problema, objetivos mínimos del cliente, actitud y lenguaje del
cliente. Por información adecuada entendemos aquella que es clara, explícita y que se manifiesta en términos de
conductas, es decir, qué hacen y dicen los individuos concretos cuando se da el problema y cuando intentan afrontarlo.
Habría que comenzar preguntándose: «¿Cuál es el problema que le trae aquí?» Con esto queremos dar a entender el
problema actual. No concedemos mucha importancia a la historia de los problemas, si bien resulta útil disponer de
alguna información acerca del tiempo que se lleva afectado por el problema y sobre si se ha estado sometido
anteriormente a algún tratamiento, básicamente porque esto puede influir sobre las expectativas del paciente con
respecto a la terapia actual. En consecuencia, si un cliente inicia un prolongado relato de carácter histórico, le
indicaremos que nuestra preocupación básica se centra en el estado actual del problema.
Además de centrarse en lo que está sucediendo ahora, en este momento, nuestra indagación está enfocada sobre la
dolencia o las dolencias principales de quienes buscan ayuda, en términos de conducta: «¿Quién está haciendo que esto
(lo que sea) represente un problema? ¿Para quién y cómo constituye tal conducta un problema?».
Si la respuesta no es clara y concreta, el terapeuta no debe proceder como si lo fuera; en cambio, debe decir: «No lo veo
claro», responsabilizándose él mismo de modo manifiesto (en vez de afirmar: «Usted es demasiado impreciso»), y pedir
una nueva formulación de la frase. El solicitar un ejemplo del problema suele ser el mejor camino para obtener
información concreta y definida acerca de la conducta en cuestión.
Si el terapeuta no puede realizar una formulación clara y breve que abarque todos los elementos que intervienen en la
dolencia actual (quién, qué, a quién y cómo), ello se debe a una de dos causas: o no posee la información adecuada
acerca de dicha dolencia, o bien no ha asimilado lo suficiente dicha información. Por ejemplo, un joven matrimonio
acudió para consultar el «problema alcohólico» de la esposa, aunque ella bebía como máximo la quinta parte de una
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botella de vino de mesa al día. Si bien es preciso realizar una ulterior investigación para comprobarlo, se empieza a
comprobar que la bebida quizás moleste y desconcierte al marido más de lo que interfiere en la vida cotidiana de su
esposa. Esta investigación acerca del «cómo» puede resultar decisiva al menos en tres situaciones. En primer lugar, se
trata de aquellos casos en los que el problema declarado no parece ser más que una cuestión secundaria. Resulta
entonces esencial establecer si, en cierto sentido, la conducta es más seria de lo que a primera vista parece; o bien, si el
cliente se halla excesivamente preocupado por algo, pero se le puede tranquilizar sin más, cosa bastante infrecuente; o
si el cliente está convirtiendo un grano de arena en una montaña. En segundo término, los clientes pueden plantear
como problemas determinadas dificultades que, si bien son graves, otras personas considerarían como vicisitudes de la
vida imposibles de modificar y con las cuales hay que convivir. Darse cuenta de esto le servirá al terapeuta como mínimo
para no caer en la trampa de intentar cambiar lo que resulta imposible de modificar. Por último, algunos problemas
vitales no son de la incumbencia de un terapeuta, sino que exigen la ayuda de, por ejemplo, un abogado, un médico o
un asesor financiero. La pregunta «¿en qué forma es eso un problema?» sirve para aclarar este punto, y quizás haya que
agregarle otro interrogante a: «¿En qué forma cree que yo le puedo ayudar a usted a afrontar este problema?»
Hay muchos clientes que presentan dificultades incluso durante la primera etapa del tratamiento, dedicada a la recogida
de información. Una terapia consiste siempre en afrontar de modo efectivo aquello que plantea cada cliente en
particular, y esto nunca podrá predecirse y prepararse con antelación. Centraremos el tema en las respuestas que se
formulen ante la pregunta más sencilla de todas: «¿Cuál es el problema?» Es la primera que se plantea, y las dificultades
que aparezcan en el resto de las preguntas, así como el modo de resolverlas, son probablemente de naturaleza similar.
El terapeuta suele afrontar este tipo de dificultades manifestando que antes de pasar a un nivel más profundo de
causalidad necesita obtener una clara visión con respecto a cómo funciona el problema. También puede solicitar con
insistencia que se le brinden ejemplos y detalles específicos. En alguna ocasión, hemos pedido a las personas que
traigan un esbozo de guion teatral que sirva para ilustrar el problema; los terapeutas desempeñarán los papeles de los
miembros de la familia, mientras que el cliente hará de director de escena, indicando a los «actores» qué deben decir,
con qué tono y cómo deben moverse.
Otros clientes, en vez de suministrar explicaciones causales, comienzan por enunciar un problema pero luego se desvían
a medio camino hacia otro, luego hacia un tercero, y así sucesivamente. Cuando tales desviaciones se han hecho
evidentes, el terapeuta debe actuar para que se defina un único centro de atención (o bien, en sesiones a las que asista
una pareja o una familia, como máximo un centro de atención para cada persona). La forma más sencilla y
probablemente la más adecuada en la mayoría de los casos de afrontar este problema consiste en que el terapeuta le
pida al cliente que defina cuáles son sus prioridades. Una vez realizada tal opción, si el cliente empieza nuevamente a
desviarse, puede recordársele con toda legitimidad: «Al principio dijo usted que x era el problema más importante sobre
el que había que trabajar, pero ahora parece que se está centrando en “y”. Como es obvio, podemos pasar a “y” si es
que ahora resulta más importante.
Las respuestas grandilocuentes acostumbran a darse, con la máxima frecuencia, ante preguntas sobre los objetivos que
hay que lograr. Sin embargo, pueden aparecer también en el momento de formular el problema: «Todo está
equivocado», «me hallo en una confusión absoluta». Suelen ser de utilidad las solicitudes insistentes de información
acerca del modo en que el problema afecta a la vida cotidiana, y la petición de ejemplos concretos.
Ciertos clientes pueden impedir que se realice todo el proceso de recogida de información. Entre los saboteadores
activos se cuentan los esquizofrénicos que dicen cosas sin sentido y los niños que gritan o son difíciles por otros motivos.
Los saboteadores pasivos pueden limitarse a indicar que se hallan demasiado inseguros o demasiado dominados por la
emoción como para contestar demasiadas cosas; en casos extremos, éstos llegan a enmudecer. Siempre que sea
posible, la mejor manera de afrontar todas estas situaciones consiste en dejar de lado al individuo que no se comunica,
y que rara vez es el principal afectado, y en trabajar con los miembros de la familia o con los demás sujetos que se
encuentren seriamente preocupados por el problema. Si el terapeuta se ve obligado a trabajar con un cliente que no se
comunica, deberá manifestarle lisa y llanamente que necesita determinada información con objeto de servirle de
posible ayuda, y que depende del cliente para obtener dicha información.
Si no se consigue algún avance con los medios acostumbrados («Eso no lo tengo claro. Yo razono de una forma
concreta. ¿Podría disculparme, y ponerme un ejemplo de lo que me está diciendo?»), resulta inútil y contraproducente
continuar por esta infructuosa senda. En una eventual jugada estratégica, por ejemplo, el terapeuta puede manifestar
aún mas confusionismo y vaguedad que el cliente, o por el contrario afirmar: «¡Aja! ¡Ahora sí que veo en qué consiste el
problema!», y a continuación enunciar algo que en su criterio no tenga absolutamente nada que ver con lo que está
diciendo el cliente. En última instancia, la única manera de afrontar este problema, que plantea grandes obstáculos a
todas las formas de psicoterapia y no sólo a la nuestra, consiste en ignorar el tema encubierto por la obscuridad y
ascender a un nivel más alto; es decir, considerar que el problema más significativo lo constituye la propia vaguedad, y
buscar el modo de cambiarla.
Durante la primera entrevista también es importante conseguir al menos una cierta captación inicial del lenguaje o de la
postura del cliente.
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CAPÍTULO V: LA POSTURA DEL PACIENTE


Lograr que el paciente abandone su propia solución y se decida por un enfoque que, por lo general, considerará alocado
o peligroso, constituye un factor decisivo para realizar con brevedad la terapia. Para esta tarea la postura del paciente
es de una importancia enorme.
la tarea principal de la terapia consiste en influir sobre el cliente para que afronte de un modo distinto su problema o
dolencia.
la postura es importante porque representa una inclinación interna de los pacientes, que puede utilizarse para estimular
la aceptación y puesta en práctica de las directrices del terapeuta.
El hecho de saber cuál es la posición del cliente nos permite determinar las directrices necesarias para encuadrar una
sugerencia, de modo que sea probable que el cliente la acepte. Creemos que la persuasión siempre ha desempeñado un
significativo papel en psicoterapia, al igual que en todos los demás aspectos de la interacción humana. En vez de
pretender que la persuasión no existe, o que no debería existir en el contexto terapéutico, creemos que es inevitable y
que, en consecuencia, merece que se la reconozca explícitamente y que se la utilice del modo más disciplinado.
La evaluación de la postura del paciente
Como sucede en toda recogida de datos, al principio es importante escuchar lo que dice el paciente: las palabras
concretas que emplea, y el tono y énfasis con que se expresa. Un vocabulario similar puede servir para expresar dos
posturas muy diferentes.
El terapeuta ha de estar atento a la postura del paciente en relación con su dolencia y en relación con el tratamiento y/o
el terapeuta.
Generalmente, el mero hecho de entrevistarse con un terapeuta implica que el paciente reconoce que se halla
perturbado por su problema, que no ha logrado afrontarlo de manera adecuada por su cuenta, y que ahora busca la
ayuda del terapeuta. A pesar de ello, la mayoría de los pacientes continúan poseyendo determinadas ideas con respecto
a la naturaleza de su problema y de su causa presumible, así como algunas teorías generales o específicas sobre cómo
podría resolverse.
La psicoterapia convencional concede importancia a escuchar el significado subyacente en lo que dice el paciente. En
cambio, nosotros ponemos de relieve la importancia de escuchar la exacta formulación de las frases de los pacientes,
porque es en esa específica formulación donde estos señalan sus posturas.
La determinación de la postura del paciente no exige una gran concentración o una espera llena de incertidumbre que
permita la aparición de una pista escondida, dado que las posturas más útiles son las que se hallan fuertemente
arraigadas.
Tipos de posturas
Se considere o no como paciente, el cliente puede asumir una de estas dos posturas: o bien el problema es
manifiestamente doloroso, por lo cual el cambio se vuelve urgente por necesidad; o bien el estado de cosas es
indeseable pero no incómodo en exceso y no se necesita un cambio, o por lo menos, no con urgencia.
Con la máxima frecuencia, esta última postura es la que adopta el individuo que se somete a terapia bajo coacción o
imposición. Cualquiera que sea el problema, y quienquiera que haya sido definido como paciente, las personas
manifestarán una postura pesimista con respecto a la solución del problema, o bien manifiestan que el problema,
aunque difícil, puede ser afrontado.
A diferencia del paciente que adopta una postura pesimista en relación con su problema hay otros que no se limitan a
adoptar una opinión más esperanzada, sino que asumen una postura inversa a la pesimista: una grandilocuente
expectación con respecto a lo que se puede y se debe conseguir, por ejemplo, una plena autorrealización o una vida
absolutamente liberada de las cadenas de la cotidianidad.
Por lo que se refiere a la terapia en sí misma, los pacientes suelen asumir una de estas tres posturas: se convierten en
receptores pasivos de la sabiduría y de los consejos del terapeuta; a la inversa, toman a su cargo activamente el
tratamiento, utilizando al terapeuta como caja de resonancia pasiva; o bien buscan ayuda a través de una actividad y
una responsabilidad recíprocas entre ellos y el terapeuta. En lo que a su actividad se refiere, los pacientes consideran
que el proceso terapéutico o bien requiere unos debates y una intuición considerables, o bien exige determinada acción
por su parte.
Por último, ciertos valores personales afectan directamente al tratamiento y cuando se advierte su existencia pueden
usarse para facilitar la “venta”.
Las posturas acerca del problema pueden solaparse con posturas que hagan referencia al propio proceso terapéutico.
Un paciente que exprese pesimismo acerca de su problema está expresando al mismo tiempo pesimismo acerca del
desarrollo, la duración y el resultado del tratamiento.
Probablemente la postura principal en relación con el tratamiento consiste en que el individuo se declare cliente
efectivo o no. Esto no significa que se defina a mismo como paciente o no. Hemos estado utilizando los términos
“cliente” y “paciente” como intercambiables desde el punto de vista del terapeuta, pero es necesario realizar una
distinción dentro de este contexto específico. En el sentido en que aquí utilizamos el término, un cliente es un individuo
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que está buscando activamente la ayuda de un terapeuta; es alguien que solicita ayuda. En cambio, paciente es aquel
que el cliente define como persona desviada o perturbada, trátese de él mismo o de otra persona.
Que un sujeto se defina a sí mismo como cliente significa que se halla hondamente interesado en el cambio y en
experimentar un alivio de la dolencia, ya sea que esta se refiera a uno mismo o a otra persona. En esencia, la definición
de cliente incluye tres elementos:
“He estado luchando contra un problema que me perjudica de modo significativo”.
“No he logrado solucionarlo únicamente con mis propios esfuerzos”
“Necesito que usted me ayude a solucionarlo”
El que la persona se defina a sí misma como cliente o no es algo que puede resultar de una importancia primordial,
puesto que el no cliente, por su misma esencia, no se halla interesado en cambiar el estado de la situación aunque
advierta una dolencia.
Muy a menudo el individuo que adopta esta postura ha venido a la consulta del terapeuta por imposición de una tercera
persona: sus padres, su cónyuge, un tribunal de justicia o sus hijos adultos.
El terapeuta comprobará que es bastante difícil conseguir que el cliente se introduzca en el proceso del tratamiento.
Existe otra postura que conviene mucho identificar y afrontar con la máxima prontitud posible al principio del
tratamiento. El cliente puede hallarse auténticamente molesto por su problema, puede haber agotado todos sus
recursos, y puede estar buscando activamente una ayuda terapéutica. Sin embargo, posee unas ideas tan sólidas con
respecto a la estructura más adecuada del tratamiento que no se encuentra dispuesto a permitir que el terapeuta tome
las decisiones fundamentales para el proceso; por el contrario, trata de imponerle al terapeuta unas condiciones que, de
ser aceptadas, impedirían cualquier posible solución del problema.
La utilización de la postura del paciente
Ante todo, para lograr brevedad en el tratamiento, el terapeuta no hará comentarios que provoquen resistencia en el
paciente, a menos que se integren en una estratagema bien planificada. En segundo lugar, también en aras de la
brevedad, incrementará al máximo la disponibilidad del paciente apelando a sugerencias. La postura de este puede
utilizarse para obtener estos dos propósitos; sin embargo, el primero de ellos servirá para evitarle problemas al
terapeuta, mientras que el segundo ayuda mucho en la solución del problema.
Evitar resistencias
Un terapeuta puede provocar resistencia al formular comentarios que irriten a los pacientes o reduzcan la credibilidad
de las ideas del mismo terapeuta.
En consecuencia, para evitar que se cree una innecesaria resistencia en el paciente, el terapeuta debe aceptar las
afirmaciones del cliente, reconocer los valores que posean y evitar los comentarios provocativos o desprovistos de
credibilidad. Naturalmente, el estar seguro de lo que no hay que decir facilitará el saber que decir, con la oportunidad y
el ritmo elegidos por el terapeuta. A veces una mera inclinación de cabeza servirá para comunicar la aceptación de las
palabras del paciente sin que sea preciso hacer nada más, por lo menos en ese momento.
Estimular la colaboración del paciente
En la fase del tratamiento que estamos analizando el terapeuta habrá formulado alguna tarea o alguna actividad que, si
son llevadas a cabo por el paciente, servirán para incrementar las posibilidades de solución del problema. Es preciso que
se brinde esta tarea o actividad al paciente de manera coherente con la postura que el paciente haya venido
transmitiendo.
El terapeuta no debe descuidar ni sofocar ninguna motivación que pueda aumentar las posibilidades de solucionar el
problema del paciente en el menor tiempo posible. El terapeuta utiliza lo que el cliente trae consigo. Lo difícil de la
cuestión no reside en la técnica sino en superar la tentación de enfrentarse a los clientes, de razonar y de discutir con
ellos. Por el contrario, hay que escuchar lo que dicen los clientes. Las líneas directrices en sí mismas consideradas son
bastante sencillas:
¿Cuál es la principal postura del cliente (actitud, opinión, motivación) con respecto al problema?
¿Cómo conseguir del mejor modo posible dejar reducida dicha postura a su valor o impulso esencial?
Puesto que yo sé lo que quisiera que el cliente hiciese para solucionar su problema, ¿cómo formularlo de un modo
coherente con dicha postura?

*Haley. Terapia para resolver problemas. Cap 1 y 8.


Las principales cuestiones éticas en el campo de la terapia tienden a plantearse en dos esferas:
- El intercambio justo:
En la cual entran problemas comunes a cualquier negocio o profesión, es el equilibrio entre lo que recibimos y lo que
damos. En terapia, el conflicto ético se presenta porque el terapeuta es un individuo humanitario que ayuda a quienes
necesitan de él, pero al mismo tiempo gana dinero con esa ayuda; la persona que sufre, o alguien que intercede por ella,
le paga. Es inevitable que surja esta cuestión, pues no es ético aceptar dinero sin brindar a cambio un servicio
apropiado, como tampoco lo es obtener algún provecho personal sin retribuir al terapeuta con una remuneración
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suficiente. Puede decirse que en materia de relaciones humanas lo bueno es la equidad en las recompensas y lo malo el
intercambio injusto
Si al cabo de la terapia el cliente o el terapeuta ha dado más de lo que ha recibido, este desequilibrio revela un
problema ético. La oscura definición del objetivo de la terapia complica las cosas. Si el objetivo es resolver problemas o
hacer desaparecer síntomas, y lo logra, ha cumplido su misión y ganado su paga; en cambio, si el objetivo es hacer que
el cliente se comprenda a sí mismo, enfrentan un dilema ético más difícil, porque no están seguros de sí han tenido
éxito o no; incluso pueden creer que ha habido un intercambio justo y que están bien pagados aunque al término del
tratamiento el cliente todavía padezca los problemas de los que quiso curarse. Tanto la técnica como la ideología clínica
están inextricablemente ligadas a la cuestión ética.
En años recientes se ha planteado un nuevo aspecto del intercambio justo. El área clínica es también un importante
medio de control social dentro de la sociedad. Los gobiernos pagan a los terapeutas para que aquieten a ciertos
sectores de la población y les impidan hacer alborotos. El dilema ético para muchos terapeutas es que desean ayudar a
esas personas y por ende reciben con agrado los fondos del gobierno, pero no quieren que el sistema los use como
instrumentos para mantener la paz y evitar un cambio social básico. La diferencia entre terapia y control social de pende
de quién sea el beneficiario de los procedimientos.

- El control de la información:
La observación de que el terapeuta actúa en la zona limítrofe entre grupos antagónicos permite definir la cuestión ética
en función de la manera en que se controla el flujo de información entre dichos grupos. Describiremos los grupos
involucrados en la red social, de menor a mayor.
Podría decirse que la unidad más pequeña es el individuo, aunque su existencia es imposible, pues el acto mismo de
observar a un individuo crea un grupo de dos. El problema del control de la información tiene que ver con el flujo desde
lo que está afuera de la conciencia, o desde el «inconciente», hacia la «con ciencia». Cuando estaba en boga la teoría de
la represión, era obligación del terapeuta traer las ideas del inconciente del paciente a su conciencia; el dilema ético se
planteaba entonces en torno a la rapidez con que debían revelarse las ideas inconcientes para que la angustia no
abrumara al paciente. En años recientes se hizo más aceptable ayudar a una persona a ocultarse ideas a sí misma
temporaria y aun permanentemente.
Si existe el riesgo de hacerle daño a una persona trayendo ideas a su conciencia, el terapeuta enfrenta un problema
ético. Por ejemplo: ¿Debemos ayudar a una persona a ocultarse a sí misma una idea que podría trastornarla? Estos
dilemas se presentan cuando aceptamos, la noción de que la toma de conciencia total no es un estado ideal. Respetar el
límite interno de los individuos puede considerarse tan importante como respetar los límites entre las personas; visto
desde este ángulo, el control hábil y experto de la amnesia se trasforma en parte esencial de la terapia.
Por supuesto, un individuo sólo existe en relación con otro individuo, de modo que en realidad la unidad más pequeña
es la diada. La cuestión ética del autoocultamiento de ideas por parte del paciente es inseparable de la de permitir a
este que le oculte información al terapeuta: ¿Cuántas confidencias personales demandará el terapeuta al paciente? ¿Y
cuántas de sus ideas y manipulaciones le revelará él? Algunos sostienen que terapeuta y cliente no deben ocultarse
nada; empero, estos mismos expertos suelen subrayar la importancia que tiene ayudar al cliente a alcanzar la
«individuación». A esto puede replicarse que individuación y coparticipación total en la información son incompatibles:
el acto de ocultamiento de información entre terapeuta y cliente define un límite entre ambos y de este modo los
individúa.
Otra díada está dada por el límite entre los cónyuges. ¿El terapeuta debe revelarle al marido lo que la esposa le ha
contado en privado? Además de una cuestión ética, el acto de ocultar o revelar información es una definición del
matrimonio.
La siguiente unidad es la familia nuclear en la que el terapeuta actúa como límite entre padres e hijos, o sea, como
límite generacional. ¿Debe ocultar o revelar a los progenitores la información recibida de un hijo?
La familia nuclear y la familia externa constituyen la siguiente unidad; el terapeuta que actúa como límite entre ellos,
¿debe ocultar a la familia nuclear lo que han dicho los abuelos, o viceversa? Como guardián de la información, el
terapeuta puede considerar poco ético revelarla.
La unidad mayor es la familia en relación con la comunidad. Generalmente se acepta la idea de que no es ético que el
terapeuta revele las confidencias de aquella a los agentes de la comunidad. Los dilemas surgen cuando se enteran de
que un miembro de la familia ha cometido un homicidio o bien, para dar un ejemplo menos dramático, cuando sabe que
cierta confidencia familiar ayudaría a un maestro a manejarse mejor con un niño. ¿Debe revelar esa información?
Si bien se suscitan numerosos problemas éticos en el límite entre estos diversos subsistemas, aquí nos ocuparemos
principalmente del límite entre terapeuta y cliente. ¿Es poco ético que un terapeuta oculte sus manipulaciones a sus
clientes?
El terapeuta y la manipulación
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Actualmente se admite la imposibilidad de practicar terapia sin manipular a la gente en el sentido de influenciarla para
que cambie, puesto que el objeto de la terapia es el cambio. Queda en pie la cuestión de saber hasta qué punto al
terapeuta debe mantener sus maniobras fuera de la conciencia del paciente, ya sea ocultándole información sobre su
estrategia o empleando técnicas de distracción.
Si nos ocupamos del ocultamiento y revelación de información a través del límite entre terapeuta y cliente, incluyendo
la dimensión de la conciencia, caemos en un pantano casi inexplorable.
Además de las numerosas maneras sutiles y obvias de comunicarse con alguien, existen múltiples niveles de conciencia.
Manipula sin tener conciencia.
Manipulación consciente
Vamos a considerar si es ético manipular al paciente fuera de su conciencia, interrogante que implica la revelación y
ocultamiento de información a través del límite entre terapeuta y cliente. Cuando el primero programa una estrategia o
un conjunto de tácticas, ¿es ético que engañe al paciente dándole una información falsa? ¿Y qué decir del que lo engaña
ocultándole información?
Hay diversas esferas donde el dilema mentir o no mentir no es tan sencillo. Por ejemplo, no es ético tranquilizar a un
paciente mintiéndole con respecto a uno mismo; diciéndole: «Yo también tengo un problema así con mis hijos», cuando
no es así. Mentir no es necesariamente una falta de ética cuando la falsedad de lo dicho es obvia para ambos
interlocutores. Un psiquiatra llevaba un tiempo tratando a una mujer y su familia cuando un día, en un momento de ira,
ella le espetó: «¿Es usted un doctor?», y él replicó: «No, no lo soy». La respuesta, dada por razones tácticas, no era una
mentira en el sentido de «falsedad» ya que el contexto definía explícitamente su falta de veracidad.
La mentira dicha en broma pierde mucho de su carácter. Cuando se discute una situación compleja y el terapeuta
subraya o aun exagera un aspecto de la misma, no está mintiendo.
Las maniobras terapéuticas tendientes a estimular la conducta sintomática no son simples mentiras, Si determinada
situación atemoriza a una persona y el terapeuta le dice que quiere que tenga miedo de esa situación, no está
expresando la verdad. Esta formulación es una mentira que debe encararse con prudencia por razones éticas y tácticas.
Este tipo de situación surge de la naturaleza misma de la terapia cuando el objetivo es persuadir a alguien de que
cambie «espontáneamente».
Más que el interrogante de si el terapeuta miente o no, lo que importa aquí es si su conducta es o no ética. ¿Es ético
engañar al paciente, aunque sea para su bien? El engaño se justificaría si fuese esencial para la curación, pero también
hay que pensar en el efecto que puede causar a la larga el comprobar que el terapeuta es una persona indigna de
confianza, hecho que puede ser más nocivo que la continuidad del síntoma.
Este enfoque plantea una cuestión más fundamental: fomentar el síntoma, ¿es engañar al cliente? Es una mentira; sí,
¿pero no es como una broma? De ser así, no hay engaño. El terapeuta dubitativo puede aclarar la situación explicándole
al cliente lo que está haciendo al fomentar un síntoma.
La cuestión puede complicarse si el terapeuta no advierte que está fomentando un síntoma. Supongamos que le dice a
un paciente quejoso: «Es importante que ahora mismo se sienta deprimido; así aprenderá a comprender la pauta que
ha existido siempre tras esa depresión». Algunos recurren a frases como esta para poner fin a la depresión, o sea que
fomentan el síntoma como un medio de cambiarlo.
Ocultamiento de la información
Se puede engañar falseando la información y también ocultándola. A algunos expertos les preocupa el flujo de
información entre terapeuta y cliente, considerando como una falta de ética cualquier restricción de la información por
parte del primero; el terapeuta debe revelarle al cliente cuanto piensa. Otros, menos expansivos, creen que en vez de
guiarse por la libre asociación de ideas el terapeuta debe «dosificar» las interpretaciones que explique al cliente
consentido de la oportunidad, o sea revelarle toda la información pero en diferentes etapas. El problema táctico
adquiere también un carácter ético si se acusa de falta de ética al terapeuta que oculte información a su cliente. El
dilema de si debe o no revelarle sus observaciones constituye una de las controversias más importantes en el campo de
la terapia.
Toma de conciencia y ética
El terapeuta orientado hacia la toma de conciencia se maneja con tres tipos básicos de interpretaciones. El primero
comprende interpretaciones de insight que le revelan al paciente alguna conexión entre pasado y presente, dentro de
un contexto de trasferencia. El segundo tipo consiste en interpretaciones interpersonales del pasado en las que el
cliente toma conciencia de que existe una conexión entre una relación pretérita y una actual. El tercer tipo es la
interpretación educativa que arroja luz sobre un aspecto de la vida actual del paciente.
Partiendo de una definición amplia del uso del insight, que incluya toda educación de pacientes, podemos centrarnos en
la cuestión de si es ético cambiar a una persona sin que esta tenga conciencia de ello, o si estamos obligados a ayudarla
a comprender lo que ocurre en su vida y en la terapia.
En un extremo están los terapeutas que admiten que sólo explican el procedimiento a sus pacientes cuando ya no saben
qué hacer; en el otro están quienes creen que un ser humano es un animal racional, y que se le niega esta naturaleza
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cambiándolo sin que tenga conciencia de ello. Muchos consideran que compartir las observaciones con el paciente es
tratarlo con respeto y estimular su autonomía; en caso de ocultarle lo que ve o de actuar sin que el paciente tenga
conciencia de ello, el terapeuta sería un manipulador y un tramposo. Algunos de los que así opinan llegan a afirmar que
no importa tanto que el paciente logre el cambio deseado por él, sino que viva una experiencia sincera y humana con un
terapeuta que comparta con él la comprensión.
Al discutir estos puntos surge una dificultad grave: lo que ocurre en la terapia no es necesariamente igual a lo que se
supuso que ocurriría. En ninguna terapia se le revela al paciente la totalidad del mecanismo terapéutico, oculta sus
observaciones al paciente hasta que esté listo para recibirlas. Una de las formas en que se intenta resolver el dilema
ético de ser sincero y franco al par que se oculta información consiste en desarrollar una teoría de la resistencia:
dividiendo al paciente en dos faces, una resistente y otra cooperativa, el terapeuta puede ocultarle a la faz resistente
todas aquellas interpretaciones que no serían eficaces en un momento dado.
Uno de los motivos de preocupación ha sido la idea de que cambiar al paciente sin que este tenga conciencia de ello
constituye un enfoque incompatible con uno de los principales objetivos de la terapia: ayudar al individuo a alcanzar su
autonomía.
Juzgar o no a un enfoque como carente de ética depende, en parte, de nuestros criterios filosóficos.
Del mismo modo, podemos considerar como problema un síntoma o un niño. El hecho de que los padres de un niño
problema tengan un problema conyugal evidente no significa que el terapeuta deba «hacerles tomar conciencia» de él.
Si una esposa está «deprimida» y advertimos que padece esta depresión cada vez que su marido la rehúye sexualmente,
sería ingenuo suponer que los cónyuges ignoran que la depresión está relacionada con la vida marital.
La explicación interpersonal de los síntomas ha venido acompañada del concepto de que los problemas de la gente no
se deben a su ignorancia, sino a sus situaciones sociales. Si un terapeuta le oculta información a un cliente, por lo común
le está ocultando lo que él ya sabe; al proceder así le demuestra cortesía y respeto.
Al negarse a trazar un límite entre ellos y sus clientes, al insistir en compartirlo todo, los clínicos no sólo corren riesgo de
fracasar sino también de hacerle daño al cliente..
Se tienta así al investigador a no publicar lo que haya aprendido sobre terapia; quizá procure volver al concepto de que
el conocimiento debe mantenerse en secreto en vez de compartirlo con todos.
Para subrayar la diferencia entre el enfoque de la «toma de conciencia» y el de la «cortesía» veamos un ejemplo de
cómo la «toma de conciencia» puede impedir el cambio. Una familia se somete a terapia después que la hija
adolescente ingirió doce píldoras en un fallido intento de suicidio. Padres e hija son entrevistados en forma conjunta al
día siguiente. La familia presenta la típica pauta del hijo que se aproxima a la edad de abandonar el hogar, época en que
el matrimonio de los progenitores suele tener dificultades. Aparte del cambio importante que significa la partida de los
hijos, suele ocurrir que los padres han estabilizado su matrimonio comunicándose a través de un hijo que ahora está por
marcharse. La entrevista revela que los progenitores tienen problemas maritales y que el padre bebe tanto que puede
calificárselo de alcoholista. Para el terapeuta, la tentativa de suicidio de la muchacha es un modo de llamar la atención
con respecto a la dificultad parental y el alcoholismo del padre, a fin de que la familia pueda conseguir ayuda. En vista
de ello, creyó oportuno decirle a la hija al término de la primera entrevista, en presencia de los padres: «Parece que con
su acto usted estaba tratando de obtener alguna ayuda para sus padres; intentar suicidarse fue la manera más penosa
de hacerlo». El terapeuta pensaba probablemente que este comentario era un modo de ayudar a la hija a salir del rol de
chivo emisario, haciendo que ella y sus progenitores «tomaran conciencia» de cuál había sido el «verdadero» propósito
del acto. Desde el punto de vista de la investigación, esta clase de explicación del intento de suicidio tal vez sería
interesante, pero confundir ideas de investigación y operaciones clínicas puede resultar desastroso. Es una candidez,
por no decir una idiotez, imponer a la familia esta explicación, más aún si tal ha sido en realidad el motivo del intento
suicida. Si la hija se ve obligada a procurar ayuda de esta manera indirecta es porque sus padres no aceptarían esa
ayuda si les fuese ofrecida directamente. (Durante la entrevista los progenitores admitieron que habían rehuido la
terapia no obstante tener problemas desde largo tiempo atrás.) Al anunciar que la hija está obteniendo ayuda para la
familia mediante su acto suicida, el terapeuta ha minado y derrotado el intento de la muchacha de asumir la culpa del
problema como una forma de hacer que sus padres acepten la ayuda. Quitarle la culpa cuando ella misma la ha echado
sobre sí es menoscabarla y arruinar el propósito de su acto. Supongamos que los progenitores quieren cambiar
terapéuticamente después que el experto define así la situación. Si el padre resuelve ahora dejar de beber, esta decisión
no puede ser su contribución porque ya se la ha definido como causa da por el intento de suicidio de su hija. Por otra
parte, la madre hace años que trata de convencer a su marido de que abandone la bebida; si ahora lo hace, luego de
esta definición del acto cometido por su hija, ello significa que deja que esta lo ayude no habiéndoselo permitido antes a
su esposa; tal vez prefiera seguir bebiendo antes de humillar así a su mujer. Si los progenitores mejoran su relación
conyugal, admitirían con ello que tal mejora fue dispuesta por la hija; si están enojados con ella y preferirían no tener
que atribuirle ese progreso, se abstendrán de mejorar su matrimonio. Hacer que la familia «tenga conciencia de por qué
intentó suicidarse la hija es un acto que impide el cambio; lo más probable es que no haya cambio alguno en el
matrimonio una vez que se ha compartido esta «intelección» con la familia. En vez de acrecentar la complejidad, la
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terapia ha disminuido las alternativas y quitado flexibilidad a la situación social. El terapeuta orientado hacia la «toma
de conciencia» no inferirá que su acto ha causado esta situación infortunada; en, lugar de ello, dirá que los padres
tienen arraigados problemas de carácter, viejas dificultades conyugales, y que además son inasequibles.
La información y las unidades mayores
Si bien hemos venido haciendo hincapié en el límite entre terapeuta y cliente, lo mismo ocurre en cada uno de los otros
límites donde intervenga un experto.
Teoría de la información y teoría de la comunicación
Cuando el terapeuta aparece como un guardián de la información entre sectores sociales está en juego algo mucho más
general que la terapia, pues esta imagen lleva implícita la idea de que revelar u ocultar información en el límite entre
grupos crea a su vez una separación intergrupal. Ocultar a los progenitores lo que ha dicho su hijo es trazar un límite
entre padres y niño definiéndolos como dos grupos separados. Información y límite son sinónimos.
De este concepto se desprenden ciertas proposiciones:
1. Información y coalición son sinónimos. El acto de dar y retener información a través de un límite es un acto en el que
se crean y destruyen coaliciones. Ocultar a los progenitores lo que ha dicho su hijo es coligarse con el niño en ese
aspecto.
2. Información y poder son sinónimos. Estar en condiciones de revelar u ocultar información entre grupos es ocupar una
metaposición, o posición de poder, en relación con dichos grupos.
3. La posición jerárquica de un terapeuta está determinada en buena medida por su control de la información, o sea,
por su capacidad de revelar o retener información.
El terapeuta que quiera tener poder e influencia sobre un individuo o grupo debe constituirse en guardián de la
información entre ese grupo y otro mayor; ha de definírselo, como el portero que permite o impide el paso de la
información. Por consiguiente, su poder aumenta si se le confían secretos para su protección. Así pues, las cuestiones
éticas implícitas en el control de la información constituyen un aspecto esencial de la terapia y no pueden evitarse ni
restársele importancia.
Asimismo, se deduce que el terapeuta no debe limitarse a entrevistar colectivamente a la familia: también debe ver a
sus integrantes y facciones por separado. Ha de poseer, o aparentar poseer, información controlada por él en el límite, y
si ve únicamente a la familia entera podrá intercambiar información encubierta mediante insinuaciones y comunicación
no verbal, pero el ocultamiento le resultará más difícil, porque todos pueden recibir la información.
Existe una contradicción o antagonismo entre la necesidad del terapeuta de tener poder e influencia y la de proveer un
justo intercambio. Por ejemplo, si un terapeuta de un hospital de salud mental se pone de parte del paciente contra el
resto del plantel profesional y no revela algo que aquel le ha dicho, peca de deslealtad hacia sus colegas, pero si no
persuade al paciente de que le dé información confidencial y la mantiene en secreto, no establece una relación exclusiva
o coalición suficiente que posibilite el cambio. En este caso el dilema es obvio, pero está presente en formas más sutiles
en todos los esfuerzos terapéuticos.
Uno de los puntos claves de la teoría de la organización es que el quebrantamiento constante de las líneas de poder es
patológico. Si un miembro del plantel profesional apoya a un paciente contra otros colegas, franqueando el límite
jerárquico de poder, trastorna la organización. Si un terapeuta se coliga con un niño contra sus progenitores, actúa
como la abuela que se coliga con su nieto contra los padres de este y causa las mismas dificultades que procura
solucionar. Aquí la paradoja es evidente: para ganar poder e influencia en los sistemas sociales es preciso que el
terapeuta oculte información entre grupos, pero el acto de ocultar información recibida de alguien jerárquicamente
inferior puede impulsar al experto a establecer una coalición por sobre los límites generacionales, trastornando el
sistema.
Veamos otro ejemplo. A menudo se supone que al tratar a una pareja el terapeuta no debe apoyar a un cónyuge contra
el otro pues así violaría un límite jerárquico: como experto, el terapeuta tiene mayor jerarquía que el matrimonio. Pero
sólo puede actuar como guardián de la información entre ellos și oculta a un cónyuge la información recibida del otro
aunque sea temporariamente, acto que de hecho lo consagra como «experto» jerárquicamente superior pero que al
mismo tiempo lo coliga con un esposo contra el otro. Es obvio que para resolver estas paradojas aparentes el terapeuta
debe seguir la regla fundamental de no coligarse firmemente con un cónyuge contra el otro. Brindará un intercambio
justo no sólo entre él y su clientela sino también entre los subsistemas de esta: si oculta información para apoyar al niño
contra sus progenitores, hará otro tanto para coligarse con estos contra aquel. En este sentido, el terapeuta debe
ocupar una metaposición respecto de todos los grupos con que trabaja.
El terapeuta de una institución que apoya a un paciente contra sus colegas lo hará de modo tal que en última instancia
pueda invertir la coalición, distribuyéndose equitativamente aun dentro del grupo del cual forma parte. Debe
representar a un tiempo a su cliente y a la comunidad, recurriendo a todos los medios que le permitan dar a la larga el
mismo apoyo a ambos sistemas. Por supuesto, en cualquier momento puede establecer una u otra coalición por un
breve lapso, inclinando la balanza de manera tal que posibilite el cambio.
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*Godoy. Las paradojas de la terapia sistémica.


1. El doble vínculo y las paradojas
En los 40 Bateson asiste a encuentros interdisciplinarios que la Fundación Macy organiza para la creación de una ciencia
del control que apuntaba a articular problemas de comunicación con los mecanismos de causalidad circular.
Una década después se pone en marcha el proyecto Bateson a partir del cual se conforma la Escuela de Palo Alto, donde
las figuras más importantes fueron: Jackson, Weakland, Haley, Fisch y Watzlawick.
El primer trabajo de este grupo fue en relación al desarrollo de una teoría de la esquizofrenia donde entra en juego el
concepto de doble vínculo con el cual buscaron dar cuenta de que esta patología era el resultado de un modo particular
de comunicación e interacción familiar.
Este modo involucraba secuencias insolubles de experiencias que implicaban patrones de comunicación situados a
distintos niveles que resultaban incongruentes, incongruencia que el receptor no podía captar claramente y por lo tanto
se veía imposibilitado de manejar.
Se establecieron además 6 puntos definitorios del doble vínculo:
Tiene que haber dos o más personas, una de las cuales es denominada víctima y la otra “persona coaccionante”.
La experiencia tiene que ser repetida, es decir, que el doble vínculo tiene que ser un tema recurrente en la vida de la
víctima.
Hay una orden negativa primaria que puede presentarse en 2 formas: -“no hagas esto o te castigaré”/-“si no lo haces te
castigaré”.
Una orden secundaria que contradice a la primera en un nivel más abstracto pero que al igual que ella está reforzada
con castigos, por ejemplo: “no veas esto como un castigo”.
Una orden negativa terciaria que impide a la víctima escapar de la situación.
Todos estos componentes no son necesarios una vez que la víctima ha aprendido a estructurar su mundo a partir de los
esquemas de “doble vínculo”
Esta concepción de la esquizofrenia fue bien recibida especialmente por la antipsiquiatría. La crítica a la familia y la
tendencia a hacer del loco una consecuencia de la sociedad enferma encontró un fuerte apoyo en esta doctrina de la
esquizofrenia.
Sin embargo esta teoría presentó un dudoso correlato clínico y la cuestión del doble vínculo comenzó a ser ampliado
hacia otros conceptos como el de paradoja para pensar una práctica terapéutica basada en las premisas elaboradas por
Bateson.
Así, la escuela de palo alto situó al doble vínculo en una teorización más acabada respecto de las paradojas definiendo a
estas últimas como una contradicción que resulta de una deducción correcta a partir de premisas congruentes.
Entonces la comunicación paradójica sería la que posibilitará la creación de una situación insostenible, constituyendo así
una realidad pragmática: el receptor no puede dejar de reaccionar ante este mensaje pero tampoco puede hacerlo de
manera adecuada porque el mismo es paradójico.
Como solución a esta problemática Watzlawick propuso el siguiente principio: Lo semejante cura a lo semejante, dando
lugar a otro concepto que fue el de “doble vínculo terapéutico”.
Éste consistía en intervenciones que apuntaban a el uso de contra doble vínculos donde si el doble vínculo patógeno
implicaba que el paciente pierda tanto si la hace como no lo hace, el doble vínculo terapéutico generaría un cambio
tanto si lo hace como si no.
En este sentido aunque la instrucción del terapeuta pareciera absurda tiene el efecto de constituir una realidad
pragmática donde el paciente no podrá dejar de reaccionar frente a ella pero no podrá hacerlo patológicamente.
2. El mago de Phoenix y las tácticas del cambio
Los integrantes de Palo Alto encontraron en la teoría del doble vínculo terapéutico un principio explicativo para sus
intervenciones prácticas, sin embargo seguían buscando la explicación para los efectos que comprobaba en la
experiencia del hipnoterapeuta Erickson conocido como el mago de Phoenix, llegando a la conclusión de que la técnica
de la hipnosis no era tanto el motor de cambio sino más bien el efecto sugestivo de aquella.
El examen de la técnica de Erickson junto a la concepción de las paradojas pragmáticas dio lugar a la psicoterapia breve
sistémica.
El planteo de los autores era sencillo y lineal. La práctica que fundan no distingue diversas estructuras o entidades, ni
utiliza más el concepto de síntoma. Se propone obtener un resultado terapéutico en 10 sesiones de aproximadamente
una hora donde el lugar central de la práctica constituye el concepto de problema distinguiéndolo del concepto de
dificultad.
Todos tenemos dificultades pero estas se convierten en problemas cuando se le hace frente de manera equivocada
donde ante lo falta de solución de ella se aplican dosis más elevadas de la misma solución. Esto constituye la famosa
frase sistémica de “la solución es el problema”.
La intervención del terapeuta incluye entonces producir intervenciones que inicien un círculo benéfico a través de la
introducción de un patrón de cambio. La terapia comienza buscando información adecuada respecto del problema y en
101

relación a qué se hace para evitar el problema, luego se pasa al procedimiento de intervención propio de un
hipnotizador: se formula una sugerencia y se comprueba la respuesta del sujeto antes de continuar, formulación
denominada como tácticas concretas.
En esta línea es importante pensar la razón por la cual se distingue al cliente del paciente en la práctica sistémica ya que
tiene relación directa con la intervención propia de esta psicoterapia ligada directamente a la estrategia sugestiva, de
persuasión, que caracteriza justamente a las tácticas de venta: la persuasión es para los primeros pensadores de esta
teoría técnicamente inevitable.
La terapia sistémica es algo así como venderle al cliente la mejor solución a su problema sin cuestionarlo demasiado y
acotando su malestar rápidamente.
3. Todo manipulador trabaja sobre esta base (críticas que el autor hace a la terapia sistémica)
Como hemos visto la terapia sistémica gira sobre el problema de la paradoja. Ubicada como base de una etiología de la
esquizofrenia, luego se amplía para explicar todo trastorno y finalmente se eleva siguiente el principio hipocrático al
medio terapéutico. Lo que los sistémicos vieron pero sobre lo cual no avanzaron implica la relación paradojal del sujeto
con el lenguaje en tanto que toda comunicación es esencialmente fallida. (primer crítica)
Por otra parte la teoría de la comunicación que postulan, no permite establecer distinciones clínicas entre estructura y
tipos de síntomas, no generan una clínica y esto se debe a que no importa el diagnóstico ya que no interesa la
singularidad del padecimiento del paciente y sobre todo debido a que la receta a aplicar es siempre la misma y consiste
en la sugestión. (segunda crítica)
La tercera crítica apunta básicamente a que no fueron tan pioneros los sistémicos como se suponía respecto de aplicar
las investigaciones propias de la cibernética y la comunicación al ámbito humano.
La cuarta crítica apunta a la distinción de la terapia sistémica y la cognitiva: La paradoja y la sorpresa de las
intervenciones que nos presentan en algunos casos pueden aproximarse a las de un psicoanalista, especialmente
aquellas que pretenden desmontar la solución del paciente y en ello los sistémicos se distinguen de los cognitivos que
apuntan al buen razonamiento, el sano juicio, y no cree en el autoconocimiento como vía de cambio. Sin embargo estas
intervenciones que saben desconcertar al cliente y son tan ingeniosas tienen su límite, y se relacionan con la posición
del psicoterapeuta ya que ocupan el lugar del ideal del yo y por lo tanto la respuesta ya está allí, es el psicólogo quien
ejerce el examen de realidad a través de su poder sugestivo sin decirle al cliente directamente lo que debe hacer, pero si
lo hace de manera implícita.
La quinta crítica apunta claramente al método sugestivo y la función manipuladora del terapeuta en este tipo de
psicoterapia donde se hace evidente la razón por la cual esta debe ser corta: la misma debe abreviarse porque con el
tiempo el terapeuta pierde su poder de maniobra y es por ello que debe focalizarse en el problema concreto dejando de
lado lo que despectivamente denominan como problemas existenciales. Resulta coherente con ello la eliminación de
cualquier referencia a alguna dimensión deseante o del orden de la satisfacción pulsional. No localizan nada parecido a
la pulsión de muerte o de beneficio primario del síntoma que implique una dimensión del goce.
La sexta crítica apunta al concepto de síntoma evidentemente vacío en el caso de la terapia sistémica que transforma a
éste en un problema interaccional donde se pierde la cuestión subjetiva solicitando al cliente que hable de sí con
objetividad en relación a su problema.
Como última crítica cabe destacar que existe una contradicción en que una teoría que postula un enfoque interaccional
sea tan limitada en lo que nos entrega sobre la relación del terapeuta con el paciente.
Como conclusión el autor plantea que la fecundidad teórica de esta terapia se agota en una práctica que excluye al
sujeto, la novedad científica que pretendían aportar termina en las viejas técnicas de la influencia sugestiva y que lo
prometedor de la misma se agota en que las fuentes de sus éxitos son evidentemente dudosas.

*Beck. Terapia cognitiva de la depresión.


El problema de la depresión
Al menos un 12% de la población adulta ha presentado o presentará en el futuro un episodio depresivo de importancia
clínica. Si bien es cierto que se han dado algunos avances en la quimioterapia de la depresión, no existe evidencia de
que la frecuencia de la depresión haya disminuido. Es más, la tasa de suicidios, que generalmente se toma como índice
de la frecuencia de la depresión, no ha disminuido, sino que, de hecho, ha mostrado un incremento. Y más aún, la
ausencia de respuesta en la tasa de suicidios se hace significativa si tenemos en cuenta los grandes esfuerzos
desplegados para crear y mantener una serie de centros de prevención del suicido en todo el país.

Valor de la terapia psicológica en el tratamiento de la depresión


Desarrollar un tipo de terapia psicológica eficaz, determinando sus indicaciones y contradicciones y estableciendo su
papel en el tratamiento general. Por lo tanto, es de crucial importancia definir las formas específicas de terapia y
determinar su efectividad —de modo que el consumidor pueda saber si este servicio tan costoso está logrando algún
resultado satisfactorio. Otras razones para definir y poner a prueba modalidades terapéuticas específicas:
102

Aunque los formatos antidepresivos son más baratos que la terapia psicológica, existen pacientes que no responden a la
medicación. Solamente el 60-65% de los pacientes muestran una mejoría definitiva.
Muchos pacientes se niegan a tomar la medicación por razones personales, o bien presentan efectos secundarios que
obligan a abandonarla.
Es posible que a la larga, la dependencia excesiva de los formatos pudiese impedir la utilización por parte del paciente
de sus propios métodos psicológicos para hacer frente a la depresión. La amplia literatura sobre la “atribución” apunta
la posibilidad de que los pacientes tratados con fármacos atribuyan sus problemas a un desequilibrio químico. La
relativamente alta tasa de recaídas de dichos pacientes, aproximadamente el 50%, indica que este argumento puede ser
válido.
Un buen curso de terapia psicológica podría ser, a largo plazo, más beneficioso que la quimioterapia, ya que el paciente
puede aprender algo de su propia experiencia psicoterapéutica. Se podría esperar que tales pacientes manejasen
mucho mejores posibles depresiones ulteriores, o incluso que fuesen capaces de prevenir posibles depresiones.
El hecho de que la tasa de suicidios no haya disminuido a pesar del amplio uso de antidepresivos sugiere que, aunque la
quimioterapia puede resolver temporalmente crisis de suicidio, no tiene efectos mantenedores que inoculen al paciente
contra un nuevo intento de suicidio en el futuro.
Definición de terapia cognitiva
La terapia cognitiva es un procedimiento activo, directivo, estructurado y de tiempo limitado que se utiliza para traer
distintas alteraciones psiquiátricas. Se basa en el supuesto teórico subyacente de que los efectos y la conducta de un
individuo están determinados en gran medida por el modo que tiene dicho individuo de estructurar el mundo. Sus
cogniciones se basan en actitudes o supuestos (esquemas) desarrollados a partir de experiencias anteriores.
Las técnicas terapéuticas van encaminadas a identificar y modificar las conceptualizaciones distorsionadas y las falsas
creencias (esquemas) que subyacen a estas cogniciones. El paciente aprende a resolver problemas y situaciones que
anteriormente había considerado insuperables. El terapeuta cognitivo ayuda al paciente a pensar y actuar de un modo
más realista y adaptativo en relación con sus problemas psicológicos, reduciendo o eliminando así los síntomas.
El objetivo de las técnicas cognitivas es delimitar y poner a prueba las falsas creencias y los supuestos desadaptativos
específicos del paciente. El método consiste en experiencias de aprendizaje altamente específicas dirigidas a enseñar al
paciente las siguientes operaciones:
Controlas los pensamientos (cogniciones) automáticos negativos.
Identificar las relaciones entre cognición, afecto y conducta.
Examinar la evidencia a favor y en contra de sus pensamientos distorsionados.
Sustituir estas cogniciones desviadas por interpretaciones más realistas.
Aprender a identificar y modificar las falsas creencias que le predisponen a distorsionar sus experiencias.
El paciente recibe, al principio, una explicación del fundamento teórico de la terapia cognitiva, aprendiendo a
reconocer, controlar y registrar sus pensamientos negativos en el Registro Diario de Pensamientos Distorsionados. La
terapia se centra en “síntomas objetivo” específicos, identificando las cogniciones que están a la base de dichos
síntomas, y sometiéndolas a una investigación lógica empírica.
Uno de los componentes más poderosos del modelo es el hecho de que el paciente comienza a incorporar muchas de
las técnicas que emplea el terapeuta. Algunos ejemplos de este tipo de cuestiones que nosotros hemos observado son
los siguientes: ¿A partir de qué evidencia extraigo esta conclusión? ¿Existen otras explicaciones? Realmente, ¿es grave la
pérdida?
Estas preguntas que el sujeto se formula a sí mismo desempeñan un papel capital en la generalización de las técnicas
cognitivas de la consulta a las situaciones externas. Sin este tipo de preguntas, el individuo depresivo se ve rodeado de
patrones automáticos estereotipados, fenómeno que podríamos denominar “pensamiento irreflexivo”.
Las técnicas conductuales se emplean con los pacientes depresivos más graves no sólo para modificar la conducta, sino
también para felicitar cogniciones asociadas a conductas específicas.
Entre los materiales relacionado con las técnicas conductuales se encuentran un Cuestionario de Actividades Semanales,
en el que el paciente debe registrar sus actividades cada hora: un Cuestionario de Dominio y Agrado, en el que el
paciente avalúa las actividades listadas en el cuestionario anterior; y la Asignación de Tareas Graduales, en la cual el
paciente emprende una serie de tareas que le llevarán a alcanzar una meta que él considera difícil o imposible.

Un problema importante con el que se enfrenta el terapeuta es el de la toma de decisiones referentes a la elección del
tipo concreto de intervención, así como a la duración de ésta. Ahora bien, las técnicas cognitivas pueden ser el tipo ideal
de intervención para modificar la tendencia del paciente a hacer inferencias incorrectas a partir de eventos específicos.
Esta paciente debería practicar habilidades cognitivas tales como identificar los procesos “lógicos” que llevan a esta
conclusión, examinar la evidencia, y considerar explicaciones alternativas.
103

A medida que el terapeuta va adquiriendo experiencia, podrá emplear un “árbol de decisión” en el curso de las
sesiones. En lugar de seleccionar estrategias sobre la marcha, elegirá la técnica más adecuada para el síntoma o
problema concreto que se le presente.
Características nuevas de la terapia cognitiva
La terapia cognitiva difiere de la terapia convencional en dos aspectos importantes: la estructura formal de las sesiones
y los tipos de problemas en que se centra.
“Empirismo colaborativo”: En contraste con las terapias tradicionales, como la terapia psicoanalítica, el terapeuta que
aplica la terapia cognitiva se encuentra en continua actividad e interactúa intencionadamente con el paciente.
Estructura la terapia según un diseño específico que requiere la participación y colaboración del paciente.
El terapeuta necesita valerse de una cierta inventiva para estimular al paciente a participar activamente en las distintas
operaciones terapéuticas. Hemos observado que las técnicas psicoanalíticas clásicas, tales como la asociación libre y la
mínima actividad por parte del terapeuta, influyen de modo negativo en el paciente depresivo, ya que le permiten
hundirse aún más en su laberinto de preocupaciones negativas.
Al contrario que la terapia psicoanalítica, la terapia cognitiva se centra en problemas “aquí-y-ahora”. Se presta escasa
atención a la época de la infancia, salvo que pueda clarificar algunos hechos actuales. El terapeuta cognitivo colabora
activamente con el paciente en la exploración de las experiencias psicológicas éste, y en la elaboración de programas de
actividades y tareas para realizar en casa.
La estrategia general de la terapia cognitiva se puede diferencias el resto de las escuelas de terapia por su énfasis en la
investigación empíricas de los pensamientos, inferencias, conclusiones y supuestos automáticos del paciente. Nosotros
formulamos las ideas y creencias desviadas del paciente acerca de sí mismo, de sus experiencias y de su futuro en
términos de hipótesis, cuya validez intentamos comprobar de un modo sistemático.
Si el paciente piensa, por ejemplo, que todas las personas con las que se encuentra le dan la espalda con un gesto de
disgusto, podríamos ayudarle a establecer un sistema para juzgar las reacciones de los demás y animarle a realizar
evaluaciones objetivas de la expresión facial y los movimientos corporales de las personas.
Modelos cognitivos: perspectiva histórica
Los supuestos generales en los que se basa la terapia cognitiva:
La percepción y, en general, la experiencia son procesos activos que incluyen tanto datos de inspección como de
introspección.
Las cogniciones del paciente son el resultado de una síntesis de estímulos internos y externos.
El modo que tiene un individuo de evaluar una situación se hace evidente, por lo general, a partir de sus cogniciones.
Estas cogniciones constituyen la “corriente conciencia” o campo fenoménico de una persona, que refleja la
configuración de la persona acerca de sí misma, su mundo, su pasado y su futuro.
Las modificaciones del contenido de las estructuras cognitivas de una persona influyen en su estado afectivo y en sus
pautas de conducta.
Mediante la terapia psicológica, un paciente puede llegar a darse cuenta de sus distorsiones cognitivas.
La corrección de estos constructor erróneos puede producir una mejoría clínica.
El modelo cognitivo de la depresión
El modelo cognitivo postula 3 conceptos específicos para explicar el sustrato psicológico de la depresión: la triada
cognitiva; los esquemas; y los errores cognitivos.
Concepto de Tríada Cognitiva
Consiste en 3 patrones cognitivos que inducen al paciente a considerarse a sí mismo, su futuro y sus expectativas de un
modo idiosincrático. El primer componente —la visión negativa del paciente acerca de sí mismo— se ve desgraciado,
torpe, enfermo, con poca valía. Tiende a atribuir sus experiencias desagradables a un defecto suyo, creyendo que, a
causa de estos defectos, es un inútil, carece de valor. Tiende a subestimarse a criticarse a sí mismo en base a sus
defectos. Piensa que carece de los atributos que considera esenciales para lograr la alegría y felicidad. El segundo
componente, “la tendencia del depresivo a interpretar sus experiencias de una manera negativa”. Le parece que el
mundo le hace demandas exageradas y/o presenta obstáculos insuperables. Interpreta sus interacciones en términos de
relaciones de derrota o frustración. Construye las situaciones en una dirección negativa, aun cuando pudieran hacerse
interpretaciones alternativas más plausibles. El tercer componente “la visión negativa acerca del futuro”, el paciente
anticipa que sus dificultades o sufrimientos actuales continuarán indefinidamente. Espera penas, frustraciones y
privaciones interminables. Cuando piensa en hacerse cargo de una determinada tarea en un futuro inmediato,
inevitablemente sus expectativas son de fracaso.
Organización Estructural del Pensamiento Depresivo
Un segundo componente del modelo cognitivo es el llamado modelo de esquemas. Este se utiliza para explicar por qué
mantiene el paciente depresivo actitudes que le hacen sufrir y son contraproducentes, incluso en contra de la evidencia
objetiva de que existen factores positivos en su vida. Cualquier situación está compuesta por un amplio conjunto de
estímulos. el individuo atiende selectivamente a estímulos, los combina y conceptualiza una situación. Una persona
104

determinada tiende a ser consistente en sus respuestas a tipos de fenómenos similares. Ciertos patrones cognitivos
relativamente estables constituyen la bade de la regularidad de las interpretaciones acerca de un determinado conjunto
de situaciones. El término “esquema” designa estos patrones cognitivos estables.
El esquema es la base para transformar los datos en cogniciones. Así, un esquema constituye la base para localizar,
diferenciar y codificar el estímulo con que se enfrenta el individuo. Los tipos de esquemas empleados determinan el
modo como un individuo estructurará distintas experiencias. Estos esquemas activados en una situación específica,
determinan directamente la manera de responder de la persona.
En los estados psicóticos tales como la depresión, el emparejamiento ordenado de un esquema adecuado con un
estímulo concreto se ve alterado por la intrusión de los esquemas idiosincrásicos activos. A medida que estos se van
haciendo más activos, son evocados por un conjunto de estímulos cada vez mayor que mantiene una escasa relación
lógica co ellos. El paciente pierde gran parte del control voluntario sobre sus procesos de pensamiento y es incapaz de
acudir a tres esquemas más adecuados.
En las depresiones más leves, el paciente generalmente capaz de contemplar sus pensamientos negativos con una cierta
objetividad. A medida que la depresión se agrava, su pensamiento está cada vez más dominado por ideas negativas,
aunque pueda no existir conexión lógica entre las situaciones reales y sus interpretaciones negativas.
En los estados depresivos más graves, el pensamiento del paciente puede llegar a estar completamente dominado por
los esquemas idiosincráticos: está totalmente absorto en pensamientos negativos, repetitivos, perseverantes y puede
encontrar extremadamente difícil concentrarse en estímulos externos o emprender actividades mentales voluntarias.
Errores en el Procesamiento de la Información
Los errores sistemáticos mantienen la creencia de paciente en la validez de sus conceptos negativos, incluso a pesar de
la existencia de evidencia contraria.
Inferencia arbitraria: se refiere al proceso de adelantar una determinada conclusión en ausencia de la evidencia que la
apoye o cuando la evidencia es contraria a la conclusión.
Abstracción selectiva: consiste en centrarse en un detalle extraído fuera de su contexto, ignorando otras características
más relevantes de la situación, y conceptualizar toda la experiencia en base a ese fragmento.
Generalización excesiva: se refiere al proceso de laborar una regla general o una confusión a partir de uno o varios
hechos aislados y aplicar el concepto tanto a situaciones relacionadas como a situaciones inconexas.
Maximización y minimización: quedan reflejadas en los errores cometidos al evaluar la significación o magnitud de un
evento; errores de tal calibre que constituyen una distorsión.
Personalización: se refiere a la tendencia y facilidad del cliente para atribuirse a sí mismo fenoles externos cuando no
existe una base firme para hacer tal conexión.
Pensamiento absolutista, dicotómico: se manifiesta en la tendencia a clasificar todas las experiencias según una o dos
categorías opuestas; eligiendo las categorías del extremo negativo para describirse a sí mismo.
Una manera de abordar el desorden de pensamiento presente en la depresión es conceptualizarlo en términos de
modos “primitivos” de organizar la realidad vs. modos “maduros”.
Pensamiento primitivo:
No dimensional y global: “Soy un miedoso”.
Absolutista y moralista: “Soy un despreciable cobarde”.
Invariable: “Siempre fui y siempre seré un cobarde”.
Diagnóstico basado en el carácter: “Hay algo extraño en mi carácter”.
Irreversibilidad: “Como soy intrínsecamente débil, no hay nada que se pueda hacer con mi problema”.
Pensamiento Maduro:
Multidimensional: “Soy medianamente miedoso, bastante generoso y ciertamente inteligente”.
Relativo, no emite juicios de valor: “Soy más cobarde que la mayoría de las personas que conozco”.
Variable: “mis miedos varían de un momento a otro y de una situación a otra”.
Diagnóstico conductual: “Evito en gran medida algunas situaciones y tengo diversos miedos”.
Reversibilidad: “puedo aprender modos de afrontar situaciones y de luchar contra mis miedos”.
Predisposición y Desencadenamiento de la Depresión
La teoría propone que algunas experiencias tempranas proporcionan la base para formar conceptos negativos sobre
uno mismo, el futuro y el mundo. Estos conceptos negativos pueden permanecer latentes y ser activos por
determinadas circunstancias, análogas a las experiencias inicialmente responsables de la formación de las actitudes
negativas.
En otro orden de cosas, la depresión puede ser desencadenada por una anormalidad o una enfermedad física que activa
la creencia latente en una persona de que está destinada a una vida de sufrimiento.
Un modelo de Interacción Recíproca
105

Puede suceder que una persona se encuentra en las primeras fases de una depresión se aparte de algunas personas
significativa o relevantes para ella. Ofendidas, estas “personas significativas” podrían responder con rechazos o críticas
que, a su vez, o agravarían el autorechazo y la autocrítica del propio individuo.
Las conceptualizaciones negativas resultantes, llevan al paciente (que ya puede encontrarse deprimido) a un mayor
aislamiento. Este círculo vicioso puede continuar hasta que el paciente esté tan deprimido que ya no le causen efecto
los intentos de ayuda y las muestras de cariño y afecto por parte de los demás.
Una relación interpersonal armoniosa, puede actuar como amortiguador o parachoques de cara al desarrollo de una
depresión. Un sistema de apoyo social sólido puede servir para proporcionar muestras de aceptación, respeto y afecto
que neutralicen la tendencia del paciente a subestimarse. El tratamiento del paciente depresivo suele verse beneficiado
en gran medida si se cuenta con un familiar o amigo que sirva como representación de la realidad social para ayudar al
paciente a someter a prueba la validez de sus pensamientos negativos.
Primacía de los Factores Cognitivos en la Depresión
Haciendo un “corte transversal” de la sintomatología de la depresión, hemos llegado a la conclusión de que debemos
buscar el principal foco de patología en el modo peculiar que tiene el individuo de verse a sí mismo, sus experiencias y
su futuro. Las manifestaciones más floridas de la depresión pueden distraer al clínico (y también al paciente) de lo que
es primordial en la patología. Así, en la depresión, los síntomas predominantes serían el dolor psíquico, la agitación, y la
pérdida de energía. Si la persona encargada de hacer el diagnóstico no busca otro tipo de patología, podría confundir el
fenómeno principal, es decir, alteraciones del pensamiento, dentro de la cadena de eventos.
Otro reto que se le plantea al modelo cognitivo es el de la presuposición a la depresión. Ese tema se centra en
determinar cómo contribuyen a la predisposición y al desencadenamiento de la depresión algunas peculiaridades de la
organización cognitiva. No nos parece plausible la idea de que los mecanismos cognitivos aberrantes se creen de nuevo
cada vez que un individuo experimenta una depresión. Parece más lógico pensar que el individuo presenta alguna
anomalía relativamente duradera en un sistema psicológico. Por lo tanto, es necesario llevar a cabo un análisis
longitudinal en términos estructurales. Al desencadenarse la depresión, reactiva un conjunto de “estructuras cognitivas”
alteradas que se formó en un momento temprano del desarrollo.
Nuestro nuevo paradigma científico de la depresión afirma: El paradigma personal del paciente cuando se encuentra en
un estado depresivo da lugar a una visión distorsionada de sí mismo y del mundo. Sus ideas y creencias negativas le
parecen una representación verídica de la realidad, incluso cuando a otras personas y a él mismo cuando no está
deprimido les parezcan inverosímiles. Los grandes cambios producidos en su organización cognitiva llevan a un
procesamiento de la información inadecuado, como resultado del cual surge una amplia variedad de síntomas.
Proponemos que cuando el paradigma personal del paciente ha sido invertido y ajustado a la realidad, la depresión
empieza a desaparecer.
Requisitos previos para llevar a cabo la terapia cognitiva de la depresión
El terapeuta dedicado al tratamiento de pacientes depresivos debe poseer un sólido conocimiento del síndrome clínico
de la depresión. Debe profundizar en las habilidades de entrevista necesarias para determinar el “estado mental” del
paciente y recoger los datos pertinentes de su historia. Debe estar familiarizado con la amplia variedad de
manifestaciones clínicas del síndrome y con las vicisitudes del proceso clínico. Además, no debe limitarse a una
definición idiosincrásica de la depresión, sino tener en cuenta las descripciones de los síndromes que posean una
aceptación generalizada. A saber, la depresión presenta varias características diferenciales:
Presenta un conjunto de síntomas y conductas peculiares que la hacen diferente de otras neurosis.
Tiende a seguir un desarrollo determinado, comenzando con un grado medio de intensidad, alcanzando un punto
álgido, y disminuyendo generalmente en intensidad. Además suele ser episódica y poseer periodos en los que se
manifiesta una ausencia de síntomas.
A causa del riesgo de suicidio, el diagnóstico de la depresión es particularmente importante.
Determinados tratamientos somáticos han sido aplicados con éxito.
Existe un creciente cuerpo de evidencia que indica la presencia de un tipo de alteración biológica en la depresión,
posiblemente debida a una especie de agotamiento o fatiga de los neurotransmisores.
Existe evidencia de que ciertos tipos de depresión tienen un fuerte componente hereditario.
El contenido específico de las distorsiones cognitivas y de los supuestos subyacentes es diferente del que se da en otros
trastornos.
Los factores desencadenares de la depresión surgen de una perdida percibida o real.

Dado que el suicidio es la complicación letal de la depresión, el clínico necesita una serie de capacidades especializadas
para reconocer al paciente suicida y determinar el riesgo de suicidio. El clínico debe estar alerta a los indicios de un
incremento en el riesgo de suicidio durante el tratamiento; asimismo, debe star preparado para tomar decisiones
cruciales sobre asuntos tales como informar a la familia del paciente acerca del riesgo de suicidio, recomendar un
período de hospitalización, y prescribir precauciones esenciales dentro del propio hospital.
106

El aspirante a terapeuta cognitivo debe ser, en primer lugar, un buen terapeuta. Debe poseer algunas características
necesarias, como la capacidad para responder al paciente en una atmósfera de relación humana —con interés,
aceptación y empatía.
El terapeuta bien preparado y que mantiene una actitud cálida empática y de aceptación, necesita, además, satisfacer
los siguientes requisitos previos:
Un sólido conocimiento del modelo cognitivo de la depresión.
Un conocimiento del marco conceptual de la terapia cognitiva, así como de su aplicación específica al tratamiento de la
depresión.
Entrenamiento formal en un centro de terapia cognitiva, incluyendo la supervisión en la terapia con pacientes
depresivos.
Entrenamiento en talleres, realización de tareas de monitor de grupo, y utilización de cintas de video y libretas de
anotaciones.
Limitaciones de la terapia cognitiva
Son necesarias más investigaciones adicionales que confirmen los resultados de los primeros estudios y que determinen
los límites de aplicabilidad del método en términos de tipos de depresión específicos, y de otras características del
paciente. Además, se señalan las siguiente advertencias:
Excepto con propósitos de investigación, la terapia debe limitarse a aquellos tipos de pacientes cuya responsividad a
este método que haya sido probada e estudios previos
La efectividad de esta terapia se ha demostrado solamente con pacientes depresivos externos que constituían casos de
depresión unipolar no psicótica.
La medición antidepresiva ha probado su eficacia en un gran número de estudios. Por ello, la terapia cognitiva debería
restringirse a aquellos casos de depresión unipolar respecto a los cuales el clínico considere preferible este método en
lugar de la medicación antidepresiva:
Cuando el paciente no acepta la ingestión de fármacos.
Prefiere un método psicológico, esperando que la experiencia de aprendizaje reduzca su propensión la depresión.
Presenta efectos colaterales peligrosos frente a los antidepresivos o se encuentra en una condición médica que
contraindica el uso de antidepresivos.
Ha presentado un rechazo ante ensayos con antidepresivos.
Riesgos comunes en el aprendizaje de la terapia cognitiva
Minusvalorar la Relación Terapéutica: el nuevo terapeuta a menudo se encuentra tan cautivas por las técnicas que
olvida la importancia de establecer un donde de relación terapéutica con el paciente. El terapeuta jamás debe perder de
vista el hecho de que se está relacionando con otro ser humano y de que ambos tienen por delante una tarea muy
compleja. Por tanto, debe estar particularmente sensibilizado hacia:
La importancia de la discusión y expresión de las reacciones emocionales del paciente.
El propio estilo de comunicación habitual del paciente. El terapeuta debe adaptar su estilo personal hasta conjugarlo
con el del paciente.
La interrupción de las operaciones interpersonales adaptativas del paciente como resultado de la depresión. El
terapeuta debe conocer los grandes obstáculos que la depresión supone en el área de la comunicación. Algunos
pacientes depresivos están prácticamente mudos, por lo cual el terapeuta debe tomar la iniciativa y haver conjeturas
sobe lo que preocupa al paciente, intentando obtener feedback por parte de éste.
La hipersensibilidad del paciente hacia cualquier acción o afirmación que pueda entenderse como rechazo, indiferencia
o desaprobación.
Mostrarse Purista, Caprichoso o Excesivamente Precavido. Los Terapeutas principiantes suelen tener tendencia a
adoptar una de dos posturas terapéuticas opuestas. Están tan impacientes por dominar los aspectos técnicos que imita
de forma repetitiva a los modelos en lugar de integrar el método terapéutico en su propio estilo. De este modo, parecen
robots, afanados en aplicar clichés o en emplear “trucos” que los pacientes puedan identificar inmediatamente. En el
otro extremo, el terapeuta puede forzar la elasticidad del modelo cognitivo para “probar” si determinadas técnicas se
ajustan a él, sin tener en cuenta la adecuación de éstas para su paciente en un momento dado. En el polo opuesto, el
naofito puede mostrarse excesivamente cauteloso para evitar “hacer mal las cosas” y perjudicar al paciente.
Mostrarse Excesivamente Reduccionista y Simplista. Muchos de los terapeutas en período de aprendizaje creen que la
terapia cognitiva consiste únicamente en hacer que los pacientes identifiquen y corrijan sus pensamientos negativos. El
terapeuta debe situarse en un punto intermedio entre ser demasiado concreto y ser demasiado abstracto; atomista vs.
globalista. La terapia cognitiva es un enfoque holista, pero que se aplica en una secuencia de pasos discretos y
fácilmente comprensibles.
Mostrarse Demasiado Didáctico o Excesivamente Interpretativo. Puede resultarle fácil al terapeuta advertir que el
paciente distorsiona sus experiencias, que se dan pensamientos intervinieres entre un evento y su experiencia
107

emocional correspondiente. Pero con ello, poco progreso puede conseguirse. Es importante que el terapeuta plantee
preguntas que pongan en marcha la lógica que el paciente tiene aletargada, valiéndose del método inductivo.
Mostrarse Demasiado “Superficial”. Es crucial que el neófito reconozca la importancia de que ciertos significados
queden totalmente claros. Lo crucial es la totalidad e los significados de las experiencias del paciente. En ocasiones, el
significado que el paciente otorga a una situación puede no estar formulado de un modo totalmente explícito, sino que
es el propio terapeuta quien debe complementarlo. Si el terapeuta se fía exclusivamente de los datos de los
pensamiento automáticos, olvida el significado crucial. Más aún, terapeuta y paciente deben investigar los supuestos
que subyacen a estos significados y consecuencias anticipadas.
Reaccionar Negativamente ante los Pacientes Depresivos. El terapeuta debe abstenerse de hacer interpretaciones
peyorativas de la conducta del depresivo. Tiene que darse cuenta de que el individuo depresivo puede pensar
sinceramente que la terapia representa para él una posibilidad de ayuda verdaderamente pequeña, que su vida es difícil
y el futuro, desesperanzador. En este sentido, los nuevos terapeuta suelen:
Intentar eliminar de raíz las creencias del paciente de que su vida carece de valor, con lo cual éste se dará por vencido,
pensando además que nadie le puede ayudar.
Pensar que el paciente tiene demasiadas resistencias y elaborar, por tanto, una interpretación de su conducta en
términos motivacionales.
Eno de los mejores antídotos es intentar empalizar con él. Entrando en el mundo fenoménico del paciente, el terapeuta
podrá entender mejor cómo las “resistencias de éste son consecuencia inevitable de su modo de interpretar la realidad.
Aceptar el “insight Intelectual”. El terapeuta no debe llevarse a engaño por las afirmaciones del paciente de que
comparte las formulaciones del terapeuta a nivel “intelectual”, pero no “emocional”. Si la formulación del terapeuta es
correcta, el paciente puede ir integrándola gradualmente en su sistema de creencias.
Maximización de los efectos de la terapia cognitiva
Importancia de Crear un Clima de Empresa Común y de Colaboración con el paciente. Cuanto más trabajen juntos
terapeuta y paciente, más profunda será la experiencia de aprendizaje para ambos. Estos factores incrementan la
motivación y ayudan a superar muchos de los obstáculos inherentes a la psicoterapia.
Importancia de Centrarse en las Valoraciones y Fluctuaciones que Pueden Darse en la Depresión del Paciente. Cuando el
paciente experimenta una mejoría, el terapeuta debe animarle a que determine con exactitud qué método piensa que
ha contribuido en su mejoría. El empeoramiento de los síntomas y echadas deben ser “bienvenidos” y bien acogidos
como una valiosa fuente de información para investigar los factores que han producido un agudización de la depresión,
como una buena oportunidad para que el paciente ponga en práctica las técnicas para hacer frente a estos problemas.
Énfasis en la Autoexploración. Debe favorecerse que el paciente investigue el significado de los distintos tipos de fenoles
a lo largo del transcurso de la terapia y, especialmente, después de que ésta finalice.
“Aprendizaje Dependiente del Estado” y Colaboración de las Personas Significativas. Hemos observado que los pacientes
aprenden mejor a analizar y hacer frente a sus dificultades cuando sus problemas aún están “calientes”. Así, si
experimentan sentimientos depresivos con sus cogniciones asociadas durante una sesión de terapia, se les puede
preparar mejor para manejar el estado problemático cuando el terapeuta no esté presente.

*Caballo, V. Manual para el tratamiento cognitivo-conductual de los trastornos psicológicos .


FOBIA ESPECÍFICA-INTRODUCCIÓN
En el dsm-iv (apa, 1994), la fobia específica se define como un temor acusado y persistente que es desencadenado por
la presencia o anticipación de un objeto o situación específicos. El individuo debe reconocer que el miedo es excesivo o
poco razonable, tiene que estar asociado con un malestar subjetivo o un deterioro funcional y normalmente se
acompaña por una inmediata respuesta de ansiedad y la evitación del objeto o situación temidos.
En algunos individuos, la evitación fóbica es mínima, aunque la exposición a la situación produce con toda segundad
niveles intensos de ansiedad. Las fobias específicas se pueden diferenciar de otros trastornos fóbicos basándose en los
tipos de situaciones que se evitan así como en las características asociadas al trastorno.
El dsm-iv incluye cinco tipos principales de fobia específica: tipo animal, tipo ambiente natural, tipo
sangre/inyecciones/sufrir daño, tipo situacional y otros tipos. La introducción de estos tipos se basó en una serie de
informes del grupo de trabajo para los trastornos por ansiedad del dsm-iv que mostraba que los tipos de fobia específica
tienden a diferenciarse en un grupo de dimensiones, incluyendo la edad de aparición, la composición por género, los
patrones de covariación entre fobias, el centro de la aprensión (p. ej., ansiedad basada en sensaciones físicas), el
momento en que se presenta, el grado de predicción de la respuesta fóbica, y el tipo de reacción física durante la
exposición al objeto o situación temidos.
FUNDAMENTOS TEÓRICOS DEL TRATAMIENTO BASADO EN LA EXPOSICIÓN
Se piensa que la exposición al objeto o situación temidos es un componente esencial de todo tratamiento con éxito de
la fobia específica (Marks, 1987), aunque no están claros todavía los mecanismos a través de los cuales la exposición
ejerce sus efectos. Barlow (1988) resumió algunas de las principales teorías que explican el proceso de la reducción del
108

miedo. En primer lugar, Lader y Wing (1966) propusieron a la habituación para explicar los efectos terapéuticos de la
desensibilización sistemática. La habituación es un proceso de familiarización con el objeto o situación y, por
consiguiente, se responde cada vez menos a un determinado estímulo con el paso del tiempo (es decir, sucede lo mismo
que cuando notamos cada vez menos un olor particular con una exposición prolongada).
Este proceso produce normalmente cambios en la respuesta sólo a corto plazo y parece afectar a las respuestas
fisiológicas (p. ej., respuesta galvánica de la piel) más que a los sentimientos subjetivos. Se supone que el papel del
aprendizaje en la habituación es mínimo. Las evidencias sobre el papel de la habituación en la reducción del miedo es
contradictoria.
Un modelo más popular para explicar los efectos terapéuticos de la exposición ha sido el proceso de la extinción.
Esta implica la debilitación de una respuesta condicionada por la eliminación del refuerzo. Según el modelo
bifactorial de Mowrer (1960) sobre el desarrollo del miedo, un temor (p. ej., una fobia a los perros) comienza cuando un
estímulo neutral (p. ej., un perro) se empareja por medio del condicionamiento clásico con un estímulo incondicionado
aversivo (p. ej., que le muerdan a uno). De acuerdo con Mowrer, el temor se mantiene por el refuerzo negativo que
resulta de una evitación del estímulo condicionado.
En otras palabras, la conducta de evitación impide que tengan lugar los síntomas aversivos asociados con el objeto
temido y, por consiguiente, se refuerza de modo operante. En teoría, la exposición termina con el refuerzo negativo
asociado a la evitación y, en consecuencia, conduce a la extinción del miedo. Se supone que la extinción entraña un
nuevo aprendizaje (es decir, cambios en la forma en que se procesa la información) y suele tener efectos duraderos en
comparación con la habituación.
Consistente con las modernas teorías del condicionamiento, los factores cognitivos juegan un importante papel en la
disminución del miedo. Los datos están empezando a converger, sugiriendo que variables tales como el control
percibido, la presencia de señales de seguridad, como el cónyuge, y el grado de predicción de la exposición (Lopatka,
1989) afectan a los niveles de miedo durante la exposición a la situación temida.
Además, se han propuesto teorías sobre el procesamiento emocional para explicar el proceso de reducción del miedo
empleando un marco teórico emocional. Según Foa y Kozak (1986), la exposición a una situación temida proporciona
información que es inconsistente con la almacenada previamente en la memoria emocional. Por ejemplo, la habituación
durante una sesión determinada muestra que el miedo no dura eternamente y que es posible estar en la presencia de
un objeto temido previamente sin sentirse asustado. Igualmente, la exposición repetida enseña a un individuo que la
probabilidad de peligro en la situación temida es baja. En teoría, el procesamiento emocional depende de la activación
de estructuras de ansiedad apropiadas almacenadas en la memoria. Las variables propuestas que interfieren con el
procesamiento emocional incluyen a la distracción, a la activación autónoma que sea demasiado alta (de modo que
puede que no se produzca la habituación dentro de la sesión) y la activación autónoma que sea demasiado baja
(reflejando una activación incompleta de la estructura de ansiedad).
HALLAZGOS EMPÍRICOS SOBRE EL TRATAMIENTO DE LAS FOBIAS
ESPECÍFICAS
Numerosos estudios han mostrado que los tratamientos basados en la exposición son eficaces para reducir temores
específicos. Específicamente, se ha encontrado que la exposición es eficaz para la fobia a la sangre, a las inyecciones, a
los dentistas, a los animales, a los lugares cerrados, a volar, a las alturas y a asfixiarse.
En muchos casos, la forma en que se lleve a cabo la exposición puede tener impacto sobre su eficacia. Los tratamientos
basados en la exposición pueden variar en numerosas dimensiones, incluyendo el grado de implicación del terapeuta, la
duración de la exposición, la inclusión de estrategias adicionales de tratamiento (p. ej., reestructuración cognitiva,
relajación), la intensidad de la exposición, la frecuencia de las sesiones, el número de las mismas, las señales estimulares
a las que se expone al individuo (p. ej., sensaciones internas versus situaciones externas) y el grado en el que se afronta
la situación en la vida real versus en la imaginación.
Además, las relaciones entre estas variables y el éxito del tratamiento pueden variar dependiendo del tipo de fobia, de
la naturaleza de la reacción de temor y de otras variables que son distintas según los pacientes. Por ejemplo, Öst et al.
(1982) demostraron que individuos con claustrofobia que respondían básicamente de forma conductual (es decir, cuyo
patrón principal de respuesta era la evitación) se beneficiaron más de la exposición que del entrenamiento en relación
aplicada. Por el contrario, pacientes con claustrofobia que respondían fundamentalmente de manera fisiológica (es
decir, cuya respuesta principal era un aumento de la activación ante la exposición a la situación) respondían mejor a la
relajación aplicada. Sin embargo, este hallazgo no se confirmó en un grupo de individuos con miedo a los dentistas.
Espaciamiento y duración de las sesiones de exposición
Parece que las sesiones de exposición más largas son más eficaces que las sesiones más cortas en la mayoría de los
casos (Marks, 1987). Además, la exposición parece funcionar mejor si no hay mucho distanciamiento entre las sesiones.
Por ejemplo, Foa et al. (1980) encontraron que el tratamiento de la agorafobia era más eficaz con 10 sesiones diarias de
exposición que con 10 sesiones semanales. Sin embargo, el grado de aplicación de este hallazgo a las fobias específicas
no está claro, especialmente a la luz del hecho de que hasta un 90% de los individuos con fobias a los animales y a las
109

inyecciones pueden ser tratados con éxito (es decir, muy mejorado o completamente curado) en una sola sesión de
tratamiento por medio de la exposición y del modelado del terapeuta (Muris et al., 1993; Öst, 1989). Los modelos sobre
la reducción del miedo predicen que la exposición debería funcionar mejor cuando se evita que los pacientes escapen
antes de que el temor haya disminuido.
El grado de implicación del terapeuta
Los hallazgos han sido inconsistentes con respecto a la importancia de que haya un terapeuta presente durante las
sesiones de exposición. Marks (1987) revisó numerosos estudios que mostraban que la autoexposición era eficaz para el
tratamiento de distintos trastornos fóbicos, incluyendo la agorafobia, la ansiedad social y el trastorno obsesivo-
compulsivo. Sin embargo, en el caso de las fobias específicas, parece que cierta implicación del terapeuta parece mejor
que la ausencia de la misma.
La implicación del terapeuta es importante para superar las fobias a los animales, aunque también se debería enseñar al
final a los pacientes a afrontar la situación por sí mismos. Bourque y Ladouceur (1980) no encontraron diferencias entre
la exposición llevada a cabo con y sin el terapeuta presente, en el tratamiento de la fobia a las alturas. Sin embargo, el
número de pacientes por grupo, en este estudio, era pequeño y los pacientes se encontraban con el terapeuta antes y
después de la sesión de exposición en todas las condiciones de tratamiento. En otras palabras, incluso en las
condiciones en que el terapeuta no estaba presente durante la exposición, las sesiones no eran totalmente
autodirigidas.
La distracción durante las sesiones de exposición
Aunque la mayoría de los modelos sobre la reducción del miedo predicen que la distracción debería interferir con la
eficacia de la exposición, los estudios sobre los efectos de la distracción han arrojado resultados contradictorios.
Rodríguez y Craske (1993a) revisaron la literatura sobre la distracción durante la exposición a estímulos fóbicos y
concluyeron que los efectos específicos de la distracción pueden depender de una serie de variables, incluyendo la
forma en que se evalúa la ansiedad (p. ej., activación fisiológica versus ansiedad subjetiva), el tipo de distracción (p. ej.,
perceptiva versus cognitiva), el centro de la distracción (p. ej., distraerse del estímulo o de la situación versus hacerlo
con respecto a la respuesta o a las sensaciones físicas), la calidad afectiva del estímulo distractor y la intensidad del
miedo. Rodríguez y Craske (1993b) encontraron que era más probable que la distracción redujese los efectos de la
exposición bajo condiciones de elevada intensidad en el caso de fobias a los animales. Además, Muns et al. (1993)
sugirieron que determinadas diferencias en el estilo de afrontamiento pueden predecir los efectos de la distracción para
un individuo específico.
La exposición en vivo versus la exposición en la imaginación
La exposición puede llevarse a cabo de determinadas formas. Aunque la exposición en la imaginación puede ser un
método eficaz para reducir el miedo (p. ej., Baker et al., 1973; Foa et al., 1977), se acepta generalmente que la
exposición en vivo es más eficaz que la exposición por medio de la imaginación (Marks, 1987). Por supuesto, la
exposición en vivo no siempre es posible, especialmente cuando el afrontamiento directo de la situación temida es
peligroso (p. ej., fobia a ser atacado), impracticable (p. ej., fobia a los monstruos) o difícil (p. ej., fobia a las tormentas, a
volar). En esos casos, la exposición por medio de la imaginación puede ser una ayuda eficaz o un sustituto para la
exposición directa o en vivo.
Combinación de otras estrategias con la exposición
Finalmente, ciertos tipos de fobia pueden beneficiarse de estrategias de tratamiento especializadas. El mejor ejemplo es
el tratamiento de la fobia a la sangre por medio de la tensión aplicada. Debido al elevado porcentaje de individuos con
fobia a la sangre que se desmayan en la situación que temen, se han desarrollado y puesto a prueba estrategias para
evitar el desmayo en personas con fobia a la sangre. El desmayo tiende a ocurrir cuando un individuo experimenta una
disminución repentina de la presión sanguínea después de la exposición a una situación con sangre. Por consiguiente,
los investigadores han estudiado el empleo de la tensión aplicada (un método que aumenta temporalmente la presión
sanguínea) para el tratamiento de la fobia a la sangre. Se ha demostrado de forma repetida que la tensión aplicada es
un tratamiento eficaz para la fobia a la sangre. De hecho, la tensión aplicada puede ser un tratamiento más eficaz que la
sola exposición.
UN PROGRAMA PARA EL TRATAMIENTO COGNITIVO-CONDUCTUAL DE LA FOBIA ESPECÍFICA
Evaluación inicial y presentación del tratamiento
Aunque el malestar y el deterioro funcional asociados con las fobias específicas no son normalmente tan graves como
los asociados a otros trastornos por ansiedad, el deseo de evitar la situación fóbica es normalmente tan potente o más
que el de los otros tipos de trastornos fóbicos. No es raro que los individuos se nieguen a exponerse al objeto o
situación fóbicos o incluso a discutir el motivo de su miedo. Por consiguiente, la presentación de una explicación del
tratamiento de forma clara y convincente es esencial para la intervención con éxito de las fobias específicas. La primera
parte de la sesión inicial se emplea para definir los parámetros de la fobia del sujeto, plantear un marco que ayude a
comprender la naturaleza y las posibles causas de la fobia y discutir cómo ayudará el tratamiento a superar dicha fobia.
110

En nuestro programa, la primera sesión comienza con una breve discusión sobre la naturaleza de la ansiedad y el miedo.
Concretamente, se enseña a los pacientes que el miedo es una emoción normal y adaptativa y que la mayoría de las
personas teme alguna situación. Además, se habla sobre los posibles factores etiológicos de la fobia del paciente (p. ej.,
condicionamiento directo, aprendizaje por observación, información errónea sobre la situación temida). Debido a que
mucha gente con fobia no puede recordar cómo empezó su temor, se la tranquiliza señalando que no es necesario
descubrir la causa inicial de una fobia para superar el miedo. Es más, el tratamiento aborda los factores actuales que
mantienen el temor (p. ej., la evitación, la información inadecuada sobre el objeto temido, etcétera).
Se anima a los pacientes a que piensen en su fobia en términos de sentimientos, pensamientos y conductas asociados.
Sobre los sentimientos experimentados durante la exposición, se les pide que describan la intensidad y la naturaleza de
su reacción emocional (p. ej., llorar, gritar, aterrorizarse, etc.). Además, se les ayuda a generar una lista de los síntomas
físicos (p. ej., tasa cardiaca acelerada, quedarse sin aliento, piernas temblorosas, marcos, sudores, desmayos)
experimentados durante las exposiciones típicas.
Luego, los pacientes examinan las predicciones, las expectativas y los pensamientos específicos que ayudan a mantener
su miedo. Los pensamientos ansiosos están relacionados a menudo con la situación temida (p. ej., ser mordido por una
serpiente, alcanzado por un rayo, caerse de un lugar elevado, etc.), aunque muchos pacientes informan también de
aprensión sobre los síntomas asociados con el miedo (p. ej., ansiedad sobre cómo reaccionarían en la situación).
Más tarde, el terapeuta ayuda al paciente a que identifique las conductas asociadas con el objeto o situación temidos.
En la mayoría de los casos, estas conductas tienen la función de ayudar a un individuo a controlar su miedo por medio
de la evitación del objeto o situación fóbicos. La evitación puede ser manifiesta o más sutil. Ejemplos de estrategias de
evitación manifiesta incluyen el rechazo a meterse en la situación y el escapar de ella cuando los propios miedos se
hacen abrumadores. Formas sutiles de evitación incluirían la distracción, la ingesta de fármacos o drogas, o el empleo de
otras ingeniosas estrategias de afrontamiento.
Además, muchas personas con fobia confían en señales de seguridad cuando se enfrentan al objeto o situación fóbicos.
Las señales de seguridad son estímulos que proporcionan una sensación de tranquilidad o seguridad en una situación
temida. Por ejemplo, un individuo que teme a los ascensores podría utilizar éstos únicamente cuando va acompañado
por un amigo o un familiar, de modo que se encontrara disponible la ayuda en caso de emergencia.
Finalmente, los sujetos con fobias específicas a menudo realizan conductas que son protectoras en exceso. Una de las
conductas más frecuentes de este tipo es la comprobación.
Aunque la evitación, la distracción, el exceso de confianza en señales de seguridad y otras conductas similares son
métodos eficaces para controlar la ansiedad a corto plazo, se dice a los pacientes que estas conductas son
contraproducentes a largo plazo. En primer lugar, estas conductas son reforzadas negativamente por el alivio que
experimenta un individuo cuando evita o escapa de una situación, haciendo más difícil que participe de la situación en el
futuro. En segundo lugar, la evitación impide que el individuo aprenda que la situación no es peligrosa y que es muy
poco probable que sus predicciones ansiosas se conviertan en realidad. Luego, se introduce la exposición sistemática a
la situación fóbica como método principal a través del cual será tratada la fobia específica. En este punto, los pacientes a
veces expresan dudas sobre si serán capaces de hacer frente a la situación o si la exposición va a poder ayudarles.
Concretamente, la exposición terapéutica se prolonga en el tiempo e incluye prácticas repetidas separadas por un corto
espacio de tiempo. Por el contrario, la exposición que tiene lugar en la vida cotidiana es normalmente breve (es decir,
los pacientes suelen escaparse rápidamente) y tan poco frecuente como sea posible.
Además, la exposición terapéutica es predecible y se encuentra bajo el control de los pacientes. Se les dice a éstos lo
que pueden esperar, no se llevan nunca una sorpresa y tienen que dar su permiso antes de que se dé algún paso para
aumentar la intensidad de la exposición. Por el contrario, la exposición de la vida diaria se percibe a menudo como
impredecible y lejos del alcance del control del paciente. Finalmente, se proporciona a los pacientes toda una serie de
estrategias de afrontamiento adaptativas para reemplazar a las estrategias empleadas anteriormente.
La preparación de las prácticas de exposición
Para optimizar la eficacia de las prácticas de exposición, es importante determinar los parámetros específicos que
afectan al temor concreto del paciente. Por ejemplo, algunas personas con fobia a las alturas tienen más miedo cuando
se encuentran al borde de un desnivel sin protección. Otras informan de un mayor temor cuando conducen en lugares
elevados (p. ej., puentes, carreteras empinadas). Algunos sujetos se ponen más ansiosos cuando están solos; otros se
sienten peor cuando se encuentran acompañados. La identificación de las variables que influyen sobre el miedo de un
individuo ayudará al desarrollo de ejercicios prácticos relevantes y a la identificación y prevención de conductas sutiles
de evitación (p. ej., mirar hacia otro lado) durante esas prácticas.
Ya que los pacientes suelen evitar las situaciones que temen, puede ser difícil identificar todas las variables que influyen
sobre el miedo de un individuo. Por consiguiente, podría ser útil un test de aproximación conductual (tac).
Durante el tac, se expone al paciente al objeto o situación temidos y se le pide que relate sus experiencias. Los tac
pueden ser una estrategia útil para ayudar a los pacientes a identificar las sensaciones, los pensamientos y las conductas
111

ansiosas. Manipulando los parámetros específicos, el terapeuta puede examinar el efecto de estas variables sobre el
miedo del paciente.
Antes de empezar con la exposición, el terapeuta debería tener una idea de las clases de situaciones que se evitan y de
la dificultad relativa de dichas situaciones. Una vez que estas se identifican, se desarrolla entonces una jerarquía de
exposición. La jerarquía debería incluir de 10 a 15 situaciones temidas colocadas en orden de dificultad.
Finalmente, antes de empezar las prácticas de exposición, el terapeuta y el paciente deberían generar una lista de
variaciones de la situación temida. En muchos casos, el paciente no será capaz de proporcionar estímulos para las
prácticas de exposición debido a la ansiedad que sufre cada vez que se encuentra con esos estímulos. Por consiguiente,
a menudo dependerá del terapeuta o de la familia o amigos del paciente localizar los estímulos para las sesiones de
exposición.
Llevando a cabo las prácticas de exposición
La duración y el número ideales de las sesiones de exposición depende de las necesidades individuales del paciente así
como del aguante del paciente y del terapeuta. Las sesiones deberían durar de 1 a 3 horas, hasta que el paciente haya
experimentado una reducción del miedo o sea capaz de realizar tareas más difíciles (p. ej., acercarse más a un animal
temido) que cuando se inició la sesión. La mayoría de las fobias específicas pueden tratarse en un período que va de 1 a
5 sesiones, especialmente sí el paciente práctica por su cuenta entre sesiones.
Las prácticas deberían empezar con los ítems más fáciles de la jerarquía y progresar hacia los más difíciles, hasta que el
último se lleve a cabo con éxito. La rapidez con la que se intentan los ítems más difíciles depende de cuánta ansiedad
está dispuesto a tolerar el paciente. El moverse más deprisa por los ítems de la jerarquía conducirá a una reducción del
miedo más rápida, aunque la intensidad del temor que se experimenta durante las prácticas será mayor. El desplazarse
más lentamente hará que las prácticas sean menos aversivas, aunque llevará más tiempo superar la fobia.
Normalmente, recomendamos que los pacientes avancen a través de los ítems de la jerarquía tan rápido como estén
dispuestos a hacerlo.
Finalmente, los pacientes deberían alcanzar un punto en el que puedan hacer más que la mayoría de la gente que no
tiene miedo estaría dispuesta a hacer en la situación fóbica.
Se pueden utilizar varios métodos para ayudar a los pacientes a superar pasos cada vez más difíciles durante las
prácticas de exposición. En primer lugar, el terapeuta debería ser el modelo continuamente de una conducta sin miedo
ante el paciente. No es raro que el terapeuta necesite practicar antes de trabajar con el paciente. Además, el terapeuta
debería permanecer tranquilo a pesar del malestar del paciente. Se debería animar a los pacientes a que
experimentasen la profundidad de sus sentimientos o sensaciones, en vez de luchar contra ellos, distraerse o escaparse.
Se debería tranquilizar a los pacientes de que sus respuestas (p. ej., llorar, gritar) constituyen una parte normal de la
superación de una fobia. El terapeuta debería preparar al sujeto para sentir un malestar intenso y explicarle que el
malestar finalmente desaparecerá. Se debería insistir a los pacientes para que midieran su éxito por sus logros, en vez
de hacerlo por la manera como se sienten en la situación. Una sesión con éxito es aquella en la que el paciente afronta
la situación temida a pesar del miedo. La confianza del paciente aumentará con cada paso que se soporte sin
consecuencias catastróficas. Si un paciente rechaza llevar a cabo una tarea determinada, es función del terapeuta
encontrar una forma creativa para ayudar al paciente a progresar. Una manera de conseguirlo es haciendo los pasos
más pequeños.
Las prácticas entre sesiones
Se debería animar a los pacientes para que lleven a cabo prácticas de exposición entre las sesiones. Normalmente, la
exposición a la situación temida es más amenazante cuando no está el terapeuta y puede ser que los sujetos no estén
dispuestos a realizar tareas prácticas que sean tan difíciles como las que se practicaron en la sesión. En la medida en que
las prácticas entre las sesiones puedan ser estructuradas (p. ej., planificar un número concreto de prácticas y las
ocasiones para las mismas), es más probable que los pacientes realicen las tareas para casa. El terapeuta debería
anticipar posibles razones por las que no se pudiesen llevar a cabo las tareas para casa e intentar generar soluciones
para aumentar la probabilidad de que el paciente realice sus prácticas. Una de las razones más comunes para no llevar a
cabo la tarea para casa es la ansiedad excesiva que produce dicha tarea. Por consiguiente, se puede plantear a los
pacientes sugerencias alternativas de prácticas en el caso de que encuentren la tarea principal demasiado difícil. La
tarea más difícil puede reservarse para otro día. Llevar a cabo una práctica más fáciles mejor que no realizar ninguna. A
veces puede ser de utilidad implicar a la familia o a los amigos del paciente en las prácticas de exposición. Los miembros
de la familia pueden proporcionar ánimos y modelar la conducta sin miedo en la situación fóbica. Sin embargo, el
terapeuta debería asegurarse de que el/la amigo/a o el miembro de la familia entienda las razones de la exposición, sea
capaz y esté dispuesto/a a apoyar y ayudar al paciente durante las prácticas. Además, debería observar algunas de las
sesiones de exposición en las que participa el terapeuta para que le sean familiares las reacciones del paciente y para
que sepa cómo responder al miedo de éste. Finalmente, el paciente debería ser capaz de llevar a cabo las prácticas sin la
ayuda de familiares o amigos.
Otras estrategias de tratamiento
112

Estrategias cognitivas. Además de la exposición, se pueden emplear otros dos enfoques para ayudar a corregir la
información errónea sobre el objeto o situación temidos. En primer lugar, se debería instruir a los pacientes a que
buscasen información sobre dicho objeto o situación. En segundo lugar, se debería enseñar a los pacientes a identificar
pensamientos ansiosos poco realistas y considerar predicciones alternativas más realistas con respecto a la situación
fóbica. El primer tipo de pensamiento ansioso que está frecuentemente asociado con las fobias específicas es la
sobreestimación de la probabilidad. Esta clase de pensamiento implica una sobreestimación de la probabilidad de que
algún acontecimiento predicho ocurra, como, por ejemplo, en el caso de los pacientes que tienen miedo a volar que a
menudo sobreestiman la probabilidad de que un avión se estrelle. Para modificar este patrón de pensamiento, se
debería enseñar a los pacientes a evaluar las evidencias a favor y en contra de sus pensamientos ansiosos.
El segundo tipo de pensamiento ansioso que suele darse en individuos con una fobia específica es el pensamiento
catastrófico, que entraña una sobreestimación del impacto negativo de un acontecimiento si llegase a ocurrir.
Se puede poner en tela de juicio las predicciones catastróficas si cambiamos el centro de atención de los propios
pensamientos desde lo terrible que podría ser un encuentro con el objeto fóbico hasta cómo podría afrontar dicho
encuentro. Una forma de conseguir esto es hacerse a uno mismo preguntas tales como, «Realmente, ¿qué sería lo peor
que podría ocurrir?», «¿Por qué sería tan terrible si me encontrara con el objeto o situación?» o «¿Cómo podría
afrontar la situación?».
La exposición tiende a trabajar muy bien por sí misma. Sin embargo, para algunos pacientes, la reestructuración
cognitiva puede ser una ayuda válida para dicha exposición. Además, estas estrategias podrían constituir métodos útiles
para ayudar al paciente a realizar una práctica de exposición difícil que de otra manera podría haber evitado.
Exposición interoceptiva
Hay que recordar que algunos pacientes indican ansiedad con respecto a las sensaciones físicas asociadas con el miedo,
además de la ansiedad ante el objeto o la situación fóbicos. Además de la exposición a la situación fóbica, la exposición
a las sensaciones temidas puede ser útil para algunos individuos. Esto es especialmente cierto para las fobias que están
asociadas a una elevada ansiedad interoceptiva (p. ej., claustrofobia). Para estos pacientes, se pueden añadir, de forma
sistemática, ejercicios de exposición interoceptiva a las prácticas de exposición situacional.
Tensión muscular aplicada
La tensión muscular aplicada se ha empleado con gran eficacia en el tratamiento de la fobia a la sangre. La tensión
aplicada entraña el enseñar a los pacientes a tensar los músculos de su cuerpo con el fin de elevar la presión sanguínea
y, por consiguiente, evitar que se desmayen durante la exposición a las situaciones que incluyen sangre.
Mantenimiento de los beneficios del tratamiento
El éxito de los tratamientos para la fobia específica basados en la exposición suele ser duradero (Öst, 1989). Sin
embargo, se debería preparar a los pacientes para que afrontasen posibles recaídas. En nuestro programa, se advierte a
los pacientes sobre varios factores que podrían llevar a un aumento del miedo en el futuro. El primero de estos factores
es el estrés elevado. Se avisa a los pacientes que el estrés de la vida (p. ej., perder el trabajo, problemas maritales)
podría aumentar la dificultad para enfrentarse a una situación a la que se había tenido miedo.
En segundo lugar, una experiencia traumática en la situación temida (p. ej., un accidente de coche sufrido por un
individuo que ha superado una fobia a conducir) podría hacer más difícil las próximas exposiciones. Finalmente, largos
períodos sin exposición a la situación temida pueden conducir a un regreso del temor en un pequeño porcentaje de
pacientes. Si un individuo se da cuenta de que le vuelve el miedo, recomendamos que empiece otra vez con la
exposición sistemática. Además, para evitar un regreso del miedo, se debería animar a los pacientes a que realizas en
prácticas adicionales de exposición cuando surja la oportunidad.

*López Cognitivismo y psicoanálisis.


Introducción
Las relaciones a investigar se localizan pura y exclusivamente en el ámbito de las estructuras teóricas que ambas
disciplinas proponen, como siendo las determinantes subyacentes a todo fenómeno subjetivo. Aclaración necesaria,
pues no tocaremos en absoluto registro de la práctica psicoterapéutica, donde no sólo encontramos correlación, sino
más bien un divorcio notable en la manera de concebir el sujeto y de proponer una clínica de sus conflictos.
Para aclarar de entrada esta cuestión, expondré lo que mi juicio son las diferencias esenciales:
La psicoterapia cognitiva es la aplicación libre y bastante laxa de los descubrimientos propios de las ciencias cognitivas,
en todas las operaciones mentales entendidas como procesamiento de información. Si la conducta inapropiada es
porque el sujeto ha organizado erróneamente su percepción de un problema. Y si lo ha organizado mal, es en función de
un "patrimonio personal" de esquemas cognitivos erróneos cuyo núcleo es la autoimagen distorsionada. De este
postulado se deduce lógicamente que el terapeuta debe procurar demostrar al paciente su error y tratar de unificar sus
esquemas cognitivos, sobre todo su autoimagen desvalorizada.
Para la psicoterapia cognitiva, los llamados "esquemas cognitivos" son los fundamentos inconscientes de toda condición
mediante ciertos recursos como son:
113

 la observación de los pensamientos automáticos y valoraciones erróneas


 la identificación de condiciones autodestructivas
 la revisión de las propias hipótesis gracias a la cual el paciente percibe que sus definiciones no siempre son
incuestionables
 y el entrenamiento en estructuraciones cognitivas alternativa puestas a prueba en situaciones reales.
Dichos esquemas son transformados en el sentido de cogniciones más acordes con la realidad y con el verdadero ser del
sujeto.
Desde el punto de vista del psicoanálisis, esta propuesta resulta superficial y hasta cierto punto ingenuo, en tanto apela
a las funciones autónomas del Yo. Desconoce la adhesividad de la libido a satisfacciónes, precisamente autodestructivas
que contradicen tanto al principio de placer como los intereses conscientes. El analista descree la capacidad
organizadora y sintética del yo, pues sabe que la pulsión de muerte de todos modos se impondrá en la repetición.
La más reciente orientación en psicoterapia cognitiva tiende a incorporar estas actitudes contradictorias del hombre con
respecto al propio bien, reduciendo la importancia de la función representacional y acentuando, en cambio, la de
autoengaño, entre otros fenómenos reveladores de la no unidad del sujeto.
La caja negra y el esquema freudiano del aparato psíquico
Esta falta de unidad, o centro del sujeto, se correlacionan ambos discursos con la necesariedad lógica de instituir (o al
menos como ficción teórica) la función de un Otro como verdadero "ordenador" del funcionamiento psíquico y de las
relaciones sociales. El término "ordenador" en el campo de la informática, así como el de locución Gran Otro en
psicoanálisis, fueron creados con la exacta intención de conservar la reminiscencia de su origen teológico.
Donde el cognitivismo se encontró con que debía abrir la caja negra heredada del conductismo, Freud por su parte,
había introducido anticipadamente en la noción de huella mnémica, como primera diferenciación del inconsciente
emplazado entre la percepción y la conciencia (o también entre el estímulo y la respuesta).
La crisis de confianza contemporánea en el Yo en la razón
Hoy se cuestiona la existencia de un agente autónomo y centralizador de la experiencia humana. Ni la confianza en la
razón, ni idea psicológica de un yo, ni la filosofía de la conciencia, ni mucho menos la creencia en una supuesta
naturaleza humana, alcanzan para dar cuenta de la complejidad de los comportamientos del hombre, signados más por
la sinrazón y el desconocimiento que por el dominio de sus causas y efectos.
La negación lógica de que realmente exista un agente central unificador de los procesos cognitivos, despoja al Yo de su
tradicional "hinchazón" cartesiana, hasta desenmascarar su verdadera función de engaño, síntoma de alienación
irreductible del sujeto.
Es aquí donde encontramos las primeras aproximaciones entre las teorías del cognitivismo y el psicoanálisis: ambos
coinciden en desplazar sus investigaciones a la doctrina budista, para encontrar en sus prácticas manifiestas lo que a
occidente le cuesta tanto conseguir aunque sólo sea como idea: qué el Yo no es el sujeto, qué su unidad es imaginaria y
que su autonomía es ilusoria.
Si la ciencia cognitiva dejado de plantear que la cognición es representación mental del objeto, es porque ya no sabe
dónde buscar y mucho menos dónde encontrar, el supuesto sujeto agente de procesamiento que pudiera garantizar,
felizmente, una relación armoniosa entre conocimiento y realidad.
La incerteza de la existencia del Yo
Los teóricos de los procesos y fenómenos cognitivos, después de reconocer la imposibilidad de situar en la mente a ese
"homúnculo" llamado Yo, agente supuesto de los procesos cognitivos inobservables de por si, terminan resignándose a
declararlo como una suerte de "falsedad necesaria". En el psicoanálisis, dicha falsedad se plantea como la función
imaginaria del yo, para Freud, el yo no es otra cosa que el cúmulo de las identificaciones en las que se aliena el sujeto,
precio que paga para "ser" lo que en realidad no es.
Es así como la técnica analítica no conduce a una toma de conciencia, sino a la experiencia de lo que Freud llamó
escisión del yo, es decir, aceptar la imposibilidad estructural de la toma de conciencia. Está indica que lo inconsciente no
se hace consciente, sino que permanece opaco para el sujeto quien sólo entra en contacto con el Ello por medio de su
transposición en palabras, lo que no quiere decir "cognitivamente".
Más allá del Yo: la perforación del lenguaje
La afirmación de que no hay una mente pre-dada, frente a un mundo pre-dado, le permite a las ciencias cognitivas
superar la tradicional dicotomía exterior-interior, pero los atrapa en la necesidad lógica de desconocer lo que hoy en día
ninguna psicología podría negar: que el sujeto se encuentra profundamente determinado por una tendencia a la
repetición, aún en contra de sus intereses adaptativos.
Lacan dice que “no se trata de la negación del sujeto. Se trata de la dependencia del sujeto, lo que es muy diferente; y
muy particularmente de su dependencia en relación con algo verdaderamente elemental y que hemos intentado aislar
bajo el término de significante.” La dependencia a la que está sometido el sujeto por la incidencia del significante, que
coincide totalmente con la idea de una “autonomía” de los procesos inconscientes (por la cual lo inconsciente no es el
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reverso complementario de la conciencia) es en verdad una triple tendencia: a lo simbólico (el lenguaje), a lo imaginario
(la imagen del semejante), y a lo real (la pulsión de muerte).
Lacan encontrará en la topología de los nudos los instrumentos para su demostración, en la medida que dicha disciplina
hace caducar todas las relaciones exclusivas exterior e interior de la geometría tradicional.
Como la neurociencia no ha podido localizar en el cerebro los centros responsables de la actividad simbólica y, por otra
parte, es conocimiento atestiguado que el cerebro reacciona globalmente, ahora los expertos en química cerebral
hablan de una hipotética “sustancia gaseosa” para dar cuenta de todos aquellos procesos simbólicos que no se reducen
a lo sensitivo motor.
Algo en lo de las ciencias informáticas y el psicoanálisis estarían de acuerdo es que la máquina hipotética depende del
lenguaje, con la diferencia de que el psicoanálisis con Lacan ha ido más lejos: ha concluido en que lenguaje es la
máquina; máquina formal, no sustancial.
El cuerpo biológico, es la tarjeta virgen que tiene ciertas condiciones o casilleros que no produciría ningún efecto
simbólico si no fueran agujereados por algo que introduzca una falta selectiva y o positiva en su organización. El
lenguaje es ese algo que agujerea digitalmente el sujeto y lo convierte en máquina parlante que habla el lenguaje
autónomo del Otro, incluso con su cuerpo y con sus síntomas.
La primacía del lenguaje frente al innatismo lógico
Cuando hablamos de lenguaje, no nos referimos a ninguna superestructura de superficie como lo postula chomsky; nos
referimos a una estructura llamada lengua por Saussure, que tiene mecanismos propios y que al perforar sujeto lo dota
de una lógica, de un pensamiento y una realidad que no superarían los patrones del mecanismo instintivo sin su
mediación. La diferencia es que la máquina no puede singularizarse, es decir, no se reconoce a sí misma en ningún
registro.
Tanto para las ciencias cognitivas como para el psicoanálisis, el “almacenamiento de información” no es un acumulo de
significados, sino una organización de elementos en estructuras paradigmáticas y sintagmáticas puramente
significantes, es decir, unidades de sin sentido y de no identidad. La información (el significado), está en el Operador, y
no en la tarjeta. Quién formula las preguntas es el que sabe, quien responde no sabe nada, ni siquiera de sí mismo. La
información existe, pero no en la estructura simbólica, que es sólo un sistema diferencial de marcas, sino en las
significaciones que lee el operador cuando interroga al sistema. La ilusión consiste en creer que la máquina sabe del
sentido que produce.
Obviamente, no toda la maquina es reconvertida por el lenguaje, algo de ella queda fuera de la regulación simbólica y
ese algo es lo que se repite, insiste perturbando el funcionamiento idealmente “adecuado”. Lacan le puso nombre ese
algo: el goce, que viene a demostrar que, si bien la estructura es una máquina simbólica, el sujeto está además
amarrado a la cuerda de lo real de su cuerpo funcional. Y aquí volvemos a encontrar la diferencia entre el psicoanálisis y
toda otra psicología, incluso cognitiva.
Este lenguaje, cuando se pone a operar en el sujeto, lo desadapta totalmente a su medio natural; la “máquina biológica”
ya no funciona según su programa predeterminado y deviene “máquina formal significante”, es decir, artefacto que deja
de responder al instinto natural para quedar determinado por la artificiosidad del lenguaje, y sobre todo funda un
inconsciente que viene a echar por tierra toda la idea de adaptación cognitiva. Porque el lenguaje no sólo impone reglas
de funcionamiento simbólico, sino que al transformar la sexualidad biológica en una sexuación sujeta a la ley de
prohibición del incesto, produce también la insistencia y el retorno de aquel goce perdido, haciendo esta máquina
simbólica una estructura no completa.
Aquí radica la gran diferencia entre ciencias cognitivas y psicoanálisis. El inconsciente freudiano está regido por esta
gran máquina reglada que es el lenguaje; pero, como tal, no es emergente de ninguna interioridad; se trata de una
estructura totalmente ajena a la subjetividad . El sujeto no tiene arraigo en la sustancia. Además de la máquina de
lenguaje, existen al hombre el deseo y lo real del goce, al menos como insistencia, que arruina toda posibilidad del
cálculo predictivo en términos cognitivos. Este es el gran problema que no pudo resolver la Inteligencia artificial cuando
pretende producir criaturas similares al hombre.
Estamos de acuerdo entonces con las ciencias cognitivas en que la realidad no es aprehendida directamente como dada,
sino que toda actividad cognitiva consiste en la transposición automática del “percepto” al lenguaje de la computadora
humana, que no es otro que el lenguaje tal como lo conocemos en nuestro empleo de la palabra.
¿Pero en qué consiste la actividad del sujeto? no es una actividad previsible aunque se pretenda racional. El
cognitivismo “posracionalista” de Vittorio Guidano lo admite desde su propio nombre, que lo ubica en un más allá del
sujeto de la razón, dueño de sí mismo y del mundo. El sujeto siempre altera la lógica del proceso simbólico,
introduciendo otra lógica inconsciente fundada en la repetición. Antes que la pulsión de vida, predomina en el hombre
la pulsión de muerte, pero esta no es una condición humana natural sino un efecto de lo que la máquina del lenguaje no
puede procesar: el imperativo del Superyó.
La máquina informática de la ciencia cognitiva toma como modelo es homeostática: resuelve lógicamente mediante el
procesamiento de información, es decir, ni bien ni mal, las preguntas o problemas que el operador le plantea. La
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máquina del lenguaje, en cambio, tal como interviene en el sujeto es justamente lo contrario: desordena y pervierte la
homeostasis que nos admira en la relación entre el animal y su medio.
Para la teoría cognitivista, la máquina mental obedece a una programación elaborada para resolver problemas (ya sea
mediante la adaptación o la invención). Para el psicoanálisis, así como la estructura del lenguaje es la máquina misma, el
programa de esta máquina es el discurso del Otro. Pero este Otro no tiene otra existencia que la de ser ese programa
que se repite en todo sujeto, quien introducirá sus propias variantes, pero no podrá dejar de repetir. Por eso el
psicoanálisis no trabaja contra sino con la repetición.
Desde este punto de vista, la idea del “programa” asociada a la de cambio y progreso resulta totalmente contradictoria;
el sujeto del inconsciente tiene un solo programa llamado el “deseo del Otro”, y su vida toda consistirá en
entendérselas, mejor o peor, con ese deseo.
Segunda parte el debate en torno a la causalidad psíquica
1. La “autonomía funcional”, una solución fallida
Psicoanálisis y cognitivismo coinciden en atribuir autonomía en los procesos inconscientes; pero el término “funcional”
es una etiqueta que denuncia la imposibilidad de conocer con respecto a qué determinación pretendida los procesos
mentales son autónomos. Pensamos que se trata de un intento fallido de independizar tales procesos de una base (el
cerebro). La autonomía mental no tiene nada que ver con características funcionales, sino con una causalidad muy
concreta: la organización gramatical de cada lengua.
2. La rueda de la vida (arma) como aspiración de la causa
El principio vitalista es lo que Varela trata de evitar: sostiene que para el funcionamiento simbólico no sólo es
innecesario el Yo, sino que además, ese Yo se convierte en un obstáculo para la explicación de la causa.
Pero ¿si no soy yo, entonces quién es el agente, Quién conoce? la respuesta de Varela nos depara una sorpresa: no
existe un quién. Introduce la rueda de la vida o karma: se trata de una bella metáfora sobre el origen de la actividad co-
dependiente no dualista del sujeto. Son doce eslabones interdependientes que aluden a la formación histórica de
diversos modelos y tendencias de nuestra vida. Estas formaciones explican la continuidad del sentido del Yo. Estos doce
eslabones pueden descomponerse en elementos últimos, equivalentes metabólicos, de las “partículas” tan
ansiosamente buscadas por las ciencias cognitivas cuando se trata de dar cuenta de las unidades con que opera la
cognición.
Estos elementos básicos, las ciencias cognitivas lo sitúan en la interioridad del cuerpo. Se trata de la memoria como
almacenamiento de información. Si las unidades mínimas de información (byte) se almacenan como datos puramente
diferenciales (digitales), eso aún no responde a la pregunta por el lugar donde la información se almacena. Decir “la
mente” es una respuesta ontologizante, demasiado vaga e inespecífica.
El psicoanálisis tiene una respuesta: la información no le pertenece el sujeto ni se almacena en alguna zona oscura de su
interioridad. Antes bien, circula en una exterioridad simbólica a partir de la eficacia del discurso de nuestros
antepasados, llamado discurso del Otro, y afecta a cada cuerpo y a cada sujeto en su diacronía temporal de manera
particular. La internet sirve para darnos una idea de una estructura sin ceder, compuesta de unidades que, si bien
hipotéticamente finitas (los ordenadores de todo el mundo) permiten una combinatoria infinita.
3. El hombre, no la realidad plantea los problemas
Para las ciencias cognitivas, los estímulos perceptivos brutos (analógicos) son “transformados” en elementos o unidades
simbólicas, compatibles con las condiciones operativas del sistema cuya función es: lograr una representación adecuada
de una realidad y construir una realidad que sea viable.
Levi Strauss plantea que la realidad no tiene problemas, el hombre problematiza la realidad de acuerdo a intereses y
objetivos propios de cada cultura, entre ellas no todas apuntan a lo mismo ni tienen del progreso la misma idea.
4. Cuestionamiento de la realidad
Los denominados dispositivos discursivos o paradigmas, son la manera de plantear una relación del hombre con el
mundo que no es directa, sino siempre mediatizada por grandes masas discursivas que operan como realidad para un
grupo dado, en un momento dado, pero no en un mundo dado. Todo esto fue planteado tempranamente por Freud,
quien demuestra la importancia de la fantasía en la constitución de la realidad, a punto tal que ambas estructuras
forman una misma superficie.
5. De qué está hecha la máquina
Este título hace referencia a la realidad ontológica del sistema. Las ciencias cognitivas son prudentes rechazan el
reduccionismo organicista. La mente del cognitivismo, y su metáfora como sistema informático, es una verdadera res
cogitans, por sus propiedades y operaciones; y el cerebro es la res extensa que le sirve de soporte complementario. Se
supone así que la mente computacional está encarnada en el cerebro, y aunque diferente a él, utiliza su sustancia de
una manera que no queda explicada satisfactoriamente, ya que, descreyendo de las localizaciones puntuales, sostiene el
cerebro reacciona como organización global e interdependiente animado por una “sustancia gaseosa”. Para el
cognitivismo una cosa es la realidad material y otra la realidad simbólica, pero veremos que es imposible desvincular
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una de la otra mientras se siga sosteniendo que la experiencia humana, siempre simbólica, tiene su punto de partida en
la materia.
6. La analogía imaginaria entre el hombre y la máquina
La relación entre el hombre y la computadora es un fenómeno imaginario, producto de la ilusión que produce la
máquina sobre una supuesta capacidad de responder “como” un sujeto, incluso con sus mismos medios: el lenguaje
hablado y escuchado, pero donde hay absoluta ausencia de subjetivación, es decir, de reconocimiento de sí mismo. La
computadora sin duda tiene una existencia que confunde: su comportamiento inteligente favorece que la tratemos
como a un Otro, incluso un Otro superior. Pero se trata de una ilusión; mientras que el hombre se sale todo el tiempo
del programa y hasta lo contradice, la máquina no hace más que repetirlo, no tiene nada que le sea propio y singular. Su
existencia es una existencia vacía y exterior.
La computadora sigue las pautas de los procesos cognitivos humanos, pues del hombre es el que la pone en el mundo a
su imagen y semejanza, es decir, subordinada a ciertas leyes que serían imposibles sin el lenguaje.
7. La causalidad en los tegumentos del cuerpo
8. Enfoque enactivo de la causalidad
Varela propone la teoría de la enacción, este enfoque está postulado como una tercera etapa en el desarrollo de las
ciencias cognitivas y parte de la afirmación de que el yo, entendido como conciencia, es un elemento cuya falsedad, a
pesar de su necesidad, la ciencia debe denunciar. De la misma manera, la conciencia aparece como una realidad ubicua,
totalmente prescindible para los procesos cognitivos. Varela refuta los supuestos del cognitivismo anterior resumidos de
los siguientes los siguientes errores: el primero es que habitamos un mundo con propiedades particulares tales como
longitud, color, movimiento, sonido; el segundo es que captamos estas propiedades representándolas internamente; el
tercero es que un “nosotros” subjetivo separado es quien hace estas cosas.
El paso que da Varela consiste en des-sustancializar los procesos cognitivos y ubicarlos en la dimensión de los
intercambios simbólicos, con lo cual vuelve a tocarse con el psicoanálisis. La ciencia cognitiva en esta tercera etapa
enactiva propone la puesta en obra de un mundo y una mente a partir de una historia de la variedad de las acciones que
se realizan en el mundo. De allí en más ya no será posible seguir pensando en términos de interacción, pues la cognición
como acoplamiento, también codependencia, implica una topología del exterior en lo interior y viceversa, modificados,
o aún mejor, constituidos en una “evolución como deriva natural”. Lo que Varela se propone demostrar es que los
organismos evolucionan, o mejor dicho, que evolucionan en la medida que enactúan a través de una historia de
acoplamiento.
Lo que Varela ha advertido es el fracaso de todas las teorías vinculadas al cognitivismo que buscan la existencia de los
elementos últimos de la cognición en el espacio interior de la mente, o aún peor, del organismo, y que mantienen el
“obstáculo epistemológico” de un paradigma dualista que separa interior-exterior. Se atreve a dar un nuevo paso: el
paso que destituye al sujeto de la representación como organizador de su realidad personal y de su mundo.
Pero la tenía en activa también tiene sus limitaciones, al acentuar las funciones cognitivas en la relación del sujeto con el
mundo, y dejar de lado la constitución de un sujeto inconsciente; su “enacción” puede reducirse a la teoría no dualista
del budismo: una especie de compenetración yo-otro, o yo-mundo, donde si bien aparece un sujeto descentrado con
respecto a sí mismo, esto no da cuenta en absoluto de la constitución sujeto particular sino sólo del funcionamiento de
la estructura cognitiva en el plano de las relaciones imaginarias y fantasmáticas. Quizás se enactivismo pudiera reducirse
a la teoría freudiana de la fantasía como realidad psíquica.
Estas dificultades afloran cuando se trata de dar cuenta de la articulación inconsciente consciente. El cognitivismo divide
al sujeto cognitivo en dos: por una parte, la cognición es computación simbólica inconsciente, por la otra, es experiencia
consciente. El resultado es que la psicología ahora no tiene dos dominios de que ocuparse (el cerebro y la mente) sino
tres: el cerebro, la mente computacional( inconsciente) y la mente fenomenológica (la conciencia).
Aun así, para el psicoanálisis no se trata del acoplamiento entre distintas relaciones cognitivas, sino de como la
estructura exterior del lenguaje atrapa un organismo y lo trastoca de tal forma que lo constituye en sujeto, haciendo de
esa exterioridad el núcleo mismo del ser. Se trata de dilucidar la cuestión acerca de cómo es posible que un sujeto
enactivo sea al mismo tiempo singular.
9. Lo que el psicoanálisis aporta
Para Lacan, el reduccionismo simbólico es una operación que apunta a dilucidar los fenómenos de las estructuras y no la
infinita variabilidad de sus efectos. La poderosa llave que abre esa posibilidad es la inclusión de la estructura del
lenguaje que, aún siendo un sistema autónomo y exterior, constituye todo lo que hay de interior en el sujeto. Los
procesos inconscientes son operaciones del lenguaje y están limitados por él. De tal forma que lo más exterior es al
mismo tiempo lo único interior. No todo puede ser procesado por el lenguaje: queda un resto no simbolizable, pero ese
resto funciona como instancia que pone a prueba la actitud simbólica del aparato para hacer la frente o transformarlo.
Esos útiles elementos extraños al organismo biológico pero sin embargo eficaces en la producción de efectos psíquicos,
son los elementos que la lingüística descubierto comunidades de lenguaje: los significantes. El significante como tal
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captura el organismo y lo transforma en cuerpo pero no pertenece de por sí ni al organismo ni al cuerpo, sino al campo
del Otro: son sus stigmata.
Los significantes tienen una existencia material y por tanto ocupan un lugar: son diferencias fónicas localizables y que
funcionan objetivamente en la lengua. En eso consiste su particular materialidad que, no siendo sustancia es sin
embargo bien real. El lenguaje es para Lacan el Otro con mayúscula, que no existe sino en tanto estructura de reglas
operatorias, y el lugar donde se encarna es el deseo de los otros que hablan a la cría humana desde aún antes de su
nacimiento. El número propio no es sólo es elemento material que nos da un lugar legal en el mundo y nos identifica
desde nuestra partida de nacimiento en adelante . Sobre todo un elemento puramente simbólico asemantico, que
marca el sujeto como un rasgo unario, que si bien no alcanza significarlo, sirve a los fines de su diferenciación. De tal
modo que si todo sujeto sabe quién es incluso esto se debe solamente a que está identificado por un elemento formal
que le asegura no ser ningún Otro. Esta marca es permanente y asegura la continuidad del sujeto en el tiempo. Gracias a
este recurso, el ser humano como ser parlante es el único que puede reconocerse a sí mismo.
La cuestión de la autoconciencia de Varela se reduce en el psicoanálisis a un ser fenómeno imaginario, efecto de la
identificación simbólica que el sujeto recibe desde el Otro, a través del Edipo como legado paterno de un nombre
propio. Este nombre cumple la función de localizarlo particularmente en el seno de un linaje como ser sexuado
subordinado a leyes estructurales del parentesco.
10. El ideal del hombre máquina
Metaforizar el orden simbólico de lenguaje como máquina informática no es lo mismo que comparar a el hombre con
ella. Aclaramos esto pues luego de utilizar la metáfora computacional como símil en funcionamiento mental subjetivo, la
psicología cognitiva se ha deslizado proponer técnicas psicoterapéuticas donde explícita o implícitamente, se propone el
ideal de una resolución de los problemas individuales, de pareja y familiares, que siga los pasos de procesamiento de
información que utiliza un ordenador digital.
Así, el hombre sano, sería aquel que en su funcionamiento vital se pareciera mejor una máquina capaz de acoplamiento.
Pero tengamos en cuenta que no hay adaptación lograda que al mismo tiempo no implica la renuncia a lo más
verdadero del sujeto: su deseo. Esto es la imperfección de su funcionamiento, lo que lo hace impredecible, que es lo
que no padece la máquina.

DONDE ESTA MI MENTE LOPEZ

*Fernández Álvarez. Fundamentos de un modelo integrativo en psicoterapia.


Un número creciente de enfoques integrativos de psicoterapia se ha desarrollado a lo largo de la década del 80. La
inquietud teórica que subyace a este fenómeno se corresponde con la evidencia de que en la práctica, los
psicoterapeutas utilizan progresivamente, formas de abordaje que incluyen elementos provenientes de diferentes
enfoques originales.
Razones clínicas y teóricas
Las razones clínicas están vinculadas a la creciente diversificación de las ofertas de tratamiento, tanto en lo referente a
los objetivos como a las técnicas utilizadas. Las razones teóricas se refieren a la progresiva multiplicidad de los modelos
y sus variantes.
Desde antaño, los hombres habrían apelado a la influencia de la palabra como modo de producir cambios para ayudar a
individuos que sufrían. Freud descubrió la posibilidad de fundamentar científicamente el empleo de dicho recurso,
iniciando una nueva era en la asistencia de los trastornos psíquicos. El psicoanálisis se constituyó al mismo tiempo en un
modelo teórico de investigación sobre el psiquismo y una técnica de tratamiento de ciertos desórdenes mentales.
Para entonces, la psicoterapia era un procedimiento único, tanto desde el punto de vista del modelo teórico sobre el
que se apoyaba, como desde el punto de vista del procedimiento técnico que utilizaba. Además, y en consonancia con
ello, se ocupaba del tratamiento de un acotado y homogéneo grupo de patologías.
A lo largo de esta centuria, lo que identificamos como psicoterapia se ha ido diversificando extensamente. En primer
lugar, los problemas a los cuales va dirigida esta forma de intervención son en la actualidad tan diversos y heterogéneos
que existe, prácticamente para toda situación de padecimiento psíquico, algún recurso probable de intervención
terapéutica.
Las circunstancias que han conducido a esta extraordinaria proliferación de objetivos para los cuales se destina la
psicoterapia en la actualidad, encuentran su punto de partida en la gradual aceptación social de este nuevo recurso. La
expansión de la psicoterapia es una respuesta a la convicción de la conciencia social contemporánea, respecto de la
participación de los factores psicológicos en la generación del sufrimiento humano y la utilidad que cree encontrarse en
la aplicación de este recurso para mitigar dicho padecimiento.
A las sucesivas variantes del psicoanálisis se fueron agregando las propuestas de la psicología humanístico existencial,
del conductismo, de la psicología de la Gestalt, etc., generando un campo de propuestas no solo diversificadas sino en
muchas oportunidades enfrentadas entre sí.
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La diversidad señalada produjo una doble consecuencia: búsqueda de los puntos comunes entre los diferentes modelos
y confrontación de los resultados.
La obra de Frank sostenía enfáticamente la existencia de muchas notas comunes entre las diferentes psicoterapias que
resultaban exitosas. Concluía que las notas comunes a todas las psicoterapias eran cuatro características:
-Una relación particular entre el paciente y el terapeuta, cuyo ingrediente esencial es la confianza del paciente en la
competencia del terapeuta para ayudarlo.
-Sus entornos son designados por la sociedad como lugares de curación.
-Todas las psicoterapias se basan en el funcionamiento de un mito sobre la salud y la enfermedad; ese mito debe ser
compartido por el aparato cultural que defienden el paciente y el terapeuta.
-Toda psicoterapia implica un procedimiento que resulta de una prescripción teórica.
La investigación en psicoterapia fue dirigida a examinar dos cuestiones principales: la evaluación de resultados
obtenidos con diferentes técnicas en el tratamiento de problemas equivalentes y el estudio de la estabilidad en el
tiempo de los logros informados. Estas siguen siendo hoy en día las dos cuestiones fundamentales sobre las que debe
responder cualquier procedimiento de psicoterapia.
A pesar de los distintos ejemplos, la tendencia general de los estudios de investigación en este campo, se inclina a
entender del autor, de forma abrumadoramente superior en el sentido de afirmar la dificultad de establecer diferencias
significativas en favor de una técnica en particular.
Reduccionismo e integración
Distintas posiciones fueron asumidas ante la necesidad de responder a las nuevas situaciones:
La primera quedo representada en la postura de algunos científicos y profesionales radicales que se parapetaron detrás
de un acentuado reduccionismo. Desde esta perspectiva, las diferencias de procedimientos fueron interpretadas como
desviaciones o variaciones incorrectas de las técnicas legitimas o bien como el resultado de nuevos desarrollos de
inferior categoría terapéutica.
Muchos expertos generaron una segunda propuesta, basada en el peso de esta realidad empírica: las técnicas mixtas.
Para cada una de ellas, los expertos procuraron llevar adelante su tarea a partir de reformulaciones teóricas y
conceptuales que volvieran justificables las nuevas aplicaciones.
Una tercera postura para responder a la diversificación de enfoques y técnicas estuvo dirigido a elaborar modelos
teóricamente consistentes que apoyaran estos procedimientos. Dos fueron las alternativas propuestas: los modelos
eclécticos y los modelos integrativos.
Los modelos eclécticos consistieron en la elaboración de nuevos principios de intervención, orientados a probar la
plausibilidad de utilizar técnicas provenientes de diferentes enfoques, aprovechando recursos que habían probado ser
eficaces en su implementación original. Un principio general sustentado por los modelos eclécticos es que las distintas
psicoterapias tienen elementos comunes, y por ende resulta posible reagrupar diferentes procedimientos técnicos en
favor de un modo de operar diversificado.
Otro criterio fundamental de los procedimientos eclécticos es la verificación de que la eficacia de los resultados
obtenidos con la implementación de una técnica terapéutica específica, es independiente del grado de conocimiento
que el profesional tenga del marco de referencia teórico que la sustenta, y que la precisión al usarla depende de haber
logrado el entrenamiento adecuado y de poseer la capacidad y habilidad básicas necesarias.
Los modelos integrativos se originaron sobre la base de una perspectiva equivalente, pero la distinción fundamental
está dada en que su desarrollo exige una premisa adicional, suponiendo una mentalidad marcadamente diferente. El
principio sobre el que se desarrollan es que las aportaciones de los distintos enfoques terapéuticos pueden combinarse
no por la yuxtaposición armónica de diferentes procedimientos en un mismo nivel de organización teórico y técnico,
sino que pueden integrarse en un nivel superior de elaboración conceptual en el cual pueden basarse, entonces
adquieren una completa reformulación en términos de la nueva estructura teórica y clínica generada.
Es necesario hablar de los modelos integrativos en plural, ya que la elaboración de uno de estos modelos no implica la
construcción de un único y totalizador sistema de psicoterapia, pues supone una manera particular de interpretación de
los hechos que no excluye otras alternativas.
Enfoques tradicionales de psicoterapia
Una variable fundamental a tener en cuenta en el momento de analizar los alcances de los enfoques tradicionales de
psicoterapia se relaciona con el tratamiento particular que cada uno de ellos ha otorgado a los procesos psicológicos
vinculados con la generación de los trastornos para los cuales puede utilizarse este tipo de tratamiento.
Si tratamos a esta variable como un continuo, podemos situar en cada uno de ambos extremos los procesos utilizados
de manera prevalente en la psicología para explicar la conducta: motivación y aprendizaje.
Los enfoques psicodinámicos originados en el psicoanálisis explican la manera como se producen los trastornos
psicológicos apelando a una hipótesis motivacional, y construyen una psicopatología basada en la naturaleza del
conflicto intrapsiquico.
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Las perturbaciones psicológicas suelen manifestarse por síntomas que constituyen las formas manifiestas, superficiales y
externas de conflictos subyacentes y profundos, cuya raíz se encuentra en la actividad inconsciente del individuo. Es
justamente este carácter inconsciente de la naturaleza del conflicto lo que explica que la persona no pueda revertir
voluntariamente la producción de sus síntomas. El trabajo terapéutico no debe ir pues dirigido a la desaparición de los
síntomas, sino a la elaboración de los conflictos que los sustentan, ya que la eliminación de los síntomas no supone una
verdadera curación.
Los enfoques conductistas en cambio, han enfatizado el papel del proceso de aprendizaje en la generación de los
trastornos, que pasaron a explicarse en función de la producción de hábitos perjudiciales para la persona. La conducta
patológica tiene lugar siguiendo los mismos principios que la conducta normal, es decir, de acuerdo con el
funcionamiento de procesos de condicionamiento, a través de los cuales se implantan determinadas formas de
respuesta frente a la aparición de determinados estímulos. Lo que sostiene una conducta patológica, y por ende, lo que
sostiene la presencia de síntomas perturbadores, es la existencia de determinados refuerzos que operan en la situación
presente y cuya reaparición constante da cuenta de la repetición de los comportamientos patológicos.
Otro eje a considerar en la clasificación es como las psicoterapias se han alineado en relación con la forma de tratar el
modo como participan el individuo y el contexto en la generación de los trastornos, y por lo tanto, en el tipo de
intervenciones sugeridas con el fin de lograr una mejoría en el estado del paciente.
Los enfoques humanístico existenciales se apoyaron en una descripción de los trastornos basada en un análisis
existencial, donde la experiencia del sujeto que padece muestra la presencia de una condición enajenante en el
despliegue vital que le impide su realización personal. El trabajo terapéutico apunta a generar las condiciones necesarias
para que el individuo que padece pueda reflexionar sobre su condición y avance por un camino de realización espiritual
que le permita abandonar la enajenación en la que ha caído.
Los enfoques interaccionales por el contrario, consideran que los trastornos son el resultado de una serie de
mecanismos activados en las redes de interacción. Las formulaciones más representativas de este tipo de enfoque son
las diferentes modalidades de terapias sistémicas. Desde esta perspectiva, la presencia de un factor sintomático en el
comportamiento de un individuo no señala necesariamente la existencia de un trastorno en dicho individuo sino que
delata la presencia de un juego de relaciones en el marco de un sistema comunicacional al que esa persona pertenece.
La terapia estará dirigida a operar sobre el sistema en su totalidad, pensando que solo una modificación en la red de
interacción de dicho sistema hará posible resolver el problema que está en la base de la conducta que afecta a un
individuo particular.
La elección de estos cuatro enfoques responde al hecho de que, a juicio del autor, son los que mejor representan las
formas más características y que mejor permiten visualizar como se determinaron los ejes de constitución del campo de
la psicoterapia.
Necesitamos modelos que sean capaces de abordar al paciente en la conciencia de que todas estas variables operan
conjunta y simultáneamente, y que todas las intervenciones que realicemos serán, por consiguiente, tanto más útiles
cuanto más tengan en cuenta que esos diferentes aspectos son partes de una totalidad.

LEY DE IDENTIDAD DE GENERO

TRANS, ENTRE SEXO Y GÉNERO. DAQUINO. FICHA 3353.


Actualmente, de la mano de las teorías de género y queer, que afirman que tanto identidades sexuales culturales como
las de género parten de construcciones socio-culturales que nada tienen que ver con determinantes biológicos, el
término transexual está siendo cada eclipsado por el de “transgenero”. Proponen un desabrochamiento entre el sexo, el
género y las identidades, sin ningún tipo de correlación natural. Es preciso que diferenciemos estos términos, y para ello
nos remitiremos a la diferenciación que realiza Cevasco:
El sexo es todo aquello que parte de la diferenciación anatómica en términos cromosómicos, hormonales y gonadales. Es
ese distingo que se realiza en función de la diferencia genital y que reparte a los sexos entre macho y hembra
estableciendo un primer marcaje en la identidad de un sujeto, y que presenta variaciones como los intersex
(medicamente denominados hermafroditas).
El género es un concepto que se utiliza en función de la asignación de identidades y roles sociales sobre la base de la
bipartición sexual: hombre/ mujer; masculino/femenino. Es decir, que dicha noción daría cuenta de las conductas y roles
sociales/sexuales atribuidos a hombres y mujeres según lo que cada cultura determina como “lo esperable”, donde
entran en juego modelos sociales, ideales, pautas y normas de conducta.
En la transexualidad hay un movimiento que va del sexo al género que tiene consecuencias clínicas, ya que es cada vez
más frecuente que los sujetos trans manifiesten su discordancia a nivel del género y no a nivel del sexo biológico, es
decir que se reconocen pertenecientes a un sexo, pero no sucede así a nivel del género autopercibido. Este corrimiento,
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implica que prestemos atención para no realizar una patologización de las identidades trans a modo de presupuesto en
una cura; sino más bien que podamos ubicar que de lo que se trata allí es de sujetos que desde diferentes discursos han
sido abolidos como tales y tomados como objeto de estudio, pocos se han abocado a ubicar allí un sujeto más allá de un
diagnóstico, que aunque sea necesario para la dirección de la cura puede también funcionar como resistencia del lado
del analista obstaculizando la escucha.
Psicoanálisis: sexuación y ¿psicosis?
Con Freud la sexualidad se aleja de la mera orientación de la unión de las células genéticas como fin, para convertirse de
la mano de la pulsión y del objeto, una manifestación de la vida anímica de los sujetos, que aparece en todas las
instancias del desarrollo. Podemos decir que Freud fue el primero en plantear un necesario desabrochamiento entre
sexo, género y sexualidad.
Otro concepto que toca a la sexualidad en psicoanálisis es el de sexuación acuñado por Lacan para dar cuenta del modo
en que la diferencia sexual se establece según los modos de goce (fálico y no todo fálico) y que concierne a una elección
inconsciente del sujeto que articulara lo real del cuerpo, las identificaciones resultantes el Edipo, las fijaciones de goce y
la respuesta a la castración, pudiendo el ser hablante arribar a una posición sexuada, a una identidad sexual, y
autorizarse en la misma, independientemente de la diferencia anatómica de los sexos. Resulta imposible que
abordemos estos postulados sin mencionar al falo, en tanto concepto primordial que aporta el psicoanálisis y en torno
al cual giran estas nociones.
Tanto en el pequeño varón como en la niña, con el estatuto del Falo, la diferenciación sexual anatómica adquiere un
contenido y una dimensión simbólica universal, expresada esta última en la lógica presencia-ausencia de falo, es decir
falo-castrado.
En el niño, la caída de la organización genital se organiza en torno a una amenaza de castración. En él, esta posibilidad
de pérdida de su pene se construye frente a la percepción de la ausencia del mismo en la niña y quedara enlazada luego
en el Complejo de Edipo. Es en la aceptación de la castración como algo posible, que el Complejo de Edipo en el niño se
va a su fundamento.
En la niña, Freud encuentra que ésta, al apreciar que no es portadora del pene, se asume como castrada. Más tarde
situará que en ella el Edipo es secundario al complejo de castración. La asunción de la castración precede y prepara al
complejo de Edipo.
Masculinidad y feminidad en la tesis de Freud, serian consecuencias psíquicas de la diferencia anatómica de los sexos,
que se anudan en torno a la premisa universal del falo.
Lacan, plantea que el complejo de castración tiene una función de nudo en la instalación de una posición inconsciente
sin la cual el sujeto no podría identificarse con el tipo ideal de su sexo.
Con la postulación del falo como significante, Lacan explica el modo en que ese anudamiento produce un sujeto. El falo
es el significante privilegiado de esa marca inaugural que determina al sujeto en tanto deseante.
Diana Rabinovich, indica que es a través del complejo de castración y de la primacía del significante fálico que el sujeto
encontrara una posición que le permitirá identificarse como hombre o como mujer a nivel del inconsciente, más allá de
la anatomía que lo determina.
La consideración de lo trans en el campo de la psicosis se realiza en la clave de los desarrollos lacanianos de “La
significación del falo” y de la cuestión preliminar; de esta manera se plantea que asumir una posición sexuada implica el
atravesamiento del sujeto por el complejo de Edipo-castración, obteniendo al falo como significante primordial a través
de la intervención paterna, en la operatoria de la metáfora paterna.
Si la sexuación depende del pasaje del sujeto por el complejo de Edipo-castración vía la metáfora paterna, cuyo
resultado es la obtención del significante fálico que garantiza una identificación al ideal del sexo, es a través del
significante fálico que se produce el pasaje de un cuerpo biológico a un cuerpo sexuado (en términos de identidad) la
posición sexuada como hombre o como mujer y la regulación del goce.
En la psicosis, al haber forclusión del Nombre del Padre, dicho pasaje no se produce, quedando posicionado el sujeto
psicótico en un goce que quedaría emparentado al goce femenino, dando cuenta de lo que Lacan en 1972 denominó el
empuje a la mujer en la psicosis. El empuje a la mujer es un efecto del rechazo del significante fálico: el sujeto se ve
inducido a una feminización en términos de modos de goce. Al quedar su goce por fuera de la regulación fálica se ve
empujado a un goce desregulado.
121

A partir de estas lecturas podemos extraer que en el psicoanálisis y para algunos analistas, la transexualidad quedaría
articulada con la psicosis, en la medida en que plantea la posición transexual a partir de la no asunción de la sexuación,
mediante el rechazo del significante fálico y en la demanda de corrección quirúrgica de ese error.
General-particular: insondable decisión del ser.
Existe una psicopatologización de las identidades transexuales per se, este es un presupuesto común tanto en la
psiquiatría, la psicopatología y el psicoanálisis.
No se trata de ajustar los sujetos a los conceptos, sino de favorecer el despliegue de la subjetividad evitando caer en una
psicopatologización del transexual que resultaría en un recurso forclusivo en lo que podría ser el encuentro de un sujeto
trans con un analista.
Más allá de una categoría diagnostica en la transexualidad, Lacan habla de un “enérgico deseo” en el transexual.
Ponerlo a trabajar, también dependerá del deseo del analista, de su neutralidad y de su abstinencia. Existe en estos
sujetos una insondable decisión del ser, de ser de otro género y/o sexo, y quisiera retomar la fórmula de Lacan en
“Acerca de la causalidad psíquica”, para aventurar una primera propuesta: dejarlos llegar a ser tal como son. Ir al uno
por uno, dejarse interpelar por los sujetos transexuales y escuchar lo que tienen para decir y no forcluirlos de antemano
del dispositivo analítico, en pos de adecuarlos a postulados teóricos. Otra propuesta, es que podamos concebir a la
transexualidad como un modo otro de responder a la castración y de hacer con lo real, con la imposibilidad de escribir la
relación sexual y poder pasar de “la transexualidad” en tanto universal, a cada sujeto transexual, al uno por uno, en
tanto singular.
Frente al universal que podría postularse en modos lógicos como todo transexual es psicótico, propongo el particular
negativo, no- todo transexual es psicótico.

PARA UNA CLÍNICA DEL TRAVESTISMO: CASO M. HAYDÉE IGLESIAS. FICHA 3320.

El travestismo como práctica de cambio de apariencia sexuada, difiere tanto de transexualismo, que puede concretar la
transformación anatómica genital y también del cross-dressing como uso de vestimenta socialmente asignada al otro
sexo. En la actualidad el travestismo está incluido en el campo “trans” género, por el discurso social. En psiquiatría la
noción de travestismo fue introducida por el médicoHirschfeld.

Lacan distinguió el travestismo de la homosexualidad. Afirmaba que “en el travestismo el sujeto se identifica con lo que
está detrás del velo”. El mimetismo da a ver algo en tanto distinto de lo que podríamos llamar un él mismo que está
detrás. El efecto es el casi camuflaje. Aclara que no es una cobertura ajena ni una imitación a otro.” Se trata de volverse
veteadura” (como en el fondo en el que se camufla, el sujeto ha de localizarse como tal). Cuando se trata del disfraz
para el sujeto es insertarse en una función cuyo ejercicio se apodera de él. Hay un efecto de subjetivación en lo
mimético. El sujeto queda inserto, se posiciona como sujeto en esa producción, instaurando por lo mimético una
distancia, una mediación, un “distinto de él mismo”.

Pero la reformulación lacaniana sobre la perversión, como posición de goce en el seminario 16, afecta a cómo concebir
el travestismo en su relación con la perversión. Al proponer que el sujeto en la perversión se ubica como objeto-
instrumento que restituye fantasmáticamente el goce del Otro, conduce a que la práctica del travestismo debería
delucidarse por el valor y posición de goce que tome en cada ser hablante en su singularidad: no todos los travestis
dividen al Otro angustiado en la ostentación fálica a revelar la verdad de la mascarada, dando muestras de un saber
hacer intimidante. Lacan dijo también tempranamente que en el travestismo el falo no tiene todas las credenciales, la
condición de poder operar es que esté velado- esto incide en la experiencia subjetiva con el órgano, el pene propio. La
experiencia subjetiva del encuentro con lo real que agita al pene, puede ser tramitado como en Juanito, o seguir la
vertiente de un rechazo al cuerpo en la neurosis, o desregularse en el empuje a la mujer en una psicosis.

En 1972 Lacan afirma que todo ser hablante, en tanto hablante, tendrá que encontrarles función a sus órganos. Su
posición de ser de lenguaje le hace cuerpo y ubica los órganos. Al referirse al transexual, dice que éste confunde el
significante fálico respecto del cual busca ubicarse, con el órgano y por ello pasa al acto en las operaciones genitales. No
es el caso del travestismo. Respecto del órgano, Marlen dice, “una trava porta un pene, pero no es un pene con todas
las de la ley… dos penes no son iguales… el pene de una trava es uno resignificado, con femeneidad”. En la medida en
que el travestismo se constituye como respuesta subjetiva, el velo enmarca la experiencia del pene y el goce peneano
sus bordes. La clínica del travestismo interroga a los analistas: ¿cómo dar cuenta acerca de que la identificación con la
imagen sexuada del ser hablante tiene esta mutación? ¿Un armado del cuerpo que requiere del disfraz para habilitarlo
o creerse con cuerpo diferente a su constitución anatómica?
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Caso M: la construcción singular de un travestismo.

Llega alguien a la consulta con vestimenta de mujer, discreta con voz femenina y un nombre ambiguo al género. Aclara
“biológicamente nací varón”, afirma ser mujer. Demanda terminar de asumir su sexualidad (a los 43 años). Para el
sujeto su problema es su inhibición de “mostrarse más mujer” y el temor de perder un lugar en su familia si lo hace.
Para la analista se recorta como sintomático tanto este empuje y temor, como algo no resultó en esa ajenidad y
extrañeza de su cuerpo e imagen y nombre de varón, así como también cierto rechazo al lazo afectivo.

Desde la infancia vivió “la incomodidad de su cuerpo natural de varón y de su pene”, soledad y aislamiento social
atribuyéndolos al inhabitable lugar “obligado” de varón. En M, ¿qué pasó con el recubrimiento de brillo fálico en la
constitución de su narcisismo que considera “su imagen de varón una mentira?” ese goce que incomoda y no es
operable quirúrgicamente lleva demandar un análisis para “erradicar al varón homosexual y convertirse en mujer”,
alejándose de lo ambiguo. Llamándose “mujer trans” y no travesti, se propone como una excepción: no ser gay, no
varón, distante tanto de varones gay como de las travestis grotescas. En la interrogación por las operaciones aclarará
que no se operará “eso”. Legalmente afirma sin convicción que cambiaría su nombre por uno de mujer elegido, pero
conservando parcialmente el nombre recibido de sus padres.

Su falta inicial de recuerdos le daba inseguridad pero en la cura comienza a historizar. La práctica de travestismo no
parecía anudarse en una posición perversa. En la diacronía de la cura, llega con el rechazo tanto de su imagen especular
masculina y la incomodidad con el órgano de su infancia., relatando una transformación que va de la androginia que en
la adolescencia le permitió cierto acceso al goce peneano, hasta los 30 (encuentra práctica profesional ligada al diseño
de belleza femenina). Su demanda ahora era asumir plenamente un ser mujer, como tratamiento de su insatisfacción en
relación con su identidad sexual y como salida de la ambigüedad.

Al llegar los partenaires sexuales tranquilizan si le permiten sentir que “hay alguien” en relación a ella. Intervención de
que rechazaba la dimensión del amor, comenzó allí que el “ser mujer” encuentre versiones. En la diacronía del caso, la
construcción de “lo” travesti, llevó su tiempo. Desde la infancia rechazaba lo que “hacen los varones” y jugaba con
muñecas, nunca a la mamá, y a disfrazarse (equivalencia fálica, construirle una muñeca a mamá). Respecto de la madre,
dirá que la idolatra, que es fabricante de telas para vestidos, pero habrá un cambio discursivo con el correlato de que el
rechazo a su afectividad en los lazos cede, cuando lo ubica en su madre, cierta asexualidad. Aunque la dimensión
deseante de su madre, lo fálico materno es problemático, Lacan dice que es del lado del sujeto que se reúne el falo y la
madre en el travestismo.

Sus enamoramientos infantiles, fueron de varoncitos. Se distraía mirando lo que hacían las mujeres con sus objetos
personales y pasaba vergüenza si le era reprochada esa curiosidad. Respecto del pene, un recuerdo encubridor y
traumático lo ubica como niño desnudo, manoseado y burlado por su pito por mujeres mayores de la familia. La
desnudez se recorta como incómoda siempre y la vergüenza en que “se le marque lo de adelante”, así como la calma en
que el cuerpo este tapado. No tiene “la pasión transexual con el órgano”. No fue al principio de su adolescencia sino
después que pudo integrarlo en una figura andrógina y a la masturbación. Su iniciación sexual, homosexual, a los 16
años, luego no tuvo parejas estables. Siempre le costó la relación con los hombres. Oscila entre la inseguridad y una
gran hostilidad. Respecto del padre comienza presentándolo como distante al que nada le importa. El marcaba la
diferencia de lo que es “ser varón” y el sujeto “no quería ser del grupo de los hombres”. Lacan señala no contentarse
con la cuestión de la carencia paterna, sino interrogar lo que ha venido a su lugar. El padre, en la cura, fue del “no le
importa nada” al relato de gestos contenedores o comprensivos. La analista señala: fue difícil para usted creer en lo
amoroso de su papá. Recuerda por primera vez en años un sentimiento de vergüenza inexplicable que le daba su padre.
Asocia con sus vergüenzas, su temor de que su familia no acepte sus cambios.

La analista interviene señalando “la imagen de mujer para usted se hace con la mirada de sus padres incluida
amorosamente”. Eso dio lugar a que sintomatice su pretendida insensibilidad, rechazante y entren en discurso los
miedos a las operaciones tomando la analista una función más traumática. Dice un tiempo después: “desde que vengo
acá me estoy aceptando más. Me dicen que estoy más femenina”. “Mi femineidad no tiene que ver con que tenga tetas
o la cara se redondee: lo siento y me viene del otro”. La incomodidad entre en discurso en una serie de sueños: uno con
“otra” que la priva de un partenaire, otros donde abajo está lo peor”. Se destaca un sueño de amor, la figura viril del
padre al que abraza, luego del cual hubo angustia y durante un tiempo el sujeto se desordena hasta que vuelve a los
temas de decidirse a ser más mujer.

Uno de los efectos de la cura, fue la caída de la solución quirúrgica, correlativa a la entrada en discursos de varias
versiones de mujer, interrogándose por ello en su grupo de amigas. Se sintomatiza cierta tiranía con los hombres y la
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forma fija del imperativo a encarnar una posición de mujer excepcional, diva, cortante de los que no fueran “el hombre”
de su ideal, síntomas que sostenían su soledad en los lazos, y que entraron en el trabajo analítico. Tiempo después, no
sin angustia, comienza un romance, que favoreció que se incluya cierta experiencia del órgano con menos perturbación
(“él lo toma como parte de mi cuerpo y eso me deja soltarme más en disfrutarlo”.

Este nuevo tratamiento del goce, sinthomático, vía vestir al cuerpo como mujer, en principio con el plan de tomar la
oferta de la ciencia de esculpir con el bisturí la figura de mujer que cree debe tener, se estabiliza en el travestismo, sin
operaciones. El significante no se confunde con lo real: “aunque me atrae lo femenino, no daría la vida por ser mujer”. El
travestismo como SINTHOME, en este caso, no sin el amor de y a un hombre. En la experiencia analítica se estabilizó la
construcción de un singular travestismo con el que otra consistencia corporal tuvo lugar, haciendo ex –sistir un goce que
se presentó irruptivo, perturbando el goce peneano y su localización.

BAUR EL PORVENIR DE LA DIFERENCIA

BAUR EN DEFENSA DEL EROS

LA FAMILIA ENTRE FICCIÓN Y FUNCIÓN. SANCHEZ. FICHA 3305.


La familia como rechazo a la separación:
Miller deduce que Freud explica la génesis de la familia desde el punto de vista del varón y desde el punto de vista de la
mujer, y plantea que la visión de Fred ubica para los dos, en el origen de la familia el rechazo a la separación. En el
hombre es rechazo a separarse de una mujer mientras que la mujer se niega a alejarse de esa parte de ella misma que
estuvo separada de ella, a saber, su hijo. En términos generales, del lado del varón se faliciza a la mujer y del lado de la
mujer, al niño, lo cual ya implica que dicha falicización no es recíproca.
Por otra parte, aquel amor que fundó a la familia sigue activo en la cultura. Pero Freud señala que el nexo de amor con
la cultura pierde su univocidad, el amor se contrapone a los intereses de la cultura y la cultura amenaza al amor
imponiéndole limitaciones. Esta discordia del amor y la cultura se exterioriza en el conflicto entre la familia y la
sociedad: la familia no quiere desprenderse del individuo y “cuanto más unidos sean sus miembros, más se inclina a
segregarse de otros individuos y más difícil se les hará ingresar en el círculo más amplio de la vida”. Es decir, a mayor
unión dentro de la familia, mayor segregación con la comunidad por fuera de la familia. Esta idea de la familia como
“rechazo de la separación”, además de leerse desde la disimetría falicizacion para hombres y mujeres, podría leerse
desde los conceptos de alienación y separación de la causación del sujeto que formaliza Lacan. Estas dos operaciones
retoman y dan forma a los conceptos freudianos de identificación y pulsión.
Mientras en la alienación el sujeto se aliena en el sentido en su encuentro con el Otro, en la separación el sujeto se aísla
como vacío de todo lo que pertenece al Otro. Podríamos concluir, entonces, que la alienación concierne al sujeto del
significante, que se hace representar por los significantes que lo determinan, mientras que la separación concierne al
sujeto del goce, que se hace valer como a. Encontramos así dos vertientes, la del significante y la del goce, a partir de las
cuales la familia para cada sujeto puede ser entendida como el rechazo a separarse de los significantes amos que
provienen de su familia, el apego a las condiciones de goce elaboradas en la familia, es decir, el rechazo a separarse del
objeto.
Ubicar en la definición de la familia las dos operaciones de alienación y separación para poder pensarla como rechazo a
la separación, permite construir dos modos de pensar a la familia: la familia como ficción y la familia como función
situando las dos vertientes antes mencionadas: la del significante y la del goce.
La familia como ficción:
La familia como ficción implica pensar a la familia como un discurso, el relato que un sujeto hace de la familia y no tanto
como una estructura de relaciones. La familia como discurso incluye al sujeto que se sitúa en ella en relación con el
deseo del Otro y los significantes privilegiados que provienen de su historia familiar.
La familia como ficción constituye un entramado simbólico imaginario que le permite sostener al sujeto el apego a un
goce que esa trama de significantes familiares cifra, o incluso el apego a un goce fantasmatico. La familia como ficción
“permite así soportar lo real de su goce”. Podemos agregar también que en cierto modo la familia como ficción se
construye sobre aquello que la familia transmite.
Al plantear la familia como ficción es imposible no verse remitido a la novela familiar, a pensar la familia como una
novela. El texto de “La novela familiar…”, al fin y al cabo, es un texto que denuncia que la novela está al servicio de
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mantener o incluso enaltecer la figura de los padres. Sin embargo, va a decir Freud, se podría pensar que si se construye
la novela para enaltecer a la figura de los padres, es porque esta figura nunca lo estuvo. Parece tratarse de la novela
sobre la novela: ha habido un enaltecimiento, engrandecimiento de los padres en la infancia sobre lo cual se montaría
luego la novela familiar.
Con la hipótesis freudiana acerca del origen de la familia encontramos una diferencia entre hombres y mujeres, lo cual
nos permite introducir la relación al falo, a la falta del Otro de uno y otros en la familia. Por otra parte, tomar la novela
familiar de dos muchachas en estos términos, nos permite evocar las estructuras elementales de parentesco dado que
en ellas también hay una diferencia entre hombres y mujeres. Las mujeres son consideradas en ellas como los bienes
que circulan, mientras que los hombres se quedan en la familia, a la espera de recibir una o de dar otra.
Isabel de R, era alguien con un alto sentido de familia; uno podría decir, incluso, que era una enferma de la familia. La
dama en cuestión sufría de una particular parálisis en la pierna, tenía ciertas dificultades al caminar; la familia ya no
marchaba más y ella tampoco. Freud encuentra el sentido último de los síntomas de Isabel en el enamoramiento de su
cuñado, el marido de la menor de sus hermanas.
Isabel era la menor de 3 hermanas de una familia relativamente prospera y feliz, hasta el momento en que comienzan a
surgir las desdichas y a la familia le empiezan a pasar cosas poco alegres: primero la enfermedad y muerte del padre,
después la operación de los ojos de la madre y después la muerte de una de las hermanas. Isabel tenía tierno apego a
los padres. El padre era un hombre alegre y dotado de la sabiduría de vivir aunque padecía de una infección cardiaca
crónica que soportaba con amable resignación.
Decía de Isabel que le sustituía el hijo varón con quien hubiera podido intercambiar ideas, y ella vivía preciándose de su
padre, del prestigio y de la posición social de su familia y guardaba con celo todo lo que tuviera que ver con ellos. Al
morir el padre, queda en esa familia un gran vacio, queda una familia de cuatro mujeres. Al año de su muerte, una de las
hermanas se casa con un hombre, por una cuestión de negocios decide trasladarse con él, lo que enloquece a Isabel, ya
que se desentiende de su madre y decide irse no importa lo que pase. La otra hermana se casa con alguien que si se
asimila a la familia. Cuando esta hermana muere, Isabel ve hacerse pedazos lo que había anhelado para la familia. Este
hombre, al quedar viudo, se aleja de la familia de Isabel, atraído un poco por la propia. Freud construye que, habiéndose
alejado de la familia de origen, ésta aprovecha la ocasión para atraerlo de vuelta hacia sí. Un claro ejemplo de la
dificultad que la familia tiene, a veces, de soltar a sus integrantes.
Este caso demuestra como la familia, en tanto estructura de significantes, siempre remite a la relación de una familia
con otra y a las nociones de alianza e intercambios.
El padre de Dora, un hombre del que Freud dice que era dominante, como un patter familia en una sociedad patriarcal y
autoritaria. Este hombre había sufrido de sífilis, algo muy habitual en la época. Es la sífilis del padre lo que después
produce ciertos síntomas, siendo Dora pequeña, a raíz de los cuales el Sr. K le da la indicación de ir a ver a Freud.
La madre había sido la prometida del padre de Dora a los 17 años, y se casó a los 19. En ese momento, desconocía la
sífilis del padre de Dora, de lo que se entera en el momento en que el hombre consulta a Freud.
En un determinada momento, el padre de Dora sufre un ataque de tuberculosis por lo que tienen que mudarse de
Viena, a Megane, donde se hacían curas para tuberculosos. Esto hizo que para la madre de Dora se cortaran las visitas a
su familia de origen, con quienes tenía una relación muy estrecha. Además, la madre sufre gonorrea y Dora supone que
se contagió del padre. A raíz de esto, Dora tiene que acompañar a su madre a otra localidad donde iban las mujeres que
tenían determinadas afecciones de transmisión sexual. Podemos así imaginarnos el entorno en el cual empieza a
moverse Dora: No eran las condiciones óptimas para una jovencita que estuviera escuchando los padeceres de las
enfermedades venéreas de las mujeres. Peor lo que sucede además con la madre de Dora es que era una obsesiva por
limpiar su casa, al punto tal que era difícil disfrutar y gozar de los objetos de la casa.
Otto, el hermano de Dora, es catorce meses mayor que ella. Creció junto a ella y fue su modelo hasta los 7/8 años, la
ruptura se produce con Otto a esa edad y el advenimiento de ciertos síntomas de Dora, tienen que ver para con la
entrada de Otto al gimnasio, que sería la escolaridad de los muchachos alemanes.
Una de las cosas que ubica Decker con relación a la familia de Dora era la posición un poco ambivalente de los padres de
Dora en relación con la sexualidad puesto que, como pertenecientes a una familia de buen nivel, estaban de acuerdo
con las convenciones represivas en la educación de Dora. Por un lado, indicaban y deseaban educar a su hija según estas
convenciones sociales pero, por otro lado, Dora tenía unas gobernantas que estaban a cargo de su educación y de su
cuidado, y tenían una posición un poco ambigua, puesto que la cuidaban pero también le permitían acceder a ciertos
temas sexuales. Los padres de Dora no se preocupaban demasiado por las salidas que hacia Dora con el Sr. K, que
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hubiesen sido muy mal vistas en la época, sobre todo a medida que Dora crecía; salían de paseo solos, él le hacía
regalos, le enviaba flores por correo, lo que socialmente no era muy bien visto, pero sin embargo los padre de Dora
consentían a ello.
El padre le cuenta toda la situación en la primera entrevista que tiene con Freud y le pide que “procure ponerla a Dora
en buen camino”. El padre de Dora hace un planteo un tanto ingenuo de sus relaciones con la Sra. K, que Freud, con lo
que Dora le dice y con su suspicacia, despunta que en verdad eran amantes. Freud se mantiene más al margen de los
desaguisados familiares, e incluso en un comienzo y para alojar a Dora, reconoce con ella la mentira del padre para
poder así realizar la implicación subjetiva de Dora.
Isabel responde a la castración del Otro familiar haciéndose portadora del falo y su defensora acérrima, presentándose
como una defensora acérrima de la familia; convierte a la cosa familiar en un emblema, o sea, se hace aquella que
vendría a completar la falta del Otro en la familia.
Dora, en cambio, se consagra a poner en descubierto a la familia, en este caso al padre, a hacer una denuncia todo el
tiempo de este déficit de la familia. Toma una posición de desafío dirigido al Otro, posición que rompe el pacto
simbólico con él para encontrar su falta, denunciando la verdad de todo pacto en el que prima el consentimiento de las
partes para aceptar la castración del Otro. Así, se dedica a poner en descubierto esa falta en el Otro, rechazando la
alteridad del sexo.
Ambas jóvenes se presentan como atrapadas en esa novela familiar, sin poder reducirla y sin poder desfamiliarizarse del
todo con ella. Ambas quedan atrapadas denunciando la falta.
Lo que resta de la novela:
Además de la vertiente del significante en la familia podemos remitirnos a lo que del goce se juega en ella. De este
modo, ubicar lo que resta de la novela a partir de la cual se construye la familia para alguien implica tratar de situar en
la familia lo más pulsional, lo económico.
La novela familiar encubre, bajo una ficción que da sentido a la vida de un sujeto, el goce que depara la familia que la
transforma en un obstáculo para que un sujeto abandone la causa familiar por una propia, lo que conlleva al
aplastamiento del deseo de un sujeto.
La familia como función:
De las “Dos notas…”, podemos recortar, por un lado, lo que Lacan ubica como la función de residuo que sostiene la
familia en lo que él denomina “la transmisión de un deseo que no sea anónimo”, y por el otro el modo por el cual la
familia queda reducida a la función de la madre y el padre: la de la madre en la medida en que sus cuidados están
marcados por un interés particular, por la vía de sus propias carencias, de sus propias faltas; la del padre, en la medida
en que su nombre permite la encarnación de la ley en el deseo. Orientarse a ubicar que se transmite a través de la
familia, lo que nos permitirá su función y separarla de su forma.
En “El malentendido”, Lacan ubicará que el trauma propiamente dicho para los seres hablantes es que el hombre nace
malentendido, o incluso diríamos que nace del malentendido. Dirá lacan que el cuerpo es el fruto de un linaje y que
buena parte de nuestras desgracias se deben a que ya nadaba en el malentendido tanto como podía. Eso es lo que les
transmitió “dándoles vida”. Eso heredan.
Así el malentendido es el legado que recibimos y que ya antes de recibir ese “hermoso legado” formamos parte del
“farfullar de nuestros ascendientes”. Para Lacan no hay otro trauma que nacer como deseado. Deseado o no da igual, ya
que es por el ser hablante. El ser hablante se reparte, por lo general en dos hablantes. Dos hablantes que no hablan la
misma lengua, dos que no se escuchan hablar, dos que no se entienden, sin más. Dos que se conjuran para la
reproducción, pero de un malentendido cabal que nuestro cuerpo hará pasar con dicha reproducción.
Es así que para Lacan el dialogo no está presenta en la producción de un cuerpo nuevo de hablante, está ausente de
hecho. El principio no se inscribe sino en lo simbólico, y es el caso del llamado principio de la familia. De esta cita se
desprenden, en primer lugar, que nos encontramos frente a la no relación: no hay relación entre el goce del Uno y el
goce del Otro. Tal vez podamos entender al malentendido como el equívoco propio de la lengua, y en segundo lugar,
poder sostener que, como no hay relación sexual, como hay dos que no hablan la misma lengua, hay malentendido. Y es
por el hecho de que en la producción de un cuerpo nuevo de hablante no hay dialogo, aquello que podemos ubicar
como el principio simbólico es la familia. Digamos que se produce un cuerpo y se produce el malentendido.
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La familia entonces, transmite el malentendido. Esa transmisión y el tratamiento que puede hacerse en la familia del
malentendido no es sin poner en juego la relación que aquellos que encarnan la función paterna y materna tenían
respecto a la castración y la sexualidad femenina, respecto del malentendido estructural. De qué modo se las han
arreglado con la ausencia de la relación sexual, con la disparidad de los goces, con la castración, porque investigar sobre
la familia para verificar que en ella muerde lo real, nos conduce a la sexualidad femenina. Pero por el otro, porque no
podemos dejar de precisar “las consecuencias clínicas de la sexualidad femenina en la medida en que cada uno es hijo
de una madre”.
ACA VA RECALCATI EL LAZO FAMILIAR EN LA EPOCA DE LA EVAPORACION DEL PADRE

SEMINARIO 7. LA ETICA EN PSICOANÁLISIS. CAP 22 Y 23. LACAN. FICHA 6946.

• Capítulo 22: La demanda de felicidad y la promesa analítica.

El analista tiene que pagar algo para sostener su función. Paga con palabras, sus interpretaciones. Paga con su persona,
en la medida en que, por la transferencia, es literalmente desposeído de ella. Es necesario que pague con un juicio en lo
concerniente a su acción. El análisis es un juicio. El analista tiene altamente conciencia de que no puede saber qué hace
en psicoanálisis. Una parte de esa acción permanece velada para el mismo.

¿El final del análisis es lo que se nos demanda? Lo que se nos demanda es la felicidad. El asunto no se ve facilitado
debido al hecho de que la felicidad devino un factor de la política. Recentrar el análisis en la dialéctica presentifica para
nosotros que la meta aparece indefinidamente aplazada. No es culpa del análisis si la cuestión de la felicidad no puede
articularse de otro modo en la hora actual. Diría que en la medida en que, como dice Saint-Just, la felicidad se
transformó en un factor de la política, la cuestión de la felicidad no tiene para nosotros solución aristotélica posible y la
etapa previa se sitúa a nivel de la satisfacción de as necesidades para todos los hombres. No podría haber satisfacción
para nadie sin la satisfacción de todos. El análisis aparece en ese contexto y el analista se ofrece a recibir, es un hecho, la
demanda de la felicidad.

Una sola cosa alude a una posibilidad feliz de satisfacción de la tendencia, la noción de sublimación. Pero es claro que al
tomar su formulación más esotérica en Freud, cuando nos la representa como realizada eminentemente por la actividad
del artista, esto quiere decir la posibilidad para el hombre de transformar sus deseos en comerciables, vendibles, bajo la
forma de productos. La otra formulación consiste en decirnos que la sublimación es la satisfacción de la tendencia en el
cambio de su objeto, sin represión, definición que abre una problemática. Si la tendencia permite el cambio de objeto,
es porque ella ya está marcada profundamente por la articulación del significante. En el grafo de deseo, la tendencia
situada al nivel de la articulación inconsciente de una sucesión significante, está constituida por este hecho en una
alienación fundamental. En la definición de sublimación como satisfacción sin represión hay paso del no-saber al saber,
reconocimiento de que el deseo no es más que la metonimia del discurso de la demanda. Es el cambio como tal. Esa
relación propiamente metonímica de un significante con el otro que llamamos el deseo, no es el nuevo objeto, ni el
objeto anterior, es el cambio de objeto en sí mismo.

Osando formular una satisfacción que no se paga con una represión, el tema colocado en el centro, promovido en su
primariedad es -¿qué es el deseo?- realizar su deseo se plantea siempre necesariamente desde una perspectiva de
condición absoluta. En la medida en que la demanda está a la vez más acá y más allá de ella misma, articulándose con el
significante, ella demanda siempre otra cosa, en toda satisfacción de la necesidad exige otra cosa, que la satisfacción
formulada se extienda y se encuadre en esa hiancia (agujero grande), que el deseo se forme como lo que sostiene esa
metonimia, a saber qué quiere decir la demanda más allá de lo que formula. Qué puede querer decir haber realizado su
deseo, si no es haberlo realizado, si se puede decir, al final. Si planteamos directamente la pregunta del deseo a partir
del absolutismo parmeneideo, en tanto que anula todo lo que no es el ser, diremos nada es de lo que no nació y todo lo
que existe solo vive en la falla del ser.

¿Tiene la vida algo que ver con la muerte? ¿Puede decirse que la relación con la muerte soporta, subtiende, el seno del
ascenso y el descenso de la vida? No se trata de esta muerte. Se trata de la segunda muerte, aquella a la cual se puede
aún apuntar cuando la muerte ya ha sido lograda. La tradición humana nunca dejo de conservar presente esa segunda
muerte, viendo en ella el termino de los sufrimientos, así como nunca dejó de imaginar un segundo sufrimiento,
sufrimiento del más allá de la muerte, indefinidamente sostenido en la posibilidad de franquear el límite de la segunda
muerte. Y por eso la tradición de los infiernos permaneció siempre muy viva. ¿Cómo el hombre puede llegar a acceder, a
conocer ese instinto de muerte, su propia relación con la muerte? Por la virtud del significante y bajo su forma más
127

radical. En el significante, y en la medida en que el sujeto articula una cadena significante, palpa que él puede faltar en
la cadena de lo que él es.

La función de lo bello es indicarnos el lugar de la relación del hombre con su propia muerte y de indicárnoslo solamente
en un deslumbramiento. Lo bello nada tiene que ver con lo que se llama lo bello ideal. Solamente a partir de la
aprehensión de los bello en la puntualidad de la transición de la vida a la muerte, podemos intentar restituir lo bello
ideal, a saber, la función que en ocasiones puede adquirir lo que se nos presenta como la forma ideal de lo bello y, en un
primer plano, la famosa imagen humana. No es pues a partir de los pintores holandeses que se percibió que cualquier
objeto puede ser el significante por el cual llega a vibrar ese reflejo, ese espejismo, ese brillo más o menos insostenible,
que se llama lo bello.

Según Claudel, en la medida en que la naturaleza muerta a la vez nos muestra y nos oculta lo que en ella es amenaza,
desenlace, despliegue, descomposición, ella presentifica para nosotros lo bello como función de una relación temporal.
Lo que se nos presenta como e límite de las posibilidades de lo bello es la forma del cuerpo humano. Ella fue, porque ya
no lo es más, forma divina.es la envoltura de todos los fantasmas posibles del deseo humano. Esto lleva a plantear la
forma del cuerpo, y muy precisamente la imagen, tal como se articula en el narcisismo, como lo representa, en cierta
relación, la relación del hombre con su segunda muerte, el significante de su deseo, de su deseo visible.

¿Es acaso esa misma sombra, que la forma del cuerpo representa, es acaso esa misma imagen la que forma una barrera
o la Otra-cosa que está más allá. Más allá no está solamente la relación con la segunda muerte, es decir con el hombre
en tanto que el lenguaje le exige dar cuenta de lo siguiente: de que no es. Está también la libido, a saber, aquello que,
en instantes fugases nos impulsa más allá de ese enfrentamiento que nos hace olvidar. Según Freud, el único momento
de goce que conoce el hombre está en el lugar mismo donde se producen los fantasmas, que representan para nosotros
la barrera misma en lo tocante el acceso a ese goce, la barrera en la que todo está olvidado.

En paralelo con la función de lo bello se encuentra el pudor. La omisión esa barrera que custodia la aprehensión directa
de lo que hay en el centro de la conjunción sexual, me parece la fuente de toda suerte de cuestiones sin salida,
principalmente en lo concerniente a la sexualidad femenina.

¿Acaso el fantasma del falo y allí está la imagen humana tiene su lugar legítimo al mismo nivel? ¿O hay, una
imperceptible distinción, una diferencia irreductible entre ambos? Toda empresa freudiana trastabilló aquí. En último
término, la aspiración del paciente se quiebra en una nostalgia irreductible en torno al hecho de que en modo alguno
podría ser el falo y que, por no serlo, solo podría tenerlo, en el caso de la mujer, con la comisión de la “penisneid” y en
el hombre, de la castración. Esto es lo que conviene recordar en el momento en que el analista se encuentra en posición
de responder a quien le manda la felicidad. La cuestión del Soberano Bien se plantea ancestralmente para el hombre,
pero él, el analista sabe que esta cuestión es una cuestión cerrada. No solamente lo que se le manda, el Soberano Bien,
él no lo tiene, sino que además sabe que no existe. Haber llevado a su término un análisis no es más que haber
encontrado ese límite en el que se plantea toda la problemática del deseo.

El psicoanálisis hace girar todo el logro de la felicidad alrededor del acto genital. Sin duda en ese acto, en un único
momento, puede alcanzar algo con lo cual un ser para otro esté en el lugar, a la vez viviente y muerto, de la Cosa. En ese
acto, y en ese único momento, puedes simular con su carne el logro de lo que no está en ningún lado. La posibilidad de
ese logro, aunque es polarizante, no podría ser considerado puntual. Lo que el sujeto conquista en el análisis, no es
solamente este acceso, incluso, una vez repetido, siempre abierto en la transferencia algo de otro queda todo lo que
vive su forma - y su propia ley cuyo escrutinio verifica el sujeto. Esa ley es en primer término algo que comenzó a
articularse antes que él, en las generaciones precedentes y que es hablando estrictamente la Até. Lo que el analista
tiene para dar, contrariamente a la pareja del amor, es lo que la novia más bella del mundo no puede superar, a saber lo
que tiene. Y lo que tiene no es más que su deseo, al igual que el analizado, haciendo la salvedad de qué es un deseo
advertido. ¿Qué puede ser con deseo tal, el deseo del analista principalmente? No puede desear lo imposible.

Una función que parece esencial en la relación dual del analista, es la relación que existe en la medida en que
respondemos a la demanda de la felicidad, pero que no agota el análisis. Esa función, llamada de la distancia, es definida
en estos términos: la hiancia que separa el modo en que un sujeto expresa sus drives instintivos del modo en que podría
expresarlos si el proceso de ordenar y arreglar sus expresiones no interviniese.

*Levy Yeyati. “sobre el manejo de la urgencia”.


Introducción
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La toma de decisiones en la urgencia puede, y debe, considerarse un acto, pero un acto judicativo (significa que tiene
facultades de juzgar). La práctica de urgencia es una práctica informada que se desprende de un conocimiento
terapéutico y de una ética. Por lo tanto se espera que al finalizar una consulta de esta naturaleza el profesional pueda
arribar a una conclusión que le permita establecer estrategias terapéuticas a seguir de acuerdo con cierta aproximación
diagnóstica y una apreciación del riesgo que incluya alguna predicción evolutiva del caso—al menos en el corto plazo.
El presente trabajo se propone examinar algunos de los problemas clínicos y de manejo que se plantean de manera
frecuente en las urgencias de guardia en un hospital psiquiátrico. Para ello voy a considerar tres aspectos que son
esenciales para orientarse en la práctica que determina dicho contexto. Estos aspectos están vinculados a:
1. La temporalidad en la que transcurre la consulta.
2. La falta del recurso estratégico de la transferencia y su manejo.
3. La evaluación de la inminencia de riesgo o de peligrosidad.
Pienso que, hasta ahora, la clínica de la urgencia no ha sido suficientemente examinada desde un enfoque que la aborde
como cuadro complejo y colectivo, además de hacerlo desde el usual punto de vista individual.
Acerca de la dimensión temporal en la consulta de urgencia
Respecto de la temporalidad, la consulta de guardia se caracteriza por su excepcionalidad: es sólo una. En ese tiempo no
sólo se trata de reconocer si estamos ante un caso llamado grave sino que también se deben tomar decisiones de suma
importancia para la vida de alguien, como por ejemplo, internarlo o medicarlo.
Aunque la consulta pueda consistir en una o varias entrevistas de duración variable, realizadas en el mismo día, esta
práctica no transcurre en la "comodidad" de la diacronía de un tratamiento sostenido en el tiempo.
A raíz de esta particularidad temporal, y de la problemática que así se trata, muchos trabajos sobre la clínica de la
urgencia se han inspirado en "El tiempo lógico...", la clínica de la prisa. Se trata de la prisa por tomar una decisión antes
de que un paciente actúe. Pero, en ese tiempo apremiante, decidir, ¿según qué razones?
Surgen entonces dos enseñanzas de la clínica de la urgencia: la primera es más generalizante; la segunda, aunque
colectiva, apunta a lo particular de cada caso.
El modo según el cual una institución como el hospital organiza su obrar, creando dispositivos, permite concebir
esquemas de acción para tratar las urgencias. Más allá de los casos particulares, el profesional puede apoyarse en tales
esquemas en un sentido general.
Aunque se trate de una abstracción, la determinación normativa y esquematizante de la práctica es algo necesario, no
sólo para tener un punto de apoyo sino porque en ciertos casos el obrar concreto queda reducido a la realización de
"esquemas de acción". Con el término de esquemas de acción aquí me refiero tanto a los modos de categorización
clínica como a la aplicación de guías de medicación, modalidades de derivación, etc.
El segundo enfoque, que apunta más al aspecto particular de los casos, tiene relación, como dice Lacan en el escrito
antes citado, con "el aserto subjetivo anticipante como forma fundamental de una lógica colectiva"4
En las entrevistas de guardia se trata de tomar una decisión en función de una presunción donde prácticamente no se
dispone del tiempo de verificación de hipótesis. En los casos llamados graves, o sea en los que es necesario hacer una
evaluación del riesgo. En los casos de urgencia el sujeto del juicio queda de algún modo indeterminado entre el
paciente, sus allegados, el profesional a cargo y los usos y costumbres de la institución donde se da la consulta.
La modulación de la tensión del tiempo, entre prisa y espera, para alcanzar aquello que se puede afirmar al finalizar esta
clase de consultas respecto de la decisión que sería aconsejable tomar, podría entenderse como una forma de lógica
colectiva, si por colectividad entendemos aquello que se define "como un grupo formado por las relaciones recíprocas
de un número definido de individuos, al contrario de la generalidad...''. Quiero resaltar es que éstas decisiones no se
fundan centralmente en la verificación de hipótesis sino en señales que provienen de cualquier elemento del grupo que
se configura en la consulta; tomando como señales, por ejemplo, las acciones, los dichos o las vacilaciones de los
miembros allí reunidos entre los que se encuentra el paciente cuyo riesgo se trata de evaluar. Por esta razón, parte del
trabajo en los casos de urgencia también consiste en dar el tiempo al caso para que configure el grupo que más
conviene al alojamiento del paciente.
Entre una clínica sin transferencia y una transferencia salvaje
Llamo una clínica sin transferencia a aquel grupo de problemas que, aun presentándose como sintomáticos, no pueden
quedar enlazados al "motor principal de la cura". Se trata de lo que rechaza el lazo transferencial por razones que
obedecen a la economía libidinal de los individuos En este sentido la práctica de guardia representa a la vez el problema
y la solución.
Con el término "transferencia salvaje", tomado de la enseñanza de Lacan, hago referencia, en cambio, al problema del
acting. El uso extendido del término acting fue forjado para referirse en forma genérica a un modo de comportamiento
dentro o fuera de un tratamiento: un comportamiento que se caracteriza por actuaciones de tipo frecuentemente
suicidas o autoagresivas, y que no son episodios aislados en la vida de un sujeto sino que son repetitivos. Su
direccionalidad al Otro es manifiesta, pero no así su demanda de interpretación. Así, el término "transferencia salvaje"
usado en este contexto, debería oponerse al concepto de transferencia como "inmixión del tiempo de saber", si
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entendemos por ello lo que permitiría que un sujeto, al identificarse a su deseo, disminuya su tendencia al acting, o sus
inhibiciones, situándose mejor en su acto.
Por todo ello digo que la clínica de los casos de guardia que plantean problemas de riesgo oscila entre la transferencia
salvaje, y la falta de disposición a la transferencia, donde el rechazo del saber y su lazo, es lo que constituye la unidad
del espectro.
Entre otras maniobras, en el manejo de la atención en guardia, intentó poner a prueba la existencia de alguna
disposición a la transferencia. Luego de analizar su posibilidad (o su imposibilidad) derivo los argumentos que me
permiten sacar conclusiones sobre el riesgo de un caso y la conducta a seguir.
El manejo de las entrevistas de urgencia cobra entonces todo su interés. Con "manejo de las entrevistas" me refiero a la
duración de las mismas, los cortes, las esperas, las entrevistas a allegados, etc. Dentro de ello quiero subrayar el valor
decisivo de la posición subjetiva del entrevistador.
La interfase del psicoanálisis con la psiquiatría nos enseña mucho sobre una diferencia entre dos abordajes distintos por
parte de los profesionales: la modalidad objetivizante (fóbica y defensiva) y la modalidad subjetivizante (más flexible y
sumisa a las posiciones subjetivas del enfermo). Cada una de estas actitudes no provoca las mismas respuestas de los
pacientes aunque, incluso, se comparta el diagnóstico.
En mi experiencia la posición de mayor docilidad al texto subjetivo, además de procurarme más elementos de juicio,
favorece el consentimiento del sujeto al tratamiento. Los pacientes se prestan con menos reticencia al diálogo y
encuentran en él algún grado de alivio, aceptan con menos desconfianza las indicaciones, y, por las mismas razones
probablemente, se produce una menor incidencia de intervenciones forzosas y violentas. Delimitar la envoltura formal
del síntoma e intentar poner a prueba la relación del sujeto con una suposición de saber sobre aquél, no es equivalente
a practicar "psicoanálisis en la guardia", como tan a menudo se dice en nuestro medio.
Los motivos que determinan una consulta de urgencia en la guardia psiquiátrica exceden el marco de las categorías
psicopatológicas. Aquí, y a manera de guía, enumeraré, a mi vez, las clases clínicas que más a menudo plantean una
evaluación del riesgo: crisis de angustia (ya sea en pacientes neuróticos, psicóticos o prepsicóticos), ideación suicida,
trastornos alucinatorios, perplejidad de un desencadenamiento psicótico, empuje al pasaje al acto de un delirio, formas
graves de depresión o excitaciones maníacas.
Es común que ésta sea la materia psicopatológica de la que está hecha el "caso grave", cuya consulta se impone de
urgencia. Estos son casos que tienen o han tenido dificultades para ser tomados transferencialmente y que, por lo
común, movilizan un contexto intersubjetivo real, es decir, se configuran como caso de guardia dentro de un grupo. En
estos casos podemos ver cómo la intersubjetividad se vuelve patente cuando más obstáculos hay a la transferencia, la
cual, como afirma Lacan, es la refutación de la intersubjetividad.
El problema del riesgo
Este tema suele resultar elusivo, escurridizo, difícil de precisar ya que, justamente, se trata de tomar una decisión sobre
una eventualidad que no ha acontecido. La eventualidad es el peligro mismo. ¿Cómo orientarse? suele ser la pregunta
que surge.
El riesgo de suicidio es el problema más temido por todo aquél que se inicia en esta práctica.
Lo que quiero resaltar es el valor orientativo que tienen dos enseñanzas tomadas del psicoanálisis. Una está vinculada
con la forma en que Lacan entiende la noción de señal de angustia, y la otra, que también toma su apoyo en un texto de
Lacan, se refiere a la perspectiva antropológica de los actos mórbidos o locos. Ambas aproximaciones tienen en común
que el objeto de atención que así se analiza está vinculado no sólo a una psicología individual sino también a una
psicología de masas. En relación al tema del riesgo y la peligrosidad, mi intención es enfatizar la dialéctica social que hay
en juego allí. Para dar a entender por qué subrayo la importancia de la dialéctica social para hacer una evaluación sobre
el riesgo voy a puntualizar algunas características de las entrevistas de guardia que constituyen mi punto de partida:
-La comprensión diagnóstica (tanto clínica como situacional) se impone rápidamente.
-Las entrevistas no Suceden en la continuidad temporal (como un análisis, una psicoterapia o un control psiquiátrico).
-Es habitual que el paciente llamado grave rió consulte sólo. Con frecuencia lo acompaña un mínimo de allegados.
-Toda la situación tiene un alojamiento institucional.
Para abordar el tema desde la funcionalidad de la señal de angustia en el sentido que aquí propongo me serviré de una
idea de Lacan, tomada del seminario dedicado a La transferencia.
Allí se nos indica una posible interpretación de lo que está en juego en la señal de angustia según lo que de la psicología
colectiva enseña la psicología animal. "Todo el mundo sabe el papel que desempeña la señal tanto en los animales
sociales como en los de rebaño. Cuando se presenta el enemigo del rebaño, el vigía de entre las bestias del rebaño, está
allí para olerlo… sueltan un pequeño bramido y nadie se hace esperar, todo el mundo se larga en la misma dirección.
Pues bien, lo mismo ocurre con la señal de angustia.
Aquí Lacan aborda del modo más freudiano el tema de la doble función de la angustia tanto en su relación con el deseo
como ante la huida de un peligro. Vuelvo a la cita donde aquél continúa un poco más allá de Freud: "La referencia al
rebaño muestra claramente que la señal se ejerce dentro de una función necesaria de comunicación imaginaria... si la
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angustia es señal, ello significa que puede provenir de otro". Consideremos esto topológicamente: la angustia a la que
están abiertos los sujetos no es únicamente interna. Este modo de enfocar la cuestión le permite hacer una trasposición
del peligro interno al plano de lo "universal, donde lo-individual y lo colectivo son un único y mismo nivel'... El peligro en
el interior del sujeto es el mismo que el peligro en el interior del rebaño...”. A diferencia de lo que ocurre en ciertos
análisis, en los casos de urgencia a los que me estoy refiriendo (incluyo aquí a todo el conjunto que se presenta a la
consulta) esta emergencia de la angustia impone, casi siempre, la necesidad de ponerle un remedio de inmediato. El
psicoanálisis nos enseña que la angustia es señal del sujeto del inconsciente o de un deseo reprimido; que la
enfermedad es restitutiva, que los síntomas constituyen un tratamiento que se da el sujeto, y que, así se trate de un
neurótico o de un psicótico, el objetivo de una cura podría resumirse en la idea de que el sujeto mida en ella lo que hay
de tratamiento en su síntoma. Pero esto no es un precepto generalizable. Representa parte de la formación del juicio
clínico de cada uno reconocer cuál es la medida de lo soportable, o de lo conveniente, en cada caso, ya se trate de una
consulta aislada o de un tratamiento continuado. Cada vez se decide cuál es el límite que no se debe pasar. No se puede
juzgar automáticamente. El común denominador de la demanda en la urgencia consiste en el pedido de algún modo de
limitación inmediata. Eso llama a la intervención psiquiátrica, es decir, evaluará la necesidad de medicación o
internación.
¿Cómo podemos valernos de la señal de angustia para hacer algún cálculo sobre un riesgo potencial? Si la señal de
angustia no debe ser necesariamente una señal "interior" al sujeto podemos entender que es en su entorno, sus
allegados, o sea en alguno de los miembros del "rebaño", donde también podemos encontrarla. Esa señal siempre es
recibida y transmitida como una mala noticia. Todo el mundo sabe que representa un procedimiento de buena práctica
entrevistar a los acompañantes del paciente que consulta para localizar las "malas noticias".
De acuerdo con este enfoque social de la señal de alarma, en la medida en que ésta no pueda ser acotada de ninguna
manera, como en la dinámica de los vasos comunicantes, la angustia del paciente aumentará. Esto representa una
fuente de desestabilización permanente.
Es pertinente realizar la evaluación de la señal de angustia tanto al inicio de la consulta —generalmente después de
entrevistar al paciente y no antes-, como luego de transcurrido un tiempo de espera a continuación de las primeras
intervenciones, tiempo en que dejamos al grupo "a solas". En ese momento tanto el paciente como el allegado pueden
ser para nosotros indicadores de que el peligro ha sido dominado, o no ¿Los niveles de angustia iniciales se
apaciguaron? ¿Los síntomas más agudos empeoraron o mejoraron? Son algunas de las preguntas que deben comenzar
por responderse para ir dando por finalizado el tiempo de comprender, manejando el esquema de un plan de acción
que, como vemos, oscila entre la prisa y la espera.
En la evaluación del riesgo la dimensión social e intersubjetiva debe ser tenida en cuenta muy especialmente ya que se
trata de descifrar la estructura, el armado, de lo que se nos presenta como un cuadro sincrónico complejo y colectivo,
no sólo individual. La noción de señal de angustia—tomada en el sentido de señal para el grupo y el sujeto- es una
variable fácilmente observable y por lo tanto orientadora en la práctica.
Para mostrar la resonancia social inmediata de los actos locos -lo que constituye el segundo aporte tomado de Lacan
voy a presentar un caso clínico de guardia.
Un caso típicamente difícil: ¿extravío materno o trauma de nacimiento?
Si tomamos al término psicosis puerperal como el nombre "científico" de una figura antropológica que aquí propongo —
la de la madre extraviada, figura que causa espanto y rechazo social hasta extremos sorprendentes—, podremos
explicarnos cómo en esos casos se plantean demandas de actuaciones urgentes, tanto judiciales como psiquiátricas, en
las que el remedio parece ser peor que la enfermedad. Perentoriamente se reclama la inmediata separación del niño de
su madre, la internación psiquiátrica de ésta última y la entrega del pequeño a algún organismo oficial. El asunto se
vuelve más desesperante para el entorno si el padre es incierto, desconocido o de condición social humilde. El cuadro
llega al paroxismo si, además, se duda de la respetabilidad de la mujer.
Esta es una consulta de urgencia que se presenta repetidamente en las salas de maternidad. Es necesario realizar un
minucioso trabajo hasta juzgar que, dado el caso, las soluciones puedan llegar a ser otras que las que indica el sentido
común del lugar.
Recuerdo el caso de una mujer que acababa de tener familia y todavía estaba internada en el servicio de maternidad. De
pronto, una noche, se la vio corriendo por la sala con un cuchillo en la mano en un estado de agitación que alarmó a
todo el hospital. Por la mañana piden la consulta psiquiátrica con urgencia. Cuando llego todos ya tenían una posición
tomada. Neonatología se llevaría a la beba, la mujer debería ser internada antes de que huyera con su hija, los otros dos
hijos que tenía quién sabe dónde quedarían —tal vez en un hogar de amas externas—. Se decía que la visitaban dos
hombres, quienes, al parecer, "la hacían trabajar en cosas raras", pero no se sabía si alguno de ellos era el padre de la
criatura recién nacida. Uno de los hombres que "la visitaba", y que, en efecto, no era el padre de la niña, pero sí de los
dos hijos mayores la paciente, afortunadamente llegó al hospital en el momento en que el clima de tensión había
llegado al límite de lo soportable: la mujer, que tenía a la beba en brazos, se negaba rotundamente a hablar con quien
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fuera, tenía los bolsos hechos y acechaba por la puerta para huir en cuanto le fuera posible. El personal del hospital,
desde los médicos hasta la seguridad, me repetía:
"ya tenemos todo listo para sacarle a la nena, falta que nos digas cuando, y te llevás a la paciente para internarla", etc.
Entrevisté al visitante. El hombre estaba preocupado por el comportamiento de la mujer, pero, lo que más lo sorprendía
es que el día anterior no estaba así. Me expresaba que si bien ella tenía antecedentes de tratamientos psiquiátricos,
siempre ambulatorios, el episodio actual se había desencadenado súbitamente. Dijo que pensaba que la visita del otro
hombre (el padre "biológico" de la niña, de quien no llevaba su apellido, porque había sido el fruto de "una relación
ocasional") le hizo mal; que si fuera posible él la llevaría a su casa con sus otros hijos (hasta ese momento no estaban
viviendo juntos); y que "si era el padre de dos podía serlo de tres", dándole su nombre al nuevo vástago. La información,
que concordaba con los registros del hospital, me indicaba que el estado clínico de la paciente no tenía más de un día de
duración. Pero, más allá de eso, también comprendí que este hombre interpretaba el estado actual de ella como una
respuesta, y ese dato sobre la posición subjetiva de él me resultó alentador. Le pedí que me ayudara a entrevistar a la
paciente. Ella, al verlo acercarse, entre llantos y gritos le exigía que la llevase a casa. A pesar de la notoriedad de su
angustia se podía decir que la presencia del hombre la tranquilizaba.
Entonces aceptó ir a un consultorio. Depuso su negativa a hablar y me pidió que la medicara de inmediato.
A medida que va tragando el comprimido, su actitud comienza a transformarse de una manera sorprendente. Deja de
llorar, le entrega la beba a su compañero e inicia el relato de una experiencia a la que no sabe qué estatuto de realidad
darle ya que le había acontecido la noche anterior entre el sueño y la vigilia. Lo que relata es una vivencia cuya temática
se confunde entre lo histérico y lo paranoico; y que si bien se originó en un sueño, se continuó en la vigilia,
condicionando el comportamiento que todos habían observado. En sueños le pareció que "un hombre la quería
manosear o violar", se despertó y temió "que un bebé fuera robado o muriera ahogado". Preguntó a la enfermera si
todos los bebés estaban bien. Recorrió la sala con un cuchillo buscando ™ al intruso. Estaba aterrada y sentía
remordimientos por haberse quedado dormida. Asocia lo que va diciendo con un recuerdo infantil: una £ beba de su
familia muere súbitamente mientras duerme.
Sin saberlo, esta mujer diciendo más de lo que cree decir. Tenía el oscuro propósito de vengarse del hombre que gozó
sexualmente de ella -“una relación ocasional"- robándole un hijo para entregárselo a "un padre". Más allá, la figura del
"hijo muerto" hace surgir la representación de fantasías de castigo por el deseo incestuoso de tener un hijo del padre.
Pero también cabe otra interpretación de ese "hijo muerto". Como diría Dalí, podría tratarse de "la variante maternal
del mito de Saturno, de Abraham o del Padre Eterno con Jesucristo. ...” .
Tengo razones para pensar que ambas figuras tuvieron una enorme significación en el entorno en que se dio la consulta.
Sólo que la segunda era más temible. Dada la semántica del caso me inclinaba a pensar que la querella de esta mujer se
dirigía fundamentalmente al hombre, en tanto que partenaire sexual, no a la hija recién nacida. Situar al otro sujeto de
cuya maldad se lamenta el histérico o el paranoico tiene valor cuando evaluamos si hay alguien en peligro, y dé qué
peligro se trata'.
Ahora bien, en toda consulta de urgencia, el argumento subjetivo —el que se obtiene cuando se puede situar quién
habla—, en el que me baso para sacar mis provisionales conclusiones, debe completarse con una evaluación del tipo de
síntomas en un sentido más descriptivo. En la paciente, más que la certeza perceptiva, lo que predomina es la
incertidumbre. Su única certeza es la angustia. No puede afirmarse que en el momento de la entrevista esté alucinada o
que tenga una certeza delirante. Respecto de la experiencia confuso-onírica se Ha introducido una cierta distancia. Por
empezar porque la cuenta, como quien cuenta un sueño. Todo su relato está formulado en tiempo pasado, pero no
como un acontecimiento consumado. La localización que le da a la experiencia perceptiva que está en el origen de su
angustia queda formulada así: "tal vez fue un sueño, no estoy segura de haber visto nada".
El hombre que la acompaña le recuerda que siempre se altera un poco en los partos. Se vuelve muy "sobreprotectora"
con los hijos, o tiene demasiados "miedos". Ella asiente. Ambos consideran que en este momento le sería útil reiniciar
un tratamiento, como lo hizo en otras oportunidades. Finalizadas las últimas intervenciones e indicaciones todo el grupo
se vuelve a la casa.
Además de considerar la posición subjetiva de la enferma, mi decisión tomó en cuenta el saber general sobre trastornos
psicóticos breves. Es sabido que los episodios psicóticos desencadenados en el posparto son considerados por la
psiquiatría como trastornos psicóticos breves, es decir, se puede observar una mejoría en el curso de 24 hs. Además,
actualmente —si bien esto merece una discusión más extensa-, la dimensión psicótica es considerada por la psiquiatría
como un diagnóstico sindrómico, no estructural. Se sabe que un episodio confuso-onírico, así como un cuadro
alucinatorio de carácter visual y no auditivo, no necesariamente se debe a una estructura psicótica, puede tratarse de
una histeria o de una intoxicación. Se sabe que la administración de ansiolíticos en las etapas tempranas de una
desestabilización neurótica o psicótica mejora su evolución. Se sabe que si hay un entorno familiar o social que aloje al
paciente es preferible evitar tina internación forzosa, manteniendo una conducta expectante.
De este modo vemos, entonces, que para tomar una decisión en las urgencias consideramos tanto el saber general,
probabilístico, como la posición subjetiva.
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Para terminar recordaré el punto de partida que quería enfatizar: la estructura de una lógica colectiva, o de una
psicología de masas, en la configuración de un caso de urgencia tiene una fuerza determinante notable.
Lo que he querido exponer en este caso, mediante el recurso a figuras de un enfoque antropológico de los "actos locos",
es que "una urgencia" se configura como tal cuando un sujeto aparece identificado con dichas figuras. Esta idea se
puede explicar mediante el concepto freudiano de identidad de percepción e identidad de pensamiento. Cuando
estamos a nivel de la identidad de percepción, como en la alucinación, algo se es, en cambio cuando se está a nivel de la
identidad de pensamiento algo se dice. Cuando se es no se dice y, por el contrario, en el decir hay cierta
desidentificación. Por esta razón sostengo que se puede tomar una decisión acerca del riesgo una vez que; podemos
evaluar .tanto el grado de enajenación de un sujeto en relación a una figura del Otro como la figura de la que se trata.

*Soler “El trauma”.


Hablamos de trauma cuando hay una irrupción violenta del dolor, del sufrimiento, del espanto, por la vía de un
encuentro inesperado.
Están de un lado los traumas de la guerra y del sexo, que implican al Otro, que implican. la voluntad de goce del Otro de
una manera o de otra. Pero cuando se trata de las catástrofes. "naturales", de las inundaciones, de los terremotos, de
las erupciones volcánicas, esto parece lo más real de lo real, sin la incidencia del Otro. Y entre los dos tipos de causación
del trauma, hay otras no tan naturales, como por ejemplo la de Chernobil, catástrofe natural, pero a la vez muy
humana.
Lo que me llama la atención de la modernidad es que en nuestra sociedad, en un nivel bastante colectivo, se fomenta
un Otro reparador frente a los traumas. Es decir que en nombre de la solidaridad se fabrica un Otro que construye el
discurso sobre el trauma y sus soluciones, y por consiguiente las ayudas necesarias. Y es interesante como fenómeno.
Porque en una sociedad en la que suponemos que la muerte de Dios fue registrada; en un tiempo donde no tenemos
más el sentido de la tragedia antigua, en un tiempo en el que no creemos más en el destino.., tenemos, al contrario, el
sentimiento de la contingencia.
Sin embargo el Otro del discurso, a pesar de ser fragmentado, inconsistente, logra construir un Otro de sustitución que
es el Otro de la solidaridad. Y es interesante porque nos indica que cada tiempo y cada cultura inventa las figuras del
Otro.
Ahora nos podemos preguntar por qué tenemos tantos traumatismos, es el punto
Será que hoy las causas del espanto se han multiplicado? Se puede evaluar esto, pero no es seguro. Quizá, más bien, es
que los recursos de los sujetos son ahora más débiles que los discursos que regulan los lazos sociales en el sentido que
Lacan utiliza- no logran cómo lograban anteriormente hacer de pantalla a lo real Y es lo que voy a desarrollar un poco, el
tema de los discursos pantalla" -los llamé así-
Es verdad que cada discurso, ya sea el del amo, el de la universidad, el de la histeria, el del analista también, en cierta
medida, construye con sus valores, con su orden de satisfacción. Cada discurso interpone una cobertura, un envoltorio
protector, con su semblante, con su orden entre el sujeto y lo que llamamos "lo real”.
Es por eso que Lacan habla del sueño generalizado. Quiere decir que gracias a las construcciones simbólicas del discurso
vivimos en una cuna, en una envoltura protectora que nos abriga. ¿De qué? Del encuentro tal. Y que finalmente lo único
despierto, o lo que más se acerca a lo despierto, es la pesadilla.
La multiplicación de las pesadillas en la modernidad (metafóricamente hablando) es un hecho que parece ser producido
porque los discursos están perdiendo su consistencia.
Cuando hay un discurso consistente --lo que quiere decir un discurso que propone significaciones estables, compartidas
más o menos por todos y que ordena los lazos-, los sujetos están protegidos de las irrupciones brutales y de los traumas.
..
Por el contrario, cuando el discurso pierde su consistencia, cuando la pantalla se agujerea -lo voy a decir usando un
juego de palabras de La can- hay troumatisme (en francés trou significa agujero). Y además yo fabriqué otro juego de
palabras que es el tropmatisme --donde trop significa exceso, demasiado-. Es decir, el traumatismo no por la vía de un
agujero, sino por la vía de un exceso. ¿Exceso de qué? De un exceso de real o de algo que amenaza.
Creo que es seguro que un discurso consistente pueda poner distancia a lo real. Incluso se puede ver un último ejemplo
en esa dirección: El Apocalipsis, que describe La Biblia, que intenta describir el horror del horror. El Apocalipsis no es
traumático, no es el summum del trauma pensable en la medida en que es del horror, pero del horror que tiene un
sentido en el discurso que lo describe. Es decir que tiene el sentido de la venganza divina, entonces es un discurso en el
cual el Otro existe. Y el verdadero trauma no puede aparecer cuando el Otro existe. Cuando el Otro existe, en un
discurso que hace existir al Otro, hay dolor, hay sufrimiento posible, hay exterminación, hay todo el espanto que
quieran, pero tiene el sentido de la voluntad del Otro. Es cuando está el agujero que el sujeto se encuentra frente a un
real sin sentido y, en este caso, sí encontramos la multiplicación del trauma. Es lo que pasa ahora, nos falta el Otro. Nos
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falta el Otro para hacer de barrera a los eventos traumáticos. Y por supuesto, tenemos un discurso que intenta
proponer sentido.
Pero el sujeto moderno, podemos decir utilizando la expresión de Lacan, es un sujeto non duperie, un sujeto no
engañado del discurso, que no cree más en los semblantes que permiten dar sentido a lo real. Y es por eso que hoy, me
parece, los sujetos se han vuelto más traumatizables que antes.
No es que haya más irrupción de lo real, hay formas nuevas No es un problema de cantidad, pero sí hay sujetos más
traumatizables. Me parece que el sujeto traumatizado nos enseña sobre lo que es la memoria en la medida en que el
traumatizado no puede olvidar. No puede olvidar: las imágenes del espanto-lo vuelven de noche si las ha excluido de
día-,
Freud lo notó, es un sujeto que no tiene répit, descanso, y todo su interés, toda su libido está captada por lo que
llamamos el recuerdo del momento traumático.
¡No es por casualidad que Freud se interesó en el trauma, es decir el olvido imposible. Y tenía razón en interesarse
desde el principio en el trauma, en la medida en que descubrió temprano que las histéricas, como dice, sufren de
"reminiscencias". Es decir sufren de su memoria -sería otra manera de decirlo-Asimismo pensó al inconsciente como
una memoria.
Pero vemos con el traumatizado, no hablo de las histéricas, hablo del traumatizado en el sentido actual, que encontró
un real sorpresivamente. Constatamos con el que el olvido imposible no es una memoria, es lo contrario: el olvido
imposible es una falta de memoria.
En la medida en que hay memoria hay memorización. Cuando el encuentro real se inscribe, se inscribe en imágenes, en
significantes, en significaciones; es decir se inscribe en signos en los que el sujeto se reconoce. La memoria es eso:
disponer de un conjunto de lo que llamamos "significantes" -que pueden ser imágenes, palabras, sensaciones.. Incluso
disponer de un conjunto de signos, en los que el sujeto se puede reubicar cuando convoca su memoria. ni Por el
contrario, el olvido imposible del traumatizado es el retorno de algo en lo que el sujeto no se ubica, no se reconoce. Por
eso el retorno del trauma es en sí mismo traumatizante. Y se sabe que los grandes Traumatizados se retraumatizan cada
noche.
Entonces podemos decir, con gran certeza, que la estructura del trauma es una estructura de forclusión. De forclusión
en un sentido preciso, es decir, un real que no tiene su correspondiente en la memoria, en lo simbólico, en la
inscripción.
Por eso uno se puede preguntar, y Freud mismo lo percibió, si no hay una homología entre la estructura del trauma y la
alucinación. Freud notó aquí una conjunción entre lo que pasa en el sujeto de la psicosis y en el sujeto traumatizado.
Creo que es porque hay una estructura idéntica, aunque el fenómeno sea totalmente distinto. Y es verdad que podemos
decir que el trauma es de lo real forcluído, de lo real en exceso, a la vez imposible de soportar. Sufrimiento, terror
imposible de evitar. No hay recursos frente a su irrupción. Y si digo "real forcluído debo añadir que esta estructura
implica la no-atribución subjetiva, Es decir, el sujeto no se reconoce implicado, se reconoce aplastado, víctima, pero no
toma parte. Saben que la expresión "atribución subjetiva” es una expresión que Lacan utiliza para comentar la
alucinación y que hay todo un problema frente a un sujeto alucinado, en cada caso, que es estudiar, ver si hay o no
atribución subjetiva. Entonces, si el trauma es de lo real forcluído, podemos entender por qué se habla ahora, y con
toda razón, de un "deber de memoria".
En Europa circula la noción de un "deber de memoria", especialmente respecto a lo que fue la Shoa y los diversos
genocidios del siglo. Un devoir de mémoire -lo quiere decir una necesidad de inscribir y a la vez perpetuar en la
memoria humana y de reducir --porque cuando se perpetúa en la memoria se reduce el elemento traumático.
Necesito hablar un poco de la neurosis y de su relación con el trauma: Es una pregunta que apareció desde el principio
del psicoanálisis: saber si el neurótico, y finalmente si cada sujeto no estaría traumatizado de origen, o sea un
traumatizado desde el origen.
Es una pregunta que se presentó al principio en la obra de Freud y que se reencuentra en los últimos textos
especialmente en el famoso Inhibición, síntoma y angustia de 1927 y también en Moisés y el monoteísmo, uno de sus
grandes últimos textos, (El problema del traumatismo es para Freud un problema estrictamente conectado con la
pregunta acerca de dónde proviene la neurosis. Y si pueden recordar y verificar en Inhibición, síntoma y angustia
concluye un capítulo diciendo: "Finalmente nos quedamos con el enigma y con la pregunta no resuelta de dónde
proviene la neurosis". Veamos el progreso de Freud: primero creyó descubrir en las histéricas que trataba al principio,
que se trataba de sujetos traumatizados. Traumatizados sexualmente que habían padecido una seducción sexual de un
adulto y precisamente de un adulto padre. Pero rápidamente percibe el engaño y concluye, escribe a Fliess: "No creo
más en mi neurótica". Y dice: "El trauma supuesto no era más que el fantasma histérico". Entonces es la metáfora, la
sustitución de la tesis de la causalidad traumática por la causalidad fantasmática. Y descubre que el trauma era sólo la
máscara de la disimulación del fantasma de la mu. jer histérica. Es bastante firmemente afirmado por Freud.
La alternativa "fantasma o trauma" tiene un alcance ético evidente....' no solamente clínico. O si se prefiere, tiene un
alcance clínico. Pero el alcance clínico tiene siempre sus incidencias éticas, lo que supone sostener que cuanto más uno
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subraya el elemento traumático-es decir el real forcluído imposible de evitar-más se "inocenta", se justifica al sujeto. Si
subrayamos la causalidad traumática justificamos al sujeto que no puede nada, que es una pobre víctima.
El discurso sobre la víctima es un discurso potente en la modernidad, y cuanto más subrayamos la participación
fantasmática del sujeto, más indicamos que el sujeto a pesar de sus desgracias no es completamente. un inocente. Es
verdad que el psicoanalista no tiene simpatía por la causalidad traumática en la medida en que la causalidad traumática
permi. te al sujeto negar su responsabilidad y, porque sin su responsabilidad no puede entrar en el psicoanálisis. La
práctica analítica implica un sujeto que, a pesar de los encuentros con lo real reconoce su implicación, se atribuye algo.
Antes, por supuesto, para hacer este paso, ha debido adelantarse en su teoría de la angustia y saben que Inhibición,
síntoma y angustia es el texto con el que sorprendió a todos sus alumnos, a todos los psicoanalistas de su tiempo, en la
medida en que invierte totalmente su idea de la angustia: Pensaba, hasta ese momento y había siempre sostenido, que
la angustia era producida, que era el resultado de la represión de la libido.
Había instalado la idea: uno, represión de la libido/pulsión. Dos, angustia como resultado. Y en este texto, como saben,
invierte totalmente y dice "me equivoqué (es interesante cómo un hombre como Freud reconoce su error) la angustia
no es el resultado de la represión, es la causa, la causa de la represión". Y así ha logrado hacer de la angustia realmente
lo que podemos llamar el afecto de lo real. El afecto del encuentro con un real, al menos en el sentido de un imposible
de soportar. Un imposible de soportar y él lo formularía más bien en términos de un inasimilable a la realidad psíquica.
Es decir al orden simbólico de una subjetividad.
Así pone el momento traumático (traumatische moment) como un encuentro con lo que llama "un peligro real"-son sus
términos-. Pero... ¿Qué es un "peligro real" en el texto de Freud? Ustedes lo pueden verificar, llama “peligro real" al
momento en que el sujeto se encuentra confrontado o tomado por una "excitación intratable" -esa es la expresión, una
excitación a la vez insoportable e intratable..
Entonces el "peligro real" en Freud se define como exceso de excitación, Es interesante porque esta expresión no señala
cuál es la causa del exceso de excitación. O es algo que viene de fuera (en las catástrofes diversas), o es algo que viene
de adentro a nivel pulsional. En los dos casos es excitación incontrolable; y es aquí que propone su término Hilflosigkeit,
la détresse, el desamparo, la falta de recursos. Cada lengua la hace sonar diferente. Para mí "desamparo", en español,
suena menos fuerte que la palabra francesa o alemana en fin, cada lengua propone su sentido.
Quiero señalar la sutileza y el beneficio teórico de esta concepción. El desamparo se define de la manera siguiente a
nivel económico: "Hay desamparo cuando el sujeto se encuentra confrontado a una cantidad de excitación y no tiene las
fuerzas para soportarla, o canalizarla, o repartir la". Aquí la definición tiene dos pies: por un lado, la cantidad de
excitación; por el otro lado las capacidades del sujeto de soportar, o de elaborar una excitación excesiva. Entonces, en el
desamparo, la definición del trauma implica al sujeto. Es una definición del trauma que implica a lo real y al sujeto.
Con eso, efectivamente, no podemos pensar y no podemos hacer menos en tanto freudianos que oponernos a la tesis
moderna, mayoritaria, que postula que hay traumatismos estándares. Y que intenta construir modos de tratamiento
estándares para traumatismos estándares. Se construyen ,
tratamientos para las víctimas que han padecido bombardeos, se construye un modo de tratamiento para las víctimas
de agresiones sexuales. Pero eso es olvidar que los diversos sujetos no tienen la misma predisposición al traumatismo y
que lo que traumatiza a uno no traumatiza a otro.
Una segunda observación es que con el término de "desamparo" Lacan nos da lo que puedo llamar "el rasgo unario".
Una palabra que pone en factor común, como se habla de "poner en factor común" en matemática, un término común a
angustias fenomenológicamente muy diversas. Efectivamente, escuchamos decir que la angustia de perder el objeto, de
perder el pene y toda la serie de angustias que el psicoanálisis ha construido, tienen un punto en común que es la
situación de desamparo. Y es ese el punto traumático que también se sitúa--por ejemplo en la angustia de nacimiento."
La angustia respecto del pene es en sí misma angustia de desamparo y en la medida en que como Ferenczi lo subraya en
alguna parte (y Freud lo cita justamente por eso) perder el pene" significaría ser confrontado con el objeto materno, a
una impotencia que generaría una excitación insuperable-un desamparo, entonces
Tenemos aquí el término puesto en factor común de todas las angustias traumáticas. Esa es la tesis de Freud y nos
podemos preguntar ahora, puesto que quiero responder a la pregunta de la neurosis, si el inconsciente es o no
traumático.
Lacan ubicaba al inconsciente respecto de la memoria, decía: “El inconsciente no es perder la memoria, es no recordar-
se lo que uno sabe". ¿Qué quiere decir? Quiere decir que el inconsciente está constituido por los signos, las imágenes,
los significantes, en los que el sujeto no se reconoce. Y en este sentido, el inconsciente que se impone en las
repeticiones del sujeto, que se impone en los síntomas del sujeto, violenta al sujeto de la misma manera que lo real.
Entonces, efectivamente, el sujeto percibe al inconsciente.
Pero cuando un sujeto percibe su inconsciente... ¿Qué es, por definición, "inconsciente"?
Un sujeto percibe su inconsciente a veces sin análisis. No digo que lo trata fuera de análisis, pero puede percibir la
dimensión del inconsciente cuando constata que a pesar suyo en algunas situaciones, padece un automatón. El mismo
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sujeto que reacciona de una manera, por ejemplo, incoercible, que no quiere pero que no puede impedir y que se
repite. En
Este sentido el inconsciente tiene algo traumático .Y hay más, porque la tesis psicoanalítica de Freud retomada por
Lacan hasta casi el final y completada después, es que lo que está inscripto. en el inconsciente, lo que llamamos el saber
inconsciente, son los trazos, las memorias -si lo puedo decir así- de experiencias originarias trauma ticas, de encuentros
que fueron traumáticos en su origen. Lo que permitiría definir un doble nivel de implicación del trauma en el
inconsciente. El inconsciente sería el retorno automático y entonces traumatizante de. la memoria de los traumatismos
originarios.
Freud, en el capítulo que evocaba, termina efectivamente diciendo que "toda neurosis es traumática" -tiene un origen
traumático. Es decir, cada neurosis se caracteriza por el retorno incoercible e insoportable de las marcas del
traumatismo originario.
Freud precisa de qué tipo son los traumatismos originarios. Dice que "se trata ya sea de experiencias que conciernen al
cuerpo del sujeto, ya sea percepciones que afectaron vía la vista y el oído". Es decir que evoca claramente a las primeras
experiencias de encuentro con un goce a nivel del cuerpo propio, o-a nivel de sorprender-en las escenas primarias algo
del goce del Otro. Es decir, o la amenaza' de castración, o la seducción, o las escenas primitivas percibidas. La tesis hace
del inconsciente :algo como el estigma, el memorial de las experiencias traumáticas del goce.
En este sentido es cierto que el inconsciente tiene algo traumático a ..la vez que vehiculiza el traumatismo originario.
Podemos ver que no es toda la verdad, que más bien es un aspecto sólo de la estructura. Porque...¿Cómo podemos
decirlo de otro modo? El inconsciente mismo es una pantalla contra el trauma.
Es lo que tanto Freud como Lacan han subrayado diciéndolo de manera ligera y más o menos divertida. El primero,
diciendo que los malos, los desdichados encuentros reales, tienen efectos terapéuticos sobre la neurosis --lo que quiere
decir que un sujeto que tiene encuentros desdichados se presenta menos sujetado a su neurosis-
Lacan dice la misma cosa de otra manera. Durante la última guerra mundial constató que sus neuróticos estaban muy
bien, mejor que nunca en las infelicidades de la guerra. Y más teóricamente, termina en Televisión diciendo que "el
sujeto es feliz" - lo que quiere decir que cualesquiera fuesen los encuentros, los acontecimientos, a un cierto nivel el
sujeto logra siempre obtener su satisfacción. ¿Cómo entenderlo?
Creo que se entiende bien si piensan que es en el inconsciente en el que se inscriben las marcas de los primeros
encuentros, con las sorpresas del goce -ya sea el goce propio o el del Otro-. Este inconsciente es también el aparato de
conducción, define las vías de conducción de la satisfacción de un sujeto.
Otra manera de decirlo es que el inconsciente preside a los síntomas de un sujeto y que los síntomas son maneras de
gozar, de alcanzar una satisfacción paradójica pero una satisfacción sin embargo. Así Freud podía constatar que el sujeto
quiere a su síntoma como a sí mismo. Y el psicótico quiere a su delirio como a sí mismo. A la vez lo padece, pero es él.
Ahora bien, el sujeto con un inconsciente. Podemos decir que fue traumatizado pero también que fue vacunado contra
los traumatismos. Es verdad que el inconsciente es un filtro que hace de pantalla a lo real y con el resultado de que un
sujeto se sepa con un inconsciente, ya está en cierta medida vacunado contra toda sorpresa..
Es terrible constatar hasta qué punto en el inconsciente cada sujeto neurótico encuentra siempre la misma cosa. Es un
hecho masivo, patente. Lo real es variado, los acontecimientos también, las personas en el mundo también, pero cada
neurótico en este campo de variedad infinita, encuentra siempre lo mismo. Es realmente una experiencia impactante en
el psicoanálisis. No es excesivo que podamos concluir que el sujeto con este inconsciente se vacuna contra lo real, es
decir contra la sorpresa, contra lo inédito. Creo que es por eso que los neuróticos, hasta en las asociaciones de
psicoanalistas inclusive, sueñan con la sorpresa, aman y anhelan la sorpresa, por buenas razones. Porque para
sorprender a un neurótico... ¡Hay que decir que no es tan fácil!
Voy a terminar con el punto de la responsabilidad del sujeto en el trauma. Creo que podemos seguir a Freud y
generalizar su tesis: hay siempre dos componentes en un trauma, nunca el trauma es efecto sencillo, puro, de lo real.
Decía yo hace un rato: en todo caso para que haya trauma necesitamos una participación subjetiva. Así, hay siempre dos
componentes: Uno, que es el golpe de lo real en todas sus configuraciones. Y otro, que es lo que voy a llamar "las
secuelas”. Es un término que se utiliza mucho en la literatura sobre el trauma. El golpe de lo real es el momento de
forclusión
es lo que he dicho, tiene una estructura de forclusión- Es un real que se presenta sin tener su correspondiente en el
discurso, he programado entonces, Eso no depende del todo del sujeto. A este nivel el sujeto es inocente, víctima
inocente. Pero las secuelas se ubican en realidad en un segundo tiempo, que no es el momento del encuentro. ¿De qué
se trata en las secuelas? Se trata de las repercusiones subjetivas y de la manera en que el sujeto lo toma, lo piensa.
Vemos la máquina de simbolizar que pone en marcha frente al elemento traumático. Y al nivel de las i secuelas, la
participación subjetiva no falta nunca, está siempre presente. Por ejemplo, un sujeto puede pensar que el mal
encuentro fue tramitado, “tramado". Esta es una expresión que me gusta de Lacan, que decía que no podemos hacer
menos que pensar que las cosas están tramadas, es decir, que cuando hay una infelicidad pensamos que resulta de un
Otro.
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Entonces no podemos hacer menos que sostener la existencia del Otro, fantasmática. Es verdad que no es la misma
cosa pensar que lo que pasó no tenía ningún sentido, fue puro accidente, contingencia absoluta. Pensar, por ejemplo,
en reconocer el dedo de Dios en el evento, que sea Dios o que sea lo que ahora llamamos "los responsables".
Pueden constatar que en la modernidad hay una caza de los responsables, Cada vez que hay una catástrofe, primero se
ayuda a las víctimas y después se busca a los responsables. Muchas veces los hay, por supuesto. Pero a veces también
cuando hay un agujero en el ozono se busca a los responsables, es un hecho. Así vemos el movimiento incoercible que
va a buscar al Otro que respondería del real sin sentido. Entonces podría decir también que en un mismo evento un
sujeto puede reconocer la malignidad del Otro, o al contrario, pensar que es un signo de la benevolencia del Otro.
Tomemos un ejemplo: los sobrevivientes de las catástrofes. Es totalmente diferente si el sobreviviente piensa que el
destino le hizo la gracia de dejarlo vivir o si piensa lo contrario-que es una malignidad del des tino dejarlo vivir cuando
todos los demás están muertos. Podríamos desarrollar esto infinitamente.
El traumatismo en su impacto es real, puro real. Las secuelas son siempre del sujeto. Y con eso entendemos que los
psicoanalistas tienen algo para decir en el problema de los tratamientos de los traumatizados. Incluso cuando no se
trata de traumatizados del inconsciente, cuando se trata de los traumatismos que enumeré al principio. Creo que es
urgente criticar, oponerse al discurso determinista sobre el traumatismo, al discurso que se construye y considera que
hay una relación biunívoca si se puede decir, entre un traumatismo y los efectos en los sujetos.
Eso tiene consecuencias y programa tratamientos inconvenientes para los sujetos: no hay tratamientos estándares
porque no hay sujetos están: dares y no hay secuelas estándares. Debemos mantener juntos a los dos componentes del
traumatismo, sobre todo ahora que la virtualidad traumática ha crecido con la inconsistencia del discurso de la
modernidad.

*Di Sabatto, F. “Dispositivos institucionales”.


¿Cómo puede el analista conservar su posición ante la multiplicidad de vectores que intervienen en el campo de su
praxis? En este texto buscamos indagar el concepto general de dispositivos, los elementos que la componen y la lógica
de su funcionamiento, a los efectos de pensar la especificidad del dispositivo analítico y la posición que ocupa el
psicoanalista.
Con posición del analista no me refiero a las investiduras imaginarias con las cuales la persona del analista se diferencia
de otros profesionales del campo de la Salud Mental, sino más bien ese lugar preciso y a la vez difícil de precisar que le
permite al analista por la vía de la transferencia dirigir una cura. Lacan llamó a esta posición semblante del objeto a.
¿Cómo conservar esa posición cuando el analista es impedido por la dinámica propia de la institución y por el cargo que
él ocupa a dirigir su acto en otras direcciones, más dirigidas al discurso del amo?
El riesgo al que está expuesto el analista que desarrolla su práctica en una institución de salud o de quedar reducido a
este lugar marginal, actuando como una suerte de auxiliar de la medicina. Riesgo de responder más a la demanda del
médico o de la institución que a la propia demanda del paciente, demanda que aunque articulada el deseo no coincide
con él por una falla estructural.
Se trata entonces de precisar qué posición debe adoptar el psicoanalista frente a la demanda institucional, sin
responder de manera marginal, vale decir como un agente más del dispositivo institucional, ni tampoco quedar como un
extranjero en el campo de la salud, un lugar extraterritorial en el sentido de construir su propia comarca dentro de la
institución pero aislado y alejado de las demandas institucionales como forma de preservación de su posición como
analista.
El concepto de dispositivo en la obra de Foucault
A través del análisis de la microfisica del poder, Foucault ilumina ciertos mecanismos subyacentes en las prácticas
disciplinarias que tienen como objetivo el control y la administración de los componentes y los gestos de los cuerpos.
Desde esta perspectiva el poder no sólo reprime sino y por sobre todo, incita, promueve, estimula ciertos discursos y
comportamientos.
Elementos fundamentales del término dispositivo según el uso que Foucault hace de él:
1. Se trata de un conjunto heterogéneo que incluye diversos saberes, prácticas, mecanismos y procedimientos
(dispositivo como red)
2. Posee una función estratégica concreta que siempre está inscrita en una relación de poder en relación al saber
3. El dispositivo tiene por objetivo enfrentar una urgencia para obtener un efecto más o menos inmediato
4. El efecto esperado es la de gestionar, gobernar, controlar y orientar los comportamientos, los gestos y los
pensamientos de los hombres. En este sentido los dispositivos siempre implican un proceso de subjetivación, es decir,
deben producir su sujeto.
El dispositivo no busca la emergencia del sujeto sino más bien la construcción de un sujeto, que en posición de objeto
responda a los requerimientos del discurso dominante.
Dispositivo psicoanalítico
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Los elementos que se presentan en toda relación terapéutica son al menos tres: dos objetos que se encuentran en
posiciones diferentes (el paciente y el analista) y el lazo transferencial que se establece entre ellos. Sabemos que la
mera existencia del lazo transferencial entre dos personas no implica necesariamente que estemos en presencia de un
dispositivo analítico, pues se requiere además una operación que permite la instalación de un analista en el lugar del
Otro. Operación que se producen los tiempos un primer tiempo de alienación y un segundo tiempo, separación.
Primer tiempo la alienación
La primera operación es aquella en la que el sujeto que padece de un malestar se dirige a un profesional de la salud y lo
ubica en el lugar del Otro como aquel que tiene el saber o los recursos necesarios para resolver su padecimiento. Es una
demanda de curación dirigida a un Otro que puede ser un médico, un enfermero, psicólogo o psicoanalista. Para cumplir
con esta función es necesario que quien la ejerza puede asumirla ubicándose en posición de escucha. Es un momento
de suma alienación, pues el sujeto en posesión de objeto se ofrece al Otro.
Segundo momento separación
Cómo responder a esta demanda es lo que diferencia la posición del médico (y de otras psicoterapias) de la posición del
analista. Mientras que el médico se identifica el Otro como ideal y desde allí responde a la demanda del sujeto para su
satisfacción, el analista en cambio, se separa del ideal y se abstiene de responder. Este segundo movimiento es el que se
dirige hacia el deseo más allá de la demanda y es lo que posibilita que la transferencia se instale (segunda línea).
El deseo del analista no es el deseo del sujeto analista. Es un hueco, un vacío que se presenta como enigmático y que
permite establecer la mayor distancia posible entre el analista en posición de objeto y el analista como ideal.
En esto radica la diferencia fundamental con el dispositivo psi, pues quién está en posición de objeto no es el sujeto sino
el analista. Posición que le permitirá al sujeto desandar las identificaciones de los significantes primordiales, como así
también desplegar los modos particulares del goce pulsional.
Conclusión
Se trata de reconocer el lugar que ocupa el analista en dicho dispositivo para servirse de él y producir desde allí un
segundo movimiento de separación, aquel que permite al analista ubicarse en posición de semblante del objeto a.
Transferencia que ya no será institucional e indiferenciada, sino ligada un nombre propio, al nombre del analista.

*Beltran, lo real, límites y posibilidades.


Contexto y dispositivo
INTRODUCCIÓN
En el presente trabajo recorreremos y situaremos la importancia de contextualizar el momento subjetivo que nos toca
vivir. Vamos a partir de dos posiciones éticas que rigen nuestra clínica en hospital de día. No retroceder ante la psicosis y
estar a la altura del malestar de la época.
Remarcaremos entonces la importancia de contextualizar el malestar de nuestra época y sus incidencias en la psicosis y
en el dispositivo de hospital de día. Comenzaremos recortando ciertas particularidades representativas de este espacio
de tiempo actual: los medios de comunicación y las redes sociales, tomados por las corporaciones y el sistema
financiero. La reducción del Estado. La globalización y los efectos de des-responsabilización del sujetó. La medicalización
de la vida cotidiana. Imperativos, mandatos, elecciones y malestares. El imperativo de ser felices del todo ya. La
dificultad de precisar lo que es público y privado. Abordaremos también las consecuencias clínicas que tiene para la
psicosis que el Estado como representante del nombre del padre sea diluído, acotado, desfinanciado. Y veremos cuál es
el impacto en el sujeto psicótico, en el dispositivo de hospital de día y la institución que lo soporta.
DESARROLLO
En primera instancia sostenemos que cada cultura, cada tiempo, fija una gama de ideales significaciones predominantes
que construyen la subjetividad y la realidad que sostiene cada espacio de tiempo llamado época. No hay un espacio -
tiempo igual que otro. Estamos regidos por la diversidad temporo-espacial que nos toca vivir.
Con anterioridad el poder real (corporaciones, mercado, clase dominante, poder económico) utilizaban los militares
para llegar al poder, esto es una antigüedad, actualmente se utiliza estos medios masivos con campañas "formadoras de
opinión" de quienes son buenos y malos. Esto no es ajeno a nuestro campo de la salud mental, los llamados “Agente de
Propaganda Médica" APM (Visitador Médico) están lejos de ser promotores de las bondades de los productos, muchas
veces son sólo coaptores del médico a fuerza de favores económicos. Los laboratorios poseen mecanismos de control
sobre los mismos médicos, a saber: Sistemas de Auditoría Médica (pagan a los farmacéuticos por información, donde
relevan las recetas y las agrupan por profesional, hay empresas que venden esas bases de datos y así los laboratorios
tienen conocimiento de lo que se receta). Si los profesionales no recetan los productos de su laboratorio, el agente de
propaganda médica deja simplemente de hacerle favores. Esta es una de las herramientas favoritas para sostener y
construir la medicalización de la vida cotidiana, otra problemática de nuestra época.
Prescribir un medicamento no es el problema, sino que se prescriba indiscriminadamente, y que sea la primera y la
única elección terapéutica. Su influencia abusiva se encuentra: en la infancia, en la adolescencia, en la adultez y en la
tercera edad. Esto da cuenta del desplazamiento de la idea de enfermedad a la de malestar, que propone el uso del
138

medicamento no ya con el fin de curación, sino el de bienestar. Pero esta lógica lleva necesariamente a la
deshumanización. Los actos no tienen consecuencias si se construye un falso límite en el psicofármaco.
Otro imperativo de nuestra época, por lo menos en occidente, es "no hay malestar'', "no pienses" y "sé feliz". Es una
especie de debilidad mental sorprendente que hace de la "pasión por la ignorancia" una virtud. No hay causas, existe
una tendencia o síntomas exportados de algunas de las potencias de occidente, en donde se intenta des-responsabilizar
al sujeto sobre su decir y sus actos por vía de lo genético, de lo orgánico o de lo contextual. Entonces estas prácticas y
estas clínicas tienen esta misma estética, creyendo que el psicofármaco puede resolver el malestar, tentándolo al sujeto
a no saber hacer con su padecer.
En nuestro campo aparece en primer orden los (DSM) Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, la
primera versión (DSM-I), al igual que el CIE, surge del anhelo de confeccionar una clasificación dentro del campo de la
Salud Mental universal (un para todos). Entonces, este universal del "para todos" que soporta este tipo de manual
globalizante, desemboca en la desaparición de un saber especializado, en la falsa universalización "científica" y en la
descalificación efectiva de las demás praxis de la salud mental. El hombre del DSM-IV es a quien se le rehúsa toda
particularidad y toda subjetividad.
Esta clínica contemporánea con su diagnosis y articulada a los medicamentos, permite al sujeto liberarse de toda
explicación causal de todo sentido, y de afirmar una ilusión de ser todopoderoso. Sin embargo, el fracaso terapéutico se
explica por un error, ya sea en la precisión de la clasificación o en la de la elección de la medicación.
Sobre que la toma del poder por las corporaciones por sobre el Estado es una de las herramientas que se utilizan
actualmente para alcanzar este fin (disputa cotidiana que se entreteje y se sostiene silenciosamente). Sin embargo,
cuando las corporaciones alcanzan este objetivo tienen consecuencias inmediatas. Lo primero es diluir leyes que no
favorecen a los monopolios, concentrando el poder y generando una transferencia económica mayúscula hacia las
mismas. Por otro lado, convierten los derechos constitucionales en gastos. Entonces la salud, la educación, la cultura, la
jubilación o las pensiones pasan a ser diluidas, descalificadas y convertidas en un simple problema contable o de caja. El
Estado es reducido a la mínima expresión para que no pueda mediar y regular al mercado o el poder real de turno.
Actualmente asistimos a un probable cambio de paradigma en la lógica del mercado en occidente. Se sostiene
nuevamente y a viva voz y por todos los medios posibles que el mercado se regula a sí mismo. Concepción que ya ha
fracasado con anterioridad y que demuestra que una praxis sin regulación se destruye a sí misma. El neocapitalismo
muestra su cinismo, con la pos-verdad, instalando la falacia como un discurso y además con ínfulas de verdad.
Simultáneamente son neocapitalistas en las ganancias, absorbiendo la mayoría de ellas y son socialistas con las
pérdidas. El Estado observa las pérdidas generando deuda que pagamos en un "entre todos".
¿Qué sucede con todo este contexto en nuestra praxis con el sujeto psicótico?
Sabemos que tiene una relación contingente con el malestar de la época diferente al neurótico. El sujeto psicótico no
está atado al pasado, ni a la novela familiar, como el neurótico. Pero sí al futuro, en el sentido del amparo, del cuidado,
del sostén económico y psíquico. Por eso padecen y viven como presente la posibilidad de la muerte de los padres. Y es
ahí donde el Estado debe aparecer en toda su dimensión. Si no es así, aparece el abandono, negando el amparo, la
asistencia institucional y las jubilaciones no contributivas.
Sin embargo el dispositivo de hospital de día y la institución asistencial que lo soporta está atado inexorablemente a la
época. Que el Estado sea diluido a la mínima expresión y que la salud mental sea considerada un gasto y no un derecho,
tiene impacto directo en el sujeto psicótico, angustiándolo, descompensándolo, empujándolo a un posible pasaje al
acto.
CONCLUSIÓN
Sostenemos que la clínica no puede ser pensada y practicada fuera del contexto. Como psicoanalistas tomamos y
sostenemos los efectos de la subjetividad de la época y construimos el estar a la altura de ellos. No nos ubicamos en una
posición de exterioridad, posición que Lacan criticó en muchas oportunidades.
Lenguas de Familia
La característica principal del lenguaje es que representa, otorga sentido y no alcanza a decirlo todo, siendo esa la
inadecuación propia del lenguaje. El pensamiento es bidimensional, se maneja en oposición, se piensa causa y efecto.
Esta bidimensionalidad nos deja en una encerrona mental.
Antes de nacer hablan de nosotros, el Otro nos pone un nombre. Somos lo que dicen de nosotros. El sujeto se va
construyendo a partir de lo que le han dicho. Se es hablado por el Otro. La lengua es del Otro, no es propia. Será
necesario pasar de la lengua del Otro a una nueva lengua. Es la lengua del Otro la que se impone. El trabajo como
analistas es el movimiento de la lengua. Agujerear lo simbólico y duplicar. Es en esa duplicación que decimos: no es eso.
Es tarea del analista prestar la duplicación para que "eso" que era único se rompa y se convierta en otra cosa. Es esa
partición la que provoca el agujereamiento de lo simbólico, produciendo el pasaje de esa lengua del Otro a una nueva
otra lengua. Otra forma de decirlo es: pasar del saber del Otro a un otro saber. Esta otra lengua instituye otra legalidad.
Mientras que en la psicosis todo se sabe, no hay represión. El significante está forcluído, lo simbólico vuelve y retorna en
lo real. Si ese significante no está allí para representar al sujeto ante otro significante, vuelve por la voz de la radio, por
139

la imagen de la televisión," por la pared del vecino. Acá lo simbólico está plegado sobre sí mismo. No hay retorno de lo
reprimido, sino que aquello que fue expulsado o rechazado de lo simbólico retorna desde lo real. A lo real no le
corresponde ningún significante, es aquello que vuelve siempre al mismo lugar. No cesa de no escribirse y no puede ser
reprimido. En la psicosis son todos significantes S1 todo es imperativo. Es un simbólico desconectado de lo real y de lo
imaginario, no produce significación, no tiene estructura de cadena significante, es un simbólico de Unos no
encadenados, no anudados. Si lo simbólico no hace cadena, tampoco hace lazo social. Aparece el realismo de las
palabras, su literalidad. El analista tratará de prestar sentido S2 para representar lo que se presenta. Ofrecer imaginario,
prestar sentido, porque eso rechazado retorna en lo real. Se trata de agregar o de prestar un S2.
¿POR QUÉ Y PARA QUÉ SURGE EL EQUIPO DE FAMILIA?
El equipo de familia surge debido a que trabajamos en un dispositivo integrado por pacientes que no siempre pueden
hacerse representar por la palabra. Se les dificulta situarse en el discurso. Es la metáfora paterna la que instala las leyes
del lenguaje y permite que el sentido discurra, que equivoque. Esto no ha operado en estos pacientes. El objetivo de
trabajar con las familias es implicarlas a que colaboren con el tratamiento del paciente, modificando algunos vínculos
cristalizados. Trabajamos con lo más familiar de cada familia.
A QUÉ LLAMAMOS DISPOSITIVO DE FAMILIA
Un dispositivo se dispone por el encuentro. El compartir, el participar: es por la parte, no por el todo. Particularmente el
dispositivo de familia es un soporte, un límite, un lugar que puede producir cruce de dimensiones entre lo real, lo
simbólico y lo imaginario. El equipo de familia interviene en diferentes momentos del tratamiento del paciente dentro
del Dispositivo de Hospital de Día.
A QUÉ LLAMAMOS FAMILIA
Lo familiar es aquello que proviene del discurso del Otro, siendo lo más propio del sujeto. Muchas veces un pasaje al
acto o un acting out son respuestas de un sujeto sumergido en lo ilimitado del goce del Otro y son respuestas que
funcionan ahí donde no hay posibilidad de mediatización de la palabra, donde no hay límite con el Otro, donde el sujeto
se encuentra preso. El mecanismo de renegación es una lógica imperante en estas familias. Afirmaciones coaguladas de
sentido que presentan mucha fijeza y donde no hay pregunta alguna. Una de nuestras funciones es hacer que vacile esa
lógica certera de renegación que la familia tiene y desde donde leen la problemática del paciente sin implicarse. En esas
asambleas familiares intentamos recortar lo que se repite, lo que insiste: el síntoma familiar. Es esta la vía que posibilita
producir algún cambio en esa economía familiar donde el goce suele invadir.
LA DUPLICACIÓN COMO INTERVENCIÓN
Voy a hablar sobre una operación que considero necesaria para la clínica de la psicosis y también para la neurosis.
Operación necesaria para intervenir en la locura: la duplicación. Esta operación es efecto del uso de la barra.
Se puede pensar que el armado del espejo para un sujeto es el a priori de la espacialidad. El famoso esquema óptico
propuesto por Lacan muestra cómo una imagen real se hace virtual por la mediación del espejo. Es en ese espejo donde,
se ubica al A (Otro), este hace de superficie para que refleje.
Si se piensa al espejo como una superficie que oficia de reflejo, esto hace ,que haya "otra" superficie. Se puede, decir,
entonces, que el espejo oficia de barra. Si no hay barra todo hace relación con todo. Eso es la locura. Todo hace relación
sexual porque no hay función fálica. El analista puede hacer función de barra y la transferencia es una herramienta que
posibilita el lugar para que se pueda arrancar el objeto. Pienso a la transferencia como un ofrecimiento de una
superficie que no hay. Contar con la transferencia posibilitaría duplicar, es decir, espaciar: armar un lado y otro lado, un
antes y un después, un al lado y un enfrente. Si algo se puede espaciar, es para que no esté encima, pegado. Es otro
modo de decir "arrancar el objeto a". La barra instituye la duplicidad de lugares arma ''lo otro'', generando así otro
espacio de eso mismo.
El esquema óptico da cuenta de que la imagen virtual no es idéntica a la imagen real. La diferencia entre la imagen
virtual y la imagen real está en que la imagen real se ve donde ella está; mientras que la imagen virtual se ve donde ella
no está, se ve en otro lado es lo que sucede cuando se mira una imagen en el espejo. Entonces, el sujeto se ve pero
desde la posición en la que lo vería otro (invertida su lateralidad, o sea, no tan igual a como lo vería otro). El dispositivo
de los espejos es fundante para el armado del mundo. Por lo tanto, instaurar la barra es un esbozo de una duplicidad y
el cuerpo es una operación respecto de esta barra porque logra la representación, representa lo que se presenta.
Si este dispositivo de los espejos sucede, nos encontramos con el "eso es eso" en la neurosis, en tanto hay un
predominio de una relación fija entre lo simbólico y lo imaginario. Es una fijeza sin conexión a ningún real. Es por esto
que como analistas habrá que equivocar la imagen y agregar real. Poniendo en crisis la representación: eso es eso.
¿Cómo armar otro lado?, ¿cómo ir hacia el "eso no es eso"? El lugar del analista, en la neurosis, apunta a que se arme lo
otro, a que se dupliquen los lugares, a generar una alteridad armando la otra escena de la escena, a que algo equivoque,
a que falle lo verdadero, a no hacer relación fija, a no armar el dos, a no armar sentido. Si este "no es eso" no está en
función, el sujeto se queda entrampado en lo verdadero, en "eso es eso" y hace que se ancle en lo fijo, lo inamovible.
Considero que el psicoanálisis es una praxis del movimiento. Leer el texto del paciente, agujerear lo simbólico, provocar
otra sonoridad, otra musicalidad, para transformarlo en otro texto.
140

Mientras que en la psicosis, si no hay constitución de la imagen especular, no se conforma esa alteridad imaginaria, no
se ha llegado a construir el espejo. No está ese dos, S2: la imagen virtual y la imagen real. Todo es superficie. En estas
superficies no orientables, superficies únicas; se dan los fenómenos de pulsación (ir y venir sin un punto que oriente) y
los fenómenos de pegamiento. El ser hablante está inmerso en lo real; pero en lo real nada falta. La falta la arma lo
simbólico. Al no haber falta no hay agujero. Los orificios son lugares de intercambio. ¿Cómo se arma agujero? Si se
incluye un objeto hay que también extraerlo, logrando operaciones de inclusión y de exclusión.
Lacan definió: “El objeto a es algo de lo cual el sujeto, para constituirse, se separó como órgano”. Si esta separación del
objeto "a" no ocurre, está lo orgánico. La organicidad es estar con el objeto y sin cuerpo. En lo orgánico no hay nada
agujereado. No se logró la representación de la cosa. "La palabra mata la cosa". La cosa pide nombre. Al simbolizar algo
de la cosa, algo cae. En la psicosis no está en función el intervalo entre el S1 y el S2. Cuando el sujeto se hace la pregunta
¿qué quiere el Otro de mí? Es en ese intervalo que logra separarse de la alienación propia del lenguaje (es decir, de los
significantes del otro). El No es un acto. El sujeto se afirma negando. El No es el primer acto de afirmación frente al Otro
y permite armar el campo del lenguaje. El lenguaje puede no estar dirigido, estar sin articulación a la demanda. Apostar
a la duplicación posibilita armar su oposición (adentro – afuera, ir-venir).
INTERVENCIONES Y EFECTOS EN LAS ASAMBLEAS MULTIFAMILIARES
El objetivo de las Asambleas Multifamiliares es que oficien de espejo, todo grupo funciona en espejo. Posibilitan que
"eso mismo" aparezca en otro lado. Las diferentes opiniones "sobre lo mismo", van armando un lado y otro lado.
Duplicar arma un antes y un después; un ir y un venir; un traer y un llevar. Cuando está en función el lenguaje, está
armado el lugar del Otro, hay a quién dirigirse.
La asamblea es un espacio muy importante porque promueve la circulación de la palabra y los familiares pueden
producir un decir, comparten su mal-estar. No damos respuestas sino que facilitamos y propiciamos que la palabra
circule. Introducir la duplicidad promueve un espacio especular, una superficie con dos caras. Pasar de lo no orientable a
lo orientable.
El equipo de familia es un intento de "parapeto" que posibilita destituir esos lugares familiares fijos, cristalizados.
Funciona como una suplencia de eso que no llegó a operar. En estas familias no hay un punto de anclaje. Falta soporte
para que cada sujeto apoye su discurso, es decir, el nudo. Intentamos articular una demanda porque esto genera la
duplicación. La demanda hace dos. En la psicosis no hay llamado porque ya está la respuesta de antemano.
La transferencia es una herramienta para trabajar el goce. Presta una superficie para armar "lo otro" de eso que está
sobre sí. La transferencia hace de barrera al goce. Contar con la transferencia, con la barra y con la duplicación. Estas
operaciones no son sin la palabra y sin estar ahí en posición de disponerse.
Locura Manent
LA NAVE DE LOS LOCOS
¿Qué le brinda el hospital a un psicótico? ¿Qué es lo que persiste y lo hace permanecer, qué lo sostiene? Lo que
permanece es el dispositivo, que de alguna manera incluye todo eso: lo edilicio, el personal administrativo y, sobre todo,
a los profesionales del arte de curar. Ese dispositivo excede a todos estos elementos volviéndose a comprobar que el
todo es mayor que la suma de las partes. Porque el dispositivo, es un efecto de discurso que se incluye en un proceso de
subjetivación.
LA PSIQUIATRÍA Y LOS PRINCIPIOS DE SU PODER
Michel Foucaut analizó, describió y criticó ferozmente el dispositivo disciplinario que subyace al poder psiquiátrico. La
práctica de la psiquiatría se soporta de ese dispositivo que a su vez es subsidiario de la idea misma que se hace de la
locura: un desvío de la norma, una falla con respecto a la normalidad, un error de la razón y del sentido. Si el loco
desvaría es porque ha perdido el rumbo. Lo cual supone que hay uno y es el correcto, el normal,el que responde a la
norma natural, al orden de las cosas.
A la pérdida del sentido el dispositivo psiquiátrico "clásico" responde con las maniobras tendientes a lograr la
rectificación que reconduzca al individuo al camino de la razón. Para. ello, el tratamiento implementa las medidas que
corresponden para alcanzar dicho fin. Rápidamente los psiquiatras reconocieron que la razón no se endereza con
discursos, o al menos que esos. discursos debían ser reforzados o esforzados con toda una maquinaria que se aplicase
sobre el cuerpo del desdichado que había extraviado el camino.
FORMAS DE LA ANORMALIDAD
El psicoanálisis, sus desarrollos y consecuencias, plantean una ruptura con la manera de considerar la locura y la
"enfermedad mental" en general. Sin poder entrar acá en todos los desarrollos que esto involucra, digamos que el
psicoanálisis inaugura una concepción del síntoma que difiere radicalmente de la idea de normalidad/anormalidad que
sostiene el pensamiento médico y por ende el psiquiátrico.
Para el psicoanálisis el síntoma, en tanto alteración de la normalidad aparente, es un modo de decir a la vez que una
forma de satisfacción pulsional. Se trata de un decir que se anuda en un conflicto, así como lleva en sí el germen del
intento de solución y respuesta a ese conflicto. También, en otra dimensión, es decir, amordazado y ruidoso que
preserva lo que ese conflicto tiene de esencial para lo vivo del sujeto que lo padece. Por ello, el síntoma no es algo que
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pueda o deba ser extirpado sino algo que merece ser escuchado, desplegado, leído. Y que es por esa vía que el
psicoanálisis propone un método de tratamiento del síntoma, con la cura como horizonte por añadidura.
INTERVENCIÓN DEL ANALISTA
La hipótesis que nos guía es que la presencia de psicoanalistas altera el dispositivo así como la presencia de un imán
altera un campo electromagnético -por generar otro- en un espacio dado. Esta alteración se debe a que hay un viraje
desde la posición del psiquiatra, cuyo propósito es enderezar lo que está desviado, a la posición del analista, desde la
cual un deseo muy particular soporta la posibilidad de despliegue de un decir, al que se le supone un saber y un sujeto.
Las derivaciones de este despliegue atañen a la posibilidad de cada cual de que de lo sintomático se haga sujeto, sujeto
de ese decir, con las consecuencias en la cotidianeidad que esto conlleva.
Los analistas en el dispositivo actúan mediante lo que podríamos llamar su presencia enunciativa. Esto es, no se trata
sólo de lo que hacen y dicen sobre todo desde qué posición lo hacen. Posición que no es efecto de una búsqueda
voluntaria ni voluntarista -dado que no se trata allí de buenas intenciones. Es el efecto de todo lo que hace que un
analista se produzca. Entendiendo que esa producción no es constante sino que se manifiesta como efectos puntuales,
momentáneos, y que se revela, justamente, por sus efectos y no por la aplicación de tal o cual protocolo de acción. Esta,
en verdad, es la gran diferencia entre la posición del analista con la del psiquiatra. En este sentido, no hay dispositivos
estrictamente psicoanalíticos más allá de la función del analista. Esa función puede operar en el seno de cualquier
dispositivo, interviniéndolo (en el sentido en que este término se utiliza en el arte contemporáneo).
Así, las normas que sostienen los dispositivos disciplinarios pueden seguir existiendo pero ya no serán las mismas ni
tendrán el mismo alcance. Comenzando por el hecho de que ya no se trata de valerse de ellas para reconducir a alguien
que ha perdido la razón a que la rencuentre. Por el sencillo hecho de que el psicoanálisis no entiende a la locura como
una pérdida de la razón sino como un intento de construir una razón que supla el sinsentido estructural o la falta radical
que subtiende la existencia de los seres parlantes en este mundo.
FORMAS DEL NOMBRE
No podría haber dispositivo sin normas que reglen su funcionamiento. ¿Cuándo una regla/norma se convierte en algo
terapéutico? La norma en sí misma no es terapéutica. Ni siquiera es ordenadora. No lo es por sí, por su enunciado. Sí en
función de su enunciación. O sea por los efectos (nuevamente: subjetivos) que se generan como respuesta a lo que allí
se dice; en función de quién y, sobre todo, de cómo lo dice. Ocurre con la norma algo semejante a lo que se da con la
regla fundamental en el dispositivo analítico. La regla es su enunciación.
En psicoanálisis, la ley y el orden vienen asociados a la figura del padre. Del Nombre del Padre en Lacan. De la génesis
del padre en Freud. El padre que porta la ley (pero no la dicta). El padre que nombra la ley y, así, hace lugar a que el
sujeto innominado quede afectado por la función de la nominación (lo cual no implica tanto que ese sujeto sea
nombrado como que la operación de nominación, al hacer agujero en lo real, le haga lugar a la función sujeto). Al caer
pajo la nominación un viviente se hace sujeto por entrar en la cadena de generaciones.
Al hacerlo, ¿qué nombra? Y sobre todo, ¿a qué ley debe someterse para poder hacerlo? O sea, ¿cuál es la ley que
habilita al padre a nombrar? ¿En nombre de qué ley el nombre del padre nombra la ley? Se advierte fácilmente que esta
es una puesta en abismo que, en su vértigo infinito no hace más que nombrar el vacío que se genera en cada instante
por el efecto de la operación misma. O sea, un vacío que no existe antes de que la ley intente nombrarlo. La ley no
señala un vacío existente y le da un nombre sino que lo engendra en la operación misma de intentar nombrar una ley
que fundamente a la propia ley. Por eso, además, aquel que dicta la ley se sustrae a la ley, tienen valor de excepción;
pero el que la transmite, se somete a ella doblemente.
¿Qué formas toma esta ley en la experiencia del ser hablante? Se trata de la ley de prohibición del incesto. Pero también
de lo que hace ley de la no relación sexual. Y, en última instancia (que, en rigor, siempre es ante-última) se trata de la ley
del malentendido, la ley del equívoco, la ley del significante.
Se trata, entonces, no tanto del enunciado de la norma (subrogado de la ley) sino de la operación de enunciación en
tanto tal (efecto de la ley). No de tal o cual enunciación, sino del hecho de que la enunciación se desprenda del
enunciado, se la reconozca como tal.
UN ORDEN OTRO
La ley del padre no es una "sustancia" que le falte al psicótico y que, por ende, habría que inocularle, instilarle de alguna
manera, o ver la manera de proporcionarle alguna otra "sustancia" sustituta, artificiosa pero que cumpla una función
semejante. No, la ley del padre es un efecto de discurso, de escena, de diálogo. Y es al poner en juego algo de eso que la
escena se modifica. Que el psicótico espere y demande, a su manera, que sea otro quien la ponga en juego, porque su
modo de hacerlo muchas veces es demasiado tortuoso o padeciente, no quita que no se trata de otra cosa que un
efecto de discurso. Además, es ese resto que se impone en lo real lo que da el punto de apoyo para la intervención
analítica que, sin ello, quedaría insustentable e insustancial.
El dispositivo psiquiátrico, como hemos señalado, intenta convencer a la mente mediante el constreñimiento de los
cuerpos. Desde las duchas frías a los psicofármacos -y desde mucho antes de la invención de la psiquiatría- estos
dispositivos son técnicas tendientes a acotar el goce.
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El goce, sin embargo, no se deja acotar. La normalización de los cuerpos, imprescindible e inherente a los dispositivos
disciplinarios, supone que se pueda rasar el nivel de goce de cada uno en el conjunto del todos, sin excepción y sin
medida más que una común.
Pero el goce, y este es otro sorprendente hallazgo del psicoanálisis, no tiene medida común, no hace conjunto y siempre
resiste al acotamiento, desplazándose y escurriéndose de todo intento que se haga de encerrarlo. El goce siempre
escapa a su lugar y a la vez se escabulle por su propia economía. Justamente, lo que el goce encuentra, por su
articulación de no relación con el orden del discurso, es distribuirse según economías que pueden diferenciarse en los
modos de impacto de ese goce en relación a los cuerpos que atraviesan.
Los dispositivos intervenidos por la función del analista implican por ello una puesta en acto de la economía del goce
mediada por la puesta en juego de lo discursivo y sus modos de discurrir. Los talleres de juegos que se implementan en
hospitales de día y dispositivos similares son un ejemplo luminoso de estas variantes económicas alcanzadas y
determinadas por los juegos que las reglas del lenguaje admiten, cuando el equívoco puede ser considerado como parte
esencial de esas reglas.

ACA VA UN PROYECTO DE EXTENSION DE LA CATEDRA

PSICOANÁLISIS EN EXTENSIÓN: FAMILIA, LAZO SOCIAL, DISCURSO. GILES. FICHA 3355.

Introducción:
Aquí se puntualizan reflexiones respecto al impacto que el discurso capitalista (extraña complementariedad entre
ciencia, técnica y goce) genera a nivel de la constitución de la subjetividad, de los lazos sociales y de los lazos familiares.
El psicoanálisis como doctrina y práctica que oferta su intervención en el padecimiento no queda fuera de estos efectos
¿Cuál es el nuevo desafío que las condiciones de posmodernidad plantean al psicoanálisis? Este interrogante se
circunscribe a la experiencia del proyecto de extensión Lazos familiares en la actualidad. Intervenciones inclusivas en
situaciones de crisis.

Situación del sujeto en la época contemporánea: la posmodernidad y el discurso capitalista:

De los cambios sociales en los últimos 60 años devienen consecuencias a nivel de las relaciones sociales, familiares,
amorosas; en suma, plantean la constitución de subjetividades que no son impermeables a los nuevos modos de lazos
sociales.

Las teóricas de la llamada posmodernidad, tarnomodernidad, modernidad liquida, ejemplos que, consideran que la
caída de los ideales de la modernidad de las grandes narrativas y relatos, asociada a la idea del fin de la historia,
transforman las relaciones sociales, productivas, económicas; y entonces, la cultura y el lenguaje. La constitución de la
subjetividad no es ajena a estas variaciones, presentando particularidades que han sido teorizadas por el psicoanálisis.
Massimo Recacati propone pensar la clínica actual como propia de la época del Otro que no existe – planteó que deriva
de Lacan, en los ’70 acerca del discurso capitalista-. Este determina un tipo de lazo social con efectos sobre los sujetos,
como: la caída de la función de la palabra, de los ideales, la pérdida del valor de la experiencia; preponderancia de
padecimientos en los que el sujeto no formula la pregunta, llega con un dolor, con un sufrimiento insoportable. En esta
axiomática, Lacan refiere que se forcluyen las cosas del amor, lo que genera que el objeto del deseo se degrade al
objeto de consumo, presentándose dislocados el amor, el deseo y el goce.

¿Qué implicaciones tiene este tipo de clínica? Hay una diferencia sustancial entre la clínica del vacío y la clínica de la
falta, evidenciada en las nuevas configuraciones del síntoma, ya no centradas en el deseo INCC del sujeto, y por lo tanto,
dependientes de la represión y retorno de lo reprimido, sino estructuradas en torno a la identidad del sujeto, a la
consistencia narcisista. El sujeto y el deseo aparecen disociados, dislocados. “El protagonista de la clínica del vacío no es
más el sujeto dividido, sujeto del INCC, sino un sujeto en ausencia del inconsciente un sujeto que no experimenta el
deseo como defensa, conflicto, herida, sino como una condición totalmente extraña” (Recalcati). La experiencia de la
angustia es central y expone la ausencia de compromiso simbólico con el Otro, y así, a su deriva narcisista “Este
deshilachamiento de las relaciones entre el sujeto el Otro es una condición fundamental de la clínica del vacío”
(Recalcati).

La desconexión entre el sujeto y el Otro –propia de la época actual- está marcada por la caída de la función colectiva y
estructurarte del Complejo de Edipo. Adquiriendo la forma de “antiamor” (expresión utilizada por Miller para definir la
posición del sujeto toxicómano); el objeto perdido no se transfiere al campo del Otro sino que se estanca de forma
narcisista en el cuerpo del sujeto. ¿Qué consecuencias son esperables en relación al lazo amoroso que el sujeto
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contemporáneo establece? Las condiciones libidinales centradas en ese despegue del Otro ¿Afectarían los laos
amorosas y por lo tanto, los lazos familiares? ¿Qué forma toman?

Soler; plantea las consecuencias del discurso capitalista en torno al amor “El discurso actual tiene la característica de no
cubrir más a hiancia de la relación –proporción sexual. De allí el malestar y algo peor, tal vez”, Los discursos que velan
esa hiancia ya no son efectivos. Las figuras de amor y los modelos de pareja que operan en el pasado como pantalla de
protección al desencuentro de los sexos ya no operan. “Mi tesis es que ya no tenemos mitos del amor” (Soler), ni del
amor cortes, ni el del amor precioso, del amor divino, ni del amor glorioso. Y destaca factores que según ella inciden en
la caída de los mitos del amor en este tiempo.

En 1er lugar, esquizofrenización producida por los efectos de la ciencia: en el capitalismo liberal, la ciencia, gobierna
nuestros deseos, mediante la oferta de objetos de goce, objetos sustitutivos. Lacan plantea; “tenemos un auto como
una falsa mujer”, aludiendo a que las producciones de objetos tecnológicos cautivan una parte de la libido a la que
seducen sin satisfacerla y ocupan el lugar de paliativos a la ausencia de relación sexual. Destaca la forma del super-yo
como consumidor. “El super-yo que impulsa a consumir armoniza con lo que llamo el efecto de esquizofrenización”
(Soler). Se justifica en el hecho de que nuestros cuerpos está instrumentalizado por objetos del progreso. Lo notable es
que los seres instrumentalizados por los objeto están solos con un goce que se establece como un corto circuito en el
lazo social. Gozar con estos objetos no conecta con el Otro del amor. “Esquizobrenización, porque el mercado nos
conecta directamente con los plus de gozar, para un goce de la insatisfacción porque son pobres sustituto y además
cortocurcuitan las satisfacciones de Eros, asimilándolas a lo sumo a la de un narcisismo exhibido”.

Otro factor que contrarresta los mitos del amor, según Soler, es la ideología contractual. Que se relación con la época
del Otro que no existe. Esta particularidad fuerza la necesidad de los acuerdos sociales -Habermas-, suplementos a la
inexistencia del Otro que puede llegar hasta las mediaciones de las dificultades maritales. Las estrategias de la época
opacan el amor en la medida en que no hay contrato amoroso. “Se lo suple –al Otro que no existe, que es el Otro del
lenguaje- por debates, esfuerzos de consenso, acuerdos colectivos para obtener un principio de homogeneización, de
coexistencia de los goces” (Soler).

¿Qué consecuencias derivan en relación al lado amoroso?

Por un lado, ya no se cuenta con el ideal del amor, ni el ideal del Otro. Soler, in embargo refiere a que tenemos amores,
sin modelos. Lo que lleva a intervalos, caso por caso, amores a merced de los encuentros, donde el azar es crucial.
Siguiendo a Lacan respecto de la tesis de no relación sexual dice: “El éxito del acto constituye el fracaso del lazo, del lazo
sexual en la medida en que cada partenaire encuentra en él, su goce y no al Otro. De allí la idea de que el verdadero
partenaire es el goce y no el semejante sexuado que está ahí” (Soler) El amor se orienta a pensar como una puesta en
escena, destacando la dimensión imaginaria y aportando una trama de ficciones que vela la dimensión real del goce.

Por último, se destaca cierto desencanto respecto del amor que asocia a la crisis de la pareja heterosexual como un
síntoma del siglo XX. En efecto, los matrimonios se establecen por amor, lo que no pasaba en otras épocas. Y si el punto
de consistencia de las familias contemporáneas es el lazo amoroso y afectivo se instala la incerteza y la endeblez en la
medida en que los vínculos pueden disolverse o transformarse. El matrimonio heterosexual se ha fragilizado y en su
lugar surgen nuevas formas de uniones. As los lazos de filiación desplazan a la alianza conyugal. En este sentido, mas
que desencanto amoroso, habría que pensar en nuevas formas de constitución de lazo afectivo familiar: uniones del
mismo sexo, familias monoparentales, ensambladas, etc.

Estas consideraciones no son ajenas al asunto de los lazos familiares quedando el concepto de familia –matriz simbólica
de relaciones que determina la constitución subjetiva a partir del deseo y el amor y también como aparato de regulación
de goces- cuestionando al menor en su función de cohesión de sus miembros y de regulación de las relaciones de
parentesco. Así, la escena familiar puede presentarse como sede de síntomas de diverso tenor.

Algunas consecuencias en relación a la práctica del psicoanálisis en extensión: clínica de los lazos familiares.

La disolución de los pactos simbólicos que sostenían los clásicos lazos familiares, determina, que las relaciones se
mantengan en un deriva en la cual los lugares, los atributos de los miembros y los vínculos entre ellos carezcan de un
norte valido para el conjunto. Este norte, opaco o cuestionado, es reemplazado por ideales de satisfacción individual y
precipitada, cuyo correlato genera situaciones de abandono, traición, ingratitud, egoísmo y desemboca en
enfrentamientos que no encuentran límite.
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La falta de regulación de los deseos es acompañada por la caducidad de las figuras que operan como sostén en
situaciones de crisis; como contextos familiares más amplios: el médico de la familia, las referencias religiosas o
ideológicas, e incluso los soportes psicológicos. Actualmente se acrecienta esta situación: el llamado a otros que
ordenaban los desborden de los padecimientos familiares se ha sustituido por enfrentamientos que desembocan en
formas de agresividad y concluyen en la necesidad de recurrir a otro investidos de poder superior: la justicia. Así, las
nuevas formas de regulación familiar pasaron a ser la maestra de la escuela, el centro de salud, servicios de atención a la
violencia familiar, y dispositivos judiciales.

El proyecto de extensión se inserta en el ámbito de una Unidad de Defensa Civil, instancia pre-judicial dependiente del
Ministerio Público. El objetivo es ofrecer un espacio de mediación familiar para favorecer la resolución de conflictos
pacíficamente. Para ello se propone una primera intervención; audiencia entre las partes a la que concurren
voluntariamente. Se trabaja con un abogado mediador y si es necesario interviene el equipo técnico interdisciplinario.
La intención es que los miembros de la familia lleguen a un acuerdo, según las demandas presentes. Después de la
audiencia, comienza la etapa de seguimiento, trabajo en red con operadores y referentes territoriales. Es crucial el
abordaje interdisciplinario y los referentes territoriales: servicios de salud, escuela, comedores, sociedad de fomento,
organizaciones barriales. En esta etapa el proyecto de extensión se inserta: en ese espacio intersticial, entre la
intervención de la defensoría y la apropiación de los efectos de dicha intervención por parte de los involucrados.

Algunos caso que concluyen en estos dispositivos pre-judiciales son: separaciones complicadas, disputas por la tenencia
de hijxs, regímenes de visitas incumplidos. Los cuales indican el fracaso de las ex parejas para autorregularse y proseguir
en funciones de cuidado familiar, generando circuitos de disputas destacados por:

· La virulencia creciente en las relaciones de las parejas, devaluándose el valor de la palabra, sustituida por modos de
violencia y agresividad. La creciente presentación con privilegio de las actuaciones como modo de resolución de
conflictos, dañando a la familia y sus vínculos

El diagnóstico de la situación permite sostener que es la función mediadora de la palabra la que no alcanza a ser efectiva
para el tratamiento y resolución de conflictos familiares que se presentan ante el Otro de la justicia. Por ello se parte de
la hipótesis de que la eficacia de la mediación judicial se favorece si se oferta un espacio de elaboración subjetiva.
Nuestra intervención propone la inclusión en dispositivos no convenciones de un analista, quien oferta su presencia –sin
ser parte ni representante del ámbito judicial-. Esta situación permite resituar una relación posible con el decir. Situar-se
en relación con la propia palabra es un movimiento necesario para transformar una demanda pre-judicial en un pedido
de ayuda que involucre a quien lo formula. La inclusión del analista en los dispositivos, tiene efectos que escapan al
cálculo previo, pero sabemos que es una oportunidad para aquel que se encuentra atrapado e la lógica de un actuar sin
pensar como víctima-victimario. La intervención del analista, no se articula en un lugar normativo, ni estandarizado. Lo
que nos convoca a una lectura del caso a caso, de interrogar la demanda partículas y realizar una intervención específica
que no se diluya en los discursos de la institución jurídica.

Conclusión:
En esta época en la que el Otro no existe, en la que el vacío ocupa el lugar de falta, el deseo, el goce y el amor se
presentan dislocados. La configuración de los síntomas contemporáneos se centra en una consistencia narcisista que
sustituye al deseo INCC el cual pareciera ser una condición extraña al sujeto. Los objetos sustitutos aportados por la
tecnología conectan al sujeto no tanto con el amor, sino con su propio narcisismo exhibido teniendo efectos a nivel de
las parejas y de las familias. La familia como matriz simbólica de relación y de relación de goces, se encuentra menos
interpelada, lo que se lee en la experiencia descrita en el ámbito de la extensión. El psicoanálisis como doctrina y
práctica interviene en estos nuevos escenarios de la época contemporánea: de hecho, la insistencia en dar lugar a la
palabra desde una posición de escucha, alternativa que se ofrece en condiciones de devaluación de la función de la
palabra, una caída de los ideales y cuestionado por el valor de la experiencia.

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