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Estructuras clínicas en psicoanálisis

El psicoanálisis estudia las estructuras de subjetivación o constitución


subjetiva de cada sujeto. Se puede decir que hay tres grandes cuadros o
estructuras clínicas: NEUROSIS, PSICOSIS Y PERVERSION. Sirven para poder
comprender la posición subjetiva de cada sujeto con respecto a sus
relaciones en el mundo y, para determinar qué tipo de tratamiento y análisis
se debe hacer con cada caso. Además cada una es fija y para toda la vida, por
decirlo de alguna manera, son incurables. Otra forma de denominarlas es
como formas de respuestas a la historia sexual infantil del sujeto, ya que se
desenvuelven en el complejo de Edipo y su núcleo central es el complejo de
castración.

Además de las tres estructuras, hay modalidades dentro de ellas:

Estructuras Modalidades

Neurosis: El sujeto de la duda, se  Histeria (privilegia el cuerpo


hace preguntas sobre su ser, su del sujeto como lugar de
existencia y su deseo. inscripción del síntoma)
 Obsesión (los síntomas
privilegian el pensamiento
( hay síntomas metafóricamente) como lugar de aparición)
Sabe que hay una falta y se
las arregla mejor que el
histérico en cuanto a ella.
Psicosis: el sujeto de la certeza: el  Paranoia (delirio de
tiene una certeza sobre lo que está persecución)
pasando y lo funda en su delirio.  Esquizofrenia (delirio de
fragmentación del cuerpo)
No hay falta (forclusión)

(hay fenómenos elementales:


-fenómenos de automatismo
mental: irrupción de voces,
-fenómenos que involucran el
cuerpo: cuerpo percibido como
extraño o fragmentado, y
-fenómeno que concierne al
sentido y a la verdad: experiencias
de certeza absoluta)
Perversión: sujeto que tiene Estructura perversa
certeza sobre su goce, es decir
 Hay desviaciones de la
cómo, dónde y con quien alcanzar
conducta sexual( pedofilia,
su satisfacción sexual
necrofilia, zoofilia, sadismo,
Reniega su falta masoquismo exhibicionismo
y voyeurismo)
 El fetichismo es el
paradigma

Diagnostico científico Diagnóstico psicoanalítico

 Vinculado al pronostico y al  Reconoce la


tratamiento individualidad
 Anamnesis, descripción  Características variables
semiológica.  La determinación del
 Investigación instrumental diagnóstico de antemano
(diagnostico etiológico: causa es imposible
orgánica)  Técnica: Escuchar
 Criterios universales, no logra (enunciado, enunciación
ubicar a todos los sujetos en  Causalidad psíquica
el criterio.  Como ayudar para que el
 Eliminar el síntoma sujeto se las pueda
 Ej: el DSM arreglar con ese síntoma
el cual emerge en
relación a la solución que
se le da a la falta en cada
estructura.
En el diagnostico psicoanalítico de cada estructura el sujeto cumple un
papel importante ya que no se tiene en cuenta solamente la existencia y
observación de los síntomas, sino que el diagnostico se basa en la posición
que asume el sujeto frente a estos, y su malestar.

Neurosis: obsesiva
El obsesivo y el cuerpo

En la neurosis obsesiva el síntoma y el lugar del goce aparecen en el sujeto


como divorciados, incomunicados ya que el síntoma no enlaza los cuerpos
sino que los aísla. El aislamiento lo hace a través de las acciones mágicas de
aislamiento que presenta un carácter ceremonial. El yo del neurótico
obsesivo es más vigilante y responde a un mandamiento crucial en esta
estructura que es el tabú del contacto. El aislamiento o alejamiento es una
cancelación de la posibilidad de contacto, un recurso para sustraer una cosa
del mundo de todo contacto.

En un análisis psicoanalítico el obsesivo solo puede relatar, atar


semánticamente los significantes. Lo que el analista hace es impulsarlo
mediante el corte y la interpretación a asociar más libremente, incitarlo a la
histerizacion, que lleva también a incitarlo a un cambio en relaciona su
cuerpo. El asilamiento no es tanto del contacto físico y exterior sino del
contacto significante pasional e intimo El síntoma es invitado a presentarse
en la dimensión del cuerpo a cuerpo hablado ya que el contacto de los
cuerpos está afectado por lo pulsional del lenguaje. Al traer al análisis solo
un relato, deja al cuerpo aislado es decir lo deja en lo imaginario y la
asociación libre es la forma de hablar que puede producir el pasaje del
cuerpo imagen al cuerpo como lugar de inscripción (juntura de lo simbólico
con lo real) que es como funciona en la histeria. Por esto mismo se dice que
en el obsesivo hay un núcleo de histeria.
Cuando se revela la raíz somática del síntoma el obsesivo lo vive como una
entrega de lo peor de sí y se hace presente su ambivalencia, es decir que lo
que había en el de buena forma, ahora es un agujero abominable. Cuando se
va dando esa histerizacion en el obsesivo es muy común que se manifieste la
angustia anal (como la denomina Lacan). Este tipo de angustia toca un borde
pulsional lo que hace que se presente la causa angustiante del deseo. Esa
angustia anal queda a mitad de camino entre el síntoma histérico y la
angustia pura y simple, que es el sentimiento que reducimos al cuerpo. Este
momento del proceso analítico no se da muchas veces, pero cuando se da
revela la verdadera dominancia, el carácter de núcleo irreductible de la
aparición de la angustia, al extremo de parecer un punto terminal del
análisis.

Lo que trata el analista en dicho momento de la terapia es sostener la


distinción entre la demanda falzamanete alojada en el Otro, y el deseo que
viene del Otro, que angustia al neurótico pero que es lo único que podría
permitirle abrirse de ese punto de fijación. Esto supone un atravesamiento
del empleo fundamental de la fantasía, si permite reconducir la demanda
desde el Otro a la vecindad del cuerpo. Esto implica que el objeto se extraiga
del Otro y se ubique de modo no neurótico como causa del deseo del Otro. A
este punto no se llega sin una histerizacion que permita aproximar la materia
del pensamiento al borde pulsional del cuerpo.

La revelación de la inserción pulsional del síntoma marca un antes y un


después, un después más abierto al deseo, menos inhibido, y abre la
posibilidad del verdadero efecto terapéutico del psicoanálisis: la destitución
subjetiva considerada en su salubridad.

Lo que parece mítico pero no por eso deja de ser real, es la referencia al
padre la cual no se elimina del síntoma del neurótico, y la cual afecta el
contacto con el cuerpo propio y con el cuerpo del Otro.

Amor, deseo y goce en la cura de la Neurosis Obsesiva


El deseo del obsesivo resulta marcado por la exigencia elemental de la
necesidad y se manifiesta con los caracteres de la obligatoriedad,
impaciencia, insistencia e insatisfacción inherente a toda demanda.
Constituye un nudo amor-deseo-goce por el cual el sujeto se desplaza y lo
encarna con sus síntomas y fantasmas.

Freud aloja al deseo, en tanto este anudado al Otro, como deseo de verdad
imposible de saciar. La duda obsesiva (síntoma principal del obsesivo) es
hacer del deseo del otro, dogma, es la recuperación de significante en forma
de significado y encontrar la certeza por fuera de los términos de la duda que
lo libera de esa infinitzacion de aquellios que ya no lo hace dudar. El
neurótico obsesivo rehúsa el signo del deseo del Otro, de ahí la imposibilidad
de su propio deseo. Reduce el deseo del Otro por el camino de la demanda y
ubica un amo a quien obedecer. El obsesivo rehúsa de tomarse como amo,
todo goce para el es aceptable solo como un trato con el Otro como
absoluto. Ahí encuentra con su síntoma un goce que no quiere abandonar.
Es el precio que paga al otro constituyéndose como deshecho, da cuenta de
su posición ante la deuda simbólica.

La problemática obsesiva

Si vemos a la estructura obsesiva a partir del proceso de actualización del


deseo del sujeto frente a la función fálica, podemos decir que es la opuesta a
la histeria. A la inversa del histérico, el obsesivo se habría sentido demasiado
amado por su madre. El sujeto manifiesta que fue particularmente investido
como objeto privilegiado del deseo materno, es decir privilegiado en su
investidura fálica.

Ese privilegio despierta en el niño una investidura psíquica precoz y


preponderante que insiste en constituirse como objeto ante el cual la madre
supuestamente encuentra lo que no logra encontrar con el padre.

Esto nos ubica en un punto decisivo de la apuesta fálica en la dialéctica


edipica: el pasaje del ser al tener, donde la madre aparece para el niño como
dependiente del padre, en el sentido de que este ultimo le “hace la ley”
desde el punto de vista de su deseo. Se trata de la investidura simbólica del
padre la cual resulta en la atribución fálica. El pasaje del ser a tener siempre
se efectúa en ese desplazamiento del atributo fálico.

Cuando ciertas ambigüedades son significadas en el discurso de la madre con


respecto a la localización del objeto de deseo, el niño puede instalarse
imaginariamente en un dispositivo de suplencia para la satisfacción del deseo
materno, lo cual es un punto determinante de la estructura obsesiva. No es
suplencia del objeto de deseo, sino suplencia de la satisfacción del deseo
materno.

Por un lado el niño percibe a la madre como dependiente del padre desde el
punto de vista de su deseo, pero, por el otro, no parece ella recibir
completamente del padre lo que supuestamente espera de él. Esta alguna en
la satisfacción materna induce ya apertura favorable a la suplencia posible.
Así, entonces, el niño se confronta con la ley del padre pero queda dominado
por el mesaje de insatisfacción materna. Cabe aclarar que ante el niño, su
madre no parece como insatisfecha completamente, sino que se trata de una
vacancia parcial de la satisfacción, la cual la madre intentara suplir en su
origen buscando un complemento posible junto al niño

Por todo lo dicho anteriormente es que el neurótico obsesivo dice haber


tenido una investidura particular que le da la convicción de que fue el niño
preferido, privilegiado, pero como ya dijimos, ese privilegio no es más que la
suplencia de la satisfacción desfalleciente del deseo materno. Por eso es que
en el sujeto obsesivo hay un tironeo entre la regresión a tal identificación y la
obediencia a la Ley y a las implicaciones que ella supone. Esto se puede ver
en la actitud de fuga hacia adelante que el obsesivo no deja de actualizar
frente a su deseo.

Los rasgos de la estructura obsesiva

Síntomas

 Formaciones obsesivas
 Aislamiento y anulación retroactiva
 Ritualizacion
 Formaciones reactivas
 El trío: culpabilidad, mortificación (muerte del deseo) y contrición
 Carácter anal

Dentro de ellos también hay rasgos como el carácter imperioso de la


necesidad y el deber que rodea a la organización obsesiva del placer, la
debilidad de la demanda y la ambivalencia.

El punto inductor de la neurosis obsesiva es el signo del deseo


insatisfecho de la madre, que inscribe al niño, a su lado, en relación
singular. La marca del desfallecimiento en la satisfacción del deseo
materno (predeterminante para todo lo siguiente) se afirma precozmente
en el niño gracias a la relación dual privilegiada que el mantiene con ella.
Dicha relación se despliega prioritariamente en el terreno de la
satisfacción de las necesidades y de la exigencia de cuidados, o sea, en el
contexto de un acceso al cuerpo del niño que solo puede inducir el goce y
favorecerlo.

El aporte de Freud a las neurosis obsesivas que se toma es el de la teoría


de la seducción. Las obsesiones aparecerían como reproches disfrazados
que el sujeto se dirigía a sí mismo, con relación a una actividad sexual
infantil productora de placer. La obsesión propiamente dicha se debería al
modo de inscripción psíquica de esa actividad libidinal infantil frente al
deseo de la madre. Las obsesiones entonces, serían una defensa primaria
que utiliza el sujeto. Segun Freud, se trataría de una agresión sexual
seguido de una fase de seducción. El niño es el objeto de una seducción
erótica pasiva por parte de la madre. Cuando el niño se ve capturado por
el goce, esa seducción pasiva se hace más fuerte y el goce resultante será
vivido como una agresión sexual.

El exceso de amor que testimonian todos los sujetos obsesivos se origina


es ese dispositivo donde la seducción erotica materna constituye una
llamado a la suplencia de su insatisfacción. De alguna forma, el niño es
intimado a diferir la imperfección del goce materno, lo cual lo lleva a una
pasividad sexual. Esto es protagónico en la producción fastasmatica de los
obsesivos masculinos. El niño, futuro obsesivo, va a encarar el pasaje del
ser al tener con esta pasividad fálica. Por esto es que al sujeto le resulta
problemático el acceso al deseo y a la ley, y se lo puede ver en la relación
con el padre o con cualquier figura de autoridad que reactive la imagen
paterna.

El niño permanece prisionero del deseo insatisfecho e la madre por lo


que todo el proceso de deseo del niño va a verse interrumpido.
Habitualmente el deseo se separa de la necesidad para entrar luego en la
demanda, pero en el caso del neurótico obsesivo, cuando el deseo se
separa de la necesidad inmediatamente es asumido por la madre
insatisfecha, que encuentra en esto un objeto posible de suplencia, es
decir que lo que caracteriza al deseo obsesivo es la rapidez de esta
asunción. El deseo lleva siempre el sello exigente e imperativo de
necesidad, y tampoco es articulado con una demanda, ya que la madre no
le deja tiempo para ello.

Todo lo anteriormente desarrollado nos lleva a hacer presente dos rasgos


obsesivos: el deseo del obsesivo implica siempre la marca imperiosa de
la necesidad, y la expresión de demanda esta disminuida. La pasividad
masoquista característica resulta de la imposibilidad para demandar. Así,
se esfuerza en hacer adivinar y articular por el otro lo que él desea y no
logra demandar el mismo. Esa imposibilidad de demandar lo conduce a
tener que aceptar o padecerlo todo (servidumbre voluntaria). Además
esta imposibilidad lo lleva a ubicarse en el lugar del objeto del goce del
otro, lo cual es una actitud pasiva o sadizacion. Sobre esta sadizacion se
podría decir que el sujeto asume su propio goce sintomáticamente
mortífero. El indicio de este goce se actualiza a través de las
manifestaciones reactivas.

La disposición del obsesivo a ser el objeto de goce del Otro constituye


una resurgencia de su estatuto fálico infantil, en el cual se encuentra
encerrado como hijo privilegiado de la madre. Esto reaparece en la forma
sintomática con la culpabilidad que evoca indirectamente el privilegio casi
incestuoso del niño junto a la madre frente a la castración. Se trata de una
relación con la castración simbólica cuya manifestación se da en la
expresión de la problemática de la perdida y de la relación con la ley del
padre.

El obsesivo, la pérdida y la ley del padre

El obsesivo no puede perder, la perdida de algo del objeto lo remite a la


castración o sea, lo lleva a un desfallecimiento de su imagen narcisista.
Además, el obsesivo, tiene una disposición favorable para constituirse
como todo para el otro, y así debe controlar y dominar todo, para que el
otro no se le escape de ningún modo, o sea, para que el no pierda nada.

Superar la castración es siempre intentar conquistar y mantener un


estatuto fálico junto a la madre, junto a toda mujer. Por lo contrario, la ley
del padre permanece omnipresente en el deseo obsesivo lo que hace que
la culpabilidad sea irremediable. Esta ambivalencia entre la angustia fálica
y la pérdida implicada en la castración, hace que el obsesivo tenga una
posición estructuralmente específica con respecto al padre.

La omnipresencia de la imagen paterna lleva a la rivalidad y competencia


lo cual hace que el obsesivo tenga una actividad incesante por reemplazar
al padre o a cualquier figura capaz de representarlo.

El obsesivo necesita encontrar un Amo el cual es preciso que siga siendo


tal hasta el final, no como en el caso de la histeria que el Amo está
presente para poder llevar a cabo la estrategia de destitución.

La competencia y rivalidad tienen el fin de dar por seguro que el lugar del
padre es insuplantable. Es decir que cada vez que se trata de tomar el
lugar del amo, se esfuerza por asegurar de que el padre no es
suplantable. Ese Amo sigue metafóricamente prohibiendo y condenando
la erotización incestuosa de la relación con la madre.
Entonces se puede decir que está la ley del padre, que por un lado hay
que sacrificarle todo, y por el otro lado, esta misma ley debe ser
regularmente desbaratada y dominada por cuenta propia. Por esta
característica de conquistador constante es que se dice que para el
obsesivo nada es suficiente nunca. Ni bien un objetivo es alcanzado ya se
dirige a alcanzar otro.

La misión del aislamiento es la de desconectar un pensamiento, actitud,


comportamiento, de una serie lógica en la que se inscriben. El elemento
psíquico es ahilado del contexto y así es neutralizado afectivamente. Es
decir el objetivo entonces es disociar los afectos de una representación
ligada a ciertos materiales reprimíos. El aislamiento se puede observar en
las pausas y rituales estereotipados. Allí se ve el por qué del motivo del
perfil controlador del obsesivo.

Un arma de defensa contra los afectos es la anulación retroactiva, a


través de la cual rechaza pensamiento o actos e intenta hacer como si no
hubieran ocurrido. EL sujeto instala o acata un comportamiento
directamente opuesto a aquel que acaba de afirmar. Esta arma pone de
manifiesto elementos conflictivos permanentes en el que se debate el
sujeto obsesivo: la oposición arcaica entre amor y odio frente al objeto de
investidura. Es decir que hay un proceso de investiduras y desinvestiduras
muy común en la economía del deseo obsesivo.

El obsesivo y sus objetos amorosos

En el espacio de los objetos amorosos, el obsesivo a menudo da lo mejor


de sí mismo, paradójicamente todo y nada. Todo en el sentido que puede
sacrificarlo todo, y nada en la medida que no acepta perder. En este
orden se estabiliza toda la estrategia deseante del obsesivo. Esta
estrategia gira en torno a la cuestión del goce del otro frente al cual
conviene controlar todo, es decir, neutralizar todos los signos exteriores.
Por esto, para que nada se mueva, nada debe gozar, el deseo debe estar
muerto. Al menor signo exterior de goce observado en el otro, el obsesivo
está dispuesto a sacrificar y darlo todo para que las cosas vuelvan a su
estado inicial.

La problemática de la pérdida es central en la lógica obsesiva, porque


perdida está vinculado a la falta. No perder nada, es tratar de evitar
enfrentarse con la falta.

El obsesivo instala a su objeto de investidura amorosa en el lugar de


objeto muerto. Si el otro está muerto, no desea, así el obsesivo está
tranquilo ya que el deseo es siempre deseo del deseo del otro. El otro no
debe demandar nada ya que si demanda es porque desea. O sea, el
objeto si esta muerto no desea y por lo tanto, no demanda.

El obsesivo pone mucha energía destinada a que al otro no le falte nada y


por lo tanto no tenga motivo para moverse de su sitio ya que su mundo
esta ordenado. A través de este orden el obsesivo controla y domina la
muerte deseante y la no demanda del otro. “A ella no le falta nada”, “en
casa tiene todo”.

Un modo de garantizar esa muerte, es afeando los objetos amorosos para


que cada vez sea menos deseable. Otros obsesivos tienen en cuenta la
erotización del cuerpo del otro, siempre y cuando el otro sea rebajado al
rango de objeto, pensando en que el brillo del objeto, recae en su
propietario. El objeto en este sentido, es lo mismo que un auto deportivo,
ya que su papel ideal es la inmovilidad, para que se puede admirar en el, a
su propietario. Una tercera opción enfatiza la erotización del cerebro del
“animal de feria” (objeto), que solo tiene derecho a existir si renuncia a
toda sensibilidad del cuerpo. En todos los casos el objeto está muerto.

Si el objeto vuelve a gozar significa que no está muerto, y para que vuelva
a estarlo, el obsesivo le brinda todo, ofrece una generosidad ilimitada.
Esto lo hace para que pueda recuperarlo ya que el escape del objeto, lo
remite a la falta.

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