(Daniel Ulloa)
“La herida es el lugar donde la luz entra en ti…Lo que te duele, te bendice. La
oscuridad es tu candela…Tus límites son tu búsqueda” Rumi, poeta místico
sufí
El psicoanálisis abrió la puerta para que los síntomas, los delirios, los sueños y
las demás expresiones de lo inconsciente, fueran consideradas como
elementos válidos de aproximación a la comprensión de la subjetividad, del
drama, del sufrimiento de las personas.
Los síntomas entonces no solo funcionan como un vínculo del presente con el
pasado como en el psicoanálisis freudiano, sino que se consideran puente,
símbolo, del presente con el futuro, con lo que busca hacerse vida en nuestra
psique. Psique, que desde la perspectiva junguiana, se encuentra
condicionada estructuralmente hacia el despliegue de totalidad.
Para Jung lo simbólico no disfraza o es sustituto de algo que puede llegar a
ser conocido- un trauma, un deseo reprimido, un pensamiento inconciente- sino
que evoca algo que solo puede ser vislumbrado, intuido. El símbolo es
expresión de un aspecto que trasciende la comprensión racional. Es portador y
promotor de unidad, de la conjunción de las polaridades complementarias
constitutivas de la psique. Es un instrumento de compensación y
autorregulación de la personalidad.
Hay síntomas que vienen para quedarse, como una condición permanente que
modifica nuestra consciencia. Con el tiempo los podemos llegar a ver como
compañeros a los que no hemos invitado a nuestra vida pero que aportaron
aspectos que valoramos y que difícilmente hubieran podido emerger sin su
presencia.
Hay otros síntomas y situaciones en la vida, que puede que nunca lleguemos a
comprender y que solo llegamos a tolerar. Que nos confrontan con aquello que
se escapa a nuestro margen de incidencia, que nos enseñan a convivir con la
incertidumbre y con la presencia de lo trascendente y misterioso en nuestra
vida.
Hay síntomas que pueden tener relación con nuestros hábitos y actitudes,
promoviendo entonces hábitos más equilibrados, perspectivas más complejas.
Hay síntomas que tienen que ver con heridas o huellas de la infancia que piden
ser atendidas. Hay otros que no es posible relacionados con nuestra historia o
a nuestras actitudes, y que pareciera que emergen para conducirnos a
expresar la bellota interna, la vocación y el sentido particular en nuestra vida.
De esta manera, podemos haber estado expuestos a una “feliz infancia” con
padres y madres amorosos y cuidadores; tener hábitos de vida saludables,
ser empáticos, asertivos etc, etc, y aún así no estamos exentos de padecer
síntomas o circunstancias vitales que nos impacten de manera contundente,
que nos conduzcan a caminar por senderos que están fuera de nuestras
expectativas conscientes.
Los síntomas nos perturban, nos generan afectos, emociones, nos conflictúan,
para Jung ” el conflicto genera fuego, el fuego de los afectos y de las
emociones, y como todos los otros fuegos, este también tiene dos aspectos, el
de la combustión y el de la creación de luz”, de consciencia. Los síntomas
funcionan como un desajuste transformador, generan un caos que da la
posibilidad para construir un nuevo orden.
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Referencias Bibliográficas