Está en la página 1de 7

La dimensión simbólica y creativa de los síntomas.

(Daniel Ulloa)
“La herida es el lugar donde la luz entra en ti…Lo que te duele, te bendice. La
oscuridad es tu candela…Tus límites son tu búsqueda” Rumi, poeta místico
sufí 

Desde la perspectiva  materialista, mecanicista, positivista,  anhelante de


objetividad,  en la que se sustenta las ciencias naturales y la medicina,  los
síntomas son considerados como  un conjunto de signos visibles que permiten
el diagnóstico de una patología, de una  enfermedad que altera el
funcionamiento del cuerpo de manera negativa, y que por lo tanto, ha de
procurar eliminarse  para retornar a la condición normal. 

Sigmund Freud,  pionero de la psicología de lo inconsciente, fue pionero


también en considerar a los pacientes,  no solo como portadores de una
enfermedad, sino como poseedores de una verdad subjetiva que se expresa
simbólicamente a través de sus síntomas y de su sufrimiento.  

Para el psicoanálisis freudiano, el síntoma habla, se comunica en un lenguaje


cifrado que puede llegar a ser interpretado, y nos informa de los conflictos
psíquicos que le subyacen.  El síntoma remite a  un pasado que puede  puede
ser sanado, resignificado, “exorcizado” o apalabrado a través del dispositivo
psicoanalítico.   El síntoma pasa a ocupar el puesto de la  palabra que falta. En
el análisis se propone que la persona  pueda verbalizar, poner en palabras, 
aquello que el síntoma encubre.

El psicoanálisis abrió la puerta para que los síntomas, los  delirios, los sueños y
las demás expresiones de lo inconsciente, fueran consideradas como
elementos válidos de aproximación a la comprensión de la subjetividad, del
drama, del sufrimiento de las personas.  

Los síntomas en la psicología junguiana

Para el psiquiatra suizo Carl G Jung, que participó en la construcción primera 


del psicoanálisis para luego apartarse y formar su propia escuela.  Los
síntomas no sólo remiten a un  pasado, a la represión de deseos incompatibles
con la consciencia, sino que poseen una cualidad transformadora; son un factor
que funciona de  puente hacia lo aún no vivido;  son reveladores  y promotores 
del potencial no desplegado en nuestra psique.  Son los esfuerzos, los intentos
de la naturaleza para nuestra curación, entendida  esta como  la posibilidad de 
ser partícipes del movimiento y complejización de nuestra psique.  

Los síntomas entonces no solo funcionan como  un vínculo del presente con el
pasado como en el psicoanálisis freudiano,  sino que se consideran  puente,
símbolo,  del presente con el futuro, con  lo que busca hacerse vida en nuestra
psique. Psique, que desde la perspectiva junguiana, se  encuentra
condicionada estructuralmente hacia el  despliegue de totalidad. 

Para Jung lo simbólico no disfraza o es sustituto de  algo que puede llegar a
ser conocido- un trauma, un deseo reprimido, un pensamiento inconciente- sino
que evoca algo que solo puede ser vislumbrado, intuido. El símbolo es
expresión de un aspecto que trasciende la comprensión racional. Es portador y
promotor de unidad, de la conjunción de las polaridades complementarias
constitutivas de la psique.  Es un instrumento de compensación y
autorregulación de la personalidad.   

Lo simbólico en la psicología análitica como lo recuerda Mario Trevi,  es lo que


está preñado de significado. Por esa “preñez”  entonces, tiene la capacidad de
dar a luz algo. Lo simbólico está vivo en cuento que es operante, en cuanto
produce un efecto, en cuento evoca algo.   

En su cualidad simbólica el síntoma se considera entonces como un elemento


que viene a romper con la estabilidad ya alcanzada de la psique, promoviendo
así, la integración de  aspectos  excluidos o no desplegados.  Es, como el
mítico Hermes o Mercurio, un conductor, un mensajero, un ladrón que nos roba
la tranquilidad,  un puente entre mundos y dioses, un elemento que exige un
intercambio, un tributo; un factor que  nos da  y que también nos despoja de
algo. 

En la psicología junguiana se propone acoger los síntomas como aspectos de


nuestra psique que nos interpelan, que tienen algo que decirnos, que aportan
un punto de vista que compensa nuestra actitud consciente “La depresión es
como una señora de negro. Si llega, no la expulses, más bien invitala como una
comensal en la mesa, y escucha lo que te tiene que decir” planteó Jung.

El síntoma golpea nuestro espíritu heroico y egoico del querer es poder, de la


aspiración a forzar  las circunstancias.   Abren entonces  una grieta, una
sensibilidad que nos permite vislumbrar aspectos que hacen parte de
frecuencias y umbrales de percepción no habituales. Nuestros complejos, que
para la psicología junguiana, son la raíz de nuestros síntomas “ no son sólo
heridas que causan dolor, y voces que narran nuestros mitos, sino también ojos
que ven lo que las partes sanas y normales no pueden vislumbrar” plantea  el
creador de la psicología arquetipal James Hilman.

La lectura simbólica, también llamada poética, de lo sintomático,   nos invita a


superar la literalidad y  la concretización materialista. Por ejemplo, los deseos
de morir que pueden acompañar  un estado depresivo, de duelo o de
frustración profunda,  los podemos acoger como una señal de que existe en
nosotros algún  aspecto caduco que es necesario que muera, para que así 
puedan emerger nuevos recursos, nuevas perspectivas.
El significado singular del síntoma

El desciframiento del sentido  del síntoma se propone como   un proceso de


reflexión, de interpelación con respecto a las limitaciones que nos impone, a 
las  perspectivas que nos promueve, a las paradojas que contiene. El
significado del síntoma es particular para cada persona y lo que resulta
sanador no es tanto el esclarecimiento de la “verdad” que esconde, que para la
psicología junguiana es inaprensible en su totalidad, sino el proceso de 
dialogar y dejarse afectar con los contenidos inconscientes que le subyacen.  

La imaginación es para Jung el lenguaje del alma, la fantasía es  el instrumento


de comunicación con  nuestra psique. En el proceso de psicoterapia junguiana
se propone personificar nuestros síntomas, bailarlos, dibujarlos; imaginar las
metáforas que contienen, fantasear con las voces que ocultan. 

 De  de la misma manera que el uso de diccionarios de sueños estandarizados


resulta poco movilizador y desatiende la singularidad del significado personal
de los sueños, los manuales de “biodescodificación” de síntomas que dan
respuestas estandarizadas pueden, según como se haga uso de ellos,  no
resultar demasiado apropiados  para realizar el proceso de interpelación de lo
sintomático en nuestra vida.    

Hay síntomas que pueden funcionar como la literalización de un conflicto,


entonces  al realizar un trabajo de simbolización, de expresión a través de vías
más sutiles, la intensidad sintomática disminuye o desaparece.  

Hay  síntomas que vienen para quedarse, como una condición permanente que
modifica nuestra consciencia. Con el tiempo los podemos llegar a ver como
compañeros a los que  no hemos invitado a nuestra vida pero que aportaron
aspectos que valoramos y que  difícilmente hubieran podido emerger sin su
presencia.  

Hay otros síntomas y situaciones en la vida, que puede que nunca lleguemos a
comprender y que solo llegamos a tolerar.  Que nos confrontan con aquello que
se escapa a nuestro margen de incidencia, que nos enseñan a convivir con  la 
incertidumbre  y con la presencia de lo trascendente y misterioso en nuestra
vida. 

Hay síntomas que pueden tener relación con nuestros hábitos y actitudes, 
promoviendo entonces hábitos más equilibrados, perspectivas más complejas.
Hay síntomas que tienen que ver con heridas o huellas de la infancia que piden
ser atendidas. Hay otros que no es posible  relacionados con  nuestra historia o
a nuestras actitudes,  y que pareciera que  emergen  para conducirnos a
expresar la bellota interna, la vocación y  el sentido particular en nuestra vida.  

De esta manera, podemos haber estado expuestos a una “feliz infancia” con
padres y madres amorosos y cuidadores;  tener  hábitos de vida saludables,
ser empáticos, asertivos etc, etc, y  aún así no estamos exentos de padecer
síntomas o circunstancias vitales que nos impacten de manera contundente,
que nos conduzcan a caminar por senderos que están fuera de nuestras
expectativas conscientes. 

Los síntomas nos curan

Para  James Hillman, la patologización es una de las particulares formas en la


que nuestra psique nos cuida y nos conduce a la realización más íntima de
nuestro ser.  Los síntomas son pues uno de los caminos para hacer alma, para
construir nuestro carácter.  “Hay un amor escondido en cada problema” afirma. 

 Los síntomas nos perturban, nos generan afectos, emociones, nos conflictúan,
para Jung ” el conflicto genera fuego, el fuego de los afectos y de las
emociones, y como todos los otros fuegos, este también tiene dos aspectos, el
de la combustión y el de la creación de luz”, de consciencia.   Los síntomas
funcionan como  un desajuste transformador, generan un caos que da la
posibilidad para construir un nuevo orden.

Hay transiciones en el ciclo vital, a etapas de mayor madurez y complejidad


psíquica,  que vienen acompañadas de síntomas físicos: como la muda de los
dientes, los cambios fisiológicos de la adolescencia, la aparición de las canas,
la menopausia, los profundos cambios que atraviesa nuestro cuerpo antes de
la muerte.   

Para Hillman las limitaciones sintomáticas  de la vejez, son circunstancias por


las que necesita transitar el alma para acabar de construir el carácter y
complementarlo con las cualidades adquiridas en las otras etapas vitales. Si no
vivimos lo que corresponde a cada etapa de nuestra vida nos estamos
perdiendo de algo necesario esencial para la realización integral de nuestra
psique.

La psique como configuración arquetípica

Para Jung, la psique se encuentra regulada por arquetipos, por factores


transpersonales operantes  que condicionan  nuestras conductas, nuestras
percepciones. Las mitologías de todos los pueblos con sus imágenes de 
dioses y demonios son la manera como la humanidad ha personificado 
diferentes naturalezas y singularidades de lo arquetípico operante tanto en la
vida individual como en la colectiva.  

Cada persona posee una ecuación arquetípica, una particular predominancia


de “dioses y demonios internos” con los que el individuo tendrá que enfrentarse
a lo largo de su vida.  Esta particular ecuación le condiciona en su carácter, en
su singularidad.

Los síntomas promueven la expresión dinámica de esa configuración a lo largo


de la vida. Hay periodos de la vida en que una necesidad interna cobra más
relevancia, posteriormente sentimos otros llamados internos que nos hacen
cambiar de prioridades, de búsquedas.  

En ocasiones hay momentos en la vida que atravesamos una especie de


“guerra civil” interna en la que los dioses exiliados exigen una reestructuración
general,  se promueve la construcción de un orden radicalmente distinto  al
anterior.   

Es posible imaginar el tránsito por un síntoma como la visita de un dios o diosa


particular. La depresión con su lentitud, letargo, pesimismo, falta de energía
puede    ser la visita de Saturno.  La sexualidad exaltada como estar  imbuidos
bajo el influjo de la energía de Afrodita. La ira desbordada como una posesión
de Marte. Cuando estamos enamorados podemos fantasear  el estar
metafóricamente  atravesados por la flecha intoxicante de Eros.  La tensión de
los celos, como estar habitados por la diosa Hera. Nos podemos sentir
desmembrados o desgarrados por dentro como Osiris  o Dionisios.  Excluidos e
incomprendidos por nuestro particular modo de ser o de pensar cómo
Casandra.  Con la necesidad de atarse a un mástil porque no podemos
controlar nuestros impulsos como Odiseo.  Tragados por la ballena del
ensimismamiento y la depresión como Jonas. Con la imperiosa  necesidad de
hacer hogar como Hestia.  Con deseos de abandonar a nuestros hijos  como
Layo y Yocasta.  La psicología junguiana propone acoger los dioses y
demonios interiores, procurar comprenderlos, honrarlos, curarlos, madurarlos,
refinarlos. 

Cada época también posee su particular constelación arquetípica, un “espíritu


del tiempo”  que atraviesa todas las producciones y ámbitos de las culturas.  La
lectura simbólica de esta época pandémica nos  invita a cuestionarnos por las
compensaciones de la limitaciones que estamos afrontando, sobre los dioses o
diosas que  han sido exiliados y piden de nuevo su inclusión, sobre la
paradojas que se nos está promoviendo  asumir. 

“Vivimos en lo que los griegos llamaban kairos – el momento oportuno – para


una “metamorfosis de los dioses”, de los principios y símbolos fundamentales. 
Esta peculiaridad de nuestro tiempo, que ciertamente no es de nuestra elección
consciente, es la expresión de lo humano inconsciente dentro de nosotros que
está cambiando.  Las generaciones venideras deberán tener en cuenta esta
trascendental transformación si la humanidad no quiere destruirse a sí misma
mediante el poder de su propia tecnología y ciencia” planteó Jung. 

Psicología con alma

Para Jung la naturaleza  dinámica, compleja, paradójica y  evasiva de la 


psique, no puede ser violentada ni reducida para que se acomode  a los
criterios científicos basados en estadísticas y en la medición de elementos
cuantificables. 
La fidelidad  que movió a Jung no fué a un método sino a la comprensión
profunda del alma.  Para atender aquello que se escapa al abordaje científico
positivista consideró que era necesario complementarlo con estudios
antropológicos,  de las producciones artísticas   de las diferentes culturas, con
la mitología, con los  estudios de las  religiones comparadas. Fuentes de las
que se nutre  y de las que se sigue alimentando la psicología analítica hasta
nuestros días.   

Fué también parte de su propuesta la inclusión de las polaridades de la


existencia, la consideración de lo sano como lo que se encuentra en
movimiento, lo que tiende a la totalidad. 

La salud entonces  se considera como  parte de  una dualidad que se


complementa, tiene sentido y forma una unidad  con la enfermedad.  La vida
con la muerte, la felicidad con la tristeza, el amor con el odio, el crecimiento con
el decrecimiento, lo mutable con lo eterno.   Para Jung  lo realmente enfermo o
negativo es el estancamiento, la fijación, la perspectiva unilateral. Los síntomas
son intentos de unir estas polaridades, nos permiten ser conscientes de ellas
desde cada vez desde  una  mayor complejidad. El síntoma se entiende como 
el grito de un dios exiliado. Los síntomas nos completan.

Daniel Ulloa Quevedo

Psicólogo Clínico – Psicoterapeuta Junguiano

Contacto

Referencias Bibliográficas

HILLMAN, J (1999). Re-imaginar la psicología. Madrid: Ediciones Siruela. ISBN


978-84-7844-423-6.

HILLMAN, J.(1999). El código del alma. México, Martínez Roca.

HILLMAN, J. (2000). La fuerza del carácter y la larga vida. Madrid, Debate.

JUNG, C. G. (1966). Recuerdos, sueños y pensamientos. Barcelona, Seix


Barral.

JUNG, C.. G(1998). Símbolos de transformación. Barcelona  Paidós.

JUNG, C. G.. (2009). La Vida simbólica: escritos diversos. Madrid: Trotta.

JUNG, C. G. (1990). Las relaciones entre el Yo y el Inconsciente. Barcelona:


Editorial Paidós. 
JUNG, C. G. (1991). Arquetipos e Inconsciente Colectivo. Barcelona: Editorial
Paidós 

TREVI, M., & CARRETERO, R. (1996). Metáforas del símbolo. Barcelona,


Anthropos.

También podría gustarte