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Reivindiquemos la novela mexicana

En esta ocasión, quisiera traer a la memoria a un grande de las letras


mexicanas, de quien poco se escucha últimamente: Ignacio Manuel
Altamirano.
Manuel Altamirano nació en el seno de una familia indígena de la
comunidad de Tixtla, Guerrero. Llegó a los 14 años sin saber leer, escribir ni
hablar el español, pero su increíble capacidad para las letras, aunada a su
innata inteligencia, le permitieron en un año completar su proceso de
alfabetización y entrar becado a estudiar en el Instituto Literario de Toluca.
De ideas liberales y partidario de construir una república en México, su
labor no se limitó a la literatura, aunque él mismo así lo hubiera querido. Fue,
además de literato, periodista, político, militar y educador. Participó como
combatiente en la Guerra de Reforma, luchando al lado de los liberales y
contra los conservadores; partidario de Benito Juárez, fue electo diputado para
el Congreso de la Unión en 1861, y luchó contra la invasión francesa de 1862-
1867, alcanzando el grado coronel. Una vez restablecida la república, se
dedicó a la docencia y al periodismo, fundando revistas como El correo de
México y El Renacimiento.
Considerado como el padre de la literatura nacional y como el apóstol
de la cultura mexicana, con él se inaugura la novela moderna en México.
Inscrito en el Romanticismo, en su obra encontramos también elementos del
Costumbrismo, y ya hacia el final de su vida, sus novelas exponen tintes más
realistas. De entre sus más destacadas obras están Clemencia, El Zarco y La
navidad en las montañas. Para Altamirano, la palabra y las letras no sirven
sólo para expresar el interior del ser humano; la palabra es una forma de
combate y, como tal, debe servir para ilustrar la sociedad presente. Él buscaba
exponer en su obra, sobre todo, los males que aquejaban a la sociedad en que
le tocó vivir: la marginación de las comunidades indígenas, así como el
racismo patente contra el indígena y en favor de los descendientes españoles;
las evidentes desigualdades sociales, que se manifestaban en los bandos
formados durante la guerra civil; y el clima de cambio que campeaba entre el
pueblo mexicano.
Clemencia es considerada la primera novela moderna, así como la mejor
novela del siglo XIX escrita en México. Con evidente perspectiva romántica,
ésta sigue los pasos de Fernando Valle, un joven miliciano, moreno y de
aspecto enfermizo, que se ha enamorado perdidamente de Clemencia,
muchacha bella y de buen estatus social, pero que se encuentra encaprichada
con el soldado Enrique Flores, joven también de alcurnia que, a diferencia de
Valle, es varonil y bien parecido. En una sucesión de eventos que se inscriben
en hechos reales de la historia mexicana, la vida de estos personajes se
enlazará en un desenlace funesto, que nos hace evocar el romanticismo de
Victor Hugo en Nuestra señora de París.
Por su parte, El Zarco se inscribe en el periodo de 1861 a 1863 y deja
patente el ambiente de guerra civil en que se encontraba México. Como
contexto histórico, Altamirano toma la zona de tierra caliente, específicamente
de Yautepec, Morelos, la cual se encontraba azolada por la violencia de los
bandidos que transitaban campantes arrasando todo a su paso sin ninguna
fuerza del Estado que los detuviera. Combinando hechos reales con personajes
ficticios, la novela nos cuenta la historia de Manuela, mujer guapa, vanidosa y
arrogante que rechaza los cortejos de Nicolás sólo por ser indígena y sí, por el
contrario, acepta ser amante de El Zarco, cabecilla de los bandidos conocidos
como Los plateados; decidida a vivir su amor con El Zarco, huye con él, pero
la vida del bandido le muestra una realidad muy diferente a la que esperaba. A
diferencia de Clemencia, en El Zarco Manuel Altamirano deja de lado el
romanticismo que lo caracterizó en los inicios de su obra literaria, para dar
paso a un realismo que muestra, como si de arrancar la piel se tratara, la dura y
descarnada realidad del México de entonces.
No me pude decantar por recomendar una u otra obra de Ignacio
Manuel Altamirano, pues considero que toda su obra literaria y poética es no
sólo de calidad, sino indispensable para un acercamiento amable a la historia
del México poscolonial. Leerlo no es sólo placentero, sino muy educativo,
particularmente para las generaciones jóvenes, a quienes se los recomiendo
mucho.

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