Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Asesor
Gregorio Saldarriaga Escobar
Departamento de Historia
Universidad de Antioquia
Universidad de Antioquia
Facultad de Ciencias Sociales y Humanas
Maestría en Historia
1
I. INTRODUCCIÓN
1. El problema
1.1. Antecedentes y estado de la cuestión
1.2. La aproximación metodológica
2. Alcances de la influencia religiosa y filosófica del problema
2.1. Sinopsis de las tradiciones del Aquelarre
2.2. El plural en Aquelarres e Inquisiciones
2
Introducción
1 Como se tendrá oportunidad de ver adelante, la demonología de los amerindios debe entenderse en el sentido
connotado por la episteme platónica y neoplatónica, pero no en la de los imaginarios satanistas y demoníacos de la Europa
Medieval. Pareja discriminación es menester observar en el concepto de teodemonología. Si, tal cual la tradición exegética
interpreta al jefe de los demonios con sus respectivos colaboradores (cfr. la grave y detallada investigación de Riwkah
Schärf, La figura de Satanás en el Antiguo Testamento, en Jung, Carl Gustav, Simbología del espíritu, FCE, México, 2001, pp. 111-
225), a la teodemonología en la cultura popular se la entiende en términos demonológicos en que lo emplea, por ejemplo,
Fernando Cervantes (El diablo en el Nuevo Mundo. El impacto del diabolismo a través de la colonización de Hispanoamérica, Herder,
Barcelona, 1996), ello se debe, mayormente, a la antropomorfización del concepto. Mas, para la estructuración de este trabajo
es preciso anotar que éste denotará, asimismo, la tradición especulativa que la filosofía y la teología en particular califica de
teología naturalis. Así, cabe destacar que su similitud con la demonología filosófica, es decir, la de la episteme occidental, es
igualmente identificable con el aparato mágicorreligioso de la Indias del descubrimiento y la Conquista. Sobre este tema
demonológico y teodemonológico, véase también Haag, Herbert, El diablo, Su existencia como problema, Herder, Barcelona,
1978; Zähringer, Damasus, Los Demonios, en Mysterium Salutis, Manual de teología como historia de la salvación, Ediciones
Cristiandad, Huesca, Madrid, 1977, pp. 768- 784; y Daxelmüller, Christoph, Historia social de la magia, Herder, Barcelona,
1997, pp. 63-75 y 99-114, passim.
3
los sistemas mágicorreligiosos. Los primeros, general y jactanciosamente
vinculados a las conceptualizaciones filosóficas de la celosa teología, cuya
pretensión, para la época investigada, de ser la única en poseer la verdad, ha
resultado en una flaca lectura comprensiva, interpretativa2 y, por ende, inadecuada
del profundo saber y pensamiento religiosos del Nuevo Mundo, lectura que echó
en el saco de la idolatría lo mismo la sabiduría de los magos sacerdotes que las
creencias populares de los sencillos. En cuanto a éstos, es decir, a los datos del
sistema mágicorreligioso, pese a que fueron invariablemente asociados por la
Iglesia a la superstición, hay que reconocer que tuvieron, junto a los de la misma
teodemonología tan poderoso despliegue y autoridad durante toda la Edad Media.
Escenario que, por otro lado, en los primeros años del descubrimiento, aparte de
los conocidos pre-juicios de los evangelizadores en su característica adjetivación de
lo ―pagano‖, empeoró cuando Europa era informada de volátiles y no muy bien
estructuradas manifestaciones religiosas aportadas por las noticias de Pané.
4
De otro lado, la pervivencia e influencia de los testimonios de las teologías
sagradas y naturalis en las voluntades y acciones a todos los niveles, tanto de la
vida privada como de la cotidiana, no menos entre las élites que entre los sencillos,
me permitieron plantear, en segundo lugar, la cuestión de si podría esperarse que
estas teologías, la sagrada, teñida las más de las veces ella también de un color
mágicorreligioso, y la naturalis, en su contexto filosófico, han servido de ejes
simbólicos y espirituales con los cuales el individuo y la sociedad cristiana del
descubrimiento y la conquista forjaron las representaciones que afectaron sus
propias actitudes, tensiones y visiones del mundo para producir, junto a la
Reforma, el último sincretismo religioso de Occidente3. Sincretismo4 que, con todo,
sin ceder en lo más importante, su herencia intelectual teológica y filosófica,
hallábase encarnado en la eclipsante preponderancia de las estructuras
sociopolíticas de la voz Católica.
3
Rodolfo Puiggrós, al ocuparse del acoplamiento comercial y la anexión de América a Occidente, advierte que
Aquélla «dio oxígeno al agónico feudalismo y asfixió al naciente capitalismo de la península ibérica» (La España que conquistó
el Nuevo Mundo, El Áncora Editores, Bogotá, 1989, pp. 7-8). Sin duda, con parejo derecho puede decirse lo propio del
dantesco aparato religioso de las Indias mesoamericanas, y, quizás, aun más por estar la estructura social de uno y otro
Mundos tan fuertemente inveterada en la religión. No hay que decir sea este imponente aparato religioso de los naturales lo
que incentivó, ipso facto, a calificar dicho sistema de idolatría.
4 Esto es, entre el esplendor mágicorreligioso de las Indias y la orgullosa mentalidad del sistema teológico-filosófico.
5
las teorías de los dos últimos autores mencionados, como en las del estudioso del
«diabolismo» en el Nuevo Mundo, Fernando Cervantes.
5 Gruzinski, Serge, La colonización de lo imaginario, Sociedades indígenas y occidentalización en el México español. Siglos
XVI-XVIII, Fondo de Cultura Económica, México, 2000, 11988, p. 10.
6 Ibíd. Véase asimismo la reconstrucción que hace sobre la referencia al pasado Tzvetan Todorov en La conquista de
América, El problema del otro, Siglo XXI, México, 2005, 11982, pp. 90ss. Merece, de igual manera, destacarse el fino examen
elaborado por Walter Mignolo en su The Darker Side Of Renaissance: Literacy, Territoriality, and Colonization, University of
Michigan Press, USA, 2001, 11995, en donde insiste (pág. ix) en la relevancia de ampliar las posibilidades de una teorización
de los legítimos y diversos «lugares de enunciación» que permitan vincular las teorizaciones postcoloniales al legado
particular del pensamiento amerindio: es decir, robustecer los lazos entre «the ―darker side of Renaissance‖ into the silenced
space of Spain/Latin America and Amerindian contributions to universal history and postcolonial theorizing» (ibíd., p. xi), a
fin de poder identificar el sentido de las transformaciones y la crítica de «lo auténtico» en el legado cultural tanto del
Occidente como de los pueblos amerindios (ibíd., p. xv).
7 Todorov, op. cit., p. 14.
8 Ibíd., p. 93.
9 Gruzinski, op. cit., p. 9.
10 Importa observar que una de las preguntas capitales y directoras de La colonización de lo imaginario, es «¿cómo
constituyen y viven los individuos y los grupos su relación con la realidad, una sociedad sacudida por una dominación
exterior sin antecedente alguno?» (ibíd., p. 9).
6
«descubrimiento que el yo [occidental] hace del otro»11, esto es, del sujeto
amerindio.
7
colonización14. Así como identifica extravíos de todo linaje y color, así también
denuncia, admirablemente, un exotismo15 estampado a las culturas indígenas
cuando sólo existía en las elaboraciones españolas en los escritos de todo el siglo
XVI. No es menor su agudeza de análisis cuando sostiene que del mundo indígena
sólo podemos aprehender reflejos16, la cual tesis hace recordar la relevancia de los
indicios y las huellas en la representación del pasado recordada por Ginzburg.
Nada mejor caracteriza la complejidad del pensamiento religioso y la profundidad
de análisis con la que el especialista de lo imaginario aborda el estudio del Nuevo
Mundo. Pero es igualmente cierto que con algo de asomo a las demás ciencias
humanas y sociales, aquel reflejo pueda adquirir algo de ―personalidad‖, de modo
que el pensamiento pueda asir su ―materialidad histórica‖. Pues aquella opinión
pudiera invitar a pensar, cuestión además muy lejos de la excelente y reconocida
pluma de Gruzinski, no en una comprensión, sino en un tratamiento de lo histórico
humano, dispénseseme el pleonasmo, como si se tratase de cosas extraídas única y
exclusivamente al documento, es decir, al mero dato. Tal desvío en la
interpretación no parece ocurrir en el análisis de El problema del otro en La conquista
de América. Con no menos agudeza que tino, Todorov advierte en la obra de Diego
Durán una de las mejores representaciones sobre el mestizaje cultural17 de las
Indias. Reconoce en el religioso una fina y acertada intuición de las cosas divinas
entre los indios y aplaude asimismo su capacidad para interpretar los signos de la
cultura mesoamericana desde sus principios y punto de vista europeos.18 Él es
quien demuestra una mayor iniciativa y denuedo por comprender el por qué de las
creencias idolátricas. Por eso Todorov dirá del autor del Libro de los ritos y
ceremonias en las fiestas de los dioses19, que no podía «dejar de admirar los textos
aztecas, aunque se refieran a cosas divinas —es decir, idólatras»20; por eso será
8
igualmente este tonsurado uno de sus más destacados guías en su comprensión del
problema del otro. En consecuencia, tanto a este descubrimiento y problema del
otro como a la colonización de lo imaginario y su posterior occidentalización
habría de agregarse el reconocimiento de un momento mágicorreligioso en el cual
estaría inscrita la sociedad amerindia precolombina y de la centuria que va de 1492
a 1600 aproximadamente según la conocemos hoy.
9
proponérselo, en algunas invectivas21 las cuales menos esclarecen que ayudan a
comprender los hechos históricos.
21 Ni siquiera la comprensión de «el problema del otro» pudo sustraerse a tal subjetivismo intelectual. Todorov
denuncia que «el siglo XVI habrá visto perpetrarse el mayor genocidio de la historia humana» (op. cit., p. 14). Y
posteriormente (ibíd., p. 161) confirmará esa actitud cuando de los españoles escribe: «deciden, por ejemplo, que el sacrificio
humano implica tiranía, pero no opinan lo mismo para la matanza [que ellos perpetraban]». La cursiva no está en el original.
22 Baste mencionar a este tenor las investigaciones de Fernando Cervantes sobre El Diablo en el Nuevo Mundo, en el
cual hace un, por lo demás, fino esfuerzo por describir el impacto de las creencias demoníacas en las Indias. En el caso de
Todorov, sucede algo muy similar en el trato de la documentación. Éste alude, con mayor énfasis, a la religión desde la
perspectiva cristiana evangelizadora. Con todo, ni Cervantes ni Todorov ven detrás del planteamiento religioso de la Iglesia
un orden divino de las características abordadas aquí. Es decir, no analizan una jerarquización de lo divino en los términos
ideológicos de la especulación teológica y filosófica que tanto ha influido en las decisiones de esa misma evangelización
amerindia que ellos sólo describen a partir de sus datos. Cf. Todorov,op. cit. y Cervantes, op. cit.Fernando, El Diablo en el
Nuevo Mundo: El impacto del diabolismo en a través de la colonización de Hispanoamérica, Herder, Barcelona, 1996.
23 Véase Tratado de Antropología de lo Sagrado [1], (coordinado por Julien Ries), Trotta, Madrid, 1995, p. 155.
24 Existe en la actualidad un trabajo imprescindible sobre el fenómeno religioso, donde se evalúa buena parte de los
sistemas anteriores: Velasco, Juan Martín, Introducción a la fenomenología de la religión, Trotta, Madrid, 2006.
10
han logrado establecer la relevancia que, en ambos terrenos, el de la fe y el de la
razón, tuvieron y han tenido a través de las generaciones en la pervivencia de las
ideas y creencias de los pueblos.
Lo mismo por timidez que por temor a invadir terrenos ajenos, los
historiadores prefieren plantear este problema desde una óptica religiosa
mayormente supersticiosa. Ello con las consecuencias no menos que negativas para
la Iglesia. Institución que, si bien ha cometido tantos y graves errores, se presenta
para la época de la conquista, en sentir de su propia élite intelectual, como la única
heredera del pensamiento teodemonológico occidental. Pensamiento cuyo
contenido tanto en su versión prosaica cuanto en la filosófica y alegórica ejerce
una inestimable influencia en la arena de la vida cotidiana y en la de la
especulación filosófica de los teólogos y religiosos enviados a evangelizar al Nuevo
Mundo. Parece pues necesario un estudio que aborde la problemática de las
elaboraciones intelectuales fabricadas desde la academia y la escolástica para
explicar las propuestas que se impartían desde el pulpito para los sencillos.
Además de todo lo anterior, no puede desconocerse la relevancia de estos estudios
que implican la identificación de una cultura y civilización mágicorreligiosa, toda
vez que en el día las ciencias aplicadas, las médicas mayormente, presentan un
subido interés en los restos de estas sociedades que, si bien merced a la
colonización de su imaginario han perdido no poco de sus profundas raíces y
sabiduría, el sincretismo por parte de los amerindios no les ha impedido continuar,
sobre todo en las poblaciones más autóctonas, con algunas creencias y prácticas
―paganas‖, tan útiles para la comprensión también de su vida históricosocial,
olvidadas ya en las urbes tecnificadas. Por tanto, la investigación quiere hacer
justicia a toda aquella estructura mágicorreligiosas con la que Occidente se
encontró en la Amerindia, el cual «contacto inter-cultural fue particularmente
intenso y rico. [Pues] el caso de la conquista y la posterior colonización de América
11
es, en este sentido, uno de los más relevantes»25. Y lo mágicorreligioso, etapa, al
parecer y según lo demostrará el método comparativo desplegado aquí, obligada
para cualquier desarrollo del pensamiento metafísico y espiritual tal cual lo
conocemos hoy. Sin visiones lastimeras sobre los vencidos, ni tramas justificadoras
de ningún tipo, esta historia del pensamiento teodemonológico pone sobre el
tapete la realidad de las funciones sociales de los saberes del sacerdote-mago y el
sacerdote-taumaturgo.
No tiene otro origen la demonología de las masas26 que las ideas cinceladas
en el pensamiento teológico-filosófico y en la teodemonología de las más altas
élites27, vertidas ya en adaptaciones más o menos claras, ya en traducciones
distorsionadas al lenguaje de los sencillos. Pero, tanto su umbral como sus
discontinuidades o continuidades (sus transformaciones en animismo, tótem,
mitos, especulaciones filosóficas tempranas28 y su posterior escisión en teología
naturalis y sagrada o dogmática), van a desprenderse siempre de los sistemas
especulativos intelectuales, porque el vínculo del sencillo con la naturaleza nunca
traspasa los límites de una fenomenología numinosa, cuyo sentido se expresa en la
relación directa con el mundo. Y que si bien es incomprensible para él, es, al fin y
25 Gruzinski, Serge y Ares Queija, Berta, Entre dos mundos, Fronteras Culturales y Agentes Mediadores, Escuela de
Estudios Hispano-Americanos, Sevilla, 1997, p. 9.
26 A ésta, precisamente, es a la que se refiere el estudio de Cervantes El diablo en el Nuevo Mundo.
27 En este punto debe quedar claro que mi único distanciamiento respecto a la teoría de Cervantes, radica en la
simplificación que hace cuando sostiene a pie juntillas que «si bien es cierto que el demonismo formaba una parte integral de
las culturas populares en los albores de la edad moderna, es igualmente cierto que las creencias y las prácticas demoníacas
también formaban parte de la cultura de las élites» (ibíd., p. 12). Colígese de aquí que Cervantes incluía en esas élites a toda
la turba de pseudo intelectuales que a semejanza del clero de la época de la simonía estaba compuesta de señores a cuya
investidura, la de la corrupción de las cosas espirituales, unían la del cálculo y la molicie (cfr. Cánones del Concilio I de
Letrán, firmados el 27 de marzo de 1123 y los de II Letrán discutidos a partir del año 1139 durante el papado de Inocencio II).
Como tampoco debe tomarse en un sentido estricto por élite intelectual a los evangelizadores. Ello es ignorar las jerarquías y
los grados de iniciación impuestos lo mismo por las instituciones sacerdotales más antiguas que por las del día. Tal
apreciación induciría sin dificultad alguna a igual generalización de las creencias religiosas especulativas de los indios,
vertiendo todo el sistema mágicorreligioso —el cual no estaba el investigador de El diabolismo en el Nuevo Mundo obligado a
discriminar, pero, y esto es capital, que no puede confundirse con «las creencias y prácticas populares», ni siquiera en el
aparato religioso de las Indias— en un único pozo de las supersticiones.
28 J. Antonio Villacorta, para el caso de las Indias, imbuido del desarrollo especulativo de los antiguos
mesoamerindios, destaca, de estos esfuerzos filosóficos naturales, que los mayas incluso predecían los eclipses y se servían
de «cálculos matemáticos muy abstractos, [y] que se basaban principalmente en observaciones continuas y exactas, sobre los
solsticios, equinoccios y dos fechas del año agrícola, el 9 de abril y el 2 de septiembre» (Cf. Prefacio a la reproducción de los
Códices Mayas —Codex Dresdensis, Codex de Madrid, y Codex Tro-Cortesiano—, Guatemala C. A., 1930, p. 4; en Patrimonio,
Biblioteca Central de la Universidad de Antioquia.
12
al cabo, su realidad29. No por ello, al tratar el sistema teodemonológico, no hase de
tener presente el grado de especulación con el cual se aborda su estudio. Es decir, a
qué nivel sociointelectual se refiere ese discurso. Así, con estas dos realidades en
mente (la teodemonología intelectual y la sagrada), esta investigación pretende, a
manera de objetivo general, analizar la situación de las Indias a nivel sociohistórico
para comprender en qué medida y de qué manera la teodemonolgía europea —de
una madurez especulativa de más de quince centurias para el periodo tratado—,
embistió el sistema socio-religioso del Nuevo Mundo en el siglo XVI, sirviendo de
fundamento para la posterior integración de las Indias al contexto intelectual de
Occidente30. Ello deberá demostrar históricamente por qué la religión católica,
heredera y señora del pensamiento teodemonológico, según quedó establecido
desde el comienzo, esto es, dueña de la filosofía y la superstición, no podía ni
estaba en condiciones de abdicar de su presupuesto de verdad frente a los
postulados, igualmente, de verdad colegidos de las ideas y creencias de los sistemas
cultuales de las Indias que el sistema religioso de Occidente creía inferiores.
29 Diana Luz Ceballos insiste en el acusado interés que ofrece el estudio grave de las «prácticas vivas para quienes
creen en ellas y están inscritos en determinados circuitos culturales» (Ceballos Gómez, Diana L., Quyen tal haze que tal pague,
Sociedad y prácticas mágicas en el Nuevo Reino de Granada, Ministerio de Cultura, Santafé de Bogotá, 2002, p. 22). Y para los
contextos mágicos y religiosos —en los cuales debe suponerse con todo derecho queden excluidos el cálculo y la
charlatanería— reclama una indubitable certeza. En la misma obra, sostiene a este respecto: «Se puede comprobar […] que
las prácticas mágicas son ―reales‖, es decir, que existen, porque ¿qué es la realidad, sino las cosas que existen en el plano
simbólico, en el semántico, en el semiológico, en el de las religiones (para separar la religiosidad de los otros universos
simbólicos: magia, ciencia, literatura, arte…), en suma, que existen bien en la cultura, bien en la naturaleza?» p. 23.
30 En esta misma línea de pensamiento puede incluirse el sentir de Pilar Gonzalbo Aizpuru cuando detecta que si se
ha de aludir a un Nuevo Mundo habrá de tenerse muy en cuenta los profundos cambios que afectaron «a todos los pueblos
del mundo occidental» (La nueva vida del Nuevo Mundo, en Revista El Nuevo Mundo, problemas y debates 1, Universidad de los
Andes, Bogotá, 2004, p. 280.
31 Cf. Cañizares Esguerra, Jorge, Cómo escribir la historia del Nuevo Mundo, Historiografías, epistemologías e identidades en
el mundo del Atlántico del siglo XVIII, FCE, México, 2007, p. 170.
13
las ya añejas influencias de los árabes, robustecidas por el humanismo renacentista.
Ahora bien, aunque esto no justifica el exceso de las acciones e intencionalidad del
Báculo Romano y la Corona Española, sí explica por qué se actuó de la manera
propuesta para las Indias. Por eso hoy podría afirmarse que cuanto quedó en los
siglos ulteriores al XVI de pensamiento teodemonológico después de la asimilación
de la realidad histórico-religiosa europea y de la desatención al aparato religioso-
cultural del Nuevo Mundo, el cual habría de aportaba más que estorbar a la
especulación teofilosófica de Europa por su fresco contacto ritual con las
divinidades mágicas y naturales, no puede más que compararse al prolongado
cuerpo sin vida del una vez glorioso Imperio Romano luego de ser transportado a
Constantinopla. Dicho de otra manera, luego de las disputas y crisis tanto
filosóficas cuanto espirituales, la Iglesia no pudo conservar su completa autoridad
en la nueva episteme metafísica y filosófica, tal cual la Roma de Julio César y
Augusto César se debilitó, fracturándose, al dividir su poder con la nueva Roma
bizantina.
14
mágicorreligioso de las Indias sin comprender al hombre en general. Esfuerzo que
redundará en la comunidad y concordia de los dos mundos, que no son más que
uno, y en la proyección hacia un ecumenismo del entendimiento del tortuoso
devenir del y lo humano. Solamente esta comprensión de lo humano en las
elaboraciones religioso-especulativas de las Indias pondrá al otro, integrándolo, en
un contexto de igualdad33 frente a la formación34 del hombre universal.
33 Así parece, en apoyo de mi tesis, empezar a entenderlo la crítica histórica postmoderna porque «todas las
religiones han recogido por escrito los principios, las ideas y las historias que han formado a lo largo de los años el cuerpo de
creencias, mitos y ritos que las definen y distinguen» (Rivera Dorado, Miguel, en introducción al Popol Vuh, Relato maya del
origen del mundo y de la vida, Trotta, Madrid, 2008, p. 9).
34 Cfr. infra a este útil y esclarecedor concepto en Hans G. Gadamer, nota 33.
35 Gruzinski al hablar de este punto alude a bien conformadas «sociedades complejas, dotadas de instituciones
refinadas» (La guerra de las imágenes, De Cristóbal Colón a “Blade Runner” (1492-2019), FCE, México, 2003, p. 42).
15
consultar, dudar y reformular los conceptos de la verdad de una única revelación
cuando se describe para el Renacimiento europeo en las crónicas entresacadas del
la frescura del pensamiento indígena y de la escritura pictográfica toda aquella
complejidad religiosa, evidentemente filtrada por la teodemonología. Mas esta
preocupación, que, a buen seguro, no pertenece al campo de las conjeturas, y sí al
de futuros estudios, no es ya tema de ésta.
Tal cambio debió darse así tan pronto como lo mismo la Europa laica que la
Iglesia se dan cuenta, especialmente por medio de las noticias y luego las crónicas
de Sahagún, Landa, Durán, Motolinia y Las Casas, de la magnitud, peso y
profundidad del aparato mágicorreligioso de las Indias y, más aun, la aparente
facilidad con la que podría socavar su bien conformada estructura. A despecho de
la Iglesia, es de suponer, toda las posturas por ella ponderadas de herejías e
idolatrías, tal cual se argumenta en esta investigación, incluida, claro está, la
acabada de encontrar en Indias así tildada, tomaron una fuerza sin precedentes en
el pensamiento filosófico, eterno rival de la revelación, dando como resultado las
reacciones de la Inquisición que terminaron en la sospecha, las más de las veces
justificadas, de todo cuanto oliera a catolicismo por parte de los reformados, los
humanistas y hasta los no bien sincretizados sacerdotes naturales indígenas que no
eran otra cosa para ellos que pensadores disidentes de la Iglesia, herejes, idólatras.
Vuelta la vista a las Indias, tal parece, en el caso concreto de América, sugerir
Medina cuando denuncia que los temas de mayor eco en los Tribunales fueron los
procesos a los extranjeros36.
Esa es la forma que toma el desarrollo del problema del encuentro con el
aparato religioso de Indias y la crisis europea de las persecuciones del pensamiento
no oficial representado, en los siglos inmediatamente anteriores al XVI, en la caza
de brujas; es el pasado visto desde el presente y es también uno de los puntos clave
para distinguir este trabajo de los otros arriba citados. Ahora, la demostración, en
36 Medina, José Toribio, Historia del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición en México, Consejo Nacional para la
Cultura y el Arte, México, 1995, 11905, p. 32.
16
mi sentir, la ofrecerá la misma argumentación contrastada en cada página entre la
episteme mágicorreligiosa y las pretensiones oficiales de la verdad. De modo que,
cuanto en un principio pareciera una esperanza o triunfo espiritual (piénsese en
una España confiando todo su esfuerzo político, económico y espiritual en la
inmensidad de su imperio al adicionarle las Indias descubiertas), resultó ser un
aguijón más, primero, para la emancipación de las creencias en los sistemas
metafísicos de la religión y la filosofía, pues, las élites europeas del pensamiento
librepensador seguían muy de cerca los avances de los acontecimientos de los
pueblos conquistados; y segundo, para su demoledora crítica y destierro del
conjunto de las ciencias. Porque si bien Occidente ya venía enfrentándose a las
diferencias de un pensamiento herético oriental37 —sin poder expulsarlo
completamente, debido a que encontraba en él, de alguna manera, raíces comunes
a su propia estructura teológica—, había de facto suficientes elementos de juicio
histórico racional para no ver en éste un opositor. Ello por estar fundamentado tal
pensamiento en lo que se consideraba las bases infalibles del pensamiento
teofilosófico.
37 Cf. Walsh, William Thomas, Personajes de la Inquisición, Espasa-Calpe, Madrid, 1948. 170 – 180, passim. Este escritor
nos muestra en esas memorables páginas cuáles eran esas diferencias, especialmente en España.
17
a poner en duda los cánones de verdad establecidos o a creerse superior a la
especulación teodemonológica de la Iglesia. Esta teología naturalis, para emplear el
concepto que hizo famoso la pluma de San Agustín, fue asumida como una
pervivencia que se creía era el mayor peligro para el pensamiento casuístico
espiritual. Con todo, llevado hasta los extractos más folklóricos de la sociedad,
este pensamiento generó una ruptura y una transformación histórica entre los dos
poderes que ya no fue posible reconciliar.
18
entendían Platón38 y Aristóteles y, por último, el edificio demonológico iniciado
en el Apocalipsis y rematado en la Suma de Santo Tomás. Carece de toda
relevancia siquiera plantear la pregunta de si el pensamiento religioso y
teodemonológico en las Indias gozaban de tal tradición39. Sin embargo, como
sostiene Todorov, Durán supo interpretar esa tradición de las divinidades
aztecas40.
38
Ya a términos del siglo II, Celso, Άληθής λόγος, Doctrina verdadera, III, 72, reclamaba al cristianismo primitivo
haber tomado algunas de las mejores «ideas de Platón, de las que tenían alguna vaga noción, [y de ahí que] ciertos cristianos
proclaman a Dios que está en lo alto del Cielo, y se elevan así por encima de los judíos».
39 Afortunadamente hoy se tiene una visión mucho menos restrictiva y fuera de todo apocamiento en lo tocante al
tema de lo religioso en las diferentes culturas y civilizaciones. Con todo, en refiriéndose a las interpretaciones de aquellos
que no poseen una sensibilidad proporcional a las honduras del pensamiento metafísico y el sentimiento hacia las cosas
divinas, la ciencias humanas posmodernas han puesto sobre aviso no pocas relajaciones. Por lo cual no es justo no estar de
acuerdo con José Gómez Caffarena, cuando advierte que «es, sin duda, más adecuado no hacer esto sino en el marco expreso
de lo religioso» (El Enigma y el Misterio, Una filosofía de la Religión, Trotta, Madrid, 2007, p. 13, n. 3).
40 Cfr. supra, nota 18.
41 Nieto Olarte da la posibilidad de reorientar los matices del espíritu de la apropiación insertándolo en el del
comprender. Con no menos tino que buen conocimiento de la relación entre ambos términos para los estudios americanistas,
señala: el comprender implica «un acto de apropiación, un proceso de transformación de lo desconocido en algo familiar, de
incorporación y de domesticación, al igual que de reconocimiento de lo extraño» (op. cit., p. 5).
42 Cfr. Cultura escrita, literatura e historia, Fondo de Cultura Económica, México, 1999, pp. 159-163.
19
articulación y a la permeabilización de sus fronteras»43. No se debe hablar, por eso,
de teodemonología de las Indias en los términos conocidos en Occidente. En
aquélla ha de tratarse de una demonología naturalis, inspirada en la fenomenología
religiosa tal cual la encontramos en algunos misterios y mitos de la antigua cultura
europea; en Occidente, de una Sagrada —o de ambas, como ya se ha sugerido—.
Es en esta diferencia palmaria en donde se advierte la continuidad de un
acercamiento entre el discurso de la fe y el de la razón, tan caros al pensamiento
teofilosófico europeo, promovido por aquel lento reconocimiento de lo otro44 en las
inveteradas guerras de religión domésticas y en la nueva de las Indias.
20
creencias y especulaciones45 de Occidente en el momento mismo del encuentro y la
posterior conquista. Una metodología sana que aspire no menos a comprender
que a representar46 la realidad y riqueza simbólica de la sociedad mesoamericana
del siglo XVI, ha de proceder con mucha prudencia y no menos recato en los
datos. Manera única para poder interpretar aquello que hace de los enunciados y
las acciones de los hombres la realidad de la vida. Comparar, entonces, la ciencia
de los naturales con las artes mágicas sin más47, según se las entendía en toda
Europa en el día de la conquista, esto es, al modo en que ha llegado este concepto a
nosotros y como lo hicieron los evangelizadores y muchos otros historiadores
posteriores a ellos, tiene que arrojar el resultado de la ya legítimamente
desacreditada e insostenible idea de idolatría48. Poner en la misma balanza del
tiempo uno y otro pensamiento, es, además de un grave pecado de miopía
intelectual, incurrir en el anacronismo que ha negado a la historia narrar la fuerza
y el empuje de la ciencia religiosa de unas Indias que para entonces había
franqueado los obstáculos más difíciles del pensamiento salvaje.
45 Las caracterizaciones «pensamiento mesoamericano» y «creencias y especulaciones europeas» los planteo, muy a
propósito, con pleno uso de conciencia. Tradicionalmente se han empleado estos conceptos a la inversa. Como se advertirá
en las explicaciones en los próximos capítulos, el pensamiento siempre ha estado marcado por una potente cuota de las
consabidas especulaciones y creencias.
46 En Ricoeur, Paul, La memoria, la historia, el olvido, Trotta, Madrid, 2010, pp. 311ss, passim.
47 Ceballos Gómez propone una diferencia eficaz y que se podría aplicar a los abusos cometidos al sistema
mágicorreligioso de las Indias. Una lectura, «desde otro sistema o saber […] se hará sólo a riesgo de una mala interpretación
o de una interpretación defectuosa» (op. cit., p. 103). Cfr. asimismo la ya clásica opinión de S. Angus en su The Mystery
Religions, A Study in the Religious Backgraund of Early Christianity (Dover Publications, New York, 1975, p. 236), en donde,
además de recordar algunos excesos y abusos en los misterios religiosos, sostiene que cuantos denunciaban ciertos abusos
entre los mystea, miembros portadores de los más grandes secretos del saber sagrado, eran simples opositores cargados de
prejuicios y harto mal informados.
48 Qué sirva de ejemplo recordar, al menos, la mortal estocada que la Iglesia de los primeros siglos asestó a la
idolatría gnóstica, considerada simple formulación de relatos míticos (cf. Durand, Gilbert, El hombre religioso y sus símbolos, en
Tratado de Antropología de lo Sagrado [1], (coordinado por Julien Ries), Trotta, Madrid, 1995, p. 77), cuya importancia
colonizadora no tuvo paralelo sino con la otra del imaginario estudiada por Gruzinski. Pero, tanto la primera, incoada en las
lucubraciones de los gnósticos y recogida por el pensamiento arábigo-persa de Siria —el cual habría de dar no pocos dolores
de cabeza, con su efecto boomerang hacia el Occidente, a la Inquisición—, como la segunda, la sabiduría amerindia, resarcida
por los trabajos postcoloniales de últimos del siglo XX y comienzos del XXI, hubieron de renacer a semejanza del ave fénix.
Este examen es él propio, también, un aporte al reconocimiento de esos saberes mágicorreligiosos de las Indias, tan
necesarios, según se insistirá, para la comprensión de las sociedades y sus individuos en la historia del pensamiento.
21
saber, la reveladora preeminencia del poder discursivo del pensamiento teológico
y filosófico de la élite espiritual.
22
servido a veces para justificar su superioridad, hasta llegar a un pretendido olvido
de lo religioso»49.
23
éstos mayormente escritas. Se intentará arrancar a esos documentos pictóricos y
escritos, por medio del entrecruzamiento articulado de otros testimonios históricos
externos a los mismos, una respuesta, confirmación o falsación —en palabras de
Karl Popper— que nos permita comprender un poco mejor el sistema religioso de
las Indias en su momento mágicorreligioso.
51Denzinger, Heinrich y Hünermann, Peter, El Magisterio de la Iglesia, Enchiridion symbolorum definitionum et declarationum de
rebus fidei et morum, Herder, Barcelona, 2000.
24
No parece válido desentenderse del producto del pensamiento humano para
caracterizar la ruptura que representó el encuentro52 de las dos civilizaciones en el
siglo XVI. El paciente análisis de ese complejo entramado y su posterior producto,
el aparato teológico-filosófico, erigido, sépase desde ahora, por todo el
pensamiento medieval, como la más sublime prenda que debía ostentar la cultura
vista bajo el lente occidental, debiera permitir, desde la postura en que me es dado
asumir esta problemática, la religiosa, siquiera otear la tenue luz al otro lado del
túnel de esta también compleja realidad humana e histórica del descubrimiento y
conquista de nuestras Indias occidentales. Ahora bien, si, como ha expuesto
Rudolph Otto, al sentimiento religioso lo inspira lo fascinans y lo tremendum53, a la
transformación del pensamiento intelectual (estoy pensando aquí en el severo
examen que al concepto de «formación» del espíritu hace Gadamer54) —el cual
52 Nieto Olarte resalta de este concepto la tendencia, en directa oposición con el de descubrimiento, a reflexionar
sobre la relevancia de la historia de los vencidos como la de los vencedores sin las pretensiones unilaterales de superioridad
cultural europea (cf., La comprensión del Nuevo Mundo: Geografía e historia natural en el siglo XVI; El Nuevo Mundo, problemas y
debates 1, Universidad de los Andes, Bogotá, 2004, p. 3).
53 Tan pronto como «tuvo conciencia de sí mismo, el hombre no pudo dejar de percibir su diferencia en relación a los
otros seres que estaban en su entorno, no pudo dejar de preguntarse sobre sí mismo y sobre la realidad exterior. Ahora bien,
cuando aparece esta conciencia, implica ya la facultad de asombrarse por las revoluciones celestes, el movimiento de los
astros, la luminosidad crepuscular, los relámpagos que surcan el cielo, la lava incandescente del volcán. Y, más allá del
asombro, la percepción de algo que sobrepasa al hombre y lo trasciende, frente a lo que se siente impotente o cuya
naturaleza ignora. Éstas fueron las experiencias que engendraron el sentimiento religioso de lo sagrado, es decir, el
reconocimiento y la apelación a fuerzas superiores, de cualquier forma que éstas puedan entenderse, incluidas las formas
míticas o mágicas» (cf. Facchini, Fiorenza, La emergencia del homo religiosus; en Tratado de Antropología de lo Sagrado [1],
(coordinador: Julien Ries), Trotta, Madrid, 1995, p. 162).
54 Cf. Gadamer, Hans-Georg, Verdad y Método, Sígueme, Salamanca, 2007 (traducción de la alemana, Wahrheit und
Methode, Tübingen, 41975), pp. 38-47. Remito al lector a dicha obra y lugar. Mas permítaseme decir dos palabras en cuanto a
su vínculo con la afirmación planteada. En la elaboración de ese producto del pensamiento, declara Gadamer, «nada
desaparece, sino que todo se guarda. Formación es un concepto genuinamente histórico, y precisamente de este carácter
histórico de la «conservación» es de lo que se trata en la comprensión de las ciencias del espíritu» (p. 40). Y como la idea de
conservar remite a la de memoria —de la cual Paul Ricoeur instituyó monumento, para la ciencia iniciada con Herodoto, en
La memoria, la historia, el olvido— el filósofo alemán, fundador de la nueva hermenéutica, añade: «La memoria tiene que
ser formada; pues memoria no es memoria en general y para todo. Se tiene memoria para unas cosas, para otras no, y se
quiere guardar en la memoria unas cosas, mientras se prefiere excluir otras. Sería ya tiempo de liberar al fenómeno de la
memoria de su nivelación dentro de la psicología de las capacidades, reconociéndolo como un rasgo esencial del ser
histórico y limitado del hombre. A la relación de retener y recordarse pertenece, también de una manera largo tiempo
desatendida, el olvido, que no es sólo omisión y defecto sino, como ha destacado sobre todo Friedrich Nietzsche, una
condición de la vida del espíritu. Sólo por el olvido obtiene el espíritu la posibilidad de su total renovación, la capacidad de
verlo todo con ojos nuevos, de manera que lo que es de antiguo familiar se funda con lo recién percibido en una unidad de
muchos estratos» (p. 45). Ahora bien, y esto es válido para cualesquiera organización social cuando entre los pueblos
antiguos se empieza a distinguir la memoria de las élites sacerdotales (especialmente para la época estudiada en este trabajo)
y la de los profanos, «la conciencia formada supera sin embargo a todo sentido natural en cuanto que éstos están siempre
limitados a una determinada esfera. [… Así,] lo que convierte en ciencias a las del espíritu se comprende mejor desde la
tradición del concepto de formación que desde la idea de método de la ciencia moderna» (p. 47). En la misma línea de
pensamiento Habermas sostendrá que «bajo el presupuesto de conceptos formales de mundo y de pretensiones universales
de validez, los contenidos de la imagen lingüística del mundo no tienen más remedio que quedar desgajados del orden
mismo que se supone al mundo. Sólo entonces puede formarse el concepto de una tradición cultural, de una cultura
temporalizada, y se cobra conciencia de que las interpretaciones varían frente a la realidad natural y social, de que las
opiniones y los valores varían respectivamente, frente al mundo objetivo y al mundo social» (Habermas, Jürgen, Teoría de la
25
teniendo su propia génesis en el sentimiento religioso, análogamente a lo que
ocurre en la mayoría de los pueblos de la tierra analizados por la etnología
antropológica, pasando por un momento mágicorreligioso, cuyos hijos son
representados en las finísimas elaboraciones artísticas del mito y el símbolo 55 y,
finalmente, adquiriendo su madurez en una estructura bien definida de teología y
filosofía, cuya virtud ha sido, a su vez, dar lugar a los subsistemas de la teología
natural y teología sagrada o revelada de donde se ha desprendido y redefinido una
teodemonología que alcanza a las clases sociales marginadas, resultando así, ya en
las esferas de las masa sencillas, otros subsistemas como la demonología, la magia
supersticiosa y la hechicería—, a la transformación del pensamiento, digo, lo
inspira, aviva, acelera y acentúa la colonización de otros imaginarios.
acción comunicativa I, Trotta, Madrid, 2010, p. 79). Y ello es así porque, según había sostenido ya algunas líneas antes (ibíd.) el
mismo ilustre profesor de Frankfort, «la comunicación lingüística y la tradición cultural que a ella afluye sólo emergen como
una realidad con derecho propio frente a una realidad de la naturaleza y de la sociedad a medida que se diferencian
conceptos formales de mundo y pretensiones de validez no empíricas». Manuel Fraijó, en la Filosofía de la religión, Estudios y
textos, señala el acusado interés de esas ideas en el plano religioso. Estas transformaciones aparecerían, en su sentir y en el de
la tradición histórico religiosa a la cual representa, porque «el descubrimiento de nuevos mundos relativiza siempre los
antiguos», es decir, los transforma en la apropiación de lo otro. Cf. Op. cit., Trotta, Madrid, 1994, p. 28.
55 Friedrich Creuzer propone, de estas elaboraciones simbólico-religiosas, que tanto los elementos constitutivos del
símbolo como sus propiedades esenciales dejan traslucir la doble naturaleza de un mundo sensible y la de un mundo ideal
(Symbolik. Anh. z. Allg. Theil. 29-30; IV, 529- 31. Citado por Alfredo Brotons Muñoz en la traducción de Idee und Probe alter
Symbolik Mohr und Zimmer, [Sileno, Idea y validez del simbolismo antiguo, Ediciones del Serbal, Barcelona, 1991, p. 26]). Y a
propósito de la idea misma de este término conjetura: «En el símbolo sale a luz un concepto universal que, según viene a
darse allí, fluye; de modo que, cuando lo queremos captar se hurta a nuestras miradas. Así como por una parte el símbolo,
procediendo del mundo de las ideas, radiante, como viniendo del pleno brillo del sol […], así también viene por contra
enturbiado por el medio a través del cual alcanza él nuestra vista. […] En el símbolo se descompone la simple luz de la idea
en un coloreado rayo de significatividad. Pues el símbolo se hace significativo y evocador justamente por esa incongruencia
de la esencia con la forma […]. Por esta razón lo han considerado los antiguos como capaz en grado sumo de despertar al
hombre de la rutina de la vida diaria e incitarlo a superior tendencia» (ibíd., p. 26-27). No puede ser dudosa la conclusión
que de las profundas intuiciones de Creuzer saca su traductor y analista Brotons Muñoz al sostener, a modo de ejemplo, que
«el cuchillo de obsidiana es una cosa de piedra cuando el sacerdote azteca lo hunde en el corazón de la víctima; y [sin
embargo] la función de cohesión social acontece con esa acción. Pero piedra y función son meros despojos (sensible e
intelectual) fuera de esa acción instantánea. Ridículo sería entonces querer explicar el símbolo por los muertos residuos que
el proceso deja tras de sí. Porque hay símbolo [cursivas todas del original], por eso existen luego, en forma degenerada (en la
cotidianidad o en la vacua «eternidad» de la ciencia), piedra y función social» (Sileno, Idea y validez del simbolismo antiguo, p.
29). Resultado de ello, es que la historia y la naturaleza misma se hayan «presentes en el símbolo religioso primordial: el
ofrecido en la Religion des Magismus» (ibíd., p. 30). Cf. asimismo Durand, Gilbert El hombre religioso y sus símbolos, en Tratado de
Antropología de lo Sagrado [1], (coordinado por Julien Ries), Trotta, Madrid, 1995, pp. 84-85.
26
«Inquisiciones» a fin de poder intuir sin mayores dificultades su trascendencia en
esta investigación. Mas antes de abordar la trayectoria sugerida en mí análisis,
resulta necesario decir dos palabras sobre el radicalismo teodemonológico al
menos de los siglos inmediatamente anteriores en el cual habían sido aleccionados
los ―padres‖ de los futuros evangelizadores de Indias56 y de las circunstancias que
dieron origen a la concepción del aquelarre abominado como idolatría. Entre estos
padres inmediatamente anteriores a los misioneros destaca Santo Tomás. Al
explicar el significado de los artículos de fe obligatorios para todo creyente en el
siglo XVI, Ignacio Jericó Bermejo sostiene que el Angélico compartía el que la
Iglesia pudiera ordenar de un modo radical los símbolos para darlos a conocer a
los fieles como verdad de fe57. Esta usanza de la Iglesia el cual fin apuntaba al
desconocimiento de cualquiera otra manifestación que no estuviera ajustada al
canon de las Escrituras provenía de los Apóstoles y fue en alguna forma concedida
a los Padres de los Primeros siglos. Ya desde el año 325 los artículos de fe y el
símbolo de Nicea I se oponían a la herejía arriana58 cuya resonancia exigirá a la
conciencia de Santo Tomás de Aquino que «en todos los símbolos queda enseñada
la misma fe y, pese a ello, es preciso que el pueblo quede instruido con más
diligencia donde surgen errores, en orden a que no quede corrompida la fe de los
simples por los herejes»59. Cómo esta misma conciencia hubo de calar en las
mientes de los religiosos venidos a las Indias, lo indica el mismo autor: «Al entrar
en la Edad Moderna ocurre que prima eso de que todos han de saber el artículo
por tener que creerlo expresamente»60. Así, la obligatoriedad y restricciones a toda
la Iglesia en el cumplimiento de los artículos y símbolos de fe dan al traste con la
56 Todorov, op. cit., p. 214, es quien denuncia el heredado y ardoroso radicalismo de un Durán cuando escribe que
una de las más poderosas consignas de éste era la de extinguir toda idolatría, si bien asimismo el tonsurado lamentaba la
quema y destrucción de los libros bajo las órdenes de Zumárraga en México y Landa en Yucatán (ibíd., p. 213). Véase
igualmente Durán, Diego Historia de las Indias de Nueva España e islas de la tierra firme, Porrúa, México, 1967, t. I, p. 6
57 Cfr. Jericó Bermejo, Ignacio, Anotaciones sobre la Iglesia en Santo Tomás de Aquino, en Revista Agustiniana La ciudad de
Dios, Real Monasterio de El Escorial, Madrid, Vol. CCXXIII. Núm. 3, Septiembre-Diciembre 2010, p. 709.
58 Ibíd. Según Jericó Bermejo a esos artículos de fe se les puede llamar principios teológicos; son «verdades
redactadas en los dos concilios generales del siglo IV, en el de Nicea I (325) y en el de Constantinopla I (381), las cuales
fueron impuestas obligatoriamente allí en cuanto al saber a todos los bautizados» (ibíd., p. 710). Véase, asimismo, Denzinger-
Hünermaan, op. cit., pp. 91-95.
59 Ibíd.
60 Ibíd., p. 711
27
siguiente interpretación de las expresiones heréticas cuanto que están muy más
alejadas, real o supersticiosamente, de las normas del canon.
61 Secta herética que rechazaba la interpretación literal de algunos aspectos de la vida histórica de Jesús, los
sacramentos cristianos y el culto a la virgen. Basilio, uno de los primeros miembros de esta comunidad, fue quemado vivo en
el año de 1119. Ya en el siglo X se la detecta su influencia en la región de Bulgaria y de donde pudieron entrar en contacto los
cátaros Cruzados (cfr. El legado secreto de los cátaros, edición de Francesco Zambon, Siruela, Madrid, 2004, p. 14).
62 Cf. Daxelmüller, Christoph, Historia social de la Magia, Herder, Madrid, 1997, p. 152.
63 Ibíd., p. 151.
64 Ibíd., p. 153.
28
abyectas reuniones a remembranza de las bacanales dionisiacas. Las cuales
bacanales se suponían perpetuadas en las celebraciones campesinas de la
regeneración primaveral de Mayo65. Ahora bien, la Iglesia no veía en estas
comunidades únicamente una amenaza a sus intereses espirituales, también se
planteaba la cuestión de la moralidad. Así, llego a imaginarse que los cátaros, por
ejemplo, unian a los desórdenes de las ménades las hechiceras prácticas de una
Canidia y las pretensiones mágicas de una Pamfilé.
65 Eliade señala que «la idea de la regeneración de lo colectivo humano por la participación activa en la resurrección
de la vegetación, por lo tanto en la regeneración del cosmos, está indicada en numerosos rituales de la vegetación. En las
tradiciones populares europeas se han conservado los rastros o fragmentos de las representaciones arcaicas» (Eliade, Mircea,
Tratado de historia de las religiones, Era, México, 1975, p. 283).
66 Un autorizado debate, aunque no sin algunas reservas, sobre el contexto mágico en las diferentes investigaciones
etnológicas y de la historia de las religiones sigue siendo el estudio de Ernesto de Martino, El mundo mágico, Libros de la
Araucaria, Buenos Aires, 2004.
67 Quinto Horacio Flacco (Épodos V) señala que «Canidia, enlazando con víboras sus cabellos y cabeza despeinada,
ordena lanzar a las llamas mágicas cabrahígos arrancados de sepulcros, y fúnebres cipreses, huevos untados con sangre de
sapos, plumas de nocturno búho, hierbas venidas de Iolcos y de Hiberia, fértil en ponzoñas y huesos arrancados de la boca
de una perra hambrienta […] Veya, a quien no hostigaba ningún remordimiento, sacaba con el azada, jadeante de fatiga,
tierra de un hoyo, en donde el niño debía estar enterrado en espectáculo hasta que muriera, excepto la cabeza […], a fin de
que pudiera contemplar manjares dos o tres veces renovados, y así de su médula desecada y de su hígado árido preparar un
filtro erótico».
68 Apuleyo, Lucio, Op. cit., lib. III.
69 Ibíd.
29
todo un rico imaginario social. No obstante, ha de tenerse en cuenta la compleja
realidad que subyacía en el trasfondo de estos acontecimientos. Entre los
imaginarios sociales del descubrimiento y la conquista el de mayor autoridad,
según creía la Iglesia, era, única y exclusivamente, su saber teológico; éste, merced
a su carácter cerrado desde el nacimiento mismo del cristianismo, no debía
admitir creencias extrañas, cuyas elaboraciones consideró bien heréticas, bien
idolátricas. Dicho lo precedente, abordemos sin más introitos la trayectoria y el
amplio sentido del Aquelarre y la Inquisición prometidos al inicio del presente
epígrafe.
70 Por tanto, todo cuanto se esforzaron los contemporáneos mismos de estos hechos, dígase, en el tono de un Ginés
de Sepúlveda, en el de un Francisco de Vitoria e incluso en el de las Bulas como la Exponi nobis fecisti, la Sublimis Deus, la
Altitudo divini concilii y la Alias felicis, destinadas a la imposición de la fe, no son otra cosa que las circunstancias políticas —o
si se quiere el arma— de su época para combatir tal amenaza.
71 Robbins, Rossell H., Enciclopedia de la Brujería y la Demonología, Editorial Debate, Madrid, 1988, pp. 36-37. Sin
embargo, Robbins nos dice que «En Champion des dames (alrededor de 1440), Martín le Franc reproduce la confesión de una
anciana que aseguraba haber asistido a dichas reuniones desde la edad de 16 años, dato que permite fechar la existencia del
aquelarre plenamente desarrollado en 1440».
30
temporales muy más amplios; pero no se extenderá del mismo modo en el espacio
—como sí ocurre, verbi gratia, en la excelente investigación de Ginzburg72 sobre su
Historia Nocturna. Ello debido a uno de los ejes primordiales en que descansa esta
investigación: la dicotomía del pensamiento teodemonológico emanado,
esencialmente, del debate escolástico entre la fe y la razón, cuyos frutos fueron
madurados tanto en el seno de las discusiones teológicas cuanto en las de las
filosóficas73, ora en los centros intelectuales de la academia y el monasterio, ora en
los conventos y púlpitos seculares; los cuales frutos habrían de ser sembrados a la
postre en las Indias occidentales, descuajando todo aquello que tan mal conocían
o, posiblemente, que tan bien temían. Sea como quiera que fuere, lo más fácil era,
conforme se apercibe en las mismas fuentes oculares de los misioneros llegadas a
nos, etiquetar a las Indias de poblaciones entregadas al demonio.
72 Ginzburg, Carlo, Historia Nocturna, Muchnik Editores, S.A., Barcelona, 1991, p. 25.
73 De estas reflexiones y posturas con las cuales se va armando el pensamiento inquisitorial da buena cuenta el
sistema teológico de Santo Tomás en la Suma contra gentiles y en la Suma teológica. Autoridad incuestionable para la Iglesia,
sus tratados sobre la Intelección de las cosas corpóreas, (1. q.84), el del Conocimiento de las substancias espirituales, (1. q.88), y, en
fin, el tratado sobre los ángeles, los demonios y la actividad de los cuerpos celestes (1. qs.106-115), fueron clave en no pocos
de los juicios que los demonólogos posteriores utilizaron para combatir las herejías.
74 Otto, Rudolph, Lo Sagrado (Das Heilige), Claridad, Buenos Aires, 2008.
31
sencillos75—, estas representaciones amerindias son, siendo justos, también
construcciones teodemonológicas por más que se encuentren en un estado
embrionario superado, o al menos así lo cree Occidente, tiempo ha en el crisol de
la razón y la especulación religiosa de la tradición teológica y filosófica de sus
escuelas.
Creo que sea ahí donde resulta ineludible la aguda y aclaratoria discusión
mantenida por Ginzburg en su Historia Nocturna76 en torno a la poca convincente
antítesis entre sincronía y diacronía sustentada en las tesis de ciertos eruditos en
esta suerte de estudios históricos, por más que algunos de ellos, discrepa el lúcido
italiano, adviertan de una inadecuada aplicación en la combinación de ésta en
aquélla. La razón de ello es la siguiente: impediría con una claridad meridiana, esta
posición antitética de la diacronía y la sincronía, verificar las características
socioculturales profundas del pensamiento teofilosófico y teodemonológico en su
relación y cambio histórico con el de las Indias aquí esbozados; porque cuanto
resulta cardinal para la sistematización de las creencias populares y sus
correspondientes elaboraciones teológicas y filosóficas, debiera serlo aun más para
el desarrollo de las transmisiones del pensamiento teodemonológico de los
sistemas aquelárricos e inquisitoriales propuestos para esta investigación. Son
justamente éstos, como llevo dicho unas líneas arriba, el fruto de los ingentes
esfuerzos —legítimos o no— de la erudición teológica y filosófica77. Religioso o
75 Eliade aludiendo al material hierofántico, caudal del saber sacerdotal en toda comunidad teocrática y que,
guardando las respectivas distancias, bien podría aplicar al pensamiento medioeval y al de la mesoamerindia, advierte:
«una hierofanía se vive e interpreta de una manera diferente por las élites religiosas y por el resto de la comunidad» (Tratado
de historia de las religiones, Era, México, 1975. p. 31). Por el resto de la comunidad se entiende tanto los demás religiosos fuera
de las élites e igualmente el resto de los sencillos. Teniendo esta intuición todo el peso de la realidad, se verá como los
derechos de potestad de la Iglesia, y en los cuales se fundamentan de un modo particular Sepúlveda y Vitoria, no son sino
otra de esas «comprensiones» literales del complejo accionar humano.
76 Cfr. pp. 29-32.
77 Todavía en la actualidad se sostiene la idea de que el pensamiento teológico y su obvia y estricta relación con el
Magisterio de la Iglesia Católica posee un vínculo directo con el pensamiento filosófico; que tampoco era de otro modo en
los primeros siglos de la patrística (tal es el caso de Clemente de Alejandría), por más que a la razón siempre se la
considerara de alguna manera contraria a la fe (como en Tertuliano). Para una apreciación general del debate entre la
postura de la Iglesia y su relación con el pensamiento teofilosófico, Cfr. Estrada, Dios en las tradiciones filosóficas, 1. Aporías y
problemas de la teología natural, Trotta, Madrid, 1994. Este estudioso afirma (op. cit. p. 88) que «Santo Tomás modifica a
Aristóteles… identifica el principio metafísico con el ser divino de las religiones, el Dios de los filósofos con el Dios de la
religión, siempre sobre la base de una síntesis entre Aristóteles y la tradición platónica y neoplatónica. La equiparación
tomista entre el Dios de la teología natural y filosofía griega, y el Dios de la creación cristiana que se revela en la historia,
culmina una tendencia omnipresente en la [especulación] escolástica». Y que como es apenas natural va a repercutir en la
32
no, y esto las más de las veces, lo mismo el hombre universal en general que el
hombre de las Indias, en particular el azteca y el maya, del siglo XVI quien, con
todo, se hallaba para la época años luz del mysterium tremendum y fascinans78,
estado de intuición sagrada descrito por Otto, teme no menos a las fuerzas
naturales que al rico simbolismo e imaginario, reales asimismo en su conciencia y
en su tiempo79. Estos elementos simbólicos, elaborados en la fragua de la
experiencia con natura y con sus asimilaciones sociolingüísticas, no abandonarán
jamás al hombre religioso. La Inquisición, en segundo lugar, hemos de pensarla (en
su perenne celo por conservar ese pensamiento teofilosófico) lo mismo como una
herencia intelectual que pretende resguardar las propuestas de las élites
académicas, apropiándose lo más selecto de los saberes —mayormente sacerdotal
y temporal, tal se los entendía en los postreros siglos de la Edad Media— que
como una institución de intransigencia ortodoxa, la cual procuraba imponer en la
comunidad secular y laica aquellas mismas ideas, pero, en un brebaje que fuera de
fácil deglución para ella. De manera que ésta, abiertamente en oposición a las
posturas «aquelárricas», es decir, no-oficiales para la élite teofilosófica80, se
cristianización de las Indias. Otra voz ineludible a este propósito es la posición sobre La filosofía Cristiana de Guillermo
Fraile, de la Orden de Predicadores, en su monumental Historia de la Filosofía (Fraile, G., Historia de la Filosofía, BAC, Madrid,
1960, tomo II, pp. 31-52), en la cual sostiene: «La filosofía pura, libre de toda clase de adherencias y prejuicios, sean del orden
que sean, se ha dado pocas veces, o quizá ninguna. Baste recordar el influjo del orfismo y de las religiones de misterios en los
presocráticos en Pitágoras, Empédocles, Platón, en los neopitagóricos y, sobre todo, en el neoplatonismo, para ver que el
pensamiento de los antiguos griegos nunca se desarrolló con plena independencia de sus concepciones religiosas» (op. cit., p.
51). Posición que me obliga, y luego de seguir con Estrada el actual debate anotado anteriormente en este aparato crítico, a
pensar en la afirmación contraria. Es decir, la religión, en su versión amerindia o europea tampoco ha contado con esa
pureza. También es mi deseo baste con estas referencias para comprender la influencia de esa teofilosofía en las acciones y
decisiones de los hombres que habitaron e integraron el Nuevo Mundo en el siglo XVI.
78 Op. cit. Véase principalmente págs. 25-40 acerca de la idea del mysterium tremendum; para el sentido que da Otto al
concepto del mysterium fascinans remítase a las págs. 49-58.
79 Eliade junto a Van der Leeuw son, tal vez, quienes mejor ilustran y describen la trascendencia y necesidad de
comprender estas aporías del tiempo, imperceptibles para el investigador del pensamiento mágicorreligioso ayuno de la
maquinaria presente en el entramado sincrónico y diacrónico de la realidad histórica. De aquél véase la conceptualización de
su illo tempore, en Lo sagrado y lo profano, Labor, Barcelona, 1992, pp. 63ss, passim; de éste su síntesis sobre el Tiempo sagrado,
en Fenomenología de la religión, FCE, México, 1975, pp. 369-373.
80 Los ejemplos son innumerables, usualmente vistos desde los ataques a las herejías. Baste, sólo a manera de
dechado, recordar aquí, incluso dentro de la misma iglesia, algunos: las impugnaciones en los primeros siglos del
cristianismo contra los Arrianos y en general contra el gnosticismo; la heterodoxia de Novaciano, quien ofrecía «una
enseñanza sacrílega sobre Dios» (cfr. Eusebio de Cesárea, Historia Eclesiástica, VII, 8); las polémicas tesis de Abelardo y las a
él posteriores acusaciones de San Bernardo que dieron origen en 1121 a la condenación de no pocas de sus hipótesis en los
concilios de Soissons; las igualmente ásperas disputas sobre cuestiones teológicas del dominico Meister Eckhart con la Órden
de los franciscanos cuyos pensamientos teofilosóficos fueron condenados por el Papa Juan XXII en 1329; y, para no hacer
prolijo lo suficiente, la acusación a Fray Luis de León por su interpretación y Exposición del Cantar de los Cantares, 1561-1562,
debida al «desacato a la autoridad de la Vulgata y de los textos escriturarios originales» (cfr. Introducción del padre Félix García a
las Obras Completas Castellanas de Fray Luis de León, BAC, Madrid, 1944. P. 46.), lo cual le valió «cinco años de penalidades
transcurridos en la prisión» (op. cit., p. 47). Las cursivas son del original.
33
siente obligada a recurrir a las autoridades eclesiásticas y políticas precisándolas a
tomar una reacción de estabilización con la menor pérdida de poder posible. Así,
pues, nos encontraremos con una inquisición y un aquelarre manifiestamente
desvinculados de un momento temporal (pues también podría entendérselos al
tenor de una defensa del saber respecto a la ignorancia) debido a que el sistema
teodemonológico que lo anima es una de las continuidades, según quedará
demostrado, más evidentes de las acciones de la reflexión teofilosófico. Ahora bien,
si abordo el descubrimiento y la conquista como punto de acción histórico-social
de estas lides, es —y esto ha de ser esencial para el desarrollo de la investigación—
precisamente porque veo desprenderse de allí, junto a la bullosa Reforma, la
ruptura más espectacular del orden teofilosófico construido por el ingenio
intelectual de Occidente.
34
Tanto en los primeros siglos de nuestra era como en el momento de la
evangelización en América, el cristianismo teodemonológico parece haber tomado las
creencias y creaciones teológicas primerizas de la antigüedad, no menos las del
Viejo Mundo que las del Nuevo de Indias, por meras imaginerías de bárbaros y
salvajes. Al menos así se puede colegir del análisis que ahora emprendo.
Cabe sentar, antes de entrar en detalle con los orígenes y mies de los
naturales de las Indias, que la poesía —en su versión de mito desrracionalizado,
esto es, sin el procedimiento conceptual, el logos, entendido por la episteme griega,
no sólo en la antigüedad occidental sino igualmente en las ideas y creencias de casi
toda civilización, en forma también mítica, aunque no siempre, de las Indias del
descubrimiento y conquista—, es la expresión sine quo non de las cuales se
desprende toda una crítica o sistema reflexivo que recogerá la filosofía teológica82.
Cierto que, tal cual ocurriría con suma probabilidad en las preocupaciones
mágicorreligiosa83 de sacerdotes, magos, médicos y hechiceros amerindios en su
etapa próxima al descubrimiento, estas ciencias, teologías y filosofía, fueron
promovidas, en los albores del pensamiento grave y juicioso, por «un variopinto
grupo de médicos y poetas, de científicos y charlatanes»84; los mismos que,
andando el tiempo, eliminarían la limalla y cortarían la maleza tan cara a la
82 Compárese esta tesis con la aclaración que hace Rudolph Otto (Lo sagrado, Claridad, Buenos Aires, 2008, pp.39-40.
Al esforzarse por explanar el término de Mysterium, el profesor de Malburgo afirma allí que éste, al cual llama asimismo el
mirum, es decir, «lo absolutamente otro […] se encuentra, ya como primera excitación ruda, en los grados más bajos del
sentimiento religioso, en la religión de los primitivos. Lo propio de este nivel no es que se trate de ―almas‖, de entidades
curiosas que por casualidad no pueden verse, como pretende el animismo. Representaciones del alma y conceptos
semejantes son más bien racionalizaciones posteriores, que intentan explicar el misterio del mirum de alguna manera, y que
tienen siempre sobre la misma vivencia un efecto debilitante y adormecedor. De ellas no nace la religión sino la
racionalización de la religión, que con frecuencia termina en teorías tan rústicas con explicaciones tan plausibles, que
justamente por eso el misterio queda desplazado. El mito sistematizado, así como la escolástica desarrollada, son disecciones
del proceso religioso fundamental, que al mismo tiempo lo achatan y hacen desaparecer. Lo propio es más bien, aun en los
grados más bajos, un momento peculiar del sentimiento mismo: el estupor ante lo ―absolutamente otro‖, que se llame a lo
―otro‖ espíritu, demonio, deva, o no se lo denomine en forma general; se inventen para su interpretación y conservación
formas de la fantasía, o se dé como fundamento de ellas seres fabulosos producto de la fantasía, que la fantasía fabuladora
ya ha producido antes y aparte de la excitación del pavor demoníaco».
83 Acaso sea útil anotar de una vez para este importante concepto, siguiendo a Mercedes De la Garza, quien señaló que entre
el pensamiento de los mayas y los aztecas se concebía la idea central de «una peculiar relación hombre-dioses como el eje
sobre el cual gira la existencia del cosmos» (El hombre en el pensamiento religioso náhuatl y maya, Universidad Autónoma de
México, Instituto de Investigaciones Filológicas, México, 1990, p. 55).
84 Barnes, Jonathan., Los Presocráticos, Cátedra, Madrid, 2000, p. 9.
35
fantasía —a la fantasía no inteligible— como perjudicial a la razón. Depuración no
imaginada siquiera con el pensamiento religioso de las Indias, en donde su aparato
mágico especulativo fue indiscriminadamente diabolizado85 y suprimido, si bien
no eliminado86.
Para ilustrar, aunque sólo sea de paso en este lugar89, esa discrepancia a lo
largo de los siglos del cristianismo con otras expresiones teodemonológicas
exógenas al canon escriturístico, la cual, por tanto, no era nueva en los inicios de la
evangelización del agonizante siglo XV90 y comienzos del XVI, sirva de modelo las
apreciaciones de Damascio, una de las mentalidades más intuitivas de la
antigüedad. El comentario de este autor junto a la posterior descripción de una
parte del fr. 2 del Papiro Derveni nos darán, espero, alguna luz en el cuadro que se
85 Así lo advierte maravillosamente Fernando Cervantes, Op. cit.
86 Gruzinski destaca con no menos acierto que finura, en La colonización de lo imaginario, esa pervivencia de estos
elementos mágicos sujetos a las divinidades cuando traza la pintura de los chamanes o visionarios Domingo Hernández,
heredero de la tradición nahua en Tlaltizapán y la de Juan de la Cruz, de Zacualpan, quienes vivieron a finales del siglo XVI
y comienzos del XVII respectivamente ( cfr. La Captura de lo sobrenatural cristiano, en op. cit., pp. 203ss y 212s).
87 Jaeger, Werner, La teología de los primeros filósofos griegos, FCE, Santafé de Bogotá, 1997, pp. 43-44.
88 Cf. Vitoria, Francisco de, Obras de Francisco de Vitoria, Relaciones teológicas, Biblioteca de Autores Cristianos,
Madrid, 1960, p. 387.
89 En el capítulo IV se abordará con mayor detalle esta importantísima formación en la ortodoxia católica.
90 Cfr. Pané, fray Ramón, Relación acerca de las antigüedades de los indios, Siglo Veintiuno, México, 1974. Afirma allí
José Juan Arrom que Pané alcanzó la isla la Española en 1494, (p. 4).
36
intenta bosquejar. Sobre el poema de la Teogonía Eudemia, advierte Damascio que la
poesía órfica de la noche configuraba el primer principio, «tanto si las cosas son
como dicen los teólogos que comienzan la generación a partir de la Noche, como si
son como dicen los filósofos de la naturaleza»91. Este manera de interpretar la
procedencia de los fenómenos de los primeros teólogos y filósofos pone en
evidencia asimismo la preponderancia de un pensamiento que se reclamaba ora
sagrado ora teológico natural, esto es, filosófico según la epistemología clásica.
Ahora bien, la pertinencia de la cita se impone a la vista porque lo mismo aquella
determinación de lo divino que la discriminación teólogo de las cosas sagradas/filósofo
de la naturaleza del agudo pensador órfico, habrá de ocasionar una profunda crisis
esencialmente supersticiosa en la Iglesia para comprender esos mismos derechos
tanto en las recepciones de las ideas y creencias heterodoxas de Europa cuanto en
las de la especulación amerindia.
[la gente se equivoca al decir que Orfeo no compuso] un himno que expresa
palabras sanas y legítimas, pues lleva a cabo con el poema una acción religiosa y no es
posible hallar la solución del sentido de los nombres, aunque se pronuncien. Y es
que la poesía es algo extraño y como un acertijo para la gente. Pero Orfeo no quería decir
acertijos para discutir, sino grandes cosas por medio de acertijos. Es más, pronuncia un
discurso sacro en toda su extensión, desde la primera hasta la última palabra. 92
91 Véase Fr. 20: (I) Damasc. De princ. 124 (III 162, 19 Westerink), en Hieros Logos, Poesía órfica sobre los dioses, el alma y el
más allá, Akal, Madrid, 2003, p. 51 (Edición de Alberto Bernabé); también puede encontrarse un relato similar en Aristóteles,
Met. 1071b.
92 Fr. 2: Papiro Derveni col. VII 2 (op. cit., p. 35). El subrayado de la cita no está en el original.
37
Derveni, dice Bernabé, su editor, que si bien éste parece «tener algún contenido
escandaloso (como incestos o castraciones), es sacro, porque lo que se lee no
significa lo que parece significar»93. Ya Orígenes, en la exégesis de los textos
sagrados, siglo III d. C, reclamaba asimismo una doble interpretación para el
Antiguo Testamento. Así, «lo esencial para Orígenes es el descubrimiento del
sentido espiritual»94 porque «su espíritu le inclinaba a no ver en los signos
sensibles más que las sombras de las realidades espirituales»95. A mi modo de ver,
de todo lo dicho se puede inferir, en parte, la crítica que en el seno de la erudición
cristiana se argumentó a fin de disentir a toda suerte de sistema religioso paganos
de tinte materialista96, adhiriéndose, en cuanto le convenía, al edificio filosófico de
mayor aplauso entre los mismos sabios sacerdotes de antes y después del
surgimiento del cristianismo. De modo, pues, que cuanto se ha despejado, no
simplemente en torno a la exégesis filosófica de Orfeo —cuya problemática es aquí
sólo un prototipo para ilustrar la obscuridad a que pueden llegar las
interpretaciones parcializadas sobre el hecho religioso, amerindio
específicamente—, sino de igual suerte en lo que toca a los principales escritos
teológicos de esta especie durante el pensamiento de todo el Medioevo, puede
aplicarse o cualquier otro acercamiento dispuesto a comprender las ideas detrás de
la literalidad en las susodichas descripciones97.
93 Ibíd. Ya orígenes, en el si
94 Daniélou, Jean, Orígenes, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1958, p. 182.
95 Ibíd., p. 52.
96 Léase, exempli gratia, a este respecto el capítulo XII sobre la religión romana de Theodor Mommsen en donde se
sostiene que «la teología nacional de los romanos se esforzó siempre en hacer sensibles o inteligibles los fenómenos y los
atributos de la divinidad» (Historia de Roma, Aguilar, Madrid, 1956, t. I, p. 190). Y más adelante: «Las tendencias de la
religión romana son también prácticas y utilitarias, rechazando siempre el principio idealista» (ibíd., p. 191). Contraria a esa
tendencia religiosa del magno imperio eran las frescas bocanadas de fuegos mistéricos procedentes del Levante, cuyas
ascuas débiles, apasionadas, innecesarias e incómodas se dieron en enfriar los teólogos y filósofos del naciente cristianismo.
97 Cf. Orígenes, De Principiis, IV, 3, 1.
38
dogmática. Poco o nada, mucho menos, les interesaba emprender una exégesis de
la idolatría de sus sacerdotes y fieles.
Sabía bien todo fraile cual era la misión temporal y espiritual confiada por
sus sendas autoridades98. Permítaseme aludir también aquí a un breve ejemplo.
Una moderación enviada el 9 de diciembre de 1518, en nombre de la reina doña
Juana y el rey don Carlos al juez de residencia de la isla Española, Licenciado
Rodrigo de Figueroa, devela cuáles eran las tareas para satisfacer a Dios y al
Imperio. Ésta mandaba que se dejara por su propia cuenta a los indios con
habilidad de vivir política y ordenadamente en pueblos tal cual conviven los
cristianos españoles, quitándoselos a los encomendaderos. Se los debía exigir, no
obstante, pagar a su majestad en reconocimiento de su vasallaje un valor de tres
pesos a los mayores de 20 años. Se encomendaba, de igual modo, en esa misma
fuente, se hiciera todo de acuerdo a las ordenanzas de sus Altezas merced a que la
Reina y los Reyes Católicos «auemos ſiempre tenido y deſſeado, que los Caciques e Indios
naturales de las Indias, islas y tierra firme del mar Oceano fueſſen buenos Christianos y
biuieſſen en conocimiento de nueſtra ſanta Fé Católica»99. El propio Diego Durán, a
semejanza de muchos otros cronistas, confirmará en su prólogo a la Historia esa
misión encomendada. Así de una manera particular y a modo de síntesis lógica de
esas dificultades, anunciaría lo mismo al clero que a los laicos de su tiempo que su
compromiso al tomar la pluma, «entre otras causas, es la falta del cimiento firme
de la fe católica, porque en los tales no es sino fe humana»100.
98 Luego de haberse decidido establecer a Tlaxcala «como sede del ―primer obispado del Nuevo Mundo‖, fray Julián
Garcés, el obispo, enamorado de las virtudes de los indios, escribió al Papa Paulo III una carta latina, base de la histórica
bula Sublimis Deus, que esgrimió la autoridad apostólica para prohibir la esclavitud de los indios» (Martínez Baracs, Andrea,
Un gobierno de indios: Tlaxcala, 1519-1750, FCE, México, 2008, p. 109).
99 Cedulario Indiano, del Consejo Real de Indias, Madrid, 1596, Libro 2o, fol. 184. Recopilado por Diego de Encinas,
Reproducción facsímil. La cursiva no se encuentra en el original.
100 Durán, Diego, Historia de las Indias de Nueva España e islas de la tierra firme, Porrúa, México, 1967, t. I, p. 3. Se refiere
a los indios aún en idolatría, quienes mezclan las actividades y deberes de la fe cristiana con «algo del culto del demonio».
39
viejos dictaran y comunicaran noticias; hizo que los indios jóvenes, ya cultivados a
la manera de Occidente, redactaran en su lengua originales informaciones y
recogieran de los labios de los viejos la moribunda sabiduría antigua»101. En 1548,
como es bien sabido, empezó este cronista, en Tepepulco, a recoger los materiales
para su obra. «El método consistió, primero, en que los antiguos sabios le pintaran
y recogieran los datos en la forma en que solían en su infidelidad»102. Asimismo,
con anterioridad, Garibay había resaltado la relevancia de estas intuiciones del
fraile y la ayuda aportada, de la comparación de esta edición con las Fuentes en
náhuatl del manuscrito (Ms.) de Florencia y con los Mss. de Madrid103, a la
trasmisión del pensamiento de los naturales. Con todo, ha de insistirse en que esa
labor entera correspondía a un engranaje de recolección de datos en el sentido
antropológico más estricto, y no al examen de una interpretación exegética,
todavía.
Ahora bien, siguiendo esa misma línea del análisis, la evidencia histórica
induce a una disyuntiva conjetural: o el cristianismo de los primeros siglos, como
todavía el del siglo XVI, no comprendía más que su teodemonología revelada
instituida el 19 de junio del año 325 en el Credo de Nicea104, estampando así una
profunda imagen supersticiosa a la posteridad; o la estructura religiosa cristiana se
fundamentaba en la especulación de sus antepasados, saliendo así fortalecida por
la tradición filosófica de la Academia y el Liceo105.
101 Sahagún, Fray Bernardino de, Historia general de los cosas de Nueva España, Fondo de Cultura Económica, México,
1979. p. 4.
102 Ibíd., p. 7.
103 Ibíd., p. 2.
104 Denzinger-Hünermann, Op. cit., p. 91.
105 Plotino (205-270 d. C.) es generalmente considerado el principal continuador de esa tradición académica. Su
sistema sobre las hipóstasis divinas, desarrolladas en las Enéadas, ejercieron una influencia no chica en los teólogos y
filósofos contemporáneos y posteriores a él; tal el caso del platónico San Agustín. El Peripato, sistema filosófico aristotélico,
aunque mayormente proscrito desde los inicios del cristianismo a las escuelas sirias y árabes en cabeza de Avicena, recobró
su rumbo occidental en la pluma de Santo Tomás de Aquino.
40
mismo canon interpretativo literal a la cual, erróneamente, se ha sometido el
sistema mito-teodemonológico de las Indias desde 1492. Si se admite la segunda
conjetura, cuya hipótesis guía este estudio, el camino que se abre es el de la
vinculación del pensamiento mágicorreligioso y teológico naturalis a los ingentes
esfuerzos de la humanidad por explicar su propia existencia y la de lo otro fuera de
sí106 con miras a elucidar mayormente las ideas del bien y del mal107. Esto último,
desde luego, exige el reconocimiento de toda la fantasía, la ciencia y la
charlatanería, tal cual la insinúa Barnes, emprendida desde el sentimiento
religioso caracterizado por R. Otto. Como se señaló suficientemente en el capítulo
anterior y se explicará incontinenti en el actual, la única vía posible para esclarecer
esta disyuntiva es postular, parafraseando a Paul de Saint-Víctor que la Iglesia
Universal siempre ha empleado «las dos carátulas». Más gana ésta al
rejuvenecerse, asintiendo públicamente a esa tesis, que pierde cuando se obstina en
acogerse a la sola revelación; siendo como es la teología —la teología
librepensadora de los sistemas religiosos, ajena a los meros encasillamientos de la
fe—, si se adopta el sentir filosófico de Pannenberg108, la mejor indicada para
conservar la herencia del pensamiento metafísico de la especulación filosófica
tradicional.
106 Hegel, Georg W. F., Fenomenología del espíritu, Pre-Textos, Valencia, 2006, C. (AA.) cap. V. Léase muy especialmente
con mayor provecho de la idea expresada aquí las págs. 339-340.
107 Javier Echeverría (Ciencia del bien y el mal, Herder, Barcelona, 12007, p. 209) sostiene que «la ciencia del bien y el mal
está más allá del ser o no ser. Tal es el sentido de la distinción entre la axiología y la ontología […] Los hechos del pasado están
cargados de valores, como la propia memoria humana. Lo que ya no es, puede ser valorado positiva o negativamente». Y
después (en p. 332) escribe: «Cada modalidad de sociedad genera bienes y males específicos, así como nuevos modos de
vivir y de morir». Quizás pueda añadirse que tanto la teología como la ética y la moral de los religiosos enviados a las Indias
no se guiaban de otra manera cuando evangelizaban rememorando las doctrinas de la fe y la normatividad de ella derivada.
108 Al teólogo Wolfhart Pannenberg se le considera, en la actualidad, un pensador proclive a una elevada rigurosidad
en sus planteamientos teológicos y filosóficos. Pannenberg intenta con ellos evitar las posturas de tono retórico que recurren
al sentimiento, al modo en que suele ocurrir en otros teólogos tan insignes, profundos y laborioso como, por ejemplo, K.
Barth y R. Bultmann (cf. Fraijó, Manuel, El sentido de la historia, Introducción al pensamiento de W. Pannenberg, Ediciones
Cristiandad, Madrid, 1986, pp. 13, 53s y 93ss).
41
Examinaré ahora algunas opiniones comunes entre los cronistas sobre la
procedencia de los pueblos de la Nueva España. Dicho examen estará orientado
por los aportes de Juan Ramón Pané, Toribio de Motolinia, Diego Durán y algunos
comentarios de Acosta. Por razón de la lejanía en el tiempo y el espacio, inicio con
las postuladas tesis de la procedencia plus ultra. Conforme a este juicio del siglo
decimosexto, en efecto, fray Diego Durán sospechaba que los naturales de las
Indias debían descender del mismísimo pueblo de Israel109. Esta conjetura la infería
cuando se detiene a considerar «su modo de vivir, sus ceremonias, sus ritos y
supersticiones, sus agüeros e hipocresías, tan emparentadas y propias a las de los
judíos, que en ninguna cosa difieren»110.
109 Duran, Diego, Historia de las Indias de Nueva España e islas de la tierra firme, Porrúa, México, 1967, t. II, p. 14.
110 Op. cit., t. II, p. 13
111 Cf. Grafías del imaginario, Representaciones culturales en España y América (siglos XVI-XVII) (González Sánchez, Carlos
A. y Vila Vilar, Enriqueta, Compiladores.), FCE, México, 2003, p. 41. Allí se afirma: «La teoría de que los indios descendían
del pueblo semítico fue la primera idea que sedujo a los pensadores de los siglos XVI y XVII; arrancaba de la identificación
de América con Ofir, sitio descrito en el Primer Libro de los Reyes del Antiguo Testamento como un misterioso lugar de
riquezas, mármol y otras mercancías de lujo».
112 Ibíd., p. 14.
42
aseguran que en sus cultos sacrificaban en los montes, o debajo de los árboles
sombríos o en cuevas y cavernas igualmente oscuras y sombrías; encienden y
queman incienso; sacrifican niños comen carne humana y matan a los presos y
cautivos en la guerra113. Con todo, y esto es de la máxima trascendencia para
quienes postulan un origen fabuloso de carácter local, afirma que las noticias
seguras que tiene de su origen es la que cuentan ellos mismos: la de las siete
cuevas a las cuales llamaban Chicomóztoc, de donde al parecer salieron siete tribus
de gentes; y así vinieron «a buscar esta tierra»114.
113 Ibíd., p. 18
114 Véase respectivamente (op. cit.) pp. 18 y 19.
115 Pagden, Anthony, La caída del hombre. El indio americano y los orígenes de la etnografía comparada, Alianza Editorial,
Madrid, 1988, p. 231.
43
Similar inferencia podría extraerse de la influyente opinión del jesuita José
de Acosta, según lo refiere Pagden116. Pues si bien Acosta descalificaba la tesis de
que los indios fueran descendientes de las tribus perdidas del pueblo de Israel,
sostenía que al ser los naturales de las Indias hombres como toda la progenie de
Adán117, éstos también debían tener su origen en los hijos de Noé118. Sea de todo
ello lo que fuere, ésta era una creencia asaz difundida y estimada, aunque no,
obviamente, sin algunas reservas en las mentalidades más inquietas, como
hipótesis aun discutible. Las consideraciones de Juan Suárez de Peralta, residente
en México alrededor de 1580, corrían parejas con las anteriores. Al intentar salvar
su argumento en relación con las acciones bárbaras y antinaturales de los indios,
Suárez de Peralta sostenía que efectivamente estos naturales de Indias pertenecían
a las razas etíopes o egipcias119. Pero, de un modo u otro, en este estudio se trata
más del aparato mágicorreligioso de los naturales en contraste con el sistema
teofilosófico de los eclesiásticos del descubrimiento y conquista y menos de
examinar los hallazgos científicos actuales.
2.1. Las teorías legendarias vistas por Motolinia a medio siglo después del descubrimiento
Si se atiende a la inveterada voz asignada por los indios a sus tierras, se encuentra
uno con que, cuenta el padre fray Toribio de Benavente Motolinia, éstos llamaban a
sus montes y explanadas Anáhuac120 en su primitiva lengua121. Dicha información
116 Pagden, Op. cit., p. 201. «Aunque los cronistas franciscanos Gerónimo de Mendieta y Juan de Torquemada
utilizaron como fuente la Apologética historia y, sin duda, la leyeron muchos otros, no ejerció una influencia significativa en
los contemporáneos de Las Casas. La obra que sí influyó, y que dominó las especulaciones sobre los indios americanos y su
cultura en la última parte del siglo XVI y la mayor parte del XVII, fue la Historia natural y moral de las Indias de José Acosta».
117 Paolo Vignolo advierte que para 1589 en la teoría entera del padre Acosta está encuadrada «nuovamente il
problema della comune discendenza da Adamo in una prospettiva ortodossa» (Cannibali, giganti e selvaggi, Creature mostruose
del Nuovo Mondo, Bruno Mondadori, Milano, 2009, p. 149).
118 Pagden, op. cit., p. 255. «Su propia solución partía de la premisa de que, aparte de todo lo demás que pudieran
ser, los indios, como los demás pueblos no semitas, descendían de los hijos de Jafet» (ibíd., p. 256). Y luego dice que «Acosta
creía que una prueba de esta hipótesis podría encontrarse en la propia historia india de su pasado. Como la mayoría de los
intelectuales de su época, Acosta creía que la mitología de un pueblo intentaba dar una explicación coherente a sus orígenes
tribales» (ibíd.).
119 Ibíd., p. 234.
120 Anáhuac era el nombre que daban las naturales de Indias a sus antiguos territorios conocidos como la Nueva
España.
121 Motolinia, Fray Toribio de Benavente, Historia de los Indios de Nueva España, México, Porrúa, 1979,
44
la recolectó el franciscano de la provincia de San Gabriel, de algunas «personas de
buena memoria que retenían y sabían contar y relatar todo lo que se les
preguntaba»122; uno mismo de estos indios, heraldo de la tradición oral123, fue
quien aleccionó a nuestro fraile sobre el origen y primitivas andanzas de estas
gentes «según su opinión y libros entre ellos más auténticos» 124. En cuanto
concierne al origen del nombre de Nueva España, éste se debe al Emperador. Otras
fuentes, por lo demás bien informadas, sugieren que ese calificativo fue dado por
Juan de Grijalva125 en 1518 y adoptado oficialmente por Cortés.
122 Ibíd., p. 5.
123 Conrad, Geoffrey W. y Demarest, Arthur A., ponen en duda algunas de las afirmaciones de esa tradición y, por
tanto, la validez histórica de estas creencias. Aducen que «los pueblos mesoamericanos, a causa de su concepción cíclica del
tiempo, al parecer proyectaban los acontecimientos hacia el pasado para crear un precedente mítico, en una narración
inventada o distorsionada de las épocas primitivas. Y con frecuencia sus historias encajaban, a la inversa, los acontecimientos
más recientes dentro del molde de sucesos primitivos o de venerables leyendas» (Religión e Imperio; Dinámica del
expansionismo azteca e inca, Alianza, México, 1990, p. 33). Pese a la cardinal relevancia de estas tenaces intuiciones, debe
insistirse en el rumbo del examen de mi investigación. Éste versa sobre las influencias del pensamiento teodemonológico en
el mágicorreligioso de las Indias; lo cual hace de las creencias de ambos sistemas un todo estructural resistente a los ataques
de los argumentos de veracidad o falsedad en el pensamiento del siglo XVI.
124 Motolinia, op. cit., p. 5.
125 Edmundo O’Gorman quien, en su nota 2 el eruditísimo y juicioso aparato crítico a la obra de Motolinia que vengo
citando, confirma este aserto.
126 Aunque fray Diego Durán refiere (op. cit., t. I, p. 15) que se trata «en sus historias cosas muy de notar y muy
curiosas para aviso de los ministros y, para los que no lo son, muy gustosas», estos ritos y ceremonias, a las cuales alude aquí
el franciscano Motolinia, representa, para el dominico, una cuestión de prácticas demoníacas (cfr. op. cit., p. 3) y abominables.
Tanto impresionaban éstas a Durán; pues su pluma hízole exclamar: «¡Oh bestialidad extraña de esta gente, que en muchas
cosas tenían buen regimiento y gobierno y entendimiento y capacidad y pulicía, pero en otras, extraña bestialidad y
ceguedad! (ibíd., p. 260)». Cierto, así queda demostrado en la cita, las mayores bestialidades se cometían en asuntos de
religión.
127 Motolinia, op. cit., p. 2.
45
Los chichimecas128 fueron, de los tres pueblos mencionados por el escritor
de la Historia, obra desaparecida y de la cual se originó la que aquí citamos de
Motolinia, los primeros moradores y señores de estas tierras desde hacía 800 años
según el Libro de la cuenta de los años. Estos habitaban en cuevas —o en
Chicunmuitotlec129, equivalente al Chicomoztoc del dominico fray Durán, con el cual
se designaba las siete cuevas—. También aquí como lo harían los correligionarios
del padre Toribio se indica que los ascendientes de los mesoamericanos tenían sus
moradas en los montes, se alimentaban de raíces, venados, liebres, conejos y
culebras; todo lo comían crudo o secado al sol. Muchos, dice el franciscano, viven
aún así. Colige Motolinia del susodicho libro y de los nombres ahí figurados que
los indios descendían de tres pueblos distintos, tomando a los chichimecas como el
pueblo más antiguo de ellos. Es de suponer, por las mismas fuentes de donde bebe
fray Toribio, que desde una época muy temprana estas comunidades obedecían a
un señor supremo. Sin embargo, cabe notar la ausencia en estos primeros
moradores de algunas costumbres positivamente observables en su
comportamiento posterior. Así puede Motolinia registrar en las crónicas a él
atribuidas que «no tenían sacrificios de sangre, ni ídolos; mas adoraban al sol y
teníanle por dios, al cual ofrecían aves y culebras y mariposas»130.
128 La autorizada opinión del autor de Les grandes civilisations de L’Amérique ancienne, H. D. Disselhoff, me obliga a
decir dos palabras sobre esta población chichimeca. Para este investigador «l’association des concepts de «Toltèque» et de
«Chicimèque» était bien caractéristique de la mentalité des Aztèques: dans leur Etat où les vertus guerrières étaient
hautement appréciées, l’on se vantait d’avoir des origines chichimèques; mais l’on prétendait avoir aussi des origines
toltèques pour montrer que l’on était civilicé. Et la contradiction n’était là qu’apparente: les Aztèques n’étaient rien autre que
des Chichimèques civilisés, comme l’avaient été avant eux les Toltèques de Tula. C’est du moins ce que pense Paul
Kirchhoff, dont la connaissance des sources est presque inégalable» (op. cit., Editorial Arthaud, France, 1963, p. 86; del
original en alemán Geschichte der altamerikanischen Kulturen, R. Oldenbourg, Munich).
129 Ibíd., p. 5.
130 Motolinia, op. cit., p. 3.
46
escuela, Motolinia en este cuadro concentra su interés en acentuar, sin
resentimientos muy reprochables, los conocimientos y la ciencia de los naturales.
En segundo lugar, y en tono con lo anterior, debe destacarse una cierta finura en la
transcripción de los documentos que utilizó fray Toribio para sugerir que esa
sabiduría de los amerindios supone un conocimiento, si bien natural, en dirección
al construido por la teología occidental. Es lo que se puede entender cuando habla
de los registros sobre las señales del cielo, los periodos estacionarios, los culto
ofrecidos a las divinidades celestes. En una palabra, los consideraba «gente de
razón»131 como dirá enseguida.
Tal cual se podrá ver de inmediato, Fray Toribio asienta sus afirmaciones en
comentarios que son rastreables de manera positiva. Lo que hace de suyo una gran
diferencia con las posiciones anteriores, cuyos exponentes, en su mayoría, forzaban
los datos para hacerlos descendientes de Israel. Evidentemente no menos
aventuradas que dispuestas a voluntad para alinear a los amerindios en el grupo
131 Ibíd., p. 3.
132 Ibíd.
47
de los desterrados hijos de Adán, las teorías de esa suerte resultan un tanto
programáticas. Pero como previniendo e intentando evitar este embarazoso rubor
a la historia, en lo que tiene que ver con Israel, y no, acaso, con el padre de los
hombres, Motolinia circunscribe esos orígenes al mismo Nuevo Continente. Es
decir, sortea la especulación para ocuparse de los datos históricos de sus
informantes. Fijo así en esa empresa, distingue un tercer grupo de habitantes: los
mexicanos. Las noticias que recoge de este pueblo lo llevan a concluir que no
tenían señores principales, pero identifica en ellas que sí se gobernaban por
capitanes133. Distintos estudios realizados en este mismo sentido, afirman que estos
pobladores, junto a los de Colhua, vinieron a asentarse en los alrededores de la
laguna de México y que luego construyeron a Tullantzinco, después de lo cual
poblaron a Tula134 Tetzcoco. Esta última ciudad llagó a ser tan grande como
México. Más tarde tocó el turno a Coatlichan y a Colhuacan. Todos esos
asentamientos en estas tierras de pantanos y cenagales ocupaban, en el momento
en que habla Motolinia, todo cuanto él mismo llama la ciudad de México. Relata el
Provincial del Santo Evangelio de México y guardián del monasterio de Tlascala,
en medio de estas noticias de sucesiones y aculturación tan cara a la historia
general y del saber religiosa en particular, que, sin otra intención distinta a la de
alzarse con el poder y cuando los mexicanos de los tiempos de Motolinia ya vivían
en México, la que para entonces era una preponderante ciudad de donde
emanaban órdenes —seguramente tanto de calado temporal como espiritual— a
muchas otras población, uno de los principales de Colhua, quien residía en
Colhuacan, decidió matar «a traición al señor de los de Culiua [Colhua] el cual era
ya treceno señor después que poblaron, y levantóse por señor de toda la tierra»135.
133 Ibíd.
134 Disselhoff señala que era muy probable la existencia, desde el período clásico, de una fuerte influencia de la
población mexicana en el área sur de Guatemala. Insiste en que los descubrimientos operados en Kaminaljuyú no se los
puede interpretar de otro modo. Además, si bien no es posible determinar con precisión la época en la cual los primeros
grupos étnicos mexicanos, quienes hablaban una lengua semejante a la de los aztecas, llegaron a estas partes de Guatemala,
sí puede conjeturarse tal acontecimiento en el transcurso del siglo X. Según ha sido demostrado, enfatiza este autor, fue en
ese siglo que el rey-sacerdote Quetzalcoatl emigró de Tula. Cf. op., cit., p. 143. Igualmente, parece cierto que mucho antes de
los Toltecas de Tula, existían ya otros pueblos de una civilización muy avanzada, y que la primitiva escritura de forma
hieroglífica había sido inventada en algún al Sur de México (ibíd. p. 109).
135 Motolinia, p. 4.
48
Pasado que hubo el tiempo y quedando un hijo del asesinado, fue a México y se
ganó allí la confianza de estos, quienes, conforme al padre Motolinia, lo casaron
con veinte mujeres; incluso, llegó a ser señor de México y de Colhuacan. Todavía
registra el eclesiástico otros ascendientes hasta llegar a Moteuczomatzin
(Moctezuma), cuyo reinado alcanzó a otearse desde los primeros embates de los
españoles a las provincias de Anáhuac. La Historia de los indios de la Nueva España
testifica que este monarca «reinaba en mayor prosperidad que ninguno de sus
pasados, porque fue hombre sabio, y que se supo hacer aceptar e temer, y así fue el
más temido señor de cuantos en esta tierra reinaron»136.
136 Ibíd.
137 Durán, op. cit., t. II, pp. 521 y 522.
49
consabido temor de los indios, cuya penetración en su aparato religioso y cuyo
respeto a sus divinidades hizo verles en los invasores europeos hombres caídos del
cielo. El saber indígena estaba, pues, con la maravillosa línea pintada por
Benavente, preparado para recibir, análogamente a lo ocurrido con las creencias
judeocristianas de «los conceptos tradicionales y divinos»138 en contacto con el
pensamiento griego en los siglos inmediatamente anteriores y posteriores a
Jesucristo, la especulación teofilosófica de la nueva civilización que empezaba a
reconocer en los españoles. Muy a pesar del enriquecimiento natural de los saberes
positivos que todavía se dieron entre el Antiguo Testamento y la Academia, los
indios se encontraron con el sistema teodemonológico imaginado por la
superstición139 y no con el aparato conceptual elegido por la razón, esto es, con la
teodemonología o teología naturalis tal cual la hallamos en la reflexión filosófica
occidental: el ya bastante avanzado aparato especulativo mágicorreligioso de los
nahuas, según ha sido maravillosamente expuesto por León-Portilla, y sacerdotes
magos de toda el área mesoamerindia, no tuvo la dicha de entrar en discusión con
el nuevo sistema. Acaso haya que tomar y retener esta idea desde ahora porque
con ella se va a dar, durante todo el proceso de imposición de la verdad, en su
forma intelectualizada, particularmente en su momento final, la evangelización, la
transformación o cambio histórico de todo el pensamiento amerindio140.
138 Cfr. Josefo, Flavio, Guerras Judaicas, VII, 8, 7, 343; véase asimismo de este autor, Contra Apión, especialmente II, 5,
48ss y II, 36, 255.
139 Todo el trabajo de Cervantes sobre el diablo en el Nuevo Mundo corrobora esta afirmación.
140 A este respecto advierte con fina agudeza Todorov, aludiendo con suma probabilidad a los trabajos del tiempo
cíclico de los filósofos y fenomenólogos de la religión, que en lugar del tiempo cíclico, en el cual hacían sus reflexiones los
sabios indios, Occidente vino a imponer el tiempo unidireccional, «el tiempo de la apoteosis y del cumplimiento, tal como lo
viven entonces los cristianos» (La conquista de América, El problema del otro, Siglo XXI, México, 2005, p. 95).
50
Raimundo (Ramón) Pané llegó a la isla la Española, según José Juan Arrom, el año
de 1494 en el segundo viaje de Colón, después de haber zarpado de Cádiz el 25 de
septiembre de 1493141. Tampoco se puede desdeñar el hecho de que su obra haya
tenido, y tiene en el día, el mérito de ser el primer escrito en lengua europea
elaborado en las Indias. Compuesta en los años primeros de la conquista de las
Indias cuando su autor arribó a las Antillas, más específicamente a la isla la
Española, esta Relación, terminada en 1498, marca un hito en la historia cultural
americana. El fraile de San Jerónimo declara en la introducción a su obra que la
escribió a petición del Almirante Colón142. Y luego agrega que la razón de tal
empresa fue la de recoger cuanto pudiera averiguar sobre cuáles eran las creencias
e idolatrías de los naturales y su manera de servir a sus dioses143.
51
ídolos— tenía como morada los mismísimos cielos. Oigamos la descripción
aportada por Pané a este respecto: «Creen que está en el cielo y es inmortal, y que
nadie puede verlo, y que tiene madre, mas no tiene principio, y a éste llaman
Yúcahu Bagua Maórocoti»145. Nada impide suponer en la existencia de estas
creencias una relación de profundo sentido con las representaciones pictográficas
que luego inscribieran los mexicanos. Visto en conjunto, estas leyendas inducen a
pensar que, la unidad de Tonalámatl, o libro de las influencias celestes de los
códices hallados por los demás religiosos, haya tenido particular cuidado en
recoger estas fábulas o mitos que Pané, dígase, transcribía. A este tenor, de la
mitología de los insulares precisa el conocimiento y creencias que tenían tanto de
sus orígenes como del lugar de donde se habría producido las dos principales
luces del firmamento. Sabían, igualmente, «cómo se hizo el mar y a dónde van los
muertos». Incluso de estos últimos, «creen que se les aparecen por los caminos
cuando van solos; porque, cuando van muchos juntos, no se les aparece. Todo esto
les han hecho creer sus antepasados; porque ellos no saben leer, ni contar sino
hasta diez»146. Insistirá Pané algo más adelante en que por no tener escritura ni
letras, no podían los sencillos, ni siquiera, saber a ciencia cierta cómo ofrecer
alguna explicación de cuanto habían oído de sus antepasados147. Pero, ¿quién de
sano juicio no verá en estas antiquísimas apelaciones a la especulación religiosas
los elementos que de un modo juicioso y atento van a inscribir en figuras las élites
sacerdotales?; la representación del sacerdote caminante señor y dios del fuego y
de la vida dibujado en la Lámina 1, fig. 3, del Codex Borgianus, ¿no es una
inspiración de estos mitos del sol y la luna de los cuales nos informa el padre
misionero? Otra creencia generalizada era la de su descendencia de ciertas
cuevas148. Cavilaban que la gente de la isla había surgido de dos cuevas, las sendas
Cacibajagua y Amayaúna. El grueso de la población, dicen, había venido de la
primera.
145 Ibíd.
146 Ibíd., p. 22.
147 Ibíd., pp. 24 y 26.
148 Compárese más arriba con las ideas de Durán y Motolinia.
52
Cuando Mácocael, su vigilante, fue a informarse sobre la dirección en la
cual debía enviar a las gentes, descuidó su entrada. A la sazón y a causa de tan
abominable negligencia, deseó el Sol raptarlo, tanto más cuanto que el guardián
tardó tiempo bastante para retomar sus funciones. Y «visto, pues, que el Sol se
había llevado a éste por su mala guardia, le cerraron la puerta; y así fue
transformado en piedra [y abandonado] cerca de la puerta. Después dicen que
otros, habiendo ido a pescar, fueron presos por el Sol, y se convirtieron en
árboles»149. ¿Enormidades como estas sólo caben en el reino de la fábula? Sí. Pero,
no debe olvidarse que esos orígenes legendarios y mitológicos son de suyo la
materia prima para indagar la naturaleza misma de las cosas. Al menos puede
suponerse que cuando se aspira a interpretar esos mitos, los exégetas, a semejanza
de aquellos comentarios que Maimónides propuso, exempli gratia, a no pocos
pasajes de las antiguas escrituras judías150, han debido enfrentarse a textos
similares o iguales a los recogidos en Pané. Por otra parte, como pretende
explicar y se ha insinuado a lo largo de este estudio, ese material mitológico resiste
una interpretación diferente según se lo exponga frente a la erudición o al vulgo.
53
una suerte de religare entre la criatura y el dador de vida. Gruzinski parece haberlo
comprendido de ese modo cuando anota que «en 1558, un indio mexica asentó
por escrito la de los Leyenda de los Soles, al mismo tiempo que protegía del olvido
un relato esencial de la cosmogonía nahua, lo recreaba extrayéndolo de ―pinturas‖
que tenía ante sus ojos»153. Insistir en que se advierta los conceptos de relato, leyenda
y cosmogonía parece casi una exageración del investigador; con todo, es obligado
para el trasfundo del presente estudio.
Otra de las fábulas del Nuevo Mundo que solicitó el primer tintero europeo,
quizás intentando dar explicación a la poca presencia de Evas en la Isla, relata que
las mujeres se dividieron de los hombres porque uno de ellos, Guahayona, les
había dicho cierto día que saliesen de la cueva dejando maridos e hijos y fuesen a
poblar otras tierras pasado lo cual regresarían por sus parientes. En otra ocasión,
advierte el relato, este Guahayona por medio de otra de sus artimañas quitó las
54
mujeres a su cuñado y las llevó a un lugar llamado Matininó. No satisfecho de
convencer a éstas, cuenta el mito, decidió también hacerse con las mujeres de un
cacique de nombre Anacacuya y llevarlas a otra parte. Así pues, con tal
insolvencia, cierto día cuando se estaban lavando, «vieron caer de algunos árboles,
bajándose por entre las ramas, una cierta forma de personas, que no eran hombres
ni mujeres, ni tenían sexo de varón ni de hembra, las cuales fueron a cogerlas; pero
huyeron como si fuesen anguilas»157. Ante tal necesidad de mujeres, y luego de
informar al cacique de este acontecimiento de quien recibieron precisas
instrucciones sobra el modo de asirlas, dice el relato que «tuvieron consejo sobre
cómo podían hacer que fuesen mujeres»158. Y para borrar toda duda de lo dicho en
cuanto a la clasificación de este hecho en el libro de las fábulas, Pané puntualiza
que determinaron los del concejo traer un pájaro. Y cuando tenían a las mujeres
atadas de pies y manos, dispusieron y amarraron dicho pájaro lo necesariamente
cerca de la honestidad femenil. Fue así como éste, «creyendo que eran maderos,
comenzó la obra que acostumbra, picando y agujereando en el lugar donde
ordinariamente suele estar el sexo»159 de ellas.
Este mito, y el matiz en el que lo presenta Pané, tiene un interés capital. Las
repercusiones en las celebraciones cultuales, tal cual se verá más adelante, exigen
que me detenga aquí un momento.
55
procedencia, una idea clara de los intereses particulares de cada cronista. Lo que
no parece atar ningún cabo en las interpretaciones de todos estos mitos y leyendas
contrastados con las observaciones no discriminadas cuando los indígenas las
rememoraban en sus ritos y fiestas, es el tono en que las presenta Gómara y Landa,
asociándolas siempre con la danza y borrachera deshonestas160. Parece necesario
colegir de ahí que mientras Pané manifiesta un cierto extrañamiento y casi cariño
frente a las descripciones reunidas entre los indios, los cronistas posteriores
quieren empeñarse en destacar una inmoralidad que los naturales no entendían.
Sea como quiera que fuere, para la comprensión de sus divinidades, ni las
borracheras ni el solaz voluptuoso eran motivos de tremendas preocupaciones, ni
morales ni ético filosóficas en el sentido del cristianismo. Como tampoco lo eran
para Agar161 al ser entregada a Abraham con el beneplácito de Sara, su mujer; ni
para las hijas de Lot162; ni para las hieródulas163, ofrecidas al dios-sacerdote del
templo de Marduk. En fin, tal o similar es el estado de cosas en las interpretaciones
religiosas análogas o iguales a las esbozadas por Gómara, Landa y las demás
fuentes en el momento en que desvían su atención de lo divino a lo ―idolátrico‖.
No corresponde al presente exigir a los misioneros del siglo XVI las sutilezas de
los estudios míticos, simbólicos y filosóficos iniciados en el XIX sobre el lingam
indú, o los mitos orgiásticos de los cabiros fenicios y pelásgicos, o la leyenda de La
160 Francisco López de Gómara afirma que estos son muy amigos de embriagarse terriblemente, y que los propios
indios —se refiere a los piaches adivinos— suelen decir que «cuanto mas vino tanto mas adivino». Igualmente refiere el
mismo autor que éstos «gozan la flor de mujeres, pues les dan que prueben las novias» (cf. opus cit., p.208). Es de advertir
aquí que cuando Gómara alude al sacerdote de las Indias, suele usar el vocablo ―piache‖. «A los sacerdotes llaman piaches»
dice en ibíd., p. 208. Véase igualmente a fray Diego de Landa, Relación de los cosas de Yucatán, Porrúa, México, 1966, p. 37. Éste
presenta una observación menos particular que imprecisa, a juzgar por las fuentes que maneja, si se tiene en cuenta que
Gómara, en muchos casos, hay que decirlo, fidedigno en sus acotaciones, escribió a partir de las noticias del Concejo de
Indias. Landa sugiere que los naturales en general tenían un comportamiento disoluto, y se entregaban fácilmente a las
borracheras «de lo cual les seguían muchos males como matarse unos a otros», o compartir sus «camas» sin excluir a sus
propios progenitores.
161 Gén 161-3
162 Gén 1930-35
163 Según Eusebio de Cesárea el hieródulo en los tiempos de Jesús era simplemente un esclavo «que servía en el
templo de Apolo» (Historia Eclesiástica, BAC, Madrid, 2002, p. 30). Mas ésta era ya una sociedad fuertemente sincretizada,
imbuida de un acusado pensamiento teofilosófico, asaz diferente a la Babilonia pintada por Herodoto en The Persian Wars, I,
181. Poca diferencia, empero, sí había entre las esclavas de aquel templo de Marduk y las rameras divinas de Enkidu. Narra
el texto de las tablillas babilónicas que «Enkidu estaba sentado cerca de la cortesana, y la acariciaba y la desvestía. ¡Enkidu
olvidábase del lugar de su nacimiento! Durante seis días y siete noches Enkidu gozó de la ramera» (Poema de Gilgamesh,
Ediciones Orbis, Barcelona, 1986, p. 23).
56
novia de Corinto164 y, menos aun, en virtud del celo a las herejías en la tradición
católica, sobre la runa utilizada por los indios de su dios Huehuecóyotl para
inmortalizar el instinto sexual. Él parece simbolizar, me atrevo a pensar, uno de
sus dioses de la generación cósmica. Pues, la danza a la cual representa también
este dios podría aludir de igual modo al vaivén de los astros celestes, del cual
dieron ellos buena cuenta, que a la generación de todas las cosas sin sexo
determinado. Desde luego es sólo uno de los tantos acercamientos posibles a la
manifiesta representación del dios en actitud de penetrar su honestidad en un
efebo165 para fecundarlo. Pero, no debo detenerme ahí demasiado.
164 Este relato, tan afín con toda la carga generatriz atribuida a Príapo, debe entenderse de una manera análoga a los
amores que reclama la naturaleza cósmica. Jules Michelet (La bruja, Akal, Barcelona, 1987, p. 48) escribe que esta historia
«contada por Flegón, liberto de Adriano, vuelve a aparecer en el siglo XII y en el siglo XVI, como el reproche profundo, la
indomable reclamación de la Naturaleza». En cuanto al concepto del lingam, cfr. Campbell, Joseph, Las Máscaras de Dios:
Mitología oriental, Alianza, Madrid, 1991, pp. 199-200; respecto a los Cabiros, Herodoto, II, 51 y III, 37.
165 Cfr. Codex Borgianus, Lám 10.
166 Op. cit., p. 29.
57
tierra toda. Se advierte en este mito, como anota asimismo y muy finamente
Arrom167, una sorprendente similitud con los cuatro puntos cardinales y los Bacabs
mayas registrados por Landa. Notable es, a este tenor, fijar la relevancia de estos
mitos convertidos en creencias y en posteriores puntos de reflexión tanto para el
establecimiento del centro de una sociedad organizada, como para el asiento y
comprensión del centro y las cuatro partes del mundo168 en la cosmogonía
mesoamerindia.
Con todo, maravilla la proximidad de estos relatos con las explicaciones que
los indios buscaban al origen de sus divinidades celestes. Tampoco puede negarse
sin ocasionar algún ruido que estas interpretaciones de las calabazas vertidas
aludan a las lluvias que sin dejar de nutrir las masas oceánicas, proporcionen
alimento al suelo vivificador de los hombres. La única sospecha que pude surgir de
estos relatos es la suma probabilidad de que en efecto a Pané le hayan contado
fábulas. Según se ha indicado ya y se acentuará aun más en los próximos capítulos,
el celo por el conocimiento es de muy antigua data. Ya se ha dicho asimismo
cuánto importa tener presente la intencionalidad con la cual digirieron los
evangelizadores esas creencias; sin embargo, para el propósito de los orígenes de
las cosas divinas y, sobre todo, el de la descendencia de los hombres del aparato
religioso mesoamerindio en el descubrimiento de los postreros años del siglo XV,
baste con tomar los espacios celestes por las posesiones de Yaya y las emanaciones
y origen de las cosas a partir de divinidades mayores por los Cuatro Gemelos de
un solo vientre.
58
Además de las importantes apreciaciones hechas en otro sitio de esta
investigación169 en torno a la diferencia entre el mago y el sacerdote, la lógica
obliga recordar en este lugar, antes de proceder al análisis de las ideas, creencias y
costumbres del sistema religioso de los naturales de Indias, algunos aspectos
trascendentales sobre la actitud asumida por todos los hombres espirituales frente
a lo sagrado. Por más que la religión sostenga tan estrechos vínculos con la magia
cuando alcanza el nivel de lo mágicorreligioso, y según se las encuentra entre los
mesoamerindios al entrar los europeos en contacto con ellos, no es, sin embargo, la
intención de estas líneas entrar en la disputa de cuál ocupó el puesto inicial en el
desarrollo del pensamiento especulativo de la religión170. Solamente se pretende
describir las actitudes mismas que motivan unos comportamientos restrictivos en
las funciones históricosociales cuyas fuerzas coaccionan y explican el propio
sistema religioso en cuestión.
De esta suerte, no conviene ver en toda actividad mágicorreligiosa de los
indios mesoamericanos del descubrimiento un sistema de mera idolatría a guisa de
las concepciones cristiana de la Edad Media. Es decir, no es aplicable al
pensamiento de las explicaciones religiosas lo que sí ajusta bien a «la magia
demoníaca y las fantasías creadas por los teólogos acerca de pactos y amoríos con
el diablo, de conjuros de demonios y cultos demoníacos, al vicio epidémico de la
brujería»171. Si el problema de la magia se aborda a partir del análisis de lo religioso,
«la persona que se convierte realmente en mago no comete agresiones, sino que se
defiende en la lucha cotidiana»172, esto es, de las adversidades contra su existencia.
Ese es el sentido elemental de las experiencias con lo sagrado. De modo que el
comentario anterior de Daxelmüller se refiere no a los teólogos en general, cuanto
a ciertos teólogos a quienes les son menos querida la verdad que la superstición y a
quienes igualmente causa suprema fascinación las ideas teodemonológicas
59
trasnochadas de tono sensual. Ni es debido hablar de agüeros173 entre los mexicas
ni en general entre los pueblos amerindios—por ejemplo, como hace Porro
Gutiérrez—, pues de lo que se trata es de creencias de un decidido tono espiritual
en donde la naturaleza no se comprende sin la compenetración de lo humano.
Quien no advierta esta compenetración, difícil le será entender la racionalidad de
lo mágico en lo religioso conforme lo han trasmitido otras civilizaciones.
Sea de todo ello lo que fuere, el aparato estructural religioso de los indios
sólo se deja permear por medio de una lectura del sentimiento natural del
individuo y lo social hacia lo divino y lo sagrado. Habiendo estudiado
profundamente las relaciones de la divinidad manifiestas en esa lucha cotidiana
del hombre con su entorno, Mircea Eliade pudo afirmar que «conocer las
situaciones asumidas por el hombre religioso, penetrar en su universo espiritual,
es, a fin de cuentas, contribuir al progreso del conocimiento general del
hombre»174. Y de ello concluyó: «Cualquiera que sea el contexto histórico en que
esté inmerso, el homo religiosus cree siempre que existe una realidad absoluta, lo
sagrado, que trasciende este mundo, pero que se manifiesta en él y, por eso mismo,
lo santifica y lo hace real. Cree que la vida tiene un origen sagrado y que la
existencia humana actualiza todas sus potencialidades en la medida en que es
religiosa, es decir, en la medida en que participa de la realidad»175.
Irremediablemente, en esa realidad cargada de significado es el contexto en el cual
se ha de comprender al hombre europeo del sistema teodemonológico y al indiano
del mágicorreligioso. Mucho antes, con seguridad teniendo en mente los trabajos
de sus esclarecidos colegas etnólogos y antropólogos, este historiador de las
religiones, había sostenido asimismo que «para los «primitivos» como para el
hombre de todas las sociedades pre-modernas, lo sagrado equivale a la potencia y,
60
en definitiva, a la realidad por excelencia»176. Ciertamente, existen algunas
manifestaciones de lo sagrado, como la creencia en los espacios/templos
consagrados a la divinidad, que no pueden ser tratados de meras «especulaciones
teológicas, sino de una experiencia religiosa primaria, anterior a toda reflexión
sobre el mundo»177. Además es considerable la muchedumbre de fenómenos
religiosos existentes en los cuales «no aparece el doble carácter de sagrado y social
de los ritos y de las ceremonias»178, pero que son atribuibles a la magia, así lo
creen Hubert y Mauss.
Se ve, pues, como estas palabras, gozando de tanta autoridad, encuentran su
justificación siempre que asistan al refuerzo de la idea de estado mágicorreligioso
en las Indias de los cronistas.
Todavía ha de precisarse otro tanto estas experiencias sagradas. De las
hierofanías, manifestaciones de la divinidad, en la experiencia de lo sagrado y del
sentimiento religioso, Eliade es enfático: «Al manifestar lo sagrado, un objeto
cualquiera se convierte en otra cosa sin dejar de ser él mismo, pues continúa
participando del medio cósmico circundante. […] En otros términos: para aquellos
que tienen una experiencia religiosa, la Naturaleza en su totalidad es susceptible
de revelarse como sacralidad cósmica. El cosmos en su totalidad puede convertirse
en una hierofanía»179. Por tanto, si se me permitiera hablar de la historia de la
revelación en teología de la misma suerte que se estudia en la historia de la
hierofanía en Eliade como en Van Der Leeuw, sería, desde luego, posible extender
esa historia de las manifestaciones de lo sagrado o de las revelaciones al sistema
mismo de lo mágicorreligioso de las Indias. Sólo así puede decirse, con
Pannenberg, que la teología «tiene en todo momento como fundamento la
revelación histórica de Dios y es consciente de tener que explicar cuál es el
61
contenido de esa revelación histórica que se le ha ofrecido previamente»180.
Andando el tiempo, esa hierofanía que parece darse, por otro lado, en todas partes
de un modo asaz similar será detectada y afirmada por Hegel, según el propio
Pannenberg, «mediante la idea de la absolutez del sujeto (divino)». Es así que «la
filosofía se emancipa de su punto histórico de arranque, la religión cristiana»181. A
estas afirmaciones debe hacérsele, no obstante, una objeción: en tanto que el
discurso revelado y filosófico de los teólogos construye sus argumentos desde el
terreno de lo que Reinhart Koselleck182 caracterizó como la historia de los
conceptos, la fenomenología mágicorreligiosa vivida y sentida por los indios les
permitía estar en contacto directo con sus hierofanías, es decir, con los objetos
naturales de aquella sacralidad cósmica enunciada por Eliade.
180 Pannenberg, W., Una historia de la filosofía desde la idea de Dios, Sígueme, Salamanca, 2002, p. 39.
181 Ibíd.
182 Cfr. Koselleck, Reinhart, Los estratos del tiempo: estudios sobre la historia, Barcelona, Paidós, 2001. Y del mismo autor,
Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos, Barcelona, Paidós, 1993.
62
comprender el sentimiento mágicorreligioso con el cual se expresan los ritos y se
ofrenda a la divinidad. Hallar la explicación de tales manifestaciones contribuirá a
calibrar los apasionamientos que los religiosos tenían sobre los conceptos de
evolución, barbarie y salvajismo, según sus cánones de civilidad ética y moral. Ello,
al menos, conforme a su entender en la época que va de 1492 a 1570. Antes del
siglo XVI esa distinción era todavía tanto más obscura cuanto lamentable para los
estudios de la religión actual, si bien ya superados, afortunadamente, por la crítica
del día.
183 Ovidio, Publio Nasón, Metamorfosis, Alianza Editorial, Madrid, 1995, pp. 67-69. Asimismo, puede leerse con
provecho, porque también las conocía Ovidio, las ideas en relación a las edades del hombre en los Trabajos y días del insigne
autor de la Teogonía (en: Hesíodo, Obras y Fragmentos, Gredos, Madrid, 1978, pp. 130-134), especialmente los versos del 109
al 201. No eran estas las únicas fuentes de donde sacaban los antiguos poetas esas creencias que, para la gran mayoría de
éstos se presentaba como artículo de verosimilitud y no sólo de fe. También el Génesis, en la forma en que ha llegado hasta
nosotros, proporciona una convicción absoluta sobre este punto. Con todo, por cuestiones de espacio me limitaré a citar
algunas líneas del pensamiento de Ovidio a fin de ilustrar algo la tesis propuesta. Hemos de tener en cuenta que la poesía,
tal como la entendía la antigüedad, proponíase, con insistente frecuencia, registrar algunos acontecimientos históricos
envueltos en ciertas alegorías míticas, los cuales aportaban pingües conocimientos.
184 Cf. Epístola Proemial, pár. 36, p. 9, en: Motolinia, fray Toribio de Benavente, Historia de los indios de Nueva España,
Porrúa, México, 1979.
63
la manera en que los naturales hacían sus ofrendas a la divinidad y en que se
abastecían de la mies divina. Sin embargo, para el caso de este examen, otros
cronistas relevantes han aflorado para enriquecer el humilde aparato crítico que
me ha sido posible reunir en orden al esclarecimiento de la tesis planteada.
Tal como ocurre a lo largo y ancho de los fértiles territorios de Gea, el Nuevo
Mundo185 no podía ser la excepción de los obsequios con los cuales los dioses
decidieron abastecer las landas desde donde algún día sus amados y piadosos
hijos, afectos por lo pingüe y la magnificencia de los dones, habrían de
reverenciarles186. Y si bien las Indias de 1493 que describe Colón en su Epístola
facilita una pintura clara de la vastedad y hermosura de tan virginales y salvajes
185 Cfr. Epistola Christoƒori Colom, cui etas nostra multum debet: de Insulis Indie supra Gangem nuper inventis, editada en
Roma, 1493. En Historia del Mundo en la Edad Moderna, Sopena, Barcelona, 1914, t. XXIII, p. 81-82, edición española en 25 tomos
bajo la dirección de D. Eduardo Ibarra y Rodríguez. en donde, extasiado por las bondades de natura con las Indias,
manifiesta el almirante: «Todas las islas son hermosísimas y de distintas formas, cruzadas por numerosos caminos y llenas
de gran variedad de árboles que se elevan hasta el cielo y de los cuales creo no están nunca sin hojas. Yo, ciertamente las vi
verdes, como suelen estar en España durante el mes de Mayo. De dichos árboles, los unos llevan flores, otros frutos y otros
se hallaban en diferente estado según sus diversas especies. […] Hay también pinos admirables, y campos y prados
vastísimos, aves, miel y metales varios; pero no hierro. En la que antes dijimos haber llamado Española, hay grandes
montañas y hermosos y extensos llanos, bosques y campos feracísimos, muy a propósito para tener establecimientos de
laboreo y ganadería».
186 El Codex Borgianus, Lám 2, fig. 8, registra una hermosa representación de ofrendas y abundancia de víveres.
64
tierras, el resto de sus noticias agrícolas se queda corta187 —de seguro debido a la
premura y oficiosidad de sus correrías marítimas— en comparación con los
detalles aportados por franciscanos y dominicos entre otros españoles188 quienes sí
tuvieron la feliz oportunidad de internarse e informarse con mayor sosiego, y
acaso solaz, de las portentosas costumbres, actividades y formas singulares de
regalarse los naturales con la mies que les ofrecían sus autóctonos suelos, los
mismos que a los dioses nunca les plugo poner límite ni raya a su prodigalidad.
Acostumbrados a la delicadeza del servicio en las viandas del alto clero y de los
señores europeos de las últimas centurias del Medioevo, los presbíteros,
extrañados, no veían en los hábitos de los naturales otra cosa diferente a salvajes
usos y conductas tan alejados para ellos, en el tiempo y de sus gustos. Prácticas de
las cuales, tal vez, hayan obtenido vivas imágenes189 mediante lecturas tales como
las relaciones de Herodoto190 sobre los escitas e hiperbóreos; las del famoso Ctesias,
rival declarado de este último, acerca de innumerables seres fabulosos y sus
pueblos bárbaros que con tanto desdén proverbial mostraron los griegos; o de las
más históricas de Julio César, en donde pinta un cuadro de las costumbres de los
nórdicos germanos191, hijos del Valhala. Dado, pues, que todos estos documentos,
187 «[…] no conocían ninguna secta ni idolatría, salvo que todos creen que las fuerzas y el bien es en el cielo» (Cf.
Carta de Colón anunciando el descubrimiento del Nuevo Mundo, en: Pané, fray Ramón, Relación acerca de las antigüedades de los
indios, siglo XXI, México, 1984, p. 87). Luego con mayor atención por parte de los frailes se observaría la anulación de estas
afirmaciones del Almirante y que los naturales se hallaban en todo el esplender de su conocimiento mágicorreligioso.
188 Remito al curioso lector, de antemano, al Sumario de la natural historia de las Indias de Gonzalo Hernández de
Oviedo, en donde hallara cada capítulo sembrado de muy amplios y variados datos sobre las dádivas de Natura.
189 Conforme a la discusión de Paul Ricoeur en La memoria, la historia y el olvido, Trotta, Madrid, 2010, pp. 67-69.
190 Antonio Linage Conde, dedicado investigador de La vida cotidiana de los monjes, (Editorial Complutense, Madrid,
2008, p. 292), afirma que el «catálogo de la biblioteca de Ripoll del año 1047 incluía un apartado para los llamados libri
artium, [esto es] los de los autores clásicos paganos». También es muy significativo que escritos como los de Luciano de
Samosata, en donde se hace alusión a infinidad de personajes y relatos históricos y fabulosos del tipo, por ejemplo, a las de
Ctesias —mencionado, a propósito, en los Relatos Verdaderos de Luciano—, hayan sido conservados en el Vaticano y luego
editados en 1522 y 1535 (cfr. Alsina Clota, José, Introducción general a las Obras de Luciano, t. I, p. 67). Las Gestas Romanorum,
colección de exampla de los siglos XIII y XIV para el uso homilético y parenético de los predicadores, es un texto donde se
recogen un número sin cuento de fuentes religiosas y laicas o profanas sobre relatos bíblicos, piadosos, legendarios,
hagiográficos, visionarios, históricos, fabulosos, malignos, entre otros (véase la introducción de Rodríguez, Ventura de la
Torre a esta obra, p. 50). Por lo tanto, puede esperarse que también los monjes de las comunidades dominicas y franciscanas
enviados a las Indias, hayan bebido en estos textos, tan comunes y populares, como dice el autor citado (ibíd.), de estas
inagotables fuentes para su predicaciones.
191 Cfr. Julio César, Guerra Gálica, Lib. VI. Que Rabelais, él mismo un ex-sacerdote de la orden franciscana, haya
mencionado, hacia 1532, en su Pantagruel a los druidas de la Germania, —tomando, seguramente, sus notas de la obra de
César—, sugiere asimismo la presencia inequívoca de los libri artium en los monasterios. Sobre este punto véase asimismo el
estudio del inglés T. D. Kendrik, Los Druidas, Edimat Libros, Madrid, 2002, pp. 36ss.
65
según el juicio de Alexis Chassang, «perduraron en toda la Edad Media»192, no es
ni complicado ni artificioso temer la presencia de los mismos en las manos de las
grandes comunidades religiosas, siquiera trasmitidos de manera subrepticia e
interpolados por las grandes autoridades eclesiásticas. Justamente es lo que parece
sugerir los datos que se acaban de exponer sobre el historiador de La vida cotidiana
de los monjes y de los preciosos datos del Gestas Romanorum. Súmese a lo anterior la
preciosa cita y análisis de Sahagún a aquella literatura pagana:
No tuvo por cosa superflua, ni vana el divino Agustino tratar de la Teología fabulosa de los gentiles,
en el sexto libro de la Ciudad de Dios, porque como él dice, conocidas las fábulas y ficciones vanas
que los gentiles tenían acerca de sus dioses fingidos, pudiesen fácilmente darles a entender que
aquéllos no eran dioses, ni podían dar cosa ninguna que fuese provechosa a la criatura racional. A
este propósito, en este Tercer Libro se propone las fábulas y ficciones que estos naturales tenían cerca
de sus dioses, porque entendidas las vanidades que ellos tenían por fe cerca de sus mentirosos dioses,
vengan más fácilmente por la doctrina evangélica a conocer al verdadero dios.193
192 Historia de la novela: y de sus relaciones con la historia de la antigüedad griega y latina, Joaquín Gil, Buenos Aires, 1948,
p. 47.
193 Op. cit., p. 189. La cursiva es del original.
66
lugar se inclina ante la abundancia derramada desde las misteriosas manos
celestiales194, no obstante la aberrante adjetivación del pensamiento evangelizador
cuando se obstina en encasillar los rituales de los sacerdotes indígenas en las
prácticas de una simple comunicación demoníaca. La Biblia no ofrece un panorama
muy diferente de las consagraciones indígenas de las ofrendas. Schuster-
Holzammer, en su Historia Bíblica, Antiguo Testamento, al dividir los sacrificios
veterotestamentarios en cruentos e incruentos, habla de la destinación de los
animales más nobles y preciosos, para los primeros; y en el segundo caso, se
destinaban «los productos más importantes y excelentes del reino vegetal, que
sirven de alimento al hombre»195. De un modo análogo, los magos sacerdotes
escogían entre lo más valioso de los posibles homenajes aquellos que mejor
convenían a sus divinidades, ya de los productos de las entrañas de la tierra, ya de
los de sus propios cuerpos. Si creemos a Sahagún, por ejemplo, los mexicanos
honraban con grandes fiestas, en las calendas del primer mes del año, a los dioses
de la lluvia. Para ello compraban a las madres unos niños «en edad de teta». Por
razones que nosotros, hombres del día, no entendemos, los celebrantes escogían a
quienes se les formaban remolinos en la cabeza. Aun debían cumplir otra
exigencia: tenían que haber nacido en un buen signo. Tan pronto como los padres
los entregaban, llevándolos a unos montes donde hacían estas ofrendas, en
sacrificio a sus potencias divinas. «A unos de ellos sacaban los corazones en
aquellos montes, y a otros en ciertos lugares de la laguna de México»196. Y luego
especifica que a «Gran cantidad de niños mataban cada año en estos lugares; (y)
194 En el Corán, XXIII, 82, «Alah dispensa ó retira sus beneficios á su antojo. Si su misericordia no velara sobre nosotros,
la tierra nos hubiera sumergido en sus abismos»; Análogamente, en Génesis, 1: 12 se afirma que Dios hizo brotar toda suerte
de hierba, de semillas, y de árboles que producen todo tipo de frutos según su especie; y si bien el entusiasmo del siglo XVI
empezaba a retirarse de los excesos supersticiosos de sus antepasados, su rica imaginación aún le asistía con la más linda
fuerza espiritual para decir piadosamente con Kempis que «no es cosa grave despreciar el consuelo humano cuando
gozamos el divino» (Kempis, Tomás, De la Imitación de Cristo, Garnier Hermanos, cap. IX, 1897, p. 23).
195 Op. cit., p. 278. cfr. asimismo Rito de la oblación de la víctima a Dios, en Lefevre, Dom Gaspar, Misal Diario y Vesperal,
Declée de Brower, Brujas-Bélgica, 1953, p. 1021; y sobre la ofrenda del cuerpo de Cristo en Las fuentes de la misa romana: en La
Iglesia en oración, Introducción a la liturgia, Herder, Barcelona, 1964, pp. 328-329, «A tí Dios Padre omnipotente, en unidad del
espíritu santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos».
196 Sahagún, op. cit. p. 98.
67
después de muertos los cocían y comían»197. De suerte, pues, que, al lado de las
ofrendas agrícolas, consideraban, verosímilmente, los naturales era menester
expresar los beneficios otorgados por los númenes con mayores exigencias, pero
cuyas usanzas parecieron una enormidad a la teodemonología de los religiosos
europeos.
Eliade fue quien reparó esta inclinación misteriosa del hombre hacia el fruto
de la tierra. Oigamos las intuiciones de este autor, en particular lo relativo a esas
preocupaciones del alimento sagrado de las cosechas:
Lo que se puede distinguir con bastante precisión es la estructura del argumento agrícola.
Así se observa que toda la infinita variedad de los ritos y de las creencias agrarias supone
el reconocimiento de una fuerza manifestada en la cosecha. Este ―poder‖ unas veces es
concebido como impersonal, como lo son los ―poderes‖ de tantos objetos y actos, otras
veces es representado en estructuras míticas, o concentrado en ciertos animales, en ciertas
personas humanas.198
Este poder del que nos habla Eliade puede interpretarse como el impulso de un
proceso cultural con que toda civilización en general, y el hombre en particular, ha
tendido a reconocer en la vegetación y en los animales lo esencial no sólo para su
sustento, sino también para la conquista de otros pueblos. De un modo similar,
cuánta fuerza manifiesta no hubo de asignársele a los productos «agrícolas», dígase,
verbi gratia, al maíz, cuando el natural de Indias halló en éste un elemento de vida y
por ende portador de algún ―poder natural‖. Sin embargo, también aquí la
mentalidad teodemonológica de los clérigos concibieron o imaginaron en los ritos
con estos elementos de vida un acto de demonismo donde los sacerdotes
encontraban la pureza de las fuerzas manifiestas de sus divinidades. El Códice de
Dresden, pág. XXVI, muestra a un dios sacerdote que sostiene un ave en la mano
derecha destinada a servir de ofrenda a la potencia en cuestión; en la mano
197 Ibíd.
198 Eliade, Mircea, Tratado de historia de las religiones, Era, México, 1975, p. 303. La cursiva es del original.
68
izquierda el dios está en actitud de lanzar algunos granos con los cuales busca
conocer algunos secretos de la naturaleza199.
69
se le llamaba a estos territorios en el memento del arribo de la misión franciscana
de los doce frailes204 al Continente en 1524205. Según él, un día en que tuvo ocasión
de discurrir con algunos ancianos y gentes de Nueva España, porque esta era la
manera —junto con la lectura de algunas figuras206— de reunir los datos para sus
escritos, éstos le relataron que las más de las veces los chichimecas y los mexicanos
tenían por morada las cuevas y los montes, y que tenían la costumbre de
alimentarse de raíces, venados, liebres, conejos y culebra. No obstante, el padre
Toribio calla, quizás por ignorancia, o tal vez por cálculo, las virtudes mágicas o
las funciones religiosas de estas raíces y alimentos, cuyos potencias
mágicorreligiosas apena sí mencionaban otros cronistas207. Acostumbrado menos a
la religare natural de la actitud religiosa con aquello que da continuidad a la vida
que a la subsistencia regalada de los monasterios, parecía un dato curioso bastante
para un espíritu europeo de la estirpe de fray Toribio, no tanto escuchar y
descifrar en los escritos de los indios la variedad de productos para su sustentos
vital, cuanto constatar in ocŭlis omnĭum que todo lo comían crudo o secado al sol.
Por ello exclama el cronista de Indias, no sin dejar escapar una cierta inflexión de
entusiasmo en su pluma: «aún hoy día hay gente que vive de esta manera»208. La
sorpresa de tal observancia, sin embargo, debería hacerse nuestra y no de
Motolinia, habida cuenta del conocimiento entre los frailes, testigos de primera
mano, de algunos de los rigores permitidos al interior de las comunidades
religiosas de su época y de las penas que imponían los eremitas, ascetas, y
cenobitas a sus pecadores cuerpos. O al menos eso intenta transmitir a sus lectores
cuando él propio escribe de fray Martín de Valencia, elegido como primer
provincial de la custodia de San Gabriel en 1518, que, «demás de los ayunos de la
204 Díaz del castillo, Bernal, Verdadera historia de la conquista de Nueva-España, en Biblioteca de Autores Españoles,
Ediciones Atlas, Madrid, t. II de Historiadores primitivos de Indias, 1947, p. 241.
205 Cfr. Martínez Baracs, Andrea, Un gobierno de indios: Tlaxcala, 1519-1750, FCE, México, 2008, p. 109, la cual recuerda
a la historia del día: «10 de los 12 primeros franciscanos que llegaron en 1524 a difundir el evangelio a la Nueva España
residieron en Tlaxcala como predicadores».
206 Op. cit., p. 2. Allí escribe exactamente que «los viejos de esta tierra son varios en declarar las antigüedades y cosas
notables de esta tierra, aunque algunas cosas se han colegido y entendido por sus figuras».
207 Landa habla, op. cit., p. 38 acerca de la producción en estas tierras indias de un «vino de miel y agua y cierta raíz
de un árbol que para esto criaban».
208 Ibíd., p. 2.
70
iglesia y de la regla, traía ceniza para echarla en la cocina y a las veces en el caldo;
y en lo que comía, si estaba sabroso, le echaba un golpe de agua encima por
salsa»209. Tampoco ha de llevarnos esto, los hábitos de lo crudo y el de la salsa de
fray Martín, a pensar en la general simpleza, quizás sea mejor decir abstinencia,
de la alimentación en todos los niveles de la población en las Indias occidentales.
Yo, viendo la extrema necesidad en que estaba, y que era más peligroso meterme en la mar
sin bastimentos que no irlos á buscar por tierra, pospuesto todo, me determiné de subir
aquel rio arriba; porque, demás de no poder hacer otra cosa sino buscar de comer […], y á
dos tercios de legua fui á dar en un pueblo, donde, segun paresció, habia sido sentido, y
estaba todo despoblado y sin cosa ninguna; hallamos en el campo mucho maíz verde; y así
que comimos aquella noche y otro dia de mañana, viendo que de allí no nos podiamos
proveer de lo que veníamos a buscar, cargamos de aquel maíz verde para comer […], y
209 Motolinia, Fray Toribio, Historia de los indios de la Nueva España, Porrúa, México, 1979, p. 124.
210 Cf. Cortés, Don Fernando, Cartas de Relación, en Biblioteca de Autores Españoles, Ediciones Atlas, Madrid, t. I de
Historiadores primitivos de Indias, 1947, p. 134; véase también p. 139 si se quiere hacer una mejor representación de este
pueblo y aliados comarcanos.
71
luego a un cuarto de legua de donde desembarqué dí en un pueblo que, segun pareció,
habia muchos dias que estaba despoblado, porque las casas estaba todas llenas de yerbas,
aunque tenian muy buenas huertas de cacaguate y otros árboles de fruta, […] y anduve
aquel dia cinco leguas por unos montes, que casi todos los subimos con manos y piés,
segun era cerrado, y fui á dar á una labranza de maizales, adonde, en una casita que en ella
había, se tomaron tres mujeres y un hombres, cuya debía ser aquella labranza; y estas nos
guiaron á otras, donde se tomaron otras dos mujeres, y guiáronnos por un camino hasta nos
llevar adonde estaba otra gran labranza, y en medio della hasta cuarenta casillas muy
pequeñas, que nuevamente parescian ser hechas, y segun paresció, fuimos sentidos antes
que llegásemos, y toda la gente era huida por los montes; y como se tomaron así de
improviso, no pudieron recoger tanto de lo que tenían, que no nos dejaron algo, en especial
gallinas, palomas, perdices y faisanes, que tenian en jaulas, aunque maíz seco y sal no la
hallamos. Allí estuve aquella noche, que remediamos alguna necesidad de el hambre que
traiamos, porque hallamos maíz verde, con que comimos estas aves.211
Se colige de lo anterior, en primer lugar, que Cortés andaba en medio de una de las
poblaciones más típicas en la cual se podía registrar su cotidianidad. Estas
comarcas hallábase ubicadas en los alrededores de los grandes centros en donde
operaba un grande señor o principal cacique212. Por otro lado, y en segundo lugar,
esa descripción de Hernán Cortés resulta de buen complemento a cuanto intentaba
indicar Motolinia más arriba sobre la mies humana que consumían estos naturales.
Lógicamente esta era la forma en que veían las cosas los conquistadores, tal como
se verá enseguida con las noticias de Oviedo, cuando no imaginaban
confabulaciones con el demonio. Empero, en el caso de los naturales, hay que
insistir, su vida cotidiana, aquella de la cual se infiere detrás de los informes de
Motolinia y Durán mencionados antes, estaba directa y completamente
impregnada y ligada a concepciones sobre las virtudes y potencias —benéficas y
malignas― de los alimentos con los espíritus divinos. Inclusive, esta idea de las
virtudes de las plantas con los númenes es la que sugiere el Códice Tro-Cortesiano,
72
pág. LXX213. La divinidad misma parece intervenir no sólo en el crecimiento de la
planta, cuanto en la eficacia de las sustancias que Natura ha obsequiado al
consabido vegetal. Pues que en estas, como en las demás actividades del día a día,
lo mágicorreligioso tenía un papel preponderante en el mundo indígena, y de ahí
su infatigable empeño en ofrendar a sus espíritus214 con los idénticos dones de ellos
recibidos.
213 En este Códice y página se puede apreciar a uno de los dioses primordiales de los mesoamerindios sosteniendo
una vasija de la que parece surgir una planta (cfr. Villacorta, Códices Mayas, p. 365). Una entre tantas de las noticia que
recoge Sahagún insiste asimismo sobre igual materia: «Éstos pensaban que [el dios de las nubes y las lluvias] criaban todas
las cosas necesarias para el cuerpo, como maíz y frijoles, etc., y que ellos enviaban las pluvias para que naciesen todas las
cosas que se crían en la tierra» (op. cit., p. 436).
214 Van der leeuw explica en su Fenomenología de la religión, p. 336, en total acuerdo con Robertson Smith, que el
sacrificio de toda religión, además de incluir los dones presentados a la divinidad, tiene la importante función de servir de
«banquete común, en el cual también el dios es comensal o idéntico a la ofrenda, es decir, a la comida ingerida». En términos
similares se expresará De la Garza al referirse a las ofrendas del corazón y la sangre entre los mayas y aztecas (cfr. El hombre
en el pensamiento religioso náhuatl y maya, pp. 39-40).
215 Oviedo, Gonzalo Hernández de, Sumario de la natural historia de Indias, en Biblioteca de Autores Españoles, Ediciones
Atlas, Madrid, t. I de Historiadores primitivos de Indias, 1947, p. 474.
73
amerindios216 desde la temprana fecha de 1514, y permaneciendo allí hasta el año
de 1556, no sin regresarse a su igualmente querida España en diferentes
ocasiones— no sólo le permite cotejar la obtención de ese producto con lo que se
hace en el Viejo Continente sin recurrir a hipérboles de dogmas, sino que asimismo
lo acredita como fuente segura para el estudio de estas cuestiones. Su
investigadora bizarría es, pues, lo que le permite todavía especificar aun más el
variopinto manjar que produce estas tierras.
Si se cree a Oviedo, los suelos americanos son de una fertilidad tal que todas las
simientes transportadas de España se adaptan sin ningún contratiempo. Pero no
sólo de la fruta vive el hombre. Este historiador cronista se admira asimismo de las
abundantes cosechas de toda suerte de hortalizas; vendimia que se prolonga
durante el año entero. Hay, escúchese sus propias palabras, «muchos ganados y
buenos, muchos naranjos dulces y agros, y muy hermosos limones y cidros, y de
todos estos agros muy gran cantidad; hay muchos higos todo el año, y muchas
palmas de dátiles, y otros árboles y plantas que de España se han llevado»217. Y si
bien esta es sólo una muestra asaz chica con la cual intento mostrar la diversidad
de vendimias de consumo en estas que conformaban sustancialmente la base
alimentaria en la Nueva España, no lo es cuando se la integra a otras
manutenciones de carácter divino ofrendadas ora a los dioses, ora a los ministros
sacerdotes, ya a la comunidad, ya a ciertos particulares señores. Pero todo ese
carácter religioso será análisis del próximo apartado. Quede solamente explícita la
idea, con estos nuevos datos, el manifiesto contraste de influencias entre el interés
buscado por cada uno de los que lo ha legado a la historia, y su peculiar filiación a
sus poderes espirituales y temporales. Si para Oviedo la mies amerindia reclama
una atención positiva en cuanto al maravilloso obsequio de la divinidad al hombre,
para Colón exige alguna forma de explotación comercial. Motolinia, en sus
216 «E yo vi una de estas el año de 1515 en la isla Española», y «estando en el Darién, en Tierra-Firme, el año de 1522
años, vino del campo […]», dice, aludiendo a las culebras y sierpes en el cap. LV, op. cit., p. 497.
217 Op. cit., p. 474.
74
escuetas y deficientes relaciones tocantes a este punto, concentro su imparcialidad
en la diferencia entre la mesa europea y la de los indios, en tanto que Durán más
atento al contenido simbólico-divino de sus fuentes, y según se notará luego,
resaltó maravillosamente la función social teodemonológica de la mies.
218 Siglo asimismo polémico y representado en las eruditas plumas de su elegantísimo crítico François de Salignac de
la Mothe —mejor recordado con el apelativo de Fénelon—, y del influyente Obispo de Meaux, Santiago Benigno Bossuet.
219 Cf. Robbins, Rossell H., Enciclopedia de la brujería y la demonología, Editorial Debate, Madrid, 1988, p. 10.
75
sacerdotes, chilanes, hechiceros y médicos, chaces y nacones220 representaban un
grupo completo de idolatría. Los sacerdotes se ocupaban en conservar y trasmitir
sus ciencias; además estaban al cuidado de las celebraciones y fiestas y velaban por
las calamidades y dificultades de la comunidad, a las cuales debían hallar el justo
remedio. En la mayoría de los casos, ese remedio era, aparte de los beneficios
médicos de las raíces y plantas naturales, la oración a las divinidades o el
ofrecimiento de algún sacrificio al dios que lo exigiera. A los chilanes les tocaba
trasmitir «al pueblo las respuestas de los demonios y eran tenidos en tanto que
acontecía llevarlos en hombros. Los hechiceros y médicos curaban con sangrías
hechas en la parte donde dolía al enfermo y echaban suertes para adivinar en sus
oficios y otras cosas»221. Pero, aunque estas distinciones brindan no poca luz en la
identidad de unos y otros, todavía se mantienen muy cerca de la obscuridad.
Y como estas apreciaciones, ya un tanto parciales de suyo en las mientes de
los religiosos, rayan con la concepción del oficio chamánico del sacerdote
amerindio, conviene exponer —por ser de grande utilidad para la teorización de
las operaciones del intermediario de lo divino— las palabras de David Freidel.
Quien se esfuerza en circunscribir algunas de las funciones privativas del chamán.
Sobre su origen y el del chamanismo, el experimentado arqueólogo de los templos,
textos y monumentos antiguos del pasado maya dice este escritor haber ocurrido
«la primera vez que los seres humanos concibieron un lugar situado más allá de la
muerte y habitado por antepasados, espíritus y dioses; un lugar entre los mundos.
Viajar a él en trance y volver vivo exige un talento muy especial, y el chamanismo
es una institución especial que los seres humanos hemos inventado para domeñar
ese talento particular»222. Anteriormente, indicaba que el aposento de la muerte
era «ese lugar, al que los antiguos mayas llamaban Xibalbá, el ―Lugar del Temor
220 Miguel Alberto Bartolomé, ocupándose de la definición de este término, señala que el nacon era un alto cargo
militar y sacerdotal. Había un Nacon, jefe militar supremo, con igual nombre «que el sacerdote sacrificador» y como éste
«debía guardar una conducta ascética, estando sometido a numerosas restricciones ceremoniales por su calidad de
encarnación de la deidad de la guerra» (op. cit., p. 66).
221 Landa, Fray Diego de, Relación de los cosas de Yucatán, México, Porrúa, 1966. P. 49.
222 Freidel, David, (Scheler, Linda y Parker, Joy), et al., El Cosmos Maya. Tres mil años por la senda de los chamanes, Fondo de
76
Reverente‖»223 y que era «real y palpable». Sin embargo, una explicación mejor
discriminada de todo esto, en cuanto al oferente de la mies, puede encontrarse en
el trabajo de Raquel Martín Hernández:
Entendemos por «mago» el individuo que, mediante un poder que adquiere por medio de
una enseñanza, es capaz de ponerse por encima de los dioses, alterar las leyes de la
naturaleza y hacer que tanto aquéllos como éstas queden a su entera disposición. La
diferencia principal que establecemos entre el mago y el sacerdote o cualquier otra persona
involucrada en círculos religiosos o de relación con la divinidad, se basa en la
obligatoriedad y la intencionalidad, dependiendo de la actitud adoptada por el oficiante en
la ejecución del rito. Si el autor del ritual obliga con sus técnicas a la actuación de los dioses
o las fuerzas naturales, lo consideraremos un mago; si implora y ruega a la divinidad y deja
al libre albedrío de ésta la decisión, lo consideraremos un sacerdote.224
223 Ibíd., p. 29
224 Cf. Bernabé, Alberto y Casadesús, Francesc (Coordinadores), Orfeo y la tradición órfica. Un Reencuentro, Madrid,
Akal, 2008, t. I, n. 1, p. 75.
225 Resulta de la máxima importancia mencionar aquí el otro concepto que, en mi opinión, conforma con los dos
anteriores una perfecta triada ineludible en el análisis de las relaciones del sabio con la naturaleza. El teúrgo. García Bazán
en su traducción de los Oráculos Caldeos, citando a su vez a H. Lewy y recomendando la consulta del trabajo de F. W. Cremer
(Die Chaläischen Orakel und Jamblich de mysteriis, Beiträge zur Klassischen philologie, 26, Meisenheim am Gan, 1969, pp. 19-
23), explica la relación de los teúrgos con los dioses diciendo que éstos «son quienes llevan a cabo las cosas divinas»
(Oráculos Caldeos, Gredos, Madrid, 1991, p. 29; traducción de Francisco García Bazán ). A lo cual, inmediatamente, agrega en
su introducción a estos preciosos fragmentos: «o sea, [los teúrgos son] quienes realizan actividades con elementos que son de
origen divino o pertenecen a Dios por estarle consagrados. La teúrgia comprende, por consiguiente, objetos, fórmulas y
acciones, dirigidas por personas, y cumplidas ante un círculo de iniciados, pero provenientes de los dioses. El teúrgo no
obliga a los dioses. La coacción mágica se circunscribe al nivel de la naturaleza, en cuyo ámbito, por acciones y reacciones de
correspondencia el mago opera sobre las energías invisibles o fuerzas ocultas, las atrae y las rechaza. El mago utiliza una
técnica elaborada con la que, por medio de fórmulas (voces mysticae), artilugios (amuletos y talismanes) y prácticas
determinadas (praxis), pretende predecir o influir sobre lo oculto. Él es señor de su oficio y de este modo pone a su servicio
cuanto pueda acrecentar su poder personal y profesional. El teúrgo, empero, no es un mago. Opera con los elementos
sagrados que le han sido trasmitidos por sucesión sabiendo que, debidamente manejados, los vehículos externos se
repliegan y dejan que el núcleo interior, invisible y silencioso que encierran, puesto que son el motivo de la subsistencia de lo
material, se libere y revele expansivamente en el iniciado. Por eso el teúrgo es doblemente ministro de lo divino, tanto
porque, frente al teólogo, más que hablar de lo divino, ejecuta acciones sagradas, cuanto porque es el que permite que
durante el rito se ponga en acción o haga manifiesto lo divino, oculto para el iniciado antes del cumplimiento de las
diferentes prácticas litúrgicas» (Op. cit., p. 30). (cf., también, I Cor, 9: 13).
77
Al tratar de los datos llegados a nos por intermedio de los primeros
cronistas y de los códices, ha de resaltarse la bien conocida proclividad, las más de
las veces, a declarar insuficiente, bizarro e inclusive ruin y demoníaco todo cuanto
hacían los naturales para comunicarse con sus dioses. Algunos como Olmos,
Sahagún y Las Casas calaron allende las meras apariencias representativas de las
fiestas de estos naturales. Vieron en ellas una forma digna, aunque a su manera,
del religare226 tan caro a Occidente desde la transformación del sentimiento
religioso en meras especulaciones dogmáticas de la humanidad227.
De esos historiadores del siglo XVI, Fray Ramón Pané, por ejemplo, es el
primero que nos da, con su lógica cristiana por supuesto, a conocer ese enlace del
hombre natural de indias con la divinidad. Pues terminó de escribir su obra
todavía en el agonizante siglo anterior, 1498, al decir de la más autorizada crítica.
226 El Diccionario de Filosofía de Ferrater Mora presenta dos definiciones para el término religión. La primera, dice,
viene etimológicamente de religio, la cual se relaciona con religatio y religare, i. e., vincular, atar o religar. La segunda
definición nos ha llegado de Cicerón , continua Ferrater, dando la idea de escrupuloso, diligente; concepto claramente
contrario al de negligencia. Con todo, Para ampliar la conceptualización de este término, compárese la interesante definición
de Venturi, Tacchi Pedro, Historia de las Religiones, Editorial Gustavo Gili, S.A., Barcelona, 1947, p. 21. «La sensibilidad se
resiente del influjo de las potencias intelectivas y volitivas religiosas del hombre, y, en consecuencia, la actividad exterior,
reflejo natural de las interiores disposiciones, se concreta en ritos, prácticas religiosas individuales y colectivas que
manifiestan externamente las relaciones del hombre y de la sociedad con el Ser Supremo». Cf. asimismo Kerényi, Karl, La
religión antigua, Herder, Barcelona, 1999, pp. 89-90.
227 Es principalmente fray Andrés de Olmos quien en 1533 emprende, por orden de las autoridades seráficas y de las
de la Audiencia de México, la recopilación de algunos libros y datos ofrecidos por los naturales (cf. Baudot y Todorov,
Relatos aztecas de la conquista, Grijalbo, México, 1990, p. 50); asimismo Sahagún, como se ve en El Libro XII del Códice
Florentino, se da a la tarea de emprender toda una búsqueda de materiales históricos sobre los naturales de Indias.
228 Sahagún, con todo, observa, sobre este antiquísimo y sagrado elemento en los pueblos primitivos, que los indios
solían reclamar: «Lo que os ruego es que en mi ausencia no haga falta en mi casa de quien barra y haga fuego» (Sahagún,
Fray Bernardino, op. cit., p. 240).
78
que lavado con el jugo extraído a este producto, se logró que éste recuperara su
forma. En ocasiones, el dicho cemí, encarnación del dios de la yuca, arremetía con
enfermedades a los que lo habían fabricado por no haberle llevado yuca que
comer. Y consultado el behique229 acerca de la naturaleza de tal o cual
enfermedades, les informaba que «Baibrama se la había enviado, porque no le
había mandado de comer por conducto de los que tenían cuidado de su casa» 230.
No menos interesante era Corocote, otro de esta misma suerte de cemíes. Corocote
pertenecía a un cacique de nombre Guamorete. Dado que este ídolo pasaba de mano
en mano entre los señores vencedores en los guerras, ha de suponerse la no chica
calidad de sus virtudes, cuya función substancial era la de atender el deseo de las
mujeres. Pero mejor oigamos a Pané. «Dicen que estando encima de la casa, bajaba
y yacía con las mujeres» (ibíd., p. 44). Se infiere sin mayor dificultad de lo dicho la
grande estima en que los naturales debían tener a sus representantes divinos y la
necesidad de cumplir sus obligaciones de ofrendas para con los mismos. Esto
aseguraba, como en el caso aquí referido de la yuca, la perfecta comunión entre el
producto, el fiel y el vicario o representante del dios en cuestión en la comunidad.
O dicho de otra manera, la tríadica dependencia mágica entre la divinidad, el cemí
y el hombre, y no meros «simulacros de espectros», conteste al agudo reproche de
Gruzinski231, como quisiera Pedro Mártir.
229 Pané dice que es una suerte de médico (op. cit., p. 35); mas ya había anunciado con anterioridad (ibíd., p. 33) que
«algunos hombres, que practican entre ellos, y se les dice behiques, los cuales hacen muchos engaños, […] para hacer creer
que hablan con ésos [los muertos], y que saben todos sus hechos y secretos; y que, cuando están enfermos, les quitan el mal,
y así los engañan. Porque yo lo he visto en parte con mis ojos».
230 Ibíd., p. 44.
231 Gruzinski, La guerra de las imágenes, op. cit., p. 25.
232 Sobre todo, cabe recordar en este lugar recordar las precisiones de Freidel en cuanto al chamán. Allí decía que «los
reyes y señores mayas de antaño eran chamanes, pero los chamanes mayas contemporáneos no son reyes».
79
que también se lavan», están confinados unos siete días. Apenas sí comen algo
para recuperar su vitalidad, pero tan sólo al término de aquel tiempo fijado por
sus reglas. «Y en el tiempo que han estado sin comer, por la debilidad que sienten
en el cuerpo y en la cabeza, dicen haber visto alguna cosa quizá deseada por ellos.
Por lo cual todos hacen aquel ayuno en honor de los cemíes que tienen, para ver si
alcanzarán victoria de sus enemigos, para adquirir riquezas o por cualquier otra
cosa que desean»233. Pero si el ayuno a la vez que purificaba por instancia de la
debilidad del cuerpo, permitía asimismo, de alguna manera, hacerse a
determinadas visiones útiles a la comunidad; con todo, no era la regla ordinaria
para obtenerlas.
233 Pané, Fray Ramón, op. cit., p. 47. Asimismo Motolinia (op. cit., p. 41) refiere que «los ministros del templo y todos
los de sus casas ayunaban cada año ochenta días. También ayunaban sus cuaresmas y ayunos antes de las fiestas del
demonio, en especial aquellos papas, con sólo pan de maíz y sal y agua; unas cuaresmas de a diez días, y otras de veinte y de
cuarenta; y alguna como la de panquezalizthi en México que era de ochenta días, de que algunos enfermaban y morían,
porque el cruel de su dios no les consentía que usasen consigo de misericordia». Y en el mismo lugar agrega: «Llamábanse
también estos papas ―dadores de fuego‖, porque echaban incienso en lumbre o en brasas con su incensario tres veces en el
día y tres en la noche […] Tenía el demonio en ciertos pueblos de la provincia de Thoacan [Tehuacan] capellanes perpetuos
que siempre velaban y se ocupaban en oraciones, ayunos y sacrificios».
234 Según Rossell Hope Robbins (Enciclopedia de la Brujería y la Demonología, Editorial Debate, Madrid, 1988, p. 130, col.
izq.), el inquisidor Manríquez, a comienzos del siglo XVI, «esclareció en un edicto la conducta que debían seguir los laicos.
Era deber de todo católico denunciar a la inquisición a cualquier persona que mantuviera espíritus o demonios familiares,
que realizara cualquier tipo de adivinación, o que trazara círculos para invocar a los demonios, que utilizara la astrología
para la adivinación del futuro y que tuviera en su poder espejos o anillos para conjurar espíritus o grimoires u otros libros de
magia». Préstese especial reparo por el momento a la trascendental alusión a la «conjuración de espíritus y demonios»;
pronto habrá ocasión para detenerse en el tema de los astros.
80
Las beoderas que hacían muy ordinarias, es increíble el vino que [en] ellas gastaban, y lo
que cada uno en el cuerpo metía. Antes que a su vino lo cuezan con unas raíces que le
echan, es claro y dulce como aguamiel. Después de cocido hácese algo espeso, […] a prima
noche ya van perdiendo el sentido, ya cayendo, ya estando cantando y dando voces
llamaban al demonio. Era cosa de gran lástima ver los hombres criados a la imagen de Dios
vueltos peores que brutos animales; y lo que era peor, que no quedaban en aquel sólo
pecado, mas cometían otros muchos (al menos así lo veían los frailes a la Iglesia) y se herían
y descalabraban unos a otros, y acontecía matarse, aunque […] fuera de estar beodos son
tan pacíficos.235
235 Motolinia, Fray Toribio, Historia de los indios de la Nueva España, Porrúa, México, 1979, p. 19-20.
236 Ibíd., p. 20.
81
les parece ver que las casas se voltean con los cimientos para arriba, y que los
hombres caminan con sus pies hacia el cielo. Y esta cohoba se la hacen no sólo a los
cemíes de piedra y madera, sino también a los cuerpos de los muertos»237. Tal
preparado embútenlo al difunto con el propósito de indagar, luego de un sinfín de
interrogaciones, si el médico behique había guardado la dieta correspondiente, con
la cual creían era fuerza se aliviara el paciente después de suministrado los justos
remedios. «Y esto se lo preguntaban muchas veces, hasta que al fin hablaba tan
claramente [el muerto] como si estuviese vivo; de modo que viene a responder
todo aquello que le preguntan»238. Ora por disimulo ya por cálculo o bien, quizá,
intencionados, cosa que no cabe juzgar apresuradamente, lo cierto es que se han
metido en la cabeza que determinados cemíes les «hablan, y otros que hacen nacer
las cosas que comen, y otros que hacen llover, y otros que hacen soplar los
vientos»239.
82
para los niños, la carne humana para quienes era menester administrárseles una
más severa purificación, cuya simbología debía representar la sangre de la víctima.
Y luego afirma el propio Motolinia en el mismo lugar que, cuando ya se había
conquistado México, muchas veces los naturales se alimentaban de la carne de los
caídos en guerra, pues «no todas veces los españoles se lo podían defender [es
decir, impedir], sino que algunas veces, por la necesidad que tenían de los indios,
pasaban por ello, aunque lo aborrecían»241.
Entraba la ofrenda de la comida, que era muchos conejos y codornices y culebras, langostas
y mariposas, y otras cosas que vuelan en el campo. Toda esta caza se la ofrecían viva, y
puesta delante se la sacrificaban. Después de esto, a la media noche, venía uno de los que
allí servían vestido con las insignias del demonio y sacábales lumbre nueva, y esto echo
sacrificaban uno de los más principales que tenían para aquella fiesta; a este muerto
llamaban hijo del sol. Después comenzaba el sacrificio y muerte de los presos en la guerra a
honra de aquel gran ídolo; y a la vuelta nombraban otros dioses por manera de
conmemoración, a los cuales ofrecían algunos de los que sacrificaban […] En aquel templo
de aquel gran ídolo que se llamaba Camaxtli, que es en un barrio llamado Ocotelulco,
mataban cuatrocientos y cinco, y en otro [barrio] que está de allí a media legua, una gran
cuesta arriba, mataban otros cincuenta o sesenta; y en otras veinte y ocho partes de esta
provincia, en cada pueblo según que era; de manera que allegaban el número de los que en
este día sacrificaban, a ochocientos hombres en sola la ciudad y provincia de Tlaxcala;
241 Ibíd.
242 Porro Gutiérrez (cf. El simbolismo de los Aztecas: su visión cosmogónica y pensamiento religioso, SEVER-CUESTA,
Valladolid, 1996, p. 48), indica que en la cosmovisión religiosa de los aztecas había una suerte de sentimiento tan poderoso
como para obligar a estos pueblos a llevar sus convicciones a las «últimas consecuencias». Según su análisis, no sólo debían
los hombres servir a los dioses, todavía se los impelía a que suministraran «sangre y corazones humanos» a fin de mantener
el universo y sus astros en armonía.
83
después llevaba cada uno los muertos que había traído vivos al sacrificio, dejando alguna parte de
aquella carne humana a los ministros, y entonces todos comenzaban a comer ají con aquella carne
humana, que había cerca de medio año que no la comían.243
84
corriendo a perseguir, por el patio y por el pueblo, a los señores y personas
principales.
85
3.2. Necesidad terrena o insinuación de lo divino
Ciertamente, al leer estas descripciones sobre la mies divina pudiera parecer que
están un tanto teñidas del estupor y prejuicios de los autores que las relatan. Sin
embargo, cuando se las compara con los datos de otros cronistas, la iconografía de
sus libros y los códices como se verá posteriormente, similares resultados del
pensamiento teodemonológico en general y del religioso en particular pueden
extraerse de esas fuentes que por fortuna aún existen en el Antiguo y Nuevo
Continente. Referente a los tipos de alimentación y la forma mágicorreligiosa,
especialmente inusual para el sistema religioso de Occidente, en que de ellas se
servían los naturales de las Indias, no pueden quedar de ninguna manera agotados
aquí. La antropología cultural ha hecho, recientemente, interesantes progresos en
relación a otras lecturas posibles de estas expresiones cultuales. Que la satisfacción,
unas veces, y la dificultad, otras, en la consecución de su alimento haya ejercido
una marcada influencia en el establecimiento de un vínculo misterioso con la
ofrenda religiosa, parece ser una consecuencia harto probable. Así podría
entenderse la sentencia de Gerardus van der Leeuw en su Fenomenología de la
religión cuando allí insinúa la existencia de una relación de dependencia recíproca
entre la divinidad y el hombre religioso249. Esta idea resulta, en consecuencia, de
un auxilio no chico en la hermenéutica de las expresiones rituales de los indios
porque en ella podían encarecer sus creencias privativas, las cuales sugerían la
concepción de unos dioses «capaces de dispensar fuerzas mediante una continua
alimentación»250. Por lo tanto, concebido de una manera específicamente religiosa,
debería convenirse con van der Leeeuw en que al don —es decir, cuando al
sustento se lo identifica como regalo de y para la divinidad— le corresponde
«poner en acción el poder mismo de la vida»251 religiosa individual y comunitaria.
86
Si de esta realidad de obligada dependencia, tan cara a la intuición religiosa,
se considera el juego imbricado de los elementos inmersos en el devenir
específicamente sagrado de los mesoamericanos, parece obvio inferir, según se ha
indicado ya, que dichas manifestaciones proceden de una relación más natural y
vivencial con las divinidades y menos moralizadas de las reflexiones teológicas de
los españoles. Es la necesidad de encontrar el sentido vinculante entre las
necesidades terrenas con las exigencias numinosas de lo divino. La expresión
intuitiva de los indios con eso otro que lo trasciende está implicada en su relación
con la naturaleza. Entre los mayas y los nahuas, dice la investigadora de su
pensamiento religioso, Mercedes de la Garza, «la relación del hombre con el
mundo es relación con los dioses, porque el mundo, como un todo espacio-
temporal, es divino»252. No hace falta resaltar la relevancia de esta afirmación. Su
fuerza, empero, se verá aumentada si se atiende a la proporcionalidad que ésta
guarda con las apreciaciones indicadas líneas arriba sobre van der Leeuw y las
insinuaciones de lo divino.
87
puede ni acallar su espíritu religioso, ni ocultar su fascinación, ni dejar de
vilipendiar la profunda e íntima interdependencia de sacerdotes y fieles con sus
dioses. Quizás sea ello, todo de un golpe, lo que les llevó a considerar a sus
divinidades y actos cosas del demonio. El conjunto, entonces, de las expresiones
mágicas y el devenir de las creencias religiosas253 indistintamente quedaron, no sin
conocimiento de lo que hacían, idolatrizadas. Mas, para que se comprenda algo
mejor cuanto se ha enunciado en este lugar sobre el carácter mágicorreligioso de
los naturales y las visiones teodemonológicas arraigadas en las concepciones
cristianas obsérvese las ulteriores descripciones propuestas en el siguiente
capítulo.
253 De la Garza (Ibíd., op., cit.) sostiene que las grandes fuerzas de la naturaleza son, para los nahuas y mayas, también
divinidades. El «Sol, Luna, tierra, agua, viento; algunos animales y productos de la tierra también son deidades, como el
jaguar y el maíz, o son mensajeros de los dioses. Asimismo, el devenir es divino, porque es concebido como ―cargas‖ de
influencias benéficas o maléficas, que los dioses transportan a través del espacio, en un eterno movimiento cíclico,
perfectamente ordenado; así el espacio en su totalidad está impregnado de energías divinas».
88
III. ESTRUCTURA MÁGICORRELIGIOSA
254 : «the Indian world appears to be maintaining its balance, concerned at least as much with internal affairs as with
Spanish-Indian relations, while many preconquest patterns retain their validity» (Nahuas and Spaniards, Postconquest Central
Mexican History and Philology, Stanford University Press, Los Angeles, 1991, pp. 3-4). Si se toma de esto lo necesario para
ilustrar por qué la Iglesia, al tener frente a ellos una poderosa organización religiosa, muy otra de la que les había descrito
Pané en sus dispersos poblados insulares, y sintiendo existía una nueva amenaza a su fe, decidió, tan pronto hubo detectado
su debilidad militar, imponer su pensamiento. Pero, como insinuará asimismo Lockhart —al menos en cuanto se refiere al
siglo XVI y a la idiosincrasia de los mesoamericanos—, los nahuas se propusieron aceptar las nuevas ideas con el fin de
permanecer en las suyas (ibíd., p, 22). Lo menos que se puede inferir, entonces, de las hipótesis de este autor es una enorme
firmeza de los indígenas en sus creencias respaldadas en una no menos bien estructurada reflexión de sus sistemas sociales.
Así, una de las constantes en el Nahuas and Spaniards será la de insistir en que los indígenas pudieron mantener durante
muchas generaciones su antigua identidad cultural. A dichas afirmaciones se puede sumar este concluyente comentario de
Gruzinski acerca del cohesionado sistema mágicorreligioso de Tlaxcala: «Antes de que fueran cerrados los santuarios
indígenas, los franciscanos tuvieron que luchar con la hostilidad del antiguo clero. Uno de los sacerdotes de los templos,
vestido con los adornos y los emblemas de Ometochtli, el ―dios del vino‖, salió un día de su santuario para cruzar el
mercado» (La guerra de las imágenes, p. 68). La muchedumbre parecía atónita frente a la majestuosidad de su sacerdote, quien,
inspirando un profundo respeto, merced, como parece deducirse de la nota de este autor, al poder y misterio de su
sabiduría, seguramente, emanada de los dioses, les instaba a que se mantuvieran firmes en sus originarias creencias (ibíd.).
89
ideas que permitan formalizar un cuadro entre el pensamiento religioso de los
mesoamerindios y sus espacios sagrados. Finalmente, voy a señalar la jerarquía
sacerdotal derivada de la documentación, comparándola con otras fuentes para
demostrar aquella confusión, por parte de los evangelizadores, en la denominación
de oficios y prácticas sagradas entre los sacerdotes amerindios.
255 Langebaek, Carl Henrik, Resistencia indígena y transformaciones ideológicas entre los muiscas XVI y XVII, en
Concepciones de la conquista, Aproximaciones interdisciplinarias, Ediciones Uniandes, Santafé de Bogotá, 2001, p. 302.
256 Ibíd., p. 301.
257 Para una idea más exacta de la postura de este egregio investigador véase, ibíd., loc. cit.
258 Ibíd., p. 290.
90
primeras décadas del descubrimiento y conquista, conforme se dijo—, igualmente
lo juzgaban idolátrico y, para mejor entroncarlo con las herejías domésticas,
diabólico. Estas creencias se supusieron, pues, propiciadas por los demonios; y
cual arroyo que ha de pasar por las duras rocas sembradas aquí y allá en todo el
recorrido de su cauce, fueron todavía no menos dignas de enjuiciamientos
inquisitoriales259, como las tempranas de Zumárraga en los lustros a partir de 1536,
que de condenaciones. Condenaciones que se hacían a semejanza, las más de las
veces, de las cuidadosas y bien maquinadas represiones continentales contra las
herejías.
259 En su obra Zumárraga y la inquisición mexicana, 1536-1543, FCE, México, 1992, p. 75, Richard E. Greenleaf aduce: «A
medida que concluía la década de 1530 el Santo Oficio se interesó cada vez más en el problema de los ídolos ocultos y en la
práctica de la idolatría y de los sacrificios en privado». Greenleaf, hay que subrayar por mor a la claridad, debe referirse a la
acción inquisitorial de los obispos con el beneplácito del Santo Oficio, y no a la presencia de éste como institución ya
establecida, porque aún no existía ella para esa fecha en México.
260 Robbins sugiere que este importante trabajo de demonología «debió su preeminencia sobre otras obras coetáneas a
varias características: en primer lugar, la erudición de sus dos autores, los dominicos Jakob Sprenger (1436-95), deán de la
universidad de Colonia, y el prior Heinrich Kramer (1430-1505); en segundo lugar, a la bula que Kramer logró que
promulgara el Papa Inocencio VIII con el fin de acallar la oposición a la caza de brujas; y en tercer lugar, al detallado
procedimiento de los procesos por brujería, «con el fin de que tanto los jueces eclesiásticos como los civiles conozcan
perfectamente los métodos para procesar, juzgar y sentenciar». Los autores extrajeron gran parte de sus argumentos del
Formicarius (1435) y del Praeceptorium de Johannes Nider, prior de los domonicos» (cf. Robbins, Rossell H., Enciclopedia de la
brujería y la demonología, Editorial Debate, Madrid, 1988, p. 387). Jules Michelet (cf. La Bruja, Akal, Barcelona, 1987, p. 171)
sólo atribuye a los aportes de Sprenger a estos escritos el mérito de haber recogido en un libro toda la literatura de la brujería
endemoniada, convirtiéndola así en la cima de todo un sistema.
261 Éxodo 22, 17, en efecto, en una de sus proclamas ordena al pueblo judío que no ha de dejarse con vida a la
hechicera. Recuérdese asimismo que con no poca frecuencia esta práctica aparece en la antigüedad junto a términos como
magia, adivinación, encantadores y al, igualmente de capital importancia, de sacerdote. Así puede verse en los pasajes,
también bíblicos, Lev. 19, Isa 47, 12; en Dan 2,2; en Miq 5, 11; e incluso en el Ap 9, 21; 18, 23; 21, 8; etc. Santo Tomás parece
insinuar en su Contra Gentiles que no existen sólo los poderes mágicos procedentes de la naturaleza; también los hay de
carácter intelectual o inmaterial.
262 Vitoria, Francisco de, Obras, De la Potestad de la Iglesia, Relación primera, BAC, Madrid, 1960, p. 287.
91
misión que les habían encomendado las autoridades espirituales y temporales. La
teodemonología —elaboración arrancada a los dogmas religiosos griegos y
hebreos—, de la cual estaban imbuidos los predicadores, impedíales peregrinar de
nuevo por algunos de los agrestes senderos del Antiguo Testamento vituperados
por la especulación griega y superados, según la Iglesia, por las doctrinas de Jesús
Cristo y la filosofía patrística263; y así, sólo veían en el sistema mágicorreligioso de
Indias pura idolatría y prácticas demoníacas donde los dedicados antropólogos y
etnólogos han visto otros tantos complejos religiosos semejantes a los de cualquiera
otra civilización con parejas necesidades espirituales.
263 Schaeffler, Richard, Filosofía de la religión, Sígueme, Salamanca, 2003, ofrece una certera idea de la postura teológica
y filosófica del pensamiento Agustiniano relativo a estas doctrinas. «San Agustín —dice este investigador alemán— difiere
en tres aspectos importantes de la filosofía que compartían los neoplatónicos. En primer lugar, pretende evitar la relativa
legitimación del politeísmo y reconocer como religión sólo la adoración de un Dios único, en pleno sentido de la palabra»
(op. cit., p. 31). Luego, esta lumbrera del siglo V d. de C. interpreta las cuestiones del alma en estrecha relación con la verdad
y el amor dándoles un sentido fuertemente religioso. Y en un tercer lugar, «quiere evitar San Agustín que la religión se
transforme en filosofía y, por eso, en la proclamación del mensaje religioso, junto a elementos que «también ha encontrado
en los libros de los platónicos», busca sobre todo elementos que no se hallan ni pueden hallarse en ellos» (ibíd.). Temas estos
de trascendencia capital —porque así fueron trasmitidos hasta los evangelizadores— para comprender la manera en que
entendían las creencias, idolatría y «paganismo» de los naturales como se verá más adelante.
264 Tocante a las manifestaciones de lo sagrado, con su contenido idolátrico, y a las subsiguientes representaciones
que de ellas se hicieron los pueblos, juzga la crítica actual que uno «de los componentes más importantes en el proceso de la
transformación de la representación en un poder independiente fue el uso de representaciones de las representaciones. La
élite religiosa era consciente de que los ídolos eran sólo representaciones de las fuerzas celestiales, pero aun los clérigos y los
hombres sabios cometieron el error de sustitución, que consiste en considerar a las propias fuerzas celestiales como dioses, y
no como intermediarios de la Oscilación de las Edades. La única diferencia entre las masas y los clérigos era que estos
últimos cometieron el error de sustitución en una etapa posterior y atribuyeron menos transparencia a los intermediarios
como representaciones. Las masas se equivocaron en la etapa de los ídolos, al relacionarse con ellos como si fueran fetiches,
aunque sólo eran representaciones de las fuerzas celestiales. Los clérigos se equivocaron con su actitud fetichista hacia las
fuerzas celestiales, aunque éstas sólo eran representaciones de Dios. Puesto que el error de sustitución es la causa de la
idolatría, según Maimónides el propósito de la prohibición de la idolatría consiste en asegurar que no se cometan esos
errores» (Halbertal, Moshe y Margalit, Avishai, Idolatría. Guerras por imágenes: las raíces de un conflicto milenario, Gedisa,
Barcelona, 2003, 11992, pp. 63-64).
92
hierofánticas ora mediante toda suerte de ofrendas, de las cuales ya se dijo algo,
ora a través de cruentos sacrificios —de cuya explicación se hablará
posteriormente—, ya recurriendo a las purificaciones. Estas últimas serán, junto a
las creencias sobre la muerte, el segundo aspecto a discutir en el presente
apartado.
265 Ese efecto en las costumbres religiosas primitivas y de la antigüedad al servicio de la evangelización es acentuado,
exempli gratia, por Durán en sus observaciones sobre las creencias en las purificaciones con el agua. Sostiene este religioso
que a fin de exhortar al pueblo a mostrar cierta devoción y reverencia por este líquido, tan sagrado de suyo en las manos
cristianas, tanto más luego de los sucesos del Jordán, se les inculcaba la creencia de morir en ella. «Lo cual era decirles que
con ella lavan los cuerpos muertos y era así, que era cerimonia suya de, en muriendo cualquiera que fuese, hombre o mujer,
chico o grande, señor o no, rico o pobre, lo primero que hacían en muriendo era desnudarlo en cueros y lavarlo muy bien
lavado y, después de lavarlo, tornarlo a vestir de todas sus ropas y enterrarlo o quemarlo. Y esta causa decían que el agua les
servía para sus muertes» (Historia de las Indias de Nueva España e islas de la tierra firme, Porrúa, México, 1967, t. I, p. 173).
266 Pané, fray Ramón, Relación acerca de las antigüedades de los indios, Siglo Veintiuno, México, 1974, p. 32.
267 Cfr. Rivera Dorado, Miguel, La Ciudad Maya, Un escenario sagrado, Editorial Complutense, Madrid, 2001. Rivera
insinúa que a principios de la Era cristiana debió ocurrir un lento «divorcio ideológico» con la civilización clásica en el
Mayab. A ésta él la considera anclada entre el 200 y 900 d. C. aproximadamente. Y a un periodo todavía más primitivo da un
margen del 1000 al 200 a. C. en la formación de las antiguas poblaciones (op. cit p. 20).
268 El Códice Florentino, cap. IX, refiere que por no quedarle a Motecuhzoma a donde ir ni en donde ocultarse de los
dioses —es decir, de los españoles—, éste maquinó desaparecer en una caverna. A lo cual respondieron sus principales con
la comprensión diciéndole: «‖Sabemos dónde se encuentra Mictlan, la Morada-de-los-Muertos». De esa Morada asevera
Porro Gutierrez que los no escogidos para el paraíso de Tláloc o los enviados al paraíso solar, estaban destinados a parar en
el Mictlán», y éstos eran la mayoría (op. cit., p. 70).
93
ánimas eran inmortales, y que pensaban y gozaban según vivieron»269. Existían
asimismo para dichas almas, nueve lugares en toda la tierra a donde iban a morar.
Se ve de un golpe en estas iniciales anotaciones cómo el hombre espiritual y
religioso de las Indias, proclive a la decisiva incorporación de un lugar al cual
debía ser destinado aquello que no podía ser el término de sus días, asume su
posición frente al más-allá de un modo sorprendentemente similar al de otras
culturas. Aunque, conforme al erudito estudio realizado para la introducción del
Popol Vuh , Dorado Rivera puntualiza que es aconsejable ver en aquel Xibalbá
maya un lugar en donde son recibidas las almas en su final peregrinar, y no un
lugar de transición270, según sucede en el purgatorio cristiano. Algo así como el
Hades de los griegos o el Shéol judío anterior al advenimiento del cristianismo —y
sin la posterior teodemonologización del dogma patrístico—, inframundo donde
estos pueblos han creído que van sus almas en pie de igualdad.
Fuera de todo hombre del día cualquier extravío en sus aproximaciones del estudio
de las ideas y creencias mesoamerindias ―como el que ha originado las opiniones
de los estudiosos que sólo han querido ver fábula en los relatos mitológicos de los
pueblos— al emprender las descripciones trasmitidas por los cronistas, y en las
cuales ellos mismos quedan incluidos271. Pues en esa tónica interpretaron los
269 López de Gómara, La conquista de México, p. 436; en Biblioteca de Autores Españoles, Historiadores primitivos de Indias I,
Atlas, Madrid, 1946, tomo XXII.
270 Cfr. Popol Vuh, Trotta, Madrid, 2008, p. 25.
271 Investigadores atentos a esta problemática son, entre tantos otros, Bolaños, en su obra ya mencionada; Vignolo en
su Cannibali, giganti, e selvaggi, en la cual alude a las exuberantes y desbordadas aproximaciones imaginarias, tan del gusto
de la Edad Media y la Antigüedad, que se pusieron nuevamente de moda en toda la Europa renacentista al contacto con el
descubrimiento de América (cfr. op. cit., p. 141); y muy especialmente Mignolo. Autor que le ha apuntado a una todavía más
acusada interpretación reivindicadora postcolonialista. En el caso de este último investigador, es interesante destacar su
proclividad a un examen histórico que subraye en la teorización postcolonial la negación de la negación de la contemporaneidad,
a diferencia de lo que ocurría a inicios de lo que él llama «early modern/colonial period», esto es, a inicios de la conjunción
del periodo moderno con el colonial. Se presumía, para este periodo, una mayor superioridad en la organización y jerarquía
de las sociedades habida cuenta su trascendencia en el tiempo y a despecho de toda consideración sobre el espacio (Mignolo,
op. cit., p. xii). He ahí el contexto y lugar de enunciación, el de la negación de la contemporaneidad, facilitado por el «early
modern/colonial period», desde donde nuestros cronistas, cargados con el peso demonológico impuesto por quince siglos
de teodemonología, informan al historiador del presente, cuya tarea, adviértase una vez más con The Darker Side of the
Renaissence, ha de enfocarse hacia una teorización postcolonial que niegue «the denial of coevalness» (ibíd.). Magnífico pivote
94
españoles aquellos mitos y creencias del Nuevo Mundo. La advertencia sobre el
desvío en la apreciación de las elaboraciones mitológicas encuentra su razón en el
hecho de que en la piedad la devoción corre pareja con la imaginación, no siendo
de ello excluido pueblo alguno ni hijo de Adán. Por otra parte, y en consonancia
con la especulación de los pueblos, la existencia de una familia supone la autoridad
de unos y la obediencia de otros; análogamente, la presencia de los colectivos exige
a toda sociedad imposiciones jerárquicas. Este bien puede ser el caso de un saber
exclusivo de los señores principales en Indias. Mas cuando ese saber entra en juego
con las creencias y especulaciones sobre la muerte, no puede ocultarse, ha de
concebirse más en virtud de un manejo calculado con objeto de obtener una mejor
cohesión social. En este sentido puede entenderse no pocas de las sentencias de,
por ejemplo, el Darmasastra de Manú, o del Zend-Avesta persa, o las amenazadoras
enseñanzas de los profetas bíblicos, o las de los apocalipsis espurios, apócrifos o
canónicos. Así no resulta incomprensible que en las Indias de los historiadores
cronistas los muertos no se los vea peregrinar en las horas del día, unas veces para
solazarse, otras, para imponer preceptos y transmitir alguna enseñanza a la
comunidad. Si están como recluidos en su última morada, aparecen, sin embargo,
en las tinieblas de la noche, gustando del abrigo de las sombras, entretanto
aguardan el momento oportuno para salir a pasear y disfrutar de algún manjar. En
sus creencias, los amerindios tenían como cosa asegurada que los muertos, a
imitación de los vivos, celebraban también fiestas; por lo que era habitual, de
acuerdo a tales especulaciones, sentírselos en no pocas ocasiones al lado de los
vivos. Una tal concepción inducía a sus sacerdotes a otra certeza: además de
sospechar su presencia, los muertos o sus espíritus podían ser apreciados con otros
sentidos. Con el objeto de identificar si pertenecían a este o al otro mundo los
nigrománticos dirigían su vista y tacto al vientre. La respuesta a los reunidos en
en el cual el autor de la actual investigación descarga el profundo sentido históricosocial de las semejanzas
mágicorreligiosas, con el debido respeto a las diferencias, de los pueblos cotejados.
95
tan curiosa práctica era que el sujeto debía ser del reino de los muertos puesto que
no se lo había encontrado el ombligo.
272
Rohde, Erwin, Psiqué, El culto de las almas y la creencia en la inmortalidad entre los griegos, Editorial Labor, Barcelona,
1973, vol. I, p. 22.
96
una cabeza con largos cabellos»273. Una influencia palmaria se filtra a través de
esas palabras, siendo como es, una forma de establecer el vínculo deseado entre el
mundo de los vivos y las potencias y espíritus mágico-espirituales que el
evangelizador cronista conoce pero niega a los nigrománticos indios.
Tampoco, como se puede observar en la postura de las narraciones, los
cronistas se detenían en aquellos lazos que unían al mito con el sentimiento
religioso, mucho menos con cuanto de ello se podía inferir en conexión con el
desarrollo de un pensamiento indígena. Los indios tenían tal convicción de la
continuidad de la vida de sus difuntos que, como se ha insinuado ya, a éstos no se
los enterraba sin proveerlos de algunas de sus pertenencias con un poco de
alimento para la otra vida274, acaso en la esperanza de no recibir reproches por las
posibles negligencias a sus cuerpos y poder recibir así beneficiosos secretos del
más allá. Landa, de un modo similar al comentario sobre el alma estudiada por
Rohde, asevera, con voz de autoridad presencial, que los indios han creído
«siempre en la inmortalidad del alma porque creían que después de la muerte
había otra vida»275.
Al igual que el alma de Patroclo se le aparecía a Aquiles, es de suponer que
los amerindios también dedujeron de esa inmortalidad de sus difuntos la
aparición, bajo ciertas circunstancias, de algunas de los suyos. Pero, vistas con el
lente medidor de los religiosos, estas creencias fueron objeto de descripciones que
apuntaban más a destacar las funciones demoníacas de sus muertos y de su
presencia invocada en la tierra. Por eso se ve a los misioneros cristianos,
permeando con sus conceptualizaciones teodemonológicas, apelar a toda clase de
artificios en sus descripciones. Su finalidad era insistir —según su visión
idolátrica― en la naturaleza y rasgo demonológicos (distintivos del pensamiento
occidental) de la estructura mágicorreligiosa mesoamerindia. Intolerable, parece, al
aparato religioso de los frailes eran estas creencias. No es que los cristianos
97
tuvieran creencias muy distintas a éstas sobre la muerte. La sentencia de la
resurrección de los muertos en el credo es bien conocida. S. Angus en su
exhaustivo estudio en The Mystery-Religions repite una y otra vez que, desde los
iniciales pasos del cristianismo primitivo, una de los aspectos más importantes en
las creencias de la fe greco-romana era «a profound craving for immortality, the
appetit d’un monde meilleur»276. Y así debió pasar al siglo XVI. Sólo que para el
cristiano del descubrimiento y la conquista éstas ideas sobre la muerte, y sus
múltiples derivaciones tanto religiosas como de índole supersticioso, estaban
reguladas dentro de una teología que occidente concebía superior. Motolinia se
atrevió, de este modo, a sugerir a Europa no confiar en los escritos de los
sacerdotes magos de Indias; porque, en su sentir teodemonológico, de los cinco
libros escritos en figuras y símbolos, únicamente uno de ellos hablaba de cosas
verosímiles, los cuatro restantes habían sido inventados por el demonio277.
De esta manera no sufre ninguna disminución la importancia de los datos
reunidos por Pané, de quien se ha tomado lo esencial de estas noticias, si se
puntualiza que la mayor parte de sus descripciones las refería con base en los
informes aportados por personas que hoy diríamos pertenecen al ámbito de la
cultura popular. Ahí mismo donde se mezclan con la mayor libertad, como es
sabido, el pensamiento sobre las grandes verdades y las elaboraciones
supersticiosas. Y así, a ese nivel, puede acordarse con Pané en que los indios
«quedan engañados algunas veces, que no reparan en esto, y yacen con alguna
mujer de las de Coaybay, y cuando piensan tenerlas en los brazos, no tienen nada,
porque desaparecen en un instante»278. Sin embargo, aquí la lógica obliga a insistir
en la exacta capacidad de los religiosos para ajustar estas creencias al aparato
teodemonológico de su siglo. Pues, en donde esta forma de reflexión entre los
mesoamerindios manifestaba una profunda elaboración psíquica mágicorreligiosa
con sus espíritus —interpretación, con todo, tal vez de una mayor validez que la de
98
la mera superstición—, Occidente elucubraba sencillamente vínculos con los
demonios y ángeles, hasta para explicar debilidades humanas tan rutinarias como
la del sueño279.
Buen cuidado tenían los indios mesoamericanos en distinguir entre el
espíritu que animaba la vida y aquel cuya existencia debía comunicarnos las
asechanzas y amenazas o los encantos y horrores del más allá. Esta tesis puede
argumentarse con la doble denominación que el natural asignaba a estos espíritus.
Cuando se aludía al numen de una persona viva, su espíritu era, o estaba poseído
de, un goeíza; si al de una muerta, era una opía280. Ahora bien, por ser aquellos
espíritus ―goeíza‖ los que se les aparece en aspecto de hombre como de mujer,
debe suponerse que entre los indios existía igualmente la creencia o habilidad de
las apariciones atribuidas a muchos magos de la antigüedad europea; tal es el caso
de Simón el Mago y Apolonio de Tyana281. Númenes a los cuales tanto allí como en
las Indias no pocos hombres han querido combatir. De estos espíritus de los vivos
también afirmaban los indios que se les presentaban en forma de padre, madre,
hermanos o parientes. Todavía en diferentes ocasiones, tomaban otras formas
varias282. ¿Presupone todas estas cogitaciones y ulteriores imposiciones de los
líderes espirituales de Indias una iniciativa hacia un anhelo por conquistar el
279 François Laurent recogió ya desde el siglo XIX algunos detalles de este tipo, tan habituales entre las comunidades
religiosas. Para explicar cuál era la misión del diablo —tomando como base una obra de demonología del siglo XIII incluida
en Pez, Thesaurus Anecdotorum, t. I, P. II, págs. 375ss y escrita por el abad Richalme de Schoenthal, cuya autoridad obligaba a
los filósofos, teólogos y ascetas de los restantes siglos de la Edad Media a servirse de ella—, este autor señala que para esta
época no se debía extrañar «que los actos más sencillos de nuestra existencia física sean el producto de una acción
demoníaca; así, no es otra cosa la tos que la voz de un diablo que llama a otro. Richalme mismo se maravilla de su
descubrimiento: ¡quién lo creyera! dice; casi teme pasar por un hechicero. […] El mal, hasta en sus más insignificantes
manifestaciones, se debe al diablo. […] Los religiosos no atienden a la misa: obra del diablo; se duerme el abad en el coro: es
que una legión de espíritus maléficos le cierra los ojos; le gusta más al abad dormir que leer su breviario: es que Satanás hace
las funciones de Morfeo; son perezosos los monjes para el trabajo: es el diablo quien les impide trabajar; comen hasta tener
náuseas: obra de los espíritus malignos» (Estudios sobre la historia de la humanidad, Casa Editorial y Administración de la
Viuda de Rodríguez, Madrid, 1879, t. II, pp. 864-865). Parecidas sentencias se encuentran en Alberto Magno, Suma Teológica,
parte II, q. 29; Santo Tomás, Suma Teológica, 1 q. 64 a4; q. 111 a2; y en El Martillo de las brujas, II, 1, 15, se falla: «Dios permite
que estos males sean infligidos por los malos ángeles que son los encargados de ellos y otras tareas de este género».
280 Pané, op. cit., p. 33.
281 Eusebio de Cesárea ha trasmitido a la posteridad algunos preciosos datos sobre este eminente sacerdote mago de
Roma de la época de la Iglesia primitiva (cfr. Historia Eclesiástica, II, 13, 1-6 y 14, 1-6), quien, según puede inferirse de las
palabras del propio Eusebio, fue sustituido por Pedro, el cual a su vez estaba «equipado con las armas divinas» (ibíd., II, 14,
6). Cfr., asimismo, en Irineo, Contra las herejías, I, 23, 1-4. Allí afirma Irineo que Simón «fue glorificado por muchos como un
dios, y enseñaba que había aparecido entre los judíos como Hijo que había descendido en Samaria como Padre, y había
llegado a los gentiles como Espíritu Santo». En cuanto al segundo personaje, puede consultarse a Filostrato, Vida de Apolonio
de Tiana, Gredos, Madrid, 1979..
282 Pané, op. cit., p. 33.
99
sentimiento de fraternidad, en ocasiones algo caótico, de una comunidad que
pretendía obtener los más elevados beneficios de sus divinidades? Las tentativas
para explicar estas apariciones conducen, aparte de las elaboraciones psíquicas
mágicorreligiosas ya mencionadas, determinantemente a una propuesta social. Así
se colige del análisis de sus creencias. Así también lo han creído los pueblos
orientales cuando desplegaban sus igualmente majestuosos e intrincados ritos
inspirados en orígenes mágicorreligiosos283 para honrar a sus muertos.
283 Cfr. Enciclopedia de la Biblia, Ediciones Garriga, Barcelona, 1963, en el artículo Muertos, Culto a los.
284 Con respecto al alma Francisco López de Gómara dice que los naturales de las Indias creen en la inmortalidad de
ésta, «empero que come y bebe allá en el campo donde anda, y que es el eco que responde al que habla y llama» (op. cit.,
p.209). (cfr. asimismo Landa, op. cit., p. 60).
285 Jacques Soustelle refiere así la parálisis en el sistema religioso de Indias: «La civilización azteca, aun joven y llena
de energías, apenas había comenzado el trabajo de elaboración y de síntesis de su pensamiento religioso cuando la irrupción
de los europeos interrumpió su desarrollo» (La vida cotidiana de los aztecas en vísperas de la conquista, FCE, México, 1972, p. 74).
Esta hipótesis de Soustelle, la cual no desentona, adviértase, en absoluto con la poderosa especulación del pensamiento
indio, parece, sin embargo, no estar conteste con la teoría postulada por Leon-Portilla en su erudita y no obstante algo
exagerada postura sobre La Filosofía de los nahuatl. Intenta en su obra este autor ofrecer a la comunidad académica por
pensamiento filosófico lo que era en realidad un sistema mágicorreligioso, el cual, hay que insistir en esto, no carecía de
profundas inquietudes por los problemas de la existencia humana y los fenómenos observados, téngase en cuenta, de
manera semejante, verbi gratia, en los escritos cuneiformes acadio-sumerios, en los jeroglíficos y Libro de los Muertos egipcios,
en los Vedas, en el Zend Avesta atribuido a Zoroastro, e inclusive en las epopeyas homéricas y poemas de Hesíodo, cuyos
contenidos muestran no estar lejos de los excelentes e intuitivos análisis de «la rica Colección de Cantares [… y de] esos
pequeños trozos en los que aparecen en toda su fuerza —hasta diríamos que lírica y dramáticamente a la vez— las más
apremiantes preguntas de la filosofía de todos los tiempos» (León-Portilla, Miguel, La filosofía náhuatl, Universidad Nacional
Autónoma de Mexico, México, 1974. P. 57). Que se dé, pues, al pensamiento de las Indias mesoamericanas el epíteto de
filosofía, pudiera conducir más a un desconcierto del real pensamiento y sistema religioso en el Nuevo Mundo del siglo XVI,
a menos que se le esté asignando a dicho concepto la amplitud que le otorga en el día las demás ciencias. Mejor se podría
convenir con el propio León-Portilla respecto a los tlamatinime —«los de los textos nahuas en que se conserva lo más elevado
del pensamiento teológico» de los sacerdotes (op. cit., p. 148)— en que éstos, «tratando de comprender el origen temporal
del mundo y su posición cardinal en el espacio, forjaron toda una serie de concepciones de rico simbolismo que cada vez iban
depurando y racionalizando más» (ibíd., p. 85; la cursiva de la cita no está en el texto original). Dictamen evidentemente más
acorde con los datos ofrecidos por los códices y fuentes de la voz de los vencidos y que aporta un cuadro histórico
desprovisto de prejuicios intelectuales menos distorsionado y más funcional del hombre amerindio frente a su mundo. Ello
es así porque en una sociedad mágicorreligiosa, «las estructuras de tal visión del mundo no permiten orientaciones de acción
que puedan llamarse [exactamente] racionales según los criterios habituales de hoy» (Habermas, Jürgen, Teoría de la acción
comunicativa, Taurus, Madrid, t. I, 1987, p. 76). De hecho, parece válido postular asimismo con Habermas (ibíd., p. 219) —en
el análisis que él hace a la teoría social de Max Weber— la siguiente hipótesis: el mundo de los misioneros,
demonologizado, por sus élites intelectuales, aun en sus especulaciones teológicas y filosóficas, se creía autónomo y en
propiedad de una «emancipación que hace posible una racionalización» y «un cultivo consciente de experiencias en el trato
con la propia naturaleza interna, esto es, la autointerpretación metódico-expresiva de una subjetividad emancipada de las
convenciones cognoscitivas y prácticas de la vida cotidiana». Entender esto es importante, tanto más cuanto que sin tal aviso,
aparte de que se podría salir imponiendo posibles prejuicios intelectuales, se estaría negando al pensamiento especulativo de
las Indias aquello que mejor le identifica. Su índole y originalidad mágicorreligiosa cuyo aparato cultual brilla con luz
propia, esto es, sin necesidad de empotrarle a la fuerza ninguna suerte de filosofía.
100
La actitud frente a esta conciencia de lo socialmente aceptado o no por los dioses,
espíritus o númenes, puede quedar manifiesta o sugerida a través de simples
sentencias, las mismas que por su sencilla adaptabilidad al sentimiento de las
multitudes dejan traslucir las delicadezas de una sociedad que anhela vivir en
común colectivo. Por eso era frecuente oír a los indígenas expresar ideas, ocultas en
sus creencias, tales como que nunca veían aquellos muertos durante la luz del día o
que éstos se les aparecía siempre cuando se encontraban a oscuras o en la noche. A
nadie, pues, se le ocurría andar sin compañía en esas condiciones y si lo hacía, un
secreto terror se apoderaba de él286. La recurrencia a estos estados de ánimo no
sugiere otra cosa. Para los indios aquel temor ya advertía sobre el cuidado mismo
de sus posibles excesos en sus relaciones cotidianas. Así este temor a —y de— la
muerte probablemente también dé, como se ha observado en otras culturas, un
mentís a las exageraciones de algunos cronistas en cuanto a sus relatos de una vida
desordenada entre los sencillos y tal vez pueda justificar más bien una compleja
intuición religiosa de los indios con su entorno.
101
suponía eran los autores de tales engaños288 a fin de obtener sus cometidos. Aquí
la prevención de los cronistas es maravilla. Empero, si se atiende al contexto en el
cual este misionero que se acaba de mencionar reúne sus datos, en donde las
creencias no tenían la cohesión de poblaciones tan compactas y numerosas como la
de los aztecas y los mayas, podrá comprenderse el tono de sus enunciados. Con
todo, según se advertirá al punto, la manipulación de esos supuestos engaños
solían exigir de una grande habilidad del sacerdote o mago; pues sólo él era a
propósito para ejecutarlos, por lo que su conocimiento sobre estas cosas debía ser
igualmente superior al del pueblo sencillo. Sabido es, asimismo, cuán útil ha sido a
las élites religiosas imponer a la grey ciertas restricciones valiéndose de la
estrategia del temor, el miedo y la esperanza. Por tanto, si no se es ajeno a estas
reflexiones del espíritu colectivo de aquellas sociedades sacerdotales, ha de verse
en esas creencias más una estrategia social, tal cual ha llegado a nos la Ley de
Moisés, y menos una desarticulada mezcla de supersticiones. Basta detenerse sólo
un poco en los datos que vienen para comprender algo mejor esta afirmación.
102
embargo, podía hacer cambiar a los indios su pertinaz temor291 al viaje hacia la
otra vida. Pues a la sazón también identificaban la vida con una perpetua masa de
dolores y miserias. No sólo causaba a los indios ese viaje las mayores tribulaciones.
La incursión en este mundo de una nueva vida, y determinada por tantas
amarguras y penalidades, no les pasaba tampoco desapercibida. De acuerdo a
Sahagún, cuando nacía una nueva criatura, decretaba solemnemente la partera:
«habéis venido a este mundo donde vuestros pariente viven en trabajos y en
fatigas, donde hay calor destemplado y fríos y aires, donde no hay placer ni
contento»292. El historiador cronista de Indias no se limita a describir ese
sentimiento de los naturales, es posible entrever en sus palabras aquel sentimiento
teodemonológico que ha hecho del cuerpo la prisión del alma y de la conciencia de
tal dicotomía el anhelo y aspiración a la amistad con las divinidades. Justamente
con este sentimiento e influencia platónica que de un modo parejo recogiera la
mística del Siglo de Oro español, filtra fray Bernardino en su relato, también sobre
las creencias en torno a la muerte, la recurrente ideología de la fe monástica,
poniéndola ahora en las testas de los naturales. Insiste su Historia general de las cosas
de Nueva España en las fatigas que nos produce el sol, la inclemencia de las heladas,
el padecimiento de incontables hambres, todos los cuales males «afligen y
angustian nuestros miserables cuerpos hechos de tierra»293. Realidad que, por otro
lado, deja abierta la posibilidad de ver, asimismo, el motivo y la forma en virtud
del cual los mesoamerindios, de acuerdo a la percepción de Sahagún, se esforzaban
por satisfacer a sus dioses en sus rituales con el objeto de sortear todo tipo de
penalidades. Porque eran hijos del sol y de la tierra, dice más adelante como
resumiendo una hermosa síntesis de gratitud y honradez mágicorreligiosa, a fin de
soslayar los males del grupo social y atraerse el favor de los dioses, a los varones se
los avisaba e instruía no menos en el servicio divino y social que debían prestar
291 Landa lo confirma: «Tenían mucho, excesivo temor a la muerte y lo mostraban en todos los servicios que a sus
dioses hacían no eran por otro fin ni para otra cosa sino para que les diesen salud y vida y mantenimientos. Pero ya que
venían a morir, era cosa de ver las lástimas y llantos que por sus difuntos hacían y la tristeza grande que les causaban» (op.
cit., pp. 58-59).
292 Sahagún, op. cit., p. 383.
293 Ibíd., p. 182.
103
hasta dar su vida en las guerras que en el estar preparados para ser sacrificados a
las divinidades294.
104
Es muy probable, en todo caso, que estas creencias mágicorreligiosas sobre
la muerte y los males a ella asociados les provinieran, además de su intuición del
mal, de las conscientes manipulaciones del contagio simpatético298 empleadas en la
misma fabricación de sus representaciones divinas: los ídolos. Varia en sumo
grado era la multiplicidad de éstos. Y dentro de esa cosecha de ídolos, llamados
cemíes entre los naturales y demonios por los piadosos tonsurados, en algunos de
ellos, abundantemente elaborados de piedra o madera, se insertaban «los huesos
de su padre, y de su madre, y parientes, y de sus antepasados» 299. Acción ésta que
resultaba no menos ventajosa que proclive tanto para evhemerizar la sagrada o
gloriosa vida de sus titanes ancestros, cuanto para mortificar al sugestionado
deudo por sus aberrantes inequidades con aquellas divinidades-ídolos así
empotrados.
298 «Si analizamos los principios del pensamiento sobre los que se funda la magia, sin duda encontraremos que se
resuelven en dos: primero, que lo semejante produce lo semejante, o que los efectos semejan a sus causas, y segundo, que las
cosas que una vez estuvieron en contacto se actúan recíprocamente a distancia, aun después de haber sido cortado todo
contacto físico. El primer principio puede llamarse ley de semejanza y el segundo ley de contacto o contagio» (Frazer, James
G., La Rama Dorada. Magia y religión, Fondo de Cultura Económico, México, 2003, pp. 33-34). Que los naturales de las Indias
del descubrimiento y conquista recurrían a tales operaciones de funcionalidad estrictamente mágicas, viene a confirmarlo
las noticias de Pané sobre la incrustación de los huesos a los ídolos. Mas para borrar todo resto de perpleja actitud en la cara
del benigno lector, traigo las palabras de otro historiador-cronista del siglo XVI. Dominico de escuela, fray diego Durán
tomó buena nota de tan fundamental asunto
299 Pané, Op. cit., p. 35.
300 Es Cristóbal Colón, quien en su carta anunciando el descubrimiento del Nuevo Mundo, alerta de la presencia del
grosero procedimiento del cual se valían, en las casas donde guardaban los ídolos, algunos supuestos religiosos nativos
confabulados con algún principal para timar a las gentes. «Sucedió —cuenta Colón— que en una ocasión, teniendo
sospechas de nosotros [los caciques], entraron los cristianos con ellos en dicha casa, y de pronto el cemí gritó fuerte y habló
en la lengua de ellos. De lo que se descubrió que era fabricado artificiosamente, porque, siendo hueco, tenían acomodada a la
parte inferior una trompa o cerbatana, la cual salía a un lado oscuro de la casa, cubierta de hojas y de ramas, donde estaba
una persona que hablaba lo que el cacique quería que dijese, cuanto se puede hablar por una cerbatana. De donde los
nuestros, sospechando lo que podía ser aquello, dieron con el pie al cemí y encontraron ser lo que he narrado. El cacique,
105
explotación de los píos. Ni se ha de admitir a pie juntillas, tampoco, que todo el
aparato mágicorreligioso de las Indias en sólo esto consistía. Las imposturas, las
más de las veces parejas con el devenir del sentimiento y la especulación religiosos
de la mayoría de los pueblos, aparecen sin cuento en las fuentes escritas y
arqueológicas de todo tiempo y lugar. De esta manera, la bellaquería, de por sí ya
desbordada de los límites de la sana comunión social, no supone la sacralidad.
Que estos timos eran de igual forma positivamente descubiertos hasta por
los propios indios merced a su capacidad de discernimiento301 y que en ocasiones
no quedaba impune su osadía, reclama nuevamente las palabras de Pané bajo su
mirada occidental y cuyo punto de vista reflejaba de maravilla el de su institución.
Narra este religioso que el behique, en su función de médico y a quien es llevado
cuantos se enferman, debe purgarse aspirando cohoba, sustancia en polvo muy
común entre los naturales. Absorbida la cual, creían estas gentes, tanto el paciente
cuanto el médico habían de guardar cierta dieta. Sólo cuando el nigromántico ha
consumido dicha sustancia, y ésta causado su efecto operante, dispónese aquél a
viendo que los nuestros habían descubierto la cosa, con gran instancia les rogó no dijesen nada a los indios sus vasallos ni a
otros, porque con aquella astucia a todos los tenían en obediencia. De esto podemos decir que haya algún color de idolatría,
al manos en aquellos que no saben el secreto y el engaño de sus caciques, pues creen que el que habla es el cemí, y todos en
general son engañados, y sólo el cacique es sabedor y encubridor de la falsa credulidad por medio de la cual extrae de su
gente todos los tributos que le parece» (Carta de Colón anunciando el descubrimiento del Nuevo Mundo, circa 1496. En Pané, op.
cit., p. 89
301 No estará por demás recordar aquí en lo tocante a esa capacidad de discernimiento y al significado que las
creencias y pensamientos de los indios tenían en su propio sistema religioso y sus mitos, la excelente tesis desarrollada por
Lévi-Strauss en todos los aportes que hizo al pensamiento salvaje. Mantiene el erudito Antropólogo que en los procesos de la
civilización, «consideraríamos así acumulativa toda cultura que se desenvolviese en un sentido análogo a la nuestra, es decir,
cuyo desarrollo estuviese dotado para nosotros de significación. En tanto, las otras culturas nos parecerían estacionarias, no
necesariamente por serlo sino porque su línea de desenvolvimiento no significa nada para nosotros, no es medible en los
términos del sistema de referencia que utilizamos» (Antropología estructural, Mito, sociedad, humanidades, Siglo XXI, México,
1983, pp. 318-319). La cursiva es del original. Pese, pues, con todo, a los abusos, está claro que en una gran parte de las
operaciones mágicas descritas por Pané y, como tendremos ocasión de apreciar todavía adelante con los códices y otros
cronistas, había ciertas materias del sistema que muchos europeos estaban midiendo con un sistema de referencia
equivocado. Además, y habida cuenta de las intuitivas observaciones de El pensamiento salvaje, las descripciones de
conocimiento de los médicos sobre el manejo de plantas y toda suerte de sustancias suscitan una explicación: «Es claro que
un saber desarrollado tan sistemáticamente no puede ser función tan sólo de la utilidad práctica» (Lévi-Strauss, Claude, El
pensamiento salvaje, FCE, México, 2006, p. 22). Pues las cosas tienen su sentido cuando se las interpreta desde su lugar de
enunciación; por cuanto si se las midiera, como de facto se hizo con el lente demonológico de los frailes, quienes distinguían
muy poco o nada entre aquellos abusos y el saber mágicorreligioso de los médicos y magos mesoamericanos, «el orden
entero del universo [sagrado de estos últimos] quedaría destruido» (Lévi-Strauss, op. cit., p. 25). Ello es de este modo porque
en el sistema en que operaban los brujos y hechiceros indígenas todo efluvio e influencia era mágico y sagrado. Y, en este
sentido, el pensamiento mágico es un sistema tan coherente y completo como cualquier otro; él constituye, ciertamente, un
todo articulado (ibíd., p. 30.) y no admite ningún reduccionismo ni descalificativo por parte de los filtros cristianos con los
cuales se transcribieron en las crónicas. Véase en esta misma línea de pensamiento el desarrollo de esa idea emparentada con
los conceptos de estructura, duraciones, periodos y épocas, en Ricœur, Paul, La memoria, la historia, el olvido, Trotta, Madrid,
2010, pp. 206-208, y en particular la nota 18, p. 207, en donde pone de manifiesto, precisamente, el filtro a través del cual ve
Pané la comunidad que describe: su despreocupada postura de sentir que habla en nombre del progreso teológico-filosófico.
106
obrar sus oficios afirmando «que habla con los cemíes, y que éstos les dicen que de
ellos les ha venido la enfermedad»302. Si el enfermo moría, si deseaban traerle el
mal a alguna persona o si querían vengarse de algún médico que consideran
incapaz de salvar la vida de un enfermo, suelen sus dolientes extraer un jugo de la
hoja de güeyo el cual combinan con una mezcla de polvo elaborado de unas y
pelos del propio muerto. Pero de todo ello la cosa más extraordinaria para el oído
de hoy, que no para el del siglo XVI, es que al preguntar el médico si está vivo, «él
responde que está muerto»303. Aunque las más de las veces estas gentes temen y
tienen en mucho a estos magos nigrománticos, ha de advertirse que no quedaban
sin castigo304. Se recurría mayormente al palo. Donde el palo, empero, no acababa
con la vida del médico, por creer ellos cuando el nigromántico les decía que los
ídolos en forma de culebras lo habían asistido reparándole incluso los huesos rotos,
se apresuraban a cercenarle sus partes pudendas. Y así justifica Pané que «ninguno
de estos médicos puede morir por muchos palos y golpes que se le den si no le
sacan los testículos»305.
107
los augurios causaran gran expectación entre el pueblo […] La existencia de
hechiceros y magos, con sus prácticas […] e interpretaciones, no podían pasar
desapercibidas en un grupo humano tan temeroso de la influencia de destino y tan
supersticioso»306. Una hipótesis, en suma, ha de estar quedando clara hasta el
momento, de acuerdo a la interpretación de las descripciones tal cual las
construyeron los cronistas a partir de los códices e informantes indios: el
pensamiento demonológico europeo se estaba aprovechando de estas
circunstancias sociales para elaborar su discurso de poder y «poder» recurrir a
cualquier medio con el cual intentar borrar tanto aquella vigorosa estructura
religiosa de los indios cuanto su influyente pensamiento y sabiduría. Aunque la
mayor parte de las fuentes hablan de una supresión del pensamiento indígena
mediante la quema y desaparición de documentos y sacerdotes, parece más
sensato afirmar con Gruzinski que se trataba mejor de una colonización. Hay más:
como sugiere cuanto se ha dicho ya sobre las ofrendas y lo que habrá que
explicarse todavía sobre el saber de los sacerdote magos, podría inclusive hablarse
de la intensión por parte del cristianismo de querer reservarse el conocimiento
exclusivo de la sabiduría divina, en tanto que confirmaba en sus propias teorías,
conservadas a través del platonismo y el judaísmo, el sistema teodemonológico con
las creencias de los sacerdotes naturales; mas estas afirmaciones pertenecen al
reino de las hipótesis, en espera de más profundos estudios sobre la materia.
108
fuerza enunciativa, sobre todo, de estos saberes y manifestaciones formadas allí
donde se asienta precisamente el sentido religioso, aquellas ideas poco más o
menos animistas y fetichistas307 con las creencias extraídas a otra documentación
que revela un mejor amplitud en el estudio de esas reflexiones.
307 No estará por demás recordar aquí el sentido social, etnológico y antropológico de estos conceptos. Sólo de esa
manera puede evitarse las apreciaciones, igualmente trasnochadas, de carácter peyorativo; acercamientos caros a esa historia
preocupada más por las conceptualizaciones positivistas temporales y no de aquella que se ocupa del funcionamiento y
estructura de los tejidos sociales en su tiempo y contexto.
308 Sahagún, op. cit., p. 191.
109
intercesión directa con la divinidad y que recuerda la familiaridad de los
sacerdotes de Pané con los espíritus de los muertos. Informa el tonsurado cómo los
señores y principales confiaban sus hijos a los sacerdotes, ofreciéndolos al dios
Quetzalcóatl para que se les educara tal cual correspondía a los nobles «en la casa
de Calmécac, que es la casa de penitencia y lágrimas donde se crían los señores
nobles»309. A esta petición de los principales respondían los sacerdotes310 que no
era a ellos a quienes se debía hacer tal ofrenda sino al dios311 Quetzalcóatl: «él sabe
lo que tiene por bien de hacer de vuestra piedra preciosa y pluma rica [el hijo], y de
vosotros sus padres»312. No hace falta prolongar más estas observaciones de
Sahagún. Su actitud frente a los profundos conocimientos religiosos de los
naturales salta a la vista; el punto de partida alusivo a los fenómenos sagrados que
lo distancia de las apreciaciones de Pané es el de un iniciado de primer grado con
relación al entre algunas religiones mistéricas séptimo y último de su maestro
convertido en mystos. Tan pronto fray Bernardino denuncia, y sospecha, aquel
íntimo religare del hombre religioso con la divinidad, el monje de San jerónimo
simplemente anteponía mucho de su propia comodidad fabulesca a toda
consideración religiosa del indígena; empero, anota el más virginal trato entre las
creencias y los objetos de culto. Es verdad que entre los evangelizadores enviados
al Nuevo Mundo había acusadas diferencias en su misión y educación. La manera
de relatar sus crónicas ofrece una acusada evidencia. No se crea tampoco, inducido
mediante el engaño de su reconocida erudición, que Sahagún pertenecía a la élite
intelectual de los teólogos y filósofos de la Iglesia. Si así fuera, habría omitido
seguramente el tono mitológico legendario del cenáculo de dioses para el reparto
del mundo. Está claro pues que tanto el sentimiento de la muerte como aquel
intento por explicar el origen y vínculo con los espíritus-dioses, una de las
110
características fundamentales del mago, aparece intrínsecamente asociado a las
especulaciones y saberes del sacerdote. Lo denuncia, no de otro modo, y casi en
igual proporción, el ritual de la Iglesia; de donde perece admisible el
pronunciamiento actual de la crítica filosófica a la teología, reafirmando, según se
ha insistido ya, las preocupaciones de Pannenberg, referente a la urgente necesidad
de plantear un sincero diálogo entre ambos saberes.
111
de las ánimas316 —esto es, el bautizo— y buena vida, era la clave para «conseguir
la gloria que ellos esperaban, en la cual, según en la de Mahoma, habían de usar de
manjares y bebidas»317. Ninguna maravilla. Pues sea como quiera que fuere, estos
datos de Landa sugieren que la simpatía a las bebidas de estos pueblos no era un
caso atípico ni en la geografía ni en la historia universal. Sí ha de resaltarse,
empero, que estos bautismos sólo se celebraban cuando el niño adquiría la edad
de doce años. De tratarse de un varón, desde los tres años se lo suministraba una
«contezuela blanca» de señal pegada en la coronilla; si de una jovencita, se la
ceñían «abajo de los riñones con un cordel delgado y en él una conchuela asida,
que les venía a dar encima de las partes honestas»318. Allí debía permanecer hasta
al día del bautizo. Día a partir del cual debían estar igualmente preparados para
casarse en el momento en que sus padres así lo dispusieran.
demonio, su colombroño, Diego Durán, añade a estas creencias: al finalizar uno de sus sacrificios, «salían todos a aquella
mesma hora del templo, íbanse a una lagunilla que tenían hacia la Veracruz, que tenía por nombre Ezapan, que quiere decir
―agua sangrienta‖, y allí se lavaban de aquella sangre que se habían puesto en las sienes y lavándose como hombres
inmundos de las culpas que aquel día habían cometido», regresábanse al templo (Historia de las Indias de Nueva España e islas
de la tierra firme, Porrúa, México, 1967, t . I, p. 54).
316 Durán proponía, con respecto a la antigua piedra de los sacrificios, un uso al servicio del Dios cristiano que en
lugar de ser «pila de sangre humana, sacrificada al demonio, sea agora pila del Espíritu Santo, donde se alimpien las ánimas
de los cristianos y reciban las aguas del bautismo» (op. cit., t. II, p. 189).
317 Landa, fray diego de, op. cit., p. 44.
318 Op. cit., p. 44.
319 Ibíd., p. 73. Fray Diego de Landa dice, ocupándose de estos chaces, que el sacerdote y los principales «hacían una
fiesta que llamaban Ocná, que quiere decir renovación del templo; esta fiesta la hacían en honra de los chaces que tenían por
dioses de los maizales».
112
conforme se dirá del saber sacerdotal, de las divinidades fenoménicas, deja
entrever aquella compleja estructura religiosa cuya realidad histórica es pretensión
de este trabajo reconocer.
113
señor en tiempo de Moteccuzoma»322, afirma Sahagún. No causa, pues, ninguna
maravilla que, después de esos detalles sobre un ritual mágico tan afín a los
exorcismos practicados en el seno de la misma Iglesia, estas ricas ceremonias
hayan sido combatidas. Los religiosos, verosímilmente, conocían de usanzas
parejas empleadas para evitar los ataques del demonio. Y aun, quizás, sabían
asimismo del efecto de los portentosos ungüentos, polvos o medicinas que, como
el cihom y copó, alejaban y purificaban no menos al cuerpo que a los entornos de
males sin cuento, físicos y espirituales. Sin embargo, para la concepción de los
espíritus, de lo sagrado y todavía de la forma en que se los debe tratar, los
sacerdotes indios parecían estar más confiados, según se ve en la variedad de
sustancias para el ritual purificador, al auxilio de elementos producidos por y
extraídos a la misma naturaleza, que a las simples oraciones. Recurrir a la plática
con los dioses y espíritus estaba entre las estrategias del rito. Pero ésta sin el directo
amparo de las sustancias ―mágicas‖ —maíz e incienso en el presente caso— no
tenía ningún sentido práctico en las sagradas ceremonias. De un modo u otro, el
uso de la palabra y las oraciones, tan queridas a la liturgia cristiana, parece estar en
un plano muy secundario entre aquellos saneamientos físico-espirituales.
Se sabe que en estas fiestas, una vez el demonio ha sido mandado al diablo,
los magos ofrecían un extenso ritual en el cual, en primer lugar, el sacerdote
operaba una especie de santiguamiento con su hisopo y bendecía por medio de
oraciones a los chicos. Motolinia, a diferencia de Landa, atestiguaba en 1536, año
en el cual escribía el Tratado II de su Historia de los indios de la Nueva España, que en
otra época, en diversas regiones de México y Tezcuco a los niños los bañaban a los
ocho o diez días de nacidos, y que cuando eran bañados se les ponía «una rodela
pequeñita en la mano izquierda, y una saeta en la mano derecha; y a las niñas
daban una escoba pequeñita. Esta ceremonia parecía ser figura del bautismo, que
los bautizados habían de pelear con los enemigos del ánima»323. Si se compara esta
114
descripción con la que acaba de ser analizada algo más arriba, se observará de
inmediato que en ésta el propósito de fray Benavente, aunque subraya la lucha del
individuo con los males ocasionados por las divinidades, lleva un acusado interés
supersticioso. En tanto que aquélla señala punto por punto los detalles de un
verdadero ritual pleno de contenido mágicorreligioso.
324 Durán, Diego, Op. cit., t. II, p. 318. Los ancianos, cuenta este cronista, que se hacían respetables por su
conocimiento y sabiduría, eran los responsables de educar a los chicos hijos de los principales.
325 Landa, Diego de, Op. cit., p. 46.
326 Ibíd.
115
llavádoles sus madres para brindar, enseguida, lo que les quedaba a sus
divinidades, no sin ofrecérselas con las más devotas plegarias.
116
planteamiento de estos propósitos eclesiásticos originados a mediados del siglo XV
y que luego se aplicaron a las Indias, se percataba de las intenciones de la Iglesia
sobre esta forma de evangelizar. Declara exactamente el autor que «a partir del
Jubileo de 1450, los intelectuales humanistas al servicio del papado identifican tres
elementos fuertes, alrededor de los cuales elaboran la propaganda oficial y
organizan una puesta en escena suntuosa para hacer vibrar los espíritus y los
sentidos de los peregrinos, en un recorrido de significaciones simbólicas y
emociones místicas»331.
331 Vignolo, Paolo, Nuevo Mundo: ¿Un mundo al revés? Las antípodas en el imaginario del Renacimiento, en Revista El
Nuevo Mundo, problemas y debates 1, Universidad de los Andes, Bogotá, 2004, P. 45.
332 Rivera Dorado insiste con acusado tino en la influencia que la religión ha debido ejercer sobre la economía
primitiva (Rivera Dorado, Miguel, La Ciudad Maya, Un escenario sagrado, Editorial Complutense, Madrid, 2001, p. 24).
333 Ibíd. Asimismo dice este autor: «Las actividades económicas estaban sacralizadas desde el momento en que la
religión se involucraba en su puesta en marcha y su desarrollo. En el Códice Tro-Cortesiano, aunque de fecha tardía,
podemos ver algunos cultos relacionados con la producción de miel» (ibíd., p. 25).
117
no tener «memoria de sus fundadores, y que en uno de ellos, a instancia de los
indios, se pobló un monasterio el año de 1549, que se llama San Antonio»334. Del
templo mayor, Cuculcán, empero, dicen los pobladores de Chichenizá, fue fundador
el grande señor de los Yzaes quien ostentaba ese mismo nombre. Este señor «fue
tenido en México por uno de sus dioses y llamado Cezalcuati y que en Yucatán
también lo tuvieron por dios por ser gran republicano» 335. Importa insistir en el
acusado evemerismo presente en estos datos, derivado de las mientes de no pocos
evangelizadores336 que, por cuanto puede inferirse de las antecedentes líneas, no
ha incubado sólo en las testas europeas y sí se ha dado en los procesos de
mitologización en la mayoría de los pueblos. Así pues, Cuculcán empezó a poblar
lo que en tiempos de Landa, según dice él mismo, se llamaba Mérida. Hizo
construir, este gran señor, otros templos alrededor337, edificando casas para los
distintos señores principales y repartiendo la tierra según el linaje de las personas.
«Cuculcán puso nombre a la ciudad, no el suyo, como hicieron los Ahizaes en
Chichenizá, que quiere decir pozo de los aizaes, mas llamóla Mayapán que quiere decir
el pendón de la Maya, porque a la lengua de la tierra llaman maya; y los indios
llaman Ychpa (a la ciudad), que quiere decir dentro de las cercas» 338. Mayapán, de
acuerdo a la cronología de los indios, dice Landa339, debió haberse despoblado
hacía unos ciento veinte años.
118
y toda la Mesopotamia sumerio-acadia con sus Ziggurats341, y si se está,
obviamente, conteste con las noticias de los historiadores antiguos, el primero de
estos religiosos ofrece, en calidad de testigo ocular de los templos aztecas, una
detallada descripción de cómo los naturales adornaban primorosamente a dos de
sus principales dioses, Huitzilopochtli y Tláloc, los mismos cuyas suntuosas y
reverenciadas figuras mantenían los indios dentro de sendas cámaras en lo más
alto del Templo sagrado de Tenochtitlan-México342. «Estas piezas estaban en la
cumbre del templo, que para subir a ellas había ciento y veinte gradas»343, sostiene
el bien avisado dominico. Creían tanto en el poder y los efectos de estas dos
divinidades que ambas debían permanecer muy cerca una de la otra y sus
aposentos contaban con una variopinta colección de efigies, sirviendo, algunas de
ellas, de candelabros unas veces, otras, de esquineros344; pero, ante todo, su
servicio obedecía a la idea de brindar eterna y constante reverencia a los dos
númenes anteriores.
341 Si bien el pensamiento mágicorreligioso babilónico relacionado con estas torres hacía del templo instalado en el
último de los siete pisos del edificio un lugar, asimismo, exclusivamente para los dioses, la diferencia con el templo de
Durán es la de un acto performativo cultual entre el fiel y el dios-ídolo representado en la imagen. Herodoto ofrece un
detallado fragmento en el cual se sugiere la presencia en el Ziggurat de los dioses en carne y hueso atendidos por una
hieródula.
342 Templo en cuya interior cúspide, insinúa el estudioso de la historia y la música prehispánica Samuel Martí, se
realizaban ciertos cantares herméticos a las divinidades (Canto, danza y música precortesianos, FCE, México, 1961, p. 133).
343 Durán, Op. cit., p. 19.
344 Ibíd., p. 20.
345 Mircea Eliade, en su obra Lo sagrado y lo profano, señala que el espacio no es homogéneo en el hombre pío (op. cit.,
p. 25). El sentimiento religioso permite diferenciar aquellos lugares consagrados con una significación particular en donde la
divinidad ha hecho presencia, en cualquiera de sus manifestaciones, de aquellos a los cuales no se ha dado ninguna
estructura ni consistencia. Dichas manifestaciones hacen que haya «porciones de espacios cualitativamente diferentes» unos
de otros. «Por el contrario, para la experiencia profana, el espacio es homogéneo y neutro: ninguna ruptura diferencia
cualitativamente las diversas partes de su masa» (ibíd., p. 26). Ahora bien, «el umbral que separa los dos espacios indica al
propio tiempo la distancia entre los des modos de ser: profano y religioso. El umbral es a la vez el hito, la frontera, que
distingue y opone dos mundos y el lugar paradójico donde dichos mundos se comunican, donde se puede efectuar el
tránsito del mundo profano al mundo sagrado» (ibíd., p. 28). Y más adelante (pág. 29) afirma: ya «en el interior del recinto
sagrado queda trascendido el mundo profano. En los niveles más arcaicos de cultura esta posibilidad de trascendencia se
expresa por las diferentes imágenes de una abertura: allí, en el recinto sagrado, se hace posible la comunicación con los
dioses; […] El templo constituye, propiamente hablando, una «abertura» hacia lo alto y asegura la comunicación con el
mundo de los dioses».
119
brazas en cuadro» y en su mismo interior contenía muchos edificios y torres
desiguales en altura, de las cuales la más alta, ubicada en el centro del complejo,
estaba dedicada a Huitzilopochtli. Cada una de las demás torres estaba dedicada a
un dios346. Incluso las divinidades cautivas ocupaban su sitio en el interior de
estos edificios. Constata Sahagún en su relación de los templos de México que en
una de aquellas construcciones, la decimocuarta, llamada Coacalco, tenían
encerrados a todos los dioses que habían tomado en las guerras con otros
pueblos347. Latrocinios divinos asaz frecuente, por lo demás, en estas landas.
120
cercanos unos de otros, vinculados con el Pozo de los sacrificios. La fuente más
adecuada aquí es nuevamente el obispo de Yucatán, Diego de Landa. Con su
magistral pluma, el cronista se da a la tarea de guiar casi de la mano al
investigador de estas curiosidades desde el Templo mayor de Chichén- Itzá, —
pintándolo rodeado de otros hermosas construcciones y erigido con accesos
escalonados por cada costado del edificio como cual Jano (no de dos sino de cuatro
rostros) disponiéndose a contemplar «las cuatro partes del mundo»350—, al Pozo
de los Sacrificios. Separaba el templo por el lado del norte y dicho pozo, dos teatros
en donde se divertía al pueblo con representaciones de farsas y comedias. Y del
frente del patio de estos teatros, a una distancia de «dos tiros de piedra» se hallaba
el tal pozo. Tiene éste «más de siete estados de hondo hasta el agua y mucho más
de cien pies, hecho redondo en una peña tajada que es maravilla»351, apunta el
religioso en un tono que remite inmediatamente a pensar en aquella experiencia
del arte iconográfico y construcciones de templos de la Iglesia misma. Para nadie
es desconocida la inspiración recibida por el espíritu humano, y no menos al del
profano que al del consagrado a las especulaciones de las hierofanías, cuando
presencia la fascinación de una intencionada disposición de los lugares, ora sean
templos, montañas o cualesquiera otro, ora se trate de representaciones de esas
propias manifestaciones divinas. Del asombro, entonces, de las magnífica
estructuras y monumentos, y aun de las divinidades a ellos asociadas, que el
pensamiento eclesial advirtió en los espacios sagrados de la Mesoamérica, es
preciso inferir lo que maravillarse y representación significan tanto en las mientes
de los sacerdotes europeos como en la de los sacerdotes magos de Indias. Puede
hallarse tal sentir enunciado con las provocativas palabras de Jack Goody en su
alusión a las imágenes y arquitectura religiosa del cristianismo, a través de cuya
semejanza con la belleza de las cosas naturales de este mundo podemos percibir la
121
idea de Dios: «leur beauté a valeur anagogique pour la pensée»352 (su hermosura
tiene todo un valor anagógico para el pensamiento). En donde ἀναγωγή no difiere
en absoluto de la connotación conferida en la Antigüedad y la Edad Media; a
saber, infundir la elevación del espíritu sapiente a razón del objeto representado
hacia el conocimiento de la divinidad. Los monumentos sagrados pintados por
Durán, Sahagún y Landa estaban, pues, cargados de toda una resonancia
intelectual pareja a las elaboraciones europeas. Una sola diferencia es sana acotar.
Coincidiendo con el alto vuelo de la formación de la Paideia, es de rigor dejar claro
que «los profundos problemas que resolvieron aquellos pueblos [a los cuales
puede unirse los narrados en las noticias de estos frailes], de un modo
completamente distinta que los griegos, mediante sus mitos relativos al nacimiento
del mundo y las historias de los dioses»353, revelan la expresión de un igual anhelo.
Sobre estas evidencias del saber estructurado de la Nueva España representado
ahora en sus espacios sagrados, templos e imágenes, según se verá más adelante,
parece ―si se recuerda la consigna del control sacerdotal judeocristiano respecto a
la impracticabilidad de dividir la autoridad en dos poderes— no quedar otro
camino a la ortodoxia occidental que atender menos a una «cohabitación
plurisecular» y emprender con mayor rigor la «destrucción y reconstrucción»354,
suficientemente conocidas de todos, por parte de los españoles.
352 Cfr. Goody, J., Icônes et Iconoclasme en Afrique, en revista Annales, ÉconOmies Sociétés Civilisations, 46e ANNÉE — No
6, Novembre-Décembre, Paris, 1991, p. 1243
353 Jaeger, Werner, Paideia: los ideales de la cultura griega, Fondo de Cultura Económica, México, 1962, p. 155
354 Estos conceptos se han tomado del análisis que Bartolomé Bennassar hace al trabajo histórico de Nathan Wachtel,
en la revista Annales, Éconimies Sociétés Civilisations, 46e ANNÉE — No 6, Novembre-Décembre, Paris, 1991, p. 1456.
122
diabólica señalada por Langebaek de los españoles desde alrededor de 1530, en
tanto que para los naturales significaban los espacios, proporcionados por la élite
sacerdotal, para la perfecta orientación, comunicación y abrigo de sus divinidades.
Adicional a esto, si se ha prestado la suficiente atención a la manera en que se ha
venido reconstruyendo la concomitancia del entramado templos-dioses-creencias-
rituales, es menester subrayar la impresionante perplejidad con que la estructura
misma de los espacios y usos socioculturales de los indios afecta la mentalidad de
los frailes. De suerte que unas veces suscita una imagen grandilocuente de aquellos
lugares-templos que describen, y otras, encuentran en esa misma magnificencia la
mano inficionada de Satanás. Es, sin duda, en esas noticias que pueden los
estudios postcoloniales comprender por qué algunos de los religiosos se aplicaron
con verdadero apasionamiento a la investigación de las prácticas mágicorreligiosos
de estos pueblos. Muy pronto, empero, como desmesmerizados por el látigo de la
intolerancia inquisitorial, fueron reanimados del letargo espiritual que les había
ocasionado tal esplendor de los templos y rituales mesoamerindios, no pudiendo
ver en dichos lugares y prácticas otra cosa que no fuera obra del demonio.
355 Michel Delahoutre en su estudio sobre Lo sagrado y su expansión estética: Espacio sagrado, arte sagrado, monumentos
religiosos, plantea que cualquier «edificio religioso, por definición, es construido para una función básica que le es propia.
[…] La función básica de un edificio religioso es fácil de señalar: el culto a la liturgia. El culto es aquí entendido, ante todo,
como servicio a la divinidad, eventualmente presente bajo la forma de una imagen de culto» (en Tratado de Antropología de lo
sagrado [1], Trotta, Madrid, 1995, p. 132, Julien Ries, Coordinador).
123
honestidad como se cubrían los indios»356. Para empezar, no cabe duda de la
utilización de imágenes extraídas de las construcciones demonológicas e
idolátricas paganizadas que hace este religioso con el objeto de causar una mayor
impresión en la adjetivación de su discurso frente a las creencias y prácticas al
interior de los templos. Su intención acaso sea la de insistir en el repudio que ya la
Iglesia había hecho a los dioses del paganismo greco-romano. Idea que convenía
trasmitir lo más nítidamente posible a Europa, adonde iba destinada, sin objeción
alguna, el discurso demonologizador que buscaba la sanción del sistema teológico
español. Esa misma postura se infiere cuando el obispo de Yucatán afirma que el
Pozo de los Sacrificios de Chichén- Itzá, como apuntaba ya al comienzo de su obra,
era una suerte de tabernáculo en donde «echaban hombres vivos en sacrificio y
otras cosas preciosas»357. Mas grande era entonces el respeto que los naturales
demostraban a estos sagrados lugares; para ellos representaban una de las vías de
acceso a sus divinidades en virtud de lo cual pudieron desde su origen darles la
categoría de centros religiosos, en donde «palpitaba», si se reflexiona sobre las
palabras de R. Otto, aquel algo más de cuanto se pueda hacer visible efectivamente
mediante los conceptos o las imágenes358. Los cuadros de Landa, en consecuencia,
sugieren maravillosamente por qué mientras los indios no se abstenían de ningún
medio para satisfacer las exigencias de sus dioses, aquellas acciones retaban a la
mentalidad mágicorreligiosa a reponer a la naturaleza, como se ha insinuado ya
varias veces, hasta lo más apreciado en la tierra: el hombre. Análogamente a estas
prácticas —vistas a partir de su ortodoxa razón, la misma que impele a calificar de
enormidades, según deja vislumbrar los términos no sólo de este historiador
cronista, a todas manifestaciones religiosas exógenas al cristianismo y, según ellos,
ayuna de su sofisticado pensamiento conceptual teofilosófico, el cual, a propósito,
no es, conforme he dado a entender, exactamente el de ningún cronista strictus
124
sensus—, el obispo de Yucatán queda atónito ante la multiplicidad de objetos359
ofrecidos a los espíritus divinos en aquel Pozo de los Sacrificios. Y lo quedó
todavía más, como está ya referido, cuando comprobó que allí ofrecían, entre esa
multitud de dones, objetos de oro y vidas humanas. Sí, todo lo mejor, oro y vidas
eran lanzados a sus profundidades. Al decir de Landa, a las personas allí arrojadas
se las esperaba que salieran al tercer día, cosa que nunca sucedía360. Por cierto, no
es posible suponer que este religioso, tan versado en las cosas espirituales se halla
detenido frente al consabido Pozo para comprobar tal acontecimiento si no es
inscribiéndolo en el corro de una vulgar ideología supersticioso. Lo que sí es dable
dejar sugerido es la exacta semejanza con la idea salvadora y redentora de esos tres
días en que debía regresar a la vida el susodicho muerto; sólo que por estar
refiriendo las creencias de un sistema idolátrico, el religioso supone
encubiertamente un pacto con el demonio, la cual imagen podía dar libertad a las
acciones restrictivas, condenando así el pensamiento mágicorreligioso de los
naturales. Con todo, ese testimonio de Landa parece, de igual modo, confirmar una
vez más la jerarquización del pensamiento teodemonológico de los
evangelizadores, ¡era obispo!, frente al pensamiento teofilosófico, sólo permitido a
la élite intelectual y, mejor aún, constata que estos recintos y lugares ejercían un
fuerte misterio sagrado espiritual.
359 Entre estos objetos se encontraban numerosas bolas de copal; varias de ellas las habían pintado de un color azul
turquesa, significando y vinculándolo a la idea central del sacrificio (Martí, Samuel, op. cit., p. 247)».
360 Ibíd., p. 51.
361 Durán, Diego, op. cit., t. I, p. 19.
125
diferente pictografía de los códices en donde los naturales personificaban a los
espíritus divinos. Si se aprueba la, a propósito, bien fundamentada tesis de
Guzinski en la cual aquellas representaciones antropomórficas, muchas veces
ocultadas o disimuladas entre los sacerdotes indios, conocieron, además de sus
formas en la pintura y escultura, la encarnación en el mismo sacerdote362, se puede
creer que el fraile tuvo la feliz oportunidad de estudiar y, quizás, ver estas
imágenes no sólo en aquellos códices, sino todavía en los propios templos. Pues
recuérdese, asimismo, el incansable esmero y curiosidad de este religioso en
investigar las creencias y prácticas rituales de las poblaciones de México y
Tezcoco363, las «dos más insignes de la tierra»364 en su tiempo365.
Asimismo se sabe que los indios dedicaban mucho tiempo y tesón y que
ponían especial cuidado en adornar no sólo sus templos, sino igualmente las
imágenes con las cuales los hermoseaban. Tal es el caso, por ejemplo, de
Tezcatlipoca, otro de los dioses superiores. Divinidad de grande importancia en el
calendario, como que su vínculo con las cosas humanas estaba determinada en
virtud de aquel elemento indispensable en el crecimiento de las cosechas: se le ha
identificado con el dios de las lluvias. Fabricado de una piedra esplendorosamente
negra, estaba sentado en el interior de uno de los templos «vestido de una manta
colorada, toda labrada de calaveras de muertos y huesos cruzados, y en la mano
362 Gruzinski, La guerra de las imágenes, p. 68.
363 Todorov, en su examen de Los relatos de la conquista, admite que «el México de principios del siglo XVI no es un
Estado homogéneo sino un conglomerado de poblaciones dominadas por los aztecas de México-Tenochtitlan» (cfr. Baudot,
George y Todorov, Tzvetan, Relatos aztecas de la conquista, Grijalbo, México, 1990, p. 471); lo cual, llegado el momento va a
permitir a Durán declarar su preponderancia junto a la de Tezcoco.
364 Durán subraya (loc. cit., p. 47) que estas dos ciudades derramaban su influencia a través de todas las demás
poblaciones por cuanto las creencias, «costumbres, ritos, leyes y ordenanzas» eran iguales.
365 Samuel Martí (op. cit., pp. 30-31) calcula una población aproximada de 750. 000 almas en el Tenochtitlan de 1519; y
de todo el territorio bajo el control de los aztecas, basándose en el Códice Mendoza, declara que los señores «recibían el
tributo de más de cinco millones de vasallos». Ya puede uno hacerse con alguna idea, por un lado, de la complejidad
sociocultural de aquellas poblaciones. Por el otro, ello aclara la hipérbole empleada no sólo por Durán anteriormente, sino
por la descrita por Bernal Díaz del Castillo cuando entró a la explanada donde se hallaba el Templo Mayor. Así refiere que
un día en las horas de la mañana cuando llegaron a una calzada muy amplia «y desde que vimos tantas ciudades y villas
pobladas en el agua, y en tierra firme otras grandes poblaciones, y aquella calzada tan derecha por nivel cómo iba á México,
nos quedamos admirados, y decíamos que parecían á las casas de encantamento que cuentan en el libro de Amadís, por las
grandes torres y cues y edificios que tenían dentro en el agua […], y aun algunos de nuestros soldados decian que si aquello
que veian si era entre sueños. Y no es de maravillar que yo aquí lo escriba desta manera, porque hay que ponderar mucho en
ello, que no sé cómo lo cuente, ver cosas nunca oidas ni vistas y aun soñadas, como vimos. Pues desque llegamos cerca de
Iztapalapa, ver la grandeza de otros caciques que nos salieron á recibir, que fue el señor del pueblo, que se decía Coadlauaca,
y el señor de Cuyoacan, que entre ambos eran deudos muy cercanos del Montezuma» (Verdadera historia de la conquista de
Nueva-España, en Biblioteca de Autores Españoles, Ediciones Atlas, Madrid, t. II de Historiadores primitivos de Indias, 1947, p. 82).
126
izquierda, una rodela blanca»366; símbolos evidentes de ser el dueño de los cuerpos
arrebatados a los fieles cuando, flacos en las ofrendas y negligentes en los
preceptos, les retenía el precioso líquido. Estas formas de atender a los dioses y las
creencias de allí derivadas ponen en relación directa la hipótesis relativa a la
preferente destinación sagrada. Si se trae a la memoria la divinización, recurso de
casi todos los pueblos dotados de la cualidad reflexiva, y por ende de la del respeto
y admiración a cuanto la sobrepasa en grandeza y poder —elementos todos
absolutamente necesarios para sopesar las verdades de la ciencia—, no repudiará
notar el empeño y prodigalidad con la cual los sacerdotes y señores gratificaban a
sus divinidades, homenajeándoles y honrándoles con los mejores recintos y las
más adecuadas vestiduras. He aquí la razón de adaptar ciertos lugares y de
edificar otros, dando origen a los grandes centros mágicorreligiosos
mesoamericanos.
Mucho de la manera en que solían ataviar ídolos y altares para sus ritos en
aquellas casas o templos de los demonios367 indicaba terminantemente, además, la
obediencia y sumisión ya de los sacerdotes a sus divinidades, ya de los fieles a sus
sacerdotes, intermediarios entre lo divino y lo profano. La destreza y cuidado en
la arquitectura de los templos, cuyo tamaño y capacidad, como queda dicho,
oscilaba entre lo grande y lo pequeño, redondeados o no, era conforme al
esplendor de las ciudades y cuantía de sus gentes. Para decorar la entrada y sus
fachadas, de donde desarrollaron una gran habilidad artística, moldeaban una
inmensa «boca hecha como de infierno y en ella pintada la boca de una temerosa
sierpe con terribles colmillos y dientes, y en algunas de éstas los colmillos eran de
bulto, que verlo y entrar dentro ponía gran temor y grima»368. Huelga decir que
cuando Motolinia alude a estos templos refiriéndose a ellos como santuarios del
demonio está en igual medida identificándolos con recintos de un culto a
superiores divinidades. Incluso, el circunloquio sobre el templo mayor de México,
366 Ibíd.
367 Cf. Motolinia, fray Toribio, op. cit., pp. 25-27, passim.
368 Ibíd., p. 24.
127
al cual califica del mayor de los aposentos demoníacos trasladado «del verdadero
infierno», no desmiente aquel culto en mención. Y, en cambio, mantener que
aquellos lugares debían custodiarse con «lumbre perpetua, de noche y de día», a la
par de lo que ocurría en los santuarios de los parsis y maniqueos, según sus
creencias en la luz-fuego369 tan emparentadas con las teorías indígenas acerca de
los astros, y conforme se ha hecho en los templos cristianos, sugiere, como en los
casos anteriores, no sólo la toma de postura de los cronistas en asociar muchos de
los referentes histórico-religiosos de la antigüedad para ilustrar ese pensamiento y
costumbres de los indígenas, sino también la universalidad de estas reflexiones
religiosas. Todavía, ello explica por qué, aparte de la consciente labor de los
evangelizadores para destruir aquellas obras de Satanás —como plantea
agudamente Cervantes370―, la fe teológica, poseída de aquel temor sagrado
proveniente del sistema que describían, arremetió contra el aparato religioso de los
naturales.
Hay más; Sahagún legó, por su parte, a la posteridad unos datos igualmente
laudables relativos al uso de los templos. El recinto Tolteca de Quetzalcóalt, cuyo
mérito bien podrían parangonarse con el del sagrado y misterioso Pozo de los
Sacrificios de Chichén- Itzá de Landa o el aterrador templo infernal de Motolinia,
es uno de ellos. Fray Bernardino inicia su relación de los santuarios aludiendo de
modo particular a los antiguos toltecas, naturales del pueblo de Tulla. Menciona
luego el hallazgo de «muchas casas edificadas debajo de tierra, donde dejaron
muchas cosas enterradas los dichos toltecas, y no solamente en el pueblo de Tullan,
y Xicotitlan»371. Después, como deseando coronar el asombro de sus
investigaciones en esta materia, agrega: Se podía apreciar «también un templo que
era de su sacerdote llamado Quetzaltcóalt, mucho más pulido y precioso que las
casas suyas, el cual tenía cuatro aposentos»372. Entre estos destacaban dos, merced
369 Cfr. San Agustín en Del génesis contra los maniqueos, lib. I, 3, 6 y I, 4, 7; en Obras t. XV, pp. 369-371.
370 Cervantes, op. cit., p. 22.
371 Sahagún, fray Bernardino de, op. cit., p. 595.
372 Ibíd., p. 596.
128
a la solicitud de los sacerdotes en aderezarlos. El que daba al oriente estaba
engalanado con preciosísimos enchapes de oro. Al otro, situado en el poniente, por
estar espléndidamente incrustado en pedrería muy fina, lo llamaban el aposento de
las esmeraldas y las turquesas373. Dado que cuanto se pone a contribución en cada
uno de estos edificios, monumentos y espacios, ya para ocuparlo, ya para
hermosearlo, tiene en esencia como destino final el complacer esta o aquella
divinidad, no es pretencioso insistir en la idea sugerida al comienzo de la
preponderancia de lo religioso sobre cualquiera otra suerte de provecho de las
edificaciones mesoamerindias al servicio de un colectivo. Excepción hecha de las
casas particulares de los indios. A decir verdad, éstos, permeados por aquello que
culturalmente más distinguía a estas sociedades, esto es, su inveterado sentido
mágicorreligioso, no eran ajenos al cumplimiento, llagado el caso, de las
intencionalidades de sus sacerdotes tendientes a que, en lo posible, se
transformasen sus habitaciones, también, en aposentos de sus númenes y efigies.
Ha de dejarse sentado, sin embargo, la significativa diferencia entre las grandes
urbes y aquellas poblaciones retiradas de estos centros, las cuales, tal como las ha
descrito sobretodo Pané, exhiben un carácter tanto más autónomo y atómico como
disperso. Mientras que en las enormes ciudades aztecas y mayas la vida religiosa
gira, con preferencia, en torno a los grandes templos descritos en las fuentes.
Parejamente, es de resaltar que en éstas el poder temporal se encuentra
estrechamente, a causa de las jerarquizaciones resultantes del dominio sobre los
discursos del saber, unido al superior poder mágicorreligioso en tales sociedades;
en tanto que en aquéllas, las sociedad tribal de las cuales se ocupó fray Ramón,
siendo como eran pequeñas poblaciones de cacicazgos, se denota otras formas de
cohesión ciertamente mucho más frágiles, a las que, quizá, pudiera distinguirse,
siguiendo a Langebaek374, quien asimismo toma el concepto de Hugh-Jones, en
términos de comunidades dominadas por un chamanismo horizontal.
129
Si la consagración de los espacios para los ritos explicados aquí apunta, en
sustancia, a los centros y edificios nucleares de estos pueblos de las Indias
mesoamericana, grave ingenuidad sería, negar el tránsito de tales diligencias
divino-religiosas a otros lugares, en ocasiones, agrestes cuando los propios
cronistas hablan de él. Cierto que ello habría de depender de la capacidad de
control espiritual y temporal tanto de los sacerdotes como de los principales de
cada una de esas poblaciones, cuyas funciones parecen confundirse en muchos
casos.
130
interesante en la descripción de fray Bernardino. El atractivo divino de esta
celebración sacra, aparte de ejercer el monte, la cueva o el bosque una constante de
misterioso encanto y espasmo al hombre en la mayoría de las representaciones
religiosas del mundo, está determinado por la mysterium conjunction, recordando
las palabras de Carl Gustav Jung, entre esos tras elementos igualmente divinos de
la monumental masa montañosa con su profundidades selváticas; el sol, eterna
lumbre, fuente de calor y generadora de vida en la tierra; y el fuego, representante
de aquel dios-sol en la tierra. Puede creerse que los indios advertían en este rito
una manera de representar aquel momento matutino y vespertino en el cual, desde
la distancia, veían a estas tres divinidades reunirse a concertar sobre el devenir de
las cosas humanas. Esa podría justificar y ser la razón primaria por la cual ofrecían
la sangre de sus orejas.
Torres, plazas, montes, todo parecía estar hecho a medida de las exigencias
divinas, naturales y humanas. Así es probable concluirlo del establecimiento de
estos hechos históricos377. El asombroso encuentro y la voz de los predicadores con
aquellos espacios sagrados a los cuales se viene aludiendo quieren ser un criterio
de esta afirmación. Landa, de quien se ha referido ya en múltiples ocasiones su
extrema severidad con los documentos históricos de la cultura religiosa de los
sacerdotes, no calla su admiración hacia las construcciones mesoamericanas. Para
el obispo de Yucatán, esta región, habla de su diócesis, debería «cobrar nombre y
reputación» por el número y hermosura de sus edificaciones378. Había ciertamente
en Izamal una gigantesca estructura, la cual servía a la vez de templo primero. Su
hermosura, altura y dimensiones en general destacaban sobre las demás, tanto
para transformar el asombro del religioso en espanto379. No menos temor le
377 Criterio que hizo famoso Jerzy Topolsky. Véase sobre todo su postura frente a la controversia acerca del método
histórico deductivo e inductivo, a los cuales prefiere llamar método indirecto y directo para establecer hechos
respectivamente. Pero ambos de acusada importancia para nutrir las reconstrucciones históricas, pues el primero «es usado
para establecer aquellos hechos a las que las fuentes no se refieren directamente», por lo que Topolsky admite que se refieren
a conclusiones probables; y el segundo, método inductivo o directo, con referencia directa en las fuentes, «produce
conclusiones que son ciertas» (Metodología de la historia, Cátedra, Madrid, 1982, p. 357).
378 Landa, Op. cit., p. 106.
379 Ibíd., p. 107.
131
ocasionó cuando se informó de los albañiles que supuestamente habían erigido
tales templos, a quienes Landa asigna una mayor corpulencia y disposición a la de
los naturales de su época. Sospecha este autor, lo mismo infiriendo de los
cuantiosos datos habidos sobre los ritos mágicorreligiosos de los sabios sacerdotes
contemporáneos a él que de la disposición de los edificios, tan similar, sin duda, a
las del templo de salomón y a las de Nabucodonosor conocidas por medio del
Antiguo Testamento, que dichos arquitectos debieron asimismo de ser muy dados
al culto de los dioses por cuanto se puede colegir del aspecto de sus torres. La
tradición ha atribuido a estos antiguos albañiles el establecimiento de unos once
edificios notables en Izamal, todos muy próximos unos de otros, a lo cual hay que
añadir la insistencia de Landa en cuanto a que estaban designados justamente para
llevar a cabo actividades idolátricas. De esta suerte, edificios, constructores y
habitantes divinos, todos juntos fueron concebidos ya obras del demonio, ya ellos
propios encarnaciones demoníacas de las rancias idolatrías. Con todo, en tanto en
cuanto a sus constructores «nadie daba razón de ellos; quizás, por haber sido los
primeros»380 que se levantaron en estas tierras. Si abortamos, pues, de estos
comentarios aquellas insinuaciones cuyo disfrute acomoda más a los escritos
fabulosos, queda, tanto en los datos de este misionero como en los demás traídos a
colación para el contexto de estos espacios sagrados, la certeza de una dinámica
instituida por mor a una comunicación mutua —entre los sacerdotes y los
númenes— que cuidaba más de la sabiduría de las cosas divinas. Aspecto religioso
al cual, imprescindiblemente, iban dirigidas todas las otras actividades cotidianas,
de igual manera permeadas por lo sagrado381. He ahí por qué la sociedad
mesoamerindia subordinaba el arte militar y la agricultura, tan penetradas de lo
132
mágicorreligioso y tan relevantes en virtud de su concentración en estados
ciudades como lo estaban, a la ciencia de sus sacerdotes.
Zanjar las dificultades respecto a quiénes eran los sabios382, qué hacían y cuáles
fueron sus diferencias con el sacerdocio teológico de los evangelizadores es la
cuestión que paso a resolver ahora. Las ocupaciones y funciones de los oficiantes
naturales, no pocas veces envueltas en el caos por las fuentes, hubieron, unas y
otros, de ser lanzados a la gehena sin más. Ya se ha dicho, asimismo, que, en
determinadas circunstancias, máxime cuando se trata de conocimiento, las
acciones del sacerdote y las del poder temporal en un estado mágicorreligioso se
confunden en un mismo personaje: el rey o un principal. En otras palabras, que la
diferencia entre lo temporal y lo espiritual tiende a desvanecerse en los albores de
la consciencia religiosa. Menos aun, en esos estadios de lo religioso, adhiriéndome
a la postura de Jaeger383 en La teología de los primeros filósofos griegos, se puede
columbrar con nitidez qué sea reflexión teológica y qué teorías filosóficas. En fin,
toca en esta parte, a guisa de lo planteado en la precedente con los templos,
concederle la palabra a las fuentes históricas para que informen de los hechos y
acontecimientos, ya no restringidos sólo a los lugares sagrados, sino a los actores
de esos conocimientos divinos.
No hay, ciertamente, que hacer un gran esfuerzo para captar algo de ese caos en
los escritos de Gómara, por ejemplo; siendo justo, sus palabras ofrecen, con
382 El término «sabio» resulta, manteniendo las debidas salvedades, ciertamente conveniente a cualquiera de los tres
momentos del proceso y transformación del pensamiento; es decir, éste es adecuado al mágicorreligioso, al teodemonológico
o al teofilosófico
383 Werner Jaeger sostiene que «en el más antiguo pensamiento griego no hay» una distinción clara entre teología y
«las demás ramas del pensamiento» (cf. op. cit, p. 12).
133
abundante claridad, copiosa luz sobre dos puntos de no chico interés en mis tesis.
El primero es el sentir de las órdenes religiosas en 1552, año en que terminó de
escribir su obra en Zaragoza384, en cuanto a la información que les llegaba de sus
hermanos de religión y otros españoles. Un gran estudioso como Miguel Rivera
Dorado, antropólogo especialista en la antigua civilización maya, sugiere que, a
causa de las analogías con algunas de las primitivas prácticas sobre los estados de
alteración de la conciencia en no pocos lugares del planeta, muchos de esos
informantes europeos no dudaron en calificar a los sacerdotes mesoamericanos de
nigrománticos385. El segundo punto es la forma misma en que les era dada esas
noticias por parte, las más de las veces, de los predicadores. Poner el pensamiento
mágicorreligioso de los naturales en el cedazo de la especulación teodemonológica
debió ser obligada tarea para desidolatrizar el Nuevo Mundo y atraerlos al camino
de la verdad de la Iglesia. Pero, ¿era fundado realmente dicho galimatías
exteriorizado en las Indias que describe tal situación? Cierto que a la par de la
injerencia de la religión en todas las actividades de la vida diaria386 de los indios (o
como dice von Hagen: «Religion pervaded everything. The Whole of Maya life was
religiously oriented —birth, death, agriculture, time count, astronomy, and
architecture; life itself was bound up with religion and rituals»387), las funciones
del sacerdote estuvieron igualmente permeadas por el manejo de todas aquellas
otras prestezas que lo hacían sospechoso de ser, en el sentido reduccionista de
Occidente, simplemente un mago, hechicero, nigromántico o astrólogo, médico y
curandero. Distinción harto áspera y desigual dado que las delicadas sutilezas
implicadas en todas estas actividades son, como se ha hecho notar repetidamente,
connaturales en el sabio de las sociedades mágicorreligiosas. Agréguese a esa
384 Cf. Historiadores primitivos de Indias I, en Biblioteca de Autores Españoles, Atlas, Madrid, 1946, tomo XXII, p. XIII.
385 Cfr. Popol Vuh, Relato maya del origen del mundo y de la vida (versión, de Miguel Rivera Dorado), Trotta, Madrid,
2008, p. 16.
386 Edward Schillebeeckx pone de manifiesto que «la religión puede definirse e interpretarse de hecho (prescindiendo
por completo de sus contenidos específicos) como manifestación de un atributo inalienable del hombre» (Jesús, La Historia de
un Viviente, Herder, Barcelona, 1983, p. 572). Y luego citando a Habermas señala la ruina de «los estratos fundamentales de la
garantía de la identidad» a la cual conduce «el olvido de las grandes tradiciones religiosas» (ibíd., p. 573).
387 Von Hagen, Victor W., The ancient sun kingdoms of the Americas, The World Publishing Company, Cleveland, 1961,
p. 352.
134
lógica occidental la identidad y, de cierta manera, la purificación misma del
sacerdocio que, en buena parte del Medioevo, andaba buscando la religiosidad
cristiana tal cual se la reconoce hoy, contra la alquimia, la brujería, los desórdenes
espirituales y todo cuanto tuviera olor de Aquelarres.
388 Quizás pudiera asentirse con Durkheim, contrariamente a estos razonamientos teodemonológicos, que en el
pensamiento mágicorreligioso «lo accesorio, lo secundario, los desarrollos suntuosos, todavía no han surgido para ocultar lo
principal» en las interpretaciones de las ideas religiosas (Durkheim, Émile, Las formas elementales de la vida religiosa, Akal,
Madrid, 2007, p. 5).
389 Fray Santiago Ramírez es quien alude, de un modo categórico, en su Introducción general a la Suma Teológica, a la
incómoda situación de implementar los estudios aristotélicos. «Se le achacaba a fray Tomás —dice— su demasiado apego a
la doctrina de Aristóteles, el uso de cuyos libros había sido repetidamente prohibido por la Santa Sede hasta que fuesen
corregidos. En la Facultad de Artes de la misma Universidad de París se hacía caso omiso de esa prohibición y se enseñaban
doctrinas malsanas a nombre de Aristóteles» (Suma Teológica, BAC, Madrid, 1957, t. I, p. cit., p. 36).
390 Consultado Alberto Magno en 1270 —indica el mismo fray Santiago— sobre algunas proposiciones discutidas en
aquel tiempo, respondía que sólo las enseñadas por Santo Tomás y él «eran realmente de Aristóteles», las demás provenían
de «sus comentaristas árabes, particularmente de Averroes», siendo defendidas por el brillante «canónigo de Lieja, Siger de
Brabant» (op., cit., p. 37).
391 Cf. Badawi, Abdurrahmān, La transmission de la philosophie grecque au monde árabe, Librairie philosophique J. Vrin,
Paris, 1987, p. 13.
392 Durkheim (op. cit., p. 21) recomienda estar libres «de toda idea preconcebida» para poder ver la forma religiosa
propia de tales estadios de las sociedades.
135
Cumaná en este caso, buscaban su religare393 con sus divinidades. Dichos usos,
cuando aun andaba plétora de crédito la teoría sobre la revelación a un único
pueblo elegido, permiten entender la razón por la cual los franciscanos y
dominicos, principalmente, aludían a sus creencias calificándolas de diabólicas o
de meras manifestaciones del demonio.
393 Las prácticas cultuales de los piaches, con todos los epítetos que les adjudica Gómara, tal como las encontraron los
evangelizadores cumplen, no cabe dudar, con el interrogante propuesto por el autor de Las formas elementales de la vida
religiosa. Pues al manifestar este investigador (cfr. p. 38) que «no se puede distinguir con rigor la magia de la religión; que la
magia está llena de religión, del mismo modo que la religión de magia» en un momento en el cual no existe una línea
divisoria entre la una y la otra, creo se refiere a las sociedades mágicorreligiosas.
394 López de Gómara, Francisco, Historia de las Indias, en: Biblioteca de Autores Españoles, Historiadores primitivos de Indias
I, Atlas, Madrid, 1946, tomo XXII, p. 208.
395 Gómara, al igual que otros religiosos, pretendía ver un sacerdote al estilo cristiano donde halló un sacerdote-mago
exactamente al estilo de los mejores de Babilonia o caldeos, si por estos últimos se entiende asimismo los magos sabios de la
antigüedad y los que inauguraron, y se quedaron en, los primeros siglos del cristianismo, a quienes la historia atribuye el
grave conocimiento de las cosas naturales y divinas. Pues, es así que la concepción de algunos cronistas acerca de la magia
sacerdotal de Indias, tal cual se encuentra en sus escritos, está inoculada con las ideas demonológicas de la especulación de
los dos o tres siglos de la Inquisición inmediatamente anteriores al descubrimiento, y no corresponde al pensamiento del
estadio mágicorreligioso de las diferentes civilizaciones. De ahí que los evangelizadores hablen del sacerdote amerindio y
de sus funciones como si se tratara de las supersticiones que ellos atacaban unas veces, y otras promulgaban.
396 López de Gómara, Op. cit., p. 208.
397 Daxelmüller, Christoph, Historia Social de La Magía, Herder, Barcelona, 1997, p. 21.
136
ameritan, y todavía muchísimo menos las prácticas de los sacerdotes398 que
describe, ningún cúmulo de baldones. Su visión y adjetivación sobre el mundo con
su acontecer son hijas de la época y están fuertemente determinadas no menos por
la tradición que por las instituciones. Es de suponer, en consecuencia, que este
fuera el tamiz y pábulo sobre el cual López de Gómara dibujara
despreocupadamente, con la honradez que su entorno y conciencia demonológica
le acreditaba, el cuadro de unos curanderos lamiendo y chupando, a fin de poder
extirpar el mal, cualquiera parte del cuerpo en donde hubiera dolor. Y sin
miramiento alguno transmitió a la Europa supersticiosa cuanto solía contar la
Edad Media de sus santos médicos y exorcistas. Sólo que a los indios los infamó
despojándoles de la autoridad divina. Así, escribió con la mayor naturalidad y
simpleza del mundo que si después de la intervención del curandero el mal de los
enfermos persistía, los piaches entendían que aquellos estaban poseídos de
espíritus, lo cual era totalmente cierto para el ajustado contexto mágicorreligioso
de los naturales. Que los sacerdotes y curanderos de Indias, mejor conocedores del
devenir de las cosas naturales que de las preocupaciones de los espíritus-demonios
de los occidentales, todo lo atribuían a sus númenes o divinidades, puede
colegirse de las propias exageraciones de Gómara tan pronto como asienta que el
mago en sus danzas religiosas pasa «la mano por todo el cuerpo [del enfermo…].
Sospira, brama, tiembla, patea y hace mil bascas el piache; suda dos horas»399. Lo
más curioso, no obstante, es advertir cómo en estas descripciones fray López
despectivamente concibiera por estos espíritus las supersticiosas construcciones
demonológicas de una buena parte de la literatura cristiana medieval400. Óigase sus
propias palabras. No bien acaba de dar por confirmada una de las adivinaciones de
estos magos referente al arribo de una nao, vomita las siguientes noticias:
398 Taylor parece resalta ese carácter antagónico entre las sociedades cuando reconoce que «uno de los rasgos
centrales de la modernidad occidental, desde casi cualquier punto de vista, es el proceso de desencantamiento del mundo, el
eclipse de los espíritus y las fuerzas mágicas» (Imaginarios sociales Modernos, Paidós, Barcelona, 2006, p. 67.
399 López de Gómara, op. cit., p. 208.
400 Cfr. Gesta Romanorum, cuyas páginas están sembradas aquí y allá de los ataques del diablo y los demonios a los
cristianos flacos en la fe.
137
Invocan al diablo desta manera. Entra el piache en una cueva ó cámara secreta una noche
muy escura; lleva consigo ciertos mancebos animosos, que hagan las preguntas sin temor.
Siéntase él en un banquillo, y ellos están en pié. Llama, vocea, reza versos, tañe sonajas ó
caracol. […] Si el diablo no viene á ellas, vuelve el son; canta versos de amenazas con gesto
enojado, hace y dice grandes fieros y meneos. Cuando viene, que por el ruido se conosce,
tañe muy recio y apriesa, y luego cae, y muestra estar preso del demonio, según las vueltas
que da y visajes que hace. Llega entonces á él uno de aquellos hombres, y pregunta lo que
quiere, y él responde. Fray Pedro de Córdoba, fraile dominico, quiso aclarar este negocio; y
cuando el piache estuvo en el suelo arrebatado del espíritu maligno, tomó una cruz, estola y
agua vendita; entró con muchos indios y españoles, echó una parte de la estola al piache,
santiguóle, conjuróle en latín y en romance. Respondióle el endemoniado en indio muy
concertadamente. Preguntóle al cabo dónde iban las almas de los indios, é dijo que al
infierno, y con tanto se fenesció la plática, y el fraile quedó satisfecho y espantado.401
138
de las acciones tan magníficamente dibujadas por Gómara. Con todo, algo puede
inferirse, respecto a su afinidad con similares evocaciones de espíritus, cuando
interrogada por Saúl la mujer de En-Dor afirma haber tenido a la vista a «dioses
que subían de la tierra»; y luego distinguió la figura de «Samuel y gritó con grande
grito»406. Así, ya sea que los gritos hayan sido provocados al descubrir la presencia
del propio Saúl en casa de la pitonisa, ya debidos a «las vueltas que da y visajes
que hace» el adivino en tales trances, lo cierto es que esta mujer practicaba la
nigromancia y era una entre los nigrománticos expulsados por el primer rey de
Israel. Josefo, quien extrae su información de las Antigüedades de los judíos casi
literalmente de la Biblia hebrea, de la griega de los LXX y de un Targūm arameo407,
tres de las más importantes fuentes bíblicas existentes en el siglo I d. de C.,
mantiene, asimismo, que Josías, luego de apartar a Israel del falso culto idolátrico,
mandó al pontífice Eliacias acudir a la presencia de la ―profetiza‖ Olda —en
hebreo Ḥuldāh—, exigiéndola aplacar a Dios y hacerle propicio408. Claro, profetisa,
vaticinio, libros sagrados, rechazo de las consagraciones a los demás ídolos y
dioses extranjeros, congregación de sacerdotes, ofrecimientos de sacrificios, culto al
sol409, todo esto sólo puede concernir a una sociedad en inmediata dependencia de
las manifestaciones divinas. Pero cómo no habría de corresponder al sacerdocio de
los amerindios, en donde aparecen magos, nigrománticos, hechiceros y adivinos,
aquello que tan atinadamente se creía de la pitonisa y cuyo perfil fenoménico-
religioso describe con no menos acierto la exégesis crítica: «La profecía es un
carisma —dice ésta— o comunicación excepcional preternatural en orden al bien
de la comunidad religiosa. Por tanto, depende única y exclusivamente de la
405 De la invocación de los espíritus en las Indias, Gómara dice: «Creen, juntamente con esto, que la ánima es
inmortal; empero que come y bebe allá en el campo donde anda, y que es el eco que responde al que habla y llama» (op. cit.,
p. 209).
406 En La Sainte Bible de Jérusalem vertida al francés del original (1 Sam 2813) se dice: «Je vois un spectre qui monte de la
terre». Empero, al momento se explica al pie de página que ha sido traducido spectre por élohim, cuyo significado es el de
dioses o seres sobrenaturales, es decir, el plural de El; y que terre sería en el original el shéol, lugar a donde se dirige las almas
de los mortales.
407 Cfr. estudio crítico a todas las obras de Josefo de D. J. Ricciotti para su traducción de Las Guerras judaicas,
Ediciones Eler, Barcelona, 1960, pp. 104 y 110.
408 Josefo, Flavio, Antigüedades de los judíos, lib. X, 4, 2.
409 Ibíd., X, 4, 3-4.
139
voluntad divina, que en momentos excepcionales quiere comunicar sus designios
misteriosos a alguna persona privilegiada»410. Juicio tan original en el tejido de una
fenomenología de lo sagrado no será, entonces, posible negarlo, exempli gratia, a
los adivinos de un Moctezuma.
Tal vez pueda colegirse de las anteriores acotaciones el derecho por el cual
los sacerdotes magos de todos los tiempos y lugares se atribuyeron la autoridad
directamente de la divinidad o de un ascendiente mítico o divinizado. Es asaz
probable, de otro lado, que Gómara y los demás cronistas conocieran dichas
prácticas paganas de los sacerdotes y magos ya que extirparlas era precisamente
una de las labores no chicas a ejecutar por parte de la Iglesia misma, ora por los
abusos, ora por el poder que le confería a quien manipulaba estos saberes. Tan cara
resultaba, además, no sólo para la antigüedad cuanto para el siglo de los primeros
misioneros de Indias la comunicación con la divinidad como los pactos con el
demonio. Cuando en La conquista de México, Gómara dice que únicamente «hablaba
410 Cfr. Enciclopedia de la Biblia, Ediciones Garriga, Barcelona, 1965, art. Profetisa.
411 Gruzinski, Op. cit., p. 204.
412 Advierta el lector que estos sabios pertenecen más a la tradición prehispánica y que su imaginario no ha sido, aún,
colonizado. Sólo puede hablarse de un verdadero «proceso de aculturación» con el cristianismo a «finales del siglo XVI»
(Gruzinski, ibíd., p. 212).
140
el diablo con los sacerdotes, con los señores y con otros, pero no á todos»413, debe
admitirse que si bien el enunciado del tonsurado induce a develar posibles excesos
y abusos414 de los nigrománticos y magos, no lo es menos que conlleve a reconocer
un determinado saber y conocimiento de quien podía hacer tal. Pues, la lógica del
sistema mágicorreligioso no corresponde, como ya se ha insistido, al aparato
teodemonológico de la tradición monástica415 ni mucho menos a las especulaciones
filosófico-conceptuales de corte aristotélico.
413 Op. cit., p. 444, en Biblioteca de Autores Españoles, Historiadores primitivos de Indias I, Atlas, Madrid, 1946, tomo XXII.
414 León-Portillas lanza la saludable advertencia de que «la figura del falso médico, brujo o nahual, burlador de la
gente, conocedor de hierbas maléficas, hechicero que adivina con cordeles, muestra claramente lo que ya se ha dicho: uno
era el saber basado en el conocimiento y el método, y otro el de la magia y hechicerías. Referirse pues a todos los curanderos
nahuas como brujos, sería fruto de la más completa ignorancia histórica» (op. cit., p. 86).
415 De Gregorio Magno y sus Diálogos, el primer Papa salido de los monasterios (590-604), quiero citar un ejemplo. El
sucesor de Pelagio II refiere que el Obispo Constancio había llevado a un clérigo de la iglesia de Aquino, quien había sido
poseído por el demonio, a la presencia del monje Benito. Éste, dirigiendo ciertas súplicas al Eterno, «al instante expulsó al
viejo Enemigo del hombre poseso» (op. cit., lib. II, 16, 1).
416 Tiresias, una vez reclamada su alma al Hades, le dice: «haz al soberano Poseidón hermosos sacrificios de un
carnero, un toro y un verraco, y vuelve a tu casa, donde sacrificarás sagradas hecatombes a los inmortales dioses» (La Odisea,
XI, 129-133). Esa petición del vidente Tiresias, las ofrendas mismas en sacrificio para arrancarle de su eterno sueño y la
sabiduría de la cual hace gala frente a la propia Circe sugieren ya algo de su asimilación a la magia y al sacerdocio. Súmese a
ello la semejanza en prudencia e ingenio al mismísimo Zeus (Ilíada II, 637) y el constante señalamiento de «el fecundo en
ardides» (Ilíada II 173).
417 Homero (La Odisea XI, 23-28) narra que al llegar al sitio indicado por la maga Circe —paraje donde habitaban los
Cimerios, de una misteriosa oscuridad pues que nunca lo visitaba la luz del sol— Odiseo comentaba: «yo, desenvainando la
aguda espada que cabe al muslo llevaba, abrí un hoyo de un codo por lado; hice a su alrededor libaciones a todos los
muertos, primeramente con aguamiel, luego con dulce vino y a la tercera vez con agua; y lo espolvoreé todo con blanca
harina. Acto seguido supliqué con fervor a las inanes cabezas de los muertos».
141
morada de Circe. […] Te preparará una mixtura y te echará drogas en el manjar;
mas, con todo eso, no podrá encantarte, porque lo impedirá el excelente remedio
que vas a recibir»418.
142
su adiestramiento hasta alcanzar la reputación y, por supuesto, el adecuado
conocimiento exigido por el pueblo. El piache de Gómara, lo testifica las citas que
se han puesto a disposición, es entonces no sólo aquel personaje danzante de los
areitos descontextualizados de la parte ritual, es asimismo el curandero o brujo
que con el paso de sus danzas, el paso de los años y el cúmulo de sabiduría se
convierte en el sacerdote o mago de su comunidad religiosa.
Sólo de estos dos últimos testimonios del propio autor de Historia de las
Indias y La conquista de México podría sacarse a relucir ese componente
estigmatizador de los monasterios cuyos efectos no eran, conforme al pensamiento
demonológico, los caprichos recogidos por una sola pluma.
El mismo Numa, al que Dios no enviaba profeta alguno ni ningún santo ángel, se vió
obligado a ejercer la hidromancia para ver en el agua las imágenes de los dioses, o por
mejor decir, las ilusiones de los demonios, de quienes oía qué debía constituir y observar en
los misterios sagrados. Este género de adivinación, son apreciaciones de Varrón, es de
origen persa, y usó de él Numa y más tarde el filósofo Pitágoras. Añade que, cuando se
emplea la sangre y se interroga a los infiernos, se llama en griego νεκρομαντεία. Bien se
llame hidromancia, bien necromancia, es lo mismo, porque en una y otra aparece la
adivinación por los muertos422.
143
Fehaciente doctrina que continúa su curso al través de los siglos. Ni cabe
cuestionársela en el pensamiento teodemonológico. Si el religioso cristiano se
sentía tal, su deber era defenderla o incluso perfeccionarla, nunca negar su
contenido esencial. Y esta fue, asimismo, ni más ni menos, la doctrina apadrinada
por los misioneros aun en fecha tan avanzada del siglo XVI como el año 1570. Año
alrededor del cual, por poner solamente un ejemplo, se calcula Tomás López
Medel redactó su escrito De los tres elementos423; en el mismo que se insiste en ver
las prácticas religiosas de las Indias como meras obras del demonio.
Quizás pueda ser de grande utilidad si me apresuro a indicar que Landa y Durán,
principalmente, son los predicadores que más ayudaron a esclarecer algo la
confusa caracterización de los datos acerca de los sabios de Indias reelaborados en
Europa por Gómara. Treinta años dedicó Landa a la evangelización de los
naturales y a la recristianización de los españoles. Desde su llegada al nuevo
Mundo en 1549 su vida en la orden de los menores fue consagrada a convertir a
quienes Occidente estimaba como simples paganos. El fraile dominico Diego
Durán, por su parte, ofrece un ramillete florido de datos valiosísimos y
discriminados racionalmente424 relacionados tanto con los oficiantes de los templos
cuanto con la extensión de sus importantes funciones, métodos y conocimientos
aplicados a las creencias de la sociedad indiana. Sus estudios sobre la cultura
antigua náhuatl, casi a la misma altura de las enciclopédicas investigaciones de
423 Cfr. op. cit., Alianza Editorial, Madrid, 1992, p. 230. Allí arguye López Medel: «Adoraban los indios isleños al
demonio y estábanle muy sujetos por las grandes amenazas que les hacía y por las horrendas apariciones en que les
aparescía. Ansí mesmo los mexicanos, los guatemaltecas, yucatecos y los demás comarcanos a ellos. Los peruleros tenían por Dios
al sol, y la honra y culto debido a Dios y hacedor suyo dábanlo a la criatura. En el Nuevo Reino [de Granada] era flor de toda
la superstición y idolatría, y plegua (sic) a Dios que el día de hoy no lo sea, a donde es y era muy ordinario los sacerdotes y
mohanes consultar al demonio, y representándoseles y viéndole en diversas figuras y formas que para ello tomaba y
hablándoles y respondiéndoles a sus consultas y preguntas, y en esto paraba y esto era la suma de aquella falsa religión de
las Indias todas». Es claro que cuando el oidor de Guatemala y el Nuevo Reino de Granada, cargo que ejerció desde su arribo
en 1950 y en 1557 respectivamente, enuncia el culto a la criatura, es decir al sol en este caso particular, está ya desconociendo
la postura religiosa del otro y con ello reivindicando la superioridad de su pensamiento.
424 Todorov confirma esa discriminación razonada de las noticias de Durán en La Conquista de América, El problema del
otro (Siglo XXI, México, 2005, p. 222), «pues es prácticamente el único que no se conforma con describir desde el exterior […],
sino que por lo menos intenta comprender el porqué de las cosas» de la religión azteca.
144
Sahagún, hacen de Durán una fuente obligada en estos asuntos. Es de anotar que
este mexicano por crianza y europeo por nacimiento y apresto teodemonológico ya
desde 1570 a sus 33, tenía en su haber intelectual el Libro de los dioses y los ritos;
temas que acaso, merced a su condición y formación de hombre de la Edad Media,
debieron quitar el sueño al autor. Otros cronistas fueron más proclives a historiar
las debacles militares de la conquista. Sin ser, con todo, el tópico exclusivo de
Landa y Durán —del cual no puede excluirse al erudito Sahagún—, la
preocupación por lo divino y el variopinto sistema mágicorreligioso de él
desprendido y presente en toda sociedad pre-teofilosófica425 aparece en ellos con
una intensidad tal que resulta apremiante un examen del mismo para poder
siquiera intentar ofrecer una explicación medianamente satisfactoria de las hondas
motivaciones de la evangelización y la conquista.
Cuán importante sean las noticias de los informantes nativos que Landa
inspecciona cual etnólogo moderno para una posible diferencia entre quienes se
ocupan de las cuestiones religiosas, va a decidirlo el análisis de sus anotaciones en
varios lugares de su Relación de las cosas de Yucatán.
425 Empleo este término con la clara intención de identificar la reconocida ruptura entre un momento mágicorreligioso
y el teodemonológico. No puede perderse de vista el importantísimo hecho de que en el corazón mismo del siglo XVI ese
aparato teofilosófico, conforme a la estructuración adquirida en los primeros siglos de nuestra era, aun estaba vigorosamente
apuntalado en una conceptualización filosófica. Ello no significa, por supuesto, y como se ha observado en varios lugares de
este trabajo, que las elaboraciones conceptuales de la Iglesia estuvieran purgadas de creencias e ideas que hoy repugnarían
a la razón.
426 Motolinia, Op. cit., p. 36.
427 Estos ministros, dice Fray Toribio, «criaban sus cabellos a manera de nazarenos y como nunca los cortaban ni
peinaban y ellos andaban mucho tiempo negro y los cabellos muy largos y sucios, parecían a el demonio» (ibíd.).
428 Cf. verbi gratia, Landa, op. cit., pp. 114-115, donde dice que los sacerdotes: «entonces no curaban de aplacar a los
demonios». Y un tanto más abajo, como si el estado mágicorreligioso tuviera consciencia de ello, refiere que «olvidada toda
145
ellas aparecen paliadas y examinadas a la altura de quien se interesa en recoger su
información con algún respeto a las cosas e ideas que anota. Así, el propio Landa
puede describir cómo los indios de Yucatán se mostraron tan curiosos en las cosas
de la religión como en las del gobierno. Pues los naturales de la provincia tenían
un gran sacerdote a quien consintieron en llamar «Ah Kin May, y por nombre Ahua
Can May, que era muy reverenciado por los señores, el cual tenía repartimiento de
indios y que además de las ofrendas, los señores le hacían presentes y que todos
los sacerdotes de los pueblos le contribuían»429. De un modo semejante al curso de
los hechos en otros lugares y épocas históricas, a este gran sacerdote le sucedían en
la dignidad sus hijos o parientes más cercanos. Colige el autor de Las Cosas de
Yucatán de esta transferencia de las dignidades que era justo ahí donde reposaba la
clave de las ciencias cultivadas cuando éstas, a su vez, se pasaban de una
generación a otra430. Era precisamente, y conforme puede inferirse de este autor, en
éstas artes en donde se discutían los altos conocimientos de los sabios,
convirtiéndose estos sacerdotes cultos en las autoridades «que daban consejo a los
señores y respuestas a sus preguntas»431. Que los asuntos de capital relevancia432,
tales como las circunstancias y detalles en torno a los sacrificios eran ventilados las
más de las veces por el gran sacerdote y algunos señores sólo en las más
importantes fiestas o cuando se reunían a tratar de algún negocios de acusado
interés para las élites; que de lo allí discutido se decidía sobre los sacerdotes que
debían atender los templos y las demás cuestiones de los pueblos afiliados a una
ciudad principal —a quienes, luego de examinárseles sus conocimientos en
natural piedad y toda ley de razón, les hacían sacrificios de personas humanas con tanta facilidad como si sacrificasen aves, y
tantas veces cuanto a los malvados sacerdotes o los chilanes les decían era menester». La cursiva no es del original.
429 Op. cit., p. 14.
430 Ibíd., p. 15.
431 Ibíd.
432 Dorado Rivera insinúa que entre esos asuntos estaba la conservación del «libro sagrado de los mayas antiguos de
la región guatemalteca del Quiché, el llamado Popol Vuh, que recoge creencias que eran compartidas por una gran parte de
las tierras bajas tropicales centroamericanas que ahora se conocen como área maya, [… según el] redactor que lo compuso en
caracteres latinos en el siglo XVI, fue trasladado al papel español apresuradamente como un medio de conservarlo y
protegerlo. Tal vez pensara el autor que con ese soporte y esas letras correría el texto un riesgo menor que el de los viejos
libros jeroglíficos con los que se habían ensañado los perseguidores de idolatrías. […] No es de extrañar que los depositarios
de la tradición religiosa trataran de poner a salvo los manuscritos y la historias transmitidas oralmente, no sólo ocultándolos
bien, sino enmascarándolos con los ropajes técnicos de los conquistadores» (Cf. Popol Vuh, Trotta, Madrid, 2008, p. 10). La
idea de una enseñanza y su consecuente interés por trasmitir esos conocimientos no puede ser dudosa ni en el análisis de
Dorado Rivera ni en la información recogida por el Obispo de Yucatán en la siguiente cita.
146
ciencias y ceremonias, encomendárseles ver por los deberes relativos a sus oficios y
procurar por que fueran buenos dechados de vida para el pueblo, se los proveía
de ciertos libros con el objeto de que pudieran cuidar de y servir al complejo ritual
«de los templos y a enseñar sus ciencias y escribir libros de ellas»433—, conviene
matizarlo con fuerza a fin de poder comprender mejor el lugar destacado del
sacerdote ante la comunidad en general y los demás principales en particular.
147
otras edificaciones para el culto, los mismos indios dicen de él que reunía a ciertos
discípulos a los cuales enseñaba «cosas maravillosas»438. Poco importa la
antigüedad concedida por Durán a este Papa439. Ni si su lugar de origen es
extranjero o de Tula. Cuanto ha de retenerse aquí son dos cosas enteramente
históricas: una, las ideas y creencias de las cuales estaban imbuidos quienes hacían
este relato al religioso; la concepción predeterminada del cronista hacia los sabios-
sacerdotes de la comunidad que estudiara, la otra.
148
en el día, objeto de interesantes debates dirigidos a demostrar, primero, un más
seguro acopio y monopolio del saber444, segundo, para promover un cambio que
no encontrará ya límites de poder445 en la transformación del pensamiento446 de
toda cultura.
444 Cfr. Goody, Jack y Watt, Ian, Las Consecuencias de la Cultura Escrita, en Jack Goody, Compilador, Cultura escrita en
las sociedades tradicionales [1968]. Barcelona, Gedisa, 1996, pp. 39-82.
445 Chartier, Roger, Cultura escrita, literatura e historia: Conversaciones con Roger Chartier, Fondode Cutura Económica,
México, 1999, pp. 157-163. passim. Una de las inquietudes cardinales de Chartier planteadas en su discusión sobre la Cultura
Escrita, es, sin duda, su postulado acerca del poder de la lectura en la transformación del ideario del lector.
446 Sin duda, las apreciaciones sobre el concepto de Literacy de Walter Mignolo en su magnífica libro The Darker Side of
the Renaissence son un excelente ejemplo para comprender algunas interesantes transformaciones del pensamiento en los
sistemas sin escritura o en sociedades con una mayor tendencia a conservar su oralidad. Es cierto que la complejidad del
pensamiento de algunos pueblos amerindios de antes de 1492 y en el interregno del choque de culturas alcanzaba un nivel
de desarrollo espectacular. No es menos verdad que la clasificación de las extensas discusiones sostenidas oralmente en las
que se demuestra grande conocimiento del mundo y la cultura «and generic categories do not depend on writing to be
organized, nor is writing a necessary condition for lasting discursive patterns» (op. cit., University of Michigan Press, USA,
2001, p. 212). Todavía pude uno estar de acuerdo con la juiciosa y penetrante tesis de Mignolo cuando afirma que si hoy se
pudiera comprender la complejidad y amplitud de los comportamientos lingüísticos, la manera de categorizarlos y la
evaluación que de ellos hacían los Chamulas, «it is conceivable that the oratorial pieces collocted by Sahagún under the
name of ―Rhetoric and Moral Phylosophy‖ were pieces of a larger puzzle that the Franciscans, who worked closely with the
first generation of Mexicas after the conquest (the Jesuits arrived as late as 1572), were unable to understand. And it could
also be surmised that if a marginal community, like the Chamulas, survived and maintained their own patterns of verbal
behavior, the Aztecs in Mexico-Tenochtitlán, at the height of their economical and political power, most likely had a complex
system of categorization and evaluation of their speech whose understanding might still escape humanist and social scientist
for whom the letter is a necessary condition for cultural development» (ibíd., p. 215). Todo ello hace justicia a un acusado y
plausible desarrollo del pensamiento. La severa crítica del día en torno a los Códices, el Popol Vuh, el Chilam Balam y las
crónicas así lo demuestran. Cometeríase, empero, una enormidad, además de un imperdonable anacronismo, el juzgar estos
espectaculares avances de ese delicado pensamiento mágicorreligioso de las Indias bajo el mismo rasero que las disputas
teofilosóficas de las élites intelectuales de los invasores. Nada puede objetarse a quien insistiera en considerar el
pensamiento de la mayor parte del sacerdocio de la Iglesia occidental del siglo XVI en análogas condiciones al de los sabios
sacerdotes amerindios. Para ilustrar el sentir de los primeros, cuyas creencias teodemonológicas eran todavía un calco de los
últimos siglos de la Edad Media, Gonzalo Soto Posada, profundo estudioso de la filosofía Medieval, resume
maravillosamente la imagen que se tenía del cosmos todavía en el Renacimiento, iniciado con la caída de Constantinopla
circa 1453. «El geocentrismo —declara Soto— ve la tierra en el centro (mundo sublunar) y a su alrededor una serie de esferas
concéntricas: las de los elementos organizados según su peso, las de los planetas, las fijas, el primer móvil, el Empíreo (sede de
los nueve coros angélicos y de la Divinidad) y bajo la tierra el mundo infernal» (Soto Posada, Gonzalo, Filosofía Medieval, Editorial
San Pablo, Bogotá, 2007, p. 129). La cursiva no aparece en el original. De estas proposiciones del filósofo historiador natural
es conjeturar que el cristianismo estaba menos interesado en la teofilosofía que en la teodemonología. Mas ha de tenerse en
cuenta que para el conjunto de los escasos sacerdotes y filósofos —al cual debe entenderse como la élite intelectual—
herederos de la tradición occidental, y conforme ellos mismos creían, trasmitir el saber por medio de la oralidad era tan
dudoso como inadecuado.
149
los intereses casi exclusiva y marcadamente mágicorreligiosos del sacerdote448. Del
otro punto, a saber, el de la lectura y poder de la misma, tanto Goody como
Chartier han subrayado las irrestrictas elaboraciones intelectuales de las élites,
indicando con ello, simple y palmariamente, el deseo de un absoluto control del
poder sustentado en una ideología del dominio de las ideas. También Gruzinski
deja escapar una sugerente sentencia sobre las tradiciones letradas: «La Alianza
[habla de la Triple Alianza entre Tenochtitlán, Tlacopan y Texcoco en 1428] era
reciente y, en lo político, tan frágil como en las hegemonías anteriores, tal vez por
no poseer una escritura a la medida de sus ambiciones»449. Ahora bien, la clase de
los sacerdotes, cuya fraternidad conformaba, junto a los señores principales 450, las
élites intelectuales de las Indias mesoamericana, dueñas de los arcanos y las
potencias de la naturaleza, estaban muy seguramente, tal cual se desprende de la
precedente clasificación del conocimiento de los indios y de las observaciones
sobre la cultura escrita de Goody y Chartier, en la dirección correcta hacia una
propuesta de conservación adecuada de sus sendos saberes.
Abundantes también son los datos que aporta Diego Durán sobre la
formación de estas élites sacerdotales. En el capítulo V de su Libro de los ritos y
ceremonias en las fiestas de los dioses describe como los mancebos hijos de los
principales y de algunas de las personas comunes y corrientes se enviaban a unas
casas particulares llamadas calli. Temprana edad contaban los niños cuando eran
ofrecidos a los dioses. La idea de estos sacerdotes consistía fundamentalmente en
detectar en el joven451 su industria y afecto para con las divinidades. Por eso solían
proveer al aprendiz de una muchedumbre de actividades con la mira puesta en
que «se criasen y deprendiesen a servir en el templo y buenas costumbres y
448 Ibíd.
449 Gruzinski, Serge, La colonización de lo imaginario, FCE, México, 2000, p. 16.
450 Cfr. Lockhart, James, Los nahuas después de la conquista; Historia social y cultural de los indios de México central, del siglo
XVI al XVIII, FCE, México, 1999, p. 292.
451
Sahagún indica que «un sátrapa de los del templo tenía cuidado de doctrinar y enseñar a los que trabajaban y
servían en el templo, los cuales doctrinados los entregaba a los sacerdotes, para que hiciesen sus oficios, que habían
aprendido» (op. cit., p. 172).
150
juntamente las cerimonias y cultos de los dioses»452. Esta primera etapa de su
educación era a guisa de un primer grado de iniciación. Posteriormente se decidía
quién habría de inscribirse en los servicios de la guerra, quién en los de la
religión453. Una vez decidida la capacidad intelectual y vocación por los arcanos
divinos454, a los jóvenes se los internaba en otros aposentos de mayor autoridad y
así pasaban por el respectivo aprendizaje hasta hacerse ancianos curtidos de
conocimiento455. Tal era el respeto manifiesto por los naturales a sus sacerdotes —
«y lo es hoy en día», dice Durán en 1570 porque aquí habla de los sabios
antiguos456— que ni siquiera se atrevían a contradecirlos «los señores, haciendo
mucho caso de ellos y su parecer y consejos, sin el cual no se hace nada»457. Hechos
ya sacerdotes, imbuidos con su estricta y alongada instrucción458, entre otras
funciones459, debían ofrecer sacrificios a sus dioses, dirigirse a las más altas
cumbres, a las inhóspitas espesuras de los montes y lúgubres cuevas, para celebrar
los respectivos rituales destinados a las divinidades que en estos lugares
mantenían460. También eran dichos servidores divinos quienes solían preparar una
suerte de betún461 que ofrecían a sus dioses como alimento. Durán sostiene que esa
151
comida divina estaba compuesta de sabandijas ponzoñosas. No es poco infrecuente
que este tonsurado dé, para argumentar sus noticias, los nombres específicos de
las cosas. Así, entre ellas menciona arañas, alacranes, víboras, salamandras y
gusanos cien-pies con las cuales preparaban los sacerdotes y ministros una suerte
de compuesto, quemándolas en un brasero ubicado en el templo juntamente con
picietl, especie de beleño y otras sustancias. Impregnada alma y cuerpo con este
ungüento, «era imposible dejar de volverse brujos o demonios, y ver y hablar al
demonio»462.
152
insta al grupo de sacerdotes o iniciados a Él más cercanos a seguirle en el
conocimiento universal de las cosa humanas y divinas cuya «llaves» poseía Cristo.
Y cuanto se desatare —esto es, se lograre entender del mundo sobrenatural—,
descifrado quedaría aquí en la tierra. Por tanto, la idea de «las llaves del Reino de
los Cielos» remite, en mi opinión, básicamente a la interpretación de los secretos de
la divinidad. Con todo, y esto es esencial identificarlo, aquella sabiduría no puede
negársele a ninguna de las civilizaciones en ninguno de los momentos de su vida
intelectual. Es así que Jesús habla al iniciado sacerdote465 de cualquiera de sus tres
estadios: al del mágicorreligioso, al del teodemonológico y al del teológico-
filosófico. Si tales enunciados, empero, corresponden a Cristo Jesús, pues no hay
razón para dudar de ello, ni motivo justificable para no estar dirigidas estas
sentencias al sabio de la humanidad entera, las fuentes que se han tomado de los
evangelizadores, cuya fidelidad a la palabra del Salvador cabe tanto menos poner
en entredicho, denuncian un acusado interés en velar por que la verdad anduviera
suelta. Precepto cardinal para la Iglesia filosófico-teológica a la que pertenecían los
religiosos del periodo que se está analizando en esta investigación era: «Nolite dare
sanctum canibus, neque mittatis margaritas vestras ante porcos, ne forte
conculcent eas pedibus suis, et conversi dirumpant vos»466. Tocaba a los canónigos
465 Sólo aquellos en realidad afectos a las cosas divinas, es decir, a la sabiduría tal cual la entendían, porque
seguramente también los frailes encontraron no pocos falsos sacerdotes, magos, nigrománticos etc., podían ser aleccionados
en ellas. Véase la próxima nota.
466 Con esas palabras Jesús previene a sus apóstoles: [No deis a los perros las cosas santas, ni arrojéis vuestras perlas
ante los puercos; no sea que las aplasten [literalmente, pisoteen] con sus pies, y volviéndose contra vosotros os despedacen]
(Mat 76). Acaso sea oportuno advertir que si la Vulgata traduce «pisotear», conculcātĭo, y «pies» en la versión de San
Jerónimo, la traslación de canibus, «a los perros», por supuesto, no es literal, como sabemos no se ocultaba tampoco a la
Iglesia teo-filosófica. Ni mucho menos significa arrojar lo santo y las perlas al demonio o a nadie inspirado por su gracia,
según continuaba interpretando la Homilía de las postrimerías de la Edad Media y el siglo XVI, si, claro está, se tiene en
cuenta el Gesta Romanorum, citado ya en el presente estudio, en cuyas páginas aparecen una y otra vez el mismo tema. Hoy
no es diferente el discurso homilético de la Iglesia a los fieles. Iban, por lo tanto, aquellos truenos de Jesús, o de quien quiera
haya puesto tales palabas en su boca, dirigidas a herir el alma misma de los filósofos y teólogos heréticos. Pasó así, puede
afirmarse, a todos los sistemas organizados de especulación sobre la verdad. El filtro de este pensamiento occidental aparece
disperso en todos los testimonios religiosos sobre la sabiduría ――del demonio‖― de los sacerdotes magos de Indias. He aquí
un solo ejemplo más entre tantos ya citados en el cuerpo de este trabajo del susodicho filtro homilético y la consabida
abominación que han debido retumbar en los monasterios e iglesias levantados en aquel Nuevo Mundo. Motolinia (op. cit.,
p. 131) señala que los frailes menores «buscaban mil modos y maneras para traer a los indios en conocimiento de un solo
Dios verdadero; y para apartarlos del error de los ídolos diéronles muchas maneras de doctrina. A el principio para les dar
sabor enseñáronles el per signum crucis, el pater noster, ave María, credo, salve, todo cantado de un canto muy llano y gracioso.
Sacáronles en su propia lengua de Anáhuac los mandamientos en metro y los artículos de la fe, y los sacramentos también
cantados; […] y así van discurriendo y enseñando por muchas partes, adonde nunca fue oída ni recibida la palabra de Dios».
El silencio sobre la otra verdad, la de las perlas y lo santo ―esto es la sabiduría teo-filosófica de las élites con la cual podrían
haber parangonado los sacerdotes magos mayas y aztecas sus conocimientos, tal como hizo el cristianismo con el saber
153
de la teología demoníaca llevar a feliz término los criterios establecidos en torno a
las decisiones de la élite teo-filosófica.
griego y caldeo― es total. Y adelante cuando suponía el padre Toribio de Benavente estar los mexicanos bajo la adoctrinación
del evangelio de la fe entona: «¡Oh México […]! Tú que antes eras maestra de pecados, ahora eres enseñadora de verdad; y
tú que antes estabas en tinieblas y oscuridad, ahora das resplandor de doctrina y cristiandad. […] Eras entonces una
Babilonia, llena de confusiones y maldades; ahora eres otra Jerusalén, madre de provincias y reinos. Andabas e ibas a do
querías, según te guiaba la voluntad de un idiota gentil, que en ti ejecutaba leyes bárbaras; ahora muchas velan sobre ti, para
que vivas según leyes divinas y humanas. Otro tiempo con autoridad del príncipe de las tinieblas, anhelando amenazabas,
prendías y sacrificabas, así hombres como mujeres, y su sangre ofrecías a el demonio […] ¡Oh México! Si levantases los ojos a
tus montes, de que está cercada, verías que son en tu ayuda y defensa más ángeles buenos, que demonios fueron contra ti en
otro tiempo, para te hacer caer en pecados y yerros» (ibíd., p. 143).
467 Tzvetan Todorov en La Conquista de América, El problema del otro (Siglo XXI, México, 2005, p. 90)
154
conquista, el Areopagita parece tener mayores armas —no intelectuales, porque
también la tenían los naturales según el proceso de educación que recibían y según
los Coloquios recogidos en Todorov― debido a la autoridad que le confería la
influencia de los misterios orientales. Por eso el pseudo Dionisio osara dejar
plasmado en su epistolario la controversia que ponía a los cristianos a dos dedos
del empleo, ¿plagio?, de la conceptualización filosófica griega468. Mas como los
monjes advertían el lado flaco de la resistencia sacerdotal, fundado en el temor
mágicorreligioso a sus propias divinidades, optaron, a diferencia del
enfrentamiento de los dos sistemas de conocimiento greco-cristiano, por hacer caso
omiso de la sabiduría y niveles de reflexión mesoamericanos.
468 En la Lettre VII, 1080 A, 2, Dionisio el Areopagita se defiende de la acusación de usar «de façon impie contre les
Grecs le bien même des Grecs. Il serait plus vrai de lui répondre [se refiere al sofista Apollophane] que ce sont les Grecs qui
retournent de façon impie des armes divines contre les réalité divines».
469 En apoyo de esta proposición véase el Himnos homéricos a Deméter (Homero, Obras completas, Ateneo, Buenos
Aires, 1957, pp. 756-769) y los misterios de Eleusis. Conocidos son los sacrificios ofrecidos a la diosa para que renueve sus
beneficios de la mies al atribulado pueblo. Pues, «el voluntario destierro de Deméter volvía la tierra estéril, y con ello se
alteraba el orden del mundo» (cf. Grimal, Pierre, Diccionario de Mitología, Paidós, Barcelona, 2008, en el artículo Deméter). El
Antiguo Testamento, reflejo en no pocos aspectos de una sociedad mágicorreligiosa, está sembrado de referencias sobre la
ira divina. Cfr. Jer 44, 8, 26; Ex 32; Ez 2515-17; Gn 613, este último sobre el diluvio. Y para los oficios sagrados Yahvé ordena a
Moisés, su caro sacerdote, que se dirija a los hijos de Israel para exhortarles: «Las fiestas de Yahvé en las que os reuniréis en
asamblea santa son mis fiestas. […] Ofreceréis a Yahvé un sacrificio por el fuego durante siete días y el día séptimo
convocaréis asamblea santa» (Lev 231, 8).
155
solo objeto: agradar a y obtener el favor de sus dioses. Según veían el desarrollo de
sus vidas y de la comunidad, los sacerdotes asumían que sus númenes no les eran
propicios «cuando tenían necesidades o pestilencias o disensiones o esterilidades u
otras semejantes necesidades»470. Es por esto que el sacerdote no escatimaba
esfuerzo, ni actividad alguna para aplacar la ira de sus dioses. Recurría, entonces, a
una variopinta sarta de solemnes ofrendas de bebidas y alimentos y al sacrificio de
animales. Además, el sacerdote estaba encargado de hacer que se cumplieran los
deseos de las divinidades cuando éstas reclamaban el desangramiento de sus
vicarios y los demás miembros del culto. Gratos eran también a sus númenes los
severos ayunos, los tormentos con velas y toda suerte de abstinencias. Tal parece
haber sido la piedad de los naturales, las exigencias de los sacerdotes y los
impetraciones de unos y otros que «olvidada toda natural piedad y toda ley de
razón, les hacían sacrificios de personas humanas con tanta facilidad como si
sacrificasen aves, y tantas veces cuantas los malvados sacerdotes o los chilanes les
decían era menester»471. Sí, exigencias. Pues, todo sistema mágicorreligioso viene
constituido por comportamientos acusadamente ilógicos y, todavía, desagradables
a la razón teodemonológica de los misioneros. Debo convenir, no obstante, en que
si los sacerdotes de Moloc, cuyas costumbres no andaban muy alejadas de las de
las Indias descritas por Landa, y no los de Cristo, hubiesen trasmitido las noticias
de su «encuentro con el Nuevo Mundo», en sus informes habríase encontrado el
común asentimiento de estos sacrificios divinos472 sin que se los pudiera juzgar de
pueblos ayunos de piedad o de razón, cuando sus únicos reparos eran con las
potencias divinas y no tanto con sus iguales. En todo caso, el sacerdote decidía
cuántos y a quiénes debía sacrificarse. Sin embargo, tan fausto ofrenda no se hacía,
las más de las veces, sin el concierto de los principales señores. De ello resultaba
156
que mayormente se sacrificaba a quienes les venía en gana o parecía, «y dado que
en esta tierra, por no ser mucha la gente como en México, ni regirse ya después de
la destrucción de Mayapán por una cabeza sino por muchas, no hacían así tan junta
la matanza de hombres, ni por eso dejaban de morir miserablemente hartos»473. En
realidad, el sacerdote en cada pueblo, «como si fuera la cosa más necesaria del
mundo a la conservación de la república»474, con o sin la complacencia de los
señores, podía disponer del número de los inmolados a sacrificar en los templos
que para ello tenían señalado.
Según Landa, como ya quedó anotado atrás, se sabía a ciencia cierta entre los
medios evangélicos que el sacerdote o chilan, el hechicero, el médico, incluido los
chaces y los nacones formaban el grupo de los mayores ―idólatras‖475.
157
estudioso de la obra de Sahagún, sólo pertenecía al sacerdote476. También Eduard
Seler, docto y diligente analista de los documentos pictográficos de la sabiduría
mesoamericana, sostiene en sus Comentarios al Códice Borgia, que el alfa y el omega
de los sacerdotes lo constituía su particular conocimiento de su «libro de los días y
de su influencia en los destinos»477, al cual libro los mexicanos llamaban
Tonalámatl. No puede, por tanto, escaparse al investigador de las religiones en este
punto, como se ha insinuado ya y se indicará líneas adelante, en aras de la
explicación adoptada para este trabajo, la significativa conjunción de los poderes
del saber científico y espiritual en un único cetro. ¿Es aquello una característica de
primer orden en una estructura mágicorreligiosa? Pienso no sea ningún
apasionamiento suponer una respuesta afirmativa habida cuenta de las alongadas
disputas del saber espiritual y el científico desde el mismo momento en que se
instaló la especulación filosófica en el ágora del pensamiento poético —
generalmente aceptado con el advenimiento de la crítica de Jenófanes478 al carácter
antropomórfico de las elaboraciones teogónicas y cosmológicas anteriores a él
cuyos representantes eran Homero y Hesíodo. Todavía al sacerdote de las Indias,
afín con las prácticas usadas por las sibilas y pitonisas de la antigüedad
grecorromana, tocaba entenderse con y proporcionar a su comunidad de fieles las
respuestas de los demonios479 tal cual se ha insinuado antes. Chica o ninguna
admiración causaba que el pueblo los tuviera en tan alta estima merced a estos
servicios para que a no pocos se les viera ser trasportados en hombros.
158
sangrías hechas en la parte donde dolía al enfermo y echaban suertes para
adivinar»480. De estos sacerdotes Landa también sostiene que hacían sacrificios con
su propia sangre481, cortándose las orejas a la redonda, por pedazos, sin cuidarse
de ellas dejándolas así por señal. A veces el sangrado lo hacían agujereando las
mejillas o los labio inferior o la lengua, sajando partes del cuerpo; en otras
ocasiones, «se harpaban lo superfluo del miembro vergonzoso dejándolo como las
orejas, con lo cual se engañó el historiador general de las Indias cuando dijo que se
circuncidaban»482. Asimismo, se reunían en el templo con el objeto de abrir cierto
orificio lateral en el miembro viril. Una vez hecho lo cual, pasaban un hilo de tal
modo que todos quedaban ensartados. Como una de las razones era verter su
sangre, con toda la derramada en estas prácticas por ungüento embadurnaban «al
demonio, y el que más hacía era tenido por más valiente y sus hijos, desde
pequeños, comenzaban a ocuparse en ello y es cosa espantable cuán aficionados
eran a ello»483. Estas manipulaciones con el divino líquido ofrecen, ciertamente, un
paralelo con las costumbres, a la vez que las recuerdan, de algunos hechiceros
para comunicarse con los dioses, como forma de inspiración o simplemente para
obtener ciertos beneficios de la divinidad484. Por tanto, puede suponerse o que el
sacerdote poseía toda la erudición de un hechicero, como no fuera el hechicero él
propio un sacerdote, o que éste representaba de alguna manera un ilustre miembro
de la casa sacerdotal aunque presentara ciertas divergencias en la aplicación del
ritual485.
159
En la época de Moctezuma Diego Durán, quien algunas páginas más arriba
ya hacía del brujo endemoniado un sacerdote de tipo mágicorreligioso, ofrece
asimismo un buen perfil del hechicero que no puede dejarse de parangonar —ora
por las exigencias de Saúl contra la nigromancia ya anotadas, ora por las
operaciones ceremoniales practicadas— con los videntes de la antigüedad hebrea
y dórico-pelásgica de los griegos486. Escúchese las noticias de éste religioso,
tomadas, a juzgar por sus propias palabras, de los directos informes a él referidos
de boca de los naturales y de algunas pinturas487 de las que él mismo dispuso.
Temiendo por su reino y muerte y habiendo consultado a los adivinos,
Moctezuma, fiel a las costumbres, creencias y decretos de los dioses locales,
resuelve, al enterarse del arribo de los españoles, comisionar a su hombre de
mayor confianza, Tlillancalqui: Si esperamos detener a los «dioses» intrusos, «el
medio mejor que hallo es que luego se me busque todos los encantadores y
hechiceros»488. Durán inclusive aporta el nombre de algunos de esos hechiceros de
los cuales, quizás, por lo aciago y apremiante de la tentativa y la misma
familiaridad al nombrarlos el propio Moctezuma, pudiera sugerirse que eran los
más instruidos, reconocidos y poderosos del templo. Óigase su clamor. «He
determinado enviar a Yauhatepec, y a Oaxtepec y a Malinalco y a Tepuztlan, para
que luego vengan todos los que de este oficio tratan y en ello son ejercitados, para
486 Es de todos sabido que a los nigrománticos, adivinos, astrólogos, hechiceros y en general a todos cuantos tuvieran
algún conocimiento con los misterios de la naturaleza eran o bien admirados o bien perseguidos de modo que quedara
memoria de las similitudes entre éstos y sus agresores. Cuanto interesa aquí, empero, es la acogida por parte del pueblo de
todos estos individuos con el epíteto de sacerdotes. Qué diferencia sustancial habrá, entonces, entre los hechiceros enviados
por Moctezuma contra los españoles (cf. Durán, op. cit., pp. 521-522) o los nigrománticos de Gómara y Elías en pugna con los
sacerdotes de Baal; entre los astrólogos tonalpouhques, suerte de profetas aztecas, conforme a la documentación trasmitida
por Sahagún o los astrólogos y adivinos de los mayas y los sacerdotes nabateos con su libro llamado la Agricutura nabatea
descritos por Maimónides; entre los maestros adivinos de Motolinia, intérpretes de sueños y demás cosas por medio de
«figuras y caracteres»(cf. op. cit., p. 101), y las autoridades oraculares del trípode en Delfos y en Dodona, o el dictamen de las
sibilas, cuyos libros y contenido vendidos al rey Numa andan todavía hoy envueltos en negra niebla, pero que por los datos
anotados más arriba de San Agustín puede inferirse un verosímil nexo con las artes de la adivinación; cuál es, en fin, digo,
esa diferencia entre la sabiduría de los chilanes de Landa, verbi gratia, y los portentos obrados por Moisés o los sacerdotes de
Faraón sino la que vengo refiriendo, dentro de mi limitada capacidad analítica, de una manera positiva. Divergencia chica, si
no nula. Porque al mirársela apoyados en una lectura mágicorreligiosa cualquier desemejanza desaparece a cada golpe de la
realidad histórica. Ahora bien, la lógica de las élites agresoras del siglo XVI —de las élites dueñas del poder intelectual ya
que las jerarquías eclesiásticas no permitía ni siquiera a los miembros del clero acercarse a lo más exquisito del conocimiento
si no por grados— sí podía sustraerse de las prácticas magicorreligiosas por lo mismo que tenían definido un método
teodemonológico y filosófico cocido al calor de los debates de la Academia, del Peripato, la Estoa, la Patrística y la
Escolástica.
487 Durán, Op. cit., t. II, p. 521.
488 Ibíd.
160
que los maten y destruyan con sus encantamientos»489. Ahora bien, otro detalle
importante para inferir que estos encantadores, hechiceros y aun brujos, como les
llama fray Durán, se avienen perfectamente con la hipótesis de que se trataba de
sacerdotes hechiceros, si bien se pueda admitir la presencia de cualquier profano
con igual o similares cualidades dado la turba de sabios que pretendía despachar el
asfixiante desconsuelo del jefe mexicano, se desprende de la infructuosidad de los
hechizos490, los encantamientos y la magia con que ellos creían combatir a dioses.
Simple. Ganar el favor de los dioses, obligarles a ejecutar acciones o combatírselos
es tarea de magos y sacerdotes. Así quedó al menos insinuado ya en la modesta
pintura ofrecida en Del vino y la mies ofrendados a la divinidad, en donde se subrayó
la función de uno y otro con la divinidad.
161
nigromancia o bien pacto y artificio del demonio493. Se puede, pues, apreciar la
admirable afiliación en tales datos, de los saberes a los estrictos conocimientos de
los sacerdotes. Además, en absoluta simpatía con la postura de Todorov, debe
subrayarse los esfuerzos de los adivinos por interpretar los signos de la naturaleza,
cuya complejidad simbólica en nada cedía, ni lingüística ni figurativamente, al
saber europeo. Los documentos transmitidos hasta nosotros revelan «que los
indios dedican gran parte de su tiempo y de sus fuerzas a la interpretación de los
mensajes, y que esta interpretación tiene formas notablemente elaboradas,
relacionadas con las diferentes formas de adivinación»494. Hay más: si, por otra
parte, la investigación etnológica tiene la validez que se la debe suponer en su
intento por explicar los comportamientos religiosos de nuestros antepasados pre e
históricos, no podemos menos que ver en los informes de los cronistas citados, y
muy especialmente en Sahagún, la obra maestra que nos permita entender e inferir
no poco de los rituales y ceremonias de los orígenes del sentimiento religioso, la
magia y los misterios de los pueblos sumerio-acadios, de cuya cuna es el propia
Hamurabi, Abraham, Moisés y todas las tribus idólatras de donde ellos mismos
arrancaron sus códigos, dogmas y cánones religiosos; esto es, la astrología.
493 Ibíd.
494 Todorov, Tzvetan, La Conquista de América, p. 70.
495 Greenleaf, recogiendo algunas de las posturas de George C. Vaillant aún vigentes, indica que los pueblos aztecas
concebían su entorno celeste y terrenal menos en el sentido de espacios geográficos que como un ente vivo de hondas
significaciones religiosas (Greenleaf, Richard E., Zumárraga y la inquisición mexicana, op. cit, p. 57).
496 Sahagún, Op. cit., p. 434.
162
sociedad, hace una formidable descripción de las creencias en otros derrames
naturales tales como los cometas, vientos, nubes, las heladas, nieve granizo. Los
amerindios sospechaban la bondad y presencia de sus dioses cuando asumían, por
ejemplo, que todas las necesidades del cuerpo eran satisfechas por las estaciones.
En efecto, tal se observa en algunos Códices y en el propio Sahagún, éstos tenían
por un hecho «que [el dios de las nubes y las lluvias] criaban todas las cosas
necesarias para el cuerpo, como maíz y frijoles, etc., y que ellos enviaban las
pluvias para que naciesen todas las cosas que se crían en la tierra»497. Mas, si la
mies se obstinaba en evitar las bocas famélicas de los poblaciones, el sacerdote
infería que era efecto del hambre, personaje principalísimo en la vida cotidiana de
los naturales de Indias. «Antes que llegase ce tochtli, a quien temían mucho por el
hambre, todos procuraban de juntar y esconder en sus casas muchos
mantenimientos […]. Los frijoles los guardaban con todas las ramas y hojas y
vainas, porque de todo se aprovechaban en tiempo de hambre. Y cuando acontecía
la dicha hambre, entonces se vendían por esclavos muchos pobres, hombres y
mujeres, y comprábanlos los ricos que tenían muchas provisiones allegadas; y no
solamente los dichos pobres se vendían a sí mismos, sino que también vendían a
sus hijos y a sus descendientes y a todo su linaje»498. Irrumpe también este tema de
la magia en la síntesis que Barrera Vásquez propone en su Chilam Balam al análisis
de estas famosas «palabras de Itzamná: Itzen caan, itzen mayul» («‖soy el mago,
brujo o hechicero de los cielos, el mago, brujo o hechicero de las nubes‖, es decir,
el que hace llover, deidad del agua»499). La lógica grave obliga a pensar que si
ellos creían en que los astros y los fenómenos naturales eran dioses, lo cual
constituía una enormidad para el pensamiento teodemonológico de los
evangelizadores, entonces dioses eran aquellos de quienes les provenían sus gozos
y desgracias.
497 Ibíd., p. 436. Los indios sostenían «que Quetzalcóatl, dios de los vientos, barría los caminos a los dioses de la lluvia
para que viniesen a llover» (Sahagún, ibíd., p. 32).
498 Ibíd., p. 438.
499 Op. cit., pp. 54-55.
163
Por qué resulta de una necesidad tan cardinal en este punto del examen el
principio astrológico de la adivinación mediante la influencia de los dioses y su
natural asociación al cuerpo sacerdotal, se explica de suyo por las proposiciones
de los autores mencionados ya en este capítulo y el precedente. Las posturas y
concesiones que tanto en el caso de Landa y Sahagún como en el de Maimónides y
Pselo corresponden a la aceptación de un aparato mágicorreligioso anhelante de
organizar los elementos que las civilizaciones habían arrebatado, con toda
verosimilitud, al animismo, totemismo y naturalismo entre otros, resultan
admirablemente confirmadas merced a la teodemonología de Platón. Un solo
ejemplo bastará. Al igual que Landa, quien ofrece abundantes noticias de que los
indios crearon un sistema astrológico para dividir el año en meses y otro para
medir «los tiempos y sus cosas por edades, las cuales hacían de veinte en veinte
años, contando 13 [veces] veintes con una de las 20 letras de los días que llaman
Ahau»500, y quien además sostiene que «esta era la ciencia a que ellos deban más
crédito, y la que en más tenían y de la que no todos los sacerdotes sabían dar
cuenta»501;
Cierto que para el siglo XVI toda Europa aún doblaba sus rodillas ante esta
ciencia. Mas no sin combatirla a su vez. Pues ella era sólo una de las ciencias,
sorprendentemente de una madurez milenaria si convenimos en cuanto acabamos
de exponer, pero aún en pañales en cuanto a su rigor experimental y positivo, con
aportes flacos y muy desacreditados desde el amanecer mismo de la especulación
filosófica de algunos griegos. De cualquier modo, debe tenerse en cuenta que tanto
esta ciencia como las demás adscritas y groseramente diferenciadas en estas
últimas líneas, eran designadas a un saber que con dificultad se encontrarían
disociadas de las prácticas sacerdotales en un sistema mágicorreligioso, ora se le
llame al sabio médico o hechicero, ora se lo confunda con el nigromántico, ya se le
tome por adivino, ya por astrólogo, bien se le acuse de mago, o bien se le asigne
164
con el universal y más cómodo nombre de sacerdote. Está claro que un sacerdote
investido de estas virtudes habrá de ser lanzado tan atrás en el tiempo como a la
época de Moisés; antes de éste instituir el sacerdocio en Aarón502 y su
descendencia. Si éste debía cumplir desde entonces con los servicios del culto,
aquél podría ocuparse de los asuntos de la Ley. O quizás, y sí que se da con mayor
claridad, pueda hablarse de una época tan cercana como la del regreso de Esdras
del cautiverio en Babilonia. Ello es así, para este caso, porque según se desprende
de la reorganización de Israel en el momento de su repatriación, ya no serán los
sacerdotes quienes van a ejercer el poder en el judaísmo. Al ser la Torá el fin último
de la vida, nos advierte Renán, aquel que esté en condiciones de interpretarla será
la autoridad espiritual por excelencia: el doctor de la Ley503. Esdras dicta a los
amanuenses los Libros del canon hebrea y, a aparte de éstos, hace redactar sesenta
y dos textos apócrifos más, los cuales «habrán de mantenerse ocultos a fin de que
los empleen únicamente los sabios del pueblo»504. Esa diferencia debe ser tenida en
cuenta a fin de comprender cuanto se refiere, por un lado, a los rutinarios servicios
del culto divino505, para cuya ejecución se aleccionaba a los ministros —así lo
indicaron ya Durán y otros cronistas— y, por otro lado, a estos otros sacerdotes
«sabios del pueblo» que reunían, las más de las veces, todos los conocimientos que
se han descrito en las páginas precedentes.
165
refrendadas en la autoridad de Platón de que el alma reina sobre el cuerpo, no
habrá ningún reparo en consentir que merced a ésta, móvil principalísimo, en su
calidad de rectora y receptora de toda sabiduría posible, debía llevarse a cabo la
colonización del imaginario mágicorreligioso. Y el poder temporal no era, como
tampoco lo fue nunca antes del descubrimiento, más que un instrumento en las
manos de la «Razón». Pero, cómo puede, en lo religioso, ser razonable esta
influencia del pensamiento occidental y no serlo aquel deseo de verdad que nos
presenta de una manera magistral León-Portilla cuando en respuesta al origen de
la poesía el sacerdote responde a los tlamatinime que ésta es la manifestación de las
profundidades celestes —«sólo de allá vienen las variadas flores» en donde cada
cosa «se entrelaza, se entreteje»507—, únicamente cabe admitirlo en el espíritu de la
consciencia del siglo de los cronistas. Pero, al ser lo dicho hasta ahora todavía
insuficiente, y lo será seguramente al vejar el papel con la última letra y punto,
repárese con diligencia cuanto resta de la explicación.
507 León-Portilla, Miguel, La filosofía de los náhuatl, Universidad Autónoma de México, México, 1974, pp. 144-145.
166
IV. LAS FORMAS DE LA IDOLATRÍA
508 Van der Leeuw, Gerardus, Fenomenología de la religión, FCE, México, 1973, pp. 14 y 15.
509 Ibíd., p. 14.
167
rodeados por entonces de supersticiones y errores como los de la Alquimia»510,
motivo por el cual se le acusó de mago. De una forma u otra, tal desconocimiento
de los espíritus, divinidades, potencias, o como quiera que se las nombre, sería
comparable a suponer la firmeza del estilita olvidado de la columna que le resiste.
Por fortuna, de la comprensión de los enunciados511 históricos esbozados ya,
puede uno hacerse a una idea menos oscura de esos momentos religiosos y
filosóficos del pensamiento que confluyen allí en las turbulentas Indias del siglo
del emperador sacerdote512 Moctezuma II513 y del emperador católico Carlos V, el
cual muy pronto hubo de tomar cartas en los ires y venires tanto de los imaginarios
domésticos como de los de las Indias; ello debido a que tres años tan sólo luego de
su elección, 9 de junio de 1522, y delegado supremo de los asuntos divinos,
«obtenía el derecho a decidir el número de religiosos que podían marchar a
América y vetar el paso de cuantos quisiera sin necesidad de consulta previa a los
superiores de las Órdenes»514. Digo, asimismo, turbulentas por la forma en que fue
tomada la ciudad de Tenochtitlán, México, cuya descripción narra con maestría
Bernal Díaz del Castillo515, a quien ni siquiera en sus detalladas cuitas militares le
fueron extrañas, como que tenía al frente una sociedad aún vigorosamente
teocrática, las costumbres religiosas516 de los naturales reputadas de idolatría.
510 Cfr. en Diccionario Enciclopédico Hispano Americano, Editores Montaner y Simón y W. M. Jackson, Inc., Barcelona, 24
tomos, al artículo Alberto el Grande, t. I. p. 796.
511 En el sentido de función y contexto asignado por Michel Foucault en La arqueología del saber (Siglo XXI, México,
1977, pp. 145ss). En el análisis histórico, define el consabido filósofo, el enunciado «no es simplemente la utilización por un
sujeto parlante de cierto número de elementos y de reglas lingüísticas. Para comenzar, desde su raíz, se destaca en un campo
enunciativo en el que tiene un lugar y un estatuto, que dispone para él unas relaciones posibles con el pasado y que le abre
un porvenir eventual» (ibíd., pp. 165- 166).
512 Díaz del Castillo ofrece algunos indicios de los cuales puede extraerse algunas huellas de ese sacerdocio de
Moctezuma. Para reunirse con Cortés, se envía a los mensajeros doña Marina, a Jerónimo de Aguilar y al paje, quienes ya
habían aprendido un tanto la lengua de los naturales. Acordado lo cual, Moctezuma hácese transportar en su ricas andas
rodeado de los principales papas, es decir de los sacerdotes principales, y una vez sube al cu, siempre en compañía de los
demás papas, «comenzó a sahumar y a hacer otras ceremonias al Huichilóbos» (op., cit., p. 89), esto es a la divinidad.
513 Véase Durán, op., cit., t. II, p. 556, para una descripción de la muerte de Moctezuma, en 1520, conforme a, relata el
religioso, las pinturas y escritos de los autores que certifican cuanto afirma.
514 Gutiérrez Escudero, Antonio, Organización indiana, en Historia de Iberoamérica, Cátedra, Madrid, 1992, t. II, p. 274.
515 Es imaginable que Durán haya obtenido mucho de la información relativa a la prisión y muerte de Moctezuma de
la Verdadera historia de la conquista de Nueva-España, fuente de no pocas inspiraciones de algunos cronistas.
516 Además de las ya citadas, cf. Díaz del Castillo, Op. cit., pp. 33, 77 y 191.
168
siente uno dispuesto a concebir los fundamentos de una idolatría que no era
idolatría. Es decir, a postular un conocimiento cuyo carácter idolátrico estaba
fundamentado en un relativismo europeo nacido de la incisiva e inflexible postura
de los dos aparatos del saber: el sagrado frente al profano. Por un lado, al pagano
se lo ve siempre arrinconado en las a veces anfibológicas conceptualizaciones de la
magia en sus abortadas hijas la hechicería, la brujería e incluso cualquiera suerte de
herejía, las mismas que terminaran, según el saber racional organizado y por ello
normativo, siendo alimento de las más bien imaginadas517 que reales reuniones
aquelárricas cuya supuesta aparición a finales de los siglos medios cernía su
espíritu, ahora también, sobre las Indias518. Estaba, por otra parte, el saber
conceptualizado, racional, en virtud del cual se decretó qué pudiera admitirse
dentro del canon de la lógica y qué sería razonablemente aceptado a partir de un
conocimiento ya revelado, ya adquirido especulativamente, pero, eso sí,
trasmitido siempre auctoritate propria.
517 Carlo Ginzburg, parece dejar abierta, en este sentido, la posibilidad de que la brujería, con la cual se cargaba a no
pocos de los grupos heréticos de los siglos XV y XVI, particularmente, «puede considerarse en verdad, sin forzar demasiado
las cosas, un arma de defensa y de ataque en las disputa sociales» (Mitos, emblemas, indicios, Morfología e historia, Gedisa,
Barcelona, 2008, p. 26).
518 Cf. El estudio ya citado de Greenleaf, Richard E., Zumárraga y la inquisición mexicana, 1536-1543, FCE, México, 1992.
Asimismo léase con provecho bastante para contextualizar culturalmente el sistema mágicorreligioso de las Indias, la
juiciosa investigación de Diana Luz Ceballos G. Quyen tal haze que tal pague, Ministerio de Cultura, Bogotá, 2002; obra
igualmente citada en el presente estudio.
169
lustraciones, sus plegarias, sus cantos y danzas. Los seres que el mago invoca, las
fuerzas que desata, no son tan sólo de la misma naturaleza que las fuerzas y los
seres a los que la religión se dirige; con mucha frecuencia son exactamente las
mismas»519. Obviamente, desechando toda pretensión de un estudio exhaustivo de
este matrimonio y mucho menos de los orígenes mismos del sentimiento religioso,
origen del cual el aparato mágicorreligioso de las Indias ya estaba a años luz, ha
debido existir en un momento dado alguna suerte de distingo en terreno tan
sinuosos. Dar también aquí la palabra al erudito sociólogo francés es no menos que
pertinente. Todas las creencias, afirma Durkheim, de carácter «propiamente
religiosas son siempre comunes a una colectividad determinada que hace
profesión de adherirse a ellas y de practicar los ritos que le son solidarios» 520. En
tanto que la magia y sus creencias, sin carecer jamás de cierta generalidad y
aceptación en los colectivos, «lo más frecuente están difundidas entre amplias
capas de la población y se da incluso el caso de pueblos en los que no cuentan con
menos practicantes que la religión propiamente dicha. Pero estas creencias no
tienen como efecto ligar entre sí a los hombres que se adhieren a ellas y unirlos en
un mismo grupo, que vive una misma vida»521. Tales sentencias parecen, pues,
arrancadas a las máximas lumbreras de los tiempos pasados que intuyeron, con
toda probabilidad, esa necesidad de lo religioso para agrupar a los colectivos y
poner a salvo de las miradas profanas ese saber mágico, no aconteciendo igual con
las prácticas mágicas. Y fue precisamente ese recelo de cuanto significaba dicho
conocimiento la causa de los inicios del odio a esos saberes, bastión de los
profanos, cuya manipulación por fuera del templo produjo el anatema a la magia y
la encarnizada guerra a sus formas idolátricas en todos los tiempos, medios y
antiguos, en todos los lugares.
170
Indias, no puede concebirse única y privativamente propiedad de la Fe católica522,
aunque ésta haya sido la sola representante de los abusos en América. Ni siquiera
podrá atribuirse tan despreciado galardón al Antiguo Testamento sólo. Además,
las pasiones que han conducido a su aplastante y desolador exterminio o
asimilación en su figura de poder mágicorreligioso, tienen su comienzo casi en el
despertar mismo de las civilizaciones. No se puede ser ajeno a la realidad cuyo
espíritu pasó en línea directa al pensamiento sacerdotal de los cronistas del Nuevo
Mundo sin empobrecer el fundo de los hechos.
522 Para penetrarse, a buen seguro, de la estructura que fue creando el pensamiento teodemonológico con el cual van
a filtrar la pintura de sus cuadros indígenas los cronistas, no es prudente desentenderse de lo que ya de recorrido tiene el
cristianismo católico y su opositor ortodoxo. Menos es aconsejable tan sólo dirigir la mirada a la idolatría doméstica iniciada
en los tiempos del Emperador Constantino. Hay que tener presente la imputación que el cristianismo ortodoxo cargara sobre
la fe católica; incriminación que fue robusteciéndose y tomando grandes alientos hasta alcanzar el descontento de la misma
Iglesia romana, a tal punto que se convirtió en uno de los principales argumentos del primer cisma serio del cristianismo. En
estas recriminaciones idolátricas, para decirlo con propiedad, se produjo el famoso edicto del Emperador León III el Isáurico
(715-724) en donde se prohibía ―tal cual lo exigiría el evangelio en el Nuevo Mundo para con los ídolos de los naturales―
cualquiera suerte de culto a las imágenes fueran éstas sagradas o profanas.
523 Deut. 1621-22.
524 Hago hincapié en este término a causa de su acusada trascendencia en estos estudios. No se puede comprender el
pensamiento mágicorreligioso de las Indias sin la experiencia que han dejado las demás religiones.
525 Deut., 3216-17.
171
consideraban estos cultos como sacrílegos. Desde su punto de vista —es decir, desde
el punto de vista de los semitas que, por intermedio de la reforma mosaica, habían
llegado a una concepción más elevada, más pura y más completa de la divinidad—
esta crítica estaba plenamente justificada»526. E insiste luego en que, no obstante la
formación527 conceptual de los pueblos no incluidos en la Ley, poseían, de un modo
análogo, un carácter hierofántico528; todo lo cual desde el punto de vista, por
supuesto, de esos pueblos.
526 Eliade, Mircea, Tratado de historia de las religiones, Era, México, 1975, pp. 27-28. La cursiva de la cita no está en el
original.
527 Remito al paciente lector al concepto de formación de Gadamer ya referido.
528 Eliade, ibíd., p. 28.
529 Al darse cita el pensamiento en las grandes metrópolis tales como Alejandría, Roma, Antioquía, etc., el
pensamiento sincrético no era menos que necesario. Pannenberg sugiere esta misma idea en los siguientes términos: «El
hombre antiguo empezó a incubar una creciente desconfianza hacia la tradición religiosa que venía hablándoles desde hacía
siglos de la existencia de una multiplicidad de dioses. Un factor relevante para su aparición pudo hallarse en el conocimiento
de otras culturas y otros dioses que cumplían una función análoga a la de los dioses griegos» (Pannenberg, Wolfhart, Una
historia de la filosofía desde la idea de Dios, Sígueme, Salamanca, 2002, pp. 15-16). Francisco Lisi, uno de los traductores de los
escritos de Filón (circa 13 a de C. y prolijo autor en la primera mitad del siglo I), resalta el carácter sincretista de su obra (cf.
Filón de Alejandría, Obras completas, Trotta, Madrid, 2009, vol. I, p. 97.
530 ¿Habrá que insistir en la idea de una idolatría enemiga sólo de ídolos e imágenes? No, ciertamente. El concepto
tiene los alcances de la selección prima del saber, o lo que se creía tener por tal.
531 Flavio Josefo, Guerras judaicas II, 8, 2, 119-120, asegura que «bajo tres formas se cultiva la filosofía entre los Judíos:
seguidores de una son los Fariseos, de otra los Saduceos, y de la tercera —que tiene fama de practicar la santidad— los
llamados Esenios, que son Judíos de raza, pero más unidos entre sí que los otros por lazos de mutuo afecto. Rechazan los
placeres como un mal, y consideran como una virtud la templanza y el no ceder a las pasiones». En cuanto a los Textos de
Qumrán (edición y traducción de García Martínez, Florentino), Trotta, Madrid, 2009, p. 40, la crítica actual vincula la
producción de estos textos a la comunidad de los esenios, destruida en el año 68 d. C., más que a la de los fariseos o
saduceos.
172
del logos griego. Tanto que no pocos religiosos inmolados a la sabiduría divina de
la Fe y el logos, yacerán dormidos en sus tumbas con una sonrisa a su labor
cumplida, convencidos, seguramente, de que en esa unión mística su reino
alcanzará altos vuelos. Sonrisa que pudo aun ir aumentando en carcajada cuando
Victoria asomaba airosa con el botín arrebatado a la gnosis532 o filosofías heréticas.
532 Está claro, de la argumentación, que la Fe no podía estar al margen de estos acontecimientos y saberes. Empero,
Tertuliano insiste en «¿qué tienen que ver los herejes y los cristianos? Nuestra escuela es la del pórtico de
Salomón, que enseñó que había que buscar al Señor con simplicidad de corazón. Allá ellos los que han salido con un
cristianismo estoico, platónico o dialéctico» (De Praescriptione 7, 1ss). Mucho, conforme a lo explanado, pudiera quizá
responderse a Tertuliano cuando pregunta (ibíd.) «qué tiene que ver Atenas con Jerusalén». En Adv. Val. 3, su voz retumba
asimismo contra la gnosis. Allí dice: «Todas las herejías en último término tienen su origen en la filosofía». Téngase en
cuenta que Tertuliano, convertido al cristianismo circa 195, terminó uniéndose a la herejía montanista alrededor del año 207.
Más atemperado es el pensamiento de Clemente de Alejandría (150- 215 d. C), quien, en lugar de trazar una línea
diametralmente opuesta entre la revelación y la filosofía, se esmera en reconciliar. La «verdad es una (y la mentira posee un
sin número de caras); al igual que las Bacantes, que devoraron los miembros de Penteo, así también las escuelas filosóficas, la
bárbara como la griega, recibieron una parte cada una […]. En efecto, se puede demostrar que todos juntos, griegos y
bárbaros, en cuanto que aspiran a la verdad, han participado del Logos verdadero» (Stromatas, t. I, 13, 57, 1-2). Y en
Protréptico XI, 115, 2, al identificar en la sociedad tanto a los pseudo filósofos y sectas sin cuento de su época, cuanto a las
tradiciones filosóficas académicamente fundamentadas, les exhorta: «Los que ponen su confianza en los charlatanes aceptan
ahora los amuletos y los encantamientos como salvadores; en cambio, vosotros ¿no queréis adquirir el mismo Logos celeste
[…]?».
533 Importa destacar dos aspectos capitales en este punto. En primer lugar, debe advertirse que la teología naturalis
brilla con luz propia en la antigüedad merced a una palmaria oposición a la teología revelada o supranatural, lo cual
evidencia con una claridad meridiana la disputa entre la filosofía y la religión y que en el mismo seno de la Iglesia primitiva
dio pábulo a no pocas, pero sustanciales, discusiones.
173
derivaran en una crítica cada vez más dominante, dirigida a la autoridad de ese
logos. Pues que «en el pensamiento mítico las distintas pretensiones de validez,
que son la verdad proposicional, la rectitud o corrección normativa y la veracidad
expresiva, todavía no están diferenciadas en absoluto»534. Así, pues, la definición
histórica de la idolatría —con sus pretensiones de verdad— se encuentra en el
extremo inicial de la boca del túnel de la Edad Media; pero saldrá renovada al otro
término del mismo después de haberse imbuido del saber patrístico heredado de la
especulación filosófica y de haberse, asimismo, empantanado no menos de
profundas supersticiones de las literaturas literales535 que de las creaciones artísticas
de éstas últimas. Dichas supersticiones reforzadas y aun avaladas por estas
novedosas creaciones literarias servían, unas veces, según los mismos que las
crearon, para adoctrinar, otras, para contener los excesos de las pasiones humanas.
Sus sanciones pasaron, entonces, con tanto más rigor doctrinal, cuanto con mayor
ardor sectario tanto a toda la Baja Edad Media como a los siglos XV y XVI, no
menos a la Europa entera que al completo Nuevo Mundo descubierto, con los
resultados que todos conocen. Transmitida durante todo el Medioevo, por ser
documento principalísimo para la adoctrinación de las almas rebeldes, la Carta del
domingo destaca entre aquellas literaturas536. Y como el crítico y traductor de la
misma ratifica que «el códice III 3 de la Bibl. Barberine dice que la carta ha de ser
leída en la segunda domínica de los ayunos»537, es de suponer que lo mismo las
órdenes de los franciscanos y dominicos como pronto lo harían los evangelizadores
en igual línea de estrategia usaran no sólo de ésta, sino también de parecidos
534 Habermas, Jürgen, Teoría de la acción comunicativa I, Trotta, Madrid, 2010, p. 78.
535 Me refiero, en total acuerdo con la postura de Giovanni Reale (Por una nueva interpretación de Platon, Herder, Barcelona,
2003), a la transmisión de los conocimientos esotéricos y exotéricos, al celo que ponía la antigüedad en disfrazar y aun
ocultar su saber por medio de mitos, alegorías y parábolas para substraerlo a las interpretaciones vulgares y mezquinas de
los profanos. Véase, entre otros pasajes de la obra y autor citados, «las teorías de los dos principios supremos» y su
correspondencia con el Caos y Gea de la teogonía de Hesíodo (pp. 273-274). Plutarco sostiene que en la antigüedad los
sacerdotes y sabios intentaban imitarse el «lenguaje simbólico y sus enseñanzas misteriosas, rodeando su doctrina de
enigmas» (Plutarco, Isis y Osiris, Ediciones Obelisco, Barcelona, 2006, p. 32
536 Aurelio de Santos Otero señala en las notas críticas a Los evangelios apócrifos la extraordinaria difusión dada a estas
174
escritos para imponer sus creencias, tanto más cuanto que procuraban borrar las de
los indios por considerarlas idolátricas.
175
idolatría, a saber, la idolátrica creencia en aquellos conocimientos práctico-
intelectuales de sus especulaciones. De una forma u otra, cuanto incumbe al
momento es insistir en la formación e influencia de aquel pensamiento de los
misioneros al reprobar aquel nuevo aparato sagrado de Indias, cuya valía, según
puede ya empezarse a deducir con la documentación cotejada, estaba en igualdad
de condición a otros sistemas religiosos.
542 No hay que recordar que la teodemonología se entiende con la jerarquización y sistematización de las divinidades
en el sentido de las concepciones caldeas y neoplatónicas conforme a las reelaboraciones de la Edad Media.
543 Sahagún, op. cit., p. 17.
176
atacó a la idolatría, es lo que yo llamo sincretismo retrógrado: caer en la cuenta de
la chica distancia a que están de lo que ellos también tuvieron por dioses al verse
impelidos a empalmar su sabiduría con la de los judíos544. Una cuestión que sí
debe haber quedado clara desde los capítulos anteriores y que ha de tenerse
igualmente en cuenta para éste, es el sentido religioso de las representaciones de
todos aquellos fenómenos naturales, o hierofanías, adoptadas entre los indios y por
extensión en toda religión. Aquí no operan ya, y según se ha enfatizado desde
Hegel545 —pasando por Creuzer, R. Otto, Van der Leeuw y Eliade, entre otros—,
los juicios de la Ilustración cuando, como se ha señalado una y otra vez, pretende
mostrarnos unas creencias o mitos, en su sentir, desenmascarados de
supersticiones; pero que en realidad son presentados no sólo fuera de sus
originales contextos, sino, asimismo, ayunos de aquel sentido espiritual del
hombre que anhela eternamente el saber de cuanto excede su conocimiento. Esto
es, lo infinito en la concepción hegeliana del término.
544 Cfr. Medina, José Toribio, op. cit., pp. 128ss, y el caso de Luis Carvajal, alias José Lumbroso, quien llegó a México
de Portugal en el año de 1567, para hacerse a una idea de cómo se intentaba impedir las incursiones del pensamiento judío
en las Indias.
545 Sobre Hegel y su sentido de lo religioso, además de los comentarios ya referidos, cfr. Vorlesungen über die
Philosophie der Religion. Halbband I: Bagriff der Religion, Felix Meiner, Hamburgo, 1966 y la traducción española El concepto de
religión, FCE, Madrid, 1981, pp. 119ss, donde insiste en la necesidad de comprender la reconciliación entre el saber
fenomenológico de una teología naturalis o saber del espíritu finito y el del espíritu infinito cuya índole está determinada por
la religión.
546 Doy este calificativo a esta suerte de idolatrías para diferenciarlas de las que se ocupan de la mera superstición y el
cálculo, de la que explotando la credulidad, religiosidad e ignorancia del hombre opera con maquinaciones y no con la
reflexión epistemológica.
547 Cfr. Corbin, Henry, Tiempo cíclico y gnosis ismailí, Biblioteca Nueva, Madrid, 2003.
177
astral de los antiguos Sabeos548 como uno de los momentos intelectuales más
permanentes entre Levante y Occidente durante todo el Medioevo. Una lectura
despreocupada del capítulo anterior y el primer epígrafe del actual, permite,
entonces, comprender que aparte de lo que la teología filosófica entendía por Dios
todo lo demás era o estaba representado en los grados inferiores del Ser; esto es, en
la multiplicidad de existencias celestes, cuya adoración y reflexión ha sido objeto
de innumerables culturas entre las cuales se encontraban los ascendientes del
cristianismo. Implorar, además, a un dios cualquiera un favor, o aleje de todo
perjuicio de cualquiera otro dios, potencia o demonio reclama la atención de toda
sociedad religiosa. Así como la teología cristiana ve en ello el mejor recurso en la
congregación en torno al altar, así igualmente parece esta misma necesidad haber
recurso en los ídolos en torno a los cuales se reunían los naturales de Indias. Sin
embargo, las misiones de los religiosos, si se atiende a lo dicho en muchos otros
lugares del presente trabajo, tenían un sentido menos de transmisión filosófica que
pudiera articular los conocimientos de ambos sistemas reflexivos que de carácter
doctrinal. Ello resultó en la implantación no de un nuevo aparato especulativo,
sino más bien en la del nuevo aparato demonológico del otro lado del Atlántico.
Cierto que tanto la Iglesia como los templos mayas y aztecas velaban celosamente
aquello a lo cual consideraban, los teólogos filósofos de la Cruz y los sacerdotes de
la magia divina, ser lo más grave de su pensamiento. De ahí que el primer impacto
que causaron los diferentes ritos y celebraciones a los monjes misioneros haya sido
el de una simple idolatría que a la vez cuadraba bien a las supersticiones que ellos
habían ayudado a elaborar sobre el demonio, muy especialmente, durante los
últimos siglos de la Edad Media549. Traer a la luz los dos aspectos capitales de ese
sistema mágicorreligioso de las Indias mesoamericanas que más tinta y sangre hizo
derramar a los cronistas es el objeto del presente análisis final. Un primer examen
548 Corbin, Henry, En Islam iranien, Aspects spirituels et Philosophiques, Gallimard, Paris, 1971, t. II, pp. 144-145.
549Vale la pena subrayar en este lugar la insistencia con la cual esos últimos siglos propendía por aleccionar a las gentes
sencillas en tanto que buscaba extender sus propias creencias supersticiosas acerca del demonio. En el Gesta Romanorum,
texto fijado por H. Oesterley y cotejado con una edición incunable de 1488, se puede apreciar la manera en que el clero
regular parecía entender estos movimientos supersticiosos.
178
estará determinado por la poderosa máquina de fabricación de las divinidades con
las cuales accedían los naturales a los dioses. El segundo cotejo tocará el alma
misma de la problemática de los pre-juicios de la religión cristianas sobre los
sacrificios humanos.
A juzgar por las mismas fuentes, la presencia de todo tipo de objetos divinizados
marcó profundamente el espíritu de los evangelizadores. Que los naturales de
toda la India mesoamericana otorguen tanto valor a la actividad de la fabricación
de ídolos para religarse, ora con sus antepasados, ora con la propia divinidad
representada y simbolizada en sus dioses de piedra y madera, no puede soslayarse
bajo ningún pretexto en esta suerte de investigaciones. Esto es así en virtud del
interés conferido a todo el aparato mágicorreligioso que indirectamente los
misioneros transmitieron al hombre del día. Se espera, pues, examinar aquí este
importante hecho de la vida religiosa de los vencidos, conforme a la acostumbrada
intuición sesgada de los frailes. Como en tantas otras oportunidades, también aquí
el padre Pané tiene de entrada la palabra, ofreciéndonos adicionalmente algunas
importantes noticias sobre las sustancias que usaban los sacerdotes para interrogar
a sus dioses. Su prominente interés radica, según se dejó planteado desde el
comienzo de este análisis, en que fue su voz y las primerizas impresiones de las
noticias de Colón, Cortés y similares informantes las que dieron a Europa un
cuadro de culturas salvajes, casi sin religión.
179
representar a los dioses indígenas, del «zemí»550 propiamente dicho, el cual podía
ser cualquier cosa labrada en piedra o hecha de madera ―con vida‖ o sin ella, pero
que evocaba, a modo de divinidad, a los antepasados, a los mismos que se accedía
por propósitos semejantes a los exigidos al ídolo. Esta excelente distinción ayuda a
ilustrar la diferencia subrayada ya entre los pueblos leídos en los escritos de Pané y
la compleja sociedad maya y azteca que describen los franciscanos y dominicos
posteriores a él. Pero debe pararse mientes en cierto punto que Gruzinski sólo deja
insinuado allí y que merece ser resaltado con toda claridad. Como muy bien intuye
La guerra de las imágenes, si se denuncia que mientras los europeos veían en los
ídolos la representación de dioses falsos y en la de los cemíes piedras que
propician «los partos, que sirven para obtener lluvia, sol o cosechas», lo propio es
decir sin pelos en la lengua que cuanto separa la religión de aquellas poblaciones
dispersas y los populosos centros bien organizados es sólo cuestión de grado. El
propósito, nótese, es igual. He ahí nuevamente la fuerza del título de esta
investigación y la profundidad con la que el subtítulo penetra esa influencia del
pensamiento teodemonológico. La historia religiosa de Indias hace honor al plural
tanto de los Aquelarres allí donde se ha querido ver idolatría, cuanto Inquisiciones
donde se cree ser dueño de la verdad —preferiría decir de la forma correcta de
acercarse a la divinidad—. Cuál es la diferencia en suplicar a la divinidad dé
alimento y sea propicio para con las miserias del hombre por medio de una piedra
Zemí , de un ídolo acicalado con las mejores joyas, o de un Cáliz de oro es un tema
al cual no puede dar respuesta la religión que busca siempre dos fines: religarse a
la divinidad y conocerla, la religión y la filosofía. Tal era la meta de los indios, y lo
era, también, la de los evangelizadores ajenos a los intereses exclusivamente
temporales.
Bien, a este dato de los cemíes, del cual se ha hecho ya alguna referencia,
Cristóbal Colón agrega que tanto en aquella isla Española como en Tierra Firme
180
existían casas particulares en las cuales no se hacía nada que no fuera fabricar
cemíes y ofrecer oraciones y ceremonias551; de ello resultó que entre los propios
caciques y sus gentes se preciaran «de tener mejores cemíes unos que los otros. Y
cuando van a estos sus cemíes y entran en la casa donde están, se guardan de los
cristianos, y no les dejan entrar en ella: al contrario, si tienen sospechas de su
venida, se llevan el cemí o los cemíes, y los esconden en los bosques, por miedo de
que se los quiten»552. Estas primeras descripciones sobre el especial cuidado
concedido a sus divinas figuras parecen sugerir la primitiva intolerancia de parte
de los europeos en aquellos preliminares años del descubrimiento553. Asimismo, se
colige del recato de los indios la convicción religiosa espiritual que los mismos
alimentaban entre la población en general y entre el sacerdote y el cemí o
representación de la divinidad en particular. Mucho de este sentir religioso,
empero, aflora explícitamente en no pocas de las descripciones que el fraile de la
orden de San Jerónimo ha transmitido.
181
cohoba»554, polvo que emplean los indios para purgarse unas veces o para
embriagarse otras, pero siempre con fines sagrados. El acierto de que los
sacerdotes se valían de esta sustancia con tales fines primordialmente puede
justificarse con el mismo relato del religioso. Después de los preparativos rituales
del sacerdote y cuando ya sentía tener la autoridad, merced a su divina disposición
con el espíritu, se levanta el brujo y le vomita cuanto título puede adularse a un
grande señor en la esperanza de que dicho madero le respondiera. Por qué le
había hecho presentarse, por qué estaba él (el espíritu) allí, qué deseaba del
hechicero o brujo y quién era, solían ser algunas de las inquietudes del sacerdote-
brujo. En fin, el sacerdote, de la manera más solemne, promete al dios-numen
cuanto ha solicitado en la esperanza de cumplir así los requerimientos de su
divinidad. Así pues, da, impregnado de muy pía devoción, su palabra y empeña
todo su ser y saber en hacer cumplir sus deseos. Ya sean estos cortarle, según
refiere Pané, ya venir con el sacerdote-mago, ora disponérsele un sagrado lugar,
ora darle la figura de uno de sus dioses555, o bien todo esto en uno.
182
responde diciéndole la forma en que quiere que lo haga»557. El sacerdote tan
persuadido de las órdenes de su divinidad y tan humilde como Moisés a la suya,
reúne entre los colaboradores a los más idóneos558, desplegando los preparativos
convenientes para cortar y confeccionar la representación del numen en la
comunidad a instancia de las indicaciones que dicho espíritu le había comunicado.
Entre éstas, al dios se le debía transportar a una casa con heredad en la cual se le
ofrecería un florido ceremonial. Lo más probable es que aquellas casas de las
cuales nos hablaba asimismo Colón algunas líneas arriba y conforme a las
instrucciones impartidas por el dios, hayan tenido pareja funcionalidad a la de los
santuarios occidentales en donde, de un modo igualmente similar, los señores en
las Indias y los sátrapas bíblicos pretendían contar cada cual con los mejores
favores divinos.
183
quieto durante un tiempo aconsejable para evocar un sagrado respeto. Mas «luego
alza la cabeza, mirando al cielo, y habla. Entonces todos le responden a un tiempo
en alta voz; y habiendo hablado todos, dan gracias, y él narra la visión que ha
tenido, ebrio con la cohoba que ha sorbido por la nariz y se le ha subido a la
cabeza. Y dice haber hablado con el cemí»560. La delicadeza de estos rituales con
sus ídolos era igualmente manifiesta en los grandes templos. Sobre dicho
particular, cuando los mayas se comunicaban con sus dioses, deseaban saber,
principalmente, todo aquello que les habría de suceder, así las cosas malas como
las buenas o por cualquiera otro asunto por el cual se habían reunido561. Está claro,
pues, y no menos fundadas sus creencias, que tienen tal veneración, no sólo a estos
ídolos a los cuales han edificado incluso casas-templos, sino también a la dicha
preparación embriagadora.
Como puede verse, asimismo, para los naturales la relación entre el cemí
fabricado o la representación de la divinidad o espíritu y su sacerdote reviste unas
proporciones rayanas en lo mistérico. También debe aceptarse que, en obsequio a
las sagradas virtudes de la susodicha cohoba, o análogo preparado, su presencia
en casi cualquier ceremonia religiosa y en buena parte de los centros religiosos de
estos sacerdotes, era un hecho. Si, adicional a ello, el encargado de su preparación
era el señor o un principal, que no era otro en el cuidado de tan divina mezcla,
habrá de admitirse, de igual manera, el superior conocimiento —respecto a los
demás miembros de la comunidad— de estos señores principales en materia de los
misterios de su religión; a saber, el conocimiento que les podían transmitir los
sacerdotes. En apoyo de esta postura tan axiomática en las teocracias y en las
sociedades mágicorreligiosas Platón, aguzando sus sentidos, observa que los
hombres que se han encargado de los asuntos divinos siempre cuidaron de tener
cerca a la clase guerrera562. Con los señores principales a la cabeza, las soberanías
sacerdotales consintieron en dotarlas inclusive de una autoridad emanada de las
560 Ibíd.
561 Cfr. Landa, Op. cit., p. 15. Asimismo véase del mismo autor y obra p. 49.
562 Critias 110b.
184
mismas divinidades es lo que se propone asimismo en la historia de la elección de
Saúl y en la supuesta divinidad de los Césares romanos cristianizados563.
563 Cfr. Historia de los dogmas, El método teológico, Enciclopedias, BAC, Madrid, 1977, t. I, cuaderno 6, p. 125.
564 Landa, p. 48.
565 Durán, Diego, op. cit., t. I, pp. 47-48.
566 Durán, p. 37.
185
divinidades mayores, se debía conseguir obviamente los mejores materiales. En la
construcción de los ídolos anteriores, como se acaba de fijar, su figura debía
extraerse de una roca notable y digna de la obscuridad que habría de significar.
Aunque muchas otras efigies eran elaboradas de madera tan fina como la
importancia del dios y templo lo exigía, eso sí, siempre representando una figura
de hombre.
Los ídolos, al parece, no tenían una dedicación exclusiva para los templos.
Sin embargo, la mayor parte de éstos, sino todos, habían de cumplir el rito de la
purificación —o expulsión del demonio, como gusta referir el obispo de Yucatán—
186
e imposición de los poderes por parte del sacerdote. Cuando los terminaban de
perfeccionar, quien lo había mandado a hacer daba de lo mejor que poseía al
artífice de su divinidad personal. No quedaba todo ahí. Echado que había el
sacerdote al demonio del nuevo ídolo, éste se le entregaba a su respectivo dueño, el
cual lo recibía con no chica devoción. Se hallaran en el templo o en casa particular,
las imágenes divinas reclamaban de la piedad de sus dueños muchos y muy
variados ayunos y abstinencias569, sin las cuales las causas y efectos cósmicos no
traerían las consecuencias benéficas esperadas.
187
disposición mágica de contacto con las potencias invisibles al otro lado del mundo
corporal. Si se piensa, por ejemplo, en la idea de la transmisión de los dones por
intermedio suyo, es decir de las imágenes fabricadas, reanimadas o no con las
susodichas cenizas, puede suponerse de un modo similar que aquellas almas al
recibir los alimentos de los sacrificios y dones debidos y al ―continuar con vida‖,
han de intervenir asimismo, misteriosamente, en los asuntos que solicitan la
actuación de las potencias mágico naturales en los asuntos de la familia y la
comunidad; algo semejante a lo que ocurriría con la ejecución de los grandes
sacrificios.
4. Sacrificios humanos
Toda existencia es vida concedida por las divinidades celestes. Ellas son las solas
que dan y quitan al hombre cada día poder y tribulaciones. Ilustro esto con un sólo
ejemplo. Con imponderable gracia y no poca belleza y naturalidad, el Popol Vuh
narra la alegría general una vez se había puesto en marcha, por sus antepasados,
la vía hacia la especulación sobre los dioses del empíreo. Desde entonces, la
penetración y devoción del mago sacerdote no tuvieron ya límites; porque la vista
que se les ofrecía del sol, de las estrellas, la luna, la aurora572 y posteriormente al
abrírseles el cielo todo, el pensamiento reflexivo de los sacerdotes les llevó a
adorarlos a todos, como continuaban haciéndolo con las hierofanías que la mies de
los campos les presentaba. Tan pronto como tres curiosos pensadores mayas
hundieron sus vistas reflexivas en las profundidades del espacio y cuando ya la
noche parecía huir de la aurora, uno de ellos reparó que al sol le acompañaba la
Estrella de la mañana. Los sacerdotes inmediatamente «desenvolvieron el pom
que habían traído desde el Oriente con la idea de quemarlo en el momento
oportuno; fue el primer rito para ellos, y entonces abrieron los tres paquetes con las
188
tres ofrendas. […] Lo quemaron y a continuación se pusieron a bailar en dirección
al Oriente. Lloraban de alegría cuando estaban bailando y quemaban su
incienso»573. Mercedes De la Garza en su análisis sobre el pensamiento de los
nahuas y los mayas sugiere, no sin un excelente juicio, que los indios tenían como
principio el que los dioses se servían en todo el proceso de generación en la tierra
de la influencia del sol; y que «el hombre, como parte central del proceso, va
sufriendo sucesivas transformaciones, causadas por su esencial vinculación con los
otros entes de la naturaleza, para llegar a constituirse en el ser que los dioses
necesitan para sobrevivir»574. Son entonces estas divinidades celestes y sus
potencias, un tanto ya lejanas de la mera devoción a las imágenes y estatuilla, el
objeto de culto, adoración y estudio de los magos mesoamericanos. Para ellas, en
ellas y con ellas están instituidos los ritos del sacrificio; en tanto que el hombre está
preparado ya, espiritual e intelectualmente, para prestarles sus buenos oficios.
Esta afirmación puede verse confirmada con la ya autorizada tesis de la obra de
Miguel Alberto Bartolomé, La dinámica social de los mayas de Yucatán, a la cual es
conveniente adherir la opinión de la presente, en donde sostiene él también que
«los sacerdotes eran respetados y temidos por ser los poseedores y depositarios
del Alto Conocimiento, los herederos e incrementadores de un capital de
información y experiencias acumulado durante siglos. La posesión de estos
conocimientos les permitía […] garantizar la relación entre los hombres en sí y con
las potencias de la naturaleza»575. Nada sobra en este juicio. Con él se devuelve al
vencido su lugar intelectual y social en el terreno del conocimiento
mágicorreligioso que vincula al cosmos con el indio.
Un fraile del siglo de los últimos grandes descubrimientos del XVI, quizá
pensando menos en los tronos, principados, potestades, virtudes, dominaciones,
573 Ibíd.
574 De la Garza, Mercedes, op. cit., p. 55.
575 Bartolomé, Miguel A., op. cit., p. 76.
189
querubines, serafines, arcángeles y ángeles576, o en las Inteligencias separadas de la
élite sacerdotal, y concentrado sólo en la unidad de la Trinidad, diría a buen
seguro con mayor propiedad «por Él, con Él y en Él»577. Hay que entender, no
obstante, la enorme diferencia que separa al hombre religioso de la fe, cuya
actividad está dirigida, siendo puntuales, a la vida social, y al hombre religioso de
la especulación, en quien recae el compromiso de conservar y reinterpretar, si es
necesario, el saber recogido por la tradición. Ahora bien, nuevamente se revelar
aquí aquella inquietud insinuada al comienzo respecto a esa dicotomía en la
Iglesia, esto es, de las centurias últimas de la Edad Media, entre el saber
teodemonológico y el teológico-filosófico; dicotomía aplicable, claro está,
guardadas las debidas distancias, al sistema religioso de las Indias, según se ha
demostrado ya al destacar tanto el conocimiento de los sacerdotes o magos sobre la
fenomenología natural o hierofanías de lo divino —tal cual se acabó de notar con
De la Garza—, como su habilidad para involucrar a los señores principales y al
resto de la comunidad en las celebraciones y creencias con las cuales habían de ser
gratificados esos dioses, y cuya mayor demostración era el sacrificio,
particularmente, humano. Las Jerarquías divinas de Dionisio Areopagita, más que
todo cuanto se ha dicho acerca de la imposibilidad de ocultar la especulación
cristiana en su semejanza con el aparato de creencias de los aztecas y los mayas,
autoriza a pensar en una analogía de la súplica y la ofrenda a esas potencias que,
emanadas de una Divinidad superior, unas veces sacian al hombre no sólo con sus
dádivas espirituales y de sabiduría, como en el caso de los magos-sacerdotes, sino
también las existenciales del sencillo, pero que, otras, hurtan su contento. Dionisio,
cuando explica la constitución de «las esencias celestes», cuando se admira de que
ni siquiera «les premiéres parmi les essences célestes, si élevées au-dessus de
toutes les autres, ne sollicitent les illuminations théarchique» sino con alguna
reserva o recato578, o cuando dice que la primera Triada divina es juntamente la
190
Mónada y la Unidad tri-hipostática, la misma que ha derramado su
bienaventurada providencia a todos los demás seres, «depuis les essences supra-
célestes jusqu’aux dernières créatures terrestres» (desde las más puras esencias
celestes/divinas hasta la última de las creaturas de la tierra)579, está como
justificando el tributo que se ha de ofrecer a las divinidades. Varias veces se ha
propuesto. Ofrendar por los ángeles y arcángeles es, debe suponerse, sacrificar a
otras tantas divinidades celestes. Así parece refrendar el doctor angélico cuanto
afirma Dionisio al explicar aquél el orden de las creaciones de Dios580 desde las
primeras Inteligencias separadas, conforme a Maimónides581 —adrede citadas
anteriormente—, hasta llegar al ángel que ya casi se confunde con el hombre. Por
tanto, habida cuenta de que la naturaleza no procede por saltos, habrá de
concluirse que aquellas jerarquías divinas son los grados de perfección o
imperfección, según se ascienda o descienda a través de las emanaciones y las
creaciones en el tiempo; esto es, las sustancias y los cuerpos celestes. A éstas
sacrifican los sabios mesoamericanos. A éstas devuelven los sacerdotes la sustancia
con la cual los dioses crearon al hombre, y en la que no sólo creen, sino que están
convencidos por sus descubrimientos acerca de sus efectivos contacto mágico. A
ellas, en fin, quieren ofrecer su igualmente divina energía vital. ¿Podría ser de otra
suerte cuando el hombre ha sido formado como la serpiente Quetzalcóatl «con la
sangre del dios creador»?582
La prueba más concluyente de que las inteligencias, las esferas, los astros,
etc., o la generación de los realidades del ser son asimismo las divinidades de la
estructura religiosa de la teología, se haya explanada en el génesis. Creado que
hubo la Suprema Divinidad veterotestamentaria la Luz, las Tinieblas y las
191
Lumbreras del cielo, participa su voluntad declarando: «Hagamos al hombre a
nuestra imagen, según nuestra semejanza»583. Ese versículo se recoge en la
Vulgata con estas palabras de San Jerónimo: «Faciamus hominem ad imaginem et
similitudinem nostram». Dado que Yahvé dirige sus poderosas ―palabras‖ al
menos a algo o a alguien diferente a Él, o que ése sea Su ―pensamiento‖, la única
solución posible, se colige, es la de que Él mismo da a ese otro el honorable título
de dios.. De cualquier modo, este plural ha sido tema de los más arduos debates
teológicos y demonológicos; pero que el Credo de Nicea lo haya resuelto con el
Hijo y el Espíritu Santo, no cambia, en concordancia con las jerarquías divinas
nombradas en la tesis presente. Puesto que la imagen y similitud del hombre con
las divinidades parece referirse en particular, y conforme a la susodicha
generación, a los elementos de los cuales están conformadas todas las falanges y
legiones de esferas y formaciones celestes. Sólo, de esa suerte, se puede conectar
cabos al intentar comprender por qué en las sociedades mágicorreligiosas la
influencia de los fenómenos naturales aquí en la tierra y el de las naturalezas
celestes ha jugado un papel tan trascendente en la vida espiritual cotidiana de
todos los pueblos antiguos y amerindios. Adorar a una única divinidad suprema
—mejor podría decirse preferírsela a las demás— no significa, entonces, que las
restantes hayan desaparecido.
192
modo, de las jerarquías filosóficas existente desde Dios a las creaturas, tendríamos
que admitir en el cataclismo del encuentro de ambas civilizaciones no una
conquista del imaginario, sino más bien una franca y declarada guerra de
religiones. Ese era posiblemente el criterio de la élite intelectual cuya influencia se
hacía sentir en todas las jerarquías eclesiásticas. Para la época hablar de religión
suponía tácitamente mantener el principio de la verdad. Sin embargo, este saber en
manos de la mayoría de los monjes tenía que pasar por el filtro de lo estrictamente
social con lo que al saber de la religión amerindia se lo atacó desde su religiosidad,
es decir, desde su superstición a sus ídolos. Hay que señalar, con todo, que,
conforme prorrumpe de las diatribas de los documentos, en Landa, Durán y
Sahagún, se puede distinguir, además de su interés en la religiosidad y creencias
de los indios, un admirable acercamiento a la religión indígena: a su sabiduría. Ello
atestigua la personal curiosidad de estas testas, y en especial a partir de 1524, por
entender aquel saber superior —el de las verdades filosóficas conquistadas por
magos, sacerdotes, teólogos y filósofos de dentro y fuera de la Iglesia— que la
jerarquía en sus instituciones les negaba. O que sólo les ofrecía por gotas a través
de prolongadísimas esperas584. Sea como quiera que fuere, en las Indias
encontraron al lado de un fanatismo religioso, casi necesario en los grandes centros
dominados por la religión y la espiritualidad, buenas respuestas a algunas de esas
inquietudes, pero que, no obstante, en virtud de su fe recalcitrante y de su
obediencia a la teología de la revelación, no pudieron conservar entera y
derechamente a la posteridad.
584 El teólogo Hans Küng, en aras de plantear una sana doctrina de reconocimiento de algunos errores en el
cristianismo católico, cuya propuesta apunta más a fortalecer una Iglesia creíble y menos a una crítica demoledora de las
grandes verdades que ella ha formulado, deja insinuada esta hipótesis cuando al referirse al pasado de la estructura religiosa
cristiana le reprocha su tradicional manipulación de la verdad. Antes como ahora, dentro de la misma Iglesia, afirma, «se
hace sospechosa la libre discusión, se descalifica moralmente a los que disienten; dentro del aparato burocrático dominante
se trafica con la verdad mediante el juego político de diferentes grupos de presión [entre los que se pueden incluir las
diferentes jerarquías eclesiásticas]; se exige el secreto en cosas que afectan a todos; la ciencia debe por consiguiente servir al
sistema; […] se busca refugio en sectores esotéricos de investigación que están al abrigo de todo ataque» (Sinceridad y verdad,
Herder, Barcelona, 1970, p. 164; título original de la obra: Wahrhaftigkeit, Verlag Herder KG, Friburgo de Brisgovia, 1968).
193
Acaso en los sacrificios y en todos los actos mágicorreligiosos los sacerdotes,
partiendo de cualesquiera fuese sus principales divinidades, tenían por un hecho
que «el gobierno emana de la Divinidad […]sobre las Inteligencias, conforme a su
categoría, y que ellas derraman, de lo que han recibido, bienes y luces sobre los
cuerpos de las esferas celestes, y éstas difunden energías y beneficios sobre el
cuerpo sujeto a generación y corrupción, conforme a la magnitud de los bienes
recibidos de sus principios»585. Esta es, o parece ser al menos, la razón y
fundamento de todo pensamiento emanado de las potencias divinas y que como se
sabe no era ajeno a los sacerdotes mesoamerindios. Las palabras de los vencidos
representadas por su tradición en el Popol Vuh son preciosas a este propósito.
Cuando los sacerdotes se disponían a orar a esos dioses que ya iban identificando
en los cielos exhortábanlos diciendo: « a ti, Corazón del cielo, Corazón de la tierra,
Envoltorio de la Majestad. ¡Oh, Tohil, Avilix, Hacavitz, bóveda del cielo, vientre de
la tierra»586. Y un poco antes imploraban: «Que no tenga tribulaciones, ni desgracia
que venga de ti, de tu hechicería»587. Ciertamente, puede añadirse que ni en esta
vida ni en la otra. Ha de recordarse en este punto cuanto se dijo sobre la atribución
de los derechos divinos de los sacerdotes magos y señores principales porque ello
resuelve en parte el problema de no pocos de los sacrificios y en particular el de
esclavos que, según Ximénez, irían a ultra tumba a servir a estos sabios o
principales588, de algún modo divinizados y a quienes se acompañaban de todo
aquello que el señor «había disfrutado en vida»589, algo similar a las costumbres
egipcias con los Faraones descendientes de los dioses.
194
El efecto mágico es palmario. Todavía a esas palabras de sus magos, que
eran los sacerdotes o brujos, Balam590 entre los mayas, se pueden agregar otras con
las que si bien querían agradecer por los triunfos de las clases guerreras y demás
beneficios, no se prestará a tomarse por desvarío temerario insinuar, por lo dicho
anteriormente sobre la alegría de habérseles permitido conocer los secretos del
cielo mediante la observación de los astros, que su gratitud iba pareja con las
avances obtenidos en su reflexión. Los sacerdotes, sí, anhelaban fuerza y vigor591.
Si su mayor objetivo era conquistar a sus clases guerreras, esto es, a los señores
principales bien sabían que únicamente ello era posible merced al conocimiento.
Por tal motivo, y en vista del progreso alcanzado en los saberes, sintieron, quizá,
que los sacrificios de los animales ya eran insuficientes, necesitando así de una
mayor espectacularidad con la cual creían estar obedeciendo sus mandatos —el de
los dioses y el de los sacerdotes, quienes empezaban con el ejemplo—. No
podemos ofrecerle a los dioses, dice el texto que vengo citando, sólo «la sangre de
los venados y de las aves, […] nos sacaremos entonces sangre de las orejas y de los
brazos. […] ¡Qué se derrame su sangre [la de los cautivos] y que esta sea la ofrenda
a»592 los dioses! Ellos así parecen exigirlo por el efecto colateral de los deberes para
con la divinidad. Fluye de tales ideas un torrente de sentimientos religiosos que
sólo pueden ser explicables merced al sentido humano del don y la ofrenda, los
mismos de los cuales ya se ha dicho algo. La fuerza universal de este sentimiento
mágicorreligioso de gratitud es tal que Abraham frente al mandato de la
divinidad para sacrificar a su hijo, «juzgó que no era justo desobedecer a Dios y
que estaba obligado a servirlo en todas las circunstancias de la vida, porque todos
los seres vivos gozaban de la vida por su providencia y sus dones»593. Pero si los
sacrificios mágicorreligiosos de los magos indios estaban impregnados en la sangre
590 Ha de recordarse con Barrera Vásquez (op. cit. p. 14) que Balam fue quizá el más famoso de los Chilames, clase
sacerdotal. Vivió un poco antes de la llegada de los españoles. Se convirtió luego en «un nombre de familia, pero significa
jaguar o brujo, en un sentido figurado». Por lo cual puede considerársele asimismo como miembro de esa clase de magos o
sacerdotes que interpretaban los antiguos libros jeroglíficos.
591 Popol Vuh, p. 144.
592 Ibíd., pp. 144, 145 y 146.
593 Josefo, Antigüedades de los judíos, I, 13, 2.
195
de sus víctimas, ello se debía al reconocimiento espontáneo y —¡ojo!— eficaz a la
divinidad de los dones obtenidos, entre los cuales estaba, se ha insistido hasta el
cansancio, los favores de la sabiduría, cuya mejor expresión era la de una certera
identificación de los efluvios de la naturaleza, a saber, desde los beneficios y
efectos de la alimentación y la curación de enfermedades hasta la observación de
los astros y su influencia en las cosas de la tierra. El saber astrológico es pues un
punto sustancial en este ir y venir de lo religioso a lo mágico, de lo divino a lo
científico. Europa, tan orgullosa de su saber, no había podido desprenderse, como
no puede ningún verdadero espíritu científico permeado por el principio de lo
divino, desprenderse de la ciencia divina.
594 Traducción española de Roberto H. Bernet, Astrología, Un historia desde los inicios hasta nuestros días, Herder,
Barcelona, 2005, 12003, p. 240)
196
Corpus Hermeticum y su traducción por Marsilio Ficino»595, a las teorías divinas de
los platónicos; todo ello, quizás, debido no sólo al general entusiasmo por los
clásicos, sino igualmente por las misteriosas teorías de los sacerdotes indios que
también se dedicaban de un modo no menos científico que religioso a inquirir las
entrañas de los dioses, esto es, de las honduras del cielo. Lo legitima los asimismo
peregrinos escritos de aquellos primitivos cronistas que llegaran a España junto a
los aun más insólitos documentos pictográficos, que, por su carácter divino y
científico todo en uno, debieron reposar especialmente en los anaqueles de las
grandes bibliotecas lejos de las miradas profanas. Así la élite sacerdotal del siglo
XVI, en la cabeza visible de la Iglesia, en ese momento de tan capital interés para la
historia de América, metida ya de bruces en los nuevos paradigmas, se vio
impelida, como lo hiciera muchas otras veces antes y después del cristianismo, a
«ajustar más las riendas para no perder lo que Michel Foucault denomina el control
del discurso. El punto más importante en que se verificó este giro en el marco de la
Contrarreforma fue el Concilio de Trento, que se celebró con algunas
interrupciones entre los años de 1545 y 1563 y reguló de nuevo los principios
fundamentales de la doctrina»596. Conocido es de todos que tales vientos nuevos
eran necesarios debido a que «numerosos miembros del clero estaban
directamente implicados en actividades astrológicas»597. No pude ser más clara
cómo esta influencia de poder y saber sacerdotal intervino en los asuntos divinos
de los mayas y aztecas. El control del discurso —es decir, del saber— no podía ni
siquiera pertenecer a dos señores, al poder temporal y al espiritual. ¡Cómo iba a
permitirse que un pueblo extraño y a la vez tan dóciles, según hicieron notar Las
Casas y algunos otros misioneros, pudiera tener semejante saber que reñía, como
se acaba de ver en Stuckrad, no sólo y más derechamente con la astrología y sus
consecuentes influjos en la vida cotidiana, cuanto con la nada despreciable
demonología (entiéndase aquí teología) de Platón —también ya sistematizada en lo
197
que tenía de más importante para el culto al sol, a la luna y demás astros y
fenómenos naturales por los sacerdotes indígenas— quien ha sido siempre el pilar
fundamental del pensamiento teológico y filosófico de la religión occidental, si ese
mismo pensamiento, en esencia, era el mismo que se combatía en las nuevas
herejías que desangraban a Europa! Los evangelizadores no podían hablar ni en un
lenguaje diferente al de la Inquisición ni dejar de aprovechar la adjetivación que
dieron a los ritos de las Indias. Pagden columbró bien este aspecto cuando niega a
los misioneros, quienes por medio del cálculo negaron a su vez a los indígenas,
aquella capacidad de poder comprender la realidad en la cual «debe basarse
cualquier forma de conocimiento»598. Vale la pena, en todo caso, seguir los pasos
de la influencia de este pensamiento en uno de los puntos más delicados de la
historia de aquel siglo XVI: la ejecución de los sacrificios humanos; y ver a la
poderosa espada en mano del ascendiente de ese saber teodemonológico,
refrendada a su vez por el teofilosófico, practicar su fanatismo a ultranza de las
ideas y creencias que el misionero identificaba como idolátricas. Bajo los
anatemas, empero, que estallan a cada paso sobre la idolatría de los naturales se
advierte cierto encanto y admiración de la Iglesia por los saberes del sacerdote del
Nuevo Mundo.
Pagden, Anthony, La caída del hombre. El indio americano y los orígenes de la etnografía comparada, Alianza Editorial, Madrid,
598
1988, p. 145.
198
mágicorreligiosa de este inveterado culto entre los mayas y aztecas, no sin un
grande provecho, si se enlaza la idea que subyace en el pensamiento indiano con
la reseña de Seler al Códice Borgias respecto a los guerreros destinados al
sacrificio599 y su profunda intuición, ya indicada, sobre el «libro de los días y de su
influencia en los destinos», de cuyas enseñanzas parece deducirse que era el alfa y
el omega de los sacerdotes, constituyendo, por tanto, su particular conocimiento600.
El propio Codex Borgianus nos ha trasmitido un ejemplo de estos guerreros
destinados a los dioses601. Antes de la consecución del sacrificio propiamente
dicho, los señores solían organizar una especie de liza con algunos de los
valerosos guerreros escogidos entre los combatientes del señor principal y aquellos
prisioneros cautivos en las correrías de ensanchamiento del imperio azteca.
Naturalmente, como este no era sino una emulación dirigida a satisfacer la fibra
batalladora de estos pueblos, armados unos y otros con rodelas y espadas, muy
pronto los penados eran abatidos. Sólo entonces se los trasladaba al lugar donde
debía llevarse a cabo el sacrificio. Una vez allí, los héroes descargaban a las
víctimas de la contienda y de la supeditada libación a las divinidades en una
piedra grande destinada para tal fin de modo que yacieran con el pecho mirando
hacia el sol. Sahagún hace una descripción exacta de este pedernal: la piedra en
donde echaban a estos cautivos tenía una «altura de tres o cuatro palmos, y de
anchura de palmo y medio en cuadrado, que ellos llamaban téchcatl»602. Esta
piedra, de acuerdo a la descripción que se hizo de los templos, debía encontrarse
en medio del patio mayor del templo primordial si se supone que las celebraciones
de las dichas ofrendas humanas se entregaban al dios o a las divinidades a la vista
de una copiosa concurrencia. Landa señala que los naturales acostumbraban
embadurnar la piedra de los sacrificios con un color azul603. El resto del
espectáculo debía ejecutarse con la mayor solemnidad.
199
Ubicado ya de espaldas en la consabida roca de la inmolación, los asistentes
de los sacerdotes sujetaban la ofrenda a fin de obstaculizarla todo movimiento
indeseado; dos le asían los pies, dos le impedían cualquier meneo de los brazos y
manos, todavía otro se encargaban de engancharle la cabeza, quedándole así
únicamente el movimiento de elevación de su pecho hacia el cielo y el posterior
descargue del mismo contra la piedra que la vitalidad de sus posaderas junto a la
de la nuca y cabeza le permitían. Aparecía luego uno de los magos sacerdotes con
un cuchillo de pedernal y madera en su diestra, quien de un solo estacazo lo
clavaba en el pecho del caído. La abertura era perfecta. Con redoblada solemnidad,
dando así no chica muestra de una grande habilidad obtenida durante largas
instrucciones y curtida experiencia, se disponía en el acto a meter la mano por
aquella herida y le arrancaba el corazón. Inmediatamente, a buen seguro, como
queriendo agradecer a los señores caciques por los triunfos sobre los pueblos
conquistados, por un lado, y a los dioses por los tantos beneficios recibidos y para
que les alejara de todo mal, por el otro, el sacerdote ofrecía el corazón «al sol y a los
otros dioses, señalando con él hacia las cuatro partes del mundo»604. Hartada así
las divinidades espiritualmente, pagándoseles la vida con la vida, los naturales
procedían a despedazar al inmolado a fin de consumir el consagrado manjar.
Ofrenda vidas humanas al sol y a los otros dioses el mago sacerdote porque
su percepción del mundo es pura emanación, pura generación. Los dioses son para
él a la vez naturalezas físicas y espirituales; la ciencia y sabiduría de las
formaciones celestes no las toma al modo del determinismo escolástico y luego
positivista que hubo de arrinconar al pensamiento cristiano en una explicación
siempre más y más trascendental, pidiéndole irrespetuosamente dé cuenta de la
existencia de un dios que sólo admite explicación si se parte del efecto; esto es, de
lo sensible y de la naturaleza en particular. Dicho de otra manera, amedrentada, así
200
por enemigos que no pueden percibir el mundo intuido como es, un ente divino y
sagrado, como por la ciencia positivista —y acaso igualmente motivada por los
intereses de dominación como todos conocen—, la especulación de la Iglesia se
quedó con un dios que si bien puede ser la causa y principio de sus emanaciones,
nadie entiende ni ve por ningún lado. Para el indio el más caro de los sacrificios era
para aquél que él sentía cerca, aquél a quien él hacía y sentía divino por sus
inmediatos favores. Más sencillo aun, despojar al mundo de su criterio divino para
aplicarlo meramente a la primera causa, cualquiera sea ésta, fue desde el término
de los siglos medios, algo que ni el sentido de la vida humana, ni el pensamiento
especulativo, siempre afiliado al sentimiento religioso, nunca ha comprendido.
Insístase nuevamente, para el indio el alimento es divino; hay algo de divino en el
efecto de las hierbas, la cohoba, el pulque etc.; la divinidad habita en las alturas,
está en la lluvia que refresca y da vida a la mies, en los rayos benéficos del sol, en
la fuerza que arrastra a las esferas; en todo se halla la divinidad y los dioses alegres
atienden lo mismo el llamado de sus corrientosos que sus leyes. El lamento del
mago sacerdote indio creería uno estar insinuando a los sacerdotes
evangelizadores del Dios desnaturalizado, tan trascendente que, siendo Dios todo
en la vida del recto filósofo, parece asimilarse a la nada —grande dolor del hombre
de ciencia pero piadoso—: la única diferencia entre el pensamiento reflexivo
pagano y el sagrado es que éste piensa en el mundo, cuya plenitud abarca aquellos
seres arrebatados a su comprensión, como un todo divino; mi relación con él, diría
el mago, es de un eterno religare no menos positivo —esto es, científico— que
espiritual. Devuélveme a mi Dios, devuélveme a mis dioses, devuélveme a mis
divinidades, ya que no las sangrientas prácticas de los sacrificios, es el sempiterno
clamor del Indio y del sincero filósofo, del teólogo y de todo hombre religioso. Es
el reproche que en la antigüedad hicieron Clemente de Alejandría y Orígenes, que
han hecho más tarde Schleiermacher y Hegel y que en el día hace Pannenberg a la
Iglesia: poco importa que el positivismo estudie las jerarquías divinas como
simples entes, ello no las hace menos divinas. Su divinidad no puede estar en los
201
átomos y partículas, está en su necesidad y relación, en su generación y sentido, en
su provocación y providencia. Hasta sus hijos sacrificaban a éstas la piedad
amerindia.
202
cuota humana. Los indios tenían la costumbre de contribuir con sus rentas para
que se adquirieran esclavos para el sacrificio. Y cuando ni esto bastaba o
simplemente no había esclavos que inmolar, no ponían ningún reparo en disponer
de sus propios hijos. Sobre estas expiaciones, Landa afirma que los niños que iban
a ser sacrificados se les alimentaba y cuidaba con mucha diligencia y esmero «hasta
el día y fiesta de sus personas, y muy guardados (para) que no se huyesen o
ensuciasen de algún pecado carnal; y mientras los llevaban de pueblo en pueblo
con bailes, los sacerdotes ayunaban con los chilanes y oficiales»606. Para el día del
sacrificio lo desnudaban y untaban su cuerpo de azul; todos en el patio del templo
bailaban a su alrededor mientras lo ataban a un madero. Luego, «subía el sucio del
sacerdote vestido y con una flecha le hería en la parte verenda, fuese mujer u
hombre, y sacaba sangre y bajábase y untaba con ella los rostros del demonio; y
haciendo cierta señal a los bailadores, ellos, como bailando, pasaban de prisa y por
orden le comenzaban a flechar el corazón el cual tenía señalado con una señal
blanca; y de esta manera poníanle al punto los pechos como un erizo de
flechas»607. Acto que hacían sin distinción de edad ni modo de adquisición. El
procedimiento para extraerle el corazón, el cual debía ser igualmente ofrecido a las
divinidades celestes, era en esencia el mismo descrito anteriormente para con los
prisioneros de guerra608.
203
en la misma que debía ocultarse las divinidades estelares. En esta oportunidad,
antes de impartir las órdenes para la consecución del sacrificio, los magos hacían
un extraño rito. Decían que éste era rigurosamente inevitable para purificar el
espacio sagrado y así evitar la presencia de los dioses malos. Landa observa que
los chilanes tenían la costumbre de echar « al demonio» antes de iniciar el sacrificio
como tal609. A lo que no hay ninguna objeción; siempre y cuando esa idea de
expulsar al demonio se interprete, como sugieren tantos pasajes de esta
investigación, en el sentido de darle al dios malo aquello que sin ser satisfecho no
permitiría a los dioses benévolos atender las necesidades humanas. Pues no sólo
tenían los indios divinidades buenas, conocían ellos que todas las adversidades les
provenían de otros tantos dioses, a quienes debían igualmente atender en sus
sacrificios610. Para ellos el mundo estaba sencillamente dividido en númenes
buenos y malos, y a todos debían hacer homenaje. Ésta es la causa por la cual en las
Indias se sacrifica tanto a unos como a otros, no pudiéndose hablar en un sentido
estricto de un sacrificio en oposición a un exorcismo cual lo quieren hacer ver la
influencia demonológica de Occidente, a quien le parece distinguir en todo el
aparato religioso mesoamerindio una afinidad con la adoración a Satanás.
En todo caso, tan pronto como los poderes de la divinidad adversa quedaba
contrarrestada, pues se creía que el templo y su entorno quedaban libres de toda
amenaza, un cuerpo de oficiales preparado para este sacrificio, aquí compuesto por
algunos ancianos611 escogidos entre los más sabios del pueblo, agarraba «al pobre
que sacrificaban y con gran presteza le ponían de espalda en aquella piedra y
asíanle de piernas y brazos que le partían por en medio. En esto llegaba el sayón
204
nacón[612] con un navajón de piedra y dábale con mucha destreza y crueldad una
cuchillada entre las costillas, del lado izquierdo, debajo de la tetilla y acudíale allí
luego con la mano y echaba la mano al corazón como rabioso tigre arrancándoselo
vivo, y puesto en un plato lo daba al sacerdote el cual iba muy de prisa y untaba a
los ídolos los rostros con aquella sangre fresca»613. Esta pintura de fray diego de
Landa brinda unos detalles muy precisos sobre los sacrificios como no pueden
encontrarse en los demás cronistas. Sin embargo, al poner mayor énfasis en la
―crueldad‖ con la que se inmolaba la víctima, desfigura el rito, superponiendo lo
profano a lo sagrado. Porque, como sostiene concluyentemente De la Garza, «el
aspecto esencial del ritual es la ofrenda de sangre y corazones»614. Menos
obnubilado se muestra, con todo, al narrar el sacrificio en la piedra y grada alta del
templo, en donde después de ser arrojado, ya muerto, gradas abajo, se desollaba al
inmolado todo, exceptuando sus manos y pies. Totalmente desnudo, el sacerdote
«se forraba con aquella piel y bailaban con él los demás, y esto era cosa de mucha
solemnidad para ellos»615. Como en el caso de los sacrificios aztecas, también los
mayas en ocasiones se comían lo que quedaba del sacrificio, repartiéndolo entre los
señores y a cuantos alcanzaba. Pero, no pocas veces, éstos preferían enterrar en el
propio templo cuanto quedaba de tales inmolaciones616. Aunque Durán admite que
por los caminos en dirección al templo se encontraban numerosas estacas en las
cuales se veían colgadas las calaveras de muchos sacrificados a quienes una vez
sacerdotes y pueblo se habían servido de sus carnes para consumirla como
ofrenda, los oficiales del sacrificio entregaban al término de la vianda los huesos al
sacerdote del templo. Ordenaba éste, inmediatamente, se fijaran en las consabidas
estacas617. Mas no todos los sacrificios terminaban de esta manera. Chichenizá, es
decir, su Pozo, y la isla de Cuzmil eran otros tantos santuarios en donde
612 Oficial de cargo sempiterno que debía abrir los pechos a los sacrificados. Asimismo se le llamaba nacón a otro que
elegían como capitán para la guerra, como se dijo atrás.
613 Landa, ibíd. Mercedes De la Garza observa que entre los nahuas y mayas «el principal rito de sacrificio es extraer el
corazón palpitante y ofrecerlo a la imagen de la deidad, ungiéndole el rostro con sangre» (op. cit., p. 62).
614 Op. cit., p. 61.
615 Ibíd.
616 Ibíd.
617 Durán, Diego, op. cit., t. I, p. 23.
205
simplemente se arrojaban multitud de sacrificados después de habérseles
arrancado el corazón618. Sobre el rito del uso de aquella piel desollada indica
Sahagún que los mexicanos tenían una diosa que llamaban la madre de los dioses.
Y ello muy probablemente en estrecha analogía con su concepto del proceso de
generación. La adoraban los médicos, los adivinos, los sangradores, las parteras,
los augures y aun los que echaban suertes con granos de maíz, quienes le
celebraban una fiesta cada año. Compraban para tal festividad una mujer a la cual,
alegrando con todo tipo de oficiosidades, a fin de que no estuviera triste por el
sacrificio que la esperaba, adornaban con los atavíos y vestidos de esta diosa. Para
su regocijo se disponían combates a su alrededor simulando guerras. Llegada que
había la hora de su muerte, la desollaban después de matarla. Luego, uno de los
sátrapas u otro hombre se vestía el pellejo paseándose por todo el lugar,
ufanándose de lo acaecido619. Intima afinidad con este ritual, cuyo aspecto, como
al parecer puede deducirse de la nota de Sahagún y resaltado por la asimilación de
la madre a la generación de sus hijos dioses, es posible hallar en la práctica de
―desollar‖ el prepucio para ofrendar su sangre. De hecho, se sabe que en la
concepción del proceso generativo eran considerados «los sacrificios en genitales
como peculiares del credo celestial»620. Tal rito debía cumplir, además de los
anteriores del corazón, primordialmente, el ideal de gratitud mágicorreligioso a las
potencias del cielo por su perenne devenir, dando así forma y vida a quienes
habrían de ofrendarles con éstos, y otros alimentos.
206
tenía menester para lograr una existencia feliz y lo más alejada posible de cualquier
infortunio, cual el de las hambrunas, las sequías, etc. Asimismo asumían que uno
de sus dioses descendía en forma de espíritu a recoger las ofrendas inmoladas621.
Cada vez, empero, que los magos sacerdotes, descubrían algo nuevo en sus
conocimientos, de un modo análogo al que impulsaba al Abraham bíblico a
establecer nuevos altares en nombre de Yahvé siempre que descubría algo nuevo
para su saber y también, quizás, con parejo propósito al del baile622 de David
alrededor del Arca, prestos estaban a festejar con un sacrificio. Así se colige de las
palabras del Popol Vuh al puntualizar: el sol era semejante a un hombre en el
momento en que se manifestó; fue a partir de ahí, «cuando la luna, las estrellas y
cuando amaneció y se alumbró la faz de la tierra y el mundo entero», que a los
pueblos que luego formaron a México les amaneció y les brillo su aurora del
conocimiento, separando «los nombres de los dioses de cada uno de los grupos»623
. Los sacerdotes, quienes «Turnábanse para ver la gran estrella que se llamaba
Icoquih, que sale primero por la mañana delante del sol»624 y a la vista de tan
importantes descubrimientos, decidieron, según se dijo ya, incluir entre los
diversos sacrificios a sus divinidades la preciosa sangre del hombre625, con lo que
parece haber indicado los magos sacerdotes la dicha apariencia del sol al ser
humano. Esta razón de los sacrificios a las divinidades celestes parece asimismo
confirmada por los registros de los mesoamericanos del mito de los cuatro dioses
Bacab, cuya función era la de sostener las cuatro partes del mundo celeste. Mucha
de la actividad intelectual de los sacerdotes estaba dedicada al estudio y
comprensión de estos dioses hermanos. Se servían de cada uno de estos dioses, a
los mismos que les tenían asignado un nombre y una letra, para representarse los
621 Landa sostiene en su lenguaje que en ángel bajaba a tomar la mies sacrificada, ora fuera ésta de perro, ora de
hombre, ya de cualquier otra clase (cfr. op. cit., p. 65).
622 Samuel Martí subraya la importancia de estos bailes en la mayoría de las celebraciones sagradas de los indios, para
las cuales asignaban lo más escogido de las doncellas. Sacerdotes y principales danzaban en torno a ellas como queriendo
significar en franco reconocimiento a las divinidades el eterno y universal rito de la fecundidad (Canto, danza y música
precortesianos, FCE, México, 1961, pp. 182-183).
623 Popol Vuh, pp. 141-142.
624 Ibíd., p. 136.
625 Cfr. Popol Vuh, p.145. Después de regalarnos con la primera piel llamada Pazilizib impregnada de sangre, dice la
voz sacerdotal, ésta será la ofrenda más grata a la divinidad (ibíd.).
207
días dominicales. Y de cada dios y letra señalaron los sucesos felices e infortunados
que habrían de acaecer en el año626. Quizá sea útil resalta la conexión de la idea de
los indios de ese significativo número cuatro en su simbología de los cuatro
hermanos, en los cuatro días dominicales y las cuatro escalinatas al templo de
Chichén-Itzá con el parejo guarismo de los puntos cardinales. Todo ello, por
ventura, deducciones de los magos a partir de la pura y constante observación y
vínculos de las cosas del cielos con las de la tierra, según quedó demostrado más
arriba. Lo que más interesa aquí, sin embargo, es precisamente esa marcada
congruencia entre los conocimientos divinos y las costumbres de los sacrificios
sangrientos intrínsecas a la vida religiosa de la población. Ahora bien, para
entender esta relación, en apariencia irracional, no se haría mal en recordar y
convenir con Pagden en que tanto el conocimiento como «las leyes y las
costumbres se forman a partir de los primeros principios de la ley natural. Pero
para que puedan ser vinculantes, todas las leyes, y algunas costumbres, tienen que
promulgarse»627. Y ésta es, hablando con propiedad, la actividad de la clase
sacerdotal628, si se mira con detenimiento la intencionalidad de los magos cuando, a
fin de honrar mejor a sus divinidades, deciden, además de los sacrificios de
animales, concederles el don de la sangre humana.
208
les señaló los servicios y las ofrendas que para evadirse de las miserias le habían de
hacer. Y así, si no les venían, decían (que) era por los servicios que le hacían; y si
venían, los sacerdotes hacían entender y creer al pueblo (que) era por alguna culpa
o falta de los servicios o de quienes lo hacían»629. Está claro que en el fondo mismo
de esas ideas de los sacrificios y de las intuiciones divinas, por más que el
Occidente cristiano se obstine en ver en ellas simples mitos630 del demonio, hay
implícita una ciencia, si bien no en lo conceptual —esto ya ha debido quedar
claro—, sí similar o pareja a la de los neoplatónicos, cuya poderosa especulación
tanto influenció la vida intelectual de la Iglesia medieval. Necesariamente, en este
orden de ideas, el conocimiento de un mago sacerdote, o, de un Papa631 —según
solían aludir a los sacerdotes mayas y aztecas los primeros cronistas, no sin una
buena razón, puesto que eran los señores del saber— puede cotejárselo con la
especulación de un Simón el mago o de un Apolonio de Tyana. Tanto éstos
pensadores como el sacerdote mago indígena, desde los postreros años del siglo
XV, son objeto de sospechas debido a su mucho saber de las cosas naturales, de lo
puramente sensible y de lo inteligible, de lo mágico sagrado. Es sabido cuál era el
sistema especulativo de estos hijos del aparato mágicorreligioso heredado a los
sabeos y a su libro de la Agricultura nabatea, y cuál era su estrecho vínculo con todo
el pensamiento caldeo y pitagórico y por ende con el saber que se les atribuía.
Descartados quedan de esta suerte de magos sacerdotes todos aquellos hechiceros,
médicos, brujos y nigrománticos que hacen legión en todas las culturas
mágicosagradas y a los cuales Porro Gutiérrez, ocupándose de ¡la religión! de los
antiguos mexicanos, parece confundir en ocasiones cuando supone, exempli gratia,
209
que los brujos y hechiceros, quienes solían ocultarse632 para hacer sus fechorías,
rivalizaban con los sacerdotes de los templos633.
210
«l’immensa varietà del cosmo non può ridursi a un modello unico»636. El mago
sacerdote mexicano-yucateco no puede adorar a su máxima potencia celestial sin
reconocerles divinidad a sus mensajeros. Ha de ser, en esencia, el respeto de todo
sincero sacerdote a los dioses, además de conocerles y reconocerles su naturaleza
científica, religioso. Los mesoamerindio expresaban el suyo ya mediante danzas, ya
con cantos divinos compuestos para alabar la grandeza de sus dioses637, ya
mediante el sacrificio, primordialmente, sangriento. Por eso Vaillant pudo
sostener que los sacerdotes aztecas «dirigían la vida intelectual del grupo; creaban
las prácticas rituales y de tal manera inculcaban la realidad de la fuerza y de la
proximidad de los dioses en la mente del pueblo, que hasta las artes estaban
dedicadas fundamentalmente a la expresión del sentimiento religioso»638. Siendo
esto así, nada impide que al lado de los sacerdotes magos mesoamerindios
investidos con los poderes de sus diferentes divinidades, se pueda alinear, por dar
solamente algunos ejemplos, a un Tiresias, a un Laocoonte, a un Pitágoras, a un
Empédocles, a un Amón-Ra, a un Abraham, a un Moisés, a un Manes, a un
Apolonio de Tyana, a un Maestro de Justicia de la comunidad de Qumrán639, o al
propio Jesús histórico. Al igual que éstos sacerdotes de las divinidades
trascendentes que ellos en calidad de sabios otean en los confines celestes y en las
fuerzas dinámicas terrenales —cuyos secretos la naturaleza escondía a las mentes
profanas—, los magos mayas y aztecas procuraban descifrar los designios
cósmicos. George Vaillant infiere, en este sentido, que, conforme al sistema ritual
de los sabios indios, éstos debían penetrar cuanto mandaban los dioses; «los
sacerdotes interpretaban y eran intermediarios y el pueblo obedecía, no a los
sacerdotes, sino al ritmo de la acción por la cual los dioses tenían vida»640.
636 Vignolo, Paolo, Cannibali, giganti e selvaggi, Creature mostruose del Nuovo Mondo, Bruno Mondadori, Milano, 2009, p.
148. Destaca el autor unas líneas más abajo la postura del propio Giordano Bruno en cuanto a su opinión sobre el
pensamiento de los habitantes del Nuevo Mundo, a quienes «non relega […] in uno stato di inferiorità» (ibíd., p. 149).
637 Martí, Samuel, op. cit., p. 177; cfr. asimismo Porro Gutiérrez, op. cit., pp. 131ss.
638 Vaillant, George, C, op. cit., p. 158.
639 Cfr. Florentino García Martínez, en su introducción a los Textos de Qumrán, Trotta, Madrid, 2009, pp. 41-42.
640 Op. cit., p. 158.
211
De todo lo anterior se desprende una idea capital para la comprensión del
mundo mágicorreligioso descrito por los cronistas de Indias. Cierto, la percepción
de los frailes y demás historiadores europeos de las cosas divinas mesoamerindias
como ídolos y demonios, por un lado, y de los oficiantes de éstas como
nigrománticos ―magos‖, es correcta. Sólo que aquéllos no se apercibían ya que sus
élites intelectuales poco a poco habían transformado esos demonios, símbolos y
epítetos, cuyos principios eran exactamente los mismos, en conceptos abstractos
mucho más alejados de la especulación vulgar del pueblo sencillo. Tal
desconocimiento, menos real que intencionado —como se ha dicho y como se
puede colegir asimismo de los magníficos análisis de Gruzinski, Todorov y
Cervantes—, haría proferir a los historiadores cronistas similares enunciados a los
que presenta, por ejemplo, Landa cuando afirma: «En cualquiera fiesta o
solemnidad que esta gente hacía a sus dioses comenzaban siempre por echar de sí
al demonio para mejor hacerla. Y al echarle unas veces era con oraciones y
bendiciones que para ello tenían, y otras con servicios y ofrendas y sacrificios que
por esta razón le hacían»641. Casi ni sorprende que los religiosos declaren que tales
ceremoniales tengan como principal objeto ahuyentar, sin más, al demonio en las
fiestas y solemnidades. Señalar que toda esta terminología eclesiástica de oraciones
y bendiciones no era tal, sino cosas similares y que los frailes o no sabían cómo
aludir a ellas o no se molestaron en hacerlo, es asunto que no puede confundir al
ojo de la historia. Pero a través de estas manifestaciones sí es posible percibir la
índole referencial de expresión de todo sacerdote a la divinidad. Ahora bien,
¿significa ello que las fiestas cumplían la función de purificar al pueblo de las
influencias que el demonio ejercía en la persona de los sencillos naturales y en sus
negocios? Ya se anotó que una de los fundamentos de los sacrificios era alejar o
prevenir los reveses de la existencia, de lo cual puede inferirse igualmente que el
sacerdocio era la más digna y reputada actividad en este estado mágicorreligioso.
Y esta es una excelente evidencia para sustentar que en las Indias del
212
descubrimiento y conquista es necesario hablar con igual derecho de un
pensamiento teodemonológico, aunque severamente influenciado por el principio
mágicorreligioso.
213
asimismo, a los oficiantes de los templos, es el sentimiento mágicorreligioso de
dependencia que actualiza al hombre en las potencias divinas643. No tiene otro sentido
la invocación del sacerdote cuando promete a sus dioses, si se dignan cuidar de su
descendencia, hacerles los sacrificios que mantengan y alimenten la existencia del
cosmos. Por tanto, mientras sigue siendo aceptable, como lo es de hecho y
provecho en cualquiera acto religioso, que en estas ceremonias los magos
purificaban primero el lugar del sacrificio en un modo que resultaba sospechoso a
la observación europea, es desde todo punto igualmente cierto que los religiosos
tergiversaban el innegable saber oculto detrás de los actos mágicorreligiosos. Así se
infiere del presupuesto de que lo mismo los sacerdotes magos de Indias que los
teólogos de la filosofía y los de la revelación conocieron y sabían que las esencias,
de principio y de múltiples maneras, es decir, de los diferentes estados del mundo
celeste, participaban de lo divino644. Dicho en una palabra, al participar cada una
de las esferas, y por extensión toda criatura, de la divinidad suprema, convenía,
asimismo, ver en éstas o bien dioses tal cual, o manifestaciones de alguna
divinidad.
643 «[…]la clave para entender el sentido del sacrificio está en la idea de la interdependencia vital de los hombres y los
dioses, manifiesta en el mito cosmogónico» De la Garza, op. cit., p. 62.
644 Esta idea está bellamente expresada en las Jerarquías Divinas del Pseudo Dionisio con las siguientes palabras:
«Telles sont donc les essences qui, d’abord et de multiples manières, participent au divin» (Denys L’Aréopagite, La Hiérarchie
Céleste, Les Éditions du Cerf, Paris, 1970, p. 95).
214
el cristianismo hizo suyo con grande disimulo toda aquella especulación de los
sacerdotes magos del Nuevo Mundo, conforme ha sido estudiada desde los
magníficos análisis de León-Portilla. Únicamente de esa manera pudo la Iglesia,
recordando (y conviniendo con) la fina crisis que viera Todorov en la conquista,
trastocar el «tiempo cíclico» del sistema religioso de los aztecas y mayas,
imponiéndoles por medio de su inquisición contra las provocaciones del demonio otro
«tiempo unidireccional»645 exactamente en el sentido en que lo comprendían para
aquella época los cristianos.
215
CONCLUSIONES Y CONSIDERACIONES FINALES
216
mágicorreligioso, cuya sostenibilidad se infiere de la más desprevenida lectura del
mismo cuerpo de la investigación, razonable es que ésta haya tenido, como ha
debido quedar igualmente ostensible, una organización sacerdotal. Pero es
menester decir dos palabras para justificar lo que la lógica en esta segunda
instancia impele a deducir: el sacerdote mago mesoamericano es un parigual del
sacerdote mazdeo, hindú, griego o hebreo.
Podría asimismo señalarse con Eliade y Van der Leeuw, , que tal identidad
se nos manifiesta en su íntima relación con las hierofanías en la cual el sacerdote
mago de los evangelizadores determinaba y resolvía su vida cotidiana con lo
infinito. Se refutará acaso con Max Weber que en la tropa de los magos y
hechiceros «puros típicos hay noviciado y doctrina, como por ejemplo en la
cofradía de los hametze entre los indios de América, y otras análogas en todo el
mundo, que tienen un fortísimo poder y cuyas fiestas mágicas, por su esencia,
ocupan una posición central en la vida del pueblo. Sin embargo esos hechiceros
carecen de una empresa de culto continuada; por ello no vamos a denominarlos
sacerdotes»646. Pues bien, a estos tales con probabilidad suma se los puede
responder citándoles al propio Weber. Mantiene asimismo la Sociología de la
religión: «tanto en el caso del culto sin sacerdote, como en el del hechicero sin culto
suele faltar una racionalización de las concepciones metafísicas»647. Alude el
pensador alemán, quiero creer, al hechicero, no al mago del Tonalámat, cuya ciencia
era, repitámoslo, el alfa y el omega de los sacerdotes y cuyo tesoro constituía su
particular conocimiento. Si bien el pensamiento de los sacerdotes magos no
alcanzaba ese grado de conceptualización reclamado por Weber, tampoco carecía
éste de la racionalización, al menos en el punto en que se ha fijado, salvada algunas
distancias, con los análisis de León-Portilla. Del sacerdote hechicero aludido por el
ínclito sociólogo hase dicho ya ser una generalización ganada al lente acusador de
los cronistas cuyo máximo representante era ―por eso se le ha dedicado un
646 Weber, Max, Sociología de la religión (edición de Enrique Gavilán), Istmo, Madrid, 1997, p. 91.
647 Ibíd.
217
epígrafe aparte― Francisco López de Gómara. El mismo quien inspirado en los
excesos de los restantes cronistas fabricó su precioso galimatías. Su siglo, empero,
puede disculparle. A nosotros, estudiosos del día, toca identificar quién era ese
sacerdote mago, a qué se dedicaba; mas una tarea tal está ciertamente por hacer.
218
todas las cosas, y presentándolas despues delante de los ángeles, les dijo: decidme,
si sois veraces, cómo se llaman todas estas cosas. Alabado sea tu nombre,
respondieron los ángeles: nosotros no sabemos más, que lo que tú nos has
enseñado; pues que tú solamente eres el inteligente, el sabio. [Y] Dios dijo á Adan:
diles los nombres de todas las cosas; y cuando este concluyó con su relacion, les
dijo Dios: ¿no os tengo dicho ya, que poseo el secreto de los cielos, y la tierra, y sé
tambien todo lo que publicais, y ocultais»649. Y si en el Evangelio de San Juan,
como por supuesto también insistieran en todos los siglos medios en sus homilías
los evangelizadores, habíase hecho El Verbo Carne, recatado es mostrarse
conforme con de Las Casas, quien, no menos al ir notando la soberanía de la
palabra entre los sacerdotes magos y principales que al columbrar lo delicado de la
misión encomendada de su Orden y ésta de Roma, arguye en su «Apologética
Historia de las Indias, de carácter antropológico, iniciada en 1527 y completada en
1552 en Sevilla, [y] en la que mediante un estudio antropológico trata de demostrar
que los indios son hombres racionales como los españoles»650. Sé cuánto dista esta
racionalidad de de Las Casas del conocimiento del mago sacerdote; pero su
reconocimiento es un buen comienzo para aliviar al sabio indio de las harapientas
vestiduras del ramplón nigromántico hechicero y envolver en él justo atavío del
sacerdote universal; sí, el mismo que le negara Weber.
219
una sociedad permeada, como ha debido quedar dilucidado, de pies a cabeza por
lo mágicosagrado, ve en el sacerdote —¡hombre curtido de experiencia, tradición y
estudio!, según se colige de entre las descripciones de las fuentes— lo mismo a un
brujo, que a un hechicero, a un nigromántico, que a un curandero, cuya mera
mención remite a las alevosas descripciones de la mayor parte de los
evangelizadores cuando se las acoge desprevenidamente.
No. Al conocimiento de los dioses por parte del sacerdote mago no puede
oponérsele ni resiste los pre-juicios de la simple religiosidad ni las acusaciones de
los extravíos de la magia vulgar. Nada más conveniente para entender la chica
diferencia en el saber del sacerdote azteca-yucateco con su émulo cristiano que
penetrar en el discurso de Santo Tomás, luego retomado en parte por Francisco de
Vitoria en De La Magia, concerniente a la discrepancia entre milagro y artes
mágicas. Imposible entrar aquí en un examen cuidadoso del mismo. Obsérvese, sin
embargo, a modo de ejemplo, que no obstante lo único verdaderamente milagroso
para él es aquello que se encuentra por fuera del orden natural, cuya soberanía
«conviene sólo a Dios» por estar su razón oculta a toda naturaleza creada, nuestro
filósofo teólogo admite la posibilidad de actos operados por cualquiera orden
natural, esto es por los sabios, que de las causas y consecuencias conozcan de las
cosas. Y así los llama unas veces milagros, bien que no lo sean en realidad según lo
dicho, y, otras, actos de magia651. Ni al Aquinate ni a Victoria su discípulo quien
pudo tener una relación más directa con los religiosos misioneros, y que escribió la
obra arriba mencionada en 1540, se les podía ocultar que estando el sacerdote
dentro del orden natural, de las cosas creadas, todos sus actos tomaban el tinte de
lo mágico dentro del conocimiento sacerdotal. Con todo, aunque el estudio de lo
mágicorreligioso en las Indias y la sabiduría sacerdotal continúa hoy esperando un
análisis de hondo calado, es imperativo que el estudioso dé plena razón de la arena
651 Cfr. Santo Tomás, Suma contra gentiles, III, 101, p. 273ss y 280ss.
220
en donde va a cribar su análisis en asunto tan capital para la historia del
pensamiento.
652 Vitoria, Francisco de, De la Magia, en Obras, BAC, Madrid, 1960, p. 1230.
653 Ibíd., p. 1242.
654 Ibíd., p. 1243.
655 Ibíd., p. 1255.
221
Alberto Magno, que no se olvida de insistir en que los verdaderos santos jamás han
operado con palabras desconocidas, ritos, ceremonias o determinados caracteres.
Cuando éstos «no tienen relación con los efectos que se buscan con tales obras,
está claro que no son gracia sino magia»656. Luego, esta visión del mundo ―la de
justificar el conocimiento pagano o reprobarlo, y que no es sólo la del siglo de
Victoria―, en ventaja o no de una institución, aunque pueda imputársele a la
Iglesia, le es a fin al desarrollo de las circunstancias de los discursos entre su saber
y el de los sacerdotes indígenas para el caso del Nuevo Mundo. No hacer hincapié
desde la autoridad teodemonológica a estas sutilezas del conocer religioso
implicaba reconocer en el sacerdote piache nigromántico de Gómara un parigual
de los funcionarios no simplemente del oficio religioso, cuanto de los teólogos-
filósofos que lo sostenían en todos aquellos siglos medios. Bien sabían dominicos y
franciscanos, y muy bien, que tal duplicidad era la sola clave, la habían utilizado
sus padres contra los rancios idólatras y herejes, sabios todos las más de las veces,
para defender su sacerdocio y su verdad. Sin embargo, toda aquella barahúnda, de
cuya expresión el famoso dominico de Alava es sólo un ejemplo, cuando no se la
sabe identificar, en el historiador es deleznable.
222
evidencia bastante de la desaparición y, menos, desconocimiento de los otros dos.
Prueba fehaciente de ello es la renovada fuerza que adquirió el aparato
demonológico elucubrado para Occidente en los siglos XV y XVI, cuyas lenguas
de fuego abrasaron por igual a Europa entera y a las Indias. Cuando López Medel
denuncia la rudeza con la cual el Viejo Mundo «sacó y apartó» a las Indias del
modo de vida sencillo practicado por estos pueblos «y le abrió el camino para
hacerse malicioso y le alteró aquel su antiguo espíritu, que de sus pasados había
heredado, de contentarse con poco y no pretender más, ni dar lugar a que su deseo
se desmandase para más de aquello que es necesario para pasar la vida humana y
muy estrechamente»658, no pensaba el religioso, al parecer, en una distinción
mágicorreligiosa de los conquistados; pero, sin duda, con estas palabras quería
reconocerles no tanto la simpleza de vida por la cual habría debido atravesar todos
los pueblos de la tierra, cuanto dejar cifrado esa autoconciencia histórica de las
manifestaciones humanas weberianas en toda civilización o sociedad completa y
cerrada. La alteración sufrida por las Indias de López Medel no se crea fue de
elementales costumbres y creencias. Hubo una variación en «su antiguo espíritu».
Fomentada la conquista contra pueblos tan humildes y sencillos parece inducir a
pensar en aquellos latrocinios sin cuento que se le han atribuido, sólo a veces con
alguna razón, a la historia negra de la conquista. Inequívocamente, en ese antiguo
espíritu estaba mejor representado en los libros pictográficos de los sacerdotes. Allí
quedaban señaladas, robando algo del pensamiento de Seler, los acontecimientos
de la vida, el de los días y el de la influencia en los destinos. Sumando estas
conclusiones con las que se han obtenido un poco atrás, dan como resultado la
igualmente incuestionable importancia del sacerdote mago en el manejo y
elaboración de todo lo simbólico. De modo que ello puede explicar siquiera en
parte por qué el aparato teodemonológico vióse impelido a conculcar aquel
aparato mágicorreligioso intelectual, no ya sólo con las acusaciones verbales de
idolatría, sino recurriendo a cualquier medio para sacar y apartar a las Indias de
223
aquel «antiguo espíritu, que de sus pasados había heredado». Baste para ilustrar
estas intenciones siquiera un ejemplo: parece que uno de los mayores empeños de
la Iglesia y su aparato demonológico fue «erradicar toda forma de culto a los
muertos y sustituirlos por conmemoraciones» en las cuales ella pudiera ejercer su
control659.
224
suponer, el gran Templo de Salomó y en sus divinidades sus ancestrales y sagradas
reliquias. La analogía es válida si, para identificar a Moctezuma con Salomón, se
trae a la memoria todo el imaginario de los monjes adquirido en las literaturas
sagradas y profanas con el cual hubieron de fortalecer su filtro demonológico.
Moctezuma era también, conforme se ha dejado insinuado en su lugar, era un
iniciado de las cosas divinas y si su administración era política debe advertirse tan
sólo que las funciones del rey y templo en lo que se ha llamado el momento
mágicorreligioso eran en esencia sagrado-religiosas. Ahora bien, la Biblia, por
razones que todos conocen, no es mentor seguro para la correlación mágicosagrada
que se intenta puntualizar aquí. En cambio, el Corán ha trasmitido una sugerente
dependencia entre el rey y el templo, entre lo sagrado y el recinto divino, la cual
pone a Salomón en el número de los magos; magos que en el presente análisis se
han identificado única y simplemente con los conocedores de Natura o de las
cosas divinas tal cual. Tan pronto como la Sura II, intitulada La Vaca, ha recordado
al creyente que Gabriel ha hecho descender el Koran, la sabiduría divina,
revelándolo a su Profeta Mohammed, se lee unas líneas adelante: «… following the
device which the devils devised against the kingdom of Solomon; Solomon was not
an unbeliever; but the devils believed not, they taught men sorcery, and that
which was sent down to the two angels at Babel, Harût and Marût: yet those two
taught no man until they had said, Verily we are a temptation, therefore be not an
unbeliever»661. El texto no simplemente sugiere que la magia conocida por los no
creyentes les venía de los sendos demonios Harût y Marût. Insinúa además que
Salomón era un creyente fiel al círculo de los magos, iniciados en la sabiduría,
estando así en posesión de la magia al igual que sus adversarios. Sólo que, como
deja entrever la cita, al no querer ceñirse los demonios a la sabiduría de Salomón,
decidieron enseñar la sorcery, esto es, la magia, en aquel sentido en que los
evangelizadores la concebían y a la cual, nótese, los hipotéticos seguidores de
Salomón dieron acaso torcidamente en calificar de falsa sabiduría. La Sura no
225
quiere dejar sospecha alguna en este respecto. Salomón ―dice ese versículo 102―
no era un infiel; pero los demonios sí.
662 Recogido de la cita que Sale hace al versículo 102 de la Sura o Cap. II a su traducción del Corán.
663 Cfr. Griechisch-deutsches Wörterbuch zu den Schriften des Neuen Testaments und der übrigen Urchristlichen Literatur, de
W. Bauer, 41949-52 y su versión inglesa A Greek-English Lexicon of the New Testament and Other Early Christian Literature, The
University of Chicago Press, Chicago, 81975, en la entrada λόγος, p. 478.
226
lo denuncia su sabiduría, eran tanto más filósofos que teólogos, lo cual no pude
decirse de, exempli gratia, Tertuliano, San Hilario, Irineo, San Ambrosio, Eusebio de
Cesárea, San Jerónimo y un largo etcétera, quienes con suma probabilidad
trabajaron más en la elaboración de la fe y por consiguiente en la
demonologización de la teodemonología anterior, tal cual la trajeron los
misioneros a Indias. Teodemonología esta última muy más propensa a las teorías
demoníacas y diabólicas que la de los filósofos teólogos cuyo objetivo y meta
postrera, de igual modo que la especulación mesoamericana representada en su
aparato mágicorreligioso, apuntaba a las «verdades celestes». En cuanto a que lo
sustancial de la función de los templos ―de tanta significancia en la vida cotidiana
y social en la civilización mesoamericana― y su administración era casi en su
totalidad consagrada a los dioses, no es maravilla deducirlo del análisis
interpretado en el texto, en donde la guerra, la mies, los sacrificios y la fabricación
de ídolos, constituían el lazo común del individuo con la sociedad, y el de éstos
con lo divino manifestado, a través de las hierofanías interpretadas por los
sacerdotes, en el templo.
664 Hegel, G. W. F., El concepto de Religión, p. 65. Dice el filósofo alemán refiriéndose tanto al teólogo puramente
dogmático como al filósofo ayuno de las verdades metafísicas, de los del tipo que, hinchando los juicios de Kant, se
adhirieron a la Ilustración para declarar la muerte de Dios con Nietzsche: «quién no haya ensanchado su pecho más allá del
trajín de la finitud y no haya proyectado su mirada en el éter puro del alma y experimentado su goce, [quien] no haya tenido
el sentimiento dichoso y sereno de lo eterno aun cuando sólo fuese turbiamente a modo de anhelo, ése no posee la materia
de lo que aquí se habla. Puede, sí, tener una representación de la misma, pero el contenido no lo considera como asunto
suyo; se trata de algo que le es extraño, acerca de lo que se ocupa». El corchete es del original.
665 Chocano Mena escribe en consonancia con esta materia: «Los frailes habían percibido el esplendor de la vida
ceremonial prehispánica y juzgaron necesario que en este aspecto la ritualidad cristiana ofrecía espectáculos equiparables […
Y así se] veía en las ceremonias y aparato del culto divino un medio de inculcar el conocimiento de la doctrina y la devoción
cristiana a la población» (La América colonial (1492-1763), p. 150).
228
ahí resultó666. Así se puede ver del paralelo hecho sobre la influencia del
pensamiento del Antiguo Testamento. Así se deduce de la adaptación y
hostilidades a toda idolatría de los primeros siglos de la era cristiana con cuanto no
sintonizara con el Nuevo. Y así igualmente queda manifiesto detrás de las acciones
del pensamiento teodemonológico del Evangelio frente al aparato mágicorreligioso
de las complejas civilizaciones mesoamerindias. Que de la dirección tomada por
buena parte del pensamiento frente a las discusiones de fe y credo de Nicea para la
segura instauración definitiva de la Trinidad y la Iglesia a partir de los debates de
Tertuliano, Irineo y san Hilario, v. gr. ―además de el rumbo que tomaron las ideas
y actitudes de la primitiva monástica―, a la Iglesia se la acuse de algún desvío y
hasta del rechazo en ciertos momentos confusos del Medioevo de la gnosis en el
sentido que le diera Clemente de Alejandría, y debido a lo cual mucho de ese
pensamiento tuvo una mejor acogida entre los sirio-árabes, no significa que muy
pronto, y en la cabeza más visible de Santo Tomás, aquel saber en todo el sentido
de la palabra no volvía a cobrar el antiguo rumbo. La dificultad, o tal vez sea más
proporcionado y correcto decir el despiste para quienes no pueden hacer la
diferencia entre fe y razón en el seno del cristianismo, está en que el Aquinate para
no ser ajeno a su siglo ni indócil a la tradición de la Iglesia decretó, con la
autoridad de los filósofos de la teología naturalis y la conveniencia de la teología de
la fe, en Suma contra gentiles y Suma Teológica, de las que ya se observó algo, la
dicotomía presente entre el saber exegético-hermenéutico de la revelación y los
conatos mágico-heréticos que pretendieran desestabilizar al primero. A partir de
entonces todo otro saber emanaría de voluntades demoníacas. Y toda su esencia no
era otra cosa que operaciones mágicas. Sucede al esclarecimiento del Saber por
medio de la Fe lo que a las imágenes de los deleites eternos: no es gratuito que los
goces del alma y el espíritu hayan de ilustrarse con los de la carne. De tal forma,
en ambas Sumas, oráculo al cual debía consultarse tanto en asuntos de razón
666 Una de las adaptaciones más hermosas que se puede recordar en todo ese rico imaginario supersticioso de la vida
eclesiástica y profana es las populares representaciones en el siglo XV de la Danse Macabré en iglesias y cementerios.
229
cuanto de creencias científico-religiosos, abrevaron los frailes evangelizadores en
un tiempo en que la fe había caído en nuevos extravíos tomando por magia y
brujería, y, consecuentemente, por obras de Satanás el saber acumulado y
experimental de las Indias. Volver a este oráculo de la Iglesia para los temas de
una fe teodemonológica en la dirección retrospectiva agustiniana y platónica y de
una razón teo-filosófica en su nueva vertiente arábigo-aristotélica nadie lo ponía en
cuestión. Mas la voz concomitante directa entre la conquista y aquellas posturas
del Angélico en asuntos de magia demonológica era Vitoria. Toda su obra De la
magia parece preparada con el fin de animar a la fe a utilizar aquel filtro
demonológico de los cronistas acumulado en muchos siglos. Probablemente, en su
objetivo, al igual que el de su maestro, Santo Tomás, en parejas materias, intenta
asimismo concluir que el saber de todos los pueblos bárbaros obedece a una clara
afiliación con los demonios667.
230
sentido y la significación668 de aquellas complejas verdades de las sociedades con
claridad meridiana. Sin duda para comprender tal complejidad de los saberes
prácticos e intelectuales de la civilización mesoamerindia ha de partirse del hecho
de que «la sociedad es el sujeto de la historia»669. Pero ésta al estar determinada por
el tiempo y el hombre, no se puede permitir el reducir el conjunto de las acciones
humanas y de las realidades sociales, enmarcadas en las ideologías de los sistemas
y los pueblos, a meras observaciones aisladas.
668 Además de las autoridades clásicas ya aludidas en la investigación de las religiones, puede hacerse una lectura
provechosa de estos conceptos, tan relevantes en toda la explicación que se ha dado sobre el sistema mágico sacerdotal de
este análisis, en los trabajos ya citados igualmente de Juan Martí Velasco y José Gómez Caffarena.
669 Aróstegui, Julio, La investigación histórica: Teoría y método, Crítica, Barcelona, 2001, p. 352.
231
contienda que la humanidad ha librado desde la aparición de los sistemas de
verdad protegidos por revelaciones divinas. Sin embargo, este brazo espiritual, si
bien ha cumplido de un modo análogo en todas las épocas y pueblos las tareas
encomendadas a sus alas supersticiosas y demonológicas, aquí no se ha seguido
tanto en estas determinaciones, cuanto con mayor preferencia en su doblez teo-
filosófico y teodemonológico como corresponde a un análisis que aspira ser un
complemento a los graves y profundos trabajos de la triada Gruzinski-Todorov-
Cervantes. No se pecaría de indiferencia, restringiéndonos a tal tesis, con el
desarrollo de los acontecimientos si se postulara incontrovertiblemente a la
demonología ―por supuesto junto al poder temporal, del cual le era imposible
prescindir hasta en la misma Europa de los siglos XV y XVI― como el agresor
material y si se erigiera al aparato teológico-filosófico como el autor intelectual de
la conquista.
232
que se ha dado tanta importancia al aparato teo-filosófico espiritual en esta
investigación.
Gruzinski, Cervantes y Todorov han demostrado, por otro lado, cada uno a
su manera, magnífica y científicamente la realidad histórica de las influencias del
discurso demonológico de índole religioso e imaginario: una cara de la Iglesia;
pero el aporte de este examen está, en consecuencia, además de en la constatación
de esa influencia de lo religioso imaginario, en la explicación y develo de esa otra
cara teodemonológica y filosófica del cristianismo, acaso más oculta a la vista del
investigador de los acontecimientos del Nuevo Mundo. O con mayor rigurosidad
aun, la evangelización amerindia posee, en atención a cuanto se acaba de anotar,
dos elementos fuertes para irrumpir en el aparato mágicorreligioso de los
naturales. Uno, el más palmario y generosamente explorado en los trabajos acerca
del descubrimiento y conquista, es el de la superstición, es decir, la imposición
forzosa de una religión teodemonologizada, cuyo norte cardinal era la
adoctrinación mediante la catequesis y los dogmas de fe concebidos de modo
literal y con los que la Iglesia ha pretendido, de permitírseme utilizar el concepto
rector de la Paideia de Werner Jaeger, ―educar‖ a todo individuo y sociedad seglar.
El otro elemento, el cual se ha considerado muy más categórico gracias a su índole
ideológica generatriz, pero asimismo en estrecho vínculo con el antepuesto, si se
piensa en la relevancia que, por ejemplo, Teun Van Dijk672 le da respecto a su
carácter manipulador en la acción mediante el discurso, es el de la tradición del
pensamiento teológico y filosófico como acmé de todo «saber» en la sistemática
intelectual de las concepciones del mundo a finales de la Edad Media. La Iglesia
ha marchado, por tanto, y tal se desprende de la misma investigación,
paralelamente con esos dos inveterados ideales, imaginarios o, si se prefiere, caras:
la del saber y la de la fe.
672 Cfr. Teun Van Dijk, Ideología, Una aproximación multidisciplinar, Gedisa, Barcelona, 2006.
233
Dado que estas aclaraciones relativas a las ideas rectoras de las élites
teodemonológicas del otro lado del Atlántico parecían necesarias, se puede hacer
ahora mucho más evidente la ruptura del pensamiento mesoamericano. El cambio
que se ha observado en todo el proceso de la influencia del pensamiento
teodemonológico en el pensamiento mágicorreligioso de las Indias es, si no ya de
suyo explícito, al menos implícito en las transformaciones que empezaron a
originarse desde las concepciones europeas sobre el propio origen de los naturales,
y pasando desde las apreciaciones europeas relativas a la mies divina, la
formación jerárquica y función de los sacerdotes en torno a los ritos hasta llegar al
clímax con la demonologización de sus ídolos y los sacrificios humanos a sus
divinidades. La entusiasta evangelización, cuyo fin apuntaba a la eliminación de
las peligrosas creencias bien fundamentadas de los sacerdotes magos, resultó, en
mi opinión, abrir nuevos espacios para la reflexión religiosa entre las élites, en
particular, las sacerdotales de los mesoamericanos. Prueba de esto será las
constantes irregularidades de la nueva estructura letrada y religiosa cristianizada
de los naturales y la facilidad no sólo con que volvían a la descripción de sus
antigüedades, sino además con que aceptaban otras creencias, incluso judaizantes,
las cuales, junto a su apego a la tradición, iban sincretizando su pensamiento
religioso.
234
objetos que designan: el sincretismo y la tradición»673. De este modo, cabe pues
suponer que también ese pensamiento mágicorreligioso resultó sincretizado a
causa de las condiciones determinantes del cristianismo. Merced a tal motivo se ha
podido demostrar igualmente la segunda hipótesis generada por el problema
central de este análisis; a saber, que las teologías, la sagrada, identificada las más
de las veces ella también con la fe y sus tintes demonológicos, y la naturalis,
apuntalada en el saber filosófico, parecen positivamente, aunque el primero más
que el segundo, haber servido de ejes simbólicos y espirituales con los cuales el
individuo y la sociedad cristianizada del descubrimiento y la conquista forjaron
nuevas representaciones, las mismas que afectaron sus propias actitudes,
tensiones y visiones del mundo. Este último sincretismo religioso del pensamiento
occidental, para describirlo con palabras del propio Gruzinski, significó una
«desorientación cultural producida por la introducción de nuevos modelos de
conducta [… pues], a fines del siglo XVI parecían reunirse todos los elementos de
una vertiginosa agonía humana y cultural»674. Con todo, y de un modo particular
en dicha centuria en la cual se enmarcó este trabajo, esa agonía hubo de
prolongarse hasta que la herencia sacerdotal mesoamericana pudo identificar
disimulado en la demonología y, andando el tiempo, en la teodemonología
cristiana, algo de su tradición mágicorreligiosa formulada en la religión cristiana.
Sin embargo, a pesar de que la evangelización orientada desde la Silla apostólica
presumía atender a las líneas de la simple religiosidad con matizaciones
demonológicas ―pero que en realidad, si se piensa en la explicación puesta a
consideración sobre el hondo y poderoso sistema del pensamiento celeste, tan afín
a las especulaciones del sistema occidental promovido por el platonismo
agustiniano y tomista―, el saber mágicorreligioso americano hubo de detener su
marcha durante aquel proceso. Recibir forzosamente las creencias demonológicas
que les ofrecía la religiosidad cristiana, tan extrañas ya a los mitos y el logos
235
griego, significó un desplazamiento de la especulación amerindia hacia una
estructura teodemonologizada ajena ahora a las antiguas concepciones
mágicorreligiosas, cuya sistemática era, si no pareja, por lo menos positivamente
análoga a la teodemonología platónica.
236
copernicano, por tanto, que mientras el pensamiento teodemonológico del
Medioevo hasta bien entrada la Modernidad, el mismo que tuviera el profesor de
la Universidad de Königsberg a la vista y con el cual se produjo aquella
«desorientación cultural» de Gruzinski, explicaba la divinidad asegurando la
existencia de un único Dios en virtud de la atención que le plugo ofrecer en la
hermosura de sus obras―; el pensamiento religioso de los magos sacerdotes
aseguraba e intuía la existencia de los suyos examinando primero, con la guía y
asiduidad de la experiencia sensible, los fenómenos hierofánticos. Esta
modificación en la manera de concebir el mundo de los españoles y el método
tácito en ella no deja ninguna duda de lo perturbador que hubo de resultar tal
pensamiento en la estructura mágicorreligiosa de la sociedad mesoamericana.
Toda su influencia conllevó a la «vertiginosa agonía humana y cultural» detallada
en La colonización de lo imaginario. Toda ella ha extendido y forjado, asimismo,
nuevos ejes simbólicos y espirituales con los cuales el individuo y la emergente
sociedad cristiana del descubrimiento y la conquista forjaron otras tanta nuevas
representaciones del mundo.
237
el continente del sacerdote y docto occidental y por tanto con el lente y pre-juicios
de las fuentes cronísticas, resultó ser, indistintamente con el sacerdote universal,
un sabio diligente fino conocedor de las cosas divinas y humanas.
Particularmente, en este terreno debió siquiera quedar claro que el saber
mágicorreligioso y el teodemonológico pueden aun ser compatible. Sus diferencias
parecen radicar más en la forma interpretativa del saber filosófico ―salvadas las
distancias conceptuales señaladas en el texto―, es decir, en el método, según se ha
puesto de relieve, que en el fondo intelectual. Como tercer punto, y en matemática
concomitancia con las anteriores deducciones, en el análisis se encontró que en el
centro del descubrimiento y conquista, además del choque entre la religión
teodemonológica cristiana y la mágicorreligiosa mesoamerindia, cernía sus alas la
empalagosa petulancia del ser humano simbolizada en el saber teológico y
filosófico.
238
Iglesia de ser la única que puede buscar y tener la última verdad y no en contra de que
esa vedad sabia y derechamente custodiada por Ella no sea, ora lo más cercano a
la realidad, ora la verdad propiamente dicha. No cabe dudar, sólo en el sentido en
que a la humana inteligencia le es dado concebir lo inteligible.
239
tomado por su soberbia bando y competencia con Dios, lo que nuestro Dios con su
sabiduría ordena para su culto y honra […], procura el demonio imitarlo y
pervertirlo, para ser él honrado […] Y así vemos que, como el sumo Dios tiene
sacrificios y sacerdotes y sacramentos y religiosos y profetas y gente dedicada a su
divino culto y ceremonias santas, así también el demonio tiene sus sacrificios y
sacerdotes […]»680. En consecuencia, no es de ninguna manera imprudente
conjeturar que si Dios es la sabiduría, la verdad misma, la de los indios, cuya
semejanza se deduce de las palabras de Acosta, no lo es menos por más que esté
inspirada por el demonio, quien durante mil quinientas eternidades ha querido él
también buscar la verdad.
240
Fuentes y bibliografía
Acosta, José de, Historia natural y moral de las Indias, Biblioteca de Autores Españoles: Historiadores
primitivos de Indias, Ediciones Atlas, Madrid, 1954.
― De procuranda indorum salute, (bis).
Annales, Éconimies Sociétés Civilisations, 46e ANNÉE — No 6, Novembre-Décembre, C.N.R.S. et
École des Hautes Études en Science Sociales, Paris, 1991.
Apuleyo, Lucio, El asno de oro, Gredos, Madrid, 1978.
―Obras completas de Apuleyo, Tratados Filosóficos, Universidad Nacional Autónoma de
México, México, 1968.
Aréopagite, Denys (L’), La Hiérarchie Céleste, Les Éditions du Cerf, Paris, 1970.
Aristóteles, Metafísica, en Obras completas, Gredos, Madrid, 1995.
―Del alma, en Obras completas, Anaconda, Buenos Aires, 1947.
Aróstegui, Julio, La investigación histórica: Teoría y método, Crítica, Barcelona, 2001.
Badawi, Abdurrahmān, La transmission de la philosophie grecque au monde árabe, Librairie
philosophique J. Vrin, Paris, 1987.
Bartolomé, Miguel Alberto, La dinámica social de los mayas de Yucatán, Instituto Nacional Indigenista,
México, 1992.
Baudot George, Todorov, Tzvetan, Relatos aztecas de la conquista, Grijalbo, México, 1990.
Bolaños, Félix Alvaro, Barbarie y canibalismo en la retórica colonial, Cerec, Santa Fe de Bogotá,
1994.
Bottéro, Jean y Kramer, Samuel Noah, Cuando los dioses hacían de hombres, Mitología mesopotámica,
Akal, Madrid, 2004, 11989.
Ceballos G., Diana Luz, Quyen tal haze que tal pague, Ministerio de Cultura, Bogotá, 2002.
Cedulario Indiano, del Consejo Real de Indias, (Encinas, Diego de, recopilador), Madrid, 1596.
Celso, Άληθής λόγος, Doctrina verdadera (la versión a la vista es la de Serafín Bodelón Garcia,
Alianza, Madrid, 2009.
Cervantes, Fernando, El diablo en el Nuevo Mundo. El impacto del diabolismo a través de la colonización
de Hispanoamérica, Herder, Barcelona, 1996.
Clemente de Alejandría, Stromatas, Ciudad Nueva, Madrid, 1996.
―Protréptico, Gredos, Madrid, 1994.
Codex Bodley, 2858, Sociedad Mexicana de Antropología o Codex Borgianus, —signatura 091 C341i—,
Colección Patrimonio Universidad de Antioquia.
Cicerón, Marco Tulio, Sobre la naturaleza de los dioses (traducción F. de P. Samaranch), Sarpe,
Madrid, 1984.
241
Conrad, Geoffrey W. y Demarest, Arthur A., (Religión e Imperio; Dinámica del expansionismo azteca e
inca, Alianza, México, 1990.
Colli, Giorgio, La sabiduría griega II, Trotta, Madrid, 2008.
Copleston, Frederick, Historia de la filosofía, Ariel, Barcelona, 1991.
Corbin, Henry, En islam iranien, Aspects spirituels et philosophiques, Gallimard, Paris, 1971.
― Tiempo cíclico y gnosis ismailí, Biblioteca Nueva, Madrid, 2003.
Corcuera de Mancera, Sonia, Del amor al temor, Borrachez, catequesis y control en la Nueva España
(1555-1771), FCE, México, 1994.
Creuzer, Friedrich, Idee und Probe alter Symbolik Mohr und Zimmer, (traducción Brotons Muñoz,
Alfredo: Sileno, Idea y validez del simbolismo antiguo, Ediciones del Serbal, Barcelona, 1991.
Chartier, Roger, Cultura escrita, literatura e historia, Fondo de Cultura Económica, México, 1999.
Chilam Balam, Fondo de Cultura Económica, México, 1948.
Chocano Mena, Magdalena, La América Colonial (1492-1763), Editorial Síntesis, Madrid, 2000.
Daxelmüller, Christoph, Historia social de la magia, Herder, Barcelona, 1997.
Delahoutre, Michel, Lo sagrado y su expansión estética: Espacio sagrado, arte sagrado, monumentos
religiosos, en Tratado de Antropología de lo Sagrado [1] (coordinado por Julien Ries), Trotta,
Madrid, 1995.
Denzinger, Heinrich y Hünermann, Peter, El Magisterio de la Iglesia, Enchiridion symbolorum
definitionum et declarationum de rebus fidei et morum, Herder, Barcelona, 2000
Díaz del Castillo, Bernal, Verdadera historia de la conquista de Nueva-España, en Biblioteca de Autores
Españoles, Ediciones Atlas, Madrid, t. II de Historiadores primitivos de Indias, 1947.
Disselhoff, H. D., Les grandes civilisations de L’Amérique ancienne, Editorial Arthaud, France, 1963;
original en alemán Geschichte der altamerikanischen Kulturen, R. Oldenbourg, Munich).
Dumézil, Georges, Mito y epopeya I, Seix Barral, Barcelona, 1977.
Durán, Diego, Historia de las Indias de Nueva España e islas de la tierra firme, Porrúa, México, 1967.
Durand, Gilbert, El hombre religioso y sus símbolos, en Tratado de Antropología de lo Sagrado [1], Trotta,
Madrid, 1995.
Durkheim, Émile, Las formas elementales de la vida religiosa, Akal, Madrid, 2007.
El Corán, versiones utilizadas de: Murguiondo y Ugartondo, Benigno, El Alkoran, Oficina
Tipográfica del Hospicio, Madrid, 1850; The Koran, Commonly called The Alkoran of
Mohammed, William Tegg & Co., London, 1850.
Eliade, Mircea, Tratado de historia de las religiones, Era, México, 1975.
―Lo sagrado y lo profano, Labor, Barcelona, 1992.
242
El Maniqueísmo, textos y fuentes, (edición de Bermejo Rubio y Montserrat Torrents), Trotta,
Madrid, 2008.
Enciclopedia de la Biblia, Ediciones Garriga, Barcelona, 1965.
Estrada, Juan Antonio, Dios en las tradiciones filosóficas, 1. Aporías y problemas de la teología natural,
Trotta, Madrid, 1994.
Eusebio de Cesárea, Historia Eclesiástica, BAC, Madrid, 2002.
Fernández Herrero, Beatriz, La utopía de América, Teoría. Leyes. Experimentos, Anthropos, Barcelona,
1992.
Facchini, Fiorenza, La emergencia del homo religiosus; en Tratado de Antropología de lo Sagrado [1],
Trotta, Madrid, 1995.
Filón de Alejandría, De plantatione, en Obras Completas, Trotta, Madrid, vol., II, 2010.
― La creación del mundo según Moisés, (bis) vol., I.
Filostrato, Vida de Apolonio de Tiana, Gredos, Madrid, 1979.
Fraile, Guillermo, Historia de la filosofía, BAC, Madrid, 1956.
Gadamer, Hans-Georg, Verdad y Método, Sígueme, Salamanca, 2007 (traducida de la alemana,
Wahrheit und Methode, Tübingen, 41975).
Gañizares Esguerra, Jorge, Cómo escribir la historia del Nuevo Mundo, Historiografpias, epistemologías ei
identidades en el mundo del Atlántico del siglo XVIII, FCE, México, 2007.
Gesta Romanorum, (texto fijado por H. Oesterley y cotejado con una edición incunable de 1488;
traducción de Jacinto Lozano Escribano), Akal, Madrid, 2004.
Gil, Juan (editor y recopilador) Cartas de particulares a Colón y Relaciones Coetáneas, Alianza, Madrid,
1984.
Ginzburg, Carlo, Mitos, emblemas, indicios, Morfología e historia, Gedisa, Barcelona, 2008.
―Historia Nocturna, Muchnik Editores, Barcelona, 1991.
Gómez Caffarena, José, El Enigma y el Misterio, Una filosofía de la Religión, Trotta, Madrid, 2007.
Goody, J., Icônes et Iconoclasme en Afrique, en revista Annales, Éconimies Sociétés Civilisations, 46e
ANNÉE — No 6, Novembre- Décembre, Paris, 1991.
Greenleaf, Richard E., Zumárraga y la inquisición mexicana, 1536-1543, FCE, México, 1992.
Gutiérrez Escudero, Antonio, Organización indiana, en Historia de Iberoamérica, Cátedra, Madrid,
1992.
Haag, Herbert, El diablo, Su existencia como problema, Herder, Barcelona, 1978.
Habermas, Jürgen, Teoría de la acción comunicativa, Taurus, Madrid, t. I, 1987; (bis) Trotta, Madrid.
2010.
Helck, Wolfgang, Egipto, País de los faraones, en Historia de la cultura oriental, Labor, Barcelona, 1968.
Hegel, Georg W. F., Fenomenología del espíritu, Pre-Textos, Valencia, 2006.
243
―Vorlesungen über die Philosophie der Religion. Halbband I: Bagriff der Religion, Felix Meiner,
Hamburgo, 1966, traducción española El concepto de religión, FCE, Madrid, 1981.
Herodoto, Herodotus, en The Greek Historians, Random House, New York, 1942.
Himnos del Atharva Veda, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1968.
Hirschberger, Johannes, Historia de la filosofía, Herder, Barcelona, 1991.
Homero, Obras completas, Ateneo, Buenos Aires, 1957.
Horacio Quinto Flacco, Obras completas, Aguilar, Madrid, 1960.
Irineo, San, Contra las herejías.
Jaeger, Werner, Paideia: los ideales de la cultura griega, Fondo de Cultura Económica, México, 1962.
― Aristóteles, FCE, México, 2002.
Janeras, Sebastià, Introducción a la Teología ortodoxa, en Las iglesias orientales, BAC, Madrid, 2000.
Jericó Bermejo, Ignacio, Anotaciones sobre la Iglesia en Santo Tomás de Aquino, en Revista Agustiniana
La ciudad de Dios, Real Monasterio de El Escorial, Madrid, Vol. CCXXIII. Núm. 3,
Septiembre- Diciembre 2010.
Josefo, Flavio, Antigüedades de los judios, Clie, Barcelona, 3 tomos, 1988.
La guerra judaica (versión de D. J. Ricciotti), Eler, Barcelona, 1960.
Kendrik, T. D., Los Druidas, Edimat Libros, Madrid, 2002.
Kerényi, Karl, La religión antigua, Herder, Barcelona, 1999.
Kraemer, Heinrich y Sprenger, Jakob, Malleus Maleficarum, (Hexenhammer o Martillo de las brujas),
Ediciones Felmar, Madrid, 1976.
Küng, Hans, Sinceridad y verdad, Herder, Barcelona, 1970; título original de la obra: Wahrhaftigkeit,
Verlag Herder KG, Friburgo de Brisgovia, 1968.
Landa, Diego de, Relación de los cosas de Yucatán, México, Porrúa, 1966.
Langebaek, Carl Henrik, Resistencia indígena y transformaciones ideológicas entre los muiscas XVI y
XVII, en Concepciones de la conquista, Aproximaciones interdisciplinarias, Ediciones Uniandes,
Santafé de Bogotá, 2001.
Lefevre, Dom Gaspar, Misal Diario y Vesperal, Declée de Brower, Brujas-Bélgica, 1953.
León-Portilla, Miguel, La filosofía náhuatl, Universidad Nacional Autónoma de Mexico, México,
1974.
Lévi-Strauss, Claude, El pensamiento salvaje, FCE, México, 2006.
―Antropología estructural, Mito, sociedad, humanidades, Siglo XXI, México, 1983.
Lockhart, James, Los nahuas después de la conquista; Historia social y cultural de los indios de México
central, del siglo XVI al XVIII, FCE, México, 1999.
―Nahuas and Spaniards, Postconquest Central Mexican History and Philology, Sandford
University Press, Los Angeles, 1991.
244
López de Gómara, Fransisco, Historia de las Indias, en Biblioteca de Autores Españoles, Historiadores
Primitivos de Indias I, Atlas, Madrid, 1946.
López Medel, Tomás, Los tres elementos, Alianza, Madrid, 1992.
Los evangelios apócrifos, (versión de Otero, Aurelio de Santos), BAC, Madrid, 1956.
Los Vedas, Traducción de Juan Bergua, Pueyo Artes Gráficas, Madrid, 1967.
Maimónides, Guía de Perplejos, Trotta, Madrid, 2008.
Martí, Samuel, Canto, danza y música precortesianos, Fondo de Cultura Económica, México, 1961.
Martimort, A. G., La Iglesia en oración, Introducción a la liturgia, Herder, Barcelona, 1964.
Martínez Baracs, Andrea, Un gobierno de indios: Tlaxcala, 1519-1750, FCE, México, 2008.
Medina, José Toribio, Historia del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición en México, Consejo
Nacional para la Cultura y el Arte, México, 1995, 11905.
Michelet, Jules, La Bruja, Akal, Barcelona, 1987.
Mignolo, Walter, The Darker Side of the Renaissence, University of Michigan Press, USA, 2001.
Mishná, Editorial Nacional, Madrid, 1981.
Motolinia, Fray Toribio de Benavente, Historia de los Indios de Nueva España, México, Porrúa, 1979.
Oncken, Guillermo y Pietschmann, Ricardo, Historia de los Fenicios, Editorial Impulso, Buenos
Aires, 1944.
Oráculos Caldeos (traducción Francisco García Bazán), Gredos, Madrid, 1991.
Orígenes, Contra Celso, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1996.
―De Principiis, en Los Padres de la Iglesia, Textos doctrinales del cristianismo desde los orígenes
hasta san Atanasio, Herder, Barcelona, 2002.
Otto, Walter F., Teofanía, El espíritu de la antigua religión griega, Sextopiso, Madrid, 11956, 2007.
Oviedo, Gonzalo Hernández de, Sumario de la natural historia de Indias, Biblioteca de Autores
Españoles, Ediciones Atlas, Madrid, 1947.
Pagden, Anthony, La caída del hombre. El indio americano y los orígenes de la etnografía comparada,
Alianza Editorial, Madrid, 1988.
Pané, fray Ramón, Relación acerca de las antigüedades de los indios, Siglo Veintiuno, México, 1974.
Pannenberg, Wolfhart, Una historia de la filosofía desde la idea de Dios, Sígueme, Salamanca, 2002.
Petronio, El satiricón, en Obras Completas, El Ateneo, Buenos Aires, 1951.
Piña Chan, Román, Quetzalcóatl, Serpiente emplumada, Fondo de Cultura Económica, México, 1981.
Platón, Obras completas, Gredos, Madrid, 1997.
Plutarco, Vidas Paralelas, Joaquín Gil Editor, Buenos Aires, 11944.
Plotino, Enéadas, Gredos, Madrid, 1982.
Popol Vuh (versión Rivera Dorado, Miguel), Trotta, Madrid, 2008.
Prescott, William H., History of the Conquest of Mexico, Random House, Inc., New York, 1843.
245
Pselo, Miguel, De oraculis chaldaicis, editado por W. Kroll; en Oráculos Caldeos, Gredos, Madrid,
1991.
Puiggrós, Rodolfo, La España que conquistó el Nuevo Mundo, El Áncora Editores, Bogotá, 1989.
Reale, Giovanni, Por una nueva interpretación de Platón, Herder, Barcelona, 2003.
Ricoeur, Paul, El conflicto de las interpretaciones, Ensayos de hermenéutica, FCE, Buenos Aires, 2008.
―La memoria, la historia y el olvido, Trotta, Madrid, 2010.
―Del Texto a la Acción. Ensayos de hermenéutica II, FCE, México, 2002.
Renán, Ernest, Oeuvres Complètes. Études d´histoire religieuse , Calmann-Lévy, Editeurs, Paris, 10
tomos, 1955.
Restrepo, Luis Fernando, Un nuevo reino imaginado: Las elegías de varones ilustres de Indias de Juan de
Castellanos, Instituto Colombiano de Cultura Hispánica, Bogotá, 1999.
Rivera Dorado, La ciudad maya, Un escenario sagrado, Editorial complutense, Madrid, 2001.
Robbins, Rossell H., Enciclopedia de la brujería y la demonología, Editorial Debate, Madrid, 1988.
Romancero y cancionero sagrados, Colección de poesías cristianas, morales y divinas, (autores varios)
Biblioteca de Autores Españoles, Ediciones Atlas, Madrid, 1950.
Rops, Daniel, Jesús en su tiempo, Porrúa, México, 1994.
Russell, Bertand, A History of Western Philosophy, Simons and Schuster, New York, 1972.
Sahagún, Fray Bernardino de, Historia general de los cosas de Nueva España, Fondo de Cultura
Económica, México, 1979.
San Agustín, La ciudad de Dios, BAC, Madrid, 1958.
―Las Confesiones, Aguilar, Madrid, 1979.
―Del génesis contra los maniqueos, en Obras t. XV, 1957.
San Gregorio Magno, Diálogos.
Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, BAC, Madrid, 1957.
―Suma contra los gentiles, Club de Lectores, Buenos Aires, 1951.
Sartore, Domenico y Triacca, Achille M, Nuovo Dizionario di Liturgia, Edizioni Paoline, Torino, 1988.
Schärf, Riwkah, La figura de Satanás en el Antiguo Testamento, en Jung, Carl Gustav, Simbología del
espíritu, FCE, México, 2001.
Schillebeeckx, Edward, Jesús, La Historia de un Viviente, Herder, Barcelona, 1983.
Seler, Eduard, Codex Borgia. Eine altmexicanische Bilderschrieft der Bibliothek der Congregatio de
Propaganda Fide, Gebr. Unger, Berlin, 1904. Traducción española, Comentarios al Códice
Borgias, Fondo de Cultura Económica, México, 1963.
Sesboüe, Bernard y Wolinski, Joseph, Historia de los dogmas: El Dios de la salvación, Secretariado
Trinitario, Salamanca, 2004.
Sículo, Diodoro, Biblioteca Histórica, Alianza, Madrid, 2004.
246
Taylor, Charles, Imaginarios sociales Modernos, Paidós, Barcelona, 2006.
Textos de Qumrán (edición y traducción de García Martínez, Florentino), Trotta, Madrid, 2009.
Theodor, Mommsen, Historia de Roma, Aguilar, Madrid, 1956.
Todorov, Tzvetan, La Conquista de América, el problema del otro, Siglo XXI editores, México, 2005.
Topolsky, Jerzy, Metodología de la historia, Cátedra, Madrid, 1982.
Upanishads (La sabiduría del bosque, Antología de las principales Upanishads), edición y traducción de
Ilárraz, G. Félix y Pujol, Òscar, Trotta, Madrid, 2003.
Van der Leeuw, Gerardus, Fenomenología de la religión, FCE, México, 1973.
Vaillant, George C., La civilización azteca, Origen, grandeza y decadencia,Fondo de Cultura Económica,
México, 1973.
Velasco, Juan Martín, Introducción a la fenomenología de la religión, Trotta, Madrid, 2006.
Vignolo, Paolo, Cannibali, giganti e selvaggi, Creature mostruose del Nuovo Mondo, Bruno Mondadori,
Milano, 2009.
___Nuevo Mundo: ¿Un mundo al revés? Las antípodas en el imaginario del Renacimiento, en
Revista El Nuevo Mundo, problemas y debates 1, Universidad de los Andes, Bogotá, 2004.
Villacorta, J. Antonio, Códices Mayas —Codex Dresdensis, Codex de Madrid, y Codex Tro-Cortesiano—
Guatemala C. A., 1930, Colección Patrimonio Universidad de Antioquia.
Vitoria, Francisco de, Obras de Francisco de Vitoria, Relaciones teológicas, Biblioteca de Autores
Cristianos, Madrid, 1960.
―De la Magia, en Obras, BAC, Madrid, 1960.
Von Hagen, Victor W., The ancient sun kingdoms of the Americas, The World Publishing Company,
Cleveland, 1961.
Von Stuckrad, Kocku, Astrología, Un historia desde los inicios hasta nuestros días, Herder, Barcelona,
2005, 12003.
Weber, Max, Sociología de la religión (edición de Enrique Gavilán, Istmo, Madrid, 1997.
Zähringer, Damasus, Los Demonios, en Mysterium Salutis, Manual de teología como historia de la
salvación, Ediciones Cristiandad, Huesca, Madrid, 1977.
Zend-Avesta, La ciencia oculta de los sacerdotes magos de Persia, Berbera Editores, México, 2003.
247