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La institución manifestó que “la decisión de autorizar el vertimiento se fundó, particularmente en

la situación de emergencia que los desechos de pescado representaban, atendido el alto nivel de
riesgo que existía para la salud humana”. (Mundo Acuícola).

El fallo del pasado 22 de mayo, pronunciado por la Tercera Sala de la Corte Suprema revocó la
sentencia apelada el 29 de junio de 2017 y, en su lugar, acogió el recurso de protección deducido
por pescadores artesanales y organizaciones medioambientales de la región de Los Lagos, por la
autorización para verter al mar 9.000 toneladas de salmones muertos, en contra del Servicio
Nacional de Pesca y Acuicultura (Sernapesca), de la Dirección del Territorio Marítimo y Marina
Mercante (Directemar), de la Seremi de Salud, de la Superintendencia del Medioambiente y del
Ministerio del Medio Ambiente.

Ante este escenario la Armada, a través de la Directemar, informó que, sobre el vertimiento de
desechos de pescado ocurrido en marzo del 2016, “tenemos conocimiento que el Tercer Tribunal
Ambiental de Valdivia con fecha 28 de diciembre de 2017 (Rol N° D-17-2016), luego de un juicio de
lato conocimiento, estableció que los medios de prueba presentados por Sernapesca y Directemar
demostraron que la decisión adoptada por Directemar, al autorizar el vertimiento, se ajustó
plenamente a derecho”.

La institución añadió que “la decisión de autorizar el vertimiento se fundó, particularmente en la


situación de emergencia que los desechos de pescado representaban, atendido el alto nivel de
riesgo que existía para la salud humana. De acuerdo al Protocolo de 1996 y las directrices de la
Organización Marítima Internacional (OMI) que regulan el vertimiento, ello configura una situación
excepcional que legitima esta conducta. (Directrices OMI que establecen los procedimientos y
criterios para determinar y tratar las situaciones de emergencia para vertimientos a que hacen
referencia los artículos 8 y 18.1.6 del Protocolo de 1996, Anexo 11 Protocolo de Londres 28/15)”.

“Este escenario, requiere de la adopción inmediata de medidas, que eventualmente, imposibilita


la realización de consultas y evaluaciones detalladas, argumento que se aplicó en esta
contingencia”, destacó la Armada.

Agregan que, del mismo modo, la Contraloría General de la República, a través de la investigación
especial N° 716 del 13 de marzo del 2017, fundada en la misma regulación, “verificó que la
autorización otorgada por Directemar para el vertimiento de desechos de pescado se ajustó a la
normativa aplicable. El citado órgano contralor destacó que, habiéndose evaluado los potenciales
impactos ambientales, se constató que se estaba en presencia de desechos sin tratamiento
químico alguno”.
Finalmente, respecto a las medidas de prevención y coordinación dispuestas por la Corte Suprema
para mejorar los tiempos de respuesta ante futuras contingencias, la Armada informó que, “estas
comenzaron a ser implementadas el año 2016 con posterioridad al siniestro, en coordinación con
otros servicios públicos. Respecto de las medidas sectoriales que competen a esta autoridad
marítima, estas se encuentran dispuestas en la Circular D.G.T.M. Y MM. Ord. Nº O-31/020 de
fecha 16 de diciembre de 2016, que establece disposiciones de seguridad que deben adoptarse en
casos de emergencia producto de mortalidad masiva de peces para las faenas de carga, transporte
y descarga”.

Opinión de Christian Paredes e Ignacio Martínez, abogados de la Fundación Terram.

Recientemente la Corte Suprema, conociendo de un recurso de protección, resolvió


la ilegalidad de la actuación de diversos órganos públicos involucrados en el vertimiento de 9.000
toneladas de salmones muertos, en descomposición, mar adentro en las costas de Chiloé, llevado
a cabo en marzo de 2016.

En su fallo (Rol N° 34.594-2017), el máximo tribunal oscila fundamentalmente entre dos grandes
argumentos: por una parte, la carencia de antecedentes técnicos que permitiesen justificar el
vertimiento en la magnitud autorizada, falta de razonabilidad atribuida a la Directemar y a
Sernapesca; y por otra, la omisión en el cumplimiento de los deberes legales y reglamentarios de
fiscalización y control que pesan no solo sobre las mencionadas autoridades, sino que también
sobre la Superintendencia del Medio Ambiente y la autoridad sanitaria.

En un sentido similar, se dirigen también los cuestionamientos al Ministerio del Medio Ambiente
por su pasividad en el ejercicio de su competencia de velar por el cumplimiento de convenciones
internacionales de las que Chile es parte en materia ambiental, específicamente, del Convenio
sobre Prevención de la Contaminación del Mar por Vertimiento de Desechos y otras materias, y su
Protocolo (mejor conocidos como Convenio y Protocolo de Londres, respectivamente). Con base
en estos antecedentes, el máximo tribunal entendió afectado el derecho de los recurrentes a vivir
en un medio ambiente libre de contaminación, ordenando a los órganos recurridos la adopción
“en el plazo de dos meses [de] las medidas preventivas, correctivas y de coordinación de los
procedimientos por los que cada uno deba regirse”.

Más allá de la objetiva posibilidad de restablecer, a esta altura, el derecho de los afectados a vivir
en un medio ambiente libre de contaminación mediante las providencias ordenadas, desde
Fundación Terram compartimos y valoramos la presente decisión jurisdiccional por dos razones, al
menos. En primer lugar, porque releva la exigencia de coordinación administrativa como un
estándar para satisfacer el criterio de legalidad de la actuación que sectorialmente despliegan los
órganos públicos. En segundo lugar, porque enfatiza una vez más la fuerza normativa de los
principios jurídico-ambientales al referirse específicamente a la importancia del llamado “principio
precautorio o de precaución”. Este último, en su esencia, impone frente a un riesgo o peligro de
daño grave e irreversible la adopción de medidas eficaces tendientes a su disminución o
erradicación, aun existiendo incertidumbre científica sobre los efectos de la actividad en cuestión.
Al respecto, estima la Corte que tal principio “ha de regir toda decisión que arriesgue una
afectación de la vida y la salud de las personas y de los animales, o del medio ambiente”
(considerando 13°), en términos que los órganos recurridos deben hacia el futuro propender “a
una reacción oportuna y eficaz para evitar los riesgos para la salud de la población y los daños al
medio ambiente”.

Sin perjuicio de lo resuelto, resulta pertinente recordar que, para el presente caso, el referido
principio puede ser desprendido no solo de los instrumentos internacionales invocados por el
máximo tribunal –el Convenio de Londres y su Protocolo– sino que, menos remotamente, de la
propia Ley General de Pesca y Acuicultura. En efecto, siendo el objetivo declarado de esta última
”la conservación y el uso sustentable de los recursos hidrobiológicos” (artículo 1° B), desde el año
2013 (Ley N° 20.657) dicho cuerpo normativo consagra expresamente tanto el referido principio
precautorio como el llamado “enfoque ecosistémico”, principios ambos que, por imperativo legal,
deberían ser efectivamente considerados por la autoridad sectorial competente al momento de
adoptar decisiones en la materia, imponiéndoles un mayor estándar de justificación técnica en los
actos formales que emitan. Así lo ha reconocido, de hecho, la Corte Suprema, la que, confirmando
una sentencia del Tercer Tribunal Ambiental (Seafood S.A. contra Director Ejecutivo del SEA), ha
señalado que el citado objetivo de protección ambiental de la Ley General de Pesca y Acuicultura
“no constituye una mera declaración de principios o expresión de deseos, sino que debe servir de
guía y de elemento de interpretación a la hora de aplicar su normativa” (Rol N° 27.932-2017),
como de hecho debió haber ocurrido al autorizar el vertimiento de los salmones.

El pronunciamiento del máximo tribunal llama a reflexionar sobre el carácter orientador del
sentido de la actuación estatal que estos principios revisten, y junto con ello, sobre los enormes
desafíos que todavía persisten en cuanto a su efectiva aplicación en la adopción de decisiones
públicas, al menos, en lo que a materia acuícola se refiere. De cara a lo anterior, se hace necesario
que estos principios, incorporados a la regulación pesquera y acuícola hace ya más de cinco años,
sean progresivamente operativizados por las autoridades marítimas, pesqueras, ambientales y
sanitarias, para evitar que eventos como el ocurrido en Chiloé en marzo de 2016 se vuelvan a
repetir debido al deficiente funcionamiento del aparato estatal.

Publicado en: Opinión

Etiquetas: christian paredes ignacio martinez opinion salmones vertimiento

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