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UNIDAD IV: EL PECADO Esta vocación divina implica en todo momento la necesidad de una respuesta por parte del

e del hombre. La libertad divina, que suscita


la libertad humana, coloca a ésta ante la posibilidad del bien y del mal. Por la enseñanza de la Escritura y de la Iglesia sabemos que
el don de la gracia y del amor divinos no ha encontrado en el hombre la respuesta adecuada. Por ello, desde el primer instante la
gracia y el pecado han sido las coordenadas que han enmarcado el ser del hombre en su relación con Dios. El pecado es el rechazo
de la gracia y, por consiguiente, sólo puede ser tal si es precedido por la gracia divina .

Se ha considerado normalmente que Dios creó al hombre dándole u ofreciéndole tres categorías de bienes o dones. En primer
lugar, los naturales, los que corresponden a la naturaleza del hombre en cuanto tal. En segundo lugar, los bienes sobrenaturales
en sentido estricto: la amistad con Dios y la gracia, la llamada a la divinización y a la visión beatífica; Por último, los llamados
Breve
dones preternaturales, que no son exigidos por la naturaleza en cuanto tal, pero la perfeccionan en su misma línea, sin que por sí
referencia a
mismos supongan la comunión íntima con el Creador. Entre estos bienes se cuentan la inmortalidad y la integridad o ausencia
las nociones
de concupiscencia.
tradicionale El pecado de los primeros padres habría hecho perder al hombre los bienes sobrenaturales y estos dones preternaturales. No así
s los naturales, que, aunque afectados por el pecado, han quedado sustancialmente íntegros; la bondad de la criatura de Dios
permanece. La redención de Cristo ha traído la posibilidad de sanar la naturaleza caída y de recuperar los bienes sobrenaturales,
pero no los preternaturales, perdidos con la expulsión del paraíso.

LA OFERTA El paraíso es tal vez una representación que el yahvista ha recogido de otras culturas orientales, en las que se encuentran
ORIGINAL DE descripciones de un jardín celeste, morada de Dios y no del hombre. Podemos tomar como puntos de referencia para situar la
LA GRACIA: escena del paraíso los momentos inicial y final de la misma: la creación del hombre del polvo de la tierra (Gén 2,7), y su
EL ESTADO expulsión del jardín con la consecuencia de la muerte y la vuelta a la tierra de la que fue tomado (Gén 3,19). Ante todo, Dios
ORIGINAL Y EL El estado pone al hombre en el jardín que ha plantado para él, una imagen que recuerda la de un oasis en medio del desierto. A esta
PARAISO original en situación del paraíso corresponde la obligación del trabajo; el hombre ha de cultivar y guardar el jardín (Gén 2,15). Dios además
el Antiguo impone al hombre un mandato, precisamente el de la prohibición de comer del fruto del árbol del bien y del mal (Gén 2,16s) a
Testamento. que nos referíamos hace un momento. El hecho de la imposición del mandato no es separable en este caso del contenido concreto
La historia del mismo: el hombre ha de vivir en relación de libre obediencia a Dios, y se destruye a sí mismo en el momento en que quiere
del pecado rebelarse y ser como Dios; la prohibición de comer del árbol de la ciencia del bien y del mal no es pues un precepto arbitrario.
Los castigos de Dios al hombre y a la mujer cuando, después del pecado, los expulsa del paraíso, nos pueden ofrecer
indirectamente más detalles de cómo el autor yahvista ha imaginado la vida del paraíso: libertad de la fatiga, del dolor y de la
muerte; relación armónica entre el varón y la mujer, etc. (Gén 3,16). A partir de estas palabras puestas en boca de Dios se ha
desarrollado la doctrina de los bienes preternaturales de la inmortalidad, ausencia de dolor o enfermedad.

Parece que indirectamente se nos dice que la inmortalidad era un bien del que el primer hombre gozaba en la amistad con Dios.
Pero es claro que, más que de la inmortalidad original, se quiere hablar del pecado que trae la muerte, al que se opone la
El Nuevo salvación de Cristo. Se habla en otros lugares de la función reconciliadora de Cristo, lo que supone también un estado anterior
Testamento de paz y de amistad (2 Cor 5,18ss; Rom 5,10). En boca del mismo Jesús tenemos una alusión al principio, al designio original
de Dios cambiado por la dureza del corazón humano (Mc 10,6ss.).
San Ireneo: piensa que el paraíso se encontraba situado en las esferas celestes, El paraíso de los comienzos se identifica con el paraíso escatológico,
aquel al que irán los hombres que hayan fructificado como sesenta. El paraíso excluye el pecado y es lugar de intimidad con Dios.
Santo Tomás: afirma que el hombre fue creado desde el primer instante con los bienes naturales y la gracia, porque la sujeción del cuerpo al alma y
de las fuerzas inferiores a la razón de que Adán gozaba era ya fruto de la gracia, ya que, de lo contrario, esta armonía se habría mantenido después
El estado de la caída. Sólo la gracia y la amistad con Dios pueden garantizar la armonía interna del ser humano. El estado en que el hombre se encuentra antes
original en la del pecado se define como de santidad y justicia. La transgresión original trajo consigo la pérdida de esta santidad y justicia, pero también la
Tradición y muerte. Se insinúa también la situación de libertad en que el hombre se hallaba al señalarse que por el pecado no ha perdido el libre albedrío, pero
el Magisterio éste ha quedado inclinado al mal y atenuado en sus fuerzas: el hombre, en su estado presente, se halla marcado por la concupiscencia.
El magisterio ha establecido relativamente pocos puntos concretos acerca del estado original del hombre. El aspecto fundamental del estado original
es, sin duda, la santidad y justicia que el hombre tenía antes de caer en el pecado; éstas eran indebidas a su naturaleza. Esta gracia y santidad estaba
acompañada, de un determinado estado de libertad o ausencia de concupiscencia, de integridad; a la vez se dice que el hombre gozó, antes del
pecado, de la inmortalidad.

La gracia del estado original: El estado de santidad y justicia en que el hombre se encontró antes del pecado es sin duda el núcleo fundamental de
la teología del estado original. El hombre ha sido llamado desde el comienzo de su existencia a la comunión con Dios. La primera palabra de Dios
sobre el hombre es el ofrecimiento de su amor y de su gracia. Lo fundamental es retener que la amistad con Dios, la justicia y la santidad le han sido
ofrecidas antes de toda posible decisión personal y antes de cualquier mérito por su parte. este ofrecimiento por parte de Dios a la comunión con él
pudo ser y fue de hecho rechazado, lo cual nos hace ver que el hombre en el paraíso no se encontraba en un estado de total plenitud. En el designio
de Dios el primer hombre sea partícipe de una plenitud que sólo en Cristo se iba a manifestar definitivamente, ya que sólo en él habita y sólo él la
puede dar. Sólo en Cristo aparecen la plenitud del hombre y los designios de Dios sobre nosotros. No podemos saber lo que habría ocurrido si el
El estado hombre no hubiera sido infiel a Dios. la gracia original no puede ser más que una anticipación de su plenitud.
original en la Los llamados dones preternaturales: trata sobre todo de la dimensión de gracia y de amistad con Dios en que se encuentra el hombre desde el
Tradición y momento de la creación. La inmortalidad; una primera aproximación, la muerte aparece como la máxima limitación del hombre. Ante la muerte nos
el Magisterio sentimos enfrentados con un poder superior a nosotros mismos, que echa por tierra todo nuestro esfuerzo y amenaza con destruir nuestro mismo ser.
La concepción paulina de la muerte; ésta es sin duda fruto del pecado. Pero la palabra muerte es, para el Apóstol, sobre todo el alejamiento de Dios
que sigue al pecado. Para los escritos joánicos la vida es Cristo y nosotros vivimos en cuanto nos unimos a él; por el contrario, la muerte es el
alejamiento de Jesús. En Cristo ha cambiado definitivamente el signo de la muerte; en él se nos ofrece una esperanza definitiva de inmortalidad y
de vida futura a la que en ningún caso puede compararse la inmortalidad original, sujeta siempre a la amenaza de su pérdida por el pecado. La
concupiscencia: es una noción teológica que sólo a partir de la fe podemos entender plenamente. el estado de integridad del hombre antes del pecado
se caracteriza concretamente como libertad; ésta no ha desaparecido con el pecado, pero ha quedado debilitada en sus fuerzas; por ello el hombre se
inclina hacia el mal. el libre albedrío Se trata de la capacidad de hacer uso de la libertad para el bien, de seguir la atracción del Espíritu de Dios.

El paraíso nos revela el plan primitivo de Dios sobre el hombre, pero éste se cumplirá sólo al final. Dios no quiere un mundo y una historia en que el
hombre sea meramente pasivo. La salvación escatológica ha de ser vivida por el hombre ya en este mundo, en la vida según Dios. En el Antiguo
El estado Testamento todo don de Dios al hombre está marcado por el signo de la promesa de una cercanía todavía mayor. En el Nuevo Testamento se vive la
original en la ardiente espera de la próxima venida del Señor. En la parusía y la resurrección final, Cristo triunfará sobre la muerte, entregará al Padre el reino y
Tradición y Dios será todo en todas las cosas (Cor 15,20-28). Sólo entonces el hombre será la imagen perfecta del Hijo resucitado y cumplirá su vocación inicial
el Magisterio de imagen divina (1 Cor 15,49). En aquel momento se alcanzará la inmortalidad y la perfección del hombre. El final es el cumplimiento del designio
creador y salvador de Dios, realizado en Cristo, que es principio y fin (Ap 1,8). La imagen del paraíso nos remite al fin de la historia. El pecado no
ha destruido el plan de Dios, a pesar de que puede haber modificado el modo de llevarlo a cabo.

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