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Bien Común

Gran compendio explicativo de los principios rectores de la Doctrina


Social de la Iglesia a cargo del Pbro. Dr. Jorge A. Palma. Aquí
encontrarás las bases para entender la solidaridad, el bien común, la
subsidiariedad y la participación.

Por: Pbro Dr. JORGE A. PALMA | Fuente: Arvo.net

Los principios de reflexión de la Doctrina Social de la Iglesia, en


cuanto leyes que regulan la vida social, no son independientes
del reconocimiento de los bienes fundamentales inherentes a la
dignidad de la persona humana. Estos bienes o valores (La
palabra bien tiene un sentido objetivo y universal, en tanto que
el término valor posee un carácter más subjetivo) son
principalmente: la verdad, la libertad, la justicia, la solidaridad,
la paz y la caridad. Vivir estos valores es el camino seguro no
sólo para el perfeccionamiento personal sino también para
lograr un auténtico humanismo y una nueva convivencia social.

A ellos, pues, es preciso referirse para realizar las reformas


substanciales de las estructuras económicas, políticas, culturales
y tecnológicas, y los cambios necesarios en las instituciones.
Estos principios constituyen los verdaderos fundamentos de una
nueva sociedad más digna del hombre.

Aun reconociendo la autonomía de las realidades temporales


(Cfr. GS, n. 36), las leyes descubiertas y aplicadas por el
hombre en la vida social no garantizan por sí mismas,
mecánicamente, el bien de todos. Se deben aplicar bajo la
dirección de los valores que se derivan del concepto de la
dignidad de la persona humana (Cfr. PT: AAS 55 (1963) 259).
Todos estos valores manifiestan la prioridad de la ética sobre la
técnica, la primacía de la persona sobre las cosas y la
superioridad del espíritu sobre la materia (Cfr. RH, n. 16). Los
valores, sin embargo, entran frecuentemente en conflicto con
situaciones en las que son negados directa o indirectamente. En
tales casos, el hombre se encuentra en la dificultad de acatarlos
de modo coherente y simultáneo. Por esta razón es todavía más
necesario el discernimiento en las decisiones que han de
tomarse en las diversas circunstancias a la luz de los valores
fundamentales.

Este es el modo de practicar la auténtica “sabiduría” que la


Iglesia pide a los cristianos y a todos los hombres de buena
voluntad en el compromiso social (Cfr. PT: AAS 55 (1963) 265
ss; JUAN PABLO II, Enc. Dives in misericordia (30-XI-1980)12:
AAS 72 (1980) 1215; LC, n. 3, 4, 26, 57: AAS 79 (1987) 556
ss. 564 ss. 578).

INDICE

Bien Común
A. Naturaleza
B. Características del Bien Común
1. Es objetivo
2. Deriva de la naturaleza humana
3. Redunda en provecho de todos
4. Abarca a todo el hombre
5. Obliga al Estado
6. Obliga al ciudadano
C. Principios morales del Bien Común
1. Bien particular y Bien Común no se contraponen
2. Igualdad de los particulares ante el Bien Común
3. Limitaciones de los derechos de los ciudadanos ante las
demandas del Bien Común
4. Gradualidad en la aplicación del Bien Común
5. El Bien Común abarca a todo el hombre
6. Valores concretos que integran el Bien Común
7. El Bien Común debe respetar la ley natural
8. El Bien Común y el bien posible
D. El Bien Común internacional
E. Dignidad de la persona y participación en el Bien Común de la
humanidad
F. Interpretación del Bien Común según las ideologías modernas

Solidaridad
A. Naturaleza
B. Principio de solidaridad y su fundamento en la fraternidad
humana
C. Ejercitar la solidaridad
D. Principio de solidaridad y las relaciones internacionales
E. Solidaridad y caridad

Subsidiariedad
A. Naturaleza
B. Principio de subsidiariedad y su fundamento en la libertad
humana
C. Principio de subsidiariedad y Estado
D. Principio de subsidiariedad y las relaciones internacionales
E. La familia y la enseñanza
F. Interpretaciones erróneas del principio de subsidiariedad

Participación
A. Naturaleza
B. Participación y empresa
C. Concepción orgánica de la vida social

BIBLIOGRAFÍA
DOCUMENTOS DEL MAGISTERIO
DOCUMENTOS DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO
AUTORES

BIEN COMÚN
Para muchos autores (Cfr. J.L.GUTIERREZ GARCIA, Conceptos
fundamentales en la Doctrina Social de la Iglesia, Cent. Est.
Soc. Valle de los Caídos (Madrid 1971); J.M.AUBERT, Moral
social para nuestro tiempo, Herder (Barcelona 1973)) el
principio del Bien Común es la clave de la doctrina social de la
Iglesia; subordinado a dos realidades: una trascendente y
mediata, Dios; otra inmanente e inmediata, la persona humana.
Si la dignidad de la persona humana es el centro de las
enseñanzas, este principio es el gozne sobre el que gira la
concepción de la vida social del hombre.

A Naturaleza (Lectura: GS Parte 1ª, cap. 2, parr. 26; PT, n. 53-


39; Documento de Puebla, parr. 317; CIC, n. 1905-1912))

“Por Bien Común se ha de entender el conjunto de aquellas


condiciones de la vida social que permiten a los grupos y a cada
uno de sus miembros conseguir más plena y fácilmente su
propia perfección. […] afecta a la vida de todos. Exige la
prudencia por parte de cada uno, y más aun por la de aquellos
que ejercen la autoridad” (CIC, n. 1906; cfr. GS, n. 26,1; 74, 1;
cfr. MM, n.65; cf. PIO XII, Radiomensaje Navidad 1942 Con
sempre nuova (24-XII-1942): AAS 35 (1943) 13).
-conjunto de condiciones de la vida social: estructuras, libertad,
orden, seguridad, educación, empleo, salud (perfeccionamiento
físico y espiritual), justicia, familia, vivienda, religión (el hombre
tiene una dimensión sobrenatural que es preciso desarrollar);
-asociaciones y cada uno de sus miembros: integrantes de la
sociedad agrupados o individualmente;

-logro de su propia perfección: plenitud de las potencias.

Comporta tres elementos esenciales:

1 Respeto a la persona en cuanto tal. En nombre del Bien


Común, las autoridades están obligadas a respetar los derechos
fundamentales e inalienables de la persona humana. La
sociedad debe permitir a cada uno de sus miembros realizar su
vocación. En particular, el Bien Común reside en las condiciones
de ejercicio de las libertades naturales que son indispensables
para el desarrollo de la vocación humana: “derecho a actuar de
acuerdo con la recta norma de su conciencia, a la protección de
la vida privada y a la justa libertad, también en materia
religiosa” (GS 26, 2)” (CIC, n. 1907);
2 Bienestar social y desarrollo del grupo mismo. El desarrollo es
el resumen de todos los deberes sociales. Ciertamente
corresponde a la autoridad decidir, en nombre del Bien Común,
entre los diversos intereses particulares; pero debe facilitar a
cada uno lo que necesita para llevar una vida verdaderamente
humana: alimento, vestido, salud, trabajo, educación y cultura,
información adecuada, derecho a fundar una familia, etc. (Cfr.
GS 26, 1)” (CIC, n. 1908);

3 Implica “paz”, es decir, estabilidad y seguridad de un orden


justo. Supone, por tanto, que la autoridad garantiza por medios
honestos, la seguridad de la sociedad y la de sus miembros. El
Bien Común fundamenta el derecho a la legítima defensa
individual y colectiva (CIC, n. 1909).

En definitiva son cuatro los elementos que constituyen el Bien


Común: 1.- Las condiciones sociales de paz, justicia y libertad;
2.- Un conjunto de bienes materiales, educativos, religiosos; 3.-
Equidad en el reparto de esos bienes; y 4.- Una adecuada
organización social.

B Características del Bien Común

1 Es objetivo

Es uno de los principios que rigen la vida social que es preciso


tener siempre presente. Es también uno de los conceptos más
desgastados y ambiguos, pues se lo confunde con bienestar, o
calidad de vida -visión ampliada del bienestar-. Pero estos
conceptos centran el fin de la sociedad en el individuo autónomo
y nada tienen que ver con el concepto de Bien Común.

2 Deriva de la naturaleza humana

El concepto de Bien Común “está íntimamente ligado a la


naturaleza humana. Por ello no se puede mantener su total
integridad más que en el supuesto de que, atendiendo a la
íntima naturaleza y efectividad del mismo, se tenga siempre en
cuenta el concepto de la persona humana” (PT, n. 55).
No es la suma de los bienes individuales, tampoco la sociedad
es la mera suma de los individuos. La sociedad es necesaria
para que la persona se realice como tal, y debe presentar una
serie de condiciones que hagan posible el desarrollo simultáneo
de la persona y de ella misma, hacia la perfección que se dará
histórica y culturalmente. No hablamos aquí de unas condiciones
mínimas de desarrollo, ni de algo necesariamente material
(aunque lo material forma parte de la “integridad” del desarrollo
humano). Hablamos de condiciones de posibilidad.

3 Redunda en provecho de todos

“El Bien Común está siempre orientado hacia el progreso de las


personas: ‘el orden social y su progreso deben subordinarse al
bien de las personas y no al contrario’ [...]. Este orden tiene por
base la verdad, se edifica en la justicia, es vivificado por el
amor” (CIC, n. 1906-9 y 1912).

En cuanto a la subordinación a las exigencias del Bien Común,


las personas “deben proceder necesariamente sin quebranto
alguno del orden moral y del derecho establecido, procurando
armonizar sus derechos y sus intereses con los derechos y los
intereses de las demás categorías económicas profesionales, y
subordinar los unos y los otros a las exigencias del Bien Común”
(MM, n. 147), “aunque en grados diversos, según las categorías,
méritos y condiciones de cada ciudadano. Por este motivo, los
gobernantes han de orientar sus esfuerzos a que el Bien Común
redunde en provecho de todos, sin preferencia alguna por
persona o grupo social determinado [...]. No se puede permitir
en modo alguno que la autoridad civil sirva al interés de unos
pocos, porque está constituida para el Bien Común de todos. Sin
embargo, razones de justicia y de equidad pueden exigir, a
veces, que los hombres de gobierno tengan especial cuidado de
los ciudadanos más débiles, que pueden hallarse en condiciones
de inferioridad, para defender sus propios derechos y asegurar
sus legítimos intereses” (PT, n. 56). “Todo grupo social debe
tener en cuenta las necesidades y las legítimas aspiraciones de
los demás grupos” (GS, n. 26).
“La persona [...] se ordena al Bien Común, porque la sociedad,
a su vez, está ordenada a la persona y a su bien, estando
ambas subordinadas al bien supremo, que es Dios” (IBÁÑEZ
LANGLOIS, JOSÉ MIGUEL, o.c., p. 86).

La sociedad se ordena a la persona, “en consecuencia, el bien de


la persona está por encima (es la razón de ser) del Bien Común.
Pero el hombre, como individuo, se ordena al Bien Común: el
Bien Común está por encima del bien individual. El bien de la
persona no se alcanza sino en su trascenderse en la búsqueda
del Bien Común” (Ibídem.).

Sencillamente, no pueden oponerse Bien Común y bien de la


persona: la persona que se cierra en su individualidad frustra su
propio bien, a la par que frustra la posibilidad de la consecución
del bien de los demás.

“El Bien Común de un grupo social es pues el fin común por el


cual los integrantes de una sociedad se han constituido y
relacionado en ella. Ese Bien Común tiene como característica
distintiva el hecho de que por su propia naturaleza es
esencialmente participable y comunicable a los integrantes del
grupo social” (ZANOTTI GABRIEL, Economía de Mercado y
Doctrina Social de la Iglesia, Edit El Belgrano, p. 22).

4 Abarca a todo el hombre

“Abarca a todo el hombre, es decir, tanto a las exigencias del


cuerpo como a las del espíritu. De lo cual se sigue que los
gobernantes deben procurar dicho bien por las vías adecuadas y
escalonadamente, de tal forma que, respetando el recto orden
de los valores, ofrezcan al ciudadano la prosperidad material y
al mismo tiempo los bienes del espíritu” (PT, n. 57). “Abarca
todo un conjunto de condiciones sociales que permitan a los
ciudadanos el desarrollo expedito y pleno de su propia
perfección” (MM, n. 19).

El hombre, por tener un cuerpo y un alma inmortal, no puede


satisfacer sus necesidades de un modo absoluto ni conseguir en
esta vida mortal su perfecta felicidad. Esta es la razón por la
cual el Bien Común debe procurarse por tales vías y con tales
medios, que no sólo no pongan obstáculos a la salvación eterna
del hombre, sino que, por el contrario, le ayuden a conseguirla
(Cfr. PT, n. 59).

5 Obliga al Estado

“La razón de ser de cuantos gobiernan radica por completo en el


Bien Común. De donde se deduce claramente que todo
gobernante debe buscarlo, respetando la naturaleza del propio
Bien Común y ajustando al mismo tiempo sus normas jurídicas
a la situación real de las circunstancias” (PT, n. 54).

Siendo superior al interés privado, es inseparable del bien de la


persona humana, comprometiendo a los poderes públicos a
reconocer, respetar, acomodar, tutelar y promover los derechos
humanos y a hacer más fácil el cumplimiento de las respectivas
obligaciones. Por consiguiente, la realización del Bien Común
puede considerarse la razón misma de ser de los poderes
públicos, los que están obligados a llevarlo a cabo en provecho
de todos los ciudadanos y de todo hombre -considerado en su
dimensión terrena-temporal y trascendente- respetando una
justa jerarquía de valores, y los postulados de las circunstancias
históricas (Cfr. PT: AAS 55 (1963) 272).

“Si toda comunidad humana posee un Bien Común que la


configura en cuanto tal, la realización más completa de este
Bien Común se verifica en la comunidad política. Corresponde al
Estado defender y promover el Bien Común de la sociedad civil,
de los ciudadanos y de las instituciones intermedias” (CIC, n.
1910).

Ha de ser considerado como un valor de servicio y de


organización de la vida social, del nuevo orden de la convivencia
humana. Pero no sólo el Estado debe aportar las condiciones, es
tarea de todos.
Caben dos extremos:

-el Estado “providencia” que se encarga de todo, peca por


exceso. Se busca el perfeccionamiento del hombre, pero éste ha
de poner de su parte. Si el Estado impone las condiciones coarta
la libertad individual.

-el Estado liberal en el que cada uno se ocupa de sí mismo, peca


por defecto.

6 Obliga al ciudadano

“Todos los individuos y grupos intermedios tienen el deber de


prestar su colaboración personal al Bien Común. De donde se
sigue la conclusión fundamental de que todos ellos han de
acomodar sus intereses a las necesidades de los demás, y
deben enderezar sus prestaciones en bienes o servicios al fin
que los gobernantes han establecido, según normas de justicia y
respetando los procedimientos y límites fijados por el gobierno”
(PT, n. 53).

Actualmente al no afrontarse con frecuencia los problemas


sociales “según criterios de justicia y moralidad”, sino de
acuerdo con criterios económicos e ideológicos, “se está
perdiendo en la sociedad la capacidad de decidir según el Bien
Común; y esto está provocando, en el individuo, una creciente
incapacidad para encuadrar los intereses particulares en una
visión coherente del Bien Común” (CA, n. 47).

B Principios morales del Bien Común

1 Bien particular y Bien Común no se contraponen

No puede haber contraposición entre el bien particular y el Bien


Común. Este es un principio básico de la antropología que
explica el ser del hombre en la singularidad del individuo y en la
dimensión social de la persona.

El conflicto se presenta en la vida práctica cuando se trata de


armonizar la esfera privada y la esfera pública o en los casos en
los que entran en colisión los derechos personales con las
exigencias de la sociedad. Cuando se presentan esos dos
conflictos la solución no viene por la simplificación de anular una
dimensión del hombre, sino por el esfuerzo de salvar las dos.
Contraponer bien particular - bien público es optar por una
antropología insuficiente y es poner los cimientos de un
desorden social. Esta afirmación no va en contra de la disputa
acerca de la primacía del Bien Común, puesto que es una
discusión en el terreno teórico. Aún en esos casos no debe
haber contraposición, puesto que incluso el Bien Común debe
respetar la ley natural que rige la conducta singular del
individuo.

Aunque es importante que se reconozcan los derechos


individuales, no debemos hacerlo a expensas del equilibrio que
se debe alcanzar entre los derechos individuales y los derechos
de todos a vivir juntos en comunidad. Si pensamos en el
equilibrio como en una balanza, debemos sopesar igualmente
los derechos individuales y los derechos de toda la comunidad.

Tenemos leyes de tráfico no porque un individuo tenga derecho


a conducir lo más rápidamente posible sino porque, si no se
reglamentan los derechos de los individuos, las carreteras serían
un caos, por no decir una catástrofe. Por consenso común,
hemos convenido parar cuando el semáforo está en rojo y
permitir que el tráfico se mueva cuando está en verde.
Renunciamos en cierto sentido al ejercicio de un derecho
individual para que se puedan ejercitar los derechos de todos en
armonía y paz.

2 Igualdad de los particulares ante el Bien Común

Los ciudadanos situados en el mismo plano, no pueden ser


privilegiados frente a otros, ante el Bien Común y en la misma
escala de valores. Este principio condena el tráfico de influencias
y mantiene la igualdad de todos los ciudadanos ante a ley. "Los
partidos políticos deben promover todo lo que crean que es
necesario para el Bien Común; pero nunca es lícito anteponer el
propio interés al Bien Común"( GS, n. 75).

3 Limitaciones de los derechos de los ciudadanos ante las


demandas del Bien Común

No confundir el Bien Común con un bien colectivo, puesto que el


primero mira por igual al individuo que a la colectividad, pero en
ocasiones el Bien Común demanda que el bien particular, ceda
ante las exigencias de la colectividad. "Quedando siempre a
salvo los derechos primarios y fundamentales, como el de la
propiedad, algunas veces el Bien Común impone restricciones a
estos derechos" (Pío XI, Firmissimam constantiam, n. 22). En
este último caso el propietario debe ser recompensado
convenientemente.

El trazado de una carretera puede exigir la expropiación de


terrenos particulares.

4 Gradualidad en la aplicación del Bien Común

Debe redundar en beneficio del conjunto de los ciudadanos,


pero no del mismo modo ni en el mismo grado. Han de ser
beneficiados los más débiles y los más necesitados. Un trato por
igual puede comportar una grave injusticia. Cierto igualitarismo
social puede comportar una injusticia social generalizada.

5 El Bien Común abarca a todo el hombre

No se concreta sólo en los bienes económicos, sino en la riqueza


de la persona, las necesidades de la familia y en el bien de las
sociedades intermedias.

Ante el Bien Común se distinguen:

-Necesidades más urgentes: bienes de subsistencia física


(Vivienda)

-Necesidades más importantes: educación, valores éticos o


religiosos, protección de la familia. Aunque las necesidades
urgentes deben ser atendidas pronto, no deben hacer olvidar las
verdaderamente importantes. Se debe hacer esto sin omitir
aquello.

6 Valores concretos que integran el Bien Común

Cada autor cataloga estos bienes según la propia ideología,


además, cada época demanda nuevas concreciones conforme a
las necesidades que se suscitan. Se citan los siguientes:

Defensa y protección del territorio propio, uso de la lengua,


justa regulación jurídica, la independencia de la justicia del
poder legislativo, la enseñanza, los servicios públicos
(transporte, vivienda, asistencia sanitaria, comercio, agua
potable, energía eléctrica, etc.); la atención garantizada en la
enfermedad, viudez, vejez, desempleo; regulación justa en el
campo laboral (deberes y derechos de empresarios y
trabajadores), defensa de los derechos ciudadanos, exigencia
jurídica respecto al cumplimiento de los respectivos deberes,
defensa de la libertad personal y de las libertades sociales,
protección de la moralidad pública, protección del medio
ambiente, previsión de los bienes de consumo y regulación del
intercambio comercial, garantías jurídicas de protección a la
libertad de las conciencias, de religión y de culto, armonía y
conjunción entre las diversas clases sociales y profesionales,
vigilancia sobre el recto funcionamiento de los poderes del
Estado, etc.

Por último, una función genérica que no es menor, es la


educación cívica a todos los niveles: cultura, preparación técnica
laboral de los trabajadores, atención al arte, oferta para el ocio
y descanso, etc.

7 El Bien Común debe respetar la ley natural

Nunca puede pasarse la frontera que fija la ley natural. Si el


Bien Común está íntimamente ligado a la naturaleza humana es
lógico que en su obtención se sigan los dictámenes de la ley que
rige esa naturaleza.
La tolerancia en el gobierno de un pueblo tiene sus límites. El
gobernante en ocasiones no puede legislar mejor, pero tampoco
puede hacerlo permitiendo que se quebrante la ley natural. "El
Bien Común no se mantiene en su verdadera naturaleza si no
respeta aquello que es superior a él, si no está subordinado […]
al orden de los bienes eternos y a los valores supratemporales
de los que depende la vida humana. [...]. Me refiero a la ley
natural y a las reglas de la justicia y a las exigencias del amor
fraterno… a la vida del espíritu… a la dignidad inmaterial de la
verdad… y a la dignidad inmaterial de la belleza… Si la sociedad
humana intenta desconocer esta subordinación y, en
consecuencia, erigirse ella en bien supremo, pervierte
automáticamente su naturaleza y la naturaleza del Bien Común,
y destruye ese mismo bien" (J. Maritain, La persona y el Bien
Común, Club de Lectores (Buenos Aires 1968), p.69-70).

8 El Bien Común y el bien posible

Salvados los principios de la ley natural, los documentos del


Magisterio recuerdan que "la prudencia es la virtud del príncipe".
El legislador también puede encontrarse en la obligación de
buscar el bien posible al legislar. "Un político cristiano no puede
- hoy menos que nunca - aumentar las tensiones sociales
internas, dramatizándolas, descuidando lo positivo y dejando
perderse la recta visión de lo racionalmente posible" (Pío XII, Il
popolo, 21).

El relativismo ético que caracteriza muchos aspectos de la


cultura contemporánea pone con frecuencia a los políticos ante
difíciles problemas de conciencia. “Un problema concreto de
conciencia podría darse en los casos en que un voto
parlamentario resultase determinante para favorecer una ley
más restrictiva, es decir, dirigida a restringir el número de
abortos autorizados, como alternativa a otra ley más permisiva
ya en vigor o en fase de votación. […]. En el caso expuesto,
cuando no sea posible evitar o abrogar completamente una ley
abortista, un parlamentario, cuya absoluta oposición al aborto
sea clara y notoria a todos, puede lícitamente ofrecer su apoyo
a propuestas encaminadas a limitar los daños de esa ley y
disminuir así los efectos negativos en el ámbito de la cultura y
de la moralidad pública” (Juan Pablo II, Enc. Evangelium vital,
n. 73).

D El Bien Común internacional

Durante mucho tiempo, al hablar de Bien Común se pensaba


sobre todo en una sociedad concreta, acotada a los límites de
una nacionalidad, de un territorio, de una comunidad política
particular o en una comunidad de cualquier otro tipo. Poco a
poco, debido al incremento de la interdependencia internacional
se lo considera, no sólo en el plano económico, sino también
cultural, educativo, de comunicaciones, etc. La Doctrina Social
de la Iglesia habla con insistencia del “Bien Común de la
humanidad”, dando lugar así a una moral social internacional.
Pero no se trata de una absoluta novedad, sino de la aplicación
de los mismos principios de siempre.

“La paz y la prosperidad son bienes que pertenecen a todo el


género humano, de manera que no es posible gozar de ellos
correcta y duraderamente si son obtenidos y mantenidos en
perjuicio de otros pueblos y naciones, violando sus derechos o
excluyéndolos de las fuentes del bienestar” (CA, n. 27).

“Así como no se puede juzgar del Bien Común de una nación sin
tener en cuenta la persona humana, lo mismo debe decirse del
Bien Común general; por lo que la autoridad pública mundial ha
de tender principalmente a que los derechos de la persona
humana se reconozcan, se tengan en el debido honor, se
conserven incólumes y se aumenten en realidad. Esta protección
de los derechos del hombre puede realizarla la propia autoridad
mundial por sí misma, si la realidad lo permite, o bien creando
en todo el mundo un ambiente dentro del cual los gobernantes
de los distintos países puedan cumplir sus funciones con mayor
facilidad” (PT, n. 139).

“Son exigencias del Bien Común internacional: evitar toda forma


de competencia desleal entre los diversos países en materia de
expansión económica; favorecer la concordia y la colaboración
amistosa y eficaz entre las distintas economías nacionales y, por
último, cooperar eficazmente al desarrollo económico de las
comunidades políticas más pobres” (MM, n. 79-80).

E Dignidad de la persona y participación en el Bien Común de la


humanidad

“Por encima de la lógica de los intercambios [...] existe algo que


es debido al hombre porque es hombre, en virtud de su
eminente dignidad. Este algo debido conlleva inseparablemente
la posibilidad de sobrevivir y participar activamente en el Bien
Común de la humanidad” (CA, n. 34).

“Las interdependencias humanas se intensifican. Se extienden


poco a poco a toda la tierra. La unidad de la familia humana que
agrupa a seres que poseen una misma dignidad natural, implica
un Bien Común universal. Este requiere una organización de la
comunidad de naciones capaz de “proveer a las diferentes
necesidades de los hombres, tanto en los campos de la vida
social a los que pertenecen, la alimentación, la salud, la
educación, como en no pocas situaciones particulares que
pueden surgir en algunas partes, como son socorrer en sus
sufrimientos a los refugiados dispersos por todo el mundo o de
ayudar a los emigrantes y a sus familias” (GS 84, 2)” (CIC, n.
1911).

F Interpretación del Bien Común según las ideologías modernas

Según las ideologías el Bien Común tiene interpretaciones


diferentes. Al ser cada persona una realidad única e irrepetible
pero naturalmente abierta y en comunicación con los demás, los
modelos de organización social que exaltan desaforadamente al
individuo aislado o a la colectividad son contrarios a la
concepción cristiana de la vida social. El individualismo
considera la sociedad como un conjunto de sujetos asociados
por pura conveniencia pragmática o por mera necesidad: cada
uno trata de conseguir su propio interés sin preocuparse del
bien de los demás. En el colectivismo, la persona queda
absorbida por la sociedad; lo importante es el cuerpo social a
menudo identificado con el Estado , mientras que los individuos
singulares quedan reducidos a la categoría de medios para
alcanzar ese fin: son una "pieza" en el engranaje de la máquina
estatal (CA, n. 15). Tanto las concepciones colectivistas como
individualistas manejan el concepto de Bien Común, pero para
unas sólo será una mera suma de los bienes individuales,
mientras que para otras será el bien de una sociedad
hipostasiada, personalizada, entendida como una sustancia
autónoma.

Los sistemas políticos y económicos colectivistas consideran el


Bien Común como la suma de los valores sociales para el
servicio de la comunidad. El individuo queda supeditado al fin de
la sociedad, se identifica el Bien Común con el bien social. El
error de los socialismos históricos es entender el Bien Común
como la suma de los bienes particulares. No se trata de hacer el
Bien Común eliminando los bienes individuales para alcanzar
una suma acumulativa que luego se reparta entre todos los
ciudadanos. La concepción colectivista del Bien Común es
injusta, dado que tal igualitarismo es contrario a la justicia que
demanda que se dé a cada uno lo que le pertenece.

La ideología liberal profesa rectamente la prioridad del individuo


sobre la sociedad y el Estado, pero descuida la atención a las
condiciones sociales. En una sociedad en la que impera el
interés del individuo, se imponen los intereses egoístas del más
fuerte y se descuida el bien social. Contra el liberalismo es
preciso afirmar que el Bien Común tiene carácter
supraindividual, es un bien social en sí mismo. El Bien Común
no es lo que resta en el reparto general. Es el bien de toda la
sociedad: el conjunto social se orienta a un bien general, que ha
de ser compartido por todos y cada uno de los individuos. La
sociedad humana es una sociedad de personas. El Bien Común
es pues el bien del todo, al cual contribuye cada uno de los
individuos y en consecuencia de él participan todos. Se requiere
que la participación en el Bien Común sea justa. El dinamismo
del Bien Común de un pueblo viene regido por la Cooperación
común y el Reparto proporcional.
El Magisterio de la Iglesia ha puesto de manifiesto que la raíz de
estos dos errores es de carácter antropológico, pues ambos
nacen de una concepción errónea de la naturaleza del hombre.

El llamado "socialismo real" considera a todo hombre como un


simple elemento y una molécula del organismo social, de
manera que el bien del individuo se subordina al funcionamiento
del mecanismo económico social. Por otra parte, considera que
este mismo bien puede ser alcanzado al margen de su opción
autónoma, de su responsabilidad asumida, única y exclusiva,
ante el bien y el mal. El hombre queda reducido así a una serie
de relaciones sociales, desapareciendo el concepto de persona
como sujeto autónomo de decisión moral, que es quien edifica el
orden social, mediante tal decisión (CA, n. 13).

Esta concepción del hombre y la sociedad se deriva del ateísmo


que subyace en esta doctrina, pues la negación de Dios priva de
su fundamento a la persona y, consiguientemente, la induce a
organizar el orden social prescindiendo de la dignidad y
responsabilidad de la persona.

También en la raíz del individualismo egoísta hay una negación


de Dios no menos radical, que aunque muchas veces no se
sustente con argumentos teóricos, se afirma siempre en la
práctica. Algunos por despreocupación frente a la realidad o por
pura inercia, se conforman con una ética meramente
individualista [...]. La aceptación de las relaciones sociales y su
observancia deben ser consideradas por todos como uno de los
principales deberes del hombre contemporáneo. Porque cuanto
más se unifica el mundo, tanto más los deberes del hombre
rebasan los límites de los grupos particulares y se extienden
poco a poco al universo entero. Esto es imposible si los
individuos y los grupos sociales no cultivan en sí mismos y
difunden en la sociedad las virtudes morales y sociales, de
forma que se conviertan verdaderamente en hombres nuevos y
en creadores de una nueva humanidad con el auxilio necesario
de la divina gracia (GS, n. 30).
La preocupación de un cristiano “empieza por lo que tiene a su
alcance, por el quehacer ordinario de cada día, y poco a poco
extiende en círculos concéntricos su afán de mies: en el seno de
la familia, en el lugar de trabajo; en la sociedad civil, en la
cátedra de cultura, en la asamblea política, entre todos sus
conciudadanos de cualquier condición social que sean; llega
hasta las relaciones entre los pueblos, abarca en su amor razas,
continentes, civilizaciones diversísimas” (San Josemaría Escrivá,
Carta, 16 VII 1933, n. 15).

La Doctrina Social de la Iglesia sostiene que en las exigencias


del Bien Común el Estado encuentra su fundamento y, a la vez,
sus límites (Cfr. GS, n. 74; CA, n. 44). En resumen, cualquier
Estado debe crear las condiciones sociales, económicas,
culturales, políticas y religiosas que permitan a todos y a cada
uno de los ciudadanos alcanzar la perfección que les
corresponde en su calidad de personas y en el caso de los
creyentes les permita vivir como verdaderos cristianos.

SOLIDARIDAD

La solidaridad es una virtud humana, que de algún modo es raíz


de todas las virtudes sociales. En el plano sobrenatural “a la luz
de la fe […] tiende a superarse a sí misma, a revestir las
dimensiones específicamente cristianas de la gratuidad total, del
perdón y de la reconciliación” (SRS, n.39-40: AAS 80 (1980)
566-569).

Las exigencias éticas de la solidaridad requieren que todos -


hombres, grupos, comunidades locales, asociaciones y
organizaciones, naciones y continentes-, participen en la gestión
de todas las actividades de la vida económica, política y cultural,
superando la concepción puramente individualista (Cfr. GS, n.
30-32; LC, n. 75: AAS 79 (1987) 586; JUAN PABLO II, Discurso
Je Désire a la 68 Sesión de la Conferencia Internacional del
Trabajo (15-VI-1982): AAS 74 (1982) 992 ss.).

Hay un primer sentido filosófico del principio de solidaridad. La


solidaridad es una característica de la sociabilidad que inclina al
hombre a sentirse unido a sus semejantes y a la cooperación
con ellos. El hombre es solidario en la medida en que es social
por naturaleza. No es posible que las conductas humanas no
afecten de alguna manera al resto de los hombres o de la
historia. Somos solidarios en el bien y en el mal. El hombre
debe comportarse de acuerdo con esta realidad, teniéndola en
cuenta, ya que no vive sólo para sí sino también para los
demás, inevitablemente.

El principio de solidaridad permite superar en el plano ético el


principio individualista, que niega la sociabilidad del hombre, y
el colectivista, que niega la condición de persona. No se trata de
una postura intermedia, sino de la simultánea afirmación de la
condición social y personal del hombre.

Desde el punto de vista teológico, la misteriosa unidad del


género humano debida a una intrínseca solidaridad explica el
“encabezamiento” de Adán y la transmisión del pecado original.
Ese mismo principio es el que hace posible el “encabezamiento”
de Cristo al asumir la naturaleza humana y la posibilidad de su
satisfacción vicaria. Otro dato teológico de mayor profundidad
es el referido a la “Comunión de los santos”.

A Naturaleza

Es uno de los principios vigentes en los diferentes campos de la


vida social.

“Según el principio de la solidaridad toda persona como


miembro de la sociedad, está indisolublemente ligada al destino
de la misma y, en virtud del Evangelio, al destino de salvación
de todos los hombres”. “De esta manera [...] se demuestra
como uno de los principios básicos de la concepción cristiana de
la organización social y política” (CA, n. 10).

Contiene varios elementos:

- Justicia hacia la parte más desfavorecida en los contratos y en


las estructuras,
- Caridad cristiana hacia las necesidades de cualquier especie.

Solidaridad no es lo mismo que beneficencia, pero la puede


incluir. Es más realista que la teoría del mercado, que supone
que las partes están en igualdad de contratación; simplificación
desmentida en todas las esferas de la vida, familia, colegio, etc.
Si se deja a los hombres a merced de la oferta y la demanda
aún suponiendo las nivelaciones de los grandes números, se
expone a una gran mayoría de personas al abuso de los más
poderosos.

A fines del siglo XIX se dio una justa reacción social contra el
sistema de injusticia y daño que pesaba sobre los trabajadores.
“La llamada a la solidaridad y a la acción común, lanzada a los
hombres del trabajo [...] tenía un importante valor desde el
punto de vista de la ética social. Era la reacción contra la
degradación del hombre como sujeto del trabajo, y contra la
inaudita y concomitante explotación en el campo de las
ganancias, de las condiciones de trabajo y de providencia hacia
la persona del trabajador” (LE, n. 8).

Es un error considerar el trabajo como una especie de


“mercancía”, que el trabajador vende al empresario, poseedor
del capital y de los medios de producción (Cfr. LE, n. 8). “Los
trabajadores y empresarios deben regular sus relaciones mutuas
inspirándose en los principios de la solidaridad humana y
cristiana fraternidad” (MM, n. 23).

La Solidaridad, nueva virtud Cristiana, "es la determinación


firme y perseverante de empeñarse por el Bien Común, es decir,
por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos
verdaderamente responsables de todos. Esta determinación se
funda en la firme convicción de que lo que frena el pleno
desarrollo es aquel afán de ganancia y aquella sed de poder de
la que ya se ha hablado"(SRS, n.38).
B Principio de solidaridad y su fundamento en la fraternidad
humana
Dios ha querido que el ser humano no sea un verso suelto (San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, n. 111) sino que viva y
se desarrolle en íntima relación con los demás, como miembro
de la sociedad, a la que se halla indisolublemente ligado: el
hombre no está destinado sólo a vivir con los demás, sino
también a vivir para los demás (Juan Pablo II, Discurso, 6 XII
1980, n. 5).

Dios, que cuida de todos con paterna solicitud, ha querido que


los hombres constituyan una sola familia y se traten entre sí con
espíritu de hermanos. El cumplimiento de este deber requiere
esfuerzo personal constante: “la determinación firme y
perseverante de empeñarse por el Bien Común; es decir, por el
bien de todos y de cada uno, para que todos seamos
verdaderamente responsables de todos [...]”.

Ser solidarios con los demás, especialmente con los más


necesitados, constituye un deber estricto. “En virtud del
principio de solidaridad, el hombre debe contribuir con sus
semejantes al Bien Común de la sociedad, en todos los niveles.
Con ello la Doctrina Social de la Iglesia se opone a todas las
formas de individualismo social o político” (LC, n. 73).

“Desde el comienzo de la historia de la salvación, Dios ha


elegido a los hombres no solamente en cuanto individuos, sino
también en cuanto miembros de una determinada comunidad”.
“La solidaridad debe aumentarse siempre hasta aquel día en que
llegue su consumación y en que los hombres, salvados por la
gracia, como familia amada de Dios y de Cristo hermano, darán
a Dios gloria perfecta” (GS, n. 32).

“El ejercicio de la solidaridad dentro de cada sociedad es válido


sólo cuando sus miembros se reconocen unos a otros como
personas. [...]. La solidaridad nos ayuda a ver al “otro” -
persona, pueblo o nación-, no como un instrumento cualquiera
para explotar a poco costo su capacidad de trabajo y resistencia
física, abandonándolo cuando ya no sirve, sino como un
“semejante” nuestro, una “ayuda” para hacerlo partícipe, como
nosotros, del banquete de la vida al que todos los hombres son
igualmente invitados por Dios” (SRS, n. 39).

Si se ha entendido bien la relación persona-sociedad y su mutua


exigencia esencial, la postura ética que de ella resulta y que es
exigida por dicha relación, es la solidaridad.

“Cuando la interdependencia, percibida como sistema


determinante de relaciones en el mundo actual, en sus aspectos
económico, cultural, político y religioso, es asumida como
categoría moral, su correspondiente respuesta, como actitud
moral y social, y como “virtud” es la solidaridad. Esta no es,
pues, un sentimiento superficial por los males de tantas
personas, cercanas o lejanas. Al contrario, es la determinación
firme y perseverante de empeñarse por el Bien Común; es
decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos
verdaderamente responsables de todos” (SRS, n. 38).

“En el espíritu de la solidaridad y mediante los instrumentos del


diálogo aprendemos a:

- respetar a todo ser humano;


- respetar los auténticos valores y las culturas de los demás;
- respetar la legítima autonomía y la autodeterminación de los
demás;
- mirar más allá de nosotros mismos para entender y apoyar lo
bueno de los demás;
- contribuir con nuestros propios recursos a la solidaridad social
en favor del desarrollo y crecimiento que se derivan de la
equidad y la justicia;
- construir unas estructuras que aseguren la solidaridad social y
el diálogo como rasgos del mundo en que vivimos” (Mensaje de
la Jornada Mundial de la Paz, 1986, n. 5. En Pontificia Comisión
“Justicia y Paz”, Agenda Social, C. IV, n.127).

C Ejercitar la solidaridad

El ejercicio de la solidaridad no es una quimera o utopía. No


puede quedarse en palabras, ha de concretarse en la práctica.
Se mide por obras de servicio (San Josemaría Escrivá,
Conversaciones, n. 75).

Quienes gozan de bienes de fortuna son administradores y han


de sentir la responsabilidad de hacerlos rendir en beneficio de
los demás, especialmente de las personas indigentes. A los ricos
de este mundo ordénales que no sean arrogantes y que no
pongan su esperanza en las riquezas perecederas, sino en Dios
que nos provee de todo con abundancia; que hagan el bien, que
se enriquezcan en buenas obras, que sean generosos al dar y
hacer a otros partícipes de sus bienes, que atesoren para el
futuro unos sólidos fondos con los que ganar la vida eterna
(Tim. VI, 17 19). Cada uno ha de buscar el modo concreto de
llevar a la práctica este mandato, según sus circunstancias
personales, pero sin pretender tranquilizar su conciencia dando
una pequeña parte de lo superfluo.

Un problema actual muy grave es la desocupación. Problema


moral y no sólo técnico, pues muchas veces el paro proviene de
una falsa contraposición entre trabajo humano y capital. La
solución a este problema ha de buscarse en la "solidaridad con
el trabajo", es decir, aceptando el principio del primado de la
persona en el trabajo sobre las exigencias de la producción o
sobre las leyes puramente económicas (Juan Pablo II, Discurso
a la Organización Internacional del Trabajo, Ginebra, 15 VI
1982, n. 11). Este principio tiene consecuencias éticas
inmediatas. Por ejemplo, no es admisible el afán exclusivo de
lucro, a cualquier precio (cfr. SRS, n. 37). La prioridad del
trabajo sobre el capital impone a los empresarios el deber de
justicia de tener en cuenta el bien de los trabajadores antes que
el aumento de sus ganancias. Hay obligación moral de no
mantener improductivos los capitales y, al invertirlos,
proponerse ante todo el Bien Común. Esto exige que se persiga
prioritariamente la creación o consolidación de nuevos puestos
de trabajo (Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr.
Libertatis conscientia, 22 III 1986, n. 87).

Preocuparse por las necesidades de los demás, colaborar en la


resolución de los problemas que la sociedad tiene planteados, es
vivir la solidaridad. Es frecuente el error de pensar que basta
con “cumplir los deberes familiares y religiosos, y apenas
quieren oír hablar de deberes cívicos. No se trata de egoísmo:
es sencillamente falta de formación, porque nadie les ha dicho
nunca claramente que la virtud de la piedad parte de la virtud
cardinal de la justicia y el sentido de la solidaridad cristiana se
concreta también en este estar presentes, en este conocer y
contribuir a resolver los problemas que interesan a toda la
comunidad” (San Josemaría Escrivá, Carta, 9 1 1932, n. 46).

No se limita el deber de solidaridad a subvenir a las necesidades


materiales del prójimo. Es también contribuir a conocer, a
descubrir, la verdad. “Una manifestación más de la solidaridad
entre los hombres es hacer comunes los conocimientos,
participar a los otros las verdades, que hemos llegado a
encontrar, hasta constituir así ese patrimonio común que se
llama civilización, cultura” (San Josemaría Escrivá, Carta 24 X
1965, n. 17).

El trabajo, la convivencia familiar y las relaciones humanas


constituyen una ocasión para ejercitar esta fraternidad. “Buscad,
siempre y en todo, pensar bien de los demás; buscad, siempre y
en todo, hablar bien de los demás; buscad, siempre y en todo,
hacer el bien a los demás (Juan Pablo II, Homilía, 4 IV 1987, n.
6). Cuando estas acciones tan comunes se cumplen con sentido
cristiano, estamos fomentando el Bien Común y nos hacemos
verdaderamente solidarios con los demás.

D Principio de solidaridad y las relaciones internacionales

El deber de solidaridad que rige para las personas, es válido


también en la vida de los pueblos: “las naciones desarrolladas
tienen el deber urgentísimo de ayudar a las naciones en vías de
desarrollo”( GS, n. 26). “Es preciso poner en práctica esta
enseñanza conciliar. Si bien es lógico que cada pueblo sea el
primer beneficiario de los dones que le otorga la Providencia y
de los frutos de su trabajo, ningún pueblo puede, por este
motivo, pretender reservarse para uso exclusivo suyo las
riquezas de que dispone. Cada pueblo debe producir más y
mejor, con objeto de proporcionar a sus componentes un nivel
de vida verdaderamente humano; y contribuir, al mismo
tiempo, al desarrollo solidario de la humanidad. Frente a la
indigencia creciente de los países en vías de desarrollo, debe
considerarse normal que un país desarrollado consagre una
parte de su producción a la satisfacción de las necesidades de
estos países, así como a la formación de educadores,
ingenieros, técnicos y científicos, que pongan la ciencia y la
competencia profesional al servicio de estos pueblos”( PP, n.
48).

Ciertamente tienen mayores responsabilidades en este terreno


los gobernantes de los países desarrollados. Pero todos hemos
de tener en cuenta que un modo eficacísimo de vivir la
solidaridad con todos los hombres consiste en cumplir
acabadamente los propios deberes profesionales, realizar con
espíritu de servicio el propio trabajo. Efectivamente, las tareas
profesionales también el trabajo del hogar es una profesión de
primer orden son testimonio de la dignidad de la criatura
humana; ocasión de desarrollo de la propia personalidad;
vínculo de unión con los demás; fuente de recursos; medio de
contribuir a la mejora de la sociedad en la que vivimos, y de
fomentar el progreso de la humanidad entera (San Josemaría
Escrivá, Forja, n. 702).

Aplicado, no ya a los individuos aislados, sino a los diferentes


estratos sociales (en el plano económico), “el ejercicio de la
solidaridad dentro de cada sociedad es válido sólo cuando sus
miembros se reconocen unos a otros como personas. Los que
cuentan más, al disponer de una porción mayor de bienes y
servicios comunes, han de sentirse responsables de los más
débiles, dispuestos a compartir con ellos lo que poseen. Éstos,
por su parte, en la misma línea de solidaridad, no deben adoptar
una actitud meramente pasiva o destructiva del tejido social y,
aunque reivindicando sus legítimos derechos, han de realizar lo
que les corresponde, para el bien de todos. Por su parte, los
grupos intermedios no han de insistir egoístamente en sus
intereses particulares, sino que deben respetar los intereses de
los demás” (SRS, n. 39).
La cuestión social ha adquirido una dimensión mundial y esta
realidad posee una valoración moral, “los responsables de la
gestión pública, los ciudadanos de los países ricos,
individualmente considerados, especialmente si son cristianos,
tienen la obligación moral -según el correspondiente grado de
responsabilidad- de tomar en consideración, en las decisiones
personales y de gobierno, esta relación de universalidad” (SRS,
n. 9). La Enc. Sollicitudo rei sociales traduce esta obligación
moral como “deber de solidaridad”.

Esta obligación, en el ámbito de países enteros, es decir, como


unidades sociales, es urgida de la siguiente manera, “una nación
que cediese, más o menos conscientemente, a la tentación de
cerrarse en sí misma, olvidando la responsabilidad que le
confiere una cierta superioridad en el concierto de las naciones,
faltaría gravemente a un preciso deber ético” (SRS, n. 23).

“Herederos de generaciones pasadas y beneficiándonos del


trabajo de nuestros contemporáneos, estamos obligados para
con todos y no podemos desinteresarnos de los que vendrán a
aumentar todavía más el círculo de la familia humana. La
solidaridad universal, que es un hecho y un beneficio para
todos, es también un deber” (PP, n. 17).

“Un principio elemental de sana organización política que no


depende de una determinada concepción del Estado, ni de una
particular teoría política, [...], es que los individuos, cuanto más
indefensos están en una sociedad, tanto más necesitan el apoyo
y el cuidado de los demás, en particular, la intervención de la
autoridad pública”(CA, n. 10).

E Solidaridad y caridad

La solidaridad se nutre de la virtud cristiana de la caridad. El


amor entregado y desinteresado a los demás, por amor de Dios,
es la fuente que vitaliza toda auténtica hermandad entre los
hombres. La solidaridad cristiana es virtud que otorga a los
hombres la facilidad para comprenderse y ayudarse
mutuamente en la construcción de una sociedad informada por
el espíritu cristiano.

Por la caridad, los vínculos naturales que unen a los hombres en


sociedad quedan reforzados con unos lazos más fuertes y una
interdependencia mayor y más elevada. “La caridad anima y
sostiene una activa solidaridad, atenta a todas las necesidades
del ser humano”( Juan Pablo II, Exhort. apost. Christifideles
laici, 30 XII 1988, n. 41).

SUBSIDIARIEDAD

El fundamento del principio de subsidiariedad se encuentra en la


centralidad del hombre en la sociedad (CA, n. 54). Cada persona
humana tiene el derecho y el deber de ser el autor principal de
su propio desarrollo (MM, n. 59) pero necesita de la ayuda de
los demás para llevarlo a cabo. Por eso, la autoridad ha de
procurar establecer unas condiciones de vida que permitan a
cada hombre y a cada mujer un desarrollo integral, en todos los
ámbitos posibles, fomentando y estimulando las iniciativas
personales respetuosas del Bien Común; ha de coordinar y
ordenar esas iniciativas en el conjunto del mismo Bien Común;
ha de suplirlas y completarlas cuando las necesidades comunes
superen las posibilidades de los individuos y de las sociedades
intermedias. Pero no debe impedir o suplantar la iniciativa y la
responsabilidad de sus miembros.

A Naturaleza

“Una estructura social de orden superior no debe interferir en la


vida interna de un grupo social de orden inferior, privándole de
sus competencias, sino que más bien debe sostenerle en caso
de necesidad y ayudarle a coordinar su acción con la de los
demás componentes sociales, con miras al Bien Común” (CIC, n.
1883. CA, n. 48).

“Así como no es lícito quitar a los individuos y traspasar a la


comunidad lo que ellos pueden realizar con su propio esfuerzo e
iniciativa, así tampoco es justo, constituyendo un grave
perjuicio y perturbación del recto orden social, quitar a las
comunidades menores e inferiores lo que ellas pueden realizar y
ofrecer por si mismos, y dárselo a una sociedad mayor y más
elevada, ya que toda acción de la sociedad, en virtud de su
propia fuerza y naturaleza, debe prestar ayuda a los miembros
del cuerpo social, pero no destruirlos y absorberlos”(QA, n. 79).

“Dios no ha querido retener para Él sólo el ejercicio de todos los


poderes. Entrega a cada criatura las funciones que es capaz de
ejercer, según las capacidades de su naturaleza. Este modo de
gobierno debe ser imitado en la vida social. El comportamiento
de Dios en el gobierno del mundo, que manifiesta tanto respeto
a la libertad humana, debe inspirar la sabiduría de los que
gobiernan las comunidades humanas. Éstos deben comportarse
como ministros de la providencia divina”( CIC, n. 1883-1885).

El objeto de este principio es salvaguardar la dignidad de las


personas. La causa final es el Bien Común y no la eficiencia. La
persona es el ser más digno de la creación. Por lo tanto, ha de
favorecerse el desarrollo de la persona en tanto y en cuanto no
ponga en peligro el desarrollo de los demás, o sea el Bien
Común; y si no puede hacerlo, deben intervenir las sociedades
intermedias o el Estado subsidiariamente.

La sociabilidad del hombre se manifiesta en pequeñas


agrupaciones (sociedades intermedias) y en la gran sociedad o
sociedad política (Estado). Las sociedades, por transmisión de la
propiedad de libres de sus integrantes, deben tener libertad de
acción. Y sólo cuando por sus esfuerzos no logren el
cumplimiento de sus objetivos, la sociedad mayor (que para
tales fines suele contar con mayores recursos) podrá actuar
subsidiariamente. Esto es, no absorbiendo definitivamente la
sociedad inferior y ejerciendo indefinidamente tales actividades,
sino, en primer lugar, tomando a cargo la actividad durante un
lapso de tiempo (corto y determinado).

Hablamos de suplir, que es diferente de reemplazar. Y, en


segundo lugar, durante ese lapso deberá asistir al desarrollo de
los particulares para que puedan volver a hacerse cargo de la
actividad. Es decir promover.

Toda actividad debe ser realizada por individuos o asociaciones


menores y sólo cuando éstos no puedan hacerlo bien, deberá
hacerlo una asociación mayor. Cuando intervienen las
asociaciones la base es la justicia: dar a cada uno lo que
corresponde. Es justo que una sociedad menor haga lo que
pueda hacer bien. Es injusto que una sociedad mayor haga lo
que una menor puede hacer bien. Es justo que una sociedad
mayor haga lo que una sociedad menor no puede hacer.

Este principio se puede desglosar en tres postulados:

1 “La persona y las comunidades menores o grupos sociales


deben gozar de la autonomía necesaria para poder realizar por
sí mismas los fines y las actividades de las que son capaces.

2 Las comunidades superiores deben ayudar la iniciativa


particular de cuantos se desenvuelven bajo su autoridad, sin
destruirlos ni absorberlos.

3 Las sociedades superiores deben suplir las deficiencias de las


personas y de las comunidades menores, en cuanto su
capacidad resulte insuficiente para promover el Bien Común y
mientras perdure tal situación” (HERVADA, J., Principios de
Doctrina Social de la Iglesia, foll. MC, n. 382, Madrid 1984,
p.18).

B Principio de subsidiariedad y su fundamento en la libertad


humana

La subsidiariedad debe considerarse como complemento de la


solidaridad, protege a la persona humana, a las comunidades
locales y a los “grupos intermedios” del peligro de perder su
legítima autonomía. La aplicación justa de este principio en
virtud de la dignidad de la persona humana, garantiza el respeto
por lo que hay de más humano en la organización de la vida
social (Cfr. QA, n. 203; PT, n. 294; LE: AAS 73 (1981) 616; LC,
n. 73: AAS 79 (1987) 586), y salvaguarda los derechos de los
pueblos en las relaciones entre sociedades particulares y
sociedad universal. Protege al individuo y a los grupos
intermedios contra la posible tendencia al “Estado docente”,
“benefactor” o “empresario”. Evita que quienes mandan caigan
en la tentación de pensar que ellos saben mejor lo que conviene
a sus súbditos, y no sólo lo saben, sino que pueden hacerlo
mejor. Por otra parte estimula a los ciudadanos a no dejarse
llevar por la comodidad que prefiere esperarlo todo de las
autoridades, evita la acumulación de poder y respeta la
flexibilidad necesaria para la verdadera libertad de elección y
por último hace posible la solidaridad sin caer en estructuras
socialistas.

“Los individuos, cuanto más indefensos están en una sociedad


tanto más necesitan el apoyo y el cuidado de los demás, en
particular, la intervención de la autoridad pública”( CA, n. 10);
este texto representa el exacto puente del principio de
solidaridad con el de subsidiariedad al hablar del apoyo y
cuidado y de la intervención “en particular, de la autoridad
pública”. De acuerdo con el concepto de autoridad como
constitutivo esencial de la sociedad, la subsidiariedad es el
modo propio de vivir la solidaridad por parte de la autoridad. Es
el modo adecuado de ejercer la autoridad como un deber ético,
es decir, como servicio, a la vez que se respetan sus propios
límites.

Pongamos el ejemplo paradigmático del padre de familia (desde


el punto de vista teológico, el real y originario paradigma sería
Dios en tanto que es Padre). El ejemplo es bueno pues al menos
el sentimiento de solidaridad está asegurado en la mayoría
cuando se trata de la institución familiar, dada la cercanía
existencial. Piénsese en los padres autoritarios y permisivos, en
los sobreprotectores (“paternalistas”) y despreocupados; en los
que ayudan y promocionan a sus hijos, o en los que los
sustituyen e inhabilitan, etc.

Lo mismo puede decirse de cualquier persona, organismo,


institución o sociedad intermedia respecto de sus inferiores. El
carácter esencial de la subsidiariedad es el servicio y la ayuda,
la ayuda promocional.

“El principio de subsidiariedad precisa la articulación entre


persona y comunidad. Según este principio, toda sociedad
organizada debe poner a los hombres en condición de participar
personalmente en la edificación de la comunidad [...] Así
aparece el sentido de la extraña palabra "subsidiariedad": en
ella se reconoce el término latino subsidium, que significa
ayuda”( SCHOOYANS, M, La dignidad de la persona humana:
principio básico de la doctrina social de la Iglesia, en el XII
Simposio Internac. de Teología, Pamplona, Abril de 1991).

C Principio de subsidiariedad y Estado

Toda sociedad humana ha tenido siempre, pues lo requiere la


condición de los hombres, algún tipo de gobierno que regule y
coordine las actividades de sus miembros. Este gobierno ha
variado con los lugares y los tiempos hasta llegar a formas muy
complejas en el Estado moderno, que ha extendido
enormemente su esfera de acción. Sin embargo, no puede
olvidarse que “la sociabilidad del hombre no se agota en el
Estado, sino que se realiza en diversos grupos intermedios,
comenzando por la familia y siguiendo por los grupos
económicos, sociales, políticos y culturales, los cuales, como
provienen de la misma naturaleza humana, tienen su propia
autonomía, sin salirse del ámbito del Bien Común”(CA, n. 13).

De acuerdo con el principio de subsidiariedad, el Estado “tiene la


incumbencia de velar por el Bien Común y cuidar que todas las
esferas de la vida social, sin excluir la económica, contribuyan a
promoverlo, naturalmente dentro del respeto debido a la justa
autonomía de cada una de ellas”(CA, n. 11). La misión del
Estado es la de fomentar, ayudar y, cuando sea preciso, suplir la
iniciativa de los ciudadanos (esto último provisoriamente, con la
idea de fomentar la iniciativa correspondiente).

“Esto, sin embargo, no autoriza a pensar que [...] toda la


solución de la cuestión social deba provenir del Estado. Al
contrario, se insiste varias veces sobre los necesarios límites de
la intervención del Estado y sobre su carácter instrumental, ya
que el individuo, la familia y la sociedad son anteriores a él y el
Estado mismo existe para tutelar los derechos de aquél y de
éstas, y no para sofocarlos”(CA, n. 11).

“El principio de subsidiariedad se opone a toda forma de


colectivismo. Traza los límites de la intervención del Estado.
Intenta armonizar las relaciones entre individuos y sociedad.
Tiende a instaurar un verdadero orden internacional”(CIC, n.
1885).

Una sobreprotección por parte del Estado (lo mismo que el


autoritarismo) terminarían destruyendo la responsabilidad social
y, por ende, la verdadera solidaridad.

“No han faltado excesos y abusos que, especialmente en los


años más recientes, han provocado duras críticas a ese Estado
del bienestar, calificado como Estado asistencial. Deficiencias y
abusos del mismo derivan de una inadecuada comprensión de
los deberes propios del Estado. En este ámbito también debe ser
respetado el principio de subsidiariedad”(CA, n. 48).

Nunca deberá olvidarse que el deber moral de la solidaridad es


un presupuesto anterior al principio de subsidiariedad; “otra
incumbencia del Estado es la de vigilar y encauzar el ejercicio de
los derechos humanos en el sector económico; pero en este
campo la primera responsabilidad no es del Estado, sino de cada
persona y de los diversos grupos y asociaciones en que se
articula la sociedad”(MM, n.55). El Estado ha de garantizar la
expansión de la libre iniciativa de los particulares,
“salvaguardando, sin embargo, incólumes los derechos
esenciales de la persona humana. Entre éstos hay que incluir el
derecho y la obligación que a cada persona corresponde de ser
normalmente el primer responsable de su propia manutención y
de la de su familia, lo cual implica que los sistemas económicos
permitan y faciliten a cada ciudadano el libre y provechoso
ejercicio de las actividades de producción”(MM, n.55).

En efecto, cuando la solidaridad, responsabilidad o sentido cívico


no existe, los suple una desconfianza mutua entre quien detenta
la autoridad y los inferiores, que hacen imposible la recta
aplicación de la subsidiariedad.

D Principio de subsidiariedad y las relaciones internacionales

El principio de subsidiariedad regula también las relaciones


entre los poderes públicos de las comunidades políticas
singulares y el poder público de la comunidad mundial (PT, n.
48. En este contexto, se entiende por poder público de la
comunidad mundial el conjunto de organismos que, con una
mayor o menor eficacia, son capaces de influir en el entramado
de las relaciones recíprocas de las naciones. Tras alentar a los
gobiernos nacionales a la creación y desarrollo de este tipo de
instituciones, el Magisterio ha puesto de manifiesto que los
poderes públicos de la comunidad mundial deben afrontar y
resolver los problemas de tipo económico, social, político y
cultural que exige el Bien Común universal; problemas que, por
su envergadura, complejidad y urgencia, los poderes públicos de
las comunidades políticas singulares no se hallan en grado de
resolver de una manera adecuada (Ibíd.). De modo semejante a
lo que ocurre en el interior de una nación, los poderes públicos
de la comunidad mundial no tienen la finalidad de limitar la
esfera de acción de los poderes públicos de las comunidades
políticas singulares, y tanto menos sustituirles; tienen en
cambio la misión de contribuir a la creación a nivel mundial de
un ambiente en el que los gobiernos nacionales, los ciudadanos
respectivos y los cuerpos intermedios puedan desarrollar sus
funciones, cumplir sus deberes y ejercer sus derechos con
mayor seguridad (Ibíd.).

“Así como en cada Estado es preciso que las relaciones que


median entre la autoridad pública y los ciudadanos, las familias
y los grupos intermedios, se regulen y gobiernen por el principio
de la acción subsidiaria, es justo que las relaciones entre la
autoridad pública mundial y las autoridades públicas de cada
nación se regulen y rijan por el mismo principio. Esto significa
que la misión propia de esta autoridad mundial es examinar y
resolver los problemas relacionados con el Bien Común universal
en el orden económico, social, político o cultural, ya que estos
problemas, por su extrema gravedad, amplitud extraordinaria y
urgencia inmediata, presentan dificultades superiores a las que
pueden resolver satisfactoriamente los gobernantes de cada
nación. Es decir, no corresponde a esta autoridad mundial
limitar la esfera de acción o invadir la competencia propia de la
autoridad pública de cada Estado. Por el contrario, la autoridad
mundial debe procurar que en todo el mundo se cree un
ambiente dentro del cual no sólo los poderes públicos de cada
nación, sino también los individuos y los grupos intermedios,
puedan con mayor seguridad realizar sus funciones, cumplir sus
deberes y defender sus derechos”( PT, n. 140-141).

De todo esto se desprende la responsabilidad que tienen todas


las naciones, especialmente las más desarrolladas, de contribuir
a crear y fomentar este tipo de estructuras supranacionales que
puedan facilitar el desarrollo y el progreso económico y social de
los diversos pueblos.

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